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DEPORTES DE EQUIPO
PREVENCIÓN Y READAPTACIÓN A LA COMPETICIÓN DEPORTIVA
Dani Romero. Profesor de l’Escola Universitaria de Fisioteràpia Blanquerna (Universitat Ramon Llull).
1. LA PREVENCIÓN EN EL DEPORTE ..................................................... 1
1.1. Incidencia lesional ......................................................................... 1
1.1.1. El coste económico. Cuestion de números...y de salud. 1
1.1.2. Los números continúan cantando: muchas lesiones y
semanas de ausencia de la competición. ¿Dónde se
localizan habitualmente?................................................
3
1.1.3 Localización habitual: la rodilla y el tobillo y las
lesiones musculares de la extremidad inferior ................
4
1.1.4 Otro tipo de deportes. También la extremidad inferior
continua siendo la más afectada por lesiones..................
10
1.2. Características de las lesiones. ...................................................... 11
1.2.1. Periodo de aparición de la lesión durante la temporada .. 11
1.2.2. Lesión contacto-no contacto ........................................... 14
1.2.3. Gravedad lesional / recidivas.......................................... 16
1.2.4. Posición en el campo ...................................................... 19
1.2.5. Momento de aparición de la lesión ................................. 20
1.2.6. Circunstancias del juego. Acciones ofensivas –
defensivas.......................................................................
22
1.3. Factores de riesgo asociados a la lesión en el deporte .................... 23
1.3.1. Introducción ................................................................... 23
1.3.2. Mecanismo lesional........................................................ 25
1.3.2.1. Las lesiones por contacto: el tackle como
acción más lesiva..........................................
25
1.3.2.2. Las lesiones sin contacto. Mayor campo de
prevención. Los mecanismos de salida
abierta y salida cerrada. ................................
27
1.3.2.3. No tan sólo hay lesiones en la extremidad
inferior..........................................................
33
1.3.3. Existencia de lesiones previas ........................................ 33
1.3.4. Alteración propioceptiva ................................................ 34
1.3.5. Retardo electromecánico ................................................ 36
1.3.6. Falta de fuerza ................................................................ 37
1.3.7. Capacidad de aceleración (capacidad de fuerza
explosiva) .......................................................................
40
1.3.8. Aumento de la laxitud ligamentosa asociada al ejercicio 40
1.3.9. Características de la musculatura.................................... 41
1.3.10. Técnica de los gestos deportivos .................................... 42
1.3.11. Flexibilidad .................................................................... 42
1.3.12. La fatiga muscular .......................................................... 44
1.3.13. Calzado .......................................................................... 47
1.3.14. Edad ............................................................................... 48
1.3.15. Sexo ............................................................................... 49
1.3.16. Categoría federativa de los deportistas ........................... 50
1.3.17. Extremidad dominante – no dominante .......................... 52
1.3.18. Etnia del deportista......................................................... 52
1.4. Intervención asociada a la prevención de las lesiones deportivas... 53
1.4.1. Introducción ................................................................... 53
1.4.1.1. Hacia la evidencia de la prevención:
planificaciones basadas en los análisis de la
incidencia lesional y los factores de riesgo
asociados a la lesión deportiva .....................
53
1.4.2. Diferentes planes de prevención ..................................... 60
1.4.2.1. Importancia del trabajo en el periodo
vacacional y en la pretemporada...................
60
1.4.2.2 Adecuación del entrenamiento y los
programas de prevención a la demanda real
tanto biomecánica como metabólica del
deporte. Importancia del entrenamiento de
la fuerza........................................................
61
1.4.2.3 Los programas de prevención con
parámetros múltiples ....................................
64
1.4.3. Prevención específica de la rodilla ................................. 66
1.4.3.1. El trabajo isquiotibial como estabilizador de
la rodilla .......................................................
66
1.4.3.2. El trabajo del control neuromuscular ............ 68
1.4.4. Prevención específica del tobillo .................................... 72
1.4.4.1. El peligro de las recidivas en el tobillo ......... 72
1.4.4.2. La necesidad de orientar de forma
específica las cargas en el tratamiento y
prevención de lesiones..................................
74
1.4.4.3. Aplicación de contenciones externas ............ 75
1.4.5 Prevención y propiocepción ........................................... 79
1.4.5.1. Principios neuromusculares en los ejercicios
de propiocepción ..........................................
82
1.4.5.2. La introducción de perturbaciones................ 83
1.4.5.3. Los trabajos de entrenamiento
propioceptivo mediante circuito ...................
85
1.4.5.4. La adquisición de patrones neuromusculares
en sustitución de los patrones lesivos ...........
90
1.4.5.5. Las cargas funcionales en los estímulos
propioceptivos ..............................................
93
1.4.6. Los ejercicios pliométricos como ayuda en la
adquisición de patrones neuromusculares no lesivos.. ....
95
1.4.7. La sobrecarga excéntrica ................................................ 97
1.4.8. Calzado y prevención ..................................................... 100
1.4.9. Utilización de espinilleras .............................................. 102
2. LA PREDICCIÓN DE LESIONES EN EL DEPORTE ............................ 104
3. LA READAPTACIÓN A LA COMPETICIÓN DEPORTIVA .............. 111
3.1. Definición y planteamiento del proceso de Readaptación a la
competición....................................................................................
111
3.2 Antecedentes existentes cercanos a la idea de Readaptación.......... 112
3.3. Realidad actual de la readaptación del deportista. .......................... 115
3.4. Estudios relacionados con la aplicación de la readaptación a la
competición deportiva. Algunos ejemplos de tratamiento de
lesiones. .........................................................................................
116
3.4.1. Las lesiones musculares y tendinosas. La introducción
del trabajo excéntrico .....................................................
116
3.4.2. Las lesiones articulares. Propuestas de tratamiento con
implicaciones en la fase de readaptación a la
competición ....................................................................
122
3.4.3. La planificación de la readaptación ha de nutrirse del
conocimiento basado en los estudios funcionales de las
demandas reales del deportista .....................................
129
Introducción. El presente documento trata de forma específica sobre la prevención en el
deporte y la readaptación a la competición, y está adaptado al Master Profesional de
Alto Rendimiento Deportivo en Deportes de Equipo, organizado por CEDE en
colaboración con la Fundació FC Barcelona y la empresa Byomedic.
El documento se estructura en los dos grandes puntos citados, y tiene como
objetivo fundamental desarrollar de forma crítica y avanzada la bibliografía actual
existente sobre cada uno de los temas. En primer lugar se encuentra el bloque sobre
Prevención en el deporte. Este tema es el que cuenta con un mayor desarrollo debido
a que ha sido tratado por la literatura científica de una forma mucho más amplia que la
Readaptación al deporte. Los estudios de prevención citados han sido extraídos, en la
inmensa mayoría, de trabajos realizados en deportes de equipo, y si se ha focalizado
algo más en algún deporte ha sido debido a que existía más bibliografía sobre el
mismo. Es interesante tener en cuenta que numerosos temas de prevención han sido
instaurados desde el empirismo y el mimetismo, y no se han corroborado desde una
óptica más racional, más científica. Es pues interesante estar abiertos a leer
comentarios que nos puedan provocar cierta disonancia cognitiva, aunque no sea
objetivo de estos apuntes.
Además, dentro de este bloque de prevención realizamos un apartado sobre
trabajos relacionados con la predicción de lesiones. El tema de predicción se refiere a
la identificación de factores de riesgo predictivos de lesiones concretas, hecho que
permite identificar los deportistas más expuestos a éstas. Este campo de estudio
debería preceder los trabajos de prevención.
En segundo lugar, se ha trabajado la Readaptación al Deporte. Este bloque se
centra en un tema, la readaptación a la competición deportiva, que, a diferencia de la
prevención, ha tenido y tiene un tratamiento prácticamente nulo en la bibliografía
científica. Si realizamos búsquedas de información podemos darnos cuenta de que no
existe prácticamente ningún trabajo que trate de la planificación del deportista
lesionado a la competición, es decir, que trate sobre la fase en que la estructura
lesionada está biológicamente curada pero el sujeto no puede desarrollar de forma
normal su práctica deportiva. A pesar de esto, se realiza un análisis sobre el origen
más cercano de la readaptación, y se tratan los estudios que enfocan la recuperación
del deportista desde una óptica más funcional que la puramente tradicional de la
fisioterapia.
1.- LA PREVENCIÓN EN EL DEPORTE
Los estudios realizados sobre deportistas que participan en deportes de equipo
son muy numerosos. En muchos de ellos se focaliza el tema de la prevención de
lesiones en el deporte, pero raramente se intenta ver el efecto que una intervención
puede tener directamente en la prevención de lesiones, es decir, si una actuación
realmente disminuye o no las lesiones dentro de un contexto deportivo. Para poder
iniciar un planteamiento serio sobre este tipo de trabajos, lo primero que hemos de
conocer es el tipo de lesiones que se producen y la incidencia de éstas en los
llamados deportes de equipo.
1.1.- Incidencia lesional
1.1.1.- El coste económico. Cuestión de números...y de salud.
El tema de la prevención de lesiones adquiere una importancia relevante si nos
referimos especialmente a aquellos deportes donde existen inversiones e intereses
económicos de gran magnitud. Tradicionalmente, uno de los máximos exponentes de
dichos deportes es el fútbol, y tal y como explica Woods et al (2002), las lesiones
provocan una pérdida económica muy importante. En las dos temporadas que
estudiaron estimaron una pérdida por lesiones de 74.7 millones de libras en la liga
profesional inglesa.
Rahnama et al (2002) también comentan la incidencia de lesiones en fútbol,
concretamente de 17-24 lesiones por cada 1000 horas de juego, y alude a los grandes
costes económicos que esto representa en Gran Bretaña cada año. Con relación a
esto, Drawer y Fuller (2002) explican que, teniendo en cuenta el número de jugadores
de un club, las proporciones de lesión, y el valor monetario correspondiente a cada
grado de severidad lesional, es posible llegar a un cálculo relativamente simple de los
costes asociados con la lesión, hecho que permitiría realizar una evaluación de cada
situación en concreto y una optimización de la distribución de las inversiones.
Está claro que este último punto nos informa de la necesidad de estudiar cómo
realmente se puede llegar a prevenir una lesión, analizando las estrategias óptimas y
los profesionales más cualificados para tales tareas. Parece ser que éste sería un
buen inicio para intentar disminuir el número de lesionados en un club deportivo,
hecho especialmente relevante desde el punto de vista económico si hablamos de
deporte profesional. Todo esto se complica, de forma curiosa, si leemos el trabajo de
Waddington et al (2001) sobre la forma en que habitualmente son contratados los
médicos y fisioterapeutas de los clubes del fútbol profesional inglés. En este trabajo,
los autores realizan entrevistas a 12 médicos y 10 fisioterapeutas, y recibieron 58 de
los 90 cuestionarios que enviaron a médicos del fútbol. Además también se realizan
entrevistas a 27 jugadores y exjugadores sobre sus experiencias sobre lesiones y
tratamientos de rehabilitación, y se reservaba de forma permanente el anonimato.
Sin extendernos sobre este trabajo de Waddington et al (2001) , es interesante
comentar los siguientes puntos:
- La mayoría de médicos no tenían dedicación completa en el club al
que pertenecían, lo que quiere decir que se tenían que dedicar a otros
trabajos para conseguir un salario razonable
- Los salarios son más modestos de lo que se podría pensar en
principio;
- Muchos médicos realizaron su fichaje mediante contactos personales:
el médico anterior era su jefe a nivel laboral (cuando desarrollaban
medicina general), o bien era un familiar, o bien obtenía el puesto de
trabajo gracias a un contacto personal relacionado con el club
En base a estos datos, parece ser que, al menos en cuanto a la forma de
contratación, no está realmente garantizada la competencia profesional de médicos y
fisioterapeutas de clubes profesionales de la liga inglesa.
Por otra parte, en el mismo trabajo se habla de la contratación de los
fisioterapeutas, y vuelve a darse el caso que la mayoría de ellos realizaban el contrato
laboral con el club gracias a contactos personales. Es curioso el hecho de que muchos
de ellos son exjugadores.
Además de esta repercusión en el mundo profesional, Inklaar (1994) nos
explica que la práctica del fútbol también es un problema de costes sanitarios en la
seguridad social de un país donde dicho deporte es el más practicado por la población.
El estudio está realizado sobre población holandesa, e incide en la necesidad de
identificar los futbolistas en subgrupos según el riesgo de sufrir lesiones y así
desarrollar una estrategia de prevención adecuada para reducir gastos. Según este
autor, la literatura sobre epidemiología de lesiones en el fútbol ha mostrado datos
conflictivos en cuanto a incidencia, severidad y etiología, dándose diferentes
resultados que podrían parcialmente explicarse por las diferentes definiciones de
lesión y los diferentes diseños metodológicos utilizados.
Según datos del National Collegiate Athletic Association (NCAA), se estima que
en un año se producen más de 10000 lesiones de rodilla en atletas femeninas en
población de secundaria y bachillerato. De estas lesiones, aproximadamente unas
2200 son rupturas del LCA. El coste del tratamiento asciende, incluyendo el
tratamiento quirúrgico y la rehabilitación de las lesiones de LCA, a unos 17000$ por
paciente, lo que eleva la cifra a más de 37 millones de dólares anuales. Hemos de
pensar que estos datos de costes se refieren a la lesión y tratamiento, pero no recogen
el coste que representa la pérdida de sesiones de entrenamiento y competición ni
tampoco el efecto psicológico que podría derivarse.
Esta ausencia ante una lesión podría elevarse también a millones de euros si
hablamos de deportistas profesionales en según qué deportes. El trabajo de Hewett et
al (1999), con una muestra de 1263 jóvenes deportistas mujeres de diferentes
deportes (fútbol, baloncesto y voleibol) registró 14 lesiones serias durante un año
(tabla 1).
Evidentemente, no sólo es importante el tema económico. Existe realmente un
problema de salud si tenemos en cuenta lo que nos explica Drawer y Fuller (2002) al
comentar que el 47% de los futbolistas en el Reino Unido han de retirarse por una
lesión crónica o aguda. Además, este riesgo de lesión es mayor si pensamos que los
futbolistas no son correctamente informados de cómo realizar una buena prevención
debido a que los clubes normalmente no ofrecen estos servicios o no los ofrecen de la
mejor manera posible.
1.1.2.- Los números continúan cantando: muchas lesiones y semanas de
ausencia de la competición. Dónde se localizan habitualmente?
Sobre la incidencia lesional y el tipo de alteración sufrida, Drawer y Fuller
(2002) explican que entre los 138 futbolistas que estudiaron, registraron 744 lesiones
que les impidieron entrenar o competir, con un promedio de ausencia de 14.7 días,
Tabla 1.- Lesiones de gravedad encontradas por Hewett et al (1999).
mayor en las lesiones con recidiva (18.2 días, conformando el 22.3% del total de
lesiones) en comparación a las nuevas lesiones (13.7 días). Esto se traducía en una
ausencia de 39.6 días de ausencia por jugador y año, hecho que supone el 13% de la
temporada.
Junge et al (2004) desarrollan un sistema para captar la incidencia,
circunstancias y características de las lesiones de fútbol. Para ello aplican dicho
método en diferentes torneos internacionales de la FIFA y de los JJOO. Recogieron
901 lesiones, lo que equivale a una incidencia de 2.7 lesiones por partido o 88.7
lesiones por cada 1000 horas de juego. De estas lesiones, resulta que las que
provocaron ausencia del entrenamiento o la competición suponían una incidencia de
35 por cada 1000 horas de juego, lo que aproximadamente corresponde a 1 lesión por
partido. La zona predominantemente lesionada fue el tobillo (17%) y el muslo (16%),
pero las lesiones de la cabeza y el cuello (16%), la pierna (15%) y la rodilla (12%)
también fueron frecuentes. Las de extremidad superior (6%) y el tronco (8%) fueron
menos frecuentes.
Respecto a la variedad de diseños metodológicos utilizados, también Andersen
et al (2003) explican que este hecho dificulta la posibilidad de comparar datos. Estos
autores hablan de una incidencia lesional en futbolistas que se encuentra en un rango
de entre 10 y 35 por cada 1000 horas de juego. De entre los diferentes estudios,
podemos ver que la mayoría de lesiones se encuentran en la extremidad inferior. El
75% de las lesiones de los jugadores profesionales son distensiones, esguinces y
contusiones. La extremidad inferior presenta el 60-85% del total de lesiones en ambos
sexos, siendo la articulación más dañada la rodilla y después el tobillo (Rahnama et al,
2002). Olmsted et al (2004) estudian la aplicación de tobilleras y vendajes en la
prevención de lesiones de tobillo, y en su introducción destacan que se ha observado
que la lesión más común en fútbol es el esguince de tobillo, constituyendo en fútbol
americano un 10-15% de las lesiones, y destacando la gran incidencia en baloncesto y
en hockey hierba.
1.1.3.- Localización habitual: la rodilla y el tobillo y las lesiones musculares de
la extremidad inferior.
En algunos studios es la articulación del tobillo la que resulta más lesionada
(Waddington y Adams, 2003, con jugadores de baloncesto), en otros lo es la rodilla,
sobre todo el LCA, la zona más vulnerable. Esto lo podemos ver en la introducción de
White et al (2003) al hablar de jugadoras de fútbol y baloncesto y también en el
artículo de Gleeson et al (1998). Woods et al (2003) estudian las lesiones en el tobillo
(de gran incidencia en el fútbol), el periodo de tiempo perdido que provocan, su
mecanismo lesional y la utilización de soportes externos para así poder desarrollar un
plan de prevención y rehabilitación. Entre los autores que citan, destaca el trabajo de
et al (1985), quienes observaron que el 75% de las lesiones de tobillo eran esguinces
ligamentosos, normalmente del complejo lateral.
Este trabajo de Woods et al (2003), que utiliza la misma metodología que el
realizado por los mismos autores anteriormente (Woods et al, 2002), recoge los
cuestionarios obtenidos por los fisioterapeutas y médicos de clubes profesionales
ingleses. En el mismo se explica que el 11% de las lesiones estaban localizadas en el
tobillo, lo que proporciona un valor inferior a otros trabajos. Tal y como ya hemos
comentado y según han escrito otros autores (Andersen et al, 2003; Inklaar, 1994), es
posible que esto sea debido a la metodología utilizada, donde no incluían lesiones que
necesitaban menos de 48 horas para volver a la actividad. Vieron que la mayoría de
alteraciones se producían en el complejo externo (77%). Otros datos interesantes que
los mismos autores exponen es que el 83% de las lesiones de tobillo tenían una
recuperación de menos de un mes, lo que sugiere que la mayoría de esguinces no
eran severos, siendo así más importante la incidencia que la gravedad. Con relación a
esto, la tabla 2 (Stacoff et al, 1996) muestra la incidencia de lesiones de tobillo en
diferentes deportes.
Peterson et al (2000) realizan un estudio prospectivo de la incidencia de
lesiones y molestias en futbolistas de diferente edad y categoría. La muestra es de 264
individuos, y quedan clasificados en cuatro niveles según la categoría de los equipos
donde jugaban. Recogen 558 lesiones durante el año que esta muestra fue seguida, lo
que resulta en 2.1 lesiones por jugador y año (tabal3). La mayoría se produjeron en la
rodilla y el tobillo, siendo la rodilla la que mayor lesiones de gravedad sufrió, seguida
Tabla 2.- Incidencia de lesiones de tobillo en diferentes deportes (Stacoff et al, 1996).
de la extremidad superior, el tobillo, la columna lumbar y el muslo. La gran parte de las
lesiones lumbares, de la ingle y de la pierna fueron debidas a sobrecarga, lo que
quiere decir que la mayoría de las producidas en la columna lumbar y la ingle se
dieron sin contacto.
Es interesante destacar el trabajo de Woods et al (2002) debido a que nos
informa de la incidencia lesional en el fútbol comparando la pretemporada con el
periodo competitivo. Estos autores encontraron que las lesiones más frecuentes de la
pretemporada son las distensiones musculares (19%), las fracturas (15%),
distensiones ligamentosas (13%) y los desgarros meniscales (10%). En relación con la
gravedad, las lesiones moderadas más frecuentes fueron las distensiones (52%),
esguinces (25%) y tendinitis (8%) (tabla 4). En ambos periodos estudiados, la mayoría
se localizaban en la extremidad inferior (69%), y existían más lesiones de la pierna en
pretemporada (tabla 5).
Tabla 3.- Gravedad lesional encontrada por Petersen et al (2000).
Tabla 4.- Lesiones encontradas en el trabajo de Woods et al (2002).
En este mismo estudio y respecto a las lesiones musculares, existía una
diferencia a destacar, y es el hecho de que las producidas en el cuadriceps ocurrían
más en pretemporada (la que se producía en mayor número de ocasiones era la del
recto anterior, representando el 29% de las lesiones musculares, mientras al aductor
mayor le correspondía el 12% y al bíceps femoral el 11%). Por otra parte, en la
temporada el músculo con más porcentaje de lesión era el bíceps femoral (21%),
seguido del aductor mayor (15%) y del recto femoral (14%).
Östenberg y Roos (2000) pudieron ver que el tipo de lesión más frecuente en
jugadoras de fútbol fue la distensión muscular (32%), seguida del esguince
ligamentoso (18%) y la contusión (17%), siendo la rodilla la zona más afectada. Junge
et al (2004) recogieron 171 lesiones en el Mundial de Fútbol de 2002, lo que equivale a
una incidencia de 2.7 lesiones por partido o 81 lesiones por cada mil horas de juego.
Las partes del cuerpo que más lesiones sufrieron fue el muslo y la pierna. También
fueron frecuentes las lesiones en la cabeza, rodilla y tobillo. La mitad de las lesiones
fueron debidas a contusiones, mientras los distensiones eran el 15% y los esguinces el
14%. Diez lesiones fueron diagnosticadas como rupturas musculares, cinco como
tendinosis, cuatro como contusión, tres como fractura, y también hubo una ruptura
ligamentosa y una lesión meniscal.
Si continuamos analizando el trabajo de Woods et al (2002), la pretemporada
muestra que el tobillo fue la articulación más lesionada (59%), sobre todo el complejo
lateral (74% en comparación al 21% del complejo interno). Por otra parte, la rodilla
Tabla 5.- Lesiones encontradas en la extremidad inferior en el trabajo de Woods et al (2002).
sufrió más lesiones durante la temporada competitiva (30%), sobre todo en el LLI (77%
de dichas lesiones), mientras al LLE le correspondió un 15% y al LCA un 8%. De todas
maneras, los valores de ambas articulaciones entre pretemporada y periodo
competitivo no difieren en exceso. Por otra parte, la lesión tendinosa que más se
produjo fue la del tendón aquileo, produciéndose el 32% de dichas lesiones durante la
pretemporada (en este periodo hubo 3.5 lesiones por semana, mientras durante el
periodo competitivo existió un promedio de una lesión por semana).
De todos estos datos de Woods et al (2002) puede extraerse la gran cantidad
de lesiones ocurridas en un periodo de tiempo tan corto como es la pretemporada. En
este trabajo dichas lesiones han constituido una quinta parte del total de la temporada,
y hemos de tener en cuenta la menor cantidad de partidos, ninguno de ellos de
carácter competitivo (al menos es lo habitual). Por este motivo los autores deciden
seguir el estudio epidemiológico de Hawkins et al (2001) y realizan un análisis
detallado de las lesiones de pretemporada y los factores extrínsecos asociados a ellas.
El trabajo de Hägglund et al (2003) realiza un estudio curioso al comparar las
lesiones ocurridas en la temporada 1982 y 2001 en el fútbol profesional sueco, es
decir, reproducen en el año 2001 un estudio realizado en el 1982. Recogieron
información de la fecha de lesión, si se producía en competición o en entrenamiento,
tipo de lesión, localización, si era una nueva lesión o una recidiva, si la lesión se
producía por juego sucio y si era una lesión traumática o se producía por sobrecarga.
Söderman et al (2001), con una muestra de futbolistas suecas, realizan un
estudio para detectar los posibles factores de riesgo de lesión. Esto lo desarrollan
durante una temporada, y obtuvieron 61 lesiones traumáticas en 50 jugadoras y 19
lesiones por sobrecarga repartidas en 17 futbolistas. La lesión de tobillo fue la que más
se producía, y la incidencia total fue de 5.49 lesiones por cada 1000 horas de juego.
La incidencia en lesiones traumáticas por cada 1000 horas fue de 4.2 respecto a las
lesiones traumáticas y de 1.3 en cuanto a las producidas por sobrecarga.
Francisco et al (2000) proporcionan algunos datos de diferentes estudios en la
introducción de su trabajo, y comentan que las fracturas en el fútbol representan entre
el 2 y el 11% de las lesiones, de las cuales entre el 30 y el 33% son de la extremidad
inferior. A pesar de que constituyen un porcentaje menor que otras lesiones,
representan hechos de gravedad importante y provocan periodos prolongados de
inactividad en los jugadores que las sufren. El trabajo de Boden y Garrett (1999)
muestra que las fracturas de la pierna requieren entre 17 y 19 semanas para poder
volver a correr y entre 23 y 32 para volver a jugar.
Morgan y Oberlander (2001) vieron en futbolistas que el 77% de las lesiones se
producían en la extremidad inferior, con el 21% centrándose en la rodilla y el 18% en
el tobillo. Teniendo en cuenta distensiones musculares como una categoría única, el
53% de estas lesiones se produjo en los músculos aductores, el 42% en los
isquiotibiales y el 5% en el cuadriceps. Concretamente en las lesiones articulares de la
rodilla, vieron que se produjeron tres veces más de esguinces aislados de LLI en
comparación a lesiones meniscales. La rodilla no fue la zona más lesionada, pero sí
fue la que provocó mayor tiempo apartado de la competición, albergando además la
mayor parte de casos quirúrgicos.
Otra estructura lesionada con cierta asiduidad son los meniscos de la rodilla.
Anderson (2002) explica que el 75% de las lesiones meniscales se localizan en el
menisco interno. En el 5% de los pacientes la afectació es bilateral.
El trabajo de Askling et al (2003) resalta la gran incidencia lesional de la
musculatura isquiotibial en futbolistas. Para ello citan a Ekstrand y Gillquist (1983),
quienes encontraron que el 80% de las lesiones musculares en futbolistas se producen
en la extremidad inferior, y el 47% de estas tienen lugar en los isquiotibiales.
Apoyando esta tendencia, el trabajo de Morgan y Oberlander (2001) muestra que el
10% de los futbolistas de la Mayor League Soccer sufren una lesión de isquiotibiales
durante una temporada.
Woods et al (2004) explican, en la introducción de su trabajo, que la literatura
muestra que las lesiones de isquiotibiales son una de las más comunes en los
deportes que involucran saltos y esprints. Estos autores citan el trabajo de Hawkins et
al (2001), quienes explican que el 12% de las lesiones encontradas durante dos
temporadas en futbolistas corresponde a los isquiotibiales, siendo éstas las lesiones
más prevalentes. Los factores de riesgo que habitualmente se asocian a tal tipo de
lesiones engloban un calentamiento insuficiente, poca flexibilidad, desequilibrio
muscular, debilidad muscular, tensión nerviosa, fatiga, contracción disinérgica de la
musculatura y existencia de una lesión previa. La evidencia que sostiene estas
especulaciones es mínima y pobre.
Igualmente ocurre en relación con el tratamiento de la lesión de isquiotibiales,
pues no existe ningún consenso en cuanto a su rehabilitación, hecho que hace que el
tratamiento esté más basado en la experiencia y en la anécdota que en la evidencia
científica. En cuanto a su recidiva, la cual ya hemos comentado como bastante alta,
parece ser que habitualmente se relaciona a una rehabilitación inapropiada y a una
vuelta demasiado prematura a la competición. En el trabajo de Woods et al (2004) los
autores intentan proporcionar información de la incidencia y otros parámetros de las
lesiones isquiotibiales en futbolistas de la Premier League y la Football League
inglesas (91 clubes) durante las temporadas 1997-98 y 1998-99. Se recogieron un
total de 796 lesiones de isquiotibiales, siendo el grupo muscular que más lesiones
sufrió. Encuentran un promedio de cinco lesiones por equipo y temporada.
1.1.4.- Otro tipo de deportes. También la extremidad inferior continua siendo la
más afectada por lesiones.
Las lesiones musculares en los aductores de cadera tienen una gran incidencia
lesional en deportes como el hockey sobre hielo (Nicholas y Tyler, 2002). Estos
autores exponen datos de trabajos donde se habla de que las distensiones de
aductores comprenden el 10% del total de lesiones vistas en jugadores profesionales
suecos, mientras también en este tipo de deportistas pero en este caso en Finlandia
suponen hasta el 43% de las lesiones (Molsa et al, 1997, en Nicholas y Tyler, 2002).
Bahr y Reeser (2003), con jugadores de voleibol playa, registraron las lesiones
ocurridas en diferentes torneos. Realizan un estudio retrospectivo y un estudio
prospectivo. Sus resultados muestran un total de 54 lesiones agudas en el estudio
retrospectivo, mientras existieron 25 lesiones en el estudio prospectivo. La figura 1
muestra la distribución por regiones corporales de las lesiones registradas. La zona
mas afectada fue la rodilla (30%), da del tobillo (17%) y de los dedos (17%). Esta
distribución fue similar en el estudio prospectivo y retrospectivo. La mayoría de
lesiones eran de escasa importancia en cuanto a gravedad. Por otra parte, es
interesante resaltar que las lesiones por sobrecarga se localizan sobre todo en la
columna lumbar, rodilla y hombro.
Figura 1.- Distribución de las lesiones agudas ocurridas durante la competición y los entrenamientos encontradas por Bahr y Reeser (2003).
De este estudio de Bahr y Reeser (2003) puede extraerse, tal y como dicen los
autores, que el porcentaje de lesiones en el voleibol playa es bajo en comparación a
otros deportes, aunque es comparable al voleibol convencional.
1.2.- Características de las lesiones
Es importante determinar las características de las lesiones ocurridas en el
deporte. Este apartado nos servirá para entender mejor el punto sobre factores de
riesgo. Además, nos ayuda a entender la aparición de lesiones desde una perspectiva
amplia, hecho que nos permite afrontar la programación de un plan de prevención
desde un mayor conocimiento del entorno lesional. Esta perspectiva, conjuntamente
con el conocimiento de los factores de riesgo, nos va a ayudar incluso en el diseño de
ejercicios a realizar con la intención de disminuir el número de lesiones deportivas. A
continuación, vamos a tratar las características del entorno de la lesión.
1.2.1.- Periodo de aparición de la lesión durante la temporada.
El trabajo de Woods et al (2002) permite pensar en algunas causas que se
relacionan con la gran cantidad de lesiones encontradas en el periodo previo al
competitivo y en los primeros partidos de competición. Entre ellas se habla de un
terreno de juego excesivamente duro (es normal que dichos autores se refieran a ello,
pues el cambio entre verano e invierno en Inglaterra es importante y puede afectar a la
superficie de juego), una intensidad de entrenamiento elevada, un cambio brusco en la
intensidad del mismo entre el periodo vacacional y la pretemporada, y un periodo de
tiempo preparatorio (pretemporada) excesivamente corto.
Morgan y Oberlander (2001), en su estudio con futbolistas, dividieron la
temporada en cinco fases: el 13% de las lesiones se dio durante la pretemporada
(marzo-abril), el 24% durante la primera parte de la misma (abril-junio), el 25% en la
parte media de la temporada (junio-julio), el 29% durante la última parte de la misma
(agosto-septiembre) y el 9% durante la postemporada. Aunque sin encontrar grandes
variaciones, el último periodo de la temporada fue el que registró mayor cantidad de
lesiones. Es posible que existiera una mayor intensidad de juego (equipos luchando
por los play-off), y también que existiera una fatiga acumulada después de casi toda
una temporada.
En relación, al menos de forma indirecta, con la fatiga muscular en futbolistas,
Ekstrand et al (2004) realizaron un estudio retrospectivo de las lesiones ocurridas
durante la temporada que concluía inmediatamente antes del Mundial de Fútbol del
año 2002 celebrado en Japón y Korea. Para ello estudiaban los futbolistas de diversos
equipos europeos de primera línea, y analizaron las lesiones que se producían de
forma prospectiva durante dicha copa del mundo. Mediante este estudio pudieron ver
cómo los jugadores de estos equipos participaban en demasiados partidos de
competición durante un año. Es interesante que los autores introduzcan el hecho de
que dicho exceso de partidos pueda producir un burn out y una falta de motivación, lo
que puede llevar a una falta de concentración y así a una mayor exposición a sufrir
lesiones.
En este trabajo de Ekstrand et al (2004) explican que cada cuatro años se
disputa un mundial, y el tiempo de recuperación entre el final de la liga de cada país y
la competición internacional comentada es mínimo, lo que provocó un bajo rendimiento
de jugadores que participaron en la Champions League. Así, vieron que el 29% de los
jugadores del estudio sufrieron lesiones durante dicha competición, y que el 32% tuvo
un rendimiento inferior al habitual.
Respecto al momento de la temporada en que tienden a aparecer la lesiones,
Woods et al (2002) han comentado que la mayoría de las producidas en la pierna se
producen en pretemporada, e hipotetizan que esto puede deberse a la gran carga
aeróbica que los jugadores de fútbol sufren durante dicho periodo, tanto en intensidad
como en duración, pues una de las actividades más desarrolladas en esta parte de la
temporada es la carrera. Tal y como dicen estos autores, es posible que el gran
desequilibrio existente en este periodo entre la carga física y la adaptación del tejido
conectivo después del periodo vacacional se añada al gran volumen de entrenamiento
del inicio de temporada (en ocasiones el doble del periodo competitivo). Las cargas
aeróbicas en días consecutivos provocan depleciones no recuperables de glucógeno,
por ejemplo en los gastrocnemios, hecho necesario para la absorción del choque y la
propulsión del cuerpo, lo que puede repercutir negativamente en el tendón aquileo.
Asociado a esta última explicación, durante la pretemporada se registran mayor
número de lesiones por sobrecarga, y esto parece estar relacionado directamente no
sólo con lo comentado en relación a los grandes volúmenes introducidos y a la poca
adaptación del tejido conectivo, sino también con el aumento brusco de intensidad del
entrenamiento.
Östenberg y Roos (2000), sobre lesiones en la rodilla en una población de
jugadoras de fútbol, encontraron que la mayoría de lesiones eran agudas (el 78%),
mientras el resto fue debido a lesiones por sobrecarga, es decir, lesiones que no
pueden ser asociadas a un mecanismo puntual y que tienen un inicio gradual de la
sintomatología.
El hecho de que la mayoría de lesiones durante la pretemporada se producen
sin contacto apoya aún más la idea de que son el volumen y la intensidad del
entrenamiento los responsables de éstas. Parece ser que es necesaria una buena
recuperación de las cargas, una nutrición adecuada y una buena rehidratación para
reducir estas lesiones sin contacto (Woods et al, 2003).
Respecto al terreno de juego, Woods et al (2002) tratan las condiciones del
mismo en relación con las lesiones ocurridas. Es importante destacar que en la
pretemporada el 70% de las lesiones se producía en terreno seco, mientras que en la
temporada se producía el 51% de lesiones. En condiciones de mojado existió mayor
número de lesiones en el periodo competitivo en comparación a la pretemporada (pero
es necesario tener en cuenta que durante la temporada los terrenos de juego en
Inglaterra están frecuentemente húmedos).
En cuanto a la mayor o menor incidencia de lesiones al comparar las que
padecen jugadores locales y visitantes, Ranhama et al (2002) no encuentran
diferencias.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
- Existe un gran número de lesiones en pretemporada: es muy importante
realizar una buena planificación de la actividad durante el periodo
vacacional. Si bien durante este tiempo no se persigue la consecución de
adaptaciones ligadas al aumento del rendimiento deportivo, sí es
importante facilitar la recuperación de la temporada anterior y eliminar
cualquier tipo de secuelas existentes a nivel físico. Esto situará al deportista
en la mejor posición para soportar las cargas de pretemporada
- Las cargas de pretemporada se han de planificar de una forma muy
precisa, creando una progresión que busque las adaptaciones necesarias
pero que permita la asimilación del deportista sin crear un estrés
potencialmente lesivo
- Para conseguir el punto anterior, es imprescindible realizar planificaciones
individualizadas de los deportistas
- Hay que tener en cuenta el tipo de finalización de temporada de un club o
deportista: los periodos vacacionales más prolongados (equipos o
deportistas que finalizan precozmente por eliminación de torneos u otros
motivos) necesitan de una recuperación de las cargas y de una actividad
que no les provoque una pérdida exagerada de forma, mientras los clubes
con una agenda más prolongada en la temporada necesita de
planificaciones que sobre todo permitan la recuperación completa del
deportista.
1.2.2.- Lesión contacto-no contacto
Es muy importante describir el mecanismo de lesión producido. Así, Gleeson et
al (1998) nos comentan que la mayoría de lesiones del LCA se producen sin contacto.
Woods et al (2002) nos explican que en pretemporada existen menor número de
contusiones musculares y que había más lesiones tendinosas asociadas a una
sobrecarga.
Así pues, en este último trabajo encontraron mayor porcentaje de lesiones sin
contacto en comparación a las de contacto en pretemporada (68% vs 29%), mientras
durante la temporada las lesiones por contacto eran predominantes (29% en
pretemporada en comparación al 40% durante la temporada). La tabla 6 muestra los
mecanismos de lesión encontrados en el trabajo de Woods et al (2002).
Rahnama et al (2002) explican que la mitad de las lesiones se dan por contacto
jugador-jugador, y concretamente citan como predominantes las acciones de tanto
realizar como recibir un tackle y las colisiones. Andersen et al (2003) cifran las
acciones de tackle en el 70% de las que llevan a lesión, y pudieron apreciar que en 19
de los 21 incidentes ofensivos que resultaron en esta acción, el jugador que lo recibió
no estaba alerta del defensor que lo produjo, y dicho mecanismo podía venir tanto
Tabla 6.- Mecanismos de lesión producidos durante la pretemporada y durante el periodo competitivo (Woods et al, 2002).
desde una dirección frontal como posterior o lateral. Por otra parte, las lesiones sin
contacto se producen normalmente en acciones como la carrera, cambios de
dirección, giros y saltos, además de acciones específicas del fútbol como el chute y las
acciones con la cabeza (Rahnama et al, 2002; Woods et al, 2003, refiriéndose a las
lesiones de tobillo).
Junge et al (2004) relatan que en el fútbol de élite a nivel internaciona más de
una cuarta parte de las lesiones se producían sin contacto, y que el 73% restante eran
por contacto. De estas últimas, la mitad eran debidas a la existencia de juego sucio.
Pero de las lesiones que recogieron directamente Junge et al (2004) en
futbolistas, el 14% se produjeron sin contacto, y el restante 86% se produjo por
contacto. En el 57% de las lesiones por contacto, se declaró que la lesión se produjo
por juego sucio. Según esto, es posible calcular que aproximadamente la mitad de las
lesiones durante los torneos registrados eran causadas por juego sucio. Heidt et al
(2000) recogieron mayor número de lesiones por contacto con otro jugador (un 37% en
futbolistas mujeres).
Peterson et al (2000) encontraron que la mitad de las lesiones registradas
durante un año en futbolistas se dieron durante entrenamientos. Casi la mitad de las
lesiones se produjeron por contacto con otro jugador y la mitad de estos casos
estuvieron asociados a juego sucio.
El trabajo de Hewett et al (1999) registró que nueve de las 14 lesiones
importantes de rodilla que pudieron apreciar en jóvenes deportistas fueron producidas
sin contacto.
Las lesiones isquiotibiales recogidas en el trabajo de Woods et al (2004) en
futbolistas se producen en su gran mayoría sin contacto (91%), mientras un porcentaje
mucho menor se producía por contacto (7%). El 57% del total de estas lesiones se
produjo durante una carrera (figura 2).
Figura 2.- Mecanismo de las lesiones isquiotibiales sin contacto.
Parece ser que existe una tendencia a la existencia de lesiones en su mayoría
por contacto. Esto es así de forma aún más evidente si el estudio está centrado en el
análisis de competiciones deportivas.
El mecanismo de lesión será tratado con más detenimiento cuando
desarrollemos el punto sobre factores de riesgo de lesión.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
- Existe un gran número de lesiones en pretemporada: es muy
importante realizar una buena planificación de la actividad durante el
periodo vacacional. Si bien durante este tiempo no se persigue la
consecución de adaptaciones en relación con la mejora del
rendimiento deportivo, sí es importante facilitar la recuperación de la
temporada anterior y eliminar cualquier tipo de secuelas existentes a
nivel físico. Esto situará al deportista en la mejor posición para
soportar las cargas de pretemporada
- Las lesiones sin contacto conforman la mayoría de lesiones en
pretemporada, al contrario que en el periodo competitivo, donde existe
mayor número de lesiones por contacto; esto es importante debido a
que podemos establecer planes de prevención más específicos de
uno u otro periodo
- Las lesiones musculares acostumbran a darse sin contacto, hecho que nos
ha de hacer pensar en el tipo de prevención a realizar, centrado sobre todo
en el trabajo de los factores de riesgo intrínsecos, tal y como veremos más
adelante
- La mayoría de lesiones durante el periodo competitivo se producen por
contacto
- La acción de tackle produce la mayoría de lesiones por contacto; hemos de
desarrollar ejercicios que vayan enfocados de forma específica a tratar este
problema dentro de los planes de prevención que desarrollemos.
1.2.3.- Gravedad lesional / recidivas
En cuanto a la gravedad de las lesiones, es habitual clasificarlas, de forma
genérica y sin entrar en ninguna patología en concreto, en tres o cuatro niveles.
Ekstrand y Gillquist (1983) hablaron de lesiones menores (ausencia del entrenamiento
/ competición durante 7 días o menos), moderadas (ausencia del entrenamiento /
competición entre 7 días y un mes) e importantes (ausencia del entrenamiento /
competición durante más de un mes). Peterson et al (2000) también utilizan esta
clasificación. El estudio de Rahnama et al (2002) sobre futbolistas explica que el 65%
de las lesiones tienen un carácter leve, el 25% moderado, y el 10% tienen una
gravedad seria. Con jugadoras de fútbol, Östenberg y Roos (2000) encontraron que el
31% de las lesiones eran leves (menores), el 51% moderadas y el 18% eran
importantes.
También con mujeres futbolistas Söderman et al (2001) encuentran que el 49%
de las lesiones eran consideradas como moderadas, el 34% eran menores y el 18%
eran clasificadas como importantes.
El trabajo de Woods et al (2002) muestra que el 40% de las lesiones de
pretemporada eran poco importantes, mientras durante el periodo competitivo el
porcentaje de lesiones de igual gravedad fue del 31%. Estas lesiones de
pretemporada provocaban que el futbolista estuviera ausente de su actividad un
promedio de 22.3 días. Así pues, las lesiones de pretemporada eran más leves, pero
es importante tener en cuenta que las lesiones graves son precedidas frecuentemente
de lesiones de menor gravedad del mismo tipo y zona anatómica. Este hecho ya ha
sido citado como un factor de riesgo, pues la rehabilitación inadecuada y la curación
incompleta ha sido relacionada con la existencia de recidivas en el fútbol. De entre las
lesiones con mayor recidiva destacan las ligamentosas de tobillo y las roturas
miofribilares del muslo. Con relación a este factor, Drawer y Fuller (2002) también nos
explican que las recidivas acostumbran a tener mayor severidad que las lesiones
originales, pues el periodo de ausencia es de un 33% mayor.
Junge et al (2004) encontraron en futbolistas profesionales que más de la mitad
de las lesiones tenían un pronóstico de inactividad de alrededor de una semana, el
11% una ausencia de 8 a 28 días, y encontraron también que tres lesiones tendrían
una recuperación de más de un mes.
Morgan y Oberlander (2001) encuentran en futbolistas que las lesiones
ocurridas durante el entrenamiento tuvieron una proporción de 2.9 por cada 1000
horas de juego, mientras que en los partidos las lesiones ascendieron a 35.3 por cada
1000 horas de competición. Relacionando la gravedad con el entrenamiento, el 65%
de las lesiones fueron leves, el 23% moderadas y el 12% importantes. Por otra parte,
las lesiones en competición se repartieron como sigue: el 57% fueron leves, el 28%
moderadas y el 15% importantes.
Hägglund et al (2003) hacen una clasificación más amplia de la gravedad, pues
su división habla de cuatro categorías según el tiempo de ausencia: leve (de 1 a 3
días), menor (de 4 a 7 días), moderada (entre 8 y 28 días) e importante (más de 28
días). En su trabajo comparan las lesiones ocurridas en el fútbol profesional sueco
entre las temporada 1982 y 2001. Encuentran que en 1982, del total de lesiones
ocurridas (236), el 42% se produjo en el entrenamiento y el 58 % en competición. En el
2001, el 59% se produjo en entrenamientos y el 41% en partidos. La mayoría de las
lesiones (67 y 60% en 1982 y 2001 respectivamente) fueron de categoría leve o
menor, y el 9% de las lesiones provocó una ausencia de más de un mes. El promedio
de ausencia de días por lesión fue de 11.6 y 13.8 en 1982 y 2001 respectivamente. No
existen diferencias en cuanto a la incidencia lesional entre estos dos periodos de
tiempo estudiados, así como tampoco hubo diferencias al hablar de la gravedad
lesional. De esta manera, los autores afirman que el principal hallazgo que
encontraron fue que no hubo diferencias en el riesgo de lesión existente entre 1982 y
2001. El único motivo por el que los futbolistas del 2001 tuvieron mayor número de
lesiones en los entrenamientos es debido a que tuvieron un gran aumento de estos, es
decir, pasaron de 142 sesiones en 1982 a 238 en 2001, lo que supone un aumento del
68%.
Heidt et al (2000) encontraron mayor número de lesiones en futbolistas mujeres
durante los entrenamientos (52%) que durante la competición (44%).
Woods et al (2004), sobre lesiones isquiotibiales en fútbol, explican que
produjeron un promedio de 18 días y 3 partidos perdidos por lesión. Otro cálculo que
hacen es que cada club perdía futbolistas durante 15 partidos y durante 90 días
durante una temporada por este tipo de problemas. También sobre lesiones
isquiotibiales en el fútbol, Askling et al (2003) registraron 13 lesiones en 30 futbolistas
suecos profesionales durante una temporada. Ocho de ellas fueron calificadas de
lesiones leves, cuatro como moderadas y una como severa.
El estudio de Peterson et al (2000) en futbolistas de diferentes edades y de
diferente categoría recoge que, de las 558 lesiones registradas en un año,
aproximadamente la mitad de ellas fueron leves, un tercio fueron moderadas y el 15%
fueron severas. La incidencia por gravedad y jugador fue de 1.1 en cuanto a lesiones
leves, 0.7 de moderadas y 0.3 de severas. No hubo diferencias en la severidad de la
lesión entre las lesiones por contacto y sin contacto.
Morgan y Oberlander (2001) realizan un estudio donde examinan las lesiones
ocurridas en jugadores de fútbol de equipos americanos (liga de las 10 franquicias).
Encuentran durante la temporada estudiada 256 lesiones, y las clasifican según su
gravedad en menores (60%), moderadas (26%) e importantes (14%).
Junge et al (2004) obtuvieron que el 61% de las lesiones que encontraron en
futbolistas no provocaron ausencia del entrenamiento ni de la competición. Una tercera
parte de las lesiones provocó la ausencia durante no más de una semana, mientras el
6% de las lesiones necesitó de mayor ausencia. De las nueve lesiones más severas
(ausencia de más de 30 días), seis se localizaron en la rodilla (3 rupturas
ligamentosas, una fractura, un esguince y una contusión), hubo dos fracturas de tobillo
y una fractura del pie.
Fuller et al (2004b) explican que, de los 8572 tackles obtenidos en diversas
competiciones oficiales de fútbol profesional, los equipos médicos realizaron 200
intervenciones después del partido. De éstas, 130 contuvieron información de la
severidad de la lesión (en el 54% de los casos no se provocó ausencia, el 30% fue
catalogado como lesiones leves, el 12% menores, el 4% moderadas y el 1%
importantes).
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
- La clasificación de las lesiones acostumbra a dividir las mismas en leves,
moderadas e importantes, según el tiempo de inactividad que provoquen
- Las lesiones de pretemporada revisten menor gravedad que las del periodo
competitivo
- El número de lesiones durante los entrenamientos ha aumentado respecto
hace unas décadas, muy probablemente por el aumento de horas de esta
práctica
- La mayoría de lesiones en las diferentes prácticas deportivas son leves, lo
que nos hace pensar que podrían evitarse mediante planes de prevención
bien diseñados
- Las recidivas revisten peor gravedad que las primeras lesiones, hecho que
alerta de la necesidad de cumplir totalmente la rehabilitación de las lesiones
existentes.
1.2.4.- Posición en el campo
También existe algún trabajo que estudia la relación de la incidencia de
lesiones con el rol que desarrolla un jugador de fútbol en el terreno de juego. A pesar
de que algunos estudios no encuentran ningún tipo de relación (Woods et al, 2002),
Hawkins y Fuller (1996) sí encontraron que los defensores tenían mayor riesgo de
lesión. Por otra parte, Andersen et al (2003) vieron que los centrocampistas son los
que sufren más lesiones.
El estudio de Morgan y Oberlander (2001) en jugadores de fútbol mostró que
los centrocampistas sufrían el 37.6% de las lesiones, mientras los defensas tenían el
29.6% y los atacantes y porteros el 20.5%. El análisis de resultados que practicaron no
mostró diferencias estadísticamente desproporcionadas que revelaran una cantidad de
lesiones mucho mayor según la posición en el campo.
Respecto a los porteros, Woods et al (2004) han podido ver que son los que
menos lesiones de isquiotibiales sufrieron, hecho bastante evidente.
Fuller et al (2004b) no encontraron diferencias en cuanto a la posición del
jugador dentro del campo en relación con la aparición de lesiones en futbolistas que se
encuentran involucrados en acciones de tackle.
En lo que se refiere a la existencia de mayor número de lesiones entre
jugadores de fútbol locales o visitantes, Rahnama et al (2002) no encuentran
diferencias.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
- Parece ser que no existen grandes diferencias en cuanto a incidencia
lesional según la posición que se desarrolle en el juego
- A pesar de esto, hemos de pensar en la planificación específica de
prevención adaptada a cada deportista, pues los diferentes roles
desarrollados en el juego pueden provocar diferentes mecanismos lesivos.
1.2.5.- Momento de aparición de la lesión
El momento en que tienden a producirse las lesiones ha tenido cierta
importancia en los estudios de investigación en el deporte. Así, Rahnama et al (2002)
explican que es en el último cuarto de hora de cada parte donde se sitúan los periodos
con mayor índice lesional de carácter moderado, siendo mayor dicho riesgo durante la
segunda parte en comparación a la primera. Esto parece estar ligado a la existencia
de fatiga muscular, producida probablemente por una depleción de glucógeno y
deshidratación. Resulta curioso leer en este mismo trabajo que los primeros 15
minutos de la segunda parte también encarnan un elevado riesgo de lesión, y la
explicación que proporcionan es que posiblemente los jugadores no hayan calentado
apropiadamente para reanudar el partido. Además, explican que las lesiones leves se
producen en el primer cuarto de hora del inicio del partido, probablemente porque el
estado fresco del deportista le lleve a emplearse con una intensidad importante para
intimidar al contrario desde un inicio. Estos datos difieren levemente de los de Hawkins
et al (2001), quienes comentan que la mayoría de lesiones se producen en los últimos
15 minutos de la primera parte y en la última media hora de partido.
Östenberg y Roos (2000) vieron, en jugadoras de fútbol, que el 60% de las
lesiones tenían lugar durante partidos de competición, mientras el resto se producía en
el entrenamiento. Encontraron que el 60% de las lesiones se dieron después de 60
minutos de entrenamiento o competición, y vieron además que las lesiones moderadas
e importantes tuvieron lugar más tarde que las lesiones menores ya fuera durante el
entrenamiento o durante un partido. Es posible que esto se debiera a la falta de
concentración o por la existencia de fatiga muscular debida una disminución del
glucógeno muscular y a un agotamiento aeróbico, tal y como explicó Bangsbo (1994,
en Östenberg y Roos, 2000). A pesar de esto, parece que la resistencia aeróbica no
es un factor de riesgo de lesión, aunque, por otra parte, esto puede deberse a que el
test de resistencia aeróbica utilizado tenga sus limitaciones y esté influenciado de
forma importante por la motivación del deportista.
Junge et al (2004) encontraron en futbolistas que el menor número de lesiones
se produjo en los primeros 15 minutos de cada tiempo, y existía un aumento de la
incidencia de lesiones a medida que avanzaba el partido hacia el final de cada parte,
hecho que parece reflejar el aumento de intensidad del partido y /o la existencia de
agotamiento físico y psíquico. Esto se cumplía tanto para las lesiones por contacto
como para las producidas sin contacto, pero respecto a las lesiones por juego sucio se
vio que aumentaban de los primeros quince minutos de partido a los quince minutos
siguientes, para posteriormente quedarse estables durante el resto del partido.
Las lesiones de futbolistas registradas por Junge et al (2004) revelaron que la
mayoría de ellas (55%) se produjeron durante la segunda mitad del partido (en la
primera parte se produjo el 44%). Doce lesiones (1.7%) se produjeron después del
minuto 90 de partido. Estos datos no revelan diferencias entre las dos mitades de que
consta un partido en cuanto a la incidencia lesional. No hubo relación entre el
momento de lesión durante el partido y la severidad de la afectación. El problema que
presenta este estudio y otros con metodología parecida es que no había una recogida
de datos realizada directamente por los investigadores, y además se hacía una
estimación del tiempo de ausencia que tendrían los deportistas lesionados, pues no se
realizaba un seguimiento después de los torneos.
Las lesiones de tobillo y pie en fútbol recogidas por Giza et al (2003) no
mostraron diferencias significativas sobre el momento del partido en que se producían
(36 en el primer tiempo y 40 en el segundo).
A raíz de los datos obtenidos, parece ser que no existe una relación realmente
determinante entre la incidencia lesional y un periodo reducido de tiempo en un partido
de fútbol.
Askling et al (2003), en su estudio sobre lesiones de isquiotibiales, encuentran
que el 46% de las encontradas durante la temporada en una población de 30
futbolistas se produjeron durante competición y el 54% de ellas durante
entrenamientos.
Woods et al (2004) explican que aproximadamente el 32% de las lesiones
isquiotibiales que registraron en futbolistas se produjeron durante entrenamientos, y
cerca de las dos terceras partes (67%) tuvieron lugar durante partidos. Cerca del 47%
de las lesiones ocurridas se produjeron durante el último tercio tanto de la primera
como de la segunda parte. Los autores explican este hecho por la posible aparición de
fatiga.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
- A pesar de que no existe un periodo muy reducido donde se pueda afirmar
que ocurren la mayoría de lesiones en un partido, parece ser que es hacia
el final del mismo cuando más se producen, y diferentes autores lo
relacionan con la aparición de fatiga
- Existe mayor número de lesiones en competición que en entrenamiento,
aunque en este último ámbito también existe una proporción importante de
las ocurridas.
1.2.6.- Circunstancias del juego. Acciones ofensivas – defensivas
Andersen et al (2003) han estudiado en futbolistas la incidencia de lesiones con
relación a si existía una acción ofensiva o defensiva. De las lesiones recogidas, 28 se
produjeron en ataque y 24 en defensa. Las incidencias en defensa se dieron sobre
todo en la zona de defensa o en la primera zona de medios, mientras los incidentes
ofensivos se recogían en la zona de ataque o en la más avanzada de medios. Esto
quiere decir que justamente en la parte central del campo es donde se producen
menos lesiones. Y en cuanto a la zona del campo donde más probabilidad de lesiones
leves tienden a producirse es en el área de gol, mientras las acciones potencialmente
de grado moderado y elevado se producían en las zonas adyacentes al área.
Curiosamente se ha visto mayor número de lesiones por la zona derecha de ataque
(Rahnama et al, 2002).
De la incidencias en ataque, en la mayoría de casos no había peligro inminente
de gol, y las lesiones estuvieron precedidas normalmente de un pase corto en
comparación a las que eran precedidas de un pase largo. Destaca el hecho de que la
intensidad de juego era alta en 21 de los 28 incidentes ofensivos. Por otra parte y
analizando el mismo estudio de Andersen et al (2003), la mayoría de los incidentes
defensivos se produjo durante ataques prolongados del oponente. Casi la totalidad de
estos se dieron en el momento de recuperar la pelota o dentro de los cinco segundos
siguientes a dicha recuperación o en la disputa de la misma. De los 24 incidentes
producidos en defensa, 16 no tenían peligro de gol, y en 17 de ellos la última acción
del oponente fue un pase corto, y nada más tres de los incidentes experimentó
previamente un pase largo. Este último dato es curioso porque expone valores
parecidos en las lesiones ofensivas, lo que muestra que el mayor riesgo de lesión
estaba relacionado con la existencia de juego corto. Es posible que esto provoque un
juego de mayor contacto, más relacionado con la existencia de una presión de juego
mayor. Este hecho parece tener mayor incidencia lesional que la que podría darse por
el mayor riesgo de pérdida – recuperación de la pelota que se produce tras un pase
largo.
Los resultados de este trabajo sugieren que la mayoría de incidentes resulta de
la lucha por la pelota en la zona de medios adyacentes al ataque, donde la intención
es ganar la posesión de la pelota cuando el oponente está en ataque y existe un
balance defensivo negativo.
Síntesis sobre las consideraciones más destacables:
- Existe mayor número de lesiones en los jugadores que se encuentran
realizando tareas atacantes
- El mayor porcentaje de lesiones se producen en las zonas más cercanas a
las porterías. Es destacable el hecho de que la acción anterior a la mayoría
de lesiones fuera un pase corto; este hecho es importante tenerlo en cuenta
cuando se diseñen tareas con la intención de realizar un plan de
prevención.
1.3.- Factores de riesgo asociados a la lesión en el deporte.
1.3.1.- Introducción.
En este apartado vamos a tratar los factores de riesgo asociados a las lesiones
deportivas que han sido identificados por los diferentes trabajos realizados sobre el
tema. Existen estudios que tratan de forma simultanea diferentes factores de riesgo al
hablar de prevención.
De entro ellos, Woods et al (2002) asocian la lesiones del tendón aquileo en
futbolistas durante la pretemporada a una superficie dura, una vuelta al entrenamiento
después del periodo vacacional, un calzado pobre y un aumento de la intensidad del
entrenamiento. Otros parámetros estudiados como factor de riesgo son los tipos de
acción durante el juego, el periodo del partido, zonas del campo donde se producen
las lesiones y el rol de los deportistas lesionados, ya sea de local o visitante, aunque
en estos apuntes que desarrollamos algunos de estos puntos han sido interpretados
como parámetros que definen el entorno lesional y no como factores de riesgo.
Rahnama et al (2002) estudian dichos factores en futbolistas de la Premier League
durante la temporada 1999-2000.
Watson (2002) comenta la falta de flexibilidad, el desequilibrio de fuerza entre los
flexores y extensores de rodilla, los defectos posturales, la existencia de lesiones
previas, la falta de fuerza de la musculatura estabilizadora de la rodilla y la velocidad
de desplazamiento, este último factor asociado a la fuerza explosiva del deportista. En
este apartado vamos a desarrollar algunos de estos factores de riesgo y otros
comentados por diversos autores, unos con más detenimiento que otros debido a la
importancia que parece tener cada uno y según podamos incidir en mayor o menor
grado para evitar la aparición de lesiones.
Ya hemos dicho que los diferentes trabajos identifican varios factores de riesgo.
En algunos casos es difícil diferenciarlos para poderlos mostrar de una manera
didáctica. Por ejemplo, Östenberg y Roos (2000) identifican tres factores de riesgo en
una población de jugadoras de fútbol: ser mayor de 25 años, una puntuación de 4 o
más en el test modificado de Beighton (Beighton et al, 1973, en Östenberg y Roos,
2000), lo que significaba una articulación laxa, y el realizar más de 25 saltos en el test
“square-hop” (saltos realizados en diferentes direcciones). Este último punto podría
verse como contradictorio en un principio, pero resulta que los jugadores de mayor
categoría eran los que obtenían más puntuación y tenían mayor edad, punto este
último asociado ya a factor de riesgo según lo encontrado en este estudio.
La revisión realizada por Thacker et al (1999) sobre la prevención de esguinces
de tobillo en el deporte explica que los factores biológicos como la laxitud articular no
han podido ser calificados como factores de riesgo, y la inestabilidad postural y la
inclinación del talón (varo-valgo) ofrecen dudas sobre si pueden ser definidos como
tales, mientras sí que se ha establecido como un claro factor de riesgo la existencia de
esguinces previos.
Dvorak et al (2000) dividen los factores de riesgo en intrínsecos y extrínsecos, tal
y como hacen otros autores. Los intrínsecos se refieren a características biológicas o
psicológicas de la persona, como son la laxitud ligamentosa, rigidez muscular (falta de
extensibilidad), inestabilidad funcional, lesiones previas y rehabilitación inadecuada.
Los extrínsecos incluyen el volumen de entrenamientos y competiciones realizadas,
factores climáticos, superficie de juego, condiciones del terreno de juego (húmedo,
mojado, seco), equipamiento (espinilleras, vendajes, calzado), las reglas de juego y
también la existencia de juego sucio. Murphy et al (2003) realizan una división muy
parecida, y los matices no son tan importantes si tenemos claro qué los factores
intrínsecos son inherentes al deportista y pueden mejorarse mediante el trabajo de
éste, mientras los extrínsecos son externos al atleta y no necesitan de su intervención.
La revisión de Thacker et al (2003) sobre prevención de lesiones de rodilla en el
deporte muestra una gran variedad de factores extrínsecos e intrínsecos:
- Factores extrínsecos: relacionados con el deporte, equipamiento,
superficie de juego, calzado, supervisión de actividades incluyendo
competición y entrenamiento y condiciones climáticas;
- Factores intrínsecos: edad, inexperiencia, tamaño corporal, postura
estática, laxitud articular, alineamiento segmentario (incluyendo
hiperpronación), fatiga muscular, propiocepción pobre, género, aumento
del ángulo Q en mujeres deportistas, dimensiones de la ranura
intercondilea, nivel de estrógenos, ovulación, proporción de fuerza
muscular cuadriceps-isquiotibiales, tamaño del ligamento (referido al
LCA), predisposición genética y factores psicológicos.
En este apartado vamos a desarrollar tanto los factores de riesgo intrínsecos
como los extrínsecos, aunque van a ser los primeros los que merezcan especial
atención en el apartado de intervención mediante planes de prevención. En realidad,
es el trabajo de los factores intrínsecos el que va a disminuir la incidencia y gravedad
de lesiones en el deporte actual. Además, en este tema vamos a desarrollar en primer
lugar el mecanismo de lesión, pues a pesar de que no es citado directamente como
factor de riesgo, aquí sí se considera que las acciones propias de cada deporte
conforman un punto importante en el origen de las lesiones.
1.3.2.- Mecanismo lesional.
Es necesario tener conocimiento de los tipos de lesión que habitualmente se
producen en los diferentes deportes, así como de la biomecánica lesional.
1.3.2.1.- Las lesiones por contacto: el tackle como acción más lesiva.
Habitualmente el mecanismo lesional se divide en acciones por contacto y
acciones sin contacto, tal y como hemos explicado anteriormente. Woods et al (2003)
han visto en futbolistas una cierta predominancia de las lesiones por contacto (59%),
de la que destaca la acción de tackle, respecto a las producidas sin contacto, donde
predominan la recepción de un salto, los giros, los cambios de dirección y la carrera. El
estudio de Östenberg y Roos (2000) muestra datos muy parecidos, pues explica que el
55% de las lesiones traumáticas se producían por contacto con otro jugador, mientras
vieron que el 45% se producían sin contacto (lesiones de rodilla en jugadoras de
fútbol).
En este sentido, Anderson et al (2003) explican que la etiología de la lesión
acostumbra a ser multifactorial, sumando factores internos como las propias
características del jugador, externos como los factores ambientales y el equipamiento,
y el mecanismo lesivo. Este último aspecto ha sido estudiado desde la vertiente
biomecánica del gesto, analizando su cinemática y cinética, a lo que se suma la
actividad electromiográfica en algunos trabajos. Además del mecanismo de lesión
desde el punto de vista biomecánico, destaca el hecho de que estos autores comenten
la necesidad de realizar un análisis de las interacciones complejas de juego que llevan
a una posible lesión, y con esta intención se ha desarrollado la FIA (Análisis de los
Incidentes en Fútbol), un método de trabajo basado en el análisis de video que permite
describir los incidentes lesivos utilizando 19 variables.
Con relación a esto, Rahnama et al (2002) también insisten en la necesidad de
analizar las acciones potencialmente lesivas para posibilitar mejores programas de
prevención y rehabilitación. Estos autores se basan en los valores del PAIRI
(incidencia del Riesgo de Lesiones en Acciones de Juego) y los diferentes niveles de
potencialidad de lesión para decir que la acción de juego por contacto con mayor
riesgo es que el futbolista reciba un tackle (Woods et al, 2002, también lo han
registrado así), y destacan también las acciones de recibir una carga y realizar un
tackle. Es posible que el hecho de realizar una carga tenga menor peligro que recibirla
debido a que quien la realiza tiene la acción preparada. Conociendo estos hechos,
Rahnama et al (2002) insisten en la necesidad de que los entrenadores tengan estos
conocimientos en cuenta en los entrenamientos, al igual que los jugadores sean
conscientes para realizar las maniobras necesarias y poder protegerse.
Fuller et al (2004a) explican la importancia que merece el estudio de cómo se
produce en fútbol la lesión por contacto jugador-jugador en la llamada acción de
tackle. Estos autores lo definen como la acción que ocurre durante el curso normal de
un partido e involucra un contacto físico entre dos o más jugadores mientras luchan
por la posesión de la pelota. Para esto graban en video las acciones de tackle
ocurridas en 123 de los 128 partidos jugados en diferentes torneos de la FIFA y de los
JJOO. Cerca del 50% de las lesiones tratadas después de un partido vienen dadas por
esta causa, aunque de ellas el 30% son debidas a juego sucio. Es interesante la
orientación que estos autores dan al tema al decir que uno de los aspectos a estudiar
sería el proceso cognitivo que en este caso el futbolista realiza para ejecutar estas
acciones, pues la resultante en una lesión puede ser debida a la mala decisión
tomada, lo que representa un error. Esto lo hacían extrayendo la siguiente información:
dirección del tackle (si el jugador que lo realiza se aproxima por delante, detrás o
lateralmente), forma (el jugador contacta con los dos pies en el suelo, resbalando
incluyendo un salto horizontal, salto vertical) y acción durante el tackle (utilización de
uno o dos pies en su ejecución, utilización de un brazo o la mano, contacto con la
parte superior del cuerpo, o la existencia de un golpe entre cabezas).
Askling et al (2003) encontraron que las lesiones isquiotibiales registradas en
futbolistas se produjeron en su mayor parte durante acciones de esprint, y la lesión de
mayor gravedad (de las 13 que registraron) se produjo en una acción de tackle. El
69% de estas lesiones se produjeron de forma aguda (traumática), mientras el resto se
produjo por sobrecarga.
Drawer y Fuller (2002) recogen cuatro categorías de mecanismo de lesión
(realizar un tackle, correr, recibir un tackle y el chute). Los incidentes por contacto
(como realizar o sufrir un tackle) suponen el 38.9% del total de los días de ausencia, y
las actividades propias del fútbol, como el chute y la carrera fueron responsables del
46.5% de los días perdidos. El contacto jugador-jugador fue el responsable del 93.8%
de las contusiones, del 59.4% de los esguinces y del 55% de las fracturas. Los
jugadores que realizaron los tackles sufrieron todas las lesiones con fractura causadas
por el mecanismo de contacto jugador-jugador. Este contacto jugador-jugador también
fue el responsable de las lesiones de tobillo (61.9%) y de rodilla (56.8%), y las
actividades específicas del fútbol fueron las causas mayores de las rupturas
miofibrilares (72.1%) y de las lesiones de ingle (46.8%), muslo (71.3%) y de la pierna
(43.6%).
1.3.2.2.- Las lesiones sin contacto. Mayor campo de prevención. Los
mecanismos de salida abierta y de salida cerrada.
Hemos de tener en cuenta que, a pesar de las recomendaciones anteriores, es
difícil evitar las acciones que pueden producirse por contacto. Por otra parte, las
lesiones sin contacto tienen una connotación diferente, pues están ligadas a aspectos
que posiblemente puedan ser más influenciados por el entrenamiento y la planificación
de una prevención.
Woods et al (2002) explican, refiriéndose al periodo de pretemporada del
futbolista, que la lesión muscular que más se produce es la ruptura miofibrilar (37%),
entre las que destaca la del recto femoral. Parece ser que esto pueda estar ligado a la
involucración de dicho músculo en acciones como la carrera y los lanzamientos.
Merecen especial atención las lesiones articulares, pues frecuentemente
provocan largos periodos de inactividad. Besier et al (2001a) destacan el riesgo
potencial de la lesión ligamentosa de rodilla en los cambios de dirección, pues tales
acciones provocan una combinación de cargas de flexión, varo – valgo y rotaciones en
dicha articulación. Según este trabajo, las cargas de flexión combinadas con
momentos de valgo y rotación interna son las que más estresan el LCA,
particularmente en el momento que la rodilla está cercana a la extensión completa al
realizar el apoyo. Además, parece ser que el gran momento valguizante durante la
salida abierta provoca mayor estrés en el LLI, al igual que la rotación externa, mientras
las cargas combinadas que incluyan un varo producen una mayor tensión en el LLE.
La salida abierta se refiere al cambio de dirección con pivotaje y salida en dirección
opuesta a la pierna de apoyo, y la salida cerrada se refiere al cambio de dirección con
pivotaje y salida en dirección de la pierna de apoyo.
White et al (2003), en un estudio sobre la lesión del LCA en deportistas
femeninas, explican que los mecanismos más habituales son la recepción del pie y el
cambio de dirección (29% de los casos), la recepción sobre la rodilla en extensión
(28%) y la parada en la recepción con la rodilla en hiperextensión (26%). Rozzi et al
(1999) también explican que las lesiones del LCA en baloncesto y fútbol se producen
en la mayoría de casos sin contacto, y que el mecanismo es sobre todo mediante
desaceleraciones o recepciones en un salto.
La lesión del LCA es la que reviste mayor gravedad en la rodilla. Besier et al
(2001b) explican que las acciones con cambios bruscos de dirección combinados con
aceleraciones o desaceleraciones importantes del cuerpo son las que más estresan
este ligamento. Así, a las cargas ya comentadas que se producen en el LCA, hay que
añadir el aumento de estrés que provoca la anteriorización tibial en las acciones
citadas, sobre todo en situaciones que se producen con la rodilla entre la extensión
completa y los 20º de flexión. Se ha visto que el LCA es más propenso a sufrir
lesiones con la rodilla cerca de 30º de flexión bajo cargas de flexión y valgo.
Con relación a esta posición articular, la figura 3 (Solomonow et al, 2001)
muestra la carga aislada cuadricipital en diferentes ángulos de flexión de rodilla y,
aunque evidentemente en una situación normal tendríamos que contar con la actividad
isquiotibial para hablar de este parámetro, es interesante ver que la mayor tensión se
sitúa alrededor de los grados comentados por Besier et al (2001b).
En el trabajo de Besier et al (2001a) podemos leer que los isquiotibiales tienen
un gran potencial de reducir la anteriorización tibial cuando la rodilla es flexionada
desde la extensión completa, aligerando así la carga del LCA. Pero el aumento de
flexión desde la extensión completa disminuye la capacidad de los músculos de la
rodilla para soportar el valgo, aumentando así las cargas a soportar por el LCA y otros
ligamentos.
En Besier et al (2001b), sobre las cargas que sufre la rodilla en diferentes
acciones motrices (carrera recta, salida abierta de 30º y de 60º y salida cerrada de
30º), se destaca el hecho de que entre dichas tareas no había diferencias destacables
en los momentos de flexión, pero sí existían diferencias importantes en las cargas de
varo – valgo y rotacionales. El momento de flexión de rodilla ha de ser contrarrestado
por una acción cuadricipital que acabará provocando una anteriorización tibial que
será más importante cerca de la posición de extensión. Es posible que la suma de las
cargas de varo – valgo y de rotación conjuntamente con esta traslación anterior de la
tibia sea la causa del aumento del riesgo de lesión del ligamento. Hemos de pensar
que ante cualquier deficiencia de la musculatura implicada estas cargas pueden llevar
a una lesión, aunque el riesgo dependa también de otros factores, de entre los cuales
estos autores destacan la magnitud y frecuencia de las cargas, la combinación de
éstas, cómo las mismas son repartidas entre la musculatura y otros tejidos blandos
que rodean la articulación, la capacidad de resistencia ligamentosa y la geometría
articular.
La mayor tensión en el LCA se produce durante la salida abierta en el contacto y
el despegue, donde la rodilla experimenta una combinación de traslación tibial anterior,
rotación interna y valgo de rodilla, con esta articulación en una flexión de entre 30 y
Figura 3.- Desplazamiento anterior tibial según la carga aislada en el cuadriceps a diferentes grados de flexión de rodilla (Solomonow et al, 2001).
40º. En este trabajo también destaca la tensión que sufre el LLI de los individuos que
producían una carga en valgo y rotación interna en el contacto y el despegue de esta
misma acción. Este ligamento soporta casi el 80% de la carga de valgo de rodilla
cuando ésta se encuentra en una flexión de entre 25 y 30º, y además soporta la
mayoría de carga de rotación interna entre los 0 y 45º de flexión. Por otra parte, los
individuos que registraban un varo en los cambios de dirección provocaban un riesgo
potencial de lesión en el LLE, sobre todo cuando la rodilla estaba cercana a la
extensión.
Cerulli et al (2001) explican que la lesión del LCA se produce normalmente con la
rodilla entre 0 y 30º de flexión, sobre todo en situaciones sin contacto y durante la
carrera y el salto. En la carrera, los movimientos asociados con la lesión incluyen el
cambio de dirección, la desaceleración rápida, la parada espontánea y los
movimientos de rotación. En cuanto al salto, los movimientos de mayor peligro son la
recepción en varo y rotación interna y el estrés en valgo y rotación externa.
Variando de articulación, Woods et al (2003) han mostrado que el ligamento
tibioperoneo anterior y posterior son los que recogen menor número de lesiones de
tobillo en futbolistas. En esta publicación se explica que la tendencia natural del tobillo
es que éste vaya más hacia la inversión que hacia la eversión. En el 73% de este tipo
de lesiones queda afectado el LPAA, posiblemente porque tiene menor capacidad de
carga, aunque hemos de pensar que biomecánicamente es el que queda más
sometido a la flexión plantar y al cajón anterior del astrágalo. En cambio, el ligamento
PC no llega a sufrir esta combinación de tensiones. Respecto a la lesión del complejo
interno, la incidencia lesional se encuentra alrededor del 14%. Es posible que estas
últimas lesiones estén asociadas a la realización de tackles con la cara interna del pie
(interior de la bota).
Stacoff et al (1996) explican que ante una carga en inversión los peroneos son
los eversores más importantes, pero el tiempo de reacción de estos está entre 60 y
90ms, demasiado largo para prevenir una distensión de tobillo, pues durante los
cambios laterales de dirección la inversión tiene lugar en los 30-50ms después del
contacto. También comentan que hay dos tipos de deslizamiento que se deberían
tener en cuenta: el primero es entre la suela y el suelo (bastante estudiado), y el
segundo (muy poco estudiado) es entre la planta del pie y la suela, el cual debería ser
el menor posible. Con relación a esto, es necesario tener en cuenta los gestos de cada
deporte, pues cada uno de ellos puede tener mayor o menor riesgo de provocar una
lesión de tobillo. El baloncesto es la actividad con mayor riesgo de este tipo de
lesiones, seguidas del balonmano, voleibol, fútbol y tenis.
Con relación a esto último, la tabla 7 (Meeuwisse et al, 2003) muestra también
cómo el esguince de tobillo es la lesión de mayor incidencia en una población de
jugadores universitarios de baloncesto.
Woods et al (2004) explican que las lesiones de isquiotibiales en la carrera se
producen al final de la fase de oscilación, cuando estos músculos trabajan para
desacelerar la extremidad mientras también controlan la extensión de la rodilla (esta
musculatura ha de cambiar de un funcionamiento excéntrico, a una acción concéntrica,
sobre todo al convertirse en extensores de cadera). Este cambio tan rápido de
excéntrico a concéntrico es el momento en que el músculo se convierte en más
vulnerable.
Tol et al (2002) realizan un estudio sobre la relación del chute y el síndrome del
pinzamiento anterior de tobillo en quince futbolistas amateurs. Para ello hacían realizar
chutes a una portería a 11 metros de distancia. Marcaron diferentes zonas del pie para
poder ver dónde se producían los contactos con el balón. Además realizaron un
control cinemático de la acción. Esto lo hacen porque son conocedores de la
formación de osteofitos talotibiales en la parte anterior del tobillo en futbolistas con
dolor crónico. Se ha llegado a llamar a esta afectación el tobillo del futbolista o tobillo
del atleta, pero posteriormente ha adoptado el nombre de síndrome del pinzamiento
anterior de tobillo.
La causa de la formación de estos osteofitos no está totalmente establecida. Una
de las posibles explicaciones asume que durante el chute se produce una tracción
máxima repetitiva en la cápsula articular. En otra hipótesis se explica que la formación
de osteofitos se relaciona con un daño directo en el borde del cartílago anterior del
tobillo en combinación con un microtrauma recurrente, causado por el impacto directo
Tabla 7.- Mayor número de lesiones en el tobillo en jugadores universitarios de baloncesto (Meeuwisse et al, 2003).
del balón en la región anterior del tobillo. La zona de contacto con el balón puede
verse en la tabla 8 (Tol et al, 2002).
La máxima flexión plantar en el chute excedió la máxima flexión plantar activa
recogida antes del inició de las acciones de chute (esto sucedió en el 39% de los
casos). Los autores realizan una autocrítica al haber medido la flexión plantar con
métodos diferentes. De todas maneras, si se considera el aumento de flexión plantar
como real, el estudio muestra un aumento de la tensión producida en la parte anterior
capsular, lo que apoya la hipótesis de la formación de osteofitos como consecuencia
de la tracción. Pero existen datos morfológicos que no apoyan esta hipótesis, pues la
cirugía ha mostrado que la localización exacta de los osteofitos documentados no
muestra la misma ubicación que la inserción capsular en la tibia.
Giza et al (2003) estudian los mecanismos de las lesiones del pie y del tobillo en
futbolistas. Sostienen que diferentes estudios hablan de la gran cantidad de
osteoartritis vistas tanto en jugadores en activo como en retirados. El contacto jugador
con jugador parece ser un factor que contribuye de forma importante en una
proporción del 44 al 74% de las lesiones en el fútbol, y el estudio de Ekstrand y
Gillquist (1983) mostraron que la mayoría de lesiones se producía en la extremidad
dominante debido a que era la que más se involucraba en acciones de inversión
durante el salto y el chute. Por otra parte, la mayoría de esguinces de tobillo se
producen en la carrera, los cambios de dirección y la acción de tackle. Estos autores
destacan los factores intrínsecos siguientes: lesiones ligamentosas previas, tipo y
tamaño del pie, inestabilidad de tobillo, laxitud articular, fuerza muscular disminuida y
alineamientos anatómicos incorrectos. También comentan la inadecuada rehabilitación
o el tiempo insuficiente de la misma.
Giza et al (2003) realizan este estudio durante diferentes torneos internacionales
de élite (torneos olímpicos y de la FIFA). En estos torneos se desarrollaron 180
partidos, y los médicos proporcionaron información de 85 lesiones de tobillo y 29 de
Tabla 8.- Zona de contacto en el pie ante el impacto del balón durante el chute (Tol et al, 2002).
pie. En 76 de estos casos existió una acción de tackle como mecanismo de lesión. El
52% de estas lesiones con tackle produjo contusiones, el 26% esguinces y el 5%
fracturas.
1.3.2.3.- No tan sólo hay lesiones en la extremidad inferior...
Cambiando de deportes, Witvrouw et al (2000) explican que los problemas de
hombro son habituales en el atleta que realiza movimientos por encima de la cabeza.
Parece ser que estos atletas pueden tener lesiones y disfunciones debido al estrés
mecánico repetitivo de acciones a elevada velocidad del hombro, las cuales
frecuentemente se realizan hasta los extremos de la movilidad articular. Existe
información sobre la parálisis del nervio supraescapular en atletas, lesionado sobre
todo a nivel del surco supraescapular, la cual lleva a una hipoatrofia de los músculos
supraespinoso e infraespinoso. Los jugadores de voleibol son de los deportistas que
más experimentan esta lesión. Algunos trabajos han hablado de la similitud mecánica
de algunos movimientos específicos del voleibol, tales como el saque y el remate, con
otros deportes en que se utiliza la extremidad superior por encima de la cabeza. Pero
estos autores no están de acuerdo, pues destacan que el servicio no intenta conseguir
normalmente la máxima velocidad sino que intenta mantener una trayectoria flotante,
lo que provoca que los músculos posteriores del hombro tengan una acción de frenada
considerable en el movimiento hacia delante de la extremidad. La acción excéntrica
resultante puede provocar un mayor estrés en el nervio que las acciones donde no se
requieren tanta precisión y control del gesto.
1.3.3.- Existencia de lesiones previas.
Uno de los factores de riesgo más importantes en la prevención de lesiones es la
existencia de lesiones previas. Estos deportistas tienen más posibilidades de sufrir
nuevas lesiones. Inklaar (1994) explica que la literatura habla de la existencia de
lesiones recurrentes del mismo tipo y localización y la existencia de lesiones crónicas
se producen en mayor medida según el deportista se va haciendo mayor.
Muy relacionado con esto existe el dato de que muchos jugadores intentan volver
demasiado rápido a la competición después de haber sufrido una lesión, pero esto
puede llevar a un empeoramiento de la misma y a un mayor periodo de recuperación.
Inklaar (1994) comenta datos sobre un estudio realizado en clubes alemanes sobre la
prevalencia de lesiones. En el inicio de la competición, sobre el 45% de los jugadores
sufrían las consecuencias de lesiones recientes (19.3%), de lesiones crónicas o de
viejas lesiones.
Watson (2002), en un estudio con jugadores de fútbol y de fútbol galés, apoya la
idea de que la lesión previa es un buen parámetro para predecir futuras lesiones. No
se conoce si las recidivas fueron debidas a un tratamiento insuficiente a nivel
rehabilitador o bien fueron dadas por las características inherentes del deportista.
Woods et al (2004) obtuvieron un porcentaje de reincidencias de lesiones
isquiotibiales del 12% en futbolistas, pero no tuvieron diferencias significativas en
cuanto a la gravedad de las lesiones nuevas y de las recidivas.
1.3.4.- Alteración propioceptiva.
La sensibilidad propioceptiva ha sido uno de los campos que más se ha
trabajado tanto en la recuperación como en la prevención de lesiones. Barlett y Warren
(2002) explican que la posición articular se encuentra influenciada por diferentes
modalidades de receptores (entre ellos visuales y cutáneos), pero que son los
mecanorreceptores los más importantes, localizados a nivel muscular, tendinoso,
ligamentoso y capsular.
Centrándose en el LCA, estos autores comentan que la ruptura del mismo
provoca un empobrecimiento de la información de la posición articular, dejando la
rodilla a expensas de sufrir más fácilmente una lesión, hecho que se suma,
evidentemente, a la inestabilidad mecánica existente. Así, parece ser que en animales,
tal y como explican los autores citados, se ha podido ver que el estiramiento del LCA
provoca un feedback neural que se traduce en la contracción de la musculatura
isquiotibial, hecho que limita la anteriorización tibial, y ante la ausencia de dicha
aferencia, la rodilla quedará expuesta a una mayor traslación tibial anterior.
Esta capacidad propioceptiva de diferenciación de la posición articular puede
verse también influida negativamente por la aparición de fatiga. En Barlett y Warren
(2002) podemos leer que esto se debe principalmente a una pérdida de la eficacia de
los mecanorreceptores musculares. El ejercicio produce un aumento temporal de la
laxitud anteroposterior de la rodilla, y también ha sido recogido que las longitudes de
los ligamentos cruzados varía con la flexión y rotación de la rodilla, factores que
facilitan que esta articulación sea más vulnerable durante y después del ejercicio que
en reposo.
A pesar de esta idea, Barlett y Warren (2002) explican que es posible la
existencia de un mecanismo compensatorio para los ligamentos que tienen aumentada
su laxitud por el ejercicio en niveles normales de actividad (no fatigante al menos a
nivel extenuante). De hecho, es posible que exista un aumento de la sensibilidad de
los mecanorreceptores en respuesta a un ejercicio que podríamos denominar “sano” o
dentro de unos ciertos límites fisiológicos. Esto podría mejorar los mecanismos reflejos
de protección neuromuscular, con lo cual mejoraría la propiocepción de la rodilla.
Woods et al (2003) explican que hay datos que muestran una alteración
propioceptiva después de sufrir una lesión. Así se ha demostrado con la
monitorización de los cambios de fuerza y control sensoriomotriz en movimientos de
eversión del tobillo después de una lesión aguda en inversión. Encontraron que doce
semanas después de dicha lesión existía un error de precisión en la posición articular
en comparación al tobillo sano, y se necesitaron seis semanas para normalizar la
fuerza de eversión. Estos hechos refuerzan la idea de la necesidad de continuar el
trabajo de fuerza y propiocepción después de que el jugador haya vuelto a la
competición. Con relación a esto, Hewett et al (2002) explican que existen estudios
contradictorios respecto al tiempo necesario para que se restablezca de forma correcta
la sensibilidad propioceptiva en una rodilla después de la reconstrucción del LCA.
Datos de estos autores muestran cómo seis meses después de dicha intervención se
mantienen déficits propiocetivos, y por este motivo los autores muestran la necesidad
de tener precaución durante el proceso de rehabilitación.
Rozzi et al (1999), en un test propioceptivo para detectar la posición articular
comparando hombres y mujeres, no encontraron diferencias entre sexos cuando
movilizaban la rodilla hacia la flexión, pero sí encontraban esta diferencia cuando la
rodilla iba hacia la extensión. Este test pertenecía a una batería de pruebas donde se
intentaba ver si en determinados factores de riesgo asociados a lesión del LCA
existían diferencias entre hombres y mujeres. El test lo iniciaban con 15º de flexión de
rodilla. A medida que la rodilla se dirigía hacia la extensión, el LCA sufría mayor
tensión, lo que puede ser motivo de la diferencia cinestésica entre sexos. Es posible
que la mayor laxitud existente en las mujeres provocara que el ligamento tuviera
menos tensión y por tanto menos sensibilidad ante grados avanzados de extensión.
Otros datos argumentan este mismo hecho en la extremidad superior, es decir, la
falta de sensibilidad articular debido a la menor puesta en tensión en sujetos con
mayor laxitud articular. Además, es interesante comentar que los deportistas que
participaban de especialidades donde se requería mayor utilización de la extremidad
dominante, ésta era más laxa, y exhibían mayor pobreza kinestésica en posiciones
extremas de rotación externa en comparación con el hombro no dominante. En dicha
posición, los ligamentos de la extremidad dominante estaban más distendidos y por
tanto proporcionaban menos información para poder detectar la movilidad articular.
1.3.5.- Retraso electromecánico.
El estudio de Gleeson et al (1998) recogió la variación del retraso
electromecánico (EMD) entre antes y después de los diferentes tipos de ejercicio con
los que trabajaron. Los autores comentan que tuvieron un valor promedio preejercicio
de EMD en el bíceps femoral de 100ms (el similar al observado en otros trabajos). El
aumento que obtuvieron de más del 19% sugiere que dicho parámetro estuvo
influenciado de forma importante por las cargas repetitivas asociadas a la competición
y entrenamiento del fútbol. Los autores explican que existen artículos confrontados en
la literatura respecto la influencia de la fatiga en el EMD. Unos trabajos sugieren que
este factor queda afectado en movimientos voluntarios de los extensores de rodilla,
mientras otros sugieren lo opuesto.
Esta alteración del EMD puede haber sido debido, según reflexiones de Gleeson
et al (1998) a una interacción compleja de varios factores neuromusculares y
biomecánicos. La velocidad de acortamiento del tejido elástico en serie puede ser la
causa principal del EMD de un músculo. Es posible que cualquier aumento en la
compliancia de la unión miotendinosa provocada por los ejercicios realizados tendiera
a aumentar el EMD. La temperatura muscular puede ser un moderador importante en
este proceso, y se supone que los ejercicios desarrollados en este estudio imitando el
esfuerzo propio de la competición en el fútbol aumentan la temperatura del músculo.
Este cambio está asociado a un aumento de la propagación neural y a un aumento de
compliancia del tejido conectivo. Ya que el tiempo para acortar el componente elástico
en serie de la musculatura excede substancialmente el tiempo necesario para formar
los puentes cruzados en acciones concéntricas, la influencia del aumento de
compliancia durante los ejercicios realizados en este trabajo puede haber llevado al
aumento de EMD.
Los autores (Gleeson et al, 1998) explican que el ejercicio mixto y el ejercicio de
carrera que implicaba cambios de dirección involucran la participación de diferentes
tipos de fibra muscular, y la fatiga puede alterar las diferentes UM reclutadas. Es
importante señalar que el protocolo utilizado aquí para calcular el EMD no discrimina
entre la utilización de uno u otro tipo de UM. En este trabajo los autores explican que,
si se tuviera en cuenta el principio del tamaño de Hennemann (1965) para explicar el
patrón de reclutamiento de UM en una tarea, las UM que intervendrían en primer lugar
serían las lentas, ya que las UM más resistentes a la fatiga son reclutadas en primer
lugar. Pero tal y como se comenta, el orden de reclutamiento puede ser alterado bajo
algunas condiciones, pues las UM rápidas son reclutadas desde su inicio en acciones
balísticas, por ejemplo, y no está claro cómo se organiza un patrón de reclutamiento
bajo condiciones de fatiga (Enoka, 1995). Es posible continuar reflexionando sobre el
motivo que llevó al aumento de EMD, pero lo que está claro es que este parámetro
tuvo una alteración por una carga de ejercicio que asemejaba el esfuerzo provocado
en el fútbol, ya sea en un entrenamiento o en un partido. De los tipos de ejercicio que
testaron, el trabajo continuo con cambios de dirección provocó la mayor alteración de
EMD, posiblemente porque la mayor velocidad mantenida asociada a los mayores
momentos provocados por los cambios de dirección provocaran un mayor estrés
neuromuscular y musculoesquelético.
Con relación a este trabajo de Glesson et al (1998), es interesante comentar el
estudio de White et al (2003), quienes estudian las diferencias entre hombres y
mujeres deportistas para entender los motivos de la incidencia lesional entre sexos.
Para ello recogen la actividad electromiográfica en isquiotibiales y cuadriceps durante
ejercicios de flexión y extensión de rodilla. Los autores vieron una diferencia en los
valores de frecuencia EMG. Así, la MPF (promedio de los valores de frecuencia EMG,
parámetro relacionado con el tipo de unidades motoras reclutadas en una acción) de
los isquiotibiales tendió a ser menor en las mujeres, lo cual indica que
proporcionalmente tenían menor cantidad de fibras rápidas involucradas en el ejercicio
realizado.
Es posible que la activación de fibras rápidas en mujeres sea posterior a la
activación de este mismo tipo de fibras en hombres, o sea, que tengan un retraso en la
activación, hecho que haría que las mujeres necesitaran más tiempo para desarrollar
una activación pico isquiotibial en comparación a los hombres en el test isocinético.
Esto provoca que las mujeres sean más lentas en la estabilización de la rodilla durante
una hiperextensión rápida, lo que lleva a que el LCA soporte mayor tensión para
estabilizar la rodilla en esta posición y condiciones. Además, en este trabajo las
mujeres presentaban una mayor coactivación de cuadriceps, lo que llevaba a un
mayor deslizamiento anterior tibial y por tanto a un mayor peligro de lesión del LCA,
sobre todo entre los 0 y 30º de flexión. Se sabe también que la mayor coactivación
alrededor de la rodilla se produce en los extremos articulares de flexo-extensión,
parece ser con la intención de prevenir la rodilla de un exceso respecto a sus límites
fisiológicos de movimiento 1.3.6.- Falta de fuerza.
Tal y como explica Gleeson et al (1998), la movilidad normal depende de la
interacción de los estabilizadores articulares estáticos o pasivos, como son la
geometría ósea, las estructuras ligamentosas y los meniscos, y de los estabilizadores
activos o dinámicos, es decir, la musculatura. Una alteración de esta interacción puede
provocar una lesión articular, habitualmente ligamentosa. Estos autores hablan sobre
todo del LCA.
Uno de los problemas más importantes que puede llevar a una lesión articular es
la falta de fuerza de la musculatura periarticular, cuyo rol, entre otros, es estabilizar la
articulación. Un funcionamiento óptimo muscular puede ser muy importante en la
prevención de lesiones o en la disminución de la gravedad de éstas. El rol
estabilizador de los isquiotibiales en el desplazamiento anterior y en las rotaciones
tibiales es muy importante, y la estabilización dinámica puede verse comprometida por
un desequilibrio de fuerza entre la musculatura flexora y extensora de la rodilla.
Gleeson et al (1998) explican que en el fútbol existen gran cantidad de acciones
estresantes en la rodilla, a lo que hemos de añadir la existencia de fatiga durante la
competición. La suma de estos factores conjuntamente con una falta de fuerza puede
poner aún más en peligro la integridad de la rodilla. Estos autores realizaron un
estudio donde comparaban diferentes tipos de actividades y, entre otros parámetros,
controlan las variaciones de fuerza muscular. Así explican que las disminuciones que
recogieron del pico de fuerza en los diferentes tipos de ejercicio apoyan la idea de que
una actividad de resistencia provoca una alteración en el desarrollo posterior de
tensión. Esto puede ser específico de la musculatura implicada, pues vieron mayor
disminución de fuerza en los flexores de rodilla en comparación a los extensores de la
misma articulación. Este hecho lo vieron más claramente en el ejercicio mixto, donde
se desarrollaban cambios de dirección en comparación a la menor alteración vista en
el ejercicio de resistencia realizado en un tapiz rodante.
Es interesante resaltar que en este estudio de Gleeson et al (1998) explican
cambios ultraestructurales de las fibras musculares que pueden explicar la disminución
de fuerza registrada. La activación excéntrica repetida de la musculatura es asociada a
una pérdida de fuerza, tanto inmediata como prolongada. Se ha visto una disminución
de fuerza de más del 50% después de 40 minutos de ejercicio de carrera en descenso
al 80% de la FCmax. Parece ser que los ejercicios con cambios de dirección realizados
involucraban un estrés importante excéntrico muscular en comparación al ejercicio
realizado en tapiz. Es posible que la disminución de glucógeno afectara el rendimiento
en los tres tipos de ejercicio, pero la mayor disminución del pico de fuerza en los dos
tipos de ejercicio que involucraban cambios de dirección concuerda con la existencia
de procesos mecánicos y metabólicos que provocan alteraciones ultraestructurales a
nivel muscular.
También en el trabajo de Gleeson et al (1998) se estudia el rendimiento de
fuerza de los estabilizadores musculares de la rodilla cerca de la extensión, donde el
LCA es sometido a un gran estrés mecánico. A pesar de la alteración de los niveles
isocinéticos del pico de fuerza (PT), los resultados sugieren que los niveles de fuerza
cerca de la extensión completa de rodilla tanto durante la flexión como durante la
extensión no se vieron influenciados por el estrés mecánico y metabólico asociado con
los diferentes tipos de ejercicio. Por otra parte, es posible inducir una alteración
momentánea substancial cerca de la extensión (hasta el 60% de reducción comparado
con la fuerza pre-ejercicio) mediante un ejercicio de resistencia isocinética.
En contraste con esto, actividades funcionales como las trabajadas por estos
autores, no parece que provoquen alteraciones en la fuerza cerca de la extensión de
rodilla y en la estabilización dinámica asociada. Es posible que ante estas actividades
funcionales las características de la relación fuerza-ángulo articular son preservadas
para minimizar la alteración potencial de la estabilidad de rodilla en posiciones
cercanas a la extensión. Tanto en PT como en AST (fuerza específica angular, es
decir, en un determinado ángulo articular) cercanas a la extensión, la fuerza medida en
cualquiera que fuera el movimiento (flexión o extensión) refleja el porcentaje de
coactivación funcional de los grupos musculares agonistas y antagonistas. Ningún
cambio potencial de estos modelos debido a una actividad de resistencia ha sido
asociado a cambios de fuerza. Es más, hay evidencia de que la coactivación puede
alterar la capacidad de reclutar totalmente la musculatura agonista mediante la
inhibición reciproca. Pero una mínima coactivación ha sido observada durante las
evaluaciones EMG de los extensores y flexores de rodilla durante una tarea fatigante
isocinética. Así, los factores de coactivación puede que no hayan contribuido de forma
substancial a las observaciones del pico isocinético del estudio de Gleeson et al,
(1998).
El trabajo de Söderman et al (2001) sobre futbolistas mujeres muestra que los
niveles bajos de proporción de fuerza isquiotibiales-cuadriceps durante la acción
concéntrica es uno de los factores que encuentran relacionados con un mayor riesgo
de lesiones traumáticas
Askling et al (2003) comentan que el déficit de fuerza es uno de los factores de
riesgo más importantes en la lesión de isquiotibiales, aunque se han visto resultados
divergentes. En este estudio se explican trabajos como el de Orchard et al (1997),
quienes mostraron cómo la falta de fuerza muscular isocinética registrada en
pretemporada puede estar relacionada con un elevado riesgo de lesiones isquiotibiales
durante el periodo competitivo, aunque otras investigaciones no muestran dicha
relación (Bennell et al, 1998). Tyler et al (2002) han documentado una falta de fuerza muscular en jugadores de
hockey que sufrían una distensión de los aductores de cadera en comparación a los
que no tenían este problema. Los primeros tenían un 18% menos de fuerza que los
segundos, y la proporción aductores-abductores se encontraba en el 78% en
comparación al 95% de los deportistas que no sufrían una lesión posterior.
1.3.7.- Capacidad de aceleración (capacidad de fuerza explosiva).
Otro de los parámetros estudiados en relación a la existencia de lesiones es la
capacidad de fuerza explosiva del deportista, cualidad muy importante en relación al
rendimiento en la mayoría de deportes de equipo. Watson et al (2002) la testan
mediante la aceleración recogida en una distancia de 10 metros, y encontraron que los
jugadores con mayor capacidad de aceleración estaban expuestos a mayor número de
lesiones. Es obvio que la fuerza que desarrollan estos deportistas es mayor, y que
esto provoca mayor tensión en los tejidos corporales, especialmente a nivel contráctil y
tendinoso. El deportista con una gran capacidad de fuerza explosiva ha de minimizar
aún más los posibles factores de riesgo de lesión. Los mismos autores comentan que
existe bibliografía que explica cómo los esprinters tenían mayor riesgo de lesión en
comparación a otros tipos de corredores.
Es muy interesante el trabajo de Lian et al (2003), donde vieron en jugadores de
voleibol que aquellos que tenían un diagnóstico de tendinopatía patelar recurrente
tenían mayor peso corporal y trabajaban la fuerza con mayores cargas que los sujetos
sin dicha lesión. Pero el resultado más destacable fue la mayor puntuación de los
sujetos con tendinopatía en los diferentes test de salto realizados. Esto hace pensar
que los sujetos con tendinopatía tienen de hecho mayor fuerza explosiva que los
jugadores sin dicha afectación, y que esto resulta en un factor facilitador de desarrollar
una alteración tendinosa por el gran estrés que pueden llegar a generar. 1.3.8.- Aumento de la laxitud ligamentosa asociada al ejercicio.
El trabajo de Gleeson et al (1998) también registra la variación del
desplazamiento anterior tibial (TFD). Este parámetro se vio aumentado después de los
tres tipos de ejercicio realizados. El aumento promedio del 44% después del ejercicio
mixto realizado es comparado con el ya visto después de 90 minutos de baloncesto
(52%, estudio de Sakai et al, 1992, en jugadoras de baloncesto). El aumento promedio
visto después del ejercicio en tapiz fue menor (no involucraba cambios de dirección),
pero ya fue del 24%, y es comparable al registrado en carrera (20%, estudio de Steiner
et al, 1986).
El mayor nivel de laxitud asociado al ejercicio mixto fue menor que el recogido en
una lesión del LCA, y se consideró que estaba dentro de los límites fisiológicos. El
aumento en el desplazamiento anterior asociado a un ejercicio de resistencia puede
atribuirse principalmente a cambios estructurales dentro del ligamento. Este hecho
puede ser indicativo de una alteración de la rigidez musculoesquelética de la rodilla.
El LCA tiene un comportamiento viscoelástico durante largos periodos de estrés
mecánico repetitivo gracias a un elevado nivel de colágeno en su composición Con
relación a esto, Gleeson et al (1998) también comentan que puede haber otros tejidos
que hayan contribuido al aumento de laxitud de la rodilla, aunque sea en una
proporción menor. Parece ser que se ha registrado un aumento del desplazamiento
anterior de la tibia bajo cargas fisiológicas después de una actividad de resistencia, lo
que demuestra que el aumento de compliancia es posible en la mayoría de estructuras
fibrosas de la rodilla. Esto puede apoyar la idea de que el aumento de compliancia en
la unión miotendinosa contribuya al aumento observado de EMD.
Söderman et al (2001) encuentran que el exceso de laxitud articular,
representado mediante un test general y también mediante un test específico de
hiperextensión de rodilla, son factores de riesgo importantes de lesión de rodilla en
jugadoras de fútbol. Östenber y Roos (2000) también encuentran el aumento de laxitud
articular como un factor de riesgo de lesión.
1.3.9.- Características de la musculatura.
Woods et al (2004), estudiando la incidencia de lesiones isquiotibiales en
futbolistas, intentan relacionar dichas afecciones a algunos factores de riesgo ligados a
la composición y conformación anatomo-biomecánica de estos músculos. Respecto a
este último parámetro, dichos músculos son biarticulares, hecho que provoca que sean
solicitados y por tanto estirados desde dos articulaciones. Por otra parte, su mayor
proporción de fibras rápidas les proporciona mayor capacidad de producción de
fuerza, sobre todo ligada a una mayor velocidad en la acción.
Es posible, según estos autores, que la existencia de patrones musculares
desequilibrados provoque que estos músculos se acostumbren a trabajar de forma
similar a los músculos que tienen mayor porcentaje de fibras lentas, lo que puede
predisponerlos a lesión cuando son solicitados en acciones muy rápidas. La lesión del
BF es la más habitual (53%), posiblemente, en primer lugar, porque posee una cabeza
larga y una corta, ambos con inervación diferente. Esta doble inervación puede llegar a
provocar una estimulación asincrónica de las dos cabezas, lo que puede llevar a una
reducción de la capacidad de tensión del músculo para soportar las cargas externas
que recibe.
1.3.10.- Técnica de los gestos deportivos.
Otro de los factores a tener en cuenta con relación al riesgo de sufrir una lesión
es el grado de depuración con la que se realiza un gesto deportivo, es decir, la calidad
técnica de ejecución. Besier et al (2001b) relacionan este hecho con la posibilidad de
una lesión ligamentosa de rodilla sin la existencia de contacto. Así, se debería tener en
cuenta el tiempo necesario para preparar la maniobra, los ajustamientos posturales
inapropiados y los patrones de activación muscular erróneos.
Estos autores estudian los movimientos de cambio de dirección en cuanto a la
velocidad de ejecución y al ángulo de dicha variación de dirección. Explican que las
velocidades que se registraban en laboratorio eran menores que las que se registran
en situaciones deportivas, aún habiendo instruido a los sujetos de la muestra a
mantener la velocidad en las maniobras. Destaca pues el hecho de que es necesario
vigilar parámetros como la velocidad en la ejecución de la tarea, así como otros datos
cinemáticos angulares y la secuenciación e intensidad de las acciones musculares
para poder apreciar si los gestos de laboratorio son realmente representativos de lo
que ocurre en la realidad deportiva.
Hemos de pensar que estudiar los parámetros citados con relación a la ejecución
técnica nos informan de la integridad o no de la capacidad de coordinación
neuromuscular. Cualquier afectación de dicha cualidad puede predisponer al
organismo a sufrir una lesión. 1.3.11.- Flexibilidad.
Tradicionalmente la flexibilidad ha sido vista como uno de los parámetros más
importantes a trabajar para evitar la aparición de lesiones, especialmente a nivel
muscular. Watson (2002) ha estudiado diferentes variables para poder apreciar si
existen parámetros que puedan predecir la existencia de lesiones. Entre estos se
encuentra la flexibilidad, y encontró que ninguna de las seis medidas de flexibilidad
que recogía era una buena herramienta para predecir lesiones. Así, estos resultados
no apoyan la frecuente suposición que los elevados niveles de flexibilidad protegen de
lesión. De hecho, aunque dicha relación ha sido y es ampliamente aceptada, existe
poca evidencia que la apoye. El único estudio prospectivo que parece indicar que la
falta de flexibilidad es un factor predisponente de lesión en juegos de campo es el de
Ekstrand y Gillquist (1992).
Witvrouw et al (2003) explican que, dentro de los factores de riesgo de lesión
intrínsecos, la falta de flexibilidad muscular es uno de los parámetros más
relacionados con la aparición de lesiones. Pero estos autores también comentan que
la revisión de la literatura sobre la información que relacione la falta de flexibilidad con
las lesiones en futbolistas es incompleta. Así diseñan un trabajo en la temporada
1999-2000 en clubes de fútbol profesionales de Bélgica. Recogieron la flexibilidad de
isquiotibiales, cuadriceps, aductores y gastrocnemios mediante un goniómetro. Los
autores recogieron que 67 jugadores sufrieron alguna lesión muscular en la
extremidad inferior, entre las que había 31 en los isquiotibiales, 13 en el cuadriceps y
10 en los músculos de la pantorrilla. Sus resultados muestran que los deportistas
lesionados tenían menor flexibilidad de isquiotibiales y cuadriceps, pero no había
diferencias en cuanto a aductores y gastrocnemios. De hecho, el tratamiento
estadístico realizado tan sólo mostró como factor de riesgo la falta de flexibilidad de los
isquiotibiales, mientras que la de cuadriceps no pudo llegar a ser catalogada como un
factor de riesgo en el desarrollo de una lesión de este músculo.
Estos mismos autores, en un estudio prospectivo anterior (Witvrouw et al, 2001),
encuentran una disminución de flexibilidad de los isquiotibiales y del cuadriceps que
contribuía al desarrollo de tendinitis rotuliana en población deportista. Por otra parte,
los mismos autores explican que también existe bibliografía con resultados opuestos a
los comentados, como es el caso de Orchard et al (1997), quienes no encontraron
correlación entre flexibilidad y lesiones de isquiotibiales en jugadores de fútbol
australiano. Es posible que esto fuera debido a la utilización de métodos diferentes en
la medición de la flexibilidad.
Según Witvrouw et al (2003), la falta de relación entre flexibilidad y lesiones en
aductores y gastrocnemios puede ser debida a que el número de lesiones encontrado
en estos músculos era demasiado pequeño para poder establecer correlaciones
significativas. Estos resultados concuerdan con los de Tyler et al (2002) en jugadores
de hockey sobre hielo.
El trabajo de Askling et al (2003) no demostró ninguna diferencia de flexibilidad
en las extremidades lesionadas (estudian las lesiones de isquiotibiales en futbolistas).
En este contexto, es importante destacar que el entrenamiento excesivo de flexibilidad
de “por sí” puede llevar a una lesión de isquiotibiales (Askling et al, 2000, 2002).
La revisión de Thacker et al (2003) explica que la mayor flexibilidad-laxitud
articular existente en mujeres deportistas en comparación con los hombres no se ha
podido asociar directamente con la lesión de rodilla, aunque es evidente que un genu
recurvatum puede disminuir la sensibilidad propioceptiva.
Por otra parte y variando de extremidad, parece ser que los jugadores con mayor
movilidad articular del hombro son los más expuestos a la neuropatía del nervio
supraescapular (datos de Martín et al, 1997), y esto es lo que intentan comprobar
Witvrouw et al (2000). El trabajo lo realizan en jugadores de voleibol de la selección
belga. 1-3-12- La fatiga muscular.
Debido al concepto tan amplio de fatiga, frecuentemente definida como la
disminución de la capacidad funcional o rendimiento de un órgano, es interesante
referirse a tal término teniendo en cuenta el tipo de acción que la provoca. Un motivo
importante de la disminución del rendimiento es la fatiga muscular local (Adeyanju y
Akanle, 1994). En este sentido, cuando el rendimiento de un músculo es medido en
condiciones isométricas o isocinéticas, la fatiga es definida como el fallo para
mantener la fuerza requerida (Potvin y Norman, 1993). Por otra parte, en el caso de
referirse a un ejercicio dinámico, la fatiga puede definirse como el fallo para mantener
un resultado de potencia esperado (Hultman et al, 1986). A estos estudios hemos de
añadir la revisión de Gandevia (2001), quien relaciona la fatiga muscular a una
reducción de la fuerza muscular voluntaria máxima inducida por el ejercicio.
Por otra parte, Enoka y Stuart (1992) describen la fatiga como el esfuerzo
progresivo que se requiere para mantener una determinada fuerza en contracciones
repetidas o mantenidas. Estas dos características son importantes, pues aquí se
produce una disminución de la capacidad de generar tensión intramuscular y un
aumento del esfuerzo necesario para mantener dicha tensión.
Según De Luca (1997), los fisiólogos han utilizado normalmente la capacidad
de fuerza de un músculo como índice de fatiga del mismo. De esta manera, se ha
designado el punto en el cual la contracción no puede mantenerse por más tiempo
(punto de fallo) a una determinada intensidad, como el instante en el que se dice que
el músculo está fatigado. Esta idea implica que la fatiga se dará en un momento
específico en el tiempo, lo cual comporta algunos inconvenientes, como por ejemplo la
imposibilidad de detección de fatiga hasta que ésta no haya aparecido. Este hecho no
conviene en absoluto en aplicaciones deportivas, ámbito donde resulta interesante
tener indicadores que precedan al posible fallo conocido como fatiga con la intención
de prevenirlo. Por este motivo, De Luca (1984) ya explicaba que los músculos
involucrados en una tarea están continuamente fatigándose, pero que hasta que no se
produce el punto de fallo comentado y, por tanto, la imposibilidad de mantener la
fuerza requerida, la fatiga contráctil no se convierte en observable.
Sobre el ejercicio realizado a baja intensidad, Enoka (1995) explica que las
primeras investigaciones mostraron que se podía mantener una actividad de forma
indefinida con una carga del 15% de la CVM (contracción voluntaria máxima), aunque
otros estudios refieren que acciones a un 5% de la CVM ya provocan algo de fatiga
(Sjogaard et al, 1986). Por otra parte, a intensidades inferiores al 50% del VO2max, el
glucógeno muscular no parece ser un factor determinante en la limitación del
rendimiento, como sí lo es a intensidades más elevadas. De todas maneras, a parte de
la disminución de substrato energético, para cada situación específica la fatiga es
debida a una alteración conjunta de multitud de mecanismos (Fuglevand et al, 1993), y
la única manera de abordar tal entidad es tratándola como un fenómeno complejo en
los análisis que realicemos (Huijing, 1996).
En el ejercicio submáximo de media-larga duración se han investigado de
forma específica las alteraciones histológicas del músculo esquelético provocadas por
la fatiga; acompañando a estas anomalías, la alteración de la liberación de calcio, y los
problemas mecánicos de los sarcómeros localizados en diferentes zonas de la fibra
muscular, son puntos sobre los que se continua investigando (actualmente, las
técnicas de estudio recogen análisis electromiográficos, estimulación transcutánea del
músculo esquelético, electroscopio de RMN, biopsias musculares, etc., técnicas que
aportan información sobre el comportamiento del músculo) .
La estimulación magnética transcraneal (TMS) estudia la excitabilidad de la vía
motora involucrada en el ejercicio físico. Se ha visto en numerosos estudios un
aumento de la amplitud de los potenciales motores evocados (MEP) en el ejercicio de
larga duración, y se ha concluido que en estas condiciones la excitabilidad neural
aparecía aumentada. Igualmente, la disminución de este parámetro después de un
ejercicio extenuante ha sido visto como fatiga del SNC. El trabajo de Tergau et al
(2000) tiene la intención de demostrar también que el córtex motor es menos excitable
después de un ejercicio extenuante. Esto lo hacen con 23 deportistas varones. De
ellos 16 eran deportistas de deportes de resistencia, sobre todo de las extremidades
superiores (canoa, gimnasia...). Realizaban tantas flexiones de brazo como podían
estando colgados de una barra horizontal y en bipedestación. Durante la actividad los
pies no tocaban el suelo, y entre las repeticiones los brazos tenían que estar estirados
completamente. El estudio para controlar la excitabilidad lo hacen mediante el
braquioradial, músculo muy implicado en este ejercicio. Lo más importante que han
encontrado es que existió una fatiga muscular después del ejercicio extenuante
acompañándose de una reducción de la facilitación intracortical (ICF). Argumentan que
dicha reducción controlada por TMS refleja una fatiga central específica en el córtex
motor involucrado en la tarea.
Lo que está claro es que la fatiga provocada por el ejercicio no nada más
provoca una disminución de fuerza, sino que también lleva a una alteración de la
coordinación neuromuscular. Esto lo podemos ver en un gesto coordinativamente muy
complejo como la carrera. En esta acción, la instauración de un proceso fatigante
podría alterar el patrón considerado normal y predisponer la musculatura isquiotibial a
lesión. Parece ser que cuando un individuo está fatigado y realiza un esprint, el bíceps
femoral (BF) y el semitendinoso (ST) se activan antes. Pinniger et al (2000) explican
que esta asincronía puede deberse a una fatiga muscular local y/o a una irritación o
daño a lo largo del recorrido del nervio que llega al músculo.
Rahnama et al (2003) realizan un trabajo con futbolistas amateurs universitarios
donde estudian si la capacidad de producción de fuerza se ve afectada por una tarea
que simula la duración y esfuerzo de un partido de fútbol. Así, estos autores
apreciaron una disminución de la capacidad de generar tensión de los flexores y
extensores de rodilla. Este hecho tiene repercusión en la capacidad de realizar
acciones como el salto, el sprint y el tackle, especialmente al final del partido en
comparación al inicio del mismo. El control de fuerza que recogieron en este trabajo
mostró una modificación de la proporción isquiotibiales-cuadriceps, pues existió mayor
disminución de fuerza en los isquiotibiales, haciendo el cuadriceps aún más dominante
sobre todo en acciones de gran velocidad. Estos resultados están en desacuerdo con
los encontrados por Gleeson et al (1995), quienes encontraron que esta proporción
muscular se mantenía constante después de la realización de una tarea fatigante.
En este mismo trabajo de Rahnama et al (2003) destaca la mayor disminución de
fuerza de los isquiotibiales en su forma excéntrica (10% superior que en el
cuadriceps). Es posible que esto sea debido a la mayor activación excéntrica de los
isquiotibiales en el control de la carrera y de las recepciones de los saltos. Este hecho
puede llevar a un aumento del riesgo de lesión hacia el final del partido. La bibliografía
muestra que la proporción de fuerza entre antagonistas es de 0.70-1.00 (citan los
siguientes artículos: Aagaard et al, 1995, 1996; Rahnama et al, 2002b). En este
estudio encontraron un valor de 0.77 que disminuyó progresivamente a medida que
progresaba el ejercicio. La magnitud de la disminución sobrepasó la proporción
convencional, y este déficit isquiotibial puede ser un factor predisponente de lesión.
1.3.13.- Calzado.
Parece obvio que, desde el punto de vista lesional, lo más indicado es calzar a
un individuo ya sea para jugar a fútbol, baloncesto, voleibol...Pero desde el punto de
vista sensitivo, cualquier calzado afecta negativamente la capacidad de discriminación
propioceptiva del pie si lo comparamos a las propiedades que tiene esta estructura
cuando se encuentra descalzo. Bahr y Reeser (2003) comentan que los esguinces de
tobillo en voleibol playa suponen la mitad de los ocurridos en voleibol convencional, y
los autores lo explican mediante el hecho de que existen menos jugadores (lo que
disminuye el mecanismo de inversión por la caída sobre un compañero o contrario) y
sobre todo porque los jugadores no van calzados, hecho que disminuye las
posibilidades de sufrir lesión.
Waddington y Adams (2003) nos explican que en los últimos años se ha
trabajado mucho a nivel de la industria del calzado deportivo para disminuir al máximo
el impacto del pie contra el suelo, pero la utilización de geles y otros materiales
provoca una disminución de la riqueza informativa que, desde la planta del pie, ha de
recibir el cerebro. Relacionado con esto, el trabajo de McKay et al (2001) explica que
los jugadores de baloncesto que utilizaban mayor acolchamiento y absorción del
choque en la suela de las zapatillas deportivas tenían mayor número de lesiones.
Es posible que esta disminución de la información propioceptiva no sea tan
importante en acciones como el salto, donde el tiempo necesario para ajustar los
ángulos del pie en la recepción es suficiente para prevenir una lesión cuando ya se ha
realizado el choque del talón, pero dicha pérdida es muy crítica cuando hablamos de
colocar el pie correctamente durante la fase de oscilación de la carrera, por ejemplo,
pues es muy importante preparar la postura para el siguiente contacto de talón
(Waddington y Adams, 2003). Estos mismos autores, que tienen como intención
estudiar la bota de fútbol, explican que estudios previos en jugadores de netball han
tenido una disminución significativa en la discriminación del movimiento del tobillo
cuando llevaban calzado deportivo en comparación a un grupo descalzado.
Parece ser que hay que considerar la bota de fútbol como un objeto que modifica
la función de la extremidad inferior. Para poder testar esto, es necesario utilizar tareas
funcionales a nivel deportivo, es decir, tareas que representen las acciones deportivas,
y que esto ha de incluirse tanto en la evaluación como en la recuperación de una
lesión. Estos autores lo llevan a cabo en jugadoras australianas de fútbol, y utilizan un
test mediante una plataforma inestable para ver el movimiento del tobillo con
diferentes tipos de calzado, uno de ellos con la plantilla experimental que proponen.
Sintetizando sus conclusiones, estos autores afirman que el diseño de la bota de fútbol
y en general del calzado deportivo debería tenerse en cuenta y modificarse para
proporcionar el feedback sensorial necesario para poder determinar de forma precisa
la posición del pie.
Otro problema asociado al calzado es el aumento del movimiento de inversión
que se provoca en comparación a la inversión registrada con el pie descalzo. De esta
manera se produce una disminución de la estabilidad lateral, aunque parece ser que
Stacoff et al (1996) explican que dicha inestabilidad puede ser mejorada con el diseño
apropiado de la suela, tema que desarrollan en su estudio.
Por otra parte, existe la mala utilización del calzado, la cual se ha de añadir a las
consideraciones anteriores. Woods et al (2002) nos comentan que el calzado de fútbol
no es el más apropiado para correr, y en cambio podemos ver cómo numerosos
futbolistas lo utilizan frecuentemente para dicha tarea, especialmente durante el
periodo de pretemporada, donde el trabajo aeróbico adquiere especial relevancia.
1.3.14.- Edad.
Otro de los posibles factores de riesgo indicativos de lesión es la edad del
deportista. El estudio de Woods et al (2000) no muestra diferencias entre los cuatro
grupos testados por edad, aunque si dichos grupos quedan divididos en dos
(intervalos de edad entre 17 y 25 años y entre 26 y 35), el grupo más joven mostraba
mayor número de lesiones.
Morgan y Oberlander (2001) no encuentran diferencias en la incidencia y
características de las lesiones en una población de futbolistas que oscilaban entre los
17 y los 38 años.
Parece evidente que no existen referencias que nos afirmen de forma
concluyente que un determinado grupo de edad de deportistas tiende a sufrir mayor
número de lesiones que otro grupo de edad diferente. Woods et al (2002) han
encontrado una tendencia a que los jugadores mayores sufrieran menos lesiones, pero
no lo atribuyen a motivos fisiológicos, sino a que son deportistas más experimentados
y por tanto no sufren efectos importantes por el desentrenamiento y además están
más familiarizados con las demandas físicas y psíquicas necesarias en el fútbol (este
estudio está centrado fundamentalmente en la existencia de lesiones en pretemporada
y su comparación con el periodo competitivo).
Una tendencia parecida encuentra Inklaar (1994). En su trabajo compara
deportistas divididos en diferentes grupos de edad y en diferentes categorías
federativas. Nada más encuentra diferencias significativas cuando compara grupos de
categoría elevada, donde los grupos de 17-18 años tienen mayor riesgo de sufrir
lesiones. Uno de los puntos que encontraron, aún sin apreciarse una gran solidez es
que la prevalencia de lesiones parece ser más frecuente en equipos con jugadores
mayores y en equipos de mayor categoría (mayor número de lesiones contra más
profesionales son los jugadores).
Por el contrario, en el trabajo de Woods et al (2004), sí se ve una relación entre
una lesión concreta, la distensión de isquiotibiales, y el hecho que se produjera
fundamentalmente en jugadores de fútbol de entre 17 y 22 años en comparación a
jugadores mayores. En oposición a esto, Östenberg y Roos (2000) comentan mayor
incidencia de lesiones en las mujeres futbolistas de mayor edad.
1.3.15.- Sexo.
Es interesante tener en cuenta el sexo como un factor de riesgo con relación a la
existencia de lesiones asociadas al deporte. Östenberg y Roos (2000) comentan el
gran aumento de mujeres futbolistas registrado en la última década, y explican que,
aún siendo el número de lesiones parecido al existido en la población masculina,
parece ser que los patrones de lesión son diferentes. Así, estos autores explican la
existencia de un mayor riesgo de lesiones importantes de rodilla en el fútbol femenino.
Parece ser además que las mujeres, en comparación con los hombres
futbolistas, tienden a tener lesiones de rodilla en edades más jóvenes. La edad
promedio de las deportistas lesionadas del LCA es de 19 años, en comparación a los
23 años encontrados en futbolistas masculinos. Posiblemente existen factores
anatómicos relacionados con estos hechos, como son la amplitud de la pelvis, la forma
más esférica de los cóndilos femorales, una escotadura intercondilea más estrecha y
una mayor laxitud articular. Además, también se comentan factores relacionados con
el entrenamiento, como son la falta de control motor en las mujeres, fuerza muscular
insuficiente, posible desequilibrio entre la fuerza y movilidad de las extremidades
inferiores y un bajo nivel de resistencia aeróbica.
Rozzi et al (1999) comentan la elevada incidencia de lesiones en la rodilla de
deportistas femeninas en comparación a la que se producen entre los deportistas
masculinos. Este hecho es evidente cuando se comparan los patrones de lesión de la
rodilla de hombres y mujeres que participan en las ligas interuniversitarias de fútbol y
baloncesto. De las lesiones de rodilla a las que se refieren los autores, la que más se
produce es la rotura del LCA, con datos de entre 2 y 5 veces más en mujeres que en
hombres si nos referimos al fútbol, y de entre 2 y 8 veces más si hablamos de
baloncesto. Parece que existen diferentes factores de riesgo asociados al sexo para
que exista esta mayor incidencia, de las que destacamos las dimensiones de la epífisis
distal del fémur, la fuerza muscular, laxitud articular, propiocepción, equilibrio, modelos
de activación muscular y fatiga muscular.
Thacker et al (2003) realizan una revisión donde comentan la mayor incidencia
lesional del LCA en mujeres deportistas en comparación con los hombres. El
mecanismo de lesión es uno de los factores que facilita tal hecho. La tendencia de las
mujeres a realizar las actividades de forma más erecta, con las rodillas y las caderas
cercanas a la extensión en maniobras de cambios de dirección y de recepción, lleva a
un aumento de la actividad cuadricipital con relación a los isquiotibiales que puede ser
la causa de lesión del LCA.
Hewett et al (1999) comentan que las mujeres que participan en deportes que
involucran saltos y cambios de dirección tienen una incidencia lesional de entre 4 y 6
veces más que los hombres deportistas que realizan los mismos deportes. Es
interesante comentar que, si bien es cierto que diversos autores aluden a razones
anatómicas y fisiológicas en la mayor incidencia de lesiones del LCA en mujeres,
también hay algún trabajo, como es el caso de Haycock y Gillette (1976) (comentado
en Hewett et al, 1999) donde se relaciona la incidencia lesional al menor nivel de
entrenamiento y de dirección por parte del entrenador en el deporte femenino (aunque
hay que tener en cuenta que este trabajo es de hace casi treinta años). Pero, tal y
como comentábamos, frecuentemente se refieren motivos fisiológicos (por ejemplo la
mayor laxitud articular) y anatómicos (por ejemplo la estructura pélvica y el ángulo Q).
En línea con estos datos, también se ha hipotetizado que una ranura intercondilea
femoral más estrecha y una menor longitud del LCA puede predisponer a la mujer
deportista a tener mayor número de lesiones.
1.3.16.- Categoría federativa de los deportistas.
Inklaar (1994) explica que la categoría federativa de los jugadores era un factor
importante en la existencia de lesiones. Esto se refiere a que los deportistas, en este
caso futbolistas, que jugaban en categorías superiores estaban más expuestos a sufrir
acciones lesionales, al igual que encontraron Björdal et al (1997).
El trabajo de Inklaar et al (1996) muestra también (tablas 9 y 10) que el nivel de
juego era el factor más importante en la predicción de riesgo de lesiones. A un elevado
nivel de competición el riesgo de lesión durante un partido es el doble que a un nivel
inferior.
Woods et al (2004) contabilizaron mayor cantidad de lesiones isquiotibiales en
los futbolistas que jugaban en la Premier League (28% de lesiones) en comparación a
categorías inferiores (24% en la división 1, 26% en la división 2 y 22% en la división 3),
aunque no parecen datos con grandes diferencias.
Por el contrario, Peterson et al (2000) explican que, de los datos que recogieron
de futbolistas, los que tenían menor nivel de categoría tuvieron mayor incidencia
lesional en cuanto a relaciones severas se refiere. Pero la incidencia de lesiones leves
y moderadas no mostraba diferencias entre las categorías de los jugadores. Parece
Tabla 9.- Localización de las lesiones según grupos de edad y nivel de juego; * marca bajo nivel de juego, y ** significa elevado nivel de juego (Inklaar et al, 1996).
Tabla 10.- Naturaleza de las lesiones según la edad y el nivel de juego; * marca bajo nivel de juego, y ** marca elevado nivel de juego (Inklaar et al, 1996).
ser que los de mayor categoría están mejor entrenados para responder a las
demandas de juego en comparación a los jugadores de menor nivel. Así, una mejor
preparación física, acompañada de un trabajo de la técnica y la táctica, puede permitir
una reducción en el número de lesiones durante la competición.
1.3.17.- Extremidad dominante – no dominante.
Woods et al (2003) han comparado, entre otros aspectos, si las lesiones se
producían mayoritariamente en la extremidad dominante o no dominante. No parece
que haya indicios importantes de grandes diferencias entre las extremidades en
cuanto a incidencia lesional. Si bien en este trabajo los autores comentan que existen
más lesiones en la extremidad dominante, parece ser que esto es debido a que dicha
extremidad es la que más se involucra en las acciones de juego.
El resultado de lesiones musculares en el trabajo de Östenberg y Roos (2000) no
mostró diferencias en la incidencia lesional entre la extremidad dominante y no
dominante.
Woods et al (2004), en su estudio sobre las lesiones isquiotibiales en futbolistas,
tampoco encontraron ninguna diferencia entre la extremidad dominante y no
dominante (53% y 45% respectivamente).
1.3.18.- Etnia del deportista.
Woods et al (2004) explican que los jugadores de fútbol de origen negro tienen mayor riesgo de lesiones isquiotibiales en comparación a los futbolistas blancos. Los autores explican que no encuentran otros trabajos con comparaciones de lesiones entre razas en cuanto a lesiones isquiotibiales. De todas maneras, el trabajo de Verrall et al (2001) en fútbol australiano, mostró que los jugadores de origen aborigen tenían mayor riesgo de lesiones de musculatura isquiotibial. Estos autores intentaban argumentar este hecho diciendo que, debido a que eran los jugadores más rápidos, habilidosos y “agresivos”, es posible que tuvieran mayor porcentaje de fibras rápidas, hecho que les podía predisponer a mayor riesgo de lesión.
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