8/18/2019 Para Hacer Que Suceda
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Para hacer que suceda La cultura no es un mero acopio de saber, sino un modo de
aprender, crecer y cuidarse
No todo está perdido. Aún es posible mirar y tratar de intervenir. Puede
parecernos poco y, si bien nada resulta fácil, es preciso proseguir. Y, atentos,
hablar y leer, y escribir, y dibujar, y cantar. Incluso, danzar. Y ensayarnos y
experimentarnos. Y siempre pensar. Y laborar. Y relacionarnos. En ocasiones,
no encontramos buenas razones para ello, pero eso mismo podría ser un buenmotivo. No es preciso esperar a que llegue la oportunidad, hay que procurar
hacerla venir.
Hay momentos en que, con el pretexto del calendario, algo se abre hasta
ofrecerse. No es un tiempo ya dado que, como bien sabemos, nunca nos está
garantizado. Podría ser mera necesidad, una urgencia, a lo mejor, un deseo.
Entonces no es fácil sustraerse a esta convocatoria, que no es simplemente defechas, la que quizá nosotros mismos nos enviamos, la de mejorar, la de no
cejar. Y la de empeñarnos más allá de lo convencional, de lo aconsejable, de lo
predecible. Desde la experiencia de creer que no tenemos remedio, sin
embargo sentimos que algo otro está en nuestras manos, y nos ponemos a la
tarea.
Mientras nos enredamos en dilucidaciones, en la vorágine en la queencontramos dificultades hasta para que algo vivo suceda, conviene no olvidar
que no todo está dicho, ni clausurado. Ni tan siquiera la comodidad ha
pronunciado su última palabra. Y no nos plegamos. Lo llamamos curiosidad, y
lo es. No solo la de interesarnos por lo que parece concernirnos directamente,
sino la de ver si somos capaces de formarnos, de ser otros. Se abre el espacio
para pensar de manera diferente. Y, a su modo, tanto nos alegra como nos
asusta.
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El asunto es atractivo, y más llevadero, cuando constatamos que no es
únicamente cosa nuestra. El comienzo no es un puro inicio. Algo ya se viene
diciendo y nos reta llegando desde lejos. Es un legado vigente, no un mero
depósito, sino un caudal al que hemos de corresponder. Es aún algo pendiente,nos procura abrigo y nos constituye. Nos viene cultivando, a pesar de nuestra
fragilidad para dar fruto. Somos ya en ese lecho, en ese terreno. Y hemos de
velar por ello.
Ahora bien, accedemos a una nueva intemperie y notamos que nos espera
mucho por hacer. Eso que requerimos no está aguardando ser liberado por
nuestra genialidad, la que tampoco tenemos. En cierto modo, hemos de
generar nosotros mismos esa coyuntura. Alumbrar la belleza de lo que no se
agota en su inmediata rentabilidad tiene otra fecundidad, la del obrar, la del
problematizar, la que procura lo susceptible de ser sentido, pensado, querido,
la que transforma.
Lo denominamos año nuevo, más por reciente que por distinto. Aunque nunca
uno más, y siempre enigmáticamente diferente, es difícil ignorar, sin embargo,
el peso de lo que, ya sucedido, parece empeñarse en no dejar de suceder.
Pero, a su vez, hemos de cultivarnos en lo por venir. La cultura no es un mero
acopio de saber, sino un modo de aprender, de crecer y de cuidarse. Y no solo
de uno mismo. Supone procurar modalidades de existencia, y por ello es
imprescindible. No es un simple repliegue, es a la par despliegue, muy
radicalmente del escuchar, y del responder, para ser artífices de la propia
forma de vida, de la propia palabra.
Habremos de lograr que suceda. Si no, sí estamos perdidos. Es ocasión de
velar, de atender, de considerar. Y de crear y de recrearnos. Y es posible.
Lejos de la resignada claudicación ante lo que se erige como inexorable,
conscientes de las limitaciones, aún cabe hacer y hacernos. E, incluso en
medio de enormes dificultades, hemos de reforzar esa convicción.
Puestos a desconsiderarnos a nosotros mismos, estimemos al menos nuestralibertad. No solo la de elegir, la de preferir, también la de concebir. Ello supone
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hacer brotar nuevas condiciones. Es un trabajo de cultura, que es más que el
de cada quien para sí mismo. Necesitamos muy singularmente de aquellos
que, sin decir lo nuestro, dicen con brillantez lo que tanto nos concierne. Nadie
declarará nuestra palabra, aunque precisamos de la suya. De una u otramanera, el olvido de las artes supone asimismo la claudicación de la ciencia,
aunque una buena consideración de aquellas cuestiona el modo de
comprender, imperiosa y poco humanamente, de cierto saber y su poder.
Es tarde. A su manera siempre lo es ya para algo. Pero estamos a tiempo de
vivir y de propiciar lo que está por acontecer. La cultura no se limita a asistir al
espectáculo de lo que pasa, ni a convertir en espectáculo cuanto ocurre. Hacer
suceder es una forma singular de mirada, es un acontecimiento. Podemos
llamarlo contemplación. Lejos de ser una pasividad, es una modalidad de
acción que es capaz de ver incluso lo que hace que ocurra. Y de procurarlo.
Más que su causa, es su condición de posibilidad. Y es ahí donde el artista, el
pensador, el creador, lo que de ello aún late en cada uno de nosotros siquiera
torpe e incipientemente, nos insta a efectuar. El desafío nos desborda. No más
que el tiempo que parece ofrecérsenos y que se desdibuja sin nuestro actuar.
La cultura nunca es una posesión. De nadie.
Ángel Gabilondo
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