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Reviviendo su legado, a 56 años de su muerte
Por Juanita Tovar Sandino
Poema Yo Canto Lo Que Tú Amabas...
La madre triste
El 10 de enero de 1957, Chile perdió al primero de los dos
premios Nobel que registra nuestra historia. Ese día murió
en un hospital de Nueva York, Gabriela Mistral, la primera
en recibir el codiciado galardón, el 10 de diciembre de 1945.
Duerme, duerme, dueño mío, sin zozobra, sin temor, aunque no se
duerma mi alma, aunque no descanse yo.
Duerme, duerme y en la noche seas tú menos rumor que la hoja de
la hierba, que la seda del vellón.
Duerma en ti la carne mía, mi zozobra, mi temblor. En ti ciérrense
mis ojos: ¡duerma en ti mi corazón!
Como suele ocurrir, su extensa obra
fue reconocida primero en el ex-
tranjero y luego de varios años en
Chile, el cual se vio reflejado en la
entrega del premio Nobel que re-
cibió esta escritora el 10 de diciem-
bre de 1945 . Este galardón lo en-
tregó el rey Gustavo de Suecia en la
casa de conciertos de Estocolmo.
En 1953 se le nombra Cónsul de
Chile en Nueva York. Participa en la
Asamblea de Las Naciones Unidas
representando a Chile. En 1954 vi-
ene a Chile y se le tributa un hom-
enaje oficial, ya que no había re-
cibido el premio en su país natal.
La obra poética de Gabriela Mis-
tral surge del modernismo, aunque
también se aprecia la influencia de
Frédéric Mistral (de quién tomó su
apellido) y el recuerdo del estilo de
la Biblia. De algunos momentos de
Rubén Darío tomó, sin duda, la prin-
cipal de sus características, la aus-
encia de retórica y el gusto por el
lenguaje coloquial. Sus temas pre-
dilectos fueron: la maternidad, el
amor, la comunión con la natura-
leza americana, la muerte como
destino, y sobre todo, la religión.
En 1957, después de una larga en-
fermedad, muere el 10 de enero, en
el Hospital General de Hempstead,
en Nueva York. Sus restos reciben
el homenaje del pueblo chileno, de-
clarándose tres días de duelo oficial.
Lucila Godoy, mas conocida como Gabriela Mistral, tuvo sus inicios a los 15 años de edad,
en Chile, donde publicó sus primeros versos en la prensa local, y empezó a estudiar para
maestra. En 1906 se enamoró de un empleado de ferrocarriles, Romelio Ureta, que, por cau-
sas desconocidas, se suicidó al poco tiempo. Es aquí donde empieza esta Nobel de litera-
tura a escribir cartas y poemas de amor y desolación, a causa de la enorme impresión que
e causó aquella pérdida.
Otro episodio, que incluso fue el mas fuerte de su vida, fue el suicidio de su so-
brino en la Habana, pues ella nunca tuvo hijos, y dicen siempre fue una madre
frustrada, a este oscuro acontecimiento le dedico un poema, La madre triste.
Gabriela Mistral
Los funerales constituyen una apoteosis. Se le rinden homenajes
en todo el Continente y en la mayoría de los países del mundo.
Yo canto lo que tú amabas, vida mía, por si te acercas y escuchas,
vida mía, por si te acuerdas del mundo que viviste, al atardecer yo
canto, sombra mía. Yo no quiero enmudecer, vida mía. ¿Cómo sin mi
grito fiel me hallarías? ¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía? Soy
la misma que fue tuya, vida mía. Ni lenta ni trascordada ni per-
dida. Acude al anochecer, vida mía; ven recordando un canto, vida
mía, si la canción reconoces de aprendida y si mi nombre recuerdas
todavía. Te espero sin plazo ni tiempo. No temas noche, neblina ni
aguacero. Acude con sendero o sin sendero. Llámame a donde tú
eres, alma mía, y marcha recto hacia mí, compañero.
DESOLACIÓN
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha arrojado la
mar en su ola de salmuera. La tierra a la que vine no tiene prima-
vera: tiene su noche larga que cual madre me esconde. El viento
hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un
cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir
intensos ocasos dolorosos. ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí
ha venido si más lejos que ella sólo fueron los muertos? ¡Tan sólo el-
los contemplan un mar callado y yerto crecer entre sus brazos y los
brazos queridos! Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto vi-
enen de tierras donde no están los que son míos; y traen frutos páli-
dos, sin la luz de mis huertos, sus hombres de ojos claros no cono-
cen mis ríos. Y la interrogación que sube a mi garganta al mirarlos
pasar, me desciende, vencida: hablan extrañas lenguas y no la con-
movida lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta. Miro ba-
jar la nieve como el polvo en la huesa; miro crecer la niebla como el
agonizante, y por no enloquecer no encuentro los instantes, porque
la “noche larga” ahora tan solo empieza. Miro el llano extasiado y
recojo su duelo, que vine para ver los paisajes mortales. La nieve es
el semblante que asoma a mis cristales; ¡siempre será su altura ba-
jando de los cielos! Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada de
Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; siempre, como el
destino que ni mengua ni pasa, descenderá a cubrirme, terrible y
extasiada.
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Reviviendo su legado, a 56 años de su muerte
Por Juanita Tovar Sandino
Poema Yo Canto Lo Que Tú Amabas...
La madre triste
El 10 de enero de 1957, Chile perdió al primero de los dos
premios Nobel que registra nuestra historia. Ese día murió
en un hospital de Nueva York, Gabriela Mistral, la primera
en recibir el codiciado galardón, el 10 de diciembre de 1945.
Duerme, duerme, dueño mío, sin zozobra, sin temor, aunque no se
duerma mi alma, aunque no descanse yo.
Duerme, duerme y en la noche seas tú menos rumor que la hoja de
la hierba, que la seda del vellón.
Duerma en ti la carne mía, mi zozobra, mi temblor. En ti ciérrense
mis ojos: ¡duerma en ti mi corazón!
Como suele ocurrir, su extensa obra
fue reconocida primero en el ex-
tranjero y luego de varios años en
Chile, el cual se vio reflejado en la
entrega del premio Nobel que re-
cibió esta escritora el 10 de diciem-
bre de 1945 . Este galardón lo en-
tregó el rey Gustavo de Suecia en la
casa de conciertos de Estocolmo.
En 1953 se le nombra Cónsul de
Chile en Nueva York. Participa en la
Asamblea de Las Naciones Unidas
representando a Chile. En 1954 vi-
ene a Chile y se le tributa un hom-
enaje oficial, ya que no había re-
cibido el premio en su país natal.
La obra poética de Gabriela Mis-
tral surge del modernismo, aunque
también se aprecia la influencia de
Frédéric Mistral (de quién tomó su
apellido) y el recuerdo del estilo de
la Biblia. De algunos momentos de
Rubén Darío tomó, sin duda, la prin-
cipal de sus características, la aus-
encia de retórica y el gusto por el
lenguaje coloquial. Sus temas pre-
dilectos fueron: la maternidad, el
amor, la comunión con la natura-
leza americana, la muerte como
destino, y sobre todo, la religión.
En 1957, después de una larga en-
fermedad, muere el 10 de enero, en
el Hospital General de Hempstead,
en Nueva York. Sus restos reciben
el homenaje del pueblo chileno, de-
clarándose tres días de duelo oficial.
Lucila Godoy, mas conocida como Gabriela Mistral, tuvo sus inicios a los 15 años de edad,
en Chile, donde publicó sus primeros versos en la prensa local, y empezó a estudiar para
maestra. En 1906 se enamoró de un empleado de ferrocarriles, Romelio Ureta, que, por cau-
sas desconocidas, se suicidó al poco tiempo. Es aquí donde empieza esta Nobel de litera-
tura a escribir cartas y poemas de amor y desolación, a causa de la enorme impresión que
e causó aquella pérdida.
Otro episodio, que incluso fue el mas fuerte de su vida, fue el suicidio de su so-
brino en la Habana, pues ella nunca tuvo hijos, y dicen siempre fue una madre
frustrada, a este oscuro acontecimiento le dedico un poema, La madre triste.
Gabriela Mistral
Los funerales constituyen una apoteosis. Se le rinden homenajes
en todo el Continente y en la mayoría de los países del mundo.
Yo canto lo que tú amabas, vida mía, por si te acercas y escuchas,
vida mía, por si te acuerdas del mundo que viviste, al atardecer yo
canto, sombra mía. Yo no quiero enmudecer, vida mía. ¿Cómo sin mi
grito fiel me hallarías? ¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía? Soy
la misma que fue tuya, vida mía. Ni lenta ni trascordada ni per-
dida. Acude al anochecer, vida mía; ven recordando un canto, vida
mía, si la canción reconoces de aprendida y si mi nombre recuerdas
todavía. Te espero sin plazo ni tiempo. No temas noche, neblina ni
aguacero. Acude con sendero o sin sendero. Llámame a donde tú
eres, alma mía, y marcha recto hacia mí, compañero.
DESOLACIÓN
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha arrojado la
mar en su ola de salmuera. La tierra a la que vine no tiene prima-
vera: tiene su noche larga que cual madre me esconde. El viento
hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un
cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir
intensos ocasos dolorosos. ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí
ha venido si más lejos que ella sólo fueron los muertos? ¡Tan sólo el-
los contemplan un mar callado y yerto crecer entre sus brazos y los
brazos queridos! Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto vi-
enen de tierras donde no están los que son míos; y traen frutos páli-
dos, sin la luz de mis huertos, sus hombres de ojos claros no cono-
cen mis ríos. Y la interrogación que sube a mi garganta al mirarlos
pasar, me desciende, vencida: hablan extrañas lenguas y no la con-
movida lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta. Miro ba-
jar la nieve como el polvo en la huesa; miro crecer la niebla como el
agonizante, y por no enloquecer no encuentro los instantes, porque
la “noche larga” ahora tan solo empieza. Miro el llano extasiado y
recojo su duelo, que vine para ver los paisajes mortales. La nieve es
el semblante que asoma a mis cristales; ¡siempre será su altura ba-
jando de los cielos! Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada de
Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; siempre, como el
destino que ni mengua ni pasa, descenderá a cubrirme, terrible y
extasiada.
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