Quinta arma corta
•VICENTE MOLINA FOlx
Esta piezA dramática pertenece a mi obra Seis armas cortas (inédita), cuyo estreno teatral está previsto en Madrid para elmes de marzo de 1997. La obra consiste en siete piems autónomas cada una del resto, si bien unidas todas por una seriede referenCÚlsy motivos comunes; la escena final, más extensa, engloba en cierto modo la totalidad. El esquema de las sietepiems es el mismo: un didlogo amoroso entre una pareja, siempre distinta, y en el que se mezcla un componente de violencia. La piezA aquí publicada es el arma corta número cinco.
(Una MUJER JOVEN con gafas de montura estilizada hasta lacrueldady un HOMBRE MADURO con un montón de libros y unpuntero.)HOMBRE MADURO. Y así llegué a Dios: por la ciencia.
LA MUJER JOVEN. ¿Ella lo prueba?
MADURO. La ciencia. ¿La ciencia? Ahora sí.
LA JOVEN. Yo había pensado que era el alma.
MADURO. ¿Dios el alma?
LA JOVEN. El alma la que llevaba a Dios.
MADURO. También. Pero no es tan palpable. Las pruebas de la
ciencia son más irrebatibles.
LA JOVEN. Sin embargo.
MADURO. ¿Sin embargo?
LA JOVEN. Muchos aún lo niegan.
MADURO. Sí, Yuna buena época yo creí en ellos más que en
Dios.
LA JOVEN. Carlos Marx.
MADURO. Antes, antes. Los escépticos. Siempre los ha habido.
Desde Grecia. Yo fui de ellos.
LA JOVEN. ¿Hasta dar con la ciencia?
MADURO. Primero tuve un prurito filosófico. San Anselmo.
LA JOVEN. ¿Tuviste que leerlo?
MADURO. Como adulto. De colegial ya lo había leído. San An
selmo de Aosta: credo ut inteUigam. Entonces yo aún creía,
aunque no comprendía. La prueba ontológica me desper
tó la curiosidad. De adulto.
LA JOVEN. No la recuerdo.
MADURO. No se olvida. Dios es lo más grande que puede pen
sarse. Y este ser infinitamente grande no puede ser 001 pensa
do. Si así fuera. cabría pensar otro ser tan grande como él,
y además, existente, o sea más perfecto.
LA JOVEN. (Contenta de su buena memoria.) "Y si escuviera s6lo
en el pen~iento, sin poseer una realidad ... ¡no sería ya elser más grande posible!"
MADURO. Imposible olvidarla. Imposible creer en ella.
LA JOVEN. Imposible no reírse de ella.
MADURO. Te ríes de ella, pero aún te acuerdas.
LA JOVEN. Por estrafalaria.MADURO. Te concedo que es muy rebuscada. De ahí su fuerza...
literaria.LA JOVEN. "Dios es aquello mayor que lo cual no puede pensarse
cosa alguna."MADURO. y si es cierto que existe algo mayor que lo cual no
puede pensarse cosa alguna, es imposible pensar que
no exista.LA JOVEN. La prueba ontológica. Las cosas que se saben sin sa
berlo.MADURO. Pruritos filosóficos. No fue por ellos como llegué a Él.
(Pausa.)LA JOVEN. Yo sigo sin verle.MADURO. Vuelves a lo evidente. Como entonces.
LA JOVEN. Porque sigo sin verle.MADURO. La Biblia lo dice: "Aquel a quien no ha visto ningún
ser humano ni lo puede ver." El misterioso Dios.
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__________________ UNIVERSIDAD DE M¡;XICO
LA JOVEN. Defraudador.MADURO. Como todo misterio. Pero qué mejor reto que mirar
sin ver a un Ser tan invisible y tan tangible.
LA JOVEN. Mi mirada no llega a la altura de un reto tan elevado.
MADURO. Ahí entra la ciencia.
LA JOVEN. Tú vienes de las letras.MADURO. Por eso llegué tarde. Dios me ha alcanzado en plena
madurez.
LA JOVEN. Tan incrédulo como eras.
MADURO. No era más feliz.
LA JOVEN. ¿Y la ciencia?
MADURO. Me da paz. Y una certeza.
LA JOVEN. ÉLMADURO. Algo.LA JOVEN. Sí. (Pausa.) ¿Cómo se te ocurrió?MADURO. Tu ironía no me hiere. Creer es algo más que una
ocurrencia.LA JOVEN. Creyente pero desconfiado. Me has entendido
mal: ¿como te ocurri6?
MADURO. (Crédulo.) Dicho así tienes toda la raz6n. Fue algo
que me ocurri6 de golpe. Un suceso.
LA JOVEN. ¿Cuándo?MADURO. Ah. El día después de que me dejaras. Treinta horas
después.
LA JOVEN. ¿En clase?MADURO. Antes.LA JOVEN. Aún recuerdo c6mo entraste en clase aquel día.
MADURO. C6mo.
LA)OVEN. No parecías infeliz. Yo me tuve que poner gafas ne
gras. Y fumé en el aula a escondidas. Todo El entierro delconde de Orgaz lo pasé llorando.
MADURO. Yo no te miré.
LA JOVEN. No. No miraste a las últimas filas, donde nos sen
tábamos tus fieles. Sin cartera, sin libros, sin "el puntero
de levantar las faldas a las madonas del Renacimien
to", como decías mirando a las monjitas del primer pu
pitre.
MADURO. No te imaginas lo que llevaba aquel día en un bol
sillo de la chaqueta. El puntero no hacía falta. Un arma más
rápida.
(Pausa.)
LA JOVEN. Y fue una buena clase. Nunca habías explicado
mejor el "halo psicótico" de los grises ceniza de El Greco.
MADURO. Sin dormir. Así empez6 todo.
LA JOVEN. Te desveló Dios, y no yo.
MADURO. Tú me dejaste un hueco lleno de novedades, porque
en treinta horas no cabe lo que te llevabas al decirme "nues
tra historia ha terminado". En treinta horas s6lo da tiem
po a preparar una defensa de emergencia, una salvaci6n
inmediata. Y lo que se me ocurri6 como estratagema ur
gente fue partirte en dos: la persona que amo, la alumna
predilecta. Dos mujeres distintas, cada una con su propia
cara. (Pausa.) Mi soluci6n result6 aún peor al cabo de las
horas, cuando, tonto de mí, caí en la cuenta de que así tu
abandono me hacía perder el gran amor y la continuidad
de la cátedra. Quise acostarme antes de hora. Dormir mu
cho, sin cenar, sin leer, sin ordenar las diapositivas de El Gre
co. Y no pude. Con los ojos cerrados seguía viendo, y en
la primera hora de desvelo pas6 por delante de mi mira
da la cabalgata entera de tus artes de seducci6n, que coin
cidía, cuadro a cuadro, con la historia de la pintura que yo
te enseño, desde Altamira hasta Picasso. Un curso insopor
table. Así que decidí que el ojo tuviera campo libre, y me
asomé al balc6n en pijama, para esperar el amanecer, que
tard6 otra larguísima hora, y se fue preparando con un ruido de escapes de motos y la máquina del agua del hotel
que está enfrente de casa. Empecé a fijarme en mí, en el
poder interno de mi ojo, que de pronto disparaba como una
cámara fotográfica ultrarápida, automática, ajena a mi de
seo, que era el de no ver. También oí, una facultad que
nunca había tomado en serio. Fui subiendo por la escalera
de caracol de mi oído; pulsando cada una de sus diez mil
teclas auditivas, pero queriendo ser sordo para no volver a
escuchar tu frase de despedida. ¿Y qué oía, en vez? Las pal
pitaciones de mi corazón, que parecían nuevas, como si
nunca hubieran estrenado en mi pecho su capacidad de gol
pear. (Pausa.) Oírse y verse como una máquina tan infa
lible. Yo seguía asomado al balcón, y en la calle se imponían
los coches y un gitano vendedor de flores, en un fondo de
cielo irisado muy Turner. Pero en mí... también en mí se
imponían los golpes alegres de mis ojos mirones, mis oídos
despiertos, mi coraz6n roto en pleno funcionamiento,
mi est6mago vacío. Y entonces la "primera pregunta": ¿por
qué si yo no quiero ver ningún color más del arte, los estoy
viendo? ¿Por qué oigo que la ciudad despierta y anda,
cuando yo no querría volver a levantarme nunca? ¿Por qué
este corazón que ya no tiene ocupaci6n no se vacía y salta?
¿Por qué el est6mago pide la comida que yo no tengo ganasde comer? Qué hombre soy más infantil, y qué niño más
torpón y desvalido, insignificante. Qué Padre habrá y d6n
de, y de dónde vendrá su autoridad, que ordena a mi má
quina seguir en marcha. Más miradas a la acera desde mi
balc6n, y una mirada hacia arriba, no al cielo azul abierta
mente Tintoretto, sino al techo de mi ignorancia. Era cosa
de volver a estudiar.
LA JOVEN. ¿Ampliar tus estudios?
MADURO. Estudiar la ciencia de Dios. Sus creaciones. Esa máqui
na mía que no soy yo, este pelo que crece cuando yo me
lo arrancaría, esa materia de mi cuerpo que yo quiero dejar
caer por el balcón y no cae, sostenida por una energía su
perior que la reanima. ¿Generaci6n espontánea? La enési
ma prueba de un Dios.
LA JOVEN. Ahí pierdo pie. ¿Cuántas pruebas habría entonces?
MADURO. Contando las científicas y las instintivas, la teleo
l6gica, las a priori y las a posteriori... más de veinte.
LA JOVEN. Tantas.
MADURO. (¿Cabe en él lA ironia?) El Vaticano aún reconoce más.
Pero yo s6lo acepto las científicas.
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LA JOVEN. Y no dudas.
MADURO. Al principio. El odio me ayudó a no dudar de Él.
El odio es un criado de la ciencia.
LA JOVEN. ¿Y es el cristiano odio?
MADURO. Es diferente. Ahora creo en Dios, pero no tengo por
qué ser bueno. Me consta que Él lo es: el Ser más miseri
cordioso, aparte de micreador. Yo, en mi pequefíez de má
quina teledirigida por su voluntad, puedo permitirme la
maldad.
LA JOVEN. No le obedeces.
MADURO. Sí. Como criatura soy su esclavo, y le desobedez
co con mi razón. Él tiene mi cuerpo, y el alma la tendrá
un día.
LA JOVEN. El Más Allá. También crees en eso.
MADURO. Al cincuenta por ciento.
(Pausa.)LA JOVEN. Y vives contento.
MADURO. No. Pacificado.
LA JOVEN. Es mucho.
MADURO. ¿Tú no?
LA JOVEN. No precisamente.
MADURO. ¿Estás con alguien?
LA JOVEN. (No quiere hablar de eso.) No del todo. ¿Y cómo
será, según tú, la otra vida?MADURO. Desde luego no como en el tríptico de El Bosco que
te gustaba tanto. Más que un prado con fuentes yanima
les fantásticos, un mar de pequefías promesas. Sacaste las
oposiciones.
LA JOVEN. Sí. ¿Y esa esperanza, qué te ofrece?
MADURO. Nada inmediato, ya te lo he dicho. A lo sumo un se-
guro para la vida en solitario. ¿Comprometida al menos?
LA JOVEN. Algo así. La resurrección de la carne no te estimula.
MADURO. No lo que más. ¿Es también mayor que tú?
LA JOVEN. Sí. ¿Seria entonces todo como una inversión a plazo
largo?
MADURO. Yo vivo al día en Dios. Creo en su poder sobre mí y
sólo le escatimo las buenas acciones. ¿Cuántos afios mayor
que tú? ¿Mayor que yo?
LA JOVEN. Treinta y uno mayor que yo. Uno más que tú. Y lue
go está el cielo.
MADURO. Ahí no entro. La escatología es debatible. Pertenece
más a la fe ciega, y yo me apoyo en la ciencia. ¿Profesor
también?
LA JOVEN. Interino. Así que prescindes de lo que te molesta.
Del infierno, supongo.
MADURO. El infierno ya lo conozco: fue mi purgatorio de ti.
¿Te hace feliz?
LA JOVEN. (Con sorpresa.) ¿Y a ti el Tuyo?
MADURO. Eso es secreto.
LA JOVEN. ¿Otro?
MADURO. Para ti. Dios es el duefío de su misterio, y yo le respon
do como el nifío que adora a su padre sin entenderle. ¿Pero
el tuyo? ¿Es para ti un padre como yo lo fui, un buen aman
te, maestro? ¿Qué te puede ensefíar, ya?
LA JOVEN. ¿Qué te promete el Tuyo?
MADURO. ¿Qué materias domina que yo no te explicara?
LA JOVEN. ¿Qué sacas en claro de un sacramento tan oscuro?MADURO. Nada.
LA JOVEN. Nada.
(Pausa.)
MADURO. Voy a proceder.
LA JOVEN. Luego traías intenciones.
MADURO. Y no buenas. Recuerda que mi conversión no me hahecho piadoso, aunque Él lo sea. (Toma el puntero y loesgrime.)
LA JOVEN. Lección particular.
MADURO. Fin de curso.
LA JOVEN. ¿Qué periodo, qué artista, qué capitulo?
MADURO. Los pintores del Juicio Final.
LA JOVEN. Antes no te gustaban. Los tocabas de refilón.
MADURO. Ahora soy un experto en las postrimerías. Será una
clase magistral. (Desenrosca elpuntero. cuya parte más cortase convierte en un pequeño estilete afilado; la parte de madera ofunda la tira al sueÚJ.)
LA JOVEN. (Sin perder la compostura.) Una clase en vivo.
MADURO. Siempre te atralan los cuadros macabro, lo recuer
do. Salomé pidiendo el degüello del Bautista y Judith
con la cabeza de Holofernes. Un re li mo demasiado
crudo. Yo quiero ser más espiritual esta t rde. Mis nuevas
creencias; tú y yo podemos sobrevivir a nuestra pobre
imagen de criaturas humanas. Una resurrección. ¿Nunca
te viste como protagonista de los cuadro famo os? Es un
juego que yo hada de estudiante. Me ponl en el papel
de los dioses paganos y conquistaba a l comp fieras de
clase gracias a Botticelli y Tiziano. Llegaba a imaginarme
los momentos culminantes de mi vida a través de l pin
tura. Alejandro antes de la batalla. El triunfo de Apolosobre Marsias. La vejez de S!neca. ¿Tú? ¿Qué te gustarla
dejar a los demás como retrato? En las treinta horas pri
meras, en los casi noventa dlas, en el largo trimestre que
ha pasado desde que me dejaste, se me ocurrieron varios.
La muerte de Cleopatra. Medea con la túnica de fuego. AnaBolena en el cadalso. Todas damas profanas y un poco
ensangrentadas, como prefieres, y en un estilo barroco.
¿Es también él, tu amante, aficionado a esos gustos? Dudo
que él disponga del arte de la salvación que yo he ad
quirido estudiando a Dios. Yo ahora puedo salvarte. Delan
te de la pantalla, sefíalo el cuadro con el puntero y levan
taré tus faldas de pecadora ante la clase. Puedo ponerte
en el jardín del Paraíso como la Eva de la vergüenza, o
darte la buena muerte de una Lucrecia violada, resucitarte
como la Magdalena penitente. En mi nueva religión po
drásdurar más, si soy yo el que te explico. Científicamen
te. Tener vida futura a mi lado. Muertos los dos al fondo
del aula, bajo el pupitre. con el pecho lleno de sangre,
pero resucitados en esa otra vida que te prometo. Una vida
futura, y un amor en el más allá. (Se va acercando a la joven
con el estilete delpuntero.) •
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