Su Juego (Parte I: Dominante) Por Adrián Veroes Condez
1
Su lengua recorrió el rostro del desconocido observador. No sabía su nombre, y sus papilas
gustativas ya iban abrazando cada partícula de sudor en su camino desde el cuello hasta la
frente. Cerró sus ojos y concentró todos sus sentidos en aquel sabor: dulce y salado a la vez.
Aun desconocía su nombre, y mucho menos qué hacía allí, mirándola. Él abrió sus labios –
quizá para presentarse, en un gesto de cortesía. Pero ella no quería cortesía, ni mucho menos
conocer su identidad. Le bastaba con leer el deseo en su mirada. Conocía sus propios encantos
y poder de seducción. Muchos hombres atrás, sin éxito la habían pretendido satisfacer.
Ninguno compartía sus excéntricos placeres, la mayoría no los comprendían, e incluso algunos
los juzgaban. Pero ella, incólume, esperó encontrar a aquel ser que sustituyera a sus accesorios,
intimidantes para los candidatos. Pero al fin tenía en frente al más promisorio de todos. Su
sumisión no era evidente a los ojos de cualquiera, pero ella podía verla claramente a través de
la piel. No hizo falta palabras para la invitación, y media hora después ya estaban solos, en la
privacidad que ameritaba el momento.
2
Desde que cruzó la puerta principal, el ambiente era confortable. Tuvo tiempo de observarlo
casi todo dentro del lugar, mientras ella, con prisa, se dirigió directamente a una de las
habitaciones cerrando vigorosamente la puerta a su paso. Un apartamento típico de una joven
profesional, descomplicada, natural y espontánea. No había orden estricto en ningún objeto
dentro de la estancia. Pero tampoco era un desorden incómodo. Más bien se sintió en medio de
una placentera aleatoriedad. Una mesa de dibujo en el centro del salón llamó su atención.
Lápices de diversas gradaciones, borrador de goma, compases, reglas, escuadras, y otros
instrumentos de medición. Bajo todo aquello, un plano a medio terminar. Todo indicaba que
estaba ante una mujer autorealizada; lo que aún no sospechaba era que le faltaba un aspecto
por satisfacer. Sin saberlo, para eso estaba él allí. Ella sabía todo lo que su invitado estaría
observando allá, pero se preocupó más en ocultar –al menos por un rato más- algunos objetos
de su habitación, que más adelante serían los protagonistas de la escena.
3
El primer y único momento en que las palabras fueron apremiantes llegó. Ella le anunció que lo
estaba esperando y él, lenta y constantemente, entró a la habitación. Desde el baño ella le
observó en silencio a través de la delgada hendija de la puerta entreabierta. Él recorrió la
habitación con la mirada, y ella se percató de lo que él estaría pensando. Después de la
intervención relámpago de la chica, la habitación quedó con un orden forzado, disonante con la
realidad exterior. Pero ella no se preocupó de más. Segundos después él dejó de ver, y ella se
encargó de que comenzara a sentir. A medida que el nudo en su nuca le advertía la venidera
experiencia, la venda hizo presión sobre sus ojos hundiéndolos en sus cuencas. Las manos de la
chica lo sujetaron con fuerza de la camisa y lo dirigieron dominantemente hasta caer sobre las
sábanas. Unos muslos rodearon su cadera, no alcanzó a agarrarlos cuando sus muñecas fueron
atadas con sorprendente habilidad a la cabecera de la cama, escogida convenientemente para
tal propósito. La textura de las telas que envolvían sus párpados y muñecas no era nada
delicada. De un solo tirón su camisa fue abierta haciendo volar cuatro pares de botones en
todas direcciones, y el cuerpo semidesnudo de la chica se inclinó al suyo. La carne y lencería
rozó suavemente su torso, tratando de evitarlo, y la lengua volvió a hacerse sentir. La segunda
vez, solo la punta trazó vacilante un camino desde su pecho, a lo largo de su cuello, directo a su
boca, muriendo allí con un fuerte y doloroso mordisco que lo hizo chillar de dolor al tiempo que
trataba inútilmente de librarse de las ataduras. Pero ni el más esforzado movimiento reflejo
pudo con la firmeza de los nudos. No cabían dudas. Estaba atrapado en su juego, intimidante y
seductor. Lo mejor y lo peor es que no tenía ninguna opción de escapar.
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