Primera Carta PastoralA todos los miembros de la comunidad
católica
de la Arquidiócesis de La Plata:
Queridos hermanos, queridas hermanas que se empeñan en seguir a
Jesucristo y desean
ser fieles al llamado que brota de su Bautismo, me dirijo a ustedes
para exponer, de una
manera más detallada, la propuesta que resumí en un breve envío
anterior. De paso,
quiero agradecer de corazón la buena acogida que ya tuvo esta
propuesta en muchos de
ustedes, porque supe que comenzaron a trabajar sobre ella.1
Una Iglesia que camina y trabaja en comunión
La propuesta es ante todo caminar juntos (obispos, sacerdotes,
religiosos, religiosas,
diáconos y todos los fieles laicos) para alcanzar una mayor
comunión. Jesús atribuyó a
la comunión entre nosotros una peculiar fuerza misionera cuando
pidió que seamos uno
“para que el mundo crea” (Jn 17, 21). Esto debe hacerse visible
también en nuestra
actividad evangelizadora. Porque podemos amarnos como hermanos,
respetarnos, pero
al mismo tiempo caminar cada uno para su lado.
El objetivo de la “comunión pastoral” no se logra sólo cumpliendo
algunas normas
comunes. Debe expresarse también en un espíritu que nos anime a
todos con algunos
objetivos compartidos.
Tenemos que caminar juntos para lograrlo, y eso exige que todos
aporten algo, porque
sólo será amado por todos aquello que ha sido construido por todos.
El “caminar juntos”
es lo que se llama sinodalidad, y “es el camino que Dios espera de
la Iglesia del tercer
milenio”.2 San Juan Crisóstomo decía que en definitiva la palabra
Iglesia es el “nombre
que indica caminar juntos”.3 Esto exige procurar la participación
de todos,
escuchándonos unos a otros.
Pero supone que seamos capaces de “sentirnos Iglesia” y de “sentir
con la Iglesia”. Es
un “sentir, experimentar y percibir en armonía con la Iglesia” que
“une a todos los
1 Siglas de esta carta: RM (Redemptoris missio); NMI (Novo
millennio ineunte); EG (Evangelii gaudium);
GE (Gaudete et exsultate). 2 Francisco, Discurso en la
Conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de
los
Obispos (17 de octubre de 2015): AAS 107 (2015) 1139. 3 κκλεσα
συνδου στν νομα: San Juan Crisóstomo, Exp. in Psalm., 149, 1: PG
55, 493.
2
miembros del Pueblo de Dios en su peregrinación” y es “la clave de
su caminar
juntos”.4 Es el gozo de formar, unidos, la Iglesia de Cristo.
Cabe recordar que, ya en los primeros tiempos de la Iglesia, cuando
se planteaban
cuestiones importantes, todos participaban para llegar a una
decisión. Es lo que
encontramos en los Hechos de los Apóstoles, cuando cuentan lo que
ocurrió en el
llamado “Sínodo de Jerusalén”. Allí había que tomar una decisión
importante, y
entonces se planteó el asunto a toda la comunidad cristiana de
Jerusalén (cf. Hch 15,
12).5 Pero al final la decisión no fue tomada sólo por los
apóstoles, sino que “decidieron
los apóstoles y los ancianos, junto con toda la comunidad” (Hch 15,
22).6 Cada uno
participa a su modo: no todos son autoridad pero todos aportan con
humildad y
generosidad, comparten sus opiniones, se escuchan, se iluminan, se
cuestionan,
aprenden unos de otros.
San Cipriano de Cartago explicaba que en una Diócesis nada se hace
sin el Obispo
(nihil sine episcopo), pero que tampoco debería hacerse sin el
consejo de los presbíteros
y diáconos y sin el consentimiento del pueblo (nihil sine consilio
vestro et sine consensu
plebis).7 La Comisión Teológica Internacional explica que esto era
una praxis común no
sólo en la antigüedad sino también en la Edad Media: “La práctica
de consultar a los
fieles no es nueva en la vida de la Iglesia. En la Iglesia de la
Edad Media se utilizaba un
principio del derecho romano: Quod omnes tangit, ab omibus tractari
et approbari
debet (es decir: lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado
por todos)”.8
San Juan Pablo II nos insistía que la Iglesia debe ser “la casa y
la escuela de la
comunión” (NMI 43), pero esto debe ser vivido no sólo de una manera
interior, ni
tampoco de una forma estática, sino en el dinamismo del caminar, en
el trabajo
apostólico, en la lucha por entregarnos al Señor y cumplir su
misión. La casa y la
escuela se convierten así en la carpa del peregrino, que llevamos
juntos a cada rincón de
la Arquidiócesis de manera que en todas partes resuene el
Evangelio.
Por esta razón, para las tareas importantes de la pastoral
diocesana, he preferido no
designar sólo un sacerdote a cargo de cada una de ellas, sino
equipos de sacerdotes que
a su vez deben convocar a otros miembros del Pueblo de Dios. Del
mismo modo, quise
confiar a un equipo de sacerdotes solidarios el nuevo “Santuario de
María y todos los
Santos”. Pero ahora propongo algo más: que elaboremos juntos un
sencillo plan
pastoral para la Arquidiócesis, de manera que se exprese esa
comunión evangelizadora
a la que el Señor nos está llamando. Así llegará a notarse de un
modo más bello y
luminoso que trabajamos juntos y que, con nuestras diferencias y
con nuestros matices,
todos caminamos hacia el mismo lado.
A ese plan pastoral arquidiocesano tendremos que ponerle “carne”
entre todos, a partir
de las grandes líneas del Papa Francisco. Para ello hace falta
crear espacios de
conversación e intercambio. Pero tengamos en cuenta que “el diálogo
sinodal implica
valor tanto en el hablar como en el escuchar. No se trata de
trabarse en un debate en el
que un interlocutor intenta imponerse sobre los otros o de refutar
sus posiciones con
4 Comisión Teológica Internacional, El “sensus fidei” en la vida de
la Iglesia (2014), n. 90. 5 πν τ πλϑος. 6 τος ποστλοις κα τος
πρεσβυτροις σν λ τ κκλησα. 7 San Cipriano, Epistula 14, 4 (CSEL
III, 2; p. 512). 8 Comisión Teológica Internacional, El “sensus
fidei” en la vida de la Iglesia (2014), n. 122.
3
argumentos contundentes, sino de expresar con respeto algo que, en
conciencia, se
percibe que ha sido sugerido por el Espíritu Santo como
útil”.9
Nuestro punto de partida: la escucha de la propuesta de
Francisco
Para elaborar este plan pastoral, comenzamos con una actitud de
receptividad y escucha,
acogiendo tres grandes líneas que el Papa Francisco nos presenta
sobre todo en
Evangelii gaudium. Porque él mismo ha dicho que lo que propone allí
posee “un sentido
programático”, tiene “consecuencias importantes” y nos exige “poner
los medios
necesarios” (EG 25). Es decir, no es una mera sugerencia.
No obstante, la propuesta del Papa es suficientemente abierta y
general como para que
cada Diócesis pueda aplicarla a su manera. Eso nos da un amplio
margen de
participación y de creatividad. Para ello, procuré resumir la
propuesta de Francisco en
las tres grandes líneas que son más generales y que dejan mayor
lugar a nuestro trabajo
de elaboración comunitaria y de concretización local.
A partir de la propuesta “programática” del Santo Padre en
Evangelii gaudium,
enriquecida en Gaudete et exsultate, la Arquidiócesis iniciará un
proceso participativo
que podemos llamar “camino sinodal”, en orden a establecer una
serie de estrategias y
acciones en las que todos nos comprometeremos, cada uno a su modo.
Esto permitirá
constituir una “pastoral orgánica”, o mejor dicho, una “comunión
evangelizadora” de
toda la Arquidiócesis.
Asumiremos tres grandes líneas del programa del Papa Francisco, que
necesitamos entre
todos “aterrizar” y encarnar, en orden a establecer cauces
concretos que nos permitan
aplicarlas en todas nuestras instituciones eclesiales y en todas
nuestras tareas. El trabajo
consistirá entonces en lograr que en distintos momentos de
encuentro en las parroquias,
movimientos, áreas pastorales, reuniones del clero, asambleas, y en
todas las instancias
importantes, podamos reflexionar juntos acerca de los caminos
posibles para aplicar
eficazmente estas grandes líneas.
Las preguntas básicas que deberemos responder son: ¿cuáles son las
mejores
estrategias para encarnar estas líneas?, ¿qué acciones precisas
serían
recomendables?, ¿con qué agentes?, ¿qué lugares y momentos pueden
ser más
propicios para avanzar en estas líneas?, ¿qué experiencias
necesitamos suscitar para
que podamos vivirlas y ayudar a vivirlas?, ¿qué procesos podríamos
desatar?
A continuación me detendré en esta carta a explicar brevemente cada
una de las tres
líneas, retomando varios párrafos del Santo Padre, y en cartas
posteriores procuraré que
las profundicemos todavía más.
9 Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en
la misión de la Iglesia (2018), n. 111.
4
En misión permanente, saliendo a llevar el gran anuncio
San Juan Pablo II nos dijo con contundencia que el anuncio a los
que están alejados de
Cristo es “la tarea primordial de la Iglesia” (RM 34) y “el mayor
desafío para la Iglesia”
(RM 40). Por eso “la causa misionera debe ser la primera” (RM
86).
Francisco nos explica que estos “alejados” no son sólo a los que no
conocen a Cristo o
siempre lo han rechazado, sino también: quienes no viven las
exigencias del Bautismo,
quienes no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia o quienes ya
no experimentan el
consuelo de la fe (cf. EG 14).
Pero nos ha pedido que esta tarea misionera no se reduzca a una
misión en el verano o
en algunos momentos durante el año, sino que sea permanente, porque
“se trata de
llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los
más cercanos como a
los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar
en medio de una
conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita
un hogar” (EG
127). Esto exige la constante actitud de tomar la iniciativa sin
esperar que se den todas
las condiciones. La Iglesia “sabe adelantarse, tomar la iniciativa
sin miedo, salir al
encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los
caminos para invitar a los
excluidos... ¡Atrevámonos un poco más a primerear!” (EG 24).
Esta misión no se entretiene en un conjunto de temas doctrinales o
morales, sino que va
al corazón del Evangelio, comunica “el anuncio fundamental: el amor
personal de Dios
que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo
su salvación y su
amistad” (EG 128). Tenemos que llevar a cada uno este kerygma, con
palabras que
seduzcan su intimidad: “Dios te quiere, sos obra de su amor. Jesús
se entregó por vos
con los brazos abiertos en la cruz. Él está vivo, y podés intentar
conversar con él, dejar
tu vida en sus manos, podés recibir su fuerza para seguir adelante.
Yo lo hice, y aunque
tengo muchas cosas que cambiar, él me ayuda a vivir y a
luchar”.
Hoy somos objeto de burlas y desprecios por algunas de nuestras
convicciones, y esto se
ha agudizado en los debates sobre el aborto. Nuestra voz es
acallada y ridiculizada en
los medios y en muchos ambientes. Las reivindicaciones, en parte
falsas y en parte
legítimas de quienes se oponen a nuestras convicciones, han logrado
convencer a
muchos jóvenes que, aunque equivocados, adhieren de buena fe a esas
posturas. Eso nos
molesta con razón. Pero en este contexto, corremos el riesgo de
caer en enfrentamientos
que terminen creando una grieta cada vez mayor entre nosotros y
millones de personas.
Así, ellos pueden quedar alejados para siempre de Cristo y de la
Iglesia. No sería buen
negocio y sin quererlo convertiríamos el cristianismo sólo en una
ética.
Por eso, aun a las personas que no piensen en todo como nosotros,
tenemos que
acercarles con afecto el primer anuncio (el kerygma), darles
testimonio del amor de
Dios y ayudarles a experimentar la presencia de Cristo vivo que
invita a su amistad. Y
para hacerlo no podemos ponerles como condición previa que acepten
la totalidad de las
enseñanzas de la Iglesia. Después podrán crecer en una comprensión
plena del
Evangelio, pero no podemos negarles el anuncio misionero. Una y
otra vez nos
conviene recordar lo que enseñaba Benedicto XVI: “No se comienza a
ser cristiano por
5
una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva” (DCE 1).
Esto requiere que nosotros mismos revivamos constantemente la
experiencia del
anuncio fundamental: “No se puede perseverar en una evangelización
fervorosa si uno
no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo
haber conocido a
Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a
tientas, no es lo
mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder
contemplarlo,
adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo
tratar de construir el
mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón” (EG
266).
Pero entrar en una misión permanente exige reformar nuestras
estructuras de parroquias,
movimientos e instituciones para que se dé lugar a una dinámica más
misionera. Por
ejemplo, para que la Parroquia “realmente esté en contacto con los
hogares y con la vida
del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de
la gente o en un
grupo de selectos que se miran a sí mismos” (EG 28).
Para crear una dinámica misionera intensa que pueda llegar a todos
los rincones con el
anuncio fundamental, es necesario que seamos audaces y que animemos
a todos a ser
misioneros sin pretender que estén bien formados: “Si uno de verdad
ha hecho una
experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo
de preparación
para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos
o largas
instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se
ha encontrado con el
amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).
Una vez provocada en otros la experiencia de encuentro con el amor
del Padre y con
Cristo vivo, ellos también son “llamados a ofrecer a los demás el
testimonio explícito
del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras
imperfecciones nos ofrece su
cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida.
Tu corazón sabe que
no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto,
eso que te ayuda a vivir
y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los
otros” (EG 121).
Pero es importante hacer el anuncio con enorme respeto, humildad y
cariño, tratando de
comprender la sensibilidad de cada persona, evitando entrar en
conflictos y discusiones
innecesarias, y buscando o creando las palabras, los símbolos y los
testimonios
adecuados para poder tocar el corazón de cada uno: “No hay que
pensar que el anuncio
evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas
aprendidas, o con
palabras precisas que expresen un contenido absolutamente
invariable. Se transmite de
formas tan diversas que sería imposible describirlas o
catalogarlas” (EG 129).
Hace falta creatividad y audacia, atrevernos a imaginar con
libertad para lograr que
llegue a todos el anuncio del amor de Dios y de Cristo muerto y
resucitado que quiere
entrar en amistad con cada uno y caminar con él. Francisco nos da
permiso para cambiar
todo lo que haya que cambiar, para inventar “con generosidad y
valentía” y además “sin
prohibiciones ni miedos” (EG 33). No quedan excusas para la
comodidad y la modorra.
*** La pregunta es: ¿De qué formas concretas podremos ponernos en
misión permanente para llegar a todos con el primer anuncio,
provocando experiencias de fe?
6
Como Cristo, con los pobres y abandonados
“Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el
bien de los demás,
deseando la felicidad de los otros” (EG 272). Eso nos lleva a
preguntarnos cómo está
nuestra preocupación por los más desamparados y desprovistos. Sin
esa empatía ante el
sufrimiento y las necesidades de los abandonados y desechados no
habrá una auténtica
generosidad misionera. Porque para ser misioneros no basta el amor
a Jesucristo, sino
que se requiere que amemos a los otros y anhelemos su bien. Es ese
“gusto espiritual de
ser pueblo” o “de estar cerca de la vida de la gente” (EG 268) del
que habla Francisco
como nota ineludible de una genuina espiritualidad misionera.
Por otro lado, el anuncio misionero básico no es la propuesta de un
encuentro individual
con Jesucristo que nos lleva a evadirnos de los demás. Al
contrario, por su propia
naturaleza, ese anuncio nos inserta en el corazón de un pueblo y
nos orienta al bien de
los hermanos, porque nos invita a prolongar en nuestra vidas la
generosidad de la
Trinidad: “El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en
el corazón mismo
del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los
otros. El contenido del
primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es
la caridad” (EG
177).
Al mismo tiempo, esto no se reduce a la asistencia ni a la
promoción social. También
nuestro deseo de llevar el consuelo de Dios y el alimento
espiritual, debería privilegiar a
los más pobres. De otro modo, irán a buscarlo a los otros cultos y
escucharemos un duro
reproche: “Lo que la Iglesia católica no me anunció, lo recibí de
los evangélicos”. El
banquete del Evangelio debe ser ofrecido especialmente a ellos. Lo
dice tan claro Jesús:
“Cuando des un banquete no invites a tus amigos, ni a tus
parientes, o a los vecinos
ricos… Invita a los pobres, a los cojos, a los paralíticos, a los
ciegos… que no te pueden
retribuir” (Lc 14, 12-14).
Nosotros podemos mediar para auxiliar a los más necesitados en sus
dificultades, y es
necesario que nos organicemos para ofrecerles una ayuda más
eficiente que los
promueva. No siempre podremos resolver sus problemas, que nos
superan por todas
partes. Pero lo que siempre estamos llamados a hacer es estar
cerca, y lo que nunca nos
debemos permitir es privarlos del anuncio de Jesucristo y de la
atención espiritual con la
excusa de que tenemos otras cosas de que ocuparnos.
Esta preferencia por ellos no parece ser una opción pragmática y
eficiente. Parecería
más efectivo dedicarse ante todo a las élites que tienen poder para
incidir en los
mecanismos de decisión. Por eso no se trata de una opción
pragmática sino, en el fondo,
de una cuestión de fe: “Lo que hicieron a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a
mí me lo hicieron” (Mt 25, 40). Cumplir con este mandato es fuente
de otra forma
misteriosa de eficiencia, porque nos sitúa de un modo más directo
en el canal de la
bendición divina: “Cuando vivimos la mística de acercarnos a los
demás y de buscar su
bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos
regalos del Señor” (EG
272). Ya lo anunciaba bellamente el profeta:
7
“Que compartas tu pan con el hambriento y albergues a los pobres
sin techo, que
cubras al que vean desnudo y no te desentiendas de ese que es tu
propia carne.
Entonces brillará tu luz como la aurora y rápidamente se curará tu
herida, delante de ti
avanzará la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor” (Is
58, 7-8).
En tiempos de nuevas y sutiles formas de persecución, y al mismo
tiempo de dolor y de
humillación por los propios errores y pecados en la Iglesia, es
hora de volver a la fuente
para ser más plenamente nosotros mismos. En este regreso a lo
esencial estamos
llamados a vivir y manifestar ante todo el amor a Jesucristo y el
amor al prójimo,
especialmente a los últimos y más abandonados.
Esta cercanía a los que la sociedad desecha, tuvo siempre una
fuerza muy significativa
de la belleza de la Iglesia. Estando cerca de los últimos la
Iglesia se mostró como un
testimonio elocuente en todas las épocas de la historia, a pesar de
sus miserias. Sucedía
ya en la Iglesia primitiva, cuando los Apóstoles de Jerusalén le
pedían a Pablo que no se
olvidara de los pobres (cf. Ga 2, 10). Y Pablo no lo tomó como una
mera sugerencia
sino que decía: “De hecho es lo que siempre traté de hacer con
esmero” (Ga 2, 10).
Lo fue también en la época de los Padres de la Iglesia, que tenían
sólidas convicciones
para hacer esta opción. Basta recordar dos párrafos claros y
conmovedores:
“Lo que das al necesitado es una ganancia para ti mismo. Mientras
se reduce tu
capital, en realidad crece tu provecho. El pan que das a los pobres
se convierte en tu
alimento. Porque quien siente compasión por el necesitado se
cultiva a sí mismo. La
misericordia se siembra en la tierra pero germina en el cielo, se
planta en el pobre pero
se multiplica en Dios” (San Ambrosio).10
“No consientas que sean otros quienes socorran a los semejantes y
que lleguen antes al
tesoro que se custodiaba para ti. Abraza al afligido como si fuese
oro. Aprieta entre tus
brazos al enfermo como si sólo de él dependiera tu salvación […]
Los pobres son los
dispensadores de los bienes que esperamos, son los porteros del
Reino de los cielos”
(San Gregorio de Niza).11
Lo mismo sucedía en la Edad Media:
“El Dios omnipotente no te llama a la limosna porque a él le falten
medios para nutrir
a los pobres, sino que él coloca delante de ti a los pobres para
darte la ocasión de
redimirte por tus pecados” (San Pedro Damián).12
“Los hermanos deben alegrarse cuando puedan mezclarse con gente de
baja condición
y despreciada, entre los pobres y débiles, entre los enfermos y
leprosos” (San
Francisco de Asís).13
10 Nabot: PL 14, 765ss. 11 Oración sobre el amor por los pobres: PG
46, 455-468. 12 Carta 10 a un doctor de la ley: PL 144, 484. 13
Primera Regla, 9.
8
“Conviértete en acreedor de Cristo, obligándolo a pagarte con
interés. Extiende al
pobre tu mano seca y paralizada por la avaricia, y la limosna te
devolverá el vigor”
(San Antonio de Padua).14
También en la Modernidad:
“Para Dios es un honor que entremos en sus sentimientos más
íntimos, que hagamos lo
que él hizo y realicemos lo que él ordenó. Pues bien, sus
sentimientos más íntimos
fueron los de preocuparse por los pobres para amarlos, consolarlos,
socorrerlos. En
ellos depositaba todo su afecto […] Entonces, ¿qué amor podemos
tener hacia él si no
amamos lo que él amó? No existe diferencia alguna entre amarlo a él
y amar a los
pobres como él. Servir bien a los pobres significa servirlo a él”
(San Vicente de Paul).15
A esto lo encarna cada uno a su modo. De hecho, de formas diversas
lo vivieron san
Francisco de Asís, san Felipe Neri, san Juan Bosco, el beato Carlos
de Foucauld, el
santo Cura Brochero, santa Teresa de Calcuta, el beato Óscar Romero
o la beata
Ludovica.
¿Qué excusa queda para decir que esto no nos toca? ¿Diremos que nos
preocupa más la
pureza doctrinal, o la defensa de los grandes principios morales?
Al respecto, un
documento escrito bajo la conducción del cardenal Ratzinger decía
lo siguiente:
“A los defensores de la ortodoxia, se dirige a veces el reproche de
pasividad, de
indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de
injusticia
intolerables”.16
Con esta misma convicción el Papa Francisco nos ha planteado lo
siguiente:
“En el capítulo 25 del evangelio de Mateo (vv. 31-46), Jesús vuelve
a detenerse en una
de estas bienaventuranzas, la que declara felices a los
misericordiosos. Si buscamos
esa santidad que agrada a los ojos de Dios, en este texto hallamos
precisamente un
protocolo sobre el cual seremos juzgados: «Porque tuve hambre y me
disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme» (25,35-36)” (GE
95). “Ante la contundencia de estos pedidos de Jesús es mi deber
rogar a los cristianos
que los acepten y reciban con sincera apertura, «sine glossa», es
decir, sin comentario,
sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. El Señor nos
dejó bien claro que la
santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas
exigencias suyas” (GE 97).
*** Ahora, la pregunta que debemos responder entre todos es: ¿De
qué maneras concretas en esta Arquidiócesis de La Plata podremos
estar más presentes cerca de los pobres y de los últimos de la
sociedad?
14 Sermón del octavo domingo de Pentecostés. 15 Espiritualidad y
escritos, Madrid 1981, 539. 16 Congregación para la Doctrina de la
Fe, Libertatis nuntius, Roma 1984, XI, 18.
9
Creciendo juntos, para ser santos
Si bien uno puede ser misionero aunque sea imperfecto, es verdad
que “la misión es un
estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir
creciendo” (EG
121) y “el envío misionero del Señor incluye el llamado al
crecimiento” (EG 160).
Por otra parte, cuando hemos logrado despertar en alguien una
experiencia de
Jesucristo, ese mismo amor que nos movió a anunciarle el kerygma
nos impulsa a
buscar su crecimiento: “La evangelización también busca el
crecimiento, que implica
tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene
sobre ella. Cada ser
humano necesita más y más de Cristo y la evangelización no debería
consentir que
alguien se conforme con poco” (EG 160).
Pero a veces corremos el riesgo de pensar que ese crecimiento
significa dejar atrás el
primer anuncio para aprender otras verdades más “sólidas”. Sería un
grave error, porque
“nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más
sabio que ese
anuncio” (EG 165). Por lo tanto, “toda formación cristiana es ante
todo la
profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y
mejor” (EG 165).
Crecer es percibir, gozar y penetrar cada vez más en la experiencia
de encuentro con el
Señor que nos propone el kerygma. Ese mismo crecimiento es el que
nos lleva a desear
más y más su Palabra, el diálogo de la oración, la contemplación
serena y agradecida, la
unión con Cristo en la Eucaristía. Por esta razón, más que de
“formación” preferimos
hablar de “crecimiento”, sabiendo que lo que no crece se termina
debilitando y
muriendo.
La formación se entiende muchas veces sólo como formación
doctrinal, como
adquisición de “información religiosa”, como el estudio de
doctrinas y de normas
morales. Todo eso está incluido, pero el crecimiento supera todo
eso y se orienta
especialmente a crecer en la vida de las virtudes y ante todo a
desarrollar el amor al
prójimo como la expresión más perfecta de nuestro amor a
Dios:
“No sería correcto interpretar este llamado al crecimiento
exclusiva o prioritariamente
como una formación doctrinal. Se trata de «observar» lo que el
Señor nos ha indicado,
como respuesta a su amor, donde se destaca, junto con todas las
virtudes, aquel
mandamiento nuevo que es el primero, el más grande, el que mejor
nos identifica como
discípulos: «Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como
yo os he amado»
(Jn 15,12). Es evidente que cuando los autores del Nuevo Testamento
quieren reducir a
una última síntesis, a lo más esencial, el mensaje moral cristiano,
nos presentan la
exigencia ineludible del amor al prójimo” (EG 161).
En todo caso, si dictamos clases o cursos de formación doctrinal o
moral, tendremos
que asegurarnos de que terminen estimulando un crecimiento de la
caridad, generando
procesos de amor, como enseñaba un sabio Doctor de la
Iglesia:
“Este es el fruto de todo conocimiento […] que se realiza por la
caridad, en la cual
culmina toda la orientación de la Sagrada Escritura, y por
consiguiente toda
10
iluminación que descienda de lo alto. Sin la caridad cualquier
conocimiento es vano”
(San Buenaventura).17
Por eso, la otra palabra que es mucho más rica que “formación” es
“santificación”. El
Papa ha dedicado su exhortación Gaudete et exsultate a recordar con
fuerza el llamado a
crecer para ser santos:
“No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por
Dios. No tengas
miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te
hace menos humano,
porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia.
En el fondo, como
decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser
santos»” (GE 34).
Pero esto no significa que pretendamos llevar a las personas que
evangelizamos a una
perfección que todavía no están en condiciones de alcanzar, sino
que las estimulemos
con cariño, comprensión y paciencia a ir dando esos pasos pequeños
que sí pueden dar,
generando un proceso que las libere poco a poco de los males que
las dominan:
“Hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles
de crecimiento
de las personas que se van construyendo día a día […] Un pequeño
paso, en medio de
grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida
exteriormente
correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes
dificultades” (EG 44).
Un misionero no es un juez implacable que baja normas, sino un
hermano que,
consciente de sus propios límites, alienta y acompaña a dar ese
pasito posible que va
acercando al otro al proyecto que el Señor tiene para él: “Un
corazón misionero sabe de
esos límites […] No renuncia al bien posible, aunque corra el
riesgo de mancharse con
el barro del camino (EG 45). Porque “es preciso dar tiempo, con una
inmensa
paciencia” (EG 171). Nunca caigamos en el riesgo de espantar y
expulsar de la Iglesia a
las personas, de cerrar las puertas, de apagar la mecha que
humea.
Sin embargo, por el mismo amor que tenemos hacia el Señor, hacia
cada persona y
hacia la propia comunidad, intentaremos alentar a los hermanos a
ofrecerle un poco más
a Dios. Siempre les ayudaremos a descubrir que es posible dejar
entrar un poco más al
Señor en esos ámbitos de la propia vida donde él todavía podría
recibir más gloria:
“Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay
espacios que queden
excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir
creciendo y entregarle
algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las
dificultades más fuertes.
Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que
expulse ese miedo que nos
lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida.
El que lo pide todo
también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o
debilitar sino para
plenificar” (GE 175).
*** La pregunta es: ¿De qué maneras concretas podremos ofrecer
espacios de santificación y generar procesos de crecimiento, para
quienes ya acogieron el anuncio?
17 De reductione artium in Theol., 26.
11
Otras tareas
Cada uno seguirá en lo suyo, sea la pastoral de la salud, la
educación, la pastoral
carcelaria, el diálogo con la cultura, la defensa de la familia,
etc. Algunos de esos temas
se pueden conectar más fácilmente con alguna de estas tres líneas y
otros no. Pero no es
necesario que así sea. Podremos seguir ocupándonos también de esas
tareas, al mismo
tiempo que intentemos colaborar de alguna manera con estas tres
líneas comunes. De
todos modos, es posible intentar iluminar cualquier actividad
evangelizadora desde este
marco pastoral arquidiocesano.
Particularmente, es importante que en cualquier tarea podamos
reflejar el amor de
Jesucristo y el rostro de una Iglesia de puertas abiertas. Porque
ningún esfuerzo de
diálogo con el mundo, de transformación social, o de búsqueda de
nuevas metodologías
y de nuevos lenguajes tendrán verdadera fecundidad si no generamos
una dinámica
realmente misionera centrada en lo esencial, con un corazón cercano
a los últimos y con
un permanente dinamismo de santificación.
Pero, al elaborar nuestras propuestas, conviene que evitemos pensar
en el desarrollo de
áreas pastorales generales, por más importantes que sean (pastoral
familiar, pastoral
universitaria, pastoral de la vida, etc.). Ya que si queremos
“meter todo” lo que ya
hacemos dentro de estas líneas es posible que no demos un paso
adelante. Mejor
propongamos acciones y estrategias que permitan aplicar las tres
grandes líneas
provocando una nueva dinámica evangelizadora.
Más allá de estas aclaraciones, les pido que aporten con plena
libertad. Es mejor
equivocarse participando generosamente que aislarse y negarse a la
comunión.
¿Cómo trabajaremos y qué pasos daremos?
No es posible preverlo en detalle, porque no podemos olvidar que,
si confiamos en el
Espíritu Santo, él podrá rompernos los esquemas y orientarnos como
a él le parezca. No
obstante, es razonable pensar que los pasos podrán ser los
siguientes:
1) Trabajo comunitario sobre las tres líneas en parroquias, grupos,
comunidades,
instituciones y movimientos.
3) Elaboración de una síntesis.
4) Envío de la síntesis a toda la Arquidiócesis.
5) Trabajo de esa síntesis en asambleas.
6) Recepción de nuevas opiniones.
7) Lanzamiento del plan pastoral en un acto masivo.
Las propuestas de las parroquias, comunidades de religiosos
(varones), instituciones,
asociaciones laicales y movimientos se enviarán al Pbro. Jorge
González
(
[email protected]) y las de las religiosas
y sus instituciones
a la Hna. María Jesús (
[email protected]).
12
Ya hemos comenzado el camino. Me reuní en dos ocasiones con todos
los sacerdotes y
religiosos. En la segunda incluí también a los seminaristas. Luego
tuve dos reuniones
con todas las religiosas. Se envió una síntesis de las tres líneas
a toda la Arquidiócesis.
También las presenté en el encuentro de catequistas y en el
encuentro de docentes
católicos. En algunas parroquias que visité las he recordado. Sé
que varios párrocos han
realizado ya las primeras asambleas para trabajarlas y que algunos
movimientos
también se han puesto a pensar propuestas. Gracias.
Les pido que hagan lo posible por consultar a otros, aun a algunos
que puedan estar algo
alejados de la Iglesia, a todos los que puedan, de manera que el
resultado final pueda
estar lleno de riqueza y de sentido práctico. En octubre
recogeremos las propuestas y
elaboraremos la primera síntesis que luego se enviará a todos para
que las analicen
comunitariamente y hagan llegar su opinión o eventualmente eleven
nuevas propuestas.
No todo lo que se reciba será asumido textualmente, porque pueden
llegar muchas
propuestas parecidas y se procurará resumirlas de algún modo que
recoja el sentir
general. Pero todas las comunidades serán escuchadas.
Quiero agradecer la oración de quienes están ya acompañando este
camino con su
intercesión. Especialmente agradecemos a las hermanas
contemplativas, que alimentan
el fuego del amor misionero en la hoguera del Corazón de Cristo.
Les ruego que sigan
orando no sólo para que el Señor nos ilumine de manera que seamos
creativos y
eficaces para encontrar estrategias y acciones adecuadas, sino
también para que
podamos hacerlas carne en nuestros corazones. Al mismo tiempo, no
dejemos de pedir
que el Señor nos regale la valentía y las fuerzas para aplicarlas.
Esto redundará, sin
dudas, en bien de todos, y nos brindará una renovada alegría.
¡Gloria al Señor resucitado!