La revolución Mexicana como icono cultural y motivo de la novela revolucionaria.
Después de casi 100 años del grito de Dolores, la nación Mexicana aun en cimientos
comenzaba su crecimiento, a tropiezos tales como marginación, división social,
inseguridad política, deudas internas y externas, pero con una valiosa constitución
como medula central de “orden y progreso”, palabra citada por el general Don Porfirio
Díaz y justamente este es el personaje clave dentro del segundo movimiento bélico-
histórico que se desarrollo en la nación, atrás quedaron las gestas históricas del 5 de
mayo, ahora bien Porfirio Díaz como principal motivo de una llamada al descontento
social, pero el porfiriato solo es la punta del iceberg, la política es demasiado oscura y
la necesidad la madre de todas las aristas de una imagen conocida como proletariado,
necesidad de crecimiento, necesidad de bienestar, de seguridad, de propiedad privada
de reparto agrícola, “la tierra es de quien la trabaja” citando a Emiliano Zapata, el
descontento social se reflejaba no solo en el campesino, sino en la población
urbanizada, comienza a reflejarse una mentalidad diferente.
Las noticias aunque clandestinas corren como rio, y aunque existan diversos
diques no pueden contener la marejada de información que llega de otras latitudes del
globo, Inglaterra y su revolución industrial, la marcha de los derechos obreros en la
nación británica el boom del sindicalismo en diversos países europeos, las corrientes
literarias, la identidad social y cívica que calaba y caló tanto que se llego a una
explosión social determinante en con el plan de San Luis en 1910, donde Francisco y
Madero expone: “Los pueblos, en su esfuerzo constante porque triunfen los ideales de
la libertad y de justicia, se ven precisados en determinados momentos a realizar los
mayores sacrificios.”
“Nuestra querida patria ha llegado a uno de esos momentos: una tiranía nos
oprime de tal manera que ha llegado a hacerse intolerable…”
Ante lo expuesto miles sino millones de campesinos, trabajadores urbanos, la
mayor parte de la población se amalgamaron a un movimiento que sacudiría al país y
lo dejaría con serias heridas de gravedad pero como quien aplica una sangría o una
terapia de shock, era necesario para poder “modificar el sistema”, sin embargo a rio
revuelto, ganaron solo los que ambicionaron mas y no los que deseaban un cambio
real.
La revolución dejo un legado histórico rico de gestas heroicas, de pensamientos
profundos, de grandes impotencias y algunos sinsabores, pero también dejo un legado
cultural muy rico, la presión ejercida por una dictadura, la ley mordaza y el “matalos en
caliente” de don Porfirio, nos dejo una amplia gama de manifestaciones artísticas,
tenemos la obra del grabador, ilustrador y caricaturista político José Guadalupe Posada,
quién durante el régimen autoritario de Porfirio Díaz fue un duro crítico del sistema
político mostrado un mordaz sentido del humor y cuyo legado recogido y enriquecido
por los grandes artistas mexicanos, algunos años mas tarde. Posada realizó
ilustraciones y caricatura política en periódicos de la época como el argos, La Patria, El
Ahuizote y El Hijo del Ahuizote, todos en oposición al régimen autoritario de Porfirio
Díaz.
Tras la muerte de Posada acaecida en 1913, fue Gerardo Murillo quien se
encargo de brindar un nuevo impulso a las actividades artísticas de la época.
Murillo había sido estudiante de la Escuela Nacional de Bellas Artes y logro
obtener una pensión del gobierno de Porfirio Díaz para completar sus estudios en
Europa, en donde sus intereses políticos lo acercaron al partido socialista italiano.
A su regreso a nuestro país, Gerardo Murillo adoptaría el seudónimo de Dr. Atl,
que en lengua náhuatl significa “agua” .murillo patrocino y orientó sobre los principios
del muralismo cargado con fuertes contenidos nacionalistas, a jóvenes y brillantes
pintores de esa época que se consagrarían posteriormente como grandes muralistas ,
tal es el caso de los llamados tres grandes del muralismo mexicano Diego Rivera,
David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Murillo regreso eventualmente a
Europa en donde escribió una fuerte crítica acerca del fuerte golpe de Estado de
Victoriano Huerta. En sus escritos comparó a la Revolución Mexicana con el socialismo
bíblico, a fin de promover el crecimiento del arte, la literatura y la ciencia en nuestro
país. El Dr. Atl fue él mismo un gran artista dedicando una gran parte de su obra a
retratar los volcanes de México.
Es también durante el porfiriato, irónicamente donde nace la “nueva escuela” de Porfirio
Díaz proponía como su ideal la difusión de los amores a la patria, al orden, la libertad y
el progreso. Sin embargo la mayoría de las escuelas se encontraba en las ciudades y
estaban destinadas a la clase media, mientras que la educación indígena recibía
apoyos mínimos, aislados y esporádicos. Las escuelas de enseñanza media y superior
atravesaron por una época positiva: se creó la Preparatoria Nacional que tuvo réplicas
en casi todas las capitales de provincia y se fundaron escuelas normales para señoritas.
Contradictoriamente, la enseñanza técnico-profesional no progresó.
A fines de 1909 se fundó el Ateneo de la Juventud. En el participaron escritores,
filósofos, arquitectos, artistas plásticos y compositores. El Ateneo estaba formado por
un grupo de jóvenes rebeldes e inconformes ante la cultura porfiriana. Rechazaban los
principios del positivismo y la moral porfiriana y propiciaban el retorno al humanismo y a
los clásicos.
En 1910, año del Centenario de la Independencia, se crea la Escuela de Altos
Estudios y la Universidad Nacional. Vasconcelos es nombrado presidente del Ateneo al
triunfo del maderismo e inicia la importación de conferenciantes con el objeto de
incorporar culturalmente a México al resto de Hispanoamérica.
La Revolución mexicana fue un evento histórico que atrajo la atención del mundo
entero. En México mismo, donde la tradición narrativa desde Fernández de Lizardi a
principios del siglo XIX había tenido algunos valores y cierto vigor, la lucha
revolucionaria trajo consigo el subgénero conocido como “novela de la Revolución”.
El núcleo principal de este género está formado por obras que presentan la fase
histórica y política del movimiento, con carácter generalmente autobiográfico. De éste
se desprende una variedad de derivaciones por tema: novelas de preocupación social,
indigenistas, rural, cristera, del petróleo, de inspiración provinciana, etc. Aunque esta
novela no es “revolucionaria” en su forma o en su procedimiento narrativo, tampoco se
asemeja a la del siglo XIX. En ella el autor trata de fijar una realidad cruda que lo ha
conmovido directa y fuertemente y para ello no necesita más que un estilo sobrio y
rápido y una estructura basada en la presentación de cuadros o episodios, que son
valiosos como testimonios. Esta realidad épica y la expresión de anhelos populares
dan a la novela un carácter original de afirmación nacionalista.
Del género destacan Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, no tanto por ser
escritores revolucionarios en el sentido estricto de la palabra –Azuela fue siempre un
escéptico y Guzmán más bien conservador- sino porque ambos vivieron personalmente
el conflicto.
La primera obra de Azuela digna de mencionar es Andrés Pérez, maderista(1911), en la que se presenta la sensación de desencanto con los primeros meses de
la lucha revolucionaria, cuando las aspiraciones políticas del mismo Azuela se vieron
frustradas. La obra más importante de Azuela fue Los de Abajo (1915). Parte de la obra
fue escrita durante la guerra, cuando Azuela era médico en las tropas de Villa. Se trata
de un trabajo fresco y vivaz, con un novedoso enfoque del diálogo popular y del sentido
del humor nacional y de una descripción franca del abismo que separa a quienes
trabajan con las manos de los que lo hacen con la inteligencia. La novela proporciona
así una visión inolvidable y casi gráfica de la era revolucionaria.
Los de Abajo fue prácticamente desconocida hasta 1924. Las otras llamadas
novelas de la revolución aparecieron entre 1926 –año en que aparece El Águila y laserpiente de Martín Luis Guzmán- y 1939, coincidiendo más de cerca con la época de
oro del cine mexicano que siguió a la Revolución que con el movimiento muralista.
El Águila y la serpiente es de hecho una obra documental en la que se presentan
las experiencias del autor. Al igual que Azuela, Guzmán también había sido seguidor
de Madero y por lo tanto no concordaba totalmente con las posiciones de Villa,
Carranza, Obregón o Calles. Esta obra, escéptica desde el punto de vista ideológico,
ha influido como pocas en la percepción que generaciones posteriores han tenido de la
Revolución Mexicana. El águila y la serpiente es un libro de memorias que comprende
de 1913 a 1915 y es “la novela de un joven que pasa de las aulas universitarias al
pleno movimiento armado”.
La siguiente novela de Guzmán, La sombra del caudillo (1929), es una dura
crítica del régimen de Plutarco Elías Calles y una de las exploraciones literarias más
profundas del impulso autoritario. En La sombra del Caudillo el autor hace un
cuidadoso y profundo análisis de la realidad y los conflictos políticos de 1927, al
término del período presidencial de Calles. El tono es pesimista pero la obra es de gran
calidad artística y ha sido considerada como una de las mejores novelas de ambiente
político escrita en México.
La personalidad de Francisco Villa inspiró una literatura que iba desde los
corridos de autores anónimos a la obra de Martín Luis Guzmán. Guzmán conoció de
cerca a Pancho Villa y, fascinado por su personalidad compleja y habiendo manejado
abundante documentación sobre el tema, emprendió la realización de las Memorias dePancho Villa (1951), la cual resultó una prueba de la maestría de Guzmán como
escritor y un importante monumento a Villa.
Cabe considerar a un tercer novelista, Gregorio López y Fuentes. De menor
calidad que Azuela y Guzmán, López y Fuentes constituyó sin embargo un lazo
importante entre la Novela de la Revolución y otros géneros posteriores con sus
novelas Campamento (1931), a través de la cual presenta la sicología de masas propia
de la época; Tierra (1932), sobre la lucha agraria encabezada por Zapata y El Indio(1935), en la cual hace una condena del maltrato a las comunidades indígenas antes,
durante y después del conflicto.
En términos generales, la Revolución produjo una literatura que por primera vez,
desde mediados del siglo XIX, trató la historia no como algo remoto, sino como una
realidad palpable que además movilizaría y fijaría la percepción de eventos sociales,
políticos y económicos. En adelante esta nueva percepción histórica marcaría la
diferencia entre el realismo social de la literatura criollista.
Otros representantes de esta corriente literaria dignos de mencionar son José
Vasconcelos, José Rubén Romero, Rafael Muñoz, Nelly Campobello, Francisco Rojas
González y Agustín Yáñez.
Sin embargo, es de Mariano Azuela de su manera de ver la situación
sociopolítica, de adentrarse en el momento humanístico, histórico, social, cultural y
sobre todo, de presentar una tesis sobre la manera en la que la revolución mexicana
toco de fondo la vida social de la ciudadanía.
Los de abajo de Mariano Azuela ocupa un lugar significativo dentro de la novela
de la Revolución Mexicana, no sólo por ser de las primeras novelas de este corpus sino
por haber logrado articular quizá la narrativa más consistente y enérgica sobre el
levantamiento revolucionario mientras la guerra civil todavía seguía su curso.
La novela ofrece una visión pesimista sobre la Revolución, al narrar los avatares
de una tropa de villistas dirigida por un líder llamado Demetrio Macías. Éste se
incorpora al levantamiento revolucionario a partir de que tiene un conflicto con el
cacique local y enfrentamientos con los federales, por lo cual se ve obligado a huir de
su casa y a separarse de su esposa e hijo. Durante su huida se le unen amigos que
también han tenido conflictos con los poderes locales, así como otros hombres que se
han rebelado contra los abusos cometidos por miembros del ejército federal.
La gente de las comunidades por las que pasan apoya la causa de Demetrio ya
que también están cansados de los abusos cometidos por los federales. Más adelante,
la tropa de Demetrio se une a las fuerzas del general villista Pánfilo Natera, para
después volver a sus comunidades a enfrentar al cacique local. A su regreso, la tropa
de Demetrio es finalmente aniquilada por las fuerzas federales, sin que él pueda
reencontrarse con su esposa e hijo.
La incertidumbre se mantiene a lo largo de la novela, ya que, aunque Cervantes trata
de explicarles a los villistas cuáles son sus metas revolucionarias, ellos continúan
careciendo de ideales, incapaces de articular un discurso y entregados a matar y a
robar en sus batallas con los federales. La imagen de los villistas como bárbaros e
impulsivos aparece en la novela de Azuela a través de recurrentes descripciones de
ellos como animales.
Como la obra de Azuela, otras novelas de la Revolución también muestran
simpatía por la causa villista y celebran sus triunfos militares, mientras que a la vez
expresan una percepción de los villistas como bárbaros, crueles e ignorantes.
Por ejemplo, en El águila y la serpiente (1928) de Martín Luis Guzmán,
descripciones de Villa como un guerrillero valiente, vencedor de “batallas supremas de
la Revolución”, coexisten con imágenes degradantes de él como una “fuerza brutal”,
salvaje y cruel, incapaz de concebir y entender los verdaderos principios
revolucionarios debido a su falta de racionalidad y moralidad, como la siguiente
descripción muestra: Villa, formidable impulso ciego capaz de los extremos peores,
aunque justiciero, y sólo iluminado por el tenue rayo de luz que se le colaba en el alma
a través de un resquicio moral casi imperceptible. En las novelas de Azuela y Guzmán,
los revolucionarios populares son entonces admirados como heroicos y, a la vez,
caracterizados como bárbaros. Mientras que estas imágenes negativas de los
revolucionarios populares expresan prejuicios comunes de la clase media hacia la
clase baja, también revelan una dificultad, por parte de los intelectuales, en asimilar el
levantamiento revolucionario.
Al respecto Horacio Legrás observa que los intelectuales se quedaron
paralizados frente al levantamiento revolucionario, frente al papel activo sin recedentes
que tuvieron los campesinos, frente a la agencia que adoptaron
La adaptación de la novela Los de abajo al cine El hecho de que Los de abajo de
Azuela haya sido adaptada al cine en 1940 y en 1976 puede ser sintomático de la
concepción que ciertos productores culturales tenían de la
Revolución en cada uno de esos dos contextos, ya que tanto en los años 30
como en los años 70 surgieron tendencias cinematográficas que expresaron una visión
desencantada sobre la Revolución. En el cine de los años 30, el movimiento
revolucionario no es representado todavía como una unidad; por el contrario se
destacan las diferencias entre las facciones revolucionarias, como en El compadre
Mendoza (1933), o se caracteriza a la lucha revolucionaria como un sinsentido que sólo
implica muerte y violencia, como en
Vámonos con Pancho Villa (1935). En cambio, el cine de los años 40 y 50 tiende
a celebrar a la Revolución como el evento que permitió la formación de una nación
moderna, por medio de un discurso marcadamente nacionalista y de narrativas
centradas en la figura de la pareja romántica o en la figura de generales y generalas
interpretados por estrellas de la época como Pedro Armendáriz, Emilio Fernández y
María Félix. Hacia mediados de los años 60 emerge otra vez un desencanto frente a la
Revolución que continúa en la década de los 70, con una clara disminución en el
discurso nacionalista y un aumento en el interés por las causas sociales que desataron
la lucha eevolucionaria, en filmes como La soldadera (José Bolaños, 1966), El
escapulario (Servando González, 1966), El principio (Gonzalo Martínez, 1973) y Reed,
México insurgente (Paul Leduc, 1973).
Las diferencias en estas representaciones de la Revolución estuvieron en parte
determinadas por la naturaleza del proceso de consolidación del Estado post-
revolucionario, que incluyó la alineación del gobierno cardenista hacia la izquierda en
los años 30, el viraje conservador de los regímenes de los años 40 y la crisis del
Estado priísta en los años 60 y 70.
Las adaptaciones de la novela de Azuela al cine, dirigidas por Chano Urueta en
1940 y Servando González en 1976, satisfacen expectativas clásicas de fidelidad hacia
el texto primario que tradicionalmente se tiene en la adaptación de literatura al cine, ya
que están muy apegadas a la narrativa de Los de abajo. Sin embargo, al mismo tiempo
ambos filmes resultan ser textos muy distintos tanto respecto a la novela como entre sí,
debido a que están moldeados por las condiciones culturales e ideológicas propias de
sus respectivos contextos de producción, entre otras cosas porque operan de acuerdo
con los recursos de representación y los límites de la moralidad deseable que existían
en su tiempo.
Bibliografía.
Introducción Histórica a la Revolución Mexicana, Javier Garciadiego, SEP,
Coeditor El colegio de México, noviembre de 2006, P. 122.
Azuela, Mariano. Los de abajo. [1era ed.1916]. México: Fondo de Cultura
Económica, 2006. P. 125
Monsiváis, Carlos. “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo xx”. En Historia
general de México, editado por Daniel Cosío Villegas, 1377-548. México: colmex, 1981.
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