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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
La pasión de la señorita
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
La pasión de la señorita
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PortadaJUAN CARI JOS COMPARAN
InterioresRAMÓN MARÍN
DR © ÁNGELES MÁROIJKT. GILETA
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Ala hora en que la casa dormía la siesta, el viento del sur meció los flam-
boyanes y las acacias. Un reloj en elsalón dejó caer lentas, espaciadas, las tres de latarde. El abuelo dormitaba sobre el sillón de
mimbre, con la revista abierta descansando so bre el vientre, tratando de espantar con unamueca la mosca pertinaz que le revoloteaba elmostacho. De la cocina llegaban los últimos rui
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RíVAS
lando el sombrero de paja con la mano izquierda, mientras acariciaba con el perfil del abanicoel lomo de la balaustrada. Más allá de los laureles de la India, las parotas extendían sus ramassobre las aguas de una albcrca donde se baña
ban en verano los chiquillos del vecindario, aquienes Teodoro, el padre de la señorita Rivas.se obstinaba inútilmente en ahuyentar; regresa
ban cada verano, merodeando el huerto y los
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
pío de los senos tras el escote, las arrugas quese alargaban en la base del cuello, el mentónque enmarcaba los labios entreabiertos...
—¡Armando, por favor! —suplicó. Sintiéndose desnudada, apenas alcanzó a cubrirse las
rodillas con la falda. Armando, hincado, acarició el pie derecho sobre la media blanca, dondese transparentaba la piel apiñonada de la pan-torrilla y el empeine, con un gesto tan rápido
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA R1VAS
labios para responderle, Clara gritó en dirección del vitral: —¡Áurea! ¡Áurea! ¡Ha llegado Armando! —De un salto trepó de dos en dos los esca
lones, antes de que Áurea asomara la cabeza.
Aún le dirigió una mirada ñiriosa desde lo alto,a lo que Clara respondió con una carcajada. Yadesembarazada de la presencia de Armando,se llevó las manos a la cabeza; al quitar las hor
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
tobillera. No se veía del todo mal, quizá la conservaría. Los pavorreales abrieron sus cojas ycantaron de la forma que a Clara siempre le había
parecido triste. El sol se desparramó sobre losmirtos y los laberintos de boj, llevando oleadas
de olor de acacias y de rosales recién florecidos. Aspiró profundamente, cerrando los ojos.
—¿Desea tomar algún refresco? —Al abrirlos, se topó con iiertha, la sirvienta, que soste
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
ron los intentos por desatar la cadena y sopesa ban la pantorrilla, los labios que besaban el em peine por encima de la media.
—Ya está bien —exclamó, cuando los dedos de Bertha intentaron penetrar bajo el enca
je de las bragas. Bertha tomó la bandeja y ledio la espalda.
—¡Espera!, —ordenó con voz suave. —Déjame un te de hierbabuena.
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SALVADOR MAKQUF.Z G1LLTA
ceso de rouge sobre los labios, apretando lacartera bajo el sobaco y se ajustó los guantes.
—Mira si está bien derecha la raya. —Volteándose, mostró las pantorrillas.
—La izquierda está un poco torcida. —Se
alzó la falda. Bertha, en cuclillas, le acomodó lamedia y las cintas del liguero, mientras Claraapoyaba una mano sobre el hombro. Armandolas observaba desde la terraza.
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F.A PASIÓN OH I A SEÑORITA CLARA RIVAS
Sostuvo la puerta del auto hasta que Clara sehubo acomodado tras el volante. La manoenguantada se asió al borde para cerrarla.
—Permítame... —Un instante después, cuestión de segundos, la mano de Esteban se posa
ba sobre la suya, apretándola, como al descuido.Clara miró los ojos verdes enclavados en la
cara morena de rasgos angulosos, abstraída por los hombros atléticos y la enorme mano que
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
ella la señorita Rivas, la señorita Clara Rivas delValle, y no iba a permitir que un sirviente se tomara aquellas libertades para con ella. Mordiéndose los labios, pisó el acelerador.
El convertible se deslizó sobre las calles em
pedradas, bajo los flamboyanes y las primaveras que cubrían los camellones y las banquetascon un tapete amarillo. Dio vuelta en el parqueHidalgo, deteniéndose bruscamente en la ave
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA R1VAS
el pelo cobrizo, Clara contaba las pecas de laespalda.
—Setenta y tres. —¡Basta! Clara, por favor... —Se te ven divinas.
—He hecho todo lo posible por desaparecerlas:concha nácar, aceite de almendras, leche de
burra... —¡Y nada!
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SALVADOR MÁRQUEZ GJLETA
—Señoritas, es hora del te, —dijo el cónsulen persona, recortando su silueta en el marcode la puerta.
—En dos minutos estamos listas. —De unsalto, Enriqueta alcanzó la puerta del clóset.
—¡Ya está!, —dijo Clara, dándole el ultimotoque a una flor de seda amarilla que colocó enla oreja derecha de Enriqueta, mientras el pelole caía en cascada sobre el hombro contrario.
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
tristeza no del todo natural, pero era la que adoptaba la mayor parte de los jóvenes intelectualesde la Generación perdida.
—¡Allí, esta!, —dijo Enriqueta. Separándose de Clara, se dirigió al encuentro del recién
llegado, lo tomó del brazo y, sin sonreír, lo condujo hasta Clara.
—Clara, éste es Julián Lafargue. Julián, la señorita Rivas. —Clara se perdió en aquellos ojos
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
—Así que... ¿cómo se peinan las francesas?, —dijo Clara, con un dejo de picardía que hizoenrojecer a Enriqueta.
—No entiendo, —respondió Julián, dándose por aludido.
—Es una broma, —intervino Enriqueta. —¿Y no extrañas la vida nocturna de París,
Julián?■—Extrañarémás la temporada de ballet y la
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
—Prometimos no hablar de la guerra, señor Lafargue.
—Es verdad... —Perdón. Les ruego me disculpen. —Miró de soslayo las grandes pestañas de Clara y el ligero maquillaje que le cubría
el rostro. —Qué hermosa es, —pensó. El sol que se
filtraba entre las palmeras y enrojecía los crotosdanzaba sobre la piel de Clara, que se despren
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
muchas francesas palidecerían de envidia frente a su belleza. —Clara no pudo ocultar loscolores que en aquel momento le subieron ala cara. Cubrió su ruborización con una sonrisa de agradecimiento. En aquel momento se
prometió amar para siempre a aquel hombrede modales tan finos y, para no parecer vanidosa, añadió:
—La verdadera belleza se lleva dentro. Nod j ñ i d bl
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
—Permíteme ir por ellas, te lo ruego, —insistió de manera lan vehemente que Enriquetano pudo menos que aceptar.
—Además, tendrán ustedes muchas cosas quecontarse—añadió, incorporándose. Enriqueta ima
ginó todas las elucubraciones obscenas que podrían cruzar la cabeza de Julián cuando Clarales brindó, en espectáculo, su maravillosoderriere.
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
bían terminado el te y, contrariamente a lo queesperaba, los encontró callados, sumidos enun silencio reflexivo, el que dejan las conversaciones profundas. Sin decir nada, pasó nuevamente a ocupar su lugar. Los ojos de Julián
brillaron de júbilo ante la charola de las pastas y con gula de gourmet señaló indeciso unmousse de chocolate y cognac, un dominó devainilla y moka y un pastel vienes relleno dej ó i t
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RTVAS
—Ahora, para que nuestro amigo no extrañela vida cultural de París, la señorita Clara Rivasy una servidora interpretaremos un passe de deuxal estilo de Isadora Duncan.
—¿Y también se desnudarán como ella?
—murmuró Juhán al oído de Enriqueta, que no pudo contener la carcajada que explotó en elsilencio del preámbulo del espectáculo.Reconvenida inmediatamente por el gesto glai l d d l ó l i i ió d i di
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Transidas de dicha y genuino orgullo, se acercaron, frenéticas, a Julián:
—¿Y bien? —No pudieron haberlo hecho mejor que la
misma Isadora. —Cumplió ante el compromi
so, con una expresión para premiar a las doncellas que lo observaban jadeantes y parecían decirle: "Sólo hemos bailado para ti".
Sin embargo, ellas se apagaron, ya que esb id á f i d l
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
rencia que no podía desairar. Los espectadoresesperaban impacientes, presionando con la mirada a aquel joven escuálido para que pasara aocupar el centro del salón. O quizá un lugar junto al piano le quedaría mejor, bajo la luz de la
araña de prismas austriacas. Miró el piso, des pués la ventana; paseó la mirada entre la concurrencia; al fin. levantando los brazos exclamó:
S il i l l d l l
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SALVADOR MÁROWEZ GILCTA
ran, rompiendo las distancias, apretujar sus senos palpitantes. Entonces, ellas, estremecidasde placer, se estrechaban temerosas una contraotra, apretadamente. Al fin las manos cayeron,la cabeza cayó también, señal de que el poema
había terminado. Sorprendidas en su arrobamiento, del que sólo despertaron segundos des pués, se unieron a los aplausos del resto del público. Cuando Julián se acercó, las señoritasCl Ri E i F l ll b li
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA R1VAS
hizo un gesto de interrogación con los hombrosy sonrió, porque la egolatría, el orgullo y la vanidad lo habían privado de hablar. Pasaron lar-gos cinco minutos sin que él pudiera decir nada.Sólo cuando hubieron partido los últimos invi
tados articuló palabra: —Fue una velada excepcional. —Celebro que la hayas pasado bien.
—Enriqueta acompañaba a Clara y a Julián a lad l ó l l d
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
do alemán. Se sintió como un invasor.Enriquetanotó el desazón.
—Los acompañaré a la puerta. —No te demores más de lo necesario.Se despidió el cónsul, retirándose hacia el
interior, mientras Clara, Enriqueta y Julián descendían la escalera que daba a la calle. No se ofreció a llevarlo porque no estaba
bien que una señorita anduviera sola con un homb l h f
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
dejó de notar el brillo perspicaz de la mirada de
Enriqueta. —¿Pero usted sí puede, señor Lafargue? —Será un honor, señorita Rivas, y un placer
del que no podría privarme.
Se escuchó el ruido de la portezuela al cerrarse. —¡Hasta el miércoles! —Y el motor que
arrancaba irrumpió en el silencio de la calle dei J liá i ó l f
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SALVADOR MÁRQUEZ G1LETA
los cubiertos y los enseres de cocina, dos canastas con frutas, una con embutidos, otra donde se guardaba la mantelería y seis juegos desábanas; la señora Rivas decía que las del hotelno eran de fiar. Además del equipaje de las dos
sirvientas y las seis maletas de las señoritasRivas, sólo fallaba la mecedora del abuelo, dela cual no se desprendía nunca, los dos perrosdálmatas: Fido y Boby.
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
que tal vez debemos quedarnos. El señor
¿afargue querrá conocernos. —No, mamá. De ninguna manera, ustedes ya
tienen todo preparado. —Ayudó al convencimiento el gesto del abuelo, que cerró, furioso, el
periódico: —Emilia, por favor, no seas ridicula. Tu hijaacaba de conocer un hombre y de seguro tú yasueñas con casarla. —Clara paseó la vista de
d b l i d i j t d
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SALVADOR MÁRQUEZ G1LETA
Fiicassé de pollo.
Sabía que su madre nunca discutía. Siempre tenía la última palabra.
Crcpas de mango y crema chantilly. Por otrolado, cuando veía perdida una discusión, llora
ba y aquello derretía el corazón de un padre.Crema de almendras. Subió uno a uno los escalones, detallando el menú. Pathe de foi degrass, caviar y champagne cosecha 1923, velas
íd l d j d B l
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
minado y la aguja rayaba una y otra vez, dejan
do escapar un ruido molesto en el fonógrafo. —Vamos, —dijo, mientras apagó el aparato. —El abuelo se hace cargo del jardín. En rea
lidad, me gustan mucho las flores, pero no po
dría perder el tiempo cuidando las plantas. —En esta vida es necesario cultivar algo...un árbol, una amistad... —Julián la seguía a dos
pasos de distancia.
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SALVADOR MÁRQUEZ G1LETA
sobre la hoja del pino, mientras, en sentido con
trario, Julián estiraba la suya hasta que ambasmanos se juntaron por encima de la hoja. Unleve estremecimiento agitó las ramas del arbusto. Julián la miró a los ojos, Clara bajó la mira
da. Se dejó arrastrar por el calor, el vino y losojos grises. Unos labios la besaron por primeravez, como si la despertaran de un sueño largo.Un desmayo, un vahído, la arrinconaron contral h d J liá Si ió l b bill d l h b
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RÍVAS
la miró y pasó el pañuelo por el rostro para se
carse el sudor; con la otra sostenía un Panamáde paja. La miró como si no la hubiera vistonunca. El pañuelo se detuvo unos segundos enla boca.
—Pasemos al bar. —Casi una orden. No seresistió. Sintió los dedos tibios, amorosos, aferrarse a su codo y se dejó arrastrar como untronco por las olas. La celosía dividía el comed d l b l b l b d l
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SALVADOR MÁRQUEZ GÍLETA
dejó vencer, con la cabeza hacia atrás, por el
tedio, por un tedio retozón, casi molicie. Cerrólos ojos y la imaginó bebiendo aquel vino rojocristalino; casi escuchó el chasquido del primer sorbo.
—Dios mío —pensó—, qué hermosa es. —Hace una noche maravillosa.■—No se escuchó lo que dijo, sólo movió la cabeza afirmativamente. No abrió los ojos. Si Clara repetía laf t l ll í d d l b El
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
—¡Armando! Pero... ¿cómo pudiste entrar?
—¿Te sorprende, querida cuñada?Miró a Armando, luego a Julián, con la inten
ción de presentarlos. —Veo que estás acompañada. —El tono
irónico de Armando no le permitió avanzar más. Julián se puso de pie, confundido por lasituación.
—Es más cómodo este salón que el frented b ll N í ñ L f ?
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SALVADOR MÁRQUEZ ÜILBTA
con todas Jas penas del mundo. Se deshizo dul
cemente del brazo de Clara y le sonrió con inocente candor.Clara se sintió culpable de su comodidad, de su frivola indiferencia. Pronto cayóen la cuenta de que la guerra los separaría, tar-
de o temprano. No hizo más por detenerlo; miróel salón, las copas de vino a medio consumir; semordió los labios; miró los ojos grises de Juliány luego ya no se supo adonde mirar; así quet i ó ll d bió l l i d
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]JK PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
que México entraba en guerra contra Alema
nia. Arrojó los diarios a un lado y salió a todacarrera. Cuando arribó a la casa de Enriqueta,encontró un movimiento inusitado: el cónsul,acompañado de un grupo de hombres, recorría
la casa, haciendo un inventario. Encontró aEnriqueta en su habitación, empacando sus ob jetos personales.
—Esto es para ti, —dijo, señalando una pila
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
El tren aulló, resoplando el vapor que le mojó
las medias; los hierros retorcidos, el olor achapopote, el barullo de la prisa, la gente quecorrían la marearon. Se miraron largamente, conlos ojos acuosos. Al fin, Clara dejó escapar el
sollozo que la estremeció y Enriqueta la estrechó en un abrazo. No hubo palabras de consuelo. Sólo dos respiraciones alteradas, dos
pechos palpitandojuntos. Para Clara sería inolid bl l l d l f "L' i d T "
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LA PASIÓN DE LA SEÑORITA CLARA RIVAS
emprendía la marcha y el grito de ¡váamo-
noooosss! la tentaron a voltear; sentía la miradade Enriqueta clavada en la espalda y sabía quelloraba también. Levantó la mano sin voltear,haciendo un ademán de despedida, y se alejó
rápidamente del andén. Se acercó a la puertaabierta del auto que le ofrecía Esteban. Se mantuvo indecisa, por segundos, mirando el interior vacío, el brillante cuero verde partido en gajos
l l jó i d l d d
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA
pertó de su arrobamiento y fue aquella luz que
se desparramó por los ángulos de su cara, lasmanos que se juntaban en su boca como si be
biera el fuego, los ojos verdes que brillaron, losque la atrajeron como un imán. Cuando cruzó
la puerta del auto aspiró el olor del hombre, sintiendo el calor de la respiración que le bañabael cuello y no se atrevió a levantar la vista, porque quizá se dejaría arrastrar por el sueño que
l h d l b í l i
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7/30/2019 Salvador Márquez Gileta - La pasión de la señorita Clara Rivas
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7/30/2019 Salvador Márquez Gileta - La pasión de la señorita Clara Rivas
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SALVADOR MÁRQUEZ GILETA ♦ La pasión de la señorita c€ía^
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