Preparados para la cosecha, firmes ante el contraataque
Produciendo movimientos del calibre del Nuevo Testamento
cuando Jesús estremece la sociedad
Por Timothy Miller
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Título del original: Poised for Harvest, Braced for Backlash: Birthing New Testament Movements
When Jesus Disrupts the Systems © 2009 por Timothy Miller y publicado por Xulon Press, una
división de Salem Communications, Maitland, FL, 32751. Traducido con permiso.
Edición en español: Preparados para la cosecha, firmes ante el contraataque: Produciendo
movimientos del calibre del Nuevo Testamento cuando Jesús estremece la sociedad © 2012.
Traducción: Henry Bruno
Todos los derechos reservados sólo para el autor. El autor garantiza que todo el contenido es
original y no viola los derechos legales de ninguna otra persona u obra.
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Nueva
Versión Internacional © 1973, 1978, 1984 por Editorial Zondervan.
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Al Deseado de las naciones: Tu misericordia, bondad y fidelidad nunca dejan de asombrarme.
Gracias por salvarme del fuego. Oh, que recibas tu deseada herencia por toda la tierra.
A mi esposa: que gran regalo es el peregrinar juntos. Tu valor a lo largo de tiempos difíciles ha
movido mi corazón más allá de las palabras.
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Contenido
Introducción
1. Impulsados por la pasión: Produciendo movimientos que se expanden espontáneamente
2. Conectados por revelación: Haciendo avances estratégicos por medios proféticos 3. Anclados en la verdad: Proclamando el evangelio bíblico 4. Armados con claridad: Comunicando el mensaje claramente
5. Fortalecidos para perseverar: Estableciendo a los santos por medio del misterio del Mesías 6. Confiados con el modelo: Transmitiendo el paradigma apostólico reproduciblemente 7. Reforzados por valores: Delegando nuevos movimientos con confianza 8. Bautizados con fe: Promoviendo confianza en el liderazgo del Espíritu Santo 9. Catalizados para la cosecha: Impartiendo valor y visión para la Gran Comisión 10. Comprometidos a la comunidad: Poniendo fundamentos para movimientos basados en iglesias 11. Probados por fuego: Fortaleciendo a los santos para la persecución Conclusión Apéndice A: Sesiones de discipulado paso a paso Apéndice B: Elementos centrales de la predicación en los mensajes principales de Pedro y Pablo en el libro de Hechos Apéndice C: Ejemplo del Discípulo Universal para gente analfabeta
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Prefacio
“Estás equivocado,” le dije, “Simplemente estás equivocado—el concepto del ‘ámbito natural’
no existe en la Biblia.” Así comenzó mi relación con Tim Miller una noche, en la parte trasera de
un autobús en el centro de la ciudad de Kansas. Desde esa acalorada discusión inicial, he sido
inspirado, confrontado, alentado y animado por este hombre con “fuego en sus huesos” (Jer.
20:9). Este libro contiene ese fuego y tan privilegiado como soy al escribir el prefacio, soy aún
más privilegiado de conocer al hombre de donde proviene ese fuego.
Para aquellos cercanos a ellos, la familia Miller es conocida como los “nómadas” por el
evangelio, verdaderos peregrinos en este siglo, que no buscan ni fama ni fortuna sino sólo la
exaltación de Jesús. Creo que es por esta entrega que Tim puede aplicar tan hábilmente una
compleja teoría a una simple práctica.
Por años luché para aplicar mis ideas acerca del evangelio a la vida real y a las misiones.
Ahora me doy cuenta de que no se trata de entender y aplicar principios; se trata de una
consagración total y de “obediencia inmediata” al Espíritu Santo, esa es en sí misma la
aplicación central de toda teoría. El conocimiento acerca de Dios y la verdad de la Biblia no
proceden de leer un libro, sino que el verdadero conocimiento solo procede del
“entendimiento vivo” que surge de una vida totalmente entregada a Dios.
Esta es la verdadera clave para la expansión espontánea de la iglesia. Todos los
programas, teorías y estrategias misiológicas serán vanas en última instancia sino están basadas
y enfocadas en una devoción radical a Jesús, expresada en simples actos de fe y amor hacia
Dios y la gente. Cuando lees este libro, se “siente” diferente a otros libros porque la vida de Tim
refleja su meta final—dirigir con simpleza a personas para que sigan a Jesús de todo corazón.
Una de las razones principales por las que la iglesia está estancada y llena de
mediocridad es por falta de líderes y pastores que con valentía lideren y equipen al Cuerpo para
escuchar y obedecer al Espíritu Santo. Por lo general, paternalisamos perpetuamente al Cuerpo
e implantamos una norma silenciosa de obediencia a nosotros mismos. ¡Dios perdónanos!
Cuando todo el mundo dentro de la iglesia vive sus vidas en total entrega a Dios, la iglesia se
expandirá espontáneamente, y el mundo lo notará.
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En Preparados para la cosecha, listos para el contraataque, Tim Miller nos ha dado un
regalo, surgido del fuego de su propia experiencia, lo cual debería ponernos de rodillas y
alentarnos a seguir a Jesús sin importar el precio. Anclado en la esperanza bíblica de la
resurrección y el Reino, compartiendo esa esperanza con sencillez y ceñidos con el mismo
carácter sacrificado de nuestro Mesías, Tim ha presentado una visión para que la iglesia alcance
la plenitud de su llamado y destino en este siglo.
John Harrigan
Kansas City, Missouri
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Reconocimientos
El Señor ha traído a tantos creyentes increíbles a mi vida que es difícil saber dónde empezar.
Comenzaré recordando a mi padre, quién murió en el 2005. Papá, me alegro de que recibiste
un cuerpo resucitado en proceso. Te veo al rato. Jesús, dale un toque de parte mía.
Estoy tan agradecido hacia mi madre y mis hermanas por su increíble amor y apoyo. Lo
mismo va para los amigos. No pudiera imaginarme la aventura sin ustedes. Los que mayor
agradecimiento merecen son mi esposa e hijas, sin su amor, apoyo, oraciones y paciencia, este
libro solo sería un pensamiento. Las amo mucho a todas.
También le debo mucho a los tantos mentores que Dios ha puesto en mi camino a lo
largo de los años. Jerry, mi pastor en la escuela secundaria—fuiste como un padre para mí. No
sé donde hubiera terminado sin ti. Un agradecimiento especial a Nik y Mamá Ripken, quienes
me enseñaron tanto acerca de la genialidad del liderazgo del Espíritu Santo en contextos de
persecución. Siempre tendrán un lugar especial en mi corazón. Debo mencionar también a los
miembros de la facultad en la Escuela de Estudios Interculturales del Seminario Teológico
Fuller. Gracias por permitirme aprender de sus muchos años de labor, sudor y lágrimas.
También estoy en deuda con una pareja de Singapur. El impacto eterno de su entrenamiento
acerca de movimientos de plantación de iglesias solo se sabrá cuando Jesús irrumpa de los
cielos.
También quiero honrar a la familia Johnson, cuyo increíble amor y hospitalidad me
permitieron completar esta obra. Muchas gracias por su bondad. También debo expresar mi
profunda apreciación por mis amigos y camaradas en la Casa de Oración Internacional en
Kansas City, y la Casa de Oración en Concord. ¡Qué gozo y privilegio el conocer a unos santos
tan humildes y hambrientos! John Harrigan—muchas gracias por tu amistad. Para siempre
estaré agradecido por el efecto afilador que nuestras conversaciones han tenido tanto en la
mente como en el corazón. Gracias también a mi editora, Jennifer Sansom: Tu aportación y
destreza fueron invaluables. Muchas bendiciones a ti y a los muchos otros amigos y colegas a lo
largo del mundo cuya labor de amor hizo este libro posible.
Finalmente, quiero honrar la memoria de Rolland Allen, un misionero de principios del
siglo 21, que estuvo dispuesto a soportar el desprecio en su generación para que otros en el
futuro pudieran ver su sueño hacerse realidad. Padre, te pido que hagas una realidad en
nuestro día el clamor de este precursor.
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Prólogo
Este libro existe a causa de un breve comentario que me devoró la mente como una piraña.
Cuando Dios nos llamó a mí y a mi esposa a dejar nuestro hogar en los Estados Unidos para
servirle en el extranjero, nos envió a una parte del mundo musulmán que por muchos años
había sido devastada por una guerra civil. En muchas regiones habitadas por el pueblo no
alcanzado1 con el cual estábamos trabajando, el gobierno local había colapsado por completo y
el secuestro de occidentales por una recompensa era común. Un día mientras viajaba por un
campo en un camión con otros misioneros, un hombre que había trabajado con nuestro pueblo
no alcanzado por muchos años comentó que si un occidental llegaba a la mayoría de las
ciudades situadas entre nuestro pueblo no alcanzado, sólo tendría dos semanas antes de que lo
mataran, expulsaran o secuestraran. Dos semanas, pensé para mí mismo. Eso no es suficiente
tiempo para nada. ¿Cómo entonces habremos de hacer discípulos efectivamente en tales
circunstancias?
Desde ese día en adelante, esta pregunta me capturó. Continuamente me encontraba
preguntándole al Señor, en ocasiones con lágrimas, “¿Padre, si nos enviaras un hombre, y si
sólo tuviéramos dos semanas con él, que necesitaríamos impartirle de manera tal que nada
menos que un movimiento de calibre Nuevo Testamentario surja en su región? ¿Es esto todavía
posible en nuestro día?” Cuando las sanidades comenzaron a ocurrir en nuestra ciudad
musulmana, estas preguntas me intrigaban con mayor intensidad (ver Introducción). Comencé
a estudiar el Nuevo Testamento más de cerca. ¿Habría algún precedente bíblico que pudiera
considerar en busca de respuestas? Me asombré por lo que el Espíritu Santo comenzó a
mostrarme. Este libro es el fruto de mi búsqueda—un trayecto que comenzó realmente cuando
Dios nos envió a “ese hombre”.
Dos años antes de que “Mahoma”2 apareciera en nuestra puerta, Dios le había dado un
sueño en el que se le dijo que un día el conocería a un americano que le mostraría el camino de
la vida. Por otro lado, mi esposa y yo también recibimos varios sueños proféticos del Señor que
nos dirigieron a movernos al pueblo de Mahoma. Dios nos había dicho de antemano que El
produciría una cosecha al nosotros llegar y que tan pronto como llegáramos debíamos estar
listos. La mayoría de las historias, testimonios e ilustraciones relatadas en este libro están
relacionadas a nuestro tiempo en el área de Mahoma u otros lugares dentro de su grupo no
alcanzado.
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Permítanme primero decir algo breve acerca de testimonios. En las próximas páginas
voy contar muchas historias. En ocasiones, cuando se presentan una serie de testimonios en
una obra escrita, puede ser fácil que surjan ideas distorsionadas en la mente de los lectores.
Algunos se quedan con la impresión de que la vida de la gente en las historias no es sino una
continua aventura y emoción; se olvidan de que usualmente transcurren intervalos de tiempo y
procesos entre cada evento. Otros lectores son tentados a poner en un pedestal a aquellos que
están envueltos en las historias. Las biografías cristianas, especialmente biografías misioneras,
son conocidas por ser hagiografías y por sobre idealizar a aquellos cuyas vidas están siendo
relatadas. Mientras que el reportar las obras de Dios con el propósito de inspirar fe y valentía es
completamente bíblico (Hch.14:27), quiero asegurarle de antemano a los lectores que toda la
gente en las historias que cuento—incluyéndome a mí mismo—son seres humanos normales
con muchas debilidades y faltas. Espero que estos testimonios sirvan para animarle y
provocarle, en lugar de intimidarle o entretenerle.
Escribí este libro con dos grupos de personas en mente. Primero, tengo en mente a
gente a quien Dios pueda llamar y comisionar con el propósito específico de catalizar y poner
fundamentos para movimientos del calibre del Nuevo Testamento, tanto a nivel local como
internacional. Segundo, este libro es para cualquier seguidor de Jesús que simplemente esté
tratando de discipular a otro creyente. Les animo a leer este libro y extraer cualquier principio,
entendimiento e ideas que le sean de valor en su situación particular y que lo apliquen
creativamente bajo el liderazgo del Espíritu.
Note por favor que a lo largo de esta obra yo utilizo la palabra “Mesías” en lugar de
“Cristo”, con la excepción de las citas bíblicas. Aunque no tengo problema alguno con el
término “Cristo” y yo mismo lo utilizo frecuentemente, la tendencia inconsciente de muchos
creyentes hoy en día es utilizar esta palabra como un apellido y no como un medio para
transmitir el amplio concepto Mesiánico de la Biblia. Por ejemplo, en términos de impacto
emocional y poder conceptual, hay una gran diferencia entre “Juan Pérez” y “Juan el Rey que
llenará la tierra de justicia.” Mi meta en esta obra al utilizar “Mesías” en lugar de “Cristo”, es
evocar con cada uso la riqueza del concepto Mesiánico en las mentes de los lectores, así como
forzarnos a recordar regularmente las raíces hebreas del concepto.
Para aquellos a quienes les pueda ayudar, en el Apéndice A he incluido una serie de
sesiones de discipulado en un formato de paso a paso. Estas constituyen mi propio método
práctico para implementar los paradigmas de este libro.
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Notas finales
1 Para más información acerca de pueblos no alcanzados, vea el Proyecto Josué, http://www.joshuaproject.net/international/es/countries.php 2 Por razones de seguridad, a lo largo de este libro he utilizado pseudónimos según lo he considerado apropiado.
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Introducción
Mis manos temblaban sobre el volante. El hospital se encontraba solo a cinco minutos. Me
mantuve orando en voz baja, pidiéndole a Dios que me diera la fortaleza, la fe y el valor que no
tenía. Mi esposa estaba intercediendo por mí en la casa. El ir a un hospital localizado en una
comunidad “Morava”1—casi 100% musulmana—para orar en el nombre de Jesús no era un
asunto liviano y un pequeño cambio de circunstancia podía ponernos en peligro fácilmente.
Pero el Espíritu Santo me había movido a ir a este hospital y ofrecer oración por los enfermos y
esperé para seguir su dirección.
Caminé al hospital y me encontré con algunos de los administradores del hospital. Les
pregunté si me permitirían orar por algunos de los pacientes. Dios me dio favor con ellos y fui
escoltado a la sala de hombres. Al entrar a la habitación, vi entre quince a veinte hombres y
niños de todas las edades con varias enfermedades. Muchos estaban encamados y enfermos
con malaria. Me acerqué a cada persona y les pregunté si podía orar por ellos de “la manera en
que sabía hacerlo, en el nombre de Jesús.” La mayoría de ellos estaban desesperados por
cualquier ayuda que pudieran recibir; cada uno me permitió orar. Siguiendo las instrucciones de
Jesús a los discípulos (Mt. 10:7), simplemente le dije a estos hombres que el reino de Dios
estaba cerca. Los ungí con aceite, puse mis manos sobre ellos y comencé a ordenarle a las
enfermedades que se fueran en el nombre de Jesús.
Después de haber orado por todos los que estaban en la habitación, los hombres me
pidieron que les explicara lo que estaba haciendo. Esta fue la oportunidad por la que había
estado orando, porque justo el día antes había terminado de memorizar una presentación del
evangelio que había diseñado específicamente para este contexto moravo (vea el cap. 4). Le
pedí a los hombres que cerraran las puertas de la habitación y comencé a compartir la
presentación. Por treinta minutos, parecían estar entendiendo cada palabra. Después de
terminar, respondí a varias preguntas y me fui a casa.
Dos días después, mi esposa y yo, junto a varios otros, regresamos al hospital. Uno de
los enfermeros me sacó aparte y me dijo que de aquellos por quienes había orado dos días
atrás, casi todos habían sido totalmente sanados o habían mejorado significativamente. El y
otras enfermeras nos tomaron por los brazos a mí, a mi esposa y a otra mujer creyente que nos
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estaba visitando y literalmente nos jalaron hacia la sala de las mujeres para que oráramos por
ellas. Tres mujeres nos permitieron orar por ellas. Conforme a la cultura, mi esposa y la otra
mujer pusieron sus manos sobre ellas. Les dijimos que Dios las amaba profundamente. Luego,
comenzamos a ordenarle a la enfermedad que saliera en el nombre de Jesús. Mientras
hacíamos esto, escuché a uno de los enfermeros susurrándole a alguien más en la habitación,
“Le están ordenando a la enfermedad que salga.” Estaba impactado por la autoridad del
nombre de Jesús.
Mientras salíamos del hospital, un grupo de hombres me llamó y me dijeron con total
franqueza, “Queremos que nos hables de Jesús.” Algunos lo dijeron burlonamente, pero otros
parecían estar genuinamente interesados. Inmediatamente noté que algunos de los hombres
en este grupo habían estado entre aquellos con quienes había compartido el evangelio dos días
antes. Esto me intrigó acerca de un hecho muy importante: la gente había estado murmurando
acerca de Jesús. ¡Finalmente, la cadena de murmuración fue útil para algo justo! Invité a estos
hombres a mi casa esa noche, prometiéndoles hablar con ellos acerca de Jesús y clarificar
algunas cosas que son comúnmente malentendidas acerca de él en el mundo musulmán. Mi
esposa y yo regresamos a la casa y pasamos el resto del día en oración, ayuno y adoración en
anticipación por la reunión. Tan pronto como apagamos la música de adoración, escuché un
toque en la puerta de afuera. Nueve hombres entraron a la casa y después de tomar té y hablar
un poco, compartí el evangelio con ellos. Tenían muchas preguntas. Algunos de ellos
accedieron a regresar para ver la Película de Jesús más adelante.
La mañana siguiente, tuvimos dos tipos de visitantes. Uno era el enfermero que nos
había dirigido a la sala de mujeres. El nos informó que las tres mujeres por quienes habíamos
orado habían sino sanadas.
El otro era un grupo de tres hombres: uno ya mayor con una larga barba blanca; otro de
edad media, también con una barba larga; y uno más joven con menos barba. Los tres estaban
vestidos con la vestimenta religiosa estándar: largas sotanas y gorros religiosos que usualmente
se usan los viernes. Estaba claro que querían ser percibidos como religiosos y que los hombres
más jóvenes veían al mayor como su mentor. Luego descubrí que el hombre de mayor edad era
un jeque muy conocido en el área.
Inicialmente malinterpreté el carácter de esta visita. Me pregunté si estos hombres
pudieran ser buscadores de la elite religiosa local (vea Jn. 19:39; Hch. 6:7, 18:17; 1 Co. 1:1). Sin
embargo, cuando los invite a mi casa para tomar té, rápidamente se hizo obvio que no estaban
ahí como buscadores. En lugar de eso, como la mayoría de los fariseos y escribas que visitaron a
Jesús, ellos habían venido como guardianes religiosos y sociales cuyo fin específico era
inspeccionarnos y ponernos en nuestro lugar. En un momento dado mientras estaba sentado
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con estos hombres, trataron de intimidarme diciendo que Jesús no había muerto en la cruz.
Gracias a Dios, tenían que apurarse para tomar un autobús y no se quedaron por mucho rato.
Así comenzó una temporada de mucho aprendizaje y sobriedad para nosotros. Por los
próximos meses, tuvimos un fluir continuo de musulmanes tocando a nuestra puerta y la
mayoría quería saber más acerca de Jesús. Algunos vinieron abiertamente durante el día,
mientras que otros venían a nosotros durante la noche. Muchos abogaron positivamente por
nosotros en la comunidad; otros propagaron mentiras y rumores acerca de nosotros. Conforme
a lo que informantes y amigos locales de confianza nos decían, sabíamos que la fábrica de
rumores estaba trabajando tiempo extra. Como aquellos entre quienes Jesús ministró, gente de
todos los niveles sociales estaban tratando de descifrar que pensar de nosotros y qué hacer con
nosotros o aún a nosotros (vea Jn. 7:25-44). Muchos de nuestros amigos y contactos en la
comunidad expresaron gran preocupación por nuestra seguridad y bienestar. Estaban
atemorizados de que extremistas islámicos se enteraran de lo que estaba ocurriendo y de que
nos convertiríamos en blanco fácil. Durante este tiempo tuvimos aún que distanciarnos de
muchos de nuestros amigos no creyentes porque estaban siendo hostigados por líderes
religiosos a causa de su relación con nosotros, aún cuando estos no habían aceptado el
evangelio.
Por la protección de Dios, salimos de ésta temporada sin daño alguno. Después de tres
meses, mi esposa y yo salimos en un viaje fuera del país. Resultó ser que el tiempo de este viaje
había sido ordenado por Dios. Luego descubrimos que justo antes de salir, algunos en la
comunidad habían planeado hacernos daño. Sin embargo, nuestra salida evitó que lo hicieran.
En adición a este tiempo oportuno, Dios utilizó un gracioso malentendido para protegernos.
Durante el tiempo en que aprendíamos el lenguaje, nos hicimos amigos de un hombre muy
respetado en la comunidad. Mi apodo local resultó ser el mismo que el del hijo mayor de este
hombre. ¡Por lo tanto, muchos hombres en la comunidad pensaron por error que este hombre
me había adoptado! Este malentendido los hizo reacios a actuar apresuradamente en cualquier
intento de hacernos daño—al menos por el tiempo necesario hasta que pudiéramos salir en
nuestro viaje.
Antes de, y durante esta intensa temporada, mi esposa y yo clamamos continuamente
para que Dios honrara a Jesús en nuestra pequeña comunidad al confirmar el mensaje del
evangelio con su poder. Nos lamentábamos por los miles de musulmanes que vivían a nuestro
alrededor que no se habían sometido al Señorío de Jesús el Mesías y por eso estaban
destinados a ir al lago de fuego y la muerte segunda (Ap. 20:14). Ayunamos y comenzamos a
llevar a cabo reuniones de oración por varias horas cada día.
Con las sanidades en el hospital, Dios comenzó a responder a nuestras oraciones. Sin
embargo, cuando la respuesta comenzó a venir finalmente, nos dimos cuenta de que no
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estábamos preparados para sus intensas implicaciones. ¿Cuál fue el resultado de Dios haberse
movido con poder en nuestra pequeña comunidad musulmana? Estremecimiento social en cada
área. Visitantes tocando nuestra puerta en las horas más “inconvenientes”… amigos
preocupados… líderes y guardianes comunitarios descontentos… la fábrica de murmuración
trabajando horas extras… elementos radicales enterándose de nuevos posibles blancos. En
cuestión de días, la comunidad entera estaba hablando y tratando de entender lo que había
ocurrido en el hospital. Por medio de estas sanidades, el Espíritu Santo había confrontado
directamente fortalezas religiosas que habían estado vigentes por largo tiempo y el resultado
fue un torbellino.
La norma bíblica: El poder de Dios causa estremecimiento social
Aunque las sanidades en el hospital mencionadas anteriormente no se acercaron ni
siquiera un poco a la magnitud y poder de las señales y milagros realizados por medio de Jesús
o los apóstoles, o a las “obras mayores” (Jn. 14:12) que el Cuerpo del Mesías experimentará en
los días por venir, Dios sí utilizó este evento para eliminar cualquier fantasía que pudiéramos
tener acerca de lo que comúnmente es llamado “encuentros de poder.” Algunos creyentes se
apegan a la noción de que si ocurren señales, prodigios y milagros como Jesús y la iglesia del
primer siglo, entonces todo el que escuche el evangelio habrá de someterse automáticamente
a Jesús como Señor. Sin embargo, según las Escrituras, usualmente ocurre lo contrario. A veces
las demostraciones de poder, en conjunto con el mensaje controversial del cual éstas testifican,
son la manera más rápida de ser echado en prisión. Cuando Jesús realizaba un milagro como
señal del mensaje que estaba proclamando, el pueblo usualmente respondía de dos maneras:
unos querían seguirlo (Jn. 9:38, 11:45) y otros querían matarlo (Mt. 12:14; Jn. 11:46–53). La
difusión del poder de Dios por medio de él nunca dio lugar a una respuesta neutral.
Esto no fue sólo cierto en cuanto a Jesús. De principio a fin, el libro de Hechos también
da testimonio de esta verdad. Citando solo algunos ejemplos, la sanidad del hombre cojo en el
pórtico de Salomón junto con una predicación poderosa, pusieron a Pedro y a Juan en prisión
(Hch. 4:3). En Hechos 5, los milagros de los apóstoles y el mensaje que enseñaron capturó tanto
la atención de la gente que los saduceos tuvieron envidia y los pusieron en prisión. Fueron
liberados por un ángel, sólo para predicar el evangelio con mayor valentía. Esto hizo que los
azotaran (Hch. 5:40). La predicación ungida confirmada con señales y milagros hizo que
mataran a Esteban y también inició una temporada de gran persecución contra la iglesia (Hch.
6:1-8:1). La valentía de Pablo casi hizo que lo arrestaran en Damasco (Hch. 9:24) y que casi lo
mataran en Jerusalén (Hch. 9:29). Una manifestación del poder del Espíritu como confirmación
de su mensaje hizo que expulsaran a Pablo y a Bernabé de Antioquía de Pisidia (Hch. 13:50) y
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dio como resultado que Pablo fuera apedreado en Listra (Hch. 14:19). Pablo y Silas fueron
echados en prisión después de expulsar un demonio de una esclava y fueron severamente
azotados (Hch. 16:16-21). La predicación poderosa produjo disturbios en Tesalónica y Éfeso
(Hch. 17, 19).
Por lo tanto, cuando leemos el Nuevo Testamento se nos presenta un tipo de paradoja.
Por un lado, según los estándares del Nuevo Testamento, un mensaje sin el testimonio
confirmador del poder de Dios tiene poca o ninguna credibilidad y un impacto mínimo. Por lo
tanto, si queremos ser verdaderos testigos hoy en día de la misma manera en que vemos ese
término definido bíblicamente, debemos continuar pidiéndole a Dios que nos de valentía al
proclamar el mensaje y que confirme su Palabra con poder:
Ahora, Señor, toma en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos el proclamar
tu palabra sin temor alguno. Por eso, extiende tu mano para sanar y hacer
señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús (Hch. 4:29,
énfasis añadido).
Por otro lado, cuando predicamos el evangelio y Dios confirma el mensaje con poder,
abrimos inevitablemente una lata de gusanos: nuestro mensaje cataliza persecución y
oposición. Mientras que las señales y milagros no garantizan absolutamente una respuesta
positiva a nuestro mensaje, éstas usualmente tienen el efecto de trazar una clara línea en la
arena. En otras palabras, su presencia confronta la incredulidad de manera tan directa que hace
que lo que está en el corazón de una persona salga a la superficie de manera acelerada y
visible. Si la gente está hambrienta por la verdad, entonces los milagros hacen que esta hambre
se manifieste de manera acelerada. Por el contrario, si sus corazones están endurecidos,
entonces los milagros exponen rápidamente esa dureza. Como Pablo lo dijo, “Porque para Dios
nosotros somos el aroma de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden. Para éstos
somos olor de muerte que los lleva a la muerte; para aquéllos, olor de vida” (2 Co. 2:15-16).
Cuando la fragancia del poder del Espíritu Santo es manifestada y demostrada abiertamente
aún en el menor grado, o nos sometemos a ese poder o nos rebelamos. Cuanto mayor sea el
grado de poder derramado, más imposible se hace quedarse sentado cómodamente con una
respuesta neutral. En adición, en un esfuerzo por aliviar el desequilibrio interno causado
cuando Dios confronta su incredulidad, aquellos que responden negativamente al poder de
Dios usualmente persiguen a aquellos que responden positivamente.
Por lo tanto, así como el poder del Espíritu confirmó el mensaje de los apóstoles
dondequiera que iban, así también tanto discípulos como persecución surgieron rápida y
simultáneamente a dondequiera que los apóstoles fueron. De la única manera en que hubieran
evitado el “lado negativo” de la persecución hubiera sido al no operar y predicar con el mismo
poder que también resultó en el “lado positivo” del fruto inmediato.
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En adición, el Nuevo Testamento no solo pinta un cuadro del evangelio produciendo
tanto fruto inmediato como persecución inmediata, sino que también presenta a Dios
utilizando la persecución (que hombres malos y demonios tramaron para mal) para hacer
madurar el fruto de la manera más rápida posible. Aunque sea difícil para algunos aceptarlo,
Dios sigue utilizando la persecución hoy en día como un medio para entrenar a su pueblo en
rectitud, perseverancia y lealtad total a él y como una manera de probarle al mundo que su
pueblo es digno de heredar las glorias del reino venidero de Dios (Lc. 20:35; Stg. 1; 1 Pe. 1). El
toma lo que los demonios y perseguidores traman para lo peor y lo torna en lo que El desea
para bien. En ese sentido, Dios transforma la persecución en una de sus herramientas de
discipulado y la utiliza como un don para la iglesia.
Dios también utiliza las respuestas piadosas de su pueblo ante la persecución—
“venciendo con el bien el mal” al “bendecir a los que te persiguen” (Rom. 12:14, 21) —como un
medio para darle a los perseguidores más oportunidades para arrepentirse y no reciban el
castigo eterno en el lago de fuego. Visto desde una perspectiva eterna, la persecución es por lo
tanto una estrategia de misericordia para aquellos que no han aceptado el evangelio. ¿Será
posible que Dios permita que yo, un discípulo leal, sufra persecución con el fin de que mi
perseguidor pueda evitar las consecuencias eternas del lago de fuego? ¿No es eso lo que Jesús
hizo por todos nosotros? ¿No estamos acaso llamados a cargar la misma cruz (Mt. 16:24)?
Aunque estas ideas parezcan ser extrañas para algunos, estas son claramente bíblicas y en línea
con las realidades experimentadas por multitudes de discípulos de Jesús fuera de occidente.
En resumen, sea que hablemos acerca del evangelio infiltrando lugares como el mundo
musulmán, o el Espíritu Santo soplando nueva vida y poder a las iglesias dentro de las fronteras
de la cristiandad, un hecho es innegable. El mensaje del evangelio, cuando es confirmado con
demostraciones del poder del Espíritu Santo, está intrínsecamente diseñado para trastornar los
estándares actuales y crear circunstancias impredecibles. El negar esto es negar la realidad del
testimonio bíblico.
El poder del Nuevo Testamento requiere el fundamento del
Nuevo Testamento
El poder del Espíritu Santo, por lo tanto, es como “vino nuevo” que no solo confronta
sino que rompe “odres viejos” (Mt. 9:16-17). Cuando le pedimos a Dios que confirme la
predicación del evangelio con poder, sea que nos guste o no, le estamos pidiendo que venga y
haga un complejo y glorioso desorden. Le estamos pidiendo a Jesús que estremezca la
sociedad.
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De manera práctica, cuando Dios respalda su palabra con poder sustancial, debemos
estar preparados para dos cosas: (1) una rápida cosecha de almas y (2) circunstancias
impredecibles y estremecimiento social, usualmente a manera de persecución. En otras
palabras, debemos estar tanto preparados para la cosecha como firmes ante el contraataque.
La pregunta principal que este libro busca responder es: ¿Cómo podemos catalizar, fortalecer y
poner fundamentos para la cosecha, de manera tal que surjan movimientos que se expandan
rápidamente y que perseveren a lo largo de las dificultades del contraataque? Cuando Jesús
está estremeciendo todo a nuestro alrededor, ¿cómo podemos poner fundamentos para que
surjan movimientos de la calidad del Nuevo Testamento o aún mayores?
La respuesta a esta pregunta y la tesis de este libro es que el poder del Nuevo
Testamento requiere el fundamento del Nuevo Testamento. En otras palabras, la búsqueda de
un testimonio del calibre del Nuevo Testamento requiere intrínsecamente la recuperación de
un método apostólico para “poner el fundamento” (1 Co. 3:10). Al utilizar el adjetivo
“apostólico,” simplemente quiero decir aquello que es observable en la vida y ministerio de los
apóstoles del Nuevo Testamento, especialmente el apóstol Pablo.
Pablo: Un fracaso según los estándares de la actualidad
Según los estándares misioneros de muchos en la actualidad, Pablo sería considerado un
terrible fracaso. Su primer viaje misionero (46-48 DC) habla por sí mismo (vea Hch. 13-14).
Durante un periodo de dos años, él y Bernabé viajaron y predicaron el evangelio a lo largo de
toda una isla, en tres provincias principales y en al menos siete ciudades importantes y
revisitaron cuatro de las ciudades. Aún una lectura superficial de Hechos nos confronta con esta
sorprendente verdad: Pablo pasó solo unas pocas semanas o meses en la mayoría de los lugares
que visitó durante sus viajes misioneros que se documentaron. Sus estadías más prolongadas
en cualquiera de sus viajes que se documentaron fueron Corinto, donde solo pasó un año y
medio (Hch. 18:11) y Éfeso, donde solo pasó tres años (Hch. 20:31). Aún más
sorprendentemente que la brevedad de las estadías de Pablo en muchos lugares, fue su
disposición a dejar atrás grupos de nuevos discípulos después de pasar solo varias semanas con
ellos, a pesar de la persecución que surgió a la par de su predicación. Esto es casi inconcebible
para la mayoría de los paradigmas misioneros en la actualidad. En términos de discipulado
práctico, ¿cómo era esto posible? ¿Qué depositó Pablo en los nuevos discípulos durante el
tiempo relativamente corto que estuvo con ellos?
La mayoría de las agencias misioneras en la actualidad, al menos en occidente, dividen
los términos de servicio para misioneros internacionales en segmentos de tres a cuatro años.
Comúnmente se asume además, que aquellos que son enviados deben esperar hasta su tercer
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o cuarto término antes de esperar seriamente que sus ministerios den fruto. Por lo tanto, se
espera de muchos que vivan en la misma ciudad o región durante toda su “carrera.” Aún más,
usualmente se asume que la supervisión directa o la presencia de un misionero expatriado es
necesaria por muchos años para que los discípulos locales puedan madurar. Por lo tanto, aún
cuando se toman en cuenta factores de tiempo intensivo como aprender un idioma (Pablo no
tuvo que aprender otro idioma como adulto), según los estándares en la actualidad debemos
catalogar los viajes misioneros de Pablo como una catástrofe, o tenemos que reconocer que
nosotros en el movimiento misionero actual debemos una vez más abrir nuestros corazones a
un método olvidado—uno con el cual no nos sentimos familiarizados inicialmente, pero que no
obstante está firmemente basado sobre un precedente bíblico.
A causa de que el poder fluía regularmente por medio de la vida, ministerio y testimonio
de Pablo, la persecución y el estremecimiento social también lo siguieron a dondequiera que
iba. El libro de Hechos y las cartas de Pablo presentan esto claramente. Pablo probablemente
nunca supo exactamente por cuánto tiempo Dios le permitiría estar físicamente presente con
un grupo de nuevos discípulos. Por lo tanto, el carácter mismo de su ministerio, requería de un
método para poner fundamentos que impartiera a nuevos creyentes algo que resultara tanto
en su transformación personal como en el avance del evangelio, aún a pesar de los
estremecimientos y las circunstancias impredecibles relacionadas a la manifestación de poder
por medio de él. Sea que estuviera físicamente presente con un grupo de santos o en prisión
siendo azotado, o que estuviera con una nueva iglesia por tres semanas, tres meses, o tres
años, el tenía plena confianza de que el Espíritu Santo mismo podía dirigir a las nuevas ovejas a
donde tuvieran que ir y progresivamente llevarlos a la madurez en su ausencia:
¡Al que puede fortalecerlos a ustedes (no yo) conforme a mi evangelio!… (Ro.
16:25, énfasis y paréntesis añadido).
Él (no yo) los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el
día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel… es Dios. (1 Co. 1:8-9, énfasis y paréntesis
añadido).
…Estoy convencido de esto: el (no yo) que comenzó tan buena obra en ustedes la
irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús. (Fil. 1:6, énfasis y paréntesis
añadido).
…Pero no me avergüenzo, porque sé en quién he creído (aquel que es fiel), y
estoy seguro de que tiene poder para guardar hasta aquel día lo que le he
confiado (2 Ti. 1:12, énfasis y paréntesis añadido).
A causa de su gran confianza en la habilidad del Espíritu Santo como discipulador, Pablo
sintió confianza dejando atrás nuevas iglesias una vez había puesto un fundamento (por
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ejemplo, Ro. 15:20; 1 Co. 3:10) por medio del cual eran encaminados en un trayecto para
madurar en el Mesías (en contraste a ellos ya haber alcanzado la madurez). El hecho de que el
permaneció con muchas nuevas iglesias por periodos tan cortos de tiempo, significa que Pablo
mismo tuvo que haber creído que los componentes esenciales del fundamento que él tenía en
mente podían ser establecidos durante un corto periodo de tiempo de ser necesario.
Además, el corto tiempo que Pablo pasó con nuevas iglesias también indica que el factor
determinante para su partida de una ciudad o región en particular no era el que una nueva
iglesia encajara dentro de algún tipo de “escala de madurez,” sino en lugar de eso se debía al
liderazgo del Espíritu Santo en sus vidas (vea por ejemplo Hch. 16:9–10, 18:8–10, 20:22), o a
circunstancias que lo forzaban a salir de un contexto local (vea por ejemplo Hch.14:19–20,
16:35–40, 20:22). En su mente, la viabilidad de los movimientos catalizados por medio de su
ministerio nunca dependía de su presencia personal, sino del increíble liderazgo del Espíritu
Santo.
En resumen, la estrategia general de Pablo, si podemos así llamarla, era: (1) tener
comunión constante con Dios en oración y otras disciplinas espirituales; (2) seguir el liderazgo
del Espíritu en dirección a una región o ciudad; (3) visitar una sinagoga o algún lugar propicio
para discutir el evangelio; (4) proclamar con valor el mensaje del evangelio, confiando que Dios
respaldaría el mensaje con poder; (5) reunir a los nuevos discípulos que respondieran
rápidamente; (6) poner un fundamento sólido lo más pronto posible, dadas las circunstancias
particulares; (7) encomendar a las nuevas ovejas al liderazgo del Espíritu Santo antes de que lo
apedrearan, arrestaran, mataran o expulsaran; y (8) orar con todo su corazón por el nuevo
rebaño. En algunos casos, como en Éfeso, las circunstancias le permitieron darse el lujo de
permanecer por más tiempo. Sin embargo, el Nuevo Testamento da testimonio de que una
visita relativamente larga de su parte no era un prerrequisito para un discipulado efectivo. Esto
era así porque los fundamentos que el estableció presuponían un nivel de poder, una calidad y
esencia en el mensaje y una serie de suposiciones básicas que necesitamos recuperar hoy en
día, siendo la más fundamental una completa confianza en la habilidad del Espíritu Santo para
liderar sus ovejas adecuadamente con o sin nosotros en la ecuación.
Dejando que el ejemplo de Pablo nos provoque
Esto nos lleva a una pregunta importante que ha surgido en numerosas ocasiones a lo
largo de la historia de las misiones: ¿Hasta qué punto estaba el ministerio de Pablo relacionado
a su propio llamado y las circunstancias históricas del primer siglo, y hasta qué punto éste
provee principios generales que son más aplicables en cualquier situación de discipulado o
plantación de iglesias?
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Por ejemplo, como apóstol, Pablo funcionó en muchos niveles diversos. El hizo
discípulos, plantó iglesias, testificó ante reyes y escribió parte de la Biblia. Es justo decir que
toda persona en el Cuerpo del Mesías está llamada a hacer discípulos de alguna manera; menos
gente está llamada a plantar iglesias de manera intencional; mucha menos gente está llamada a
testificar ante reyes; y nadie está llamado a escribir parte de la Biblia.
En adición, el llamado de Pablo incluyó un riguroso nivel de itineración. En el Nuevo
Testamento, el estaba moviéndose constantemente, edificando y fortaleciendo a los rebaños
bajo su cuidado. También, la mayor parte de sus viajes ocurrieron dentro del imperio del cual
era ciudadano y nunca tuvo que aprender otro idioma. Hoy en día, la mayoría de la gente en el
Cuerpo del Mesías no está llamada a vivir en un intenso itinerario o a supervisar muchas iglesias
dispersadas a lo largo de una extensa área. Aquellos que están llamados a viajar como
misioneros transculturales usualmente tienen que dejar su propio “Imperio Romano” y
trasladarse a otro “imperio” o nación. Esto en ocasiones implica el duro trabajo de aprender
otro idioma. En contraste, Pablo creció hablando los idiomas por medio de los cuales el habría
de ministrar más adelante en servicio al Mesías.
Pablo también tuvo otras ventajas sobre nosotros hoy en día a nivel circunstancial.
Situadas en la mayoría de las ciudades del Imperio Romano había muchas sinagogas judías,
construidas por judíos durante los años del exilio babilónico. Tres grupos de gente asistían
usualmente a estas sinagogas: judíos, prosélitos gentiles convertidos al judaísmo, y hombres
“temerosos de Dios” o gentiles atraídos al judaísmo pero que rehusaban someterse al rito de la
circuncisión. Antes de pisar una nueva ciudad, Pablo podía esperar encontrarse con una
audiencia estratégica cuyos miembros ya tenían alguna familiaridad con los conceptos e ideas
del Antiguo Testamento y quienes poseían una expectativa Mesiánica cultivada. Casi siempre la
primera cosa que hacía en la mayoría de las ciudades era buscar una de esas sinagogas.
Por lo tanto, tenemos que reconocer que el llamado y ministerio de Pablo estaba
diseñado de manera particular en algunos aspectos para su tiempo y contexto. El grado hasta el
cual su ministerio y llamado particular es aplicable a nuestra propia situación actual habrá de
variar de persona a persona, dependiendo de nuestro llamado.
Por otro lado, tenemos que guardarnos de no usar las diferencias entre nuestro
contexto ministerial y el de Pablo como una excusa para conformarnos a una calidad de vida y
testimonio que no está a la altura de la medida bíblica. Si algunos de los elementos particulares
de su ministerio no nos aplican, otros elementos sí nos aplican y en muchos casos estos son
requeridos para los seguidores del Mesías de cualquier trasfondo y llamado y en cualquier
periodo. Pablo le dijo a toda la iglesia de Corinto, “Imítenme a mí, como yo imito a Cristo” (1
Co. 11:1). Por ejemplo, una manera en la que Pablo siguió el ejemplo del Mesías mismo (Mr.
1:14-15) fue al proclamar el evangelio con denuedo e instó a otros a que hicieran lo mismo (Col.
22
4:5; Flp. 1:14). Igualmente, así como Pablo imitó el ejemplo de humildad y gentileza del Mesías
(Mt. 11:29; 2 Co. 10:1), nosotros debemos hacer lo mismo y ser humildes y gentiles (Ef. 4:2).
Ciertamente estos aspectos del ministerio de Pablo nos aplican hoy en día tanto como lo fue
para los creyentes del primer siglo.
Además, el hecho de que haya diferencias entre algunos de los detalles del llamado de
Pablo y el nuestro no mitiga el principio general de que el poder de Dios ejerce un efecto
estremecedor sobre sistemas perversos o la necesidad correspondiente de edificar de manera
tal que tomemos en cuenta ese factor.
Conclusión
En contextos donde la persecución es rápida y letal, ¿estamos preparados para darle a
nuevos discípulos lo que necesitan antes de que nos maten, aprisionen o expulsen? En casos en
los que el Espíritu Santo comience a moverse de maneras inusuales en un lugar en particular,
¿estamos preparados para darle a nuevos o avivados discípulos algo que resulte en su
transformación y en el continuo avance del evangelio una vez regresen a casa después de un
corto tiempo con nosotros? En ocasiones donde grandes cantidades de personas se vuelvan
receptivas al evangelio repentinamente ante el acontecimiento de terribles catástrofes, ¿cómo
podemos administrar una cosecha naciente para que se convierta rápidamente en un
movimiento de calibre Nuevo Testamentario? Si como Pablo, por cualquier razón (persecución,
prisión, expulsión, muerte, etc.) sólo tenemos un corto tiempo (un día, dos semanas, varios
meses, o como máximo un año o dos) con un grupo de nuevos discípulos, ¿qué tipo de “ADN”
necesitaremos transmitir para que el resultado sea un “organismo” de la calidad del Nuevo
Testamento? Según la discusión en esta introducción, sabemos que si clamamos para que Dios
confirme su palabra con poder, debemos también estar preparados para transmitir este ADN
en medio del impredecible torbellino producido por este tipo de testimonio. El ejemplo de
Pablo nos promete que esto es posible.
Notas finales
1 A lo largo de este libro, me referiré a este pueblo no alcanzado en su mayoría musulmán, como los “Moravos.”
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1
Impulsados por la pasión: Produciendo
movimientos que se expanden
espontáneamente
“¡Siento fuego!” “¡Siento fuego!” Me dijo Mahoma emocionado mientras el poder del Espíritu
Santo fluía y pulsaba por todo su cuerpo. Los pelos de sus brazos estaban totalmente erizados.
Como 45 minutos antes, Mahoma, un moravo musulmán, había aparecido a mi puerta.
Estaba buscando trabajo y quería saber si yo tenía algo disponible. Antes de que pasara mucho
tiempo comenzamos a tener una discusión espiritual. Rápidamente se hizo evidente que
Mahoma era un hombre muy pensativo e inteligente. Hablaba seis idiomas y tenía un grado
universitario en biología. También pude ver claramente que en varias ocasiones de su vida se
había topado con porciones de la verdad del evangelio. Había leído algunas partes de la Biblia y
en varias ocasiones había también dialogado con otros seguidores del Mesías. Me impresioné
particularmente cuando me dijo que había sido capaz de discernir la falsedad de la Biblia de los
Testigos de Jehová. Sin embargo, a pesar de la mente interesada y la evidente hambre por la
verdad que tenía Mahoma, era también evidente que nunca le había dado su lealtad al Mesías.
Todavía tenía preguntas sin responder. Todavía seguía siendo un musulmán.
Mientras la conversación continuaba, le conté la historia de cuando Pedro y Juan fueron
al templo en Hechos 3 y lo que le dijeron al mendigo cojo antes de que fuera sanado: “No tengo
plata ni oro —declaró Pedro—, pero lo que tengo te doy” (Hch. 3:6).
24
“Mahoma,” le dije, “No tengo dinero o un trabajo para ti, pero lo que tengo te doy—las
buenas noticias del reino de Dios—estoy dispuesto a compartirlas contigo gratuitamente. ¿Te
gustaría que te explique las buenas noticias?”
“Sí,” me dijo sin vacilar. Entonces entramos a una habitación.
“¡Mahoma,” le dije, “estoy aquí para decirte las mejores noticias del mundo!”
Por los próximos 30 minutos, le presenté un resumen del evangelio a Mahoma,
comenzando con la caída del hombre y culminando con el regreso de Jesús. Luego canté una
canción, escrita por creyentes de su pueblo que habían sido martirizados varios años atrás,
acerca del costo de seguir a Jesús. El necesitaba conocer de antemano que esta no era una
decisión que debía tomar livianamente, especialmente por alguien viviendo en un entorno en el
cual la pregunta no era si vendría la persecución, sino cuándo y cómo vendría. El hambre
irradiaba en el rostro de Mahoma mientras escuchaba. Nunca antes había visto a una persona
tan hambrienta por escuchar la verdad del evangelio.
Después de terminar la presentación, le dije a Mahoma que Dios no quería que creyera
la verdad del mensaje simplemente porque había escuchado palabras bonitas. Siguiendo el
ejemplo y la enseñanza del Nuevo Testamento (1 Co. 2:1–5; 1 Te. 1:4–5), le dije que Dios
también quería demostrar con poder la verdad de las buenas noticias que había escuchado. Le
pregunté si podía imponer mis manos sobre él y orar. El consintió con entusiasmo. Eso era todo
lo que el Espíritu Santo necesitaba. El Señor estaba esperando por la invitación para
manifestarse, y verdaderamente se manifestó. El Espíritu Santo comenzó a manifestar su
presencia por todo el cuerpo de Mahoma. Lleno de emoción, dijo que sentía fuego sobre él, y
que un gozo y una paz abrumadora inundaron su alma. Le pregunté si estaba listo para seguir a
Jesús. Dijo que sí, y le dije que necesitábamos reunirnos por varias horas lo antes posible. El dijo
que regresaría más tarde.
Cuando Mahoma regresó esa noche, volvimos a la habitación donde comenzamos el
proceso de discipulado. Mahoma hizo una confesión de fe e invitó al Espíritu Santo a que
llenara su corazón. Lo primero que hice después de su confesión fue enseñarle como escuchar
la voz del Espíritu Santo. Le di la oportunidad de practicarlo mientras imponía mis manos sobre
él y comencé a orar por él. En un momento mientras oraba, abrí mis ojos y lo vi levantando su
mano al aire. Sus ojos estaban cerrados. El poder de Dios estaba fluyendo por su cuerpo otra
vez. Después le pregunté que estaba ocurriendo. Me dijo que mientras orábamos, el vio una
visión de una mano tocándolo. Esta mano agarró la mano de Mahoma y la levantó al aire. Me
dijo que no fue el quien levantó su propia mano, sino que un poder invisible lo había hecho. Al
mismo tiempo, para su sorpresa, una voz “que no era mi voz” le habló. Mahoma se sintió un
poco estremecido. La voz le dijo, “El reino está abierto para ti. Bienvenido, eres uno de
25
nosotros. Sacrifiqué mi vida por los pecados que cometiste. Ahora te acepto como tú me
aceptas.” Mahoma se levantó de su silla y literalmente comenzó a saltar de gozo. Lo abracé y
salté con él. El había escuchado las buenas noticias del reino de Dios proclamadas, y había
experimentado la realidad y sustancia de ese reino venidero demostradas. Ahora tenía una vida
nueva. Esas son buenas noticias.
Sin embargo, aunque Mahoma tenía una nueva vida, todavía no tenía un trabajo. Por
razones que se aclararán más adelante, le dije, “Felicidades, has entrado al reino. Nunca voy a
darte un trabajo.” Aunque Mahoma pensó que eso fue un comentario extraño en un momento
tan importante, el estuvo de acuerdo. Después de leerle Mateo 6:25-34, le dije a Mahoma que
el Espíritu Santo, no yo, era ahora su líder, y que el Espíritu Santo se haría cargo de sus
necesidades. Impuse mis manos sobre él y le pedí al Espíritu Santo que le hablara esa noche por
medio de un sueño.
Al día siguiente, Mahoma vino a mí con un increíble testimonio. El Señor había
respondido nuestra oración y verdaderamente lo había visitado con un sueño. En el sueño,
Mahoma fue instruido a que tomara un autobús hacia el río el día después. Cuando llegara a la
estación de autobuses, Mahoma habría de encontrarse con alguien que pagaría su tarifa.
Cuando llegara al río, vería a un soldado que lo saludaría. Mahoma debía responder al soldado
con cierto mensaje. Luego, le sería permitido cruzar el río, donde encontraría un trabajo en una
pequeña villa. Mahoma se despertó la mañana después y obedeció las instrucciones del Espíritu
Santo. Los eventos transcurrieron exactamente como el Señor había revelado. Mahoma hizo
más dinero esa semana de lo que había hecho en meses. A solo varias horas de su nueva vida
en el Mesías, Mahoma estaba operando en la unción profética.
El hombre que pagó por la tarifa del autobús de Mahoma resultó ser su propio padre,
que estaba visitando el área. Mahoma y su padre subieron juntos al autobús y viajaron al río.
Mientras iban de camino, dos adolescentes sentados detrás de Mahoma comenzaron a discutir.
Mahoma dijo que sintió el poder de Dios viniendo sobre él. Con todos en el autobús
escuchando, se volteó y comenzó a enseñarles a los adolescentes acerca de la importancia de
amarse y perdonarse unos a otros. Los que estaban en el autobús quedaron atónitos mientras
lo escuchaban hablar del modelo de discipulado que justo había aprendido de mí la noche
anterior. A solo un día de su nueva vida con el Mesías, Mahoma estaba operando como un
maestro ungido. Su padre estaba tan impresionado que lo interrumpió para hacerle saber a
todos en el autobús que Mahoma era su hijo.
Mahoma me dijo que cuando llegó a la villa, tuvo una conversación con algunos
hombres musulmanes. Nuevamente, la sabiduría y el poder de Dios vinieron sobre él. El me
mostró esto al hacer un movimiento con su mano desde al aire hasta su cabeza, como si un
poder invisible hubiera caído sobre su cabeza. En sus propias palabras, “una sabiduría” vino
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sobre él. Me dijo que al comienzo de su discusión con estos hombres, estaban “en desacuerdo,”
pero que al final estaban “de acuerdo.” A un día de su nueva vida en el Mesías, Mahoma estaba
operando como un evangelista ungido.
Cuando mi esposa y yo nos fuimos del área donde vivía Mahoma diez semanas después,
Mahoma ya no estaba sólo. Según su testimonio, más de cien nuevos discípulos, todos ex-
musulmanes, se estaban reuniendo en un número creciente de casas-iglesias en varias villas y
pueblos. En un contexto de comunidad, estaban devorando las Escrituras y rindiéndose cuentas
unos a otros bajo el liderazgo del Espíritu Santo, sin ningún envolvimiento extranjero. En este
periodo de tiempo, estos discípulos habían traducido el Nuevo Testamento a otro idioma; se
habían ayudado unos a otros en medio de persecución en varias ocasiones; habían enviado un
equipo apostólico a un pueblo vecino; habían nombrado sus propios líderes en las casas-
iglesias; habían desechado a los Judas; estaban reuniéndose en casas-iglesias dos veces a la
semana y los líderes tenían una reunión semanal adicional; por medio de la gracia y liderazgo
del Espíritu, estaban prosperando financieramente (relativo a los estándares locales); estaban
dando sacrificialmente por causa del evangelio; estaban liderándose unos a otros en sesiones
de profunda sanidad y liberación; y el Espíritu Santo estaba derramando sueños, visiones y
otros dones espirituales en abundancia. A mi entender, sólo tres de ellos sabían que extranjeros
habían estado envueltos inicialmente. Aún más importante, todos ellos sí sabían que el Espíritu
Santo, y no un mero hombre, era quien los estaba liderando.
Un imperio estremecido en diez años
La palabra del Señor se difundía por toda la región (Hch. 13:49, énfasis añadido).
Esto continuó por espacio de dos años, de modo que todos los judíos y los
griegos que vivían en la provincia de Asia llegaron a escuchar la palabra del Señor
(Hch 19:10, énfasis añadido).
Por último, hermanos, oren por nosotros para que el mensaje del Señor se
difunda rápidamente y se le reciba con honor, tal como sucedió entre ustedes (2
Te. 3:1, énfasis añadido).
Lo que Pablo vio ocurrir en un periodo de diez años es asombroso. En las palabras de
Rolland Allen, un misionero británico de principios del siglo 20,
En poco más de diez años Pablo estableció la iglesia en cuatro provincias del
imperio: Galacia, Macedonia, Acaya y Asia. Antes del año 47 DC no había iglesias
en estas provincias, en el 57 DC Pablo pudo hablar del trabajo que había hecho y
27
pudo planear recorridos extensos en el lejano occidente a causa de la ansiedad
que sentía por las iglesias que había fundado de que pudieran perecer en su
ausencia, pues requerían de guía y apoyo.
¿Cómo fue esto posible? La respuesta es que Galacia, Macedonia, Acaya y Asia experimentaron
lo que Allen denominó la “expansión espontánea de la iglesia.”2
Pasión: La marca distintiva de la expansión espontánea
En 1927, Allen escribió lo que John Wimber llamó el libro más importante que jamás
haya leído aparte de la Biblia2: La expansión espontánea de la iglesia y las causas que la
obstaculizan, la secuela de su primer libro, Métodos misioneros: ¿Los nuestros o los de Pablo?
La tesis principal de Allen en La expansión espontánea es que cuando la gente experimenta
verdaderamente las riquezas de la vida en el Mesías, no pueden dejar de compartir el evangelio
con valor, entusiasmo y espontaneidad según el Espíritu Santo los mueve y lidera. En adición, al
compartir el evangelio con otros, aquellos que lo comparten adquieren más revelación y
entendimiento acerca de su significado, contenido, poder y aplicación. Esto a su vez, produce
más expansión espontánea.3 Es un tipo de testimonio nacido de un encuentro con el Espíritu
Santo y una ardiente pasión por Jesús, el cual va más allá de una simple multiplicación y
crecimiento de la iglesia. Expansión espontánea equivale a un pueblo de Dios ardiendo con un
fuego tan caliente e intenso que aquellos que están afuera en el frío llegan a la conclusión de
que sería tonto no acercarse para calentarse junto a él. Como señala Dallas Willard, fue este
tipo de realidad la que abrumó al mundo antiguo:
La vida y las palabras que Jesús trajo al mundo vinieron como información y
realidad. El y sus asociados abrumaron al mundo antiguo porque introdujeron un
torrente de vida en lo más profundo, junto con la mejor información posible
acerca de los asuntos más importantes. Estos eran los asuntos con los cuales la
mente humana ya había estado luchando por todo un milenio o más sin lograr
mucho éxito. El mensaje primitivo era, en consecuencia, no experimentado
como algo que su audiencia tenía que creer o hacer porque de lo contrario algo
malo—algo sin conexión real con la vida—les ocurriría. La gente impactada
inicialmente por ese mensaje concluyó en general que serían unos tontos si lo
ignoraban. Esa era la base de su conversion.4
La expansión espontánea de la iglesia surge de un encuentro con el Espíritu Santo. Esto
asume por supuesto, que nuevos discípulos hayan sido en primer lugar introducidos a un
dinámico encuentro con el Espíritu Santo, quien imparte revelación con el propósito de
28
intensificar pasión y amor por Jesús. Aquellos que son apasionados por Jesús no pueden evitar
compartir el evangelio. Es algo que fluye de ellos.
Impulsando lo incontenible
Además, parte central de la expansión espontánea es la idea de discípulos locales no
asalariados quienes son impulsados y equipados para que se multipliquen a sí mismos bajo el
liderazgo del Espíritu Santo desde el comienzo mismo de su experiencia de conversión. De esta
manera, el evangelio puede propagarse rápidamente a lo largo de regiones enteras, contrario a
tener solo una esfera de influencia muy limitada donde el liderazgo y la proclamación del
evangelio permanecen restringidos solo para extranjeros, profesionales o creyentes locales
asalariados. En las palabras de Allen:
Hace muchos años mi experiencia en China me enseñó que si nuestro objetivo
era establecer en ese país una iglesia que se esparciera a lo largo de las seis
provincias que entonces formaban la diócesis del Norte de China, este objetivo
solo podría obtenerse si primero los cristianos que fueran convertidos por
nuestro trabajo, entendían claramente que por ellos mismos podrían, sin
asistencia adicional de nosotros, no solo convertir a sus vecinos, sino establecer
iglesias. Esto significaba que los primeros grupos de conversos debían estar bien
equipados con toda la autoridad espiritual para que pudieran multiplicarse a sí
mismos sin necesidad de alguna referencia a nosotros. Pienso que mientras
estuviéramos allá, ellos podrían considerarnos como asesores útiles, sin que al
movernos se mutilara lo completo de la Iglesia o se la privara de algo necesario
para su expansión ilimitada. Solo de esta forma me pareció que era posible para
las iglesias crecer rápida y seguramente a lo ancho de las áreas, pues veo que un
simple Obispo no podría establecer la Iglesia a través de las Seis Provincias
aunque nominalmente hubiese sido puesto, por una estación de misión fundada
y gobernada por la superintendencia de misioneros, aún si contara con un apoyo
ilimitado de hombres y dinero a sus órdenes. La limitación de la ordenación de
pocos nativos, especialmente provistos por nosotros o por una pequeña
comunidad cristiana nativa, y la absoluta negación del episcopado nativo, me
parece imposible rendir alguna amplia expansión de la iglesia, y sugiero desde el
principio que hubo algo esencialmente extranjero en la iglesia que demanda la
dirección de un gobernador extranjero (énfasis mío).5
En la generación de Allen, palabras como estas tuvieron un impacto tremendo. En las
mentes de muchos que formaron parte de su audiencia, “misiones” usualmente significaba
29
alguien de Europa, Norte América u otra nación occidental—el supuesto centro de la
“civilización cristiana”—viajando a otro país para convertir a aquellos que vivían en tierras
incivilizadas no occidentales. Comúnmente se asumía que solo misioneros profesionales, o
creyentes asalariados bajo su estricta supervisión y control financiero, eran los únicos lo
suficientemente competentes para liderar o predicar el evangelio. Por lo tanto, la “estrategia”
misionera se centraba en establecer bastiones de la civilización cristiana—“estaciones
misioneras”—en medio de tierras paganas y movilizar a la mayor cantidad posible de gente
“competente”. La intención de esta estrategia era satisfacer las necesidades de la gente según
los lentes de este paradigma, basado en la siguiente suposición: si lo que la gente necesita es
más de nosotros, entonces más de nosotros es lo que movilizaremos y enviaremos. Por medio
de revistas misioneras y otros medios, se hacían solicitudes constantes del dinero y personal
necesario para perpetuar, sostener y reproducir las estaciones misioneras.6
Por el lado radiante, en los días de Allen un número creciente de misioneros y
sociedades misioneras adoptaron el concepto de los “tres autos” formulado inicialmente
décadas atrás por Rufus Anderson (1796-1880) y Henry Venn (1796-1873)—estableciendo
iglesias que se “auto-financiaran”, “auto-propagaran”, y “auto-gobernaran”—como una
plantación ideal de iglesias.7 Sin embargo, la mayoría de nosotros sabemos que ideales
discutidos en salas de juntas usualmente tienen mucha mayor dificultad abriéndose paso al
campo, especialmente cuando chocan con un amplio molde de enredos burocráticos, intereses
personales y paradigmas que se han atesorado por largo tiempo. Por lo tanto, aunque la
mayoría de los misioneros de la era de Allen tenían nobles intenciones, y aunque muchos si
vieron fruto en respuesta a sus sacrificios y obras de amor genuinas, finalmente el sistema en el
cual se encontraban tuvo un efecto debilitador en el avance del evangelio. Al aferrarse tan
fuertemente a las riendas del liderazgo y ejerciendo un control tan desmedido, muchos
misioneros restringieron el movimiento del evangelio a su propia esfera limitada de liderazgo e
influencia financiera. Por eso no nos debe tomar por sorpresa que uno de los resultados de esta
tendencia fue que la gente local percibiera ocasionalmente a las estaciones misioneras como
feudos extranjeros, y al cristianismo como una religión occidental.
Este fue el contexto en el cual Allen proclamó su mensaje. El se dio cuenta que no
importaba cuantos obreros extranjeros fueran movilizados ni cuánto dinero levantaran los
misioneros, ciudades, regiones y naciones nunca podrían ser alcanzadas a gran escala solo por
medio de los esfuerzos de misioneros asalariados y/o creyentes locales asalariados. Como
todos aquellos que se atreven a cuestionar el statu quo, Allen hizo enojar a mucha gente.
Muchos de sus contemporáneos lo rechazaron al considerarlo un agitador. Unos pocos, sin
embargo, lo consideraron como un hombre adelantado a su tiempo, alguien dispuesto a
mantenerse sobre el fundamento de la verdad del Nuevo Testamento aunque le costara.8 De
manera molesta e iconoclasta, en ocasiones el miró al sistema misionero de su tiempo directo a
30
la cara y confrontó sus suposiciones defectuosas apelando a la simplicidad del método
apostólico del primer siglo:
No sé cómo le parezca a otros, pero para mí esta desorganizada expansión espontánea (observada en el Nuevo Testamento) tiene un atractivo mucho mayor que nuestras misiones modernas altamente organizadas. Me deleito en pensar que un cristiano viajando por negocios o huyendo de la persecución pudo predicar a Cristo y una iglesia brotó como resultado de su predicación sin que su trabajo fuera anunciado a lo largo de las calles de Antioquia o Alejandría (como hubiera sido en Londres o Nueva York en el tiempo de Allen) con el fin de convencer a hombres cristianos a fin de que envíen fondos para establecer una escuela, o como el texto de una exhortación a la iglesia de su ciudad natal para que envíen una misión, sin la cual los nuevos convertidos privados de dirección dejarían de existir inevitablemente. Sospecho, sin embargo, que no estoy solo en esta extraña preferencia, y que muchos otros leen sus Biblias y encuentran ahí con alivio un bienvenido escape de nuestras peticiones materiales para obtener fondos, y de nuestros métodos para mover el cielo y la tierra con el fin de hacer un prosélito. Pero los hombres dicen que tal alivio solo puede ser para soñadores, que la era de esa simple expansión ya pasó, que debemos vivir en nuestra propia era, y que en nuestra era tal expansión espontánea no debe esperarse; que una sociedad elaborada y altamente organizada debe emplear métodos elaborados y altamente organizados, y que es en vano ahora suspirar por una simplicidad que mientras existió tuvo muchas faltas y flaquezas, y, aunque atractiva, nunca podrá ser nuestra. Tengo que reconocer, por supuesto, que si esa declaración es cierta, si realmente es mejor que misioneros asalariados sean enviados por una oficina complejamente organizada, y ser apoyados por un departamento, y dirigidos por el personal de la sede central, si realmente es cierto que nuestra elaborada maquinaria es una gran mejora de la práctica antigua, y que llevar el conocimiento de Cristo por todo el mundo es de hecho más eficiente que los métodos más simples de la era apostólica, entonces verdaderamente tengo que reconocer que suspirar ante una ineficiente simpleza es vano, y peor que vano. Pero si nosotros, afanados bajo la carga de nuestras organizaciones, suspiramos por esa libertad espontánea de una vida de expansión, lo es porque vemos en ello algo divino, algo que en su misma naturaleza es profundamente eficiente, algo que recobraríamos alegremente, algo que la elaboración de nuestra maquinaria moderna oscurece y apaga y mata. (Comentarios en paréntesis añadidos)9
La convicción de Allen era que lo que los nuevos discípulos realmente necesitaban era menos
de nosotros y más del Espíritu Santo. Cuando el liderazgo del Espíritu Santo es establecido sin
ambigüedades en las vidas de nuevos discípulos e iglesias, y cuando verdaderamente los
encomendamos a su cuidado y dirección, realmente no hay límites para la propagación del
evangelio. Esto es lo que hizo el apóstol Pablo, y es la razón por la cual después de solo diez
años el pudo considerar que su obra en Galacia, Macedonia, Acaya y Asia había sido
completada. Movimientos que se expandieron espontáneamente y que no dependieron de la
31
supervisión directa de un plantador de iglesias para que sobrevivieran, sino en la genialidad del
liderazgo del Espíritu Santo, habían sido lanzados desde ciudades estratégicas en el imperio
romano. Habiendo sido establecidos los fundamentos, Pablo podía tener la confianza de
moverse a nuevas fronteras, impulsado hacia adelante por su santa ambición de “predicar el
evangelio donde Cristo no sea conocido, para no edificar sobre fundamento ajeno” (Rom.
15:20). En su ausencia, los discípulos que dejó atrás se reprodujeron a sí mismos y regaron las
semillas iniciales que había depositado originalmente en ellos, haciendo otros discípulos
mientras continuaban viviendo su vida normal.
Conclusión
La pregunta fundamental con la que nos provoca la obra de Allen y el ejemplo de Pablo
es: ¿Cuánto realmente creemos que el Espíritu Santo hará lo que Jesús dijo que haría? Esta
pregunta tiene que ser el punto de partida innegociable para cualquier modelo de poner
fundamentos que se atreva a seguir el ejemplo del Nuevo Testamento. Jesús dijo que el Espíritu
Santo nos enseñaría “todas las cosas” y nos recordaría sus palabras (Jn. 14:26). El convencería
al mundo de “pecado, justicia y juicio” (Jn. 16:8) y nos diría “las cosas por venir” (Jn. 16:13). El
nos guiaría a “toda verdad” y glorificaría a Jesús al darnos a conocer las cosas que están en su
corazón (Jn. 16:13-15). Por medio de su presencia habríamos de ser “revestidos del poder de lo
alto” (Lucas 24:49), ver milagros, señales y maravillas (Hch. 4:30), experimentar sueños y
visiones y profetizar (Hch. 2:17). ¿Creemos realmente que estas promesas acerca de la obra del
Espíritu son verdaderas en la vida de aún el discípulo más joven? Cuando Jesús dice algo, es en
serio. Como dijo Pablo: “Dios es siempre veraz, aunque el hombre sea mentiroso” (Rom. 3:4).
Notas finales
1 Rolland Allen, Métodos misioneros— ¿Los nuestros o los de Pablo?, 3.
2 En una ocasión, un amigo y colega pasó un día con Wimber y éste le compartió su opinión
acerca del libro de Allen.
3 Rolland Allen, La expansión espontánea de la iglesia—y las causas que la obstaculizan, 9-11.
4 Dallas Willard, The Divine Conspiracy: Rediscovering our Hidden Life in God (San Francisco, CA:
HarperCollins, 1998), xiv (La conspiración divina: Redescubriendo nuestra vida secreta en Dios).
32
5 Allen, La expansión espontánea de la iglesia, 1.
6 Vea a Jim Reapsome, “Allen, Roland”, en el Evangelical Dictionary of World Missions
(Diccionario evangélico de las misiones mundiales), eds. A. Scott Moreau, Harold Netland, y
Charles Van Engen (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2000), 54; y Allen, Expansión espontánea,
76-116.
7 Arthur Glasser, “Three-Self Movement (China)” (Movimiento de los tres-autos [China]); Jim
Reapsome, “Anderson, Rufus”; Wilbert Shenk, “Venn, Henry”; John Mark Terry, “Indigenous
Churches, (Iglesias autóctonas)” en el Evangelical Dictionary of World Missions (Diccionario
evangélico de las misiones mundiales), 960, 60, 999, 483–5 respectivamente.
8 Vea Charles Henry Long y Anne Rowthorn, “Rolland Allen,” en Mission Legacies: Biographical
Studies of Leaders of the Modern Missionary Movement (Legados misioneros: Estudios
biográficos de líderes del movimiento misionero moderno), eds. Gerald Anderson, Robert T.
Coote, Norman A. Horner, y James M. Phillips (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1994), 383–9.
9 Allen, Expansión espontánea, 5.
33
2
Conectados por revelación:
Haciendo avances estratégicos por medios proféticos
Era el fin de semana de Acción de Gracias y my esposa y yo estábamos preparándonos para
pasar la festividad con algunos de nuestros buenos amigos en una nación fuera de nuestro
contexto ministerial regular. Sabíamos que algunos moravos habían emigrado a esta nación,
pero como muy pocos realmente vivían ahí, no esperábamos ver a alguno durante esta visita.
Sin embargo, el Espíritu Santo tenía otros planes en mente.
Nuestros amigos eran parte de un dinámico equipo ministerial en este país. Los lunes en
la noche los hombres en este equipo se reunían para orar, “empaparse” de la presencia de
Dios, y preguntarle al Espíritu Santo a dónde quería que fueran. Luego, utilizando las palabras
que el Espíritu Santo les había dado como guía, se subían al carro y se iban a la ciudad. Durante
nuestra visita, pude unirme a los hombres durante sus aventuras del lunes en la noche.
Después de un tiempo de estudio, oración y adoración, nos sentamos juntos y
esperamos en el Señor, pidiéndole que nos mostrara a dónde quería que fuéramos. Dos de los
hombres en el grupo recibieron una impresión acerca de un parque local, independientemente
uno del otro. Otro hombre vio una imagen en los ojos de su mente acerca de una fuente de
agua de la cual luz resplandecía. También vio una imagen de un edificio con un letrero. El
letrero era blanco con letras árabes rojas. A la derecha del letrero había un árbol. Vio un rayo
de relámpago descender del cielo y golpear el edificio.
Todos nos subimos a los carros y partimos, manteniendo nuestros ojos abiertos para ver
letreros blancos con letras árabes rojas junto a algunos árboles. Mientras manejábamos, una
34
persona vio el número “22” pasar por su mente. Rondamos a lo largo de la ciudad por varias
horas sin tener éxito. Ahora ya era un poco más de la medianoche, un hombre nos recordó las
palabras acerca del parque, de las cuales por alguna razón nos habíamos olvidado. Luego nos
dimos cuenta de que fue Dios quien había bloqueado nuestra memoria.
Cuando llegamos al parque, una de las primeras cosas que vimos fue un letrero blanco
con letras árabes. A la derecha del letrero había árboles. Las cosas se estaban poniendo
interesantes. Sin embargo, desde donde estábamos, el parque parecía estar completamente
vacío. Decidimos comenzar a caminar y pronto llegamos a unas escaleras. Al bajar las escaleras
había una fuente de agua iluminada brotando hacía arriba y hacia abajo. Las cosas se estaban
poniendo más interesantes. Mientras seguíamos caminando, a nuestra izquierda notamos una
serie de puertas enumeradas. El número de una de ellas era “22”. Tan pronto como pasamos
esta habitación, llegamos a otras escaleras y las subimos. Al llegar al tope, me quedé
asombrado de lo que vi con mis ojos: entre cinco a siete hombres moravos, hablando
casualmente y tomando té juntos en lo que de otra manera hubiera sido un parque vacío a la
1:00 de la madrugada en una ciudad a miles de kilómetros de su hogar.
¡Qué Dios tan asombroso al que le servimos! En la noche en que el equipo tenía a
alguien (yo) que podía compartir el evangelio con moravos en su propio idioma, el Espíritu
Santo nos había enviado a un pequeño grupo de inmigrantes moravos escondidos en una
oscura esquina de un parque en una nación muy lejos de su tierra natal. Habían sido olvidados
por los hombres, pero no por Dios.
Nos acercamos a los hombres y nos unimos a su conversación, y dentro de poco estaba
compartiendo el evangelio con ellos mientras otros oraban. Otro hombre del equipo puso sus
manos sobre estos hombres y el Espíritu Santo manifestó su poder por todos sus cuerpos,
confirmando así la palabra que había sido hablada. Tiempo después esa semana, dos de los
hombres nos contactaron y quisieron reunirse con nosotros otra vez en un lugar más seguro
para escuchar el mensaje por segunda vez. Esta vez trajeron a otro amigo que pensaban estaría
interesado en escuchar lo que teníamos que decir. Compartimos el evangelio con ellos
nuevamente. Volvimos a poner nuestras manos sobre ellos y nuevamente el Espíritu Santo los
tocó con poder.
Por medio de este evento, no solo un grupo de moravos escuchó el evangelio y
experimentó el poder y amor de Dios por primera vez, sino que en el proceso los débiles
instrumentos humanos que les fueron enviados también habían sido fascinados y abrumados
con amor por Dios.
35
El carácter de la profecía en el Nuevo Testamento
En Juan 5:19-20, Jesús dice, “Ciertamente les aseguro que el hijo no puede hacer nada
por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace, porque cualquier cosa que
hace el Padre, la hace también el Hijo. Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace”
(énfasis añadido). Este lenguaje de “ver” está arraigado en la tradición profética del Antiguo
Testamento (ver 1 Sam. 9:9; Jer. 1:11; Amós 7:8). Aquí Jesús está simplemente diciendo que su
modo de operar ministerialmente es de carácter profético. En el contexto de una íntima
amistad y continua comunión con el Padre, Jesús recibió sus instrucciones diarias y asignaciones
ministeriales de parte del Padre por medio de la revelación profética (Mar. 1:35-39). Jesús dijo
que como su Padre lo había enviado al mundo, así estaba enviando a sus discípulos al mundo
(Jn. 20:21). Este principio se extiende a los dones reveladores del Espíritu. Así como Jesús
caminó en la unción profética (Lc. 4:24), también él habría de derramar el Espíritu quien habría
de habilitar al pueblo de Dios—ancianos, jóvenes, hombres y mujeres—para “profetizar” (Jn.
14:17, 16:13; Hch. 2:17–18; 1 Cor. 12–14; Efe. 4).
Desafortunadamente, el concepto bíblico de profecía es malentendido por muchos
creyentes hoy en día. Muchos no se dan cuenta de que hay un espectro de prácticas incluidas
bajo la sombrilla de “lo profético” en la Biblia, y que un importante cambio ocurrió del Antiguo
al Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, los profetas auténticos típicamente recibían
una comisión especial de Dios por medio de un encuentro divino (por ejemplo, 1 Sam. 3; Is. 6;
Jer. 1; Eze. 1–2) y formaban una clase u oficio distinto dentro de la nación de Israel (Dt. 18:14–
22; 1 Sam. 1:10–11, 19:19–20; 1 Re. 18:13). Por medio de la obra del Espíritu (Nu. 11:29; 1 Sam.
10:6, 19:20; Neh. 9:30), los profetas típicamente recibían sus mensajes de parte de Dios a
través de visiones, sueños y enigmas (Nu. 12:6, 8), aunque Dios le habló a Moisés de manera
más directa (Nu. 12:7–8). Mientras que el oficio profético comúnmente incluyó la predicción de
eventos futuros (por ejemplo, 1 Sam. 3:11–14; 1 Re. 13; Is. 11; Jer. 20:4) y dar consejo de parte
del Señor (1 Sam. 9:9, 22:5), su función principal era convocar regularmente al pueblo de Dios
para obedecer las estipulaciones de su pacto con Dios (Jue. 6:7–9; 1 Re. 18:37; 2 Re. 17:13; 2
Cro. 36:15–16; Jer. 35:15; Joel 2:28–29).1 Por una buena razón entonces, los estándares de Dios
para el oficio profético eran bastante altos. Profetas que usaran su influencia para predicar
rebelión contra el Dios de Israel, que hablaran en el nombre de otros dioses, o que profetizaran
mensajes que no se cumplieran, eran falsos a los ojos de Dios y por lo tanto debían morir (Dt.
13:1–5, 18:20–22).
Sin embargo, el profeta Joel había profetizado que un día Dios derramaría su Espíritu
sobre todo su pueblo—algo que Moisés había deseado desde tiempo atrás (Nu. 11:29) —y que
cuando esto ocurriera, dones espirituales de carácter profético estarían disponibles para los
santos de manera menos especializada (Joel 2:28-29). Pedro citó este pasaje para explicar el
36
derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés (Hch. 2:16-21). Por lo tanto, había llegado
el día cuando el Espíritu de Dios haría que todo su pueblo profetizara en algún sentido. ¿Sin
embargo, que significó todo esto en términos prácticos? ¿Habría de operar todo el pueblo de
Dios en el oficio profético como era definido en el Antiguo Testamento? ¿Habrían de ser todos
comisionados por Dios para predecir eventos futuros con precisión? ¿Estarían todos llamados a
los mismos estándares altos del profeta del Antiguo Testamento?
La respuesta es que el ejemplo y la enseñanza del Nuevo Testamento demuestran una
definición pos-Pentecostés de la profecía, aunque mantiene una dinámica conexión con el
concepto del Antiguo Testamento, no es exactamente el mismo que hayamos ahí. En el Nuevo
Testamento vemos una ampliación y diversificación de la función profética.2
Por un lado, pareciera que en algunas ocasiones ciertos individuos pudieran ser
llamados a un oficio profético que se aproxime más al estándar del Antiguo Testamento (Hch.
11:27–28, 13:1, 15:32, 21:10–11; Efe. 4:11), con la excepción de que palabras proféticas dadas
por tales ministros nunca deben ser tratadas como Escritura. Como los profetas del Antiguo
Testamento, aquellos en el oficio de profeta pos-Pentecostés deben solo dar testimonio del
Dios de Israel y en el nombre del Dios de Israel, quien es ahora dado a conocer en el Mesías
Jesús. Además, nunca deben usar su influencia para tornar a la gente del único Dios verdadero
o a doctrinas anti-bíblicas. Como los profetas del Antiguo Testamento, pudieran en ocasiones
ser llamados a dar palabras relacionadas a eventos futuros, otras que provean algún tipo de
consejo y otras que aplican más a nivel colectivo. Sin embargo, también como los profetas del
Antiguo Testamento, su función principal es llamar regularmente al pueblo de Dios a obedecer
de todo corazón las estipulaciones del su pacto con ellos (ver el cap. 7). Es justo asumir que el
estándar de Dios para ministros a quienes se les ha confiado este tipo de autoridad se aproxima
más a los altos estándares para los profetas en el Antiguo Testamento.
Por otro lado, el Nuevo Testamento es también claro que a partir del día de
Pentecostés, los dones proféticos ya no están estrictamente restringidos a una clase especial de
profetas (Rom. 12:6; 1 Cor. 12:10; Efe. 4:7). Todos los creyentes tienen la capacidad de
escuchar la voz de Jesús por medio del Espíritu en algún nivel (Jn. 10:4-5), y son amonestados a
desear ardientemente los dones espirituales de carácter profético con el propósito de exhortar
y edificar a otros miembros del Cuerpo del Mesías (1 Cor. 14). Estas palabras proféticas de
“nivel-inferior”—que típicamente vienen por medio de una impresión interna, una imagen
mental o visión, un "conocimiento" interno, un pequeño susurro en nuestros corazones, un
sueño, etc.—no tiene el mismo peso que las palabras dadas por los profetas del Antiguo
Testamento a la nación de Israel. Sin embargo, estas son no obstante, de carácter profético.
En adición, por el hecho de que los santos “en parte conocen y en parte profetizan” (1
Cor. 13:9), la profecía es presentada en el Nuevo Testamento más como un arte que como una
37
ciencia. Por un lado, por el hecho de que el Espíritu Santo vive en el pueblo de Dios y está
genuinamente envuelto en el proceso de profetizar en algún nivel, y porque se supone que las
palabras proféticas nos fortalezcan (1 Cor. 14:3) y nos ayuden a “pelear la buena batalla” (1
Tim. 1:18), no debemos tratar con desprecio estas declaraciones de carácter inferior (1 Tes.
5:20). Por otro lado, por el hecho de que tales impresiones inducidas por el Espíritu están
siendo comunicadas a y por medio de vasos humanos débiles, debemos también tratar tales
palabras con discernimiento espiritual. Debemos “examinarlo todo” y “retener lo bueno”,
dejando que Dios se lleve cualquier paja que esté mezclada con la palabra (1 Tes. 5:21). La
mayor parte de las palabras proféticas requieren el proceso de tratar de recibir, interpretar y
aplicar la palabra correctamente con cuidado y sensibilidad.3 Toda palabra que claramente
contradiga la sana enseñanza bíblica debe ser descartada inmediatamente (2 Tes. 2:2).
Evangelismo profético
Un ángel del Señor le dijo a Felipe: “Ponte en marcha hacia el sur, por el camino
del desierto que baja de Jerusalén a Gaza.” (Hch. 8:26, énfasis añadido).
Cuando reconocemos el cambio y la diversificación de la función profética en el Nuevo
Testamento, creyentes normales comienzan a incorporar lo profético a otras facetas de su
llamado y ministerio con confianza y expectativa. Hoy en día, más y más creyentes están
descubriendo lo profético como un recurso útil en el área de evangelismo.
Cuando mi esposa y yo vivimos en Kansas City, un miércoles en la noche un grupo de
amigos y yo nos reunimos para preguntarle al Espíritu Santo en dónde y con quién quería que
compartiéramos el evangelio. Sacamos una pluma y papel, pusimos música de adoración y
esperamos a que el Espíritu Santo nos hablara. Estando sentados en silencio y escuchando la
música, en fe escribimos cualquier imagen, impresión o nombres que vinieran a nuestra mente,
sin importar cuán tonto o absurdo nos pareciera. Después de como siete o diez minutos,
apagamos la música y comparamos nuestras notas. Una persona en el grupo había visto una
imagen mental del letrero de un gimnasio. Alguien más había recibido una impresión del
nombre “Westport”, un área cerca del centro de Kansas City. Otro había visto un letrero que
decía “Calle 37”. Aún otro había visto una imagen de McDonald’s. Varios en el grupo habían
visto una imagen de un hombre afro-americano. Otro vio una imagen de una hamburguesa.
Basados en estas palabras, determinamos un plan de acción. Algunos de nosotros nos
subimos a una camioneta, mientras otros se quedaron en la casa para cubrirnos en oración.
Después de manejar por varios vecindarios sin encontrar a nadie, decidimos dirigirnos hacia
Westport, donde sabíamos que había un gimnasio. Mientras manejábamos por Westport,
38
llegamos a la calle 37. Nos quedamos boquiabiertos cuando vimos un McDonald’s en la esquina
de la calle 37. No estando seguros de que hacer, nos estacionamos, apagamos el motor y
esperamos al Espíritu Santo otra vez. Mientras esperábamos, una persona vio una imagen de
un letrero de tráfico en un solo sentido. Alguien en el grupo notó que había un letrero de
manejar en un solo sentido justo detrás del McDonald’s. Encendimos la camioneta otra vez y
comenzamos a manejar lentamente por la calle 37 hacia la calle de un solo sentido.
Mientras manejábamos, ocurrió una de las cosas más asombrosas que jamás haya
experimentado. Un hombre afro-americano cojeando por la calle en la dirección contraria nos
vio, dio media vuelta y corrió hacia nosotros. Detuvimos la camioneta en medio de la carretera
y bajamos la ventana delantera del pasajero. Mi amigo comenzó a hablarle acerca del amor de
Dios y de por qué estábamos manejando por ahí. Luego le preguntó al hombre, cuyo nombre
era Sean, si quería aceptar a Jesús como Señor. Sean dijo que sí instantáneamente. Esto
probablemente tomó menos de tres o cuatro minutos. ¡Nunca en mi vida había visto a un pez
saltar al bote tan rápidamente! Se sintió irreal mientras ocurría. Después de unos momentos de
estar sentados pasmados en medio de la carretera, estacionamos la camioneta en el
estacionamiento de McDonald’s. Algunos se quedaron en la camioneta para interceder,
mientras los demás salieron a conocer a Sean. Pronto nos dimos cuenta de que Sean no tenía
hogar y tenía una rodilla lastimada. Una persona sintió una impresión de que Dios quería que
abrazáramos a Sean y le dijéramos que Dios lo amaba y no se había olvidado de él. Cuando
abrazamos a Sean comenzó a llorar. También oramos por su rodilla. Sean dijo que cuando
oramos, el dolor se redujo significativamente. Mientras orábamos y ministrábamos, uno de los
muchachos en la camioneta fue a McDonald’s y le compró una hamburguesa a Sean. ¡La
imagen de la hamburguesa no resultó ser tonta después de todo!
Cuando regresamos a la casa y le informamos a nuestros intercesores, una persona en
medio nuestro exclamó repetidamente, “¡Esto ni siquiera parece ser evangelismo! ¡Esto es
simplemente hacer lo que vemos hacer al Padre!” Ese era el punto. Para la mayoría de las casi
dos millones de personas en Kansas City, Sean era simplemente otro don nadie, olvidado y
abandonado por el mundo. Jesús sin embargo, no se había olvidado de esta oveja perdida
vagando por las colinas de una jungla de cemento.
Las dos suposiciones centrales del evangelismo profético son: (1) Dios desea
grandemente que seres humanos “sean salvos y lleguen a conocer la verdad” (1 Tim. 2:4) más
que nosotros; y (2) a Dios realmente le gusta hablarnos y dirigirnos por medio de su voz (Jn.
10). El Espíritu Santo desea ardientemente que nos conectemos con aquellos cuyos corazones
están hambrientos y receptivos para recibir el evangelio. Al pasar tiempo en su presencia y
cultivar un oído que escucha, podemos esperar confiadamente que él nos diga donde se
encuentran aquellos que están receptivos al evangelio, lo que desea que escuchen, y cuanto les
39
ama y se preocupa por ellos. Esto no significa que nuestro promedio de bateo será perfecto.
Por ejemplo, en los meses siguientes al encuentro que mis amigos y yo tuvimos con Sean, cada
semana sacamos tiempo para aventurarnos a la ciudad y hacer evangelismo profético. En
ocasiones nuestro promedio de bateo se redujo grandemente y otras veces fallamos
totalmente. En otras ocasiones escuchamos al Espíritu Santo muy claramente. Las veces que le
dimos al blanco compensaron por mucho las veces en que fallamos. Por lo tanto, este es mi
consejo: no se rindan. Recuerda que “en parte conocemos y en parte profetizamos” (1 Cor.
13:9). Somos gente débil, pero Dios ama nuestros esfuerzos de todos modos, aún cuando éstos
son débiles. Sigue tratando. Sigue escuchando. Sigue arriesgándote. Como lo escuché una vez,
“Fallamos en todos los intentos que no hacemos.” Dios ama cuando sus hijos salen de su zona
de comodidad y se arriesgan en un esfuerzo por honrarlo y compartir el evangelio con otros.
El concepto del “hijo de paz”
Un concepto que en años recientes se ha hecho muy popular en muchos círculos
misioneros es el del "hijo de paz”, el cual tiene su origen en Lucas 10:1-7:
Después de estas cosas, el Señor designó también a otros setenta, a quienes
envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y
les dijo: …En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: “Paz sea a esta
casa.” Si hay allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se
volverá a vosotros. Quedaos en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que
os den, porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa.
(Lucas 10:1-7 RV1995, énfasis añadido).
Usualmente, el concepto del hijo de paz es explicado de tres maneras distintas. Algunos
lo explican principalmente en términos sociológicos. La mayoría de las comunidades y culturas
tienen un número de “porteros” cuyas posiciones de influencia en la sociedad garantizan, al
menos en apariencia, un comportamiento pacífico y hospitalario. Casi siempre por ejemplo,
empresarios, líderes electos y soldados, caen en esta categoría. Este tipo de personas pueden
servir como útiles partidarios que nos permiten mantenernos presentes en una nueva
comunidad.
A nivel teológico, algunos usan el concepto para enfatizar el hecho de que Dios ya ha
estado obrando desde mucho antes que un desconocido entrara en la escena. Cuando
entramos a una nueva comunidad con el propósito de compartir el evangelio, debemos esperar
que haya gente cuyos corazones ya hayan sido ablandados para recibir el mensaje, por medio
de la actividad preliminar del Espíritu Santo.
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Desde una perspectiva misionológica, típicamente “el hijo de paz (1) es receptivo al
evangelio; (2) posee una reputación que llama la atención para el mensaje entre la familia y la
comunidad; y (3) refiere efectivamente a los portadores de las buenas noticias al resto del
grupo.”4 Los proponentes del concepto del hijo de paz sostienen que cuando misioneros entran
a una nueva comunidad, deben mantener sus ojos abiertos para identificar a personas que
cumplan con esta descripción. Una vez son identificados, estos hijos de paz pueden ejercer su
influencia para abrir puertas estratégicas para el evangelio, como es evidenciado por la
siguiente historia:
Un misionero bautista en Asia descubrió el poder de ese consejo cuando entró con un colaborador a una villa no alcanzada potencialmente hostil:
“Oramos, ‘Dios sabemos que tú estás obrando aquí pues de lo contrario no
estuviéramos aquí. Necesitamos un hijo de paz que cuide de nosotros hasta que
conozcamos esta villa y sepamos si es segura o no.’
“Comencé mi cronómetro. Caminamos al centro de la villa donde estaba el pozo.
Una persona se me acercó de la nada y dijo, ‘¿Han comido?’ Respondimos,
‘Todavía no.’ El dijo, ‘Bueno, vengan a mi casa.’ Su nombre era Li, y él era el hijo
de paz que queríamos. Detuve mi cronómetro: tres minutos con 21 segundos.”
Li les dio comida, luego los presentó debidamente al severo líder de la villa—que de otra manera hubiera ordenado que mataran a los extraños con largos cuchillos. Li le dijo al líder de la villa, quien estaba enfermo, que el Dios de los recién llegados "es un gran Dios y orarán por ti." Oraron; el líder se mejoró. Pronto se convirtió en un hijo de paz por derecho propio, abriendo su corazón – y la villa entera – al evangelio.5
El descubrimiento de personas de paz ha sido muy importante es varios movimientos de
plantación de iglesias.6
El descubrimiento profético de hijos de paz
Quizás los avances más cruciales del evangelio registrados en el libro de Hechos
ocurrieron cuando hijos de paz fueron descubiertos no simplemente por medio de la
previsibilidad sociológica sino por medio de la actividad reveladora del Espíritu:
¿Qué quieres, Señor? —le preguntó Cornelio, mirándolo fijamente y con mucho
miedo. —Dios ha recibido tus oraciones y tus obras de beneficencia como una
ofrenda —le contestó el ángel—. Envía de inmediato a algunos hombres a Jope
41
para que hagan venir a un tal Simón, apodado Pedro. Él se hospeda con Simón el
curtidor, que tiene su casa junto al mar. (Hch. 10:4-6).
Mientras Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la visión, el Espíritu
le dijo: “Mira, Simón, tres[c] hombres te buscan. 20 Date prisa, baja y no dudes
en ir con ellos, porque yo los he enviado.” (Hch. 10:19-20, énfasis añadido)
Cuando mi esposa y yo vivimos y trabajamos con moravos, una noche ella recibió un
sueño profético del Señor. En el sueño, un hombre en nuestra comunidad local, “Ali”, se
arrastró a nuestra habitación por una ventana. Después de escalar y entrar por la ventana, le
entregué nuestra bebé llamada “Fe” a Ali. A la mañana siguiente, cuando mi esposa compartió
el sueño conmigo, lo interpretamos como que Dios estaba abriendo una ventana para que Ali
entrara a su casa por medio de la fe, y que quería que compartiera el evangelio con Ali. Ese día
fui a la casa de Ali. Después de compartir el sueño con él, procedí a compartirle las buenas
noticias. El parecía estar extremadamente receptivo y me permitió orar por él. El Espíritu Santo
comenzó inmediatamente a moverse sobre él con poder. Le pedí a Jesús que lo visitara en un
sueño. Al día siguiente, fui otra vez a ver a Ali y me dijo que en efecto había recibido un sueño
de Dios. En el sueño, un hombre vestido de blanco—quien Ali entendió inmediatamente que
era Jesús el Mesías—se le había aparecido y le había hablado, exhortándolo a que tomara el
camino que yo le había puesto por delante. Desde ese día en adelante, tuvimos favor no solo
con Ali, sino con toda su familia. Ali era un vigilante—un trabajo respetable en la cultura
Morava—y como un hombre mayor tenía cierto grado de influencia en su clan y entre otros
vigilantes en el área. En varios aspectos el cumplía con los requisitos de un hijo de paz. No sé si
Ali eventualmente aceptó el evangelio o no. Todavía no había tomado una decisión cuando nos
movimos al área de Mahoma.
¡En una nota graciosa, luego descubrí de parte de mi esposa, que había visitado al “Ali”
incorrecto! Muchos en nuestra comunidad se llamaban “Ali.” Cuando mi esposa compartió el
sueño conmigo, no mencionó el apellido. Así que mientras lo compartía ella tenía un rostro en
mente y yo otro. Al Jesús visitar al Ali con quien había compartido el evangelio, concluimos que
Dios se había manifestado a pesar de mi error, o que había hecho que mi esposa no
mencionara el apellido. Cualquiera que sea el caso, lo importante es que una oveja perdida y un
hijo de paz se habían encontrado con el Mesías viviente.
De hijos de paz a apóstoles
Con la conversión de un hombre, el “apóstol a los gentiles” (Gal. 2:8), el imperio romano
nunca sería el mismo:
42
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una
visión. —¡Ananías! —Aquí estoy, Señor.—Anda, ve a la casa de Judas, en la calle
llamada Derecha, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto en
una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él
para que recobre la vista… — ¡Ve! —insistió el Señor—, porque ese hombre es
mi instrumento escogido para dar a conocer mi nombre tanto a las naciones y a
sus reyes como al pueblo de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer
por mi nombre. (Hch. 9:10-12, 15-16, énfasis añadido)
Vemos aquí a Dios utilizando medios proféticos para conectar a Ananías, uno de sus
amigos de confianza, con un hombre a quien él había preparado y capacitado específicamente
con el propósito de impactar el imperio romano con el evangelio. No es difícil ver que Pablo no
era sólo un hijo de paz receptivo al evangelio, sino un apóstol a quien Dios había llamado,
escogido y levantado soberanamente en un momento crucial en la historia del imperio del cual
era un ciudadano.
Aquí quiero tornar nuestra atención a una pregunta relacionada a un asunto que ha
provocado mucha discusión acalorada en años recientes. ¿Será posible que hoy en día Dios no
solo está comprometido a ayudarnos a identificar a hijos de paz, sino también, en casos
excepcionales, a apóstoles bíblicamente cualificados que han sido separados en preparación
para un momento clave en la historia de la salvación de una nación o un pueblo? ¿Así como
Dios disparó a Pablo como una flecha para penetrar el imperio romano con el evangelio (Hch.
22:28), estará haciendo lo mismo en lugares como Argelia, Arabia Saudita, Corea del Norte e
Irak? ¿Está el preparando y capacitando a “Pablos” para Europa, Norte América y las naciones
de África?
En partes de la iglesia, usar las palabras “apóstol” y “hoy” en la misma oración es
incómodo, si no anatema. Esto es entendible ya que el término “apóstol” es muchas veces
trivializado o utilizado excesivamente, especialmente en muchos círculos carismáticos.
Tristemente, un llamado y función ministerial que una vez mostró las marcas de Jesús como su
sello de autenticidad (Gal. 6:17) es en ocasiones usado como un medio para jactarse y auto-
exaltarse. En las palabras de Jack Deere,
Hoy en día hay quienes en la iglesia reclaman ser apóstoles, pero que parece que
no desean participar del sufrimiento apostólico. No sólo viven vidas de facilidad
lujosa, sino que aceptan y fomentan que se les dé una increíble deferencia de
parte de cristianos ordinarios en el cuerpo de Cristo.7
Por estas razones, yo personalmente me resisto a llamar a alguien “apóstol.” Sin embargo, mi
tiempo con Mahoma me ha forzado a examinar este asunto más de cerca.
43
¿Qué clase de imagen presenta el Nuevo Testamento acerca de un apóstol genuino, uno
enviado "no de parte de hombres ni mediante hombre alguno, sino por medio de Jesucristo y
de Dios el Padre” (Gal. 1:1)? Según el análisis de Deere, el Nuevo Testamento presenta tres
requisitos y cinco características comunes del apostolado genuino:
Requisitos:
(1) Un llamado y comisión específica del Señor Jesucristo (Gal. 1:1; Rom. 1:1, 5; 1
Cor. 1:1; 2 Cor. 1:1).
(2) Debe haber visto al Señor Jesucristo (1 Cor. 9:1–2).
(3) Gracia para la efectividad en la plantación de iglesias (1 Cor. 9:1–2).
Características:
(4) Sufrimiento (1 Cor. 4:9–13; 2 Cor. 4:7–12; 6:3–10; 11:23–33; Gal. 6:17).
(5) Percepción especial de misterios divinos (Efe. 3:1–6; 1 Tim. 3:16; Rom. 11:23–
32; 2 Cor. 12:1–4, 7).
(6) Milagros, señales y prodigios (Lc. 24:49; Hch. 1:8; 2:43; 5:12; 14:3, 15:12;
Rom. 15:19; 2 Cor. 12:12).
(7) Una vida de integridad (1 Cor. 1:12; 2:17; 4:2; 7:2).
(8) Autoridad sobre demonios y enfermedades, autoridad para edificar y
moldear la vida de la iglesia, y autoridad para impartir dones espirituales (Mat.
10:1; Mr. 3:15, 6:7; Lc. 9:1; Rom. 1:11; 2 Tim. 1:6; 2 Cor. 10:8; 13:10; Efe. 2:20).8
¿Por lo tanto, hay apóstoles hoy? Deere—un ex-cesacionista9 cuyo corazón Dios abrió luego a lo
milagroso—comenta:
Yo creo que los doce apóstoles fueron únicos y formaron parte de un
círculo cerrado. Sin embargo, la adición de Pablo, Bernabé, Santiago y
posiblemente otros, abre la posibilidad de que Dios dé apóstoles adicionales en
cualquier momento de la historia. Ningún texto específico de las Escrituras
impide que Jesús se le aparezca a alguien y lo comisione en un oficio apostólico.
En el futuro, él le dará a la iglesia dos testigos que tendrán aún mayor poder que
los apóstoles del primer siglo (Ap. 11:3-6), y esto no pondrá en peligro la
autoridad de las Escrituras. ¿Si al final de la historia de la iglesia el Señor dará a la
iglesia dos testigos que tendrán mayor autoridad y poder que los apóstoles del
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Nuevo Testamento, por qué no habría de darle más apóstoles a la iglesia antes
del tiempo de los dos testigos?
No conozco a nadie hoy en día a quien llamaría apóstol de la misma
manera en que llamaría apóstol a Pablo. Sin embargo, no estoy dispuesto a
rechazar la posibilidad, porque no creo que las Escrituras la rechazan.10
Comparé la vida de Mahoma con los criterios de Deere para determinar si él pudiera ser un
apóstol:
(1) Debe ser llamado y comisionado por el Señor Jesucristo, y (2) debe haber visto al Señor Jesucristo: Mahoma había estado teniendo sueños proféticos regularmente desde la noche en que aceptó a Jesús en mi casa. Sin embargo, en una ocasión contó una experiencia que fue diferente en términos de su intensidad, poder e impacto. Mahoma describió un encuentro que sonó extraordinariamente similar a lo que Juan experimentó en la isla de Patmos (Ap. 1:12-18).
“Una noche estaba dormido en mi cama. Jesús se me apareció,” dijo Mahoma. “¿Cómo era? ¿Qué ocurrió?” Le dije. “Nunca había imaginado tal resplandor y majestad. El sostenía una brillante espada en
su mano. Sus ojos me traspasaron y su voz era tan poderosa. ¡Estaba aterrado! Tan pronto comenzó a hablarme, me caí y pensé que me iba a morir.”
“¿Qué te dijo?” “Me dijo que me pusiera de pie,” dijo Mahoma, con temor y asombro en su voz. “Me
dijo que no temiera. Me preguntó por qué estaba preocupado por mi pan diario, y luego me aseguró que se encargaría de mis necesidades y las de mi familia mientras yo compartía el evangelio. Me dijo que quería que trabajara incansablemente por el evangelio y prometió que me usaría para traer a muchos de mi pueblo a su reino.”
“¿Qué ocurrió después?” Le pregunté. “El temblor que sentía se convirtió en gozo. De repente comencé a sentir que caía sobre
mí un amor como nunca lo había conocido. Su bondad era abrumadora. Ahora entiendo porque no podías darme un trabajo cuando nos conocimos.”
“¿Por qué?” Mahoma sonrió. “Tú me has dado algo mucho más precioso que el dinero.” Mahoma comenzó a explicarme que mientras experimentaba esta visión, su esposa
“Fátima”, sorprendida por lo que le estaba ocurriendo a su esposo, tocó su cuerpo mientras
estaba acostada junto a él en la cama. Cuando lo hizo, el fuego de Dios comenzó a arder en sus
manos. Huyó de la habitación aterrada. Inicialmente ella pensó que algo estaba mal con
Mahoma. Cuando Mahoma le explicó el encuentro, ella comenzó a llorar. Lo que ocurrió
después es un milagro tan significativo como el encuentro mismo: Mahoma comenzó a acariciar
su rostro y a secar las lágrimas de sus mejillas. Este fue un acto de extraordinaria ternura para
un hombre en la cultura morava, en la cual demostraciones externas de rudeza eran la norma.
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Fátima le dijo a Mahoma que aunque su fe había sido real hasta esa noche, en gran parte había
aceptado a Jesús inicialmente por causa de Mahoma. Ahora que había experimentado el poder
de Dios y la reciente ternura de Mahoma de una manera tan intensa, su fe era genuinamente la
suya propia.
Desde que experimentó está comisión en adelante, me parece que Mahoma dedicó no
menos de seis a ocho horas al día para trabajar en pos del evangelio de alguna manera, tanto
evangelizando, orando o ayudando a las casas-iglesia. Muchas noches, permaneció despierto
orando hasta la madrugada. Al dar su vida plenamente al evangelio, Dios continuó supliendo
para sus necesidades de manera milagrosa. En los casi tres meses que estuve con Mahoma, el
trajo más musulmanes a la fe en Jesús que lo que la mayoría de los plantadores transculturales
de iglesias ven en toda una vida.
(3) Gracia para la efectividad en la plantación de iglesias: Constantemente me
impresioné ante la habilidad de Mahoma para entender rápidamente todo lo que le transmití.
Por razones que discutiré en el capítulo 8, intencionalmente he establecido una regla de
mantenerme oculto lo más posible. Sin embargo, en una ocasión me uní a Mahoma para traer a
la fe a una mujer que estaba siendo monitoreada por Islamistas radicales (vea el primer
testimonio en el cap. 11). Me asombré de cuan natural, clara y efectivamente él era capaz de
explicarle el evangelio. Era evidente que tenía un alto nivel de don para enseñar. En otra
ocasión, esta misma mujer fue golpeada con un látigo de mula por sus supervisores. Me
conmoví cuando Mahoma me dijo de como él y los otros discípulos se reunieron en torno a ella
y la consolaron a lo largo de esta prueba. Su habilidad para organizar y liderar al creciente
número de discípulos moravos en medio de un ambiente tan hostil era increíble. Como Pablo,
Mahoma podía comunicar el evangelio efectivamente en varios idiomas (hablaba seis idiomas
con fluidez). También como Pablo, el conocía muy bien el sistema religioso del cual había sido
parte y conocía muy bien el funcionamiento interno de su cultura. Mahoma era también un
músico entrenado que usó sus talentos para crear canciones de adoración en diferentes
idiomas. Todos estos factores contribuyeron a lo que en mi estimación ascendió a una
efectividad inusual para plantar, fortalecer y establecer iglesias.
Volviendo a las características de apóstoles, casi no tiene que decirse que Mahoma
padeció (4): sufrimiento. Mahoma enfrentó amenazas constantes de parte de líderes religiosos
y comunitarios. Muchos de sus familiares lo acosaban. Su mayor prueba vino cuando fue
forzado a escoger entre su vida y negar su fe en Jesús (ver testimonio en el cap. 11).
(5) Percepción especial de misterios divinos: Por el hecho de que el escribir las Escrituras
estuvo limitado a los apóstoles del primer siglo, esta característica debiera ser la menos
importante en términos de evaluar la autenticidad de un verdadero apóstol en la actualidad. No
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sé si Mahoma tenía “percepción especial de misterios divinos.” Sin embargo, se que demostró
tener una gracia inusual para exponer la verdad bíblica con entendimiento.
(6) Milagros, señales y prodigios: Como veremos, encuentros de poder fueron la norma
para Mahoma y los otros nuevos discípulos. En una ocasión, el Espíritu Santo usó a Mahoma
para levantar a su propio hijo de los muertos (vea el testimonio en el cap. 11).
(7) Una vida de integridad: Según los estándares de la cultura morava, en mi estimación
la integridad de Mahoma era excepcional. Las mujeres en nuestro equipo estaban
particularmente impresionadas por su compromiso relativamente inusual a su esposa y su
familia. El compromiso familiar se había convertido en una rara prioridad entre los hombres de
su cultura. Mahoma era cuidadoso en cuanto a no hacer promesas que no pudiera cumplir.
Contrario a la mayoría de mis otros amigos y conocidos moravos, el típicamente era intencional
en cuanto a llegar a sus citas conmigo. Frecuentemente se puso en riesgo por causa de los otros
discípulos. Por supuesto, como cualquier otro seguidor de Jesús, Mahoma experimentó
tropiezos y momentos de inmadurez espiritual. Sin embargo, en mi opinión, en general el fue
un hombre de integridad, especialmente según los estándares de su propia cultura.
(8) Autoridad sobre demonios y enfermedades, autoridad para edificar y moldear la vida
de la iglesia, y autoridad para impartir dones espirituales: Vea los números 3 y 6 mencionados
anteriormente. La mayoría de los nuevos discípulos veían a Mahoma como un líder y hombre
con autoridad espiritual.
Según los criterios presentados por Deere, yo personalmente he llegado a la conclusión
de que Mahoma no solo fue un hijo de paz, sino también un verdadero apóstol a quien, como
Pablo, Dios había estado preparando para una hora crucial en la historia de su pueblo. Dejo que
el lector o la lectora lleguen a sus propias conclusiones.
Conclusión
Contrario a Pablo, muchos de nosotros no podemos visitar una ciudad y simplemente
caminar a una sinagoga cuyos constituyentes poseen una expectativa Mesiánica desarrollada,
cultivada y centrada en la Biblia. Sin embargo, un factor que compensa esta desventaja hoy en
día es el concepto del hijo de paz. Cuando Dios nos envía a un nuevo vecindario, ciudad o
región, una de las maneras en que podemos evitar perder mucho tiempo y esfuerzo en
nuestros intentos por ver surgir nuevos movimientos es centrar nuestra estrategia en hallar y
conectarnos con hijos de paz. Por ejemplo, si sabemos que solo se nos permitirá acceso a un
país por tres semanas en un viaje de negocios, antes de aterrizar deberíamos preguntarle al
Espíritu Santo quiénes son y dónde podemos localizar a los hijos de paz para que podamos
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conectarnos con ellos tan pronto lleguemos. Esto nos permite comenzar el proceso de
discipulado poco después de nuestra llegada y así maximizar el tiempo que tenemos con el
propósito de capacitar a nuevos discípulos. Al orar y tener comunión con el Espíritu Santo,
podemos confiar de que Dios nos conectará con hijos de paz por medio de la actividad
reveladora del Espíritu Santo. En algunos casos, el inclusive pudiera conectarnos a líderes
estratégicos a quienes ha estado preparando para momentos cruciales en la historia redentora
de un grupo o nación no alcanzada.
Notas finales
1 Gordon Fee y Douglas Stuart, La lectura eficaz de la Biblia (Grand Rapids, MI: Zondervan,
2007), 165-87.
2 Para más información, vea Mike Bickle, Creciendo en el ministerio profético (Lake Mary, FL:
Casa Creación, 1998), 133-52.
3 Para más información, vea Jack Deere, Guía básica para el don de profecía (Lake Mary, FL: Casa Creación, 2002). 4 Eric Bridges, “Biblical ‘Man of Peace’ Approach is Key to Effective Outreach (El método bíblico
del ‘hijo de paz’ es clave para el evangelismo efectivo),”
<http://www.ethnicharvest.org/links/articles/bridges_man_of_peace.htm> (accesado en enero
de 2008).
5 Ibídem.
6 David Garrison, Chruch Planting Movements: How God Is Redeeming a Lost World
(Movimientos de plantación de iglesias: Cómo está redimiendo Dios a un mundo perdido)
(Bangalore, India: Sri Sudhindra Offset Press, 2004), 211–12. (Nota del traductor: Puede
obtener una versión resumida de este libro en español en este link:
www.churchplantingmovements.com/images/stories/CPM_Profiles/cpm_booklet_spanish.pdf
7 Jack Deere, Sorprendido por el poder del Espíritu (Miami, FL: Editorial Carisma, 1996), 245.
8 Ibídem., 243-7.
9 Alguien que niega que los milagros y los dones del Espíritu Santo son válidos para hoy.
10 Deere, Sorprendido por el poder, 251-2.