YARAVÍ, por Rémy Durand
Quito, 10 de abril de 1984
Presidente de la CCE, Profesor Edmundo Ribadeneira Portada : Oswaldo Guayasamín
ESTIRPE DE TRADUCTOR
por: Francisco Febres Cordero
Su padre —uno de esos seres por cuya epidermis el
tiempo ha resbalado casi sin dejar huellas y cuya alma
reverdece cada día por el abono de la inteligencia— tradujo
para Gallimard a Alejo Carpentier y a Asturias, Y también a
muchos otros de los más altos voceros de nuestros pueblos.
Y su hijo —ese Rémy indómito, nervioso y alto como un
puesto de vigía— ha decidido hoy tomar la posta de su padre.
Traductor.
Y se ha volcado con pasión, con juria, a interpretar
nuestra propia pasión y nuestra propia furia. La pasión y la
furia de un continente que también él siente suyo. Y a cuyos
habitantes ama, por haberlos convivido largamente,
Y su palabra se ha tomado en látigo trenzado con la
propia piel de América. Y su voz se ha hecho rebeldía
correntosa, como el agua que baja desde la cordillera. Y su
poesía se ha hecho barro y cobre. Y sangre derramada. Y
también miedo.
Como una música de rondador, quena o pingullo, su
poesía no tiene tiempo. Si, ritmo y geografía. Y si, también,
dolor.
Y un profundo amor al hombre. Al de todos los días. Al
que recibe el sol en la vereda y orina tras un poste. Al que
gusta pronunciar "le quiero" en el interregno de los besos. Al
de ayer. Y al de mañana.
Rémy, aquí, en este "Yaraví", nos ha traducido a todos.
Sin traicionarnos. Porque sabe que al vaivén de las notas
tristes que el viento esparce, "un árbol late cerca de nosotros.
Grita libertad".
El grito se hace eco, cuyo resonar la historia ya no podrá
desoír, ni los zátrapas condecorados "con un rosario en el
ojal", acallar.
Es la traducción de la palabra al yaraví. Y del ya-laví a la
cueca.. Y de la cueca a la cumbia. Y de lo cumbia al son. Y del
son a la cadera que cimbrea y al pañuelo blanco que se eleva y
vuela hasta llegar. Hasta llegar.
Quito, 12 de Enero de 1984
Primera parte
En el tablero se lee: escarcha,
las aventuras de los que sufrieron los grilletes, un canto que corroe, brazos, apertura de gritos, un promontorio de cicatrices en la cavidad
del látigo.. .
Abro las páginas, y leo:
manos, electrodos; balbuceos, balbuceos,
a compás. Señores, a compás,
con poesía y precisión, en los lóbulos,
con alegría en los ventrículos,
con regocijo en los dedos, en las uñas, en los párpados.
Sobre las muñecas, los álamos.
Entonces el verdugo debe gritar:
si no entre los estertores y los lamentos
nada se entiende.
Entonces el verdugo debe gritar,
pronunciando bien, destacando las sílabas,
cada fonema, con minuciosidad: descarga, pregunta,
descarga, pregunta.
¿Cuál es tu nombre?
¿Con quién trabajas?
¿Dónde vives? ¿Con quién te reúnes? Sin olvidar la intensidad. La intensidad. ¡Fuego! ¡ Tiroteo!
Tenemos miedo. La radio anuncia... Silencio. Alerta. Alerta. Santiago, capital de tantas manos, hoy la sangre, la tosferina, argollas, maleficios, muertes, muecas del corazón que revienta, ruinas y escorias, brea y alquitrán, hachas, puñales, metrallas, para que nadie sepa, para cerrar caminos
en silencio.
Quiero escribir la rebeldía, y llevarla a la punta de la mirada,
con ojos como palabras desorbitadas. Se abren las fosas comunes,
aparecen las armas, los garrotes, los ficheros. Alerta, alerta deshilachan la piel, para que griten
y para conocer sus nombres
los descejan.
Condecoremos al Señor Presidente con un osario en el ojal.
Alerta, alerta,
te llamas Santiago,
deletreas:
huelgas, subversión.
Ellos dicen: "entierren sus palabras
para que no se conviertan en testigos".
Para hablar de la ciudad
no necesito figuras, ni metáforas, ni símbolos:
por cada ventana pasan las explosiones,
los estallidos, los degüellos.
En el Río Mapocho, flotan dos cadáveres,
gritos de alas de las aves andarinas. ...
En la parálisis de los días
se perciben las destrozadas memorias,
se multiplican los estruendos,
se vuelve difusa la mirada.
Compañeros perpetuos,
no quiero escribir poemas
que se conviertan en moscas atrapadas
en viscosos popeles.
Sólo entre mis labios y esta caricia
el olvido sin imagen.
¿Para qué sirve la metáfora en este instante
de círculo?
Recuerdo: un horizonte de versos ladra.
No hay equilibrio, nadie deshace las arrugas
del día.
Las semanas tienen fétido aliento.
Escaleras calvas, inertes. No acepto el tiempo de vómitos. Muchos libros ardían, y las gaviotas de Talcahuano se sofocaban. Sexto piso en lo alto de los mares, segundo edificio a la derecha de los sepulcros, doscientos muertos hoy,
última rama de los ahorcados.
Sueño tu cuerpo, cercado por enemigos que acechan mis deseos. Bajo terror escribo. Un hombre, allá, en el latido de su dolor. Muecas. Entonces, quiero acercarme.
Vivimos, mientras el reloj de arena descarga bombas.
¿Cuántos se repliegan en la ausencia?
No se puede admitir que se cierren los ojos.
Los hombres escupen lo que les queda de luz, para asumir mejor la indiferencia.
Silencio y abandono miden entonces el cuerpo. Se quebrantan los pasos.
Aquel se admira en pintorescos onanismos,
otros cierran su puerta.
¿Sabes, Julián, que el garrote es un pedazo de madera
que se introduce en una cuerda
para apretarla, retorciéndola?
¿Que, por extensión, es una ligadura que sirve para
comprimir la arteria principal de un miembro
para impedir la hemorragia?
Julián, por extensión es un suplicio, o un instrumento
de suplicio,
una especie de collar de hierro
estrechado por un tornillo para estrangular.
Se dice: dar garrote, garrotazo, garrapata que es insecto,
garrotillo que es enfermedad,
garrulería que es mentira, mentira.
Rápido, Julián, tus imágenes de cuchillo para derrumbar esta apatía
que se abre como rancias cortinas.
Colocar los electrodos. Apartar la piel.
Dolor. Arco eléctrico. Muerte.
Mujeres violadas con barras.
Las imágenes no serán estériles.
¿Y las cicatrices?
¿Y los verdugos?
¿Y las viñas y los vinos largos de miedo?
¿Y el temor y el desaliento de árboles unicolores?
Las brasas acogen una manzana, brotes de ceniza viva la abrigan,
con un trago de impaciencia.
Chasquidos de la leña. Me fugo,
y la manzana sobre la mesa aguijonea
sus aureolas,
o se adorna de finos encajes.
La leña acaricia las piernas, los dedos. Avanza
hasta el vientre, se deja cercar por el cuchillo, donde el mordisco hace estallar finas
vertientes rubias.
Maduró de repente la manzana,
bebió la fina piel. Simultáneamente
con vuelos rasantes,
dos pájaros de picos y plumas humedecidos,
vienen a morder las tintas odoríferas,
como si nacieran en el fondo de los úteros. El amor
no puede esperar.
Escucha: en Santiago y en otras partes el mismo fuego....
Escucha: el mismo fuego en Santiago... . "Divirtamos al Comandante: cantemos!".
Ráfaga. Mano cortada. Un beso. Te quiero. Lo ignora el fuego.
¿La eternidad, la eternidad en la cama carcelaria?
Piernas que se abren como libro al viento
y sabe mi mano reconocer este temblor.
Es locura mirar el fuego hasta extraviarse de sueño. No habrá fuegos artificiales: esta noche degüellan. Están cavando mortajas de lechuzas. El corazón detiene la sangre. La sangre lo empareda. "No pensaba, dijo el General, no pensaba que este mal parido resistiera tanto..." Y en la escalera del ojo, una araña rechaza la agonía. Está tejiendo bocas y labios, apiñando la muerte, dibujando manos sin piel, piernas altas, plegadas, claroscuro de la audacia, para morder hilos de sangre.
En el granero de los recuerdos, repitiendo el tiempo,
la araña niega la muerte.
Sus hijos descansarán en la punta de los labios,
pintando las risas.
Bordada de esqueletos, una mujer demacrada. No gritar.
Penetrada por muecas o por el desfile baboso de la violación. Las miradas nos estrechan como un guante
muy pequeño.
Somos prófugos: la misma soledad, inmediata.
Bajo los arenales, una maldita hibernación.
Tortura a cámara lenta.
La hora: el minutero registra el fraude.
Cae el cansancio, y cuidamos la poesía como filodendros.
Aprenderemos de nuevo
las palabras,
los pasos,
los sonidos. Ellos construyen torreones,
calabozos y mazmorras.
¿Qué frases serán condenadas ahora?
¿Qué poesía?
La muerte fue su primera palabra de amor.
Látigo que se termina en ganchos
o bolas de metal.
Coreografía de armas y uniformes.
Discurso del General:
"Les construiremos almohadillas de fatalismo, y
almohadones de superstición.
E Iglesias, iglesias, y Estadios, estadios, estadios".
Ochenta mil muertos. Eclipses. No hablan de esperanza.
Déjenme la tesitura de las imágenes
y la oscilación de los fonemas.
Olvidos. Uniformes. Manos de crin. Beneficios, calumnias, órdenes, órdenes. Masacres. Corruptores, dioses, Mobiloils. Trenes bajo senos publigigantescos o vómito de los soldados. Décima clase de los trenes de seis coches y veinte ahorcados.
Palabras soldadas a golpes. Juego de palabras: voluta del cigarro con este olor fétido de tabaco que oxida. No escribiré cómo uno se abre las venas, sino cómo se dilata la mirada. El ave se pone en las cantafábulas como un autómata estéril. Un hombre: entre dos espejos. El primero
está clavando un pasado de melodías desafinadas. El segundo araña su futuro
los ojos enguantados en reflejos; su voz cruelmente atrincherada, va repitiendo:
"las nubes, las lunas de bayonetas… Catedrales. Misterios. Misticismo de gran
tonelaje. Pimienta en las heridas, para que
chisporrotee la llaga.
Catedrales que lanzan el cantollano de la obediencia
y de las reverencias.
Con profusiones ornamentales.
Y tantas gradas que subir...
Para agradecer, para saludar respetuosamente... Digo: se necesita una absoluta, completa
interdicción de olvido.
Digo: ¡no se necesitan las tachaduras ni los borrones
de los poetas yerbillenos.. ni los repeluznos de borrachos!
¡No queremos esa cuchilla de gorrión postizo
que se rezaga en los burdeles del lirismo!
Manantiales de trampas. El sueño se aterra a zarzas y escribo estas palabras como juego de exorcismo sangre, sangradura, sangría, sangradera, sanguijuela que es persona que vive y se enriquece a costa de otros,
sanguinaria, sanguinolento,
sanguinario, sanguinario,
insecto que se sirve de su aguijón
con erecciones de Bancos de Desarrollo,
de Fondo Monetario Internacional,
Isla Dawson, Bachelet, Almeyda, José Toha,
Víctor Jara, ayuda de ochocientos mil dólares al gobierno
militar, proyectos agrícolas, crías del ganado o de horcas o de lanzallamas y de lanzagranadas. "Reconciliación sincera, porque se trata
de un pueblo que
sufrió y que sufre, nuestro sentimiento de inmenso amor
profundamente y con inquietud…”
de la misma fuente recibiendo el nuevo Embajador en el Vaticano.
Celda de doce metros cuadrados, muros blancos, luz permanente, silencio. Uranio, petróleo, hierro, carbón, estaño, manganeso, niños de terracota con trocitos de vidrio o de cloro en la leche.
La niña asomaba sus labios al mercurio de su muerte.
Su cráneo está cerrado con opérculos.
Cruje la cicuta. El General
hojea sus oraciones,
una mano seca entre las páginas.
Azucara su té con los metrónomos cotidianos del miedo: cesura de ombligos, lúgubres defecaciones,
mondaduras de cabellos.
Una lluvia de punzones muerde los ojos, cavando pestañas de mugre.
La sierra cortó los perfumes.
Cuatro mil setecientos prisioneros ordinarios.
Quince tenían menos de diecinueve años,
trescientos setenta murieron en cautiverio.
Panes de cinco centímetros de largo. Quinientos
en Iquique, en la Serena cuatrocientos
cincuenta y
más de seiscientos en el Estadio de Concepción.
Ochenta y cinco decibeles, quinientos cincuenta en la Isla
de Quiriquina
barco-prisión Lebu, láminas de metal.
Se pierde la noción del tiempo.
Los hombres hablan un idioma de insomnio.
Los barcos entran en el puerto
con un cargamento de alambres y de perros
que ladran sus luces de rojo intermitente.
¿Qué grito me espera en la memoria de otros poemas?
Las moscas palpan el ojo amarillento,
caminan por la pupila, rasgan la retina, capturan el cristalino,
sacuden la córnea donde múltiples asaltos
acaban por aflojar el músculo orbicular.
Los que van a la isla no regresarán.
Tendrán ojos fijos como muñecas.
Segunda parte
Insólito combate, la noche, la playa.
El caballo rompe el cabestro.
Rapto de flores, vigilia de un encuentro...
El delirio coincide con el grito,
doble desvarío,
y miras el verano que se aleja
y pierdes el rumbo de las sabanas,
y rompes el fuego, las sonrisas.
El día se tiñe de sacudidas:
temblor de continentes, huracanes.
Naia, desnuda, reniega el ritmo, los cantos,
sus labios vibran: silencio de árboles...
El mar ignora los amores perdidos. .. Alga
o luz, Naia de lágrima parda,
en el viento de los recuerdos
voy buscando la eternidad.
Siluetas marinas, un oleaje transparente.
Se pierden las notas en un pedregoso anochecer.
Entonces
me asomé a los límites de tu cuerpo, entre
múltiples lluvias
y luces diseminadas.
La mandonila desgrana los arenales, el mar
llama a la puerta.
Nos envuelven brumas, risas sarcásticas,
hormigón altivo.
Buscas el sol
donde fijar el pasado: se desmigaja
la sangre.
Ardió la playa. Conoces la ternura del agua transparente?
Una guitarra arpegia la soledad.
Las gaviotas te siguieron, y se posaron en tus manos abiertas.
Has muerto. Las arenas no florecerán y las gaviotas que sobrevuelan
tu cuerpo velan tu ausencia.
Te quiero al amor del agua.
¿Has visto los pájaros que se levantan como un vuelo de nieves
como los recuerdos en la rueda del trapiche?
Las palabras gesticulan en silencio,
con múltiples disfraces y mentiras aullantes.
Naia: al son de una guitarra de vidrio,
labios de vidrio olvido que se quiebra en mil Andalucías... .
Tu mano atraviesa tristes palmerales,
el pliegue del viento, sus saetas de soledad.
Las risas contraen sus dientes:
la soga mece su grito.
Noche-luna. La ecuación de tus labios en el solar del recuerdo.
El destino latente en las ramas del boabab y en la corteza el manantial de la angustia.
Las piedras se desplazan en una marcha lenta,
con la risa del tambor tatuado
que hechiza las manos
y los cuerpos con la risa del tambor en una noche de
buganvillas.
Te despliegas como un paisaje.
Mi embriaguez ronda
cuando resuenan las redes de la amargura,
cuando la noche habla un lenguaje de piedra,
cuando las flores deshacen lágrimas
de pájaros vivos.
¡Noche desnuda,
de luna sin señales, fronteras de pájaros muertos!
¡Viento del pensamiento moribundo!
Acuérdate: la liana
color de grito
entró. Después, el silencio.
Y me contaste el lamento de la palmera
un grito que arrojaron a la calle,
atado al mástil en lo vivo de una crispación.
La palmera lanzó sus riendas a los incendios
y no dejó de afilar sus cuerpos para aprender
el secreto de los astros
y el secreto del mar.
La palmera cierra sus ojos
y entona el canto de la conquista
porque no quiero morir, y el canto del descanso porque no quiere de la piedra la crudeza.
Cuando pasas las piedras se arrodillan y la palmera siente su corazón ir más despacio,
sus latidos más escasos confundirse con el susurro del mar.
La palmera aplaca sus cenizas,
las lleva al viento. Se pierden en los sueños,
y subes, multicolor, a través de esta agua milagrosa. Lo sabes: un cielo ingenuo
escribe el poema de tu memoria.
Nos llega una melodía
como una espada desnuda,
que destruye las leyendas,
degüella a los cuentistas,
petrifica los ríos,
falsifica las fragancias,
traiciona la esperanza.
El invierno escupe sobre las sonrisas. Un perro ladra. Un hombre pasa.
Una barca atraviesa mis ojos: una huida de cuervos con manchas inyectadas en los párpados, y corredores de laberintos sin escape. Espectro de una sonrisa que vocifera.
Una página blanca me mira.
Ojos punzantes, hojas aguzadas, puntiagudas. Miro la página, sus pañuelos de seda ventolina, sus animales claudicantes, sus ojo
de fragancia, a través de líneas, tildes, estrías y espacios
burlones,
teatros íntimos jabonados de sustos.
Entre las veredas de las ventanas,
me brinda sus alcoholes con hipócrita indulgencia,
ásperos remordimientos, manuscritos y reliquias.
Los árboles desenterrados me aprisionan en el anhelo de escribir,
de canjear secretos, sementales,
calles sujetas por un fulgurante vuelo de alba.
Su primera mirada anunció: entrada libre.
Persiguió fuegos de ciervas prófugas,
herido mortalmente en su locura de vivir.
De repente se acuerda del tiburón ahogado
en la playa,
repetido ahora en el trigal; esa imagen de la amiga poeta,
fragmentada, para dejar paso a la muerte,
para menguar la distancia
entre tus labios y otros cuerpos:
sendas que navegan, cantos del deseo.
Desaparece la insólita mirada del escualo
como si la viera a través de un trigal naciente, como si se convirtiera en el capricho
de los oleajes
en risa, sonrisa, mueca, alteración.
Una mirada triunfante: vocablos que traicionan, arenas afiladas
que culebrean, que se enrollan y aturden mis poemas.
Día de verano. Bajo los mangos. ... Eres poema y te enlazo azulina. . . Soplan los vendavales. Ojos, risas y carcajadas. Brindo por estos licores mendigos, cuando no queda más que un silencio
invernal.
Y estos poemas del peligro
que me hieren la garganta. . . a solas
con las siete llaves de una súplica indescifrable. Tamboril de días rancios,
que carcomieron las banderas.
La tierra se marchita por el vaho espinoso,
por la absurda miseria de los niños.
Los árboles se disfrazan de títeres y de verdugos, construyendo horcas y látigos.
Una caricia, efímera y violenta. Cuello cristal del rocío. ¿Qué me importan los mangos, la arena,
las cejas
y los cabellos? Prohibieron el vino de las barricadas. El cansancio, la muerte, los niños
fusil en los ojos...
Hoy, la guerra cae como la noche.
A las ventanas se asoman las pestilencias
y el grito de los garrotes.
Los sueños agrietados, la luna prisionera.
La alegría no vendrá, con su larga migración de abejas.
Hombres de manos amordazadas.
En el país del miedo, la cometa vuela
entre cuchillo y mar.
Tenemos que vengarla. Ciudad amurallada por
grietas, tijeras, cuchillas,
ciudad sitiada en un abrir y cerrar de alas
maniatada por cordones, trencillas,
cuerdas, tiras, cintas,
obreros, prisioneros, telarañas: un largo desfile
de ministros blandiendo ley de muerte,
de ira mentirosa, de ira negra iracunda.
En una extraña casa blanca
el lago escribía su tumba
al hilo de sus muertos
al curso del Mekong.
Cuatro estudiantes fusilados
por cantar
la transparencia del día. Una mirada de niño torciendo veinte años de guerra....
Un árbol late cerca de nosotros. Grita libertad.
Un poema despedazado
se balancea al viento, amor desarraigado
de la memoria de los hombres.
La sal en la herida; una estaca, un anzuelo de granito,
cuán poderosa puede ser la voz humana... .
En los ojos del hombre que aún vive
sembraron la hormiga del odio.
Y fueron cercadas las playas,
y fue prohibido acariciar la arena,
sin piedad mataban a quien se atrevía
o lo ahogaban con cal y yeso.
Muy lejos en las grandes playas de deseo y sueño
se desplegaban los movimientos de huida las miradas de súplica en la lejanía, y los gritos de las gaviotas en las rodillas del mar. Las siluetas invasoras del otoño moribundo
se extendían en amplitudes, volúmenes y caudales.
Cuatro sombras la horadaron con sexos de basooka. Cómo tiemblas, sabes, cómo tiemblas. . . La sangre cae como nieve. Las piedras tienen ganchos para ahorcar las vocales. Vestido de banderas apolilladas:
una ráfaga de caminos ametralla mis terrores. Nacimos por la luz, para alojarnos en los intersticios de
la violencia. Quisiera conducir mi marcha hacia tus labios
para negar el desembarco de escalpelos,
cruces y bombas: nieblas donde se ríe un poema, un vaso de matarratas en la mano.
¿Tendré tiempo para la soledad?
¿Para el musgo, para la locura?
¿Tendré tiempo para los amores,
¿tendré tiempo para la grieta, los presentimientos,
la siembra
el desierto
las algas? ¿Tendré tiempo para el recuerdo, para el pesar,
para la pena de tu cuerpo
para la lluvia?
¿Cuartos de violencia donde se dejó, en la puerta, la tristeza?
Rémy Durand, nació en Caracas, el 12 de abril de 1946 de
padres franceses. Cursó sus estudios primarios en Caracas y los
secundarios en Sceaux (Francia) y en Dakar (Senegal). Hizo
sus estudios universitarios en la Universidad de Dakar
(Licenciatura en Literatura Francesa) y en Aix-en-Provence
(Maîtrise es Lettres y CAPES). Durante dos años fue profesor
en un colegio de enseñanza secundaria de Brignoles (Francia).
En 1974, va a Bogotá como Profesor de la Alianza Francesa y
Director de Actividades Culturales; en 1978 es nombrado
Director de Cursos de la Alianza Francesa de Nueva Delhi, y
en 1982 Delegado General de Alianza Francesa en el Ecuador.
Rémy Durand creó en español "Yaraví", una serie de poemas,
basados en tres poemarios publicados en francés., en París:
"A la nue accablante" (1970). "Sensiaires" (1974)
con un Prefacio de Miguel Ángel Asturias y
grabados de Pierre Lance.
"Chiliades" (1976) con grabados de Antonio
Camacho Rugels.
Editados por la Editorial "Saint-Germain-des Prés", París
DIVERSOS COMENTARIOS SOBRE LAS OBRAS
POÉTICAS DE REMY DURAND:
'"Las imágenes, en la obra de Rémy Durand, se rompen como
la espuma de las olas, caen como la nieve, para expresar los
soplos de la tierra y del mar, la luz de África, el amor de
Naia. Esta poesía es como un país natal y un idioma
materno".
Raymond Jean
en "Argus de la Poesía Francesa".
Febrero de 1972, N° 2.
".. .Y me gustó su poesía en la que he encontrado como un
eco del gran St.-John-Perse. Eco no quiere decir influencia
sino extensión o vía paralela. .. Lo que usted debe al mundo
expresivo y violento de América Latina, se percibe cuando se
le lee en voz alta".
Marc Blancpain,
Carta al autor, 27 de octubre de 1975.
"Asturias, en el Prólogo, puso el dedo en la llaga, al señalar
en su poesía la presencia de nuestra poesía latino-americana,
barroca y desmedida. Es más esta presencia ha contribuido en
su libro al nacimiento de un idioma completamente nuevo en
la poesía francesa actual… Su libro trae realmente un soplo
desconocido entre los jóvenes poetas des expresión
francesa”.
Joao Cabral de Melo Neto, Carta al autor, 28 de
noviembre de 1975
“He leído el texto de un tirón, y se me han quedado muchas
imágenes y un puñal en la llaga”
François-Marie Pons, Carta el autor, 4 de agosto
de 1976
“Mi agradecimiento efusivo, estimado Rémy Durand, por sus
poemas de sangre, de fuego, de alma, hechos a propósito para
disgustar a los parlanchines y enjuiciar la palabras”
Jean Rousselot, Carta al autor, 30 de marzo de
1975
RÉMY DURAND, UNO DE LOS NUESTROS
“No soy crítico. Soy catador de poesía. Oír, leídos en alta
voz, los poemas de Rémy Durand y sorprender en ellos
resonancias a nuestra poesía latino-americana, es un ejercicio
que me complace. Durand es casi un tropical por
temperamento anímico lo es, cuando adjetiva o cuando cita
los elementos vivificadores de tierras que quema el sol, de
noches cabalgadas de sueños, lo florido y lo frutal.
Es otra, en el trasfondo de su poesía, la naturaleza de que
hace gala en sus versos, la naturaleza de las zonas tórridas, y
otra su tertulia poética de infinitos que se mueven entre lo
real, lo soñado y lo telúrico… Rémy Durand, bueno es
quedarse ya con el nombre del que se afirma como poeta con
ese resonar de mundos desaparecidos, de mares, de océanos,
islas, sin por eso olvidar la utilería de sus instrumentos
verbales; a él de seguir cantando y a nosotros el escucharle
un poco como uno de los nuestros que escribe en francés”.
Miguel-Angel Asturias, Prólogo a “Sensiaires”,
enero de 1974
“Su canto de rebeldía también es un canto de amor y de
esperanza… Y su fe en el hombre y en Chile se torna por eso
más conmovedora”
Leopold Sedar Senghor, Carta al autor, 1° de
diciembre de 1976
“Gracias por sus dos libros que he leído con avidez… Hay
una exuberancia tropical en su poesía. Me ha conmovido.”
Philippe Greffet, Carta al autor, 30 de junio de 1979.
"Y decir, estimado amigo, que había dejado dormitar su libro
debajo de un montón con todo su peso dé torturas y de
sangre. Estoy avergonzado porque éste es realmente el estilo
de poesía que me desgarra, me pide. Estoy K.O. bajo esta
palabra esculpida a puñetazos, ¡qué hermosa violencia la
suya! Entiendo el homenaje que Asturias os rindió. Entiendo
sus referencias a Artaud, a Neruda. Y para acompañar un
texto tan hermoso, tintas tan desgarradas como sus palabras
de un artista cuyo talento está en perfecto acuerdo con su
voz".
Jean l'Anselme,
Carta al autor.
"Chiliades" es un hermosísimo canto; vibrante por la sangre
de los hombres y por las lágrimas contenidas",
Jacques Doyen,
Carta al autor, 10 de febrero de 1983.
(Jacques Doyen, declamador de poemas, ha recitado. "Chiliades"
en varios teatros de Francia)
Top Related