PREGÓN VILLACARRILLO JORGE DE ARCO 30 de mayo de 2015
Hace tres años, tras recoger es en este mismo Teatro el XXVII
Premio de Poesía Eucarística que tan generosamente se me
otorgara, supe que, alguna vez, volvería a reencontrarme con todos
los encantos de estas bellas tierras.
Vuelvo ahora a esta villa, y vuelvo con la dicha redoblada, porque
está el pueblo en paz, en Dios, en vilo de su propio milagro,
hermoso bajo el peso de ese halo que pone el regresar a carne,
piedra, aire, cielo o color cuando se quiere. Yo quiero este pueblo,
como quiero a su gente noble, abierta y sencilla: nube de ayer, flor
de ayer, Villacarrillo empinándose en el vaso del corazón,
aromando como en la misma hora del encuentro primero.
En aquella primavera de 2012, digo, subí a este escenario para
recitar los versos que para aquella ocasión brotaron desde mis
adentros. Retorno, ahora, hasta ellos y me permito recitar el primer
soneto con el que abría mi trabajo, titulado; “Este signo que abarca
cielo y tierra”.
Dulce refugio es este sacramento:
el vino de la vid y el pan del trigo.
Al compartirlos, quiso ser testigo
de que Él mismo se daba en alimento.
Y trocó su palabra en testamento:
-Haced esto en memoria del Amigo.
Abrid el corazón al enemigo,
y perdonad la ofensa. Ese momento
perdura. Van los siglos sucediéndose
y su verbo alumbrando y encendiéndose
con más brío y más brillo cada día.
Es como el Sol, como el claror del Alba.
La Luz que nos redime y que nos salva.
El gran milagro de la Eucaristía.
Se ha dicho que este rincón de la mejor Andalucía, este núcleo
de españolidad y fervor, este pueblo ejemplar, cuenta, en el
entrelazado de sus calles, “con una luz especial”, que invita al
paseante a demorarse en ellas, y a disfrutarlas. Yo creo que esa
luz viene de algún lugar más alto, tiene un más alto origen.
De modo especial, en los días en que celebra el Corpus Christi, y
todo se hace ornamentación y verdad y estallido floral, y rezo
común y vecinal fraternidad conmovida y conmovedora.
Y si hay una lugar en España que esto lo agradezca y lo celebre, y
lo transmita, y lo proclame y lo goce, armoniosa y colectivamente,
esa ciudad es Villacarrillo. Esos días en los que, como escribió el
mexicano Fray José Manuel de Navarrete, allá por los finales del
siglo XVIII, “abriéndose las puertas del oriente/ se asoma a su
balcón la aurora pura”.
Me atrevería a escribir que a ese balcón se asoma en fechas
tales el mismo Dios, para ver cómo se le rinde homenaje, no
orgulloso, que no cabe el orgullo en su divinidad, más sí complacido
de comprobar, una vez más, la nobleza y la devoción de una
ciudad, que vive y siente la Eucaristía en lo más hondo de su
corazón, y con respetuosa alegría lo proclama.
Con ese gozo y con esa “respetuosa alegría”, lo recuerdo yo en
estos versos:
Abro los ojos y te veo. Llevas
la aurora a un paso de tu mansedumbre
y eres miel y caricia y sueño y lumbre,
música fiel, en la que te renuevas.
En la mano sacral, breve, te elevas
y eres la Inmensidad hecha costumbre.
(Ayer, clavado en la más fiera cumbre,
nos bendijiste con palabras nuevas).
Espejo de tu cuerpo delicado,
mira cómo tu trigo se acompasa
a mi temblor, y se hace compañero.
Porque escuché la voz de tu llamado,
entra, Dios mío, entra en esta casa,
que hace ya mucho tiempo que te espero.
Y este puñado de casas que se llama Villacarrillo tiene a Dios
entre las manos. Y en vilo lo alza, , cada instante, cada día, cada
sueño, con orgullo.
En la misa de inauguración de su pontificado, el Papa
Francisco pronunció algunas frases decisivas; entre ellas, la
siguiente: “Custodiad a los más débiles”. No dijo “apoyad”,
“proteged”, “ayudad”. Y puntualizó: “Custodiar es servir con amor”.
Habló en italiano, claro, en italiano claro, y utilizó el verbo
“custodire”, custodiar. Y yo pensé, para mí, que estaba aludiendo,
de manera implícita, a la custodia, ese hermoso enser de la Iglesia
en el que el Ser Altísimo, el Dios Eternal, el Creador de Cielos y
Tierras, se hacía Hostia pura para quedarse a nuestro lado, al lado
del Hombre, su dilecta criatura.
Esa custodia -la palabra es la misma en ambas lenguas- guarda su
infinitud y, sobre todo, su Amor por nosotros. Es la Eucaristía, el
Sacramento por excelencia, Dios se hizo Hombre en la persona del
Hijo, y el Hijo dio su vida para redimir a la humanidad, de la que
quiso formar parte. En mis versos, aquí generosamente premiados,
evoqué el instante:
“Tomó un trozo de pan, y miró al cielo.
`Este es mi cuerpo’, dijo, en tanto el vino
-`Esta es mi sangre’-, rojo, se encendía.
Y todo fue caricia y fue consuelo,
y llama y luz y pálpito divino,
al nacer, de su Amor, la Eucaristía”.
Ese Dios, decía, complacido y complaciente, que en su
peregrinaje terrenal quiso y supo aproximarse a los más débiles, a
la inocencia de los niños, a los afligidos, a los enfermos y
necesitados, ahora, desde el sitial de su custodia, sanador y
cercanísimo, puede trocarse en llama de luz -como cantó el poeta-
que alumbra y quema sin daño, dador de vida eterna:
“Esa llama de luz que alumbra y quema
y cauteriza, suave, el alma mía,
tiene un nombre sacral: Eucaristía,
y es misterio y es verso y es poema”.
Villacarrillo lo sabe muy bien, y por ello, sin desmayos, año tras año,
lo recita de espléndida manera.
El pasado año, desde la Diócesis de Jaén, se quiso expresar de
manera clara y precisa, cuáles eran las claves de la realidad que
gira en torno a la celebración del Corpus Christi. Quedaron muy
dentro de mi memoria aquellas palabras, las cuales, traigo ahora
hasta aquí: “Si Cristo nos ama hasta el extremo de dar su vida por
nosotros, también nosotros debemos amar a los demás hasta la
entrega de nuestras vidas. En esto consiste la caridad cristiana",
"No podemos decir sinceramente que participamos de la Eucaristía,
en la Comunión, y que asistimos con profunda devoción y
recogimiento a la procesión del Corpus, si, al mismo tiempo, no
practicamos el amor fraterno, especialmente con los más
necesitados".
Porque no debemos olvidar, que tras el gozo y la celebración que
encierran estas fechas, está el verdadero mensaje de la Eucaristía,
fuente y cumbre de la vida cristiana. Recibimos a Cristo como
alimento para amar como Él nos ama. Nos reúne a todos los
cristianos para hacer memoria de la Pascua de Jesús y comulgar de
su cuerpo y de su sangre.
En la Eucaristía nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre del
Señor, la palabra de Dios y la comunión. Nos reunimos para
celebrar la Cena del Señor, escuchamos la Palabra de Dios,
partimos el pan y nos alimentamos con su Cuerpo.
Y desde esa certidumbre, desde ese fervor, nacieron los versos
del poeta arcense Antonio Murciano, quien en 1977, estuvo en esta
misma tribuna, ofreciendo a Villacarrillo su sentido tributo en un
bellísimo pregón. De él, extraigo los dos sonetos, que
homenajeaban ese pan y ese vino, al que hace un instante hacía
referencia:
1
Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento sobre un trozo de pan que bendijiste que en humildad partiste y repartiste haciendo despedida y testamento.
"Así mi cuerpo os doy por alimento..." ¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste, diste tu carne al pan y te nos diste, Dios, en el trigo para el sacramento. Y te quedaste aquí, patena viva; virgen alondra que le nace al alba de vuelo siempre y sin cesar cautiva. Hostia de nieve, nube, nardo, fuente; gota de luna que ilumina y salva. Y todo ocurrió así, sencillamente. y 2 Que viene por la calle Dios, que viene como de espuma o pluma o nieve ilesa; tan azucenamente pisa y pesa que solo un soplo de aire le sostiene. Otro milagro, ¿ves? Él, que no tiene ni tamaño ni límites, no cesa nunca de recrearnos la sorpresa y ahora en un aro de aire se contiene. Se le rinde el romero y se arrodilla; se le dobla la palma ondulante; las torres en tropel, campaneando. Dobla también y rinde tu rodilla, hombre, que viene Cristo caminante, -poco de pan, copo de pan- pasando.
El pan y el vino son, al cabo, los frutos más nobles del reino
vegetal, con los cuales se nutre y conserva la vida del cuerpo, hasta
el punto de que San Ireneo los llamó “primicias de los dones de
Dios” Por ello, convenía que fueran elegidos para la Eucaristía, lo
que Jesucristo instituyó para conservar y aumentar la vida espiritual
del hombre.
El teólogo Juan Cornubiense, que fuese citado por santo Tomás en
la “Suma Teológica”, también incluye en el vino a las gotas de agua
que el celebrante coloca en el cáliz antes de la Consagración, y
anota sobre tal simbología estas hermosas palabras: “Entre todas
las cosas necesarias para el sustento de la vida humana, el pan, el
vino y el agua son las más limpias, más útiles y más necesarias.
Por eso fueron preferidas a todas las demás y transformadas en lo
más puro, más útil y necesario que existe para adquirir la vida
eterna, esto es, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo” .
La mezcla de trigo y levadura representa bien el misterio inefable
de Cristo, que posee dos naturalezas en una sola Persona: la divina
y la humana. Además, el uso de la levadura, cuya acción otorga
volumen y consistencia al pan, significa que la mente de quien
consagra o recibe la Eucaristía debe elevarse al Cielo en la
contemplación de las cosas espirituales y divinas. Por fin, la
levadura le da al pan un mejor sabor, por eso designa
convenientemente la mayor suavidad del Sacramento de la
Eucaristía.
Además, es más adecuado para representar la pureza de cuerpo y
alma de los fieles que reciben la Eucaristía, como enseña san
Pablo: “Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues
sois ácimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido
inmolado. Así que celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni
con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ácimos de pureza y
verdad”
Bajo el fulgor latente de esa pureza y verdad que signan al
Señor, escribí yo estos versos:
Esta llama de luz que alumbra y quema
y cauteriza, suave, el alma mía,
tiene un nombre sacral: Eucaristía,
y es misterio y es verso y es poema.
Y es heredera del Amor, y emblema
del que cree y espera todavía.
Él vino, y prometió que volvería,
y el vino se hizo sangre y se hizo lema.
Lema, el vino. Y el pan. El hombre sabe
que la esperanza es un tremor, un ave
que va de lo profundo a lo profundo.
Que aleja de sus ojos la agonía
y los llena de paz. Eucaristía:
Llama de Luz para el vivir del mundo.
El emotivo Corpus Christi de Villacarrillo, el más solemne y
famoso de la provincia de Jaén y con fama a nivel mundial, se
desarrolla, como todos sabemos, desde la Edad Media. El
documento más antiguo que hace referencia a esta celebración es
el que se conserva en la Catedral de Jaén, fechado en 1364.
El arzobispo Carrillo puede sentirse orgulloso de su estirpe, de
estos villacarrillenses cuyos corazones repican como espadañas
alegres cuando el año mayea y la festividad que instituyera el Papa
Urbano IV, allá por la mitad del siglo XIII, se apresta a ser
conmemorada.
El poeta francés, PauI Claudel, dejó escrito que “igual que la
comunicación eucarística nos da una especie de experiencia -en el
momento mismo en que se crea-, del lazo que nos une a nuestra
causa generatriz, así entre nosotros y todos esos hermanos
invitados a la misma Mesa nace no solo un conocimiento, sino un
co-nacimiento, es decir, un nacimiento simultáneo a la voz que nos
llama a la existencia”.
De esto sabe mucho Villacarrillo, porque tiene, en cuanto a lo
eucarístico concierne, “esa intuición en profundidad” de que
hablamos, junto a la sabiduría que dan los siglos. Las más viejas
crónicas hablan ya de esta celebración como de algo
acostumbrado. Ese castillo dorado de su escudo, con puerta y
ventanas de azur, es un símbolo vivo de cómo a través de su piedra
puede contemplarse, más a la mano, el cielo.
Recuerdo ahora, los versos de ese gran poeta que fue Francisco
Garfias, quien también pregonara esta inolvidable cita y quien dejó
escrito: “
“Villacarrillo es custodia
donde Dios mismo se prende,
donde tiempo y ser, unidos,
con la eternidad florecen.
Donde la harina delgada
de su balido más tenue
y entre pámpanos y espigas
bocado de amor promete”.
Nuestro amor por el sacrificio eucarístico, memorial de la Pasión,
muerte y resurrección de Jesús nos llama a estar en la Cruz con él,
a ser fraccionados y repartidos a otros para que ellos puedan tener
vida y vida en abundancia. Es también un llamado a estar al pie de
la Cruz de nuestros hermanos y hermanas sufrientes en los
Calvarios de hoy.
En la Eucaristía, reunidos, pues, en el Nombre del Señor,
escuchamos atentamente la palabra de Dios, la liturgia de su
palabra, oramos como hermanos a nuestro Padre común, recibimos
en comunión al Jesús real y verdaderamente presente y
bendecidos, salimos a dispuestos a dar testimonio del Amor de Dios
a todo el mundo.
Con esa intención, la de dejar testimonio de su fe, escribió
Miguel de Unamuno su poema titulado
EUCARISTI ́A
Amor de ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entran ̃as;
hambre de la palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
Solo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
Nuestro amor entrañado, amor hecho hambre,
¡oh Cordero de Dios!,
es hacerte nuestro, carne de nuestra carne, y tus dolores
pasar para vivir muerte de vida.
Y tus brazos abriendo como en muestra
de entregarte amoroso nos repites:
"¡Venid, comed, tomad: esto es mi cuerpo!" ¡Carne de Dios, verbo
encarnado, encarna nuestra divina hambre carnal de Ti!.
Nuestro amor por el sacrificio eucarístico, memorial de la Pasión,
muerte y resurrección de Jesús nos llama a estar en la Cruz con él,
a ser fraccionados y repartidos a otros para que ellos puedan tener
vida y vida en abundancia. Es también un llamado a estar al pie de
la Cruz de nuestros hermanos y hermanas sufrientes en los
Calvarios de hoy
En esta festividad del Corpus Christi, que pretende proclamar y
aumentar la fe de los católicos en la presencia real de Jesucristo en
el Santísimo Sacramento, y que proclama en la Eucaristía, el signo
de unidad, el vínculo de caridad y el banquete pascual en el que se
recibe a Cristo, no debemos olvidar la vigencia de nuestra querida
Santa Teresa de Jesús.
En este año, en el que se cumple el V Centenario de su
nacimiento, cabe recordar que anduvo muy cerca de estas tierras
que encuadran la bella Sierra de Segura, paraje deleitoso y de buen
temple, histórico cruce de caminos, fuente mística de inspiración no
sólo para Teresa de Jesús, sino también para San Juan de la Cruz,
Jorge Manrique, Francisco de Quevedo o Lope de Vega.
Decía que, Teresa de Jesús, en su obra “Camino de Perfección”,
dedicó una sentidas palabras al misterio de la Eucaristía: “Pidamos
al Padre Eterno que merezcamos recibir el Pan nuestro celestial de
tal manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en
mirarle, por estar tan encubierto, se descubra a los ojos del alma y
se le dé a conocer, que es otro mantenimiento de contentos y
regalos, y que sustenta la vida. ¿Pensáis que no es mantenimiento
aun para estos cuerpos, este santísimo manjar, y gran medicina aun
para los males corporales? Yo sé que lo es» (Cam.Perf-V. 34,6-7).
Ese Pan celestial, que es alimento y medicina, también lo refirió el
poeta sanluqueño, Juan José Vélez Otero, ganador hace dos años
del certamen poético villacarrillense:
“Tu eternidad en mi mano es silencio y alimento, levadura que es fermento y ola azul en mi verano. Corpus Christi, meridiano ecuador de mi esperanza, aleluya de alabanza cuando siento, allá en mi adentro, el gozoso reencuentro de tal bienaventuranza. Con su eterna bendición Dios es Pan, certeza y brillo. Lo anuncia Villacarrillo a compás de la emoción. Y en los olivos, al son del murmullo azul del viento va la tierra, en su contento enamorado y profundo diciendo que, sobre el mundo, Dios es gozo y alimento”.
Gozo y alimento es Dios, sí, hermano de la alegría, la misma que
yo siento entre mis venas, al recordar ahora, la figura de Andrés de
Ocampo, nacido en el año 1555 en Villacarrillo, un espléndido
escultor de transición entre el arte renacentista y las primeras
formas estilísticas del Barroco. Perteneció a la escuela sevillana de
escultura, y de entre sus obras destaca el retablo de la Iglesia
Parroquial de Santa María en la localidad de Arcos de la Frontera
(Cádiz).
De allí es mi sangre, de aquel pueblo blanco y pleno de lirismo. Y
en esa iglesia de Santa María, precisamente, se casaron mis
padres hace ahora 58 años. Y también, mi padre, Carlos Murciano,
al igual que mi tío Antonio, al que citara anteriormente, estuvieron
aquí, en el año 1977, poniendo luz y poesía a esta maravillosa
celebración anual.
Ahora, soy yo, quien tantos años después, ocupa esta tribuna, y
quiere recordar los versos que entonces mi padre escribiera para
tan bella ocasión:
Sencillamente, como el ave cuando inaugura, de un vuelo, la mañana; sencillamente, como la fontana canta en la roca, agua de luz manando: sencillamente, como cuando ando, como cuando Tú andabas la besana, cuando calmabas sed samaritana cuando te nos morías perdonando. Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves
tus manos para el pan, para el amigo! Cena de doce y Dios. Noche de Jueves. Y era en Jerusalén la primavera. Y era blanco milagro ya aquel trigo. Sencillamente: "Éste es mi cuerpo". Y era.
Y es que, en nuestra adoración eucarística al Santísimo
Sacramento, no sólo traemos ante la divina presencia de Jesús a
los santos e inocentes para la preservación de la inocencia y la
prevención del pecado y para incrementar la santidad; traemos
también a la humanidad enferma y sufriente para ser sanada,
sostenida y transformada por la gracia de Jesús irradiada desde la
Eucaristía.
Nuestro actual Papa Francisco, ha dicho recientemente que
"quien celebra la Eucaristía no lo hace porque sea mejor que los
demás, sino porque se reconoce necesitado de la misericordia de
Dios". “La Eucaristía no es un mero recuerdo de algunos dichos y
hechos de Jesús. Es obra y don de Cristo que sale a nuestro
encuentro y nos alimenta con su Palabra y su vida”
“Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre nosotros
toda su misericordia y su amor, tanto que renueva nuestro corazón,
nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los
hermanos”
Por la Eucaristía, en suma, seremos capaces de gozar con quien
está alegre, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien está
solo o angustiado, de corregir a quien está en error, de consolar a
quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está necesitado.
Y Jesús, a través de su entrega, nos hace creer en él. De esa fe,
brotaban los versos de José Luis Martín Descalzo, poeta toledano
que también pregonase estas fiestas en 1985, y de quien quiero
recordar, precisamente, su emocionado poema,
CREER
Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver,
quiero creer.
Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé
y, limpio de culpa vieja,
sin velos te pude ver.
Quiero creer.
(…)
Limpia mis ojos cansados,
deslumbrados del cimbel,
lastra de plomo mis párpados
y oscurécemelos bien.
Quiero creer.
Ya todo es sombra y olvido
y abandono de mi ser.
Ponme la venda en los ojos.
Ponme tus manos también.
Quiero creer.
Tú que pusiste en las flores
rocío y debajo miel
filtra en mis secas pupilas
dos gotas frescas de fe.
Quiero creer.
Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
creo en ti y quiero creer.
Poco a poco, mis palabras van llegando a su fin. En este recorrido
humano y poético, es de justicia traer hasta aquí las palabras del
Beato Juan XXIII, quien afirmara que “la Eucaristía, infunde en el
corazón del hombre una nueva energía -el amor sobrenatural-,
refuerza, encauza y purifica el afecto humano, haciéndolo más
sólido y más auténtico. Cuando tiene a Dios en su pecho, todo el
hombre queda armonizado en sí mismo... En el sacramento divino,
el Señor está sumido en el silencio para escucharnos".
Ustedes me han escuchado con tanta atención, tanta devoción y
tanto cariño que mi gratitud sólo puede ir en aumento.
Cuando amamos a Jesús en la Eucaristía y nos damos cuenta del
gran amor que tiene por nosotros deseamos compartirlo
correspondiendo amor con amor. Y ese es mi caso.
El haber podido corresponderles de la forma mejor a esta
inolvidable invitación que ha sido dar el pregón del Corpus Christi,
aquí, en este imborrable enclave, que permanecerá siempre vivo en
mi corazón, que se hace de nuevo verbo y verso, al recordar el
soneto del poeta sevillano, Enrique Barrero Rodríguez, quien
también estuviera años atrás recibiendo en este escenario el
galardón del Certamen Eucarístico:
Por aquí llega Dios sobre el romero. Lo ha anunciado la voz de la campana y la luz abrazada en la mañana al suspiro del aire compañero. Viene Dios encerrado, prisionero en fulgores de plata soberana, por la plaza diaria que engalana el sol con su incipiente reverbero. Viene Dios hecho pan sobre la juncia con que ha estrenado el alba de este día el celeste sin nubes de este cielo. Por aquí llega Dios, porque lo anuncia la ciudad hecha gozo, Eucaristía, plata antigua del tiempo y terciopelo.
Cuando el eco de esta bellísima celebración se vaya diluyendo
en la madrugada, Villacarrillo regresará a la alegría, a su diario
quehacer, purificado, renovado, distinto. Porque Villacarrillo, me
consta, no es un pueblo más por el que pasear arriba y abajo,
rutinariamente o que se reviste de fiesta y de Amor cristiano de
forma vacua. Villacarrillo vive su celebración todo el Año, la cuida, la
perfila, la conserva intacta con su mejores esencias y tradiciones. Y
hay que procurar que esta Pasión nunca decaiga, nunca se enfríe.
Regad, pues, para que no se sequen las raíces de este sobria y
emotiva tradición. Que la maravilla de Dios en vuestras calles y
vuestras plazas sea siempre como un enorme cáliz en el que se
ofrece al Padre el corazón de una villa sin par:
Tiembla bajo la luz recién nacida, el campanario de la primavera; en silencio, sencilla y altanera -nieve manchada-, la cigüeña anida. Es un pueblo cualquiera, es una herida en la cima del cerro, una manera de dar fruto y ejemplo a quien lo quiera. ¡Villacarrillo, en el fervor crecía! Por esa herida España se levanta, respira, vive, se adelanta y canta hecha voz y hecha pueblo: simplemente un puñado de casas y de hermanos y unos sorbos de amor; lo suficiente para tener a Dios entre las manos.
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