SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN GUIDO MOUSSA – ALFREDO GERMIGNANI
Germignani Alfredo – Moussa Guido
“Sabemos quién mató a Nisman” / Colección
Novelita 01.
Literatura Tropical .Com
1ra. Edición – Resistencia, Chaco, 2015
1. Narrativa Argentina. 2. Colección Novelita.
Mayo 2015
Dirección Editorial: Alfredo Germignani – Guido
Moussa
Diseño de Arte de Tapas, Interiores e
Ilustraciones:
Leonardo Guardianelli
Licencia Creative Commons Argentina
Sabemos Quién Mató a Nisman por Literatura Tropical se
distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-
NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta
licencia pueden encontrarse en www.literaturatropical.com.
7
Nos pareció importante, en primer lugar,
ponernos a resguardo. Para ello, lo que se nos ocurrió de
primera mano, fue contactar a un autor de confianza,
explicarle lo que estaba pasando, lo que sabíamos sobre
el caso y solicitarle, ciertamente, absoluta reserva. <<Por
lo general una lectura ingenua de una novela confunde
personajes con personas. Tengan cuidado, sus vidas
corren peligro>>. Eso fue todo lo que nos dijo el Agente
Funes.
Acordamos que yo no le diría nada a nadie y que
Alfredo no le diría nada a nadie.
Además, como somos escritores, fracasados pero
escritores al fin, pusimos todo el rollo en un texto que
fue y vino dos o tres veces a nuestras casillas de correo
hasta alcanzar una versión más o menos definitiva, pues
todos los escritores sabemos, incluso los fracasados, que
no hay versiones definitivas. Así trabajamos. Escupimos
frente a la computadora todas las cosas, la trama, la
atmósfera, los personajes y todo lo demás. Arrojamos
nuestros soldaditos a un campo de batalla y tecleamos y
tecleamos y tecleamos hasta hacer que todos se maten
unos a otros. E indefectiblemente Alfredo y yo, que
también estamos ungidos en la gresca, nos salvamos.
Pueden oírse los gritos de clemencia de la sanguinaria
muerte televisada, mientras en la atmósfera reverbera
nuestro salvaje teclear equidistante. Nada importa
Sabemos quién mató a Nisman
8
cuando estás escribiendo. Abrazamos la peregrina idea de
que, de alguna manera, un montoncito de hojas podrían
servir para ponernos a salvo de asesinos a sueldo.
Quién sabe. Por las dudas —esto se me ocurrió a
mí, que soy un paranoico consumado— guardamos la novela
dentro de un sobre, lo firmamos, lo cerramos y lo
depositamos en una escribanía de confianza, con orden de
apertura <<si y sólo si ambos depositantes —Alfredo y yo—
hallan la muerte, en la circunstancia que fuere>>.
Esto fue el día 1 de nuestras epopeyas
personales. Porque saber quién mató al fiscal Nisman es
un conocimiento que puede tornar tu vida en un episodio
hercúleo. O incluso más.
A la escribana (la Dra. Fabiana Kolmann) tuvimos
que decirle la verdad, ya que se negó a certificar el
sobre si no lo hacíamos. Nos miró asombrada; y es que el
asesinato ya era, a esa altura, un bien de dominio
público. Íntimamente creo —y esto lo compartimos después
con Alfredo— que no nos tomó en serio; pero poco y nada
nos importó porque en definitiva nosotros sólo queríamos
que reservara el sobre que le dimos en las condiciones
en las que formulamos el requerimiento. Y punto.
<<Me da la impresión>> reflexiona Alfredo, <<que con
nosotros el problema no es lo extraño del caso, sino
nuestro aspecto. Tenemos aspecto de dementes>>. Yo le digo
que no sé sí dementes, pero sí de drogadictos: deberíamos,
al menos, habernos puesto alguna gotita en los ojos para
disimular. Alfredo se rió y al cabo de unas cuadras dijo,
en su característico tono de vacua pero impostergable
9
solemnidad: <<Tengo a bien para mí, que es un buen momento
para fumar un faso>>.
Nos separamos en la esquina de Juan B. Justo y
Roque Sáenz Peña sin poder pitar el bendito faso atento
a la celosa vigilancia que en la zona llevaban adelante
los estudiantes de policía o reclutas o como sea que se
llamen los pibes con chalecos anaranjados
fosforescentes que las autoridades de turno sueltan en
las esquinas de la ciudad todos los veranos, camada tras
camada, para reforzar la sensación de seguridad de la
población.
Esto fue el día 1 de nuestra odisea personal;
pero no el día 1 del incidente: el incidente en sí se
produjo el 18 de enero. El 19 a la madrugada la muerte de
Nisman se volvió noticia; técnicamente y a los efectos de
la crónica, lo encontraron sin vida.
Yo leí la noticia en Infobae. Debieron ser las
ocho, ocho y media de la mañana. Lo llamé a Alfredo, que
estaba durmiendo pero de alguna manera se había
enterado de todo. <<Después te llamo>> me respondió
cortante, <<ahora necesito descansar un par de horas más,
ayer escribí de un tirón sesenta y seis páginas de Word
en Times New Roman interlineado 1,5, fuente 12. Estoy
exhausto>>.
A las doce del 19 de enero, recibí un mail del
Agente Funes. Decía así: “Germignani/Moussa: Jaime Stiusso
dio una entrevista a la revista Noticias. Se va a saber
todo. Ojo. Atentamente, Agente Funes”.
Sabemos quién mató a Nisman
10
Qué mierda. Una bosta. Me llama Alfredo y me
pregunta si recibí el mail —evidentemente fue con copia
oculta a él; de otro modo, el encabezado no tendría
sentido—; le digo que sí y permanecemos en silencio un
buen rato. Finalmente acordamos reunirnos en El Viejo
Café <<en media hora>>.
Llego puntualmente, media hora después. Alfredo
también. Entramos y elegimos una mesa de las de adentro,
de las que están arrinconadas contra las paredes; esto a
efecto de evitar ser sorprendidos ya sea por agentes de
inteligencia locales o sicarios (¿por qué no?)
contratados. Alfredo no cree —no al menos en esta etapa
del relato— en esa posibilidad; me recalca duramente que
debo <<relajar>> (así lo dice) y <<no pensar tanto, no darle
tanta rosca a la tuerca>>. Debo fumarme un faso, dice, <<te
vas a sentir mejor de inmediato; ¿querés?>> y me extiende
un porro armado con seda premium. No sé de dónde los
saca, pero Alfredo siempre tiene el último accesorio, el
último gadget lanzado al mercado fumeta, la última
tecnología en materia de marihuana. Declino la
invitación con cierto nerviosismo y le indico que guarde
de inmediato eso, que podrían estar observándonos.
<<Mirá. Mirá. Mirá ese ahí>> le digo y señalo con el
dedo a un petiso morcilla, de piel cuarteada, que se
hamaca unos metros más allá, en una de las sillas
director marquetineadas por cerveza Quilmes. <<¿Qué hay
con ese?>> pregunta Alfredo. <<¿Vos sabés quién es, eh? ¿Vos
sabés? No lo conocemos. Mirá como nos mira. Desde que
llegamos nos está mirando. Desde que llegamos está con
11
ese cafecito>>. Alfredo me mira condescendiente y me
tranquiliza explicándome que el tipo es Dani, <<el que
tiene la imprenta acá a media cuadra. Relajá Moussa,
relajá>>.
<<No son días de faso. Son días de merca.
Necesitamos estar alertas. Necesitamos…>> el mozo me
interrumpe (evito mirarlo a los ojos, giro levemente hacia
la derecha, torsionando la cintura para esconder mi cara
de la peste humana en general) para tomarnos el pedido.
<<Para mí haceme marchar dos medidas de Criadores, sin
hielo; y para el señor… para el señor traé un agua de
medio. ¿Tenés agua de medio, no?>>.
Aparentemente hay agua de medio, porque el mozo
se va y casi de inmediato (como si hubiera estado
esperándonos; o como si fuéramos nosotros y Dani los
únicos clientes en el café el lunes por la tarde) vuelve
con el pedido. Desenrosca la tapa y me sirve un poco de
agua. Cuando se va, Alfredo saca una pastillita negra
del bolsillo de la camisa que lleva puesta y me la
extiende arrastrándola sobre la superficie de la mesa.
<<Tomá esto, y después mucha agua. Te va a hacer bien>>. No
sé qué es, pero me trago la pasta.
— ¿Qué te estaba diciendo? —pregunto sin mirar a
Alfredo. Antes de que me responda, me contesto solo: — Ah
sí, sí, claro: Stiuso ¿es con una o con dos eses?
Alfredo me dice que no sabe <<pero mirá esto>>: me
acerca su Smartphone, sobre cuya pantalla de 16 píxeles
se despliega un mensaje luminoso que acaba de entrar
(número desconocido) justamente ahora: <<El Perro sabe
Sabemos quién mató a Nisman
12
todo. Se lo encontró a Jaime en el aeropuerto de
Jalalabad. Sigan la pista siria>>.
¿Y eso?
Alfredo me explica: <<La pista siria. Debería
decirse mejor: la pista turca. El Carlo. OPERACIÓN EL CARLO.
Emir Yoma, sabrás quién es>>. ¿El gordo?, pregunto. <<Sí, el
Gordo. El indispensable mediador de los menemgocios, el
eterno “asesor”, el pariente indestructible. El Gordo
discutió con el Carlo y tuvo un pico de presión. Y ahí
cerró la boca por recomendación de su médico>>.
Alfredo sabe todo. Es increíble. Afuera pasa un
colectivo de la línea 5 a toda velocidad escupiendo a
raudales una espesa secreción azabache que va dejando
atrás, gratuitamente, a modo de estela contaminante.
¿Yoma está preso? <<Claro>>, retoma Alfredo su
relato: <<está preso con Bernasconi, el ex juez. Te acordás
del Yomagate ¿no?>>. Sí claro: tráfico de armas, corrupción
y puñaladas traperas entre viejos camaradas; leí eso en
alguna parte. Es el hermano de Zulema, la esposa de
Carlos Saúl. Está casado con una tal Samira. Y tenía una
secretaría llamada Lourdes Di Natale. ¿Te suena?>>.
Claro que me suena. Como noto que Alfredo
pretende que yo demuestre oralmente mis conocimientos,
me explico (para que él pueda seguir y finamente
explicarme qué carajo tiene todo esto que ver con el
mensaje que me acaba de mostrar): <<Di Natale es la mina
que sabía demasiado. Se chupó como una esponja y se tiró
al vacío desde su departamento. La suicidaron.
Convenientemente, la suicidaron>>. Exacto. <<Pero
13
disculpame Alfred: no entiendo la relación de eso con
Jaime y la pista siria>>; le doy el pie para que siga. Y
sigue.
<<Cuando volaron la embajada de Israel —eso fue
el 17 de marzo de 1992— Emir Yoma estaba reunido con
Alfredo Yabrán. Ambos sabían de antemano que se iba a
producir la explosión. De hecho —y este es un detalle muy
literario, Guido— dicen que se sentaron cerca de una
ventana desde la que pudieron ver la voladura. Esa
noche, Monzer Al Kassar dio una fiesta en su lujoso
departamento de Avenida del Libertador. En la Capi>>.
Cuando Alfredo dice la Capi entiendo que está siendo
cínico.
¿Al Kassar?, pregunto. Al Kassar. <<Me suena, che. Sí.
Traficante de armas. Y drogas, claro. Lo encanutaron los
yanquis ¿verdad?>> concluyo preguntando y Alfredo me
explica que sí, que está guardado a la sombra en
Yanquilandia porque —supuestamente; enfatiza la palabra
supuestamente— quiso vender armas a las FARC.
<<El Perro sabe todo>> arranca diciendo Alfredo en
lo que será la segunda parte de su explicación: <<Él sabe
que Nisman no siguió la pista siria no tanto por
voluntad propia sino porque esas fueron las
instrucciones que le bajaron desde la Embajada de
Estados Unidos y la Embajada de Israel>>. Lo miro
asombrado y aprovecho para, de espaldas al mostrador,
hacerle señas al mozo para que me traiga otra botellita
de agua. Empiezo a sentir la boca seca, como si estuviera
masticando un puñado de algodón Estrella. Dragones
Sabemos quién mató a Nisman
14
verde-amarillos cruzan delante de mis ojos escupiendo
fuego, persiguiendo a pequeños ponis de colores
chillones sobre los que cabalgan unos tipos vestidos de
saco y corbata con aspecto liliputiense.
<<Cuando trataron de armar la falsa causa AMIA —
acordate Guido: eso fue el 18 de julio de 1994— lo primero
que instalaron fue la idea del coche bomba. Mentira.
Nunca hubo un coche bomba. Corach armó todo. Trianguló
con Jorge Antonio —que además de ostentar el título
nobiliario de ex-financista de Perón en el exilio, fue
quien lo trajo a Al Kassar a las pampas. Carlos
Vladimiro Corach: socio y abogado de las empresas
pesqueras de Jorge Antonio. ¿Sabías eso no?>>. No, la verdad
que no. Seguí.
<<Telleldín es un salame. Un perejil. Jamás hubo
coche ni Traffic bomba. Colosal mentira. Los israelíes
mandaron, inclusive, a un experto, un tal Jacobo Levy, que
concluyó que no hubo en esos atentados auto explosivo.
Ni en la embajada ni en la AMIA. El epicentro de la
explosión, Guido, y esto lo sabe todo el mundo, quien
quiera saber lo sabe, el epicentro estuvo adentro de los
edificios. ¿Cómo? Muy sencillo: en ambos casos estaban en
obras de refacción. 99,9% que los explosivos los metieron
valiéndose de esa fachada. ¿No me crees?>>. Lo miro con
cara de paranoico y Alfredo remata su explicación: <<En
la embajada dicen que hubo 28 muertos. Sin embargo sólo
se identificaron a 22 de esos 28 muertos. ¿Quiénes eran
los otros? ¿Albañiles bolivianos?>>.
Damos por concluída la reunión.
15
Siento que dos serpientes multicolores se
enroscan a mis piernas fosforeciéndolas; mientras van
subiendo en espirales hasta llegar a mi cuello siento
pulsar mis venas. También siento un extraño hormigueo
en los dedos de las manos y los pies. <<Pero estoy bien
Alfredo, no te preocupes>>, le digo y él me responde con
otra pregunta: <<¿Por qué me decís eso si yo no te pregunté
nada?>>.
Dani nos mira raro. Disolvemos el mitin y cada
uno vuelve a lo suyo.
Por la noche me llama al teléfono fijo de casa
Beatriz Sarlo. ¡Qué mujer pedante e insufrible! <<Sí,
pedante e insufrible, pero brillante>> dice Alfredo cada
vez que le cuento alguna anécdota sobre “mi amistad” con
la Sarlo. <<Además, está vieja. Seguro no tiene felicidad
fálica hace décadas. Imagináte>>, remata con precisión
científica.
— ¿Hola? ¿Hola?
— Sí, ¿Guido? Soy Beatriz.
— ¿Qué dijiste? ¿Quién es?
— Ay Guido, soy yo Beatriz.
— Ah, Beatriz, qué hacés… llamándome a esta hora,
qué pasa.
— Quería hablar con vos, Guido… escuchar tu voz…
para contarte… estoy mal, estoy angustiada. Estoy muy
preocupada por lo que está pasando en el país. Todo
huele mal, las cartas de Cristina son cínicas, crueles y
vengativas, hay bandas de espías que operan en zonas
liberadas, el Estado fue cooptado por no sé qué
Sabemos quién mató a Nisman
16
enfermedad incurable y fatal de la semántica patriotera
oficialista, todo es tristeza, decadencia, depresión,
desolación, destrucción. Ya no puedo seguir escribiendo
así, Guido…
— Bueno, pará, tranquilízate, Beatriz. Tampoco te
pongas a llorar ahora… Mirá, sabés qué, hagamos una
cosa, primero te calmás, respirás hondo y después te
preparás un té verde, ¿estamos?
— Sí.
— ¿Estamos?
— Sí, Guido, sí querido.
— Bueno, chau –le digo y corto en seco.
Puta madre que lo parió. El teléfono vuelve a
sonar prácticamente al instante:
<<¡¿Qué pasa ahora, Beatriz?!>>. <<¿Beatriz? ¿Qué Beatriz? Soy
Alfredo, pelotudo. ¿No me digas que otra vez estás
perdiendo tu tiempo con la megalómana de tapa dura?>> me
reta y yo tengo que defenderme y entonces me defiendo
diciéndole que la vieja paga bien por página escrita, me
contrató de ghostwriter y ahora me anda usando de
autoayuda… <<Mirá, Guido, ya te dije que tenés que dejar de
leer Infobae, convierte tu cerebro en una usina de pensar
pelotudeces y ya bastante tenés con los capítulos de la
novela que estamos escribiendo a cuatro manos y no me
estás entregando a tiempo, y encima ahora la Sarlo viene
a comerte la oreja. ¡Dejate de joder, querés! Necesito que te
enfoques en Nisman, te necesito lúcido, Moussa, la
literatura no es escribir y listo. Hay que saber leer los
17
signos, los símbolos que produce la realidad cuando la
estás mirando del otro lado>>.
Le digo a Alfredo que sí, que sí, que no tiene
importancia, la Sarlo es un dato menor, suelto, de la
historia. Como Dani el de la imprenta. Bueno, contame, le
digo, ¿qué novedades tenés? <<Hubo una marcha>>, me dice,
<<¿te enteraste no? Yo fui, estuve ahí el lunes pasado. Todo
el mundo lloraba. Fue en Plaza de Mayo. Vi un cartel que
decía NISMAN NO SE SUICIDÓ. LO MATÓ EL MIEDO A LA VERDAD. La gente,
el pueblo, insultó a mansalva a la Presidenta. Todo el
mundo estaba emocionado y confundido. Y unos poquitos
coléricos. Se abrazaban, buscando un cuerpo a cuerpo, un
colectivo, un sujeto cuyo plural superara el ruidito que
les produce en sus cabecitas los planes sociales y los
piqueteros a bordo de camionetas cuatro por cuatro. Pero
muchos lloraban, sí. Esta es la información que tenemos
hasta el momento>>. No es mucho eso; es un cartel que dice
“Nosotros Los Pelotudos”. ¿Y con eso qué? (pregunto).
<<Bueno, algo es algo>> dice Alfredo y concluye la
llamada.
Pasan un par de horas.
Llegan las 2 de la mañana. Lo llamo de nuevo a
Alfredo. <<Estoy durmiendo>> me dice y corta sin
preguntarme siquiera para qué lo llamé. <<Me llam…>>.
Track. Cortó.
Al día siguiente evito hablar de la llamada de
la Sarlo. <<¿Para esa boludez me llamaste anoche?>> Sí, le
digo, para esa boludez. ¿Viste que al diputado Axel Freyre
lo denunciaron en Estados Unidos por robo? —pregunto
Sabemos quién mató a Nisman
18
intentando distender la charla—. <<Sí, pero eso fue en los
90. Igualmente, Freyre es un pelotudo remachado>> me
suelta Alfredo. ¿Volvió a comunicarse Funes con vos? <<No.
Pero todavía no controlé mi correo>>. Yo tampoco, le digo,
esperá que chequeo.
En efecto. Funes volvió a escribir. Ahora dice:
<<Nadie sabe dónde está Stiuso. Se tomó el palo. En Uruguay
dicen no saber nada; los uruguayos, que nunca saben
nada, saben muy bien —en cambio— cuando no tienen que
saber nada. Pero El Perro me mandó un WhatsApp anoche y
me avisó que Stiuso salió del Uruguay el 15 de enero, 72
horas antes de la muerte de Nisman, a bordo de un ferry y
rumbo a Buenos Aires. Stiuso tiene una casa en Punta del
Este, alquilada —obviamente— con dineros públicos. Esa
casa es el punto de encuentro de los espías durante el
verano. Atentamente, Agente Funes>>.
Dame media hora, cuarenta y cinco minutos, le
pido a Alfredo, hablo con unos lobistas del Ministerio de
Gobierno y nos encontramos en la Plaza 25 de Mayo, al pie
del monolito del General Obligado, ¿te parece?
Dicho y hecho. Hago un par de llamadas. Hablo con
éste, hablo con aquél. Googleo un poco. Converso con
amigos, conectes, operadores, compinches a su vez bien
conectados con otros compinches y operadores
consuetudinarios de este sistema corrupto. Gente que sabe
<<cosas>> y que utiliza información privilegiada para
establecer pujas de poder y modificar la Historia Oficial
y sacar así provecho dinerario personal para los after
hours en puticlubs VIP.
19
Cuando llego al pie del monolito del General
Obligado lo encuentro a Alfredo pitando un faso que
generosamente me convida. El policía más cercano está a
más de ciento cincuenta metros, boludeando en la vereda
de la Catedral, recostado contra uno —no sé cuál de los
dos— mamotretos escultóricos de Fabriziano.
Obviamente, hace calor soporífero. Las palmeras
danzan como guainas en recital de Antonio Ríos.
En Resistencia siempre hace calor.
Acá nadie recuerda la última vez que tuvo frio.
<<Mirá Alfredo. No vas a creer lo que averigüé>>
digo extendiendo la mano a modo de saludo; <<Stiuso es un
tipo peligroso. Es de los que te puede mandar a matar. Le
dicen Jaime, pero no se llama así, es sólo su nombre de
espía. Jaime, como el robot del Super Agente 86. Hace unos
días lo amenazaron; le mandaron unos mensajitos de
texto…>> ¿Y qué decían?, me pregunta cansinamente Alfredo:
<<No sé, pero el lobista con el que hablé es amigo del
ministro y éste último es su vez amigo personal de un
secretario de la Subsecretaría de Asuntos de
Inteligencia del Ministerio del Interior de la Nación —un
tipo que está casado con la cuñada de Gustavo Béliz, ¿te
acordás del chupacirio ese del Opus Dei, no? —, bueno, el
tipo ese le dijo al ministro con el que yo hablé recién
que a Stiuso le mandaron un mensajito de texto que decía
más o menos “Jaimito cagaste, Scioli y Matzkin se
pudrieron, te van a liquidar, el Chorizo Rodríguez ya
está laburando, chau gatito”. No sería nada la amenaza,
te imaginás Alfredo que un tipo como este se pasa por el
Sabemos quién mató a Nisman
20
quinto forro del ojete una amenaza de muerte; el tema es
que poco tiempo antes ya le habían despachado a uno de
sus hombre de confianza —un tal Lauchón Viale— en un
falso operativo. Lo acribillaron los del Grupo Halcón, de
la bonaerense. Justamente Jaime lo había soltado a Viale
para que le pusiera una cola a Matzkin. ¿Entendés? Mucha
coincidencia ¿no? Matzkin… ¿te suena? Es el jefe de la
Bonaerense y si gana Scioli las elecciones, no te extrañe
que Matzkin sea el nuevo Stiusso. Todopoderoso director
de contrainteligencia>>.
<<Mirá Alfredo: me dieron el número de Stiuso>>.
Alfredo mira el número (son muchos números; pareciera un
teléfono internacional) y con su celular de incógnito,
marca el número. Atiende el mismo Jaime en persona.
— ¿Sí, quién es?
— ¿Jaimito?
— ¡Quién es, carajo!
— Qué puta te importa quién soy —Alfredo baja el
celular y con la mano izquierda se tapa la boca para
ahogar el sonido de las risas, qué placer le produce la
situación de estar boludeándolo al gil ése. Ríe como el
perro Patán, fiel compañero de Pierre Nodoyuna—. Qué
carajo te importa quién soy, Jaimito.
— ¿Cómo conseguiste este número?
— Me lo dio el Gobernador real verdadero. Hijo de
puta.
— ¿Qué gobernador?
— Callate, gil.
21
Stiuso queda ahora como desconcertado. No corta
la comunicación. Pero hace silencio.
— Las preguntas las hago yo —retoma Alfredo,
impostando la voz. Es el Conde Drácula que le habla al
Todopoderoso Agente del Recontra Espionaje argentino,
cosa impensada en los 90—. Escucháme bien, narco,
proxeneta, tratante de blancas…
— Pero qué cantidad de pelotudeces que decís —
retruca Stiuso.
— Bueno, escucháme papafrita. ¿Lo conocés a Raúl
Martins?
— Estás en pedo vos… ¿quién te dio mi número? No,
no lo conozco a Martins, ni sé quién es. ¿Sos pelotudo o
te hacés vos?
— Mirá Jaime… te la hago corta: Raúl Luis Martins
Coggiola, ex profesor de historia e instrucción cívica en
un colegio católico allá por los setenta, se unió a la
SIDE y la Triple A en la banda de Aníbal Gordon. Como
agente de la SIDE usaba el nombre de fantasía Aristóbulo
Manghi. ¿Te suena? Vaaamos, Stiuso, haga un esfuerzo de
memoria: usted se tiene que acordar —no sé por qué, pero
ahora Alfredo deja de tutearlo y carajearlo, se pone
serio, intenta transmitir miedo—. Sobre todo porque su
querido y ametrallado Lauchón Viale, al que usted sí
reconoce como agente propio, era íntimo del proxeneta
Martins, y hasta le avisaba cuando algún juez le
ordenaba a la SIDE pincharle los teléfonos. No me diga,
Stiuso, que eso Viale lo hacía por las suyas y usted no
se enteraba.
Sabemos quién mató a Nisman
22
>>Chau, hasta luego.
Corta la llamada. El sol se filtra entre las
copas de los árboles en la plaza 25 de Mayo de
Resistencity Tropical, y amenaza partirnos al medio. <<¿Y
ahora?>> pregunto. <<Ahora nos vamos, cada uno a la suya,
seguimos con lo nuestro y vemos qué pasa. A ver para
dónde sale disparada la laucha. Ahí capaz nos enteramos
de algo más. Algo más sustancial>> responde Alfredo. Y yo
consulto si avanzar no pondrá en peligro nuestras vidas,
y mi amigo y socio creativo me responde que sí, que
probablemente nos ponga en peligro, pero qué más da, que
nos tiene que chupar un huevo todo, que no nos tiene que
importar, que nosotros tenemos que leer, pensar en
literatura y escribir. Y nada más, <<todo lo demás no
importa; no importa si nos ametrallan en La Biela o en
La Vaca Atada. Al fin y al cabo es muy improbable que
nosotros vayamos a La Biela, ¿no? Ahí van los garcas
nomás. Fijáte que hay pocos escritores en La Biela, porque
para ir ahí si sos o te jactás de ser escritor, tenés que
ser un garca pero no uno cualquiera: un garca
consagrado a nivel nacional, ¿entendés?, ¿no me digas que
no sabías eso?>>, remata pasándome la tuca del faso que
comenzamos a fumar un rato antes.
Dos secas finísimas, y cada uno sigue su camino.
Recibo un mensaje. Estoy preocupado, en la
oficina, encorvado sobre el escritorio, bordeado entre
decenas de torres de expedientes judiciales. Porque
cuando no estoy escribiendo soy abogado. Pero yo odio a
los abogados. Los mataría a todos en primer lugar; si
23
tuviera que escribir una novela sobre esos tipos lo
primero que diría es que “Todos los abogados han muerto,
yo mismo los maté”, a ver, en una de esas, quién dice, la
ficción inexorablemente no podrá negar toda relación
entre personaje y persona, lo que sería invariablemente
absurdo de todos modos, ya que los personajes
representan a personas, según modalidades propias de la
ficción. Morirían todos, eso sí, ajusticiados por manos.
Pero ahora miro mis torres de expedientes y pienso que
algún día seré el Nick Cave de la literatura. Mientras
tanto: ejecuciones fiscales, apremios, ejecuciones
comerciales, desalojos, desahucios, remates. Pero sin
embargo todo parece remitir dramáticamente, de una u
otra manera —y parece no haber nada que podamos hacer
al respecto— a la muerte del Fiscal Nisman. ¿Se suicidó o
lo suicidaron? (<<Ojo, todos los mundos son posibles,
también pudieron haber ocurrido las dos cosas>> fue lo
primero que me dijo Alfredo, cuando aún no sabíamos el
giro que tomaría la cuestión).
El mensaje dice: <<Guido: averiguá cuánto sale
contratar los servicios de un sicario>>. Presiono
responder: <<Dame diez minutos y tiro un textito y te
confirmo eso>>. Busco en mi agenda. Busco. Busco. Lo
encuentro. Hace mucho no hablo con él, pero es un
contacto privilegiado en mi agenda de contactos
privilegiados: Miguel Ángel Toma. Redactar: <<Miguelito
querido como estás. Disculpame que te joda chamigo pero
¿no tenés idea de cuánto sale contratar un sicario?>>. Dejo
descansar el teléfono y vuelvo a mis actividades. En el
Sabemos quién mató a Nisman
24
mensaje que acabo de enviar no se nota, pero estoy
intranquilo. Voy al baño, corto dos líneas y esnifo. Me
lavo la cara y siento que el corazón va a salírseme por
el culo.
Tengo ganas de cagar.
No sé cómo hace Alfredo para estar tan tranquilo.
Siempre logra convencerme.
De nuevo en mi escritorio, el mensaje fue
respondido: <<Una operación de un sicario profesional
sale cinco mil dólares, más viáticos. Hace el trabajo y
enseguida se toma el avión. No deja pistas. Todo limpito.
Divino. ¿Necesitás uno? Avisáme, pero llamáme al otro
teléfono, es más seguro, este me parece que lo tienen
pinchado>>. Consulto la hora: trece y veinticinco minutos.
Marco el número de Alfredo (pasaron mucho más de los
diez que le pedí originalmente) para contarle la novedad.
<<Ah, Moussa, qué tal, justo quería hablar con vos.
Transmisión de pensamiento>> me abaraja. Averigüé, le digo,
cuánto sale contratar un asesino profesional, un sicario,
un esbirro; <<¿cuánto?>>, cinco mil dólares, le respondo, me
lo dijo Miguelito Toma, que curiosamente se llama —¿te
diste cuenta? — Ángel, además de Miguel, claro, Ángel,
justamente Toma, ¿qué cosa no? Pero mejor, por el momento,
tenerlo de compinche a ese gordo nefasto ex represor de
la dictadura cívico-militar; en algún momento, sí, lo
vamos a ajusticiar, pero por el momento ajustémonos
considerar la correlación de los sistemas teniendo en
cuenta las leyes inmanentes a cada sistema. Es una
operación nefasta desde el punto de vista metodológico.
25
Pero —concluyo—podemos encarar dos relaciones de
fuerzas posibles, no necesariamente antagónicas, entre el
texto literario y el conjunto de representaciones que
forman la ideología.
Alfredo me pregunta de dónde lo conozco al gordo
represor, y le cuento que una vez fuimos a tomar un
helado, porque él estaba moviéndose a una pendeja que
vivía en Nordelta y yo no sé realmente qué hacía ahí
pero, bueno, yo estaba ahí con una minita cuyo nombre no
soy capaz de recordar porque evidentemente por ese
entonces yo cogía mucho, también leía de vez en cuando,
pero también tomaba mucho de todo, y en fin, no me
acuerdo, pero a Toma sí lo recuerdo perfectamente porque
el tipo lo primero que hizo fue mostrarme una hermosa
Glock de cuarta generación, para la que tenía dos
cargadores y una óptica laser, que me mostró
apuntándole, disimuladamente claro, a la espalda de la
chica que nos sirvió helado de crema americana y
granizado, y me acuerdo que él se lastró un kilo de
helado solo, solito un kilo de helado, sin compartir nada
con la chica con la que estaba saliendo, según recuerdo,
y ella, en fin, muy dura la chica, no sé, aun pasado de
rosca como estaba yo, y mirá Alfredo que casi no me
acuerdo de nada de esa época de mi vida, aun así y todo
me pareció que la chica estaba empastillada hasta el
moño, única forma por otro lado de cogerse al teólogo ese.
<<Bueno, mirá>> me corta Alfredo: <<Acabo de recibir
otro mail del Agente Funes. Dice que está en Costa Rica.
Por su seguridad. La está pasando bien. Se consigue buena
Sabemos quién mató a Nisman
26
frula allá. Hay muchos jipis, me dice en el correo.
Martins es el Yabrán de los burdeles. Estoy acá
transitoriamente, pero sigo trabajando. Me vine porque
Lorena Martins, la hija del proxeneta, le pidió al
Lauchón que le sacara la molestia de encima. El finado
Lauchón Viale soltó antes de estirar la pata unos
pistoleros que no pudieron dar conmigo. ¿Quién autorizó
la operación? No lo sé. Así dice, Moussa, el correo. ¿Qué
opinás?>>.
No tengo opinión, Alfredo, sobre qué puede
significar el correo. ¿Le contestaste? (escucho que pita
profundamente un faso del otro lado de la línea). <<No. No
le contesté. ¿Querés que le conteste?>> me pregunta. Sí,
respondo, dejáme que te arme un borrador y te lo paso a
tu mail y mandálo desde tu casilla. <<Bien>>.
Tecleo: <<Agente Funes: ¿quién mató a Nisman? ¿Fue
Cristina o Cristina mandó a alguien? ¿Fue Stiusso? ¿Fue
la propia estupidez de Nisman la entidad abstracta y
supranormal que jaló el gatillo con ambas manos?
Discúlpeme por la utilización de la palabra “jaló”, el
verbo “jalar”. Sabrá usted —al fin y al cabo, ustedes y
Google son las entidades supranormales mejor informadas
de todas las que conocemos— que el asunto este generó
todo un jaleo a nivel nacional e internacional que hasta
van a querer convertirlo en héroe al occiso.
>>Si me permite el punto y aparte, quiero contarle
que con mi socio literario Guido, hace dos semanas que no
dormimos. No podemos pegar un ojo. No es porque lo hayan
despachado al fiscal: es porque, creo, estamos tomando
27
demasiada merca. Pero en fin, eso nos mantiene sharp y
edgy. Afilados. Usted entiende. Una vez, un escritor nos
dijo: “Ustedes sí que hablan y manejan bien el inglés,
che”. Nos lo dijo sarcásticamente —creemos nosotros—, y
nos dolió y no lo podemos olvidar. Justamente hoy Guido
averiguó y los servicios de un esbirro cuestan
aproximadamente cinco mil dólares. La verdad es una
suma muy onerosa, no la podemos pagar. Nosotros vivimos
bien, es cierto, no nos falta nada, pero no podemos pagar
cinco lucas por un sicario. Por eso nos vendría bien
saber quién mató a Nisman: podríamos usar la
información para escribir un bestseller literario,
aprovechar el tema, el escándalo. Podemos vender miles de
ejemplares y hacer buena guita con el diez por ciento de
lo recaudado que nos dejarán las editoriales como
margen de ganancia para nuestros propios gastos
privados particulares. Y con una parte del dinero
compraríamos terrenos y edificaríamos casas y complejos
habitaciones en la zona Sur de Resistencia y en Colonia
Benítez, para ir a veranear y bañarnos en la pileta, los
alquilaríamos a todos y viviríamos tranquilamente sin
mayores preocupaciones, en uno de los complejos, leyendo
y escribiendo la mayor parte del día, en horario
comercial de cuatro horas por la mañana y cuatro horas
por la tarde, como sugiere el maestro Stephen King. La
otra parte de la guita la usaríamos para comprar drogas,
usted sabe, Agente Funes, que la farmacopea de los
placeres terrestres son efímeros y hay que darse ciertas
licencias que nos permitan diluirnos de la realidad real
Sabemos quién mató a Nisman
28
verdadera por la tangente del goce psiconauta.
Naturalmente, con todo ese dinero encima abriríamos una
cuenta en el exterior, quizá una cuenta secreta en Nueva
York no estaría nada mal, el propio Nisman tiene una
allá, eso me dijeron. Lo que quiero decirle, en definitiva,
Agente Funes, es que necesitamos un respaldito dinerario
para el sombrío supuesto de un regreso del
neoliberalismo al gobierno argentino.
>>Usted entiende.
>>Vivimos con miedo, Agente Funes. Creemos que el
peronismo es una bomba y que puede hacer implosión en
cualquier momento. Le tiraron un muerto encima. Y no es
cualquier muerto. Es un muerto groso. Fíjese: hay una
palabra ausente hasta aquí y sin embargo muy
importante. Judío. Le tiraron un judío muerto a la
Cristina. Con todo lo que eso significa.
>>Debió mantener el silencio. Ahora no sabemos si
al fiscal lo mataron, lo suicidaron o qué carajo —perdone
la palabra, pero no hay otra mejor— pasó.
>>Por eso, justamente, digo —decimos— que el
peronismo puede reventar por los aires tal y como lo
demuestra la Historia Oficial y eso puede permitir el
regreso de las civilizadas hordas neoliberales y la
flexibilización laboral. Su baba cae espesa, blanca y a
raudales de sus fauces: añoran el regreso con la
intensidad efervescente del eterno saqueador. Fiestas,
papa, champaña, pizza, sushi, fotos, Facebook, Instagram,
Twitter. ¡Qué cosa! Si hasta lograron que músicos de la
29
electrónica les fabriquen a pedido cumbia berreta con
sintetizadores. Una cosa de locos.
>>Estamos viviendo días tremendos, un frío
materialismo quiere burlarse de la ternura…
>>Vivimos con miedo. Cada vez tenemos +miedo. Hay
que garrotearlos a todos por el lomo repiten en los cafés
la gente bien, y agregan: no hay otra forma de educar a
los negros que a los garrotazos. Trece palabras pueden
conjeturar la deshumanización del otro, la gente de bien
es espeluznante. Y nosotros nos hacemos los boludos, pero
escuchamos esos comentarios y nos cagamos en las patas
pero también nos llenamos de ira.
>>Por eso necesitamos saber quién mató a Nisman.
¿Se suicidó o lo suicidaron? Cómo murió Nisman. Tenemos
que usar esa información privilegiada para revolearle
el muerto a otro. No podemos quedarnos con el occiso de
nuestro lado de la cancha. Podríamos perder las
elecciones. Y ahí ¿qué mierda hacemos? Estamos en el
horno si perdemos las elecciones, Agente Funes.
>>Por lo tanto y a fin de poder coger por los
tobillos el cadáver de Nisman y revoleárselo en la jeta
al Monopolio Clarín, necesitamos saber. Disculpe que
escriba Monopolio con mayúscula, pero a esta altura ya
es nombre propio, un sitio de guerra, un descampado como
Niquivil o alguno de esos lugares donde allá ité los
argentinos nos descuartizábamos en guerras civiles,
batallas fratricidas que gracias a Dios —y nosotros no
creemos mucho en Dios; bah, creemos es un modo de
expresarlo, pero nos parece medio una mierda, una
Sabemos quién mató a Nisman
30
entidad espectral que no pincha ni corta: nos resulta
más sencillo encomendarnos a Google y Microsoft en
general— o a quién sea, a los yanquis por ejemplo, a
Julian Assange o inclusive a los iraníes.
>>Por favor, no haga pública esta carta porque ya
vio como son esos tipos: se morfan unos cartuchos de
dinamita, se abrazan a una columna de la Casa de
Gobierno y hacen explotar todo; son unos loquitos que,
encima, tienen petróleo: nos dan mucho miedo. Alabado sea
Mahoma y también Michel Houellebecq, entre otros
escritores de ficción política, para que la santa gloria
del señor y de los muertos y de las AK47 los tenga a
todos en la Santísima Gloria de la Reconcha de Su
Reputísima Madre, a los profetas en general, y que brille
para ellos la luz que no tiene fin y que lo haga hasta
el final de los tiempos o hasta que los nuclearicen a
todos esos hijos de puta, lo que ocurra primero: estará
bien para nosotros.
>>Para darle una mano —aunque usted seguro no la
necesita, Agente Funes— y no lo molestamos más: pusimos
en Google, Supraentidad Todopoderosa Que Todo Lo Sabe: <<LA
MUERTE DE NISMAN>> y apareció esto:
>>La bala que mató a Nisman salió de la mafia de
la SIDE.
>>Impactante carta de un familiar de Alberto
Nisman: Lo mataron.
>>Cristina “mató” a Nisman y “condenó” a
Lagomarsino.
31
>>La fiscal confirmó que la bala que mató a
Nisman salió del arma encontrada en la escena.
>>A Nisman le dieron pistas falsas. Lo sostuvo la
Presidenta y también una autoridad jurídica como
Zaffaroni.
>>Cristina confirmó que a Nisman lo mató la CIA.
>>Espero le resulte de utilidad todo esto y nos
responda, Agente Funes, a la brevedad. Cordiales saludos
y a disposición. Firman: Germignani & Moussa>>.
Despacho electrónicamente el archivo a la
casilla de Alfredo y tres minutos después me llama.
¿Hola? <<¡Estás en pedo vos! Eso que me mandaste es apenas
un esqueleto. Es increíble. Olvidáte. Me ocupo yo de darle
forma. Me voy a teclear un rato. Chau>>.
Y Germignani le escribe al autor, una vez
revisados los aspectos de estilo del texto, con copia
oculta a mi casilla de correos de Hotmail, usando su
acostumbrada contundencia de gacetillista velociraptor,
en la ventanita asunto del e-mail, le escribe: <<Agente
Funes: necesitamos saber sobre las realidades posibles,
las variantes, cómo podría —real y verdaderamente— haber
muerto el Fiscal Nisman. Si usted lo sabe, por favor
háganos saber urgente. Requerimos esa información.
Saludos>>.
Ahora tenemos que esperar, me avisa por WhatsApp
Alfredo. El día se apaga. Cae la noche. Refresca. No mucho.
Pero algo es algo en el Infierno tropical. Alrededor de
medianoche entra un mensaje de Toma: <<Che, ¿vas a
necesitar eso?>>. No, gracias, le contesto. No tenemos guita
Sabemos quién mató a Nisman
32
para pagar un sicario. Nunca la tuvimos, no sé para qué
averiguamos cuánto cuesta uno. Suena el teléfono fijo.
Atiendo. Es un mensaje grabado: debo dos meses de abono y
dicen que me van a suspender el servicio. Que se vayan a
la puta. No voy a pagarles. Son unos ladrones.
Vuelve a sonar el teléfono. Levanto el tubo y le
grito al mensaje grabado ¡¡HIJOS DE PUTA CONCHASUMÁ…!! y Alfredo
me interrumpe: <<Pará Moussa, relajá. Fumá un faso.
¿Controlaste tu casilla de e-mail?>>. No, le digo. <<Controlá
y llamáme. Chau>>.
Chequeo mi casilla: <<Moussa: me escribió el Agente
Funes y me pidió que te reenvíe su mail. Va abajo.
>>Alfredo, Guido: en Langley andan diciendo que
Nisman murió por una pelea interna de la SIDE. Ellos
dicen que los iraníes no tuvieron nada que ver. Que son
unos forros. Pero en este jaleo no están prendidos.
Hablen con Aníbal y tengan cuidado. Agente Funes>>.
¿Tengan cuidado? ¿Aníbal?
<<Alfredo ¿qué mierda es eso que me mandaste?>>
digo sin saludar cuando Germignani me atiende. Me
explica que es un correo del Agente Funes, le digo que ya
lo sé, que eso puedo notarlo sin que me lo indique nadie,
pero lo que no sé es qué quiere decir. Y me dice que nada,
que eso, lo que dice, quiere decir lo que dice. ¿Aníbal? Sí,
claro, la morsa Fernández. ¿Lo conocés personalmente? Le
pregunto. No, no lo conozco. ¿Y entonces cómo le vamos a
escribir? Yo tampoco lo conozco Alfred. Esperá —me pide— a
ver lo googleo… ajam… ahí está: triple doble ve anibal
(sin acento y sin mayúsculas iniciales, obviamente)
33
fernandez punto com punto ar. Escribíle a Aníbal, me
sugiere Alfredo. <<Aníbal es groso. Se la banca. Le ladra a
todo el mundo. Tiene lengua filosa y mucha, mucha calle
pateada. No hay cómo pararlo ni con qué darle. Eso:
Escribíle a Aníbal y decíle que sabemos quién mató a
Nisman>> me dice Alfredo para salir del paso, para cortar
con la angustia del momento —él sabe que estoy
angustiado, yo siempre estoy angustiado, más cuando me
siguen—. Pero eso no es cierto, le respondo, no sabemos
quién mató a Nisman. <<Y eso ¿qué importa? ¿Qué importa si
no sabemos? ¿Sos o te hacés? Escribíle. Por ahí le sacamos
verde por maduro. Ponele un teléfono al pie de la nota,
un contacto, algo. En una de esas nos escribe>>.
<<Estimado Aníbal>> encabezo el mensaje: <<Ante todo
quiero manifestarle que lo admiro bastante. Quiero
decirle que yo y mi amigo, Alfredo Germignani, sabemos
quién mató a Alberto Nisman. Si quiere puede llamarnos
al cero tres seis dos quince sesenta cuarenta y cuatro
setenta y nueve. Gracias. Saludos>>.
Por supuesto: Aníbal no nos contestó jamás ese
mensaje. Sin embargo, no tenemos tiempo para relajarnos:
la tarde siguiente, me avisa uno de los pelafustanes del
Gobernador Gran Mono —uno con quien tengo fluido
contacto ya que soy su proveedor de drogas y homogays
bien predispuestos a dejarse empomar por drogadictos y
funcionarios públicos cocainómanos— que el comentario
sobre las averiguaciones que estamos realizando con
Alfredo llegó a sus simiescos oídos y su primera
reacción fue golpearse el pecho en señal de bronca. ¿Está
Sabemos quién mató a Nisman
34
enojado? le digo. Sí, me dice. Que se vaya a la puta que lo
parió, mono de mierda. Mirá —completa la información el
pelafustán traidor, adicto a la merluza y al asterisco de
cuero— que parece que dijo a los gritos y dando golpes de
puño sobre su escritorio que <<esos dos>> (por ustedes,
Alfredo, por vos y Moussa) <<son vagos que trabajan ad
honoren para la vagancia piquetera, no pueden dar la
cara porque no quieren laburar y pretenden mellar mi
autoridad institucional y alterar así el orden
democrático para instaurar el caos y la anarquía desde
la salvaje escritura de las palmeras>>. ¿Todo eso dijo? ¿No
será un poco exagerado? Y hay más, Guido —me chismosea el
pelafustán a las órdenes de Mono—: <<Obedecen a oscuros
intereses. ¡EN LA ARGENTINA NO HAY LUGAR PARA LOS PUSILÁNIMES! ¡NO HAY
LUGAR PARA FRACASADOS!>>. Todo eso dijo Gran Mono sobre
nosotros. Sí. ¿Lo dijo en tono de advertencia o de
amenaza?, pregunto sin que me interese realmente
siquiera un poco la cuestión de la coyuntura política
provincial de Mono y el Gobernador real verdadero*. No
* El Gobernador Gran Mono no es el “Gobernador real verdadero”. El
Gobernador real verdadero es otro. No tiene nombre propio. Simplemente le
decimos: “Gobernador real verdadero”, quizá porque posee el caudal de votos
para ganar elecciones y la medida de gobernabilidad de la ética, la poética y
la estética. En cambio, el Gobernador Gran Mono —así lo llaman en realidad,
Mono o Gran Mono o simplemente Gran Mono Chimpancé Esperpéntico—
es un segundón, cuatro de copas, sociópata consumado, que compartió la
fórmula ganadora dos veces en 2007 y en 2011, y la coyuntura política
nacional —trágicamente— lo dejó a cargo del Ejecutivo provincial durante
catorce (pesadillescos) meses. Mono instauró un régimen Zoocrático,
también llamado “Dictadura de las Bestias”. Administración de garrote,
balas, gaseada, y camioncito hidrante. Mucha joda, mucho afano. Mucha
35
tengo ni idea. Pero aparentemente sí. Vamos bien, en todo
texto representativo el lector “cree” que el personaje es
una persona. ¿Tenés merca? Le doy merca y se va. Luego,
pongo al tanto de todo esto a Alfredo, que se mata de
risa. <<Quedáte tranquilo>> me dice Alfredo, <<el nabo ese no
va a mover un pelo: si muestro las fotos que tengo de él
enfiestado con chiquitas menores de edad, flor de
quilombo se le arma. Puro bla bla. No te preocupes, a Mono
y a sus monitos los tenemos acorralados, es cuestión de
tiempo que vuelvan a los árboles>>.
Transcurren varios días hasta que surge algo
nuevo. En el medio, la política doméstica se adueña de
las portadas de los medios. El Gobernador Gran Mono
vuelve al despacho que tiene por árbol y el Gobernador
real verdadero asume de nuevo tras catorce meses de
ausencia política en la provincia. Sin embargo, lo que
finalmente nos puso sobre la pista adecuada, serán un
montón de incidentes de esos que no tienen relevancia en
la literatura: idas al baño, cervezas en La Vaca Atada,
fiestas nocturnas, una orgía —o quizás dos—, clubes de
lectura, un encuentro inesperado con la verdad. Y mucho
frula. Desidia. Pauperización. Atraso. Torturas. Vejaciones. Desnutrición.
Muerte. Privatización y despilfarro de recursos públicos. Espantos.
Brutalidad. “Peronismo Puro”, se excusaban sus lacayos demenciales cuando
ocasionalmente salían a defenderlo, que inversa e igualmente proporcional
suena a “Supremacía Blanca”. La más rancia derecha de los saqueadores de
justicia social. Todos estos avatares se encuentran cronicados en Yo, Mono, la
biografía novelada de los últimos días de Gran Mono en el poder, su
paupérrima administración bananera y el convite de chizitos y Coca-Cola y
su famosa máxima: “Yo doy las órdenes”. (Nota de los Autores)
Sabemos quién mató a Nisman
36
tecleo, muchas horas de escritura frente a la
computadora.
Y entonces, cuando pensábamos que ya no
podríamos descubrir la identidad del asesino o bien,
simplemente, saber qué pasó con Nisman, una tarde, un
viernes por la tarde, un moto-mandado nos acerca un
sobre lacrado a El Viejo Café. Con Alfredo estamos
desayunando café con leche y palmeritas, como solemos
hacer todos los viernes por la mañana, en homenaje a
Faulkner. ¿Quién manda esto? le pregunto al delivery, que
me dice no sé, ni idea, a mí me lo dieron en la base y me
pidieron que lo traiga acá, que se lo entregue a los dos
pelados. ¿Podés averiguar en la base? Sí, puedo, pero son
veinte pesos el mandado —me responde—. No gracias. Rajá
de acá.
Abro el sobre (dirigido a Sres. Germiganani -
Moussa) y adentro hay una nota. Alfredo putea porque
siempre escriben mal su apellido. La leo en voz alta:
<<Esta noche, en el hotel Alfil, en la habitación catorce,
estará alojado el asesino de Nisman. Mañana se toma el
palo. Cruza por Pilcomayo a Asunción. Y ahí chau, no lo
encuentran más. Saludos>>. ¿Quién manda eso? No sé Alfredo,
no está firmada. OK. ¿Qué hora es? Son casi las diez —
respondo—. Bueno, el Alfil ¿está acá nomás a unas seis,
siete, ocho cuadras, no? Sí claro, al lado de la joyería.
Bueno —dice Alfredo— vamos.
Salimos eyectados de El Viejo Café y noto que un
policía o agente o espía o algo así, vestido de civil, nos
observa aparatosamente. Nos sigue. <<Mirá ese tipo de ahí
37
Alfredo y hacéte el boludo>>. Sí que pasa. <<Es un milico.
Nos está siguiendo>> le informo a mi amigo y le propongo
en susurros y tapándome la boca con la mano derecha que
en lugar de ir hacia el Alfil vayamos hacia la Peatonal,
que seguro y como de costumbre está atestada de gente y
ahí podemos escabullirnos de la persecuta.
Pasamos por la gigantesca marquesina de Frávega;
decenas de televisores encendidos muestran la jeta
arrugada y monstruosa del senil señor Chiche Gelblung.
El vídeograf, el zócalo, reza: “YO CREO QUE LO MATARON, ES LA
MANCHA DE SANGRE DEL GOBIERNO”. Está hablando del caso Nisman,
obvio.
Apuramos el paso. Cuando llegamos a la esquina
de José María Paz y Arturo Illia (nuestro plan es, según
dije, perdernos entre la muchedumbre de la Peatonal),
notamos que dos agentes más (también de civil) se suman a
la persecuta. No sabemos si son policías, agentes,
oficiales, cabos, espías o qué, pero nos siguen. Y parecen
armados. Parecen tipos capaces de acercarse por atrás y
meterte un corchazo en la nuca. Así que le digo a Alfredo
<<¡¡¡Corramos!!!>> y debo estar gritándolo porque me hace
gestos ampulosos que oscilan entre la inmediatez de la
desesperación por lograr que me calle y la vergüenza
insufrible que le produce que todo eso esté ocurriendo
en público. Alfredo es así. De modo que insisto:
<<¡¡¡Corramos, boludo!!! ¡¡¡Nos siguen!!!>>. Mira hacia atrás por
encima de su hombro derecho y me empuja contra la
vidriera de una tienda de ropa juvenil. Vuelve a mirar,
entornando los ojos, buscando ganar tiempo seguro, y me
Sabemos quién mató a Nisman
38
explica que tengo que dejar de gritar, que no soporta la
vergüenza, que corremos riesgo de que se meta para
adentro y no pueda salir en días si le sigo imprimiendo
presión a la situación, que necesita fumarse un faso, me
dice, o tomarse unas gotitas de Clonazepam, que,
justamente, mirá, acá tengo, dice y saca un gotero del
bolsillo izquierdo del pantalón, mirá, dice, siempre lo
llevo en el bolsillo izquierdo, por cuestiones simbólicas
¿viste?, y se mete dos gotitas en cada ojo, y agrega que
aun cuando quisiera no puede salir a correr porque está
excedido de peso y se agita, que él solo camina, que no va
con él correr ni hacer movimientos bruscos, que podría
lastimarse, y más vale muerto que lastimado, así que no
jodas Guido, calláte la boca y caminá, MUTE, MUTE, vamos
hasta la esquina de Frondizi y ahí vemos qué hacemos,
mirá, fijáte, los tipos están ahí, esos dos, de campera de
jean, esos son los que vos decís que nos siguen ¿no?, <<sí,
esos>> confirmo, bueno, fijáte, están hablando, no pasa
nada, es un bochorno que alguien me vea corriendo, se
derrumba mi imagen, además, mirá, mirá, le está prestando
—parece— una tarjeta SUBE o TARJEBUS, ni siquiera sé si nos
están siguiendo. No te paranoiquees, relajá, vos lo que
necesitás es fumarte un faso —dice y saca un faso y me lo
muestra, haciéndolo oscilar frente a mis ojos, justo a la
altura del eje de mi hueso nasal, como un encantador de
serpientes—.
Me tranquilizo. Alcanzamos la esquina de
Frondizi caminando. Los tipos que nos seguían ya no nos
siguen. <<Tomá>> dice Alfredo y me extiende el faso que
39
antes había bamboleado frente a mí, <<andá al baño de ese
café, ese de ahí>> (sacude el índice derecho) <<y dale dos o
tres secas, te vas a sentir mejor, es flor, de mi propia
cosecha mía personal privada, Great White Shark, tomá,
andá, andá>>.
Diez minutos después nos encontramos en el mismo
lugar. Me siento mejor. Luces de colores luminiscentes van
y vienen atravesando las nubes en tonos claroscuros
medio desencantados. Veo a Skeletor riendo, abrazado a
Manatarms, mientras bailan una chacarera sombría y
lamentona. Creo que se están burlando y no puedo evitar
el ataque de risa. <<Ya veo>> dice Alfredo, haciéndome un
gesto para que le devuelva el faso, <<esperáme acá, ya
vengo>> y se va con su Wild-Charuto a darle unas secas.
No sé cuánto tiempo después, pero podrían ser dos
horas, tres minutos o quién sabe, nos encontramos, una
vez más, en el mismo lugar. Los que nos seguían, como se
dijo poco antes, ya no nos siguen. O nunca nos siguieron.
No importa. Volvemos en dirección al hotel Alfil. <<Yo no
pienso hacer la gran Patcher>> me dice Alfredo cuando le
consulto sobre la conveniencia y riesgos de ir a
confrontar con el asesino de Nisman.
Una vez en conserjería pedimos el libro de
huéspedes. El manager del hotelucho de mierda nos dice
que no, que no nos va a mostrar el libro, que quién
carajo somos nosotros para pedirle el libro. El tipo se
violenta. Alfredo me mira con expresión desconcertada. Me
dice, en voz alta, de modo que el tipo lo escucha, <<¿qué
carajo le pasó al histérico este que se sacó así?>> y el
Sabemos quién mató a Nisman
40
tipo da la vuelta al mostrador, enardecido, con evidentes
intenciones de golpearnos. Sin mediar palabra cuando lo
tengo a tiro le acomodo una trompada que va a dar
directo a la nariz del tipo. Es un pendejo, apenas se
puede mover, la piña que le coloqué lo dejó boleado.
Tendrá unos veintitantos años. Tambalea y retrocede
tropezando. Pierde el equilibrio y cae otra vez
aparatosamente contra una mesita ratona de algarrobo.
Alfredo me dice: <<¿Por qué la juventud de hoy día cree
puede responder y contestar como se le da la gana? ¡Qué
falta de educación! ¿Ves, Guido?, esto pasa porque no
leen>>. Asiento con la cabeza y con gran eficiencia,
mientras el pendejo sigue tendido en el piso, atontado,
corto cuatro líneas de blanca sobre el mostrador. No hay
nadie en el hotel. No pasa nada. Dos nariguetazos yo, dos
Alfredo. Me froto la nariz y desenfundo mi pistola
chimba. Una Bersa Thunder Compact Pro, calibre 40. Me
arrimo al pendejo, me agacho y le doy un irreversible
golpazo con la culata de la pistola. Se le abre un
agujero en la cabeza y comienza a sangrar profusamente.
Chocolate. <<Pendejo de mierda>> me agacho y susurro junto
en su oreja, <<eso te pasa por jodido, por choto, por puto,
por idiota, por pendejo de mierda. Ahora, a llorarle a
Magoya>>.
Cuando me levanto Alfredo ya está consultado el
libro de huéspedes. Tiene sus ojos como dos huevos fritos
humeantes recién despachados de la sartén crepitante.
Cierra el libro. Toma aire. Asume una postura solemne y
41
anuncia: <<No lo vas a poder creer, Guido. No lo vas a
poder creer>>.
Nos parece que lo mejor es dejar ir al sicario. Al
fin y al cabo ¿para qué oponerse al curso de los hechos?
¿Quién es uno para tratar de detener el normal
desenvolvimiento de las cosas? ¿Es uno, somos nosotros,
acaso, parte del normal desenvolvimiento de los hechos?
Después de todo, nosotros sólo queremos guitarra para
comprar frula y que nuestros libros sean best-sellers,
por más que sean pura mierda.
Así que nos piramos y anotamos toda la historia
en un archivo Word que imprimimos —archivo que va y
viene por correo— y depositamos con carácter de
declaración jurada en una escribanía, la de la Dra.
Kolmann.
Ahí está todo. En ese texto. En esa declaración
jurada de novela.
Al salir de lo de la Escribana Kolmann
convocamos a una marcha de vecinos autoconvocados con
la idea de que la exposición pública obrará de muro de
contención contra cualquier acción que se intente contra
nosotros. Convocamos a una marcha <<espontánea>>
(insistimos en esta aclaración lo suficiente como para
que a nadie se le ocurra pensar distinto) y prometemos,
con bombos y platillos, revelar la identidad del asesino.
Llega la hora y en el mástil mayor de Resistencia hay
veinte, veinticinco gatos locos. Uno lleva un estandarte:
“LOS INDIGNADOS. BASTA DE KRETINA”. Otra pancarta: “LA YEGUA DEBE
SER AJUSTICIADA POR EL PUEBLO”.
Sabemos quién mató a Nisman
42
Alfredo me mira y sin pronunciarlo me dice ¿qué
mierda es esto? ¿Qué hacemos acá? Y antes de darnos a
conocer esquivamos el bulto de la fallida marcha.
<<Qué poronga>> dice Alfredo mientras caminamos
hacia La Vaca Atada. <<Tomemos una birra>> propone <<y
después vemos cómo seguimos ¿te parece?>>. Le digo que sí,
que después vemos, pero que creo que lo mejor será
intentar venderle la historia a los de Anagrama. <<En una
de esas con semejante historia nos dan el Herralde. Qué
se yo. Son como cien mil euros, Alfredo. Con eso podemos
comprar muchas cosas ¿no?>>.
Sí, murmura Alfredo, sí, claro que sí. Aunque
añade, frotándose la barbilla con los nudillos de su
mano izquierda, dubitativo: <<Pero no creo que nos acepten.
Los de Anagrama, digo. Básicamente porque no podemos
seguir protagonizando nuestras propias novelas, no
podemos estar al mismo tiempo en todas, no es real ni
verdadero ni maravilloso fantástico, no es
literariamente pertinente, no es justo para nosotros
mismos en calidad de personajes, ¿me entendés, Guido?
Sobre todo tratándose de Nisman. Pienso que NO debemos
caer en la tentación de la autoficción, un embudo
ciertamente ambiguo y muy de moda entre los narradores
de todos los tiempos pero sobretodo en los de ahora, que
les gusta hablar de sí mismos en sus historias de nenes
bien. Por otro lado, me pregunto en voz alta, ¿qué escritor
no habla de sí mismo en sus historias aunque afirme lo
contrario? ¿Kohan? ¿Leíste Kohan, Guido? ¿No? Bueno, tenés
que leer más. De todas maneras, la tarea más urgente de
43
la historia literaria es estudiar la variabilidad de la
función de un determinado elemento formal, la aparición
de una determinada función de un elemento formal, y su
asociación con esta función. ¿Entendés? Acá estamos
parados: los autores no existen>>.
Alfredo mensura el interior de La Vaca Atada
como si tuviera frente a sí una panorámica del
cementerio de muñecas de Xochimilco. Nos sentamos a una
mesa junto a la ventana que da a la vereda. Pido que me
traigan una Heineken bien helada. <<No tengo Heineken>> me
dice el mozo negando con la cabeza mientras Alfredo saca
una cuadernito de tapas negras y empieza a escribir.
Tira líneas. Yo lo miro al mozo esperando que me dé
alternativas y como pasan un par de segundos incómodos
y no obtengo respuesta le digo me traiga una Miller. <<No
tengo Miller>>. Le pregunto qué cerveza tenés entonces. Me
dice que recién pusieron todas las botellas de cerveza
en el congelador, que están calientes. Que solamente
tiene latitas de medio de Quilmes. Pero yo no tomo
Quilmes; al otro día me levanto con mucho dolor de
cabeza.
Ignoro exactamente qué está escribiendo Alfredo.
Pienso que sin dudas tiene que ser más importante que la
conversación que estoy manteniendo con el mozo de La
Vaca Atada.
<<Traé un vino>> irrumpe Alfredo, sin levantar la
cabeza, imbuido en lo que sea que esté escribiendo. Está
hablándole al mozo, quien a su vez responde en general:
<<¿Qué prefieren tomar? Tengo una botella de…>>. <<Traé una
Sabemos quién mató a Nisman
44
botella de El Peronista>> lo corta Alfredo en seco y ahora
sí, Alfredo levanta la vista después de decirlo así, como
él sabe decirlo, muy peronistamente aún sin parecerlo.
Entonces pasa que Alfredo nos mira. A mí y al
mozo. Nos mira. Y el mozo me mira a mí. A su vez yo le
devuelvo la mirada a Alfredo y después se la devuelvo al
mozo, que ahora mira a Alfredo. Todos nos miramos. Nadie
sabe bien lo que está pasando. Es una escena rara, que no
tiene mucho sentido pero ahí estamos todos, mirándonos
como pelotudos.
Entonces pasa que Alfredo finalmente habla.
Habla preguntando: <<¿Patricia Highsmith es “La Madrina
del Suspenso” así como Patti Smith es “La Madrina del
Punk”? Esto podría tener o no tener algún sentido. La
función del cuaderno de notas consiste en parte en tomar
nota de cuestiones de este tipo, experiencias que
involucran una emoción, aunque uno en ese momento no
sepa en qué narración terminará incluyéndolas>>.
El mozo de La Vaca Atada cabecea, mira para todos
lados como agazapándose, evidentemente nervioso. Su jeta
está perlada de sudor. Parece agitado. Se ve que quiere
decirnos algo.
<<Bueno, gordo, hablá o traé el vino>> lo tantea
Alfredo.
El mozo tartamudea, se pone nervioso, se inclina
hacia nosotros y nos dice, ahuecando la mano junto a su
boca, casi susurrando. Nos dice: <<Sí… sí… síganme>>.
45
Da media vuelta revoleando sobre su hombro un
repasador percudido, de color blanco con líneas rojas,
como la casaca de River. Un repasador.
Alfredo y yo cruzamos miradas de complicidad
mientras el mozo da unos pasos en dirección hacia la
cocina y se vuelve sobre sí, diciéndonos: <<A-a-apúrense, no
tene-e-e-enemos mu-mu-mucho tiempo>>. <<Moussa>> me chista
Alfredo. Sí, qué pasa, le contesto. Y me dice que es <<LA
BISAGRA>>. Le repregunto a Alfredo cómo que LA BISAGRA.
<<ssshhhhhhh… hacéte el boludo nomás, después te
cuento. Sigamos al gordo. >>.
Sospecho que siguen ocurriendo cosas que no
podemos entender. De todas maneras Alfredo parece muy
convencido así que vamos, envalentonados, hacia allá. Al
fin y al cabo en la vida uno está de paso nomás.
Nos levantamos al mismo tiempo de la mesa y
seguimos al mozo, que acaba de atravesar una puerta
vaivén de aspecto metalizado y poroso. Antes de
atravesarla me digo a mí mismo que no puedo atravesar
la puerta sin tomar antes un trago de cerveza bien
helada; Alfredo sabe perfectamente que a mí ese vino de
mierda no me gusta. O sí, me gusta. Pero me gusta tomarlo
del pico de la botella. Eso no te dejan hacer en La Vaca
Atada, aunque sean peronistas. Y yo, a pesar de que
aborrezco a todos los seres humanos del planeta, soy muy
respetuoso de las personas. Por lo que decido hacer una
breve parada en la zona de barras y más o menos sobre el
vamos, es decir al paso, manoteo una botella del mismo
Sabemos quién mató a Nisman
46
whisky que Janis Joplin usó para reventarle el cráneo
al vendehumo de Jim Morrison, ya que cerveza fría —
evidentemente— no tienen por muy peronistas que sean.
La cocina de La Vaca Atada es como cualquier
otra cocina del universo tropical. Ciertamente no es como
la cocina de los restaurantes del presuntuoso chef VIP
Gordon Ramsay, que se pasea en sus realitys parloteando
sobre la pulcritud a la que deben aspirar las cocinas
del mundillo culinario VIP y a la primera de cambio —¡oh
sorpresa!—, personal de Sanidad encuentra en su cadena
de restaurantes caca de ratas e insectos nadando en sus
exóticas sopas inglesas.
Tengo a bien a para mí que el Primer Mundo
Culinario es ciertamente escandaloso. Más a gusto me
siento cuando mensuro la extensión de los amarillentos
manchones de grasa que ilustran las paredes de aquella
cocina abarrotada de estanterías y vajillas sucias
desparramadas sobre una mesada de mármol encima de la
cual se levantan numerosas torres de platos sucios
alrededor de los cuales zumban las moscas como balas en
la tarde última de Resistencity. Un chorro de agua cae
permanentemente en la bacha. Una olla de agua hirviendo.
Milanesas fritándose. Papas hirviendo en otra olla.
Estanterías metálicas topadas de fuentes metálicas
chorreando aceite. Una bolsa de pan Felipe y tajadas de
mortadela sobre una tabla de madera sobre la mesada. El
mozo pasa al lado de la mesada, tantea un trozo de
mortadela y se lo lleva ampulosamente a la boca.
47
Dice el mozo sin volverse hacia nosotros:
<<Síganme, es por acá>>.
El mozo camina veintitrés pasos y se para
delante de una heladera. Es una heladera gris, oxidada.
Está desenchufada. Alfredo escruta al mozo como si
supiera exactamente qué está sucediendo. El mozo está
parado frente a la heladera. Le pregunto qué hacemos
parados, como estúpidos, mirando la heladera. El mozo es
un tipo macizo con pansa de uva. No responde nada,
permanece en silencio un instante y luego empuja hacia
un costado la heladera barreteando el armatoste con sus
robustos brazos. Un chillido metálico de aguado
escalofrío se apodera del lugar.
<<Ahí está>> dice el mozo apuntando con su dedo
índice a una puertita de algarrobo, que evidentemente
estaba oculta detrás de la heladera.
La puertita de algarrobo tiene la altura de un
hobbit. Alfredo y yo nos cruzamos de brazos. Alfredo me
susurra, dice que esa puertita poronga es <<La Bisagra>>.
El mozo alcanza a escucharlo y nos devuelve la mirada,
asintiendo. Le pregunto a Alfredo qué es <<La Bisagra>>.
Pero el mozo se le adelanta y, siempre en voz baja,
responde: <<Es un portal que conduce a los mundos
posibles, cuando se trata de describir la historia en
clave de ficción política, hay una ética que consiste en
prohibirse toda hipótesis sobre la función de los
sucesos encarados y en caracterizarlos solo con la
ayuda de criterios espacio-temporales.
Sabemos quién mató a Nisman
48
>>El afán de motivar enteramente un relato evoca
el problema de la arbitrariedad del signo Nisman (lo
designado, el designante y la representación). Los signos
son arbitrarios, los nombres no están inscriptos en las
cosas; pero todo peronista de un sistema de signos tiende
a naturalizarlo, a presentarlo como algo que se da de
por sí. La tensión que nace de esta oposición, traza una
de las líneas principales de la histórica literatura de
la barbarie>> explica el mozo escarbándose los incisivos
con un palillo usado que encontró sobre la mugrosa
mesada y remata: <<Esta puertita es un punto Jonbar.
Existen innumerables puertitas Jonbar en el mundo. Esta
que tenemos acá en La Vaca Atada los conducirá a la
mañana del sábado 17 de Enero de 2015, el día previo a la
muerte del Fiscal Nisman. No me pregunten cómo apareció
la puertita. Hace un par de semanas recibí un mensaje in-
box en el Facebook de La Vaca Atada, de un tal Agente
Funes. El mensajito decía que debía correr la heladera de
la cocina, que allí encontraría un portal espacio
temporal denominado La Bisagra. Lo primero que hice
obviamente fue preguntarme qué mierda era La Bisagra.
Pero la pregunta se respondió por sí sola cuando corrí
la heladera y encontré esta puertita de mierda. Funes
dijo también que vendrían a La Vaca Atada dos pelados
con cara de sociópatas, que me daría cuenta enseguida y
que debía conducirlos hasta la puertita Jonbar. Que
ustedes sabrían qué hacer, eso dijo el Agente Funes.
>>Al principio todo será profusamente oscuro.
Caminen despacio, tanteen con sus manos y se encontrarán
49
con el picaporte de una puerta, ábranla y saldrán frente
a una subestación eléctrica en Avenida de los Italianos
y Marta Lynch, frente a las torres Leparc, en el barrio
porteño de Puerto Madero>>.
<<Good>> dice Alfredo a modo de despedida e
ingresamos por la puertita entrando a duras penas, ya
que, como dijimos, era muy chiquitita. Seguimos las
instrucciones que nos transmitiera el mozo de La Vaca
Atada.
Al principio todo estaba muy oscuro, formas y
penumbras diezmándose so pena de muerte entre párrafos
caóticos y cuneiformes, puzzles de complejas tramas
políticas desmoronándose entre arborescencias grisáceas
y oblicuas. Encuentro, debajo de lo que parecen ser
perturbaciones de la sintaxis, oxidado de vibraciones
fonéticas, el picaporte mencionado… Es metálico, está
frio. Enorme fue nuestra sorpresa cuando abrimos la
puertita, saliendo hacia el otro lado de la realidad real
verdadera. No nos encontramos con el matinal sol del
sábado 17 de Enero en la ciudad de Buenos Aires, tal como
nos había dicho el mozo de La Vaca Atada que —
supuestamente— pasaría. La escena en cambio transmutó
ante nuestros ojos, de la nada misma, la negrura espesa
del relato de fondo, estallando en luces estroboscópicas
y láseres multicolores, a la música de discoteca del
impensado devenir literario, que a estas alturas resulta
escandaloso y no menos que irregular. En efecto, para
discernir de manera rigurosa los rasgos estilísticos de
una historia, puede procurarse un doble acercamiento.
Sabemos quién mató a Nisman
50
Por un lado, hacia el plano del enunciado, es decir, el
plano de aspecto verbal, sintáctico y semántico, así como
las divisiones que fijan las dimensiones de los mundos
posibles. Desde sus rasgos distintivos, fónicos y
semánticos, hasta el enunciado entero. Por otro lado,
hacia el plano de la enunciación, es decir, el plano de
la relación definida entre los protagonistas de la
historia.
Alfredo, ¿qué hacemos acá?, ¿dónde mierda estamos?
<<Tengo a bien para mí que estamos en una discoteca VIP…
pero… pará un poco, en serio Guido, ¿qué mierda hacemos
acá? Si el mozo nos dijo que…>> Pará, acabo de recibir un
mensajito de texto de un número desconocido. <<¿Quién es?
¿Qué dice?>>. Es el Agente Funes. <<¡Qué dice!>>. Dice que
busquemos a Florencia, es una de las modelos del entorno
Nisman. Eso dice, “modelos del entorno Nisman”. ¿Modelos
del entorno Nisman? <<¡Si este boliche está lleno de minas,
cómo mierda vamos a hacer para encontrarla! ¡Sólo en la
pista de baile debe haber miles de Florencias, cómo puta
vamos a saber cuál es cuál! Que se vaya a cagar; me tiene
podrido Funes con las idas y las venidas y las vueltitas
de rosca. Mejor vamos a tomar unas birras a la barra,
olvidemos este asunto de Nisman y todos los pelotudos
que forman parte del histeriqueo mediático>> sugiere
Alfredo, evidentemente fastidiado. Pará, eso no es todo,
boludo, hay más. Le digo que el Agente Funes dice que nos
relajemos, que fumemos un faso, que estamos cerca del
final. Sí, me digo a mí mismo, colocándome mis gafas de
sol, sintiéndome un Nick Cave de la literatura vernácula
51
tropical, mejor, sí, definitivamente, vamos a por una birra
pero —antes— hagamos una paradita en el baño, cortamos
cuatro líneas y flipa flipa, ¿te parece?
<<Drogarse es siempre una buena idea. Todos
deberíamos poder drogarnos libremente sin necesidad de
estar dando explicaciones a los opinólogos de la
Libertad Televisada. Drogarse es un derecho, Guido, como
leer o tener aire acondicionado y televisión satelital,
¿entendés?>>.
No, no lo entiendo. No lo puedo entender. Para mí
es un constante revolcarse en el polvo de la
desintegración. Solamente tenemos que pegar un libro, con
un solo libro es suficiente Alfredo, un libro nuestro
circulando en el mercado editorial, en la vidriera de
“los más vendidos” de las cadenas de librerías de todo el
país, quiero que te imagines lo que te estoy diciendo. Le
digo a Alfredo dándome golpecitos en la sien con mi dedo
índice, mientras —y al mismo tiempo que miramos los
innumerables culos que desfilan ante nosotros—,
esquivamos bultos, extras, personas y personajes menores,
sin ninguna relevancia, apretujándonos como ganado en
la antesala del toilette, en medio de un bullicioso
pasillo habitado por posmo-boys y girly boys y fembois
de todas las edades: le digo a Alfredo que yo quiero que
él sea “el Jim Morrison de la literatura”. Le hablo de la
necesidad técnica —subrayo “necesidad técnica”— de
improvisar.
Ni bien terminamos de esnifar nuestras
respectivas líneas de cocaína —sobre la tapa del inodoro
Sabemos quién mató a Nisman
52
como es nuestra sana costumbre—, abrigamos la extraña
sensación de que los niveles de la narración dependen
del tipo de relación entre las secuencias en el interior
de un mismo relato. Apenas lo advertimos, la puertita del
habitáculo se abre súbitamente. <<¡A ustedes los estaba
buscando! ¿Qué hacen acá? ¿Están drogándose?>>. No, si
estamos escribiendo una novelita. Claro que estamos
drogándonos, y a vos quién te mandó, chirusa. <<Más
respeto que soy modelo. Mi nombre es Florencia, me mandó
Funes a mí. Dejen de dar lástima aspirando esa merca
húmeda de villa limítrofe, por favor… es indignante…
síganme>>. <<Escuchame una cosa, chirusa, la merca es buena
—interviene Alfredo, solemne, seriamente—, se la compramos
a nuestro dealer Maikol. Y la marihuana es del célebre
cultivador Luquitas Guerrasabo. No nos vengas a correr a
nosotros por izquierda, mosquita muerta, ¿quién te crees
que sos? No te conoce nadie a vos. Qué te hacés la diva si
a tu mortadela la probaron todos los obreros de esta
torre que tengo acá abajo… Alfredo agita el bulto en su
entrepierna de arriba hacia abajo y de abajo hacia
arriba, varias veces, repetidamente, mientras Florencia se
escandaliza imitando El Grito de Munch: <<¡Ay qué
horrible! ¡Ay no, horrible! ¡Horrible!>> dice la modelo
profesional, ahora tapándose los ojos con las manos, con
finita voz nasal, <<ustedes son unos guarangos, seguro
vinieron por el chori y la coca>>. <<Callate la boca,
mantenida, bien que sabés lo que es un chori ¿dónde
carajo nos querés llevar? ¿Por qué te mandó Funes a vos?
¡Cómo carajo nos encontraste acá!>>. <<Shhhhh, ya, dejen de
53
exagerar… mamertos, ¿no se dan cuenta que está todo
filmado? Allá están las cámaras —Florencia elabora un
gesto descubriendo las camaritas de seguridad
empotradas en un ángulo remoto e improbable del baño, al
menos para nosotros—. Si quieren respuestas, sigan mi
lindo trasero>>.
Salimos los tres, en fila, del baño y la música
estalla en mi cabeza y supongo que en la de Alfredo
también. Florencia camina con el culo empinado,
abriéndose paso entre la multitud fiestera. Tiene una
pollerita estampada. Dientes de conejo. Tetas
veinteañeras. Está claro que innumerables pajaritos de
colores vuelan adentro de su trasnochada cabecita. Sin
pronunciar palabra le pregunto a Alfredo, sólo
apuntando con el mentón, cuánto debe salir mantener un
culo manzanita como ese. <<Tenés que tener mucha, mucha
guita, Guido, ser abogado, economista, banquero, hijo-de,
empresario de medios, político, historiador revisionista,
animador, conductor, lobista, en fin… Tenés que salir en
la televisión, es indispensable salir en la televisión al
menos de vez en cuando, de tanto en tanto, para que todos
te vean y sepan que sos famoso. Las minitas vienen solas
cuando te ven en la televisión hablando al pedo>>. Todo
esto me lo grita al oído, inclinándose hacia atrás. ¿Será
que algún día podremos lograrlo? <<Qué cosa. ¿Minitas o
fama?>>. Las dos cosas. <<Te voy a decir algo, Guido: si los
dioses fueron los primeros promotores de la fabricación
de objetos de deseo, ante quienes el fabricante
justificaba su propia subsistencia, a partir del momento
Sabemos quién mató a Nisman
54
en que la fabricación de ídolos fue considerada inútil
comienza la larga ignorancia del carácter propiamente
mercantil de la vida pulsional dentro de los individuos>>.
Caminamos unos metros más en dirección a una
enorme puerta roja alumbrada por un foquito rojo.
Sorteamos un grupúsculo de chicas Sex and the City
bebiendo gin tonics en elegantes copas azules, hasta que
Florencia dice <<a ver, a ver… chicas, háganse a un lado
un poquito… es por acá, síganme, chicos>>. Abre el portal
rojo sangre; ella pasa primero. Seguidamente ingresamos
nosotros y nos encontramos ahora adentro de un
habitáculo de dimensiones asimétricas y angulosas, una
zona VIP de la discoteca —aparentemente. Las paredes son
blancas con dibujos de burbujas negras. Sofás felpudos
en un rincón. Una lamparita LED que cuelga del techo
alumbra vagamente una mesa ratona laqueada sobre la
cual hay esparcidos —fácil— cientos de teléfonos
celulares, un cenicero y un puro La Aurora consumiéndose
con el dramatismo propio de las historias de espías y
muertos políticos mientras una espiral de humo blanco
remata la escena. También hay una botella de agua
mineral y un vaso de plástico. La forma ensombrecida de
una persona se aprecia sentada en uno de los felpudos.
No se ve su cara hasta que se asoma, lentamente, dejando
ver su jeta a la luz de la lamparita. Es el Agente Funes.
En las paredes empiezan a aparecer y desaparecer
puertitas bisagras, latiendo como faroles la
intermitencia estroboscópica de la noche tropical.
55
Afuera, Martin Solveig y Dragonette estallan en
los altoparlantes. “Hello, I could stick around a little
longer with you. Hello, it doesn´t really mean that im
into you. Hello, you´re alright but im your darling to
enjoy the party don´t get too excited ´cus thats all you
get from me, hey, hello”. Qué cosa más ridícula. Pero qué
lindo entregarse a esta fiesta cocainómana con fondos
públicos. No resistirse. No tiene sentido resistirse.
— ¡Al fin! ¡Los autores reales verdaderos! Por fin
nos vemos la cara —dice Funes, enseñoreándose con los
brazos extendidos y el puro La Aurora, abruptamente,
aparecido ahora ladeado en su boca entre dientes—.
— Funes, qué significa este cambio de planes.
Deberíamos haber atravesado el punto Jonbar de La Vaca
Atada y haber aparecido en Puerto Madero —pasa factura
Alfredo, fastidiado, finalizando el reclamo con un sonoro
“chis” y un gesto despectivo con la mano—. Lo del Fiscal
es un escándalo, ahora salen todos a hablar al pedo.
Tengo en mi teléfono un filtro de Google enlazado al
motor de búsqueda con las palabras claves La Muerte de
Nisman. Todos los días recibo noticias, de todo el mundo. Lo
uso para mantenerme constantemente informado. Ahora
resulta que la actriz Mia Farrow tuiteó: “Parece que la
presidenta argentina no solo encubrió el atentado a la
Amia de 1994, sino que además mató al fiscal”. Y Martina
Navratilova: “La Presidenta ahora dice que la muerte del
fiscal no fue un suicidio” tuiteó la tenista, y junto al
link de otra nota del New York Times, agregó: “Todo esto
apesta”. Con solo imaginar la jeta ovalada de la
Sabemos quién mató a Nisman
56
descerebrada diputada dientuda, la Alonso, sí, la
diputada Alonso en la pantalla de la TV diciendo “Nisman
me miró a los ojos y me dijo: ‘Cristina lo ordenó todo’,
siento (todo junto y al mismo tiempo) mareos, náuseas y
malestar estomacal. Sin mencionar a la víbora Bullrich,
la pitonisa Carrió y a sus escoltas de caballos
desdentados y gorilas con careta republicana. Estamos
atrapados en una joda perpetua. Una puta joda perenne.
— Paciencia, mis pelados amigos. Paciencia —dice
Funes, envolviendo, otra vez, su cara en tinieblas—.
Ustedes no saben quién soy yo, creen saber, pero no saben.
En cambio yo sí los conozco a ustedes. Déjenme que me
presente formalmente. Soy el Agente Funes, puedo estar
acá o allá o en ninguna parte. No soy el autor. Los
autores murieron hace rato. Murieron en los 90. Yo estuve
allí, vi morir a uno. No era cualquier autor al yo que vi
morir. Era el autor real verdadero. También estuve en los
70, aunque ciertamente nací en los 80. Pero insisto con
que nadie puede negar que nadie, y cuando estoy diciendo
nadie quiero decir ningún autor, puede escribir la
palabra ficción sin avergonzarse aunque sea un poco.
>>La historia de los pelotudos debe considerar el
paso a un sistema de símbolos únicos. El tiempo es el
objeto de las interpretaciones diferentes, en cuanto a
los personajes que no se transformen, no serán más que
los signos de las transformaciones. O sea que puedo
hacer desaparecer cualquier cosa. Puedo, si yo quiero,
abrir un punto Jonbar en la vagina de Florencia; puedo
hacerlo ahora mismo si yo quisiera. Puedo… por ejemplo,
57
ser Stiuso con una ese o Stiusso con dos eses, puedo ser
Bogado, Lagomarsino, Fein, Arroyo Salgado, Bullrich, Berni,
Larcher, Massino, Palmaghini, Fernández, La Yegua, la
Presidenta, los guardias, la mucama, la mamá, la testigo
rollinga, los peritos de parte, la jueza anti K, los
abogados, la boluda de Alonso o el boludo que está
mirando la televisión ahora mismo. Fatalmente, mis
queridos amigos, los boludos por lo general creen en las
boludeces que dicen los diarios y después van y repiten
las mismas boludeces que su vez multiplican la boludez
de manera sistemática y planificada, como la Dictadura,
juntándolos, amontonándolos en las calles abrazando el
odio y el rencor de los que cagan guita y no quieren
pagar impuestos. Podría, tranquilamente, chascar los
dedos y aparecer en el baño del lujoso piso de las torres
Le Parc donde murió Nisman. Puedo verlo ahora mismo. Sé
exactamente, con lujo de detalles, cómo murió Nisman.
— Dígalo, Agente Funes, el pueblo quiere saber:
¿quién mató a Nisman? —intervengo, metiendo mi bocado yo
también, mientras Florencia lanza risitas nasales
insufribles.
— ¿Nisman? Pufff… ¡A quién le importa Nisman!
¿Acaso no entendieron nada? El tiempo, en la morfología
de una historia, no entra en relación simple y directa
con lo que llamamos tiempo en el plano real verdadero.
Es sabido que una lectura ingenua de las obras de
ficción confunde personajes y personas vivientes. ¿Se dan
cuenta cómo son las cosas? Intentan vanamente adoptar
Sabemos quién mató a Nisman
58
el desprecio, pero al final lo aceptan todo, y la muerte
hace el resto.
— ¿Y entonces? ¿Esto es todo?
— Nooooo, hay más… Mucho más… Ni se imaginan… Es
solo el Principio, esto de lo que son espectadores —dice
Funes, chupando su puro, lanzándome una mirada severa
aunque manifiestamente cínica. Ladea una sonrisilla
farfullera alzando levemente la ceja izquierda y
agarrando uno de los teléfonos celulares que yacen
sobre la mesa, se pone a enviar mensajitos de texto, como
quien masca chicle y cruza la calle al mismo tiempo y
puede hacerlo todo, incluso enviar mensajitos de texto y
resolver la muerte de Nisman, todo, al mismo tiempo—. No
saben la que se les viene encima. Fantasmas pulsionales
oscilan entre la vida privada y la vida pública. La
sangre de la historia es necesaria para el equilibrio,
sus ideologías y sus vísceras son condiciones para un
país libre. No somos parecidos a quienes tratan de plegar
el mundo a sus deseos, a sus creencias, y pese a ello nos
está permitido tener deseos, e incluso creencias en
número escandalosamente ilimitado. Después de todo,
formamos parte del Espectáculo.
— ¡Los odio a todos! ¡Los odio a todos! ¡Los odio
a todos! —triplico yo, mostrando mi blanca dentadura de
rabia espumosa, y mensuro las horribles burbujas negras
que borbotean en las paredes. Los teléfonos celulares
empiezan a vibrar. Serpientes multicolores arborescentes
se enroscan a mis piernas. Pueden ser las drogas me digo
a mí mismo mientras la escena se loopea en tiempo real
59
ante mis ojos. No puedo dejar de pensar en el culo
precioso de Florencia. La vida pulsional del Espectáculo:
no son ni la propaganda ni la publicidad los que la
expresan. Semejante paparruchada queda aún latente y
quizá no llegue a desprenderse mientras el régimen de
las corporaciones mediáticas no sepa prever las
condiciones del goce del otro más que a un nivel
doméstico, al interior de una legislación fundada sobre
la familia televisada. De todas maneras yo no puedo
dejar de pensar en embestir el culo manzanita de
Florencia. Exprimirla como a una naranja, sacarle el
jugo y beberlo y descartar el resto. Y pensando en que ya
nada tiene sentido, que la humanidad de todos modos está
perdida, me ofrezco, para rematar, como objeto sexual de
Florencia: — ¿Querés coger conmigo? Puedo hacer lo que
quieras.
Florencia se ríe insufriblemente: <<Ji ji ji>>, <<Ji ji
ji>>, <<Ji ji ji>>, y con su manita se cubre el piquito. Sin
embargo y a pesar de mis esfuerzos denodados en
boicotear la reunión secreta con el Agente Funes, con el
carnal y único propósito de morder la manzanita, denoto
que Alfredo empieza a gestualizar exageradamente, y me
digo a mí mismo, muy compungido, que ya no podré ponerla,
pues cuando Alfredo empieza a sermonear sobre lo real y
lo verdadero, sobre la noción del signo como ciencia
básica del lenguaje, innumerables puertitas Jonbar
aparecen y desaparecen entre flashes estroboscópicos. La
habitación se multiplica a sí misma. Podemos vernos a
Sabemos quién mató a Nisman
60
nosotros mismos en una serie infinita de reproducciones
televisadas. Presos de nuestro Espectáculo.
El Agente Funes envía otro mensajito de texto.
Puedo suponer que son las señales que emite desde el
Futuro. Se sonríe. Hace una pausa. Estira las piernas.
Todavía está allí sentado, en los sofás felpudos. Tiene
aspecto de no haber dormido en años. Podría ser
cualquiera. Alfredo, más cómodo con el devenir de los
sucesos, saca un faso y lo enciende. Sólo entonces el
Agente Funes desembucha: <<Nisman no pidió vacaciones
para irse a las playas con las modelos. Según los
registros, durante todos esos días de noviembre estuvo
trabajando. Esto significa que durante el tiempo de
playa y sol, él cobraba su sueldo habitual y, además, se
le iban a liquidar, por separado, las vacaciones, porque
en forma oficial nunca se las tomó. Viajaba al Caribe o a
Europa pero en los papeles figuraba que estaba
trabajando. Solamente durante 2013 y 2014 realizó varios
viajes de placer con distintas modelos. Ninguno figura
como período de vacaciones ni hay pedidos de licencia. El
sinvergüenza usaba la guita de la UFI AMIA para
enfiestarse con minitas, salir de joda, de parranda,
naturalmente: él pagaba todo>>. Yo les dije, muy
francamente, que a mí esto no me sorprendía para nada.
Siempre dije que lo primero que teníamos que hacer es
matar a todos los abogados. <<Y eso no es todo>>, prosigue
Funes: <<Nisman se quedaba con la mitad del sueldo
mensual de Lagomarsino y de los otros pelafustanes que
tenía contratados como asesores plenipotenciarios. Todos
61
los meses, el “técnico informático” cobraba los 41 mil
pesos del contrato firmado por Nisman y concurría de
inmediato a un banco ubicado al lado de la UFI AMIA a
depositar 20 mil pesos en una cuenta del fiscal. La
cuenta está en el Merrill Lynch de Nueva York a nombre
de Garfunkel, la mamá de Nisman, Sandra Nisman, la
hermana, y Lagomarsino como supuesto testaferro. Lo
asombroso es que Nisman figuraba como apoderado, es
decir que tenía a sus familiares y al informático como
titulares, pero él manejaba el movimiento de fondos como
apoderado>>. Era un chorro, digo con toda la naturalidad
del mundo, y seguidamente Florencia vuelve a lanzar su
insufrible risita de minita que quiere caer bien en todos
lados: <<Ji ji ji>>, <<Ji ji ji>>, <<Ji ji ji>>. Funes actúa ahora
como si estuviera hablando con espectros. Alfredo cree
que todos estamos drogados. Yo sigo pensando que todos
debemos morir. Florencia lo único que conoce es
artificial, la pulsión de su vida está valuada en
dólares. Estoy seguro que algún día me convertiré en el
Nick Cave de la literatura vernácula. Nuestros libros se
leerán en los mercados tropicales de todo el mundo,
traducirán a cincuenta y siete idiomas Sabemos quién
mató a Nisman. Dirán que de los muertos no se puede
hablar. Dirán que ningún muerto puede hablar. ¡Idiotas!
¿Cómo haríamos entonces para construir el relato de la
historia sin interrogar a los muertos? ¿No hay que
meterse en su vida privada? ¿Cuál es la vida privada de
un servidor de la ley que usa dineros públicos para sus
fiestitas privadas? ¿Por qué los mismos que hablan de
Sabemos quién mató a Nisman
62
los muertos que se mueren no quieren enterarse de la
verdadera vida de esos mismos muertos? ¿Acaso no nos
hemos pasado juzgando a Sarmiento, a Perón, a Evita, al
Che, a Barín Biza, a Néstor, a Sofovich, a Ricardo Fort, a
Fernando Peña y el perro Fernando, que obviamente y como
todos más o menos saben que es de público conocimiento
están muertos y nadie se escandalizó?
<<¿Eso es todo?>> pregunta Alfredo. <<Es todo, sí>>
responde Funes. <<¿Y ahora qué hacemos?>>. <<Sí, y ahora qué
hacemos>>. <<Ji-ji-ji>>. Redondea Funes: <<Lamentablemente, me
encantaría quedarme a tomar unas cervezas con ustedes
pero otros asuntos me reclaman>>.
En la mesa ratona vibran y suenan varios
teléfonos celulares. Funes agarra uno y mientras se pone
a leer un mensajito de texto entrante dice en voz alta:
<<Pero… ¿Ustedes están al pedo, no?>>. <<Sí, claro. Siempre,
leemos y escribimos nomás>> responde Alfredo por nosotros
y agrego yo inmediatamente: <<Igual lo único que sabemos
hacer bien es fracasar>>. <<¡¡¡Puuuuffff!!! ¡Olvídense!>>, dice
Funes y lo hace como si no le pudiéramos decir que no,
<<Florencia los va acompañar; tienen que pasar por
aquella puertita…>>. <<¿Por esta puertita?>>. <<No, no. La otra.
Sí, ésa. A partir de este punto ya no se pueden buscar las
categorías del discurso literario, sino un determinado
ideal de época. Eso se llama horizonte de expectativa.
Esa puerta es una Bisagra. Un punto Jonbar, un horizonte
de expectativa>>. <<¿Vamos?>>. <<Ajá>>.
Una bola de discoteca desciende automáticamente
desde el techo. Luces estroboscópicas y potencias
63
lumínicas bombardean la pista de baile donde miles de
Florencias menean sus culitos manzana al ritmo de
Holding Out For A Hero por Bonnie Tyler. Miles de
Florencias saltan y bailan seximente moviéndose de aquí
para allá, compenetradas en coordinar esa coreografía
pop que ejecutan imaginando que en realidad son
porristas norteamericanas en la final del Supertazón.
Son muchas las Florencias que bailan. Supongo que
alguna de ellas podremos, en mayor o menor medida,
empomarnos. Sobre el vamos, en el medio de la pista, se
abren pasos las Florencias y aparece, engalanado y
sonriente, el Fiscal Natalio Alberto Nisman. Natalio. Las
Florencias comienzan a repartir cotillón erótico y todos
nos sumamos a la fiesta, todos estamos invitados. A los
pocos segundos, sale un trencito de Florencias
encabezado por el propio Nisman, a quien se lo ve
cachondo y dicharachero.
Bonnie Tyler canta: ¿A dónde han ido todos los
hombres buenos y dónde están todos los dioses? ¿Dónde
está el espabilado Hércules para combatir el avance de
los misterios? ¿No hay un caballero blanco sobre un
fogoso corcel? Necesito un héroe, tiendo mi mano para
pedir un héroe hasta el final de la noche. Tiene que ser
fuerte, y tiene que ser rápido, y tiene que estar recién
salido de la lucha. Tiene que ser seguro de sí mismo, y
tiene que llegar pronto y tiene que ser más grande que
la vida.
<<Al final no todo está perdido, siempre podremos
sacarle una buena tajada al cadáver>>. <<Hay que
Sabemos quién mató a Nisman
64
aprovechar mientras podamos filetearlo>>. Pero hay que
apurarse antes de que aparezca otro Nisman y nos caguen
la primicia. Si liquidan a otro, este fiambre, que nunca
valió nada, ya no valdrá nada de nada después de nada.
Ni siquiera lo poquito que vale ahora.
Viste como es: es una pila de cadáveres que no
deja de crecer. El que vale, el que cuenta, es el que
corona la pila. Los de abajo no interesan a nadie.