Susana Beatriz Montesinos Torres--Pensamientos de un Bol de Ramen
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Pensamientos de un Bol de Ramen
2013
Susana Beatriz Montesinos Torres
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A Ricardo G.L.
Por mantenerme los pies en el suelo.
Y a mi abuelo Ángel J.
Al que creo que le hubiese gustado ver
terminado este proyecto.
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Índice
El señor de los gatos.......................................7
No es por casualidad.......................................9
Bob's Jamaica................................................12
Como una luna sin cielo................................14
Resistiré........................................................16
El metro en domingo.....................................17
Tino en los cielos...........................................19
Eloise (o la chica del póster).........................27
Tripita............................................................29
Santa Lucía....................................................30
La Carta.........................................................32
El condenado.................................................35
Epílogo..........................................................39
Jukebox..........................................................41
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El señor de los gatos
Vives rodeado de casas de ladrillo
derruidas y escaladas por hiedra. Las vigas se
ven por todas partes, como muestra de lo que
antes fueron rascacielos. Las avenidas están
desiertas y ningún coche camina por ellas. Los
que hay aparcados han sido desguazados en
mayor o menor medida. El cielo está
encapotado, como si fuera a llover, los pájaros
no cantan, los pocos gatos que se atreven a
pasear están famélicos. Tú paseas con mirar
triste, un jersey de rayas que te viene algo
grande y una guitarra en la mano.
Buscas un lugar, un viejo quiosco de
música en un parque en el que ya no se oyen
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las risas de los niños jugando a la pelota o
yendo en bici, desde donde ves el centro de la
ciudad, antaño grandioso, y una vieja estación
de metro con un tren ya abandonado y
oxidado, donde duermes por las noches sobre
un colchón ya ajado. Subes las escaleras y te
pones en el centro de la caseta. Empiezas a
tocar una melodía desgarrada para un público
invisible. O quizá no. Gatos de diversas razas
emergen de coches y callejones en dirección a
ti. Cuando llegan al quiosco, se sientan
enfrente a escucharte. Quizá la ciudad no esté
muerta del todo aún.
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No es por casualidad
Sé que no es casualidad el haber nacido
yo en una ciudad que siente el salado ósculo
del Mediterráneo, que posea una piel del color
del trigo en el estío y que mi corazón haya
aprendido a recibir ese calor tan parecido al
del vino que da el amor. Se dice que los de mi
ciudad sentimos la pasión de otro modo. Sé
que en el amor no es oro todo lo que reluce.
He aprendido a ser a la vez señora y
correcaminos que sigue su destino con forma
de estrella sin rechistar. Dicen que los de mi
tierra somos algo poetas, algo que nadie
puede poner en duda pues de allí han salido
grandes artistas. De nosotros también se dice
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que somos algo infieles, pero eso no es
verdad… Vivimos el amor de un modo
distinto.
Sé que después de años viviendo fuera,
me espera una casita al lado del Mare
Nostrum. Quizá Cullera. Quizá Port Saplaya.
Quizá Dénia. Un rinconcito en la playa donde
sentarme en los atardeceres y dar licencia a la
brisa marina para que acaricie mi cabello, que
me dejaría largo y suelto para la ocasión,
mientras leo un libro o escribo un relato como
éste mientras siento el aroma del azahar en el
aire y oigo la relajante nana de las olas.
O quizá regrese a mis orígenes y me vaya
a Benimaclet. Mis sábados por la tarde
consistirían en ir andando hasta Alboraya a
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beber horchata y comer fartons o ir a Viveros
para dejarme acariciar por sus sauces llorones
o sentarme en un banco, no sin antes visitar la
estatua del pato Donald, la casa de los pájaros
o el lago de los patos y las ocas. Una tarde da
para mucho si se va a pata.
Quizá por eso sea Latina, como dice la
canción.
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Bob's Jamaica
Una playa jamaicana, de aguas
cristalinas, arena blanca y palmeras que
regalan una gran sombra. En la orilla hay una
sencilla cabaña de madera cuya silueta es
iluminada por el amanecer. El dueño ha
procurado pintar las vigas de verde, amarillo y
rojo, los colores de la bandera etíope, que
quedan algo solitarios sin el león de Judá. Del
techo de la entrada cuelga una jaula con tres
pajaritos que cantan con dulce voz.
De repente, sale el dueño. Le echas de
veinticinco a treinta años, piel muy morena y
el pelo hecho rastas. Viste un pijama azul
marino. Te ve y te sonríe con una sonrisa
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transmisora de paz interior y tranquilidad. Te
acercas y ambos os sentáis en un banquito
que hay al lado de la puerta, mientras él saca
tabaco, papel de liar y y filtros y empieza a
liarse un cigarro.
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Como una luna sin cielo
Una noche sin luna, más bien. Viajo por
una carretera comarcal. Dicha carretera es
bastante solitaria, una serpiente sólo
acompañada por una techumbre de estrellas,
vestido de la bella Nut, diosa celeste del
Antiguo Egipto.
A veces no puedo evitar sentirme sola en
este paraje. Pero también me resulta
agradable el clima de las noches veraniegas.
A veces viajo simplemente por el placer de
conocer mundo, de perderme. Es mi sueño a
vivir y mi estrella a seguir. Soy una nave sin
rumbo pero con la certeza de que al final de la
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carretera habrá un pueblo o ciudad que me
acoja hasta que quiera volver a partir.
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Resistiré
Resistiré el perder las partidas, el que el
mundo pierda la magia y el ser mi propia
enemiga y no me reconozca ni mi propia voz.
No lloraré cuando la nostalgia me
apuñale por la espalda ni cuando la locura
amenace con dañar mi mente ni cuando
duerma sólo acompañada por la soledad o las
noches no me dejen en paz.
Aunque me cueste, me mantendré en pie
y no dejaré que me pongan contra la pared.
Quiero ser como el junco, que se dobla pero
aguanta el vendaval. Me haré de hierro y no
dejaré que mis recuerdos me atormenten.
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El metro en domingo
Todo silencio. En el tren del domingo
todos están entretenidos (los pocos pasajeros
aparte de una servidora) leyendo algún libro,
jugando o chateando con el móvil. Hasta los
revisores se aburren ante la falta de trabajo,
tanto que ni siquiera se molestan en pedirme
la tarjeta cuando entro, pues hay uno que
cuando paso ante él no levanta la mirada del
móvil y el otro ni ha entrado, pero, cuando lo
hace, no se da cuenta de mi presencia y se
sienta en un asiento a dos vagones de mí.
Al menos esto es preferible a la
infestación de críos que hay en el metro en la
víspera de Reyes. Viajas en el metro rodeado
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de chillidos infantiles, ansiosos por la llegada
de esa mágica noche.
El dulce traqueteo del tren me adormila y
me acuna con su sonido, como una madre que
arropa a su bebé. Con otros no tiene esa
facultad, pero por lo visto conmigo sí, pero sé
que debo resistir para no pasarme de parada.
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Tino en los cielos
Llega a las puertas del Cielo un tipo con
aspecto extravagante. Viste una cazadora
negra con lentejuelas y un sombrero, también
negro, de vaquero. Se acerca a recepción y le
da su nombre a San Pedro.
-Casal Álvarez, José Celestino. Me acaban
de llamar mientras estaba en el Puente de los
Franceses de Madrid.
-Ah…-dijo el santo- debes de ser el
cantante, el que se acaba de matar en el
accidente del Corsa blanco.
-Así es.- asintió Tino.
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San Pedro se fue un momento al almacén
y al rato sacó unas alas blancas y una túnica
también blanca.
-Verá, señor Casal… Aquí tenemos unas
normas de uniforme. Ha de ponerse esto.
El cantante, compungido, se quitó su
ropa y se puso la que le ofrecía San Pedro. Por
su cara, se veía que no le molaba nada
aquello…
-Bien, parece que he escogido la talla
correcta de túnica. -dijo tendiéndole una llave
como las de los hoteles- Su nuevo hogar está
en Querubín Avenue 1950.
Tras esto, el santo abrió las puertas del
Cielo y Tino se dedicó a buscar su casa.
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Resultó ser la típica casa chalet, pero sin
jardín ni piscina (estamos en el Cielo). Entró
en la casa, con cara de fastidio.
-¡Cagonros! Odio esta ropa… Aunque quizá…
-su cara se iluminó con una sonrisa de niño
travieso-podamos hacer algo…
Buscó por toda la casa un costurero,
tintes y pañuelos.
Aquel mismo mediodía, en la llamada
para el Ángelus, salió de su casa con un estilo
diferente a la iglesia. Sus alas estaban teñidas
de rojo y estampadas de leopardo en las
orillas, y de su parte superior colgaban
pañuelos decorados con lentejuelas. Su túnica
era ahora negra con una gran salamandra
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naranja en el pecho, con un gran cinturón
azul.
Al ver San Pedro al nuevo inquilino, le
echó la divina bronca tras interceptar su
camino.
-¡CASAL! Como te vea el jefe… ¿Pero
estás majareta o qué? Con esas pintas te
podrían mandar al infierno… No creo que te
haga ninguna gracia que te cuezan en una
olla en pelotas… Anda, vamos al almacén que
te dé ropa nueva…-dijo dándole la espalda.
-¡No!-gritó Tino- ¿Sabe qué? Yo hacía feliz
a la gente vestido así… Es como me
recuerdan… La vida aquí es un asco. ¿Se
supone que es aquí donde vienen los buenos?
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¡Es una tortura! Todo el día rezando… Mire,
esta noche voy a hacer un gran concierto… Si
no funciona, tu jefe me puede mandar al
infierno, si funciona deje a esta gente ser
como quieran.-dijo antes de empezar a cantar
una canción que había compuesto en vida,
“Que digan misa”
-Acepto su reto. ¿Qué necesitas?
-Quiero un escenario grandecito, focos y
un gran tapiz con el dibujo de una
salamandra. De esta salamandra.-recalcó Tino
señalándose el pecho.
Aquella misma noche lo tuvo todo, salvo los
focos pues iban a usar las estrellas. Tino se
mordía las uñas en el camerino.
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-Cagonros1… La he liado… Si fallo, me
hervirán en una olla, y no me dejarán
ponerme ni calzoncillos para taparme las
vergüenzas…
Tocaron a la puerta. Era el arcángel
Miguel, al que habían colocado de organizador
de todo aquel tinglado.
-En cinco minutos sales.
Tino no pudo esperar. Se asomó
tímidamente al escenario y vio un trono
dorado con tapicería de cebra. Su querido
trono. Y gritos de los espectadores, ansiosos
porque saliera. Eso le subió muchísimo los
1 "Cagonros" es una expresión en bable que
significa "maldita sea"
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ánimos, más de lo que le dejarían volar las
alas.
Salió al escenario y los gritos
aumentaron.
-Bueno, bueno, bueno…-dijo tímidamente
cuando cogió el micro- Estoy muy emocionado
y a la vez asustado… Nunca había cantado
sobre el cielo. Deberíais saber que soy muy
tímido… Así que para romper el hielo, os voy a
contar una historia. Trata de una noche de
resaca, ya sabéis las fiestas que se pegan los
mortales… Se titula “Miel en la nevera”.
Toda la noche cantó las canciones que
había compuesto cuando estaba vivo, se lo
pasó como nunca bailando y cantando con los
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ángeles… Le pedían bises… Cuando acabó el
concierto, San Pedro le esperaba en el
camerino.
-¿Me va a mandar al infierno? -dijo
asustado el artista.
-No, no…-dijo riendo el santo- Te has
salido del tiesto y el jefe quiere que toques
todas las noches. Y el reto… Tus compañeros
son libres. Podrán ser como quieran.
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Eloise (o la chica del póster)
Eras una mujer pelirroja, que se recorría
todas las discotecas del Madrid de los
ochenta. Pelo hasta la cintura, ojazos verdes y
curvas peligrosas. Ante ti caían todos los
hombres de la noche madrileña. Con tu
cuerpazo de modelo cumplían todos tus
deseos, hasta los más oscuros.
Pero un día, la policía recibió una llamada
del hotel Palace. Tras una noche loca de
pasión, hallaron tu cuerpo sin vida en una
habitación, envuelto en el edredón. Tus
facciones mostraban una especie de descanso
de la vida que habías llevado. Eras un ángel
que había caído por culpa de las drogas, y , tu
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cara, sin maquillaje ya, mostraba el daño que
te habían hecho y querías ocultar.
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Tripita
¡Por el amor de Dios, qué mala noche!
A mala hora ha venido a visitarme esa
condenada bacteria que hace que los seres
humanos sintamos indiferencia a los más
suculentos manjares, a beber agua, y, que en
mi caso, no me permite dormir bien pues se
divierte torturándome con pinchazos en el
estómago.
Así no hay manera de descansar, sólo de
pasar una mala noche, harta de la
enfermedad y de no poder hacer nada por
solucionar esta mala jugada de la Naturaleza.
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Santa Lucía
¿Sabes por qué te llaman “Santa Lucía”?
Porque dejas ciegos a los hombres con tu
exuberante belleza andaluza de ojos y
cabellos oscuros como el ébano (esto último
muy largo, quizá hasta la cintura), piel
bronceada sin llegar a negra y altura media
que no te arrebata gracia al andar, añadido a
tu ceceo al hablar.
Sueles caminar por las playas de Cullera
(ignoro la razón de por qué siendo andaluza
vives en un pueblo de Valencia) durante tu
tiempo libre, pues por lo que sé trabajas de
camarera en un bar de la playa, caminando
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alegremente. Parece que tu Isla Cristina natal
te ha entrenado para ser inmune al calor.
Los clientes del bar no pueden evitar
quitarte los ojos de encima, y alguno un poco
atrevido te cuela su número de teléfono o su
e-mail en los billetes que usan para pagarte
las consumiciones. Muchos cullerenses han
suspirado ciegos por ti, soñando en poder
tener alguna velada contigo, bailando en la
playa a la luz de la Luna o dejando que sus
pies y los tuyos fueran besados por el mar.
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La Carta
Te preguntas por qué esto sólo te pasa a
ti, ¿verdad?.
Sin tú quererlo, te desmarcaste del
mundo. Bailabas al ritmo de 'Hoy no me
puedo levantar', gritabas con 'Run to the Hills'
de Iron Maiden o sentías lástima por el chico
de 'Libre', que fallecía a balazos en busca de
una libertad al más puro estilo Muro de Berlín.
En tu mente creabas tus propias aventuras
acompañado del Capitán Trueno y de sus
inseparables Goliath y Crispín, reías con
Mortadelo y Filemón y con los libros de
historia visitabas antiguas culturas.
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Pero eso, aparte de felicidad, te causaba
problemas. Tus compañeros no veían con
buenos ojos aquello. Los chicos te pegaban y
las chicas te daban puñaladas en la espalda
con sus palabras (ya sabes el proverbio
malayo, 'las palabras hieren más que las
lanzas') Pero tú no querías perder la partida al
igual que el hombre del piano al que cantaba
Ana Belén. Ni perecer como los cátaros de la
canción de los Maiden. Lo que ansiabas era
vivir en paz, con tus mangas japoneses. Ni por
un momento se te ocurrió matar a los que te
hacían daño a lo Death Note.
Tus triunfos eran recibidos con una
hiriente frialdad. No te felicitaban por el
sobresaliente en historia (que te encanta) ni
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por ganar un premio de literatura con aquel
cuento sobre el gato enamorado de la Luna.
Hacían rumores sobre si eras homosexual
simplemente porque no tenías pareja
conocida ni habías perdido la virginidad.
Ansiabas enamorarte al ritmo de 'y nos
dieron las diez' con la voz de Joaquín Sabina, y
recordabas la tele de tu infancia entonando
'Oliver y Benji'.
Te doy la enhorabuena. Has conseguido
mantener tu autenticidad a pesar de las
adversidades. Pero también te mando esta
carta para apoyarte y pedirte que sigas siendo
como eres. No cambies nunca, ¿me lo
prometes?
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El condenado
Yoshua miraba absorto al techo. Su
pintura blanca mezclada con las luces le
dañaban los ojos, de color miel. Pero nada le
incordiaba más que las cinchas que le
mantenían atado a la camilla de la cámara de
la muerte. Tenían un tacto parecido al de los
cinturones de seguridad de los coches.
No le molestaban mucho en las piernas,
vestidas con unos vaqueros nuevos que un
guardia de San Quentin le había llevado a la
celda donde todos los que habían pasado el
trance por el que él iba a pasar dentro de
poco habían esperado su hora final, ni en el
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pecho, cubierto por una camiseta que le
habían dado junto con los vaqueros.
Le molestaban más en los brazos, quizá
porque también tenía en cada uno de ellos
una aguja conectada a una vía que salía por
un orificio de la pared que estaba tras la
cabeza de Yoshua y que llevaba a la sala
donde en ese momento debían de estar las
drogas que le mandarían de una patada junto
con ese Dios al que de pequeño le habían
enseñado a creer.
Aunque estaba algo idiotizado por la
inyección de morfina que le habían dado antes
de sacarle de la celda, llegó a escuchar al
alcaide de la cárcel leer la orden de ejecución
y preguntarle si tenía unas últimas palabras.
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Yoshua levantó levemente la cabeza y miró a
la ventana que había a su derecha, desde la
cual veía a los familiares del policía que se
había cargado al intentar detenerle por robar
en una gasolinera a las afueras de
Sacramento.
No se molestó en mirar por la ventana
que tenía a su izquierda, pues había pedido
expresamente que nadie de su familia le viera
morir. Negó con la cabeza.
El alcaide le miró con gesto paternal
(siempre era así con todos los presos) y
asintió mirando hacia la ventana de la pared
que había detrás de la cabeza de Yoshua.
Empezó a correr por sus venas la primera de
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las sustancias, el anestésico que haría que
todo fuera más llevadero.
Yoshua empezó a orar para sí:
-El Señor es mi pastor, nada me falta. En
prados de hierba fresca me hace reposar, me
conduce junto a fuentes tranquilas y repara
mis fuerzas…
Ya no pudo más. El barbitúrico le había
dejado dormido y no se iba a enterar de su
partida del mundo de los mortales.
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Epílogo
Se abre un telón rojo como la sangre, y
sale un hombre muy alto y delgado, de largas
piernas, con esmoquin, pajarita y chistera. En
sus manos, guantes blancos. Sus cabellos son
cortos, rizados y del color del azabache y su
tez es pálida. Abre la boca y pronuncia estas
palabras:
-Monsieurs et Mesdames, bienvenidos al
mundo de los sueños de Susa. Espero que
hayan disfrutado de las maravillas del mundo
onírico. Me llamo Paul y soy el encargado de
recoger su opinión sobre el espectáculo vivido
por ustedes.
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De repente, se levanta un caballero. Es
un hombre a punto de entrar en los 70 años,
que empuña una rosa, y se la lanza a Paul. De
repente, el resto del público le imita, como
intentando enterrarle en rosas. Paul hace una
ligera reverencia y hace una señal al
tramoyista para que cierre el telón.
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Jukebox
El señor de los gatos: Nirvana
- Heartshaped box
No es por casualidad: Francisco
– Latino
Bob’s Jamaica: Bob Marley
– Three Little Birds
Como una luna sin cielo: Francisco
– A dónde voy sin ti
Resistiré: Dúo Dinámico
– Resistiré
Tino en los Cielos: Tino Casal
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– Cualquiera, pero sobre todo Que digan
misa
Eloise (o la chica del póster): Tino Casal
– Eloise y Francisco – La chica del póster
Santa Lucía: Miguel Ríos
– Santa Lucía
Teruel (España) , marzo de 2013
Twitter: Susa_MT93
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