I
A veces en las noches cuando estamos durmiendo se despierta exaltada por algún sueño que le asusta o
algún miedo abrumador -pienso yo- que le atormenta frenéticamente. En algunas de esas veces primero
lanza un grito desgarrador y se contrae, entonces comienzo a susurrar su nombre y la tomo por los hombros,
tratando de reanimarla pero despacio, para no asustarla aún más. Desde entonces la noche toma un giro
aberrante. Si se despierta, sé que no va a volver a acostarse, ni con somníferos, sé que no va a volver a
acostarse. Va a quedarse ahí, sentada, contra el respaldo de la cama pensando quién sabe qué, o pensando en
quién. Si sigue durmiendo, quien no recupera el sueño durante la noche soy yo. Realmente me aterroriza no
saber qué es lo que revienta contra las paredes de su mente, tanto que no pueda dormir. Y me quedo
observándola, cada centímetro de su pelo, milímetro de sus pestañas y movimiento de su boca. Sé que
respira, eso no me preocupa. Está viva, no hay duda. Calculo sus latidos, su frecuencia cardíaca, le
acompaño día y noche. Lo que me inquieta más es no poder ayudarla. El mundo está en movimiento, yo
también, afuera todo está cambiando: la música, la tecnología, el cine, los autos, las costumbres. Todo está
cambiando. Sin embargo, acá está ella. Como algo inanimado, que perdió la gracia en algún momento. Y yo
no sé como devolvérsela, no sé si pueda. El miedo le va consumiendo el sueño, poco a poco. Milímetros de
segundos, centímetros de minutos y horas, kilómetros que se derriten en el silencio de la noche. Colgados
del reloj.
Pero nada apabulla mi latir por ella. Franca y sinceramente no me molesta dibujar ojeras durante la noche y
pensarla hasta el alba. Cuando me duermo, que es cuando suena el despertador de Lila – mi hija –, recuerdo
los cálidos vientos del Brasil. En el interior de mi cabeza, donde una aguja va hilvanando tramos de días de
Enero y la mitad de Febrero, se van construyendo imágenes y películas de ella. Y de repente, estando
sumergido en el mismo sueño, sonrío. Voy caminando por la arena fina, sintiendo esa textura fielmente con
los dedos de mis pies, y filtrándola por estos últimos, pero no consigo mantener los pies en la tierra. Porque
cada vez que levanto la mirada, están los ojos de ella, mirándome y convenciéndome con su pupila, de
adentrarme en el mar y permanecer ahí, hasta que las olas nos lleven a los dos en un microsegundo que se
detiene con el tiempo: solo un beso de párpados cerrados.
Yo avanzo lento, pero decidido, como un caracol con la fuerza de un león. Entonces ella corre hacia mí y su
cabello la acompaña con el viento.
-¡Vamos! Por mar, por mar. ¡Por azul de mar! –me dijo empujándome hacia la orilla–
Y entonces ya luego desde ahí, las imágenes comienzan a desmoronarse y se mezclan los colores, yo
entonces continúo soñando con momentos irrelevantes de mi vida, o mi hija Lila.
En esas vacaciones mi esposa brillaba como ninguna, irradiaba energía por donde pasease, destilaba mil
licores de diferentes sabores. Fue el año en que la amé con más ganas. Sobre la cama que dormimos, esa
misma noche, jugábamos el juego que más nos gustaba. Y ahora, calmado, con los ojos cerrados y un poco
desconcertados –porque la cabeza no comprende si duermo o estoy despierto-, me pregunto lo mismo que
sonaba en voz de eco en mi cabeza, una vez que nuestros cuerpos quedaban montados uno arriba del otro,
como se acomodan los cadáveres en las guerras. Con la misma sensación de haberlo dejado todo, hasta la
vida, y ahora dejar el cuerpo devastado: ¿Cómo desatar nuestras piernas enredadas en la noche? ¿Cómo
sacar el gusto adictivo de tus bostezos fervientes en mi boca? ¿Cómo tranquilizar al cuerpo una vez que el
tuyo yace sobre el mío? ¿Cómo explicarle al tacto que nuestras pieles son distintas? Diamantes descubiertos
en las sombras de tu cuarto, arena del desierto de Sahara y cálido viento, tus labios resecos. Agujas
incrustadas en los hilos de tu lengua, historias de miradas con pupilas detenidas, cabellos enredados en el
cielo. Caballos galopando en estampida desembocan en tu vientre. Bocanadas de suspiros se escapan de tu
boca y tu mentón descansa sobre mi hombro. Entonces detenemos el tiempo unos minutos y encontramos
esa playa quieta en el alba. Y de pronto, millones de carcajadas de niñas malvadas. Y volvemos a jugar al
primitivo nómade que caza hambriento, se desatan batallas de mil leones rugiendo a media noche. Hasta
que, golpeándonos violentamente, soltamos un grito murmurado y tu cuerpo se deja caer hacia atrás y yo
descanso encima de él.
Me encanta Brasil. Cada vez que hay problemas en el trabajo o mi esposa dice que quiere dejarlo todo, que
está cansada, pienso en llevarnos a todos a ese lugar. Regresar y hacer una casa con un caminito a la playa.
“Pero eso es demasiado aniñado, querido”, no se puede tener 21 toda la vida, cuando tu hija ya comienza a
notar cuando estás triste y cuando estás enojado.
Ahora juego al bicho bolita, y me enrosco enredado entre las sábanas blancas y las frazadas a rayas, quedo
cubierto enteramente. Hasta mi cabeza oculta en la dimensión del colchón. Y vuelvo al instante en que Juana
me miraba con una sonrisa un tanto bastante picaresca, y me decía luego que fuésemos al mar,
arrastrándome. Pero no sé qué pasa en los esquemas de mi inconsciente, que me traslado de un sueño a una
pesadilla en un segundo. De repente el mar comienza a girar provocando un remolino entre medio de las
ondas del agua. Juana se difumina en el viento y yo me quedo gritando. No sé como despertar. Tengo los
músculos y la mandíbula tensionados, mi paladar y lengua están algo resecos pero no logro pensar
claramente. Mi frecuencia cardíaca se acelera cada vez más. Hago fuerza para gritar, no puedo, no puedo, no
puedo, no puedo. Lo primero que abro son los ojos, quedan ahí, quietos, embalsamados. El cuerpo no se
mueve. Hasta que despacito comienzo a respirar siendo consciente de ello, y me levanto. Estiro mis piernas
y miro hacia la ventana. Comienzo a ver el Chevy viejo de mi esposa entrando en el garaje, así que me
desperezo un poco y bostezo fuertemente. La espero sentado en la cama. Cierro los ojos, y escucho sus
zapatos contra los escalones, y a continuación escucho la llave rebotar contra todos los espacios de la
cerradura, dando dos vueltas ruidosas y finalmente, se abre la puerta. Así que le sonrío y le hago una cara
rara, bizcando mis ojos. Ella camina por el living y deja las bolsas del supermercado en la mesa, y a
continuación mira a su izquierda, pero no consigo hacerla reír. Se detiene, me mira fijamente y luego
observa el reloj.
-¡Ismael, Ismael! ¡Muy gracioso! ¿Y Lila? A la escuela, vamos, yo me encargo de llamar a la Directora y le
digo que espere con ella, que vas para ahí.
Olvidé levantar a Lila en la Escuela. Ojalá todos los relojes de la ciudad se derritiesen. El tiempo se
detendría. No deberíamos cumplir nuestras obligaciones, porque ellas todas comprenden un tiempo. Un
tiempo para hacer la escuela, luego el liceo, luego la universidad, luego bastante tiempo para pasártela
trabajando, luego se tiene una esposa, una hija, una casa, las cuentas y poco tiempo para todo ello. Poco
tiempo para ir a buscar a tu hija a la escuela y a la vez descansar, poco tiempo para amar incontroladamente,
poco tiempo para hacer coincidir los horarios de los locales donde se pagan los impuestos y el comienzo de
mi jornada laboral.
Así que haré rodar el reloj. Ese razonamiento fue el tiempo, por ejemplo, en que tardé en ponerme un jean
azul oscuro, un cinto negro, mi camisa blanca igual a todas las otras camisas del armario, mi buzo favorito
escote en V y los zapatos con las medias blancas cortas.
Ahora me dirijo hacia el baño y dejo la puerta entre-abierta, escucho cómo Juana comienza a estresarse
porque demoro algunos minutos. Así que apoyo las manos a los costados del lavabo e inclino mi espalda
hacia abajo y luego con mi mano derecha giro la canilla y comienza a salir el agua. La observo, y luego
comienzo a lavar mi cara fuertemente. Como si quisiese con ella borrar los rasgos de mi rostro, quitar los
ojos y la boca. También la nariz y mis cachetes. Desaparecer mi rostro. Eso quiero cuando me lavo la cara.
Pero pronto descubro que sigo demorando y Juana sigue gritando desde la cocina porque sabe que manejaré
con un estado semi-somnoliento y no le gusta la gente impuntual. Así que seco mi cara con la toalla áspera y
corro hacia la puerta principal. Tomo las llaves que están a la altura de la mirilla, pero colgadas en el lateral
izquierdo de la puerta, y saco el auto del garaje.
Enciendo el auto, apreto el acelerador y voy en busca de mi hija. En la radio están pasando música que no
me agrada para nada, algún fanático del Pop que se ha largado a hacer hits comerciales para que yo las
escuche mientras manejo, o algo de eso. Así que decido poner un disco de BB King y mientras escucho
“The Thrill Is Gone” permanezco reflexivo. Conduzco perfectamente, pero en realidad miro hacia el
horizonte perdidamente.
Me estaciono al lado de la avenida para comprarle alguna tarta dulce a Lila, a modo de recompensa por
haberla olvidado en la escuela, y cuando voy a sacar la billetera de la guantera del auto, dejo caer unas fotos
de Juana en el piso del mismo. Juana está hermosa, sentada junto a un viejo armario que tenía en su cuarto,
cuando todavía vivía con sus padres. Tiene la misma mirada que tenía en el sueño, sólo que esta vez un poco
más atrevida. Lleva puestas unas pantuflas horribles color magenta y un pantalón deportivo rojo. También
tiene una remera corta que me permite ver su ombligo. Raramente la usaba. Sólo para dormir, a modo de
pijama. Cada vez que miro esos ojos me quiero largar de esta ciudad. Pero tengo que ir a buscar a Lila, dejo
la foto en el asiento de acompañante, entro a buscar un poco de tarta de manzana y cuando la señorita me
atiende, noto que he dejado la billetera en el auto. Así que regreso por ella, medio agobiado y luego entro
nuevamente al local y le pago a la cajera.
Luego continúo mi rumbo hacia la escuela y llego rápidamente. Ahí está Lila sentada detrás del portón
principal, junto a la Directora.
II
No sé en qué piensa Ismael. Desde que Lila salió al mundo a través de mis piernas, no hace más que pensar
en Brasil y pasársela el día durmiendo, para a la tarde ir a su trabajo. A veces es bastante aniñado.
Antes de tener a Lila, estuve un tiempo de aquí para allá con Ismael. Antes de Ismael, me la pasaba el día
escribiendo, leyendo libros, o embriagándome con las chicas del club literario. Fueron tiempos rojizos. Y
digo rojizos, porque la gente siempre le da color dorado a sus nostalgias más buenas. Les dicen “tiempos
dorados” y a mí eso me da la impresión de “tiempos de oro” y tiempos de oro me da la impresión de tiempos
adinerados. No obstante, les llamo “tiempos rojizos”, porque estaba llena de historias, de nuevas aventuras,
mi sangre brotaba como nunca y mi amor por la vida era tan pasional como la primera vez de dos
enamorados vírgenes. Casi con la misma fortaleza, entorpecimiento e inocencia. Bailaba de aquí para allá
sin importarme nada más, me brindaba al mínimo deseo que saliera de mis adentros, le explicaba a mi mente
y a mi cuerpo lo que el corazón me pedía que hiciera. Y lo hacía.
Recuerdo el invierno que pasé con Justina en Valencia. Nuestro cuarto era compartido con dos franceses y
una española, vivíamos a modo de pensión porque trabajábamos muy poco como para pagarnos el cuarto de
un hotel para dos, o una casa. Nuestro cuarto era una mezcla de tapizados hechos con diarios valencianos,
lámparas de botellas de vino tinto, mas colchones y sillones a lo largo y ancho de todo el suelo.
Ese tiempo nos lo pasamos vomitando juventud sin ningún tapujo. Correteábamos desnudas por la
habitación cuando los franceses no estaban, y la española se moría de la risa mirándonos desde su colchón.
En los últimos meses, ya se unía a nosotras. Ella sabía un poco de francés, entonces, cuando ellos llegaban
les comentaba todo lo que hacíamos mientras no estaban. Entonces, cada vez que invitaban chicas a venir a
la habitación, antes nos tenían que avisar y pedir permiso a nosotras, que siempre les amenazábamos con
que cuando trajeran citas a el cuarto las íbamos a recibir desnudas y ebrias.
Regresamos a Uruguay a comienzos del verano. En el Aeropuerto esperaban los padres de Justina, mis
padres, Ismael y mi hermana menor. Cuando llegamos a casa, comenté mil y una anécdotas acerca de cómo
había pasado en Valencia. Al otro día, recibo un correo electrónico de Ismael. Me dice que su novia, Justina,
se va de viaje a Argentina en la tarde, porque su abuela falleció. Y que Justi quiere que el me devuelva
algunas prendas de ropa mías que quedaron por error en sus pertenencias cuando armamos las valijas. Ese
mismo día quedamos de encontrarnos en un café que queda en el centro. Cuando llegué, estaba Ismael
sentado en una mesa, con bolsas que llevaban inscriptas marcas de ropa femenina. Eso me provocó mucha
gracia, Ismael no es un tipo que abusa de su masculinidad, pero tampoco es un metrosexual reconocido.
Ese fue mi primer encuentro con Ismael en ausencia de Justina. Luego, siempre nos encontrábamos en el
mismo café, y él me llevaba hasta casa en el auto que utilizaba para trabajar. Más tarde, comenzó a
aparecerse en mi cuarto a la noche, con pretextos efímeros para quedarse conversando conmigo, nada más.
Una noche antes de que volviese Justina, él visitó mi cuarto con uno de esas excusas de niño chico que
usaba. Sólo que esa noche se quedó a dormir. E Ismael abraza de una manera que no quedan palabras, ni
razón, ni pensamiento. Sólo me limitaba a sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Sólo me preocupaba
que mi respirar, o mi latir demasiado acelerado le impidieran dormir. Pero nada de eso. Esa noche fue la
noche en que dormí mejor hasta este tiempo. A la mañana, cuando me levanté, Ismael había empapelado mi
cuarto con frases que decían “No me importa” “No me importa” “No me importa”. Al principio me reí y
cuando observé que me miraba fijo quedé quieta y esperando el terremoto.
-¿No vas a preguntar? –me dijo-.
(No conteste nada).
-¡No me importa! –me gritó-.
-¿Qué? –finalmente le contesté un poco asustada, para ser sincera-.
-No me importa si Justina es tu mejor amiga, o si es mi novia. No me importa que los padres de ella y los
tuyos tengan la mejor relación del mundo. No me importa si para el mundo está mal que esté diciendo estas
cosas mientras la abuela de Justi está descendiendo metros debajo de la tierra…
(Me largué a llorar).
-Lloras porque a vos tampoco te importa, lloras porque tenés miedo de lo que pueda pasar, Juana. Pero yo no
tengo miedo, yo estoy seguro de que quiero seguir durmiendo contigo. Quiero casarme con vos. Quiero
tener hijos. Quiero llevarte de vacaciones ahora mismo a Brasil. Mañana hablo con Justina y para no
escuchar a la gente nos vamos.
Y era verdad. A mí no me importaba, pero me moría del miedo. Sabía que tenía que dejar a Justina en un
momento que no era el más adecuado para hacerlo. Pero luego me convencí de que ningún momento hubiese
sido adecuado, ni durante el funeral de su abuela, ni en un café, ni en una fiesta. Ninguno era el momento
preciso para decirle que me iba con su novio a Brasil. Igualmente había un miedo más grande que me
atormentaba. Estaba por enfrentar el sueño de toda mujer: tener un enamorado apasionado que me llevaría
de vacaciones, que se casaría conmigo, tendría hijos con él y finalmente moriríamos juntos en la pieza de
alguna casona vieja.
Más tarde, al mediodía, lo hablé con mis padres para sentirme un poco más guiada. Estaba enfrentando una
decisión muy difícil y de gran engaño moral para el juicio de quienes se verían heridos. Mis padres lo
aprobaron completamente. No titubearon ni un segundo. Me dijeron…
-… ¿Lo querés?
- Sí –contesté-.
-Entonces no lo dudes, hija.
Ahora sé sobre qué parámetros había tomado esa decisión. A menudo cuando pienso en ello me imagino a
mis padres escribiendo guiones de películas para niñas. Donde la chica conoce finalmente a su príncipe azul
y ellos siempre acaban brillando en un palacio hermoso que por supuesto, fue comprado para la afortunada,
especialmente.
En las vacaciones de Brasil pasé momentos maravillosos con Ismael. Nos encantaba hacer el amor todas las
noches y a veces también en las mañanas, aunque estas eran más utilizadas para admirar la costa playera que
estaba atrás de la cabaña. Realmente estaba convencida de que quería esa vida que él me había prometido
con tanta seguridad. Quería el anillo, los hijos y la casona vieja, lecho de muerte. Éramos bastante más
jóvenes y sobre todo yo, mucho más jovial que el. A veces cuando recuerdo a Justina, pienso que en realidad
lo que nos trajo a el presente a Ismael, Lila y a mí, fue mi curiosidad niñata de emprender una aventura
romántica con el novio de mi mejor amiga. Pero todo cambió, porque en el último mes de vacaciones, quedé
embarazada de Lila.
Ismael y yo ya sabíamos, pero igual disfrutamos a pleno de ese mes que nos quedaba. En marzo nos
volvimos a Uruguay y dimos la noticia a ambas familias. Todos nos felicitaron, hicimos una comida
grandísima en casa de mis padres, y hasta organizaron un Baby Shower secreto para cuando naciera Lila. Un
mes antes del parto, Ismael me propuso casamiento. Nos casamos en la misma Iglesia que se habían casado
mis padres, y luego de eso, comenzó el infierno. Yo tuve a Lila el próximo mes después del casamiento,
para ese entonces Ismael pasaba trabajando en la empresa durante horas. Siempre volvía a casa tarde, no
disfrutaba realmente de los primeros descubrimientos del bebé, y estar sola con la nena sumada a todo ello
me estresaba.
Ese año me deprimí. Casi nunca tenía tiempo de leer o escribir. Y mis padres, y todos alrededor resaltaban
todo lo bueno que me rodeaba, sin tener en cuenta lo que realmente significa ser una buena madre desde el
punto de vista de la sociedad. Es esclavizante, cuando tu esposo llega tarde todas las noches, pero tiene
tiempo para ver los partidos de entre-semana con sus colegas. Así que me pasé prácticamente todo ese año
encerrada en mi casa, a excepción de cuando visitaba la casa de mis padres, o la de los padres de Ismael,
para contarles anécdotas sobre Lila, o tranquilizarles de que todo iba bien.
Aún así no encontraba tiempo para mí. Y ello estaba desgastándome. Solía ver a las chicas del club literario
cuando paseaba a Lila por el centro, cerca de la Biblioteca, y ella seguían por ahí, disfrutando como nunca
sus 23 juveniles años. Habían veces que me enviaban invitaciones a presentaciones de libros, o algo por el
estilo, pero yo prefería no ir, porque ir suponía tener que desear más esa vida que ahora ya no podía darme.
Ir suponía, también, beber jugo de naranja mientras leíamos y personificábamos obras de Florencio Sánchez,
y eso, no estando ebria, contaba más bien como una clase de Teatro, y no tanto como hobbie de damas
ebrias, escritoras y lectoras.
III
En el camino a casa Lila me notó algo callado. Me dijo…
-… Papá, ¿por qué estás callado?
Yo no sabía qué responderle. Así que le dije que a veces yo estaba acá pero no estaba. Y ella largo a reírse,
tan tierna e inocente que también reí con ella. Y luego me dijo: “¡No puede ser!”. Entonces continué
diciéndole que cuando yo me acordaba de los ojos de Juana, y contenía esa imagen en mi mente por un rato,
la primera se hacía cada vez más grande, y tan grande, que me perdía ahí adentro. Lila no paraba de reírse.
De seguro este recuerdo que le conté que yo tenía de su madre le sonaba a alguna película animada para
niños. Enciendo el estéreo del auto y comienza a sonar “Rock me Baby” de BB King, y entonces empieza a
sonar mi celular. Es Juana, desde el teléfono de línea de la casa. Detengo el auto.
-Hola linda, ¿cómo estás? Ya levanté a Lila.
(Juana se queda callada, de seguro, porque hace mucho tiempo que no la saludo de esa manera. Es verdad,
ahora pienso, quizás ella necesita ser más halagada. Pienso que a las mujeres podría gustarles eso. Y por
alguna razón, mi hija, la casa, las cuentas y tener poco tiempo para todo ello, hace que me olvide de
textualizar la manera en la que pienso y sueño a mi esposa por las noches.)
-Estoy bien. ¿Te dijo algo la Directora? –finalmente me contesta-.
-No, no me dijo nada… ¡Si manejé como un loco y llegué enseguida!
-Ismael, tampoco manejes como un loco, tenés que llegar con vida a levantar a Lila.
(Pienso que traté de arreglar la ocasión para no decirle a Juana que no hablé con la Directora de la escuela
por mi retraso a la salida del horario escolar, y empeoré la situación aún más).
-Quedate tranquila, Juana. Lila está acá. ¿Querés hablar con ella?
-No, no quiero hacerlos demorar. Voy a preparar la merienda.
-Bueno, vamos para ahí. Quedate tranquila, te manda otro.
Enciendo el auto y sigo manejando.
-¿Qué le van a mandar a mamá, Papi?
-Ah, tu mamá te manda un beso y que te portes bien, dice.
-Y yo le mando muchos, muchos, muchos –empieza a reírse-.
-Yo sé, por eso le dije que le mandabas otro.
Las avenidas de esta ciudad parecen infinitas. Lo suficientemente infinitas como para hacerme pensar en
Juana todo el camino. A veces pienso que inventé una ciencia que se dedica a investigar todo sobre ella. Es
hermoso, pero duele. Sobre todo porque la estudio con nostalgia. La vivo entre momentos fotográficos y
fotografías mentales. La dibujo con todo el cuerpo en las aceras de mi mente.
Me detengo frente a casa. Primero desabrocho el cinturón de Lila, y abro su puerta, y luego salgo. Ambos
caminamos hasta entrar en la casa. Lila entra corriendo a saludar a Juana.
Ahí está Juana, sentada, leyendo tranquilamente, recostada sobre el sofá del living. Se ve hermosa. Me
recuerda a esa jovencita loca por vivir, escribir y leer que era mi novia hace unos años. Aunque tengo el
presentimiento, de que esa jovencita que ahora es mi esposa, ha olvidado prepararle la merienda a Lila. Así
que me dirijo caminando lento pero decidido, como un caracol con la fortaleza de un león, y la beso en la
mejilla como quien quiere besar en la boca. Y ella nota eso, y se ríe.
-Juana, querida, ¿está pronta la merienda de Lila?
(Juana se queda callada).
-No sé Ismael, estoy leyendo. Creo que hay cereales en el armario. ¡Sino buscá en la heladera que hay
frutas!
-Amor, realmente estoy cansado. Y es mi día libre, ¿podés prepararle algo vos?
-Mirá Ismael, que el que yo sea tu esposa, no significa que tenga que hacer todo ¡eh!
(No contesto nada, Juana comienza a ponerse sus guillerminas y camina hacia el comedor).
-¡Una no puede ni leer ya!
-Bueno, Juana, no te pongas así… Mirá que yo también estuve haciendo cosas hoy. Podrías hablarme mejor,
no hay necesidad de gritarme.
-No, pero vos no entendés nada Ismael, vos te debés pasar pensando en Brasil y con eso estás realizado. ¡Yo
no tengo tiempo para hacer nada! ¡Ni si quiera eso! Imaginar… ¡Imaginar algo mientras leo!
Juana se ha puesto a llorar.
-Pará Juana, ¡no llores! ¡No hay necesidad! –grito mientras camino hacia ella. llego hacia el comedor, y la
tomo por la espalda, encerrándola en mis brazos.
No hagas nada amor, me acabo de acordar que hoy pasé a comprar tarta dulce para Lila.
-¡Ah, claro! Ahora sos el padre perfecto, ¡después de que me hacés llorar!
-Ta Juana, voy a buscar la merienda de Lila al auto. La dejamos ahí.
Juana sigue llorando. Y yo por más que intente evitarlo, tengo cien relámpagos resonando en mis entrañas.
Y un millón de felinos afilándose las garras en las paredes de mi corazón. Además de todo eso, tengo un
nudo en mi garganta y unos ojos llorosos que miran al cielo intentando retener las lágrimas que parecen
ansiosas por deslizarse por mis mejillas. Definitivamente, ver a Juana llorando no es un buen punto final.
Pienso, en mis adentros, qué habré hecho mal para no poder hacer feliz a mi esposa. Jamás pensé en que nos
desgastásemos tanto con el pasar del tiempo. Quizás solo es una crisis temporal, quizás me asuste
demasiado.
Pero adentro de casa, Juana sigue llorando y yo voy a tener que guardar esa imagen como un recuerdo en mi
memoria. Y probablemente, esa imagen oscile entre mis sueños o me genere pesadillas. Y ese sueño va a
hacer una representación surrealista de todo lo que está sucediendo. Imaginaré a Juana corriendo en la playa
un tanto ebria, hasta que se difuminará con el viento y yo me quedaré gritando. No sabré como despertar.
Mis músculos y mandíbula van a estar tensionados, mi paladar y lengua algo resecos y mi frecuencia
cardíaca se acelerará cada vez más. Luego voy a hacer fuerza para gritar, pero no, no, no, no, no voy a
poder, no voy a poder. Entonces Juana se va a volver un monumento, como una estatua de hierro que una
vez tuvo vida, y ahora por alguna razón quedo quieta, como sin gracia, como si el sol se hubiese apagado, y
en el último rayo la encandiló.
Así mismo, estupefacto, voy a avanzar a abrazar a Juana para demostrarle que la sigo amando, que sigo a su
lado y que moriría con ella, intentando hacerla feliz. Pero mi abrazo va a ser demasiado fuerte, como para
hacerle creer que se lo digo enserio, y con un movimiento brusco, la estatua de hierro va a explotar en mil
pedazos, quedando yo abrazando el aire con trocitos y partes de ella, que quedaron de cuando aún tenía vida.
Y ahí me voy a despertar, lo primero que voy a abrir son los ojos, que quedarán ahí, quietos, embalsamados.
Y el cuerpo no va a moverse. Hasta que despacito comenzaré a respirar siendo consciente de ello, y por fin
me levantaré.
Me dirijo hacia el interior de la casa, y me acuesto en el sofá-cama porque Juana está usando el cuarto. Y no
quiero entrar, para verla llorando. Sé que voy a decir alguna tontería, como la de irnos a Brasil, o a algún
otro lado, como la de tomarnos vacaciones y nada de esto va a mejorar. Sino que Juana se va a enojar y me
va a decir lo mismo que me dice siempre. Y yo voy a intentar hacer de mi cabeza un puzle, desarmarlo y
armarlo unas cuantas veces. Para ver dónde está la pieza que falta, para ver donde fallé.
IV
Me encuentro acostada sobre la ancha cama de dos plazas y acabo de oír la puerta, así que Ismael andará
jugando con Lila, o habrá entrado a dejar las llaves y quizás ha vuelto a salir, en verdad, no lo sé.
La única certeza que tengo entre tantas confusiones, es la de que todo se fue al carajo. Realmente lo pienso,
porque esta vez, creo que estoy deprimida. Y en el comedor, en el cuarto, en el trabajo, en el supermercado,
o cuidando a Lila, me he puesto a pensar que no tengo ninguna salida. Cuando pienso, lloro. Lloro porque
tal vez me toque morirme de tristeza, porque no gozo de las actividades que por dentro me llenan.
Y a la vez me entristezco por Lila, y por mis padres e Ismael. Me ha tocado ser una mujer egoísta. ¿Qué
puedo yo hacer?
Quizás nunca debí haber preguntado por ese consejo a mis padres. Quizás yo misma debí haber tomado la
decisión, pero fui a preguntar a quienes menos debía de hacerlo. Estaban las chicas del club literario, estaba
hasta mi hermana menor para aconsejarme en ese momento. Pero supongo que una no va por la vida
pensando en el futuro. O cuando se está a punto de hacerlo, la vida te envuelve en futuros creados de
acuerdo a la condición de cada una. Ahora, dilucidando toda la reflexión entre lágrimas, me pregunto, ¿son
realmente felices las otras que se esconden en sus casas, con sus hijos, sus maridos y sus anillos de boda?
¿Lo habrán sido alguna vez? ¿Dormirán tranquilas, o los recuerdos más felices de sus juventudes oscilarán
sin piedad alguna, haciéndolas reventar de una pesadilla?
Tal vez, hay dos tipos de mujeres en este mundo. Las princesas de los cuentos fantásticos infantiles y las
mujeres de verdad.
A mí me ha tocado ser una princesa desconforme por serlo. Me ha tocado ser la egoísta que reniega de su
castillo feliz y su hija. Pero no es así, quiero dejar claro. Yo a mi hija la amo, lo que extraño es amar mi
propia vida.
Quisiera ser una mujer, una mujer de verdad. Me he largado a llorar de nuevo. Es más fuerte que yo. Todo
esto, no poder dormir, me consume poco a poco. Abrazo la almohada y la coloco sobre mi cabeza, como
intentando inútilmente que mi mente se calle si hago esto, y comienza a sonar el teléfono. Le dejo sonar
unas tres veces y luego me extiendo a lo ancho de la cama, y finalmente levanto el tubo.
-¿Hola?
-Hola, Juanita, ¿cómo estás?
-Hola papá, nada, acá estaba, tirada en la cama… Pensando. ¿Vos? ¿Ustedes, mamá?
-Ah, ¿sí? ¿En qué pensás, hijita? Y nosotros bien… Cocinan-
-Nada, pienso en que no tengo tiempo para nada. Recién estaba leyendo e Ismael me exige que haga las
cosas para la casa… No sé, igual no importa.
(Papá queda callado un segundo y luego pregunta algo, preocupado…)
-¿Cómo, Juanita? ¿Se pelearon con Ismael?
-No, no exactamente. Ta, no importa, Papá.
-Tu mamá quiere hablar contigo Juana, ¿sabés? Te paso con ella que me está pidiendo para hablar con vos.
Cuidate hija, beso. Te quiero mucho.
La llamada me ha dejado un poco desconcertada. Hasta ahora, con papá, ha sido una charla un tanto extraña
pero no tan polémica. Siento como si estuviese teniendo un déjà vu, ¡eso es! Esto ya me pasó alguna vez, un
par de años atrás. Yo estaba súper deprimida y todo el mundo alrededor comenzaba a resaltar todo lo lindo
que tenía, y lo que yo tenía rodeándome lo tienen casi todas las familias: una hija, un anillo de bodas, unas
vacaciones y un esposo.
Presiento que se viene una nueva era, y a la vez un remolino en mi interior. Quizás ya haya empezado la
metamorfosis, hace mucho no estaba tan pensativa. ¿En qué animal me estaré convirtiendo esta vez?
-¿Hola? ¿Hola? ¿Juanita?
-Hola, ma. ¿Cómo estás?
-Bien, bien hija. ¿Cómo estás vos? ¡Contame!
-Como siempre, no sé… Ahora estaba descansando un poco.
-Te noto rara la voz, querida. ¿Estás segura de que no te peleaste con Ismael?
-No, tuvimos una pequeña discusión, pero nada más. Qué se yo.
-Ismael me llamo hace un rato y me dijo que habían discutido, por eso te digo. ¿Cómo está Lila?
-¿¡Cómo!? ¿¡Que Ismael te llamó!? ¡Qué atrevido, yo no puedo creer! No le hagas caso mamá. Te dejo,
tengo cosas para hacer.
-Pero Juanita, Juanita, ¡no seas así Juana! Tranquilizate un poco.
Acabo de colgar el teléfono. Ahora ya no estoy deprimida, sino enojada. Estoy furiosa, de hecho, con
Ismael. Ahora se ha creado una especie de alianza con mis padres. No lo soporto. No lo soporto más. Tengo
que respirar hondo. Así que inhalo primero y luego exhalo, varias veces. Mientras hago esto, pienso en ir a
preguntarle a Ismael de qué carajos tenía que hablar con mis padres por teléfono, ahora. Así que no titubeo y
me levanto de un salto de la cama.
Atravieso la puerta, y salgo del cuarto. Ahí está el living, y el sofá-cama con Ismael tirado arriba, durmiendo
placenteramente.
-¡Ismael! ¡Ismael!
Abre los ojos despacito y frunce el seño enseguida. Luego se despereza grandiosamente y se recuesta contra
la poza-brazo del sofá-cama. Me queda mirando fijamente y da masajes a su cara con la palma de sus
manos.
-¿Qué pasó? ¿Pasó algo?
-No sé, decime vos qué pasó que llamaste a mis padres.
-Ahm… Esperá, vamos a hacernos un té y a conversar tranquilos –me dice mientras se sienta correctamente
y calza sus zapatos.
-No, no es una merienda compartida. Quiero que me lo digas ahora. ¿Cuál es tu propósito hablando con mis
padres de lo que pasa acá adentro? ¿Te sentís más seguro si les contás a ellos lo que pasa en nuestra familia?
-Juana, los llamé porque ya no sé qué hacer. Creo que te volviste a deprimir y no me gusta verte así, querida.
Yo te sigo amando Juanita, ¿sabés?
-No, yo no estoy deprimida. ¿Cómo voy a estar deprimida si tengo casa, un anillo de bodas, un esposo que
se muere por llevarme de vacaciones y una hija? ¡Estoy feliz, estoy más que feliz! ¿No te das cuenta?
Todo ha quedado en silencio. Ismael abrió los ojos más que nunca cuando dije lo último. Pienso que estoy
haciendo daño a todos, acá adentro. Quizás no medí mis palabras lo suficientemente bien. Ismael no tiene la
culpa de todo esto. No tiene la culpa de no darse cuenta de que necesito algo que me llene. Y que él no tiene
la posibilidad de hacerlo, que nadie más tiene la posibilidad de hacerme feliz. Sino yo misma.
Y ahora, yo sentada al lado de él en el sofá-cama, no hago más que mirar cómo acaba de agarrarse la cabeza
con ambas manos, y sus brazos flexionados, apoyados en sus rodillas. Supongo que fue mucho para él. Todo
este día, lo he torturado demasiado. Sin darme cuenta, quiero dejarlo en claro. Si de esto se trata tener un
esposo es bastante complicado, peligroso y aburrido.
Comienzo a pensar que hay una complejidad mucho más poderosa subordinando todo lo que me está
pasando. Pero el sentimiento de que Ismael está pensando mucho para sus adentros, me gana, así que le
abrazo, y a continuación coloco mi cabeza sobre sus rodillas y extiendo el resto de mi cuerpo a lo largo del
sofá-cama.
V
Juana me despertó inesperadamente. A la altura del mismo sueño, como siempre. Yo estaba recostado en el
sofá-cama, y ella llegó enojada porque yo había hablado con sus padres. Tiene razón, quizás no debí haberlo
hecho. ¡Ojalá hubiese tutoriales para convivir con tu esposa! Todo se haría más fácil.
Soñé que Juana estaba recostada en su cuarto de adolescente, como hace unos años atrás, desnuda,
desafiante y suave. Tendida a lo largo del suelo, ahí, mirando hacia la nada con sus ojos y mirándome entera
con su cuerpo. Yo lo único que hacía hasta el momento era contemplarla. Ahí estaba, con sus senos frescos
como vientos de primavera, y la manera para nada sutil de combinar a esa mujer tan real y de fantasía. Los
huesos de su clavícula resaltándole bajo el cuello y esas piernas esbeltas y blancas.
Su estómago, quiero tocar su estómago, lentamente. Acariciar su ombligo, y más abajo. Juana me está
llamando. Voy hacia donde ella está, y me acuesto a su lado.
-¿Me desnudo yo también?
-Como quieras.
Así que yo también me desnudo. Acá estoy, dos minutos más tarde, recorriendo su estómago con mis dedos,
y luego más abajo. Juana comienza a murmurarme bostezos fervientes en mi boca. No había una manera
mejor de terminar en el suelo. Hay rayos de sol filtrándose por la ventana. Y millones de automóviles
corriendo despavoridos por la avenida que pasa frente a su casa.
Juana me está llamando. Y esta vez es de verdad. Mis piernas tiemblan, me contraigo. Luego abro los ojos
despacito, y veo a Juana gritándome.
-¡Ismael! ¡Ismael!
-¿Qué pasó? ¿Pasó algo?
Claro que pasaba algo. Mi Juana se había enojado porque yo llamé a sus padres. En eso he fallado esta vez.
No me gusta discutir con ella, ciertamente, hace crecer los monstruos dentro de mí. Todos mis miedos
avanzando por mis venas, toda mi garganta tomando un gusto amargo y pudriéndome la boca. ¿Hasta donde
hemos llegado? ¿Es esta realmente, la despedida antes de que tome el avión?
La última discusión me ha dejado un gusto ácido en la lengua, y si hablo con Lila o sus padres, esta vez,
tendré que decirles que Juana se ha cansado de mí en serio. Que ya no me quiere más. Que quizás haya
conocido a otra persona. Otro hombre que le divierta más, vaya a saber qué tipo de hombre será.
¿Será un idiota de esos con traje y mucho dinero? Si es uno de esos, sé que no va a hacer feliz a Juana. Me
daría asco verla acostándose con uno de esos tipos. Lo imagino absorbiendo todos sus árboles frutales de
primavera, con deseo, pero con un deseo avaro, despiadado, casi que morboso. Están explotando cristales
dentro de mi mente, estoy quedando loco. Debo detenerme y no pensar en que Juana ha conocido otro
hombre. Quizás haya conocido a un bohemio culto e intelectual, que se la pase el día bebiendo vino en copas
y leyendo. Capaz Juana sería feliz con él, si se la pasasen el día leyendo y la noche comentando lo que
leyeron en el día. O escribiendo algo, en máquinas de escribir separadas. Pienso que tal vez éste bohemio, la
toque con un poco más de gracia que el idiota de traje y mucho dinero. Pero aún tendrá manos ásperas de
tocar tanto libro olvidado y viejo.
Ojalá el hombre que sea que haya usurpado el amor que Juana y yo teníamos, pueda sentir el rastro de mis
labios, de mi cuerpo sobre el cuerpo de ella. Y nunca esté lleno del todo, recorriendo su cuerpo. Ojalá estos
últimos días le hubiese hecho el amor a Juana con mucha pasión. Así estaría impregnada de mi esencia de
por vida.
Estoy enloqueciendo. De ninguna manera Juana puede haber conocido a alguien. Y no creo que en su
trabajo halle muy buenos candidatos.
Hay un fragmento de un poema resonando en mis entrañas, que leí una vez:
“…Tus locos trajes son emblema
De tu espíritu abigarrado;
Loca que me has enloquecido,
Tanto como te odio te amo...”
Ese fragmento resume brutalmente la sensación de confusión que corroe mi cuerpo, mente y alma sin ser
piadoso ni un momento.
No es un hombre quien me quita a mí del corazón de Juana. No es algo tan efímero. Porque me he dado
cuenta que después de tantos años, he sido nada más que un instante en su vida. Que ha ido desgastándose al
parecer, y ya no le basto a ella entera. Amor, ¿quién te ha dicho que peleando íbamos a recuperar nuestros
tiempos dorados? Niña malvada, de seguro me vas a pedir el divorcio. Y yo me voy a desmoronar
terriblemente. Es eso, Juana. Juana debe querer solicitar el divorcio.
Y ya no voy a saber qué va a ser de mí. Antes era tan predecible, morir junto a ella. Ver crecer a Lila juntos.
¿Sentirá Juana, todo lo que estoy pensando? Yace recostada sobre mis rodillas. Qué extraña y turbia se ha
vuelto nuestra manera de amar descontroladamente.
Tengo un millón y medio de soldados disparando en el interior de mi cabeza, fusiles de pensamientos que
chocan contra todo. Tengo una sensación rara en el pecho y una angustia que me recorre todo entero,
también. Tengo tanques de agua en la acera de mis lagrimales que quieren disparar y no detenerse nunca
más.
-Juana… Juana… -digo murmurando bajito para no despertarla bruscamente.
Juana no se despierta, así que levanto suavemente su cabeza y la recuesto contra el sofá.
Mi querida yace dormida. Tranquila. Quieta.
Yo me dirijo hacia el cuarto a llorar cobardemente. Porque mi torpeza no logra entenderlo. Juana ya no
quiere esta vida. Ha dejado de quererme, porque no es feliz estando casada conmigo. Nunca más hasta que
la muerte nos separe. Ella no quiere eso. No quiere que la muerte nos separe.
Podría habérmelo dicho antes. Y yo no estaría acá tirado, como un niño que no quiere que su madre le
abandone en el primer día de escuela.
Pero no puedo hacer más que llorar, si no ha servido de nada. Que yo me arriesgase a todo, que la llevara
lejos de acá, que fundiéramos nuestros corazones en uno e hiciéramos un patíbulo de amor frente al sol.
Que tuviésemos una hija. Que quede mucho más por vivir a la par. No ha servido de nada. Quizás debí haber
aprendido más con mi padre, debí haberle consultado más a cerca de convivir con esposas.
Me siento inútil, devastado por dentro. ¿Qué pensará Lila cuando todo esto termine? ¿Qué pensaran mis
padres?
No va a haber ninguna mujer con las características de Juana caminando sola por el mundo. Una mujer tan
bella no puede estar sola por ahí. En el universo, debe haber millones caminando solas. Pero serán mujeres
que no están dispuestas a casarse, que no aman hasta la muerte. Serán mujeres que una vez salieron volando
por la ventana en escobas, lo suficientemente autónomas como para dejarse amar por un hombre como yo.
Solitario y con una hija. Dormiré solo el resto de mi vida. No pienso cambiar ni una sola frazada o sabana.
Nos marcharemos a Brasil con Lila y ahí voy a poder hacer mi luto tranquilo.
Afuera todo está calmado, o eso parece.
Saldré con el auto hacia ninguna parte. Necesito salir de esta casa lo más pronto posible. Me levanto,
lentamente y me siento al costado izquierdo de la cama. Me miro en el espejo y reconozco unas ojeras un
tanto rojizas, avioletadas y oscuras.
Camino hacia el baño, y comienzo a lavar mi cara como si quisiera borrármela, borrarme los ojos, la nariz y
también la boca. Luego seco mi rostro con la toalla que se siente un tanto áspera, cierro el grifo y me dirijo
hacia la puerta, entonces agarro las llaves del auto y salgo.
El aire me sienta bien, definitivamente, en estos momentos. Entro al auto, lo enciendo. Comienzo a explorar
el rumbo a ninguna parte. El estéreo, que lo acabo de prender, está tocando “Feeling Good” interpretada por
Nina Simone. Me detengo un poco antes de los primeros semáforos, y compro un vino blanco en botella. La
señorita de la caja me ha preguntado si hoy me toca festejar, y le he contestado “¡Todo lo contrario!”. Me ha
observado con una cara un tanto rara y asustada.
Entro al auto y lo enciendo nuevamente. Con él se enciende el estéreo. Ahora está sonando “Cry me a
River”, interpretada por Ella Fitzgerald. Retomo el camino hacia ninguna parte, y encuentro un campo al
final de la calle. Estaciono el auto una cuadra antes, y desciendo del auto con la botella de vino en mi mano
derecha. Camino lento como un caracol y vulnerable como un insecto chiquitito. Cuando llego, me siento en
el pasto, y destapo el vino. Tomo un trago, refresca mi gusto amargo. Desde aquí, observo toda la ciudad.
No puedo creer porqué corremos hacia todos lados. Me refiero a nosotros, los humanos. Trazamos caminos
y tiempos y espacios, pero si todos quedásemos quietos, nadie tendría obligaciones, todo sería mucho más
tranquilo. La ciudad y la naturaleza no se mueven, nosotros caminamos sobre ella. Recién a esta altura de mi
vida, a punto de divorciarme, vengo a notarlo.
VI
Me he quedado dormida. Siento mis labios algo resecos, así que decido levantarme, y beber algo, de paso.
Ismael no está en casa. Entonces atravieso el pasillo que me lleva hacia el cuarto de baño, y reviso qué anda
haciendo Lila. Ella está tendida en su cama, durmiendo tranquilamente. Mi hija es hermosa.
Cierro la puerta, y atravieso nuevamente el pasillo, que ahora me lleva hacia la cocina. Una vez allí, sirvo
una copa de Castel Pujol y me quedo recostada sobre la mesada.
Encuentro relajante beber vino blanco en completo silencio, como si viviese sola otra vez. Aun así, me
preocupa bastante Ismael. No sé dónde está.
Pero sin dar mucha importancia a ello, continúo observando la casa tranquila. Quizás debería vivir así el
resto de mi vida. Mi propio espacio y la tranquilidad bailando a mi lado. Me encuentro luchando contra mis
propios prejuicios y los de la sociedad. Nadie parece entender mis reclamos, y me peleo hablando sola con
las contradicciones de mi mente. No hay duda alguna de que allí adentro hay una guerra. ¡Ni una! Termino
la copa de una vez y a continuación, sirvo me otra.
Esta vez, tomo mi copa de vino de un solo trago que dura sólo algunos segundos. He resuelto que me voy de
esta casa. ¡Ya mismo hago mis maletas! Pero no, no puedo. Estoy actuando como una caprichosa aniñada.
Eso dirían mis padres. Eso dirían todos. Realmente sé que durante la noche no voy a dormir. Tengo muchas
cosas en qué pensar, y si Ismael no regresa antes de medianoche voy a tener más. Ojalá que lo haya atrapado
alguna señorita solitaria y ahora estén tomando un trago en un bar. Ojalá que vuelva mintiéndome a casa y
justificándose sin que yo le pregunte. Comienzo a reírme, un poco a carcajadas. Vuelvo a servirme otra copa
de vino, y me dirijo a encender el estéreo. Empieza a sonar una canción de Patrick Hernandez que me
encanta, es un oldie, se llama Born to be alive. Así que ahora, me encuentro bailando alrededor de la sala,
riendo y cantando fragmentos de la canción, como si realmente estuviese en un baile de revivals.
Entre sorbo y sorbo, mi cuerpo se afloja livianamente, se deja llevar, como si las mismas ondas de música
estuvieran produciendo esto. Giro en círculos con mis brazos extendidos a ambos costados por toda la
habitación, y mi cabeza se confunde rotundamente, me siento mareada, muy mareada. Pero continúo
girando, es el único momento en que puedo hacer este tipo de cosas. No obstante, me detengo, y me dirijo
nuevamente hacia la cocina, y me sirvo otra copa de Castel Pujol. Ahora comienza a sonar Elle Elle’a de
Kate Ryan. Quedo mirando fijamente el estéreo. Comienzo a sentirme bastante mal, el mareo inunda mi
cabeza. Hasta que, finalmente, mis rodillas se flexionan y mis pies pierden su conexión con la tierra. Estoy
tirada en el suelo, mirando el techo. El vaso, repartido en millones de pedazos de vidrio sobre el piso, yace a
mi costado izquierdo. El vino, por el contrario, mancha mi ropa, derramándose hacia donde estoy estirada.
Fue un instante demasiado bueno para ser cierto. Como el matrimonio. Subís al altar, vestida de blanco,
muchas personas presenciando el evento, tíos, amigas, amigos, padres, madres, sobrinos, sobrinas, hasta
abuelos y abuelas, el cura, las damas de honor, el anillo en tu dedo y en el de tu amado, todo color rosa.
Todo sabe bien, o pensaremos que el gusto quedará luego de que termine la boda. Pero el perfume sólo
cubre por un rato el mal olor. Y luego todos tendremos que lidiar con eso. No existe la negación a quien
somos, o no debería existir. Y yo sé muy bien que yo no soy esta que está acá tirada. No con este marido, no
con esta vida, no con estas tareas ni este trabajo.
Así que comenzaré a escribir. Escribiré una carta a Ismael donde me despida de toda esta porquería. Esta vez
estoy decidida a irme. No hay vuelta a atrás. Me levanto un tanto pesada desde el suelo, como si ahí abajo
hubiese una cantidad de fantasmas manejándome con hilos, tratando de mantenerme sobre el suelo.
Cuando logro estar en pié, camino hacia el cuarto y una vez en él, busco mi máquina de escribir en el
armario. Allí esta, sentada, olvidada, hace tanto tiempo atrás. En uno de los estantes del medio, cubierta de
polvo. La tomo con mis manos, y la coloco sobre el escritorio que está en una de las esquinas del cuarto.
Ahora me siento cómodamente en una silla con asiento tapizado. Comienzo a escribir.
“Querido Ismael,
Escribo porque no encuentro una manera más digna para decir todo lo que tengo que decir, desde hace
un tiempo. También, escribo, porque tu inocencia y sensibilidad, deben estar a la altura de la de una
carta escrita por tu esposa. Porque mis palabras te hieren, pero espero que mis letras no. Entre sueños y
pesadillas, mientras dormía, contemplaba mis mejores tiempos como mujer. Cuando paseábamos con las
chicas del club literario, cuando viajamos a Valencia con Justina, hasta cuando leíamos dramaturgias
estando ebrias. Pero entonces, yo no puedo estar conforme con ello, querido. No puedo vivir de la
somnolencia. Ni de la vigilia y/o el insomnio. Prefiero vivir despierta, como una verdadera mujer.
Hace un tiempo me preguntaba si todas las mujeres casadas eran felices. Y no puedo responder a ello,
no. Pero sí puedo responder por mí. Y no es tu culpa, ni culpa del tamaño de la casa, ni de las joyas que
me regales, ni de nada más efímero aún. Hace dos años, creía que quizás era ésta la vida que quería,
pero hasta entonces, no había descubierto qué significaba ser mujer. Ni el tipo de mujer que yo quería
ser. Y ahora sé que quiero ser una mujer autónoma, quiero poder hacer lo que yo quiera, quiero morir
escribiendo, saliendo a donde me plazca, muriendo los sábados y reviviendo los domingos, junto a mi
máquina de escribir. Quiero recorrer el mundo, y con él, millones de historias escritas sobre un papel.
Y acá encerrada no puedo. El matrimonio me ha dejado exhausta, sin vida. Por eso debo irme, para
poder ser el tipo de mujer que yo quiero.
Pensaba, también, que me había tocado ser una mujer egoísta. Por pensar en mis deseos, por
abandonarte a vos y a Lila. Pero es la sociedad que ha sido egoísta conmigo. Con todas las mujeres,
para ser precisa. Con todos los hombres, también, no me olvido de vos. Ya ves, Ismael, una vez estuve
enamorada de vos, y no voy a negar que te siga queriendo. Y amo a Lila, nunca te olvides de decírselo.
Pero todo ese amor no está en nuestros anillos, ¿sabés?. Ni tampoco tu felicidad, o la mía. El
matrimonio, como nos ha casado, también nos ha separado, ciertamente. ¿No sabías, acaso, que mi
sueño era ser escritora? Todo este tiempo, pensaste que mi sueño era ese tuyo, que tampoco era tu
sueño, sino el de una cantidad de factores más como la religión, la sociedad y el estado. Ya ves querido,
podés recorrer todas las casas de nuestros vecinos y ellos habrán realizado el mismo “sueño que
nosotros”y si no, alguna vez lo intentaron. He concluido esto, porque siendo esposa no se me escucha.
No se me escucha el llanto, se normaliza mi insomnio, y se esclaviza mi sonrisa. Siendo escritora, tal vez
me lean. Siendo una mujer de verdad, tal vez me escuchen.
No he nacido para ser esposa, he nacido para ser mujer. Una pena tener que descubrirlo, cuando ha
nacido Lila, cuando estoy al lado tuyo, Ismael. Pero mejor tarde que nunca. Y nunca es tarde para ser
una verdadera mujer.
Espero que entiendas, mi querido Ismael, que quiero descubrir más cosas en esta vida. Que antes si era
hasta que la muerte nos separe, pero la monotonía le ganó de mano a la muy drástica.
Por último, no te amargues, si los que te rodean te tratan míseramente, como si te faltase algo. A ellos
les falta vivir su vida, que no conocen desde que están casados. Quizás todo esto te parezca una tontería,
pero ¡por favor, no me juzgues sin tener claro, que yo a vos y a mi hija los amo, lo que extraño es amar
mi propia vida!
Con amor, Juana. “
He terminado de escribir la carta. Ahora quito la hoja, y me dirijo hacia la cocina, donde pongo la primera
sobre la mesa. Me quedo pensando, que quizás, debería pasar la noche en casa de mis padres, pero no, eso
sería una idea muy estúpida porque Ismael se enteraría al instante, y si así no fuese, mi padre se encargaría
de ello. Así que me dirijo nuevamente hacia el cuarto, marco el número de Carmela, una de las chicas del
club literario. Su teléfono, desde el otro lado, debe estar sonando…
-¿Juana?
-¡Carmela! ¿Cómo estás? Disculpá que te llame a esta hora, es que es medio urgente…
-No, yo estoy bien. Decime vos nena, ¿cuál es la urgencia? ¡Luisina te manda un beso!
-Ah, estás con Luisi… Mandale otro. Nada, decidí que me voy de casa.
-¿¡Eh?! ¿Cómo?... ¿Te peleaste con Isma?
-No, es más complejo. Esta vez me peleé con todo. Quiero ser una mujer independiente.
Carmela se ha quedado callada.
-Escuchame, en cualquier momento cae Ismael, así que si no hay problema, armo las valijas y voy a tu casa.
Mañana mismo quiero estar viajando a Francia, u otro lado.
-¡Ah, pero volviste, Juanita! ¡Con la misma fuerza que desde hace unos años! Te esperamos con lemoncello,
bobita, claro que no hay problema.
-Beso, armo las valijas y voy por ahí. Mirá que demoro 20’ porque voy en ómnibus.
VII
Un día de estos voy a invitar a mi Juana a este lugar, para que observe como nos movemos nosotros, de aquí
para allá, de la escuela al trabajo, pero el escenario queda quieto, intacto. Nosotros hacemos funcionar al
puto mundo, con sus desventajas y encantos. Terminé mi botella de vino blanco. Sé que Juana no admitiría
bajo ningún concepto que maneje su auto, estando ebrio. Pero ya nada importa si ella no me ha estado
buscando. Así que me dirijo hacia el auto y pienso conducir hasta el primer bar que encuentre.
.Acabo de encender el auto, y ahora sólo manejo. Me dispongo a elegir una radio al azar, donde están
pasando una canción de Nancy Sinatra. Así que cual película, sonrío y comienzo a cantarla. “These boots are
made for walking, and that’s just what they’ll do...”
Mi cabeza comienza a marearse un poco. Y mi cuerpo pierde lucidez. Aún así, continúo, porque nada puede
detenerme ahora. Atravieso calles solitarias, y avenidas transitadas, hasta detenerme en un barrio en el que
jamás había estado. Parece más bien, un pueblo olvidado. Faltarían sonidos de película del medio oeste, y
terminaría siendo lo más tenebroso que alguna vez haya intentado, ¡pero adelante! Nada mejor para olvidar
un poco. Llego hasta el final de la calle, quieta y oscura, y llego a un bar escondido, que espero no sea
clandestino, y me detengo en la entrada a fumar un cigarrillo.
El bar es pequeño. Hay algunos viejos ahí adentro, destilando alcohol por todas partes, de seguro. Un tanto
arriba de la puerta, hay un cartel luminoso, que tiene escrito “El bar de Juan”, por lo que asumo que Juan
debe ser el dueño.
Doy la última pitada a mi cigarrillo, toso, lo tiro en el suelo, lo apago con la punta de mi zapato derecho, y
entro. Todos me quedan mirando.
-¿Buenas o malas, amigo? –me dice el tipo detrás de la barra.
-Lo de siempre, Juan.
Me mira extrañado y a continuación se distiende un poco.
-Já, gracioso el tipo… ¿Y eso que vendría a ser?
-Un whiskey doble, por favor.
Juan me sirve el whiskey doble, y me siento en uno de los banquitos que están dispuestos para acomodarse
de codos sobre la barra. Casi que instantáneamente, todos los viejos del bar parecen querer hablarme, o estar
ansiosos por decirme algo. Yo, sin embargo, no quiero hablar de nada con ellos, entonces me limito a mirar
mi vaso, y beber. Rápidamente ellos lo entienden, así que me miran con un poco de compasión, pero no me
hablan. Eso es lo bueno de entrar en un bar random. Es la mejor técnica para olvidar malos recuerdos, quitar
el malestar y sentirte acompañado por viejos ebrios, que aunque no te conozcan, todos están allí por lo
mismo. O porque son alcohólicos, claro. Pero eso no me importa mucho. El tema es que uno ya no se siente
tan solo. Y es irónico, porque nadie se conoce. Debe ser esto de sentarse con los demás. Hoy en día ya nadie
se sienta al lado de alguien, así porque sí. Todos tienen celular, computadoras, tablet. Qué se yo.
Tecnología por aquí, tecnología por allá.
Pido otro whiskey doble. Juan me queda mirando, como si tratase de descubrir porqué bebo callado, y cómo
voy a terminar después de beber tanto, pero aún así me sirve el trago. Y en el primer sorbo que doy a éste,
observo hacia la puerta y veo entrar a una señorita que se llama María, porque todos le saludan con
confianza y por su nombre.
María lleva puestos unos jeans medio gastados, y una musculosa blanca que me permite ver su ombligo.
Además tiene unos championes negros que parecen ser bastante cómodos, y lleva colgado de su hombro
derecho, un bolso verde petróleo. Va saludando a todos los viejos del bar muy decidida, y acepta los halagos
sin necesariamente, tener que responderles con otros. Me da la sensación repentina de que el único
desubicado acá soy yo. Sin embargo, cuando María pasa por mi costado derecho, queda observándome
fijamente y el resto de los viejos se ríen. Entonces ella, toma seguridad con esta última risa, y se dirige hacia
mí desafiantemente.
-¿Y vos, qué me vas a invitar?
Yo no le contesto, pero me quedo observándola.
-Ja, te comieron la lengua los ratones a vos…
Para ese entonces quedo mirándola, fijamente a sus ojos, que por cierto, son color verde. Y ella sabe que la
miro sólo a sus ojos, y se ríe, no sonrojada, se ríe de mí, pero poco a poco va perdiendo confianza y se queda
quieta, callada. Y mira hacia el suelo. Entonces me doy vuelta, termino de un solo trago mi whiskey, y me
dirijo hacia Juan.
-Juan, lo que pida la señorita –ella se sienta junto a mí, apoyándose en la barra.
-Lo de siempre, Juan.
Todos comienzan a reírse, y se hacen señales entre ellos. Juan comienza a hacer un trago que es desconocido
para mí. Mezcla Ron, Whiskey, Vodka, Granadina, y algo más. Cuando parece estar terminado, lo coloca
sobre la barra. María se queda mirándome, agarra su vaso, y se lo toma de un solo trago, apretando su nariz
con su mano izquierda.
Yo suelto una pequeña risa. Estimo que María debe tener unos diecinueve años. Una mujer de mi edad no
haría ese tipo de cosas. A continuación, ella se levanta y se dirige al fondo del bar, donde está la rockola más
vieja del mundo. Pone unas monedas, y elige una canción. Comienza a sonar “Do you wanna touch me?” de
Gary Glitter, y entonces ella comienza a balancearse hacia ambos lados, con sus brazos extendidos, y
empieza a mover su cabeza lentamente. Su culo es un flechazo en todos los ojos del bar. Pido otro whiskey
doble. Acabo de levantarme de mi banco, y camino hacia donde esta ella. Una vez que la observo ahí, tan
cerca de mí, busco que me mire fijamente, y cuando lo hace, tomo mi whiskey doble de un solo trago. Luego
toso un par de veces hacia el suelo, y vuelvo a mirarla. Entonces ella se ríe, relame sus labios con su lengua
sutilmente, aunque yo sepa que lo hace con fines de seducirme, y avanza hacia mí. Coloca sus brazos en mis
hombros, y ahora se abalanza hacia ambos lados con sus caderas, pero esta vez mucho más cercana a mi
cuerpo. Yo quedo me quieto, ahí. Sin hacer nada. Entonces su cabeza, se acerca a la mía, y sus labios
secuestran los míos, la boca de María se me vuelve debilidad, y ya no encuentro controlarme. Entonces la
beso con fuerza. Y ella me sigue, tan de cerca me sigue. Y bruscamente se separa. Y camina hacia la barra, y
pide otro trago a Juan, que comienza a preparárselo. El resto de los viejos me mira. El reloj comienza a
derretirse en mi muñeca derecha, pero es algo tarde, entonces pienso en Juana, y me entran ganas de salir
corriendo. Camino hacia la barra, saco la billetera de mi bolsillo, dejo a Juan un billete de mil y otro de
quinientos, por no esperar a que me haga la cuenta, y me dirijo hacia afuera. Corro hasta el auto, y antes de
entrar, vomito horriblemente. Otra vez el gusto amargo. Limpio mi boca, y entro, finalmente. Cuando lo
enciendo, veo que María corre hasta donde estoy, y acto seguido, abre la puerta y se mete dentro del auto.
-María, no vamos a acostarnos –trato de sonar convincente de ello.
-Si no vamos a acostarnos, entonces dejame manejar, hombre. Estás muy borracho-se ríe malvadamente.
-Hm… -quedo mirándola un rato. Barrio “Las Tinieblas” calle 8 y 20.
Me cambio hacia el asiento del acompañante, María abrocha mi cinturón de seguridad y comienza a
conducir. Recuesto mi cabeza contra la ventana. Me siento exhausto, verdaderamente derrotado. Observo a
María con mi ojo izquierdo, que aguanta entreabierto haciendo mucho esfuerzo para no cerrarse del todo.
El largo viaje se hace eterno, atravesando calles desconocidas y avenidas transitadas. Se detiene el auto.
María se ha equivocado de dirección. Me dirijo hacia ella hablándole cual borracho.
-Te equivocashte…
-Já! ¡qué testarudo hombre! Sos casado –me dice acariciando mi anillo. Paré unas cuadras antes, no sea cosa
de meterme en líos con tu mujer.
-Gracias –respondo sacando la billetera de mi bolsillo. Tomá, esto es para que te pagues un taxi, ¿sabés?
Camino las dos últimas cuadras hasta mi casa, y cuando entro, me dirijo rápidamente hacia el baño. Una vez
ahí, lavo mi cara, y mis dientes, y voy a acostarme al cuarto. Juana no está. De seguro esté en casa de sus
padres.
VIII
Apenas cuelgo el tubo, corro a hacer las valijas. Saco todas mis prendas y comienzo a doblarlas
rápidamente. Mientras tanto, pienso en Ismael e imagino su cara cuando vuelva y lea la carta. Suelto unas
lágrimas. Y a continuación, me pongo a llorar. Me siento en el borde de la cama.
Tengo muchas ganas de gritar, pero si lo hago, despertaré a Lila. No quiero pensar que soy una mujer
egoísta y el prejuicio corroe mi mente cada vez más, pienso que si me libero totalmente de él, podré vivir sin
culpa el resto de mi vida. Cuán indignas nos han hecho, la Iglesia, el Estado y la sociedad. Quien no vive
esclava de la casa y su marido, vive esclava de la mirada y el prejuicio. Supongo que ante esto, la mayoría
terminan por rendirse. Cargamos con una mochila demasiado grande como para contentarnos con nuestras
vidas. Una vida reducida a ser señoritas de tapa de comercial. O reclame de familia feliz. Eso es egoísmo.Yo
no soy la egoísta. Para ser mujer de verdad tengo que empezar a confiar en mis instintos. Hablar con
seguridad, hacerme escuchar. Seco mis lágrimas. Me dirijo hacia el desván que está en el sótano, y bajando
las escaleras, prendo la luz. Allí encuentro viejos cuadros de Goya, Picasso, y Van Gogh, también hay
montones de libros por todos lados. También hay juguetes de Lila, que ya ha dejado de usar. Reposeras, ropa
vieja. Y un billón de cosas más. Debajo de la escalera, están las valijas, las de Ismael y las mías. Las mías
son verde-claritas, y las de Ismael son azules con negro.
Tomo mis valijas y atravieso las escaleras nuevamente, y apago la luz. Ya estoy arriba de nuevo, me dirijo
hacia el cuarto y comienzo a poner la ropa en las valijas, y también pongo mis escrituras, y algunos discos.
Mañana voy a llamar a mi madre para que venga a buscar mis libros, y el resto de mis cosas. Y si ella no
quiere hacerlo, lo va a hacer Luisina, o Carmela.
Agarro las valijas, finalmente prontas, y me dirijo hacia el cuarto de Lila. Una vez ahí, entro y le doy un
beso en su mejilla izquierda. Me largo a llorar, quisiera poder quedarme hasta la mañana con ella, pero en la
mañana se me va a hacer imposible continuar mi vida. Lila ha sido, hasta ahora, el mejor fruto que ha salido
desde que Ismael y yo estamos juntos. La supe disfrutar estos años. Con las dificultades que implica ser
madre y no haber esperado serlo, supe disfrutarla. Me pregunto si sabrá entender que no me voy porque no
la quiero a ella. Que me voy porque nunca quise nada de esto, y como una niña, lo acepté porque debía
hacerlo. Porque tenía cuadrados en mi cabeza que me decían como debían ser las cosas. Más que nada,
porque pensé que si no me casaba, tenía hijos, y lo demás, jamás iba a poder construir una vida diferente.
Me apuré porque así corremos todos en nuestras vidas, apurándonos por lograr el sueño americano. Quizás
no solo el sueño americano, quizás la aprobación. ¡Es eso! Es eso lo que buscamos, definitivamente. Que
nos aprueben como padres o madres, como maridos o esposas, como hijos e hijas, profesionales y
trabajadores, como ciudadanos, como alguien. Y todo eso conlleva solamente seguir a la multitud, seguir lo
común, seguir las reglas. ¿Y cómo hacer si el corazón no conoce de reglas? Si el corazón pide una
adrenalina distinta, una tormenta nueva… Entonces caminaremos por caminos diferentes y quizá solitarios,
pero dignos. Dignos para una mujer que recién se entera que con su vida puede hacer lo que ella quiera.
Supongo que Lila entenderá esto en unos años. Me aseguraré, cuando vuelva, que esté construyéndose como
la mujer que ella quiere ser. Lila crecerá vivaz y astuta. Inocente y simpática. Pero siempre, Lila. No una
mujer x idéntica a tantas otras. Lila crecerá libre, linda y quién sabe si loca.
Camino lentamente hacia la puerta para que no me escuche llorar y se despierte, y ahora, finalmente me voy
del todo de la casa. Tomo mi celular, y pido un taxi. Calle 8 y 20, Barrio Las Tinieblas. En unos minutos
estará acá. Me quedo observando, un tanto nostálgica y un tanto decidida a irme, la avenida, las plantas, la
noche solitaria. Entonces me siento en los escalones que están en la entrada y espero tranquila.
Pienso que realmente todo ha cambiado mucho. Pero que esta vez es para bien. No voy a arrepentirme, no
voy a ser tan cobarde. Llegó el taxi. Me subo, y le pido que me lleve hasta la casa de Carmela, que queda en
la calle 14 y 21, del barrio Amatistas. El taxista, que es un señor bastante avejentado, con pelo gris y bigotes
del mismo color, comienza a dar charla sobre los temas más comunes que se hablan en estas situaciones.
-Está bastante frío, ¿no?
-Sí, puede ser. En realidad no lo he notado mucho.
-Ah, yo tuve que abrigarme saliendo de la caseta pa’cá.
-Ahm, a lo mejor es el rocío –digo, por contestarle algo.
Entonces me quedo en silencio, mirando hacia afuera, como si no conociese el camino de memoria hacia la
casa de Carmela. En la radio comienza a sonar “Les yeux au ciel” de Louis Garrel. Comienzo a llorar,
nuevamente, pensando en Ismael. Pero trato de que el taxista no lo note. Y seco mis lágrimas.
Mi celular comienza a sonar, de repente, y es Carmela.
-¿Hola?
-Juanita, ¿estás en tu casa? ¿Vas a venir?
-Voy en camino, Carme. Me tomé un taxi al final.
-Ahhh, bueno. Te esperamos, ¿dale? ¿Estás bien?
-Sí, sí, no te preocupes. Estoy a unas cuadras.
-Buenoo, beso.
-Otro, chau.
Ciertamente, me reconforta que mis amigas se preocupen por mí. Han notado que vuelvo por los años de
antes, y por todos los que nos quedan ahora. Y de seguro, se sienten entusiasmadas también. Finalmente, el
taxi se detiene frente a la casa de Carmela. Pago al taxista por el viaje, y desciendo del auto.
La casa de Carmela sigue igual, al menos por afuera. Un rejunte de enanos en el jardín, a modo de gárgola, o
de escultura contemporánea, la hamaca-silla de hierro pintada de blanco, y un millón de plantas y flores por
todos lados. El tiempo es un invento de otro invento. Que siempre podemos re-inventar, pero nunca volverá
ser lo mismo. Explicándole esto a mi mente, en otras palabras, el tiempo no existe. Sólo existe una medida
comprendida entre la vida y la muerte, que se mide según cuanto cuidemos la primera. El tiempo es la
ilusión que creamos para usar la vida e infectarla de todas las enfermedades que hemos creado. Hemos
inventado un tiempo para que unos tengan un mejor tiempo de vida que el de otros. Podría quedarme años,
fuera de la casa de Carmela, y observar cómo su casa permanece quieta, y los únicos que se mueven,
cambian y envejecen son las personas allí dentro. Si dejásemos de movernos, a trabajar, por ejemplo, a
conseguir dinero, por poner otro ejemplo, ¿qué haríamos con nuestro tiempo de vida? Vivir para disfrutar,
por ejemplo, llevar la vida que queremos vivir, por poner otro ejemplo.
Me siento eléctrica esta noche, y a la vez un tanto distendida. Siento que pude contra uno de los temores más
grandes y una de las decisiones más difíciles en la vida de una mujer. Por ello, me siento victoriosa y hasta
un poco heroica. Sin embargo, eléctrica digo, porque he exprimido mi mente al máximo. He sorteado la vida
en un instante. He borrado gran parte de mi vida como si estuviese escrita a lápiz, pero aún así no he dejado
la hoja en blanco. De hecho, sigue escribiéndose. Y como sigue escribiéndose, porque sigo pensando, me
toca obsesionarme con cada detalle que de ella se desprende. No he borrado gran parte de mi vida,
ciertamente. He escrito capítulos nuevos, bien distintos a los de antes. Quien borra es porque se arrepiente,
yo no me arrepiento. Sólo quiero escribir nuevas hojas. Con nuevos materiales.
Es posible que cuando una se encuentra a sí misma, todo el resto se va moldeando a tu manera. Si eso pasa
con todos, entonces puedo quedarme tranquila, que Ismael encontrará su alineación en esta vida. Puedo
quedarme segura de que Lila también. Sólo si se encontrasen a sí mismos, solo si además de encontrarse,
fueren capaces de entender la realidad con sus certezas y herrores, con h de horrores.
Es difícil abrirse puertas y encender luces en esta jungla oscura, llena de engaños y limitaciones. Sin
embargo, también es difícil contentarse con una vida que no goza de búsquedas y exploraciones. Llevar una
vida normal, ¡vaya meta más simple y mediocre! Nadie puede ser feliz completamente con ello. Sólo son
comodidades, y la felicidad no consta de pequeños lujos nada más.
-Hmmm –suspiro…
Camino hacia la puerta de la casa de Carmela, me detengo en frente y a continuación, golpeo unas dos
veces. Carmela me abre la puerta y acto seguido, nos abrazamos fuertemente varios minutos. Ella está
vestida con un enterito de jean azul, también lleva una polera rayada amarilla y bordó, con cuello por debajo
del enterito, y unos borceguíes bajitos color beige.
En un instante, corre Luisina y se abalanza contra nosotras en un griterío exaltado, gritando mi nombre. Ella
lleva puesto un short marrón, una remera corta lila, y unas pantuflas con forma de rana.
XI
Son 05:30 en la madrugada. Amanezco solo, en la habitación, durmiendo en la cama de dos plazas. Mi
estómago sabe que ayer por la noche ha estado recibiendo alcohol por demás, entonces, me voy a preparar
un café. Pero antes, voy a pasar por el baño a lavar mi cara y luego volveré al cuarto a vestirme para ir al
trabajo. Una vez que estoy bien vestido, salgo caminando a través del pasillo, hasta llegar al cuarto de Lila.
Ella una vez que escucha la puerta, se despierta y automáticamente se sienta y se despereza, y comienza a
bostezar, y a decirme buen día, y a hablarme sobre un millón de cosas. Tiene una facilidad tremenda para
levantarse y despertarse al mismo tiempo.
Luego me acerco a ella y me siento en el borde de su cama, Lila me pide su túnica y yo no sé donde está.
Juana es la que debería hacer estas cosas. Así que comienzo a buscar en el armario de mi hija y no logro
encontrar su túnica. Sin embargo, algo me dice que ella tiene que saber dónde está. Porque me observa
callada, cada movimiento, cada lugar en el que busco. Y no dice nada, sólo me mira.
-Lila, ¿vos no te acordás de donde saca tu madre la túnica, todos los días?
-¿Y en la tabla de planchar? –me pregunta como si recién se le ocurriese.
-Ah, graciosa. Dale, andá a vestirte que desayunamos y te llevo a la Escuela.
Lila va hasta el cuarto donde está la sección de lavado y secado de ropa, y yo me dirijo hacia la cocina. Abro
el armario, saco un poco de café y pongo algo de agua a calentar. Preparo mi taza, con algo de azúcar. Y a
continuación, me dirijo hacia la heladera y como no hay leche, para Lila, preparo un jugo de naranjas
natural. Luego, busco un poco de cereales y tampoco quedan. Estoy realmente jodido. Por primera vez en su
vida, mi hija va a desayunar pan. Agarro unas rebanadas de pan de molde, les saco la corteza con un
cuchillo, y luego pongo las rebanadas en la tostadora. El agua está hirviendo, Lila no para de gritar desde su
cuarto. Coloco el agua sobre mi taza, dejo la caldera en la cocina.
Corro hacia el cuarto de Lila, y la encuentro tocando un órgano de juguete y cantando unas canciones de
María Elena Wolsh sin discreción alguna. Luego me mira y se ríe, también indiscriminadamente, y le digo
que vaya al comedor, que ya está pronto el desayuno. Lila guarda el órgano y caminamos juntos hacia el
comedor. Me acerco hacia la mesada y agarro el mantel para aprontar la mesa. Sobre la mesa hay una carta
doblada al medio. La quito, y cuando la abro dice: “Querido Ismael”, es la letra de Juana. Me ha escrito una
carta. La vuelvo a doblar, y pongo el mantel. Luego coloco el jugo de Lila, sus tostadas, y mi café.
A continuación, empezamos a desayunar con Lila. Ella me pregunta sobre el pan, y otras cosas, pero a decir
verdad, no le presto mucha atención.
Estoy más interesado en saber qué me ha escrito Juana.
Ella escribe: “Escribo porque no encuentro una manera más digna para decir lo que tengo que decir…” Mi
esposa, testaruda como pocas, se ha convencido y quiere pedirme el divorcio. Se ha cansado de mí
completamente, se ha vuelto un poco loca. Juana, se ha ido definitivamente. Comienzo a llorar y Lila lo
nota, pero no me importa y lloro, y continúo leyendo y sigo llorando. Lila camina hacia mí y me abraza,
entonces le digo que vaya a su cuarto y espere allí hasta que le lleve a su escuela. Juana dice que quiere
descubrirse como mujer, que no le gusta esta vida y que nunca fue para ella.
Juana no piensa en mí, sólo piensa en ella. Debí haberlo sabido cuando dejó a Justina. ¿Qué le costaría
después dejarme a mí también? Es injusta, muy injusta. ¿Cómo pudo dejarme así? Me he enamorado
ciegamente de ella, a cada segundo. Sin tener el calor ferviente de su cuerpo, la he seguido en sueños y
pesadillas. He peleado contra mil fantasmas que trataron de usurpar nuestro amor y desgastarlo. Y ahora ella
me abandona. Así como así, también deja a su hija. No me dice si volverá, a donde se va, no me dice nada.
¿Y quién soy yo para pedirle explicaciones una vez que así se fue? Todos dirán que no supe hacerla feliz. Y
aunque Juana le eche la culpa a la Iglesia, el Estado y la Sociedad, todos los ojos y bocas recaerán sobre mí.
Sigo llorando…
No puedo creer que ahora nuestras caderas se han separado definitivamente, y nuestros cadáveres caminarán
por distintos caminos, como si nunca se hubiesen cruzado. Estoy a punto de tocar fondo, quizás era el
empujón que me faltaba. Hay una angustia en mi pecho que va tomando de a poco todo mi corazón, y no
creo que sin el calor de Juana pueda curarme. Ella quiere irse por el mundo, a escribir… ¿No podría
quedarse en casa y ser escritora al mismo tiempo? ¿He frustrado gran parte de su vida por proponerle
casamiento? Quizás no conocía su sueño, el de ser escritora, pero sí tengo certeza de mis sentimientos. Yo a
Juana la amo, ¿cómo no pudo priorizar eso?
No imagino ni un día de los tantos que me esperan. Solo. Soltero en los trámites de documentación. Ni si
quiera así. Va a aparecer “Divorciado”.
Sigo llorando aún más…
Me levanto de la silla, y voy a servirme una copa de Castel Pujol. Bebo todo de un trago. Me sirvo otra.
Camino hacia el cuarto, y me tiro sobre la cama, cubriéndome de pies a cabeza con las frazadas.
Apretándolas como si quisiera asfixiarlas, como si tuviesen vida. Lloro desconsoladamente, y grito como un
niño. Entre-cortando las palabras por el llanto, me pregunto por qué, por qué me dejó. No pienso leer la carta
y encontrar las respuestas en ella. Como si fuese un examen de vida.
Mi Juana, que se ha vuelto un poco loca. Quiere ser una mujer verdadera. Una mujer con las cinco letras.
Y no se da cuenta, que no necesita nada más para serlo. Para mí ella es hermosa. Me basta con observarla
contemplando las simplezas que son grandezas en nuestra vida. Nuestra ex vida, mejor dicho…
Mi querida, no puedo creer que siga siendo esa chica confusa que tuve que convencer en su cuarto esa
mañana. Cientos de “No me importa”, y ella lloraba. Fue el primer día que le ví desplegar alas con tanta
seguridad, aceptó que nos fuésemos, sin importar nada. Y me regaló los tres meses más alegres de mi vida,
que ahora terminan por torturarme mentalmente, solo y entre sábanas.
Es inexplicable esa sensación de vacío, e impotencia que uno siente frente a estas situaciones. Quizás es
como dice Juana, nacemos solos por una razón, y no es con la consecuencia de complementarnos, sino por
pasar por la vida hasta tener nuestra felicidad personal. Pero yo, ¿qué hago con mi hija, qué hago con mi
corazón oscuro que se enfría cada vez más?
Nunca son suficientes besos, suficientes revolcadas con la mujer que amas. Cuando ella se va, no se sienten
como si hubiesen sido suficientes. Aún cuando tuviste una hija con ella.
El sentimiento de perderlo todo me arrebata cualquier necesidad de hacer lo que sea. Supongo que mi hija
no va a ir hoy a la Escuela. Lila es más inteligente que yo, de seguro ya sabía todo lo que pasaría. De seguro
lo supera mejor que yo. quizás es eso, quizás no soy un hombre verdadero, soy demasiado debilucho para
afrontar estas cosas. Continúo llorando…
Hay un rayo de sol que se filtra por la ventana, así que me levanto a cerrar las cortinas. Ahí, frente a la
ventana, parado, a punto de cerrar las cortinas, observo el mundo allá afuera. Todo continúa normal. Todos
corren de lado a lado, continúan construyendo el tiempo.
Cierro las cortinas y me quito la camisa blanca del trabajo, la dejo en el armario, y cuando abro las puertas
del mismo, observo la máquina de escribir de Juana. Me pongo a llorar nuevamente, recorro con mis dedos
el contorno de su estructura, las teclas que ella habrá tocado cuando escribió esa carta. Y se mezclan mil
sensaciones en mis adentros. Así que voy a distraerme un poco de mis sensaciones que me están
destruyendo, y lanzo la máquina de escribir por la ventana. El vidrio se quiebra, varias personas miran hacia
mi casa, y Lila corre hacia la habitación. Viene preguntándome que pasó y se larga a llorar. Yo lloro más
con ella y la levanto en mis brazos, y le digo –“Mama se fue… Lila, y no quiere volver más, ¿sabés?”. Y
Lila llora desconsoladamente también. Esto me preocupa un poco, así que le digo, que ella dijo que la quería
mucho y que se portara bien conmigo, porque cuando volviese, quería verla contenta y estudiosa. Lila me
abraza nuevamente y asiente con su cabeza, como prometiéndole que así va a ser.
A continuación, quito la túnica de Lila, y le digo que agarre una mochila con juguetes, que vamos a la casa
de su abuelo. Me pongo la camisa que iba a dejar en el armario, nuevamente.
Salgo caminando hacia afuera, y me acuerdo que María estacionó el auto dos cuadras antes de casa anoche.
Me pongo a llorar, aún más porque sé que ayer hice algo malo. Y que quizás Juana me considera efímero
por esos pequeños detalles. Me siento molesto. La vecina, afuera, trata de preguntarme qué pasó con el
vidrio, o algo por el estilo, pero yo miro fijamente hacia la nada y lloro, lloro, lloro…
Finalmente Lila sale, y caminamos juntos las dos cuadras. Llevo a Lila de la mano, ahora tendré que cuidar
de ella como si yo fuera dos personas. Mi hija es lo más importante, y para ser un verdadero padre tendré
que tomarme las cosas más seriamente. Quizás si no hubiese ido al bar ayer… Quizás amanecía junto a
Juana hoy. De otra manera no podía ser. Cuando se va lo que más se ama en la vida, junto a ello, vienen
muchísimas cosas más. Y la culpa es una de ellas. La culpa abraza mi cuerpo y lo aprieta, fuertemente, sin
piedad. Entonces lloro.
Nos hemos subido al auto, lo enciendo, y me dirijo hacia la casa de los padres de Juana. Hoy dormiremos
allí. Supongo que el resto de nuestros días dormiremos allí. Hasta que Juana venga, si es que viene. O hasta
que nos mudemos lejos, si es que lo hacemos. Mi querida, en qué dilema nos has metido. Empezar desde
cero en un momento en el que el cero no es una posibilidad razonable. Quizás no tengo la valentía. Quizás es
como vos decías. El matrimonio ha corrompido nuestras vidas. O quizás no hemos nacido para compartir
junto a otro, algo tan grande como la vida.
X
Luego de la exagerada bienvenida, caminamos hacia el living y la mamá de Carmela y todas me preguntan
sobre cómo he estado, sobre cómo esta Lila, y demás preguntas que se le hacen a una ex esposa.
Les comento que va todo bien, pero que he decidido ir por lo que a mí me gusta, recorrer el mundo sin
ataduras de ningún tipo, escribir libros, pasear por Europa. Todas se ríen y festejan conmigo. Luisina me
comenta sobre varias actividades que tiene como propuesta para mí, y nos vamos armando un itinerario.
Carmela sirve varias copas de Tannat, y bebemos mientras nos actualizamos un poco a cerca de nuestras
vidas que por tanto tiempo habíamos distanciado.
Me siento segura, contenta y a la vez, contradiciéndome, bastante pensativa y distraída de todo, pero me
refugio diciendo que estoy algo cansada. La madre de Carmela no para de agasajarme con macitas, y comida
de todo tipo, y de decirme que puedo usar su casa como quiera y cuando quiera. Ahora nos movemos hacia
el cuarto de Carmela, y enseguida comienzan a surgir conversaciones más atrevidas de lo que cualquiera
pudiese imaginar.
Luisina ha estado saliendo con una mujer de Treinta y Tres, que conoció hace un par de años en un bar de
Ciudad Vieja, mientras ésta misma mujer, presentaba su libro. Al parecer, ella es una poetiza con bastantes
libros en su agenda, y varios premios a destacar. Me cuenta que ella le ha invitado a recorrer Latinoamérica,
y que si yo quisiese, me puedo unir. La verdad, es que no me atrae mucho ir de espectadora de la pareja,
pero no me vendría nada mal recorrer y conocer más el sur.
Por otro lado, Carmela, me cuenta que ha estado conociendo varios jovencitos, de distinta índole, por
supuesto. Ella siempre ha sido así, le gusta sobre todo, contrariar con los chicos con quienes sale. Si ella es
una fanática de los libros, ellos serán totalmente ignorantes al respecto. Supongo que le gusta establecer
contrastes.
Cuando todas se callan, final e inevitablemente, llega mi turno de explicar todo. Cuento que mi relación con
Ismael no trasciende novedades importantes aunque le quiero, y que en realidad, me lo he cuestionado
bastante, y no podía seguir más. Les cuento como añoraba volver a los tiempos en los que correteábamos de
aquí para allá con ellas, sin tener que esperar por nadie más.
Me miran atentamente, y Carmela se ríe. Supongo porque sabe que el estilo de vida que yo estaba llevando
no tiene nada que ver conmigo, ni un segundo. A continuación, les explico que quizás sería bueno irme un
par de años y de vez en cuando visitar a Lila, que todavía no lo he pensado. Ellas me dicen que debería
dejarlo todo como está. Que fue mi decisión y tengo que hacerla respetar. Supongo que ellas ya se lo habían
preguntado antes. Qué tipo de mujer querían ser, a eso me refiero. Ellas si eran mujeres que transitaban por
ahí pensando en su futuro. Como todas y todos deberíamos hacer.
Luisina ha propuesto brindar por mi “Renacimiento” como le llama ella, así que continuamos tomando
Tannat y ella da un discurso haciendo muecas de todo tipo.
-¡Por la emancipación de la compañera del club literario, muchos viajes por el mundo, y más dramaturgias
ebrias!
Todas nos reímos y brindamos. Las copas se unen en el medio, algunas se desbordan por el impacto y caen
gotas en las manos o hacia el suelo. Tal como las mujeres. Somos como la copa, ahí, puestas en el ejemplo,
hasta que hablan por nosotras y en ese momento en que nos damos contra otra copa, es el empujón que se
necesita para desbordarse una, y caer al suelo. Empezar desde cero. En mi caso.
Así va a ir pasando, supongo. No me imagino a todas las mujeres renunciando a sus hogares, me imagino
mujeres que no tengan que vivir en sus hogares y renunciar a lo que les gusta, lo que les llena. Es decir, que
sean mujeres, madres, como ellas quieran.
Ahora se detuvo el tiempo. Estoy más distraída que nunca. Así que les digo a las chicas que estoy algo
cansada, y me voy a acostar. Luisina va a salir con su pareja. Pero antes de todo ello, las chicas quieren
terminar la botella de Tannat y leer una obra de Florencio Sánchez. Tenemos en mano, una copa de vino
servida. La bebemos de un trago, simultáneamente. Y regresamos la copa a la mesa de luz de Carmela. A
continuación, vamos por la segunda copa. ¡También de un solo trago! Todas estamos riéndonos, fijándonos
en nuestros labios avioletados.
Realmente he vuelto a detener el tiempo. Sigo pensando en dudas finitas, y en Ismael y Lila. Voy a llamar a
mi padre, así que me dirijo al living. Tomo el teléfono y marco el número.
-¿Hola?
-Hola Papá, habla Juana. Estoy en lo de Carmela.
-Juana, escuchame. Está Ismael acá con Lila, hija. ¿Cómo estás vos? ¿Porqué no venís?
-No, papá. Ahora no puedo ir, en unos días me voy de viaje por Latinoamérica. Escuchame, ¿Lila como
está?
-Ay Juanita, hubieras avisado antes hija. No te podés ir así. Ismael está acá, todavía no le dije que estás vos
en el teléfono.
-Y no le digas, no le digas por favor. Vos asegurate de que Lila esté con ustedes, ¿ta? –me largo a llorar.
-Me tengo que ir, los llamo.
-Juana, ¿estás segura que esto es lo que querés?
-Sí papá, por primera vez en mi vida estoy segura de que esto es lo que quiero.
-Te amo hija, cuidate. Te manda un beso mamá. No te olvides de llamarnos cualquier cosa ¿eh?.
-Yo también, mandale un beso enorme a Lila, que la quiero. Y a mamá también. Beso.
Me dirijo hacia el baño, que queda al final de la habitación y me lavo la cara. Luego voy hacia el cuarto, y le
digo a las chicas que no estoy de humor para la jornada de dramaturgia borracha. Las chicas rápidamente se
dan cuenta de que he estado llorando y tratan de consolarme. Me abrazan. Me dicen que todo esto pasará. Y
que no llore, porque cuando quiera puedo volver. Y es cierto, cualquier día puedo volver. Pero yo no quiero
eso. Yo quiero seguir, por ahí. Y lo voy a hacer.
Me acuesto a dormir con Carmela y Luisina. En medio de ellas dos. Todas nuestras piernas entrelazadas,
nada mejor que calor de amigas para estas situaciones. Así, juntas, entre mujeres, podemos aprender a ser
más mujeres también. Qué irónico.
Me ha tocado pelearme con algo mucho más grande que el divorcio. Me ha tocado pelearme con toda una
historia de sometimiento hacia la mujer, que deja sus manchas sobre mi generación y las nuevas. Una
mancha que tendremos que lavar de a poco, pero con fuerza. Viéndolo desde ese punto, supongo que me
siento más sincera, menos egoísta. Si de algo sirvió que todas esas mujeres escribieran nuevas páginas de su
vida, ¿porqué no servirán aquellas que yo escriba ahora? ¿Qué es lo que nos da el derecho o nos lo quita, de
escribir una nueva historia? Más que tener el derecho, igualmente, habrá que tener el valor, habrá que
juntarlo entre todas y todos.
Mañana espera un día nuevo, pienso que sería bueno viajar hacia Argentina y quedarme un tiempo allá hasta
que Luisina y su novia pasen por mí. Luego, recorrer toda Latinoamérica buscando historias para contar.
Buscando nuevas costumbres, nuevos lugares para explorar. Todo se trata de innovar. Una nueva era espera.
Por lo pronto, sólo quiero ser una mujer nueva. Cuando sea esa mujer, quiero desnudar mi cuerpo en
primavera, sentarme al sol en verano y soltar sonrisas sinceras. Y tener el mi espalda dos alas, para poder
volar donde quiera. Cuando sea mujer, quiero poder andar por ahí haciendo y diciendo lo que yo quiera,
vestir shorts en verano y en invierno una gran campera. Bañarme en las costas playeras y mojarme las
piernas sin tener que usar cera…Cuando sea mujer no quiero ser mujer para afuera, quiero poder decir que
no a algunas cosas y no seguir haciéndolas porque siempre fueron de esa manera. Cuando sea mujer y vea a
mi hija, quiero que sea una mujer verdadera y que no maquille su rostro joven, y que no cene en la noche
pensando en el tamaño de sus caderas. Cuando sea mujer voy a hacer mujer a mi manera. Voy a ser mujer
con las cinco letras, y también con los cinco sentidos y mi arma más seductora va a ser mi cabeza. Cuando
sea mujer voy a ser una anarquía de sentimientos por donde quiera, voy a caminar descalza y desnuda y a
atravesar las fronteras. Cuando sea mujer voy a ser el tipo de mujer que mi corazón espera que sea.
No puedo dormir, estoy ansiosa por irme a Argentina mañana. Es el principio de mi nueva vida, y eso no se
da todos los días. Por suerte ya tengo mis valijas armadas. Espero todos sepan entender mi decisión, y si no
la entienden, ya la entenderán. Cuando llegue renovada, a ver a mi hija. Cuando me vean regresar.