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« ¿ P U E D E S

B E B E R E S T E C R L I Z ?i n r i   J H . H o u in e n

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Títu lo or ig inal :  Can you drink the cup?  1996

Traducción: Emil io Ortega Sebast ián

Diseño de cubierta: Estudio SMPablo Núñez

© Ave Maria Press, Inc.Notre DameIN 46556USA

© PPC, Editorial y Distr ib uidora , S.A.

Enrique Jardiel Poncela, 428044 - Madrid

ISBN:  84-288-1418-XDepósito legal: M-18.654-1997Fotocomposición: Graf i l ia , S.L.Impreso en España /  Printed in Spaínimprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

En memoria deAdam John Arnett

17 de noviembre de 1961-13 de febrero de 1996

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A G R A D E C I M I E N T O S

Este l ibro fue escr i to durante los pr imeros mesesde mi año sabát ico , año que la comunidad de ElArca de Daybreak me ofreció para escr ib i r .

Estoy muy agradecido a todos los miembros dela comunidad, y , en espec ia l , a Nathan   Ball ,  su d i rector , y a la pastora espir i tual , Sue Mostel ler , por

todo lo que me an imaron y apoyaron duran te aquel los meses que pasé fuera del hogar.

Qu iero dar las g rac ias también a Peggy Mc-Donne l l ,  a su fami l ia y a sus amigos, quienes en memor ia de Murray McDonne l l , se o f rec ie ron a f inanciarme este l ibro.

Escribí  «¿Podéis beber este cáliz?»  durante mi estanc ia en casa de Hans y Margare t Kru igwagen, en

Oakvi l le , Ontar io, y en casa de Robert Joñas, Margaret Bul l i t t -Jonas y Sam, h i jo de ambos, en Water-t o w n ,  Massachuset ts . Su gran bondad y su generosa hosp i ta l idad me br indaron e l ambien te idea lpara ref lexionar y escr ib i r . Quiero d ir ig i r una palabra espec ia l de agradec imien to para la madre deMargare t Bu l l i t t -Jonas, Sarah Doer ing , que me o f re -

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ció su apartamento mientras e l la hacía un ret i ro budista de tres meses.

También estoy inmensamente agradec ido aKathy Chr ist ie por su ayuda competente y ef icazcomo secretar ia, y por su gran paciencia ante misnumerosas l lamadas «urgentes» y los « impor tan

tes» cambios de mis pensamientos. Su amistad espara mí un au tén t ico rega lo . Una pa labra de agradec imien to muy par t icu la r para Susan Brown, cuyaayuda para dar los ú l t imos retoques edi tor ia les fueuna bend ic ión inesperada, y para Wendy Greer , quehizo val iosas correcciones.

Finalmente quiero agradecer a mi edi tor , FrankCunn ingham, de Ave Mar ia Press, por su incansa

ble interés en mi or ig inal y su cuidado exquisi to enla forma de presentar el texto.Ded ico  «¿Podéis beber este cáliz?»  a Adam Ar -

nett , mi amigo y maestro, de quien hablo en estaspáginas. Adam murió e l 13 de febrero de 1996 justocuando acabé este l ibro. Espero y rezo por que suvida y su muerte sigan al imentando las vidas de todos los que le conocieron y le amaron tanto.

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Entonces, la madre de los Zebedeos se acercó aJesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle unfavor

Él le pregun tó:— ¿Qué quieres?Ella le contestó:— M a n d a que estos dos hijos míos se sienten uno

a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines.Jesús respondió:— No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa

de amargura que yo he de beber?

Ellos dijeron:—Sí, podemos.Jesús les respond ió:— Beberéis mi copa, pero sentarse a mí derecha

o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sinoque es para quienes lo ha reservado mi Padre.

(Mt 20,20-23)

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Prólogo

E L  C Á L I Z Y L A C O P A

Era el domingo 21 de ju l io de 1957. Bernard Al-f r ink , cardena l a rzob ispo de Ho landa, me impusolas manos sobre la cabeza, me revist ió de una casul la b lanca y me ofreció su cál iz dorado para quelo tocara con mis manos a tadas, pa lma con pa lma,

con una cinta de l ino. Luego, junto con otros  veint is iete candidatos más, fu i ordenado sacerdote enla catedral de Santa Catal ina, en Utrecht. Nunca olvidaré las profundas emociones que invadieron micorazón en aque l momento .

Desde que tenía seis años había sentido un grandeseo de ser sacerdote. Si exceptuamos algunasvele idades, que se centraron, sobre todo, en la idea

de ser capi tán de la mar ina, deslumhrado por e l aspecto de aquel los hombres con sus uni formes   b l an cos y azules y sus galones dorados desf i lando enla estación de nuestra ciudad, siempre soñé con laposib i l idad de decir misa, como lo hacía mi t ío Antón.

Mi abue la materna fue mi g ran apoyo. Av ispada

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mujer de negoc ios, había constru ido un gran a l macén en e l que mi madre t raba jaba unas horasl levando la contab i l idad y donde yo podía cor re r amis an cha s, ut i l izar los ascenso res l ibreme nte y ju gar a l escond i te con mi hermano menor . En cuantodescubr ió e l in ic io de mi vocac ión a l sacerdoc io ,mandó a l carp in te ro de l a lmacén que me constru yera un al tar a mi medida y le p id ió a su costureraque le h iciera las ropas eclesiást icas necesar iaspara que yo jugara a ser sacerdote . Cuando cumpl ílos ocho años, había conver t ido e l desván de nuest ra casa en una cap i l la de n iños, donde jugaba adecir misa, predicaba a mis padres y fami l iares, ydonde monté toda una je rarqu ía de ob ispos, sacer do tes,  d iáconos y monagu i l los en tre mis amigos.Mien tras tan to , mi abue la no só lo cont inuó rega lándome nuevas cosas para jugar a ser sacerdote ,como cá l ices y pa tenas, s ino que me in t rodu jo consuavidad en la vida de oración y animó mis re laciones personales con Jesús.

Cuando cumplí los doce años quise entrar en elseminar io menor , pero tan to mi padre como mi madre pensaron que era demasiado joven para abandonar e l hogar . «No estás p reparado para tomaruna decisión sobre e l sacerdocio», me hizo ref lexionar mi padre. «Es mejor que esperes hasta que   tengas dieciocho.» L legó 1944 y mis padres queríanque fuera a l ins t i tu to de nuestra c iudad, cercana aAm sterdam . La II Guer ra Mun d ia l había l legado aun punto cr í t ico, pero mis padres consiguieron

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mantenernos a mi hermano y a mí a le jados deaque l los hor ro res, e inc luso lograron que s igu ié ramos una v ida esco la r más que aceptab le , ten iendoen cuenta las c i rcunstanc ias. Después de la guer ranos fu imos a La Haya, donde terminé el Bachi l lerato.  Finalmente, en 1950 ingresé en el seminar io

para estudiar f i losofía y teología y para prepararmepara la o rdenac ión .En este 21 de jul io de 1957, cuando se hizo rea

l idad mi sueño tan la rgamente acar ic iado de sersacerdote , e ra un joven ingenuo de ve in t ic incoaños. Había l levado una vida muy protegida. Habíacrec ido como un ja rd ín muy cu idado y a is lado poruna buena val la. Era e l jardín de los cuidados de

mis padres; mis exper iencias eran todas inocentes,las de un chico de un grupo scout, de misa y comun ión d ia r ias , la rgas horas de estud io con pro fe -sores muy pacientes, y muchos años de una vidade seminar io, fe l iz pero a islada. Fruto de todo esofue un intenso amor a Jesús y un deseo inconteni 'b le de anunciar e l Evangel io a l mundo, pero yo noera p lenamente consciente de que no todos en es#

mundo me estaban esperando. So lamente había te 'n ido a lgunos contactos con pro testan tes, y s iempf 6

con mucho cu idado . Nunca me hab ía encon t rad 0

con personas no creyentes, y, c ier tamente, no tení^ni idea sobre otras re l ig iones. Desconocía por  co^p le to a personas d ivorc iadas, y si había a lguno s s# 'cerdo tes que habían abandonado e l sacerdoc io ,  0

me mantenía a le jado de el los. ¡El mayor escanda 1^

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que había viv ido fue e l de un amigo que dejó e l seminar io

Ei jardín de mi juve ntu d segu ía siendo m uy hermoso y me o f recía unos dones inaprec iab les parael resto de mi vida: gozo espir i tual , una profundadevoción a Jesús y a María, un verdadero deseo deorar y un gran amor por la teología y la espir i tual i

d a d ;  un buen conoc imien to de las lenguas moder nas, un serio interés por la Escritura y ios primerosescr i tores cr ist ianos, un entusiasmo por la predicación y un fuerte sentido de mi vocación. Mi abuelamaterna , mis abue los pa ternos, mis padres, amigosy pro fesores, todos me an imaron a p ro fund izar enmi deseo de vivi r mi vida con Jesús para los demás.

Cuando el cardenal Al fr ink me entregó el cál iz,me sent í p reparado para empezar mi v ida como sacerdote. El gozo de aquel día sigue viviendo en mícomo un precioso recuerdo. El cál iz fue e l s igno deaque l gozo.

La mayoría de mis compañeros de clase se hicieron con cá l ices espec ia lmente fabr icados para su

ordenac ión . Yo fu i una excepc ión . Mi t ío Antón , quefue ordenado en 1922, me ofreció su cál iz como   s igno de su grat i tud a Dios por haber sido ordenadosacerdote un miembro de la fami l ia . El cál iz era hermoso, obra de un famoso or febre ho landés y ador nado con d iamantes de mi abue la . El p ie estaba decorado con un cruci f i jo en forma de árbol de la

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v ida ,  en e l que crecían unos racimos y hojas de parra que cubrían el p ie y la copa. Alrededor del cír cu lo de l p ie se habían grabado unas pa labras enlatín:  Ego sum vites, vos palmites,  que quiere decir«yo soy la vid, vosotros los sarmientos». Fue un precioso regalo y me emocionó recib ir lo. Recuerdo quele dije a mi tío: «¡Te he visto celebrar misa tantas

veces con este cál iz ¿Eres capaz de celebrar la conotro?».  Me sonr ió y contestó: «Quiero que lo tengastú .  Es un regalo de tu abuela, que murió demasiadopronto para haber te v is to conver t ido en sacerdote ,pero cuyo amor por su n ieto mayor está contigo eneste   día».  Y como seguía dudando de s i aceptar ono el cál iz, insist ió: «Tómalo, pero entrégaselo a lp róx imo miembro de nuestra fami l ia que sea orde

nado».El cál iz sigue en mi poder porque hasta e l mo

mento, nadie de mi fami l ia ha sido ordenado sacerdote. Lo guardo en la sacr istía de la capi l la deDayspr ing , en Toronto , donde ahora v ivo . A menudo lo enseño a mis amigos y vis i tantes. Pero hanpasado tantas cosas durante los tre inta y siete añosque siguieron a mi ordenación, que el cál iz de mi

tío,  una joya de orfebrería, ya no expresa lo que vivoen este momento. Ahora en las eucar istías empleounas grandes copas, hechas en Vermont por Si món Pierce, un gran art ista de la cr ista ler ía ar tesa-nal.  El precioso cál iz de oro, que solamente podíaser tocado y usado por un sacerdote, ha sido   remplazado por grandes copas de cr ista l en las que se

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puede ver e l v ino y de las que pueden beber muchas personas. Esas copas de cr is ta l hab lan de unanueva manera de ser sacerdote y de una nueva manera de ser persona. Hoy me siento contento ten iendo estas copas en el a l tar , pero sin e l cál iz deoro que me entregó mi t ío Antón hace cerca de cuarenta años, nunca habrían l legado a tener e l valor

que t ienen para mí.

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I n t r o d u c c i ó n

L A  P R E G U N T A

En este l ibro quiero contaros la h istor ia de lacopa. No se trata de mi h istor ia personal s ino de lahistoria de la vida.

Cuando Jesús pregunta a sus amigos Sant iago yJ u a n ,  los h i jos del Zebedeo: «¿Podéis beber la copade amargura que yo he de beber?» p lan tea unapregunta que apunta d i rectamente a l corazón de mi

sacerdoc io y de mi v ida como persona. Hace años,cuando manten ía en mis manos aque l p rec ioso cál iz, no me parecía d i f íc i l responder a esa pregunta.A mí, un sacerdote recién ordenado, l leno de ideasy de ideales, la vida me parecía r ica en promesas.¡Me sentía impaciente por beber la copa

Hoy, sentado frente a una mesa baja, rodeadopor hombres y mujeres con problemas mentales, y

por los que los at ienden, y ofreciéndoles las copasde vino, servido en cr ista l , la misma pregunta se haconvert ido en un desafío espir i tual . ¿Puedo, podemos beber la copa que bebió Jesús?

Todavía recuerdo el día, hace unos pocos años,cuando se leyó durante la eucar istía la h istor ia enla que Jesús susci ta esta pregunta. Eran las ocho y

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inedia de la mañana, y unos tre inta miembros de lacomunidad de Daybreak estaban reun idos en la pe-quena cap i l la de l só tano. De repente las pa labras«¿podé is beber la copa?» ta ladraron mis o ídoscomo la f lecha a f i lada de un cazador . Supe enaque l momento , como f ru to de una i luminac ión in ter ior , que hacernos esta pregunta en ser io podría

cambiar rad ica lmente nuestras v idas. Es la p regunta que t iene el poder de abr i r como una carga depro fund idad un corazón endurec ido y de ja r a l desnudo los tendones de la vida espir i tual .

«¿Puedes beber la copa? ¿Puedes bebería hastalos ú l t imos posos? ¿Eres capaz de saborear todaslas tr istezas y gozos? ¿Puedes vivir la vida en suplenitud, sea lo que sea lo que te reserve?» Me di

cuenta de que ése era e l sentido profundo de lapregunta .

Pero ¿por qué debemos beber esta copa? ¡Haytan to do lo r , tan ta angust ia , tan ta v io lenc ia ¿Porqué debemos beber la copa? ¿No sería mucho másfáci l v iv i r con normal idad nuestras vidas con un mínimo de sufr imiento y un máximo de placer?

Después de la lec tu ra , cog í espontáneamente

una de las grandes copas de cr ista l que se hal laban sobre la mesa frente a mí, y mirando a los queme rodeaban, a lgunos de los cua les apenas podíanandar, hablar , oír o ver, d i je : «¿Podemos sostener lacopa de la v ida en nuestras manos? ¿Podemos le vantar la para que los demás la vean, y podemosbebería hasta e l fondo?». Beber la copa es mucho

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más que t ragar su conten ido , cua lqu ie ra que éstesea,  lo mismo que part i r e l pan es mucho más queromper en trozos una hogaza. Beber la copa de lavida exige  mantenerla firmemen te entre nuestrasmanos, levantarla y bebería.  Es la ce lebrac ión completa de ser humano.

¿Podemos mantener nuestra vida, e levar la y be

bería,  como lo h izo Jesús? En algunos de los queme rodeaban se podía aprec ia r que eran consc ientes de lo que se les decía, pero en mí se dio un profundo conoc imien to de la verdad. La pregunta deJesús me había inspirado un nuevo lenguaje con elque hablar sobre mi vida y sobre las vidas de losque me rodeaban. Durante mucho t iempo, despuésde esta senci l la eucar istía de la mañana, seguí

oyendo la pregunta de Jesús: «¿Podéis beber lacopa de amargura que voy a beber?». Sólo e l hecho de dejar que la pregunta calara en mí me hizosenti r muy incómodo. Pero me di cuenta de que tenía que empezar a vivir con ella.

Este l ibro es fruto de haber lo hecho. Quiere  c o n seguir que la pregunta de Jesús atraviese nuestroscorazones para que así pueda nacer en el los una

respuesta personal . Seguiré los tres e lementos quesurg ie ron aque l la mañana en la cap i l la de Daybreak: tomar la copa, levantar la y bebería. El los mepermit i rán descubr i r los hor izontes espir i tuales quela pregunta de Jesús nos abre, e invi taros a los quevais a leer este l ibro a uniros a mí en este descubr imiento.

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TOMAR LA COPA

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T O M A R E N T R E L A S M A N O S

¡Antes de beber la copa, debemos coger la conambas manosTodavía me acuerdo de una comida fami l ia r hace

mucho t iempo en Ho landa. Nos habíamos reun idopara ce lebrar a lgo muy espec ia l , aunque he   olvidado s i se t ra taba de un cumpleaños, una boda oun an iversar io . Como todavía e ra pequeño, no mepermitían beber vino, ¡pero me sentía fascinado por

la forma en que los mayores lo bebían Una vez servido en las copas, mi t ío cogió la suya con sus dosmanos y la levantó a la a l tura de su cara. Luego,moviendo suavemente la copa y su conten ido , de jóque el aroma le inundara las fosas nasales, miró atodas las personas que estaban a la mesa, tomó unpequeño sorbo y d i jo: «Muy bueno... Un vino excelente... Dejadme ver la botella.... Debe ser de los

años c incuenta» .Se trataba de mi t ío Antón, e l hermano mayor de

mi madre , sacerdote , monseñor , una au tor idad enmuchas cosas, una de el las, en la cal idad de losvinos.  Siempre que t ío Antón par t ic ipaba en las comidas fami l ia res, hacía uno o dos comentar ios sobre el vino que se servía. Solía decir: «de mucho

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u i o r p o » ,  o «no es lo que yo esperaba», o «podríaser un poco más fuerte», o «excelente para e l asado» ,  o «bien, está b ien para e l pescado». Sus   crít icas no siempre agradaban a mi padre, que era e lque proveía la mesa de vino, pero nadie se atrevíaa contradec i r le . Cuando yo era todavía cas i unniño,  me intr igaba todo el r i tual que se vivía a lre

dedor del v ino. A menudo mis hermanos y yo le tomábamos el pelo a mi t ío d iciéndole: «Bueno, t íoAn tón ,  ¿puedes saber e l año en que ha sido e laborado este vino sin mirar la et iqueta? Eres un experto,  ¿verdad?».

Saqué una conc lus ión de todo aque l ceremonia l :beber vino es a lgo más que el hecho de beber. Tienes que saber qué t ipo de vino estás bebiendo y

debes poder hablar sobre é l . De la misma manera,no basta con vivi r la vida. Debemos saber io queestamos viviendo. Una vida sobre la que no ref lexionamos no vale la pena ser viv ida. Pertenece a laesenc ia de l ser humano contemplar nuestra p rop iavida,  pensar en el la, d iscut i r sobre e l la, evaluar la yformar nuestras propias opin iones sobre e l la. La mitad de la vida consiste en ref lexionar sobre lo que

estamos viviendo. ¿Es val iosa? ¿Es buena? ¿Es nueva? ¿Qué es en defin i t iva? El mayor gozo, lo mismoque el mayor dolor de viv i r , no sólo es una consecuencia de lo que vivimos, sino también e inclusomás, de lo que pensamos y sent imos sobre cómovivimos. Pobreza y r iqueza, éxi to o fracaso, bel lezao fealdad no son exactamente hechos de la vida.

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Son real idades, viv idas de manera di ferente por lasd is t in tas personas, depend iendo de l lugar en queson co locadas esas rea l idades en un esquema másampl io de cosas rea les o soñadas. Una persona pobre que ha comparado su pobreza con la r iquezade su vecino y p iensa en la enorme di ferencia que

se da entre los dos, v ive su pobreza de una maneramuy di ferente a la persona que no t iene al lado unvecino r ico y que nunca ha tenido la posib i l idad decomparar su rea l idad de pobre con la s i tuac ión deprivi legio del r ico. La reflexión es esencial para elcrecimiento, e l desarro l lo y e l cambio. Es e l únicopoder de la persona humana.

Sujetar f i rmemente con las manos la copa de la

vida signi f ica mirar con sentido cr í t ico lo que estamos viviendo. Esto exige un gran coraje, pues puede aterror izarnos lo que vamos a ver. Pueden surgirp reguntas para las que no tenemos respuestas.Pueden nacernos dudas sobre cosas de las que te n íamos una gran segur idad. El miedo puede estaragazapado y sa l ta rnos a la cara desde los r inconesmás insospechados de nuestra a lma. Nos t ien ta de

cirnos a nosotros mismos: «Vamos a viv i r senci l lamente la vida. Todo eso de pensar sobre e l la lo   ún i co que trae consigo es hacer la más di f íc i l» . Pero sabemos por intu ición que si no miramos la vida deuna manera cr í t i ca , perdemos v is ión y o r ien tac ión .Cuando bebemos la copa s in p r imero haber la   m a n ten ido en tre nuestras manos, podemos emborra-

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charnos e i r de un lado para otro sin d irección, s insentido.

Mantener f i rmemente entre las manos la copa dela vida es una discip l ina dura. Somos personas sed ien tas y nos gusta empezar a beber inmed ia ta mente. Pero necesi tamos frenar nuestro impulso de

beber , poner ambas manos a l rededor de la copa ypreguntarnos: «¿Qué se me da a beber? ¿Qué hayen mi copa? ¿Es algo que no entraña r iesgo? ¿Esbueno para mí? ¿Forta lecerá mi salud?».

Lo mismo que hay una cant idad incontab le devinos, hay una var iedad incalculable de vidas. Nohay dos v idas igua les. A menudo comparamosnuestra vida con la de los demás e intentamos des

ci frar s i son mejores o peores, pero esas comparaciones no nos si rven de mucho. Tenemos que vivi rnuestra propia vida, no la de otros. Tenemos quemantener f i rmemente en tre nuestras manos  nuestrapropia   cop a. Tenem os que atrevern os a decir : «Éstaes mi vida, la que se me ha dado, y ésta es la vidaque tengo que vivi r lo mejor que pueda. Mi vida esún ica .  Ningún otro viv i rá esta vida mía. Tengo mi

propia h istor ia, mi propia fami l ia , mi propio cuerpo,mi propio carácter, mis propios amigos, mi propiamanera de pensar, de hablar y de actuar. Sí, tengoque vivir mi propia vida. Nadie tiene ante sí el mismoreto que yo. Estoy solo, porque soy único. Muchaspersonas pueden ayudarme a viv i r mi vida, perodespués de que todo haya s ido d icho y hecho, ten-

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go que hacer mis p rop ias e lecc iones sobre cómovivir».

Es duro dec i rnos esto a nosotros mismos porquea l hacer lo nos en fren tamos a nuestra p rop ia so le d a d .  Pero, a l mismo t iempo, es nuestro reto maravi l loso porque l leva consigo el pr iv i legio de nuestra

un ic idad.Recuerdo en estos momentos la ext raord inar ia

escu l tu ra de Ph i l ip Sear de l ind ígena amer icano Pu-munangwet , en e l Fru i t lands Museums de Harvard ,Massachusetts. Está de pie, con su cuerpo escultu ra l desnudo y b ien erecto , ceñ ido con un paño del ino. Mantiene el arco con la mano izquierda, muypor enc ima de su cabeza, apuntando a l c ie lo . En su

mano derecha sigue vivo e l recuerdo de la f lechaque acaba de lanzar hacia las estre l las. Está   to ta l mente poseído de s í mismo, só l idamente asentadoen e l sue lo y abso lu tamente l ib re para apuntar mucho más al lá de sí mismo. Sabe quién es. Está orgul loso de ser e l guerrero sol i tar io, l lamado a cumpl i r una misión sagrada. Evidencia una act i tud dedominio de sí mismo.

Lo mismo que este guer rero , debemos mantenernuestra copa, ser to ta lmente consc ien tes de qu ié nes somos y de qué es lo que estamos l lamados av iv i r . ¡Luego, nosotros también podremos apuntar alas estrellas

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L A  C O P A D E L D O L O R

Cuando l legué por p r imera vez a la comunidadde El Arca de Daybreak, vi mucha tr isteza, muchodolor.

Me p id ie ron que cu idara a Adam, un joven deveint idós años que no podía hablar n i caminar solo,y que, a l menos aparentemente , no reconocía a nadie.  Encorvado, sufr ía ataques epi lépt icos casi adiar io y padecía frecuentes dolores intest inales.

Cuando me encontré con Adam por p r imera vez, medio miedo. Sus impresionantes l imi taciones f ís icasme hacían ver lo como un ser extraño a mí, un hombre al que quería evitar.

Al poco t iempo conocí también a su hermano Mi chael .  Aunque Michae l podía hab la r a lgo y andarsin ayuda de nadie, e incluso hacer por sí mismopequeños t raba jos, también era un hombre con

enormes de f ic ienc ias y neces i taba una a tenc iónconstan te duran te todo e l d ía . Adam y Michae l e ranlos únicos hijos de Jeanne y Rex.

Michael v iv ió en casa hasta que cumpl ió los  veint i c inco años y Adam hasta los d iec iocho. A Jeanney a Rex les habr ía gustado cont inuar cu idando asus hi jos en casa. Pero la edad les había incapa-

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ci tado fís icamente para poder hacer lo. Por eso selos conf ia ron a la comunidad de El Arca de Day-break, seguros de que éste sería un buen hogarpara e l los.

Me sent ía abso lu tamente abrumado a l pensar enel dolor de esta pequeña fami l ia . Cuatro personasdestrozadas por las angustias y e l sufr imiento, porel miedo a compl icaciones Inesperadas, por la Incapac idad de comunicarse c la ramente , por e l  sent im ien to de una gran responsab i l idad y por la   c o n vicción de que la vida, con el correr de los años, seles iba a hacer cada vez más difíci l .

Pero Adam, Michael y sus padres eran parte deun dolor aún mayor. Ahí está   Bill,  que por su d istrof ia muscu la r neces i ta un t ranqu i l i zan te card iaco ,

una máqu ina de resp i rac ión as is t ida duran te todala noche, y que v ive constan te men te a te r rado por e lmiedo a caerse. No t iene unos padres que le vis i ten.Jamás pud ie ron cu idar lo y los dos mur ie ron a unaedad más b ien temprana.

Está Tracy, comple tamente para l í t i co pero conuna mente br i l lan te , s iempre luchando para expresar sus sent imien tos y sus pensamientos. Y Susan-

ne ,  que no so lamente es d isminu ida psíqu ica s inoque además se s ien te a to rmentada por voces In te r iores que no puede dominar. Y Loretta, cuya disminución le causa la sensación de que nadie laquiere, n i su fami l ia n i sus amigos. Su búsqueda deafecto y a f i rmación la hunde en momentos de profunda desesperac ión y depres ión . Y David , Franc is ,

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Patr ick, Janice, Carol , Gordie, George, Patsy.. . Todos el los t ienen su copa l lena de sufr imiento.

A su alrededor hay hombres y mujeres de edadesdi ferentes, de d ist intos países y re l ig iones, que Intentan ayudar a estas personas malher idas. Peropronto descubren que esas personas a las que   cu i dan les revelan sus propias penas, menos visib les,

pero no por eso menos reales: fami l ias rotas, insat is facc iones sexua les, a l ienac ión esp i r i tua l , dudassobre la carrera profesional que deben seguir y, enla mayoría de el los, unas re laciones confusas consus mundos. Cuanto más mi ran sus prop ios pasados her idos y se enfrentan a sus futuros incier tos,tan to más consc ien tes se hacen de la can t idad dedolor que l lena sus vidas.

Y para mí las cosas no son demasiado di ferentes.Después de vivi r d iez años con personas con   def i ciencias mentales y con los que los cuidan, me hehecho pro fundamente consc ien te de que mi corazón es también un charco oscuro y suc io de do lo r .Hubo un momento en el que l legué a decir : «El añopróx imo tod o tendrá sent ido para mí» , o « cua ndomadure a lgo más, estos momentos de oscur idad in

te r io r desaparecerán», o « la edad hará que d ismi nuyan mis neces idades emociona les» . Pero ahorame he hecho per fectamente consc ien te de que missu fr imien tos son míos y de que no me abandonarán.  De hecho sé que son sufr imientos muy   ant i guos y muy pro fundos, y que no habrá su f ic ien tespensamientos pos i t i vos que los mi t iguen. La lucha

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ado lescente por encontra r a a lgu ien que me amarasigue presente en mí. Las necesidades insatisfechasde af i rmación como joven adul to siguen vivas en mí.La muerte de mi madre y de miembros de mi fami l iay amigos duran te estos ú l t imos años me producenun do lo r constan te . Además de todo esto , exper i mento una pena pro funda a l ser consc ien te de no

haber l legado a ser e l que había soñado, y de queel Dios a l que he orado tanto no me ha dado lo quemás he deseado.

¿Pero qué es nuestro do lo r en una pequeña comun idad de Canadá, comparado con e l do lo r de lac iudad ,  del país y del mundo? ¿Qué hay del dolorde las personas que carecen de hogar, que pidenl imosna en las cal les de Toronto; qué hay de los

jóvenes, e l los y e l las, que mueren de sida; qué hayde los mi les de personas que viven en las pr is iones,hospi ta les psiquiátr icos y en los centros para enfermos incurables? ¿Y qué hay de las fami l ias rotas,los parados, y de l número incontab le de d isminu i dos, hombres y mujeres, que no t ienen un si t io seguro ,  como Dayb reak?

Y cuando miro más al lá de las fronteras de mi

propia ciudad y país, e l cuadro de dolor se hacemás aterrador. Veo a n iños huérfanos de padre ymadre , abandonados en las ca l les de Sao Pau locomo manadas de lobos; veo a jóvenes, ch icos ychicas, vendidos para e jercer la prost i tución enBangkok; veo a los p r is ioneros de guer ra demacrados en la an t igua Yugoslav ia . Veo los cuerpos des-

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nudos de numerosas personas en Et iop ía , en Somal ia , vagabundeando en los des ie r tos. Veo   t a m bién mi l lones de caras sol i tar ias, hambrientas, a lola rgo y ancho de l mundo, y montones enormes depersonas ases inadas en guer ras crue les f ru to deconfl ictos étn icos. ¿De quién es esta copa? Es nuest ra copa, la copa de l su f r imien to humano. Para

cada uno de nosotros, nuestros su f r imien tos nos re sul tan profundamente personales. En real idad, nuestros sufr imientos son también universales.

Ahora miro a l varón de dolores. Está colgado deuna cruz con los brazos abier tos. Es Jesús, condenado por P on do P i la to , c ruc i f i cad o por so ldadosromanos y r id icu l izado tan to por los jud íos comopor los genti les. Pero se trata también de nosotros,

de toda la raza humana, personas de todos lost iempos y lugares, a r rancadas de la t ie r ra comoespectáculo de agonía para los o jos de todo eluniverso. Como di jo Jesús: «Y yo, una vez que seaelevado sobre la t ierra, atraeré a todos a mí»(Jn 12,32). Jesús, e l varón de dolores, y nosotros,hombres y mujeres de dolores, como él , estamoscolgados ahí, entre e l c ie lo y la t ierra, gr i tando:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

«Podé is beber la copa de amargura que yo he debeber?»,  preguntó Jesús a sus amigos. El los respondieron que sí. Pero no tenían idea de la cargade su fr imien to que con l levaba una respuesta a f i r mativa. La copa de Jesús es la copa del sufr imiento,

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no solamente de sus propios sufr imientos sino delos de toda la humanidad. Es una copa l lena de angustias f ís icas, mentales y espir i tuales. Es la copadel hambre, la tor tura, la soledad, e l rechazo, e labandono y la angust ia inmensa. Es la copa l lenade amargura. ¿Quién quiere bebería? Es la copa dela que habla Isaías cuando dice: «Tú que has be

bido de la mano del Señor la copa de su i ra, y hasapurado hasta las heces el vaso del vért igo»(Is 51,17), y que el segundo ángel en e l Apocal ipsisl lama «el v ino de la desenfrenada lu jur ia» (14,8) queBab i lon ia da a beber a todo e l mundo.

Cuando le l legó a Jesús el momento de beber lac o p a ,  di jo: «Siento una tr isteza mortal» (Mt 26,38).Su agonía fue tan intensa que «le entró un sudor

que chor reaba hasta e l sue lo , como s i fueran go tasde sangre» (Le 22,44). Sus amigos ínt imos, Santiago y Juan, a los que preguntó si podían beber lacopa de amargura que él Iba a beber, estaban al l ícon é l , pero p ro fundamente dormidos, incapaces depermanecer despier tos con él en su dolor . En su inmensa soledad, cayó rostro en t ierra y gr i tó: «Padremío,  si es posib le, que pase de mí esta copa de

amargura» (Mt 26,39). Jesús no podía enfrentarse aella.  Era un fa rdo insopor tab le de su f r imien to . Demas iado do lo r pa ra aguan ta r l o , demas iado   sufr i miento para abrazar lo , demasiada agonía para pasar por e l la. Sint ió que no podía beber aquel la copal lena de amargura hasta e l borde .

¿Por qué pudo seguir d ic iendo sí? Me siento in-

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capaz de responder adecuadamente a esta p regunta .  Lo único que puedo decir es que más al lá delabandono to ta l que v iv ía f ís ica y esp i r i tua lmente ,Jesús mantenía un vínculo espir i tual con aquél a lque l lamaba Abba. Conf iaba más a l lá de la t ra ic ión ,vivía una entrega por encima de la desesperación,un amor más al lá de todos los miedos. Esta int imi

dad que superaba toda In t imidad humana pos ib i l i tóa Jesús que pasara de él e l cál iz a l convert i r lo enuna oración dir ig ida a quien le había l lamado «miamado». Aún v iv iendo esa angust ia con supremain tens idad,  ese vínculo no se había roto. No lo   sentía en su cuerpo, ni lo vivía en su mente. Pero estaba al l í , más al lá de todo sentimiento y pensamiento ,  y manten ía la comunicac ión por enc ima y más

al lá de toda ruptura. Fue ese tendón espir i tual , esaínt ima comunión con su Padre la que le h izo   m a n tener la copa entre sus manos y orar: «Padre mío,no se haga como yo quiero, s ino como quieres tú»(Mt 26,39).

Jesús no arrojó la copa lejos de sí en un gestode desesperac ión . No, la agar ró con sus manos ydeseó bebería hasta las heces. No fue una prueba

de fuerza de vo lun tad , una dec is ión f i rme o un gesto de gran heroísmo. Fue un profundo y espir i tualsí a l Abba, a l amante de su corazón her ido.

Cuando contemplo mi p rop io corazón her ido ,cuando p ienso en mi pequeña comunidad de per sonas con de f ic ienc ias psíqu icas y en sus cu idadores, cuando veo a los pobres de Toronto, así

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como el dolor inmenso de los hombres, las mujeresy los n iños a lo largo y ancho del p laneta, me pregunto dónde t iene que nacer ese gran sí. En mi propio corazón y en los corazones de mis hermanosescucho el gr i to incontenib le: «Oh Dios, s i es   pos i ble,  que pase de mí este cál iz de amargura». Lo escucho en la voz del joven con sida que pide l imosnaen la cal le Yonge para poder comer, en los gr i tosapenas audib les de los n iños hambrientos, en e l   gr i to desgarrado de los pr is ioneros tor turados, en losgr i tos de furor de los que protestan contra la   prol i feración nuclear y en favor del equi l ibr io ecológicodel p laneta, y en las petic iones interminables en favor de la justicia y de la oaz en todo el mundo. Esuna oración que se eleva a Dios, no como incienso

s ino como una l lama devoradora .¿En dónde nos nacerá a todos ese gran sí? «Que

sea como tú lo quieres, no como lo quiero yo».¿Quién puede decir sí cuando no se ha oído la vozdel amor? ¿Quién puede decir sí cuando no existeun Abba a quien dir ig i rse? ¿Quién puede decir sícuando no se da un so lo momento de consue lo?

En medio de la oración angustiada de Jesús pi

d iendo a su Padre que apartase de él aquel la copade amargura , hubo un momento de consue lo . Só lolo menciona el evangel ista Lucas. Dice: «Entoncesse le apareció un ángel del cielo que lo estuvo   c o n for tando» (Le 22,43).

En medio de los dolores está e l consuelo; en medio de la tiniebla se da la luz; en medio de la de-

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sesperación existe la esperanza; en medio de Babi lonia se vis lumbra Jerusalén; en medio del e jérci tode los demonios existe un ángel consolador.

La copa de la amargura , que parece inconceb i ble,  inasumible por sus d imensiones, es también lacopa del gozo. Sólo cuando la descubr imos en

nuestra p rop ia v ida podemos pensar en beber ía .

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L A  C O P A D E L G O Z O

Después de mis nueve años en la comunidad deDaybreak, Adam, Michae l ,  Bill,  Tracy, Susanne, Lo-retta, David, Francis, Patr ick, Janice, Carol , Gordie,George y muchos o t ros que fo rman e l núc leo denuestra comunidad, se han hecho amigos míos.Más que amigos son una parte ínt ima de mi vidadiar ia.  Aunque s iguen s iendo tan d isminu idos comocuando los encontré por pr imera vez, pocas veces

p ienso en e l los como personas d iscapac i tadas.Pienso en e l los como hermanos y hermanas con losque comparto mi vida. Me r ío con el los, l loro conellos, como con ellos, voy al cine con ellos, rezo ycelebro con el los; en una palabra, v ivo mi vida conellos.  Y me l lenan de un gozo inmenso.

Después de cu idar a Adam durante a lgunos meses,  dejó de darme miedo. Despertar lo por la ma

ñana ,  bañar lo, l impiar le los d ientes, afe i tar lo y dar leel desayuno creó un vínculo tan fuerte entre nosotros, un vínculo más al lá de las palabras y de lasseñales vis ib les de agradecimiento, que empecé aechar le de menos cuando no podíamos estar  j un tos.  Mi t iempo con él se había convert ido en unt iempo de orac ión , de s i lenc io y t ranqu i la in t im idad.

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Adam se había convert ido en un creador de pazpara mí, un hombre que me amaba y que tenía depos i tada su conf ianza en mí, Inc luso cuando preparaba e l agua para bañar lo demasiado f r ía o demasiado ca l ien te , cuando ie cor taba con la maqu i -n i l la de afe i tar o cuando le preparaba una ropa atodas luces inadecuada.

De jaron de asustarme sus a taques ep i lép t icos.Senc i l lamente me ob l igaban a de tenerme, a   olvidarme de otros trabajos que tenía que hacer y aqueda rme con é l , tapá ndo le con gruesas mantaspara mantener lo cal iente. Su di f icu l tad a la hora deandar, su lent i tud a l hacer lo ya no me i r r i taban, sinoque me daban la opor tun idad de permanecer depie detrás de él , de abrazar lo y de hablar le con pa

labras car iñosas cuando daba un paso t ras o t ro . Elhecho de que der ramase un vaso l leno de zumo denaranja o de que se le cayese al suelo su cucharal lena de comida no me producía miedo alguno sinoque me invi taban a l impiar lo. Conocer a Adam fueun pr iv i legio para mí. ¿Quién puede senti rse tan cerca de un ser humano como yo me sentía de Adam?¿Quién puede emplear unas pocas horas d ia r ia

mente con un hombre que se te confía y se te entrega tota lmente? ¿No es eso el gozo?

Y Michael , e l hermano de Adam, ¡qué gran regalol legó a ser su amistad Era e l único en la comunidadque me l lamaba «padre Henr i». Cada vez que lo decía,  le asomaba la sonr isa a la cara, sugir iendo queél también debería ser padre. Con su voz vaci lante,

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temblorosa, decía una y otra vez, señalando la larga estola alrededor de mi cuello: «Yo... quiero...eso...  también . . . padre». Cuando Michae l se ponetr iste porque su hermano está enfermo, o porque élmismo sufre ser ias molest ias f ís icas, o porque alguien al que quiere se va, v iene a mí, me abraza yl lora como un niño. Luego, a l cabo de un rato, me

agarra por los hombros, me mira, y con una sonr isaque ie af lora a su cara surcada por las lágr imas,me dice: «Eres.. . un.. . padre.. . d ivert ido». Cu an do rezamos jun tos, a menudo se seña la e l corazón ydice:  «Lo siento... aquí... aquí, en mi corazón». Ycuando est rechamos nuestras manos, b ro ta de esegesto un inmenso gozo, fruto del dolor compart ido.

Bill,  ese hombre con tantos a l t ibajos f ís icos y psí

qu icos en su v ida , se ha conver t ido en un compañero del que no puedo prescindir . A menudo meacompaña en los via jes en los que doy char las. Hemos ido a Wash ing ton , Nueva York, Los Ánge les ya muchos o t ros lugares duran te años, y adondequiera que vamos, la gozosa presencia de Bi l l estan importante como mis múlt ip les palabras. A Bi l lle encanta contar chistes. Con su forma senci l la , d i recta, inconsciente, entret iene a la gente durantehoras,  ya se trate de un audi tor io de r icos o de pobres, de d ignatar ios o gente de a p ie, de obispos ocamareros, de miembros de l par lamento o ascensor istas. Para   Bill,  todos son impor tan tes y todosmerecen escuchar sus chistes. Pero a veces Bi l ls iente que su dolor es excesivo para poder aguan-

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tar lo.  En a lgunas ocas iones, cuando hab la deA d a m ,  que su fre de una incapac idad to ta l para expresarse, o de Tracy, que no puede andar, esta l laen un l lan to inconso lab le . Luego pone sus manosen mis hombros y l lora abier tamente, s in n ingún reparo .  Y al cabo de un rato le vuelve la sonrisa ycont inúa la h is to r ia .

Y ah í está la sonr isa rad ian te de Tracy cuandoviene a ver la a lgún amigo, las atenciones exquisi tasde Lore t ta para cu idar a qu ienes están más d ismi nuidos que el la, y las inf in i tas formas en las que David,  Jan ice , Caro l , Gord ie , George y o t ros se ayudancu idándose mutuamente . Todos e l los son au tén t i cas fuentes de gozo.

No es sorprendente que muchos hombres y mu

jeres jóvenes de todo el mundo quieran venir a Day-break para estar cerca de estas personas tan especiales. Sí,  vienen  a cuidar los, a atender los en susnecesidades. Pero  se quedan  porq ue aque l los a losque han ven ido a cu idar los inundan de un gozo yde una paz que no han encontrado en n ingún o t rosi t io . Evidentemente, los miembros disminuidos deDaybreak les ponen en contacto con sus prop ias

l imitaciones, con sus propias her idas internas y consus tr istezas, pero el gozo que proviene de vivir   j un tos,  embeb idos por e l compañer ismo de los déb i les ,convier te e l dolor no sólo en to lerable sino en unafuente de gra t i tud .

Mi p rop ia v ida en esta comunidad ha s ido inmensamente gozosa, aunque nunca he su fr ido tan to ,

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nunca he l lo rado tan to y nunca he pasado tan taangust ia como en Daybreak. En n inguna par te mehan conoc ido tan b ien como en esta pequeña comun idad. Me resu l ta to ta lmente imposib le ocu l ta r miimpacienc ia , mi rab ia , mi f rust rac ión y mi depres iónentre personas que están tan en contacto con suprop ia deb i l idad . Mis neces idades de amistad , de

afecto y de a f i rmación son ev identes para todos.Nunca he exper imentado tan pro fundamente que laverdadera na tura leza de l sacerdoc io es e l acompañamiento compasivo de los demás. El sacerdoc iode Jesús está descr i to en la carta a los Hebreoscomo una so l idar idad con e l su f r imien to humano.Hoy, e l hecho de que me l lamen sacerdote me retarad ica lmente a abandonar toda d is tanc ia , a ba ja r

me de cua lqu ie r pedesta l , a abandonar cua lqu ie rtorre de marf i l y a compart i r con senci l lez mi propiavu lnerab i l idad con la vu lnerab i l idad de las personascon las que vivo. ¡Y qué gozo representa esto Elgozo de pertenecer, de ser parte de algo o de algu ien ,  de no ser diferente.

De a lguna manera mi v ida en Daybreak me hapos ib i l i tado que mis o jos descubran e l gozo dondemuchos otros no ven más que dolor . Hablar con unhombre sin techo en una cal le de Toronto ya no meparece a lgo angust ioso . De pron to , e l d inero ha dejado de ser e l aspecto fundamenta l . Lo que impor tamás bien es: «¿De dónde eres? ¿Quiénes son tusamigos? ¿Qué te ha pasado en la vida?». Los ojosse encuentran, las manos se tocan, y se da, sí, a

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veces de una fo rm a abso lu ta me nte inesperada, una ]sonr isa , la r isa fran ca y un verd ade ro mo me nto de ¡gozo . El dolor sigue ahí presente, pero a lgo ha ca m - jb iad o por e l hech o de no l imi tarme a estar enfrente jde a lguien, sino de sentarme con él y compart i r unmomento de compañer ismo f ra te rna l .

¿Y e l inmenso su fr imien to de l mundo? ¿Cómo

puede darse e l gozo en los mor ibundos, los hambr ientos, las prost i tutas, los refugiados y pr is ioneros? ¿Cómo se atreve nadie a hablar de gozo frentea l indec ib le su f r imien to humano que nos rodea?

Pero, ¡ahí está A cualquiera que tenga el valorde profundizar en el sufr imiento humano se le ofrece una reve lac ión de gozo, escond ido como unapiedra preciosa en el muro de una cueva oscura.

Sentí una revelación de este t ipo mientras vivía conuna fami l ia muy pobre en Pamplona Al ta , una delas «barr iadas nuevas» de los suburbios de Lima.Al l í se daba la mayor pobreza que jamás había visto ,  pero cuando vuelvo a pensar en mis tres mesescon Pablo, María y sus h i jos, mi memoria se l lenade gozo, de sonr isas, abrazos, juegos senci l los y deaque l las ta rdes in te rminab les, sen tados todos, en

tregados a contar h istor ias. Al l í se daba el gozo, unauténtico gozo; no el gozo fruto del éxi to, del progreso o de la solución de su pobreza, sino e l quebro ta de un esp ír i tu humano desp ie r to , en teramentev ivo en med io de hechos menudos, inesperados,en trañab les. Cuando la h i ja de un amigo de NuevaYork volvió hace poco de Rwanda de un trabajo de

cooperante, me di cuenta con toda clar idad de queaquel la mujer había visto y viv ido a lgo más que ladesesperación que puede brotar de todos aquel loshorrores en los que había viv ido sumergida. Su corazón estaba pro fundamente tu rbado, pero no destrozado. Era capaz de continuar su vida en los Estados Unidos con una entrega mayor en favor de lapaz y de la justicia. Los gozos de la vida habían sidomucho más fuertes que las tr istezas de la muerte.

La copa de la vida es la copa del gozo tantocomo la copa de la amargura. Es la copa en la quepena s y goz os, tr istezas y a legrías, e l l lanto y la  d a n za nunca están separados. Si e l gozo no pud ie raestar presente donde hay amargura y dolor , seríaimposib le beber la copa de la vida. Por eso debe

mos mantener f i rmemente en tre nuestras manos lacopa y mi ra r cu idadosamente para ver los gozosescondidos entre los dolores.

¿Podemos ver a Jesús como al hombre de los gozos? Parece imposib le ver e l gozo en un cuerpo tortu rado, desnudo, co lgado de una cruz de madera ,con los brazos extendidos. A veces, se presenta lacruz de Jesús como un trono glor ioso en el que se

sienta un rey. En esos casos se presenta e l cuerpode Jesús no destrozado por la f lagelación y la   c ru ci f ix ión,  s ino luminoso, hermoso, con her idas sagradas.

La cruz de san Damián, que hab ló a san Francisco de Asís, es un buen ejemplo. Nos muestra aCr is to cruc i f i cado como a un Jesús v ic to r ioso . La

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cruz está rodeada por espléndidos adornos de oro;e l cuerpo de Jesús es un cuerpo humano perfecto,inmaculado; e l madero hor izontal del que pendeestá p intado como la tumba abier ta de la que se levanta Jesús, y todos los reunidos bajo la cruz conMaría y Juan están l lenos de gozo. En la parte super ior podemos ver la mano de Dios, rodeada de án

geles, haciendo entrar a Jesús de nuevo en el cielo.Ésta es una cruz de resurrección en la que vemos

a Jesús elevado a la g lor ia. Las palabras de Jesús«cuando sea elevado de la t ierra, atraeré a todos amí» (Jn 12,32) se refieren no solamente a su crucif ix ión sino también a su resurrección. Ser e levadosigni f ica no sólo ser lo como un cruci f icado sinotambién como resuc i tado. Nos hab la no só lo de

agonía sino también de éxtasis, no sólo de dolors ino también de gozo.

Jesús lo deja b ien claro cuando dice: «Lo mismoque Moisés levantó la serpiente de bronce en el desier to, e l Hi jo del hombre t iene que ser levantado enal to,  para que todo el que crea en él tenga vidaetern a» (Jn 3,13-14). Lo que Moisés le van tó en eldesier to a modo de estandarte fue una serpiente de

bronce: «Y todos los que hayan sido mordidos y lami ren quedarán curados» (Núm 21,8-9) . La cruz deJesús es también estandar te de curac ión , no precisamente para sanar las her idas f ís icas sino paracurar la cond ic ión humana mor ta l . E l Señor  resuci tado eleva a todas las personas con él , hacia suvida,  nueva y eterna. El Jesús que gr i ta «Dios mío,

Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,47)también exc lama en un gesto de somet imien to   total :« Pa d r e , a t u s m a n o s e n c o m i e n d o m i e s p í r i t u »(Le 23,46). Jesús, que part ic ipó completamente ennuestras penas, qu ie re que nosotros compar tamoscon él p lenamente su gozo. Jesús, e l hombre l lenode gozo, qu ie re que par t ic ipemos también de esemismo gozo.

«¿Podéis beber la copa de amargura que yo hede beber?» Cuando Jesús les preguntó esto a   Sant iago y a Juan, y cuando e l los , impu ls ivamente , respond ieron «podemos», Jesús h izo esta p red icc iónater radora , pero a l mismo t iempo l lena de esperanza :  «Muy  b ien;  beberéis la copa». La copa de Jesússería su copa. Lo que Jesús viv i r ía, también lo   vivir ían e l los. Jesús no quiere que sus amigos sufran,pero sab ía que p ara e l los, com o pa ra é l , e l  sufr i miento era e l único y necesar io camino hacia la g loria.  Más tarde dir ía a dos de sus discípulos: «¿Noera preciso que el Mesías sufr iera todo esto antesde entra r en su gloria ?» (Le 24,26). La «c op a deldolor» y la «copa del gozo» no pueden separarse.Jesús sabía muy bien esto, aunque en medio de suangust ia en e l huer to , cuando su a lma estaba « t r is

te hasta la muerte» (Mt 26,38), necesi tara un ángeldel c ie lo para recordárselo. Nuestra copa está amenudo tan rebosante de do lo r que nos parece imposib le que quepa en el la e l más mínimo gozo.Cuando se nos est ru ja como rac imos, no podemospensar en el v ino en el que nos convert i remos. La

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pona nos abruma, nos hace postra rnos por t ie r ra ,con nuestra cara pegada a l po lvo , y sudamos go tasde sangre. Entonces se nos t iene que recordar quenuestra copa de do lo r es también nuestra copa degozo y que un día seremos capaces de saborear e lgozo tan p lenamente como ahora saboreamos e ldolor .

Inmed ia tamente después de ser conso lado por e lángel ,  Jesús se puso en pie y se enfrentó a Judas ya la cohor te que había ven ido a a r resta r lo . CuandoPedro desenvainó su espada e h ir ió a l s iervo delsumo sacerdote, Jesús le d i jo: «Envaina de nuevotu espada. ¿Es que no debo beber esta copade amargura que e l Padre me ha preparado?»(Jn 18,10-11).

A part i r de aquel momento Jesús ya no es e l hombre abrumado por la angustia. Se enfrenta a susenemigos con gran dignidad y l ibertad inter ior .Mantiene su copa l lena de dolor , pero también degozo. Es el gozo de conocer que lo que está a   p u n to de cumpl i r es la voluntad de su Padre y que leva a l levar a l cumpl imiento de su misión. El evangel ista Juan nos muestra e l enorme poder que emana de la persona de Jesús. Juan escr ibe: «Jesús,que sabía perfectamente lo que le iba a ocurr i r , sal ió a su encuentro y les preguntó:

—¿A qu ién buscá is?El los le contestaron:—A Jesús de Nazaret.Jesús les dijo:

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—Yo soy.. .En cuanto les d i jo "soy yo" , comenzaron a re t ro

ceder y cayeron a tierra» (Jn 18,4-6).

El sí incondicional de Jesús a su Padre le habíafo r ta lec ido para beber la copa de amargura , no conuna res ignac ión pas iva , s ino en to ta l conoc imien to

de que la hora de su muerte sería también la horade su gloria. Su sí hizo de su rendimiento un actocreativo, un acto que l legaría a dar mucho fruto. Susí a le jó la posib le fata l idad de la interrupción de suminister io. En vez de un f inal i r revocable, su muertese convir t ió en el pr incip io de una nueva vida. Portanto, su sí le capaci tó para confiar p lenamente enla r ica cosecha que el grano muerto acarrearía

cons igo .¡Los gozos están escon d idos en los do lo res Lo

sé por mis propias épocas de depresión; por viv i rcon personas disminuidas psíquicas; por mirar a losojos de los enfermos y por estar entre los más pobres de los pobres. Solemos olvidar esta verdad ynos sent imos abrumados por nuestra p rop ia oscur idad.  Perdemos de vista fáci lmente la perspectiva

de nuestros gozos y hab lamos de nuestras penascomo si fuese la única real idad existente.

Neces i tamos recordarnos unos a o t ros que lacopa del dolor es también la copa del gozo, que loque realmente nos causa tr isteza puede convert i rseen un campo fér t i l de a legría. Por tanto necesi tamos

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ser ángeles los unos para los otros, necesi tamosdarnos mutuamente fuerza y consue lo . Porque solamente cuando nos demos cuenta per fectamentede que la copa de la vida no es sólo una copa dedo lor s ino también una copa de gozo, seremos capaces de bebería.

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II

L E V A N T A R L A C O P A

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4

L E V A N T A R

Las buenas maneras eran muy impor tan tes ennuestra fami l ia . Sobre todo en la mesa.En el vestíbulo de nuestra casa colgaba una gran

campana. Diez minutos antes de la cena, mi padrela hacía tañer con fuerza y anunciaba en voz al ta,para que le oyéramos  b ien:  «¡A cenar Que tod o elmundo se lave las manos».

En la mesa podían cometerse «muchos peca

dos» ,  como poner los codos en la mesa, l lenar lacuchara o e l tenedor exces ivamente , comer depr isa ,masticar con la boca abier ta, hacer ru idos a l comer,no usar e l tenedor y e l cuchi l lo a l comer la carne,usar e l cuchi l lo para cortar los espaguetis.. . Muchasde nuestras comidas estaban sa lp icadas por las pequeñas órdenes de mi padre : «Los codos fuera dela mesa», «espera a que todo el mundo se haya ser

vido» y «no hables mientras comes».Cuando me hice mayor, se me permit ió beber un

vaso de vino. Era una señal de haber entrado en elmundo de los adul tos. En 1950, cuando tenía d ieciocho años, beber vino era un lu jo. En Francia yen Ital ia, el vino en la comida era parte de la vidadiar ia, pero en Holanda era un símbolo de celebra-

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c lon.  Cuando ten íamos v ino rea l izábamos un r i tua lespec ia l :  p robar e l v ino y aprobar lo , a labar lo b revemente, servir lo en los vasos, sólo la mitad, y, lomás impor tan te , levantar los para br indar .

Nadie en nuestra fami l ia bebería jamás de suvaso antes de que todos hubieran sido servidos yde que mi padre hubiera levantado su vaso, de que

nos hub ie ra mi rado a todos nosotros, de que hub ie ra d icho unas pa labras cord ia les y de que hub ie ra destacado que se t ra taba de una ocas ión especia l .  Luego, tocaba el vaso de mi madre con elsuyo y con los vasos de sus huéspedes y bebía unpequeño sorbo . Siempre se t ra taba de un momentoimpor tan te y so lemne, un momento sacra l izado.Años más tarde, cuando el v ino se convir t ió en algo

más común, cuando los vasos se l lenaban cas i hasta e l borde y cuando la gente bebía sin levantar losvasos ni hacer un br indis, s iempre sentí que fa l tabaalgo; sí, sentía inter iormente que algo se había perd ido.

Levantar la copa es una invi tación a af i rmar y ace lebrar la v ida jun tos. Cuando levantamos la copade la vida y nos miramos a los o jos, decimos: «Evi

temos vivi r con ansiedad o l lenos de miedos.  M a n tengamos levantada la copa jun tos y sa ludémonos.No dudemos en reconocer la rea l idad de nuestrasv idas y de an imarnos mutuamente a ser agradec i dos a los dones que hemos recib ido».

Nos decimos en latín  Prosit,  «que te siente bien»;en a lemán,  Zum Wohl,  «para tu b ienestar»; en ho-

landés,  Op je gezondheid,  «a tu salud »; en inglés,Cheers;  en f rancés,  A votre santé,  «a tu salud»; eni ta l iano ,  Alia tua salute,  «a tu salud»; en polaco,  Stolat,  «c ien años»; en ucran iano,  Na zdorvia,  «a tu salud»;  en hebreo  L'chaim,  «por la vida».

La expresión que mejor sintet iza todos esos buenos deseos es «por la vida». Levantamos la copa

por la vida, es decir , para af i rmar la vida juntos yce lebrar la como un don de Dios. Cuando todos noso tros podemos mantener con f i rmeza en tre nuest ras manos nuestra p rop ia copa, con sus muchaspenas y a legr ías, p roc lamando que es nuestra   ún i ca v ida , en tonces también podemos levantar la paraque los demás la vean y animar los a levantar a suvez sus vidas. Por eso, cuando levantamos nuestras

copas en un gesto l ib re de todo miedo, p roc lamando que nos apoyaremos mutuamente en nuestrov ia je común , c reamos comun idad .

Nada es dulce o fáci l cuando se trata de la comun idad. La comunidad es la asoc iac ión de per sonas que no esconden sus gozos o sus penas,sino que las hacen visib les unos a otros en un gestode esperanza. Dec imos en comunidad: «La v idaestá l lena de ganancias y pérdidas, a l tos y bajos,pero no tenemos que vivi r estos hechos en soledad.Queremos beber nuestra copa jun tos y así ce lebrarla verdad de que las her idas de nuestras vidas ind iv idua les, que parecen in to le rab les cuando las v i v imos en soledad, se convier ten en fuentes de cu-

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lac ión cuando las v iv imos como par te de esa asoc iac ión de cu idados mutuos».

La comunidad es como un gran mosa ico . Cadapequeña pieza parece insigni f icante. Una pieza esde un rojo bri l lante, otra de un azul pálido o de unverde apagado, o t ra de un morado cá l ido , o t ra deun amari l lo fuerte, otra de un dorado br i l lante. Al

gunas parecen prec iosas, o t ras o rd inar ias; a lgunasval iosas, otras vulgares; a lgunas l lamativas, otrasde l icadas. Como p iedras ind iv idua les podemos hacer poco con el las, salvo comparar las entre sí y   emi t i r un ju ic io sobre su valor y bel leza. Pero cuandotodas estas pequeñas p iezas son reun idas armón i ca,  sab iamente en un gran mosa ico , compon iendocon el las la f igura de Cr isto, ¿quién se preguntará

nunca la importancia de cada una de el las? Si unade el las, hasta la más pequeña, fa l ta, la cara estáincomple ta . Jun tas en un mosa ico , cada p iedra pequeña es ind ispensab le y contr ibuye de una fo rmaúnica, indispensable, a la g lor ia de Dios. Eso es lacomunidad. La asoc iac ión de personas s in impor tancia que juntas hacen a Dios vis ib le en el mundo.

Cada vez que hab lamos o actuamos de fo rma

que hacemos de nuestra vida una vida para los demás, nuestras vidas se e levan ante los otros. Cuando somos capaces de abrazar en teramente nuestras propias vidas, descubr imos que lo que anhelamos también lo p roc lamamos. Una v ida b ienl levada es, por tanto, una vida para los demás. Yano nos preguntamos si nuestra vida es mejor o peor

que la de los demás, y empezamos a ver claramenteque cuando v iv imos nuestra v ida para los demás,no so lamente estamos buscando nuestra ind iv idual idad s ino que también proc lamamos nuestro s i t ioún ico en e l mosa ico de la fami l ia humana.

A menudo tendemos a mantener nuestras v idasescond idas. La vergüenza y e l sen t ido de cu lpab i

l idad nos impiden dejar que los otros sepan lo quevivimos. Pensamos: «Si mi fami l ia y mis amigos conoc ie ran las oscuras asp i rac iones de mi corazón ymis extraños extravíos mentales, me arro jar ían de sucompañía». Pero la real idad es todo lo contrar io. Sinos atrevemos a levantar nuestras copas y a dejarque nuestros compañeros vean lo que hay en el las,e l los se animarán a levantar las suyas y a compart i r

con nosotros sus secre tos ce losa , ans iosamente escond idos. La mayor curac ión t iene lugar a menudocuando de jamos de sent i rnos a is lados por nuestravergüenza y nuestro sent ido de cu lpab i l idad , y descubr imos que o t ros, con mucha f recuenc ia , s ien tenlo que nosotros sent imos, p iensan lo que pensamosy t ienen los miedos, aprens iones y p reocupacionesque nosotros tenemos.

Elevar nuestras copas signi f ica compart i r nuestrav ida para ce lebrar la . Cuando nos convencemos deque estamos l lamados a abr i r nuestras vidas anuestros amigos, nos a t revemos a ar r iesgarnos aque los demás conozcan lo que estamos v iv iendo.

Una pregunta impor tan te : ¿Tenemos un c í rcu lode amigos f ie les, en e l que nos sentimos suf ic ien-

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temente seguros como para dejar que se nos conozca ín t imamente y que nos ex i ja una madurezcada vez mayor? Lo mismo que levantamos nuest ras copas con personas en las que conf iamos y alas que amamos, de la misma forma elevamos lacopa de nuestra vida en presencia y en benefic iode aquel los con los que no queremos tener secretos

y con los que deseamos fo rmar comunidad.Cuando queremos beber nuestra copa y hacer lo

hasta e l fond o, neces i tamos a o t ros que qu ie ran beber la suya con nosotros.

Neces i tamos una comunidad en la que la confesión y la celebración estén siempre presentes a lavez. Tenemos que desear dejar que los otros nosconozcan s i queremos luego ce lebrar la v ida con

e l los . Cuando levantamos nuestra copa y dec imos«por la vida», tenemos que estar hablando de vidasreales, no solamente de vidas d i f íc i les, penosas, do-lorosas, sino también de vidas tan l lenas de gozoque la celebración se convier ta en una respuestaespon tánea .

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L A  C O P A D E B E N D I C I Ó N

Elevar la copa es ofrecer una bendición. La copadel dolor y del gozo, cuando se eleva con y para losotros «por la vida», se convier te en copa de bendición.

Recuerdo muy pocas ocasiones en las que lacopa del dolor o del gozo se haya convert ido encopa de bend ic ión . Hace unos pocos años, uno delos d isminu idos de la comunidad de Daybreak tuvo

que pasar unos meses en un hospi ta l psiquiátr icocerca de Toronto para que le h ic ie ran una eva luación psicológica. Se trata de Trevor. Trevor y yo noshabíamos hecho amigos con los años. Él me queríay yo le correspondía. Siempre que me veía l legar,cor r ía hac ia mí con una sonr isa rad ian te . A menudoiba al campo y cogía f lores si lvestres para ofrecérmelas. Siempre quer ía ayudarme en las ce lebrac io

nes de la eucar istía y tenía una gran sensib i l idadpara todo lo re lac ionado con las ceremonias y losritos.

Fui a vis i tar le mientras estuvo fuera de Daybreak.Llamé al capel lán del hospi ta l y le pregunté si podíavisi tar a mi amigo. Me respondió que sería b ienvenido y me preguntó si me parecía b ien invi tar a co-

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mer conmigo a unos cuantos min is t ros y sacerdotesde la zona, así como a a lgunos de los miembros delpersonal del hospi ta l . Sin pensar demasiado las impl icaciones que podía conl levar su petic ión, le respondí inmediatamente que sí, que me parecía   bien.

Cuando l legué, a las once de la mañana, estabanesperándome un grupo de personas de l c le ro y de l

persona l de l hosp i ta l , y me d ie ron una b ienven idacalurosa. Miré a ver si encontraba entre e l los a Tre-vor, pero no estaba allí. Le dije al capellán:

—He venido a vis i tar a Trevor. ¿Podéis decirmedónde puedo encontra r le?

—Puedes estar con é l después de la comida—me respond ió .

—Pero ¿es que no le has invi tado a comer?   — i n sistí muy extrañado.— N o ,  no —me respond ió—. Es imposib le . El per

sona l encargado de l cen tro y los pac ien tes no pueden comer jun tos. Además, hemos reservado e l Salón Dora do para esta ocas ión y jam ás se ha permit ido a un paciente entrar en esa sala. Es sólopara e l personal del centro.

—Bueno —le d i je—, só lo comeré con vosotros s ilo hace Trevor también . Somos grandes amigos. Hevenido por é l , y estoy seguro de que le enc an tar áunirse a nosotros en la comida.

Me di cuenta de una ser ie de reacciones contrapuestas ante mis palabras, pero después de haberse consul tado en voz baja, me di jeron que podía

l levar a Trevor conmigo al Salón Dorado. Encontréa mi amigo en los campos de l hosp i ta l buscandoflores. Cuando me vio, se le i luminó la cara, corr ióhac ia mí como s i nunca nos hub ié ramos separado,y me dijo:

— H e n r i ,  aquí t ienes unas f lores.Juntos nos d i r ig imos a l Sa lón Dorado. La mesa

estaba adornada con un gusto exqu is i to y a l rededor de veint ic inco personas se habían reunido entorno a e l la. Trevor y yo fu imos los ú l t imos en   senta rnos.

Después de la oración, Trevor se d ir ig ió haciauna mesa auxi l iar , donde había toda clase de bebidas: v ino, bebidas sin a lcohol y zumos.

— H e n r i ,  qu ie ro una Coca-Co la —me d i jo .

Se la serví, l lené un vaso de vino para mí y volvía la mesa.

Los presentes apenas s í hab laban. Muchos delos invi tados eran extraños entre sí y estaban empezando a conocerse . La a tmósfera genera l e ra deun si lencio hasta un poco solemne. En seguida empecé a hablar con quien tenía a mi derecha y nopresté demasiada atención a Trevor. Pero de repen

te ,  é l se puso de pie, cogió su vaso de Coca-Cola,lo levantó y d i jo en voz a l ta con una gran sonr isa:

—Señoras y señores.. . ¡un br indisTodos se cal laron y se volvieron a mirar a Trevor

con caras en tre ext rañadas y p reocupadas. Podíaleer sus pensamientos: ¿Qué se le ocurr i r ía a aquelen fermo? Había que tener cu idado.

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Pero Trevor no se preocupaba de nada de eso .Miró a todos y d i jo:

—Levan tad vues t ros vasos .Todos obedecie ron . Y luego, como s i fuera a lgo

abso lu tamente ev idente , empezó a cantar :

—Cuando eres fe l iz y lo sabes... levanta tu vaso...Cuando eres fe l iz y lo sabes... levanta tu vaso.Cuando eres fe l iz y lo sabes, cuando eres fe l iz y losabes, cu an do eres fe liz y lo sabes... levanta tu vas o.

A med ida que cantaba, las caras de las personasempezaron a re la jarse y a d ibujar en el las una   son risa.  En seguida unos pocos se unieron a Trevor ensu canto , y muy pron to todos estaban de p ie ,  c a n tando fuerte, d i r ig idos por Trevor.

Su br ind is cambió rad ica lmente e l ambien te de lSa lón Dorado. Había un ido a todas aque l las per sonas, extrañas unas a otras, y les había hechosenti rse en su casa. Su maravi l losa sonr isa y sugozo, exento de todo miedo, había derr ibado lasbarreras entre e l personal encargado y los enfermos y había creado una fami l ia fe l iz de personasque se preocupaban por las demás. Con esa ún ica

bendición atíp ica, Trevor había creado el c l imapara que e l encuentro fuera agradab le y f ruct í fe ro .La copa de l do lo r y de l gozo se habían conver t idoen copa de bend ic ión .

Muchos se sienten maldi tos por Dios por la enfermedad, las pérdidas, las d isminuciones y los info r tun ios. Creen que su copa no cont iene bend ic ión

alguna. Es la copa de la i ra de Dios, la copa deJeremías cuando d ice :

El Señor, Dios de Israel me dijo: «Toma de mi manoesta copa de vino llena de ira y dásela a beber a todaslas naciones a las que yo te envíe, para que beban, setambaleen y deliren ante la espada que yo voy a mandarcontra ellas». Les dirás: Así dice el Señor Tod opod eroso,Dios de Israel: ¡Bebed, emborrachaos, vomitad, caedpara no levantaros más bajo la espada que yo voy aenviar contra vosotros. Y si se niegan a tomar de tumano la copa y a beber, les dirás: Así dice el Señor todopo deroso : ¡Os aseguro que la beberéis Porque si comienzo a castigar a la ciudad en la que se invoca minombre, ¿cómo vais a quedar vosotros impunes? Noquedaréis sin castigo porque traeré la espada contra todos los habitantes de la tierra, oráculo del Señor todo

poderoso (Jr 25,15-16, 27-29).

Ésta no es la copa que hay que levantar «por lav ida»,  porque sólo contiene miser ias. No es sorprendente que nadie quiera acercarse al d ios  ven gativo que nos pinta Jeremías. Ahí no encontramosbend ic ión a lguna. Pero cuando Jesús coge en susmanos la copa la víspera de su muerte, no es la

copa de la i ra, s ino la de bendición. Es la copa dela nueva y eterna al ianza, la copa que nos une conDios y unos a o t ros en una comunidad de amor .Pablo escr ibe a los Cor int ios: «Os hablo como apersonas prudentes capaces de va lo rar lo que osdigo. El cál iz de bendición que bendecimos, ¿nonos hace en tra r en comunión con la sangre de Cr is-

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to ,  y e l pan que part imos, no nos hace entrar enco m un ión con el cue rpo de Cr isto? (1 Cor 10,15-16).

El inmenso su fr imien to de la humanidad puedeser entendido fáci lmente como signo de la i ra deDios,  como un cast igo . A menudo fue en tend ido deesta manera, y aún lo es. Dice el salmista: «El Señor

t iene en la mano una copa, un vaso de v ino drogado, que los malvados de la t ierra beben y apuranhasta e l fondo» (Salmo 75,8). Y nosotros, mirandocon horror los males que azotan a nuestro mundo,dec imos: «¿Cómo puede ex is t i r un Dios amor cuando pasa todo esto? ¡Debe ser un Dios cruel ,  rencoroso, ya que cons ien te que los seres humanossufran tan to » .

Sin embargo, Jesús cargó sobre s í mismo todoeste sufr imiento y lo e levó en la cruz, no como unamald ic ión s ino como una bend ic ión . Jesús h izo dela copa de la i ra de Dios la copa de la bendición.Ése es el misterio de la eucaristía. Jesús murió pornosotros para que nosotros pud ié ramos v iv i r . Der ramó su sangre por nosotros para que encontrá ramos una vida nueva. Por nosotros se h izo un

proscr i to para que pud ié ramos v iv i r en comunidad.Se hizo por nosotros a l imento y bebida para quepud iéramos a l imentarnos para la v ida e te rna . Esoes lo que Jesús quiso decir cuando cogió la copa ydi jo:  «Ésta es la copa de la nueva al ianza sel ladacon mi sangre, que se derramó por vosotros»(Le 22,30). La eucar istía es ese sagrado mister io por

e l que lo que v iv imos en un momento dado comouna mald ic ión , io podemos v iv i r después como unabend ic ión .  A part i r de e l la, nuestro sufr imiento nopuede ser ya un cast igo. Jesús lo transformó en camino hacia una vida nueva. Su sangre, y también lanuestra , puede conver t i rse ahora en sangre de márt i res, sangre que test imonia una nueva al ianza, una

nueva comun ión , una nueva comun idad .Cuando levantamos la copa de nuestra v ida y

compar t imos con los demás nuestros gozos y  sufr i mientos en mutua vu lnerab i l idad , puede hacerse v i s ib le entre nosotros la nueva al ianza. La gran sorpresa reside en el hecho de que quien nos revelanormalmente que nuestra copa es una copa debend ic ión es e l más pequeño en tre nosotros.

Trevor h izo lo que n ingún o t ro cons igu ió . Transfo rmó un grupo de ext raños en una comunidad deamor por su senci l la e inconsciente bendición. Él ,un hombre i r re levante, se convir t ió en un Cr isto vi v iente entre nosotros. La copa de la bendición es lacopa que los senci l los t ienen que ofrecernos.

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P O R   LA VIDA

Levantamos las copas de nuestras v idas para comun ica rnos v ida mu tuamen te .En la comunidad de Daybreak, la ce lebrac ión fes

t iva es una parte esencia l de nuestra vida en com ú n .  Ce lebram os los cumplea ños y los an iversar ios,celebramos a los que l legan y a los que se van, e lnac imien to y la muer te , los compromisos contra ídosy los renovados.

En nuestra comunidad hay muchas pequeñasfiestas. Son ocasiones normalmente fe l ices durantelas cua les comemos y bebemos, can tamos y ba i la mos, p ronunc iamos d iscursos, hab lamos y nos re í mos mucho. Pero una celebración es a lgo más quesimplemente una f iesta. Es una ocasión para  an i marnos mutuamente , tan to s i es tamos en un buenmomento como s i no , y p ro fund izar nuestros   vín

cu los como comunidad. Ce lebrar la v ida es levantar la, hacer la vis ib le a los demás, af i rmar la en suconcreción real y dar gracias por e l la.

Una ce leb rac ión abso lu tamen te conmovedo rafue la que tuvo lugar con ocasión de la presentación del  Life Story Book  de   Bill.  Este tipo de l ibroses una colección de fotografías, h istor ias y cartas,

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secuenciadas a modo de b iogra f ía . Cuando a losdieciséis años Bi l l l legó a Daybreak se tra jo consigomuy pocos recuerdos. Había v iv ido una in fanc iamuy prob lemát ica y apenas a lguna exper ienc ia vál ida de amor y amistad. Su pasado había sido tannegativo, tan doloroso y tan sol i tar io que se habíadecid ido por o lvidar lo. Era un hombre sin h istor ia.

Pero después de veint ic inco años en Daybreak sehabía conver t ido gradua lmente en una persona d i fe ren te . Había hecho amigos. Había desar ro l ladouna estrecha re lación con una fami l ia a la que visitaba los fines de semana y los días de fiesta, sehabía hecho soc io de un c lub de jugadores de bolos, había aprend ido a t raba ja r la madera y v ia jabaconmigo a s i t ios le janos, a c iudades popu losas. A

lo largo de los años, había creado una vida queval ía la pena recordar. Incluso encontró la l ibertady el coraje que le h icieron capaz de volver a evocaralgunas exper iencias dolorosas de su niñez y a suspadres muer tos como a personas que le habíandado la vida y e l amor, a pesar de sus l imi taciones.

Ahora ya tenía bastante mater ia l para su   LifeStory Book,  aunque una bel la h istor ia l lena de su

f r im ien tos. Muchos amigos le habían escr i to car tascontándo le las cosas que recordaban de é l . Otrosle habían enviado fotografías o recortes de per iód icos en los que se hab laba de acontec imien tos enlos que él había part ic ipado, y otros le habían ded icado d ibu jos que expresaban lo mucho que lequer ían .  Después de seis meses de trabajo, el l ibro

estaba l isto y l legó el momento de celebrar, no sóloel nuevo l ibro, sino la vida de   Bill,  s imbo l izada porel l ibro.

Se reun ie ron muchas personas para la ocas iónen la capil la de Dayspring. Bil l trajo el l ibro y lo levantó para que todos lo vieran. Era una gran carpe ta de an i l las , encuadernada con tapas a todo co

lo r , con muchas pág inas decoradas ar t ís t icamente .Aunque era e l l ibro de   Bill,  también mater ia l izaba e lt raba jo de muchas o t ras personas.

Luego p ronu nc ia mo s una be nd ic ión sobre e l l i bro y sobre   Bill,  que lo mantenía en sus manos, f i r memente levantado. Pedí a Dios que este l ibro leayudara a Bi l l a consegu i r que muchas personasconocie ran a l hombre ext raord inar io que es y la

v ida prec iosa que l levaba en estos momentos. También pedí a Dios que ayudara a Bi l l a recordar losmomentos de su v ida , sus gozos y sus penas, conun co razón ag radec ido .

Mien tras yo rezaba, las lágr imas empezaron asurcar las meji l las de   Bill.  Cuando te rminé , me abrazó y se echó a l lorar . Sus lágr imas caían sobre mihombro mien tras todos los que fo rmaban e l c í rcu lo

nos mi raban con una pro funda comprens ión de loque estaba sucediendo. La vida de Bi l l había sidoelevada para ser vista por todos, y é l había sido capaz de decir que era una vida por la que val ía lapena dar g rac ias.

Ahora Bil l l leva su  Life Story Book  en sus viajes.Lo enseña a la gente como un hombre que cree

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que su vida no es a lgo de lo que tenga que avergonzarse. Al contrar io, es un don para los demás.

La copa del dolor y del gozo, levantada para quelos demás la vean y la celebren, se convier te encopa de vida. Nos resul ta muy senci l lo viv i r unas vi das t runcadas por las cosas duras que nos han sucedido en nuestro pasado y que prefer imos no re

cordar . A menudo las p reocupaciones de nuestropasado nos parecen demasiado pesadas para soportar las en sol i tar io. La vergüenza y e l sentido decu lpab i l idad nos hacen ocu l ta r par te de nosotrosmismos, y de esa forma vivimos a medias.

Pero necesi tamos vivi r nuestra vida en comunidad y viv i r la completa, en p leni tud. Necesi tamos vivi r la más al lá de nuestro sentido de culpabi l idad yde nuestra vergüenza, y dar gracias no sólo pornuestros éxi tos y logros, s ino también por nuestrosfa l los y nuestros defectos. Necesi tamos que nuestras lágr imas f luyan l ibremente, lágr imas de pena ode gozo, lágr imas que son como la l luvia que caesobre la t ierra reseca. Si levantamos así nuestrav ida en comunidad, todos jun tos, podemos dec i rrealmente «por la vida», porque todo lo que hemosvivido se convier te en t ierra fér t i l de cara a l futuro.

Pero e levar nuestra copa por la vida es muchomás que decir cosas buenas los unos de los otros.Es mucho más que o f recerse buenos deseos.  Signi f ica que tomamos todo lo que hemos vivido desdesiempre y lo traemos al momento presente como re-

galo para los demás, un regalo que hay que celebrar.

En la mayoría de los casos, solemos repasarnuestras v idas y dec imos: «Agradezco las cosasbuenas que me han t ra ído hasta aquí» . Pero cuando levantamos nuestra copa por la v ida , debemosatrevernos a decir : «Doy gracias por todo lo que me

ha pasado y lo que me ha traído a este momento».Esta g ra t i tud que abarca todo nuestro pasado es loque hace de nuestra vida un auténtico regalo paralos otros, porque borra la amargura, los resenti mientos, los pesares y e l revanchismo, la envid ia yla r iva l idad . Transforma nuestro pasado en un donfructí fero de cara a l futuro, y hace de nuestra vida,de toda el la, a lgo que transmite vida.

El enorme ind iv idua l ismo de nuestra soc iedad, enla que se insiste tanto en el «hacerse a sí mismo»,nos impide levantar nuestras vidas hacía los demás.Pero cada vez que nos atrevemos a dar un pasopara vencer nuestro miedo a ser vulnerables y a e levar nuestra copa, nuestras vidas y las de otras personas f lo recerán de fo rma abso lu tamente inesperada.

Luego, nosotros también encontra remos la fuer za para beber nuestra copa y bebería hasta e l  f on do.

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III

BEBER LA COPA

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7

B E B E R

La copa que debemos beber es la copa que to mamos en nuestras manos y que levantamos.Tengo unos recuerdos muy vivos de mis pr imeros

años en la Un ivers idad de Nimega, en Ho landa.Acababa de ser o rdenado sacerdote y e l cardena lAl f r ink me había env iado a la un ivers idad ca tó l icapara que me l icenciara en psicología. Pero antes deempezar e l curso escolar , tuve que someterme a un

largo proceso de selección para ser aceptado en elmundo estud ian t i l y conver t i rme en miembro de unacomunidad. ¡Beber cerveza era uno de los mediospara consegu i r lo Yo no estaba acostumbrado abeber tanta cerveza y lo pasé mal haciendo patenteque no tenía exper iencia a lguna en ese terreno.Pero una vez que fu i f inalmente admit ido en el   m u n do estud ian t i l , y después de haber hecho a lgunos

amigos en el grupo, «beber juntos» se convir t ió enuna expres ión de compar t i r la amis tad , la a tenc iónpersona l a l o t ro , la conversac ión d is tend ida ,   am i gab le y la p ro fund izac ión de l compañer ismo. « ¡Vamos a beber una cerveza ». «¿Te tomas un c afécon mig o? ». «¡Tomem os un té juntos ». «Te invi to auna He ineken». «¿Qué, tomamos o t ro vaso de

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vino?». «Venga, no seas t ímido, déjame que te si rvaotro...  te lo mereces». Estas y otras expresiones semejan tes creaban una a tmósfera de compañer ismoy de convivencia.

En cualquier país o en cualquier cul tura en quenos encontremos, beber jun tos es un s igno de amistad,  de int imidad y de paz. Tener sed no es muchas

veces la razón pr incipal para beber. Bebemos para«romper e l h ie lo» , para en tab la r una conversac ión ,para demostra r las buenas in tenc iones, para expresar la amis tad y la buena vo lun tad , para prepararel escenar io de un momento romántico, para serabier to, vulnerable, accesib le. No es extraño que laspersonas que están en fadadas con nosotros o quenos acusan de que les fast id iamos, no acepten una

inv i tac ión nuestra para beber con nosotros. Másb ien d icen : «Voy d i rectamente a l asunto que me hatraído aquí». Rechazar una invi tación a beber esevi tar un cier to grado de int imidad.

En el peor de los casos, beber juntos es decir :«Tenemos su f ic ien te conf ianza mutua como parano envenenarnos el uno al otro». Y en el mejor, esdecir : «Quiero estar más cerca de t i y celebrar la

vida contigo». Así se rompen las barreras que nosseparan y ese hecho nos invi ta a reconocer y acompar t i r la humanidad. Por eso , beber jun tos puede convert i rse en un hecho espir i tual , en af i rmarnuestra unidad como hi jos del mismo Dios.

El mundo está l leno de lugares dest inados a beber: bares, pubs, salones de té y de café. Incluso

cuando sa l imos a comer fuera , la p r imera preguntadel camarero es siempre: «¿Algo para beber?». Estambién la p r imera pregunta que hacemos a nuest ros huéspedes en cuanto en tran en nuestra casa.

Parece que en la mayoría de las ocasiones enque bebemos, lo hacemos en un contexto en el quenos sent imos en casa con nosotros mismos, a l me

nos duran te a lgunos momentos, y a sa lvo con losdemás. Beber una taza de café para interrumpir e lt raba jo un momento , hacer un a l to en nuestrasocupaciones de la ta rde para tomar un té , un v inoantes de comer, tomar una copa antes de i r a lacama, todos estos momentos nos s i rven para dec i r nos a nosotros mismos o a los demás: «Es buenoestar vivo ante todo lo que sucede alrededor, y

qu ie ro recordármelo a mí mismo».Beber la copa de la vida nos hace dueños de lo

que estamos viviendo. Es decir : «Ésta es la vida»,pero también: «Quiero que ésta sea mi vida». Beberla copa de la vida es hacer nuestra e inter ior izarp lenamente nuestra ex is tenc ia ún ica , con todas suspenas y sus gozos.

No es fác i l hacer lo . Podemos sent i rnos duran te

mucho t iempo incapaces de aceptar nuestra p rop iavida.  Podemos estar luchando por consegu i r unavida mejor, o a l menos, d i ferente. A menudo se elevan en nosotros p ro fundas pro testas contra nuestrodestino. No hemos elegido nuestro país, a nuestrospadres, e l color de nuestra   piel,  nuestra o r ien tac iónsexual .  Tampoco hemos escog ido nuestro carácter ,

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nuestra inte l igencia, nuestra apar iencia f ís ica oc ie r tos modos ext raños de compor tamiento . A vecesqueremos hacer todo lo posib le para cambiar lascircunstancias de nuestras vidas. Nos gustaría estaren otro cuerpo, haber viv ido en otro t iempo o tenerotra manera de pensar. Puede surgir un gr i to deprotesta del fondo de nuestro ser: «¿Por qué tengo

que ser esta persona? No he pedido ser lo y no quiero serlo».

Pero a med ida que nos acostumbramos t ranqu i lamente a nuestra p rop ia rea l idad , a mi ra r con compasión nuestros dolores y a legrías, y a medida quesomos capaces de descubr i r e l potencia l único denuestra manera de ser y de estar en el mundo, podemos i r más al lá de nuestra protesta, podemos

acercar a nuestros labios la copa de nuestra viday beber ía , despac io , con cu idado, pero hasta e lfondo.

A menudo, cuando queremos conso la r a las per sonas, les decimos: «Bien, es tr iste que te haya pasado esto pero intenta sacar e l mejor part ido deello».  Pero «sacar el mejor partido de ello» no es lomismo que beber la copa. Beber nuestra copa no

es s imp lemente adaptarnos a las ma las s i tuac ionese intentar servirnos de ellas lo mejor posible. Bebernuestra copa es una manera de viv i r con esperanza ,  con cora je y con conf ianza en nosotros mismos.Es estar en el mundo con la cabeza levantada, sól idamente asentados en e l conoc imien to de qu iénessomos, es enfrentarnos a la real idad que nos rodea

y responder a e l la desde el fondo de nuestros corazones.

Las grandes f iguras de la h is to r ia mi ra ron profundamente a l in ter ior de sus copas y bebieron sinmiedo. Ya fueran famosos o no, sabían que la vidaque se les había dado había sido para que la viv ieran en pleni tud, en presencia de Dios y del pueblo

de Dios, y así producir fruto. Se sentían, con sus ci r cunstancias reales, en la obl igación de hacer desus vidas a lgo fructí fero. Jesús, e l h i jo del carpinterode Nazaret —«¿De Nazaret puede sal i r a lgo bueno?»,  p reguntaba la gente (Jn  1,46 —,  bebió sucopa hasta las heces. Todos sus discípulos lo h icieron también , de una fo rma d i fe ren te a como pud ie ran haber lo hecho.

La grandeza espir i tual no t iene nada que ver conser mayor que los demás. Tiene mucho que ver conl legar a l n ivel a l que cada uno de nosotros t ieneque l legar. La verdadera santidad es precisamentebeber tu propia copa y confiar que así, asimi lándoteplenamente a tu propio caminar por la t ierra, quees i r remplazable, puedes l legar a ser una fuente deesperanza para muchos. Vincent van Gogh, en medio de sus miser ias y lacras inter iores, creyó sin t i tubeo alguno en su vocación por la p intura, y l legótodo lo le jos que pudo con el aparentemente pequeño baga je humano que ten ía . Algo parec ido sucedió también en el caso de Francisco de Asís, deDorothy Day, de New York, y de Óscar Romero, de

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El Salvador. Personajes insigni f icantes, pero grandes a la hora de beber sus copas tota lmente.

¿Cómo podemos nosotros, en med io de nuestrasvidas diar ias, beber nuestra copa, la copa del dolory la de l gozo? ¿Cómo podemos as imi la rnos   to ta l mente con lo que se nos ha dado? De a lguna manera sabemos que cuando no bebemos nuestra

copa y así evi tamos tanto e l dolor como el gozo devivi r , nuestras vidas se convier ten en algo inautén-t ico,  fa lso , super f ic ia l , abur r ido . Nos conver t imos enmuñecos movidos ar r iba y aba jo , a izqu ie rda y derecha por los t i t i r i teros de este mundo. Nos convert imos en objetos, víct imas de los intereses y deseosde otras personas. Pero no tenemos que ser  víctimas. Podemos elegir beber la copa de nuestra vida

con la p ro funda conv icc ión de que, beb iéndo la ,consegu i remos nuestra au tén t ica l iber tad . Así descubr i remos que la copa de l do lo r y de l gozo queestamos beb iendo, es la copa de la sa lvac ión .

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L A  C O P A D E L A S A L V A C I Ó N

Gordie Henry, que t iene el síndrome de Down, esuno de los miembros fundac iona les de la comuni dad de Daybreak. Una vez me di jo:

—Lo bueno de nuestra v ida es que hacemos muchos amigos. Y lo duro en el la es que muchos deesos am igos abandonan l a comun idad .

Con esa senc i l la observac ión , Gord ie tocaba e lpunto exacto en el que el gozo y e l dolor se entre

lazan. Al haber s ido duran te mucho t iempo miembro de Daybreak, Gord ie ha conoc ido a muchosasistentes, que han compart ido con él su vida. Hanvenido de dist intos países, a veces para un verano,o t ras para un año, a veces para muchos años. Todos han quer ido mucho a Gord ie , y Gord ie acabapor querer los a e l los . Se crean pro fundas a f in idades,  lazos muy fuer tes y una au tén t ica amis tad .

Pero antes o después, los asistentes deben marcharse . Algunos se casan, o t ros vue lven a sus estud ios, a lgunos p ie rden sus permisos de t raba jo , enc ie r tos casos buscan una nueva or ien tac ión parasus v idas o descubren que la comunidad no espara e l los . Gord ie , s in embargo, se quedaba y   sent ía e l gran dolor de tantas separaciones.

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Un día, Jean Vanler, e l fundador de El Arca, vinoa v is i ta r Daybreak. Reun ió a toda la comunidad ydijo:

—¿Qué preguntas deseá is hacerme?Thelus, uno de los miembros pr imeros, que había

v iv ido en Daybreak tan to t iempo como Gord ie , le vantó la mano y d i jo:

—¿Por qué las personas se van cont inuamente?Van ier comprend ió que la p regunta no se la   p l an

teaba só lo The lus, s ino también Gord ie y todos losmiembros que l levaban un largo período de t iempoen Daybreak.

Se acercó a e l la amablemente y le d i jo:—¿ Sabes , The lus, que ésa es la p regunta más im

por tan te que puedes hacer? Porque tú y muchosotros quieren hacer de Daybreak su hogar, e l lugardonde sent i rse amados y p ro teg idos. ¿Qué s ign i f i caentonces que tan a menudo personas a las quequieres y que te quieren dejen tu hogar, a veces porel b ien de todos? ¿Por qué te ves obl igada a senti re l dolor de tantas part idas? ¡Podría parecer que lasperso nas no te quieren Porq ue si te quiere n, ¿por

qué te dejan?Mien t ras hab laba , todos l o escuchaban con mucha a tenc ión . Se daban cuenta de que aque l hombre comprendía rea lmente su pena y se preocupaba sinceramente de el los. Querían escuchar lo queten ía que dec i r les . Con gran amabi l idad y compas ión,  Jean mi ró a todos los que escuchaban y d i jo :

—Sabé is , vuestro gozo y vuestra pena os o f recene l p r iv i leg io de encomendaros una mis ión . Los quevienen a viv i r con vosotros, de los que recib iste ismucho y a los que d is te is mucho, no os abandonan.Los enviá is de vuel ta a sus colegios, a sus hogaresy a sus fami l ias, para que l leven a esos si t ios a lgodel amor que han vivido con vosotros. Es duro, es

penoso de ja r los marchar . Pero cuando os de iscuenta de que eso es una misión, seréis capaces deenviar a vuestros amigos a continuar su via je sinperder e l gozo que os han traído a vosotros.

Estas senc i l las pa labras ca la ron pro fundamenteen nuestros corazones porque nos hicieron ver deun modo d i fe ren te lo que hasta ahora ve íamoscomo una rup tura do lo rosa . La copa de l gozo y de

la a legría se había convert ido en copa de salvación.Sólo es posib le beber la copa del dolor y del gozo

cuando nos trae la salud, la fuerza, la l ibertad, laesperanza, e l coraje, una vida nueva. Nadie beberála copa de la v ida cuando nos pone en fermos yhace que nos s in tamos miserab les. Só lo podemosbeber ía cuando es la copa de la sa lvac ión .

Esto está expresado bel lamente en el salmo 116:

El Señor es benigno y justo,nuestro Dios es todo ternura...Yo seguía confiando, aunque dijera:«¡Qué de sgraciado soy ».En mi aflicción decía:«No se puede confiar en nadie».

¿Cómo pagaré al Señor

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todo el bien que me ha hecho?Levantaré la copa de la salvacióninvocando su nombre.

Sal 116,5.10-13)

Aquí e l beber la copa pierde su categoría de mis

ter io. La l legada y la marcha de los amigos, las exper iencias del amor y de la tra ic ión, del cuidado yde la indi ferencia, de la generosidad y de la tacañería, pueden convert i rse en el camino de la verdade ra sa lvac ión hum ana . Sí, las personas que nosaman también nos des i lus ionan; a lgunos momentosde gran sa t is facc ión también nos reve lan neces i dades insatisfechas; estar en el hogar también nosmuestra nuestra cond ic ión de personas s in hogar .Pero todas estas tens iones pueden crear en nosotros ese profundo anhelo de plena l ibertad que estámás al lá de todas las estructuras de nuestro mundo.

Está claro que hay una misión que emerge deuna v ida que nunca es puro do lo r o puro gozo, unamisión que nos hace movernos más al lá de nues

t ras l im i tac iones humanas y a lcanzar la l iber tad to ta l ,  la redenc ión comple ta , la sa lvac ión ú l t ima.

Jesús bebió la copa de su vida. Exper imentó laa labanza, la adu lac ión , la admirac ión y una inmensa popular idad. También el rechazo, e l r id ículo y e lodio de las masas. En un momento dado, la gentegr i tó: «Hosanna»; a l cabo de unos días, aquel gr i to

se cam bió por «¡Cruci f ícalo ». Jesús ace ptó tod oeso, no como un héroe pr imero adorado y despuésv i l ipend iado, s ino como qu ien ha ven ido a cumpl i runa misión, y supo centrarse en esa su misión, fueran cuales fueran las respuestas de los demás. Jesús as imi ló in te r io rmente en toda su pro fund idad ycomo parte de su misión, e l hecho de tener que be

ber la copa de su vida para cumpl i r e l trabajo quesu Abba, su Padre quer ido , le había encomendado.Sabía que beber la copa de su vida le traería la l i ber tad ,  la g lor ía y la p leni tud. Sabía que beber lacopa le conducir ía más al lá de la trampa de estemundo para comple ta r la l iberac ión , de la agoníade la muerte a l esplendor de la resurrección. Esteconoc imien to ten ía poco que ver con la compren

s ión o e l conoc imien to in te lectua l . Era un conoc i miento de un corazón cul t ivado en el jardín delamor e te rno .

Por tanto, la copa que quería beber Jesús y quebebió hasta vaciar la por completo se convir t ió en lacopa de la sa lvac ión .

En el huerto de Getsemaní, e l huerto del miedo,el corazón de Jesús gr i tó con el salmista: «No se

puede confiar en e l hombre.. . Beberé la copa de lasalvación e invocaré e l nombre del Señor». Beber lacopa de la salvación signi f ica vaciar la copa del dolor y del gozo para que Dios pueda l lenar la de vidapura.

La «salvación» habla de ser salvado. Pero ¿dequé neces i tamos ser sa lvados? La respuesta t rad i -

de la   ley».  En cuanto a las consecuencias de esos

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c iona l ,  y la buena, es del pecado y de la muerte.Estamos cogidos en la trampa del pecado y de lamuer te como en una t rampa de cazador .

Cuando pensamos un momento en las d is t in tasad i cc iones —a lcoho l , d roga , com ida , j uego , sexo—nos hacemos una idea de esa t rampa.

Además, ahí están siempre presentes nuestras in

f in i tas compuls iones. Podemos sent i rnos impu lsados a actuar, a hablar e incluso a pensar de unamanera o de otra sin ser capaces de escoger otrocamino. Cuando las personas d icen : «Antes de sa l i rde la habi tación, l impia e l a i re que has respirado,porque si no le va a dar un ataque de nervios», o«haga lo que haga, e l la siempre se lava antes lasmanos», sabemos que estamos t ra tando con gente

compuls iva .Además, todos tenemos nuestras obses iones.

Una idea, un  p lan,  una a f ic ión pueden obcecarnoshasta ta l punto que nos conver t imos en sus esc la vos.

Estas ad icc iones, compuls iones y obses iones re ve lan nuestras p rop ias t rampas. Nos hacen vernuestra cond ic ión de pecadores, porque nos ar re

batan nuestra preciosa l ibertad como hi jos de Diosy por tan to nos esc lav izan a un mundo est recho yencog ido . El pecado nos hace crear nuestras p ropias vidas, de acuerdo con nuestros deseos, ignorando la copa que se nos ha dado. El pecado noshace autoindulgentes. San Pablo d ice: «Pero si osdejáis l levar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio

desordenados apet i tos , son b ien conoc idas: fo rn i cac ión ,  impureza, desenfreno, idolatr ía, hechicería,enemistades, d iscordias, r iva l idad, i ra, egoísmo, d isensiones, cismas, envid ias, borracheras, orgías ycosas semejantes. Los que hacen ta les cosas, os lorepi to ahora, como os lo d i je antes, no heredarán el

reino de Dios» (Gal 5,18-21).La muerte también nos apresa en su trampa. Nos

rodea por todas par tes: la amenaza de muer te nuclear, los confl ictos nacionales y étn icos; la muerteresul tante del hambre y e l abandono; la muerte poraborto o eutanasia, y la muerte que nos l lega porinnumerab les en fermedades que azo tan a la humanidad, especia lmente e l s ida y e l cáncer. Más tar

de o más temprano nos haremos consc ien tes de lhecho fata l de nuestra propia muerte. En cualquierdirección que tomemos se hace presente la muerte,no abandonándonos jamás. No pasa n i un so lo d íaen el que no nos preocupemos por la salud de algún miembro de la fami l ia , de un amigo o por lanuestra. No pasa un solo día en que dejemos derecordar las trampas, los lazos de la muerte.

El pecado y la muerte nos hacen caer en su trampa.  Beber la copa, como hizo Jesús, es la forma deevi tar la trampa. Es el camino de nuestra salvación.Es un camino d i f íc i l , do lo roso , un camino que queremos ev i ta r a toda costa . A menudo, inc luso , parece un camino imposib le. Es cier to que, en el casode que no queramos beber nuestra copa, la l ibertad

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nos rehuirá. No se trata de la l ibertad que nace después de haber vac iado comple tamente nuestracopa —esto es, después de nuestra muer te—. No,saboreamos esta l iber tad cada vez que bebemos lacopa de nuestra v ida , en mayor o menor cant idad.

La salvación no se nos reserva sólo para después de la muerte. Es una real idad diar la, que po

demos gustar aquí y ahora . Cuando me s ien to conAdam y le ayudo a comer , cuando hab lo con Bi l lsobre nuestro p róx imo v ia je , cuando tomo un ca fécon Susanne y e l desayuno con David , cuandoabrazo a Michael , cuando beso a Patsy o rezo conGordle, la salvación se hace siempre presente. Ycuando nos sentamos jun tos a l rededor de la mesadel a l tar y ofrezco a todos los presentes la copa   lle

na de v ino , puedo anunc ia r con toda cer teza : «Éstaes la copa de la salvación».

H A S T A E L F O N D O

Se nos p lan tea una pregunta : ¿Cómo bebemos lacopa de la sa lvac ión?

Debemos beber ía len tamente , saboreando cadasorbo, hasta e l fondo. Vivi r una vida completa esbeber nuestra copa hasta que se quede vacía ,   c o n f iando en que Dios la l lenará con la vida eterna.

Es impor tan te , s in embargo, ser muy concre tos,tener nuestra mente muy c la ra cuando nos en frentamos a la p regunta : «¿Cómo bebemos nuestracopa?». Neces i tamos de c ie r tas d isc ip l inas b ienconcretas que nos ayuden a asimi lar y a inter ior izarnuestros gozos y nuestras penas, y a encontrar enel los nuestro único camino de l ibertad espir i tual . Megustaría estudiar cómo tres d iscip l inas, la del s i lencio,  la de la palabra y la de la acción, pueden   ayu darnos a beber nuestra copa de la sa lvac ión .

La pr imera forma de beber nuestra copa es en elsi lencio.

Puede parecemos una sorpresa porque estar s i lencioso parece que es no hacer nada. Pero es prec isamente en e l s i lenc io cuando nos en fren tamos anuestro verdadero ser. A menudo las penas denuestras v idas nos abruman de ta l fo rma que ha-

cemos cua lqu ie r cosa para no en fren tarnos a e l las . tu propio caminar en la vida, sus lados br i l lantes y

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La radio, la televisión, los periódicos, los l ibros, laspel ículas y también el trabajo intenso y una vida socia l muy l lena, todas esas real idades pueden serfo rmas de escaparnos de nosotros mismos y hacerde la vida un largo entretenimiento.

Aquí es impor tan te la pa labra  entretenimiento.

Signi f ica l i tera lmente «coger a a lguien» («teni» dellatín  tenere,  den tro —«entre»—) de a lgo . Entre te nimiento es todo lo que capta nuestra mente y sela l leva fuera de las cosas que son di f íc i les de afrontar . El entretenimiento nos mantiene distraídos,  an i mados o en suspenso. Nos regala una tarde o undía l ibre de nuestras preocupaciones y miedos.Pero cuando empezamos a v iv i r la v ida como un

entre ten imien to perdemos contacto con nuestrasa lmas y nos conver t imos en s imp les espectadoresen un espectácu lo que dura toda la v ida . Inc lusocua lqu ie r t raba jo va l ioso , impor tan te , puede   c o n vert i rse en una forma de olvidar lo que somos   real mente . No debe sorprendernos que para muchaspersonas la jub i lac ión c onst i tuya un a perspect ivaa ter radora . ¿Qué somos cuando no hay nada quenos man tenga ocupados?

El si lencio es la d iscip l ina que nos ayuda a sobrepasar la ca tegor ía de en tre ten imien to de nuestras vidas. En ese si lencio es donde podemos hacerque emerjan nuestras penas y gozos de los lugaresen los que se ocu l tan y donde podemos mi ra rnos ala cara d iciendo: «No tengas miedo, puedes mirar

oscuros, y descubr i r tu forma de ser l ibre». Podemos encontrar e l s i lencio en la naturaleza, en nuestra propia casa, en una ig lesia o en un lugar demedi tac ión . Pero donde qu ie ra que lo encontremos,debemos mimarlo. Porque sólo en el s i lencio podemos conocer en pro fund idad qu iénes somos y

poco a poco mi ra rnos a nosotros mismos como dones de Dios.

Al pr incip io e l s i lencio puede asustarnos. En el s i lencio oímos las voces de las t in ieblas: nuestros celos y nuestra rabia, nuestro resentimiento y nuestrosdeseos de venganza, nuestra lascivia y nuestra avar ic ia, nuestro dolor por las pérdidas, abusos o rechazos. Estas voces son a menudo ru idosas y per

sistentes. Todas esas real idades miserables puedenl legar a ensordecernos. Nuestra reacc ión más espontánea es sal i r corr iendo y volver a nuestro ent re ten imien to .

Pero si mantenemos la d iscip l ina de permanecery de no consenti r que esas voces nos int imiden, perderán gradua lmente su fuerza y pasarán a un segundo p lano, de jando un espac io para las voces

más suaves, más agradables, de la luz.Estas voces hab lan de paz, bondad, suav idad,gozo, esperanza,  b ien,  perdón, y, sobre todo, deamor. Al pr incip io pueden parecer tenues, insigni f i can tes, y podemos pasar lo muy mal con f iándonosa el las. Sin embargo, son muy insistentes y se haránmás fuer tes s i segu imos escuchándo las. Nos v ienen

desde lo más hondo de nosotros mismos y de muy ción entre lo que sentimos y lo que manifestamos

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le jos. Nos han estado hablando desde antes denuestro nacimiento y nos revelan que no hay oscur idad en el que nos envió a l mundo: sólo hay luz.Son parte de las voces de Dios, que nos l lamó desde toda la eternidad: «Mi h i jo quer ido, mi favor i to,mi gozo».

Los enormes poderes de nuestro mundo s iguenpre tend iendo ahogar esas voces suaves. Pero s i guen siendo las voces de la verdad. Son como lasque escuchó el profeta El ias en el monte Horeb. Al l íDios le habló no con la voz de un huracán, un ter remoto o un incend io , s ino como en un murmul lo(1 Reyes 19,11-13). Este son ido nos qu ita tod osnuestros miedos y nos hace darnos cuenta de que

podemos en fren tarnos a la rea l idad , sobre todo anuestra propia real idad. Estar en si lencio es la   pr imera forma de aprender a beber nuestra copa.

La segunda fo rma para poder beber nuestracopa es con la ayuda de la palabra. No es suf ic iente re ivindicar nuestra pena y nuestro gozo en si lencio.  Debemos re ivindicar los en un círculo de amigosen los que confiemos. Para hacer lo así, necesi tamos hab la r sobre lo que es nuestra copa. Mien trasv ivamos nuestra verdad más pro funda en secre to ,a is lados de la comunidad de amor , su carga serádemasiado pesada para poder sopor ta r la . El miedoa que nos conozcan puede causar una contrad ic-

en públ ico y e l lo nos hace senti rnos despreciables,aunque por o t ro lado seamos ac lamados y a labados por muchos.

Pa ra conoce rnos ve rdade ramen te a noso t rosmismos y conocer rea lmente nuestra un ic idad en e lcamino de la v ida , neces i tamos ser conoc idos y ad

mit idos por los demás en lo que realmente somos.No podemos vivi r una vida espir i tual en secreto. Nopodemos encontra r nuestro camino hac ia la ver dadera l ibertad en el a is lamiento. El s i lencio, s i nova acompañado de la pa labra poster io rmente , estan pe l ig roso como la so ledad s in comunidad. Ambas real idades t ienen que i r unidas.

Hablar de nuestra copa y de lo que el la contiene

no es  fác i l .  Exige una auténtica d iscip l ina porque, lomismo que queremos huir del s i lencio para evi tar laconfron tac ión con nosotros mismos, queremos hu i rde hablar sobre nuestra vida inter ior para evi tar laconfron tac ión con los demás.

No estoy sugir iendo que cualquier persona a laque conozcamos o con la que nos encontremosdeba enterarse de lo que hay en nuestra copa. Al

contrar io, sería una fa l ta de tacto, a lgo imprudentee incluso pel igroso exponer nuestro inter ior más ínt imo a personas que no pueden o f recernos segur i dad y conf ianza. Eso no crea comunidad; so lamente causa in t ranqu i l idad mutua y p ro fund iza nuestravergüenza y nuestro sent ido de cu lpab i l idad . Perosí a f i rmo que neces i tamos amigos que nos qu ie ran ,

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que se preocupen por nosotros, que nos cu iden, gozos en p len i tud . Cuando rea lmente creemos que

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con los que podamos hab la r con e l corazón en lamano. Ta les amigos pueden curarnos de la pará l i s is que genera e l secret ismo. Pueden ofrecernos unlugar sagrado y seguro , en e l que podamos expresar nuestras penas más pro fundas y nuestros gozos,  y pueden serv i rnos de contraste ten iendo s iem

pre e l amor como te lón de fondo, empu jándonos auna mayor madurez esp i r i tua l . Podemos ob je ta r losiguiente: «No tengo esos amigos en los que   c o n f iar , y no sé cómo encontrar los». Esta objeción surge de nuestro miedo a beber la copa que Jesús nosp ide que bebamos.

Cuando nos comprome tamos p lenamen te con l aaventura espir i tual de beber nuestra copa hasta e l

fondo, descubr i remos pron to que los que están hac iendo e l mismo camino que nosotros nos o f recerán su apoyo, su amistad y su amor. Ésta ha sidomi exper ienc ia más sagrada: que Dios envía amigosadmirables a los que hacen de Él su única preocupación. Ésa es la mister iosa paradoja de la quehab la Jesús cuando d i ce que cuando abandona mos a los que viven a nuestro lado, por Él y por

amor a l Evangel io, recib iremos cien veces más deapoyo humano (ver Me 10,29-30).

Cuando nos a t revamos a hab la r desde las p rofund idades de nuestro corazón a los amigos queDios nos ha dado, i remos encontrando gradua l mente una nueva l iber tad dentro de nosotros y cora je renovado para viv i r nuestros propios dolores y

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no tenemos nada que ocu l ta r a D ios, neces i tamosa personas a nuestro a lrededor que lo representenante nosotros y a las que podamos revelar nuestrain te r io r idad con conf ianza comple ta .

Nada nos dará tan ta fuerza como ser comple ta mente con oc id os y to ta lmente am ados por nuestroshermanos en nombre de Dios. Eso nos dará e l cora je para beber nuestra copa hasta e l fondo, sabiendo que es la copa de nuestra salvación. Esonos permit i rá, no solamente viv i r  b ien,  s ino tambiénmorir  b ien.  Cuando estamos rodeados por amigosquer idos, la muerte se convier te en la puerta paraentrar en la p lena comunión de los santos.

El tercer camino para beber la copa está en laacc ión .

La acc ión , como e l s i lenc io y la pa labra , puedeayudarnos a re ivindicar y a celebrar nuestro verdadero ser. Pero también a la hora de la acción neces i tamos d isc ip l ina , porque e l mundo en e l que v i v imos nos dice: «Haz esto, haz lo otro, vete aquí,vete a l l í , encuentra a éste, encuentra a ésta». Losnegocios se han conver t ido en un s igno de impor

tancia. Tener mucho que hacer, muchos si t ios a losque i r y una cant idad enorme de personas con lasque encontra rse nos da un  estatus  y una fama.Pero esto mismo, esta r tan ocupados, puede ar rancarnos de nuestra p rop ia vocac ión e imped i rnosbeber nuestra copa.

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No es fáci l d ist inguir entre hacer aquel lo a lo que mismo que dejar a los amigos por amor a l Evan

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estamos l lamados a hacer y hacer lo que queremos.Nuestros muchos deseos pueden d is t raernos   fác i l mente de nuestra verdadera acción. Ésta nos l levaa l cumpl imien to de nuestra vocac ión . Ya t raba je mos en un despacho, o via jemos por e l mundo, escr ibamos o hagamos pe l ícu las, cu idemos de los pobres, ofrezcamos nuestro l iderazgo, o estemos empleados en of ic ios sin re levancia, la pregunta no es«¿qué es lo que más me gusta?» sino «¿cuál es mivocac ión?». La pos ic ión más prest ig iosa en la sociedad puede ser una expresión de obediencia anuestra l lamada tan to como un s igno de nuestro re chazo a escuchar esa l lamada; y la pos ic ión menosprest ig iosa también puede ser una respuesta anuestra vocac ión tan to como una fo rma de apar

tarnos de el la.

Beber nuestra copa ex ige una e lecc ión cu idadosa de aque l las acc iones que nos acercan más a vaciar esa copa por completo, para que al f inal denuestra v ida podamos dec i r con Jesús: «Está cumpl ido» (Jn 19,30). Y ahí está la paradoja: l lenamosla vida vaciándola. En palabras de Jesús: «El quequiera conservar la vida, ia perderá, y e l que la p ier

da por mí, la conservará» (Mt 10,39).Cuando nos en tregamos a hacer la vo lun tad de

Dios y no la nuestra , p ron to descubr imos que mucho de lo que hacemos no hace fa l ta que lo hagamos nosotros. Estamos l lamados a hacer lo quenos tra iga la verdadera paz y e l verdadero gozo. Lo

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gel io nos regalará amigos, de la misma forma, e la le ja rnos de acc iones que no están de acuerdo connuestra l lamada nos pondrá en e l buen camino denuestra vocac ión .

Las acciones que l levan a un exceso de trabajo,a de ja rnos exhaustos y esqu i lmados no pueden a la

bar y g lor i f icar a Dios. Lo que Dios nos l lama a hacer  podemos  hacer lo y hacer lo  bien.  Cuando es cuchemos en si lencio la voz de Dios y hablemoscon nues t ros am igos con f i adamen te , conoce remoslo que estamos l lamados a hacer y lo haremos conco razón ag radec ido .

El s i lencio, e l hablar y e l actuar son tres d iscip l i

nas que nos ayudan a beber nuestra copa. Son d isc ip l inas porque no las p ract icamos espontáneamente.  En un mundo que nos anima a evi tar los temas más reales de la vida, estas d iscip l inas nosex igen un esfuerzo cont inuado de gran concentra c ión .  Pero si escogemos mantenernos en si lencio, s inos rodeamos de un círculo de amigos en los quepodamos conf ia r para hab la r con e l los , y empren

demos acc iones que bro ten de nuestra l lamada, estamos de hecho beb iendo nuestra copa, sorbo asorbo, hasta e l fondo. Las tr istezas de nuestras vi das ya no nos paral izarán, n i nuestros gozos nosharán perder la vis ión de lo que tenemos que hacer.Las discip l inas del s i lencio, la palabra y la acción

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centran nuestra v is ión en e l camino que estamos

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haciendo y nos ayudan a segu i r ade lan te , paso apaso, hasta nuestra meta . Encontra remos grandesobstácu los y v is tas esp lénd idas, secos des ie r tos ytambién lagos de aguas cr is ta l inas, rodeados de ár bo les de sombra f resca . Tendremos que luchar   c o n t ra los que van a in ten tar a tacarnos y robarnos.

También haremos amigos marav i l losos. A menudonos preguntaremos s i l legaremos a consegu i r lo a l guna vez, pero un d ía veremos acercarse a nosot ros a qu ien ha estado esperándonos desde toda lae tern idad para darnos la b ienven ida a l hogar .

Sí,   podemos beber nuestra copa de la v ida hastael fondo, y mientras la bebemos, e l que nos ha   l lamado «e l amado» an tes de que nac ié ramos, la es

tará l lenando con la vida eterna.

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C o n c l u s i ó n

L A  RESPUEST A

He visto muchas copas: de oro, de p lata, de bronce y de cr is ta l , unas decoradas esp lénd idamente yotras muy senci l las, con unas formas muy elegantesy a la vez muy simples. Sea cual sea su mater ia l , suforma o su valor , todas hacen referencia a l acto de

beber. Beber, Igual que comer, es uno de los actoshumanos más un iversa les. Bebemos para segu i r v i v iendo o bebemos para acelerar nuestra muerte.Cuando la gente d ice : «Bebe mucho» pensamos enel a lcohol ismo y en los problemas fami l iares quecon l leva . Pero cuando dec imos: «Me gustar ía quev in ie ras a beber a lgo conmigo», pensamos en lahospi ta l idad, en la celebración, en la amistad y la

in t imidad.No es una sorpresa que la copa sea un símbolotan un iversa l . Abarca mucho de lo que hacemos ennuestra vida.

Muchas copas hab lan de v ic to r ia : las copas def ú tbo l ,  de tenis, son trofeos ardientemente deseados. Fo togra f ías de cap i tanes levantando una copa

v ic to r iosa mien tras sus compañeros de equ ipo los pro fund idad e l enorme desaf ío de la p regunta de

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l levan a hombros están impresas en nuestra memor ia como recuerdos de nuestra emoción en momentos de victor ia. Esas copas hablan de éxi to, decora je ,  de hero ísmo, de fama, de popu lar idad y deun gran poder.

Muchas copas hab lan también de muer te . La

copa de p la ta de José, encontrada en e l saco deBenjamín, huele a tragedia. Las copas de Isaías yJeremías son las copas de la ira de Dios y de ladestrucc ión . La copa de Sócra tes e ra una copa envenenada que a lgu ien le en tregó para que pus ie rafin a su vida.

La copa de la que habla Jesús no es n i un   s ímbolo de victor ia n i un símbolo de muerte. Es un   s ím

bolo de vida, l lena de dolores y gozos, que podemos mantener en nuestras manos, que podemos le vantar y beber como una bend ic ión y como uncamino de sa lvac ión . «¿Podé is beber la copa queyo he de beber?», nos pregunta Jesús. Esta pregunta tendrá un sentido d i ferente cada día a lo largode nuestras v idas. ¿Podemos abrazar con buen   án i mo las penas y los gozos que nos l legan día tras

d ía? En un momento dado puede parecer muy fác i lbeber la copa, y en ese momento podemos dar unsí rápido a la pregunta de Jesús. Pero quizá a l pocot iempo, las cosas pueden parecemos comple tamente d i ferentes, y todo nuestro ser gr i ta: «¡No,  n u n ca » D ebem os dejar a l sí y a l no, a ambos , que ha blen en nosotros para l legar a conocer con mayor

Jesús.Juan y Santiago no tenían ni la más mínima idea

de lo que decían cu and o respond ieron que s í. Apenas entendían quién era Jesús. No pensaban en élcomo en un l íder que sería tra ic ionado, tor turado ymuer to en la cruz. Tampoco se imag inaban que sus

vidas iban a estar marcadas por via jes agotadores,persecuciones terr ib les, que se iban a consumir enla contemplación o e l mart i r io . Su pr imer sí tan fáci ltuvo que ser seguido por muchos di f íc i les síes hastaque sus copas se vac ia ron to ta lmente .

¿Y cuá l es la recompensa de una respuesta autén t icamente a f i rmat iva? La madre de Juan y deSant iago quer ía una recompensa concre ta : «Man

da que estos dos hijos míos se sienten uno a tuderecha y o t ro a tu izqu ie rda cuando re ines»(Mt 20,21). El la y e l los tenían muy pocas dudas sobre lo que quer ían . Ambic ionaban e l poder , la in f luencia, e l éxi to, la r iqueza. Se preparaban paraocupar un puesto re levante cuando los ocupantesromanos fueran expu lsados de l te r r i to r io y Jesúsfuera proc lamado rey y p reparara su prop io equ ipo

minister ia l . Querían ser su mano derecha e izquierda en el nuevo orden pol í t ico.

Pero, a pesar de su mala interpretación, habíans ido pro fundamente tocados por este hombre , Jesús.  En su presenc ia , habían exper imentado a lgoque nunca habían imag inado. Tenía que ver con lal ibertad inter ior , e l amor, la preocupación por los

demás y, sobre todo, con Dios. Sí, querían poder e contrato. Beber la copa es un acto de amor des

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in f luencia, pero sobre todo querían estar cerca deJesús a toda costa . A med ida que avanzaban en sucamino persona l a l lado de Jesús, descubr ie rongradua lmente a lo que habían d icho s í . Oían cosassobre ser siervo y no señor, sobre buscar e l ú l t imolugar en vez del pr imero, sobre entregar sus vidas

en vez de dominar la vida de los demás. Y en cadauna de esas ocas iones ten ían que hacer una nuevae lecc ión . ¿Quer ían segu i r con Jesús o abandonar lo? ¿Querían seguir e l camino de Jesús o buscar aalgún otro que les d iera e l poder que deseaban?

Más tarde, Jesús les p lanteó el reto d irectamente:«¿También vosotros queré is marcharos? Pedro respond ió : Señor , ¿a qu ién i r íamos? Tus pa labras dan

v ida e te rna . Nosotros creemos y sabemos que eresel santo de Dios» (Jn 6,67-69). Él y sus amigos habían empezado a intu ir e l re ino del que Jesús leshabía estado hablando. Pero seguía en pie la pregunta: «¿Podéis beber la copa?». Di jeron que sí unay otra vez. ¿Y en qué quedó el tema de los asientosen el re ino? Podrían no ser los si l lones que habíanesperado, ¿pero podrían estar más cerca de Jesúsque los demás segu idores?

La respuesta de Jesús es radical , como su pregunta: «... pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí conceder lo, s ino que espara quienes lo ha reservado mi Padre» (Mt 20,23).Beber la copa no es un acto heroico con una maravi l losa recompensa. No es la ganancia fruto de un

prend ido , de inmensa conf ianza, de somet imien to aun Dios que les dará lo que necesi ten cuando lonecesi ten.

La invi tación de Jesús a beber la copa sin ofrecerla recompensa que esperamos es e l gran reto de lav ida esp i r i tua l . Rompe todos los cá lcu los humanos

y todas las expectat ivas. Desafía todos nuestros deseos de segur idad por ade lan tado. Vue lve cabezaaba jo nuestra esperanza para un fu tu ro p redec ib ley echa por t ie r ra todas nuestras au tosu f ic ienc ias ysegur idades inventadas. Pide una conf ianza rad ica len Dios, la misma confianza que hizo beber a Jesúsla copa hasta las heces.

Beber la copa que bebió Jesús es viv i r una vida

en el espíritu de Jesús, que es el espíritu de un amorincond ic iona l . La in t im idad en tre Jesús y e l At iba ,su Padre , es una in t imidad de conf ianza comple taen la que no se dan los juegos del poder, ni un   c o n sent imien to mutuo a unas promesas, n inguna garan t ía por ade lan tado. Se t ra ta so lamente de l amor ,puro, s in restr icciones, i l imi tado, tota lmente abier to,tota lmente l ibre. Esta int imidad le d io a Jesús la

fuerza para beber la copa. Esta int imidad t iene unnombre, un nombre divino. Es e l Espír i tu Santo. Vivi runa vida espiritual es vivir una vida en la que el Espír i tu Santo nos guiará y nos dará la fuerza y e l cora je para seguir d ic iendo  sí a  la g ran pregunta .

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Ep í l o g o

U N A  C O P A , U N C U E R P O

El día 21 de ju l io de 1997 se cumpl i rán cuarentaaños desde que el cardenal Bernard Al fr ink me ordenó sacerdote y mi t ío Antón me dio e l cál iz de oro.

A la mañana siguiente celebré mi pr imera misa enla capi l la de las hermanas del seminar io. Yo estaba

de pie frente a l a l tar , dando mi espalda a las hermanas, que habían s ido tan buenas conmigo durante mis seis años de estudios de f i losofía y teología.  Leí lentamente en latín todas las lecturas yoraciones. Durante e l ofer tor io, levanté e l cál iz conmucho cu idado. Después de la consagrac ión loalcé por encima de mi cabeza, para que las hermanas pud ie ran ver lo . Y duran te la comunión , des

pués de haber tomado e l pan consagrado, bebí deél ,  e l único a l que se le permitía hacer lo entonces.

Fue una exper iencia ínt ima y míst ica. La presencia de Jesús era más real para mí que la de   cua l quier amigo. Después, me arrodi l lé durante largorato y me sentí abrumado por la gracia de mi sacerdoc io .

Durante los cerca de cuarenta años que han se me ser un sacerdote en la forma en la que lo soy

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gu ido , he ce lebrado la eucar is t ía d ia r iamente conmuy pocas excepc iones, y apenas puedo conceb i rmi vida sin esa fuerte exper iencia de comunión ínt ima con Jesús. Es c ie r to que todo ha cambiado.Hoy me siento a una mesa baja, en círculo conhombres y mu jeres d isminu idos. Todos leemos y re

zamos en inglés. Cuando se ponen sobre la mesalas ofrendas de pan y vino, se vier te e l v ino en grandes copas de cr ista l , que yo y los ministros de laeucar istía colocamos sobre e l a l tar . Durante la p legar ia eucaríst ica e l pan y las copas son levantadaspara que todos puedan ver las o f rendas consagradas y exper imentar que Cr isto está realmente entrenosotros. Luego, e l cuerpo y la sangre de Cr isto nos

son o f rec idos a todos como pan y v ino . Y cuandonos o f recemos la copa unos a o t ros, nos mi ramosa los o jos y decimos: «La sangre de Cr isto».

Este hecho d ia r io ha pro fund izado nuestra v idade comunidad duran te años, y nos ha hecho conscientes de que lo que vivimos diar iamente, nuestraspenas y gozos, es una parte integrante del granmister io de la muerte y resurrección de Cr isto. Esta

ce lebrac ión senc i l la , cas i escond ida en e l só tano denuestra pequeña casa de oración, hace posib le viv i rnuestro día, no como una ser ie for tu i ta de hechos,encuentros, s ino como algo creado por e l Señorpara hacer patente su presencia entre nosotros.¡Cómo han cam biad o las cosas ¡Y todo ha segu idolo mismo Hace cuarenta años, no podía ¡mag inar -

aho ra .  Pero s igue s iendo la cont inua par t ic ipac iónen el sacerdocio compasivo de Jesús la que haceque estos cuarenta años parezcan como una la rga ,una hermosa eucar is t ía , un acto g lo r ioso de   pet i c i ón ,  a labanza y acc ión de grac ias.

El cál iz dorado se ha convert ido en una copa de

cr ista l , pero lo que contiene sigue siendo lo mismo.Es la vida de Cr isto y nuestra vida, unidas en unasola.  Cuando bebemos la copa, bebemos la copaque bebió Jesús, pero también bebemos  nuestracopa. Ése es el gran misterio de la eucaristía. Lacopa de Jesús, l lena de su vida, derramada por noso tros y por toda la humanidad, l lena con nuestraprop ia sangre , se ha conver t ido en una so la copa.

Cuando bebemos esta copa jun tos, como la beb ióJesús, somos t ransformados en un so lo cuerpo deCristo vivo, s iempre muriendo y siempre resuci tandopara la sa lvac ión de l mundo.

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índice

Pró logo: El cál iz y la co pa 11In t roducc ión : La pregun ta 17

I.  Tomar la copa  21

1.  Tom ar entre las ma nos 232.  La cop a del dolor 293. La co pa del gozo 39

II.  Levantar la copa  51

4.  Levan tar 535. La co pa de ben dic ión 596. Por la vid a 67

Beber la copa   73

7. Beb er 758. La co pa de la salv ació n 819. Hasta e l fon do 89

Co nclu sión : La respuesta 99

Epí logo: Una cop a, un cue rpo 105