Ser editor: Hermes 2.0
Por Xitlalitl Rodríguez Mendoza
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A mi mamá, mi primera editora.
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Agradecimientos
Mi agradecimiento infinito a todas aquellas personas que han estado a mi lado y
que me han introducido poco a poco al mundo del periodismo y la edición. Gracias
particularmente, a mis profesores José Reyes González Flores y Cuauhtémoc Vite.
A Gabriel Barrón y Mauricio Salvador. A mis editores Jorge Orendáin, Carlos López
de Alba, Carmina Estrada y Víctor Cabrera. A mis editores en jefe Jorge Souza,
Mónica Nepote, Irene Selser, Rodrigo Castillo y Verónica Flores. A Corina Valadez
Solís por su amistad y sus observaciones a este trabajo. A Diego Aguirre, mi
diseñador de cabecera.
A Mamá Nena, a mis padres, a mi hermano y a Atah por su amor, apoyo y
confianza: gracias.
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Humanismo es telecomunicación fundadora
de amistades que se realiza en el medio
del lenguaje escrito.
Peter Sloterdijk, Normas para el parque humano
Fasten your seatbelts.
It's gonna be a bumpy ride.
Jesse Eisenberg como Colombus en Zombieland
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Introducción
En el año 2000 abandoné la carrera de medicina. Para entonces, aún no había
carros que volaban ni corbatas transparentes como Steven Spielberg había
prometido. Cuando vi un cuerpo sin vida, ennegrecido por el tiempo y el formol,
suturado una y otra vez por los estudiantes de medicina, supe que toda esa
vocación pregonada desde la infancia había sido una fantasía de batas blancas y
niños felices.
Para el año 2000 todavía quería cambiar el mundo, sin suponer que sería
más interesante que el mundo me cambiara a mí. Tal vez no ése cuya mayor
realización era operar en Houston y salvar a hijos de republicanos de extrañas
enfermedades que el nuevo siglo traería consigo, sino uno alterno. El de la
literatura.
Atrincherada en mi cobardía ante la rigurosa nemotecnia que implicaba el
estudio de la anatomía y fisiología humana, ingresé a la licenciatura en Letras
Hispánicas. Entonces, me acompañó advertencia que ha perseguido al humanismo
desde sus inicios: “¿de qué vas a vivir?” A esta inquietud se aunó la embestida de
mis primeros profesores en la carrera: “en esta escuela no van a aprender a
escribir”. Y claro, a los veinte años, uno tiene respuestas para todo. No escribiría, ni
viviría de mis publicaciones (¿quién lo hace en México?), pero podía vincular textos
con sus lectores. Sería una especie de médium. Me dedicaría a la edición de textos.
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Después de cuatro años de haber terminado la licenciatura, no tengo un
trabajo fijo ni prestaciones de ley, y de nuevo: ¿quién tiene un trabajo así en
México? Sin embargo, hace un lustro que no he vuelto a trabajar como mucama de
un hostal o repartidora de baguettes, empleos en los que estuve brevemente y que
sin duda, también me dejaron varias enseñanzas, como la importancia de no
transportar caldos en bicicleta.
Primero fue en Tierra Adentro y Milenio Diario, luego Tusquets y, ahora, el
freelance… De alguna manera, mi única fuente de trabajo y pequeñas satisfacciones
ha venido de las letras. Ya sea de escribir, transcribir o editar. Pero sobre todo he
ganado lo único que puede escapar a una realidad bárbara, en un país bárbaro
como en el que los jóvenes de ahora yacemos en escampado: interrogantes y la
búsqueda de nuevos caminos.
A diferencia de cuando empecé a trabajar en el mundo editorial, ahora tengo
más preguntas que nunca. Es en este momento, que he puesto en tela de juicio la
importancia o la necesidad de los editores en una época donde la realidad virtual
ha coronado a la autopublicación como a uno de sus dioses. Cada vez existen
menos intermediarios.
¿Cuál es la tarea de Hermes en la era del Twitter? ¿Qué pasa con tanta gente
hablando sola mediante el código binario? La literatura sigue sus rumbos y por sus
medios: el lenguaje. Y sus deudos siguen rindiendo cuentas. Según Heidegger los
poetas, filósofos y todos los pensadores son guardianes del lenguaje (Steiner, 2007,
p. 21). Y alguien tiene que mediar entre los guardianes y los supuestos saqueadores.
¿Qué sería del mundo sin la suspicacia de una posible pérdida? “Ahora bien, las
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Sirenas poseen un arma más terrible aún que su canto, y es su silencio”, advierte
Kafka. Supongo que si partimos de esa posibilidad, el trabajo del editor como
mediador está asegurado.
Para ahondar más en estas premisas, se realizarán varios apartados a lo
largo de este informe, que buscarán los siguientes objetivos:
• Hacer un recuento de las actividades que realicé en el ámbito editorial
y periodístico (tanto de nota dura como el periodismo cultural y de
opinión). Aquí abordaré las diferentes habilidades necesarias para
hacer libros, desde la parte de creación hasta su lectura, disfrute y
permanencia, que es en última instancia, a lo que aspira la literatura.
En contraparte, se hará una comparación con la rapidez, precisión y
vida efímera de los contenidos periodísticos.
• Realizar observaciones puntuales sobre los insumos aprendidos
durante la licenciatura en Letras Hispánicas, y sobre algunos
mecanismos de evaluación.
• Disertar sobre los nuevos rumbos de la edición y el papel que
ocuparán los editores en un mundo donde las nuevas tecnologías son
parte indispensable del mercado. Esta misma inquietud también será
abordada desde ciertas terminales referentes a la lectura.
• Esta memoria se trabajará como un producto editorial para consulta
de futuros estudiantes y público en general interesado en el tema. Su
consulta será gratuita y estará disponible en el sitio sisicleta.com.
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También podrá ser descargado como ebook para Kindle, iPad,
Sonyreader y otros.
Ante todo, este informe está pensado como una revisión a los cimientos de
una carrera que apenas comienza. La meta final es tener las mejores herramientas
para la edición de libros impresos y digitales, y de esta manera intentar mejorar, en
lo posible, la salud de la lectura en nuestro país. De igual manera, este documento
está pensado para ser leído por un público de varias edades e intereses. En algunos
casos, tal vez este trabajo pueda servir para dar ideas a los jóvenes egresados de la
licenciatura de Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara. En otros casos,
tengo la esperanza de que sea leído sólo por diversión.
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Lectura y edición
La primera errata que descubrí en mi vida venía en mi nombre. Tendría unos siete
u ocho años. Obviamente yo no era conciente ni del error ni de su gravedad hasta
que mi maestra de primaria lo hizo notar. El error consistía en lo siguiente: desde
que aprendí a escribir mi nombre lo hacía como “Xitlalilt”. Incorrecciones
etimológicas aparte, mi maestra dijo que lo correcto era “Xitlalitl”. La t antes de la l
porque aludía a la terminación náhuatl.
Mis padres pudieron haber alegado una falacia de autoridad y decir que “los
nombres propios no respetan las reglas ortográficas”. Pero aceptaron cabalmente la
observación de la educadora, en primer lugar –supongo yo- por quitarse de
problemas, y en segundo, porque en mi acta de nacimiento mi nombre viene escrito
de ambas maneras. A la fecha, todavía reviso con el cursor letra por letra cada que
tengo que escribir mi nombre. Este pequeño error me ha acompañado y le he
tomado cierto cariño porque despertó en mí una primera alerta.
Después de este error vinieron otros, por ejemplo, cuando, en lugar de
titular una nota con “El verdugo de Baltasar Garzón” puse “El vergudo de Baltasar
Garzón”. Afortunadamente ésa no se imprimió y no pasó de burlas hiperbólicas
contra mí. Alfonso Reyes decía, a propósito de las erratas:
A la errata se la busca con la lupa, se la caza a punta de pluma, se la aísla y se la sitia con
cordón sanitario… y a última hora, entre las formas ya compuestas, cuando ruedan los
cilindros sobre los moldes entintados, ¡hela que aparece, venida no se sabe de dónde, como
si fuera una lepra connatural del plomo! (1983, pp. 172-173).
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A pesar de que tengo un miedo un tanto patológico a las erratas, creo siempre me
recuerdan que el libro ejerce sobre nosotros una especie de hipnosis que, de alguna
manera, busca esconder los errores humanos hasta que haya un incauto y le
brinque, como pastelazo a la cara. Las erratas hacen sentir al editor como una
especie de Prometeo cuyo martirio no tiene fin. Pero, a pesar de su sino trágico,
siempre vienen con un dejo de caridad hacia nosotros. Tal vez el recuerdo de que
seguimos siendo humanos y no máquinas de perfeccionamiento obsesivo, es un
poco de la gratitud que muestran estas malditas.
***
Mi primer contacto con la edición fue cuando entré a trabajar al diario Público en
2001, justo después de los atentados de las Torres Gemelas (en la semana que
redacto esto, se acaban de cumplir diez años). Por entonces, tomaba algunos cursos
de redacción y apreciación literaria en la SOGEM de Guadalajara. En aquel
momento, mi único propósito en la vida era leer y escribir poesía, lo cual era más o
menos catastrófico a ojos de mis padres.
Uno de los tutores del taller era el jefe de redacción de la sección
internacional del periódico Público. Al ver mi necedad por ingresar al mundo de las
letras, me invitó a trabajar ahí. La redacción del diario y el mundo en general eran
una zona de desastre. Estados Unidos invadía Afganistán. La premura reinaba
sobre toda acción y la velocidad a la que las guerras se redactan me dejó paralizada.
¿Quién? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Esas preguntas eran
una especie de paracaídas para lanzarme a la batalla. Yo tenía que hacer una tarea
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relativamente sencilla: hacer los breves, flashazos de información que jamás
llegarían a ocupar el espacio de una nota completa.
Palestinos asesinados por el ejército israelí, guerrilleros y civiles
desaparecidos en Colombia, catastróficos accidentes en India, terremotos con
menos de un millón de víctimas en China… Tantos muertos tenían que caber en
350 caracteres. Esta tarea me resultaba difícil y me costaba trabajo entender el
motivo de la compresión del mensaje: los espacios en los medios cuestan.
Durante ese año previo a entrar a la carrera de letras, descubrí el oficio de
corrector de estilo. Uno de mis compañeros de sección se paseaba constantemente
entre las impresoras con su pluma Pilot roja y hacía señalamientos en las planas.
La primera vez que me regresó una plana marcada por los costados con cruces y
signos que parecían runas, no supe cómo interpretar aquello. El rojo decía que algo
(todo, en ese caso) estaba mal, pero no sabía cómo repararlo.
Luego de una breve interpretación y al cabo de semanas, empecé a suprimir,
cambiar, sustituir y agregar letras y palabras a un ritmo industrial. Aunque esta
actividad no mermó la tristeza que causan las catástrofes mundiales, me permitió
continuar con mi trabajo como redactora durante un año, al cabo del cual conocí el
rigor de lo que las empresas llaman “recorte de personal”.
Este acercamiento al periodismo y al quehacer editorial multiplicó las
posibilidades de mi carrera. Cuando me preguntaban cuál sería mi sustento en el
futuro, respondía que sería periodista o editora sin tener la menor idea de lo que se
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trataba ser un verdadero periodista ni editor. Entonces no tenía noción de las
decisiones a tomar para que un texto llegue a sus lectores.
Además de la práctica, también me ayudaron a conocer estas áreas, muchas
lecturas lúdicas sobre el periodismo y la edición, al igual que varios amigos que ya
se desenvolvían en esos medios. Estos fueron, pues, mis primeros atisbos dentro
del mundo de la edición y el periodismo.
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Tierra Adentro: un comienzo que nunca termina
El Fondo Editorial Tierra Adentro (FETA) es parte del Programa Editorial Tierra
Adentro, y se dedica a publicar libros de escritores mexicanos menores de 35 años.
Los géneros que se consideran son novela, cuento, ensayo, teatro y poesía. De la
misma manera este programa auspiciado por el Consejo Nacional de la Cultura y
las Artes (CONACULTA) difunde, promueve y estimula la obra de artistas jóvenes.
A pesar de que Tierra Adentro era una publicación que conocía porque
algunos amigos habían sido publicados ahí, la recordaba como una revista “para
escritores” e, inconcientemente, “para viejitos”. Sin embargo, la época que me
recibió navegaba sobre nuevas corrientes. Primero, Fernando Fernández, luego,
Mónica Nepote y Rodrigo Castillo, irrumpieron con colores y obra joven las
portadas de la revista, y el fondo editorial cambió su uniforme por una divertida
pasarela de portadas.
Eso era en el exterior. En cuanto a los contenidos literarios, el programa se
empezó a usar para lo que había sido diseñado: invitar a jóvenes escritores.
Pequeñas plumas, buenas y malas, pero jóvenes y empeñosas empezaron a desfilar
por las páginas tanto de la revista como de los libros.
En 2007, año en el que ingresé como asistente de producción, el FETA
publicaba 25 libros al año. En esos libros se contaban los seis premios nacionales
para jóvenes que eran auspiciados por Tierra Adentro. En esta editorial fue el
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primer lugar donde apliqué los conocimientos que recibí en mis clases de edición.
Empecé a trabajar particularmente la marcación ortotipográfica y de formación.
Poco a poco, me fui familiarizando con el ritmo de la editorial y con el
lenguaje de corrección. En mis clases de edición había tenido la oportunidad de
conocer El libro y sus orillas (1991) de Roberto Zavala Ruiz el cual me funcionó
como un excelente compañero de escritorio. Sobre todo para quitarme el miedo de
acercarme a temas de los que jamás había escuchado hablar y con los que ahora
tenía que enfrentarme.
Uno de esos temas, por ejemplo, fue el conocimiento de los materiales
físicos de los libros. No sabía que el papel tenía cierto gramaje y que, dependiendo
de eso, absorbería la tinta de tal o cual forma. Quien me mostró con más cariño y
paciencia cómo se debía manejar y acariciar los grandes rollos de celulosa para
calcular su gramaje fue un viejito que trabajaba en los grandes almacenes de
CONACULTA. Cuando fui a visitarlo para hacer un primer inventario sobre el
material con el que contábamos para alguna emergencia, tomó uno de los pliegos
de bond y lo alzó, a contra luz. Como si estuviese leyendo un negativo, me dijo que
la cantidad de luz que atraviesa el papel me dirá cuál es el gramaje. Un noventa –
con el que imprimíamos libros y la revista- es luminoso.
Luego de bajar con dificultad de una pequeña escalera de tijera, el hombre
se perdió en los pasillos buscando otros papeles más oscuros, como el cuché y los
cartoncillos, que sirven para portadas. Sin embargo, me transmitió una riqueza
paisajística entre los rollos limpios o amarillentos, codiciados u olvidados, pero
siempre dispuestos para ser libros.
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Este primer acercamiento al libro como objeto (no me refiero a los libros
agradables a la vista solamente, sino a esa tecnología siempre adaptable a la palma
de la mano y a los bolsillos traseros de los pantalones), reconsideré mi postura
radical e ingenua de que sólo los libros electrónicos serían grandes embajadores de
la lectura en este siglo. Robert Darnton hace una apología del libro impreso en El
coloquio de los lectores: “Todo objeto impreso depende de un gran número de
elementos paratextuales, incluida la caja, la encuadernación, la tipografía y el papel
mismo”. (2003, p. 160) Esta defensa da pie a otra de las prácticas que empecé a
realizar en los libros del FETA: el cuidado de edición. El Fondo cuenta correctores
de estilo profesionales que hacen el trabajo y, antes de que tengan en sus manos un
original, un editor lee el libro y comenta algunas observaciones con el autor. Una
vez que se acuerda hacer o no ciertos cambios, las pruebas van a manos del
corrector de estilo.
Mi papel en este proceso venía después de que el diseñador añadiera las
marcas de corrección al archivo y lo volviera a imprimir. Mi labor consistía en
cotejar las marcas en las dos impresiones e intentar atrapar cualquier elemento
sospechoso de error. En este sentido, y volviendo a Darnton, descubrí que el
trabajo de edición también tiene una identidad objetual que sale del puro concepto.
Las cajas se ven, se distinguen; las erratas se siembran, se potencian según el
número de posibles lectores, y viven por siempre.
Hasta aquí, había podido manejar más o menos mi pánico escénico y me
reconfortaba pensar que un buen trabajo de edición “no se nota”. Y creo que esta
postura de la edición como un oficio invisible para el resto, casi alquímico que
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prevalece en la industria del libro sobrevive incluso, en los nuevos editores. Michael
Kandel, editor de la casa Harcourt, estima el trabajo del editor con la siguiente
imagen:
Un editor es un plomero verbal, el plomero del libro. Un manuscrito despelotado se puede
ignorar solo hasta cierto punto. Eventualmente, para funcionar, debemos recoger la basura
y organizar el cuarto. Necesitamos de alguien que tenga la paciencia y la disposición para
hacerse cargo de esta limpieza y organización, y que, además, no le importe ser un sirviente
invisible.
Pienso en el plomero que trabaja de noche en la oficina. Quizá la radio esté sonando
mientras él se ocupa de todo. A la mañana siguiente la gente entrará y dará por hecho que
todo está en su lugar, no prestarán atención a las horas de esfuerzo para poder tener todo en
orden. El plomero se habrá ido, y tan solo regresará después de que ellos se hayan ido a
casa. (Kandel, 2008, ∫ 35).
Si tomamos en cuenta la visión de Kandel, el trabajo del editor es un trabajo a veces
solitario, de responsabilidades sólo previstas en el mundo de las incorrecciones, de
lo que no debe existir. Sin embargo, durante mi estancia en Tierra Adentro,
también realicé otras actividades, sobre todo burocráticas, como licitaciones de
impresores y proveedores de papel. Eran tan complicadas que hasta el abogado que
las coordinaba afirmaba que era más fácil “licitar una plataforma de petróleo en el
Golfo”.
Luego empecé a redactar las cuartas de forros de los títulos del FETA. La
idea de que algo que yo escribiera convenciese a un lector (o a un cliente de una
librería, si se quiere ver en esos términos) de comprar o no un libro, me aterraba.
Pero era un trabajo que ya había realizado. Tendría un par de meses en la editorial
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cuando, cotejando las correcciones de la novela Una no habla de esto (2007) de la
autora Sylvia Alguilar Zéleny, me dieron incontrolables ganas de escribir sobre el
libro.
Jamás había escrito una crítica o reseña del libro, pero quería hacer la cuarta
de forros y mi editor de entonces me lo permitió. Generalmente en la escuela uno
redactaba grandes bloques ensayísticos en los que uno intentaba licuar la
comprensión de varios títulos o autores, pero casi nunca se reseñaba o criticaba
algún libro.
Una cuarta de forros es, por definición, un texto laudatorio, así que esto me
daba un poco de confianza porque la novela me había encantado. Escribí lo
siguiente:
Soliloquios, diálogos, epístolas, son el vehículo del lenguaje de Una no habla de esto. La
narrativa de Sylvia Aguilar Zéleny da testimonio del ejercicio diario de medir el tiempo a
través de las incidencias de sustancias químicas en el cuerpo, la compulsión de contar los
años que se envejece, la tendencia neurótica de la sociedad contemporánea al cambio. Se
trata de una novela que se construye en una ciudad transitada por millones pero sólo
habitada por el individuo.
Una no habla de esto explora los estratos poéticos de los textos urbanos –boletos de
avión, por ejemplo- y los acomoda en el rompecabezas de una tradición literaria que tiene lo
lozano de Óscar Wilde, Pablo Neruda y Banana Yoshimoto; mientras se tira a la cama a
escuchar a David Bowie, Pixies o Radiohead. Estas correspondencias, conversan con el
existencialismo precoz de Sylvia, el personaje de este divertido relato que transgrede la
monocromía de un género literario establecido, y que mezcla poema y relato; el acto de
hablar, con la práctica cotidiana del silencio.
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Aunque nunca hago alusión a la evidente tendencia autobiográfica de la novela y
uso lugares comunes como “divertido” y “lozano” entre otras muchas faltas, debo
decir, a mi favor que para mí significó mucho hacer un texto sobre un libro que me
había gustado tanto.
Ya un poco más familiarizada con todas las actividades del FETA muy
pronto empezaron las visitas a las imprentas y a entablar relación con los
impresores. Debo decir que la imprenta era el escenario más improbable en mis
sueños de infancia pero, sin lugar a dudas, esas máquinas que parecen un AT-AT
Walker de Star Wars producen un ritmo y calor tan suntuosos que me ufanaba de
caminar entre ellas.
Pruebas finas de interiores e impresión láser de forros, digitalización del
material gráfico, selección de color, número de ejemplares, sobrantes, solapas,
tamaño en centímetros (base y altura), pliegos, tantas tintas por tantas entradas,
pruebas daylux, forros, tantas tintas de selección de color, papel de interiores,
papel de forros, tipo, gramaje, tamaño, merma, tipo de encuadernación, tipo de
laminado: plastificado mate, encuadernación rústica, lomo cuadrado, cosido y
pegado. Este campo semántico cuyos sintagmas podrían pertenecer a un relato de
ciencia ficción, fue parte de la jerga cotidiana que me recibía cada día como a uno
de sus miembros.
A la par, veía a mis compañeros y editores trabajar con textos de escritores
mexicanos como José Emilio Pacheco, Gerardo Deniz o Carlos Monsiváis. Y los
grandes vueltos a la vida mediante sus jóvenes pupilos: López Velarde, Octavio Paz,
José Gorostiza, Alfonso Reyes, Jorge Ibargüengoitia, Elena Garro…
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Durante los dos años que estuve trabajando en Tierra Adentro, participé
activamente con textos solamente en dos ocasiones. Aunque no soy partidaria de la
autopublicación en una revista, mi editor inmediato me dijo que si quería
participar y el texto contaba con los criterios de calidad, entraba. Mis ganas por
escribir y publicar punzaban junto con mi recién llegada a la capital de México.
Además, desde que llegué ahí he creído que el DF da muchas ganas de
escribir, así que preparé dos textos: uno sobre Los días enmascarados de Carlos
Fuentes y otro, a seis manos, sobre el ’68. Los dos aparecieron publicados; uno
tuve que firmarlo con el pseudónimo de Claudia Medina. Ambos textos se pueden
ver en el anexo de este trabajo. Ambos microensayos, por llamarlos de alguna
manera, significaron mucho para mí primero, por tratarse de temas de
tradicionalmente relacionados con la ciudad de México y, luego (en el caso concreto
de 68 a seis manos), por trabajar con Rodrigo Castillo a quien admiro por su
trabajo como poeta y editor, y con el artista plástico José Jimenez Ortiz
Por cierto, luego de esa publicación me llegó el rumor de que cierto escritor
famosísimo había dicho en una fiesta: “Oye, qué malo es el texto de esa tal Xitlalitl
Rodríguez”. Nunca volví a publicar mientras trabajé ahí, hasta ahora. En el número
que circula (171) tuve el honor de ser invitada a inaugurar la sección “El recreo”
para la cual escribí un cuento sobre Twitter.
A la fecha, Tierra Adentro y el FETA han logrado llamar la atención del
público joven. Se ha sometido a un riguroso proceso de renovación bajo la intuitiva
y firme batuta de la directora editorial Mónica Nepote quien es, por cierto,
egresada de este Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara.
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A este proyecto y a mis compañeros de trabajo les debo el hecho de ver a la
edición como un espacio de creación responsable que de alguna manera te
pertenece y transforma, como una especie de primer poema. Hubert Nyssen
afirma: “Mediante el descubrimiento, el editor accede a una forma de creación que
le pertenece, la de su catálogo”. (2008: 21) De este modo, trabajos como el de la
renovación de la Revista Tierra Adentro, llevado a cabo por Mónica Nepote y su
equipo editorial, no es si no una manifestación creativa de los nuevos espacios para
la literatura en México.
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Milenio Diario: “rápido, bien y de buenas”
Habían pasado seis años desde que rompí mi promesa de nunca trabajar en un
periódico. Tenía un mes que había llegado a la ciudad de México y uno de mis ex
compañeros de sección del diario de Guadalajara Público Milenio, me dijo que
necesitaban gente en la misma sección (Internacional) en la que había trabajado.
Conocía a los editores sólo por teléfono. Llegué más o menos aterrada a la
entrevista porque, en tantos años, sólo había abierto el periódico un par de veces, y
me apenaba admitir que no era una lectora asidua de los diarios.
En las primeras semanas que estuve a prueba mi gran sorpresa fue darme
cuenta de que las noticias parecían ser las mismas desde entonces. Ingrid
Betancourt seguía secuestrada por la guerrilla de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y un gobierno derechista estaba parcelando
Colombia para levantar bases militares de Estados Unidos en la región.
En Oriente Medio, la barbarie y el poder del gobierno israelí seguía
aplastando con furor a Gaza. La Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN)
siempre atendiendo a guerras de ocupación, en este caso Afganistán e Irak. Barack
Obama fue elegido como el primer presidente negro de Estados Unidos el mismo
día que murió el Secretario de Gobernación de México, Juan Camilo Mouriño.
Aunque nunca me gustó el trabajo de a pie, andar entre el sol y la gente
(muerta o viva) a cualquier hora del día como les encanta hacer a muchos
reporteros, me frustraba no poder abanderar la doctrina de Kapuscinski y su
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intrépida ética profesional. A mí me gustaba mucho más por su forma de escribir
que por su forma de enseñar, pero aún así, ese imaginario que tenía alrededor del
oficio del reportero, creo que cumple la función de una poética indispensable:
El trabajo del reportero consiste en rescatar lo verdadero e interesante. En esa búsqueda
solitaria todo depende de la gente. Es un oficio que se emprende a solas, pero está a merced
de lo que hacen y dicen los demás. Los primeros quince minutos frente a personas
desconocidas y circunstancias nuevas son definitorios. Esos momentos son los que
determinan el futuro e incluso parte de la vida. Esa conciencia genera una extraña e intensa
sensación. En un ensayo, cierto autor señala que las relaciones se definen en los primeros
segundos. Tal impresión lo marca todo. El resto es una continuación de los contactos
iniciales. Por ello son tan importantes los primeros encuentros. (Kapuscinski, 2006, ∫ 7)
Por un lado procuré empaparme del género periodístico con periodistas que
actualmente están ganando con cada letra la confianza de la gente, como el
periodista regio Diego Enrique Osorno. Por el otro, estaba al mando de una de las
editoras y periodistas más ejemplares y experimentadas de América Latina en el
ámbito internacional: Irene Selser. Hija del también periodista y profesor
argentino Gregorio Selser, Irene edita –entre otros muchos- a genios de los que ya
pocos quedan en el mundo como el poeta y Premio Cervantes, Juan Gelman, y se
cartea con gente como Noam Chomsky. De ella, y de todo el equipo de Fronteras
confirmé, muy a regañadientes, lo que mi padre me decía de pequeña luego de que
le preguntara, angustiada, cuándo se iba a acabar el mundo. Su respuesta siempre
era: el mundo se acaba para el que se va muriendo.
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De esta manera, después de contar muertos, restar a los desaparecidos,
sondear a los heridos, calibrar los intereses de las potencias y los hilillos negros que
encienden la pólvora; aprendí a volver a casa tranquila y agradecida.
***
La rutina de escribir a diario es algo que se logra con sangre. Un diario no se puede
dar el lujo de que sus redactores se tarden más de dos horas en armar una nota
cuyo esqueleto es un cable noticioso. Los errores de dedo y las faltas de ortografía
tienen que evitarse al máximo y la redacción tiene que ser clara, completa y, sobre
todo, no tiene que meter en problemas a nadie.
A diferencia de la literatura, en donde la ficción es un colchón en el que
realidad brinca y se dispara por los aires; el periodismo es una estructura de
ladrillos. Se trabaja con información y gente real y, si la estructura se cae, alguien
sale herido. Pero cuando uno ya trae la velocidad y el hábito de la redacción diaria,
cualquier detonante puede ser fuente de un texto periodístico.
La primera vez que escribí para el diario fue en Nueva York. Era el octavo
aniversario de la caída de las Torres Gemelas y la llamada Zona Cero, en el centro
de Manhattan, parecía panteón de Pátzcuaro en pleno 2 de noviembre. Era de
noche y los que rendían homenaje a las víctimas del 11 de septiembre formaban
más sombras de las que sus velitas podían proyectar.
La crónica era más o menos sencilla porque yo traía los datos duros en la
mente y el espectáculo antropológico era una fuente que emanaba material
suficiente para todos los que estábamos ahí. En realidad, yo había ido a Nueva York
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invitada por la revista literaria Reverso y por el festival Celebrate Mexico Now a
participar en una lectura de poesía. Como nunca pude hacer gala de mi buen ojo de
reportera, no perdí la oportunidad de cubrir esa rebanada de pastel que el destino
me ponía en bandeja de plata.
Visité el memorial y luego redacté la nota antes de la lectura. Leí junto con el
poeta Alí Calderón y nuestra anfitriona en Nueva York, la narradora Carmen
Boullosa. Ahora sólo dependía de una banda de internet caritativa que alguien me
hiciera el favor de regalar. Porque, créanlo o no, en la Gran Manzana no hay
internet gratuito en las calles. Vamos, ni siquiera en el Star Bucks al que me
acerqué. Entré a un pequeño hotel de puertorriqueños e intenté preguntarles –en
mi inglés del Parque Morelos- por un lugar donde pudiera conectarme. Ellos
contestaron amablemente en su naturalísimo español: “puede usar nuestra red”.
Quisiera contar más experiencias de este tipo pero en realidad ésta fue la
única. El redactor (sobre todo si de notas internacionales se trata) es un solitario de
escritorio. A pesar de que su trabajo depende -en gran medida- de personas sobre
el terreno; el redactor tiene que intuir, analizar y sintetizar la información que cada
vez se da a conocer con más inmediatez por medio de internet.
En mi caso, que ya estaba familiarizada con la historia de ciertos temas
recurrentes en la sección y que además contaba con asesoría de primera mano de
mis editores; uno de los mayores obstáculos que presentaba era ante mi déficit de
atención. La velocidad con la que se leen, redactan y editan las notas para un diario
es tanta que la premura se convierte en juez y parte, por lo que uno termina
cometiendo incorrecciones que van de graves a muy graves.
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Uno de los errores más atroces que cometí en Milenio Diario fue debido a
una distracción. Alguien más había hecho la nota principal de la sección (llamada
“apertura”) y yo tenía que agregar los paratextos: sumario, imagen y pie de foto. La
nota era la detención de un cabecilla de las FARC. Como aquél fue uno de esos
grandes días en que el diario recibía más publicidad de la prevista, la paginación
del diario aumentó y todas las imágenes destinadas a ciertas carpetas, bailaron el
incontrolable vals de la mala comunicación. Fotografías de cultura, ahora estaban
en el rubro de deportes; fotografías de espectáculos, en política y, claro, fotos de
violencia nacional en la carpeta de violencia internacional.
Las fotos que estaban en la carpeta de Fronteras eran varias, pero elegí sin
chistar, aquélla en la que aparecían dos policías de la AFI sometiendo a un hombre.
Además del error de haberme equivocado al elegir la imagen, ésta apareció
publicada por doble partida en la edición del día siguiente, haciendo la situación
aún más trágica.
A pesar de tanta muerte, destrucción, abuso de poder de las potencias, y
tanto canibalismo entre los mismos integrantes de un diario, no es posible evocar la
injusticia y el sufrimiento que apuntala al mundo, y cito, de nuevo a Kapuscinski:
“En nuestra profesión, más que volvernos cínicos o fríos, el tiempo nos hace más
sensibles y vulnerables por las tragedias testimoniadas”. (2006, ∫ 3) Así, con cada
acontecimiento desafortunado, cada día se remueve esa costra a mitad el pecho.
Palpita.
26
Dealers que no me maten
Durante casi dos años escribí esa columna para el suplemento “Fin de Semana on
line” de Milenio. Aunque trataba temas de geopolítica, así como de música y
literatura, el hilo conductor de estos textos es que –lejos de aludir a alguna utilidad
informativa para el lector- escribía de esos espacios insólitos que nos asaltan
durante el día, esos lugares en donde el asombro se tira como sobre pasto a aspirar
todo el aire del mundo.
En otras ocasiones, las columnas fueron sobre acontecimientos históricos de
esos donde la violencia y la saña se lucen como si fuesen el trofeo de más precio,
por ejemplo, el aniversario de la matanza de Srebrenica o el derrame petrolero del
Golfo. También escribí sobre temas que para muchos podrían resultar aburridos o
incomprensibles.
Fue justamente en la elección de los tópicos que abordaría en la columna
semanal, donde encontré el mayor obstáculo para escribir “Dealers que no me
maten”. Al ser una columna no temática podía escribir de lo que fuera y eso me
aterraba. Era como un espejo que me hacía ver mi ignorancia.
Me atemorizaba la idea del alcance que esa columna tuviese y todos los
posibles lanzadores de tomates. Ese ejército se proyectaba sobre mí cada noche de
la semana, antes de entregar mi columna. Pero luego pensé en el lugar que ocupa la
escritura en mi vida: es irremplazable.
A pesar de lo que ya entonces disfrutaba escribir, tenía miedo. Tenía miedo
de aburrir a los lectores, y ahora sé que eso es una grosería ya que ningún lector
27
permite que un libro lo enfade. Simplemente lo bota y busca algo mejor que leer.
Pero una vez en el diario, me di cuenta de toda la información a la que tenía acceso.
Y no porque otras personas no lo tengan (con internet todo se ha vertido en una
fortaleza transparente), sino porque ahora toda esa información, por absurda e
inverosímil que fuera, estaba junta y reclamaba un sentido.
A veces las noticias parecen historias de Kafka. Me gusta imaginar a David
Foster Wallace en un funeral de Tepito con banda y borrachos. Me sentí afortunada
por saber que un hombre de 114 años se ahorcó en su parcela, en Veracruz.
Hemingway decía que alguien que creía que escribir bien era extremadamente
difícil, debería salir y colgarse, y luego zafarse con algo de piedad y “forzarse a sí
mismo a escribir tan bien como pueda por el resto de su vida. Al menos tendrá la
historia del ahorcamiento para comenzar”.1 (1958, ∫ 27) Supongo que una de las
virtudes del periodista es saber qué contar. Qué es lo que se tiene que rescatar de
los hechos reales y tiene saberse, así como las necesidades de los lectores y sus
intereses.
Aunque la figura de los periódicos va dirigida a este punto: a ser un filtro de
la realidad para un público determinado; el espacio de los columnistas es mucho
más personal y reflexivo. Es un pequeño espacio en donde se dialoga con el lector y
donde se ponen a prueba las posturas más sólidas sobre algunos temas.
1 El original dice: “Let’s say that he should go out and hang himself because he finds that writing
well is impossibly difficult. Then he should be cut down without mercy and forced by his own self to
write as well as he can for the rest of his life. At least he will have the story of the hanging to
commence with.”
28
Para mí, “Dealers que no me maten” era sobre todo un enfrentamiento con
mis convicciones (alguna vez juré que no escribiría nada que no fuese poesía) y con
una pequeña reciprocidad hacia lo que pasa afuera y que me atañe. Desde Juan
Rulfo hasta Irak, la tierra suena, cambia y enseña.
“Laberinto”, el suplemento
Escribí algunas notas para la sección “De culto” de este suplemento cultural de
Milenio Diario. La sección busca reseñar libros extraños o de autores
prácticamente desconocidos. Mi primer proyecto era reseñar los libros de los
compositores franceses Erik Satie y Serge Gainsbourg, y del músico inglés David
Byrne.
El primero es un libro de rarísimos poemas que Satie escribió, incluso, sobre
partituras. La primera dificultad para reseñarlo fue la extensión en la página,
porque –a diferencia de mis columnas- este texto saldría impreso. Si ya de por sí
hablar de Satie como innovador en la música es un tema inagotable, presentar a los
lectores su breve paso por la literatura parecía una proeza. Una vez redactado el
conjunto, el problema fue cortarlo a contratiempo.
La reseña del cuento de Gainsbourg me suponía un problema de pudor: es
un libro que habla de pedos. Évgenie Sokolov es un acto radical donde el
atormentado autor busca descomponerse en la cara del lector. Escribir sobre eso en
un diario conservador me hacía sentir incómoda. Sin embargo, sólo intenté
apegarme a mi fanático entusiasmo hacia el autor de “Je t’aime moi non plus” y
29
dejar que los lectores, seducidos por la extremada rareza del libro importado que
yo les presentaba, se acercaran por cuenta propia.
En cuanto a David Byrne la historia fue diferente. Su libro Bicycle Diaries
todavía no era publicado en español. Conseguí la edición en inglés y me llevó meses
leerlo. Cuando terminé de hacerlo y estaba lista para redactar la nota, la editorial
mexicana Sexto Piso ya lo había publicado en México y ahora traerían a Byrne a
una gira.
No habría momento más oportuno que ése para sacar la nota. Todavía no
entiendo el origen del descontento que causó la charla de Byrne entre urbanistas y
activistas para mejorar los medios de transporte en Guadalajara. Por el contrario, a
mí me gusta la idea de que el autor dialogue con habitantes de las ciudades en lugar
de entablar un discurso sobre su obra. Diario de bicicleta me parece un testimonio
honesto y, hasta cierto punto, inocente de alguien que no tendría ni la más mínima
necesidad de bajarse de un automóvil de lujo.
30
La algarabía del desorden
Seguramente conocen o han escuchado hablar de la revista Algarabía. Se trata de
una publicación mensual que, según dice su eslogan, “genera adicción”. Sin duda es
una adicción muy menor si se compara con las publicaciones de gran tiraje en
México como son TV y Novelas, TV Notas o el Libro vaquero, que –según una cifra
de 2002, tiraban entre un millón 200 mil y un millón 800 mil ejemplares a la
semana-.2 Pero digamos, que entre las publicaciones que ofrecen contenidos
literarios, estéticos, y de divulgación histórica, filológica y científica, Algarabía se
ha consolidado en el gusto de sus lectores con un tiraje de 41 mil ejemplares
mensuales.
Esta publicación pertenece al grupo Aljamía, empresa dedicada a la edición
de la revista, varias colecciones de libros, publicidad y marketing. Este grupo
funciona como una empresa familiar: la directora general es Pilar Montes de Oca
Sicilia, su prima, Victoria García Jolly es la directora de arte, y todo un ejército de
hermanos y parientes conforma el consejo editorial.
Por lo que puede verse en sus redes sociales (Facebook sobre todo) y por mi
breve paso por esas oficinas, el grueso de los lectores de esta revista son de clase
media alta. La mayoría se dedica a la administración, contabilidad, abogacía,
medicina y otras carreras que, tradicionalmente, no se relacionan con la literatura;
2ChávezMéndez,MaríaGuadalupe.LalecturamasivaenMéxico:apuntesyreflexionessobrelasituaciónquepresentaestaprácticasocial.RevistaEstudiossobrelasculturascontemporáneas.Junio,año/vol.XI,número021,UniversidaddeColima.México,2005.
31
sin embargo, son lectores que se interesan por “cultivarse”.3 Es gente que se
preocupa por escribir sin faltas de ortografía y que presume de un “don de charla”.
Esta postura pequeñoburguesa que algunos tienen obliga a exigir siempre
una virtud utilitaria de la lectura (no leen porque sea divertido o simplemente
porque les guste; sino porque creen que moralmente, el hecho de leer aumenta su
valía como personas). Así se ha formado un gran nicho de mercado, tal es el caso de
la revista Algarabía y todos sus productos y publicaciones. Estos compradores
potenciales son complacidos sobre todo con un elemento en particular: citas;
máximas de escritores famosos sobre temas cotidianos o hipertextos que veremos
más adelante.
A diferencia de otras publicaciones y editoriales, cuya materia prima son
escritores activos, quienes generarán los contenidos, o que bien, echan mano de
agencias noticiosas de las que se extraerá información fresca; Algarabía y en
particular, la Editorial Otras Inquisiciones se alimentan de fuentes específicas, que
no son necesariamente recientes, pero que son de acceso restringido a ciertos
lectores. Me explico. El ochenta por ciento de los contenidos que forman las más de
treinta secciones de la revista (esperen, ¿dije treinta secciones?) están tomados de
enciclopedias.
En la sala de juntas de Algarabía, a la que los sometidos y desgastados
trabajadores son solicitados una o dos veces al día, está abarrotada por los seis
volúmenes del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan
3ElDRAEdefine“cultivar”,ensuterceraacepción,como:“Desarrollar,ejercitareltalento,elingenio,lamemoria,etcétera.”
32
Corominas y José A. & Pascual. O sea: relucientes doce mil pesos forrados en piel
detrás de un vidrio, bajo llave. A éste le siguen el Diccionario del uso del español de
María Moliner, la Enciclopedia Británica y decenas de series más que seguramente
incluirán palabras como “saber”, “mundo” y por supuesto “enciclopedia”. Yo sólo
me abstraía durante las largas juntas pensando en alguna palabra cuya historia
podría rastrear en ese aglomerado, tan codiciado por mí (alguna vez intenté
comprarlo en el FCE alegando que debido a un grave maltrato en las tapas me
tendrían que hacer un considerable descuento, y claro, fracasé).
Es en estos universos de papel, donde se extrae casi todos los contenidos de
la revista. También echan mano de internet como Wikipedia. Secciones como
“Palabrotas” o “¿De dónde viene…?”, sólo por mencionar un par, se alimentan de
estas fuentes.
En el caso de esta revista, el mérito editorial se reduce a la búsqueda
bibliográfica y a la paráfrasis. Es un ejercicio de reescritura, que no sería criticable
si tuviera otros fines más allá de la mera información acumulativa para analfabetas
funcionales que no tienen la capacidad ni la disposición de leer un texto de más de
media cuartilla. Aluden a un lector de diccionarios (extraordinariamente parodiado
por Ben Stiller en su película Dodgeball). Digamos que el hueso a encontrar, y por
el que escarban en libros y anecdotarios, es la oportunidad, la pertinencia. De esta
manera, dejan lectores vacíos con las resonancias de frases aprendidas de
memoria, mutiladas e inútiles. Una verdadera pena.
En cuanto a Otras Inquisiciones, una de las dificultades más notables que
experimenté –creo que al igual que todo el equipo de edición- fueron los constantes
33
cambios en las decisiones tomadas por el cuerpo directivo. Por ejemplo: en una
junta se acordaba con la directora editorial un tema que se habría de desarrollar
para cierto libro. Durante la siguiente semana se hacía una investigación
documental sobre el tema, se redactaba; o bien, se editaban textos encargados
expresamente para el caso, y al cabo de todo el trabajo, gran parte de éste era
descartado por nuevos cambios, sin mayor explicación.
Personalmente lo que me frustraba más en esta situación, era que muchos
aspectos de mi labor en Otras Inquisiciones nada tenían que ver con el trabajo de
edición como yo lo conocía. El proceso de establecer criterios editoriales, desde la
selección del material, el tratamiento que habría que darle, hasta el público a quien
iba dirigido; quedaban desplazados imposiciones casi militarizadas.
Sin embargo, esta situación se hizo más incómoda cuando tuve que
enfrentarme por primera vez a ciertos problemas de derechos de autor. Mi postura
sobre el tema (que ampliaré más adelante) es sencilla: entre más insumos gratuitos
existan, estos llegarán a más lectores. Considero que los derechos de autor
alimentan una insaciable ambición por poseer “el conocimiento” o algo tan
intangible como eso. En cambio, creo en el crédito y las fuentes, en los pequeños
homenajes y agradecimientos que vienen implícitos en nuestro ejercicio de lectura
y escritura.
A pesar de eso, lo que hacen en Algarabía me parece un saqueo a los autores
y a sus editoriales ya que toman textos previamente publicados y los reproducen
para sus libros y revista. No conforme con copiar de manera indiscriminada
ensayos completos, también hay reproducción de imágenes de Google o de sitios
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gratuitos. Es evidente que el problema aquí es que Algarabía sí gana dinero por
esas reproducciones que violan el copyright.
Como ejemplo pondré el caso Chicas malas: reinas, locas y otras cosas
peligrosas en donde se incluye el texto “Nadie quiere a María Antonieta” de
Benedetta Craveri ya publicado por Siruela. Al advertir que se estaba irrumpiendo
en la ley de derechos de autor, el cuerpo directivo afirmó que no pasaba nada y se
me ordenó que sólo se hiciera la siguiente aclaración, en una nota al pie: “[Todas
las citas, excepto la 7 y la 14, son de la edición que se consultó de Benedetta Craveri,
María Antonieta y el escándalo del collar, Madrid: Siruela, 2007.]” A ese caso se le
aunaron otros como el del texto “El horror de los horrores: disertación sobre la
cruda” de Marco A. Almazán en su libro Cien años de humedad publicado por la
editorial mexicana Jus en 1974.
Además de que éste apareció publicado en un número de la revista y en otro
título de Otras Inquisiciones, también se quería agregar en el contenido de Chicas
malas… lo que me pareció una grosería hacia el lector y hacia el trabajo de los
editores de Jus. Cuando un lector encuentra una colección de libros que le gusta,
no para hasta tener todos los títulos. ¿Qué habría pensado el incauto de haber
encontrado el mismo texto en dos o más índices? Y en cuanto a Jus: ¿Saben para
quién trabajan? No lo sé.
Seguramente muchos de los escritores que “publican” en Algarabía andaban
sin un peso por la calle y murieron en una relativa miseria. Eso tampoco me consta.
De lo que estoy segura es que a mí me despidieron de ese sitio a los dos meses, por
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incompatibilidades horarias. Era la tercera editora en medio año. Sin embargo,
ahora veo –con gusto- que el texto de Almazán no aparece en el libro.
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Tusquets Editores México: el organismo de la novela
Un buen lector de novelas sólo lee “grandes novelas”. O al menos eso sentía yo que
siempre guardé una distancia prudente entre la novela y otros géneros literarios; y
eso que, como lectura, la prefiero sobre muchas opciones. A pesar de que ya me
había enfrentado a algunos de estos especímenes en esos pañalitos manoseados
llamados “pruebas”, nunca me había tenido que tratar con una novela desde su
editing.
Y claro, como en una película slasher, ésta era una tremenda, incontrolable
novela. Se trata de La prueba del ácido del escritor sinaloense Élmer Mendoza
(enlistada como mejor novela de 2010 por Sergio González Rodríguez). Como si
fuera poco, ésta era una secuela de Balas de plata, novela por demás galardonada y
bien aceptada entre la crítica.
El personaje más famoso Mendoza, el detective Zurdo Mendieta, volvía para
investigar el crimen de una joven. El autor, como arrendador que hizo bailar al
caballo más salvaje, escribió una gran historia y asestó un nuevo acierto a su ya
característico estilo literario, ubicado dentro de la narcoliteratura.
Aquí el problema era otro: los diálogos no venían marcados con guiones. A
primera vista parecía que el punto y seguido era un elemento que ocupaba una
función medular. Cada párrafo tenía varios, y estos enlazaban las frases –que
parecían cortas- dando la impresión de estar viendo un racimo de uvas. Pensé en
37
autores como Thomas Bernhard o Geoger Perec cuyos libros se conforman de un
solo párrafo.
La novela llegó a mis manos después de la lectura de la directora editorial de
Tusquets Editores México, Verónica Flores, quien tiene una asombrosa capacidad
de ver los huecos a reparar en una novela. Digamos que ella tiene esa característica
que todo editor debería poseer: ser una especie de lector ideal que todo novelista
busca.
Cuando empecé a leer la novela empecé a notar que la división de diálogos
se marcaba con los puntos y seguido, al igual que los pasajes descriptivos,
recuerdos y cavilaciones del personaje principal. Sin embargo, como todo gran
oficio logra hacer, se notaba la intención de cada enunciado. Por primera vez sentí
cómo el trabajo de edición se iba adaptando al trabajo de escritura. Parecía como si
al principio el autor corría medio asustado, presa de la nueva experiencia que la
página en blanco le iba develando. Frases cortas, agitadas, concisas, claras,
violentas es lo que da la bienvenida a la novela. Fue en ese primer marasmo, donde
hubo que aplicar un método más o menos cernido a la necesidad de la novela, y
que, afortunadamente, coincidió con lo que el autor desarrollaría más tarde.
Por medio de comas y sus derivados, fuimos dejando el lugar principal para
el punto y seguido como el catalizador de diálogo. Las cursivas que salen en
contadas ocasiones sirvieron para representar cierta voz que recuerda el personaje
principal.
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Con esta novela me quedó claro que, al igual que el escritor va adaptándose y
sintiéndose más cómodo, el editor, por su parte, usará las herramientas –
concientes o inconcientes- del autor para ponerlas en la mejor disposición posible
sin alterar en absoluto el sentido y el carácter de la obra. Finalmente esta obra
busca regular también, la respiración del lector y coincidir con él en una
experiencia simbiótica.
Tijuana: crimen y olvido del tijuanense Luis Humberto Crosthwaite fue
distinto. Sentí como supongo que se siente un historiador al trabajar con epístolas
del XIX. Sabía que era un trabajo que el autor había venido escribiendo,
reescribiendo y acomodando desde hacía muchos años y el sentía que el relato
palpitaba con cada marca de corrección.
Además, técnicamente esa novela es muy compleja. Usa grandes manchas de
negro en la caja de textos, como elemento narrativo, que había que vigilar muy bien
en la imprenta para que no se convirtiera en una mole que aplastara la tipografía.
Sin embargo, de nueva cuenta, el oficio de un escritor con trayectoria desafió ese
ADN que conforma el libro y al final el público quedó complacido. La novela fue
enlistada dentro de las diez mejores del año por el reconocido periodista Sergio
González Rodríguez.
La experiencia en Tusquets me enseñó la maquinaria de los buenos libros
que se venden. Aquéllos que nos están destinados a una vida en bodega. Este
complejo panorama que vemos desfilar cada año en la Feria Internacional del Libro
es, sin duda, una industria sofisticada semejante a la del cine, llena de glamour,
alfombras rojas y, claro, bambalinas.
39
INBA y FIL: ser reportera es un deporte extremo
El trabajo que más evité, llegó de golpe. Luego de haber renunciado mi trabajo
anterior y tras una frenética sesión de búsqueda de personal que me llevó a Tijuana
y Ensenada, volví a la ciudad de México convencida de que encontraría trabajo.
Googleé la ubicación de las oficinas de la Dirección de Literatura del Instituto
Nacional de Bellas Artes (INBA) y fui resuelta a ofrecer mis servicios editoriales.
Llegué y le pregunté al guardia de seguridad por “el director de publicaciones” y me
mandó al segundo piso. Creo que me detuve en cada escritorio para intentar
explicar que buscaba a alguien que pudiera emplearme como correctora de estilo.
Por fin llegué al escritorio de Liliana Altamirano Gutiérrez quien entonces
era la Subdirectora de Difusión y Relaciones Públicas de la Dirección; me dijo que
estaba buscando reporteros para entrevistas a los escritores que ellos promovían.
Me habló del sueldo y me dijo que si estaba interesada volviera en un mes. Acepté y
la Ciudad de México me volvió a parecer un gran sombrero de mago.
El primer problema era que mi cerco de intimidad y anonimato que
mantenía con mi trabajo se vería invadido por la interacción directa con los
autores. El segundo era que, por más que adore la literatura, conozca la obra de
ciertos autores y yo misma conozca la experiencia de la escritura; nada de eso podía
ayudarme con el arte de la entrevista. Me parece que esa tarea involucra mucho
más la calidad humana de las personas.
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Hay que relacionarse con los escritores a quienes uno admira y a quienes
uno tiene como dioses, pero también son personas con cierto buen o mal humor a
las once de la mañana. Al principio sentía tanto miedo de hablar con gente como el
maestro Hernán Lara Zavala, por ejemplo, que sentía que tenía que ser hosca o
dura para que me tomara en serio. Mi gran sorpresa es que Lara Zavala, además de
un gran narrador e investigador mexicano es extremadamente amable y humilde.
Cuando empecé a hablar con él me hizo recordar que también es maestro y
comenzó a hablarme sobre la Novela de la Revolución como si hablara con alguno
de sus pupilos.
Definitivamente no tengo el don de la conversación, así que sufría al tener
que entrevistar a personas como Sergio Sarmiento que han hecho una carrera
importante a partir de las entrevistas. Pero, al igual que Lara Zavala, Sarmiento fue
atento y diligente en sus respuestas. Y así fue con todos los buenos escritores a los
que entrevisté: David Olguín, José Vicente Anaya, Mario Bellatín, Rosa Beltrán,
Mónica Lavín, Xavier Velasco, Armando González Torres, JM Servín, Mauricio
Bares, Andrés Acosta…
Todos ellos me sorprendieron con su humildad, su despreocupación por las
aparentes características de los “grandes maestros” y se limitan a compartir aquello
que escriben y a quienes leen. Como buenos escritores que son me ayudaron a
escuchar y me hicieron volver a la lección de Kapuscinski:
Hay mucha gente susceptible a la arrogancia. Y como reportero resulta imprescindible una
sincera humildad. Porque lo primero ha de ser el entendimiento frente al otro: el ser
humano con todas sus inquietudes y su propio mundo. Como entrevistador no es
41
recomendable la dureza. Mejor crear una atmósfera de confianza. Y la primera señal para
encauzar la confianza está en la sonrisa. Lo ideal es abrirse al diálogo pese al tipo de gente.
Escuchar al entrevistado y poner de nuestra parte para entenderlo. (2006, ∫ 7)
Ya con este antecedente vine a Guadalajara a trabajar a la XXIV Feria Internacional
del Libro, en el equipo de prensa dirigido por Myriam Vidriales y también
ejecutado por Mariño González. Además de reportear tendría que hacerlo mucho
más rápido.
Como era del equipo de prensa de FIL mi nota tendría que ser la primera en
subirse a internet, antes incluso, que la de las agencias noticiosas que cubrían el
evento. Y claro, también tenía que ser la mejor: la casa invita. Definitivamente no
sé cómo solucionaban esto los reporteros de antaño pero yo me alegro de vivir en
una época donde mi fiel laptop me sigue a todas partes. Además de la grabación
que hacía, siempre estaba transcribiendo las declaraciones que consideraba más
importantes.
Sin embargo mi teclado recibía dramáticos e ininterrumpidos azotes cuando
estaba frente a escritores como Sergio Pitol, Antonio Gamoneda, Paco Ignacio
Taibo II o Margo Glantz. Frente a estas personas aprendí que a uno no le tiene que
dar pena llorar en público mientras siga atendiendo a superdotados de este tipo; o
que la literatura aplica las mismas armas en el papel escrito que en la tradición
oral. Para mí, escucharlos fue un síntoma de vida, así como tener la oportunidad de
compartirlo con otros amantes lectores.
42
Sobre el futuro del editor
Recuerdo el libro que cantaba al contacto con los dedos, narrado por Ray Bradbury
en Crónicas marcianas. Cuando lo leí sentí que otra de esas visiones imposibles me
atravesaba, como Alicia atraviesa el espejo. Sin embargo, cuando vi el iPad no pude
hacer nada más que alegrarme de haber vivido en un tiempo donde un libro como
el del señor K era posible.
Ahora hay libros con una textualidad jamás vista. Michel Houellebecq utilizó
fragmentos de Wikipedia para su última novela. John Updike escribe sus libros con
ayuda de sus lectores a través del chat y otras redes sociales. Autores como ellos
han revolucionado no sólo la práctica de la escritura sino la historia de la lectura.
¡Ahora incluso es posible editar libros para gatos! Sin duda ése es un gran
nicho para los preocupados editores ante los ebooks. Me parece que el debate sobre
la desaparición o permanencia del libro está sobrevalorado, primero, porque se
habla del futuro del libro con la intervención de las nuevas tecnologías cuando este
formato ya es una realidad con sus ventajas cotidianas. Segundo, porque el libro no
desapareció con la imprenta y no tendría por qué desaparecer ahora.
Sin embargo, muchos jóvenes editores también están consternados por el
futuro de su labor. “¿Existe una profesión con un futuro más incierto que el de la
edición de libros?”, se pregunta Mauricio Salvador, editor de la revista electrónica
Hermanocerdo.com en su texto “Un libro es un lugar. Bob Stein y la lectura 2.0”
publicado en la revista Tierra Adentro No. 171. Agrega:
43
Y conocemos de sobra las discusiones: ¿el libro electrónico o el libro impreso?, ¿la
portabilidad del primero o a la palpabilidad del segundo? Una dicotomía que sólo restringe
una definición del libro más rica y con mirada al futuro. (2011, p. 8)
Pero no todos son tan optimistas como él. René López Villamar coeditor de
Hermanocerdo.com adopta, en el mismo número de Tierra Adentro, una postura
mucho más radical y generalizadora. Para él, el futuro del libro y de la lectura
podría encontrar una especie de clímax en la internet:
Autores y editores enfrentan la labor titánica de convertir siglos de cultura impresa a
contenidos digitales. Esto abre nuevas posibilidades, por ejemplo, a que la auto publicación
deje de ser un estigma para convertirse en una opción real, en la que el autor controle por
completo los derechos de sus libros. (2011, p. 12)
Ante esta titánica tarea que, según Darnton, beneficiaría sobre todo a las
bibliotecas de las universidad que no permitirse comprar libros físicos, sobre todo
de corte académico (Darnton, 2003: 358), los editores seguirían siendo una opción
para mediar con los posibles lectores. Sin embargo, quiero hacer hincapié en que el
editor debe relacionarse e involucrarse mucho más con los nuevos contenidos y de
esta manera hacer que lleguen a todos el público posible y para eso hay que tener
en cuenta para qué nos sirve la lectura.
En su libro Cómo leer y por qué, Harold Bloom intenta descifrar un poco esa
calidad inmaterial que se crea al leer a Shakespeare, por ejemplo:
La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es
imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y
puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y
todas las aflicciones de la vida familiar y pasional. (2007, p. 13)
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Me gustaría entonces aclarar que los libros electrónicos brindan la oportunidad de
hacer de la lectura un verdadero espacio compartido. Sirve en un primer paso para
liberar al libro de algunos vínculos a los que se ha atado, como el valor monetario,
la exclusividad y un destino clasista. Yo, como lectora y autora, hay tres situaciones
que he disfrutado enormemente: cuando un amigo me dijo que robó mi libro en la
FIL, cuando transcribí el incipit de la novela El bandido de Robert Walser
publicado Siruela en un sitio gratuito de internet, y el hecho de haber encontrado
Crítica a la razón cínica de Peter Sloterdijk (un libro que vale alrededor de
setecientos pesos) en la red.
No puedo justificar de ninguna manera esas acciones, sin embargo, pienso
en las experiencias de lectura que se gestaron después y es como si ese impulso se
abasteciera a sí mismo. De igual forma que un niño no puede explicar muchas
veces por qué hace tal o cual cosa, la lectura tiende sus propios caminos para nada
más que para su disfrute.
Es necesario alejar esa visión utilitaria de la lectura y hacer que ésta reclame
un lugar indispensable en tantos usuarios como sea posible. Mauricio Salvador se
pregunta:
La dicotomía libro electrónico vs. libro impreso no podía funcionar porque sólo analizaba la
parte superficial de lo que es un libro, un montón de hojas o un archivo electrónico. Lo que
Stein quería responder es: ¿qué es un libro si se piensa desde la perspectiva de su uso por
parte del lector? ¿Qué es un libro como experiencia? (2011, p. 13)
Sobre este aspecto, Harold Bloom también invita a despejar los tópicos y los
prejuicios con los que se moldean los lectores ordinarios:
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Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podemos
utilizar para sopesar y reflexionar. A leer profundamente, no para creer, no para
contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee. A
limpiarnos la mente de tópicos, no importa qué idealismo afirmen representar. Sólo se
puede leer para iluminarse a uno mismo: no es posible encender la vela que ilumine a nadie
más. (2007, p. 27)
El oficio de editor es una especie de médium. Es un heraldo que conecta al libro y a
su autor con el lector específico cuya mirada se rasará con la góndola negra del
renglón. Una vez que tengamos esto en claro será más fácil ir adaptando nuestra
tarea a los nuevos soportes del libro.
El libro ha sido un artículo indispensable en todas las épocas. El historiador
francés Robert Darnton confía en la larga vida del libro impreso:
Desde la invención del códice en los siglos III o IV de nuestra era, el libro ha demostrado
que es una máquina maravillosa: estupenda para almacenar información, fácil de hojear,
cómoda para arrellanarse con ella, magnífica como depósito y notablemente resistente al
deterioro. No necesita que la reemplace una versión más avanzada ni hay que bajarla del
sistema, no requiere de accesos especiales ni enlazarse a un circuito ni extraerla de las
redes. Su diseño convierte al libro en un deleite para la vista. Su forma hacer que sea
placentero sostener el libro entre las manos. Y su utilidad lo ha convertido en la
herramienta básica del aprendizaje durante miles de años, incluso antes de que se fundara
la biblioteca de Alejandría cuatro siglos antes de Cristo. (2003, p. 355)
Esta dicotomía también atañe a los que han vivido más de ochenta años con un
libro en la mano, como es el caso de George Steiner. A diferencia de Darnton,
Steiner teme que los libros impresos desaparezcan, y vaticina que ésta será una
especie extraña, excéntrica y lujosa:
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Pronto, unos nuevos quioscos electrónicos permitirán a los lectores cargar en sus
computadoras ligeras de pantalla flexible todo el material textual o gráfico de su elección.
Penguin pone en Microsoft un millar de clásicos. El “papel electrónico” que acaba de
anunciar Xerox puede ser reutilizado un millar de veces; es posible releerlo, en tanto que
“una varita mágica de búsqueda” permitirá consultar volúmenes enteros con una rapidez
increíble. “El arte de la fabricación del libro, proclama el MIT, estará tan superado en 2020
como lo está hoy el arte del herrero.” Desde luego el libro, tal como hoy lo conocemos, se
seguirá publicando, igual que se siguieron haciendo manuscritos cuatrocientos años
después de Gutemberg. Pero su dominio será cada vez más el de lo estético, el de lo
literario. (2007, p. 73)
Sin embargo, me gustaría atender de nuevo a Mauricio Salvador quien se pregunta:
“Después de esto, ¿debemos perder nuestro tiempo en la dicotomía libro
electrónico vs. libro impreso? ¿Por qué no disfrutar de las bondades de ambos?
¿Por qué seguir siendo lectores solitarios?” (2011, p. 11) Al igual que él, pienso
firmemente que tanto la literatura como la lectura saldarán su continuidad e
historia por sus propios medios. Sobrevivirán de la mano y el libro seguirá
acompañándonos en nuestras mañanas, en nuestros rincones y en nuestras camas
de hospital. De la misma forma, los editores seguiremos leyendo originales,
cazando erratas y revisando las fuentes.
En la semana en que redacto esto, la Universidad de Sevilla reconoció a
Umberto Eco con la distinción honoris causa. En la ceremonia, Eco hizo una
defensa al libro impreso y afirmó que éste es “el mejor modo de transmitir
información”. “El libro de papel es como una cuchara o un cuchillo, una vez
inventado ya no se puede prescindir de ellos”. (Eco, 2011) Una vez escuchado eso,
creo que los editores podemos estar tranquilos.
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Propuesta para el mejoramiento académico
En esta unidad propongo que los alumnos de las competencias editoriales de la
Licenciatura de Letras Hispánicas realicen actividades paralelas al quehacer
editorial. Actualmente, ya se cuenta con prácticas estudiantiles en el ámbito del
libro impreso, el ebook y el pop-up, entre otros.
Uno de los ejercicios que propongo es dar a escoger entre los alumnos que
hicieran un proyecto en sus cuentas de Twitter o Facebook, que establecieran sus
propios criterios editoriales y los cumplieran. De la misma forma, se puede sacar
partido de sitios como Tumblr en donde los estudiantes pueden subir sus propios
insumos y dar un resultado de calidad editorial al final del semestre.
Otra opción es darles una lista de revistas y sitios web de literatura en donde
existen criterios editoriales rigurosos y que, además, puede ser de gran ayuda para
los estudiantes. Ellos también pueden proponer algunas páginas que conozcan.
Una vez que todos los alumnos hayan elegido, podrían darse a la tarea de revisar
esas publicaciones periódicas en busca de erratas, inconsistencias editoriales y
contradicciones; para plantearlas en el aula. Entre estas páginas propongo revistas
on line como Hermano Cerdo, Letras Libres, Vice y los blogs A traquear al zorro,
Cetrería y todos los que los alumnos disfruten leer.
Mi propuesta también incluye la redacción de un ensayo no académico, en el
que se aborden temas como los nuevos soportes del libro, el futuro del libro o el
impacto de las nuevas tecnologías en la lectura. El texto debe ir dirigido a un grupo
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particular y el alumno deberá buscar la publicación de este texto fuera del ámbito
escolar. De esta manera, puede dirigirse a alguna publicación en particular cuyo
tono se empate con el de su ensayo. Para muchos alumnos, ver su texto publicado
“libre de erratas” servirá como una aliciente para continuar con su labor editorial.
Finalmente, propongo la confección de una revista. En grupos de cuatro o
cinco alumnos se deberá idear el nombre y el concepto de una revista que puede ser
editada en formato electrónico, y actualizada cada mes. En esta actividad se
fomentará la premura del ritmo editorial y la búsqueda de materiales novedosos y
que llamen al público lector.
Al igual que con los ejercicios que ya existen en estas competencias, estos
servirán para que los alumnos pierdan el miedo a la tarea de editar. Después de
todo deben aprender a remangarse la camisa para el trabajo sucio. Trabajar con
autores y a un ritmo precipitado son tareas que los futuros editores deben
aprender. Además, una vez que vivimos la experiencia de hacer libros es difícil
alejarse de ella.
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Conclusiones
El presente informe cubrió las labores que realicé como redactora periodística y
correctora de estilo desde 2007 a la fecha. A lo largo del mismo, tuve la
oportunidad de reflexionar sobre los errores cometidos y los obstáculos que
aparecieron a lo largo de mi desempeño laboral, y cómo las habilidades aprendidas
en la licenciatura de Letras Hispánicas de esta universidad, me ayudaron a llevar a
cabo mis labores profesionales.
Dentro de los insumos y herramientas que esta licenciatura me ofreció fue el
primer acercamiento al lenguaje de corrección ortotipográfica y a identificar
criterios editoriales según las necesidades que los textos que se van a editar.
También me proporcionó una visión global sobre todos los procesos de edición del
libro, desde su concepción hasta su manufactura.
Estas habilidades me han acompañado a lo largo de mi breve trayectoria y
han sido los fuertes cimientos de una carrera que apenas inicia. Esta pequeña
travesía incluye ámbitos tan diversos como la edición de textos periodísticos
impresos y virtuales; o la edición de libros y textos de cualquier índole en ambos
soportes.
Tierra Adentro, Milenio Diario, Algarabía, Tusquets Editores México, INBA
y FIL han sido, hasta ahora los medios que me dieron la oportunidad de aprender y
de equivocarme. En cada uno de ellos realicé actividades nuevas y arriesgadas,
algunas las llevé a buen fin; otras fueron un portazo en la cara. Sin embargo, estas
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instancias que trabajan con la palabra como materia primordial comparten algo en
común: creen en la edición, en el cuidado que los textos necesitan. Aquí se abordó
sobre esta necesidad del oficio en nuestro entorno actual.
En este trabajo también se abarcó una pequeña postal sobre el futuro del
oficio del editor, que ahora tendrá más campo de acción en cuanto que el libro es
ahora, un medio expandido, gracias a las nuevas tecnologías. Para ello, se hizo una
propuesta para el mejoramiento académico en donde se sugirieron varios ejercicios
para que los alumnos se relacionen con los nuevos ambientes editoriales.
Sobre todo, este informe ha servido para notar la nueva tendencia de los
profesionales de nuestro tiempo en México: un currículum que brinca de un lugar a
otro, de una labor a otra, lejos de prestaciones de ley, de seguros laborales pero
próximo y fiel al oficio. En este caso, al de la edición y la literatura.
Con un gusto inmejorable, este documento puede leerse, reproducirse y
copiarse completo desde el sitio sisicleta.com en donde también palpitan mis
pequeñas presas: transcripciones random, canciones, videos, fotografías y poemas.
Mi tumblr Fideo en madeja (bislexia.tumblr.com) vive por ahí también, alimentado
de letras y espacios en blanco donde el amor loco recuerda a Breton y tararea, de
vez en cuando, “la belleza será convulsiva o no será”.
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Bibliografía
Bloom, Harold. Cómo leer y por qué. Col. Quinteto. Editorial Anagrama. España, 2007.
Darnton, Robert. El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores
y lectores. Col. Espacios para la lectura. Fondo de Cultura Económica. México, 2003.
Nyssen, Hubert. La sabiduría del editor. Trama editorial. España, 2008.
Reyes, Alfonso. La experiencia literaria. Fondo de Cultura Económica. México, 1983.
Sloterdirjk, Peter. Normas para el parque humano. Col. Biblioteca de Ensayo. Ediciones
Siruela. España, 2006.
Steiner, George. Los logócratas. Col. Tezontle. Fondo de Cultura Económica y Siruela.
México, 2007.
Zavala Ruiz, Roberto. El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección
de estilo y de pruebas. Col. Biblioteca del editor. UNAM. México, 1991.
Artículos
Salvador, Mauricio. “Un libro es un lugar. Bob Stein y la lectura 2.0” en la revista Tierra
Adentro, No. 171, Agosto-Septiembre 2011, CONACULTA, México, pp. 15-19.
López Villamar, René. “¿Cómo será el libro del futuro?” en la revista Tierra Adentro, No.
171, Agosto-Septiembre 2011, CONACULTA, México, p. 7.
Links
• Umberto Eco: Internet es una parodia de la enciclopedia porque también incluye
información falsa. Tomado de ABCTecnología en la liga:
http://www.hoytecnologia.com/noticias/Umberto-Eco:-Internet-parodia/156897
• Ernest Hemingway, The Art of Fiction No. 21. Interviewed by George Plimpton.
Tomado de The Paris Review en la liga:
http://www.theparisreview.org/interviews/4825/the-art-of-fiction-no-21-ernest-
hemingway
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• Franz Kafka. El silencio de las sirenas. Tomado de
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/kafka/silencio.htm
• Michale Kandel. El oficio del editor. Tomado de la revista El Malpensante, en la
liga:
http://www.casa.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=413&
pag=3&size=n
• Ryszard Kapuscinski: El periodismo como pasión, entendimiento y aprendizaje.
Tomado de Infoamerica.org en la liga:
http://www.infoamerica.org/teoria_articulos/kapuscinski1.htm
Bibliografía de referencia
Breton, André. El amor loco. Siruela. España, 2001.
Diccionario de la Real Academia Española consultado en www.rae.es
Chávez Méndez, María Guadalupe. La lectura masiva en México: apuntes y reflexiones
sobre la situación que presenta esta práctica social. Revista Estudios sobre las culturas
contemporáneas. Junio, año/vol XI, número 021, Universidad de Colima. México, 2005.
Consultada en La hemeroteca científica en línea en ciencias sociales, en la liga:
http://redalyc.uaemex.mx/pdf/316/31602104.pdf