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Andrs Snchez Snchez
Mrtires
de nuestro tiempo
Pasin y gloria de la Iglesia abulense
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vila, 2003
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ANDRS SNCHEZ SNCHEZ (Carpio Medianero, vila, 1926)
es sacerdote diocesano de vila (1950). Se forma en
Estudios Eclesisticos en el Seminario Diocesano de
vila; en Historia de la Iglesia en la UniversidadGregoriana de Roma, donde completa los cursos de
doctorado al tiempo que ejerce como capelln de la
Iglesia Nacional Espaola de Santiago y Montserrat
(1954); y en Filosofa y Letras, seccin Historia, en la
Universidad Central de Madrid, donde obtiene la
licenciatura en 1967. En vila es profesor de Historia de laIglesia en el Seminario Mayor y de Historia en el Colegio
Diocesano, y en diversos institutos de enseanza media
de la ciudad. Desarrolla su actividad pastoral en Cebreros
y en el Cabildo catedralicio abulense, especialmente como
cannigo archivero (desde 1962), arcediano (desde 1982)
y den. Entre sus publicaciones destacan Pasin y gloriade la Iglesia abulense. Datos para la historia de 1936
(1987), Resumen de actas del Cabildo catedralicio de
vila, 2 t. (1995- 1998), Antonio de Honcala y Gaspar
Daza. Dos abulenses ilustres del siglo cc, (1998), La
beneficencia en vila. Actividad hospitalaria del Cabildo
catedralicio. Siglos XVI-XVI (2000), y Cinco sacerdotes
abulenses mrtires en el verano de 1936 hacia los altares
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(2002). A ellas hay que unir una prolongada relacin de
artculos en diversas revistas especializadas de mbito
nacional. Es miembro de nmero de la Institucin Gran
Duque de Alba desde 1980.
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Motivo de cubierta:
El Martirio de San Esteban, de Juan de Carrin.
En un cantoral de la catedral de vila.
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Al prelado y presbiterio actuales de la dicesis de vila. Alos seminaristas y fieles abulenses. Para todos nosotros los 29
sacerdotes mrtires abulenses durante el verano de 1936
siguen siendo aleccionador ejemplo de virtudes. Su sangre
generosamente vertida sigue fertilizando nuestra tierra.
A los familiares de nuestros sacerdotes mrtires. A
quienes en sucesivos momentos me han proporcionadovaliosos informes acerca de cada uno de los 29 presbteros. A
los habitantes de los pueblos en los que nacieron nuestros
mrtires. Al seminario y profesores que les formaron. A las
parroquias, que fueron escenario de su ministerio sacerdotal,
especialmente al pueblo en el que derramaron generosamente
su sangre de abnegados pastores.
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En este mismo ao se cumple el cincuenta aniversario delcomienzo de la Guerra Civil [] La misin pacificadora de la Iglesia
nos mueve a decir una palabra de paz con ocasin de este
aniversario. Tanto ms cuanto que las motivaciones religiosas
estuvieron presentes en la divisin y enfrentamiento de los
espaoles []
Los espaoles necesitamos saber con serenidad lo queverdaderamente ocurri en aquellos aos de amargo recuerdo [...].
Saber perdonar y saber olvidar son, adems, de una
obligacin cristiana, condicin indispensable para un futuro de
reconciliacin y de paz.
Aunque la Iglesia no pretende estar libre de todo error,
quienes le reprochan el haberse alineado con una de las partescontendientes deben tener en cuenta la dureza de la persecucin
religiosa desatada en Espaa desde 1931. Nada de esto, ni por
una parte ni por otra, se debe repetir. Que el perdn y la
magnanimidad sean el clima general de los nuevos tiempos.
Recojamos todos la herencia de los que murieron por su fe,
perdonando a quienes los mataban, y de cuantos ofrecieron susvidas por un futuro de paz y de justicia para todos los espaoles,
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAOLA
Constructores de la Paz(1986), Cap. 4 n. 1.
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La Iglesia del primer milenio naci de la sangre de los
mrtires. [...] En nuestro siglo han vuelto los mrtires, con
frecuencia desconocidos, casi militi ignotide la gran causa de Dios.
En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sustestimonios. Como se ha sugerido en el Consistorio, es preciso que
las iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo
de quienes han sufrido el martirio, recogiendo para ello la
documentacin necesaria.
JUAN PABLO II
Carta apostlica: Terttio Millennio Adveniente(1994), n. 37
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Contenido
Nota del editor
Prlogo a la nueva edicin
Presentacin
I Introduccin
II Actividades antirreligiosas previas al 18 de julio de 1936
III La dicesis de vila antes del da 18 de julio de 1936
IV En las estribaciones de Gredos (arciprestazgo de Arenas de
San Pedro)
V Por la zona alta del Alberche (arciprestazgo de Burgohondo)
VI En el valle del Titar (arciprestazgo de Casavieja)
VII Entre pinares y vias (arciprestazgo de Cebreros)VIII Por tierras de Oropesa (arciprestazgo de Oropesa)
IX Zona toledana del Titar (arciprestazgo de El Real de San
Vicente)
X Don Jos Mximo Moro Briz (prroco de Cebreros)
XI Principales testigos y sus declaraciones en referencia a don
Jos Mximo Moro Briz, prroco de CebrerosXII Don Damin Gmez Jimnez (prroco de Mombeltrn)
XIII Principales testigos y sus declaraciones en referencia a don
Damin Gmez Jimnez, prroco de Mombeltrn
XIV Don Agustn Bermejo Miranda, prroco de Hoyo de Pinares
XV Principales testigos y sus declaraciones en referencia a don
Agustn Bermejo Miranda, prroco de Hoyo de Pinares
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XVI Don Jos Garca Librn (prroco de Gavilanes)
XVII Principales testigos y sus declaraciones en referencia a don
Jos Garca Librn, prroco de Gavilanes
XVII Don Juan Mesonero Huerta (prroco de El Hornillo)XIX Principales testigos y sus declaraciones en referencia a don
Juan Mesonero Huerta, prroco de El Hornillo
XX La memoria del martirio de estos cinco sacerdotes abulenses
sigue muy viva an
XXI Invitando a la reflexin
XXII Signo de contradiccin
XXIII Causa de beatificacin de cinco sacerdotes abulenses
XXIV Sacerdotes abaleases martirizados en 1936
Bibliografa
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Nota del editor
En el ao 1987 vea la luz la obra Pasin y gloria de la Iglesia
abulense. Datos para la historia de 1936, a cargo de la editorial Tau
de vila. En aquella ocasin, el autor del texto que ahorarecuperamos daba cuenta en certeros trminos de cuanto acaeci
en los trgicos y fratricidas instantes de la Guerra Civil espaola en
la dicesis de vila. Reproducimos la presentacin que redacta con
aquella ocasin el Emmo. seor cardenal don Marcelo Gonzlez
Martn, entonces arzobispo de Toledo.
Transcurridos ahora ms de quince aos, se hace necesariala revisin de algunos planteamientos de fondo al tiempo que la
significativa aportacin de nuevos datos que emergen como
resultado de la investigacin sobre la fama de santidad de los
Siervos de Dios de que se trata, revitalizado el proceso de
canonizacin por el obispo diocesano monseor don Adolfo
Gonzlez Montes desde su llegada a la sede de San Segundo en
julio de 1997. El mismo prelado abulense prologa esta entrega
renovada en la que se han incorporado tambin algunos ndices
que faciliten su lectura.
El cabildo catedralicio abulense, al costear esta nueva edicin,
tributa sentido homenaje a los sacerdotes de esta tierra de santos,
mrtires en la persecucin religiosa espaola de 1936, como
servicio al clero y a la comunidad cristiana de vila.
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Prlogo a la nueva edicin
El presente volumen es una edicin revisada y ampliamente
aumentada del libro Pasin y gloria de la Iglesia abulense,
publicado en 1987. Cuando su autor, a Andrs Snchez, me habl
de reeditar sta su obra de investigacin de los hechos histricos
que jalonaron la persecucin religiosa de 1936, no dud un
momento en apoyar la idea. Agotada la primera edicin del libro,
urga poner manos a la obra por las razones que explicar. El texto
escrito en 1987 cobraba ahora una especial relevancia despus deque como Obispo de la Iglesia de vila decidiera retomar, con el
apoyo del presbiterio diocesano, la causa de canonizacin de los
sacerdotes martirizados en odio a la fe en aquella terrible
persecucin, la ms cruel y extensa padecida por la Iglesia en
Espaa y una de las ms sangrientas de la historia del cristianismo.
La causa haba sido iniciada con el edicto de recogida deinformacin dado e 1958 por mi venerado predecesor monseor
don Santos Moro Briz. El proceso se instruy de 1960 a 1963 en la
curia diocesana de vila, declarando en el mismo setenta y siete
testigos de los hechos o relacionados con los mismos. La primera
edicin de este libro recoga justamente la investigacin histrica
que dio soporte a este proceso.El proceso haba quedado parado, como otras muchas causas
de martirio de aquella persecucin, esperando un momento ms
oportuno en la vida de la Iglesia. Cambiada la situacin y
desbloqueadas stas por Su Santidad Juan Pablo II, apenas ocup
la sede episcopal de vila decid llevar adelante una causa iniciada
que, como en su lugar dice el autor en la nueva redaccin del libro,rezaba as: Causa de beatificacin o declaracin de martirio de los
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Siervos de Dios Jos Mximo Moro Briz, Damin Gmez Jimnez,
Agustn Bermejo Miranda, Jos Garca Librn, Juan Mesonero
Huerta y otros sacerdotes mrtires de esta dicesis de vila.
Desde el 26 de octubre de 1998, fecha en que firm el decretode constitucin de una Comisin de peritos en Historia y
Archivstica, con el encargo de investigar todos aquellos
documentos que puedan aportar nuevos elementos sobre la vida y
el martirio de los Siervos de Dios Jos Mximo Moro Briz y
compaeros, es decir; slo los cinco antes mencionados, se ha
abierto una nueva etapa en la aproximacin a los acontecimientos
de 1936. Si en un primer momento fue oportuno retomar la causa
de los cinco sacerdotes cuyo martirio haba sido objeto de
elaboracin de una primera informacin con el depsito de las
actas en la Congregacin para la Causa de los Santos en 1963,
una vez concluida la Positioel 5 de julio del ao jubilar de 2000,
pareca ahora urgente la apertura de un nuevo proceso, ahora en
espera de ulteriores decisiones en la Congregacin de los Santos.
Con tal propsito comenz la revisin de su libro don Andrs
Snchez, deseando aportar datos complementarios y una
redaccin revisada a la investigacin histrica publicada en 1987.
As, con la informacin obtenida por la Comisin antes mencionada
y nuevas informaciones de contraste o confirmacin de los hechos,
el autor fue revisando las pginas de su obra y disponiendo, conlos materiales que obran en su haber, una monografa nueva, muy
aumentada, que contribuir, sin duda alguna, a llenar de contenido
el nuevo proceso de los 24 sacerdotes abulenses mrtires no
incluidos en el primer proceso.
Este nuevo proceso ha requerido asimismo algunos pasos de
los que dejo aqu constancia. Caba la posibilidad de abrir el nuevo
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proceso en la dicesis de vila o bien, siguiendo el parecer de la
Congregacin para la Causa de los Santos y las orientaciones de la
Conferencia Episcopal Espaola, sumar la causa de los sacerdotes
abulenses a la causa de canonizacin abierta en la provinciaeclesistica de Toledo. En vila hemos hecho opcin por esta
ltima va, con el propsito de contribuir as a la unificacin de los
procesos y reducir con ello su nmero, dado que stos han sido
abiertos en un buen nmero de dicesis y promovidos por stas o
por las distintas rdenes e institutos religiosos.
La nueva edicin de este libro que hace de l un texto
ampliamente remozado es una buena prueba del inters que
demanda la nueva causa de los sacerdotes mrtires, vencidas ya
las reticencias de otros momentos y despolitizada la memoria de su
martirio, verdadero testimonio del amor a Jesucristo por el que
murieron estos sacerdotes, sin que nada pudiera separarlos de l.
El lector podr percatarse de la crueldad de la persecucin
vivida en aquel verano de 1936 y asistir sin duda aleccionado por
el valor de los mrtires a la descripcin de su martirio. Podr
constatar con fe la asistencia de Cristo a sus mrtires, ayer como
hoy envueltos en los avatares de un mundo que vuelve una y otra
vez sobre sus propios pasos para retomar un camino de esperanza
despus del paso devastador del huracn. Cuantos aman a Cristo
podrn sentir cmo se fortalece su fe con la lectura de estaspginas de herosmo martirial que componen la persecucin y
muerte cruenta de los ministros del Crucificado; pero si el lector es
un sacerdote encontrar en este texto un particular estmulo para
afrontar en tiempos de dificultad el ejercicio de un ministerio
desasistido del soporte social y cultural de otros tiempos, cuando
ser ministro de Cristo se ha convenido en motivo de arriesgo
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testimonial de la causa de Cristo como certera causa del hombre,
necesitado de la obra redentora y de salvacin del Hijo de Dios
humanado y sacrificado por l.
Porque son palabras de Cristo: No est el discpulo porencima de su maestro, ni el siervo par encima del Seor (Mt
10,24; cf. Lc 6,40 y Jn 13,16), el martirio de estos sacerdotes fue
vivido por ellos como forma suprema de configuracin con su
Seor para, de esta suene, alcanzar la inmolacin de la existencia
hasta revelar en su propia prdida que nadie tiene amor mayor que
el que da la vida por aquellos a quienes ama (cf. Jn 15,13) y que,
por eso mismo, quien ama su vida la pierde; y el que odia su vida
en este mundo, la guardar para la vida eterna (Jn 12,25).
Es la consumacin de aquella sabidura divina que slo es
asequible a la fe y que tiene su piedra de toque en el martirio.
Porque es as, se han escrito desde la primera hora del
cristianismo exhortaciones al martirio, que han alentado en el
corazn de los mrtires aquel valor capaz de estremecer la vida de
los fieles y acobardar a los enemigos de la cruz de Cristo.
Deseara vivamente que la lectura de este libro alentara ahora
la vida de los sacerdotes del presbiterio diocesano en forma tal que
la aspiracin a la configuracin existencial con Cristo fuera capaz
de remover los obstculos con que tropieza el seguimiento del
Seor al que estn llamados sus ministros. Como deseo con la
misma intensidad que los fieles cristianos todos encuentren en la
inmolacin de los sacerdotes mrtires, unidos en ella a la de tantos
testigos de la fe que dieron su vida por el Seor; hombres y
mujeres de vida consagrada y fieles laicos de coherencia
testimonial acreditada con los hechos, la expresin de la caridad
pastoral con la que se edifica la Iglesia.
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vila, 29 de junio de 2002.
ADOLFO GONZLEZ MONTES
Obispo de vila
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Presentacin
Escribo estas lneas movido por sentimientos de veneracin y
respeto a la memoria de los sacerdotes de la dicesis de vila, que
murieron por amor a Jesucristo y a la Iglesia en los trgicos das de
1936. Quince de ellos regentaban parroquias que hoy pertenecen
al arzobispado de Toledo.
El autor del libro, don Andrs Snchez, cannigo archivero de
la catedral de vila, ha realizado un benemrito trabajo que hemos
de agradecer todos, por lo que tiene de servicio a la historia y de
proclamacin del herosmo con que dieron testimonio de su fe los
que perdieron su vida por defenderla y propagarla. En su da
recorri los lugares donde sucedieron los hechos que se narran,
habl con quienes conocieron a las vctimas y a veces a los
asesinos, capt los sentimientos de las gentes del pueblo que
fueron testigos impotentes de la persecucin desatada, y redactdespus con pluma serena y dolorida la crnica conmovedora que
ahora sale a la luz.
Cuando estas parroquias de vila pasaron a pertenecer a la
dicesis de Toledo se sintieron unidas enseguida por los lazos de
la fraternidad cristiana con las de nuestro arzobispado, no slo por
la fe comn y las costumbres, sino tambin por la sangre de lossacerdotes mrtires, que se incorporaba a la que haban
derramado ms de trescientos ministros del Seor en tierras
toledanas. Humanamente hablando qu espantosamente intil
carnicera y qu barbarie! Pero a la luz del misterio de la Iglesia
signo de contradiccin, como Jesucristo, en el mundo, qu
torrente de energas del espritu al servicio del evangelio! Este libro,como los que en su da escribi don Juan Francisco Rivera sobre el
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martirologio de Toledo, servir tambin para que los sacerdotes
que hoy van destinados a aquellas o a estas parroquias alimenten
su capacidad de abnegacin pastoral y sacrificio constante con el
recuerdo no lejano de esos otros que entones murieron, cuyasfirmas pueden encontrar en los libros parroquiales de aquellos
aos, si es que el vandalismo destructor se detuvo a las puertas de
los modestos archivos que los guardaban.
La Guerra espaola tuvo mucho de cruzada en defensa de la
fe, tanto por lo menos como de enfrentamiento social y de odio
poltico entre hermanos llevado hasta la desesperacin. Los
historiadores y socilogos han escrito infinidad de pginas sobre el
gran drama, y se esfuerzan por explicar los acontecimientos segn
los criterios que adopten como fruto de sus anlisis personales.
Qu cmodo es hacer esto aos despus, no obstante la dificultad
que supone un estudio riguroso y documentado! Me refiero sobre
todo a los que tratan de dar su versin inapelable, con sus
enjuiciamientos e interpretaciones en las que tantas veces seinterfieren modos de pensar de hoy con los hechos que sucedieron
ayer. Seguirn hacindolo, sin duda, porque es vocacin
irreprimible de los hombres cultos reflexionar sobre la historia de s
mismos y de sus pueblos, y ms de una vez, cuando se unen en el
historiador la rectitud de espritu con la competencia cientfica,
podrn ofrecernos lecciones provechosas, extradas de la amplia yfundada visin general por ellos alcanzada.
Admitido esto de buen grado, pienso que es absolutamente
necesario acercarse a los hechos individualizados y concretos y
narrarlos tal como sucedieron para que no se pierda el valor de los
mismos entre la fronda de las reflexiones subjetivas. Cuando se
habla de los ms de siete mil sacerdotes asesinados en nuestra
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guerra, surgen enseguida referencias a la inadaptacin de la Iglesia
espaola a los tiempos, su beligerancia en el campo de la poltica,
su separacin de la clase obrera, la alianza con los ricos, etc., con
lo cual se incurre en graves inexactitudes, en tpicos que impidenun juicio sereno, en parcialismos apasionados. Y se pierde el valor
de los hechos que terminan por ser olvidados en fciles
consideraciones a las que se inclina el gusto de quien escribe o
habla.
La muerte violenta de tantos sacerdotes espaoles, y aun de
muchos seglares catlicos, en aquellos das, tiene caractersticas
propias y singulares: el odio a la fe por parte de quienes mataron, y
el testimonio esplndido en favor de esa fe por parte de quienes
murieron. Aceptacin humilde de la persecucin, confianza en
Dios, fortaleza ejemplar; perdn y amor a sus mismos enemigos,
fueron actitudes que brillaron con singular esplendor en aquellos
buenos pastores del pueblo de Dios a la hora de ser arrancados de
su grey para condenarlos a muerte ignominiosa. ste es el valor delos hechos, que la Iglesia no puede olvidar porque son el obsequio
que ellos, hijos suyos, ofrecieron a Jesucristo, el primer mrtir, a
quien quisieron imitar con amor innegable.
De ah el inters de un libro como ste del archivero de la
catedral de vila. A lo largo de estas pginas el autor nos invita,
con frecuencia, al logro de una plena y sincera reconciliacin entretodos los espaoles. Para conseguir este clima reconciliador sera
tan injurioso como vano sepultar en el olvido las lecciones de vida
que con su muerte nos dieron los sacerdotes de tantas dicesis de
Espaa. El autor, en una admirable Introduccin al libro, fija los
criterios que le han guiado: nada de polmicas, nada de
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consideraciones polticas, ningn ataque o impugnacin a nadie;
que hablen los hechos, esto basta.
Se podr decir que no hubiera habido tantos mrtires, si
antes hubiera habido muchos ms apstoles de la doctrina socialde la Iglesia. Bien. Se pueden decir tantas cosas, con
posterioridad a los hechos, y en relacin con cualquier
acontecimiento de la historia...!
Pero quin no inclinar su frente y cerrar sus ojos, cegado
por tanta luz, cuando contempla la muerte de ese prroco de
Almendral de la Caada, don Jos Sainz Rodrguez, de 35 aos deedad, y cuando vea el comportamiento de sus hermanas con el que
le asesin? O entre el sacrificio del coadjutor de Oropesa, don
Nicforo Prez Herrez, lidiado en el patio del castillo que
convirtieron en plaza de toros, y ultrajado en su cuerpo con saa
infernal y de la manera ms inverecunda imaginable? O cuando
don Csar Eusebio Martn, tambin de Oropesa, ordenado
sacerdote slo cinco aos antes, se vuelve hacia los milicianos que
iban a fusilarle y exclama: Que Dios os perdone como yo os
perdono? De l dijo despus su madre: Mi hijo se pasaba
aquellos das leyendo historias de mrtires y rezando. Expresaba
muy anhelantes deseos de ser uno de ellos. Por eso, no opuso
resistencia alguna cuando llegaron los milicianos a buscarles.
Y as tantos otros, que nunca hicieron dao a nadie, que
amaron a todos, que predicaron el evangelio como mejor supieron
y pudieron hacerlo, que creyeron en Jesucristo hasta el final, que
sirvieron a la Iglesia y a la sociedad, a esta suya y nuestra patria
espaola de ayer y de hoy, tan fcil para olvidar, para cambiar,
para acusar.
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MARCELO GONZLEZ MARTN
Cardenal-Arzobispo de Toledo
Primado de Espaa
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I
Introduccin
Intentar que las siguientes pginas sean una aportacin al
mejor conocimiento de la historia abulense en alguno de sus
aspectos. Me refiero a los acontecimientos durante los meses del
verano del ao 1936. Fecha clave para la vida de los espaoles en
estos ltimos tiempos.
Todo lo referente a la Guerra Civil espaola est de
actualidad. El tema es interesante, aunque no exento de
dificultades.
Debido a mi edad no tuve que tomar parte activa en la trgica
contienda fratricida. Algunos recuerdos s conservo en mi memoria.
Y no son gratos. No obstante, me interes siempre conocer todocuanto se relacionara con la historia vivida por los espaoles en
aquellos aos. Por eso he ido acumulando datos, al menos, en
algn aspecto. El darlos, ahora, a conocer puede resultar
interesante. sa es mi esperanza.
Se refieren a un aspecto muy concreto de la historia de la vida
abulense durante los primeros meses de la Guerra Civil. Al escribir
sobre este asunto, considero a vila como dicesis, no como
provincia. En aquel ao 1936 no coincidan ambos conceptos. Me
interesa, ahora, el aspecto religioso.
Al producirse el Alzamiento nacional del 18 de julio, la dicesis
qued dividida en dos sectores, bien delimitados. Me referir, tan
slo, a la parte dominada por las autoridades republicanas. Se trata
de la zona meridional.
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Eclesisticamente la dicesis estaba dividida en 20
arciprestazgos. De ellos, tan slo 6 quedaron bajo el dominio
republicano. Las parroquias pertenecientes a esos 6 arciprestazgos
se extendan por las provincias de vila, Toledo y Cceres. Enninguno de ellos hay grandes ncleos de poblacin. La capital de la
provincia, desde el primer momento, queda bajo la direccin del
llamado Ejrcito Nacional.
Me voy a referir al aspecto religioso, durante unos meses del
ao 1936. Y en la zona abulense dominada por los comits
marxistas, republicanos. Queda, as, bien deslindado el espacio, el
tiempo y el aspecto del objeto de este libro.
En la recogida de datos he recorrido todos los pueblos. Lo
hice, en su mayor parte, a lo largo del ao 1955. Considero
importante sealar la fecha. Ni muy cercana a 1936, ni
excesivamente lejana a los acontecimientos. Me pareci
conveniente ir recogiendo cuantas noticias fuera posible. Haban
pasado casi veinte aos desde aquellos trgicos acontecimientos.
Dejar transcurrir ms tiempo imposibilitara hallar testigos
fidedignos y de primera mano.
Todo fueron facilidades. Pude acumular toda la informacin
posible. Complet, as, la que ya posea por otros conductos. La
confrontacin de muchos pormenores me fue resultando muy til e
iluminadora.
Se me permiti examinar detenidamente todos los archivos
parroquiales. Pude tambin leer las actas de los ayuntamientos o
comits rojos. Aparecen en ellas reflejadas las relaciones oficiales
entre el prroco y las autoridades civiles durante el ao 1936. En
los libros de difuntos, al ser escrita la partida de defuncin del
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sacerdote asesinado, aparecen consignados datos muy concretos
y valiosos, con la precisin propia de una inscripcin oficial.
An vivan algunos testigos. Habl con ellos. Sus sinceras
declaraciones me resultaron de inestimable valor. Testigosconocedores de los hechos y a quienes razonablemente consider
dignos de todo crdito. Cuantos datos llevaba ya recogidos en aos
anteriores, y por otros medios, pudieron ser avalados o rechazados
escrupulosamente. Creo poder afirmar que todo fue confrontado
con rigurosidad histrica.
No en pocas ocasiones pude sentir la emocin de contemplarel mismo escenario de los hechos, que ir narrando en las
siguientes pginas. Cierto que ya haban transcurrido algunos
aos. Casi veinte. Es conveniente tener en cuenta esta
circunstancia para estimar en su justo valor las declaraciones de
los testigos por m interrogados. Si bien es verdad que su
testimonio no pudo ser muy detallado, sin embargo los datos
aportados tienen, en cierto sentido, un valor ms autntico. Los
nimos se encontraban ya ms sosegados. Lo que hayan perdido
en riqueza y minuciosidad de pormenores, lo han ganado en
serenidad y equilibrio. Haba ido desapareciendo la enorme carga
pasional de aos anteriores. Sin deformaciones partidistas, su
relato era ms imparcial y asptico. Si se recordaban tragedias, era
para apagar rencores.
Previamente a esta visita por todos los pueblos de la zona roja
en la dicesis abulense, fui reuniendo muchos datos. Quiz la
fuente ms valiosa y ms detallada sea la documentacin existente
en el archivo diocesano. He ledo todo cuanto se refiere a los
acontecimientos religiosos en las parroquias abulenses durante el
ao 1936.
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Esta informacin escrita corresponde a los datos enviados al
obispado por los respectivos prrocos, en la mayora de los casos.
El especial inters demostrado por el seor obispo, don Santos
Moro Briz, en la colaboracin de dichos informes merece todonuestro agradecimiento. Gracias a ellos podemos hoy conocer
unas pginas de nuestra reciente historia abulense.
Con fecha de 9 de noviembre de 1936 escriba el prelado una
circular a los sacerdotes, en estos trminos:
Que aquellos seores prrocos, en cuyo territorio haya sido
martirizado algn sacerdote, religioso o seminarista, considerencomo una honrosa obligacin el recoger con toda diligencia los
datos ms interesantes relativos al martirio (aun los que sean
desfavorables al paciente, si los hubiere), por ejemplo: gnero de
martirio que se le dio (sin omitir circunstancias, por tristes y
vergonzosas que sean), si lo sufra con paciencia, con valor, con
alegra, o bien hizo lo posible por defenderse... palabras exactas
que pronunciara...
El seor obispo, doctor don Santos Moro Briz, pide a los
prrocos que, en la elaboracin del informe, sean interrogados
testigos oculares. Y que se distinga escrupulosamente lo cierto de
lo dudoso.
Al ao siguiente, en circular del 22 de febrero, nuevamente elprelado diocesano pide a los prrocos un detallado informe acerca
de las devastaciones de iglesias en la dicesis de vila. Indica
varios puntos en los que ha de centrarse la contestacin oficial. He
aqu algunos: relacin minuciosa de los edificios destinados al culto
que hayan recibido deterioro, a partir del 18 de julio de 1936, a
causa de la persecucin religiosa desencadenada por las
autoridades comunistas. Deben enviar cuantas noticias puedan
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recabar. Relacin de los retablos y dems objetos de culto; mxime
si son de algn valor artstico, histrico o de especial devocin.
Relacin de altares destruidos, imgenes profanadas, ornamentos
sagrados quemados, etc.La detenida lectura de estos informes y las declaraciones, que
fui recogiendo, son las principales fuentes documentales que me
permiten conocer aquellos hechos. Gracias a ello puedo escribir
estas pginas del presente libro.
Han pasado ya bastantes aos. Considero, no obstante,
conveniente recordar aquellos acontecimientos de 1936, por muydolorosos que hayan sido. Ya van siendo menos las personas que
hicieron la Guerra Civil; la gran mayora de los espaoles en activo
no tomamos parte en tan cruel contienda. Algunos s conservamos
imborrables recuerdos de aquellos aciagos aos, aunque no
tuviramos que intervenir en sucesos tan sangrientos. A otros
muchos espaoles les suena todo ello a algo muy lejano. Nadie
desea que vuelvan tales enfrentamientos fratricidas. El conocer o
recordar aquellos tiempos puede y debe evitar las premisas de tan
funestas consecuencias.
En no pocas ocasiones, una campaa persistente, dirigida, a
veces, desde el extranjero, quiz, y orquestada desde aqu,
pretende llevar adelante el empeo de que se olvide, desfigure o
desvirte todo lo que en Espaa sucedi, principalmente lo que se
refiere a la persecucin religiosa durante la Segunda Repblica. La
novela tendenciosa y el cine simplista han venido secundando tales
propsitos, en no pocas ocasiones. Forzoso es reconocer que el
transcurso del tiempo y la proverbial falta de memoria de algunos
espaoles van haciendo el juego a ciertos grupos de presin
poltica e ideolgica.
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Creo que las generaciones que van tomando el relevo en la
multiforme actividad del pas deben conocer o recordar la historia
reciente de nuestra patria. Contina siendo verdad que quien olvida
el pasado est castigado a volverlo a vivir. A nadie le deseamos laexperiencia de aquel ao 1936.
Cierto que no se puede vivir mirando permanentemente hacia
el pasado. Hay que volver la cara hacia el futuro. Es una actitud
joven, ms creadora, ms sincera (dicen), ms valiente, ms
arriesgada. Pero, tambin es cierto que no podemos desligarnos de
un pasado tan cercano y tan aleccionador.
El verdadero historiador es un profeta vuelto de espaldas. Y
con su penetrante y escrutadora mirada hacia el pasado, puede ir
viviendo conscientemente el presente, a la vez que se va
preparando para el inquietante futuro.
Han sido pocos y muy aislados los esfuerzos serios y
documentados por mantener fiel y tenaz el recuerdo de tantoherosmo cristiano ante la cruenta persecucin religiosa por parte
del comunismo en la Espaa de 1936-1939 especialmente. La
conjuracin enemiga encuentra, a veces, su cmplice en el silencio
de muchos y en la pasividad de un gran sector.
En cuanto al tema general de nuestra Guerra Civil del 36, se
van matizando algunos estudios serios y documentados. La
bibliografa va siendo numerosa, bastante intrincada y
frecuentemente fruto de actitudes muy partidistas y pasionales. Y
eso no es escribir historia.
Quiero convencerme de que ltimamente se va despejando el
camino al ir apareciendo estudios ms ponderados, ms
documentados, menos partidistas. Quiz esta visin ma sea un
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sincero y ardiente deseo, ms que una consoladora y autntica
realidad.
Cierto que los nimos pueden estar ya ms serenos. Y van
accediendo a las tareas historiogrficas una serie de hombres ymujeres no implicados de una manera personal y directa, o
ideolgica, en aquellos accidentados aos de la dcada de los
treinta en el quehacer nacional.
Nos podemos referir a los acontecimientos aquellos de una
manera desapasionada. Ya no hay que juzgar a nadie. Nos debe
preocupar solamente describir unos hechos, indagar sus causas,analizar sus consecuencias, aprender sus lecciones. Y todo ello sin
pasin y sin odio. Sin colocamos previamente en una determinada
postura.
Por lo que a m se refiere, al decidirme ahora a escribir estas
pginas, expreso mi sincero deseo de contribuir algo a esos
estudios serios y serenos de algn aspecto de la historia patria y eneste rincn del suelo nacional, correspondientes al lejano ao
1936. Deseo contribuir, as, a mantener fiel y tenaz el recuerdo de
tantos actos heroicos realizados en nuestras parroquias abulenses.
Ser tambin un grano de arena en favor de la reconciliacin
nacional, que es la suma de comprensivos y eficaces encuentros
entre particulares y entre pequeos grupos. Tenemos que
olvidarnos por completo de vencedores y vencidos, de perseguidos
y perseguidores. Aun recordando tragedias, deseo que estas
pginas sirvan para apagar rencores. Esto exige que todos
hagamos el difcil aprendizaje de la convivencia sincera, vigilando a
nosotros y apartndolos decididamente de cuantos brotes pudieran
devolvemos a las intransigencias, que en el pasado nos condujeron
a una experiencia tan dramtica. Se trata de un renovado esfuerzo
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diario de todos los espaoles por integrarnos en unos grandes
objetivos comunes.
Es mi intencin, al escribir las pginas de este libro, evitar
todo impulso de sentimientos pasionales. Es en las claras cumbresdel relato histrico donde quiero permanecer.
Ningn aspecto poltico, militar o econmico de la dicesis
abulense ser tratado en el libro. Es, tan slo, tema religioso el que
ahora me preocupa. Y esto, muy lejos de toda finalidad polmica, y
s adoptando una manifiesta posicin de firme equilibrio y rigurosa
verdad histrica.Al hacer referencia a las personas que sufrieron persecucin
religiosa, tan slo tratar de los sacerdotes diocesanos. No es que
pretenda, con ello, minimizar o cubrir con la tupida sombra del
olvido actitudes y muertes heroicas de algunos seglares. Forzoso
es, no obstante, circunscribir el tema para que lo que pierda en
extensin lo gane en profundidad y detallado estudio.Aun movindome en un terreno meramente histrico, quiero
acercarme a los sacerdotes abulenses, asesinados por el
comunismo con una actitud de sentida reverencia. Espero que la
contemplacin de los ltimos momentos de su vida vaya destilando
un jugoso nctar y confortante aroma de espiritualidad viva y abne-
gada entrega.
Procurar ahorrar la expresin verbal de piadosos
sentimientos en prrafos laudatorios y devotas frases. No deseo
oscurecer con ese ropaje literario la ntida, slida y sencilla
exposicin histrica. No es mi intencin caer en el sentimentalismo
fcil, ni en el fro y seco relato de los hechos. Tolerara ms
gustosamente que se me acusara de lo ltimo.
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La sangrante realidad de los hechos, sencilla y llanamente
narrados, aparecer con toda su fuerza y emotiva riqueza para
iluminar nuestra inteligencia, refrescar nuestra memoria y mover el
corazn.Ir indicando tambin los violentos destrozos causados en las
iglesias, ermitas, imgenes, vasos sagrados, objetos de culto,
ornamentos religiosos, etc. En el recuento de estas destrucciones
podr aparecer con mayor certeza la saa de quienes las
perpetraron. Este martirio de las cosas no pudo ofrecer a los
perseguidores ftiles y particulares pretextos para su accin
profanadora y destructora.
La dicesis de vila supo sufrir su calvario y escribir su
historia religiosa con generoso derramamiento de sangre, incendio
de templos y destruccin de objetos sagrados en aquel ao 1936.
La fama del martirio de los 29 sacerdotes abulenses,
asesinados durante los primeros meses de la Guerra Civil, fue ycontina siendo opinin unnime entre todos los diocesanos y
cuantos los conocieron. Slo se explica lo ocurrido por el odio
contra la religin y la fe catlicas. No contra ellos, si excluimos su
condicin sacerdotal, pues su vida estuvo siempre consagrada al
amor a Dios y al prjimo. No podan sus perseguidores esgrimir
ninguna causa poltica o de ndole personal para matar a estos
sacerdotes abulenses.
A lo largo de las siguientes pginas, espero, quedar bien
claro que: a) la muerte violenta a cada uno de estos 29 sacerdotes
fue causada por sus asesinos en odio a la fe; b) que fue realizada
por enemigos de la fe catlica; c) que tal muerte y los sufrimientos
previos fueron aceptados voluntariamente; d) que todos estos
sacerdotes derramaron su sangre generosa y conscientemente,
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con gestos y palabras de amplio y sincero perdn hacia sus
perseguidores.
Los 29 sacerdotes abulenses, martirizados durante el verano
de 1936, como aparece en las siguientes pginas, respondieroncon su adhesin inquebrantable a Jesucristo, el Testigo fiel, a
cambio de lo ms preciado y precioso que posean, la propia vida.
Todos ellos fueron testigos. Todos murieron a causa de su fe en
Cristo. Ninguno apostat.
Algunos de ellos derramaron su sangre en plena juventud. Por
ejemplo, don Juan Mesonero Huerta, con 22 aos de edad; y donFidelio Gonzlez Navarro, con 25 aos, tan slo. Y con muy pocos
das de ministerio sacerdotal. Otros entregaron su vida, ya madura,
cargada de aos en su actividad parroquial, gastada al servicio de
Dios y de los hombres. Por ejemplo, don Julin Gonzlez Mateos
tena 68 aos de edad; y don Damin Gmez Jimnez, con 65
aos. Recibieron y supieron responder a la gracia del martirio.
Por mi edad no pude conocer directamente a ninguno de
estos 29 sacerdotes martirizados en la dicesis de vila durante
el verano de 1936. Pero s he hablado con muchos testigos acerca
de la actuacin pastoral de dichos sacerdotes. Y de su
prendimiento y martirio. Tales testigos, a quienes considero
plenamente fidedignos, s los conocieron. Y convivieron con ellos.
Su testimonio, por tanto, fielmente recogido en las pginas de este
libro, es de total solvencia y validez.
Mi conversacin con algunos de los declarantes ha venido
desarrollndose desde hace varios aos. El tema viene
preocupndome largamente. Mi inters por ir recogiendo datos al
respecto se inici en 1936. Y an perdura. Los datos se han ido
ampliando y depurando meticulosamente. En lo fundamental son
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muy coincidentes en el fondo y en la forma, puesto que arrancan
de la misma realidad de los hechos. El paso del tiempo no ha
conseguido borrarlos. Su memoria sigue mantenindose muy viva.
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II
Actividades antirreligiosas previas al 18 de
julio de 1936
El siglo XIX en Espaa
No son frecuentes los cambios bruscos en la Historia. Cada
perodo tiene afianzadas sus races en el anterior y prepara al quele sigue. La evolucin histrica es una constante y no permite
ruptura tajante entre el pasado y el presente del humano quehacer.
Refirindonos a la actividad antirreligiosa anterior al da 18 de
julio de 1936 en Espaa, nadie podr exigimos muchas y apretadas
pginas para demostrar que la explosin antirreligiosa del Frente
Popular espaol fue el captulo final de un largo y devastadorproceso histrico en la descristianizacin de nuestra patria.
En estas pginas pretendo, tan slo, indicar algunos
antecedentes, no con pretensiones exhaustivas del tema.
Solamente como teln de fondo, para comprender mejor lo
referente a la dicesis de vila. Todo ello muy brevemente. No se
trata de exponer las causas. Ni de ir describiendo los efectos.
Intento recordar las fechas ms significativas en el desarrollo de la
persecucin religiosa en pocas que ltimamente nos han
precedido.
Sin el afn de ir a recoger aguas muy lejos, s podernos
descubrir en el siglo XIX un poderoso punto de arranque en la
progresiva descristianizacin de nuestro suelo, aunque en algunos
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momentos se produjera alguna meritoria reaccin de las fuerzas
catlicas.
Todo el siglo XIX fue para nosotros un conglomerado de
fechas, que van indicando el descenso del termmetro nacional enno pocos aspectos. Tantas constituciones promulgadas, tantos
parlamentos disueltos, tan frecuentes pronunciamientos militares y
tan crueles guerras civiles son un sntoma de la inestabilidad
nacional.
Ftiles y peregrinos pretextos ocasionaron fuertes medidas
persecutorias contra la Iglesia en Espaa, teniendo comodesenlace la consabida matanza de eclesisticos. Sacerdotes,
religiosos y monjas conocieron, en el sobrecogedor ambiente de su
sangre vertida, torturas y brutalidades mil.
Turbia y agitada, en verdad, la historia eclesistica de Espaa
en la centuria decimonnica. Sucesin, apenas interrumpida, de
persecucin religiosa en los mltiples cambios de gobierno. Todauna serie de rupturas y reanudaciones diplomticas con Roma.
Aquel anticlericalismo, abierto unas veces y solapado otras; las
tenebrosas maquinaciones de la influyente e importada masonera;
aquel obrerismo, con excesivo espritu y actividad revolucionaria,
iban preparando los tiempos de la repblica espaola, con su
intensa y clara actuacin persecutoria contra la Iglesia catlica.
En aquel ambiente tan enrarecido, bastaba que alguien ideara
una calumnia, por muy peregrina y absurda que fuera, para que
una parte del pueblo, un tanto irresponsable, se lanzara, vido de
sangre, contra todo lo que tuviera carcter religioso. As sucedi
con la patraa burda del envenenamiento de las fuentes por los
frailes, a quienes se consider causantes del clera. El populacho
embravecido fue el material ejecutor del llamado pecado de
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sangre, aquel da negro del 17 de julio de 1834. Un centenar de
frailes fueron asesinados impunemente en la capital de la nacin.
El devastador eco de tan espeluznante matanza fue
repercutiendo en otras capitales, originando parecidos atropelloscontra la Iglesia. Espaa caminaba vertiginosamente por el
sendero del mal, salpicndose de sangre inocente de ministros del
Seor.
Llegara, pocos aos despus, el gran robo del siglo,
iniciado en 1835. La catastrfica desamortizacin de los bienes
eclesisticos, realizada principalmente por el ministro Mendizbal,caus un grave dao a las benficas actividades de la Iglesia en
los campos de la cultura y de la asistencia social. Ningn provecho
econmico sac la hacienda pblica. Mediante precios irrisorios
pasaron fructferas haciendas y valiosas obras de arte desde las
llamadas manos muertas, legtimas y caritativas, a manos
demasiado vivas. El erario pblico no aument su riqueza y s
tuvo que cargar el Estado con las muchas obras de beneficencia,
antes en manos de la eficiente y maternal iglesia de Espaa.
Innumerables y valiosas obras de nuestro rico patrimonio
histrico, documental y artstico, creado con esfuerzo y custodiado
con diligente cuidado por la Iglesia catlica, sufrieron irreparables
deterioros. En no pocas ocasiones fueron destruidas y en otras
muchas pasaron a manos de particulares, quienes no demostraron
la suficiente sensibilidad artstica capaz de conservarlas hasta
nuestros das. Se unan, ah, el anticlericalismo espaol y la
prdida o deterioro de gran parte de nuestra anterior riqueza
artstica y documental, como causa y efecto.
Disposiciones sectarias e intromisiones mil por parte del
Gobierno iban apareciendo ya con cara de abierta persecucin
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eclesistica. El papa Gregorio XVI, en su especial encclica,
sintetiz la universal repulsa del mundo catlico contra tales
medidas gubernativas en Espaa.
Con Bravo Murillo y, antes, con Narvez, reaparece lanormalidad religiosa durante algunos aos. Fue un parntesis de
bonanza, aprovechando para la firma del concordato de 1851,
vigente hasta el de 1953.
No durara mucho la calma. El oleaje revolucionario, llevando
en sus entraas una gran dosis antirreligiosa, creca ms y ms,
especialmente cuando vuelve desde Inglaterra el generalEspartero. Vejmenes sin cuento y ttricos incendios de iglesias y
conventos iluminan con resplandores de barbarie la geografa
espaola, al amparo de radicales y extremistas disposiciones del
Gobierno.
Cuando en 1873 queda instaurada la Primera Repblica, se
da un paso en firme por el camino de la descristianizacin. Seamansaran un poco las turbulentas aguas al ser restaurada la
monarqua borbnica en la persona de Alfonso XII, en el ao 1874.
Llegado ya el siglo XX, el triste experimento de la Semana
Trgica de Barcelona (julio de 1909) produjo el incendio de unos
cincuenta templos y conventos.
Aos despus, el da 4 de julio de 1923, caa asesinado enZaragoza el cardenal Soldevila.
Alguna consistencia religiosa adquiere nuestra patria mientras
Alfonso XIII se sinti apoyado por el firme brazo de don Miguel
Primo de Rivera. La enrgica actitud y enraizado sentido catlico
del marqus de Estella, fueron capaces de proporcionar a Espaa
algunos aos de consolidacin religiosa y prestigio poltico, social y
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econmico. Fue un consolador parntesis de bonanza, despus de
atormentadas etapas.
La Guerra Civil espaolaSabido es de todos que la cruel Guerra Civil espaola (1936-
1939) fue realmente una persecucin religiosa contra la Iglesia
catlica, aunque tuviera tambin otros aspectos. Y en elevado
grado. Por ejemplo, polticos y sociales, con toda la importancia
que tienen tambin los dos ltimos. Hubo miles de sacerdotes,
religiosos y monjas asesinados en odio a la fe. Hubo tambinmiles de templos quemados, destrozados, profanados. Y el nmero
de imgenes religiosas destrozadas fue inmensamente ms
elevado. Podemos hablar del martirio de personas eclesisticas y
del martirio de las cosas.
Es cierto que tan amplia e intensa persecucin religiosa,
extendida por casi todo el territorio nacional, fue previamentepreparada y sostenida durante aos por el ms virulento marxismo
ateo y activamente eficiente contra todo lo sagrado. Socialismo,
sindicalismo, anarquismo y comunismo fueron preparando y cal-
deando el ambiente tambin en Espaa contra toda manifestacin
religiosa, especialmente contra la Iglesia catlica, y muy en
concreto, contra sus sagrados ministros.
La propaganda atea, beligerante, cnica y calumniosa gozaba
de poderosos medios de difusin entre el pueblo espaol. No era
fcil resistir a su poderoso embate.
Ya Lerroux haba dicho a sus jvenes brbaros de
Barcelona que haba que destruir la Iglesia.
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Entrad a saco les gritaba en la civilizacin decadente y
miserable de este pas sin ventura; destruid sus templos; acabad
con sus dioses; alzad el velo de las novicias y elevadlas a la
categora de madres para virilizar la especie. No os detengis ni
ante los sepulcros, ni ante los altares. No hay nada sagrado en la
tierra. El pueblo es esclavo de la Iglesia. Hay que destruir la
Iglesia. Luchad, matad, morid.
La Segunda Repblica
Esta actividad antirreligiosa y anticlerical aument en Espaadesde el ao 1931 con la constitucin del Gobierno republicano, en
el que la extrema izquierda ocup los puestos clave en la vida
nacional.
Por todos los medios, el poder gubernativo excitaba a las
masas contra la Iglesia catlica. Ya en marzo de 1931 fueron
incendiadas varias iglesias y casas de religiosos. En Madrid, enValencia, en Alicante, en Sevilla, en Mlaga, en Crdoba y en otras
ciudades.
Tales atropellos, si es que no eran provocados o instigados
por las autoridades gubernativas, al menos no eran reprimidos.
Con su cnica pasividad iba creciendo la agresin a todo lo
religioso. No se apagaban los incendios provocados. No se
reparaban los destrozos voluntariamente causados en los templos.
Una bien organizada propaganda por todos los medios
posibles iba atacando con insospechadas e inverosmiles
calumnias a sacerdotes y a religiosos.
En el ao 1931, desde los primeros meses, el ambiente
general en Espaa era fuertemente anticlerical y antirreligioso. Ellaicismo, cada da ms virulento, iba llegando al poder. Fue
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tomando cuerpo una legislacin laicista. Y se iba tolerando
cualquier manifestacin callejera y violenta de armados grupos
revolucionarios.
Del sentimiento anticlerical y terico de algunos intelectualesse baj al ms burdo y simple de la masa popular. Y de aqu se
pas al antirreligioso en no pocas ocasiones. Junto con los
oradores y demagogos, actuaron los tribunos de la plebe,
responsables directos de disturbios callejeros y de atentados a las
personas.
Tambin desde el mundo de las letras se iban fomentandoesta actitud contra la Iglesia, en peridicos, revistas, obras teatrales
y escritos diversos. Por este medio se haca llegar a los ambientes
populares, entre obscenidades, blasfemias, chabacanadas y todo
gnero de libertinaje, imgenes estereotipadas y falsas de una
Iglesia espaola, presentada como nica responsable de todos los
males de la sociedad y, consiguientemente, merecedora de los
mayores castigos.
Esta fobia anticristiana y anticlerical estall, beligerante, a
partir del da 14 de abril de 1931, principio de la Segunda
Repblica espaola.
Fueron surgiendo publicaciones y casas editoriales al servicio
del ms furibundo ataque contra la religin y contra la Iglesia
catlica. Libros y peridicos minaban e iban apagando la fe
cristiana en el pueblo sencillo, en cuya cabeza iban metiendo ideas
anticatlicas. Contra la religin, contra el Papa, contra los
sacerdotes.
Cuando el da 14 de abril de 1931 empieza en Espaa la
Segunda Repblica, queda iniciada la etapa ms agresiva, hasta
entonces, contra la catlica nacin.
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La Repblica es la forma de gobierno establecido en Espaa; en
consecuencia, nuestro deber es acatarla.
La mayora de los obispos recomendaron sensatez y cordura
a los sacerdotes, prohibindoles intervenir en asuntos polticos. Yen esta misma lnea actu la Santa Sede. Por medio del nuncio
Tedeschini llegaron desde el Vaticano claras instrucciones a los
obispos, pidindoles que mostraran el mximo respeto hacia el
Gobierno republicano para asegurar el orden y el bien comn.
A pesar de esto, poco despus del da 14 de abril de 1931,
fecha de la proclamacin de la Segunda Repblica, fueronsurgiendo dificultades en las relaciones entre Gobierno y
Episcopado. Cierto que hubo algunos obispos que se mostraron un
tanto crticos ante los graves atropellos que iba sufriendo la Iglesia
en Espaa. Dentro del Gobierno republicano no fue idntica su
actitud ante el problema religioso. Junto a ministros moderados
haba otros muy radicales y en extremo anticlericales. Y triunfaron
estos ltimos.
Ya en el mismo mes de mayo de 1931, durante los primeros
das de la Segunda Repblica, se constituy la Liga Anticlerical
Revolucionaria. Llegan muy pronto la expropiacin de bienes
religiosos, la expulsin de los jesuitas y de otras rdenes religiosas.
Crece la lucha anticlerical y la propaganda atea. Se van
organizando comits revolucionarios y antirreligiosos.
Durante los das 11, 12 y 13 de mayo del mismo ao 1931 se
produjeron en varias capitales espaolas violentas manifestaciones
de furibundo anticlericalismo con asaltos, saqueos e incendios de
iglesias, monasterios y conventos. Y no hubo reaccin por parte de
las fuerzas del orden, ni de los bomberos. Ms de un centenar de
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edificios religiosos quedaron, en gran parte o completamente, des-
truidos. Tampoco intervino la autoridad judicial.
Parece ser que algn ministro dijo ante tales desmanes:
Todos los conventos de Espaa no valen la vida de unrepublicano. Y, cuando en Mlaga estaban ardiendo el palacio
episcopal y la residencia de los jesuitas, el gobernador militar
orden la retirada de la fuerza pblica, que intentaba dominar el
incendio. La misma autoridad militar envi al ministro de la Guerra
el siguiente telegrama: Hoy ha comenzado quema de conventos.
Maana continuar.
El nuevo ministro de Gobernacin, don Miguel Maura, recibi
del alcalde de un pueblo este telegrama: Proclamada la repblica.
Diga qu hacemos con el cura.
Los violentos ataques a la Iglesia catlica, iniciados a los
pocos das de la proclamacin de la Segunda Repblica,
continuaron ms intensa y extensamente durante los mesessiguientes. Todo ello iba haciendo imposible la respetuosa relacin
entre Iglesia y Repblica espaolas.
Una ola cruel de insensato vandalismo iba apoderndose del
territorio nacional. Nada consigue el enrgico escrito que el da 3
de junio de 1931 elev al Gobierno el cardenal Pedro Segura, en
nombre de todos los metropolitanos de Espaa. Tan valiente
actitud ocasionara al Primado el forzoso destierro y la renuncia a la
sede toledana, con el consiguiente canje de notas entre la
nunciatura y el Gobierno, cuyas relaciones iban siendo cada da
ms tirantes.
Mediante ley se suprimi el voto de obediencia al Papa. Todas
las rdenes religiosas quedaron sujetas a una ley especial, que
impeda su normal desarrollo y actividad. Sus bienes quedaron
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nacionalizados. Con eficaces normas legales, emanadas del
Gobierno republicano, quedaba, de hecho, abolida la religin cat-
lica en Espaa. No es necesario, ni hay tiempo ahora para
concretar muchos de estos pormenores.La Gaceta se encargaba de ir promulgando frecuentes
disposiciones antirreligiosas. Secularizacin de cementerios;
establecimiento del divorcio y matrimonio civil; arranque de todo
signo religioso en las escuelas; limitacin del culto catlico y
sumisin a la autoridad civil; secularizacin de todos los bienes
eclesisticos; inspeccin meticulosa y dura sobre las rdenes
religiosas, etc.
Cuando el Episcopado espaol dirige su carta colectiva a los
obispos de todo el mundo, ya que el pensamiento de un gran
sector de opinin extranjera est disociado en la realidad de los
hechos ocurridos en nuestro pas, habla del quinquenio que
precedi a la Guerra Civil. Esta carta colectiva tiene la fecha de 1
de julio de 1937.
He aqu algunas frases en tal documento contenidas:
La constitucin y las leyes laicas, que desarrollaron su
espritu, fueron un ataque violento y continuado a la conciencia
nacional. Anulados los derechos de Dios y vejada la Iglesia,
quedaba nuestra sociedad enervada en el orden legal, en lo quetiene de ms sustantivo la vida social, que es la religin.
Sigue hablando de los incendios de los templos en Madrid y
provincias, en mayo de 1931. Fue un quinquenio de continuos
atropellos de los sbditos espaoles en el orden religioso.
Muy bien conoca el papa Po XI la situacin, que se iba
creando en Espaa en cuanto al aspecto religioso. En su
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El cardenal Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, en
nombre del Episcopado espaol, con fecha 22 de diciembre el
mismo ao 1932, agradeca a los obispos de Chile la:
condolencia por los graves males que afligen a nuestraIglesia, haciendo coro a las innumerables protestas de adhesin y
solidaridad con nuestros sufrimientos, que de todo el mundo
cristiano hemos recibido, empezando por el padre comn, el
romano Pontfice...
Ha sido dura la prueba para nosotros, nacidos en este pas
eminentemente cristiano, amamantados y educados en el espritude la Iglesia, cuya saludable y vivificadora savia penetraba y
sostena las principales instituciones y ha informado los ms
grandes y trascendentales acontecimientos de nuestra historia.
Podramos recordar ms testimonios y datos. Los hay en
abundancia. Y son muy expresivos. Muy claros y muy significativos.
Pero, no es necesario. No es el objeto de este trabajo. Por otraparte, nos alargaramos demasiado.
Los primeros meses de 1936
Con las elecciones del da 16 de febrero de 1936 se afianza
en Espaa el Frente Popular. Y con ello se incrementa la prensa
antirreligiosa. Durante los cinco meses de Gobierno del FrentePopular (16 de febrero al 18 de julio de 1936) varios centenares de
iglesias fueron incendiadas y saqueadas. Otros templos quedaron
incautados por las autoridades civiles. Varias decenas de
sacerdotes fueron amenazados y obligados a salir de sus
respectivas parroquias. Otros fueron expulsados de forma violenta.
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Algunas casas parroquiales quedaron saqueadas. Otras pasaron a
manos de la autoridad civil del municipio.
Se obstaculizaba y, a veces, se impeda la celebracin de
actos de culto catlico. Algunos sacerdotes fueron encarceladoscon el ms mnimo pretexto. Se iba, as, intensificando un clima de
terror contra la Iglesia catlica en Espaa. Para fomentar y
acrecentar el odio contra todo lo eclesistico se propagaban
intencionadamente falsas acusaciones. Con ello provocaban el
asalto e incendio de templos y colegios religiosos.
La extrema izquierda y grupos revolucionarios afines iban, conhabilidad demaggica e insistencia constante, envenenando a la
masa. El futuro cardenal Enrique y Tarancn, entonces joven
sacerdote, refirindose a la situacin de la Iglesia en Espaa
durante el primer semestre de 1936, nos ha dejado escrito en sus
Recuerdos de juventud:
Se inventaban calumnias absurdas para atacar brutalmente areligiosas indefensas, como un grupo numeroso de personas en
Puente Vallecas, que atac a unas religiosas al salir de su
convento. Se insultaba fcilmente a los sacerdotes...; las
izquierdas haban hecho imposible la convivencia en paz.
Este clima antirreligioso, intensificado en Espaa durante los
primeros meses de 1936, se convierte en cruel persecucinreligiosa con toda su crueldad y eficacia en la zona republicana
desde el da 18 de julio, inicio de la Guerra Civil.
La consigna, que llegaba desde Mosc, era muy clara: Hay
que matar a los sacerdotes. Y lo hacen exclusivamente por su
condicin sacerdotal. El diseo ateo quedaba bien claro y preciso
en estas palabras:
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III
La dicesis de vila antes del da 18 de julio
de 1936
Una la dicesis de vila
La superficie de la dicesis de vila en el ao 1936 era de
9.760 km2, ocupando el vigsimo lugar en relacin con las dems
dicesis espaolas. Tal superficie diocesana coincida no con la dela provincia. La extensin provincial es de 8.048 km2. Menor, pues,
que la de la dicesis en aquel ao. Reformas eclesisticas
posteriores han hecho coincidir la superficie diocesana con la
provincial.
Si atendemos a la poblacin, tambin hay en 1936 una
notable diferencia entre dicesis y provincia. Mientras losdiocesanos ascendan a 332.720, los habitantes de la provincia
eran, tan slo, 251.000. Haba, pues, una diferencia de 81.720 a
favor de la dicesis.
A referirme en el presente libro a cada una de las parroquias,
sometidas al dominio rojo en aquel ao 1936, ir indicando el
nmero de habitantes.
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Los seis arciprestazgos aparecern por orden alfabtico, tanto
ellos entre s, como los pueblos que cada uno de ellos comprenda.
Adelanto este resumen:
Nombre del arciprestazgo N de parroquias Habitantes
Arenas de San Pedro 13 28.848
Burgohondo 12 18.561
Casavieja 17 26.513
Cebreros 8 19.820
Oropesa 14 33.494
El Real de San Vicente 7 7.923
TOTAL 71 135.159De estas parroquias abulenses, sometidas al dominio marxista
durante el verano de 1936, pertenecen a la provincia de vila 44; a
la de Toledo 25 y a la de Cceres 2.
Como el tema al que se refiere este libro es eclesistico y trata
del ao 1936, las presentes pginas considerarn a todos los 71
pueblos, aunque no sean todos de la provincia de vila, nipertenezcan y a esta dicesis abulense.
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Como en el ao anterior, resultaba necesario pedir
autorizacin gubernativa siempre que se deseara celebrar algn
acto de culto catlico fuera del templo. Tal autorizacin era
frecuentemente denegada.Al cabildo de la catedral no se le permiti realizar cuatro
procesiones durante el mes de mayo de 1933. Obra en el archivo
catedralicio un documento en el que el Gobierno civil de la
provincia comunica tal prohibicin.
No queremos alargarnos mucho al recordar las condiciones en
las que se encontraba la Iglesia catlica en la Espaa anterior al 18de julio de 1936. Bastaranos ir siguiendo, entre otros documentos,
la declaracin del Episcopado espaol con motivo de la Ley de
Confesiones y Congregaciones Religiosas. Tiene la fecha el da 25
de mayo de 1933.
Permtasenos remitir a la carta encclica Dilectisima Nobisde
Po XI sobre la injusta situacin creada a la Iglesia catlica enEspaa. El da 3 de junio de 1933 es su fecha.
Como ya qued indicado, al referirme al ao 1932, la priora
del monasterio de San Jos (Las Madres) solicita del cabildo
catedralicio que nombre una comisin para que asista a la misa
solemne el da de San Bartolom para conmemorar el aniversario
de la fundacin de dicho monasterio por Santa Teresa de Jess
aquel dichoso da 24 de agosto de 1562. Pide la priora que vaya
una representacin del cabildo, aunque sea privado,
ya que persisten desgraciadamente las mismas
circunstancias que le impiden acudir procesionalmente, segn lo
vena haciendo desde tiempo inmemorial.
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IV
En las estribaciones de Gredos
(arciprestazgo de arenas de San Pedro)
ARENAS DE SAN PEDRO
En la cabecera del arciprestazgo. En el ao 1936 figuraba con
un censo de 6.589 habitantes. La bella ciudad de Arenas de San
Pedro se encuentra en un lugar privilegiado de la provincia
abulense. Dormida en una hondonada, reposa en la vertiente sur
de la imponente sierra de Gredos. Es la parte meridional del
impresionante macizo. Es la llamada Andaluca de vila.
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a desobedecer dicha ley de la Iglesia. Todo ello en medio de
insultos y burlas.
Iglesia parroquialDon Julin Gonzlez Mateos era el prroco-arcipreste de
Arenas de San Pedro. Ya en el mes de julio iba encontrando
frecuentes dificultades en el desarrollo de su ministerio sacerdotal.
A mediados de julio del 36, el comit rojo exige violentamente
las llaves de la iglesia. Tiene que entregrselas el prroco. Pudo
antes consumir las sagradas especies.Prohibida la celebracin de la misa. Ni tocar las campanas.
Hubo que realizar dos o tres entierros. Fue necesario prescindir de
todo signo religioso. Sin intervencin ninguna del sacerdote. Lo
organizan los del comit rojo. Para mayor burla y sarcasmo contra
la religin, sin ser el paso obligado ni ordinario, aquella civil y
ridcula caravana fue discurriendo por delante de la casa del seorcura.
La maravillosa iglesia queda convertida en almacn de
vveres. Quiz esta utilidad que les reportaba result poderosa
razn para que no fuera destruido el templo. Cierto que en algunas
ocasiones estuvo en peligro. La orden de destruccin estaba dada,
segn parece. Al fin, como les resultaba muy til, no fue incendiadala monumental iglesia. Despus servira tambin como crcel.
Cierto da unos miembros de la FAI se muestran decididos a
quemarla. El alcalde se opone, con la promesa de hacerlo ms
adelante. Tampoco fueron destruidas las imgenes. Menos suerte
tuvieron algunos objetos sagrados. Cuanto estimaron de valor, se
lo llevaron. Parte de ello pudo ser recuperado. Un cliz sera
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utilizado para beber caf, en medio de risas y mofas. No faltaron
mltiples profanaciones.
En Arenas de San Pedro viva el sacerdote don Jos Serrano
Cabo. Era su lugar de nacimiento. Fue testigo de excepcin. Mefue informando extensamente.
Con fecha de 4 de marzo de 1937 escriba al obispado:
En la parroquia se han llevado un copn grande de plata, la
cruz procesional, un portaviticos, un crucifijo de madera de
Jerusaln con las catorce estaciones, un crucifijo pequeo de
plata... una arquita de plata repujada... los remates y adornos de lacustodia... la escultura de la Virgen de los Dolores del centro del
porta-paz, un candelero... casi todas las alhajas de la patrona....
La carta es amplia. Muchos pormenores me fue comunicando
en mis entrevistas con l. Y no solamente en relacin con los
objetos sagrados.
La iglesia de las monjas agustinas, vulgarmente conocida con
el nombre de iglesia de la Plazuela, fue utilizada tambin como
almacn de vveres. Por esta razn, tampoco sufri importantes
destrozos en su fbrica e imgenes.
Convento de San Pedro de Alcntara
Se encuentra a unos tres kilmetros de la ciudad arenense.
Delicioso su emplazamiento. Lugar muy venerado por todos
aquellos contornos. All reposan los restos mortales del portento
de la penitencia y reformador de la orden franciscana, San Pedro
de Alcntara.
Hecho de races de rboles le llam, en frase lapidaria,
Santa Teresa de Jess. Ella le conoci muy bien. De l recibi la
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Santa eficacsima ayuda. En el convento se conserva la humilde y
diminuta cueva donde pas gran parte de su vida, en penitente y
constante oracin.
Forma parte del convento una magnfica capilla. De rica yvariada policroma en sus mrmoles. Grandes y valiosos ngeles
de bronce en su interior. El renombrado Ventura Rodrguez fue su
arquitecto.
Un modesto lego franciscano, fray Diego de Extremera, logr
interesar a Carlos III. Y, gracias al rey, pudo ser construida tan
monumental y bella capilla, destinada a contener los restosmortales de San Pedro de Alcntara.
El tesn y la audacia santa de otro humilde lego, fray Jos
Trinidad, conseguiran restaurar en este siglo tan magnfico edificio.
Casi todos los datos referentes a este convento, durante el
dominio rojo, se los debo al indicado fray Jos Trinidad. l fue el
mejor testigo directo de los hechos en cuestin.Principalmente en el ao 1955 mantuve con l prolongadas
entrevistas en los mismos lugares en los que se haban
desarrollado los acontecimientos. Los datos por l aportados son
muy concretos, muy fidedignos. Su relato siempre result muy vivo.
Nadie como l poda informarme.
Aun con el decidido empeo de resumir mucho, me esforzartambin por ser muy fiel en la descripcin. Quiero con ello ofrecer
un agradecido recuerdo a quien tantas veces me habl acerca de
hechos intensamente vividos por l en aquellos meses de 1936.
El da 20 de julio la comunidad de padres franciscanos unos
catorce tuvo que emprender la huida. Las circundantes montaas
les van prestando fcil escondite. Viajando al amparo de laoscuridad, permanecen ocultos entre la maleza durante el da.
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Salen del comedor. Hay que continuar revisando el convento.
Vuelven a la capilla. An se encontraban all las imgenes. Alguien
intenta quemar la preciosa talla de San Pedro de Alcntara. Pero
uno de los milicianos se interpone enrgicamente.Al que toque el santo, lo mato.
Y nadie se atrevi a destruir la imagen. No debe
sorprendernos tal gesto. Fue frecuente encontrar mezclados
sentimientos de especial veneracin hacia alguna imagen y
rabiosos ataques a la religin o cosas sagradas.
Otras imgenes, menos veneradas por el pueblo, estaban
corriendo peligro de ser profanadas y destruidas. Tuvo que
intervenir el lego franciscano.
Dejad esas imgenes. No habis dicho que se ha
terminado la religin? No es ya este convento para el pueblo? Lo
podemos utilizar como escuelas. Yo soy maestro y puedoencargarme de vuestros hijos. Con las imgenes podrn jugar las
nias. No las rompis vosotros. Si lo hacen vuestras hijas, se
divertirn ms que hacindolo vosotros.
Llegan a la hermosa y monumental capilla del Santo. Varios
ngeles de bronce adornan sus altares y las paredes de mrmol.
Intentan descolgar alguno. No les resulta fcil. Tienen que desistir.Lo haran ms tarde.
Ya han recorrido el convento. Al salir, uno de los milicianos
rojos est decidido a quemar el edificio, porque ya no volvern a
existir los frailes... Interviene fray Jos. Y logra convencerle. Ya lo
haran en otra ocasin. Les recuerda que podra servir para
hospital, escuelas, o... casa para ellos mismos.
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Arenas, permaneci hasta la fecha de su martirio, acaecido el da
20 de agosto de 1936.
Por su notable cultura y extraordinario prestigio, gozaba de
gran simpata entre sus feligreses. Su reconocida bondad le hacaacreedor de generales muestras de cario y amor.
Todos los testigos, interrogados principalmente en mi visita del
ao 1955, coinciden en afirmar que don Julin haba sabido
granjearse la veneracin y el respeto de los mismos socialistas y
rojos del pueblo. Los mltiples favores, del prroco recibidos, eran
la causa de tal aprecio general.Esto no obstante, se le fue complicando la situacin. Todo
obedeca a la consigna recibida. Habra que olvidar las muestras
de amor, tan prolijamente demostradas por don Julin. Haba que
hacer desaparecer todo cuanto oliera a religioso. Y ante esta
consigna, de nada valan razones de agradecimiento.
Revueltas y motines insistentes, suscitados por personas designificada tendencia izquierdista, iban enrareciendo el ambiente.
Cada da con mayor frecuencia. El comit rojo dominaba por
completo la situacin de la ciudad arenense. Tena todas las
riendas del poder. Medios para amedrentar no le faltaban. Intencin
de conseguirlo, tampoco.
Don Julin conoca la tormenta que se estaba avecinando. Denada le sirve redoblar sus obras de caridad y su afable trato para
con todos. l nunca crey que aquellas muestras de amor,
prdigamente dadas por l, iban a tener tan inexplicable e indigna
correspondencia. Se haba formado la idea de que los tena a todos
de su parte.
Le proporcionaron los mismos miembros del comit rojo unsalvoconducto. Esto le afianz en su creencia de que nada malo le
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ocasiones escuch el vivo relato. Ahora resumo los datos. Tan slo
indicar los ms importantes.
Sera la una y media de la madrugada. En la noche del 20 al
21 de agosto. Ao 1936. He aqu el dilogo:
A dnde me llevis a estas horas?
Al comit le responden los rojos.
Pero... si yo he sido siempre bueno con todos vosotros. Siempre
os he defendido.
T no te preocupes. No te pasar nada. T vienes ahora con
nosotros. Y... nada ms.
Decidme, dnde me vais a llevar?
Iremos a Candeleda. Debes prestar una declaracin.
Le obligan a salir de la casa rectoral. Se lo llevan calle abajo.
En vano insiste nuevamente recordndoles el salvoconducto. De
nada servan los innumerables beneficios de l recibidos.
Me habis engaado. Me fie de vosotros.
Para perderme yo, te pierdes t le contest el que
actuaba de jefe.
Llegan a la carretera. Es muy poca la distancia. All tienen
preparada una camioneta. Tiene que subir. Y emprenden la marchare direccin a Candeleda.
Qu pas a partir de este momento? No han podido ser
muchos los pormenores seguros que me han podido comunicar.
Han sido varios los esfuerzos realizados para lograr referencias
ciertas. No ha sido mucho lo averiguado. Ni en mi recomido por
aquella zona, ni en el informe oficial existente en el archivo dioce-
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Junto a la carretera apareci el cadver. Un guarda de
aquellos contornos le descubre. Tena un odo destrozado. Un
escapulario y un rosario permanecan junto a su cuerpo. Parte de
los restos mortales aparecan quemados.Pocos das despus del 8 de septiembre, fecha de la
conquista de Arenas por las tropas nacionales, se pudo proceder al
traslado del cadver. Me cont la escena, hace aos, un testigo
presencial. Estaban los restos mortales del prroco un poco
enterrados. A flor de tierra fueron apareciendo algunos huesos
calcinados. La tierra circundante estaba como impregnada de
grasa. Algn trozo de ropa no estaba quemado por completo. S
apareca chamuscada. Cuantos restos pudieron ser recogidos son
trasladados al cementerio.
En el libro de difuntos, existente en el archivo parroquial, he
ledo una lista de personas asesinadas por los rojos en Arenas de
San Pedro. Aparecen 30, en total. Hay consignados algunos datos
referentes a cada una de ellas.
En dicho libro de difuntos, n 8, folios 157 v., 158 y 159, entre
otros datos, puede leerse lo siguiente:
Don Julin Gonzlez Mateos, presbtero cura prroco de
sta, natural de Cebreros, hijo de Basilio y Eugenia, de edad de
sesenta y nueve aos: llevaba once aos de prroco de sta;asesinado por las hordas marxistas el 20 de agosto de 1936 en el
camino y cerca de Candeleda; fue identificado su cadver e
inspeccionado por Alvaro Rodrguez, caminero y vecino de
Candeleda, natural de Arenas de San Pedro; el cadver fue
quemado despus; y unos trocitos de huesos calcinados, que
quedaron, se trasladaron al cementerio de est villa en 19 de
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noviembre del mismo ao e inhumados cerca de la capilla, a lado
del sepulcro del seor prroco de Santa Cruz, don Manuel Surez.
Unos aos despus, varios testigos, en sus declaraciones, me
fueron ampliando cuantos datos aparecen resumidos en el acta dedefuncin.
En la iglesia parroquial hay dos inscripciones. La primera, de
cermica, colocada en la pared, junto al altar de San Pedro de
Alcntara, dice as:
A la santa y gloriosa memoria de don Julin Gonzlez
Mateos y don Fidelio Gonzlez Navarro, prroco y coadjutor de
esta iglesia, que recibieron la palma del martirio inmolados por los
marxistas en odio a la fe el 20 de agosto y 4 de septiembre de
1936. Martyres Domini. Dominum Benedicite in Aeternum.
Al indicar la fecha de la muerte del cura prroco, don Julin,
en algunos documentos aparece sealado el da 20, mientras que
en otros se indica el 21. No hay contradiccin. Esta diferencia es
debida al hecho de haber sucedido precisamente durante la noche
entre los dos das.
La segunda inscripcin, tambin de cermica, colocada en
una pared de la iglesia, junto al altar de la Virgen del Pilar, dice as:
El da 8 de septiembre, fiesta de nuestra patrona,encontrndose esta villa bajo el dominio del comunismo, fue
liberada a las ocho de la noche por el glorioso ejrcito nacional, sin
tener orden de ocuparla. Para perpetuar la memoria de tan insigne
merced de nuestra patrona la Virgen del Pilar, se coloc esta
lpida conmemorativa costeada por su asociacin y por todo el
pueblo.
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En la parte superior de la lpida se encuentran representados
la Virgen del Pilar de Arenas, San Pedro de Alcntara y San
Agustn. Debajo de estas figuras; el escudo de la ciudad de Arenas
y este lema: Siempre incendiada y siempre fiel. Sigue la fecha dela colocacin: 8 de septiembre de 1937.
Como queda indicado en la trascripcin de la primera lpida,
aparece en ella tambin el nombre de don Fidelio Gonzlez
Navarro. Era el coadjutor. Tambin fue asesinado por los
comunistas. Ms adelante me referir a l. Cuando trate de su
pueblo natal, San Esteban del Valle. All se desarrollaron los
ltimos acontecimientos de su vida.
Durante el ao 2002 he intentado recoger algunos datos
complementarios entre algunos vecinos de Arenas de San Pedro.
No han podido ser muy concretos, dado el tiempo transcurrido. Don
Jess Bermdez lvarez, de 87 aos, y su hermano don Jos, de
85, han afirmado lo siguiente.
Don Jos fue monaguillo del prroco don Julin. Le acompa
mucho en los actos religiosos en la parroquia. Le tiene an un gran
cario y veneracin. Se ha preocupado de cuidar su sepultura
hasta hace unos aos. Ya no puede hacerlo debido a su avanzada
edad. Sigue afirmando que reza todos los das y le pide la
perseverancia final. Afirma esta declarante que estuvo con el
prroco la vspera de su prendimiento. Habindole aconsejado la
huida, don Julin no lo hizo. Dice que algunos testigos del
prendimiento le contaron los pormenores, que ya figuran en lo
anteriormente escrito.
Los dos hermanos declarantes, don Jos y don Jess, afirman
en el ao 2002 que don Julin era muy recto [...]; era muy bueno,
muy compasivo. Antes de celebrar la misa se pasaba un buen rato
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de rodillas ante el sagrario; y despus daba gracias por lo menos
un cuarto de hora. Era muy caritativo. Todos los das visitaba a los
enfermos. [...] l fue siempre muy bueno, muy recto y amable con
todos.Se mostr muy valiente, dispuesto a lo que Dios quisiera. Por
eso, no quiso huir.
Esos dos declarantes corroboran lo que anteriormente he
escrito, en referencia al martirio del prroco de Arenas de San
Pedro.
Segn ellos, le cogieron, le llevaron primero a Candeleda.Luego le trajeron hacia Arenas. Y le fusilaron en el camino.
Adems, lo quemaron. Quedaron muy pocos restos. No hubo
testigos, ms que los asesinos. Por eso, no se conoce el momento
preciso de su martirio.
Siguen afirmando, en el ao 2002, que los rojos mataron a
don Julin slo por ser sacerdote. A la pregunta de si fueconsiderado como verdadero mrtir de Cristo, responden: S,
desde el primer da. Se conserva la memoria viva de su martirio.
Los pocos restos que pudieron ser recogidos, ya que fue quemado
su cadver, se encuentran enterrados en el cementerio. Estaran
muy contentos si este bondadoso sacerdote fuera elevado a los
altares y declarado verdadero mrtir de Cristo.
Ramacastuas
En aquel ao 1936, figuraba como anejo de Arenas de San
Pedro el pequeo pueblo de Ramacastaas. Unas lneas, tan slo,
acerca del dominio rojo en esta localidad.
Para ello he contado con detallados informes, proporcionadosen el ao 1955.
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