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Apuntes Historia Moderna de España I: 1469-1665 Temas 1a 17
Historia Moderna de España I: 1469-1665 (UNED)
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TEMA 1: “LA MONARQUIA DE LOS REYES CATÓLICOS”.
LA UNIÓN DE LAS CORONAS.
El 19-10-1469, Isabel, heredera del trono de Castilla, contrajo matrimonio con Fernando, hijo y
heredero de Juan II de Aragón. Este matrimonio produjo la unión de las dos Coronas, surgiendo es
esta unión dinástica progresivamente la España moderna. Fernando e Isabel, que heredaron unos
reinos difs. y hostiles entre sí, quebrantados por las luchas sociales y políticas, dejaron a sus
sucesores Habsburgo los elementos necesarios para la creación de un Estado-nación unido, pacífico
y + poderoso que ningún otro de Europa.
Pocos los habrían augurado tan favorables perspectivas en 1469: por un lado, debían tener en
cuenta la feroz hostilidad de Enrique IV, partidario de una alianza castellana con Portugal o Francia;
por otra parte, había quienes apoyaban los derechos de sucesión de la hija de Enrique, Juana, cuya
legitimidad estaba en disputa pero a quien Enrique reconoció como heredera. Las guerras civiles
habían determinado que los 2 reinos se vieran sumidos en una situación de ruinosa anarquía.
Cataluña había debilitado a la C. de Aragón en el curso de una guerra con su monarca (1462-1472),
intensificando su decadencia econ. y perdiendo parte de su territorio (a manos francesas). En
Castilla, la guerra civil fue + prolongada (1464-1480), la agresiva aristocracia no sólo desafiaba a la
corona sino que la controlaba.
Fernando e Isabel consiguen la legitimación de su matrimonio, el trono de Castilla a la muerte de
Enrique IV en 1474 y la unión de las coronas de Castilla y Aragón cuando Fernando sucedió a su
padre en 1479. Sólo Navarra y Granada quedaron fuera de la unión, Navarra como reino satélite de
Francia y Granada como reino moro independiente. Portugal –cuyo monarca había contraído nupcias
con Juana, apoyaba sus derechos y aspiraba todavía a apartar a Castilla de los reinos orientales de
la penín.- fue derrotado en la batalla de Toro en 1476.
Los dominios de los RRCC. contaba ahora con un gobierno único bajo la misma dinastía. Por el
acuerdo de Segovia de 1475, Isabel quedó a cargo del gobierno interno de Castilla, mientras que
Fernando se especializaba en la política exterior y ambos participaban en la adm. de justicia. Cada
uno de los 2 soberanos participaba activamente en los asuntos de los reinos del otro, en ocasiones
conjuntamente, a veces por separado, pero generalmente de mutuo acuerdo.
El hecho de que Castilla se convirtiera en el socio dominante no fue fruto de un nacionalismo
estrecho, sino que contaba con el apoyo total de Fernando. Castilla contaba, desde el punto de vista
geográfico, con la ventaja de su posición central, de la extensión de su territorio, y de su superioridad
humana (4’3 mill. de habs. de una pob. total de 5’2 mill.). Estos hechos, junto con la pobreza de los
estados del este penin., otorgó a Castilla la posición de líder natural de la unión y la convirtió en la
base de operaciones de la corona, tanto + cuanto que sus leyes e instituciones no limitaban la acción
real con los obstáculos que existían en los reinos orientales. En las capitulaciones matrimoniales,
Fernando había jurado residir de forma permanente en Castilla y no salir de ella sin el acuerdo de su
esposa. Gobernaba, pues, sus reinos por medio de virreyes y a partir de 1494 con la ayuda del
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Consejo de Aragón que, a pesar de que todos sus miembros eran representantes de Aragón,
Cataluña y Valencia, tenía su sede permanente en Castilla, donde se hallaba bajo la influencia
directa de la corona y la corte.
Fernando e Isabel dieron a España un gobierno único pero no una adm. común. La unión de las
coronas era personal, no institucional, y cada reino conservó su identidad y sus leyes; eran
soberanos de sus propios reinos + que monarcas de España, hecho que quedó patente a la muerte
de Isabel, cuando Fernando tuvo que abandonar Castilla y los 2 reinos volvieron a llevar una
trayectoria separada durante un breve período. Las difs. institucionales se expresaban en la
existencia de sists. jurídicos y de Cortes separados para Castilla y Aragón. Incluso en la corona de
Aragón había cortes separadas para los distintos estados componentes. En Castilla, además del
sist. jurídico castellano, existía el de las provs. vascas, que tenían también su propio régimen
consuetudinario y, tras la anexión de Navarra en 1512, el de Navarra.
Así pues, la unión de la corona sólo fue el comienzo de la unificación de España. Quedaba
todavía por hacer la tarea de asimilar e integrar los difs. estados y en su realización Fernando e
Isabel se mostraron + vacilantes y menos absolutistas de lo que se piensa muchas veces. Es cierto
que a la hora de poner en práctica una política común, RRCC podían utilizar los recursos conjs. de
sus difs. estados, especialmente de Castilla, que poseía el instrumento + eficaz de unificación: una
monarquía potencialmente absoluta, sin la cortapisa de unas instituciones representativas y
dispuesta a disputar el poder a la nobleza. Esto les otorgó los medios de constituir un Estado
nacional y, en último extremo, un imperio. Pero era necesario organizar esos medios y encaminar a
sus súbditos hacia unas vías nuevas a las que no estaban acostumbrados. Pero, ante todo, tenían
que imponer su autoridad en Castilla.
EL FINAL DE LA RECONQUISTA: LA GUERRA DE GRANADA.
La unión de los 2 reinos + imps. de la P. Ib. originó un núcleo de poder que una vez organizado en
su interior comenzó a extenderse. La fusión de los ideales religiosos y políticos resucitó el espíritu de
cruzada contra el Islam, sin Granada la reconquista estaba incompleta y España desmembrada. Fue
básicamente una empresa de Castilla pero que tuvo la colaboración material de Aragón, Cataluña y
Valencia.
La lenta conquista del emirato musulmán de granada (1482-1492) constituye un elemento central
en el reinado de los RRCC. En su fase inicial la guerra se planteó como un incidente + de las luchas
de frontera. Las 1as. acciones fueron llevadas a cabo por la nobleza andaluza, aunque pronto la
Corona demostró su voluntad de acaudillar una contienda generalizada. Los progresos cristianos se
vieron favorecidos por la guerra civil existente en Granada entre el emir Abul Hassan y su hermano y
sucesor Mohamed Al Zagal de una parte, y el hijo del 1º, Boabdil por otra. Sobre todo cuando
Boabdil cayó prisionero de Fernando 2 veces y aceptó un tratado de protectorado (1483),
convirtiéndole en un aliado de los castellanos contra Al Zagal. En 1485 la capital del reino se había
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dividido entre los partidarios de ambos príncipes, y al año siguiente Boabdil se enseñoreó de toda la
ciudad mientras su tío se retiraba a las comarcas orientales del reino.
La evolución del conflicto, que no se inició con muy buen pie para los cristianos, estuvo marcada
por el asedio y toma de diversas ciudades: Alhama (1482), Ronda (1485), Loja (1486), Málaga (1487)
y Baza (1489). El asedio de las últimas ciudades fue muy duro y tuvo consecuencias inmediatas
distintas. La caída de Baza fue seguida por la rendición de Al Zagal en condiciones bastante
generosas. Quedaban únicamente los dominios de Boabdil, centrados en Granada. Según los
acuerdos de los tratados anteriores debía entregarlos a los reyes de Castilla, pero el último príncipe
nazarí continuó la resistencia. El sitio de Granada a lo largo de 1491 agotó la capacidad militar
musulmana. En enero de 1492, Boabdil entregó la ciudad a los RRCC.
Con la conquista de Granada también se lograba asociar pueblo y nobleza, y Aragón y Castilla.
Fue posible gracias a una considerable movilización militar. Los reyes lograron disponer, en algunos
momentos, de unos 50 mil hombres. Los nobles mandaron a sus propios hombres. Este esfuerzo
militar fue costeado gracias a las concesiones papales, a los subsidios de la Hermandad y a las
contribuciones especiales impuestas a judíos y musulmanes en Castilla. Las campañas granadinas,
también, servirán para formar el ejército castellano moderno (progresos en las técnicas de infantería)
que después combatirá en Italia, y dar a conocer un nuevo general, Gonzalo de Córdoba, así como
para reforzar la adm. y fiscalidad estatal.
Las condiciones de la rendición de los musulmanes se consideran bastante generosas. En líneas
generales, las capitulaciones acordadas permitían la conservación de la religión islámica, sus usos y
costumbres e incluso autoridades propias. Pero a pesar de esta normativa general los musulmanes
fueron expulsados de las ciudades excepto en Granada. Las clases altas prefirieron emigrar al N. de
África; así lo hicieron Boabdil y Al Zagal. También se prohibió a los musulmanes que vivieran cerca
de la costa. Los musulmanes de Granada fueron sometidos a una elevada presión tributaria, con
impuestos especiales. Probablemente Granada habría permanecido en paz y razonablemente
satisfecha con sus nuevos gobernantes, de no haber mediado la cuestión religiosa. Hernando de
Talavera, 1er. arzobispo de Granada, se mostró siempre escrupuloso en los acuerdos de 1491.
Según él las conversiones debían conseguirse mediante la predicación y la instrucción, lo cual
requería que el clero cristiano aprendiese árabe y tratase de comprender las costumbres de la
sociedad encomendada a su ministerio.
Cuando la política de Talavera estaba obteniendo algunos éxitos notables, encontró una fuerte
oposición en varios de sus colegas cristianos a quienes el ritmo de la conversión parecía demasiado
lento. El principal defensor de una política + dura era el arzobispo de Toledo, Cisneros, que llegó a
Granada en 1499 con los RRCC. La acción de Cisneros provocó una revuelta en el barrio granadino
del Albaicín, como consecuencia de la cual los musulmanes fueron forzados a convertirse. La
rebelión prendió en las comarcas montañosas del reino, en las Alpujarras y en la serranía de Ronda
(1500-1501). La resistencia fue dura y tuvo que acudir el propio Fernando. Tras la victoria se forzó a
los musulmanes granadinos a convertirse al cristianismo o a emigrar; estas medidas equivalían a una
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conversión forzosa (1501). La misma medida fue aplicada a los mudéjares de Castilla (1502), pero
no a los de la corona de Aragón. En adelante toda la pob. de Castilla era oficialmente cristiana,
aunque se distinguió a los antiguos mudéjares con la denominación de moriscos. Con todo, durante
la 1ª ½ del S. XVI se mantuvo en Andalucía un precario compromiso, según el cual los moriscos,
aunque cristianos en teoría, seguían siendo musulmanes en la práctica y el Gobierno se abstenía de
hacer cumplir las pragmáticas publicadas en 1508, por las cuales se prohibía su vestimenta y sus
costumbres tradicionales.
LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS.
La expulsión de los judíos fue la culminación de la ola de antisemitismo que cubrió la Penín. en la
Baja E. Media. Durante esa época la comunidad judía había desempeñado un papel de 1er. orden
en la vida cultural y econó., tanto de Castilla como de la C. de Aragón. Mientras otros Estados de la
Europa occ. habían expulsado a sus judíos, éstos seguían siendo tolerados en España. Durante la
epidemia y los años críticos de mediados del S. XIV, sin embargo, su situación empezó a hacerse +
inestable. Los predicadores alimentaban contra ellos el odio popular, que llevó a los motines
antijudíos que se extendieron por Castilla, Cataluña y Aragón en 1391. Para salvar sus vidas
muchos aceptaron el bautismo y, hacia el final del S. XV, estos judíos convertidos igualaban y quizá
superaban en nº a los que seguían fieles a su religión.
En las 1as. décadas del S. XV, los conversos llevaban una vida difícil, pero no sin provecho. Su
riqueza les dio entrada en el círculo de la Corte y de la aristocracia, las facciones políticas enemigas
se disputaban su apoyo y algunas de las + imps. familias de conversos contrajeron vínculos
matrimoniales con las de la alta nobleza castellana. Pero precisamente su poder e influencia como
financieros, adms. o miembros de la jerarquía eclesiástica tendieron a engendrar resentimientos y
suspicacias. El antisemitismo, alimentado por los antagonismos sociales, estaba pues
peligrosamente a flor de piel y en algunas ocasiones estalla como los motines de Toledo del 1449.
Durante los 1os. años del reinado de los RRCC, la corte mantuvo su tradicional actitud de
tolerancia para con los judíos. Hasta 1492 los reyes tuvieron imps. colaboradores judíos en el área
financiera. Estos personajes bien situados en la corte intentaron retrasar la expulsión. Es posible
que fuesen algunos conversos imfluyentes en la corte y en las jerarquías eclesiásticas, los 1os. en
hacer presión para que se estableciese en Castilla un tribunal de la Inquisición (ello es debido a que
algunos conversos volvían a abrazar su antigua religión y temían la amenaza que ello suponía para
su posición), cuya creación solicitaron Fernando e Isabel de Roma en 1478.
En la interacción constante entre la política y la religión, el establecimientos de una Inquisición en
todo el ámbito del país reportó unas ventajas políticas evidentes, por cuanto contribuyó a hacer
progresar la causa de la unidad española, al profundizar el sentimientos de un destino nacional
común. La conquista de Granada terminó en 1492 con el logro de la integridad territorial española, y
esto creó a su vez un nuevo vínculo emocional entre los pueblos de España. Los moros habían sido
ya derrotados y despojados de su poder, pero quedaban aún los judíos y los cripto-judíos.
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Finalmente, el 30-3-1492, en Granada, cuando aún no habían transcurrido 3 meses desde la
rendición de los musulmanes y cuando faltaban apenas 3 semanas para la firma de los acuerdos con
Colón, los RRCC firmaron un edicto que ordenaba la expulsión de sus reinos de los judíos
declarados, en un plazo de 4 meses.
La expulsión de los judíos removió las conciencias de todos los cristianos nuevos que aún
recordaban con desasosiego su fe abandonada: muchos de ellos eligieron abandonar el país en
compañía de los judíos practicantes. Las medidas de expulsión mezclaban elementos de dureza con
otros de garantía hacía los judíos. Aunque se procuró que la expulsión se hiciera con un mínimo de
orden y justicia, los abusos por parte de particulares, corporaciones y funcionarios reales estuvieron
a la orden del día. La expulsión afectó a las 2 coronas, Castilla y Aragón, incluyendo los reinos de
Sicilia y Cerdeña.
Hubo varias conversiones de última hora, entre ellas la de Abraham Senior, y se hizo todo lo
posible para que se quedasen los imprescindibles médicos judíos. Esto significó que un nuevo grupo
de convertidos dudosos viniese a sumarse a las filas de los conversos, aunque, por otra parte, todos
los habs. de España fuesen en teoría cristianos.
Los recursos para llevar a cabo las grandes empresas por realizar no eran demasiados poderosos
en la España del S. XV y se vieron disminuidos por la expulsión de los judíos. El vacío dejado por los
judíos no podía ser fácilmente llenado y muchos de ellos fueron sustituidos no por castellanos
nativos, sino por colonias de inmigrantes extranjeros –flamencos, alemanes, genoveses- que habían
de aprovechar la oportunidad que se les ofrecía para explotar los recursos de España, mucho + que
para aumentarlos. Así pues, la expulsión tuvo por efecto debilitar las bases econ. de la monarquía
española precisamente en los comienzos de su carrera imperial. Y esto fue tanto + lamentable por
cuanto la política econ. y social de los RRCC resultó ser, con el tiempo, la parte menos afortunada de
su programa de restauración española.
LA INQUISIÓN ESPAÑOLA.
La Inquisión moderna aparece en el contexto de la conciencia antisemita de la comunidad
cristiana española. Esta conciencia se había manifestado ya en la época bajomedieval, con los
ataques a las aljamas que habían motivado un buen nº de conversiones de urgencia, duplicando el nº
de enemigos, por la separación de los judíos y los conversos. También era medieval la creación de
un 1er. aparato inquisitorial de fundación pontificia que en España había funcionado activamente en
la C. de Aragón.
La Inquisición inició su andadura en nov. de 1478 por una bula del papa Sixto IV, que concedió a
los RRCC la facultad para nombrar inquisidores que persiguiesen la herejía. Los monarcas
asumieron la idea, defendida incluso en medios conversos, de crear este tribunal (Santo Oficio de la
Inquisición), con el ánimo de separar al verdadero del falso converso. Las protestas por la actuación
del tribunal ante Roma no dan resultados y sólo obtienen la posibilidad de apelar a sentencia ante
una 2ª instancia, la del inquisidor general y el Consejo Supremo (1488). Las principales
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innovaciones del procedimiento inquisitorial son: el anonimato de las acusaciones, la nula
intervención de los obispos, la dependencia del poder real y la imposibilidad de apelación a Roma.
En la C. de Aragón, donde la Inquisición medieval o episcopal ya existía, la implantación del
tribunal halló mucha resistencia, puesto que se veía en el Santo Oficio un instrumento del poder
regio, un tribunal cuyas formas procesales vulneraban las garantias legales consignadas en los
fueros o constituciones de cada reino. La resistencia se manifestó a través de las Cortes (Tarazona,
1484), a través de la acción de las ciudades e incluso el asesinato de un inquisidor. Pero el rey no
cedió y el resultado final fue el mismo: establecimeinto del tribunal entre 1484-1488, persecución de
los grupos conversos con consecuencias imps. en los planos econ. y social, y rivalidades continuas
con las instituciones de los reinos.
El máximo órgano de la estructura institucional del Santo Oficio era el Consejo de la Suprema y
General Inquisición, fundado en 1483 e inserto en el sist. político de Consejos de la monarquía. Los
miembros del Consejo, incluido el Inquisidor General, eran nombrados directamente por el rey, y su
nº osciló generalmente entre 6 y 10 consejeros. Tras los 1os. años en que los tribunales tenían
carácter itinerante, progresivamente se fueron estableciendo tribunales de distrito.
El funcionamiento procesal de la Inquisición se iniciaba con la aceptación de denuncias secretas,
siguiendo con la detención preventiva del acusado, la confiscación de sus bienes, el juicio a puerta
cerrada y la sentencia, absolutoria o condenatoria. La condena era leída en una solemne ceremonia
(el famoso auto de fe) donde se detallaban las penas, las + graves de las cuales eran los azotes, la
prisión perpetua, el servicio forzado en galeras, hasta la ejecución en la hoguera. Un procedimiento
de este tipo llegó a crear una atmósfera de miedo constante ante una delación secreta que podía
conllevar la miseria, la infamia y hasta la muerte.
Una vez constituido el Santo Oficio, su actuación se centró en la erradicación del verdadero o
falso criptojudaísmo, supuesto al que se fue incorporando la represión de otras heterodoxias,
fundamentalmente en los reinados siguientes: moriscos, erasmistas, alumbrados, protestantes, etc.
A partir de la 2ª ½ del S. XVI se incluyó a los acusados de superstición, blasfemia, delitos sexuales
(sodomía, incesto, bigamia, solicitación) y de desviaciones ideológicas (defensa de ideas subversivas
y lectura y difusión de libros prohibidos), extremo este último que se revelaría sumamente fecundo en
la época de la Ilustración.
LOS ÓRGANOS DE GOBIERNO DE LA NUEVA MONARQUÍA: BUROCRACIA,
CONSEJOS Y HACIENDA.
El ejército precisaba de recursos econó. para el pago de los hombres, el armamento y la
intendencia, hasta el punto de constituir con mucho la principal partida del gasto de la Monarquía de
los RRCC, que también establecían aquí un precedente para los restantes titulares de la Corona
española. Los soberanos no transformaron radicalmente el sist. heredado, pero supieron ordenarlo y
racionalizarlo de tal modo que la eficacia quedaría demostrada tanto por el aumento sustancial de los
fondos disponibles como por la perduración de sus fundamentos hasta el S. XVIII.
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A) Hacienda.- La base de la hacienda real fue la hacienda castellana, nutrida por una serie de
ingresos ordinarios entre los que destacaban la alcabala (un impuesto del 10% sobre todas las
transacciones los derechos de aduanas, que aportaba el 80% de los ingresos ordinarios); el derecho
de servicio y montazgo (pagado por la ganadería trashumante); las rentas de los maestrazgos de las
órdenes militares (las castellanas de Santiago, Alcántara y Calatrava, pues el de la aragonesa de
Montesa no sería incorporado hasta 1585) desde su asunción por Fernando el Católico, y los
monopolios reales sobre las salinas y las explotaciones mineras, además de otros impuestos y
derechos menores de carácter muy variado.
Una 2ª fuente de ingresos se derivó de las contribuciones que los monarcas se hicieron conceder
por parte de la Iglesia en razón de su defensa de la verdadera fe y de su cruzada contra los
musulmanes de Granada: las tercias reales (2/9 partes del diezmo a que tenía derecho la Corona
desde la concesión del papa Inocencio IV a los reyes castellanos en 1247) y la cruzada, que
constituyeron una forma de conseguir la contribución eclesiástica a los gastos del Estado sin
violentar formalmente el estatuto privilegiado del estamento clerical que, al igual que la aristocracia,
estaba exento de todo impuesto directo, pagado solamente por los pecheros, es decir, por el estado
llano. Finalmente, las Cortes podían conceder al rey de Castilla un servicio, una contribución
extraordinaria que se hacía efectiva recurriendo a diversos tipos de expedientes contributivos que
variaban en cada ocasión -normalmente denominados pedidos y monedas-, servicios que fueron
sustituidos en el período 1480-1498 por las aportaciones de la nueva Hermandad.
La adm. de Hacienda pasó a depender de 2 organismos centrales, la Contaduría Mayor de
Hacienda (que llevaba el control de ingresos y gastos) y la Contaduría Mayor de Cuentas (que se
reservaba la intervención de la gestión hacendística), que vieron regulado y perfeccionado su
funcionamiento por diversas ordenanzas de 1476, 1478 y 1488. Asimismo, en las Cortes de Toledo
de 1480 la Corona redujo considerablemente las cantidades que, en forma de pensiones, mercedes
o títulos de deuda, percibían del Tesoro público personas particulares, especialmente nobles;
reforma que permitió recuperar a la hacienda real + de 30 mill. de maravedíes al año. Las dificultades
de la recaudación efectiva se solventaron en el caso de algunos de los principales impuestos
(singularmente las alcabalas y las tercias reales) mediante el recurso al sist. de encabezamiento, es
decir mediante el pacto de una cantidad fija con las pobs. afectadas. Del mismo modo, la mayor parte
de las contribuciones eran adelantadas por los asentistas o arrendadores de impuestos, que se
encargaban posteriormente de su cobro a los contribuyentes, dibujándose así una práctica que
habría de tener continuidad a todo lo largo de la época de los Austrias.
Este conj. de ingresos servía para satisfacer los gastos corrientes de la Monarquía: mantenimiento
de la casa de los reyes y de los infantes, pago de las soldadas de los funcionarios civiles y militares,
mantenimiento de castillos y fortalezas, pago de pensiones, etc., pero los crecientes gastos de la
política exterior obligaban a los reyes a acudir a las fuentes de ingresos extraordinarias y también al
crédito de instituciones y particulares, bien devueltos a corto plazo o bien consolidados como deuda,
desde 1490, en forma de juros, que rendían un interés anual entre un 7 y un 10%.
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La C. de Aragón mantuvo su particular sist. contributivo, que se basaba en la dualidad entre la
hacienda del reino (regentada por organis. permanentes emanados de las Cortes y las generalidades
o diputaciones) y la hacienda del rey, que se nutría tan sólo de los menguados recursos del
patrimonio real (adm. por los bailes generales, y por el procurador general en Mallorca) y de los
servicios votados en Cortes (también regentados por los representantes de los distintos reinos).
Además existía la dif. fundamental de que mientras la hacienda castellana contribuía a los gastos
generales de la Monarquía, los ingresos de Aragón (excepto el impuesto de cruzada) eran
destinados exclusiva. a las necesidades de los propios reinos, creando así una contraposición que
habría de revelarse conflictiva en épocas posteriores, singularmente en el S. XVII.
B) Consejos.- La centralización adminis. era la última exigencia del Estado Moderno. También en
este caso, los RRCC fueron capaces de adaptar las instituciones heredadas a las nuevas
necesidades, como ocurrió con el Consejo Real de Castilla, institucionalizado en las Cortes de
Valladolid de 1385, que, reorganizado en las Cortes de Toledo de 1480, se convertiría en el
instrumento fundamental de la Corona para el gobierno de Castilla, teniendo entre sus principales
funciones ser la instancia judicial suprema del reino, conformar el órgano político y adm. orientador
de las grandes líneas de gobierno de la monarquía y ser el encargado de los nombramientos de
cargos militares, concesiones de señoríos, pensiones y otras mercedes reales.
En reinados anteriores, el Consejo Real y la Curia Regia que habían precedido al Consejo de
Castilla fueron controlados por la nobleza, pero los RRCC, atendiendo las peticiones de los
procuradores, dispusieron que estuviera compuesto de un prelado, que actuaba como presidente, 3
caballeros y 8 ó 9 letrados. Durante los 1os. años del reinado presidieron el Consejo el obispo de
Cartagena, Lope de Riba, y Diego Hurtado de Mendoza, obispo de Palencia, aunque también
llegaron a ocupar la presidencia laicos como Alvaro de Portugal, hijo del duque de Braganza, y Juan
de Silva, conde de Cifuentes. La imp. de los juristas quedó confirmada al disponerse la obligatoriedad
de su presencia para que los acuerdos del Consejo tuvieran validez. Los oficios del Consejo de
Castilla constituían la cúspide de buena parte de las carreras burocráticas, disfrutando sus miembros
de elevadas retribuciones (200 mil maravedíes anuales para los consejeros, mientras que el
presidente triplicaba esa cifra); los letrados fueron mayoritariamente de naturaleza castellana y
procedentes de los Colegios Mayores de las Universidades, especialmente del de S. Bartolomé de
Salamanca; tampoco faltaron algunos aragoneses.
Las decisiones del Consejo debían adoptarse por mayoría de 2/3 de sus miembros, los cuales
eran designados directamente por los soberanos. También existía un nº de consejeros numerarios u
honoríficos entre los cuales figuraban todos los obispos, duques, condes, marqueses, maestres de
las O. Militares y otras personas a quienes los reyes daban ese título; todos ellos tenían acceso a la
Sala del Consejo, aunque sin voto en las deliberaciones. Las atribuciones del Consejo eran
amplísimas: cuestiones de política interior e internacional, hacienda, asuntos de la Hermandad, de
las O. Militares, etc. Estas especializaciones y la creciente complejidad del gobierno en el 1er. ¼ del
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S. XVI dieron lugar a la org. de un verdadero sist. conciliar, armazón de la adm. de la Monarquía de
los Austrias.
El carácter compuesto de la Monarquía de los RRCC exigió un sist. adminis. diverso y múltiple, y
en este sentido la creación del Consejo Supremo de Aragón por el Rey Católico en 1494 fue también
un jalón decisivo en el proceso de org. de la estructura sinodial de la Monarquía Española. El
absentismo de Fernando en sus territorios patrimoniales hizo imperioso dar una nueva estructura al
antiguo Consejo Real de la Corona de Aragón, obligado a satisfacer la necesidad de conexión de las
distintas adminis. de los reinos catalano-aragoneses con la itinerante corte de los RRCC.
El Consejo de Aragón estaba integrado por el vicecanciller, que ocupaba la presidencia de las
sesiones, por el Tesorero General de la Corona, encargado de los asuntos financieros, y por 7
Regentes -2 para Cataluña, Condado de Rosellón y Cerdaña, y Mallorca; 2 para Aragón; 2 para
Valencia, y 1 para Cerdeña-. Además, había 4 secretarios con el título de protonotarios, encargados
especialmente de los asuntos de cada uno de los territorios que representaban. Por último, también
era miembro del Consejo un abogado fiscal y patrimonial. El vicecanciller era un seglar, graduado en
leyes, como los regentes; el tesorero era, por el contrario, no letrado, lo que causaba su inhibición en
todos los asuntos jurídicos. Estos cargos los ocupaban naturales de la C. de Aragón, siendo el 1er.
vicecanciller Alfonso de la Cavallería, alto magistrado de origen judío y doctor en ambos Derechos.
Desde un 1er. momento, el Consejo de Aragón fue dotado de amplias atribuciones militares,
adms. y judiciales. Al Consejo le correspondía proponer al monarca la terna de posibles candidatos
para los oficios de virrey; tenía el papel de tribunal de alzada que oía las apelaciones de los
tribunales locales de justicia; estudiaba las relaciones, peticiones, inspecciones, quejas de las
autoridades locales, actuando de vínculo entre la Corona y sus representantes en cada país;
igualmente le correspondía la responsabilidad política de todos los nombramientos oficiales y
ministros reales, así como la concesión de gracias y mercedes.
C) La burocracia.- Junto con los Consejos, aparecen cada vez con + fuerza en el reinado de los
RRCC las figs. de los secretarios reales, también hombres "medianos", personas próximas a los
monarcas que servían de enlace entre éstos y los Consejos, preparando el orden del día de las
sesiones, redactando los documentos presentados a sus deliberaciones, examinando los
expedientes + imps. y refrendando con el sello real los documentos firmados por los reyes, funciones
que quedaron reguladas en la Corona de Castilla por unas ordenanzas de las Cortes de Madrigal de
1476. Estos hombres, Gaspar de Gricio, Hernando de Zafra, Morales o Lope Conchillos entre otros,
por la confianza y cotidianeidad de su relación con los monarcas, acabaron por tener una gran
influencia en el gobierno de la Monarquía.
LAS CORTES.
Si la adm. real quedaba centralizada en los consejos y los secretarios, el órgano de
representación del reino eran las Cortes. Las Cortes castellanas reunían a los 3 estamentos, aunque
la participación de la nobleza y del clero quedaba oscurecida por la de los procuradores de las 18
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ciudades con voto (tras la incorporación de Granada en 1498), que se arrogaban la representación
de todo el territorio. La representación efectiva y directa de estas ciudades se extendía sólo a un
reducido territorio (la ciudad y su tierra o alfoz), en tanto que la teórica, una demarcación fiscal
mucho mayor, nada tenía que ver con aquélla; así, por ej., la ciudad de Zamora representaba a toda
Galicia. Además, junto a la limitación del nº de ciudades, existía también la restricción numé. de sus
representantes desde las ordenanzas de Burgos de 1428. El control de los procuradores de las
ciudades por parte de la Corona, si bien ya existía en los reinados anteriores mediante la imposición
de candidatos y el amedrentamiento de los procuradores no adictos, aumentó en el reinado de los
RRCC con nuevos y perfeccionados mecanismos intervencionistas como la presión directa de la
Corona sobre los concejos para la designación de representantes; la normalización y
homogeneización de los poderes de las procuraciones, impidiendo así determinadas iniciativas de las
ciudades, o el reforzamiento de la burocracia de las Cortes que manejaba convenientemente el curso
de los debates y controlaba la redacción de las actas y los capítulos particulares.
Las Cortes jugaron un papel de relieve en la adopción de imps. medidas de gobierno en algunos
momentos en que el consenso debía ser lo + generalizado posible (como ocurrió, por ej., en las
Cortes de Toledo de 1480, a la salida de la guerra civil), pero en general fueron perdiendo peso en la
marcha de la vida pública, sirviendo su convocatoria esencialmente para la jura de los soberanos y
de los príncipes herederos y para la concesión de servicios que contribuyesen a aumentar la
capacidad financiera de la Monarquía. Fueron convocadas en un total de 12 ocasiones, a las que
habría que añadir las frustradas Cortes de Burgos de 1506, emplazadas para determinar el gobierno
de Castilla tras la muerte de Felipe el Hermoso; no se llevaron a término por la negativa de los
procuradores a suscribir la convocatoria efectuada por Cisneros.
En la C. de Aragón, tampoco Fernando el Católico sintió la necesidad de una convocatoria regular
de las Cortes, aunque se celebraron varias asambleas, tanto separadas como generales de la
Corona, que cumplieron su cometido de dirimir agravios frente al rey o los funcionarios reales, votar
el servicio y emitir capítulos y constituciones, entre ellas la famosa de la Observança de 1481, que
ratificó el compromiso real de respetar los privilegios y los usos de Cataluña.
ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA: CHANCILLERÍAS Y AUDIENCIAS.
La impartición de la justicia constituía el principal fundamento de la autoridad de los monarcas en
las sociedades medievales, y esta imagen había de prolongarse a lo largo de los tiempos modernos.
Por tanto, los RRCC buscaron también en la reorganización del aparato judicial una de las bases de
su legitimación, al tiempo que uno de los instrumentos de la reafirmación de su soberanía. En ese
sentido, las medidas + imps. fueron la potenciación de la corriente romanista del derecho que
privilegiaba la legislación real frente a las fuentes jurídicas locales, el apoyo a las tareas de
recopilación y edición del corpus legal existente (en especial, las Ordenanzas Reales de Castilla, en
1484, trabajo complementado con el Libro de bulas y pragmáticas del escribano Juan Ramírez,
recopilación de leyes destinadas a restringir las competencias de los tribunales eclesiásticos, y las
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Leyes de Toro de 1505, colección de ochenta leyes, la mayoría de ellas relacionadas con la
propiedad y la herencia) y la instalación de una Chancillería en Valladolid (1489) y + tarde de otra en
Ciudad Real (1494), transferida posteriormente y de modo definitivo a Granada (1505), como
grandes tribunales de apelación del reino (con su ámbito de jurisdicción a uno y otro lado del río Tajo)
situados entre las instancias ordinarias infs. y el Consejo de Castilla.
La Chancillería estaba formada por un regente que presidía el organismo, 16 oidores o jueces de
lo civil y 3 alcaldes del crimen o jueces de lo criminal, agrupados en 4 salas de los civil, una de los
criminal, y otra de hijosdalgos, donde se resovían los pleitos de la nobleza. Las sentencias eran
definitivas e irrevocables y sólo en casos muy graves se podía recurrir al Consejo de Castilla.
A lo largo del S. XVI se crearon las Audiencias, también tribunales de adm. de justicia, infs. en
rango a las Chancillerías y de competencia menos extensa, pero que representaban la misma
instancia que éstas.
En la C. de Aragón, este papel fue asignado a las audiencias de Zaragoza (1493), Barcelona (1493)
y Valencia (1507), creadas como altos tribunales y consejos reales (asesoraban al virrey) en los
respectivos territorios que pronto fraguaron como organismos indispensables para el funcionamiento
institucional de los distintos Estados.
LA SANTA HERMANDAD.
En las Cortes de Madrigal de 1476, cuando aún estaba encendido el conflicto sucesorio
castellano, se puso en marcha otra institución por la cual se ha identificado a menudo el reinado de
los RRCC: la Santa Hermandad. No se trataba de una institución de carácter innovador, pues desde
el último tercio del S. XIII ya se habían constituido en Castilla diversas hermandades: las de Toledo,
Talavera de la Reina, C. Real, Guipúzcoa, Alava y Vizcaya, cuyo fin era cubrir los espacios de acción
política y adm. y de orden público que en determinados momentos permanecían desasistidos tanto
por el gobierno monárquico como por los poderes locales de las ciudades y señoríos.
Los 11 capítulos del Ordenamiento de Madrigal de 1476 definían a la nueva Hermandad como un
instrumento para responder a las aspiraciones de los reyes de restablecer la paz interior gravemente
amenazada por la guerra civil castellana. Cada localidad de + de 30 hogares elegiría semestralmente
a 2 alcaldes y organizaría una cuadrilla encargada de perseguir malhechores; el conj. del territorio
castellano se organizaría en provs. con sus respectivas juntas, que contarían con cargos centrales o
supremos de gobierno (presidente, diputado general, capitán general, contador y tesorero) y
dispondrían de fuerzas de caballería imps. Su organismo rector era La Junta General o Consejo de
la Hermandad, integrado por los representantes de todos los Concejos y presidido por el obispo de
Cartagena, que actuaba como representante directo de la Corona y se reunía anualmente convocado
por el rey.
Los delitos o casos de Hermandad eran el asalto en los caminos, robos, muertes, heridas,
incendios de viñas, mieses o casas, estando limitada la jurisdicción de la Hermandad a las zonas
exteriores de las ciudades. Los malhechores eran juzgados de manera sumarísima, aunque con +
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garantías que en las viejas hermandades. Pero de la función de la nueva Hermandad como fuerza de
seguridad conocemos muy poco; aparte de las opiniones de los cronistas coetáneos alabando su
eficacia para el restablecimiento del orden público, nos es desconocida la práctica cotidiana de sus
cuadrillas y alcaldes, el nº e intensidad de sus actuaciones y la casuística de la lucha contra el delito.
Junto a esta función de tipo policial, la historiografía + reciente ha destacado otras motivaciones
regias en la creación de la nueva Hermandad: constituir un instrumento de política fiscal orientado a
acabar con los lastres políticos y técnicos de los servicios medievales y, a través de un fallido
proyecto de 1496, ser la base o esbozo de un ejército popular permanente. Pero ello no impide que
la Hermandad, organismo judicial y policial a la vez, sea una de las instituciones vertebrales de la
nueva monarquía, dirigida por un Consejo supremo y con Alfonso de Aragón, hermano del rey, como
su comandante en jefe.
Para mantener su estructura policial y militar, la Hermandad acordó una contribución ordinaria
que, de hecho, equivalía a los anteriores servicios de Cortes, los cuales no se cobraron entre 1480 y
1498, aportando también contribuciones extraordinarias para financiar la Guerra de Granada. Cada
pob. con + de 200 vecinos pagaría un impuesto especial para mantener 2 jueces y sostener una
cuadrilla encargada de perseguir a los criminales en su territorio, siendo relevadas por las cuadrillas
vecinas cuando los fuera de la ley abandonaban su jurisdicción y así sucesivamente hasta lograr su
aprehensión. En 1498 la Hermandad quedó disuelta en su org. fiscal y militar, limitándose a partir de
entonces a sus funciones judiciales y policiales; la causa fundamental de ello fue su incapacidad para
aumentar sus aportaciones a la Hacienda Real hasta unos niveles suficientes para financiar los
crecientes gastos de la Monarquía, especialmente los de su política exterior.
LA ADMINISTRACIÓN LOCAL.
La reorganización de los órganos centrales de gobierno debía complementarse con la intervención
en la administración local, fundamentalmente con el fin de transmitir la voluntad real a todos los
rincones de los distintos reinos. En Castilla, la fig. que representa esta presencia real en las provs. es
el corregidor, que aparece como un verdadero gobernador en el territorio de su jurisdicción y como
un verdadero alcalde que preside el principal municipio frente a los regidores que encarnan los
intereses locales. La fig. del corregidor, ya legalmente reconocida en los Cortes de Alcalá de 1348,
fue generalizada y arraigada en el reinado de los RRCC: en 1494 había corregidores en 54 lugares y
en 1516 su cifra se elevaba a 64. Estos funcionarios al servicio del interés político de la Corona se
situaban al frente de la justicia, el regimiento, la adm. y la fuerza militar de los muncipios, siendo por
tanto muy amplias sus atribuciones: presidían la causas civiles y criminales, organizaban y dirigían
las milicias urbanas, defendían los privilegios reales, se encargaban de buscar financiación para las
obras públicas, vigilar los mercados, de proteger las fronteras, de cuidar los pastos y tierras de
cultivo, etc. Su cargo tenía una duración anual o bienal, siendo pagados a cargo de las haciendas
locales y estando sujeta su labor a un juicio de residencia para comprobar el recto proceder de su
gobierno, aunque, estas investigaciones se realizaban con bastante irregularidad. Su autoridad sufrió
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las consecuencias de la política pronobiliaria de los RRCC, que terminará por enajenarles la
confianza de la mayoría de los grupos urbanos, subrayando cómo el rechazo de las ciudades
castellanas a la actuación de los corregidores estaría bien presente en la génesis del mov. comunero
de 1520-1521.
En la C. de Aragón, la presencia real en las ciudades estará garantizada por la actuación de los
merinos, los batlles y los veguers, según los distintos Estados. Además, Fernando el Católico
mantendrá una política de intervención constante en el gobierno de las principales ciudades de sus
territorios. En Barcelona, sus iniciativas + relevantes se dirigieron, como ya vimos, a modificar la
composición del Consell de Cent a favor del grupo de los cavallers y los ciutadans honrats (aunque
sin suprimir la participación de los restantes grupos sociales representados) y a establecer el régimen
de insaculación para la elección de los principales cargos municipales, como medio de erradicar los
conflictos entre facciones y de crear una nueva clase dirigente en el seno de la ciudad. En Zaragoza
y en Valencia, su actuación fue + autoritaria y sus decisiones fueron + discutidas, hasta el punto de
prevalecer una valoración negativa sobre la incidencia de su gobierno en ambas ciudades, así como
sobre el Reino de Mallorca, sumido en una profunda depresión econó. y preso de la agitación social,
de tal modo que lo que antes aparecía como la "excepción en su política reformista" ahora aparece
como la regla, ya que incluso se llega a cuestionar su contribución al modesto redreç o recuperación
de la capital del Principado en estos años.
OBJETIVOS DE LA POLÍTICA EXTERIOR EUROPEA: GUERRAS Y MATRIMONIOS. EL
MEDITERRÁNEO Y LA POLÍTICA AFRICANA.
Concluida la conquista de Granada, los RRCC orientaron su política expansiva en nuevas
direcciones, con tal éxito que, al final del reinado, sus sucesores se encontraron no sólo con una
comunidad penin. unida, sino también con una serie de territorios extrapenin. que, vinculados
jurídicamente de forma diversa a la Monarquía hispánica, constituían ya el gran imperio de los
tiempos modernos.
En este proceso, Aragón aportó su experiencia bajomedieval, manifestada en la política conducida
personalmente por Fernando, que culminaría con la incorporación de los condados de Rosellón y
Cerdaña (que permanecerían insertos en la Corona aragonesa hasta 1659) y del Reino de Nápoles
(que se uniría así a las posesiones insulares de Sicilia y Cerdeña, heredadas del pasado), todas las
cuales permanecerían igualmente vinculadas a los soberanos españoles hasta 1713. En el mismo
capítulo cabe incluir las acciones diplomáticas para el aislamiento de Francia, que se completarían
con la política matrimonial llevada a cabo con gran tenacidad a todo lo largo del reinado por los
monarcas.
Apenas terminada la conquista de Granada, una iniciativa francesa permitió al rey Fernando la
reincorporación de una vieja dependencia del Reino de Aragón, los condados de Rosellón y
Cerdaña, enajenados en el fragor de la guerra civil del reinado de Juan II. En efecto, el rey Carlos
VIII, necesitado para su proyecto de invasión del Reino de Nápoles de la neutralidad del monarca
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aragonés, rey de Sicilia y señor de Cerdeña, ofreció la devolución de aquellos territorios
ultrapirenaicos a cambio del compromiso de Fernando de no intervenir en favor del soberano
napolitano, su pariente como sucesor de Alfonso el Magnánimo. El Tratado de Barcelona (enero de
1493) refrendó formalmente el pacto, que permitió la movilización de las tropas francesas,
inaugurando así un largo ciclo bélico conocido como las guerras de Italia, que se prolongarían + allá
de mediados del siglo siguiente. Este 1er. episodio no tuvo, sin embargo, mayores consecuencias,
pues, alegando que el ataque de los franceses al Papa le liberaba de sus compromisos, Fernando se
alió a la Santa Liga promovida por la república de Venecia y el duque de Milán (marzo de 1495) y
envió un cuerpo expedicionario al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran
Capitán, que obligó a las tropas galas que Carlos VIII había dejado tras de sí a capitular, tras una
penosa guerra de desgaste en la región de Calabria (1497).
El 2º acto de las guerras de Italia se saldó con un resultado aún + positivo para Fernando el
Católico. El Tratado de Granada (nov. 1500) entre el monarca aragonés y Luis XII de Francia
estipulaba ya directamente el reparto del reino napolitano entre ambos soberanos. Sin embargo, una
vez +, la colaboración prevista se trocó en conflicto armado entre ambas potencias, dando lugar a
una nueva intervención del Gran Capitán, que derrotó a las tropas francesas en las batallas de
Ceriñola (abril 1503) y Garellano (dic. 1503). El éxito militar fue refrendado por la diplomacia: el
Tratado de Lyon (marzo 1504) otorgaba al monarca aragonés el Reino de Nápoles, que se
mantendría bajo el dominio español durante + de 2 siglos.
Las luchas militares y diplomáticas de Fernando en Italia aseguraron Nápoles para la Monarquía
Hispánica, pero también sentaron las bases de la preponderancia española en la penín. transalpina
durante las 2 centurias siguientes. Los dominios territoriales en Nápoles, Cerdeña y Sicilia, a los que
después se añadirían Milán y los presidios de la Toscana, los estrechos vínculos comerciales y
financieros hispano-italianos, los enlaces de sangre entre potentados transalpinos y nobles
españoles y la aceptación, a nivel popular, de la presencia española por considerar que la Monarquía
Católica era la única potencia capaz de defender Italia de los otomanos, serían algunas de las claves
del largo dominio español.
Si la política exterior de tradición aragonesa miró hacia los Pirineos (Rosellón, Navarra) y al
Mediterráneo (Italia meridional), Castilla impulsó la prosecución de la Reconquista en el N. de África,
así como la expansión por el Atlántico (Canarias, América), mientras la política matrimonial de ambos
soberanos tenía también en cuenta el fomento de las buenas relaciones con Portugal y con
Inglaterra.
El espíritu de reconquista de los RRCC no se remansó con la conquista de Granada, sino que
franqueó el estrecho de Gibraltar, tratando de alejar la posible amenaza de los Estados situados en
la otra orilla, algunos de los cuales, como Marruecos, se había visto engrosado con los fugitivos de la
guerra granadina, que restaurarían Tetuán, fundarían Xauen y se instalarían en otros muchos
lugares. Ahora bien, la política africana de los soberanos no sólo se apoyaba en este sentimiento de
cruzada, sino también en otras consideraciones, tanto militares (ocupar posiciones frente a un
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Imperio otomano que amenazaba Nápoles), como políticas (contrarrestar la influencia portuguesa en
las áreas + occs., donde había ocupado Ceuta y Tánger) y comerciales (establecer un tráfico estable
con Berbería, centralizado en Cádiz, para alcanzar por esa vía los productos subsaharianos). El 1er.
éxito militar sería también el + duradero: la ocupación por el duque de Medina Sidonia del
abandonado núcleo de Melilla (1497), que sólo + tarde, tras ser convenientemente fortificado,
quedaría bajo el control directo de la Monarquía (1556). Tras un periodo de ralentización, las
operaciones militares se reemprendieron con nuevo brío durante los años de las regencias de
Fernando, al tiempo que se desplazaban hacia las áreas + orientales: conquista de Mazalquivir
(1505), Peñón de Vélez de la Gomera (1508 y, definitivamente, 1564), Orán (1509), Bugía (1 5 10) y
Trípoli (1510). Organizada la ocupación como un cinturón de presidios o plazas fuertes dotadas de
guarnición, el aislamiento de tales puestos avanzados y la falta de control del traspaís los hicieron
muy vulnerables, de modo que algunos se perdieron a lo largo del S. XVI (Trípoli y Bugía), aunque no
Mazalquivir ni Orán (conservados durante casi 3 siglos y cuya fisonomía todavía recuerda su pasado
español), ni tampoco el Peñón de Vélez de la Gomera y Melilla, que han seguido permanentemente
bajo soberanía española, la última sin interrupción durante 5 siglos.
Si el Tratado de Alcáçovas, que había obligado a Castilla a renunciar a las expediciones a Guinea
(emprendidas por iniciativa del duque de Medina Sidonia al calor de la participación portuguesa en la
guerra civil), había por el contrario exceptuado a las Canarias de la exclusión de los castellanos del
continente africano, la razón no fue otra que la efectiva implantación de una serie de vasallos
castellanos en aquel archipiélago desde mucho tiempo atrás. En efecto, si el descubrimiento de
Lanzarote databa de principios del S. XIV (por Lancelotto Malocello, 1312) y si durante la misma
centuria se contabilizaron ya algunas expediciones mallorquinas, vizcaínas y andaluzas, además de
portuguesas, al archipiélago, la verdadera conquista se había iniciado a comienzos del S. XV por
obra de los caballeros normandos Jean de Béthencourt y Gadifer de La Salle, quienes se habían
puesto bajo la protección de Enrique III de Castilla. Y así, tras una serie de incidencias, el
archipiélago había llegado a estar bajo el señorío de una serie de súbditos de los monarcas
castellanos, hasta que los RRCC (antes incluso de la conclusión de la guerra civil) rescataron sus
derechos sobre las islas mayores (llamadas también desde ahora reales) de Gran Canaria (ocupada
en 1483 por Juan Rejón y Pedro de Algaba), La Palma (ocupada por Juan Fernández de Lugo en
1492) y Tenerife (conquistada por el mismo, con el título de adelantado, en 1496).
La conquista de las Canarias posee un gran significado. Por un lado, constituiría el banco de
pruebas de la futura conquista de América: sist. de capitulaciones de los soberanos con particulares,
sometimiento de los indígenas, empleo alternativo de la fuerza o la negociación con los jefes o
guanartemes (integrados y evangelizados), declive de los pobladores aborígenes (diezmados por las
epidemias o vendidos como esclavos), establecimiento de las instituciones castellanas e introducción
de nuevos cultivos (particularmente caña de azúcar). Por otro lado, la situación geográfica del
archipiélago le confería una función de portaaviones en relación con las futuras exploraciones
dirigidas rumbo a las regiones + occidentales, que se beneficiarían, además, de su enclave en el
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callejón de los alisios que desembocaba directamente en el mar de las Antillas. Finalmente, la
conclusión de la conquista permitió la reconstrucción, con objetivos comerciales, de la fortaleza de
Santa Cruz de la Mar Pequeña, construida durante la etapa anterior de la instalación española, muy
cerca del territorio que + tarde se denominaría Ifni (1496). En cualquier caso, la consecuencia + imp.
sería la incorporación definitiva de las I. Canarias a la comunidad española, de la que a partir de
entonces habría de formar parte de modo permanente.
Los RRCC utilizaron de modo perfectamente sistemático la política matrimonial para aproximarse
a Portugal, Inglaterra y Borgoña, con el triple fin de conseguir la unidad de todos los reinos ibéricos,
de aislar a Francia y de consolidar sus posiciones en el Mediterráneo. Así, casaron a su primogénita,
la infanta Isabel, 1º con el heredero de Portugal y a su muerte con el nuevo rey, Manuel el
Afortunado, que, tras la muerte de su esposa y del fruto de su matrimonio (el príncipe Miguel, que
hubiera unido todos los reinos ibéricos), contraería nuevas nupcias con la infanta María, también hija
de los RRCC. Aunque la unión ibérica no fue entonces posible, el enlace permitiría a Felipe II
reclamar con éxito los derechos a la Corona de Portugal y ser proclamado soberano del vecino reino
en 1580.
Del mismo modo, como instrumento para reforzar la alianza concertada con Inglaterra por el
Tratado de Medina del Campo (marzo 1489), la infanta Catalina contraería matrimonio con Arturo,
príncipe de Gales, y a su muerte con el nuevo heredero, el príncipe Enrique, el futuro Enrique VIII. En
este caso, el enlace serviría a los fines inmediatos de garantizar la amistad entre los 2 Estados y de
salvaguardar los intereses comerciales comunes. Finalmente, el doble enlace de Margarita y Felipe,
hijos de María de Borgoña y del emperador Maximiliano de Austria, con el primogénito Juan y la
infanta Juana traería la consecuencia prevista (pero por caminos imprevistos, debido a la temprana
muerte del príncipe Juan) de hacer recaer las herencias castellana, aragonesa, borgoñona y
austríaca sobre el hijo de Felipe y Juana, el futuro Carlos I.
Esta intensa y perseverante política matrimonial estuvo encaminada a 3 grandes objetivos. El 1º
sería el engrandecimiento patrimonial de la dinastía (Carlos, el nieto de los RRCC, reunió en su
persona las herencias castellana, aragonesa, borgoñona y austríaca de sus abuelos); en 2º término,
en dicha estrategia se hallaba implícita la finalidad política de construir una alianza entre los
Habsburgo alemanes, los Tudor ingleses y los Trastámara españoles para frenar las pretensiones
hegemónicas de los Valois franceses en Europa y conservar, al mismo tiempo, la preponderancia
hispana en el Mediterráneo occ.; finalmente, la aprox. a Inglaterra y a los Sres. de Borgoña y Flandes
aseguraba los imps. intereses econ. que unían a los mercaderes españoles, especialmente
castellanos, con las econ. de estos países del N. de Europa.
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TEMA 2: “LA EXPANSIÓN EUROPEA”.
Uno de los hechos + relevantes de la hª de los últimos 250 años ha sido la influencia de los
europeos fuera de Europa. La expansión de Europa no fue deliberadamente planeada ni fue
voluntariamente aceptada por los no europeos; pero en los SS. XVIII y XIX es un hecho político
incontrovertible que produjo nosos. conflictos entre los diversos Estados por la disputa de las zonas
de influencia. Los cimientos de la preponderancia europea se prepararon en el S. XV y se afianzaron
sólidamente en los SS. XVI y XVII. Durante estos siglos los europeos prácticamente hicieron la
conexión de las difs. partes habitadas del planeta. En sus expediciones, los europeos encontraron
muchos pueblos, unos primitivos y otros con un alto grado de civilización. Estos últimos eran +
nosos. y aparentemente + poderosos que sus invasores occs. Sin embargo, ninguno de ellos escapó
a la influencia europea, fuera ésta religiosa, comercial, técnica o cultural.
CAUSAS DE LOS DESCUBRIMIENTOS GEOGRÁFICOS.
No se puede explicar adecuadamente el impulso que motivó los grandes descubrimientos sin
recurrir a los hechos históricos coetáneos cuya confluencia determinó la corriente exploradores.
Varias son las motivaciones del pequeño grupo de hombres que tomaron las iniciativas y tuvieron la
perseverancia necesaria para tener éxito.
a) Motivaciones económicas.- Se buscan nuevos campos de acción, nuevas fuentes de
beneficios, y aumenta el deseo de llegar directamente a los orígenes del oro africano y las especias
orientales. La instauración en el S. XV del imperio turco impulsó a encontrar un contacto + fácil con
las Indias para obtener las telas preciosas, los perfumes, el azúcar, las especias. Además, muchos
mercaderes europeos deseaban desbaratar el casi-monopolio de la Serenísima República (Venecia)
para aprovecharse de los beneficios. Hay que tener en cuenta también la necesidad de esclavos de
las penín. itálica e ibérica. En conj., estos motivos econ. parecen ser los esenciales, aunque en
muchas empresas vayan asociados a otros, aunque los grandes mercaderes y capitalistas pocas
veces financien los descubrimientos y se limiten a beneficiarse de los ya efectuados. El oro fue el
gran móvil de estas empresas.
b) Motivaciones políticas.- Estas explican el papel desempeñado por Portugal y España. En
ambos casos se trataba de Estados que se habían constituido en lucha contra los reinos islámicos y
que conocían la amenaza que podrían representar para su existencia los grandes Estados
musulmanes de África, y + allá, el imperio turco en expansión. En ambos casos, las pobs. y los
medios dirigentes respondían a la vocación ½ religiosa, ½ militar, de la Cruzada. En ambos casos,
también, el fin de la Reconquista proporcionó al país ambiciones y medios nuevos, mientras que los
soberanos, al reforzar su autoridad en el Estado, podían desear la gloria victoriosa.
Aquí el papel de los hombres es determinante, destacando Enrique el Navegante (1394-1460) en
Portugal y Colón en el reino de Castilla.
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c) Motivaciones religiosas.- Al deseo de hacer retroceder al Islam, se añade el de ganar nuevas
tierras para la verdadera fe y el de alcanzar los hogares de cristianismo en la India y el África Or.,
cuyo recuerdo había conservado la tradición y los relatos de los viajeros.
d) Motivaciones psicológicas y sociales.- Las de los sabios y los humanistas de verificar la
veracidad de los textos antiguos sacados a la luz por esta época. También la de los hombres de
acción, aventureros tentados por la novedad, el peligro y la esperanza de fortuna.
CONOCIMIENTO Y CONCEPCIÓN DEL MUNDO A FINALES DEL S. XV.
En las grandes expediciones marítimas se aprovecharon 3 ramas del desarrollo técnico. 1ª: la
aplicación de la geografía y la astronomía en los problemas prácticos de la navegación. 2ª: la
construcción de barcos y su pilotaje. 3ª: el desarrollo de las armas de fuego, en particular la artillería
naval.
La tradición geográfica de la antigüedad, representada por Tolomeo que cartografió
fundamentalmente al I. romano, con sus 2 obras: la Astronomía y la Geografía, fue transmitida al
Occ. cristiano medieval por los árabes. Estos tradujeron la Astronomía (Almagesto) e ignoraron la
Geografía. Los árabes añadieron al acervo clásico sus experiencias de navegación por áreas mal
conocidas por los antiguos, como el N. del O. Índico, pero también difundieron falsas creencias como
que el Atlántico no era navegable.
Sobre esta base a través de las traducciones latinas se asentaron las obras de los geográfos
clásicos de la B. E. Media, que añadieron citas bíblicas, leyendas y relatos de viajeros (por ej. el
Imago Mundi del cardenal Pedro d’Ailly). También se tradujo al latín la olvidada Geografía de
Tolomeo, pasando a tener una gran influencia en la cosmografía de la época.
Los 1os. navegantes portugueses ya conocían la técnica de los portulanos, procedentes de las
escuelas italianas y catalano-mallorquinas, lo que les obligaba a no perder de vista la tierra en su
periplo. El 1er. problema que se les planteó fue el de la latitud, que se estableció en relación con la
estrella Polar de una manera documentada en 1462. Sin embargo, al aproximarse al Ecuador esta
técnica no servía, por lo que se recurrió a calcularla con respecto a la alt. del Sol al mediodía.
A finales del S. XV un navegante preparado, sin tener referencias respecto a la costa, disponía de
métodos que le permitían determinar su latitud, teniendo una idea bastante aproximada de la
extensión de un grado de latitud. También tenía cartas de navegar donde podía situar sus
observaciones. En cambio, no tenía medios para situar su longitud, cuya determinación era un
problema mucho + difícil y que no se solucionaría satisfactoriamente hasta el S. XVIII.
En cuanto a los instrumentos, se partió del legado árabe del astrolabio y el cuadrante que
utilizaban en tierra, y de la brújula, ya conocida en el S. XIV en Occ. Esta aguja imantada sobre la
rosa de los vientos servía para conocer la dirección, pero los movs. del navío perturbaban su
funcionamiento, por lo que fue reemplazada por el compás de ruta. Colón en su 1er. viaje descubrió
la declinación de la aguja imantada. Para determinar la latitud se descubrió el llamado “bastón de
Jacob”, inspirado en el cuadrante, y hacia 1594 el “cuarto de Davis”, un pedazo del cuarto náutico.
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La cartografía utilizada hasta el último tercio del S. XVI estaba constituida por planos con mapas
en forma cuadrada o rectangular, sin corrección de la declinación magnética. En 1569 Mercator dio a
conocer sus sist. y los mapas cilindrícos. Éstos fueron de gran interés para los españoles y
portugueses, cuyos veleros navegaban principalmente por los mares tropicales, zonas que quedan
poco deformadas en este tipo de proyección. Con todo, no fue hasta bien entrado el S. XVII, con el
mayor conocimiento de los valores del ángulo de declinación magnética, que se pudieron corregir los
rumbos observados en la aguja por rumbos verdaderos.
A comienzos del S. XV, el comercio marítimo de Europa se efectuaba en barcos netamente infs.
en diseño y capacidad a las embarcaciones usadas en muchos lugares de Or. Pero, a finales del
XVI, los barcos europeos eran, en general, los mejores del mundo. El navío de los descubridores y
exploradores se fue formando a modo de síntesis entre las experiencias de los marinos del Atlántico
y del Mediterráneo. Hacia 1300 las “carracas” y “galeras” entraron en el Océano, y las “cocas” del
golfo de Gascuña en el Mediterráneo. A partir de 1430 estos navíos tuvieron 3 mástiles. De este tipo
de nave se distinguirá poco a poco la “carabela”, usada por 1ª vez por los portugueses. La carabela
tenía 2 mástiles al comienzo, pero pronto tuvo 3; con esto quedó completado el tipo de carabela:
navío rápido, incluso con vientos adversos y que no superaba las 150 Tn.
En la expedición de Vasco de Gama de 1497-1499, como en el 1er. viaje de Colón, encontramos
los navíos o “naos”, donde predomina la vela cuadrada, para navegar con el viento a favor. A lo
largo del S. XVI la carabela y la nao tienden a aproximarse, dando lugar al “navío mercante” típico de
este siglo.
El armamento de las flotas expedicionarias aplicaba el método de la artillería embarcada en el
navío, muy dif. del de la “galera”. Estos navíos aplicaron el fuego lateral de artillería. Ante flotas
numéricamente sups. y combatiendo cerca de las bases, la principal arma de las flotas europeas
había de ser la artillería y no el abordaje, y el objetivo debía ser el barco y no los hombres.
LA EXPANSIÓN CASTELLANA: CRISTÓBAL COLÓN.
La posesión de las I. Canarias por parte del reino de Castilla, confirmada por el tratado de
Alcaçobas de 1479 con Portugal, era la prueba del interés castellano por el Atlántico y por la
expansión en el continente africano. Pero, por el mismo tratado, la expansión en África o la
prosecución de la ruta hacia las Indias quedaba reservada al reino luso, por lo que el proyecto
colombino de seguir la ruta de Occ. hacia las Indias tuvo buena acogida en la Corte de los RRCC.
Aparte de la polémica que rodea la fig. de Colón y sus intenciones cuando preparó la expedición
que habría de llevarle a América, lo que es incuestionable es la tenacidad, convicción y firmeza con
que defendió ante Juan II de Portugal 1º, y los RRCC, después, la posibilidad de efectuar
descubrimientos de tierras e islas en el Atlántico, navegando rumbo a Occ.
Una vez acabada la magna empresa de la Reconquista, los RRCC firman las capitulaciones de
Santa Fe con Colón (17-4-1492); en ellas se declara el señorío del Océano por parte de los
monarcas, o sea de Canarias hacia Occ. Colón reivindica estos espacios porque, poseedor del
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secreto del piloto anónimo, sabía que había tierras a unas 700-750 leguas al O. de la isla canaria de
Hierro. En virtud de ello, los reyes le nombran virrey y gobernador. El descubrimiento tuvo lugar el
12-10-1492. Colón utilizó la ruta de los alisios. Abordó el continente americano por el Caribe
(Bahamas, Haití, Cuba) y procuró ubicar las nuevas tierras dentro del cuadro continental conocido
por los contemporáneos, del cual él sabía los rasgos generales gracias a sus lecturas geográficas.
Nace entonces en el almirante la obsesión de haber alcanzado las islas or. de Asia (Japón) o aún la
propia tierra firme del continente. Con esta convicción regresó la flota a España, donde la corte real
se preocupaba de garantizarse la posesión de las tierras descubiertas en las “Indias”.
La genialidad de Colón, basada en su fe ciega de llegar a las Indias, no le permitió percatarse que
había llegado a una tierra nueva, cosa que a la altura del 3er. vieja ya se daba por supuesto en la
Corte y en los círculos informados. Colón creyó tras su 2º viaje que había llegado a la puerta de las
Indias, que Cuba era tierra firme asiática y que el descubrimiento de depósitos de perlas cerca de la
I. Margarita era prueba de la mítica riqueza asiática. Estas falsas creencias fueron el fundamento de
su error, error que fue corregido por la Corona, que rescató de manos de Colón las facultades de
gobernación ante el volumen y total novedad de lo descubierto, dejándole las facultades de
explorador y almirante. En 1507 el cosmógrafo alemán Martín Waldseemüller habló en su
Cosmographiae intoductio de una 4ª parte del mundo a la que llamó América (por el florentino
Americo Vespuccio). En 1513, finalmente, Nuñez de Balboa atravesaba el istmo de Panamá y
descubría el Mar del Sur (Océano Pacífico). Se descubría así una barrera continental entre Europa y
la India por Occ., casi al mismo tiempo que los portugueses alcanzaban las islas de las Especias.
En vida de Colón, la Corona ya hizo de la empresa de descubrimiento y conquista una tarea de
Estado. Para ello tuvo que arbritar todo un sist. institucional en España y en América para que
hubiera igualdad de trato a los súbditos de los 2 continentes. Tal labor comenzó con la creación de
la Casa de Contratación en Sevilla (20-1-1503).
Los españoles colonizaron sobre todo las Antillas a partir de la isla de La Española: Puerto Rico,
Cuba,… A su vez Cuba fue la plataforma para conquistar el continente por los 2 lados: la Florida y la
costa mexicana al N. de Yucatán. Las otras grandes conquistas y colonizaciones consiguientes
fueron la de México y la de Perú. En poco + de 30 años, los conquistadores habían acabado con las
frágiles civilizaciones indígenas, lo cual les proporciona unos 3 mills. de km2 . La expansión de
América se asentó en la transmisión de la soberanía del rey de las Españas a los reinos de las
Indias, de los cuales el monarca español se consideraba heredero. La creación de los virreinatos de
Nueva España y del Perú como delegación suprema del rey responde a esta concepción.
El descubrimiento de Nuñez de Balboa planteó el problema de hallar un paso marítimo que
salvara el obstáculo de América en el camino a las Indias. En 1520 tras la desafortunada expedición
de Solís (1515), el portugués Fernando de Magallanes encuentra en la ruta del SO. El paso que hoy
lleva su nombre, entre el S. de América y Tierra del Fuego. La expedición continuó por el Pacífico
hasta las Filipinas y las propias islas de las Especias, donde se dieron la mano marineros lusos e
hispanos.
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RIVALIDAD LUSO-CASTELLANA: EL TRATADO DE TORDESILLAS Y EL REPARTO
DEL OCÉANO.
Al trasladarse las principales rutas del comercio mundial del Mediterráneo al Atlántico, todos los
países de la franja costera occ. de Europa se beneficiaron de su posición geográfica. Pero son los 2
pueblos de la P. Ib. los que realizan las mayores empresas, dadas su vieja tradición marinera
mediterránea y las nuevas técnicas de las navegaciones atlántica, a lo que hay que sumar el fin de la
Reconquista y la org. de un Estado eficaz.
El objetivo esencial de esta época es llegar a la India. Meta que se propuso alcanzar la corte
portuguesa desde principios del S. XV. Obra suya fue el descubrimiento de las costas africanas que
empezó en 1415 con la toma de Ceuta desde donde Enrique el Navegante impulsó la prosecución de
la aventura. De 1415 a 1437 el fin fue rodear el Marruecos infiel por el S. para conquistarlo. Es la
época del establecimiento en Madeira y en las Azores. En 1434 se llegó a Cabo Bojador y en 1437
el descalabro ante Tanger introdujo un cambio de métodos y perspectivas.
De 1437 a 1444 el proyecto se centra en llegar al país del oro. Llegan a Rio de Oro, al ilote de
Arguin, y a Cabo Verde y sus islas.
De 1455 a 1475 el cambio hacia el E. de la costa africana plantea nuevos problemas y la muerte
del príncipe Enrique paraliza las empresas. Pero los portugueses llegan hasta Gabón, + allá del
Ecuador, en 1475. Se precisan los relieves de la costa y se establecen las dimensiones del
continente; además se desarrolla es aspecto econó. con el comercio de malagueta (pimienta), oro,
marfil y negros.
Después de 1480 el proyecto indio gana prioridad: el fin es encontrar la ruta del E. En 1486 se
llega al trópico meridional y a partir de 1487 Bartolomé Díaz pasa a lo largo del Cabo y toca la costa
de Natal, con la certidumbre de haber rodeado el continente. En 1498 Vasco de Gama llegó a
Calcuta donde, a pesar de las hostilidades musulmanas, estableció vínculos con los príncipes indios.
Tras los descubridores llegaron los conquistadores. Portugal había de defender con las armas su
posición en el oceáno Índico y la India, así que, tras la expedición de Vasco de Gama, las flotas
portuguesas hubieron de combatir duramente contra los árabes y los indios, éstos instigados por
aquellos. La política de la corte lusa evolucionó desde la mera utilización econó. de la ruta del SE. a
la fundación de un imperio colonial, a base de puntos de apoyo fortificados y la exclusión de toda
competencia.
La rivalidad hispano-lusa se manifestó al regreso de Colón de su 1er. viaje. Ante la reclamación
portuguesa de que los territorios les pertenecían por las bulas de Nicolás V y por el Tratado de
Alcaçobas de 1479, Fernando e Isabel obtuvieron en breve plazo las famosas bulas de Alejandro VI,
en 1493, que, favoreciendo claramente a España, ponen la “raya” de demarcación entre las zonas de
descubrimiento español y portugués en un meridiano de 100 leguas marinas españolas al O. de la
última isla de las Azores. Todo lo situado + allá de esta línea pertenece a España. Juan II de
Portugal no aceptó esta donación pontificia y los RRCC se avinieron a una negociación que concluyó
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con el tratado de Tordesillas (7-6-1494). Por este tratado se estableció la línea de demarcación a
370 leguas marinas al O. de las I. de Cabo Verde, que dividía al mundo de polo a polo. Las
consecuencias fueron de una magnitud que entonces no podía preverse, pues gran parte del Brasil
quedaría así englobado en la órbita portuguesa.
Con la llegada de Magallanes a las islas de las Especias, donde se encontraron marineros lusos y
españoles, la rivalidad entre las cortes de España y Portugal a propósito de la posesión de las
Molucas se acrecienta, ya que resulta difícil dilucidar a cual de los 2 hemisferios correspondía.
Finalmente se firmó el tratado hispano-portugués de Zaragoza (1529) por el que España renunció a
sus derechos sobre las Molucas, previo pago de unos 350 mil ducados para el emperador. También
se situaba la línea de demarcación en el grado 17 de longitud al E. de las Molucas. Las Filipinas
quedaron en zona portuguesa, pero, una vez conquistado México, en 1568 Legazpi se apoderó de
estas islas.
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TEMA 3: “LA ORGANIZACIÓN SOCIAL EN EL SIGLO XVI”.
EXPANSIÓN DEMOGRÁFICA.
Una gran parte de España estaba desierta y si la tierra apenas estaba cultivada en parte se debía
a que estaba escasamente poblada. La pob. de España aumentó de forma significativa en el S. XVI
y no sufrió retrocesos catastróficos hasta en torno al 1600. Castilla era la región + densamente
poblada y casi el 80% de la pob. vivía en ella. Asimismo, se recuperó de la Peste Negra y de las
epidemias subsiguientes + rápidamente que sus vecinos de la P. Ib. y comenzó antes su crecimiento
demográfico, tal vez ya a finales del S. XV. La recuperación de la zona oriental de España fue +
lenta: la pob. total de la corona de Aragón era sup. al millón. Entretanto, la pob. de Castilla pasó de
3.856.199 habs. en 1530 a 6.611.460 en 1591.
En Castilla existían variaciones regionales en el crecimiento demográfico. La pob. de Galicia
aumentó aprox. el 78% entre 1528 y 1591. La combinación de población y pobreza en una región
montañosa determinó la función clásica de Galicia de exportar habs. hacia las llanuras. En cambio,
en las tierras de Castilla la Vieja, el crec. demográfico, aunque no inexistente, fue menos
pronunciado, menos resistente, tal vez, a las condiciones cambiantes. En Castilla la Vieja el crec.
demográfico se inició antes que en otras regiones de España, fue + modesto -el 20% en conj.- y
alcanzó el punto álgido ya en 1561. El mismo modelo se repitió en Castilla la Nueva. La prov. de
Guadalajara conoció un incremento de la pob. del 51,5% entre 1528 y 1591. Ciudades como Madrid
y Cuenca sobrepasaron, con frecuencia, el incremento de su hinterland rural, la 1ª por ser la capital,
y la 2ª como centro de una industria textil. Pero en general, aunque el crecimiento global de la pob.
(el 78% en el período 1528-1591) de Castilla la Nueva fue + elevado que el de Castilla la Vieja, se
produjo según las mismas pautas.
Andalucía, centro comercial del reino de los Habsburgo, siguió un modelo de crec. demográfico dif.
Al igual que Castilla, el aumento de la pob. fue bastante rápido en la 1ª ½ de la centuria. En Jaén y
su prov. se produjo un aumento de la pob. del 55,5% entre 1528 y 1561. Pero la situación fue
distinta en el S. que en el N., en cuanto que la pob. continuó aumentando, aunque a un ritmo menor,
aprox. el, 20,8% en el período de 1561-1591 en el caso de Jaén. Sevilla es un caso especial, como
capital de la región agrícola + próspera de la prov., la Andalucía occidental, y centro del comercio y la
administración americanas. La ciudad y su zona circundante conocieron, en conj., un crec. del
45,5% entre 1528 y 1591, mientras que el aumento en la ciudad fue de un 136% en 1530-1588.
Valencia y Murcia constituyen ejs. de variaciones en el modelo meridional. La pob. de Valencia
experimentó un imp. repunte a partir de 1550, alcanzando el máx. en 1580-1590, para conocer luego
una recesión a partir de 1600. Murcia creció ininterrumpidamente desde 1530 para alcanzar el
período de máx. incremento (el 50%) entre 1586 y 1596. En contraste con otras ciudades de la
penín., Murcia no se vio afectada por el declive demográfico de finales de siglo. También
Extremadura se aparta del modelo demográfico castellano. La pob. de Cáceres aumentó de manera
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constante durante todo el S. XVI, con un fuerte mov. al alza en la 2ª ½, produciéndose una
contracción en 1595-1646, aunque menos grave que en el caso de la zona central de Castilla.
Incluso en Castilla la distribución de la pob. experimentó variaciones imps. en el S. XVI, tal vez
como consecuencia del incremento del nº de habs. Se produjo un mov. de pob. del N. hacia el S.,
atraída por el monopolio andaluz del comercio de las Indias. Otro mov. de pob. se produjo a raíz de
la rebelión de las Alpujarras entre 1566 y 1571, a la que siguió la dispersión de los moriscos de
Granada por toda la zona septentrional de Castilla; el vacío se llenó en parte asentando colonos
procedentes del N. y centro de España. Por último, la imposibilidad de subsistir podía impulsar a la
pob. a emigrar a otras partes del país, en Castilla desde las zonas rurales a las ciudades y en
Cataluña desde los Pirineos hacia las tierras bajas. Pero además de los mov. internos de pob., hay
que mencionar también el factor de la emigración, en parte forzosa como en el caso de los judíos en
1492, y en parte voluntaria, hacia América. El nº de españoles que emigraron a América a lo largo
del S. XVI fue mucho + reducido de lo que se ha supuesto, siendo menos de 50.000 hacia el decenio
de 1550. Sin embargo, en el contexto de los estados contemporáneos se trataba de un éxodo imp.
de mano de obra, lo cual suscita el interrogante de si España se convirtió en una potencia colonial
porque tenía una pob. suficiente para sostener sus descubrimientos, o incluso porque el crec.
demográfico por encima de los recursos disponibles la forzó a la expansión.
Por otra parte, junto a la partida de españoles de la madre patria, se produjo la inmigración en
España de nosos. extranjeros. El nº de franceses que atravesaron los Pirineos, atraídos por la
riqueza de Sevilla y del comercio de las Indias, y en la zona oriental de España incluso por la
posibilidad de realizar trabajos manuales, aumentó ininterrumpidamente durante los SS. XVI y XVII.
Pero el grupo + influyente de inmigrantes extranjeros fue el de los genoveses. Desde el S. XIII
poseían una colonia imp. en Sevilla, mientras que en el Mediterráneo rivalizaban con Barcelona.
Todos los privilegios conseguidos durante ese período y revocados por Fernando de Aragón en el
año 1500 les fueron restablecidos por Carlos V como recompensa por el espectacular viraje
protagonizado por Andrea Doria en 1528, cuando desertó de Francia para colocarse a su servicio.
Desde ese año los banqueros genoveses desempeñaron un papel de 1ª magnitud en las finanzas del
Estado español, junto con los Welser y los Fugger, consignando las rentas + productivas, los juros,
monopolios y privilegios comerciales como contrapartida por los nosos. préstamos que realizaban a
la corona. Su situación mejoró aún + cuando España se separó del imperio alemán y terminaron por
sustituir a sus rivales del N., incluidos los Fugger. Además, se hicieron con una parte imp. del tesoro
americano, tanto en concepto de devolución de sus préstamos a la corona como por su participación
en el comercio de las Indias, que incluía imps. contratos para el suministro de esclavos negros.
Genoveses hispanizados echaron raíces en España, se integraron en los consejos y en la Iglesia y
comandaron ejércitos y flotas españoles. De hecho, gracias a su poder econó. y -por tanto,
indirectamente- político, podían ser considerados como miembros de la clase dirigente española.
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ESTRUCTURA SOCIAL. EL ESTAMENTO NOBILIARIO: CRITERIOS DE
JERARQUIZACIÓN Y NIVELES SOCIO-ECONÓMICOS.
La estructura social de España se basaba casi exclusivamente en la propiedad de la tierra, la
mayor parte de la cual estaba en manos de la nobleza y de la Iglesia.
La nobleza española no era homogénea. En ella se integraban desde los poderosos grandes de
España y los adinerados títulos hasta los empobrecidos hidalgos, y mientras que algunos nobles
poseían propiedades que abarcaban casi provs. enteras, había también aristócratas que eran
simples campesinos. Pero, en general, la nobleza latifundista gozaba de una posición privilegiada,
ayudada por las concesiones de la Corona en el pasado por el gran desarrollo de la agricultura en el
S. XVI y gracias a que disponía de mayores recursos de capital. La concentración de la tierra en
manos de la aristocracia fue protegida legalmente mediante la institución del mayorazgo, que, junto
con el principio de primogenitura, vinculaba las propiedades a perpetuidad a la misma familia e
impedía su enajenación. El mayorazgo era un privilegio, en lugar de una prohibición. Las Leyes de
Toro (1505) regularon y ampliaron el proceso convirtiendo lo que hasta entonces había sido privilegio
exclusivo de la nobleza en una institución de derecho civil. El pueblo llano, o + bien aquellos que
podían permitírselo, aprovecharon esta disposición para establecer pequeños mayorazgos, y aunque
tal vez ello redujo el monopolio de la nobleza + rancia, también incrementó la inmovilidad de la tierra
en España y favoreció su estancamiento.
La aristocracia española, apoyada en sus vastos latifundios y protegida por la institución del
mayorazgo, se vio favorecida también por la situación econó. del S. XVI. La tierra era una buena
inversión para obtener prestigio ybeneficio y esto era lo que atraía a la vieja nobleza, a los que
acababan, de conseguir un título nobiliario, y a los conquistadores que retornaban de América,
muchos de los cuales deseaban invertir no sólo en productos de lujo sino también en la tierra. Los
precios agrícolas aumentaron mucho + rápidamente que los de los productos no agrarios durante los
3 1os. cuartos del S. XVI, y entre 1575-1625 se incrementaron de forma similar. El productor agrícola
español podía aumentar sus ingresos no sólo explotando su tierra y vendiendo productos de 1ª
necesidad -trigo, lana,y ganado- sino también elevando el precio del arrendamiento en un momento
de subida del valor de la tierra. Los ingresos procedentes de los arrendamientos se incrementaban
con el alza de los precios, con la consecuencia de que la nobleza, que desdeñaba el trabajo y
consideraba degradante la activ. de los negocios, fue uno de los pocos sectores de la sociedad
española que no se vio afectado por la revolución de los precios. Los aristócratas españoles eran
terratenientes absentistas, que utilizaban el campo como una fuente de riqueza e influencia, como un
lugar para visitar pero no en el que vivir.
La concentración de la tierra, que favorecía a los propietarios, podía ser perjudicial para la
agricultura. Los aldeanos castellanos se quejaban frecuentemente de que escaseaba la tierra
cultivable, hecho que atribuían a la extensión de las dehesas (tierras cercadas para pasto), propiedad
de nobles absentistas cuyo interés fundamental era la cría de ganado + que la agricultura. Los
terratenientes en su mayor parte deseaban tener en sus tierras el mayor nº posible de campesinos
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arrendatarios para conseguir unos ingresos procedentes de las rentas y de la producción de
cereales. Pero la resistencia del campesinado a pagar rentas elevadas determinaba que una gran
parte de la tierra quedara vacía, pues los campesinos preferían arrendar las tierras baldías locales,
que podían cultivar sin necesidad de pagar renta. Pero en esos momentos se veían enfrentados al
poder no sólo econó. sino político de la nobleza, que en muchos casos dominaba los concejos
municipales, y esa posición les permitía influir en el funcionamiento y en el cumplimiento de las leyes
locales. En ocasiones controlaban en su propio beneficio la utilización de las tierras comunales,
incorporándolas a sus propiedades o imponiendo leyes contrarias a su cultivo, obligando a los
campesinos a regresar a las tierras de sus señores pagando las rentas exigidas.
Hay que considerar la pérdida de poder político por parte de la aristocracia en el contexto de su
poderío econó. La nobleza había renunciado a su papel feudal ante las exigencias de la monarquía
absoluta y aceptaba servir a la corona en actv. subordinadas como la guerra, la diplomacia y la adm.
virreinal. Pero como compensación reforzó su poder econó., proceso para el cual contó con el apoyo
de la corona. El poder feudal de los nobles declinó en el contexto nacional, pero sobrevivió en las
zonas en que residían en forma de jurisdicción señorial sobre sus vasallos, que les permitía cobrar
tributos feudales, nombrar funcionarios locales e incluso adm. la justicia.
Sin embargo, donde la jurisdicción señorial sobrevivió en su forma + primitiva fue en Aragón,
donde estaba protegida frente a la corona por los fueros, que amparaban los privilegios aristocráticos
con el pretexto de la inmunidad territorial. Aunque la dureza de este régimen se atemperó con la
progresiva castellanización de Aragón y la intervención ocasional de la corona, todavía en 1591
Felipe II no osó abolir sus sagrados fueros.
En cambio, en Castilla la aristocracia tuvo que adaptarse a las circunstancias. Felipe II continuó la
política de sus predecesores y gobernó con la ayuda de una burocracia profesional, designando a los
miembros + poderosos de la nobleza, para ocupar distantes virreinatos u otros cargos. Una
admin.constituida por juristas con formación universitaria se esforzó con éxito creciente por sustituir
la justicia señorial por la justicia real, que habitualmente apoyaba al vasallo contra su señor. Se
intentó poner fin a las franquicias privadas; en 1559 la corona recuperó mediante la compra los
enormes privilegios del almirante de Castilla y a las aduanas de los puertos vizcaínos. Poco a poco, a
pesar de algunas excepciones, como el duque de Alba y el duque de Feria, la nobleza castellana se
vio desposeída de su imp. política. Sin embargo, sobrevivió un vestigio de su poder no obstante el
peso del absolutismo real.
La riqueza territorial de la nobleza y su exención parcial de los impuestos convirtió a esta clase en
el ideal al que aspiraban todos los españoles. En 1520 Carlos V estableció la distinción entre
grandes (a los que redujo a 20) y títulos. Los títulos de nobleza podían ser comprados y las
necesidades financieras de la corona le indujeron a vender hidalguías a quienes podían adquirirlas:
comerciantes, nuevos ricos procedentes de las Indias y letrados de la adm. real, cuyos orígenes
humildes alimentaban la ambición de alcanzar el estatus nobiliario. Las patentes de nobleza eran
costosas y la recompensa en forma de exención de impuestos escasa, pues la condición de noble
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sólo garantizaba la exención de una serie de impuestos concretos, pero no de aquellos que
aportaban los mayores ingresos, la alcabala y los millones, que eran impuestos sobre las ventas que
pagaba todo el mundo. Las justificaciones tradicionales de la nobleza, el linaje y la guerra
continuaron siendo + imps. que el dinero.
EL CLERO: IMPORTANCIA NUMÉRICA E IMPACTO EN LA VIDA ECONÓMICA Y
SOCIAL.
En el S. XVI la Iglesia estaba presente en todos los niveles de la sociedad española. Se afirmaba
que acumulaba la ½ de la renta nacional. Sin embargo, pese a los privilegios y riqueza, el clero
español no podía ser considerado como una clase social separada: en sus filas se incluían hijos de
artesanos y campesinos, así como representantes de la pequeña y de la alta nobleza, y su misión
era compartida por aristócratas como Sta. Teresa de Ávila y hombres del pueblo como S. Juan de la
Cruz. Las diócesis + imps., y los beneficios + apetecibles, estaban en manos de hombres de familias
aristocráticas, tendencia que resultaba no sólo del prejuicio y la influencia social sino también de que
hasta que se pusieron en práctica los decretos del Concilio de Trento no existían seminarios para la
educación de sacerdotes, por lo cual para los candidatos de origen humilde su procedencia de un
medio inculto era una desventaja en el momento de la designación. Además, la Iglesia acumulaba
un porcentaje desproporcionado de la riqueza del país y compartía con la aristocracia el monopolio
de la tierra. Las Cortes protestaban frecuentemente, aunque en vano, ante la acumulación de
propiedades en manos muertas, señalándola como una de las causas de la mala situación econó. del
país. Pero la Iglesia no sólo absorbía tierra, sino también mano de obra. En las últimas décadas del
S. XVI cuando aumentaron las presiones econó. sobre la mayor parte de los sectores de la sociedad
española, la seguridad que ofrecía la Iglesia y sus rentas contribuyó a inflar las filas del clero cuando
las familias desposeídas dedicaron a sus hijos al sacerdocio y cuando los segundones de la nobleza
comenzaron a competir con mayor intensidad aún por conseguir los mejores beneficios.
Con todo, aunque el clero defendía con tanto celo como la nobleza sus privilegios,
inmunidades y riqueza, sus miembros tenían ideas difs. sobre su utilización. En 1er. lugar, el
renacimiento religioso asociado a la reforma incluía un renovado énfasis en la caridad (aliviar la
situación de los pobres y mantenimiento de hospitales). En 2º lugar, el alto clero estaba totalmente
identificado con la política del Estado, especialmente en el reinado de Felipe II. La Iglesia
proporcionaba a la corona no solo buenos administradores, sino también subsidios econó. que
compensaban hasta cierto punto la exención parcial del clero de los impuestos ordinarios. Así pues,
el interés de la corona hacia la Iglesia se extendió inevitablemente a los nombramientos para los
beneficios, porque deseaba una jerarquía que se distinguiera no sólo por su piedad y su erudición
sino también por su disponibilidad a cooperar con el Estado.
La riqueza de la Iglesia estaba distribuida de forma desigual entre el alto y el bajo clero, que
estaban separados por difs. de extracción social y de cultura. El bajo clero era muchas veces
indigente y su posición social estaba + próxima a la de los desheredados. De hecho, dadas las difs.
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actitudes sociales del clero en España y sus frecuentes enfrentamientos por causa de las relaciones
interraciales y los métodos misioneros en las colonias españolas, hay que decir que la Iglesia
española del S. XVI era mucho menos monolítica de lo que parece. Y en una sociedad rígidamente
dividida en clases, era la única institución que permitía salvar el abismo existente entre ricos y
pobres, dirigiendo su mensaje a todos los españoles, con independencia e su posición social.
EL ESTADO LLANO: CAMPESINOS, ARTESANOS Y BURGUESÍA MERCANTIL.
En España la clase media era escasa y débil. Es cierto que en Castilla existía una clase mercantil,
pues ni siquiera los españoles rechazaban la riqueza. Los comerciantes de Burgos y Medina del
Campo obtenían, desde hacía mucho tiempo, buenos dividendos, mientras que con la riqueza de las
Indias se formaron las fortunas de muchos españoles y de nosas. casas comerciales extranjeras. No
faltaban entre los acreedores del Estado apellidos españoles, si bien eran una minoría. Por estas
razones es necesario modificar la opinión tradicional de que los españoles tenían pocas aptitudes
para las activ. comerciales. Sin embargo, no cabía esperar que se desarrollaran operaciones
comerciales a gran escala en un país escasamente urbanizado y con una pob. que no tenía tradición
en el mundo de los negocios. Simón Ruiz, en Medina del Campo, se hallaba en el centro de la
actividad comercial, manteniendo intensas relaciones con los grandes comerciantes de Lisboa,
Amberes, Lyon y Génova y era bien conocido en el círculo de Felipe II.
Sin embargo, los comerciantes como Ruiz eran una pequeña minoría en España. Había una
veintena de casas genovesas similares a la suya y sólo cinco o seis que pudieran ser consideradas
como plenamente castellanas. No se puede negar que en el S. XVI existían factores econó. que
dificultaban las activs. de los negociantes españoles. Las condiciones favorables creadas por la
afluencia de metales preciosos y la apertura del mercado americano dieron nuevas oportunidades a
los industriales y comerciantes españoles, pero no se prolongaron mucho + allá del año 1550. El
estímulo creado por el alza de los precios y por los mercados coloniales se convirtió entonces en una
desventaja al atraer a un nº cada vez mayor de manufactureros y comerciantes extranjeros al
comercio colonial. A pesar de los intentos de monopolizar el mercado americano, Castilla no pudo
resistir la presión de la competencia extranjera.
Hay otra razón que contribuye a explicar la debilidad de la clase media en España: el prejuicio
social contra las activs. comerciales y en favor de la nobleza, prejuicio que encontraba expresión en
la convicción de «que el no vivir de rentas, no es trato de nobles». Una vez +, se trataba + de una
tendencia que de un valor absoluto. En efecto, lejos de despreciar el comercio, las familias
aristocráticas + imps. de Sevilla participaron intensamente como inversores en el comercio y la
navegación con América. Pero el tiempo demostraría que se trataba de un tipo de inversión limitada.
En definitiva, la ambición de casi todos aquellos que habían conseguido su riqueza en el mundo de
los negocios, especialmente la 2ª generación de una empresa familiar, era abandonar el mundo
mercantil, que sólo consideraban como un paso intermedio en la jerarquía social, y vivir como
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aristócratas. Ello produjo un desprecio por el comercio y una gran ansiedad por integrarse en la
nobleza que resultaron ruinosos para España y su pob.
En una sociedad en la que la pauta era marcada por la aristocracia terrateniente había pocas
perspectivas para los trabajadores y artesanos. La clase obrera española del S. XVI, enfrentada a
una próspera nobleza cuya propiedad era un imán para los productores y comerciantes, tenía
pruebas evidentes para sustentar la convicción de que el trabajo era degradante, y con ello el tenente
y el artesano perdían confianza en el trabajo como medio de progreso. Trabajaban porque no tenían
alternativa o porque ésta era el hambre. Ciertamente, era mucho lo que tenían que trabajar para
conseguir una subsistencia miserable, que apenas cubría las necesidades vitales. Si por casualidad
el trabajador obtenía un excedente de su salario, los impuestos, cada vez + gravosos, se lo
arrebataban. Pero generalmente era poco lo que tenía.
El porcentaje de propiedades campesinas variaba según las regiones, y era reducido frente a las
propiedades de las clases privilegiadas. Pero la propiedad no lo era todo pues un campesino
podía ser propietario de una tierra pobre o arrendatario de una extensión fértil. En la zona central
de España la proporción de propiedades campesinas era más elevada: tal vez el 25-30% de la
tierra de Castilla la Nueva entraba en esa categoría. Posiblemente, tan sólo una 5ª parte de la
tierra cultivable en Castilla era propiedad de los campesinos, mientras que el resto pertenecía a la
corona, a la nobleza, la Iglesia y las ciudades. Pero además de trabajar sus propias tierras, el
campesino frecuentemente tenía tierras en arrendamiento con contratos a largo plazo, o censos,
en unas condiciones que en muchos casos eran + favorables que las que derivaban de la
condición de propietario y en algunos lugares los campesinos tenían, acceso a las tierras
comunales. Así pues, el campesinado español estaba formado por una variedad de tipos, desde
los labradores (campesinos independientes) en el estrato + elevado, hasta los jornaleros, pasando
por los campesinos arrendatarios y los aparceros. En general, el nº de jornaleros aumentaba
hacia el S., especialmente en Andalucía.
Muy intensa era la pobreza rural en las provs. septentrionales de Burgos y León, así como en
Extremadura y Andalucía. La mayor parte de los campesinos vivían en los límites de la subsistencia,
con sólo lo suficiente para alimentar a sus familias una vez satisfechas todas sus obligaciones para
con el Estado, la Iglesia y el señor. Cualquier excedente sólo podía proceder de un trabajo extra,
como la industria doméstica. La mayor parte de ellos no se beneficiaron de la eclosión agrícola del
S. XVI. Los campesinos, ante la urgente necesidad de conseguir alimentos y semillas, se veían
obligados a vender su cosecha por adelantado a un precio fijo para el resto del año, lo que les
impedía obtener ventaja de las alzas de precios estacionales. La elevación del precio de los cereales
-el 385% en el período 1522-1599- fue acompañada de un incremento constante de la renta de los
arrendamientos. Necesitaban arrendar la tierra para sobrevivir, y cualquier incremento de los costes
disminuía sus ingresos disponibles. Si la renta era su 1er. enemigo, muy de cerca seguían los
impuestos. El campesino tenía que recurrir al censo, un préstamo hipotecario que podía ser fuente
de crédito adecuada en tiempos de prosperidad pero que se convertía en una pesadilla durante la
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recesión econó., acabando por ser una fuente de deuda permanente. Una gran parte del dinero para
el crédito rural procedía de las instituciones eclesiásticas, con lo que cuando el campesino se
atrasaba en el pago la Iglesia no tenía reparos en ejecutar la hipoteca y apropiarse la propiedad. Las
masas silenciosas del S. XVI tenían pocos portavoces, pero el ejército de vagabundos, mendigos y
desempleados que vagaban de monasterio en monasterio en busca de un plato de sopa y que
infestaban los caminos de España son un testimonio elocuente del aumento de la indigencia en una
sociedad en la que las clases privilegiadas monopolizaban la riqueza.
Esta era la situación en Castilla. En la zona or. de España la pobreza tenía un origen distinto. La
presión de la pob. en una región montañosa que no podía sustentarla obligó a los habs. de las tierras
altas en los Pirineos catalanes a descender hacia las llanuras vecinas del Ampurdà y Lleida. Allí
toparon con los campesinos catalanes ya establecidos, con lo que se convirtieron, ante la
imposibilidad de encontrar un medio de vida, en proscritos que vivían del contrabando y del
bandolerismo. Los bandoleros de las montañas, en busca de botín, aterrorizaban las aldeas del llano
y acechaban para robar a los granjeros y correos en una zona fronteriza en la que prácticamente no
se respetaba la autoridad del rey. No era difícil encontrar aventureros aragoneses y catalanes en
todas las regiones de España y del imperio y estaban presentes en todas las guerras.
LAS MINORÍAS ÉTNICO-RELIGIOSAS: EL PROBLEMA CONVERSO Y LOS
ESTATUTOS DE LIMPIEZA DE SANGRE.
Judíos y musulmanes fueron víctimas de una persecución similar, pero distinta en cronología, y en
muchas facetas. La conversión forzosa se impuso durante el reinado de los RRCC. A pesar de su
conversión los moriscos terminaron siendo expulsados por Felipe III, cosa que no sucedió con los
conversos de origen judío por las características sociales del grupo y a su comportamiento.
El problema de los conversos radicaba en la resistencia que la sociedad cristiano-vieja oponía a
su integración. La oposición era a la vez de tipo econó.-social y religioso. La formación de los
conversos era mayor en general que la de los cristianos viejos, esto supuso la escala social tanto en
la admin. como en el campo de la cultura y econo. De ahí la conformación definitiva en la 1ª ½ del S.
XVI de los estatutos de limpieza de sangre. Los estatutos no provenían de un impulso centralizado,
sino que eran adoptados individualmente por ayuntamientos, órdenes religiosas, conventos,
cofradías, etc. El resultado fue el de prohibir o de obstaculizar a los conversos y asus descendientes
el acceso a dignidades civiles y religiosas o la práctica de profesiones que deseaban prestigiarse. El
campesinado, por lo menos el rico, podía alardear, a falta de sangre noble, de tener sangre limpia o
exenta de antecedentes conversos. En cambio, había familias de la nobleza con conocidos y
famosos antepasados conversos. Posiblemente, a fines del S. XVI, y ya en el S. XVII llegó a su
culminación la preocupación por la limpieza, su valoración como sustitutivo de la hidalguía, la
obsesión por conseguir las probanzas de linaje cristiano viejo.
La pob. de origen musulmán (moriscos) sufrió una persecución creciente y una pérdida de su
personalidad cultural. Los moriscos pertenecían esencialmente a las clases populares: agricultores y
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artesanos. La Inquisición no podía actuar por el momento contra los moriscos. Se confiaba en una
asimilación cultural y religiosa rápida, esperando que una oportuna campaña de evangelización les
llevaría a la verdadera fe; en suma, se creía que no practicaban el cristianismo por falta de
información.
Los cristianos viejos, políticos y clases populares, vivían obsesionados por la idea del complot
morisco, con la posibilidad de que los moriscos se sublevasen ayudados por sus hermanos de
religión, o por cualquiera otros enemigos de la monarquía española (franceses). El objetivo de las
autoridades cristianas era la deportación, la pérdida de la identidad colectiva, pensando incluso en la
separación de padres e hijos para conseguir la cristianización y asimilación de éstos. La respuesta
de la comunidad morisca a la presión fue, de una parte, la resistencia legal y de otra, el desarrollo del
bandolerismo. En 1568, las zonas rurales del reino se alzaron en armas. El centro de la rebelión se
situó en las Alpujarras. Como consecuencia de su derrota la mayor parte de la pob. morisca
granadina fue deportada a Castilla, donde crearon nuevos focos de tensión.
Hubo por ambas partes esfuerzos de comprensión, e incluso de sincretismo. Hubo sacerdotes
moriscos ejemplares que intentaron conseguir sin violencia la conversión de sus hermanos; hubo
incluso moriscos que fueron muertos por su adhesión al cristianismo. También hubo sacerdotes
cristianos que confiaban en la conversión pacífica y aristócratas tolerantes por razones econ. o
políticas, o por un mejor conocimiento de la realidad social.
En 1609, Felipe III expulsa a los moriscos de España. De esta expulsión resultaron daños
demográficos y econó. imp. para los reinos de Valencia y Aragón, para la agricultura.
Los gitanos eran una pob. esencialmente nómada, objeto de persecución tanto en Castilla como
en Aragón y Navarra. Las Cortes de cada reino pedían con insistencia su persecución. Se les
acusaba de robo sobre todo en el campo, de vivir ociosos y con engaños, así como de no ser
controlados ni por el poder político ni por el religioso. El objetivo único era la desaparición de la
comunidad gitana. Para conseguirlo se aplicaban los azotes, el destierro e incluso el destino a
galeras. La forma de vida de los gitanos variará poco a lo largo de la E. Moderna. La mayoría vivían
dedicados al comercio de caballería.
El fenómeno de la esclavitud se mantuvo a lo largo y ancho del mundo mediterráneo y se vio
potenciado por la expansión atlántica. En España se conocía la cifra de 50.000 esclavos, salvo en
Canarias, donde la mano de obra servil fue empleada con abundancia en los trabajos agrícolas, la
esclavitud fue ante todo doméstica. La corte (Toledo, Valladolid, Madrid) atrajo esclavos porque
formaban parte del séquito de la aristocracia y de la alta burguesía. Las fuentes de la esclavitud eran
2: la guerra, que proporcionaba esclavos blancos (moriscos, berberiscos y turcos) y la trata, ejercida
por traficantes en el África Negra.
La mayor parte de los dueños de esclavos, sobre todo los pertenecientes a estamentos
privilegiados, poseían esclavos sobre todo como un elemento de lujo, dado que su precio era caro y
creciente. Se les dedicaba sobre todo al servicio doméstico. Los conventos de monjas solían tener
esclavas negras. También elementos menos privilegiados, incluso artesanos, poseían esclavos.
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Puede pensarse también que se diera la libertad a los esclavos mayores. La práctica de la
manumisión no era infrecuente, sobre todo por disposición testamentaria. Una parte de la pob. negra
de las ciudades andaluzas estaba constituida por libertos, por ex esclavos. La cristianización
facilitaba el proceso.
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TEMA 4: LA EVOLUCIÓN DE LA ECONOMÍA EN EL QUINIENTOS
AGRICULTURA.
Las condiciones agrarias en España no eran idénticas en todas las regiones. Así, las perspectivas
del campesino catalán, con su seguridad relativa respecto a la tenencia de la tierra, eran mucho +
favorables que las del jornalero sin tierra en Castilla. El régimen agrario en España favorecía a los
poseedores de grandes propiedades, detentadas en un rígido sist. de mayorazgo y manos muertas y
trabajadas por jornaleros sin tierra. Las tierras de propiedad pública -tierra perteneciente a la corona
y a los municipios, que incluía pastos comunales y tierra cultivable- eran un componente básico de la
estructura agraria, y en algunos lugares toda la tierra disponible tenía esas características; servía
para modificar totalmente las perspectivas del campesino y permitirle subsistir, especialmente porque
no necesitaba pagar una renta. En el sector privado, aunque es cierto que la nobleza y la Iglesia
poseían un porcentaje desproporcionado de la tierra, no la monopolizaban. El campesino pudo
participar también en la eclosión agrícola del S. XVI, aunque es cierto que también fue + vulnerable a
la recesión subsiguiente.
El alza de los precios agrícolas en el S. XVI y el consiguiente incremento de las rentas de la tierra
en ocasiones y en algunos lugares convirtió la agricultura en un negocio lucrativo que interesó no
sólo a los campesinos y trabajadores sino también a los inversores. Ese nuevo interés se aprecia en
el cultivo de nuevas tierras y en la explotación + intensiva de la tierra ya cultivada, aspectos ambos
para los que era necesario conseguir capital. Para ello, los agricultores tomaban dinero a préstamo
mediante el pago de un interés anual, que se garantizaba con la hipoteca de su explotación. De esta
manera, la tierra se convertía en un objeto de especulación. Las tasas de interés
extraordinariamente elevadas -en ocasiones hasta el 50%- inducían a los capitalistas a conceder
préstamos para la agricultura. En los años finales del S. XVI imps. capitales estaban invertidos en
censos agrícolas. El censo se convirtió en el medio fundamental de conseguir crédito para las tareas
agrícolas. En condiciones favorables de los precios y la demanda, el flujo del capital contribuía al
desarrollo de la agricultura, y el incremento del rendimiento de la tierra permitía al campesino realizar
los pagos al propietario de la hipoteca. Pero cuando caían los precios agrícolas, incluso de forma
temporal, el campesino no poseía el dinero suficiente para pagar los intereses. Entonces, se
renunciaba a los bienes hipotecados, produciéndose una transferencia de propiedad que aumentaba
aún + la concentración de la propiedad en manos de unos pocos latifundistas y que inducía a un
mayor nº de habs. de las zonas rurales a engrosar las filas de los desempleados en las ciudades. En
la región de La Mancha eran las instituciones eclesiásticas la fuente + imp. de crédito. Cuando los
campesinos se atrasaban en sus pagos, los monasterios y los capítulos catedralicios eran los 1os. en
actuar y apropiarse de la tierra. De esta forma, los censos se convirtieron en una forma más de
extraer un excedente de los productores rurales para transferirlo al sector privilegiado de la población
urbana.
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El divorcio entre capital y trabajo contribuye a explicar el muy bajo nivel técnico de la agricultura
española y la evidente contradicción de que se cultivaran nuevas tierras cuando el campo estaba
despoblado. Para aumentar la producción agrícola se roturaban nuevas tierras en las llanuras y las
montañas recurriendo al drenaje o al regadío. Sin embargo, algunas de esas roturaciones se
realizaban en tierras marginales y aunque las 1as. cosechas eran productivas y tenía lugar un
incremento inicial de la producción, luego se producía un declive gradual en la calidad del producto y
descendía el rendimiento por unidad de superficie.
Pese a todo, la expansión agrícola hizo progresos en el S. XVI y produjo resultados positivos. La
Mancha incrementó su producción de cereales. También se cultivaban la vid y el olivo y se amplió la
superficie labrantía, pero la producción se consumía localmente y no se comercializaba a escala
significativa. Los cereales ocupaban la mayor parte de la tierra y de la mano de obra. Murcia
experimentó un crecimiento comparable aunque + variado. La expansión demográfica de la región
fue acompañada de la recuperación de tierras y de la extensión del área cultivable en un 25% en el
período 1480-1621. La base del crecimiento econó. de Murcia en el S. XVI fue la producción de
seda, para la cual el clima y el suelo eran especialmente favorables. La seda se vendía
fundamentalmente en las ciudades comerciales del interior, sobre todo Toledo, y esta activ. econ.
permitió asegurar un nivel estable de empleo para los murcianos. Hasta tal punto era dominante la
posición de la seda que la morera sustituyó al trigo como principal cultivo.
Andalucía constituye otra variante de crec. econó. El capital acumulado en el comercio de las
Indias, y gracias al incentivo de los elevados precios en el mercado americano, se utilizó para realizar
inversiones no sólo en forma de préstamos sino directamente en la produc. El cultivo de la vid y el
olivo se extendieron por toda la cuenca del Guadalquivir. Otras zonas de España pudieron responder
también a la demanda del mercado. Aunque se olvidaron cultivos industriales como el lino y el
cáñamo, la produc. de seda en rama floreció en Granada y Valencia, mientras que el azafrán, que se
utilizaba para cocinar y como producto de tinte, se producía en grandes cantidades en Aragón.
Sin embargo, el producto agrícola + imp. seguía siendo el cereal, ya que el pan era el principal
alimento de los españoles en el S. XVI. Castilla la Vieja era el mayor productor de cereales, y en los
años de buenas cosechas conseguía un buen excedente para la exportación. Sin embargo, a lo
largo del S. XVI los años buenos fueron interrumpidos frecuentemente por períodos de sequía y
escasez, y en esa coyuntura España tenía que acudir al extranjero para aprovisionarse de trigo. En
cuanto a Aragón, sólo producía lo suficiente para satisfacer sus necesidades, mientras que Cataluña
y el P. Vasco se veían obligados a recurrir a las importaciones del exterior. Por tanto, en este imp.
producto el Estado aplicó una política de control de precios: en los momentos de escasez los precios
tendían a subir, por lo cual el gobierno fijó un precio máximo o tasa. El sist. de precios máximos era
el procedimiento que utilizaba el gobierno para proteger al consumidor -incluido el propio gobierno-
frente al productor. Sin embargo, no había ayudas para el agricultor, aunque en la práctica el control
de precios se quebrantó en muchas ocasiones, apareciendo un mercado negro de cereales.
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España poseía fuentes de abastecimiento de trigo fuera de la penín. Ocasionalmente Milán y
Nápoles producían lo suficiente para poder exportar y Sicilia era uno de los graneros + imps. del
Mediterráneo occ., que España preservó mediante la política de gravar con impuestos a los
compradores extranjeros y de limitar los permisos de compra. Pero el avance de los turcos en el
Mediterráneo or., con el consiguiente control de los aprovisionamientos de trigo, hizo que aumentara
la presión sobre los productores occ., especialmente en tiempos de guerra. Fue en esa coyuntura
cuando el Mediterráneo comenzó a recibir grano procedente del N. de Europa, en la 2ª ½ del S. XVI.
El predominio de la ganadería en la econ. castellana y su preferencia frente a la agricultura ya
había sido hecho patente por los RRCC. Esa fue también la política de los 1os. Austrias. Como la
activ. pastoril exigía menos mano de obra, dejando libres a muchos hombres, que podían se
reclutados para los ejércitos que exigía constantemente su política exterior. El clima seco de la
meseta castellana y la pobreza de su suelo la hacían menos adecuada para la agricultura que para la
cría de ovejas. Por otra parte, los contrastes de temperatura entre las zonas montañosas y las
tierras llanas del S. habían favorecido desde tiempo inmemorial la trashumancia del ganado. Desde
el S. XIII, los ganaderos se habían organizado en una poderosa corporación, la Mesta que
organizaba todas sus activs. y defendía sus privilegios. Desde comienzos del S. XVI la posición
privilegiada de la Mesta guarda una relación directa con las incesantes peticiones de subsidios
realizadas por Carlos V, en especial desde 1525 cuando la ratificación de sus prerrogativas convirtió
la ayuda que prestaba a la corona en una especie de crédito abierto y permanente.
La lucha por la tierra revela la existencia de un complejo mundo de grupos de intereses. No se
trataba tan sólo de la lucha entre los pequeños campesinos y los poderosas ganaderos, sino que era
también una lucha entre los terratenientes por la utilización de la tierra en un período de presión
demográfica y de intereses econs. divergentes. Las aldeas y los campesinos libraron, contra la
presión constante de la Mesta por reducir la tierra cultivable en favor de los pastos y para conseguir
la conversión de estos últimos en tierras labrantías, una larga, aunque vana, batalla que estaba
estrechamente vinculada a su resistencia al poder señorial. Sin embargo, en la 2ª ½ del siglo el
golpe que supuso para las exportaciones españolas la revolución de los precios también afectó a la
Mesta. A partir de 1550 la imp. alza de los precios en España, por encima de los del resto de Europa,
provocó el descenso de la venta de lana y, con él, de los rebaños de oveja. En poco + de 10 años,
entre 1552 y 1563, el nº total de cabezas de ovinos se redujo en un 20%. La ganadería no sólo era
incapaz de mantener su progreso sino que ejercía un efecto perjudicial sobre el resto de la econo.
española. Éste se dejaba sentir sobre todo en la agricultura, pues los campesinos vivían en un
constante temor ante la migración anual de los rebaños. La Mesta tenía el derecho de apacentar sus
rebaños en las tierras baldías y municipales, e impedía el cercado de las tierras comunales para la
práctica de la agricultura. Pero también la industria sintió el impacto de los privilegios de la Mesta.
Mientras los dueños de rebaños de ovejas deseaban exportar la máxima cantidad de lana, los
fabricantes de tejidos querían a toda costa poder contar con la que necesitaban para la industria
nacional.
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En los decenios centrales del S. XVI, el campesino tenía que esforzarse para hacer frente a los
costes. Sin embargo, a partir de 1570, cuando las condiciones demográficas y econó. comenzaron a
cambiar, la vida se convirtió en una lucha por la supervivencia y la Castilla rural inició un período de
dificultades agudas y crecientes. También en Valencia y en Murcia se produjo el estancamiento de la
agricultura en los años finales del S. XVI. El mercado interno comenzó a perder fuerza en el decenio
de 1570 al ralentizarse el crecimiento de la pob. Al mismo tiempo se produjo una contracción de los
mercados ultramarinos de aceite, vino y trigo a medida que América comenzó a producir lo suficiente
para satisfacer sus necesidades. Las crisis de subsistencia de los 2 últimos decenios del siglo
causaron malnutrición y una menor resistencia a las enfermedades. Las técnicas agrarias
insuficientes influían negativamente en la producción. El método de la rotación bienal, distinto de la
rotación trienal, era ineficaz. El resultado eran unos rendimientos bajos o incluso en declive, por
cuanto la agricultura extensiva implicaba la utilización para usos agrícolas de tierras marginales, cuya
fertilidad se agotaba pronto.
Si la productividad y los rendimientos eran bajos, los costes del campesino eran, sin embargo,
elevados. Muchos se veían arruinados por las deudas y el empeoramiento de las condiciones de
vida. La única forma de escapar a la sequía, a las adversidades naturales y a las malas cosechas
era obtener préstamos que permitieran comprar alimentos y simientes. En los decenios centrales de
la centuria, cuando la agricultura obtenía beneficios suficientes en los mercados interiores y del
extranjero, el campesino pudo hacer frente a los pagos derivados de los intereses y las hipotecas y
conservar su solvencia, pero cuando terminó esa coyuntura positiva a partir de 1570, se vio en una
situación realmente difícil.
Además de la devolución de la deuda hay que tener en cuenta el pago del alquiler, que era
siempre un coste muy elevado para el campesino. Aquellos que tenían formas de arrendamiento +
antiguas, el censo enfitéutico, en el que la renta anual se fijaba mediante un contrato, estaban en
mejor situación en un período de inflación de precios. Por esa razón, los señores rechazaban ese
tipo de contratos y durante el S. XVI todos los nuevos acuerdos contractuales se realizaron bajo la
forma de arrendamientos a corto plazo o de contratos de aparcería, cuyos términos se ajustaban
periódicamente. El pago del arriendo de la tierra absorbía un porcentaje + elevado de la producción
del campesino que el diezmo, incluso 3 ó 4 veces +. Naturalmente, estas tierras también estaban
sometidas a impuestos y derechos señoriales y eclesiásticos, y el campesino tenía que pagar,
además, a los intermediarios. El resultado era el mismo: a finales del S. XVI + de la ½ de la cosecha
del campesino servía para enriquecer a las clases no agrarias de la sociedad.
En los años centrales del S. XVI fue el campesino castellano el que menos se benefició del
desarrollo econó. y sobre el que recayó la parte + pesada de la carga imperial y de los impuestos que
la constituían. Desde los 1os. años del S. XVI, el aumento de los ingresos por parte del Estado tuvo
unas consecuencias relativamente mitigadas por el creci. de la pob. y el alza de los precios, siendo
compartido por un nº mayor de contribuyentes, con un descenso real de los niveles contributivos.
Esa situación se prolongó hasta 1575 aprox., momento en que la carga fiscal aumentó bruscamente.
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Este hecho fue acompañado de una desaceleración del creci. econó., agravada, sin duda, por el
aumento de los impuestos. Como consecuencia de una combinación de circunstancias totalmente
negativas el campesinado castellano se vio enfrentado a un incremento de los impuestos, al
estancamiento del creci. demográfico, la recesión econó. y a la disminución de los rendimientos. La
capacidad de resistencia llegó a su límite en la década de 1590. En los últimos años del reinado de
Felipe II el campesinado no pudo ya seguir pagando lo que se le exigía y se inició un largo período
de depresión rural. El campesino castellano pagaba diezmos sobre la producción agrícola, la 10ª
parte de lo que producía, que se repartía entre la Iglesia y el Estado. A continuación, pagaba
también la alcabala, un impuesto sobre las ventas del 4-5%, impuesto que era satisfecho por las
ciudades, que recaudaban la parte que les correspondía de entre los contribuyentes de su
jurisdicción. Además, pagaba el servicio ordinario y extraordinario, un impuesto personal votado por
las Cortes para un período de 3 años y del que estaban exentos el clero y la nobleza. Felipe II en
1590, después de una serie de reveses en la política exterior, consiguió la aprobación de las Cortes
para un nuevo impuesto, los millones, que posteriormente se convirtió en un elemento regular del
sist. impositivo castellano. Los millones, que se sumaron al diezmo, la alcabala y los servicios,
fueron el golpe definitivo. La miseria rural, el pauperismo y la despoblación fueron consecuencias
directas del nivel de impuestos exigido por la monarquía en un período en el que una serie de
cosechas extraordinariamente malas provocaban escasez de abastecimiento y precios elevados. La
recesión rural y el empobrecimiento del campesinado no sólo tuvieron consecuencias negativas para
el sector agrario, ya que retrasaron también el desarrollo de la industria al privarla de un mercado
popular.
ARTESANADO E INDUSTRIA.
La industria castellana realizó un cierto progreso en el S. XVI gracias al estímulo del creci.
demográfico, de la revolución de los precios y del mercado americano. La abundancia de lana situó
a la industria textil en situación de beneficiarse de las nuevas condiciones y los centros productores
de Barcelona, Valencia, Segovia y Toledo vieron cómo aumentaba su producción. Sin embargo, el
boom de la industria no se prolongó mucho + allá de mediados del S. XVI y la producción nunca se
situó en el nivel de la de Inglaterra, los P. Bajos e Italia. De hecho, llegó un momento en que no
pudo siquiera abastecer al mercado interno. Una de las razones que explican este hecho es la
orientación tradicional de la econo. castellana hacia la cría de ovejas y la exportación de lana. Otra
de las causas es la protección que Carlos V dispensaba a la industria flamenca. Contrasta con todo
ello la escasa preocupación respecto a la preparación de los tejedores y el perfeccionamiento
técnico, cuya consecuencia fue que la industria textil castellana perdió sus mercados no sólo porque
sus productos eran + caros que los de los competidores extranjeros, sino también porque eran de
inferior calidad.
Segovia era sede de una imp. industria textil que en el momento de mayor auge contaba con 600
telares. La ciudad era un centro de consumo y de produc. y gracias a su estímulo aumentó la
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produc. A partir de 1580, la produc. descendió rápidamente y en 1691 sólo seguían funcionando 159
telares. Es cierto que los beneficios industriales abrían el camino hacia la nobleza, pero esto podría
ser considerado como una recompensa al esfuerzo, no para abandonarlo. Ese camino sólo se siguió
cuando los tiempos eran difíciles y los beneficios econó. de la industria comenzaron a disminuir. La
raíz del problema era la ausencia de intercambio entre la ciudad y el campo, que reducía la demanda
rural de paños segovianos.
Córdoba constituye otro ej. de desarrollo fallido. En la 1ª ½ del S. XVI se desarrollaron en
Córdoba 3 activs. interrelacionadas: era un centro de exportación y produc. agrícola, un foco de
capital para la industria y un centro manufacturero que producía para el mercado, especialmente
paños y seda. Sin embargo, a partir de 1580 se inició un período de desequilibrio que sumergió a
Córdoba en una recesión que se prolongaría durante todo el S. XVII. La crisis se inició en el sector
agrario. De esta forma se hundió el mercado rural, debilitándose la demanda de bienes de consumo.
Al mismo tiempo, el incremento de la presión fiscal, especialmente sobre los sectores comerciales e
industriales de la ciudad, no sólo limitó el poder de compra del consumidor sino que desalentó las
inversiones en activ. productivas. Hostigados por el Estado, los comerciantes hubieron de hacer
frente también a las presiones locales cuando los gremios y los miembros del gobierno municipal se
opusieron a su política de contratar mano de obra artesana + barata en el campo. Ante la
imposibilidad de influir en las fuerzas del mercado renunciaron a la inversión industrial, colocando su
capital en préstamos, adquisición de tierras y de títulos de deuda pública y otros tipos de
anualidades. Madrid, que llegó a ser un sector industrial imp. en la Castilla de los inicios de la E.
Moderna, constituye otro ej. de crecimiento fallido.
En contraste con el desarrollo de la industria pañera, por modesta que fuera, la producción de hilo
y lino hilado era escasa. En cambio, la producción de seda y de productos de seda conoció un cierto
progreso y su exportación llegó a superar a la de los paños. Era una industria de tradición morisca y
la seda se producía en Valencia, Murcia y Granada. Pese a que una gran parte de la producción se
exportaba sin elaborar, especialmente a Italia y Francia, cuyos productos competían con los que
salían de los telares españoles, también los artículos elaborados tenían un mercado en el exterior.
Otra actividad en la que los moros se habían especializado era la industria del cuero, que recibió un
nuevo impulso en el S. XVI cuando los famosos cueros de las Indias españolas proporcionaron la
materia prima necesaria en condiciones ventajosas. Productos ornamentales de cuero, chaquetas y,
sobre todo, los guantes de Ocaña y C. Real, perfumados con almizcle o ámbar, se vendían en los
principales centros europeos.
La econo. de Vizcaya se basaba en el hierro. El fácil acceso a los mercados exteriores a través
del puerto de Bilbao era un imp. factor positivo para el potencial industrial de la región. Aunque una
parte del mineral se exportaba al extranjero, sin duda era + beneficioso para las provs. vascas
trabajarlo 1º en sus propias forjas. De hecho, un porcentaje imp. del metal se utilizaba en la
producción local de clavos, utensilios agrícolas, anclas y armas. En los 1os. años del siglo la
utilización de la energía hidráulica puso en marcha una pequeña revolución industrial. Los métodos
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antiguos, que exigían un enorme consumo de madera y de energía humana, fueron abandonados
gradualmente por otros + eficaces. Además de los beneficios que reportaban a los propietarios y
arrendatarios, las forjas proporcionaban sustento a una imp. pob. trabajadora: mineros, carreteros,
madereros e incluso productores de sidra, de la que los trabajadores de las forjas consumían
grandes cantidades.
En la costa vizcaína no sólo era imp. la metalurgia sino también la construcción de barcos. A dif.
de los astilleros catalanes, en los que faltaba el estímulo de un comercio activo y en los que la
madera local de la que se aprovisionaban era de inf. calidad, los del P. Vasco tenían un buen
suministro de madera y hierro locales y contaban con una situación favorable en la ruta comercial
entre Castilla y los P. Bajos, donde podían verse gran nº de barcos construidos en Vizcaya. No
obstante, los astilleros vizcaínos no adoptaron iniciativa alguna en el desarrollo de nuevos tipos de
barcos, distintos de los que se conocían en el Mediterráneo. Básicamente, el galeón era un barco
mercante modificado armado con un cañón. Las expectativas de los beneficios del comercio con las
Indias hicieron de la construcción naval una inversión rentable, y en el S. XVI la mayor parte de los
barcos utilizados en la travesía del Atlántico habían sido construidos en los astilleros vascos. Pero
las exigencias de la guerra, en especial durante los años 1580, fueron también uno de los factores
que estimularon la construcción naval española. Las embarcaciones + útiles en el comercio europeo
eran las de pequeño tamaño, que operaban con escasos gastos transportando cargamentos
modestos en viajes frecuentes y regulares. En cambio, Felipe II intentó forzar a los armadores a
construir grandes barcos por su imp. militar. Los elevados costes de los materiales y de la mano de
obra, consecuencia en parte de la revolución de los precios, contrastaba desfavorablemente con los
de los astilleros del N. de Europa y, en cualquier caso, los suministros navales de las zonas interiores
del P. Vasco resultaron insuficientes y las importaciones de Escandinavia elevaron aún + los costes
de la construcción naval en España. Las confiscaciones realizadas por el Estado fueron otro golpe
imp. para la industria naval. En el S. XVI no existía una distinción estricta entre la flota real y la
marina mercante y Felipe II continuó el sist. tradicional de «asiento, flete y embargo», por el que el
Estado firmaba contratos con los armadores privados para alquilar o confiscar barcos mercantes para
las situaciones de emergencia. Entretanto, el estancamiento técnico inherente a la industria impidió
el perfeccionamiento de los buques que habría podido servir de estímulo a la escasa demanda. En
definitiva, durante los 2 últimos decenios del S. XVI el P. Vasco experimentó un declive industrial que
había comenzado con anterioridad en Castilla.
Ciertamente, la existencia de industrias textiles, sederas, del cuero, metalúrgicas y de
construcción naval en España y el creci. demográfico en nosos. centros urbanos no puede ocultar
que la iniciativa industrial española en el S. XVI era débil y tenía cada vez menos fuerza. La industria
castellana en general era menos avanzada, desde el punto de vista cronológico, que la del N. de
Europa y sus productos eran menos competitivos por lo que se refiere a su calidad. Difícilmente
puede conseguirse un avance industrial sin una organ. eficaz, y los industriales españoles mostraron
escasas aptitudes para la gestión y, por otra parte, tenían ante sí el obstáculo que representaban los
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reglamentos restrictivos de los gremios. Poco fue también lo que hizo el Estado por impulsar las
activi. productivas y la inversión en empresas productivas. La industria necesita capital, que es
necesario conseguir generalmente a través del comercio exterior. La balanza comercial de España
con Europa era deficitaria. En cambio, España había adquirido inmensas riquezas en el Nuevo
Mundo, riquezas que no se invirtieron de forma productiva. Bien al contrario, el tesoro americano -la
única fuente de excedentes de riqueza que realmente poseía España- se dilapidó en las guerras
exteriores, se utilizó para equilibrar la balanza comercial deficitaria con los demás países o se
despilfarró en la construcción de edificios grandiosos o en la adquisición de productos suntuarios.
Sin embargo, se puede afirmar que las principales dificultades para el desarrollo industrial de España
fueron la revolución de los precios y la carga que representaban los impuestos.
La inflación, que actuó al principio como un estímulo para las manufacturas españolas, terminó
por excluirlas del mercado internacional e incluso del mercado interno. En 1548, las Cortes
castellanas exigieron la aplicación de una solución radical: la prohibición de las exportaciones,
incluso a las Indias, y el fomento de las importaciones de produc. del exterior. La corona se negó a
prohibir las exportaciones a las Indias pero permitió la importación y venta de paños extranjeros en
España. Luego, mediante una disposición del 25-5-1552, ordenó la prohibición virtual de las
exportaciones de produc. de lana, seda y cuero, excepto a las Indias. Otra disposición anterior
pretendía estimular la entrada de tejidos de lino y de paños extranjeros al ordenar la importación de
esos textiles por el mismo valor que la lana exportada. Aun teniendo en cuenta las habituales
transgresiones de esas disposiciones, lo cierto es que fueron erróneas y perjudiciales, hecho que fue
reconocido por las propias Cortes cuando, bajo la presión de los comerciantes que sufrían la
competencia de los extranjeros, admitieron en 1555 que las prohibiciones habían provocado la
depresión econ. y el desempleo, y solicitaron que se permitieran de nuevo las exportaciones de
produc. textiles y, se suprimieran las medidas de las contrapartidas obligatorias.
Sin embargo, la inflación no era el único enemigo. En efecto, la pesada carga fiscal aumentó
los costes de las manufacturas españolas y disuadió a los hombres de negocios castellanos de
invertir en empresas que eran el blanco de la política financiera del Estado. La industria estaba
gravada no sólo por los derechos de importación, sino también por la alcabala y los millones. A partir
de 1575, la Hacienda real incremento la presión fiscal todavía +, para compensar la disminución del
poder de compra del dinero y para hacer frente a los cada vez + elevados costes de la guerra,
situando así una carga insoportable sobre los ya debilitados vestigios de la industria española. Por
tanto, las crecientes exigencias del Estado también fueron responsables de la ruina de empresas
productivas en España. Los compromisos en el exterior devoraron sus recursos, lo cual afectó no
sólo a los ingresos del gobierno sino también al capital privado, afectado por los impuestos y por las
frecuentes expropiaciones de los cargamentos enviados desde las Indias.
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EL SISTEMA DE INTERCAMBIOS: COMERCIO MEDITERRÁNEO Y EUROPEO. EL
COMERCIO ATLÁNTICO.
Las difs. áreas econó. que formaban en la penín. la monarquía de los Austrias no se hallaban
integradas entre sí. El comercio interior era lento y difícil. Las comunicaciones, a lomos de
caballerías o en carros, eran costosas y a veces peligrosas, por los obstáculos naturales y humanos
(bandolerismo). El trazado de las rutas fundamentales se remontaba a la época romana. Las
principales vías de comunicación eran: a) de Barcelona a la corte; b) del Mediterráneo a Andalucía, y
c) de León a Sevilla. Toledo fue, hasta 1560, el principal núcleo de comunicaciones y lugar de un
activo comercio de sedas, curtidos y armas. Sólo mercancías de poco peso y mucho valor podían
resistir los costes del transporte. Tampoco contribuía a facilitar la circulación de mercancías la
conservación de las aduanas entre las coronas de Aragón y Castilla (puertos secos), así como entre
Castilla y el P. Vasco. El transporte por agua era mucho + rápido y barato, pero los ríos españoles
no permitían en general la navegación.
Como consecuencia, las fachadas litorales de la Penín. podían comerciar entre ellas y con el
extranjero con mayor facilidad que con el interior. Por esta razón pueden considerarse 3 ámbitos del
comercio exterior: el mediterráneo, el cantábrico y el atlántico.
A) COMERCIO MEDITERRÁNEO.-
Hubo un cierto retraimiento de los puertos de la corona de Aragón con relación al mayor
protagonismo de genoveses y franceses. La guerra continua con los países musulmanes añadía un
elemento + de inseguridad a la navegación. En esta circunstancia, Barcelona y Valencia siguieron,
como en el resto de su evolución econó., un ritmo tardío. En Barcelona, sólo a partir de 1577, se
produjo una reanimación del tráfico. El paso de la plata americana con destino a Génova, a partir de
1578, parece un factor clave de esta mejora. En el caso de Valencia, la tendencia alcista se produjo
también en la 2ª ½ del siglo. Hacia 1580, sin embargo, era el puerto de Alicante el 1º del litoral
mediterráneo español, por haberse convertido en la salida del comercio mediterráneo de Castilla
hacia Italia, desbancando a Cartagena.
El comercio exterior de la corona de Aragón se basaba en la exportación de materias primas: el
aceite de mallorca, el hierro de Conflent, la lana de Aragón o del Maestrazgo, la sal de Ibiza, la seda
de Valencia y el azafrán de Aragón. Los tejidos catalanes defendían con dificultad sus posiciones en
el tradicional mercado sardo y sobre todo siciliano; los tejidos catalanes estuvieron presentes en las
ferias de Medina del Campo mientras éstas conservaron sus actividades; parece que desde Media,
estos paños alcanzaban indirectamente los circuitos ultramarinos en Sevilla y Lisboa. En cuanto a
las importaciones de trigo a Valencia procedentes de Sicilia y de Castilla, se hallaba muchas veces
en manos de los genoveses, los cuales controlaban también la exportación de lana.
El reino de Aragón nos ofrece el caso de un territorio exportador de materias primas y productos
agrarios –sobre todo el trigo-. Aragón mantenía un comercio preferente con Francia a través del
Pirineo, y en menor grado con Cataluña. Por su parte, Valencia recibía de Castilla trigo y carne y
vendía seda a la industria de Toledo.
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B) COMERCIO CON EL NORTE DE EUROPA.-
El comercio cantábrico se desarrolló sobre la base existente en el reinado de los RRCC. Los
grandes comerciantes de Burgos, el grupo + denso de burguesía mercantil de España, dirigían el
negocio de los fletes o los seguros y la exportación de la lana, no sólo por Bilbao, sino también por
Laredo y Santander. El P. Vasco, deficitario de cereales, exportaba los productos castellanos y su
propia producc. de hierro, al tiempo que continuaba su expansión pesquera en el Atlántico. Aunque
en menor grado los puertos de Asturias y de Galicia, comerciaban con los puertos ribereños del
Atlántico. Galicia lo hacía con Inglaterra. Pero los puertos preferentes eran los del litoral de Francia
(La Rochele, Nantes, Ruan) y sobre todo los P. Bajos, centro director de la vida mercantil y financiera
europea, y a la vez parte del imperio de Carlos V. Amberes era en el S. XVI la capital econ. de
aquellos territorios (se formaron colonias mercantiles para participar en un tráfico internacional). El
comercio entre Castilla y los P. Bajos era denso y complementario; el 60% de las exportaciones
flamencas se dirigían a España. Una vez + los territorios españoles exportaban productos agrarios y
naturales y recibían productos manufacturados. La lana castellana iba a parar a los telares
flamencos.
El eje fundamental del comercio atlántico N., el llamado eje Burgos-Amberes, se rompió al filo de
1570, como consecuencia de la rebelión de Flandes contra Felipe II, de la actuación de los corsarios
protestantes en las aguas del mar del Norte y también de la propia situación de Amberes en el orden
financiero a partir de la crisis de la hacienda de 1557. Sin embargo, no cesaron las relaciones entre
los P. Bajos y la Penín. por lo menos con la zona de obediencia hispánica; porque además del
comercio vasco y castellano existía la vinculación con el comercio colonial a través de Sevilla. La
crisis econ. desorganizó también la navegación vasca y la pesca de altura.
C) COMERCIO ATLÁNTICO.-
El comercio atlántico, centrado en Sevilla y en los puertos del B. Guadalquivir, consistía
primordialmente, pero no únicamente (Sevilla mantenía sus lazos comerciales con el Mediterráneo y
el N. de Europa), en el comercio con América. Las Canarias, que tenían una posición privilegiada en
el tráfico indiano, enviaban parte de su producción vitícola de calidad a Inglaterra. Los antiguos
clientes nórdicos e italianos, acudían también a Sevilla en función de su nuevo papel de
redistribución de las mercancías coloniales.
Durante el reinado de Carlos V, de 1529 a 1538, se permitió que puertos de la corona de Castilla
pudieron comerciar con América, pero desde 1561-1564 quedó perfilado el sist. de la Carrera de las
Indias tal como iba a funcionar por lo menos durante 150 años. Los imperativos de defensa frente a
los corsarios y la escasez relativa de pilotos experimentados que conocieran bien las rutas atlánticas,
llevaban a la navegación en grupo. 2 grandes salidas de embarcaciones daban el ritmo al mundo
mercantil de Sevilla. En mayo-junio salía la flota con destino a Veracruz (México), pasando por Sto.
Domingo y Cuba. En verano zarpaban los galeones que se dirigían a Tierra Firme, a los puertos de
Nombre de Dios y Cartagena de Indias. De allí, las mercancías se trasladaban por tierra cruzando el
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istmo de Panamá, y luego eran transportadas a lo largo del litoral pacífico hasta el Perú. El recorrido
inverso tenía lugar mediante la agrupación de todos los buques en la Habana la primavera siguiente
y el retorno conj. a España (todo duraba + de un año). Para la defensa de la navegación aparecieron
unidades armadas como la “armada” de la “guardia de Indias”.
El sist. atlántico tenía su complemento en el Pacífico desde la llegada de los españoles a Filipinas
en 1571. El llamado galeón de Manila o nao de Acapulco unía estos 2 puertos y ponía en relación a
México con los circuitos mercantiles del E. Oriente, con la seda y porcelana de China. El retorno de
Filipinas a México se hacía siguiendo la corriente marítima del Kuro Siwo, llamada por los españoles
la vuelta de Poniente.
Los mejores años del comercio con América se sitúan entre 1585 y 1607. El esquema del
comercio hispano-americano obedecía a unas relaciones de dominación. Desde Sevilla se enviaba a
América product. Manufacturados y también product. Agrarios procedentes de la propia región
andaluza. El retorno de América conssitía masivamente en metales preciosos (cerca del 75%), y un
complemento de product. naturales americanos (colorantes, cuero, azúcar). Estas remesas de
metales salvo el quinto reservado a la Corona, tenían como receptores a los comerciantes
exportadores de Sevilla, a los cargadores agrupados en el consulado o universidad de mercaderes,
institución fundada en 1543. Se admite comúnmente que el destino final de la plata americana
fueron los centros comerciales europeos + desarrollados, que se beneficiaron de la balanza mercantil
desfavorable de la Penín. Pero varios historiadores franceses han insistido en el error histórico. No
toda la plata americana fue traspasada al extranjero, y sobre todo no lo fue inmediatamente. La
proporción de metal precioso que quedó en la Penín. como beneficio del comercio americano y el
uso que se dieron a estos beneficios, constituyen dos problemas de difícil resolución, pero que
parecen evidentes.
También parece claro el influjo que el comercio extranjero tuvo en Sevilla. Algunos de estos
círculos mercantiles eran súbditos o aliados de la monarquía hispánica, como los flamencos,
genoveses, algunos alemanes, etc. A fines de siglo se impuso la preponderancia de los navíos del
N. Lisboa y Sevilla recibían el providencial trigo del N. de Europa. A pesar de la hostilidad existente
entre Felipe II y Holanda, continuaba el comercio entre los súbditos de ambos países. En Holanda
se necesitaba la sal de las salinas de Andalucía y Portugal, ambas monopolio de la Corona, pero en
España se necesitaba los product. Del Báltico para la construcción naval y los cereales.
EL TESORO AMERICANO Y LA REVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS.
Antes del S. XVI, el comercio europeo se alimentaba fundamentalmente del oro procedente del
Sudán. Pero las expediciones portuguesas por el litoral atlántico de África hacia el golfo de Guinea
entre 1460-1470, así como el establecimiento de relaciones comerciales directas entre Portugal y las
Indias or. a comienzos del S. XVI, alejaron del Mediterráneo la ruta del oro sudanés provocando una
gran escasez de oro en Europa. A partir de 1530 el problema quedó solucionado inesperadamente
cuando los metales preciosos americanos comenzaron a sustituir a las fuentes antiguas de
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aprovisionamiento, haciendo afluir hacia Europa inmensas cantidades de dinero, que originaron
graves alteraciones de los precios, especialmente en España, país al que llegaba el tesoro
americano y que actuaba como punto de distribución.
Las remesas procedentes de América eran casi exclusivamente de plata. Es cierto que hasta 1550
también se enviaba oro, pero el oro americano nunca fue suficiente, ni siquiera en los mejores años,
para producir un efecto apreciable sobre los precios y desde 1550 fue relativamente insignificante.
En cambio, las remesas de plata aumentaron de manera vertiginosa. A partir de 1580, el fenómeno
provocó una profunda revolución en los precios. Tras la riada de plata subyace una revolución
técnica en América. El nuevo método de amalgama ideado en Alemania, que consistía en el
tratamiento de la plata con mercurio, fue introducido en las minas de Nueva España por Bartolomé
de Medina en 1551 y desde 1571 se aplicó también a los yacimientos de Potosí en el Alto Perú. Este
proceso permitió que se multiplicaran por 10 las exportaciones de metales preciosos, que alcanzaron
su punto álgido en el período 1580-1630, la época dorada del imperio español.
El interés del Estado por los metales preciosos derivaba de su capacidad de comprar lo que +
necesitaba, los medios del poder. Pero el monopolio, y los intentos de conservarlo, no fueron
perfectos. En este sentido, las Cortes se quejaron con frecuencia de que la salida constante de
metales preciosos estaba empobreciendo el país. Son nosas., no obstante, las razones que explican
que los metales preciosos salieran de España y circularan en el extranjero. España era
fundamentalmente un exportador de materias primas y un importador de productos manufacturados.
Su balanza comercial deficitaria le obligaba a realizar los pagos en efectivo. En cierto sentido, los
metales preciosos fueron como las muletas que permitieron que la econo. española siguiera
avanzando. Fue la corona la que envió las remesas + imps. de dinero para hacer frente a sus
compromisos en el exterior. En lugar de invertir su dinero en empresas nacionales productivas como
lo hicieron los Fugger en Augsburgo, los Austrias españoles lo dilapidaron cada vez en mayor
cantidad en empresas en el extranjero. El dinero era fundamental no sólo en el conflicto con Francia
y en la guerra de los P. Bajos, sino también para la econo. del N. de Europa. E
El tesoro americano tuvo imps. consecuencias no sólo para , España sino también para sus vecinos.
El ritmo y volumen de metales preciosos que llegaban a Sevilla, especialmente a partir del decenio
de 1570, condicionó, las tendencias econó. de Europa y las pautas que siguieron esos envíos se
convirtieron en indicadores de realización econó. La plata americana alimentaba los mercados
financieros de Italia, el S. de Alemania y los P. Bajos. Alivió la escasez crónica de dinero circulante
que había obstaculizado la activ. econó. de la Europa occ., estimuló la produc. y los flujos
comerciales y se convirtió en un agente de crecimiento hasta que la suspensión de las importaciones
de plata en 1619-1622 provocó un desajuste financiero y comercial. Otros indicadores confirman
estas tendencias. Las tasas de interés descendieron en el período 1570-1620 al aumentar la masa
monetaria, lo que impulsó el comercio y la industria. Los precios tendieron al alza desde mediados
del S. XVI hasta los 1os. años del XVII, siendo el aumento del triple en España y de + del doble en
Francia e Inglaterra. Aunque no se trata de una “revolución de los precios” según los parámetros
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modernos, el alza de precios fue lo bastante imp. como para afectar a las econ. de la Europa de
comienzos de la E. Moderna. Mientras, los salarios se rezagaron con respecto a los precios. La
teoría del crecimi. producido por la afluencia masiva de plata presupone la existencia de mercados
nacionales integrados en los que la moneda circulaba a velocidad constante, no a ritmos distintos en
nosos. mercados locales. Aunque parece existir una cierta relación entre el declive de la econo.
europea y la interrupción de las remesas de plata en 1619-1622, no puede afirmarse en modo alguno
que hubiera tocado a su fin el flujo de plata a la econ. europea.
En cuanto a España, hay que decir que la plata americana se convirtió en un riesgo para la econo. y
un problema para los historiadores posteriores. La «relación extraordinariamente estrecha entre el
incremento en el volumen de metales preciosos y el alza de los precios de los productos durante todo
el S. XVI, en especial desde 1535», ha quedado establecida de tal forma que puede afirmarse que
los productos de las minas americanas fueron la principal causa de la revolución de los precios en
España. El gobierno español, al igual que sus vecinos en el resto de Europa, no comprendió la
conexión causal entre la afluencia de metales preciosos y el alza de precios, lo cual le impidió
adoptar una política econó. y financiera adecuada. En cambio, los contemporáneos eran conscientes
de la revolución de los precios, ya que se reflejaba en el coste de vida y, aunque existía
incertidumbre y confusión sobre sus causas, una serie de economistas comenzaron a ser
conscientes de la imp. del tesoro americano. El + notable de ellos es el teórico francés Bodin, que
estableció una conexión entre las importaciones de metales preciosos y la inflación en 1568.
Españoles de la escuela de Salamanca fueron también conscientes de este fenómeno.
Sin embargo habría que esperar a la investigación moderna para comprender adecuadamente el
problema. La relación causal entre la afluencia de metales preciosos y el alza de los precios ha de
establecerse por regiones y periodos. En general, el alza de los precios fue + imp. en Andalucía, que
debido al monopolio del comercio indiano recibió siempre el primer impacto de las importaciones de
metales preciosos. Seguían en importancia Castilla la Nueva y, luego, por un lado Castilla la Vieja y
León y, por otro, Valencia, en función de la distancia del centro receptor. El nivel general de los
precios en España aumentó en algo + del doble durante la 1ª ½ de la centuria. Los precios
continuaron la tendencia alcista en la 2ª ½ del siglo, con períodos de estabilidad relativa, para
elevarse de nuevo de forma vertiginosa a partir de 1596, alcanzando su cenit en 1601. En 1600 los
precios estaban en un nivel 4 veces sup. a los de 1501. A partir de 1601 se interrumpió la tendencia
alcista y tras un período de oscilaciones terminó en un descenso temporal desde 1637 a 1642, en
que se produjo una imp. disminución de las remesas indianas, pero los precios nunca llegaron
realmente a caer del cenit alcanzado en los últimos años del S. XVI.
Hay que añadir, sin embargo, tres consideraciones a esta descripción de los hechos. En 1er. lugar,
aunque los precios alcanzaron su punto + alto en la 2ª ½ del S. XVI, el alza fue proporcionalmente
mayor en la 1ª ½ de la centuria (1501-1550 un 107,61%, 2ª ½ un 97,74%). Además, el ritmo de
aceleración de la revolución de los precios fue menor en los años centrales del siglo (1549-1560 un
11,9%). Este fenómeno de mediados de la centuria puede relacionarse con el descenso del comercio
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indiano (canal del tesoro americano) en los mismos años, e indica que la depresión econó. del S.
XVII y su relación con la afluencia de metales preciosos se anticiparon ya en los inicios del reinado
de Felipe II. En 2ª lugar, sería erróneo explicar únicamente en función de los precios la dif. entre el
progreso econó. de España y el N. de Europa. Es cierto que, en general, el alza de los precios fue
posterior y menos imp. en el resto de Europa que en España, debido al tiempo necesario para que
circularan los metales preciosos procedentes de América y a la pérdida de fuerza que sufría el
proceso. Sin embargo, esto no transmite una imagen completa del coste de vida en los difs. países.
Por ej., el trigo fue siempre + caro en Francia que en España durante el gran período inflacionario.
Un 3er. aspecto se refiere a la tasa y al momento en que se produjo la inflación, respecto de lo cuál
sólo es posible hacer especulaciones. El tesoro español se diseminó por el extranjero para poder
financiar productos alimentarios, manufacturas, suministros navales y victorias militares. Su lugar fue
ocupado por toda una serie de expedientes financieros -monedas de vellón, pagarés, recursos
crediticios y nuevos instrumentos bancarios-, liberando así la plata para su uso exterior. La afluencia
de metales preciosos influyó en los mercados internacionales, a los que España y otros países
estaban inexorablemente vinculados. Por tanto, la inflación española se considera como un reflejo
de la revolución de los precios que se produjo en el conj. de Europa.
Sin embargo, los metales indianos no fueron la única causa de la revolución de los precios. Los
precios se ven afectados también por las condiciones de la oferta y la demanda. En consecuencia,
es necesario tomar en consideración también la produc. industrial y agrícola. El dinero que afluyó a
España desde América no se utilizó para aumentar la productividad nacional y la consecuencia
inevitable fue el aumento de los precios. Después de que en la 1ª ½ del S. XVI hubiera un
incremento de la produc. industrial, la produc. española cayó en picado y el dinero tuvo que salir al
exterior en busca de productos. También fue imp. el factor demográfico. El imp. aumento de la pob.
europea en el período 1460-1620 determinó la necesidad de alimentar, vestir y dar alojamiento a un
mayor nº de personas y, al mismo tiempo, redobló la demanda de bienes de todo tipo. Los precios de
los productos agrícolas, especialmente el trigo, aumentaron antes y + rápidamente que los de otros
productos y la inflación de los precios agrícolas determinó, en último extremo, un alza general de los
niveles de precios.
Posiblemente es + difícil incluso determinar las consecuencias de la revolución de los precios que
sus causas. No hay duda de que provocó un incremento general del coste de vida, pero no sabemos
con certeza, qué significó eso para las difs. clases sociales y para el desarrollo econó. del país en su
conj. Según la explicación clásica, el atraso econó. de España estaba directamente relacionado con
las consecuencias de la inflación. El retraso de los salarios con respecto a los precios en Europa
permitió la acumulación de capital; el coste decreciente de la mano de obra dio a los hombres de
negocios la oportunidad de obtener beneficios extraordinarios que luego se podían invertir. En
cambio, España -se argumentaba- constituyó una excepción a esta regla general, pues aunque los
salarios quedaron por detrás de los precios, ello no fue suficiente para permitir obtener beneficios
extraordinarios y, en consecuencia, dar un impulso imp. al capitalismo. La grandeza de España
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coincidió con la inflación de 1520 a 1600 y su hundimiento con la deflación de 1600 a 1630. La
relación entre la inflación de los beneficios y la acumulación de capital era estrecha; como los
salarios en España eran + elevados que en otros lugares, también había menos posibilidades de
acumular capital, razón fundamental de la inferioridad econó. de España. Es cierto que la inflación
española no produjo una acumulación de capital para la inversión, pero ello se debió a que quienes
se beneficiaron de ella utilizaron su riqueza de manera improductiva, ya fuera para comprar títulos y
propiedades, para realizar construcciones extravagantes, comprar productos suntuarios o,
simplemente, para acapararla. Hay pruebas abundantes también de que en España los ricos lo eran
cada vez +, mientras que los pobres eran cada vez + pobres. La apertura del mercado americano y
el crec. demográfico en la penín. produjeron el aumento de la demanda de productos agrícolas, la
extensión del cultivo y la elevación del valor de la tierra cultivable, factores todos ellos que
coincidieron con el estímulo añadido de la inflación. Si tenemos en cuenta además la concentración
de la propiedad en manos de unas pocas familias extraordinariamente ricas, así como la posibilidad
de elevar la cuantía de los arrendamientos, no parece que el período inflacionario fuera desfavorable
para los grandes terratenientes españoles y, desde luego, no disuadió a quienes querían invertir en
la tierra para que no lo hicieran. Cualquiera que tuviera algo que vender o intercambiar podía
beneficiarse de la inflación, como ocurrió en el caso de los industriales y comerciantes en la 1ª ½ de
la centuria. Cuando las condiciones se hicieron + difíciles y la inflación permanente comenzó a hacer
que la empresa española fuera menos competitiva en los mercados internacionales y coloniales, sólo
los comerciantes + poderosos pudieron sobrevivir a la competencia extranjera, pero los que lo
consiguieron realmente prosperaron. Ingentes a fortunas se iban a formar gracias al comercio
indiano, cuya expansión guardaba una relación directa con el alza de los precios. En cambio, la
revolución de los precios conllevó el empobrecimiento de quienes vivían de ingresos fijos y de rentas
pequeñas, que no aumentaron al mismo ritmo que los precios. Menos clara es la situación del
campesino, porque es difícil conciliar la prosperidad agrícola con la imp. emigración rural hacia las
ciudades, que a su vez hace difícil explicar la supuesta extensión del cultivo en España. Pero una
cosa es cierta: los salarios quedaron rezagados por detrás de los precios, y la dif. entre ambos fue
mayor en la 1ª ½ de la centuria. Aun cuando el valor monetario de los salarios aumentó
posteriormente, su poder adquisitivo continuo descendiendo. Durante la mayor parte del S. XVI la
vida fue difícil para los sectores + pobres de la sociedad española. Verdaderamente, para la masa
de asalariados españoles la revolución de los precios constituyó un fuerte golpe que hizo descender
aún + su ya bajo nivel de vida.
En cambio, la corona, al igual que la aristocracia, se vio menos afectada por esos fenómenos que la
mayoría de sus súbditos. Cierto que el coste de la adm. y de pagar, alimentar y equipar a las fuerzas
armadas aumentó para la corona. Pero, de la misma manera que la nobleza podía aumentar el
precio de las rentas, también el Estado podía incrementar sus ingresos, permitiéndole hacer frente a
los precios, mientras que la inflación aliviaba la carga de los préstamos, que constituían una parte tan
imp. de sus ingresos.
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LAS COMUNICACIONES. FERIAS Y MERCADOS.
Los intereses políticos y econó. del imperio español y sus relaciones con el mundo exterior
dependían por completo de la eficacia de sus comunicaciones. Respecto a este punto tenía que
enfrentarse no sólo con la hostilidad de Francia e Inglaterra, sino también con los obstáculos de la
distancia. En efecto, España estaba situada en la periferia de Europa y si ello era imp. desde el
punto de vista de su posición como potencia colonial, era una dificultad para la integración de sus
posesiones europeas y para las relaciones comerciales con los otros estados. El factor de la
distancia afectaba tanto al Estado como a los comerciantes. El transporte de las tropas españolas y
las unidades navales contribuía de forma imp. a aumentar las dificultades presupuestarias de la
corona, del mismo modo que la distancia de los mercados encarecía los fletes de los comerciantes
españoles. Sin embargo, el transporte español no se vio totalmente colapsado por estos problemas
y prestaba un servicio relativamente eficaz. Desde luego, en España el aislamiento de las difs.
regiones entre sí pudo ser superado hasta cierto punto.
La Asociación Real de Carreteros cubría el país con una red de lazos comerciales. Desde luego,
en el S. XVI el transporte marítimo era sup. al transporte terrestre, ya que era mucho + rápido. Las
vías fluviales interiores no tenían una gran importancia en el transporte español, por cuanto el Tajo y
otros ríos no eran navegables. Por ello, el transporte de las mercancías en España sólo se realizaba
mediante bestias de carga y carretas (carros largos y estrechos tirados por bueyes), pero estas
últimas eran vehículos de 4 ruedas difíciles de utilizar en un territorio tan abrupto y montañoso como
España, donde los caminos eran descuidados por el Estado, las autoridades locales y los gremios de
comerciantes. En consecuencia, el principal método de transporte eran los caballos y, + aún, las
mulas, cuyas cualidades de fuerza y resistencia no sólo las hacían útiles para el trabajo agrícola sino
indispensables para transportar mercancías a lo largo de las extensiones vastas y desprovistas de
caminos de la penín. Las reatas de mulas atravesaban la penín. en todas direcciones y permitían
que Castilla accediera a los estados periféricos y al mundo exterior. Las 2 rutas principales eran las
que se dirigía desde Castilla hasta los puertos mediterráneos, y desde Castilla a Bilbao, a través de
Burgos y Medina del Campo, para el comercio con el N. de Europa. Por otra parte, el gobierno
español, presionado por los criadores de caballos andaluces, había prohibido el uso de mulas para la
monta, aunque hacia mediados del siglo ya no necesitaban protección, pues el suministro de
caballos no era suficiente para la creciente demanda civil y militar. Sin embargo, y pese a la
prohibición formal existía un imp. trasiego de caballos desde España a Francia.
En el S. XVI la flota mercante española era la 2ª + imp. de Europa, superada tan sólo por la
holandesa. Las principales rutas del comercio marítimo discurrían por el Mediterráneo y el Atlántico.
Estas 2 áreas de navegación tenían sus barcos característicos. El barco mediterráneo tradicional era
la galera, largo y rápido e impulsado por remos, un instrumento de guerra contra los turcos y los
piratas berberiscos, así como para el comercio. Pero desde comienzos del S. XVI comenzó a ser
desplazada por la carraca, una embarcación corta y redonda con mayor resistencia a las olas. El
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barco redondo con un fondo ancho era + característico del Atlántico, y allí el comercio corría a cargo
de una variedad de barcos, como las carabelas, los galeones, con sus costados elevados y sus
grandes castillos de proa para fines militares, y las zabras vizcaínas, barcos pequeños y rápidos muy
útiles para un activo comercio.
También favorecía el comercio la existencia de un servicio postal eficaz. El sist. postal español no
era originalmente un servicio público, ni un monopolio del Estado. La corona había organizado su
propio servicio postal para atender las necesidades del gobierno, pero las universidades, las
ciudades y las asociaciones de comerciantes tenían su propio sist., aunque lo cierto es que en el S.
XVI el correo real tendió a eclipsar a los demás y recibió un amplío respaldo privado, especialmente
cuando se abrió oficialmente al público en 1580. A finales de la centuria mantenían 6 rutas
principales desde Madrid: por el N. hacia la frontera francesa a través de Burgos e Irún; hacia el NE.,
hasta Barcelona a través de Zaragoza, hacia el E. a Valencia, por el S. hacia Sevilla, por el SO. hasta
la frontera portuguesa a través de Toledo y Cáceres, y hacia el O., a Valladolid. El correo real tenía
también un servicio internacional: la línea que conducía a Flandes a través de Francia, y la de Italia
(hacia Irún, Lyon, Génova, Milán, Roma y Nápoles).
Estas comunicaciones eran de imp. vital para el comercio. Los sectores comerciantes de Burgos,
Bilbao y Sevilla formaban poderosos gremios de mercaderes que regulaban y protegían sus
intereses y tenían agentes en lugares estratégicos en el extranjero, como Amberes, Ruán y Londres.
La técnica comercial española del S. XVI no había progresado de manera significativa con respecto a
la que fuera introducida en España durante la E. Media por los comerciantes italianos, que ya
estaban familiarizados con la contabilidad por partida doble y con las letras de cambio. Se produjo
un cierto perfeccionamiento de los métodos y los comerciantes españoles estaban tan avanzados
como sus colegas en el extranjero, aunque quedaban aún muy lejos las compañías por acciones del
S. XVII. También la mentalidad era todavía medieval y los comerciantes se mostraban reacios a
transgredir la doctrina canónica, especialmente en las cuestiones del beneficio y la usura. Sin
embargo, esto no fue un obstáculo, por cuanto los grandes banqueros europeos de la época eran
todos católicos. En cambio, su preocupación por la religión tendía a hacer a los hombres de negocios
españoles + escrupulosos que a los de otros países.
En muchas ocasiones, cuando el comerciante del S. XVI había acumulado capital suficiente se
dedicaba a realizar operaciones de crédito como fuente de beneficios + lucrativa, sin abandonar
necesariamente la activ. comercial. Por otra parte, el banquero de depósito no podía dedicarse a la
activ. del préstamo; pero realizaban operaciones especulativas en las ferias de Medina del Campo, y
los bancos sevillanos utilizaban con frecuencia los fondos de sus clientes en inversiones en el
comercio colonial o en préstamos a los comerciantes, sin cobrar comisiones a los depositantes y
permitiéndoles mantener saldos deudores. La banca prosperó en Sevilla en el 3er. 4º del S. XVI,
aunque las bancarrotas no eran raras, debido a la incertidumbre en la llegada de metales preciosos,
a sus frecuentes confiscaciones por parte del gobierno, a las suspensiones de pagos que decretaba
éste y a la naturaleza especulativa de los bancos.
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Los principales centros de las operaciones de intercambio y de relaciones financieras con los
mercados exteriores eran las ferias de Castilla -Villalón, Rioseco y Medina del Campo-, que habían
surgido en la E. Media como centros del comercio nacional y extranjero pero que ahora se
convirtieron básicamente en centros de intercambio, alcanzando una imp. prosperidad en la 1ª ½ del
S. XVI. Como se trataba de mercados financieros en los que los deudores, incluido el Estado,
atendían a sus obligaciones, las ferias dependían de la llegada de metales preciosos en las flotas de
las Indias y, como no era posible fijar la fecha exacta de estas últimas, era muy difícil sincronizar
ambas cosas. La integración de todas las ferias en la de Medina del Campo en 1567-68 entrañó una
cierta mejora de la situación, pero en los años siguientes aumentaron los retrasos en los pagos. En
1575, la desastrosa suspensión de pagos de la corona, junto con el enorme incremento de la
alcabala, produjo la interrupción total de las operaciones financieras y comerciales, y las ferias de
Medina no se celebraron hasta 1578, en que las garantías que dio la corona a los acreedores
indujeron a regresar a los genoveses y otros, y Medina del Campo recuperó parte de su antigua
activ., especialmente desde 1590. Pero entre 1594 y 1598, el retraso de las flotas impidió la
celebración de las ferias. Mientras tanto, Madrid había absorbido una gran parte de los negocios
financieros de Medina del Campo, y con el establecimiento definitivo de la corte en esa ciudad en
1606 se convirtió en la capital financiera, además de política, de España. Por tanto, la política del
gobierno y las guerras en las que se vio inmerso influyeron en el mercado del dinero. También
perjudicaron a la activ. Comercial en general y agravaron el problema de la balanza de pagos.
FINANZAS Y FORMAS DE CRÉDITO.
La econo. española se enfrentaba a obstáculos formidables y tenía que soportar enormes cargas.
La estructura social, los privilegios de la elite, la pobreza del mercado, la inflación de los precios y las
condiciones internacionales se cobraban su precio e impedían el crecimiento. Pero uno de los
mayores enemigos de actividad económica era la fiscalidad. Si los gastos de la corona española en
el S. XVI eran inmensos y crecientes, también eran ingentes y cada vez mayores los recursos. Los
ingresos de Carlos V se triplicaron durante su reinado. Los de Felipe II se duplicaron en el período
1556-1573 y aumentaron en + del doble al finalizar el reinado. Sin embargo, también las deudas
eran cada vez mayores. Felipe II heredó de su padre una deuda de al menos 20 mill. de ducados, y
parece que la deuda que dejó a su sucesor era 5 veces + elevada. Los decretos de 1557 y 1560
ordenando la suspensión de pagos eran un intento decidido de cerrar la cuenta de Carlos V. Ambos
anunciaban la consolidación de toda la deuda flotante a un interés anual del 5%. El 1º se ocupaba
del interés que sería satisfecho con los impuestos de Castilla y el 2º con los del comercio indiano. En
ambas ocasiones el monarca recuperaba ingresos que anteriormente estaban destinados a la
devolución de la deuda. No tardarían en llegar las facturas de la política exterior de Felipe II, en
especial sus compromisos en el Mediterráneo y en los P. Bajos. Llegó el momento en que los
banqueros se negaron a adelantar + dinero y el rey, desesperado, decidió recuperar, para utilizar
como mejor estimara, los ingresos asignados a pagar las deudas de la monarquía. El 1-9-1575 la
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corona se declaró nuevamente en quiebra, suspendiendo los pagos de todas las deudas. En 1577 ya
se había alcanzado un acuerdo general y fue posible persuadir a los banqueros genoveses para que
continuaran prestando dinero, aunque por ello hubiera que pagar un precio. Ese precio hubo de ser
satisfecho por los contribuyentes castellanos. En esa coyuntura, los ingresos y las deudas se
equilibraron y todo dependía de la econo. castellana. Pero en el período 1575-1580 se detuvo el
crecimiento y la recesión estaba en puertas. La resistencia del contribuyente a nuevas exigencias fue
planteada en las Cortes y expresaba una auténtica imposibilidad de pagar, pero Felipe II tenía otras
prioridades. La bancarrota de 1575 y la subsiguiente campaña fiscal fueron el preludio de una nueva
fase de política exterior, una ofensiva en los P. Bajos y la afirmación del poder español en el
Atlántico.
Los oficiales financieros de la corona no actuaban evaluando los ingresos y los gastos corrientes,
sino anticipando los ingresos y solicitando créditos. De todas las fuentes de ingresos que poseía la
corona española, la de las Indias era la que + impresionaba tanto a los españoles como a los
extranjeros. Las sumas conseguidas de las Indias aumentaron rápidamente durante los 2 últimos
decenios del reinado de Felipe II. Aun así, suponían un porcentaje de los ingresos totales + reducido
de lo que se pensaba. En el mejor de los casos, eso no suponía + que los ingresos que Felipe II
obtenía de los medios eclesiásticos y mucho menos de lo que se exigía al infortunado contribuyente
de Castilla. Los imps. dividendos obtenidos por españoles particulares en las tuvieron una gran imp.
en cuanto que permitieron a los súbditos del monarca pagar los difs. impuestos internos. Todas las
demás posesiones europeas de la corona habían dejado de ser fuentes de ingresos desde hacía
mucho tiempo; sólo quedaba Castilla, y la presencia permanente de Felipe II en la penín. junto con la
situación de paz interna relativa le permitieron plantear sus exigencias a los contribuyentes. En el
curso de su reinado la lista de impuestos castellanos se incrementó de forma implacable, con la
imposición de nuevas obligaciones o la modificación de otras ya existentes.
Algunas de esas exigencias recaían con todo su peso sobre la Iglesia. La renta eclesiástica +
imp., y para los banqueros la mejor garantía para sus préstamos, era la cruzada, concedida por el
papado a la corona en forma de una bula de cruzada en la que se concedían beneficios espirituales a
los fieles a cambio de una entrega de dinero. Mucho tiempo después de que hubiera desaparecido
su justificación original -la guerra contra los moros- la cruzada siguió siendo renovada, en parte como
consecuencia de la amenaza turca en el Mediterráneo y, también, porque se consideraba que se
concedía al rey de España con el objetivo de difundir el catolicismo. En el reinado de Carlos V la
cruzada dejó de ser una medida de emergencia para convertirse en una fuente regular de ingresos.
Mientras que la cruzada era una contribución directa de la sociedad laica, el subsidio era un impuesto
sobre los arrendamientos, tierras y otras rentas del clero. Finalmente, hay que mencionar los tercios
reales y las rentas de las órdenes militares. Felipe II heredó todos estos ingresos y los incrementó.
En 1567 Pío V le concedió un nuevo impuesto, el excusado, que era un tributo sobre la propiedad de
cada parroquia y cuyo objetivo era financiar la guerra en Flandes. Es difícil evaluar los ingresos que
Felipe II obtenía del estamento eclesiástico y su porcentaje de los ingresos totales, pero desde luego
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eran imps. En cualquier caso, hay que decir que aumentaron progresivamente y que al final del
reinado equivalían aprox. al 20% de los ingresos totales. Felipe II, al mantener y extender las
propiedades de la Iglesia, para luego exigir impuestos a esa próspera institución, aseguró al Estado
español otra fuente de ingresos, permanente y segura.
Sin embargo, el peso + imp. de la carga fiscal recaía sobre la pob. de Castilla, siendo la alcaba el
elemento + oneroso de esa carga. Éste era el impuesto fundamental de España en los inicios de la
E. Moderna, siendo el que aportaba mayores ingresos a la corona. Suponía 1/3, a veces +, de los
ingresos reales, consistiendo teóricamente en el 10% sobre todas las ventas, aunque en la práctica,
al menos desde 1536, se recaudaba en forma de encabezamiento, que pagaban de forma colectiva
los municipios de Castilla a cambio del derecho de recaudar ellos mismos el impuesto, que no
siempre era del 10% ni gravaba todos los productos. Felipe II creía que las cuotas habían
permanecido demasiado bajas durante un período de tiempo excesivo y el 20-9-1574 asignó nuevas
-y extraordinariamente altas- cuotas a las ciudades castellanas. A este factor se sumó el de la
despoblación para que el golpe fuera aún + duro para contribuyentes individuales. Ante los gritos de
protesta de las Cortes estas nuevas cuotas sufrieron un recorte en 1577, pese a lo cual las 23
comunidades del territorio de Córdoba pagaban en 1590-1595 del orden de 13,6 mill. de maravedís,
frente a 4,5 mill. en 1557-1561, lo cual contribuyó a descapitalizar la región, a reducir a sus
consumidores a la indigencia y a alejar las inversiones de las empresas productivas.
La decisión de atacar Inglaterra, llevada a la práctica de manera deficiente, tuvo imp.
implicaciones financieras y disparó los gastos. Cuando el gobierno conoció la noticia de la derrota de
la Armada Invencible, diez miembros de las Cortes fueron convocados a El Escorial, donde Felipe II
en persona se dirigió a ellos hablando de los problemas de la monarquía, de la necesidad de
defender la patria, reconstruir la flota y proteger las colonias. El monarca tenía en mente un
impuesto regular en lugar de un subsidio extraordinario, pero el acuerdo resultó difícil y fueron
necesarios 2 años de negociaciones para conseguirlo. El 4-4-1590,las Cortes votaron 8 mill. de
ducados a repartir entre los 6 años siguientes, los llamados millones. La corona fue víctima de su
política exterior y de sus costos y se vió obligada a negociar desde la debilidad con las oligarquía
urbanas, y a devolver una cierta cuota de poder a las administraciones locales. Este nuevo impuesto
supuso una presión insostenible para el contribuyente común, sin afectar realmente a los
privilegiados. Para hacer frente a las cuotas de la alcabala y los millones y conseguir el dinero en
efectivo necesario para mantener los servicios esenciales, muchas ciudades imitaron a la corona y
recurrieron al empréstito cuando la situación era difícil. Felipe II recurrió a otros expedientes a
expensas de las ciudades. Creó cargos municipales con el único objetivo de venderlos. Para
conservar el control de los cargos y de los procesos locales, los municipios compraron los nuevos
cargos y recuperaron por el mismo procedimiento el derecho de controlar la jurisdicción primaria y,
para ello, tuvieron que recurrir a los préstamos. De esta manera, el gobierno central contagió sus
propios defectos a las comunidades locales.
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Si tan enormes impuestos nunca fueron suficientes para hacer frente a los gastos, no tardaron en
desbordar los medios primitivos disponibles para recaudarlos. El Estado español carecía en el S.
XVI de los organismos capaces de establecer una comunicación perfecta con la masa de los
contribuyentes. Carlos V y Felipe II no tenían un banco estatal, lo que los hacía totalmente
dependientes de los banqueros privados. La transferencia del dinero, una de las necesidades
básicas de un imperio como el español, exigía recurrir a los comerciantes-banqueros. Ahora bien,
estos últimos desempeñaban otro papel: adelantaban dinero y, de esta forma, movilizaban los
ingresos del gobierno antes de que fueran recaudados. Para ello era necesario muchas veces
confiarles la recaudación de los impuestos o el derecho de adm. las hipotecas de éstos.
La mayor parte de esos ingresos se gastaban + rápidamente de lo que se recaudaban (gran
porcentaje para gastos navales y militares). El problema radicaba en conseguir dinero para el lugar
que lo necesitaba. Para abastecer a los P. Bajos, el rey podía enviar dinero directamente por la ruta
marítima a través del Atlántico y el Canal de la Mancha que parecía segura, pero a partir de 1567,
con la amenazadora llegada del duque de Alba a los P. Bajos, Inglaterra adoptó una postura hostil,
comenzó a realizar acciones de piratería y bloqueó el Canal. Cuando mejoraron las relaciones,
España encontró un nuevo enemigo en los piratas holandeses. Era necesario encontrar una nueva
ruta. La + directa era la que, discurría a través de Francia, pero aunque tenía la ventaja de ser +
corta también fue interrumpida durante las guerras de religión y el gobierno francés no veía con
buenos ojos que se realizaran operaciones de este tipo en su territorio. Pero la ruta francesa fue en
todo momento provisional y tuvo escasa imp. a partir de 1578.
Para entonces ya se había abierto una nueva ruta a través del Mediterráneo occ. desde Barcelona
hasta Génova, con una seguridad relativa; esta ruta se inició a comienzos del decenio de 1570,
cuando hubo que enviar dinero español a Italia para la guerra contra los turcos. Pero sirvió también
para el abastecimiento de los P. Bajos, pues el dinero podía ser enviado desde Génova por tierra a
través de Milán y Saboya, el Franco Condado y Lorena, territorios que pertenecían a la corona
española o a príncipes amigos. Pero a pesar de esas asignaciones directas del tesoro real, Felipe II
no podía dejar de recurrir a los comerciantes-banqueros y envió + dinero a través de ellos que por
sus propios medios. Los financieros solucionaron a la corona muchas dificultades, y en los últimos
años del reinado de Felipe II efectuaban pagos todos los meses. Naturalmente, los servicios
prestados les reportaban enormes ventajas, beneficiándose de un tipo de cambio favorable, de los
intereses de la deuda -especialmente porque generalmente se retrasaban los pagos- y de las
licencias para exportar dinero en efectivo que luego podían revender con buenos dividendos.
Por tanto, los asientos españoles y flamencos hacían coincidir la oferta y la demanda. La
necesidad de conseguir dinero para los P. Bajos llevó al Consejo de Hacienda español a progresar
en la práctica de utilizar a los hombres de negocios para servicio del Estado, pero los financieros
cobraban grandes sumas por sus adelantos. Nadie era + consciente de la difícil situación financiera
que el propio Felipe II, pero ante las exigencias de la Política española no había alternativa salvo la
de renunciar a muchos de sus intereses imperiales. Desde luego, esos asientos fueron las
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operaciones financieros + imps. realizadas en Europa en el periodo 1580-1596. 130 Esto se debía en
1er. lugar a la afluencia de metales preciosos de América, que no sólo beneficiaba a España sino
también a Italia, los P. Bajos e incluso Francia. En 2º lugar, el incremento de los fondos a disposición
de los financieros sólo podía utilizarse al servicio del Estado. Esto ocurrió así por el declive del
comercio. Bajo el impacto de la guerra y la política exterior española, el comercio declinó mientras
que las finanzas prosperaron. Sin embargo, era una prosperidad artificial, porque se basaba en una
econ. decadente. La carga aplastante de la guerra desembocó en una suspensión de pagos
por parte de España en 1596 y obligó incluso a Felipe II a contemplar una política de paz, signo de
que las fuerzas políticas se veían abrumadas por las econó.
Ciertamente, la posición financiera de la corona se deterioraba sin posibilidad alguna de arreglo.
Es cierto que el enorme incremento de la produc. de plata americana a partir de 1580 dio un nuevo
ímpetu al imperialismo español. Pero ese flujo constante de metales preciosos seguía siendo
insuficiente para hacer frente al enorme costo de la política de los Austrias. En consecuencia, como
ni los ingresos ordinarios ni los extraordinarios eran suficientes, el Estado tuvo que recurrir a otros
expedientes, 1º a nuevos empréstitos, que no hicieron sino agravar el problema por las muy elevadas
tasas de interés y luego a nuevas bancarrotas, que se repitieron en 1596 y en años posteriores.
Cuando llegaba el momento de saldar sus deudas, la corona se proclamaba incapaz para pagar y
decretaba la suspensión de pagos. Esto frenaba a muchos banqueros, aunque no hasta el punto de
negarse totalmente a conceder nuevos créditos, pues la suspensión de pagos no significaba que lo
perdieran todo ni que el Estado anulara sus deudas. En cierto sentido, ese expediente suponía la
reconversión de la deuda en títulos de crédito a largo plazo sobre futuros ingresos. Sin embargo,
esos juros se multiplicaron muy por encima de los recursos reales de la corona , y al finalizar el
reinado de Felipe II suponían la enorme suma de 100 mill. de ducados y se convirtieron en un papel
moneda que se depreció rápidamente y provocó una especulación salvaje. En consecuencia,
aunque a los banqueros les seguía interesando cooperar con su cliente, aumentarían enormemente
la tasa de interés, que en algunos casos llegó a ser del 70%. Mientras tanto, el Estado se veía
inmerso en un círculo vicioso, porque el único remedio que conocía era el de hipotecar el futuro.
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TEMA 5: “LA ÉPOCA DE LAS REGENCIAS Y EL ASCENSO AL
TRONO DE CARLOS I”.
LOS GOBIERNOS DE FERNANDO EL CATÓLICO Y DEL CARDENAL CISNEROS (1507-
1516).
Los poco + de 11 años que transcurren entre la muerte de Isabel (nov. 1504) y la de Fernando
(en. 1516), con las regencias de éste último y el breve reinado de Felipe el Hermoso, marcan la
transición hacia la nueva dinastía de los Habsburgo. Los vaivenes de la sucesión castellana y
aragonesa estarán a punto de separar la unión dinástica de los Reyes Católicos, además de
reproducir en Castilla las luchas intestinas que ya parecían olvidadas. Asimismo, el creciente
descontento de los sectores urbanos castellanos ante la ofensiva de la aristocracia y ante la
ineficacia o pasividad de la justicia y la administración reales constituye el preludio del estallido
revolucionario de las Comunidades.
Desde finales del S. XV, de nuevo, en Castilla, la cuestión sucesoria ocupa un 1er. plano en el
desarrollo de los acontecimientos políticos. El matrimonio de Fernando e Isabel había tenido 5
vástagos, sólo uno de ellos varón: Isabel (nacida en octub. 1470), Juan (jun. 1478), Juana (noviem.
1479), Catalina (jun. 1482) y María (diciem. 1485). La muerte del príncipe Juan, acaecida en oct. de
1497, y la posterior de Isabel (agosto 1498) y del hijo de ésta, Miguel (jul. 1500), que estaba
destinado a unir bajo su persona las coronas de Castilla, Aragón y Portugal, hicieron recaer los
derechos sucesorios en la 2ª hija de los monarcas: Juana, casada con el archiduque Felipe el
Hermoso. Desde su boda en 1496, los archiduques habían vivido en la corte flamenca, alejados de
Castilla, pero, tras la muerte del príncipe Miguel, fue necesario su retorno. En mayo de 1502, en la
ciudad de Toledo, grandes, prelados y procuradores de las ciudades castellanas reconocieron
solemnemente a Juana como Princesa de Asturias y heredera de la Corona de Castilla.
En los años siguientes las relaciones entre Felipe y sus suegros empeoraron, tanto por razones
personales, como políticas, puesto que adoptó en política exterior una línea favorable a Francia. Por
esta razón el testamento de Isabel declaraba a Juana reina propietaria de Castilla, pero en caso de
ausencia o incapacidad se confiaba la regencia a Fernando hasta que el príncipe Carlos (hijo de
Felipe y Juana), que había nacido en 1500 alcanzase la edad de 20 años. Era notorio que Isabel, sin
poder apartar de la línea sucesoria a Felipe y Juana, intentaba privarlos de la gobernación efectiva
del reino en beneficio de Fernando, al cual asignaba también en sus últimas voluntades cuantiosas
rentas de Castilla y las Indias que consolidaban aún + su posición. Así, en el momento del
fallecimiento de Isabel -el 26 de noviembre en Medina del Campo-, Fernando renunciaba al título de
rey de Castilla que había ostentado desde 1474, pero, de acuerdo con el testamento de Isabel,
adquiría el de gobernador del reino en ausencia de su hija Juana, que se había vuelto a reunir con su
marido en la corte de Flandes. Inmediatamente Fernando convocó Cortes para obtener el
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reconocimiento de su posición. Las cortes de Toro (1505) reconocieron a Fernando y aprobaron el
imp. texto legal conocido como las Leyes de Toro. Sin embargo, parte de la nobleza castellana se
alineaba a favor de Felipe y cuando éste desembarcó en la Coruña, Fernando se encontró sin base
que le sostuviera. En una audaz maniobra diplomática había contrarrestado la aprox. de Felipe a
Francia mediante su propio matrimonio con la princesa francesa Germana de Foix (Tratado de Blois,
1505), pero este matrimonio resultó impopular en Castilla. Tras una entrevista mantenida entre
ambos príncipes, Fernando renunció al gobierno de Castilla y se retiró a la corona de Aragón (1506).
Sin embargo Felipe murió 3 meses + tarde, y dada la situación mental de Juana, se abrió un
nuevo vacío de poder. Se produjo una agitación nobiliaria. Fue el arzobispo Cisneros quien salvó la
continuidad con ayuda de los linajes Alba y Enríquez. Fernando, que se hallaba en Nápoles, tardó
casi un año en volver y posesionarse de la regencia. Los nobles turbulentos tuvieron que abandonar
sus pretensiones. Llevó algunos años aquietar la nobleza de Castilla.
El paréntesis abierto por la muerte de Isabel se había cerrado. Fernando recuperó el poder en
calidad de regente. Gobernó en nombre de su hija, pero tomó precauciones. Para evitar que, una vez
+, Juana se convirtiera en un obstáculo y un instrumento en manos de sus adversarios, la mandó
encerrar en Tordesillas, donde permanecería recluida hasta su muerte en 1554. A Fernando le
quedaba dejar resuelta su propia sucesión. La heredera legítima era Juana, pero todos sabían que
no estaba en condiciones de ejercer sus funciones. Aunque prefería al menor de sus nietos, el
infante Fernando, nacido y educado en España, el Rey Católico nombró en su último testamento
como regente al príncipe Carlos, señalándose también que durante la ausencia de su nieto el
gobierno de Castilla sería confiado al cardenal Cisneros y el de Aragón a Alfonso, arzobispo de
Zaragoza, hijo natural del rey. Para su otro nieto, el infante don Fernando, dejó el principado de
Tarento en Nápoles y varias ciudades en la prov. de Calabria, con 50.000 ducados anuales, hasta
que su hermano le asignase una renta equivalente en el reino. Estas cláusulas eran la consecuencia
de las negociaciones que 7 años antes, en 1509, habían concluido en la concordia de Blois, tras el
fallecimiento del hijo de Fernando y Germana de Foix. De haber vivido, habría heredado la Corona
de Aragón, que se habría separado de Castilla, ya que en Aragón la ley sálica excluía a las mujeres
de la sucesión al trono.
A la muerte de Fernando (enero 1516), el cardenal Cisneros asume la regencia, enfrentándose
con muchas dificultades. Sus decisiones se hallaban sometidas a la aprobación de la corte del
nuevo rey en Bruselas, a la que se habían unido algunos de los secretarios de Fernando II,
destituidos por el regente. En la propia Castilla reaparecía la lucha de facciones nobiliarias y se
agudizaba la tensión entre señores y vasallos. Ciudades como Valladolid hicieron fracasar la
tentativa de constituir una fuerza militar permanente a las órdenes de Cisneros y otras como Burgos
propusieron relanzar la iniciativa política de las Cortes. Las ciudades se oponían a la prepotencia
nobiliaria en el estado, como se vio en el alzamiento de Málaga contra la jurisdicción del almirante de
Castilla.
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A fines de 1517, Carlos I llegó a España y murió el cardenal Cisneros mientras iba al encuentro
del monarca, ignorando que éste había ordenado su destitución.
LA ANEXIÓN DE NAVARRA.
La posición geopolítica de Navarra en la intersección de las 2 grandes monarquías del Occ.
Europeo bajomedieval, Francia y Castilla, y el hecho de que fuera gobernada desde 1234 por
dinastías de origen francés otorgaban al reino de Navarra una situación política muy peculiar en el
ámbito hispánico.
Al morir 1479 Juan II de Aragón, casado en 1as. nupcias con Blanca de Navarra, el reino pirenaico
pasó a manos de la hija de éstos, Leonor, separándose así Navarra de la herencia aragonesa de
Fernando II. François Phoebus de Foix y después su hermana Cathérine, nietos de Leonor, ocuparon
sucesivamente la titularidad del trono navarro. Los intentos de los RRCC de unir a ésta con el
primogénito Juan de Castilla y Aragón fracasaron, al desposarse Cathérine -sobrina del rey de
Francia- con Jean d'Albret, vizconde de Tartas. La presión de Luis XI de Francia en este matrimonio
era bien visible: había que descartar que el heredero de la Monarquía Hispánica fuera también conde
de Foix, de Bigorre y de Bearne.
Pero los RRCC veían la presencia de una dinastía francesa al S. de los Pirineos como una
amenaza a la seguridad política y militar de sus reinos. La fórmula para garantizar un equilibrio
político fue la constitución de una especie de protectorado castellano sobre Navarra, establecido por
una serie de acuerdos que se iniciaron con el Tratado de Madrid de 1494, por el cual se permitió el
establecimiento de guarniciones castellanas en diversas fortalezas de aquel reino.
Esta neutralización política y militar de Navarra, que permitió la supervivencia de los Foix-Albret en
el trono del reino pirenaico, tenía, sin embargo, unas bases muy frágiles. Los reyes franceses no
cejaron en sus propósitos de reincorporar a su vasallaje a todos los dominios de la casa de Foix-
Albret del S. de Francia, y para conseguir este objetivo no dudaron en apoyar a Gaston de Foix,
duque de Nemours, en sus reclamaciones sobre la herencia navarra y bearnesa que había dejado
Leonor. Asimismo, el protectorado de los RRCC sobre Navarra y la misma gobernación del reino
eran problemáticos por los intensos lazos y grandes intereses que ataban a los Foix-Albret como
señores de amplios dominios franceses.
En 1512 los sucesos se precipitaron: las pretensiones de Luis XII de acaudillar una revuelta
conciliar contra el papa Julio II -aliado del Rey Católico- relanzaron los enfrentamientos franco-
españoles. Asimismo, en abril de ese año el duque de Nemours murió en la batalla de Rávena y, al
no tener hijos, sus derechos y reclamaciones sobre Navarra y el Bearne pasaron a su hermana
Germaine, la 2ª esposa de Fernando de Aragón. Ello obligó a dar un giro radical a la política
francesa. Por el tratado de Blois de julio de 1512, Luis XII ofreció a Jean d'Albret y Cathérine la plena
soberanía en el Bearne, además de la posesión indiscutida y completa de la herencia de los Foix y
una renta anual de 8 mil libras tornesas, a cambio de una ruptura definitiva con el Rey Católico bajo
la forma de una declaración de guerra a Inglaterra, aliada en aquellos momentos de la monarquía
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española. En la balanza de intereses de los Foix-Albret pesó + su condición de grandes señores de
dominios del S. de Francia que su titularidad del reino de Navarra, el cual se arriesgaron a perder por
su ruptura con el monarca aragonés.
Viendo el cariz de los acontecimientos, Fernando ya había solicitado al papa Julio II sendas bulas
para apoyar o justificar la conquista de Navarra; fue ejecutada en julio de 1512 por un ejército de
17.000 hombres al mando del duque de Alba. Fernando adoptó el título de rey de Navarra y designó
a Diego Fdez. de Córdoba, marqués de Comares, como 1er. virrey, pero no fue hasta 1515 cuando
incorporó su conquista a la Corona de Castilla, al tratarse de una empresa militar ejercida desde
posiciones militares castellanas. La incorporación de Navarra a la monarquía se hizo mediante la
conservación de todo su sist. político.
EL REFORMISMO DE CISNEROS.
Fco. Jiménez de Cisneros nació en 1436 y falleció en 1517. Después de ocupar la capellanía
mayor de Sigüenza ingresó en el convento de los franciscanos de S. Juan de los Reyes de Toledo.
En 1492 fue nombrado confesor de Isabel I, y en 1495 el Papa, influido por la fuerte presión de los
RRCC, le nombró reformador de los conventos de Castilla y de los de las órdenes mendicantes,
cargo que ejerció hasta 1499. Desde esa fecha fue también arzobispo de Toledo y primado de
España. Tras la obtención de una bula de Alejandro VI, fundó la universidad de Alcalá de Henares.
La nueva universidad creció rápidamente; fue la facultad de teología la que distinguió a Alcalá de las
restantes universidades españolas. Al crear cátedras no sólo de teología tomista, sino también
escotista y nominalista, reforzó los estudios teológicos en España y les dio un nuevo estatus.
También destacó esta nueva universidad por la promoción de las humanidades, las lenguas y la
medicina. Cisneros sentó las bases de una buena biblioteca universitaria, enriquecida con nosas.
obras científicas árabes.
Su actitud intransigente, en materia religiosa, provocó la rebelión de los moriscos de las
Alpujarras, duramente reprimida por la monarquía. A la muerte de Isabel I, fue partidario de
Fernando el Católico frente al gobierno de Felipe de Austria, si bien contribuyó a que éstos llegasen a
un acuerdo en Salamanca, en 1505. Al morir Felipe, Cisneros presidió la junta de regencia y agenció
el inmediato regreso de Fernando a Castilla. Durante el gobierno castellano de Fernando, Cisneros
colaboró con él, sobre todo en las empresas del N. de África. El rey otorgó a Cisneros el capelo
cardenalicio, con el título de cardenal de Sta. Balbina, y lo nombró en 1507 inquisidor general de
Castilla, cargo de gran relieve político y religioso.
El testamento de Fernando el Católico, le dejó la regencia de Castilla hasta que llegase Carlos V;
ocupó el cargo hasta su muerte, que le sobrevino cuando se dirigía a recibir al nuevo rey. Con sus
iniciativas religiosas y políticas, simultaneaba una intensa labor cultural, y su gran realización en este
sentido fue la llamada Biblia políglota complutense (1514-1517), redactada en griego, hebreo, caldeo
y latín.
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Cisneros fue el gran reformista de la Iglesia española. De la misma manera que la Reforma fue
algo + que un ataque contra los abusos del clero, también la reforma católica, en España y en otros
lugares, estuvo acompañada de un renacimiento intelectual y espiritual que fue + allá de una mera
corrección de los defectos existentes. En España, como en otras partes de la cristiandad, seguían
existiendo sacerdotes inmorales y mundanos, y entre el episcopado la dignidad era + valorada,
muchas veces, que la austeridad. Cisneros, cuya práctica de la pobreza y penitencia franciscanos en
su condición de arzobispo de Toledo era notoria, tuvo que escuchar los reproches del papa Alejandro
VI por no mantener una adecuada dignidad episcopal. La acción de los RRCC y de Cisneros se
concretó en intentar obtener del papado el control de los nombramientos episcopales -con el fin de
elegir a los “medianos” frente a los vástagos de las familias aristocráticas, para quienes las diócesis
eran + una fuente de ingresos saneados que un espacio para el ejercicio de la acción pastoral-, algo
que sin embargo sólo se conseguiría posteriormente.
Cisneros, contando con el apoyo de la corona y la sanción de Roma, comenzó a elevar el nivel de
las casas religiosas, con algunas dificultades en el caso de los benedictinos, pero con mayor éxito
entre sus compañeros franciscanos, donde sus métodos consistieron en dar preeminencia a los
observantes en lugar de a los conventuales. Los dominicos ya habían iniciado un programa de
reforma basado en la observancia más estricta de las normas de la orden. Otro de los pilares de la
reforma monástica fue la sustitución de las abadías vitalicias por las electivas y trienales; así fueron
desapareciendo aquellos abades comendatarios, con frecuencia grandes señores con influencia en
la Corte o en la Curia. En cuanto a las órdenes femeninas, se exigió la estricta observancia de la
clausura. Gracias a esos esfuerzos el nivel de las órdenes monásticas en España -y el nº de sus
miembros- era sup. al del resto de Europa.
El renacimiento religioso impulsado por Cisneros, reforzado por hombres como Hernando de
Talavera, arzobispo de Granada, y continuado + avanzado el S. XVI por reformadores como S. Pedro
de Alcántara, Sta. Teresa de Jesús y S. Juan de la Cruz, produjo resultados profundos y
permanentes. Permitió el perfeccionamiento de las órdenes monásticas y del alto clero en España
hasta el punto que en los años cruciales de la Reforma la jerarquía religiosa española pudo
desempeñar un papel de primera magnitud en los concilios eclesiásticos, en especial en el Concilio
de Trento.
Por otra parte, la reforma española se había iniciado bajo los auspicios de la monarquía y con
independencia de Roma, a cuyo renacimiento religioso se anticipó en muchos años. Esto contribuyó
a potenciar el poder de la corona en los asuntos eclesiásticos, alimentó las suspicacias españolas
respecto de Roma y tuvo repercusiones duraderas sobre las relaciones entre España y el papado.
Sin embargo, el renacimiento espiritual que impulsaron en los inicios del S. XVI pronto produjo
nuevos brotes que comenzaron a mirar con desconfianza y tuvo una serie de efectos no deseados.
El interés que despertaba la vida religiosa determinó un aumento incesante del clero, tanto regular
como secular, una gran parte del cual vivía en condiciones de miseria al margen de la religión y
evadiendo el control eclesiástico. Además, las tendencias evangélicas que inspiraron los movs. de
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reforma de los franciscanos y dominicos permitió la incorporación de nosos. individuos poco fiables
cuyo entusiasmo los inclinaba hacia las exageraciones del iluminismo y, según opinaban algunos,
hacia el protestantismo. Al mismo tiempo, el castigo de los desórdenes monásticos por parte de
Cisneros sancionó de alguna forma los ataques contra el clero regular en general, siendo éste uno de
los rasgos del éxito de Erasmo en España.
EL NUEVO MONARCA: EL HOMBRE Y LA HERENCIA.
Carlos nacido en Gante, por tanto flamenco de nacimiento, en el año 1500, era un extraño para
España y no hablaba castellano. Su educación, en la que se le inculcaron ciertos ideales
caballerescos, piedad y preocupación por su dinastía, era borgoñona y su aprendizaje en el arte de
gobernar había sido dirigido por el aristócrata borgoñón Guillaume de Croy, señor de Chièvres. Tenia
17 años cuando su abuelo murió.
Carlos representaba un ideal europeo, la Europa unida que respetara las peculiaridades
nacionalistas de gran actualidad, opuesto al nacionalismo francés de su rival Francisco I. Por una
combinación de matrimonios dinásticos y muertes prematuras, recayó en él el destino de convertirse
en gobernante de un imperio mundial, pero en 1517 su sucesión al núcleo central de ese imperio no
estaba ni mucho menos asegurada. Su herencia era:
- De su padre, Felipe de Borgoña, hijo de Maximiliano y María de Borgoña heredó los P. Bajos,
Artois, Luxemburgo, Flandes, Franco-Condado y el derecho al ducado de Borgoña, que había
revertido a la Corona de Francia.
- De la reina Juana, su madre, debido a su incapacidad para gobernar podía reclamar: Castilla,
Granada, Navarra, plazas de África y las posesiones americanas.
- De Fernando II, su abuelo materno, podía reclamar Aragón, Cataluña, Nápoles, Cerdeña y
Sicilia.
- Del Emperador Maximiliano, en su condición de nieto, era presunto heredero de Austria, Tirol y
algunas zonas del S. de Alemania, que recibió a la muerte del emperador en enero de 1519.
De cuantos países heredó, España resultó el + difícil de conseguir por su condición de extranjero
(en lengua y educación). En 1516, mientras el regente Cisneros intentaba arrancarlo de manos de
los flamencos y conducirlo a España para que gobernara el país, una serie de cargos imps. fueron
otorgados o vendidos a flamencos del círculo del monarca, al tiempo que se enviaba dinero español
a Bruselas para financiar la corte borgoñona. También la nobleza castellana había empezado a
agitarse, y las ciudades estaban dispuestas a alzarse en armas para defender sus privilegios y no
existía una trama de influencias para crear un círculo afectó al nuevo rey. De hecho, eran muchos en
España los que preferían al hermano menor de Carlos, el infante Fernando, que había sido educado
en España y que gozaba de gran popularidad. El propio Consejo de Castilla se opuso con fuerza a la
idea de que Carlos adoptara el título de rey en vida de su madre y sólo cedió porque nada pudo
hacer para evitarlo.
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EL CHOQUE CON LA REALIDAD HISPANA: EL MOVIMIENTO COMUNERO.
En el verano de 1517, tras afianzar las relaciones con Francia e Inglaterra, decidió que había
llegado el momento de viajar a España, no cabía duda de que los borgoñones habían ganado la
lucha por el control del monarca, pues cuando llegó Carlos a España prescindió de los servicios de
Cisneros, pero el despacho no llegó a leerlo el cardenal, que murió poco antes. Los borgoñones
continuaron siendo los principales consejeros del rey, que le mantenían alejado de los castellanos,
que contemplaban como los cargos y sinecuras eran invadidos por extranjeros y, como éstos se
apoderaban de la riqueza nacional. Naturalmente, reaccionaron. En la 1ª reunión de las Cortes
castellanas en Valladolid (feb. 1518), cuya presidencia concedió el rey a Jean de Sauvage, se
levantaron indignadas protestas. Las Cortes rechazan la presencia de extranjeros en sus
deliberaciones; se pide al rey que respete las leyes de Castilla, que prescinda de los servicios de los
extranjeros y que aprenda español. Carlos juró respetar las leyes de Castilla, pero el que las Cortes
le concedieran un subsidio de 600 mil ducados para 3 años sin ningún tipo de condiciones, constituyó
una nueva victoria del partido borgoñón.
Cuando Carlos se presentó en Aragón en la primav. De 1518 tuvo que soportar + duras presiones.
En Aragón aún habían separatistas y veían en el infante Fernando una respuesta a sus expectativas.
Carlos ya había enviado a los P. Bajos a su hermano, pero las Cortes solicitaron que al tiempo que
juraban a Carlos como rey debían jurar también a su hermano como príncipe heredero. Sólo en
enero de 1519 las Cortes de Aragón reconocieron a Carlos como rey, conj. con su madre, y votaron
un subsidio de 200 mil ducados.
En Cataluña, los problemas entre Carlos V y sus nuevos súbditos exigieron unas negociaciones
aún + largas y duras. Las Cortes catalanas eran un instrumento + eficaz de resistencia al poder real
que las de Castilla, y su derecho de discrepancia y su procedimiento establecido podían convertirlas
en un óbstaculo difícil de superar respecto al dinero y a la legislación. Carlos V tuvo que permanecer
1 año en Barcelona y allí fue donde recibió la noticia de que había sido elegido emperador el 28-6-
1519.
La decisión de Carlos V de obtener el título imperial derivaba, en parte, de su temor de que
recayera en Francisco I de Francia, quien podría amenazar no sólo la herencia borgoñona de Carlos
V sino también sus dominios de la Casa de Habsburgo. Consideraba, también, necesario poseer ese
título como consecuencia de la diversidad de las posesiones que gobernaba con muy difs. títulos (un
símbolo de unidad). Sin embargo, la razón de mayor peso era su convicción de que el título imperial
le correspondía por derecho, para coronar los reinos del gobernante + poderoso de la cristiandad, y
que la extensión de sus dominios lo convertía en la persona + cualificada para obtenerlo. Fue
Chiévres, y no un español, quien negoció su elección, y si es cierto que algunos españoles
comprendían las posibilidades que abría el título imperial de Carlos V, en modo alguno satisfacía ni
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impresionaba a la mayoría de sus súbditos españoles. Lo que éstos deseaban era un monarca
propio y no compartir a un emperador extranjero. En consecuencia, aunque había indicios de que el
régimen borgoñón podía ser transitorio -en especial tras la muerte de Sauvage (jun. de 1518) y su
sustitución en el puesto de gran canciller por el piamontés Mercurino de Gattinara, humanista,
erasmista y defensor de la idea imperial- ahora exístía una nueva causa de resentimiento, + fuerte y
permanente.
Esto se manifestó especialmente en Castilla, donde la hostilidad al nuevo soberano, a sus
ministros y su política adoptó, la forma de una oposición colectiva con base en las ciudades y
encabezada por Toledo. A fin de preparar la coronación imperial, obtener dinero y embarcarse para
los P. Bajos, Carlos V retornó desde Barcelona a Castilla convocó las Cortes (Santiago, marzo 1520).
Los representantes de Toledo no acudieron a estas Cortes y las restantes ciudades intentaron dar a
sus procuradores instrucciones precisas. De hecho, las Cortes se negaron a conceder el subsidio
solicitado. A raíz de ello, las Cortes continuaron en La Coruña y fue allí donde Carlos V presentó lo
que los historiadores han calificado como el germen de su programa imperial. Se afirmó que Carlos
había aceptado el título imperial para hacerse cargo de la defensa de la fe católica contra sus
enemigos infieles y que España siempre sería la base de su poder y la fuente de su fuerza. Con ello,
no consiguió impresionar a las Cortes y, aunque una mayoría de los procuradores habían sido
sobornados para que aprobaran el subsidio, ello se realizó con la oposición de los representantes de
6 ciudades y la abstención de otras 10, de un total de 18. El dinero nunca llegó a recaudarse y las
multitudes atacaron las casas de los procuradores que habían votado a favor. Por otra parte, salió
reforzada la mala impresión inicial que Carlos V había causado en los españoles.
Cuando el monarca partió de España en mayo de 1520, rodeado de extranjeros y en una misión
que era ajena a sus súbditos españoles, la agitación había dejado paso a la rebelión. La
acumulación de agravios contra el régimen borgoñón había producido el 1er. sentimiento de ultraje:
la pobre impresión que habían causado el rey y sus representantes extranjeros, el desprecio de
Chièvres hacia los españoles, su monopolio venal de las influencias, el nombramiento de extranjeros
para ocupar cargos y obispados españoles, la opresión de los recaudadores de impuestos, las
enormes cantidades de dinero enviadas fuera del reino y, como culminación de todo ello, el
nombramiento de un regente extranjero, Adriano de Utrecht, para gobernar Castilla durante la
ausencia del rey. La crisis se precipitó cuando Carlos V se comprometió con una idea imperial que
apenas tenía cabida en las tradiciones de España y que despertó escaso eco en el país. La pequeña
nobleza y las ciudades castellanas se rebelaron, entonces, contra un régimen al que consideraban
contrario a sus intereses y que amenazaba con sacrificar Castilla a una política imperial o dinástica.
Pero la revuelta de los comuneros no fue simplemente un mov. político, sino una revolución que tuvo
lugar en una región profundamente dividida por intereses opuestos y en una sociedad en conflicto.
En Castilla existía desde hacía tiempo una industria manufacturera artesanal, y fue el sector textil
el que se situó a la cabeza. Pero la industria textil sufría una situación de estancamiento a
comienzos del S. XVI, la mayor parte de la producc. de lana era enviada al extranjero y los
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manufactureros castellanos eran demasiado débiles para competir por ella y para desafiar a la
coalición de intereses (aristocracia, corona y comerciantes) que convertía a Castilla en un exportador
de materias primas y que comprometía el desarrollo de una industria textil nacional. Ante el
empeoramiento de su situación, los manufactureros recurrieron a la corona, pero ni Isabel ni Carlos V
se mostraron dispuestos a ayudarlos. Mientras florecían las exportaciones de lana desde Burgos-
Bilbao y el comercio de Sevilla con las Indias, la Castilla interior se sentía cada vez + marginada.
Éste fue el bastión de los comuneros y los intereses en conflicto eran los de los manufactureros
contra los exportadores de lana, el centro contra la periferia, Segovia, que apoyó la revuelta, contra
Burgos, que muy pronto la abandonó.
Estas tensiones se inscriben en el conflicto secular entre las ciudades y la nobleza, un problema
que empezaron a afrontar Fernando e Isabel para luego dejarlo sin resolver. En los últimos años de
su reinado la nobleza intentó un nuevo asalto al poder, reagrupando sus fuerzas privadas, ocupando
los puestos dirigentes del ejército real y compitiendo de forma implacable por copar los puestos de la
adminis. Luego comenzaron a apoderarse de tierras de las ciudades, a usurpar rentas y cargos
urbanos y a incrementar sus exigencias señoriales a sus vasallos urbanos. Los habs. de las
ciudades, los comerciantes y los artesanos se consideraban víctimas de una revitalizada aristocracia
y de una corona complaciente con ella, y cuando los enfrentamientos adquieren mayor virulencia
intentaron en vano conseguir el arbitraje real. La situación empeoró a la muerte de Isabel. La
regencia fue incapaz de salvar a la monarquía del declive militar y financiero, y las ciudades negaron
su ayuda. Carlos V se vio inmerso en una crisis de la que no fue totalmente responsable, pero sus
peticiones de dinero y tropas contribuyeron a aumentar el resentimiento de grupos urbanos que
consideraban esas demandas como una nueva versión de una vieja política.
Los comuneros pertenecían a los sectores medios de la sociedad y se levantaron contra la
aristocracia terrateniente y sus aliados. Sin embargo, no fue únicamente una lucha de gentes del
común contra nobles ni una mera protesta contra un régimen impopular y sus servidores. Antes bien,
puso de relieve las divisiones subyacentes en la sociedad que emergieron a la superficie tras el
reinado de los RRCC. Éstos, que desconfiaban de la alta nobleza e intentaron reducirla, favorecieron
la promoción de la baja nobleza, los caballeros e hidalgos, que desempeñaron una función imp. en la
adm., el ejército y el gobierno local. Pero muchos fueron rechazados por el nuevo monarca en 1517,
y algunos, resentidos, se integraron en las filas de los comuneros. No constituían una clase media.
Ya se tratara de hidalgos rurales o letrados urbanos se consideraban auténticos nobles o, como los
grandes comerciantes y banqueros, aspiraban a la nobleza. Por otra parte, entre los comuneros se
incluían pequeños comerciantes y manufactureros, que constituían una incipiente clase media,
aunque su nº era reducido en la polarizada sociedad de Castilla.
El levantamiento de los comuneros fue dirigido por Toledo, que ya antes de que Carlos V
partiera de España el 20-5-1520 había expulsado a su corregidor y establecido una comunidad.
Durante el mes de junio la revuelta se difundió por la mayor parte de las ciudades de Castilla la Vieja
que expulsaron a los oficiales reales y a los recaudadores de impuestos y proclamaron la comunidad.
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Fueron revueltas populares espontáneas, aunque el patriciado urbano también participó y en Zamora
estuvo al frente del mov. un obispo soldado, Antonio de Acuña. Toledo tomó la iniciativa en el intento
de extender la base política del mov. y en el mes de julio convocó una reunión de 4 ciudades en
Ávila, de la que surgió una junta revolucionaria que obligó al regente Adriano a salir de Valladolid y
organizó un gobierno alternativo rival. En septi. de 1520 el mov. alcanzó el punto álgido de su poder.
Con una causa, una org. y un ejército, ya no pedía reformas, sino que intentaba imponer condiciones
al monarca. En este punto, comenzaron a producirse divisiones entre revolucionarios y reformistas.
La junta pretendía redefinir la relación entre el rey y el pueblo, sobre la base del principio de que el
reino estaba por encima del rey y de que la junta representaba al reino. En el nuevo orden político
las Cortes ejercerían una función + imp.: tendrían el derecho de estudiar sus quejas antes de votar
los impuestos, y se permitiría «a los representantes de la comunidad» que votaran a sus delegados.
Ello determinó que abandonaran el mov. los elementos moderados de Burgos y Valladolid
(sometidos a una imp. presión por las autoridades reales y la alta nobleza). Cuando la junta
comenzó a reclamar todos los poderes del Estado, los moderados abandonaron la lucha y las
fuerzas reales entraron en acción. El 5 de diciem., con la ayuda de la aristocracia y el oportuno envío
de fuerzas desde Portugal, tomaron Tordesillas, el cuartel general de la Junta.
Pero los comuneros no estaban derrotados todavía. Su rev. no era simplemente un mov.
político, sino también social; era + que un conflicto entre las ciudades y el poder real, era un
enfrentamiento con la alta nobleza y los grandes comerciantes. Carlos V había tenido la habilidad de
situar al almirante y al condestable de Castilla, Fadrique Enríquez e Íñigo de Velasco
respectivamente, junto a Adriano de Utrecht como cogobernadores del país, alineando, con ellos, a
los magnates castellanos en favor de la causa real. En el campo de batalla los comuneros no eran
enemigo para el ejército real y las fuerzas de la nobleza, y fueron derrotados en la batalla de Villalar
el 24-4-1521. Al día siguiente fueron ejecutados los jefes de la rebelión, Juan de Padilla, Juan Bravo
y Pedro Maldonado, representantes de Toledo, Segovia y Salamanca respectivamente. Toledo
resistió 6 meses +, con sus fuerzas comandadas por el, último jefe rebelde, el obispo Acuña, pero
sólo duró un mes. En octubre de 1521 también Toledo tuvo que capitular.
Para entonces se apreciaba + claramente cuál era la base social de los comuneros. El
grueso de sus filas lo formaban los sectores populares urbanos, que se enfrentaban a la oligarquía
tradicional de las ciudades. Es decir, el pueblo llano contra el patriciado. Segovia, centro de una
activa región agrícola y de un sector industrial en crecimiento, desempeñó un papel destacado en la
revuelta y sufrió las consecuencias al recaer sobre ella con mayor rigor las multas y castigos. Los
grandes y la alta nobleza también actuaron en contra de los comuneros, en defensa de la ley y el
orden y para restablecer su propio poder allí donde se había visto menoscabado. No les
preocupaban seriamente los derechos de Carlos V, sino +bien, que junto al ala política de los
comuneros se había desarrollado un mov. antiseñorial radical que desafiaba el poder feudal de la
nobleza. Era una rev. desde abajo, un levantamiento de los vasallos de la nobleza. En
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consecuencia, los grandes no sólo luchaban para servir al rey sino para defender su jurisdicción
señorial.
Las capas medias urbanas -los pequeños propietarios, artesanos, comerciantes al por menor y
titulados universitarios- estuvieron en el centro del mov. comunero y protagonizaron la dirección del
mismo. Aunque no eran pobres (algunos tenían tierras, otros eran profesionales y no se
identificaban con los desheredados) tampoco eran ricos y poco tenían en común con los
acomodados comerciantes exportadores, aliados de la nobleza contra los comuneros. Las capas
medias no constituían una clase social homogénea, una burguesía urbana, y si bien los comuneros
tenían base social carecían de una base de clase. En el conflicto se enfrentaban intereses
sectoriales distintos, y cada uno de los bandos constituía una coalición de grupos o una alianza
política. El programa de los comuneros tenía algo que ofrecer a la mayor parte de quienes los
apoyaban: la limitación del poder real, el freno al poder de la nobleza, la reducc. de los impuestos, la
reducc. de los gastos del gobierno y la represión de la corrupción y la reforma de los municipios que
permitiera una mayor participación de los sectores no privilegiados, la comunidad. Pedían también la
reducc. de las exportaciones de lana en favor de los compradores nacionales y la protecc. de la
industria textil castellana. Aunque Carlos V contó con la colaboración de los grandes y los nobles
para aplastar a los comuneros, no satisfizo sus ambiciones ni les otorgó el poder que reclamaban.
Fue una victoria de la aristocracia sobre la pob. de las ciudades pero el premio del triunfo fue a parar
a manos del rey.
LAS GERMANÍAS.
Estos movs. se producen en Valencia y Mallorca. Mientras que los comuneros poseían una org.,
unos líderes y un ideario, los levantamientos de las Germanías, hermandades cristianas, de Valencia
y Mallorca en 1519 fueron protestas sociales espontáneas que planteaban peticiones determinadas,
y que nunca llegaron a constituir realmente un programa político. Los 2 movs. no se influyeron
mutuamente. Las Germanías no cooperaron con los comuneros, y su revuelta tenía un origen
distinto. El mov. valenciano comenzó como una protesta contra los funcionarios de la ciudad y los
aristócratas, y a continuación la violencia se convirtió en una guerra abierta contra los musulmanes,
quienes a su vez apoyaron a sus señores frente a las hermandades. Los cabecillas de la revuelta
supieron ver las ventajas que suponía invocar una justificación religiosa para su acción y darle un
interés + general del que originalmente poseían. En Valencia, las tensiones sociales no eran meros
conflictos de clase y ésta no fue una rebelión homogénea. Participaron en ella artesanos que
luchaban por su supervivencia y, tal vez también, por conseguir protección, campesinos oprimidos
por las cargas feudales, algunos representantes de las capas medias de la pob. con conciencia
política y algunos miembros del bajo clero, todos ellos unidos únicamente por unas míseras
condiciones de vida y por los abusos señoriales, así como por su odio hacia los musulmanes, a
quienes estaban dispuestos a atacar, destruir y convertir.
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En 1519 se había armado a los gremios de Valencia para hacer frente a la amenaza de un ataque
de piratas turcos. Al mismo tiempo, un brote de peste llevó a abandonar la ciudad a una gran parte
de la nobleza, incluido el propio gobernador. También el emperador era un monarca ausente, que
había postergado repetidamente la reunión de las Cortes de Valencia. El pueblo aprovechó la
oportunidad para enfrentarse a una nobleza opresora y unos funcionarios impopulares. Exigieron
representación en el gobierno municipal, que aún no poseían, y el acceso a la justicia del emperador,
que les era negada por sus sres. locales. El 1er. dirigente de la Germanía, el tejedor Juan Llorenç,
deseaba dotar a Valencia de una constitución republicana al estilo de las de Génova y Venecia. Sin
embargo, tras su muerte otros cabecillas de 2ª fila llevaron al mov. hacia la perpetración de
violencias y atrocidades sin dotarlo de un programa preciso. Los insurgentes no tardaron en
controlar la capital de Valencia, con el apoyo de la mayor parte de los gremios y desde allí dirigieron
el levantamiento del resto de Valencia, organizando enfrentamientos armados con el virrey y la
nobleza, obligando a los moros a bautizarse, suprimiendo todo tipo de impuestos y amenazando con
interferir en la distribución de la tierra. Entonces, la rebelión perdió el apoyo de un sector de la clase
media de la que había obtenido gran parte de su fuerza y no pocos de sus líderes. Esto permitió al
virrey, Diego Hurtado de Mendoza, y a los aristócratas que le apoyaban enderezar la situación y
destruir las fuerzas de la Germanía en octu. de 1521. Era inevitable que la victoria de las fuerzas
realistas fuera seguida de una dura represión en la que más de 800 rebeldes fueron condenados -la
mayor parte de ellos con multas y confiscaciones-. Pero sólo en diciem. de 1524 fue posible sofocar
cualquier atisbo de resistencia fuera de la capital y un nuevo virrey, Germana de Foix, promulgó un
perdón general.
Aunque la Germanía de Valencia acabó enfrentándose con el poder real, se había iniciado como
una protesta contra el poder de la aristocracia terrateniente y contra sus jornaleros moros. Contó
también con un imp. apoyo entre las clases medias y con la cooperación de casi todos los gremios.
Sin embargo, el mov. careció de una base social definida. Era una alianza heterogéneo de grupos
que expresaban sus protestas, artesanos pobres, pequeños agricultores y jornaleros, el bajo clero y
algunos comerciantes. Fue el levantamiento de grupos de rebeldes, una protesta campesina contra
la escasez de productos de 1ª necesidad, contra la jurisdicción señorial y la competencia por parte de
la mano de obra mora. Fue también una protesta contra la adminis. local y una oposición a la carga
fiscal y poseyó también algunos rasgos auténticamente revolucionarios y de oposición a las
estructuras existentes. Indirectamente fue también un mov. de resistencia a la corona. La nobleza y
el alto clero, conscientes de cuáles eran sus auténticos intereses, prestaron un apoyo unánime a
Carlos V, y por esta razón la represión del mov. fue una nueva victoria del absolutismo.
En Mallorca la Germanía, que comenzó a fines de 1520, tuvo un claro tono social, los artesanos y
campesinos de Palma contra la clase dominante. Se organizó un poder agermanado y el virrey tuvo
que huir a Ibiza (1521), mientras la Germanía se extendía a toda la isla con la excepción de la villa de
Alcudia. La sucesión de tendencias entre los agermanados se hizo de forma violenta. Joan Crespí,
el jefe de la org., fue encarcelado y murió en prisión. Su sucesor, Joanot Colom, se impuso
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drásticamente e impulsó el programa econó. de la Germanía: la supresión de los censales y una ref.
fiscal que gravara la propiedad agraria. La contraofensiva del ejército real se inició en oct. de 1522 y
culminó con el largo sitio de la ciudad de Mallorca (de dic. 1522 hasta marzo 1523). La represión fue
+ dura que en Valencia.
LOS MEDIOS DE LA MONARQUÍA Y EL SISTEMA DE CONSEJOS.
Sofocada la revuelta de los comuneros, Carlos V regresó a España en 1522, permaneciendo allí
los 7 años siguientes. Durante ese período se convirtió en un rey español y sentó las bases de su
gobierno. El español se había convertido en la lengua del monarca y de su corte y su matrimonio en
1526 con su prima Isabel, hermana del rey de Portugal, resultó del agrado de sus súbditos
españoles. El 21 de mayo de 1527 la emperatriz le dio un hijo, el futuro Felipe II. Los españoles
aprendieron a apreciar las cualidades humanas de su monarca y a reconocer que hablaba y actuaba
cada vez con mayor autoridad. De algunos de sus súbditos no sólo recibió lealtad sino también
gratitud, pues había empezado a ceder respecto a los consejeros extranjeros y poco a poco los
españoles, una minoría al principio, llegaron a monopolizar los cargos no sólo en España sino en las
difs. partes constitutivas de su imperio.
El imperio de Carlos V, o monarquía como la llamaban los contemporáneos, aglutinaba a una
serie de países bajo la dirección de una persona que era rey de nosos. reinos + que emperador
del conj. Cada una de las partes constitutivas de su imperio poseía una adminis. separada, así
como sus propias leyes, instituciones e impuestos, y ninguna de ellas estaba constitucionalmente
subordinada a otra. Esa estructura federal no estaba englobada en una adminis. imperial. El
Consejo de Estado, que estaba formado por italianos, españoles y borgoñones, y que
desempeñaba una función consultiva en los asuntos imperiales, era demasiado ineficaz como
para convertirse en un organismo que diseñara una política común. Desde luego, sin una política
y una org. financiera globales que permitieran que cada Estado aportara y recibiera un porcentaje
determinado de ingresos y gastos, no podía existir gobierno imperial. Gattinara tenía en mente un
sist. imperial de gobierno y trató de crear una maquinaria supranacional que resultara adecuada
no sólo para el reino de Castilla sino para una monarquía universal. A esta idea se oponían tanto
Carlos V como Castilla. A la muerte de Gattinara desapareció el cargo de Gran Canciller. Carlos
V gobernaba sus dominios como cabeza de una org. dinástica. En cada uno de sus estados
estaba representado por un regente o virrey. El emperador tenía virreyes en cada uno de los
países que formaban la monarquía: Aragón, Cataluña, Valencia, Sicilia, Nápoles, Cerdeña y
Navarra así como en Perú y en Nueva España. En los P. Bajos estaba representado por un
gobernador general, 1º su tía Margarita de Austria (1518-1530) y despues su hermana, María de
Hungría (1531-1555). El gobierno de Alemania también estaba en manos de un Habsburgo, su
hermano Fernando.
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Carlos V era rey de Castilla y Aragón + que rey de España y no tenía el mismo poder en Aragón
que en Castilla. El grado de unidad existente procedía de la hegemonía de facto de Castilla, que era
su principal fuente de riqueza y la mayor proveedora de tropas, y de las actividades de la Inquisición,
cuya jurisdicción se extendía sobre toda España sin consideración de las fronteras legales. En
España, como en todas partes, el sist. de gobierno de Carlos V era la monarquía personal que
ejercía a través de unas instituciones centralizadas pero no unificadas, y el instrumento elegido por la
monarquía austríaca era el Consejo Real, que el emperador había heredado de Fernando e Isabel.
Los RRCC habían reorganizado el gobierno a través de consejos, reduciendo el nº de sus miembros
e introduciendo la burocracia y la especialización, apareciendo consejos especializados en las difs.
funciones del gobierno. Carlos V llevó aún + allá estas reformas, de manera que el gobierno por
medio de consejos se convirtió en el rasgo característico de la monarquía Habsburgo. Los consejos
eran asambleas comisiones burocráticas, en las que la mayor parte de sus miembros eran juristas
(no de la aristocracia), para la aplicación de la política real.
Existían dos tipos básicos de consejos: el Consejo de Estado, un organismo honorífico y formal,
formado por grandes del reino y oficiales, cuya función teórica consistía en asesorar al monarca en
los asuntos + imps. de la política del Estado. Carlos V no confió en los grandes del reino para ocupar
cargos políticos y su consejo estaba formado por 7 eclesiásticos y administradores. Con todo, Carlos
V no consultó regularmente al consejo sino que tomó las decisiones personalmente con el
asesoramiento de sus principales secretarios. En ocasiones, siendo reforzado en tales casos por
expertos militares, se transformó en un Consejo de Guerra al que Carlos V podía consultar sobre
cuestiones concretas. En 2º lugar, existía un grupo mucho + noso. de consejos, que pueden ser
calificados de auténticos organismos adminis. y divididos en 2 categorías según el territorio que
gobernaban y la función que desempeñaban.
Cada una de las partes constitutivas de la monarquía tenía su propio consejo. El Consejo de
Castilla tenía su origen en el Consejo Real medieval de los reyes de Castilla, que los RRCC habían
convertido en un organismo + burocrático. Carlos V completó el proceso de modernización de la
institución sustituyendo a la aristocracia por miembros de la pequeña nobleza y juristas. Como la
mayor parte de los consejos españoles, desempeñaba funciones legales y adminis. Como tribunal
de justicia entendía las apelaciones de las audiencias. Como organismo adminis. se ocupaba de la
mayor parte de los asuntos internos de Castilla, incluyendo aspectos de jurisdicción eclesiástica.
Para la adminis. de los reinos del Levante penin. Carlos V heredó el Consejo de Aragón que, tras
las reformas de Fernando se convirtió en una burocracia moderna, de la que quedó excluida la
nobleza. El Consejo de Aragón, además de admin. justicia, ejercía también funciones admin.
generales. A esos efectos contaba con una cancillería y una tesorería perfectamente organizadas, y
cuyos miembros eran en su mayoría juristas procedentes de los 3 reinos. En 1555 los asuntos de
Italia quedaron separados de la jurisdicción de Aragón, creándose un consejo específico, a imagen
del de Castilla. Los asuntos relativos al imperio colonial español ya habían sido asignados a un
consejo especial, el Consejo de Indias en 1524. Sin embargo, todos estos consejos territoriales sólo
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eran territoriales nominalmente. De hecho, se trataba de instituciones centralizadas, que no estaban
situadas en los países que adminis. sino al lado del monarca.
Finalmente, había un grupo de consejos a los que hay que reservar sin lugar aparte por las
funciones especializadas que desempeñaban. Los + imp. de ellos eran el Consejo de la Inquisición,
cuya jurisdicción se extendía + allá de los límites de Castilla, abarcando al conj. de España, y cuyas
funciones equivalían prácticamente a las de un consejo de asuntos eclesiásticos, y el Consejo de
Hacienda, creado originalmente en 1522 para la adminis. de las finanzas de Castilla pero que
gradualmente se responsabilizó de suministrar a Carlos V mayores recursos para sus guerras en el
exterior. Entre los consejos funcionales se incluían una serie de consejos subordinados como el de
las órdenes militares, el de la Cruzada y, durante un determinado período, el de la Hermandad.
A pesar de que el sistema fue perfeccionado por los RRCC y por Carlos V, el gobierno por medio
de consejos no era un instrumento eficaz para resolver los asuntos, debido al farragoso
procedimiento de los consejos y a la confusión de funciones adminis. y judiciales. De hecho, Carlos
V no solía mantener un contacto directo con los consejos, sino que se comunicaba con ellos a través
de los secretarios, a los que hay que considerar como la figura clave en el sist. de gobierno de la
monarquía Habsburgo. El cargo de secretario se desarrolló en estatus y poder en el reinado de
Carlos V. Las secretarías del emperador, como las otras esferas de su gobierno, estaban
organizadas sobre una base nacional y no imperial, y en España la + imp. era la de Castilla. Sin
embargo, Aragón poseía ya una cancillería burocrática estrictamente organizada. La cabeza de la
adm. era el vicecanciller, que refrendaba todos los documentos reales y a quien ayudaba en sus
tareas un protonotario, que estaba a cargo de las 3 secretarías y de su gestión. Cuando Carlos V se
hizo cargo del gobierno de España conservó la estructura de la cancillería en Aragón. En cambio,
Castilla tenía un sist. dif. El Consejo de Castilla era el principal organismo gubernamental y todos los
documentos tenían que llevar, al menos, la firma de 3 de sus miembros. No obstante, los secretarios
reales eran el punto de contacto, entre el soberano y el Consejo. Preparaban el orden del día de las
reuniones y, a través de sus ayudantes, eran responsables de la redacción de todos los documentos
reales, que tenían que ser refrendados por uno de los secretarios. En general, la adminis. castellana
estaba menos definida que la de Aragón, prestándose a la confusión o al abuso de autoridad. La
necesidad de tomar decisiones con mayor rapidez y el deseo del monarca de ejercer una autoridad
sin cortapisas por parte de los consejos fueron las causas de que el cargo de secretario viera
ampliada su autoridad.
Hay que mencionar a 2 secretarios a los que se puede calificar adecuadamente como secretarios
de Estado para distinguirlos del amplio grupo de secretarios cuyas funciones subordinadas hacía que
fueran poco + que meros empleados adminis El 1º de esos secretarios de Estado es Fco. de los
Cobos. Nombrado secretario real en 1516, aunque compartía sus tareas con otros secretarios, no
tardó en convertirse en el personaje + imp. del personal de la secretaría y, a raíz de las reformas de
1523, en la fig. que controlaba el nuevo Consejo de Hacienda, además de ser miembro y secretario
de la mayor parte de los restantes consejos. Todo ello le otorgaba un imp. papel como coordinador.
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El ascenso de Cobos a 1er. plano redujo a los demás secretarios a un papel secundario, provocando
la rivalidad con otros oficiales + antiguos, en especial con el Gran Canciller Gattinara. A partir de
1527 se hizo evidente que el secretario Cobos, que ocupaba un cargo fuertemente institucionalizado,
ocupaba el puesto de mayor responsabilidad y confianza, al tiempo que la influencia de Gattinara,
básicamente de carácter personal, comenzaba a eclipsarse, dejando de ser incluso el principal
consejero en los asuntos extranjeros. En 1529, Nicolás Perrenot, Sr. de Granvela, fue nombrado
miembro del Consejo de Estado y comenzó a participar de forma destacada en la política exterior. A
la muerte, de Gattinara en 1530, el cargo de Gran Canciller desapareció y el emperador asumió la
responsabilidad personal de la política, sirviéndose de Cobos y Granvela como sus principales
agentes y consejeros, acordándose entre ambos una repartición de funciones, que determinaba la
especialización de Granvela en los asuntos exteriores e imperiales, mientras que Cobos se
encargaba del gobierno de Castilla.
Se puede considerar a Cobos como a uno de los creadores de la burocracia habsburguesa en
Castilla. Fue él quien reclutó y preparó para Carlos V un grupo de oficiales que gradualmente
adquirieron un espíritu corporativo y profesional; los seleccionó entre sus propios protegidos, que
tenían experiencia en otras ramas de la adm. y en los que sabía que podía confiar. Al igual que
Cobos, pertenecían a la pequeña nobleza de ciudades pequeñas, tenían una mentalidad y una
preparación burocráticas y les animaba el deseo de conseguir beneficio y promoción. La clave para
la promoción no era pertenecer a la nobleza ni poseer educación, sino la red de influencias, los lazos
familiares, los amigos y protectores. La actuación de esos protectores no era tanto un acto de
amistad personal como la forma de conseguir una clientela útil y la creación de una trama de apoyos
que pudiera ayudar al patrón.
La org. de la adm. quedó + claramente definida bajo la dirección de Cobos. Desde un principio
tenía a su cargo los asuntos referentes a Castilla, Portugal y las Indias, y a partir de 1530 quedaron
también bajo su responsabilidad los asuntos de Italia. Sin embargo, se guardó mucho en no interferir
en la labor de los secretarios de la C. de Aragón. El secretario era la fig. clave en la distribución de la
correspondencia recibida, ya fuera remitiéndola directamente al monarca con un informe o
derivándola hacia el consejo correspondiente. Por tanto, todas las cuestiones llegaban al emperador
después de haber sido exhaustivamente examinadas por Cobos y los consejos.
Sin embargo, los secretarios no podían obrar milagros. Debido a que los intereses de Carlos V
eran tan variados, y al hábito cada vez + firme de seguir su propio criterio a la hora de tomar
decisiones, se acumulaban los asuntos, que la maquinaria burocrática, aunque funcionaba con
laboriosidad, no podía controlar. Además, la burocracia llegó a ser un grupo de intereses y creció
hasta convertirse en un auténtico parásito. Los secretarios no sólo eran imps. como medio de
acceso al monarca, sino que además estaban próximos a la fuente de influencias. Cobos tendió a
utilizar únicamente a sus protegidos, monopolizando casi por completo el control de los cargos. Por
otra parte, dedicaba mucho tiempo a observar las tácticas y la política de sus rivales. El emperador
estaba al tanto de las maniobras que se desarrollaban en el seno de la adm. para conseguir poder,
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influencia y riqueza. En la “Instrucción Secreta” que envió a su hijo Felipe en mayo de 1543 cuando
partió del país dejándolo como regente de España, Carlos V realiza un agudo análisis del
faccionalismo existente en su gobierno. Era consciente de las rivalidades que existían entre los
hombres que había dejado con su hijo como consejeros en los asuntos de Estado. Sin embargo,
Carlos V sabía apreciar también al buen adm. y no albergaba dudas acerca de la lealtad y eficacia de
Cobos. Al final de su vida, gracias sobre todo a su capacidad y experiencia, y a la confianza que el
emperador había depositado en él, más que a la condición de su cargo, Cobos había alcanzado una
posición de poder e influencia y estaba al frente de una adm. amplia y sumisa.
ESPAÑA Y EL DESTINO IMPERIAL: HACIENDA, PRESIÓN FISCAL. LOS BANQUEROS
DEL EMPERADOR.
Castilla era la base financiera de la política de Carlos V, consideraba “estos reinos como cabeza
de todos los restantes” y tenía el propósito de utilizar sus recursos no sólo para conservar los otros
que Dios le había otorgado sino también para conquistar otros nuevos y llevar sus fronteras aún +
allá en aras del progreso de la sta. fe católica. Ocasionalmente las Cortes de Aragón, Cataluña y
Valencia le otorgaban modestos subsidios, pero sus posibilidades eran limitadas. Los P. Bajos, con
su comercio y su industria eran una fuente + imp. de riqueza, que Carlos V explotó de forma
implacable hasta que los súbditos de los P. Bajos no les fue posible pagar +. Tenía además, sus
posesiones en Italia y, podía recurrir a los grandes mercados financieros como Génova, Augsburgo y
Amberes, así como a banqueros internacionales como los Fugger y los Welser. Pero por lo que
respecta a los empréstitos, consiguió 4 veces + préstamos en Castilla que en Amberes. Al finalizar
su reinado, Castilla realizaba la aportación + imp. y sobre ella recaía la carga de la política imperial,
ya que los P. Bajos eran incapaces de soportar el peso financiero, y las posesiones italianas eran
secundarias en las finanzas. El mayor esfuerzo procedía de España y dentro de España de Castilla
y, + allá de ésta, de América. El agotamiento de sus recursos europeos determinó que Carlos V
dependiera cada vez + de las remesas de metales preciosos procedentes de las Indias españolas.
La situación financiera de la corona ya se había deteriorado antes de que Carlos V accediera al
trono. Una de las 1as. tareas que tuvo que afrontar a su regreso a España en 1522 fue la reorg. de
las finanzas reales, y para ello decidió crear el Consejo de Hacienda, para supervisar y controlar
todos los ingresos y gastos, y para preparar un presupuesto anual. El nuevo consejo, que comenzó
a actuar en feb. de 1523, similar al que existía en los P. Bajos, estuvo totalmente dominado por su
secretario, Fco. de los Cobos.
Sin embargo, no tardó en desvanecerse el optimismo que había determinado la creación de ese
nuevo organismo. Lejos de mejorar la situación del emperador, Cobos presidió el derrumbamiento
financiero de España durante el reinado de Carlos V, aunque en ningún caso hay que atribuir a la
adm. la responsabilidad de esa situación. Cobos administró el tesoro con honradez, y consiguió
frenar a la nobleza en sus intentos de conseguir prebendas y pensiones. El consejo elaboraba
puntualmente sus estimaciones presupuestarias anuales y, aunque no siempre eran realistas y no
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consideraban el pago de la deuda como capitulo de gastos, el autentico problema residía en que las
exigencias de una nueva campaña o la negociación de un préstamo imp. por parte del emperador sin
dar noticia de ello a los responsables del presupuesto hacían imposible realizar una estimación
fiable. La principal causa de la bancarrota fueron las guerras del emperador en el exterior, que
fueron financiadas por España. Un motivo adicional fue la extravagancia de Carlos V en su casa
real, sus viajes incesantes y sus constantes adquisiciones de joyas y obras de arte.
La mayor parte de los ingresos ordinarios procedía de la alcabala, impuesto sobre las ventas, se
convirtió en una cuota fija que pagaba cada ciudad o aldea. Estos ingresos, complementados con
los de las órdenes militares y los subsidios de las Cortes, aumentaron aprox. un 50% durante el
reinado del emperador, pese a lo cual quedaban muy por debajo de los gastos ordinarios. Por ello
había ingresos extraordinarios, que se obtenían de 2 formas: mediante la venta de títulos de la deuda
(juros), cuyos compradores obtenían el compromiso de la corona de pagar una tasa de interés
especificada. Los juros podían ser también pensiones sin que la corona hubiera obtenido préstamo
alguno. Todos los juros, ya fueran títulos de la deuda o pensiones, se asignaban a fuentes
específicas de ingresos ordinarios, recibiendo el tesoro tan sólo el saldo que quedaba tras haber
hecho frente esos pagos. Esta práctica fue agravada por Carlos V. Así, eran cada vez menores los
ingresos directos que permanecían en manos del rey. Evidentemente, este tipo de transacciones
bancarias presentaban ciertas ventajas para el emperador, porque los banqueros no sólo prestaban
dinero sino que también lo transferían al exterior. Esas transferencias de créditos y su pago donde
se necesitaban, Alemania, Italia o los P. Bajos, eran rápidas y seguras. Los problemas comenzaron
cuando se generalizaron esas prácticas + allá de los recursos reales de la corona.
Estaban también los ingresos procedentes de las Indias: ingresos de impuestos, monopolios, el
tributo que pagaban los indios y el quinto real, que era el porcentaje que correspondía a la corona de
todas las extracciones de metales. Los ingresos americanos del emperador, que aumentaron
vertiginosamente desde 1529, alcanzaron un promedio de 252.000 ducados anuales entre 1534 y
1543. Incluso teniendo en cuenta las fluctuaciones, es posible exagerar las cantidades obtenidas por
el monarca en América. El total de las importaciones públicas de América en el período 1503-1560
es de 12,6 mill. de ducados, un promedio anual de unos 220.000 ducados. Los ingresos ordinarios
de la corona en España durante ese período se estimaban en algo más de 1 millón de ducados
anuales, sin tener en cuenta las cargas prioritarias que pesaban sobre esos ingresos y que conforme
avanzaba el reinado absorbían todos los ingresos normales e incluso +. En consecuencia, los
ingresos procedentes de América no constituían un porcentaje imp. de las rentas totales del
emperador y, desde luego, no guardaban proporción alguna con sus gastos.
Cabe, situar en los años de 1540 el inicio de las dificultades financieras graves de la corona. Tras
la campaña de Argel de 1542, las de Francia de 1543-1544 y en el imperio en 1546-1547, la
situación se deterioró de tal forma que durante el resto del reinado los ingresos ordinarios estaban
siempre totalmente gastados con varios años de antelación. Además, los gastos eran varias veces
sups. a los ingresos extraordinarios, porque esas grandes operaciones militares coincidieron con
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el descenso de las remesas americanas. Pero la paz fue la única solución que Carlos V nunca
contempló y, dadas las circunstancias, Cobos y el Consejo de Hacienda recurrieron contra sus
propias convicciones, a un último recurso desesperado, la confiscación de todas las remesas de
las Indias y de todo el numerario en España, para enviarlo al emperador. Esto financió la victoria
de Carlos V sobre los protestantes alemanes en Mühlberg, pero dejó terribles secuelas en la
economía española, especialmente para el comercio de las Indias. El golpe definitivo fue asestado
tras la reanudación de las hostilidades con Francia en 1551. Para hacer frente al problema
francés en 1552 Carlos recurrió a un empréstito de + de 4 mill. de ducados. Las remesas de
metales preciosos procedentes de las Indias superaron los 2 mill. de ducados en 1552-1553, pero
la política exterior del emperador continuó siendo tan costosa que en sept. de 1554 se calculó el
déficit para el año en curso en más de 4,3 mill. de ducados, incluso después de haber empeñado
y gastado todos los ingresos de los 6 años siguientes. Las condiciones de los préstamos
concedidos al monarca español empeoraron rápidamente porque a los banqueros les era cada
vez + difícil conseguir su devolución. Cuando podía obtenerlos, la corona tenía que pagar el 43%
de interés o +. Por esa razón, Carlos V no deseaba decretar la suspensión total de pagos y en
lugar de ello recurrió al expediente de reducir unilateralmente los pagos a sus acreedores. Así fue
cómo los ejércitos de los P. Bajos pudieron pasar a la ofensiva y ganar la batalla de S. Quintín
(agosto 1557), pero ese esfuerzo agotó sus recursos. Paralizado por la carencia de dinero y ante
la imposibilidad de obtener nuevos empréstitos, se vio obligado en 1559 a firmar una paz con
Francia largamente demorada. Las finanzas fueron la clave de una gran parte de la política de
Carlos V y de la hª de España durante su reinado. Sin embargo, no hay que interpretar
entusiasmo por la causa de los Habsburgo la ausencia de acontecimientos políticos en España y
el silencio de sus súbditos a partir de 1522. La sociedad española estaba dividida entre una
aristocracia nosa. y privilegiada, que actuaba como aliada de la corona, y el resto de la pob.,
espectadores pasivos y contribuyentes forzosos. Eran nosos., sin embargo, los signos que
indicaban la existencia de un divorcio entre el pueblo castellano y su clase gobernante. Es cierto
que el emperador y algunos de sus consejeros podían proclamar el ideal de un gran imperio
cristiano cuyo centro era España y que se extendería sobre los 2 hemisferios. Pero cuando el
sentir popular conseguía hacerse oír, fuera en un impulso colectivo como el de los comuneros o
en los escritos de los cronistas, en las protestas de las Cortes, en los consejos de sus adminis.
españoles o en la oposición latente al hijo y heredero de Carlos V en los años 1550, se hacía
evidente que las preocupaciones urgentes de los españoles estaban + próximas a su patria, eran
+ nacionales en sus objetivos y + econó. en su coste: la seguridad de Navarra y de las bases del
N. de África, la lucha contra los turcos, pero en el Mediterráneo y no en el Danubio, la defensa de
las costas españolas y la paz con Francia y otros países cristianos. Sin embargo, “la seguridad de
la Cristiandad en peligro” exigía la presencia del emperador en Alemania y en este punto sus
súbditos mostraron una cierta comprensión, porque el luteranismo era odiado en España.
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TEMA 6: “POLÍTICA INTERNACIONAL DE CARLOS V”.
Para Carlos V la unidad de la cristiandad bajo el dominio imperial y su defensa frente a los
musulmanes y herejes era la misión suprema que le había sido encomendada. Sólo él tenía la
voluntad y los medios para imponer la paz en Europa y el dominio sobre sus enemigos. Dados sus
intereses concretos no podía existir una política imperial, universal o supranacional, y sin una org.
imperial no podía existir un imperio. En Carlos V destaca su papel de heredero, y no de creador.
LA LUCHA CON FRANCIA.
La permanente hostilidad de Francia puede explicarse como un mecanismo de defensa de un
Estado centralizado y unificado que se veía cercado por el poder de Carlos V. El poder de Carlos V
cercaba a Francia en casi todas sus fronteras: en el N. desde los P. Bajos y Artois, en el E. desde el
Franco Condado, y en el SE. desde España y el Mediterráneo. Así las cosas, Francia tenía que
elegir entre la lucha por conseguir una existencia independiente como una gran potencia o la
aceptación de la condición de estado-satélite. Para Francia éste era un problema nacional y la
cuestión de Italia era secundaria. El principal objetivo de la política francesa era el de resistir al
enorme poder de los Habsburgo. En el enfrentamiento entre los Habsburgo y los Valois, el rey de
Francia contaba con nosos. aliados: los turcos otomanos, los alemanes protestantes, Dinamarca o el
Papa, todos ellos hostiles a Carlos V. Por su parte, las posesiones dispersas del emperador, no
integradas en un conj. coherente, estaban expuestas a nosos. enemigos y contaban con pocos
aliados: sólo el rey de Inglaterra y el Sha de Persia apoyaban en ocasiones al emperador; el 1º
contra Francia y el 2º contra los turcos.
La 1ª vez en que se puso a prueba la fuerza de Carlos V y Francisco I fue el enfrentamiento por la
corona imperial, que se decidió a favor de Carlos V. A partir de entonces el monarca francés
permaneció atento a la posibilidad de fortalecer su posición atacando los puntos débiles de su rival.
Decidido a sacar partido de la revuelta de los comuneros en España, Fco. I declaró la guerra al
emperador (22-4-1521), comenzando así un nuevo período de conflictos. Un ejército francés invadió
Navarra; los rebeldes castellanos se situaron al lado del ejército real para rechazar a los franceses y
pusieron fin al intento de Navarra de recuperar su independencia bajo la protección de Francia.
En tanto que la política de Chièvres se había dirigido a conseguir la protección de los P. Bajos
buscando fórmulas de entendimiento con Inglaterra y Francia, Gattinara deseaba convertir a Italia en
el núcleo central de los intereses del emperador, argumentando que una vez que los franceses
hubieran sido expulsados de Italia podría establecer un pacto con el papa y controlar toda Europa.
Milán, feudo en otro tiempo del imperio alemán, ocupaba una posición clave en el eje
hispanoaustríaco; dado que tenía fácil acceso desde Génova constituía un nexo vital en la línea de
comunicaciones entre España y el Franco Condado, así como entre España y el Tirol. Carlos V,
convencido de la imp. de Milán, actuó con rapidez y envió una expedición a Lombardía que conquistó
Milán para el emperador en novi. de 1521. En enero de 1522 el antiguo tutor de Carlos V, ahora
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regente de España, Adriano de Utrecht, fue elegido papá (Adriano VI). Así pues, las 2 condiciones
de Gattinara para el éxito del imperio de Carlos V -el dominio en Italia y la alianza con el papado-
estaban a punto de verse cumplidas y en agosto de 1523 el emperador y sus estados vasallos, junto
con el papa, Venecia, Florencia e Inglaterra, estaban aliados contra Francisco I. Pero Adriano VI,
pieza clave de la alianza, murió en septi., sucediéndole Clemente VII, dando comienzo a una serie de
papas italianos que deseaban mantener el equilibrio entre las 2 grandes potencias.
Mientras tanto, Carlos V había estado ocupándose del flanco N. Así, el 16-6-1522 había concluido
en Windsor una alianza con Enrique VIII, a la que siguió un tratado secreto. Como consecuencia de
ese pacto el monarca español quedaba prometido a la hija Enrique VIII, María, y los aliados
acordaron un plan para la conquista total de Francia y su reparto: Enrique la corona y las provs. occs.
y Carlos los antiguos territorios borgoñones + Languedoc, Provenza y el valle del Ródano. El plan
era irreal y estaba condenado al fracaso, porque subestimaba la debilidad militar y financiera de los
aliados y la gran capacidad defensiva de Francia.
Siendo Inglaterra un aliado diplomático + que militar y dado que el papa había comenzado a
desinteresarse por la coalición formada en tiempo de su antecesor, la perspectiva de unir toda Italia
en contra de los franceses parecía tan lejana como la conquista de Francia. Fco. I reconquistó Milán
en octu. de 1524 y en dicie. Clemente VII concluyó una alianza con Francia y Venecia. En esas
circunstancias, Carlos V decidió que no merecía la pena la boda con la princesa inglesa, ya que una
novia portuguesa aportaría, en concepto de dote, una cantidad mayor de efectivo, que le permitiría
resolver la cuestión de Italia antes de recuperar su gran proyecto contra Francia. El 10-3-1525
recibió la noticia de que sus generales, Pescara, Leyva y Lannoy, habían derrotado totalmente a los
franceses en Pavía haciendo prisionero a Fco. I. Carlos V estaba en situación de establecer las
condiciones de paz sin tener en cuenta a Inglaterra. El cautiverio del monarca francés en Madrid no
podía resolver, por sí solo, el problema de poder planteado por las relaciones de Carlos V con
Francia ni poner fin al dilema de dar la prioridad a Italia o a Borgoña. Sus consejeros españoles le
instaban a abandonar el espejismo italiano y el emperador, contra el parecer de Gattinara, rechazó la
oferta de Fco. I de pagar un elevado rescate, abandonar Italia y renunciar a todas sus pretensiones
sobre Flandes y Artois, pues deseaba sobre todo el ducado de Borgoña. Por el tratado de Madrid,
firmado el 15-1-1526, Fco. I se comprometió, a cambio de su libertad, no sólo a renunciar a sus
derechos sobre Italia y Flandes, sino también a entregar Borgoña al emperador.
Lejos de cumplir las cláusulas del tratado de Madrid, Fco. I organizó la Liga de Cognac contra el
emperador. No le fue difícil encontrar aliados en Italia, en 1er. lugar el papa, pero también Venecia,
Florencia y otras ciudades, y al mismo tiempo Enrique VIII abandonó momentáneamente la alianza
española. Ese refuerzo del frente enemigo en Italia era peligroso para Carlos V, quien en un mov.
defensivo dirigió sus fuerzas contra el eslabón + débil de la cadena, el papa, asaltando Roma en
mayo de 1527. Estas campañas no permitieron inclinar de su lado el equilibrio del poder en Italia ni
llevar a efecto el programa en el que Gattinara aún insistía. Desde 1526 sus administradores le
aconsejaban evitar cualquier plan que implicara una mayor participación en Italia, en gran medida por
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razones financieras. Pero, gradualmente, al mejorar las perspectivas econó. de Carlos V, éste
comenzó a alcanzar una posición ventajosa frente a su rival (llegada de cantidades imps. de metales
preciosos desde las Indias). En julio de 1528 Andrea Doria desertó de Francia para entrar, junto con
su flota, al servicio del emperador, quien podía contar ahora con una base naval imp. y con una
mayor seguridad en las comunicaciones. El ejército francés que había invadido Milán y Nápoles fue
derrotado, y en julio de 1529 el papa y el emperador se reconciliaron mediante la firma del tratado de
Barcelona y, finalmente, Clemente VII aceptó recibir a Carlos V en Italia. Fco. I desbordado
diplomáticamente y derrotado por las armas, se vio obligado a ceder. Por la paz de Cambrai (3-8-
1529) reconoció la soberanía de Carlos V sobre Artois y Flandes y renunció a todos sus derechos
sobre Milán, Génova y Nápoles, mientras que Carlos V renunciaba de momento a Borgoña, aunque
volvía a afirmar sus derechos sobre ella.
Conseguida, así, la reconciliación con el papa, Carlos V decidió trasladarse a Italia para recibir de
sus manos la corona imperial. Aparentemente, había triunfado la política de Gattinara. La posición
dominante en Italia, que según Gattinara lo convertiría en dueño de Europa, en realidad le impidió
pacificar el continente y utilizar su imperio cristiano contra los turcos, con los que Francia ya había
establecido relaciones diplomáticas. La muerte del duque de Sforza de Milán en 1535 determinó que
se planteara de nuevo la cuestión de Italia al pretender el gobierno francés que el sucesor fuera uno
de sus candidatos, y cuando en marzo de 1536 un ejército francés invadió Saboya y Piamonte y
ocupó Turín se cernió una inminente amenaza sobre Milán. A su regreso triunfal de Túnez y
acariciando la de la unificación de la cristiandad y de la org. de un ataque contra el poder turco, se
encontró con que Fco. I seguía interponiéndose en su camino. La única alternativa que pudo ofrecer
fue el enfrentamiento personal entre él y Fco. I: si el emperador salía victorioso su precio sería
Borgoña, mientras que si triunfaba el monarca francés obtendría Milán. Las negociaciones causaron
el enfrentamiento entre Carlos V y sus propios ministros. En efecto, tanto Cobos como Granvela
instaron al emperador a practicar una política de paz aunque eso significara ceder. Finalmente,
contra el parecer de sus consejeros, pero animado por sus 2 principales comandantes, Andrea Doria
y Antonio de Leyva, Carlos V decidió reanudar las hostilidades. Planeaba un ataque doble, por tierra
y por mar, contra Francia, lo que exigía la reorga. total de las tropas que había formado, en un
principio, para la proyectada invasión de Argel al año siguiente, y su traslado al frente en el N. de
Italia. Fue necesario abandonar la invasión del N. del país desde los P. Bajos por falta de dinero,
pero Carlos V avanzó personalmente por el S. a través de Provenza en el verano de 1536, con la in-
tención de aliviar la presión sobre Milán mediante una operación combinada contra Marsella. La
campaña se saldó con un desastre total y en oct. Carlos V estaba de regreso en Génova, +
endeudado que nunca y en una total ruina militar. La guerra también fue costosa para Francia, y fue
el agotamiento de los 2 contendientes lo que determinó la interrupción de las grandes operaciones.
Después de que fracasaran las negociaciones de paz, el papa consiguió organizar una reunión en la
cumbre en Niza entre el rey de Francia y el emperador. De ahí salió la tregua de Niza (18-6-1538)
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con el acuerdo de que debería prolongarse 10 años y cuyas cláusulas eran: formación de una liga
contra los turcos, guerra contra los protestantes, y cooperación en un concilio general.
Sin embargo, la lucha se reanudó antes de que expirara la tregua, una vez + sobre la cuestión de
Milán. Fco. I, en julio de 1542, envió un ejército invasor a los P. Bajos. Carlos, a fin de asestar un
golpe definitivo a Francia, renovó la alianza inglesa, ordenó a Cobos que reuniera todos los fondos
disponibles en España y acudió personalmente a Alemania para concertar un compromiso religioso y
conseguir dinero y tropas para realizar un ataque contra Francia desde el E. Una vez conjurado el
peligro en los P. Bajos, Carlos V reunió un ejército en Metz y, mientras una fuerza inglesa invadía
Normandía, penetró en Francia por Champagne llegando hasta una corta distancia de París.
Apoyándose en esa posición ventajosa y deseoso de conseguir libertad de acción para enfrentarse a
los luteranos en Alemania, decidió negociar inmediatamente sin la participación de su aliado inglés.
En la paz de Crépy (19-9-1544) el rey francés renunció a sus pretensiones sobre los P. Bajos y
Nápoles, mientras que el emperador le ofrecía 2 posibles matrimonios al duque de Orleans, 2º hijo
del monarca de Francia: bien con su hija María, lo que le reportaría los P. Bajos a la muerte de
Carlos, o con su sobrina, Ana de Hungría, con el ofrecimiento del ducado de Milán un año después.
Carlos V prefería la segunda alternativa, pero el duque de Orleans falleció antes de que ese proyecto
matrimonial pudiera materializarse. Los objetivos de los 2 monarcas seguían siendo los mismos de
antes, y el fracaso del acuerdo de Crépy dejó sin resolver los problemas que los enfrentaban. El
emperador deseaba la paz porque tenía que resolver urgentes problemas en Alemania y los 2 reyes
estaban en paz cuando murió Fco. I (31-3-1547). Pero si había llegado a su fin la rivalidad de los
monarcas persistía el conflicto de poder y las disputas territoriales entre Francia y el monarca
austríaco.
LA DEFENSA FRENTE A LOS TURCOS: EL DANUBIO Y EL MEDITERRÁNEO.
Carlos V encontró en el imp. otomano a su + poderoso enemigo marítimo. El avence turco hacia
el N., en dirección al centro de la penín. balcánica, ya había comenzado antes de la captura de
Constantinopla en 1453, pero a partir de esa facha la frontera entre el imp. turco y la cristiandad se
desplazó + hacia el interior de Europa y con la conquista de Belgrado en 1521, los turcos estaban en
condiciones de penetrar en Hungría. El imp. turco, convertido en gran potencia marítima, comenzó a
amenazar las rutas del comercio occ. con el Mediterráneo or. Por ende, ya no se tenía que defender
la frontera terrestre a lo largo del Danubio sino también un nuevo frente en el Levante mediterráneo,
donde Italia se veía amenazada.
El poder naval de los turcos se veía reforzado por las flotas de piratas musulmanes del N. de
África (berberiscos) que comenzaron a colaborar con los turcos, y también con los moros que
abandonaban España tras la caida de Granada. En 1516 piratas de origen turco dominan Argel, que
se convierte en una potencia en el Mediterráneo. El poder turco, como el del emperador, era
omnipresente.
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Durante las últimas etapas de la lucha del emperador con Fco. I una 3ª potencia, los turcos
otomanos, habían intervenido al lado de Francia para redoblar la presión sobre Carlos V en la Europa
occ., de la misma manera que ya amenazaban su posición en la Europa or. y en el Mediterráneo.
En 1526, Solimán el Magnífico inició su gran ataque contra Hungría y con un ingente ejército
derrotó y dio muerte a Luis II de Hungría y Bohemia en la batalla de Mohács (29-8-1526). Unos días
+ tarde los turcos llegaban a Buda, capital de Hungría, y se situaban a escasa distancia de la frontera
or. de Austria, posesión de la Casa de Habsburgo que había heredado Carlos V. La contribución del
emperador a la defensa del Danubio fue insignificante. Incluso sus súbditos españoles se
desentendieron de los intereses de los Habsburgo en la Europa or. y siempre se mostraban reacios a
aportar tropas y dinero para esa zona. Carlos V comprendió que tendría que delegar el poder en
esos territorios en su hermano Fernando. En 1522 ya le había cedido sus posesiones orientales
convirtiéndolo en archiduque de Austria. Tras la muerte de Luis II, Fernando fue elegido rey de
Bohemia y Hungría, lo que le permitió ampliar su patrimonio en la Europa or. Estaba todavía por ver
si era lo bastante poderoso como para resistir a los turcos.
En 1529, el sultán comenzó una 2ª invasión. Recuperó Buda y sitió Viena. Como estaba en juego
el destino de Austria, Carlos V tuvo que intervenir personalmente. En 1532 consiguió organizar un
ejército en Alemania, a cuyo frente estaban sus mejores generales, y lo envió en ayuda de su
hermano. Los turcos tuvieron que retirarse a Buda, aunque durante muchos años seguirían lanzando
constantes ataques contra Hungría y Austria. Mientras Carlos V estaba dispuesto a defender la
herencia de la Casa de Habsburgo en Austria, se negaba a comprometerse en la defensa de
Hungría, aunque no abandonó totalmente a su hermano, pues al salir de Viena le asignó algunas
tropas. Los Habsburgo tuvieron que limitarse a la defensa de una angosta frontera en Hungría y
dados los compromisos que tenían en otras zonas aceptaron de buen grado una tregua en noviem.
de 1545.
El emperador, en cambio, exigió mayor apoyo para la defensa del Mediterráneo, donde se veían
directamente afectados los intereses de España. En 1522 Solimán conquistó Rodas, la isla de los
Caballeros Hospitalarios, obteniendo una nueva base desde la cual dirigir sus operaciones contra
Carlos V. Para atacarle + directamente tenía un aliado de valía inapreciable en la persona de Jair ed-
Din Barbarroja, cristiano renegado y uno de los piratas africanos + sanguinarios. En nombre del
islam y como vasallo del sultán, Barbarroja podía dirigir la lucha en el Mediterráneo occ. donde era la
cabeza de una nueva potencia: Argel. También España había puesto el pie en África y contaba con
una sucesión de fortalezas en el N. de África que habían sido establecidas en el reinado de Fernando
de Aragón. A partir de 1516 los piratas de Berbería se establecieron en Argel, colonizaron el interior
del Magrib y constituyeron un nuevo Estado en el Mediterráneo occ. En 1518 se situaron bajo la
protección del sultán, y se convirtieron en su brazo armado + poderoso en la guerra naval con
España. Gradualmente comenzaron a desembarazarse de las fortalezas españolas enemigas de la
costa norteafricana.
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El peligro se agudizó cuando comenzaron a atacar también las costas españolas y, asimismo, a
causa del problema de los moriscos en España. Tras la caída de Granada en 1492 y la conversión
forzosa de los moros asentados en Castilla en 1502, España poseía una imp. minoría extranjera, sólo
nominalmente cristiana. Carlos V decidió en 1525 extender el decreto castellano de 1502 a Valencia
y plantear a los moriscos de ese reino la alternativa de expulsión o conversión. Esto provocó una
revuelta armada en la sierra de Espadón en 1526, y tras unas negociaciones los moros aceptaron el
bautismo para evitar la expulsión. Pero la cuestión se complicó con la de los piratas de Berbería. La
piratería continuaba ya que los argelinos se lanzaban contra las embarcaciones y las costas occs. a
la búsqueda de los abastecimientos que el N. de África no podía proveerles. Sólo a comienzos del
decenio de 1530 pudo el emperador dar respuesta al poder naval del islam gracias a la ayuda de su
nuevo aliado, Génova. La poderosa flota conducida por Andrea Doria hacia el golfo de Corinto en
1532 ocupó Patrás y al año siguiente capturó Coron en el Peloponeso (sólo temporal). Esto indujo a
Solimán a renovar sus esfuerzos, aliándose + estrechamente con Barbarroja, a quien nombró
comandante en jefe de la flota turca, y que demostró su arrojo al atacar la costa de Italia y capturar
Túnez expulsando al aliado moro de España, Muley Hassan, en agosto de 1534. Al mismo tiempo,
Solimán comenzó también a intentar estrechar su alianza con Francia. La lucha se centraba ahora
en el control del Mediterráneo central.
Con el fin de dividir el frente naval islámico en el Mediterráneo y establecer una base española
entre Argel y Constantinopla, Carlos V decidió atacar Túnez. La oportunidad se presentó al firmarse
la paz con Francia en 1535. Una expedición nosa., organizada de forma apresurada, partió de
Barcelona para reunirse en Cerdeña antes de poner rumbo hacia el N. de África. Después de una
dura lucha, conquistó La Goleta y, luego, Túnez (21-7-1535). Sin embargo, Barbarroja consiguió
escapar a Argel y continuar la lucha desde allí.
La conquista de Túnez no fue suficiente para alterar el equilibrio de poder en el Mediterráneo.
Carlos V no tenía la fuerza naval necesaria para completar su victoria y perseguir a Barbarroja hasta
Argel y, en consecuencia, el cabecilla de los piratas pudo organizar nuevas razzias contra las I.
Baleares y la costa de Valencia en 1536 y un nuevo ataque a gran escala contra el S. de Italia en
1537. La guerra de Carlos V con Francia entre 1536 y 1538 supuso abandonar la campaña del
Mediterráneo, que no pudo ser reanudada hasta que se firmó la tregua de Niza en 1538. En feb. de
ese año el emperador intentó organizar una nueva ofensiva contra los turcos aliándose con el
papado y Venecia, pero fueron derrotados por Barbarroja en Prevesa en sept. de 1538 y la liga se
desintegró cuando Venecia, muy preocupada siempre por su comercio y su abastecimiento, firmó
una paz por separado con los turcos (1540). Ello impulsó al monarca español a concentrar todos los
recursos de que disponía en Occ. para conquistar el bastión de Barbarroja, Argel. El propio
emperador dirigió una imp. expedición que llegó a Argel en oct. de 1541. Pero la estación estaba
demasiado avanzada y perdió 150 de sus barcos en una tormenta. Aunque consiguió desembarcar y
atacar Argel, tuvo que reembarcar e interrumpir la operación para evitar un mayor desastre. El
fracaso de Argel constituyó una de las mayores catástrofes que sufrió el emperador durante todo su
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reinado y la última de sus grandes acciones navales. Al reanudarse la lucha con Francia (1542-1544)
los turcos prestaron un imp. servicio a su aliado, y galeras francesas reforzaron la flota otomana.
Barbarroja cooperó en el asedio de Niza y en 1544 la flota turca pasó el invierno en Toulon. A la
muerte de Barbarroja en 1546 lo sustituyó otro pirata experimentado, Dragut, que continuó su
campaña. En agosto de 1551, Trípoli fue atacada por los turcos y hubo de ser evacuada por los
Caballeros Hospitalarios. Gradualmente cayeron otras plazas de la costa norteafricana. Sin
embargo, el sultán no consiguió explotar su posición ventajosa: ocupado en la guerra con Persia y
debilitado por la creciente laxitud de la cooperación francesa, no consiguió establecer su supremacía
naval en Occ. Fue el factor de la distancia + que la fuerza de España o de cualquier otra potencia
cristiana, lo que permitió un cierto respiro a Occ. Con todo, los aliados del sultán en el N. de África
(los piratas de Berbería) continuaron amenazando la seguridad del Mediterráneo occ. y hostigando el
comercio y la navegación entre España e Italia.
En consecuencia, lejos de realizar la gran cruzada contra Constantinopla, sueño de su juventud,
Carlos V no consiguió siquiera atender a los intereses + inmediatos de España. Es cierto que nunca
consiguió la cooperación de Aragón y Cataluña, factor crucial para la supremacía española en el
Mediterráneo occ., pero distrajo recursos y esfuerzos nacionales para intereses imperiales + remotos.
Para conseguir el poder naval no basta con expediciones preparadas de forma apresurada, sino que
es necesario un proceso largo y arduo de construcción, reclutamiento y preparación. Ese programa
nunca fue puesto en marcha por Carlos V y tuvo que esperar a la iniciativa de Felipe II.
LAS LUCHAS POLÍTICO-RELIGIOSAS EN EL IMPERIO.
En el mismo año en que Carlos V llegó a España, en 1517, Lutero publicó sus tesis contra las
indulgencias. La crisis religiosa, junto con los obstáculos políticos que encontraba el gobierno
imperial en Alemania, redoblaron las presiones sobre Carlos V y sobre España. Para el emperador
el problema del protestantismo era todavía + complejo que el de los turcos y fue en último extremo el
que desbarató por completo su política. No sólo estaba vinculado a su lucha con Francia, sino que
afectaba también a sus relaciones con el papado. Sobre todo, socavó su posición en Alemania, ya
bastante precaria. Aun dejando al margen su vertiente política, el protestantismo tenía una profunda
significación para el emperador y para España. Aunque Carlos V no fue un hombre de la
Contrarreforma ni el adalid de un renacimiento espiritual de la Iglesia católica, era un encendido
enemigo de la herejía y de haber poseído los medios necesarios la habría destruido, como intentó
hacerlo en España y en los P. Bajos, donde su poder era + fuerte que en Alemania. Ésta era también
la posición española y en este aspecto la coincidencia de puntos de vista era espontánea. Las
tropas y el dinero necesarios para la lucha contra los herejes procedían en su mayor parte de España
y muchos de los grandes líderes intelectuales que combatieron la Reforma, como Ignacio de Loyola,
eran españoles. Tras el saqueo de Roma en 1527, y en respuesta a Clemente VII que manifestaba
su protesta, Carlos V habló de convocar un concilio general si el papa no variaba su política, que a
los ojos del emperador era desastrosa para la cristiandad.
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A pesar de la declaración realizada por el joven emperador ante la Dieta de Worms en abril de
1521, su decisión de asumir la defensa de la cristiandad y de las doctrinas de la Iglesia, lo cierto es
que Carlos V subestimó las difs. entre Lutero y la Iglesia, y que tardó en pasar a la acción con
decisión. No puede negarse que la situación era difícil. Carlos V se veía enfrentado ya a un
problema político en Alemania derivado de la soberanía de los parlamentos y de la independencia de
los príncipes. Como consecuencia de sus compromisos en otras partes, Carlos V tuvo que relegar la
responsabilidad en Alemania en su hermano Fernando. Los problemas religiosos se sumaron a los
políticos. Aunque Lutero fue declarado proscrito por el Edicto de Worms, pudo contar con la
protección del elector de Sajonia, mientras que lo que Carlos V consideraba como un cisma temporal
se convirtió en una ruptura duradera, cuyas ventajas políticas fueron explotadas tanto por los
reformadores como por los príncipes. En junio de 1526 una declaración realizada en términos vagos
por la Dieta de Espira se interpretó como el derecho de cada príncipe a decidir la religión en su
propio Estado. En 1529, en una nueva Dieta en Espira, la mayoría católica reafirmó la decisión de
Worms contra el luteranismo, negaba cualquier derecho a los reformadores y exigía tolerancia para
los católicos en los estados reformados. Los luteranos protestaron contra ella y comenzaron a
perfeccionar su org. política. Carlos V regresó a Alemania después de 8 años de ausencia y asistió a
la Dieta de Augsburgo en 1530, donde tuvo gran paciencia durante las largas discusiones e intentó
encontrar una solución que no comprometiera el dogma católico. Sus intentos de arbitraje fracasaron
e incluso su oferta de convocar un concilio general fue rechazada por los protestantes, así como por
el papa. Los protestantes salieron de Augsburgo con su fórmula intacta, aunque rechazada, y
consiguieron hacerla sobrevivir. Las amenazas sin sanciones fueron de escaso efecto, excepto el
de impulsar a los protestantes a reforzar su posición política formando la Liga de Esmalcalda (feb.
1531), dirigida por el elector de Sajonia y el landgrave de Hesse, y aliada potencial de los otros
enemigos del emperador en el N. de Europa.
Pero el imperio también estaba amenazado por el Turco. El hermano de Carlos V, Fernando, que
acababa de obtener el titulo de Rey de Romanos (enero 1531) necesitaba urgentemente la ayuda de
los príncipes alemanes para defender sus dominios frente a Solimán. La invasión turca de Austria en
1532 obligó a Carlos V a aceptar un acuerdo temporal en Alemania, conocido como la Paz de
Nuremberg (mayo 1532), mediante la cual se alcanzó una paz general en el imperio, en el que nadie
sería condenado por sus convicciones religiosas hasta la celebración de un concilio. Con el apoyo
protestante el emperador consiguió organizar un poderoso ejército que liberó Austria y forzó la
retirada de los turcos.
Durante todo el decenio de 1530 Carlos V se vio obligado a seguir contemporizando con los
protestantes, en parte porque la presión de los turcos era agobiante, en parte a causa de Francia,
pero sobre todo, tal vez, debido a su desesperada situación financiera. Teóricamente Pablo III
debería de haber sido la respuesta a sus esperanzas, pues se trataba de un papa reformista y
deseoso de convocar un concilio. Pero esto resultó ser simplemente una nueva dificultad para Carlos
V, pues planteaba el problema de la participación protestante en un concilio. A falta de la
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convocatoria del concilio y deseoso de conseguir la ayuda de los parlamentos imperiales contra
Francia y el Turco, Carlos V decidió imponer su propia solución en Alemania, la Declaración de
Ratisbona (julio 1541). Por ella se garantizaba la seguridad de los que se habían adherido a la
Confesión de Augsburgo, se aceptaba la secularización de algunas propiedades eclesiásticas, se
concedía a los príncipes protestantes el derecho de reformar los monasterios y otras instituciones
religiosas, y se redoblaba la influencia de los protestantes en la Cámara Imperial.
El papa condenó la Declaración de Ratisbona, como también la condenaron los acontecimientos.
El emperador no obtuvo de ella beneficio alguno. En junio de 1542 Pablo III promulgó una bula
convocando el Concilio de Trento para el 1 de noviem., pero en ese momento Fco. I quebrantó la
tregua de Niza y se preparó para atacar al emperador, lo que hizo imposible la convocatoria del
concilio en esa fecha. El papa intentó reconciliar a los dos rivales, pero Carlos V trataba de ganar
tiempo para conseguir la ayuda de algunos príncipes alemanes contra Francia, y sabedor de que los
protestantes se oponían a un concilio convocado por el papa. Pero tras firmar la paz de Crépy con
Fco. I en sept. en 1544, Carlos V estaba en situación de atacar al protestantismo con mayor firmeza.
Cuando comenzó finalmente el Concilio de Trento en dic. de 1545, los representantes del emperador
intentaron impedir una definición dogmática del problema de la justificación, porque no quería
provocar el rechazo de los luteranos, de quienes esperaba todavía que aceptaran la invitación para
participar en el concilio. De hecho, el concilio defendió la doctrina de la justificación y de los
sacramentos, y el estado de ánimo del emperador cuando decidió participar en la lucha contra los
protestantes era de resentimiento contra el papa y otros obispos.
Pero los mismos protestantes contaban con una org. política y militar, con la que el emperador
esperaba poder acabar cuando la alianza con el papado (jun. 1546) y los esfuerzos de Cobos en
España le permitieran conseguir fondos suficientes para formar un ejército. Las tropas imperiales,
mandadas por el duque de Alba y con el propio emperador al frente, vencieron en la batalla de
Mühlberg el 24-4-1547. El triunfo de Carlos V sobre la Liga de Esmalcalda lo situó, por fin, en
posición de intentar imponer sus condiciones políticas y religiosas en Alemania. Sin embargo, el re-
sultado fue en ambos casos negativo para la causa imperial.
La victoria del emperador en Mühlberg, aunque fue negativa para los protestantes, también
aumentó las disensiones en el bando católico. En el seno de la Iglesia existía temor ante el poder de
Carlos V, y el Concilio de Trento se dispersó tras la victoria del emperador. El emperador, actuando
con independencia del papado y sobre el supuesto de que podía ejercer funciones eclesiásticas,
impuso un nuevo compromiso conocido como Interim (30-6-1548), un documento redactado por sus
teólogos, que preservaba la doctrina católica y la autoridad del papa pero que hacía todo tipo de
concesiones a la opinión luterana en materias de disciplina y culto. El Interim fue rechazado tanto
por los protestantes como por los católicos, y no sirvió para conseguir el objetivo que perseguía, la
paz religiosa en Alemania.
Si las condiciones religiosas impuestas por Carlos V provocaron disensiones en el seno de la
Iglesia, sus objetivos políticos causaron la disensión entre los propios Habsburgo. Su deseo era la
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sucesión imperial en Alemania para su hijo Felipe, que de esa forma vincularía la herencia alemana
con la borgoñona y la española. Sin embargo, la solución no era aceptable para la opinión alemana,
ya fuera católica o protestante. Carlos V se encontró también con la oposición implacable de su
propia familia.
Felipe se unió a su padre en Bruselas (abril 1549), y allí fue reconocido como heredero de los P.
Bajos. A continuación recibió honores en Alemania. En el invierno de 1550-1551 los Habsburgo
celebraron en Augsburgo una conferencia familiar en la que los planes de Carlos V fueron frustrados
por las ambiciones de su hermano Fernando y la hostilidad de su sobrino Maximiliano, hijo
primogénito de Fernando. El poder de los Habsburgo orientales, con base en Austria y que se
extendía sobre Bohemia y Hungría, y coronado con el título de Rey de Romanos, honor que el propio
Carlos había contribuido a crear, se volvió contra él. La independencia creciente de los Habsburgo
orientales coincidió con intereses poderosos en Alemania. La opinión alemana se volvió hacia los
príncipes de Viena, a los que creía poder manejar + fácilmente que a un sucesor español. Deseaba
a Fernando como emperador, y como su sucesor a Maximiliano. Carlos V cedió en el acuerdo del 9-
3-1551, por el cual Fernando sucedería a Carlos V como emperador pero, a su vez, apoyaría a
Felipe como sucesor suyo, quedando Maximiliano como 3º en discordia. Sin embargo, el acuerdo
quedó en papel mojado. La determinación de los Habsburgo austríacos y la hostilidad de Alemania
se conjugaron para frustrar las aspiraciones de Carlos V respecto a su dinastía. Sólo faltaban los
acontecimientos de 1551-1552 para impulsarlo a salir de Alemania.
Carlos V, acosado por los peligros en nosos. frentes y por unas dificultades financieras + graves
que las que había conocido hasta entonces, vio cómo su mando comenzaba a desintegrarse. Ante la
imposibilidad de acudir a todos los frentes y temiendo sobre todo por el Mediterráneo, tomó una de
las decisiones + trascendentales de su vida al ordenar en agosto que sus tropas españolas e italia-
nas evacuaran Württemberg. Al retirar sus fuerzas de ocupación, Carlos V preparó de forma
indirecta el camino para la explosión alemana de 1552. Para proteger Alemania tenía que recurrir
ahora a su hermano Fernando; habría sido + prudente que Carlos V se refugiara en la relativa
seguridad de los P. Bajos para atacar Francia desde allí, pero en lugar de actuar así continuó
arriesgándose en Alemania y cuando Mauricio de Sajonia dirigió contra él un repentino ataque cerca
de Insbruck en mayo de 1552 tuvo que huir a través de los Alpes hasta Villach, en Carintia. La 2ª
sesión del Concilio de Trento fue rápidamente clausurada., Metz, Toul y Verdún cayeron en manos
de Francia y los turcos amenazaban la seguridad de Austria. Poco era lo que podía salvarse del
desastre en Alemania y el tratado de Passau, negociado por Fernando y Mauricio de Sajonia, y
ratificado por Carlos V el 15-8-1552, no fue + que la sanción de la derrota del emperador. En el
reconocimiento del protestantismo en igualdad de condiciones con la religión católica, el tratado de
Passau prefiguró la paz de Augsburgo 3 años después (25-9-1555), en la que se dio forma
constitucional a esas concesiones.
Tras la derrota en Alemania, Carlos V fracasó también contra Francia. Aconsejado por el duque
de Alba y lleno de ansiedad respecto a las comunicaciones entre los P. Bajos y el Franco Condado
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intentó recuperar Metz en el invierno de 1552. Sus ejércitos atacaron una y otra vez hasta que en
en. de 1553 se vio obligado a levantar el frustrado asedio y retirarse a los P. Bajos, donde
permaneció hasta su retorno a España en 1556. Ahora tenía motivos para temer por la seguridad de
su herencia directa. Perdida Alemania, y con ella la frontera católica e imperial + allá de Flandes, era
necesario al menos garantizar la seguridad de los P. Bajos, ante la actitud amenazadora de Francia.
En sus últimos años ésa fue una de las mayores preocupaciones del emperador, su regreso al punto
de partida.
CARLOS V Y EL PAPADO.
Los proyectos internacionales del emperador nunca obtuvieron el apoyo papal que él creía que
merecía. Al igual que otros gobernantes europeos, el Papa era consciente de la omnipresencia del
poder Habsburgo. En Italia planteaba una amenaza inmediata para él: si el mismo rey poseía Milán y
Nápoles la independencia el papado, atenazado entre esos 2 estados, podía verse amenazada.
Sin embargo, las reservas que el Papa manifestaba respecto al emperador no eran simplemente
las de un hombre de Estado hacia otro, sino que derivaban también de motivos religiosos. Nadie en
España desafiaba la autoridad espiritual del Papa pero se intentaba por todos los medios minimizar
la intervención papal en los asuntos temporales e incluso en cuestiones eclesiásticas como los
nombramientos y la jurisdicción. Carlos V heredó y reforzó esa tradición. Por ej., en 1523 consiguió
de su antiguo tutor y regente, Adriano VI, la concesión perpetua del derecho de presentación para las
sedes episcopales. Pero los papas subsiguientes se mostraron menos complacientes, y los
enfrentamientos sobre la jurisdicción eclesiástica fueron una fuente constante de tensiones entre
España y el papado. Por lo demás, el papado veía con desconfianza algunos de los objetivos
religiosos del emperador y consideraba que o no comprendía las doctrinas de Lutero o subestimaba
su distanciamiento de la ortodoxia católica.
Carlos V había recibido el concepto medieval de que el emperador estaba obligado a convocar un
concilio cuando la situación crítica de la cristiandad así lo exigía. Pero también convenía a sus
intereses, en 1er. lugar porque la probable dif. de opiniones entre el concilio y el papa permitía al
emperador utilizar la amenaza de un concilio para presionar al papado, y en 2º lugar, el emperador
deseaba la celebración de un concilio en el que pudiera expresarse libremente la opinión protestante
para alcanzar un compromiso a través de una cierta relajación de la disciplina de la Iglesia, en
aspectos concretos como la autorización al clero para contraer matrimonio y la celebración de los
servicios religiosos en las lenguas vernáculas. En este caso, lo que le impulsaba a mantener esa
postura era + la política alemana que la idea de conseguir la revitalización de la Iglesia. Sin
embargo, a la Iglesia española le interesaba + el problema práctico de asegurar que se celebraran
frecuentes concilios reformistas y que se garantizara el cumpliento de sus decretos que la cuestión
de la autoridad papal como tal, y siempre hizo gala de una hostilidad implacable frente al luteranismo
en todos los lugares donde se manifestaba. Pero ni siquiera la imp. de España le permitió a Carlos V
conseguir la alianza papal. Sus consejeros españoles consideraban, al igual que el propio monarca,
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que Pablo III tenía que abandonar su posición de neutralidad en el conflicto entre su señor y Fco. I, y
basaban esa conclusión en que el Papa estaba obligado a apoyar a una nación ortodoxa como
España antes que a otra poco segura como Francia. Pero lo cierto es que cuando el papado
abandonó su neutralidad no siempre lo hizo a favor de España.
LOS PAÍSES BAJOS Y LA ALIANZA INGLESA.
A dif. de Alemania, en los P. Bajos Carlos V tenía un regente en quien podía confiar. Tras la
muerte de Margarita de Austria nombró a su hermana María de Hungría, como gobernadora de los P.
Bajos en 1531.
El luteranismo había penetrado en los P. Bajos desde 1518. 2 meses después de la publicación
de la bula que excomulgaba a Lutero, el emperador publicó un edicto en el que ordenaba la quema
de todos los libros luteranos (20-3-1521). Un año después, el 23-4-1522, y sin consultar al papa,
nombró un inquisidor general de los P. Bajos, en la persona de Van der Hulst, que era laico y que
pertenecía al Consejo de Brabante, siendo, por tanto, un oficial del rey. Pero los intentos de Carlos V
de conservar el control exclusivo sobre la Inquisición fracasaron cuando en 1523 Adriano VI nombró
a Van der Hulst inquisidor papal para los P. Bajos, aunque poco después fue depuesto de su cargo
por Margarita de Austria en razón de la implacable persecución que inició. Desde 1525 Carlos V hizo
públicos diversos edictos contra el luteranismo, acompañados de severas sanciones. De hecho,
desde 1550 la única pena prescrita para todos los delitos religiosos era la muerte. En un principio el
poder judicial correspondía a los consejos municipales, pero + tarde Carlos V transfirió esa
jurisdicción a los consejos provs., lo cual le permitió mantener el control sobre las persecuciones de
herejes.
Aunque consiguió contener, pero no eliminar, el progreso de la herejía, poco pudo hacer el
emperador por atajar el particularismo político y fiscal de sus difs. provs. Los P. Bajos gozaban de
una situación de gran prosperidad, basada en los sólidos cimientos del comercio y la industria, y
eran, junto con España, su fuente + imp. de dinero. Dado que las guerras del emperador devoraban
su riqueza, los P. Bajos tenían razones aún + urgentes que España para pedir la paz, cosa que
nunca dejaron de hacer. Sin embargo, la prosperidad y libertad de los P. Bajos en tiempo de Carlos
V eran monopolio de una clase reducida y, junto a las fortunas que unos pocos habían conseguido
en el período anterior, coexistía la terrible pobreza de la gran masa de la pob., especialmente en las
ciudades. Esta situación social engendraba descontento y estalló en la agitación de los anabaptistas,
cuyo mov. era en esencia proletario, con implicaciones sociales y religiosas, y que exigieron la ince-
sante atención de las autoridades a partir de 1535. No había anabaptistas en las clases adineradas,
cuyo apoyo a la política de represión del gobierno impidió que el mov. llegara a convertirse en un
desafío popular a la autoridad del Estado, como ocurrió + adelante con el calvinismo.
Las comunidades comerciantes e industriales de los P. Bajos defendían celosamente sus
derechos autónomos frente a los intentos del emperador de completar el proceso de unificación y
centralización iniciados por sus predecesores borgoñones. Los Estados Provinciales y los Estados
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Generales plantearon una tenaz resistencia a los órganos del gobierno central regateando en las
entregas de dinero, e insistiendo en la satisfacción de los agravios y ejerciendo el derecho de
informar a las provs. y ciudades. En 1539 la resistencia dejó paso, en Gante, a una violenta revuelta -
enérgicamente sofocada- cuando los ciudadanos depusieron a las autoridades que se habían
plegado a las exigencias de Carlos V.
La Resistencia ante la política religiosa, financiera y adminis. del gobierno central convirtió a los P.
Bajos en terreno abonado para la intervención de los enemigos del emperador, especialmente
Francia, que ocasionalmente cooperó eficazmente con sus enemigos en el NE. Carlos V vivió la +
dura experiencia de este período en el ducado de Güeldres. Hasta 1543 no consiguió anexionarse
Güeldres y asegurar su frontera nororiental en los P. Bajos. Sin embargo, en 1552, la pérdida de
Alemania, la hostilidad de Francia y el hecho de que su dominio en Flandes distaba de ser absoluto a
pesar de su popularidad personal, le hacían temer no sólo por su frontera nororiental sino por el conj.
de su herencia borgoñona.
En estas circunstancias la alianza con Inglaterra se convirtió en la solución para el desastre
alemán, las amenazas francesas y el peligro en los P. Bajos. Para la defensa y las comunicaciones
con España podía garantizar un puerto en Inglaterra y el paso del Canal. El matrimonio entre Felipe
y María Tudor (25-7-1554) significaba mucho para ambas partes. María buscaba en Felipe el apoyo
para sus planes de restaurar el catolicismo en Inglaterra, y buscaba un heredero que continuara su
régimen. El emperador y su hijo veían a Inglaterra como a una compensación por la pérdida de
Alemania y como la seguridad para los P. Bajos. Si Felipe y María tenían un heredero, éste recibiría
no sólo Inglaterra sino también los P. Bajos y el Franco Condado, mientras que España y sus
dominios serían para don Carlos, hijo de Felipe habido de un matrimonio anterior. Esto permitiría a
Inglaterra defender a los P. Bajos, especialmente contra Francia, mientras que España se
concentraría en la defensa de Italia y del Mediterráneo. Si don Carlos moría sin descendencia, toda
la herencia recaería en el heredero de Felipe y María.
El hecho de que Carlos V considerara la posibilidad de separar los Países Bajos de la corona de
España, aunque con la intención de arraigarlos + firmemente en el seno de su familia, demuestra que
no consideraba que la unión de ambos fuera inevitable y sacrosanta, tanto desde el punto de vista de
los intereses españoles como del prestigio. Sólo + tarde, en el reinado de Felipe II, se consideró
inconcebible esa separación, y la determinación de conservar los P. Bajos a cualquier precio se
convirtió en una obsesión ruinosa que perduró hasta el final del régimen Habsburgo. El hijo que
Felipe y María deseaban nunca llegó y la boda sólo sirvió para hacer muy impopulares a los
españoles en Inglaterra. Pronto el sentimiento nacional y religioso se sumó a la rivalidad marítima
para deteriorar completamente las relaciones entre las 2 naciones.
Entretanto, el hecho de que se desvanecieran las perspectivas de un eventual imperio
angloespañol constituyó un profundo alivio para Enrique II de Francia y reforzó su oposición al
emperador. El ascenso de Pablo IV al solio pontificio situó a un nuevo enemigo de los Habsburgo en
el escenario internacional y nuevas dificultades para ellos en todas partes, en especial en Italia. Era
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+ de lo que Carlos V podía soportar, pues enfermo y envejecido prematuramente, decidió entregar a
Felipe su herencia en ese momento, en vida de su padre, que arriesgarse a que accediera al trono
después de su muerte en medio de los desórdenes de la guerra.
ABDICACIÓN DEL EMPERADOR: PANORAMA PENINSULAR Y PERSPECTIVAS
EXTERIORES.
Ya enero de 1548 el emperador había redactado su testamento político para su hijo. En 1550
había comenzado a dictar sus memorias y 5 años después, consideró que había llegado el momento.
Así, el 25-10-1555, ante los Estados Generales en Bruselas y después de rememorar su trayectoria
vital, Carlos V renunció en favor de Felipe a la soberanía de los P. Bajos. 3 meses después (16-1-
1556), entregó a su secretario la abdicación de todos sus dominios españoles tanto en el Viejo como
en el Nuevo Mundo. Realizó la renuncia en 3 documentos difs. y la llevó a cabo en consonancia con
la naturaleza de la monarquía austríaca. En uno de ellos renunciaba a la corona de Castilla y
Aragón, junto con el reino de Navarra y las Indias; en el 2º renunciaba a la corona de Aragón-
Cataluña, con el reino de Cerdeña, y en el 3º a la corona de Sicilia. El reino de Nápoles y el ducado
de Milán ya estaban en manos de Felipe desde el momento de su boda con María Tudor. En un
último gesto consiguió incluso firmar una tregua con Enrique II de Francia (5-2-1556) y dejar el
Franco Condado en manos de su hijo. Sólo le quedaba ya el imperio, donde en realidad había
gobernado su hermano Fernando desde 1553. También renunció en sept. de 1556, aunque no fue
hasta feb. de 1558 cuando los electores aceptaron su abdicación y eligieron a Fernando para que
ocupara su lugar. En sept. de 1556, Carlos V dejó a Felipe en los P. Bajos, zarpó hacia España y en
feb. del año siguiente llegó a Yuste, remoto y tranquilo monasterio de Extremadura donde decidió
pasar sus últimos años, aunque no totalmente retirado, ya que siguió siendo nominalmente
emperador, conservó un gran interés por los asuntos internacionales y continuó aconsejando y
ayudando a su hijo. Allí murió el 21-9-1558.
+ allá de las formalidades y el ceremonial, el período de transición fue un tiempo de tensiones.
Desde 1551, cuando era regente de España a la sombra de su padre, hasta 1559, en que se
convirtió en gobernante a escala mundial por derecho propio, Felipe se vio atrapado entre las
exigencias del emperador y la presión de sus súbditos. En parte se trataba de un problema
financiero. Las empresas imperiales de Carlos V habían sido financiadas por Castilla, y en el
decenio de 1550 Felipe tuvo que conseguir dinero no sólo mediante los impuestos ordinarios sino
también recurriendo a procedimientos extraordinarios -confiscando remesas privadas de América,
enajenando jurisdicción real y cargos públicos y solicitando préstamos-, muchos de los cuales eran
concesiones al mal gobierno. Estos problemas se agravaron cuando Carlos V regresó a España y
recayó sobre su hijo la responsabilidad de las decisiones en el N. de Europa. La ausencia de Felipe
II, junto con sus exigencias impopulares, debilitaron su posición en la penín. y permitieron que el
gobierno de regencia se opusiera a sus deseos y pusiera en práctica su propia política en el
Mediterráneo y en el N. de África (rindió pocos frutos positivos), en connivencia con grupos de
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intereses opuestos a las exigencias financieras del monarca español. Así pues, su posición política
en su patria no era sólida y tuvo que esforzarse para restablecer su autoridad y reorientar la política
española.
Al regresar a España para morir, una España que ya había separado de Alemania, Carlos V
reconocía el curso que su imperio había seguido durante muchos años. Los sueños imperiales se
habían desvanecido con la pérdida de Alemania y la división de Italia. Los P. Bajos y España
seguían siendo los 2 pilares del poder de la monarquía austríaca en Europa, y España era la fuente +
imp. de dinero y tropas, y la base natural de la monarquía Habsburgo. La adminis. y las finanzas de
la monarquía, que nunca habían llegado a ser imperiales, eran ahora plenamente españolas. La
creación del Consejo en Italia en 1555 fue una prueba de que la política mediterránea comenzaba a
no ser ya una parte de la política imperial, para convertirse en expresión de la política exterior
española o, tal vez, del imperialismo español. Esa decisión revelaba la presencia de una nueva
generación, la de Felipe II, que no era un emperador, sino un monarca absoluto, y de unos nuevos
castellanos, cuyo monopolio casi total en los virreinatos y consejos del gobierno subrayaba la pre-
ponderancia de España. Si bien esta situación se correspondía + estrictamente con las realidades
del poder, significó también que la posibilidad de elegir entre varias direcciones, que había existido
durante el reinado de Carlos V, fue sustituida por un régimen monolítico que era español tanto en su
material humano como en sus objetivos. De cualquier forma, la huella que el imperialismo de Carlos
V dejó en la política española nunca podría ser borrada y el legado de los compromisos en el
exterior, especialmente en los P. Bajos, continuaría pesando sobre España durante los próximos 150
años.
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TEMA 7: “LA MONARQUÍA DE FELIPE II”.
EL HOMBRE Y EL REY.
Los fracasos políticos, las dificultades financieras y el estado de salud llevaron a Carlos V a la
decisión histórica de abdicar sus dominios de manera sucesiva en su hijo Felipe. En aquellos
años, Flandes fue la principal base de actuación de Carlos V y Felipe II. Desde allí se negoció el
matrimonio de Felipe con la última reina católica de Inglaterra: María Tudor (1554). Luego el
emperador regresó a Castilla, donde murió en el monasterio jerónimo de Yuste (21-9-1558).
Felipe II reinó hasta su muerte en 1598. Durante buena parte de su reinado estuvo
preocupado por el problema de sucesión. De su 1ª esposa Mª Manuela de Portugal (murió en
1545) tuvo un hijo, don Carlos, que murió encarcelado en 1568 por orden de su padre. De su 3ª
esposa, Isabel de Valois (murió en 1568) sólo tuvo hijas. De su última esposa tuvo varios hijos,
aunque sólo Felipe (nacido en 1578) vivió lo suficiente para suceder a su padre.
La personalidad de Felipe II ha dado lugar a dramas, óperas y estudios psicológicos. A dif. de
su padre no salió de la P. Ib., tras su retorno desde Flandes en 1559. Fijó su residencia en Madrid
en 1562. Tampoco fue un jefe militar, sino fundamentalmente un burócrata, al que gustaba
controlar los menores detalles de la adminis. Fue un hombre de principios rígidos, imbuido de su
dignidad real. Su reinado correspondió en Europa a la difusión del calvinismo de una parte y a la
reforma tridentina de otra. Bajo su gobierno, la monarquía avanzó hacia la castellanización y el
gobierno perdió el aire internacional que tenía bajo Carlos V.
El retorno de Felipe II a España (1559) coincidió con la persecución de los grupos protestantes.
Intentó impermeabilizar España frente a las corrientes protestantes, como la que sus súbditos
pudieran estudiar en universidades extranjeras (salvo las de Portugal e Italia). Tuvo un imp. papel
en la 3ª y última fase del Concilio de Trento (1562-64) a través de la participación de obispos,
teólogos y diplomáticos españoles, y posteriormente en la aplicación de la reforma tridentina en
España. La sincera religiosidad de FelipeII no impidió que mantuviera relaciones tirantes con los
pontífices por cuestiones de jurisdicción, defendió los derechos que creía le pertenecían como
protector de la Iglesia y brazo armado de la Cristiandad en la lucha contra sus enemigos infieles y
herejes.
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2
EL SISTEMA DE GOBIERNO: LA CORTE Y EL ESTADO. ADMINISTRACIÓN Y
BUROCRACIA: LOS SECRETARIOS, LOS CONSEJOS Y LAS CORTES.
Felipe II fue un monarca nacional, y eso se reflejó inevitablemente en el funcionamiento de la
corona y sus instituciones. Conservó las instituciones que había heredado, así como la autonomía
constitucional de las difs. partes constitutivas de su imperio. Pero España, y en especial Castilla,
era ahora la metrópoli, y la adminis. pasó a ser + sedentaria, establecida en Madrid. Como Felipe
II no visitaba sus posesiones fuera de España, las adminis. a través de oficiales cuya actuación
controlaba hasta en los + nimios detalles. Se realizaron además centenares de cuestionarios e
investigaciones sobre los pueblos y los lugares, la riqueza y la pobreza de Castilla, información
básica no solo para poder aumentar los impuestos sino también para comprender las tendencias
econó., la capacidad de guerra y otros elementos de la vida del Estado. Era Estado que conocía
sus recursos y que poseía los instrumentos esenciales de control social. Muchas cosas podrán
decirse de Felipe II, pero no que actuaba desde el desconocimiento.
En 1547, las Cortes de Monzón habían creado el cargo de cronista del reino de Aragón, cuya
tarea consistía en compilar los documentos de ese reino. El 1º y +imp. beneficiario de ese cargo
fue Jerónimo de Zurita, y en 1567 Felipe II le encargó que recogiera todos los documentos del
Estado existentes en Aragón y en las posesiones italianas y que los depositara en el castillo de
Simancas, cerca de Valladolid, donde el 1er. secretario de Estado de Felipe II, Gonzalo Pérez, ya
había comenzado a concentrar todos los documentos reales Castellanos. Así vio la luz uno de los
+ imps. archivos nacionales de Europa, y por primera vez la corona pudo disponer con cierta
eficacia de sus propios documentos. Pero esa eficacia no era total, los secretarios reales
tendieron a almacenarlos en su propia casa, en parte para poder consultarlos, pero también como
una posible garantía en caso de caer en desgracia en el futuro.
Aunque la monarquia personal era el eje del gobierno, ni siquiera Felipe II podía prescindir de
las instituciones. Por el contrario, su sentido del deber lo obligaba a perfeccionar lo que habia
heredado. El gobierno de los consejos era todavía el rasgo esencial de la adminis. de los Austrias
y su cabeza nominal era todavía el Consejo de Estado; sus competencias no fueron definidas,
quedando como una vaga comisión para analizar los asuntos exteriores y cuestiones de Estado, y
tampoco se fijó el nº de sus miembros, aunque generalmente acudían a sus sesiones los
Presidentes del Consejo de Castilla y el Consejo de Italia. Aunque el rey era su presidente
nominal nunca asistía a las reuniones.
A Felipe II le gustaba hacer las cosas. Contaba con un grupo pequeño y exclusivo de
consejeros y servidores a los que recurría para los puestos imps., pero prefería distribuir a estos
personajes en una serie de cargos, según las necesidades, a reunirlos en un solo consejo, aunque
algunos de ellos eran miembros del Consejo de Estado, organismo este que nunca se
profesionalizo, no pasando de ser un grupo de nobles, favoritos y eclesiásticos a quienes el
monarca consultaba cuando así lo deseaba.
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En cambio, los consejos regionales, que supervisaban la adm. de zonas o reinos concretos –
Castilla, Aragón, etc.- estaban profesionalizados, y constituían el medio a través del cual se
imponía el control central sobre todo el imperio. Estos consejos no solo ejercían funciones
ejecutivas, sino también legislativas y judiciales. Los defectos del sist. se reflejaban en el Consejo
de Castilla. La disminución del nº de sus miembros en los últimos años del reinado de Carlos V,
junto con la situación de dejadez de la admin. Interna, provocaron la acumulación de asuntos sin
resolver, especialmente de procesos legales. En 1559 Felipe II aumento el nº de consejeros a 16.
Felipe II tomó la decisión de dividir el consejo en departamentos separados, cada uno con una
función específica, en un caso ejecutiva y adminis., en el otro judicial.
También Aragón tenia su propio consejo. Felipe II respetó sus principios constitucionales,
según los cuales su presidente y 5 consejeros siempre tenían que ser aragoneses, catalanes y
valencianos. El Consejo de Aragón “consultaba” los asuntos de los reinos levantinos y era el
órgano de comunicación entre el rey y sus representantes allí. Era el tribunal supremo de justicia
para Valencia, las I. Baleares y Cerdeña, pero no en Aragón ni en Cataluña, cuyos fueros
determinaban que la justicia fuera administrada en el propio reino. 0riginalmente el Consejo de
Aragón habia poseído jurisdicción sobre los dominios españoles en Italia. Pero el empeño de la
adm. castellana por acabar con la tradición aragonesa de considerar a Italia como un asunto
exclusivamente aragonés, y la composición de un consejo en el que no había castellanos,
determinaron que se excluyeran los asuntos de Italia del Consejo de Aragón para asignarlos a un
nuevo organismo. Así se creo el Consejo de Italia en 1555 siendo castellanos sus principales
componentes. Era dif. del de Aragón y sustrajo a este último la responsabilidad de los asuntos de
Nápoles, Sicilia y Milán. El nuevo consejo, cuya org. fue perfeccionada por Felipe II, estaba
formado por 6 consejeros, que recibían el nombre de regentes, 3 españoles y 3 italianos, siendo
todos ellos letrados. El Consejo de Italia era el tribunal supremo de apelación para los dominios
italianos y supervisaba todos los aspectos de la adm. incluyendo los nombramientos, el comercio
y las finanzas. Pero durante todo el reinado de Felipe II la función judicial se siguió considerando
su activi. + imp., y no se sometían a este organismo asuntos políticos vitales.
El gobierno a través de los comités y la consulta alcanzó su máxima eficacia en el reinado de
Felipe II, aunque todavía era un sist. imperfecto. Naturalmente, las cuestiones de la política de
Estado quedaban fuera de su competencia y estaban reservadas exclusivamente al rey, que podía
consultar o no al Consejo de Estado al respecto. Pero tampoco en el nivel administrativo podían
desarrollar su propia política, porque el monarca insistía en ser consultado prácticamente en todos
los asuntos propios de los consejos, especialmente sobre los nombramientos oficiales y sobre la
concesión de privilegios o licencias de todo tipo. Pero Felipe II no podía supervisar personalmente
todos los nombramientos y le resultaba imposible satisfacer su deseo de ejercer un control
absoluto sobre sus subordinados. Al ser tan ingente la tarea muchas veces no le quedaba otra
alternativa que aceptar el parecer de sus consejos. Además Felipe II atravesó por dificultades
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financieras desde el comienzo de su reinado, razón que lo llevó a promover la venta de muchos
cargos públicos sist. que sus sucesores explotarían con mucha mayor intensidad. La venta de
cargos implicaba perdida de control y suponía, junto con la degradación adminis., el poder
aristocrático y la ineficacia burocrática, un debilitamiento del absolutismo. Esa práctica había
comenzado en la E. Media pero Carlos V incrementó la venalidad de los cargos a partir de, 1543,
tanto para recompensar como para conseguir lealtades y, sobre todo, para obtener ingresos.
Poco se tenía en cuenta la preparación para los cargos en un proceso que se convirtió en una
especie de privatización de los cargos públicos. Mediante un único pago un cargo podía ser
comprado de forma vital¡, cia o, a través del derecho de herencia, a perpetuidad, pudiendo ser
considerado entonces como propiedad privada, susceptible de ser arrendado o vendido. La venta
de cargos no era necesariamente corrupta y podía ser considerada como otra forma de contri-
bución indirecta, en la que el candidato pagaba una cantidad por el cargo, que de cualquier forma
habría ocupado. Además, Felipe II excluyó de la venta los puestos adm. y financieros + imp. y
todos los cargos judiciales.
El deseo del rey de asegurarse la lealtad y su actitud suspicaz respecto a la independencia de
sus oficiales favoreció la mediocridad y el conservadurismo en los consejos, como en otras ramas
de la adm. Cada vez + la carrera universitaria se convirtió en pasaporte para la promoción
eclesiástica y civil, y éste era el único camino en el que podían tener oportunidades los hombres
nacidos en la pobreza y en la oscuridad. Otra vía imp. para la promociono en la adm. civil era la
Iglesia. Felipe II no excluyo totalmente de los cargos a la alta nobleza. Como sus predecesores,
destinaba a sus miembros a los + altos cargos, virreyes y gobernadores, así como a las
embajadas en el extranjero.
La adm. por medio de consejos no habría funcionado sin un nexo eficiente entre el rey y los
consejos. Esa función fue desempeñada por los secretarios reales, suya org. reflejaba en cierto
sentido la de los consejos. Existía un secretario real para cada uno de los consejos regionales y
el rey establecía su comunicación con el Consejo de Estado a través de su secretario principal, a
quien puede calificarse como su secretario de Estado. Su titular era + que un simple empleado
adm. pero menos que un ministro, siendo su ocupación esencial la de secretario privado del rey.
El enorme creci. de la adm. por medio del papel en el reinado de Felipe II elevó la imp. del
secretario, en quien recaía la responsabilidad de que funcionara tan pesada maquinaria. Los
secretarios ordinarios se ocupaban de los asuntos rutinarios del gobierno, mientras que el rey y su
secretario privado se centraban en los grandes temas de política. Los secretarios eran el nexo
vital con los consejos. Asistían a las reuniones de los consejos y, aunque no tenían derecho de
voto, se estrecho contacto con el monarca daba un cierto peso a sus opiniones, y eran ellos
quienes redactaban las consultas.
Carlos V se había decantado por una adm. dual de los asuntos de Estado, que había dividido
entre Cobos y Granvela. En cambio, Felipe II comenzó con un solo secretario de Estado, Gonzalo
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Pérez, brillante adms. de oscuro origen aragonés (quizá de ascendencia judía). A su muerte le
sucedió su hijo Antonio, cuya capacidad supero incluso la de su padre. Pero Antonio Pérez no
heredo todas las funciones del cargo, sus atribuciones se limitaban a los asuntos del N., Francia,
Inglaterra, los P. Bajos y Alemania, al tiempo que en su condición de secretario del Consejo de
Castilla supervisaba la correspondencia interna. Los asuntos del Mediterráneo fueron asignados a
otro secretario, Diego de Vargas, que era el único secretario del Consejo de Italia.
La desconfianza de Felipe II hacia sus subordinados y su deseo de repartir las
responsabilidades lo indujeron a ampliar su secretariado en 1573, nombrando secretario a Mateo
Vázquez de Leca, el cual supo sobrevivir a los avatares en la adm. de Felipe II durante 18 años
gracias en gran medida a su total lealtad y a su disposición a informar sobre sus colegas. Tras la
caída de A. Pérez en 1579 se convirtió en el principal secretario y Felipe II resolvía a través de el
la mayor parte de los asuntos imps. Hacia 1580 se formó una comisión de secretarios que
actuaba bajo la supervisión de Vázquez. Los asuntos de Estado se asignaron a Juan de Idiaquez,
al conde de Chinchón se le adjudicaron los asuntos aragoneses e italianos, y Cristóbal de Moura
(portugués) se especializó en los asuntos de su propio país.
En la 2ª ½ del decenio de 1580 apareció un sist. de juntas que resultó ser una forma de adm.
flexible y eficiente. Se convocaban cuando era necesario para ocuparse de problemas específicos
y estaban formadas por un núcleo de ministros y oficiales. La Junta Grande se formó en 1586
para organizar la recaudación de los fondos necesarios para la Invencible o tal vez para ocuparse
de las finanzas en general. Era una agrupación informal de oficiales, a cuyas opiniones el rey
solía prestar atención. Muy pronto comenzó a ejercer una función coordinadora en el gobierno.
La monarquia personal se conservaba intacta, pero en las filas de la Junta había un grupo
reducido constituido por Moura, Idiaquez, Vázquez y Chinchón, que diseñaban los grandes
asuntos políticos y la estrategia general y que eran responsables directamente ante la corona.
Este grupo era conocido como la Junta de la Noche. El secretario Vázquez desempeñó un papel
imp. en el desarrollo del sist. de juntas. Él era el elemento de enlace entre el rey y las juntas.
Este sist. configuraba una situación muy dif. a la de las 2 1as. décadas del reinado, ya que el
puesto de secretario, lejos de ganar imp. hasta convertirse en un autentico ministerio, había
perdido imp., repartiéndose sus funciones entre figs. de 2ª fila cuyo papel era mudo y anónimo.
La envidia de los consejos y las sospechas del monarca habían impedido que la secretaria
superara los perfiles adm. que había tenido desde sus orígenes.
Incluso en la atmósfera apolítica de España, donde todas las decisiones políticas, y adms.,
correspondían exclusivamente al rey, se formaron facciones en torno a aquellos que se hallaban
próximos al trono y en posición de conseguir el favor real, ya que este garantizaba cargos y
privilegios. En los 2 1os. decenios del reinado existían 2 facciones: al frente del 1º de estos
grupos estaba el portugués Ruy Gómez da Silva, príncipe de Eboli, mientras que la cabeza del 2º
partido era el duque de Alba, incluyéndose en él el inquisidor general Fernando de Valdés. Las
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alternativas se concretaban en 2 enfoques comunes de los problemas políticos, uno intransigente
y tradicionalista, y el 2º flexible y moderado. Por esa razón, a la facción ebolista se le designaba
como partido pacifista, o incluso liberal, mientras que a la facción albista se considera como un
partido belicista y conservador. Por ej., es cierto que el duque de Alba defendía la guerra total en
los P. Bajos, pero no era partidario de extender el conflicto bélico al otro lado del Canal de la
Mancha; defendía una línea de compromiso diplomático con Inglaterra. El llamado partido
pacifista defendía un acuerdo pacifico en los P. Bajos, pero solo para conseguir un cierto respiro
que permitiera a España enfrentarse a Inglaterra. De hecho, las opiniones de estos grupos no
eran consistentes, sino que variaban según el momento y el problema. Su objetivo real no era
promocionar una política determinada, sino la conquista del poder y la riqueza, que dependían de
la gracia y el favor reales.
Los teóricos políticos españoles del S. XVI rechazaban el despotismo e insistían en el principio
de que el soberano debía gobernar de acuerdo con la ley divina y natural. El teólogo jesuita Juan
de Mariana, al igual que otros filósofos españoles, prefería la monarquía a cualquier otra forma de
gobierno, pero esa preferencia estaba matizada por la afirmación de que el rey tenia que gobernar
no solo con un consejo sino también con el consentimiento de sus súbditos expresado en un
senado formado por “los mejores hombres”, y que debía adm. “los asuntos públicos y privados de
acuerdo con las opiniones expresadas por aquellos”. Mariana veía con buenos ojos las leyes e
instituciones protectoras de Aragón, donde, desde su punto de vista, la ley de la comunidad, o
república, como él la llamaba, estaba por encima de la del rey. Rechazaba el principio de que
pudiera decretar impuestos o derogar leyes a su voluntad. En esas materias existía, o debía
existir, derecho de oposición, un derecho que había desaparecido en Castilla pero que todavía
existía en Aragón. Afirmaba que el derecho de critica y oposición tenia que estar representado en
las Cortes, y por esa razón criticaba el declive de las Cortes de Castilla y su abandono por parte
de la Corona. La atribución + imp. que Mariana concedía a las Cortes era el control de los
impuestos y la legislación. Reclamaba también el derecho de decidir el destino de un rey tirano.
Así pues, Mariana rechazaba el absolutismo que veía en Castilla, el absolutismo que practicaba
Felipe II. Remontaba la vista atrás, a lo que consideraba como gobierno medieval y deseaba el
retorno de los obispos a las Cortes con mayor intensidad que el de la nobleza, a la que tenía
aversión. Defendía la monarquía constitucional, porque creía que el rey no solo era responsable
ante Dios sino también ante el pueblo, que actuaba a través de sus representantes en las Cortes y
de acuerdo con la ley del país.
Los neoescolasticos españoles eran defensores del + puro absolutismo. A dif. de Mariana, no
podían ofrecer una salvaguardia real frente al abuso de autoridad política, en la medida en que
esa autoridad era legítima y actuaba, al menos teóricamente, de acuerdo con la ley divina y
natural y en beneficio del bien común. Su postura es + representativa de la opinión española que
la de Mariana y refleja la realidad política de Castilla.
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Las Cortes de Castilla no dejaban de tener fuerza; podían resultar obstruccionistas y adoptar
una actitud de dureza. El rey necesitaba a las Cortes para conseguir la legitimidad fiscal. En
cuanto a las Cortes, la pertenencia a las mismas era una valiosa prerrogativa, tanto para las 18
ciudades representadas, que consiguieron una cierta autonomía en la adm. de los impuestos,
como para los procuradores, que recibían una recompensa econ. de los fondos que votaban. Les
correspondía el derecho de estudiar las peticiones de subsidios extraordinarios y, a cambio,
obtener la solución de agravios específicos. Las Cortes concedían el subsidio antes de presentar
sus quejas. Esto era lo que esperaba Felipe II, y comenzó su reinado recordando a las Cortes sus
obligaciones y los derechos de la monarquía. Pero la necesidad obligaba a realizar concesiones.
En el debate sobre la imposición del tributo de los millones en 1590 la corona se revelo + débil
que nunca y las Cortes insistieron en la solución de los agravios antes de la concesión de dinero.
Tras varios años de discusiones, las Cortes aceptaron finalmente el impuesto y al mismo tiempo
consiguieron amplios poderes fiscales y adms. La Corona dependía ahora de las Cortes para la
obtención de una parte cada vez mayor de sus ingresos. Los subsidios otorgados anteriormente
por las Cortes eran los 2 servicios de 400 mil ducados anuales y el encabezamiento general.
Naturalmente, la corona gastaba por adelantado esos subsidios, lo que suponía que los adelantos
de los banqueros dependían cada vez + de la disposición de las Cortes a otorgar ingresos que
garantizaban los prestamos.
Así pues, la monarquía era absoluta per con limitaciones. El absolutismo era atemperado por
las condiciones y su poder era menos imponente en la practica que en la teoría. En 1er. lugar,
estaba limitado por la ineficacia. La burocracia nunca consiguió superar totalmente los obstáculos
que planteaba la distancia para gobernar España y para hacer llegar las decisiones del poder
central a todo lo largo y ancho del país. Estaba limitado también por la existencia de fuerzas
locales; la nobleza, con su jurisdicción feudal, y algunas de las ciudades con sus privilegios,
habían pedido tradicionalmente participar en el control que la monarquía ejercía en el país, o un
cierto grado de independencia respecto a ese control. Cuando el Estado intento compartir los
costes crecientes de la guerra con sus súbditos mejor situados econ., tuvo que compartir también
funciones publicas con grupos de intereses privados o prov. La tendencia al debilitamiento del
control estatal comenzó cuando la presión de la guerra, la acumulación de compromisos militares
y las necesidades de hombres, dinero y suministros obligaron a la monarquía a redistribuir las
cargas y los costes del Estado. Se produjo entonces un proceso en el curso del cual la adm.
militar paso del control directo por parte del rey al de una serie de contratistas privados y
autoridades locales, del gobierno central al gobierno local, del sector publico al privado.
Una transferencia similar de autoridad y responsabilidad se produjo en la adm. de justicia.
Desde el reinado de los RRCC se había intentado, aun sin conseguirlo, situar la justicia bajo el
control de la monarquía a través del corregidor y la audiencia, instituciones ambas establecidas
para debilitar las jurisdicciones municipales, señoriales y de otro tipo no sometidas al control real.
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Felipe II insistió en esta política, pero en la practica sus funcionarios judiciales carecían de los
recursos institucionales y de la formación necesaria para resolver satisfactoriamente la multitud de
casos que se acumulaban en los tribunales. En el reinado de Felipe II, la persecución de ingresos
inmediatos y la inclinación a la venta de cargos y jurisdicción determinaron que una gran parte de
la autoridad de los tribunales reales pasara a manos de las elites locales, principalmente los
regidores, que gobernaban las ciudades de Castilla.
Las Cortes de los dominios levantinos se reunían de 2 formas distintas: en Cortes particulares
de cada uno de los reinos, Aragón, Cataluña y Valencia, y en Cortes generales, reuniéndose las 3
simultáneamente, aunque los procuradores se sentaban por separado. Pero el rey raramente
visito esos reinos, con lo cual convocó muy pocas veces las Cortes, dado, además, que su
capacidad fiscal era mucho menor que la de Castilla. Felipe II convocó solo 2 veces las Cortes
en sus reinos levantinos, Cortes Generales que se reunieron en Monzón en 1563 y 1585. En
ninguna de las 2 se produjeron incidentes y en ambas se manifestó la preocupación obsesiva de
la asamblea por los asuntos legales y constitucionales. Felipe II no encontró razones para
modificar los principios de sus predecesores con respecto a estos reinos. Con su cooperación
voluntaria, reclutó tropas y recaudo impuestos en las pocas ocasiones en que lo solicito.
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TEMA 8: “LOS PROBLEMAS INTERNOS DURANTE EL
REINADO DE FELIPE II”.
EL PROBLEMA PROTESTANTE: FOCOS Y REPRESIÓN.
La liquidación de la guerra con el islam fue la respuesta a la presión creciente del N. de
Europa. También allí las pasiones religiosas adquirieron nueva fuerza: la rebelión en los P. Bajos
y la hostilidad de Inglaterra eran una afrenta a la sensibilidad católica de los españoles y un duro
golpe para sus intereses políticos y econó. Ver a España como paladín de la Contrarreforma
supone ignorar el contenido secular de su política exterior, sus malas relaciones con el papado y
su evolución religiosa en el S. XVI. Supone también distorsionar el carácter de la Contrarreforma.
Como hemos visto, España se había puesto al frente de la reforma eclesiástica incluso antes de la
aparición de Lutero y luego había abrazado con entusiasmo la causa de Erasmo. Sin embargo,
en el decenio de 1540 los erasmistas habían sido dispersados, la Inquisición adoptaba una actitud
cada vez + vigilante y era difícil mantener la actitud conciliadora frente a los problemas religiosos.
Entre 1556, año en que se produce el retiro de Carlos V a Yuste, y 1563, en el que el Concilio
de Trento terminó finalmente sus deliberaciones, el clima de opinión religiosa en España conoció
una nueva transformación. La Inquisición española se hallaba ahora en manos de otros
elementos que hacían gala de una actitud de mayor intransigencia: Hernando de Valdés,
arzobispo de Sevilla e inquisidor general entre 1547 y 1566, y su consejero teológico el dominico
Melchor Cano. Las autoridades eclesiásticas colaboraban con el Estado, bajo la dirección de
Felipe II, que regresó a la penín. desde los P. Bajos en 1559. La vieja generación de humanistas
españoles había desaparecido. Tras la paz de Augsburgo, Carlos V había renunciado a sus
intentos de ejercer una labor arbitral entre Roma y los protestantes alemanes, mientras que en
Roma los sueños de reconciliación que alimentaban los reformadores humanistas habían cedido
ante la política + firme. El protestantismo había progresado hasta ocupar posiciones
inexpugnables: en Alemania y en Inglaterra estaba organizándose en iglesias nacionales, mientras
en Francia su poder iba en aumento. Al tiempo que las actitudes se endurecían en toda Europa,
había aparecido un elemento nuevo y + intransigente: el calvinismo militante. Las autoridades
españolas no tardaron en tomar conciencia de su existencia, ya que penetró en los P. Bajos, y los
escritos de sus imprentas llegaban hasta la misma España. A medida que los disidentes
españoles comenzaron a dirigirse a Ginebra, París y los P. Bajos, la Inquisición comenzó a
investigar + atentamente los posibles contactos que habían dejado en el país.
En estas circunstancias, Felipe II no podía continuar la iniciativa de su padre, aunque lo hubiera
deseado. La única política posible parecía ser la de reforzar sus defensas religiosas. Por decreto
del 7-9-1558 fueron ratificadas con mayor firmeza al determinarse que la importación de libros sin
licencia real era un crimen susceptible de ser castigado mediante la muerte y la confiscación de
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las propiedades. Mientras tanto, la lista de libros prohibidos era cada vez + larga. El índice fue
revisado y ampliado periódicamente, de manera que en 1583 no sólo prohibía las obras de los
herejes conocidos, sino que incluía también los nombres de nosas. figs. que se habían distinguido
al servicio de la Iglesia católica, como Tomás Moro y John Fisher, fray Luis de Granada y Juan de
Ávila, so pretexto de que algunas de sus obras podían ser utilizadas de manera inconveniente y
malinterpretadas. El índice prohibitorio de 1583, preparado por el inquisidor general Quiroga, fue
seguido por un índice expurgatorio de 1584, el 1º de este tipo en España, que señalaba las
expurgaciones necesarias para que los libros enumerados fueran aceptables, en lugar de
condenarlos totalmente. La ampliación gradual de la censura fue acompañada de otras medidas
dirigidas a reforzar las barreras intelectuales entre España y el protestantismo. Cuando Felipe II
decidió regresar a España en julio de 1559 se mostró contrario a que ninguno de sus súbditos
españoles permaneciera en los P. Bajos expuesto a la contaminación. Así, notificó a todos los
españoles que estudiaban en la universidad de Lovaina que debían regresar a España en el plazo
de 4 meses y presentarse ante la Inquisición, a su regreso, para quedar libres de sospecha. A
continuación, mediante un decreto del 22-11-1559 prohibió a todos los españoles que estudiaran
en universidades extranjeras.
A los ojos de las autoridades estas medidas estaban justificadas no sólo por el peligro potencial
del protestantismo en España sino por su mera existencia. La paz religiosa había sido
quebrantada por la nueva religión. En el decenio de 1550 se descubrió un grupo de luteranos en
Valladolid y otro en Sevilla. Cabe pensar que sin las investigaciones de la Inquisición podrían
haberse convertido en auténticas sectas protestantes, sobre todo porque sus principales
representantes no eran oscuros entusiastas como los de los iluministas sino hombres de cierta
posición en la sociedad civil y eclesiástica. El inspirador del grupo de Valladolid era,
probablemente, Carlos de Seso, un laico que había asimilado algunas de las nuevas doctrinas en
su Italia natal para llevarlas luego a Espafia hacia 1550. Pero su fig. + destacada era Agustín de
Cazalla, un canónigo de Salamanca, que había sido nombrado capellán de la corte en 1542 y
había pasado 9 años en Alemania y en los P. Bajos en el círculo del emperador, para regresar
después a España. Era un notable predicador que no ocultaba sus opiniones reformistas y no
tardó en ser denunciado ante la Inquisición por supuestas doctrinas heréticas. Cuando la
Inquisición comenzó a actuar existían ramificaciones del mov. en Zamora, Palencia, Toro y
Logroño.
Cuando se conocieron los sucesos de Valladolid, Carlos V se hallaba ya retirado en Yuste y
Felipe II estaba en los P. Bajos. Carlos V escribió rápidamente a la regente, su hija Juana,
apremiándole para que pusiera en marcha una política de represión rápida e implacable. Valdés
para salvar su posición necesitaba organizar urgentemente una caza de herejes en la que hubiera
víctimas a cualquier precio. Pero para ello la Inquisición necesitaba poderes + absolutos de los
que ya poseía, pues según el estatuto en vigor carecía de jurisdicción sobre los obispos y era
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costumbre exculpar a quienes solicitaban perdón y confesaban sus errores, lo que permitía a los
herejes arrepentidos escapar a la pena capital. En sept. de 1558 dirigió un escrito al papado en el
que afirmaba que la Inquisición española necesitaba todo el apoyo y poder que pudiera conseguir.
Por ello solicitaba un breve papal autorizándolo a ir + allá de la legislación eclesiástica vigente y a
condenar a los culpables sin importar las circunstancias. Su petición tuvo una acogida favorable y
los breves papales de 1559 concedieron a la Inquisición española una jurisdicción limitada incluso
sobre los obispos y la autorizaron a condenar a los penitentes aun cuando solicitaran medidas de
gracia, ya que se consideraba que su conversión no era sincera. Amparada en semejantes po-
deres, la Inquisición arremetió contra el grupo de Valladolid en 2 autos de fe que provocaron una
enorme conmoción, en mayo y octubre de 1559. Cazalla, Rojas, Seso y 12 personas + fueron
entregados al brazo secular y ejecutados.
Entretanto, había sido descubierto un nuevo grupo luterano imp. en Sevilla. Sus inspiradores
eran Juan Gil y el doctor Constantino Ponce de la Fuente, canónigos de la catedral de Sevilla.
Ninguno de ellos era realmente protestante. Egidio fue perseguido por la Inquisición aproxima-
damente desde 1550, pero salió relativamente bien parado. En cuanto a Constantino, había sido
capellán de la corte y predicador, y como tal había acompañado al príncipe Felipe a los P. Bajos y
Alemania durante los años 1549 a 1551. Poco después de establecerse como canónigo de
Sevilla en 1556 fue atacado por su ascendencia judía y por considerarse que sus doctrinas eran
luteranas. Conducido a prisión en 1558, murió allí, para ser posteriormente quemado en efigie
como luterano, al igual que Egidio, después de su muerte. Mientras tanto había aumentado el nº
de miembros del grupo sevillano, con 2 centros imps., el monasterio jerónimo de San Isidro y la
casa de Juan Ponce de León, hijo del conde de Bailén. La Inquisición comenzó a actuar cuando
descubrió 2 cargamentos de libros heréticos transportados desde Ginebra por Julián Hernández.
+ de 800 personas fueron juzgadas por la Inquisición, muchas de ellas mujeres pertenecientes a
familias de clase alta. En 2 autos de fe celebrados en 1559 y 1560 + de 30 víctimas fueron
entregadas al brazo secular para sufrir la pena de muerte y, como las retractaciones fueron menos
nosas. que en Valladolid, fueron + los que murieron en la hoguera.
La política de represión cercenó cualquier posibilidad de un luteranismo organizado en España,
si es que aquélla existió nunca. Pero Valdés tenía que cobrarse aún su víctima + imp., el
arzobispo de Toledo y primado de toda España, Bartolomé de Carranza. Parece que, al principio,
defendió la moderación en las relaciones con los protestantes ingleses, pero + tarde, cuando fue
acusado de protestantismo, pretendió evitar cualquier ambigüedad y afirmó haber sido +
enérgicamente antiprotestante que el resto del círculo eclesiástico del príncipe Felipe y haber
utilizado su influencia para enviar a Crammer a la hoguera. En 1557 fue nombrado arzobispo de
Toledo y casi inmediatamente sus enemigos lo acusaron de herejía ante la Inquisición, citando sus
famosos Comentarios sobre el catecismo cristiano. Estaba claro ahora el propósito de la solicitud
dirigida por el inquisidor general al papado para que se le permitiera juzgar incluso a los obispos.
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Valdés sentía envidia de Carranza, desde hacía tiempo, por su brillante carrera y el hecho de que
su rival fuera elevado a la sede de Toledo, premio que él esperaba obtener, sólo sirvió para
incrementar su odio. También Melchor Cano era enemigo personal de Carranza. Así pues, su
detención el 22-8-1559 no fue un acto imparcial de justicia sino reflejo, en cierta medida, del
resentimiento personal de sus detractores. Por desgracia para Carranza, su lenguaje teológico no
era incisivo ni preciso y aunque no era en modo alguno un hereje, utilizaba expresiones
exageradas que podían ser malinterpretadas. La malicia de Valdés y de la Inquisición española
mantuvo a Carranza en prisión en Valladolid durante + de 7 años. Durante ese período su caso
se convirtió en un enfrentamiento por motivos jurisdiccionales entre Felipe II y la Inquisición
española por un lado y el papado por otro, mientras que el supuesto delito de herejía quedaba en
un 2º plano. A Valdés le sucedieron inquisidores como Espinosa y Quiroga, que tenían sus
prejuicios pero que no veían un hereje en cualquier sacerdote devoto. Ciertamente, ya veremos
que la Inquisición no había dicho la última palabra en la campaña por la uniformidad, pero una vez
superada la tensión inmediata de la década de 1550, el reinado de terror iniciado por Valdés no se
prolongó + allá de la duración de su cargo. Al mismo tiempo, es útil recordar que la Inquisición
española no fue un producto de la Contrarreforma, pues existía desde el siglo anterior, antes de
que apareciera el protestantismo. Y al lanzarla contra la herejía en los primeros años de su
reinado Felipe II no actuaba en colaboración con Roma. Las relaciones entre España y el papado
durante el pontificado de Pablo IV (1555-1559) eran peores que nunca e impedían cualquier tipo
de acción concertada.
EL PRÍNCIPE D. CARLOS Y EL PROBLEMA SUCESORIO. LA LEYENDA NEGRA.
El traspaso del poder de un soberano al siguiente nunca fue fácil en el S. XVI. En España, el
índice de mortandad de la familia real era muy elevado. Felipe II, cuyo advenimiento al trono
estuvo libre de complicaciones, tuvo + dificultades para encontrar un sucesor. Su 1ª esposa, Mª
de Portugal, tenía sólo 16 años cuando contrajeron matrimonio en 1543. 2 años después había
muerto durante el parto de d. Carlos, cuya salud también era precaria. 9 años + tarde se casó con
María Tudor, pero en esa unión estuvieron ausentes los hijos. Su 3er. matrimonio, en 1559, fue
también un acuerdo diplomático, pero Felipe aprendió a amar a Isabel de Valois. Ahora bien,
pasarían 7 años antes de que le diera fruto alguno, y en este caso fue una hija, Isabel Clara
Eugenia, que, junto con su hermana menor Catalina, fueron la alegría de la vida de Felipe II.
Isabel murió en octubre de 1568. Su muerte había sido precedida en ese mismo año por la del
infante d. Carlos. Estas aflicciones, fueron también problemas políticos para Felipe II. A los 41
años de edad estaba viudo de nuevo y sin un heredero masculino.
Cuando Felipe II regresó a España en 1559 d. Carlos tenía 14 años y había vivido toda su
infancia sin ver a su padre. Su abuelo, Carlos V, aterrado por su aspecto y su temperamento, se
negaba a verlo, y a que viviera con él en Yuste. Sus tutores, García de Toledo y el humanista
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Honorato Juan, no lo encontraban más atractivo y, el 2º manifestó a Felipe II su convicción de que
el muchacho estaba enloqueciendo. Su malhadada herencia estuvo en su contra desde el
principio. Su padre y su madre eran primos, y ambos eran nietos de Juana la Loca. Los
resultados de esa endogamia se aprecian, tal vez, en la forma grotesca de d. Carlos. Sin duda
alguna Felipe ll había engendrado a un hijo que era anormal desde el punto de vista mental y
físico. Sin embargo, en 1560 las Cortes de Castilla reconocieron a d. Carlos como heredero del
trono y Felipe II tomó las medidas necesarias para su crianza y educación. Paso la adolescencia
en Alcalá en compañía de d. Juan de Austria y Alejandro Farnesio, pero la universidad no pudo
dejar huella alguna en la mente retrasada del hijo de Felipe II. Sólo hizo gala de una habilidad: de
escapar a sus guardianes para buscar la compañía de una joven. En una de esas escapadas
cayó por las escaleras y resultó gravemente herido en la cabeza. Felipe II se apresuró a
trasladarse a Alcalá con un médico, que realizó la operación de la trepanación, un tratamiento al
que el príncipe consiguió sobrevivir. En 1562, una vez operado, el rey lo hizo regresar a Madrid y,
con la esperanza de que adquiriera mayor responsabilidad, lo nombró presidente del Consejo de
Estado, a cuyas sesiones comenzó a asistir. Su comportamiento se fue haciendo cada vez +
excéntrico. Ahora eran sus colegas en el Consejo el blanco de su ira y de su obstinación,
mientras adquiría notoriedad su indiscreción política. Había que plantear la cuestión de su
matrimonio y Felipe acarició la idea de intentar desposarlo con María Estuardo, pero pronto la
abandonó. D. Carlos también deseaba ser gobernador de los P. Bajos, como había prometido su
padre a los Estados Generales en 1559. Pero a la vista de su incapacidad política, los P. Bajos
eran el último lugar al que podía ser enviado en aquellos años del decenio de 1560. La frustración
sólo sirvió para empeorar la condición del príncipe, que comenzó a criticar a su padre de forma
abierta, convencido de que le negaba el cargo y el afecto sin ninguna razón. Al mismo tiempo,
caía en actos de violencia y sadismo sexual.
La conducta de d. Carlos adquirió un tono + siniestro en el contexto político de 1567. La si-
tuación en los P. Bajos estaba llegando al paroxismo y Felipe II envió al duque de Alba para poner
en marcha una operación de represión. Uno de los cabecillas rebeldes, el conde de Egmont,
había estado en Madrid entre enero y abril de 1565 y había entrado en contacto con d. Carlos,
quien, en su trastorno, hacía los 1os. planes para escapar a los P. Bajos y probar suerte allí. Pero
el príncipe confió sus proyectos al príncipe de Éboli, el + leal de los ministros de Felipe II, que
informó inmediatamente a su señor. Felipe se limitó a registrar la información. En junio de 1566,
el barón de Montigny llegó a Madrid para representar los intereses de los líderes rebeldes, Egmont
y Hornes, y cuando, en sept. del año siguiente, el duque de Alba informó desde Bruselas que
había conducido a prisión al 2º, Felipe II capturó a su agente y lo ejecutó 3 años + tarde. También
Montigny había estado en contacto con d. Carlos. En 1567, el príncipe había ideado ya otro plan
para escapar a los P. Bajos y solicitó a Éboli que le diera 200.000 ducados para llevarlo a cabo.
Felipe II volvió a ser informado y nuevamente decidió no actuar. Entonces, d. Carlos escribió
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cartas a varios miembros de la alta nobleza, pidiendo su ayuda para una gran empresa que
estaba planeando. El monarca no tardó en enterarse. Finalmente, el príncipe pidió a d. Juan de
Austria, que acababa de ser nombrado capitán general de la armada española, que lo llevara a
Italia, prometiéndole Nápoles y Milán cuando triunfara su causa. D. Juan informó al rey de todo
ello.
Para entonces Felipe II ya había decidido lo que había que hacer. Era su deber evitar que la
corona fuera a parar a manos de un hombre incapacitado para gobernar y que situaría de nuevo a
la monarquía en la situación de la que había sido rescatada por los RRCC. También era imp.
impedir que contrajera matrimonio y tuviera un heredero, del que no podía esperarse nada mejor.
Sólo había 2 soluciones: el confinamiento perpetuo o la muerte. En la noche del 18-1-1568, Felipe
II, acompañado de 3 consejeros y un destacamento de guardias, entró en la hab. de su hijo en el
Alcázar de Madrid. D. Carlos se despertó, confuso, y al ver a su padre preguntó si había venido a
matarlo. Con su habitual talante impasible, Felipe II se llevó consigo todos los documentos del
príncipe, lo entregó a los hombres armados y se marchó de la habitación. Ésa fue la última vez
que vio a su hijo. Mientras d. Carlos permanecía confinado, Felipe II comunicó su decisión al
cardenal Espinosa, al príncipe de Éboli y al guardián del príncipe, el duque de Feria, y también
pidió el consejo de algunos distinguidos teólogos. Luego, antes de empezar a preparar un lugar +
adecuado, dio instrucciones sobre el régimen de vida de su hijo en su pequeña prisión del Alcázar.
Allí murió d. Carlos el 25-7-1568 en circunstancias todavía desconocidas.
Entra dentro de la lógica que Felipe II hubiera ordenado la ejecución de su hijo, pues creía que
estaba en juego el destino de la monarquía. Pero no sabemos si éste fue el caso. Las difs.
versiones sobre la muerte de d. Carlos -que su muerte fue ordenada por su padre y que fue
decapitado, estrangulado o envenenado, o que murió a causa de sus excesos en la prisión- son
meras especulaciones, pues no existen pruebas fehacientes al respecto. Menos fundamento
histórico tiene aún la interpretación literaria y polémica del caso. Incluso sus planes fantasiosos
para escapar a los P. Bajos o a Italia -ninguno de los cuales supo mantener en secreto- deben ser
considerados + como producto de una mente desordenada que como una conspiración calculada
para subvertir la monarquía, de lo cual era totalmente incapaz.
D. Carlos había sido aceptado por las Cortes como heredero al trono y, por tanto, su padre se
creyó obligado a justificar su arresto. Al día siguiente de su detención, Felipe II ordenó a su correo
mayor que retuviera toda la correspondencia y durante 2 días no salió ninguna carta de la capital.
Entonces, el 22 de enero, el rey dio a conocer al mundo su versión oficial, en cartas dirigidas al
papa, a sus embajadores y a sus oficiales. Esas misivas se limitaban a recoger los hechos
objetivos de la detención del príncipe, con la apostilla de que su deber lo había obligado a tomar
esa dolorosa decisión. + tarde, cuando comenzaron a difundirse los rumores y el escándalo,
defendió su actuación de forma + detallada en cartas confidenciales que dirigió a todos aquellos
cuya opinión consideraba imp. La esencia de sus explicaciones es que ordenó al arresto de su
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hijo no porque hubiera cometido delito alguno, sino porque su hijo no era responsable de sus
acciones. Felipe II no llegó nunca a utilizar la palabra «demente» al referirse a su hijo, pero era
consciente de su estado, y sabía que era su obligación arrestarlo, en parte en interés de su propio
hijo, pero sobre todo para impedir su advenimiento al trono, y tal vez con la intención de
desheredarlo. La explicación + probable de su muerte puede hallarse en sus excesos durante su
confinamiento. Una breve huelga de hambre fue seguida por un ataque de gula y, luego, por un
consumo masivo de hielo y el colapso final.
La tragedia de d. Carlos fue también la de Felipe II. 1568 fue un año terrible para el monarca,
tal vez el peor de su reinado. Junto a los sinsabores políticos de los P. Bajos y de Granada, su
aflicción personal le afectó con terrible intensidad. Había perdido a 2 esposas y a su único hijo,
éste en circunstancias que no tardaron en desatar un torrente de injurias por toda Europa. Poco
después moría su 3ª esposa, a la que + había amado, dejándolo totalmente desolado. Y todavía
tenía que resolver el problema de encontrar un sucesor para el trono. En nov. de 1570 se casó
con su 4ª y última esposa, Ana de Austria, hija de su primo, el emperador Maximiliano II. Antes de
que muriera 10 años + tarde le dio 4 hijos varones y una niña, de los cuales sólo uno pudo superar
la niñez, siendo éste el que sucedería a su padre con el nombre de Felipe III. El amor del
monarca hacia sus hijas, Isabel y Catalina, era el de un hombre que se aferraba
desesperadamente a los últimos vestigios de una vida familiar.
LA REBELIÓN DE LAS ALPUJARRAS.
En la ciudad de Granada y en la parte oriental del reino sobrevivía una sociedad musulmana
autóctona nosa. -y en aumento- y con su propia clase dirigente. Desde el punto de vista político, el
reino de Granada fue simplemente anexionado a Castilla en 1492 y no conservó ningún tipo de
autonomía. De hecho, la intención de Castilla era absorber y asimilar Granada lo + rápidamente
posible. Concluida su reconquista se instalaron señores cristianos en sus tierras ricas y bien
cuidadas. Pronto los siguieron oficiales y eclesiásticos, algunos menos honrados que otros, pero
todos ellos disfrutando de las ventajas de aquel reino. Se produjo así una situación de
«colonialismo» dentro de la propia España: unos colonos nuevos, una pob. sometida y la opresión
civil y militar. También los moriscos tenían sus protectores, como el virtuoso Hernando de
Talavera, 1er. arzobispo de Granada, que dedicó su vida a convertir a los moros mediante la
benevolencia y la comprensión, y la familia Mondéjar, cuyos miembros desempeñaban, por
herencia, el cargo de capitán general de Granada, y que frecuentemente arriesgaron su cargo y su
reputación en la defensa de los moriscos. Pero la política oficial no era coherente y los moriscos
fueron unas veces perseguidos a causa de la envidia y de la frustración, y otras veces ignorados a
cambio de aportar imps. subsidios.
La econ. de los moriscos de Granada, como la de sus predecesores musulmanes, descansaba
básicamente en el comercio de la seda con Italia. Granada, al igual que Almería y Málaga, tenía
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talleres que producían finas sedas y había telares en la mayor parte de los pueblos. La seda era
prácticamente el único cultivo comercializable de las Alpujarras. La produc. Y manufactura de la
seda eran imps. fuentes de impuestos que la corona explotó al máximo. Además, los moriscos
entregaban constantes subsidios en su desesperado intento de comprar el favor real. Desde 1559
una serie de agentes reales comprobaron todos los títulos de propiedad para reclamar las tierras
de la corona. En consecuencia, los moriscos necesitaban sus títulos de propiedad árabes + que
nunca en el preciso momento en que la campaña contra su lengua y su cultura era + virulenta.
Sin embargo, no hay que atribuir únicamente a los españoles la responsabilidad de la crisis que
sobrevino en las relaciones entre el Estado y los moriscos de Granada, y que llegó al paroxismo
en el decenio de 1560. En el Mediterráneo, en el N. de África, Argel libraba una guerra religiosa y
econ. con España. La presión turca era más distante pero + poderosa y las fuerzas combinadas
del islam parecían dominar todo el Mediterráneo. El peligro se agudizó en el decenio de 1560,
cuando los turcos comenzaron a hacer acto de presencia en el Mediterráneo occ. sitiando Malta
en 1565. Este hecho estuvo acompañado de un incremento en la frecuencia y la dureza de los
ataques corsarios contra la costa granadina, desde sus bases en Tetuán, Cherchell y Argel.
También los moriscos eran fuente de preocupación por razones de seguridad, tanto interna
como externa. El bandolerismo y la piratería eran endémicos entre ellos. En la década de 1560
bandidos que eran denominados bandoleros, salteadores o monfíes, según la región, actuaban en
toda la España morisca. Asimismo, piratas moriscos frecuentaban las costas de Valencia y
Andalucía casi con total impunidad. A medida que la campaña musulmana ganaba en intensidad,
los moriscos entraron en contacto con los jerifes de Marruecos, los piratas de Tetuán y el sultán
de Constantinopla. Los otomanos pretendían utilizar a los moriscos como una 5ª columna y,
mientras los españoles centraban sus esfuerzos en la seguridad interna, conquistar algunos de
sus principales objetivos, como Chipre y Túnez. Espías moriscos fueron enviados a Malta desde
Constantinopla para recoger información sobre el poderío naval de España. Por sí solos, estos
incidentes tenían escasa imp., pero ante la fuerza conocida del enemigo y la insuficiencia de las
defensas, las autoridades españolas creyeron que se estaba fraguando una operación concertada
en la que Granada iba a convertirse en cabeza de puente para una invasión musulmana de
España.
Así pues, la crisis de Granada tenía raíces + profundas que el incremento de la pob. morisca y
su opresión a manos de los oficiales de la corona y de los cristianos viejos. El odio y la
desconfianza hacia los moriscos crecieron en proporción al peligro procedente de Turquía y se
desbordaron una vez iniciado el cerco de Malta. El odio se alimentaba de otras fuentes: del
resentimiento popular ante la prosperidad del artesano y del comerciante morisco y del hecho,
conocido por los cristianos, de que el Corán y no la Biblia era el principal texto sagrado en
Granada.
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La tensión era ya muy fuerte antes de que el gobierno decidiera pasar a la acción, y la ineptitud
que demostró no fue + que la chispa que precipitó la explosión. En nov. de 1566 el inquisidor
general Diego de Espinosa preparó, junto con Felipe II, un edicto que imponía diversas
prohibiciones a los moriscos. El día de Año Nuevo de 1567, Pedro de Deza, presidente de la
Audiencia de Granada, promulgó el edicto y comenzó a imponer su cumplimiento. Por la nueva
disposición los moriscos de Granada estaban obligados a aprender el castellano en el plazo de 3
años, y a partir de entonces se consideraría delito hablar, leer o escribir el árabe en público o en
privado. Se les exigía también que abandonaran sus vestimentas, sus apellidos moros, sus
costumbres y sus ceremonias y se les prohibía la práctica del baño, so pretexto de que ofrecía la
oportunidad de practicar las abluciones rituales prescritas en el Corán. El propósito que animaba
estas medidas era acabar con la identidad nacional de los moriscos para convertirlos en católicos
españoles. Por el momento, los moriscos se limitaron a negociar, como lo habían hecho en otras
ocasiones, convencidos de que, como siempre, conseguirían, por medio de dinero, la suspensión
de las medidas. Su representante, Jorge de Baeza, se trasladó a Madrid para protestar ante
Felipe II, mientras que su anciano notable Francisco Núñez Muley presentaba un memorándum a
Deza en el que manifestaba la lealtad de los moriscos, tanto en el presente como en el pasado.
Las negociaciones se prolongaron durante un año y, cuando los moriscos comprendieron su
futilidad, explotó súbitamente todo su resentimiento reprimido y decidieron la insurrección una vez
+. La fecha que eligieron fue el día de Nochebuena de 1568 y, aunque los insurgentes no
consiguieron que se levantara el Albaicín rápidamente, extendieron la revuelta por las montañas
de las Alpujarras, entre S. Nevada y la costa. De hecho, el auténtico núcleo de la rebelión estuvo
en las montañas. Desde allí se difundió hacia las llanuras, aunque no por todas partes. Fue
fundamentalmente un mov. rural, siendo menor la participación de las ciudades, tal vez +
integradas en la España cristiana. El cabecilla de los moriscos, Fernando de Valor, era de rancio
linaje árabe, descendiente de los califas de Córdoba. Recuperó su nombre árabe de Aben
Humeya y fue proclamado rey debajo de un olivo. Fue asesinado un año después y le sucedió
como rey su primo Aben Abó. Líderes como Aben Daud, Aben Farax y Aben Abó eran moriscos
granadinos, pero la mayor parte de los restantes, y especialmente los jefes guerreros, provenían
de las montañas. Los cabecillas de las montañas procedían de la jerarquía social tradicional de
los moriscos y se identificaban + fácilmente con su causa. En la estructura social del mov. tuvo
tanto peso la solidaridad familiar como las consideraciones econ. o políticas, de manera que
clanes enteros se mantuvieron unidos en el apoyo de la rebelión o en su lealtad a la corona. +
allá de los motivos econ. y sociales, contemplamos a una minoría que luchaba por su identidad en
el seno de una España extraña. Familias hasta entonces enfrentadas se unieron en una causa
común.
Los moriscos de Granada no tardaron en entrar en contacto con sus aliados en Valencia y
enviaron misiones a los países norteafricanos, a Argel y Tetuán, y también a Constantinopla, en
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busca de ayuda y de apoyo militar. De Argel recibieron voluntarios, municiones y alimentos, que
pagaron con el envío de prisioneros cristianos. Argel tenía un interés religioso en la guerra de
Granada, pero también se aprovechó del conflicto, pues al inmovilizar a España permitió a Euldj
Al¡ conquistar Túnez en 1570. También los turcos aprovecharon su oportunidad. El sultán Selim
II consideraba a los moriscos como aliados en el interior de las líneas enemigas, y les habría
enviado + armas y hombres de no haber tenido que atender a otros compromisos, pues el sultán
prefirió aprovechar la coyuntura para progresar en sus intereses inmediatos en el Mediterráneo or.
y, aunque su flota se hizo a la mar, fue para atacar Chipre y no para ayudar a los moriscos.
La guerra de Granada sobrevino para España en un momento en que sus recursos eran
mínimos y en que sus intereses se hallaban en grave peligro. Además, durante el 1er. año de las
hostilidades, estuvo paralizada a consecuencia de la indecisión sobre la táctica militar a adoptar.
Era difícil alcanzar a los rebeldes en sus lugares recónditos de las montañas y aislar a sus aliados
en la costa, pues era imposible bloquear la larga línea costera de territorio rebelde con sus innu-
merables calas y su fácil acceso para los barcos procedentes de Argel. En esas circunstancias, la
guerra se convirtió en una larga y confusa sucesión de patrullas y emboscadas, en las que
predominó la ferocidad, nacida de la desesperación en los moriscos y de la debilidad entre los
españoles. Sólo a partir de enero de 1570 el comandante español d. Juan de Austria, impulsado
por el temor a una intervención musulmana desde el exterior, decidió llevar a cabo una campaña
en toda regla. La nueva orientación militar estuvo acompañada de una política de expulsión de las
tierras llanas para aislar a los rebeldes de las montañas. Por decreto de junio de 1569, 3.500
moriscos fueron expulsados de la ciudad de Granada y dispersados por La Mancha. Los rebeldes
de la montaña, privados de apoyo, perseguidos de manera implacable, tuvieron que rendirse en el
transcurso del año 1570. La escena final se desarrolló en una cueva en Berchules, donde Aben
Abó fue muerto a puñaladas por sus propios seguidores.
El levantamiento había durado 2 años y había agotado por completo los recursos del país. Por
tanto, las condiciones para la solución del conflicto tenían que ser duras. Se decidió deportar a
todos los moriscos del reino de Granada, hubieran participado o no en el levantamiento, a otras
partes de España. El 28-10-1570 se dio la orden de evacuación, fijando d. Juan de Austria la
fecha del 1 de nov. Los moriscos, encadenados y esposados, fueron conducidos en largos
convoyes hacia las ciudades y aldeas de Extremadura, Galicia, La Mancha y Castilla la Vieja. No
todos llegaron a su destino: el duro viaje invernal se cobró nosas. vidas y sus efectivos
disminuyeron al menos en un 20-30%. La expulsión no fue total y en 1587 vivían todavía en
Granada unos 10.000 moriscos.
Finalmente, parecía haberse resuelto el problema de Granada. Para llenar el vacío provocado
por tan inmensa emigración, las tierras abandonadas fueron confiscadas por la corona y ofrecidas
en condiciones favorables, junto con ganado y utensilios, a colonos procedentes de Galicia,
Asturias, León y Burgos. Sin embargo, el resultado de la operación no fue totalmente satisfactorio.
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Aunque la corona obtuvo sustanciosos beneficios de las confiscaciones y ventas de tierras a
inmigrantes pobres, a magnates, monasterios e iglesias, surgieron nuevos problemas y revivieron
otros del pasado. Muchas de las tierras ofrecidas, situadas en las Alpujarras y en otras zonas
montañosas, eran pobres, porque los cristianos viejos ya ocupaban las mejores vegas de las
llanuras. Muchos de los nuevos pobladores, defraudados en sus expectativas, se desanimaron y
acabaron por marcharse. Así pues, aunque la pob. cristiana de Granada era imp. y en aumento,
las Alpujarras y la zona costera de las proximidades estaban mucho menos pobladas que antes y
seguían planteando, por tanto, un problema de seguridad interna.
En realidad, la política de deportación no resolvió nada en Granada y agravó el problema
morisco al extenderlo a toda Castilla. Los moriscos granadinos, prolíficos, activos e ingeniosos,
no eran bien recibidos por sus vecinos, y la tarea de asimilarlos y convertirlos en católicos y
españoles era realmente imposible. El conj. de la pob. española se mostró cada vez + hostil hacia
ellos, a medida que fue adquiriendo conciencia de su existencia. + tarde, a principios del reinado
de Felipe III, en los círculos oficiales se consideraba que la política de dispersión había sido un
error de cálculo. Durante los 40 años siguientes fueron una preocupación constante para el
gobierno. La intención había sido dispersarlos en nº reducidos a lo largo de una superficie
extensa, pero los moriscos tendían a abandonar los lugares que les habían sido asignados, y sus
hábitos trashumantes hacían que fuera difícil seguir sus huellas. Muchos de ellos regresaron
incluso a Granada, donde se decretó una nueva expulsión, de menores proporciones, en 1584. La
frustración de sus nuevas condiciones de vida despertó en ellos tendencias criminales, y algunos
se integraban en bandas de proscritos que vivían de los frutos del robo y la violencia. No deja de
ser irónico que siguieran inquietando al gobierno, esta vez en un nuevo contexto: desde 1589
hubo un temor permanente, aunque irracional, de que se produjera un levantamiento en Andalucía
en una acción concertada con invasores ingleses.
Los moriscos eran odiosos para la masa de la pob. porque evadían las responsabilidades
nacionales en los asuntos religiosos y bélicos, dedicándose sosegadamente a incrementar su nº.
Pero, sobre todo, ganaban demasiado y gastaban demasiado poco. Estas afirmaciones no son
necesariamente ciertas; no existen testimonios estadísticos de que el crec. demográfico entre los
moriscos se produjera porque evadían sus responsabilidades nacionales. Además, su situación
económica variaba de una región a otra, y de uno a otro grupo, pues también existía en su seno
una estruct. social. Sin embargo, lo que hacía a los moriscos difs. del resto de los españoles era
su religión. Los moriscos siguieron siendo inadaptados e inadaptables. España, que comenzó el
período moderno de su hª tolerando a una nosa. minoría heterodoxa, terminó imponiéndole la
sumisión, para finalmente reconocer la derrota. La medida de expulsión adoptada en 1609 era un
reflejo de la impotencia.
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ANTONIO PÉREZ Y LAS ALTERACIONES DE ARAGÓN.
Mientras la política de Felipe II se aproximaba a su merecido declive en el exterior, su autoridad
también encontraba oposición en el interior. Durante los años cruciales de su intervención en
Francia (1590 y 1592) no había podido enviar un ejército al otro lado de los Pirineos porque lo
necesitaba en España. En Aragón encontraba una resistencia cada vez mayor que alcanzó su
punto crítico en 1590; su posición allí había sido débil desde el inicio del reinado. Carlos V le había
advertido que le resultaría + difícil gobernar los reinos or. que Castilla, a causa de la fortaleza de
sus privilegios y constituciones.
El rey gobernaba en Aragón a través de su virrey y con el apoyo del Consejo de Aragón. Tanto
los virreyes como los consejeros eran nombrados por el rey, aunque todos los cargos en Aragón
estaban reservados exclusivamente a los aragoneses. Aparte de la adm., el rey se veía limitado
también por toda una red de leyes locales y prácticas legales. La justicia real en Aragón estaba
adm. por la Audiencia de Zaragoza, pero éste no era el único tribunal en Aragón. La jurisdicción
real encontraba la oposición de otro tribunal, el tribunal del Justicia, formado por 5 miembros
nombrados por la corona y 16 por las Cortes aragonesas, y a su frente se hallaba un magistrado,
el Justicia de Aragón, que teóricamente era designado por la corona a título vitalicio, pero en la
práctica el cargo lo desempeñaba de forma hereditaria una sola familia, en el S. XVI, los Lanuza.
El Justicia ejercía la jurisdicción civil y criminal en determinados casos, especialmente los litigios
entre la corona y la nobleza. También tenía poder para intervenir en los procedimientos de los
tribunales y de los oficiales reales, ya fuera mediante el proceso conocido como manifestación,
que consistía en tomar a cualquier acusado que afirmara haber sido amenazado con violencia y
situarlo bajo protección en la cárcel del Justicia, mientras su caso era juzgado por jueces
competentes, o mediante el procedimiento de expedir firmas (cartas) a aquel que buscara solución
frente a la supuesta injusticia de los funcionarios reales, de manera que quien la recibía conseguía
inmunidad total frente al poder real mientras sus alegaciones eran investigadas. Éstos eran los
fueros de Aragón, y el único tribunal frente al cual no tenían validez era la Inquisición. Este sist.
protegía una estructura social arcaica. Detrás de esas barreras legales acechaba un feudalismo +
primitivo que el de ninguna otra parte de la Europa occ. Los fueron existían en beneficio de los
señores pero no para la masa de la pob. que trataban de escapar de la tiranía de sus señores
buscando la protección de la jurisdicción real, y de esta forma el deseo de los campesinos de que
las propiedades en las que vivían fueran incorporadas a la corona coincidía con el deseo de ésta
de hacer efectiva su soberanía.
Pero durante una gran parte de su reinado, la preocupación de Felipe II por otros problemas,
su decisión de gobernar Aragón desde la distancia a través de sus representantes y su respeto
por la ley vigente determinaron que se limitara a impulsar los esfuerzos de la población rural, a
pasar de la jurisdicción señorial a la jurisdicción real y a estimular los matrimonios mixtos entre la
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nobleza aragonesa y la de Castilla para fomentar el proceso de integración. Pero era un proceso
lento y frustrante.
Pero Felipe II no dejaba de ejercer cada vez + una mayor presión. A comienzos de 1588,
convencido de que había llegado el momento de afirmar su autoridad y poner fin a la
insubordinación de los aragoneses, decidió nombrar a un virrey que no fuera del país, y que no
estuviera obsesionado por los fueros ni ligado a los intereses locales. Envió al marqués de
Almenara para que sustituyera en el cargo de virrey al conde de Sástago. Los defensores de los
fueros afirmaron que la ley exigía que todos los funcionarios reales de Aragón fueran aragoneses.
No estaba claro que esa norma se aplicara también al cargo de virrey, pero Felipe II era
profundamente legalista y deseaba ver su derecho reconocido en Aragón, no por la fuerza sino
por el tribunal del Justicia. Pero el momento era inoportuno. Sobre Almenara llovieron fueros
desde todas partes; condenado prácticamente al ostracismo e incendiada su casa, regresó lleno
de humillación a Castilla para informar al rey. Entonces, Felipe II depuso al conde de Sástago y lo
sustituyó por Andrés Simeno, obispo de Teruel, aragonés pero una fig. secundaria, fácil de mani-
pular y que, evidentemente, fue nombrado con carácter provisional. Cuando regresó Almenara en
la primavera de 1590, con mayores emolumentos y poderes, estaba claro que el monarca estaba
decidido a que ejerciera la autoridad en Aragón, con el título de virrey, si conseguía que la validez
de su nombramiento fuera confirmada en el tribunal del Justicia. Cuando la situación estaba
llegando a un punto crítico, intervino un nuevo factor al llegar a Zaragoza Antonio Pérez, que huía
de Castilla, y reclamar la protección de los fueros.
Desde su detención en julio de 1579 Pérez había visto cómo se cerraba progresivamente la red
en torno a él. Como el propio monarca estaba implicado en el asesinato de Escobedo y deseaba
recuperar los documentos comprometedores que estaban en poder de Antonio Pérez, había
procedido con cautela contra su antiguo secretario. Luego, cuando habló uno de los asesinos y
los Escobedo y sus aliados en la corte intensificaron sus acusaciones, fue arrestado por 2ª vez
(en. 1585), aunque para distraer la atención de la opinión pública se lo acusó únicamente de
traficar con cargos públicos y con secretos de Estado. Fue declarado culpable y sentenciado a 2
años de prisión y al pago de una multa muy elevada. Pero los jueces no consiguieron que
entregara sus documentos. Pero en ese momento Felipe II buscaba algo + que documentos;
buscaba también la paz para su conciencia sobre el asesinato de Escobedo, siendo de
conocimiento público que el monarca había dado su consentimiento a ese crimen. Así pues, para
expiar su culpa y para poner en claro que la responsabilidad recaía sobre Antonio Pérez, que lo
había engañado sobre d. Juan de Austria y Escobedo, Felipe lo llevó a juicio por 2ª vez. En enero
de 1590, el acusador real informó a Pérez de que el rey admitía que sabía que él había ordenado
la muerte de Escobedo, pero que para la tranquilidad de su conciencia necesitaba saber si los
motivos que le había dado para cometer esa acción tenían peso suficiente. Pérez, después de ser
torturado, confesó algunas de las causas que habían motivado la muerte de Escobedo, pero sin
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revelar nada sustancial ni aportar prueba alguna. Esa revelación fue fatal para él. Como no tenía
pruebas de que d. Juan de Austria fuera culpable de subversión y, por tanto, nada incriminaba a
Escobedo, el rey podía creer ahora que había sido engañado y que la responsabilidad del crimen
no era suya sino de Pérez, que lo había engañado con falsedades. Pérez sabía hasta qué punto
era desesperada su situación y decidió huir. Ya tenía contactos en Aragón, que probablemente
guardaban sus documentos. En abril de 1590 escapó de la prisión en Madrid y puso rumbo al E.,
hacia la tierra de los fueros. Muy pronto estaba bajo custodia protectora en la cárcel del Justicia.
Había elegido bien el momento porque en Aragón la defensa de los fueros era el problema que
ocupaba el 1er. plano, y el sentimiento regionalista estaba deseoso de utilizar cualquier pretexto
para resistirse a la corona. Antonio Pérez tenía apoyos en Aragón, el duque de Villahermosa y el
conde de Aranda entre los magnates y muchos otros en las filas de la pequeña nobleza, todos
ellos violentos defensores del sist. feudal. En Madrid, Pérez fue condenado a muerte después de
haber huido. Entonces, el monarca entabló un proceso legal contra él en el tribunal del Justicia
acusándolo de haber tramado el asesinato de Escobedo apoyándose en falsas acusaciones, de
haber divulgado secretos de Estado y de haber huido de la cárcel. Pero el lento procedimiento
judicial permitió a Antonio Pérez hacer pública su versión de los hechos, especialmente que había
ordenado el asesinato de Escobedo siguiendo instrucciones del monarca. Para impedir que
Antonio Pérez siguiera capitalizando el proceso, y en la convicción de que el veredicto sería de
absolución, Felipe II retiró sus acusaciones, y recurrió al único tribunal en España frente al cual de
nada valían los fueros de Aragón y la autoridad del Justicia, y cuyo procedimiento era secreto: la
Inquisición. El confesor del rey, Diego de Chaves, fraguó un proceso en el que pudiera intervenir
la Inquisición, y en mayo de 1591 Pérez fue trasladado con toda cautela desde la prisión del
Justicia a la de la Inquisición. Sus partidarios, encabezados por Heredia, organizaron un tumulto
en Zaragoza, durante el cual la multitud atacó a Almenara, que luego moriría a consecuencia de
las heridas, asaltó la prisión de la impopular Inquisición y rescató a su nuevo ídolo para llevarlo de
nuevo a la prisión del Justicia. Desde allí desarrolló Pérez su activ. propagandística, atacando a la
corte y a la Inquisición, instando al pueblo a defender sus libertades incluso con las armas. Fue
entonces cuando los partidarios de A. Pérez hicieron planes para separar Aragón de la corona
española y convertirla en una república, tal vez bajo la protección del príncipe de Béarn, Enrique
de Navarra. En los círculos gubernamentales se temía que se estaba preparando en Aragón “un
nuevo Flandes”.
La mayor parte de los seguidores de A. Pérez procedían de la pequeña nobleza que trataban
de conservar su poder feudal frente a la monarquía o que actuaban movidos por un sentimiento de
frustración al verse excluidos de los cargos y ante las perspectivas que se abrían para ellos en
una España dominada por Castilla. Su cabecilla era Diego de Heredia. Naturalmente, el carácter
feudal del mov. le impidió contar con el apoyo de la masa de la pob. Su impacto sólo se dejó sentir
en Zaragoza, centro del gobierno regional y lugar donde se podía conseguir una movilización
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multitudinaria. Así ocurrió cuando el rey intentó que Pérez fuera conducido a la cárcel de la
Inquisición el 14 de sept. Una vez +, Heredia y los suyos pasaron a la acción, dispersaron a la
guardia real y liberaron a Pérez. Los rebeldes se hicieron con el control de la ciudad,
convencieron al joven Justicia, Juan de Lanuza, y a la Diputación del Reino para que les dieran su
apoyo formal y advirtieron al rey que el envío de un ejército castellano a Aragón supondría una
violación de los fueros. Los magnates y los moderados, obligados a elegir entre apoyar a la
corona o unirse a los rebeldes, optaron por lo 1º. Fuera de Zaragoza la mayor parte de las pobs.
también apoyaron al rey.
Felipe II ya había reunido en la frontera de Aragón un ejército al mando de Alonso de Vargas,
un veterano de los P. Bajos. Una vez fracasadas las negociaciones legales decidió recurrir a él.
A finales de octubre Vargas penetró con sus fuerzas en Aragón sin encontrar oposición alguna.
Mientras se aproximaba a Zaragoza se desintegró la oposición en la ciudad. Pérez y sus
cómplices huyeron a Béarn, mientras que el Justicia y el ala «constitucional» de los rebeldes se
refugiaron momentáneamente en Epila. Las represalias fueron rápidas e implacables. El Justicia
fue capturado y ejecutado, y muchos otros sufrieron el mismo destino. Villahermosa y Aranda
fueron enviados a Castilla, donde murieron misteriosamente en prisión, y la Inquisición empezó a
perseguir a quienes la habían atacado. Desde Béarn, Pérez y los emigrados organizaron una
pequeña invasión que Enrique de Navarra apoyó simplemente para importunar a Felipe II en
España y aliviar la presión que ejercía sobre Francia. Pero la insignificante fuerza de los rebeldes
y sus aliados protestantes que atravesaron los Pirineos en feb. de 1592 fue derrotada por Vargas
y encontró la resistencia de los aragoneses, muchos de los cuales eran vasallos de los cabecillas
emigrados y cerraron filas frente a una invasión protestante y extranjera. Los invasores fueron
perseguidos hasta Francia y Heredia fue capturado y conducido a España, donde sería ejecutado.
En cuanto a A. Pérez, después de ofrecerse, sin éxito, a los gobiernos de Francia e Inglaterra,
pasó sus últimos años en París, en un exilio sin influencia y sin dinero. Allí murió en 1611, sin
haber obtenido el perdón de la corona española.
En contraste con la severidad de la represión, las condiciones políticas que se impusieron
fueron moderadas. Aragón no podía esperar conservar intacta su constitución. En 1588, Felipe II,
a pesar de que era un monarca absoluto se había mostrado dispuesto a acudir al tribunal del
Justicia para que ratificara su derecho a nombrar a un virrey castellano. Ahora, con un ejército de
ocupación en Aragón, el país y las instituciones estaban a su merced. Tenía poder para destruir
los fueros de Aragón si así lo deseaba, pero nada estaba más lejos de sus pensamientos. El res-
peto de Felipe II por la estructura tradicional de España y su concepción pluralista de la monarquía
le impedían someter Aragón a Castilla y eliminar su identidad política. Y, al igual que sus
antecesores, no creía que ese proceder aumentará sustancialmente su poder.
Las Cortes aragonesas fueron convocadas en Tarazona en junio de 1592 para que dieran
forma legal a los cambios pretendidos. Ninguna de las instituciones de Aragón fue suprimida, pero
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fueron remodeladas para responder a las exigencias del poder real. Se otorgó al monarca el
derecho de nombrar a un «virrey extranjero» y de esta forma se situó a Aragón en un plano de
igualdad con los demás reinos. La Diputación del Reino, comité permanente de las Cortes, perdió
en gran medida su poder de control sobre la utilización de los ingresos aragoneses y sobre la
guardia regional, y perdió el derecho de convocar conj. a representantes de las ciudades del reino.
El Justicia podría ser destituido por la corona y de esta manera el rey socavaba la independencia
del cargo y el monopolio familiar que había existido en él durante tanto tiempo. Se modificó
también el nombramiento de los miembros del tribunal del Justicia para que quedara bajo el
control de la corona y se eliminaron muchos anacronismos del sist. legal aragonés. Finalmente,
para reforzar el poder del gobierno central, Felipe II apuntaló el poder de la Inquisición a la que
instaló en el palacio fortificado de la Aljafería y la protegió con una guarnición real.
Las condiciones que se impusieron en Aragón fueron resultado de un compromiso entre la
monarquía y la nobleza feudal. Los nobles aragoneses prefirieron aceptar la autoridad del rey
como la mejor garantía de sus privilegios feudales, y el precio de ese pacto fue la erosión de los
fueros y la ampliación de la autoridad real.
LA CRISIS DE LOS AÑOS NOVENTA.
En 1595 los estragos de la edad y el exceso de trabajo se dejaban sentir con fuerza sobre
Felipe II. Consideraba que los reveses políticos formaban parte de su condición de soberano y no
le afectaban. Continuó con su incansable rutina de trabajo y superó periódicas crisis de salud,
hasta que en junio de 1598 sufrió un ataque especialmente virulento de la enfermedad que lo
indujo a trasladarse a El Escorial para preparar su muerte. Murió al amanecer del 13-9-1598,
cuando tenía 71 años.
Su reinado había durado casi medio siglo e inevitablemente en España perduró la huella de
Felipe II durante algún tiempo. Había completado la unidad de la penín. y perfeccionado su
constitución. Sin embargo, Felipe II dejó a España al borde de una crisis, porque los cimientos
econó. de su poder eran todavía + frágiles que al comienzo del reinado, y su gobierno no había
hecho nada por mejorar su condición. En el decenio de 1590 la vida era difícil para los españoles.
Tras el alza constante de precios de la mayor parte de la centuria hubo un rebrote adicional de la
inflación al aproximarse su final que hizo + difíciles aún las condiciones de vida. La situación del
consumidor empeoró como consecuencia del peso insoportable de los impuestos, que el gobierno
elevó para tratar de superar las dificultades en que se veía a causa de la inflación y para financiar
las guerras en el exterior. También los productores se vieron afectados por la inflación y los
impuestos. Pero fue la pob. necesitada de las ciudades y de las zonas rurales la + afectada por la
dureza de la recesión. Ahora, en el último decenio de la centuria, 3 nuevas calamidades, las
malas cosechas, la peste y los millones, cayeron sobre ellos, todas en el espacio de unos pocos
años. Cuando los campesinos vivían en la indigencia, no había consumidores para la industria y
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la recesión de la econ. rural, consecuencia en parte de la acción del Estado, afectó también a éste
en sus ingresos y en su poder. Pocos sectores escaparon a las adversidades durante el decenio
de 1590.El desastre no era total y por el momento España se salvó de las consecuencias de su
propia locura gracias al dinero que obtenía en América. Las defensas imperiales que erigió Felipe
II permitieron que los ingresos procedentes de las colonias continuaran inyectando vida en la
econ. de la madre patria. Los enormes gastos del Estado, los gastos suntuarios de la aristocracia
y la clase dirigente, y el deseo de todos los españoles de vivir de rentas y pensiones indicaban de
manera inequívoca que los españoles creían que la riqueza sólo se hallaba en el dinero y en los
intereses que éste producía. Cuando declinó el comercio colonial, se produjo también el declive de
España. Mientras tanto, la inercia del gobierno y la mentalidad de la clase dirigente reforzaron las
2 condiciones básicas que prepararon el camino: la ausencia de producción y el estancamiento
social.
Mientras España estuvo inmersa en las guerras en las que la comprometió Felipe II su
recuperación econ. fue imposible. Todo el reino estaba abocado a la guerra en uno u otro frente,
durante muchos años en 2 frentes a la vez -el Mediterráneo y los P. Bajos- y en el decenio de
1590 en 3 frentes al mismo tiempo, los P. Bajos, Inglaterra y Francia. En los últimos 15 años de
su reinado, el monarca español actuó sobre el supuesto de que la guerra podía permitirle obtener
cualquier objetivo que se propusiera. Pero no tenía orden de prioridades. La mayor fuente de
poder de España, y el mayor campo para la expansión de sus ideales religiosos y políticos, era su
imperio en América. Lo + lógico habría sido concentrar los esfuerzos y los recursos en ese frente
detrayéndolos de otros. Sin embargo, los P. Bajos fueron la sangría + imp. y permanente de los
recursos españoles. Una vez que Felipe II condujo allí un ejército y se comprometió en una
campaña por tierra ya no pudo desmovilizarlo. Año tras año la guerra devoró a sus hombres y su
dinero y no pudo apartarse de un conflicto que, tras la recuperación de las provs. del sur, no podía
ganar. A medida que los ejércitos y las flotas españoles consumían de manera insaciable los
recursos de la nación con recompensas cada vez menores, el espíritu de su pob. pasó de la
confianza a la duda y a una creciente desilusión por la grandeza. En las últimas Cortes
celebradas en el reino se dejaron oír voces discrepantes que protestaban contra los impuestos
crecientes y las guerras innecesarias. La petición de nuevos subsidios en 1593 suscitó un
memorable debate en el que un diputado tras otro aconsejaron al rey que se situara a la defensiva
y redujera sus pérdidas. El propio monarca había aprendido algunas lecciones al llegar al final de
su reinado. La situación de sus finanzas lo obligó a aprender algo. Intentó entonces abandonar
algunos de los frentes en el N. de Europa. En 1598 consiguió apartarse del frente francés, pero
no pudo hacer lo mismo en los P. Bajos; y por lo que respecta a Inglaterra no veía alternativa
alguna a la guerra. En cualquier caso, era difícil liquidar el pasado imperialista de España, así
como era difícil transformar su sociedad.
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ESTADO E IGLESIA.
Las controversias intelectuales que se plantearon durante la 2ª ½ del S. XVI no eran expresión
del enfrentamiento entre la ortodoxia y la disidencia, sino que representaban 2 formas distintas de
enfocar los estudios teológicos. Por una parte, un grupo de escolásticos conservadores repetía
incesantemente las doctrinas y los métodos de los maestros medievales, y frecuentemente
hablaban como si consideraran herético contradecir los puntos de vista de Aristóteles y de S.
Tomás de Aquino. Otro grupo, los herederos del Renacimiento español, intentaron asimilar las
nuevas aportaciones de la ciencia y la erudición del S. XVI y aplicarlas a los estudios sagrados.
Las obras de eruditos como fray Luis de León y Alonso Gudiel constituyen el intento de integrar lo
mejor del escolasticismo con los conocimientos + recientes y, por tanto, revitalizar las ciencias
bíblicas. Pero estos hombres, a pesar de su ortodoxia, despertaban sospechas antes incluso de
pronunciar palabra alguna. La tensión no hizo sino agravarse por efecto de las condiciones de la
vida universitaria en España. En el decenio de 1570 las difs. órdenes religiosas se distribuían en
2 bandos inexorablemente antagónicos y luchaban de forma implacable por ocupar las vacantes
universitarias y eclesiásticas. El conflicto entre dominicos y jesuitas se libró con toda crudeza,
pero tal vez la rivalidad + profunda de todas era la que existía entre los dominicos y los agustinos,
rivalidad que coincidía en cierta manera con el enfrentamiento entre el viejo y el nuevo saber.
Los 1os. ataques fueron protagonizados por un grupo de escolásticos conservadores
encabezados por el malévolo León de Castro, un teólogo de Salamanca que denunció ante la
Inquisición de Valladolid a una serie de distinguidos eruditos agustinos. Entre otros, Luis de León,
profesor de teología en Salamanca, y Alonso Gudíel, cuya especialidad eran las Sagradas
Escrituras en la universidad de Osuna, fueron detenidos en marzo de 1572. Gudiel fue acusado
de dar un significado literal a los textos sobre el tema de Cristo que excluía cualquier significado
profético y alegórico. En junio de 1572, Hernando del Castillo, condenó como herética la doctrina
atribuida a Gudiel. Antes de que se diera solución al caso Gudiel moría en prisión en abril de
1573. + de 10 años después, el inquisidor general Quiroga, que no estaba conforme con el caso,
lo reabrió y en esta ocasión Castillo declaró a Gudiel libre de herejía.
En el proceso de fray Luis de León estaban en juego aspectos + diversos. Fray Luis de León
estableció la distinción intelectual entre la Vulgata tal como fuera escrita por S. Jerónimo y los difs.
textos impresos de esa versión. Los argumentos contra él no tenían mucho peso, pero de
cualquier forma, el interminable procedimiento de la Inquisición lo privó de su cátedra y lo mantuvo
encarcelado año tras año. Finalmente, Quiroga estableciendo la distinción entre una proposición
dogmática y una proposición indefinida, reconoció que esta última podía ser susceptible de una
argumentación racional a favor o en contra, y ordenó a sus subordinados en Valladolid que
liberaran a fray Luis de León. Años después la Inquisición dirigió su atención sobre Fco. Sánchez
de las Brozas, el Brocense, pero su defensa era irreprochable, y la Inquisición no pudo hacer otra
cosa que reconvenirlo y dejarlo en libertad. Junto con las actuaciones contra los biblistas Martín
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Martínez de Cantalapiedra y Gaspar de Grajal, los casos que hemos mencionado fueron los
únicos imps. que la Inquisición entabló contra los intelectuales e incluso en éstos, gracias a la
intervención de Quiroga, resplandeció finalmente la justicia, aunque de forma tardía.
Las autoridades eclesiásticas, enemigas del pensamiento especulativo, actuaban con mayor
indulgencia con quienes se interesaban por la reforma y la revitalización y difusión de las
creencias y prácticas religiosas. En la 1ª ½ del S. XVI la fig. + notable en el mov. reformista fue S.
Pedro de Alcántara (1499-1562) que fue quien sirvió de nexo con reformadores posteriores. Sta.
Teresa de Jesús y S. Juan de la Cruz, autores de obras maestras de la mística cristiana,
realizaron también la reforma de los carmelitas descalzos, y entre 1562 y 1576 fundaron nosos.
conventos y monasterios reformados. Los obstáculos que encontró en su camino el programa de
reforma, en forma de inercia, intereses creados y resistencia feroz, fueron enormes. Pero la
reforma de los carmelitas descalzos triunfó en los años 1579-1582 cuando sus promotores
consiguieron un cierto apoyo por parte de la Iglesia y el Estado. El propio Felipe II se interesó en
el mov. y contribuyó a favorecer su progreso, especialmente durante los años críticos del conflicto
con la Observancia entre 1576 y 1580.
En gran medida, la cautela que mostraban las autoridades españolas en las cuestiones
religiosas respondía al deseo de evitar cualquier ocasión para la intervención papal, y a la
hostilidad hacia las influencias del extranjero, y reflejaba un nacionalismo religioso que, aunque
nunca llegó a las posiciones que adoptaron los estados protestantes, quedaba lejos de los ideales
del papado. Felipe II y la Inquisición española intentaron siempre limitar la influencia italiana en la
Iglesia española, porque el clero italiano era mal visto en España. El hecho se demuestra en las
instrucciones dadas al embajador español en Roma en 1562, cuando se le ordenó pedir al papa
que los franciscanos de Cerdeña no estuvieran sometidos a la obediencia italiana, para ser
incorporados a la provincia de Aragón. Ese mismo año, el monarca español pidió también que los
cistercienses de Aragón fueran liberados de la jurisdicción religiosa francesa. Pero el
enfrentamiento + duro se produjo en torno a la Compañía de Jesús. La nueva orden de S.
Ignacio, española en sus orígenes, pero que alcanzó una implantación a nivel internacional, fue el
mayor desafío para las susceptibilidades nacionales.
En los años centrales del S. XVI la Compañía de Jesús desempeñaba ya un papel de 1er.
orden en la Contrarreforma. Dirigidos por un general con poderes prácticamente ¡limitados y
animados de un espíritu de obediencia total, los jesuitas ocuparon posiciones de vanguardia en la
lucha contra la herejía y en la difusión de la fe católica. Sin embargo, la orden no surgió
simplemente como una reacción ante el protestantismo. De hecho, no se les destinó a trabajar en
países donde se estaba produciendo la difusión del protestantismo, sino en ciudades y aldeas
italianas que, al menos nominalmente, siempre habían sido católicas. Los 1os. jesuitas
permanecieron, en su mayor parte, en países católicos y cuando S. Ignacio destinó al + destacado
de todos ellos, S. Fco. Javier, a realizar una labor misionera no lo envió a la Europa central sino al
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Lejano Oriente. Así pues, en su forma más primitiva, la orden jesuita acogía solamente a hombres
comprometidos por un voto solemne a acudir al lugar y en el momento en el que el papa decidiera.
Sólo gradualmente aceptó S. Ignacio la idea de formar escuelas para la juventud católica. Fue
ésta una idea española. Bajo la presión del virrey español en Sicilia, del embajador español en
Roma y el propio pontífice, autorizó la fundación de un colegio mixto en Mesina para la educación
de jesuitas y no jesuitas, y a partir de ese experimento se difundió y desarrolló la educación
jesuita, con su mezcla de escolasticismo y humanismo.
Las constituciones de la orden llevaron a S. Ignacio años de estudio y redacción. En 1551 las
sometió a aquellos miembros de la orden a los que pudo reunir en Roma, las revisó atendiendo a
sus sugerencias y las envió para que fueran experimentadas durante un largo período en España,
Portugal y otros países. Fueron finalmente aprobadas dos años después de su muerte,
convirtiéndose así en la normativa que regía el funcionamiento de la Compañía. Esto dio a la
orden su org. singular, cuyos rasgos + novedosos eran su íntima dependencia del papado, al que
sus miembros prestaban un voto especial de obediencia y se ofrecían para la propagación de la fe
y la concentración de poder en un ejecutivo central -un general en Roma-, lo que contrastaba con
las constituciones + federalistas de las órdenes religiosas + antiguas. El general era elegido con
carácter vitalicio por la Congregación General de la orden, que estaba formada por los
provinciales y otros 2 representantes de cada prov. El ideal de la orden era convertirse en un
órgano supranacional. Aunque era de origen español, rápidamente reclutó miembros de todas las
naciones y su internacionalismo es considerado como uno de los factores fundamentales que
permitieron al papado luchar contra la idea del nacionalismo religioso. Esto tendió a fomentar
antagonismos nacionales en el seno de la orden, especialmente cuando los jesuitas de un país
determinado se mostraban dispuestos a seguir las directrices políticas de su soberano, en lugar
de las que marcaba su jefe espiritual. Esto es precisamente lo que ocurrió en España, donde un
grupo de jesuitas españoles, por razones nacionalistas y con el apoyo de Felipe II, se opusieron
de forma virulenta a la centralización del poder ejecutivo de la orden. Después de varios
enfrentamientos de escasa imp. entre la Inquisición española y la Compañía, la auténtica prueba
de fuerza se produjo en 1587 cuando Felipe II ordenó a su embajador en Roma que consiguiera la
aprobación del papa para que un inquisidor o un obispo inspeccionaran todas las órdenes
religiosas en España. Con el pretexto de una licencia general, el obispo de Cartagena comenzó la
visita de los jesuitas en 1588. La investigación no pretendía reformar la orden, sino la misma
naturaleza de su constitución. Felipe II fracasó en su intento de nacionalizarla y de situarla bajo el
control de la Inquisición. Ello ilustra una vez + el deseo de la corona española de conseguir un
mayor control sobre las instituciones subordinadas a la jurisdicción papal que existían en España.
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TEMA 9: LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN LA
ÉPOCA DE FELIPE II.
FELIPE II Y LA PUGNA CON FRANCIA. LA PAZ DE CATEAU-CAMBRESIS Y SUS
CONSECUENCIAS.
En 1558 se ponía fin a las guerras franco-españolas. Felipe II no había sabido o querido
explotar la batalla de San Quintín (1557) marchando sobre París. El tratado de Cateau-Cambresis
(3-4-1559) ponía fin a la rivalidad entre ambas potencias en Italia y consagró la influencia
española. El tratado también fue firmado por Inglaterra, que se había aliado durante un tiempo con
España. De acuerdo con los términos del mismo, Francia devolvió a España la mayor parte de sus
conquistas italianas, entre ellas Piamonte y Saboya.
El tratado reafirmó el control español sobre la mayor parte de la pen. italiana, así como significó
el comienzo de una clara hegemonía española en Europa, si bien en el centro y el O. del
continente la debilidad de los interes hispanos quedaba manifiestamente al descubierto. Felipe II
creyó, desde la hegemonía que le otorgaba el acuerdo de Cateau-Cambrésis, que podía imponer
su ley en Europa; ése fue su error. Los P. Bajos demostraron pronto dónde se encontraba esa
debilidad.
En cuanto a Francia, no salió tan debilitada como a 1ª vista parecía. Por lo pronto recobró
Calais y alejó así la presencia, en su territorio, de los ingleses. También mantuvo las plazas de
Metz, Toul y Verdún, conquistadas por Enrique II y que otorgaban a la Corona francesa una
situación de privilegio para yugular, con facilidad, el llamado camino español. Igualmente recobró
todas las plazas que, en su territorio, había perdido tras las derrotas de San Quintín y Gravelinas.
Por otro lado, el matrimonio del príncipe heredero francés con María Estuardo, reina de Escocia y
posible heredera de Inglaterra, permitía pensar en una futura alianza entre Francia, Escocia y,
probablemente, Inglaterra; alianza en extremo perjudicial para España. Con todo, para la
seguridad de Francia sólo había un problema: los P. Bajos, su auténtica pesadilla y su amenaza
permanente, sobre todo si estaban en manos de los Habsburgo.
En Cateau-Cambrésis se concertó un matrimonio que sellaba la alianza hispano-francesa. En
jun. de 1559, Felipe II se casaba por poderes en la catedral de Notre Dame de París con Isabel de
Valois, hija de Enrique II. El duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, fue su representante.
La situación interna de Francia dio al traste con estas esperanzas. El responsable fue Felipe II,
pues en vez de mantenerse estrictamente neutral, respondió a la petición de ayuda de los
católicos, enfrentados a los calvinistas, que eran nosos. entre los allegados de Carlos IX. Se
preparó una reunión de jefes de Estado, pero, para no despertar las sospechas de los
protestantes, se decidió que de momento sólo participaran las reinas Catalina de Médicis e Isabel
de Valois. Si las cosas tomaban buen cariz Felipe II se dirigiría a la frontera, Catalina de Médicis
iría a su encuentro y se llegaría a un acuerdo. El encuentro debía celebrarse en Bayona. El 12-6-
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1565, Isabel de Valois se entrevistó con su hermano, el futuro Enrique III. Catalina de Médicis y
Carlos IX esperaron a Isabel en Behobia, adonde llegó el 14. El 20 de junio se entablaron las
conversaciones en Bayona entre Catalina de Médicis e Isabel de Valois, acompañada del duque
de Alba. Desde el principio Isabel apoyó por completo el punto de vista de España. Catalina no
quería un enfrentamiento con España por temor a una guerra, pero tampoco adquirió un
compromiso concreto. Se limitó a prometer que no alentaría la confrontación entre católicos y
protestantes, y que combatiría la herejía.
La reunión de Bayona no dio ningún resultado. Con la muerte de Isabel de Valois (1568)
cesaron los contactos personales entre Felipe II y Francia. España ya no tuvo escrúpulos a la hora
de intervenir en los asuntos internos del país vecino. Apoyó a la Liga, mantuvo espías, pagó a
algunos nobles (los duques de Guisa y Mayenne, la casa de Lorena ...). Por temor a que el trono
cayera en manos de un protestante (el rey de Navarra), el duque de Guisa quiso excluir a los
Borbones de la sucesión. Felipe II le ofreció 50.000 escudos a condición de que Cambrai volviera
a España y Francia diera garantías para Flandes. En dic. de 1584 12 mil soldados españoles se
acantonaron en París.
El asesinato de Enrique III (1589) hizo albergar esperanzas al futuro Enrique IV de ocupar el
trono de Francia. Felipe II se esforzó por favorecer a la Liga y presentó la candidatura de su hija,
Isabel, nieta de Enrique II, a la corona francesa. Algunos miembros de la liga estaban dispuestos a
aceptar esta decisión, y el partido español contó con seguidores en varias regiones. En Bretaña el
duque de Mercocur, el gobernador, tuvo una actitud ambigua. Un cuerpo expedicionario español
desembarcó en Saint-Nazaire en oct. de 1590. En Nantes, donde había una colonia española
nosa. e influyente, gran parte de la pob. estaba adherida a la causa de la infanta Isabel. Estas
intervenciones provocaron reacciones de la opinión pública francesa. En 1593 el Parlamento de
París recordó que las leyes fundamentales del reino, y en concreto la ley sálica, prohibían que la
corona pasara a una mujer, extranjera por añadidura. La conversión de Enrique IV hizo el resto.
El tratado de Vervins (1598) puso fin a la guerra. La monarquía española renunciaba a los
derechos de Isabel Clara Eugenia, la hija de Felipe II, al trono de Francia; renunciaba también a
considerar los derechos históricos a levantar un reino centrado en Borgoña, pero mantenía el
Franco Condado. Pero Francia y España siguieron manteniendo una actitud mutuamente hostil,
sin que hubiera perspectivas de entendimiento.
Sería un error reducir el conflicto a sus aspectos religiosos. Como en tiempo de Carlos V,
Francia desconfiaba de España, cuyos territorios la rodeaban por todas partes. Denunció su
tendencia hegemónica y trató de debilitarla aliándose con sus adversarios, ya fueran turcos,
protestantes o flamencos. Por su parte, Felipe II no estaba guiado únicamente por la fe. Tanto en
Francia como en los P. Bajos, en el Mediterráneo o en el Atlántico, trató de mantener unas
posiciones que consideraba indispensables para la prosperidad y el prestigio de España. En este
sentido, la causa del catolicismo le pareció un buen argumento diplomático.
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LA PAZ DE CATEAU-CAMBRESIS (1559)
HECHOS
El ataque de los luteranos sobre Carlos en Alemania, 1552 permite a Francia arrebatar las plazas de METZ, TOUL y VERDÚN. Dedicó todo 1553 al asalto de Metz sin éxito quedando la cuestión irresoluta y teniendo que renunciar por la bancarrota general. Tregua en 1554 En 1556 se retira de PB a Yuste. La abdicación de Carlos y el reparto de su herencia entre Felipe y Fernando, separan los problemas del Imperio de la Monarquía hispánica.ESP se había aliado con ING mediante matrimonio de MARÍA y FELIPE y su heredero reinaría en PB, ING y F CONDADO amenaza muy importante. La diplomacia gala intentó aprovechar la que suponía menor capacidad militar de Felipe II para recuperar Nápoles y dar golpe a esta nueva amenaza ayudado por el papa Paulo IV, enemigo acérrimo de España.
El ejército español invadió Francia desde el Norte. Batalla de San Quintín (1557). La ayuda militar de Inglaterra afirmó aún más la posición española pero perdieron Calais (1558). En 1559 la paz de Cateau-Cambrésis entre España (Felipe II), Francia (Enrique II de Francia) e Inglaterra (Isabel I de Inglaterra), muerta María.
TRATADOS
El 2 de abril de 1559 los representantes de Francia e Inglaterra acordaron:
Calais a Francia por 8 años. Transcurridos debía ser devuelto o pagar 500.000 escudos de oro.
Al día siguiente, Felipe II de España y Enrique II de Francia acordaron:
San Quintín, Ham y Châtelet y obispados de Metz, Toul y Verdún a FRANCIA
Las plazas ocupadas por Francia en Flandes a España que retiene el Franco Condado
Francia renuncia para siempre a sus ambiciones italianas y devuelve Saboya y Piamonte a la Casa de Saboya, Córcega a Génova y el Monferrato a Mantua.
Francia y España trabajarán contra la herejía protestante, lo que va a propiciar en un futuro próximo las guerras de religión francesas.
La paz se consolidó con dos matrimonios: Manuel Filiberto, duque de Saboya con Margarita, duquesa de Berry, hermana de Enrique II. Felipe II con Isabel de Valois, hija de Enrique II
CONSECUENCIAS
1 - La paz de Cateau-Cambrésis fue el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo XVI, por la duración de sus acuerdos, que estarán vigentes durante un siglo, y porque dará lugar a una nueva situación internacional: La preponderancia española en Occidente.
2 - ESPAÑA: Supuso el inicio de la preponderancia española, y por tanto un desplazamiento de los problemas hacia Occidente, gravitación aún acentuada por la unión de Portugal a la Monarquía hispánica en 1580. Nuevos problemas serán los PB, el comercio y las colonias ultramarinas.
3 - INGLATERRA: la pérdida de CALAIS enemistará a ISABEL I con España. Ruptura de la alianza con ESP y cambio de orientación política de INGL que inciará su andadura por América.
4 - FRANCIA: Sale muy bien parada de la Paz. Conserva plazas estratégicas en LORENA y CALAIS alejando a Inglaterra y hacían peligrar a ESP el suministro de los PB. El príncipe heredero casó con MARÍA ESTUARDO reina de ESCOCIA y heredera de INGLATERRA. La muerte de Enrique II durante la boda de su hija Isabel con Felipe II posibilitaría la influencia de ESP durante LAS LUCHAS CIVILES (1565 – 1598) período del breve reinado de Francisco II y de la minoría de Carlos IX.
5 - ITALIA: largo período de tranquilidad en la península italiana con la hegemonía española en la península y con los problemas civiles franceses. En la segunda mitad del siglo XVII con la decadencia española, Francia estará más interesada por otras áreas geográficas.
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LA DEFENSA DEL MEDITERRÁNEO: LEPANTO.
Ante la hegemonía naval del Imperio turco en el Mediterráneo, la monarquía hispánica
permanecía a la defensiva, confiando en los imps. trabajos de fortificación del litoral (por ej., en
Valencia e Ibiza). En 1560, se realizó un notable esfuerzo por recuperar Trípoli desde Sicilia, pero
la expedición terminó en un completo desastre. La flota turca copó a las tropas españolas
mandadas por el duque de Medinaceli, virrey de Sicilia, en la isla de Djerba o Gelves -donde en
1510 las tropas de Fernando el Católico ya habían sido derrotadas- y les infligió una severa
derrota que costó 10.000 prisioneros y la pérdida de 27 galeras. En el decenio siguiente se llevó a
cabo con la ayuda de los subsidios eclesiásticos un imp. esfuerzo de construcción naval que a la
larga tuvo sus efectos. En 1565, los caballeros de la orden de Malta resistieron a la flota turca
hasta que llegó la expedición española de socorro desde Sicilia.
La liberación de Malta fue saludada con entusiasmo por todos, porque era la 1ª victoria imp. de
las armas cristianas desde hacía muchos años. Sin embargo, lo verdaderamente significativo era
poder comprobar a ciencia cierta que la Armada turca, pese a su poder, era vulnerable si a ella se
oponía una cierta Armada naval imp. y organizada. Comenzaron las conversaciones para
conseguir esa fuerza, pero en este punto el verdadero interrogante lo constituía Venecia, siempre
dispuesta a encontrar fórmulas particulares de compromiso que salvaguardasen sus intereses.
Con la llegada de Selim -Solimán el Magnífico-, la expectativa creció en toda la cuenca árabe
del Mediterráneo. El nuevo sultán propagó la idea de una cruzada panislámica, respecto de los
infieles cristianos. De hecho Selim formulaba, del otro lado, parecidos argumentos a los que
enunciaba Felipe desde éste. En realidad, turcos y españoles se habían constituido en 2 imperios
a uno y otro extremo del Mediterráneo. Tales formaciones imperiales destilaban una ideología
progresivamente exclusivista que causaba problemas internos respecto de minorías no muy bien
asimiladas: los moriscos para Felipe II, y serbios, croatas y persas para el sultán de
Constantinopla. Por todo ello, el nuevo sultán declaró, de inmediato, la solidaridad islámica por
todo el Mediterráneo. Sus ecos resonaron por el N. de Africa, desde Egipto hasta Marruecos, y
llegaron también hasta las Alpujarras granadinas, donde los moriscos estaban levantados contra
su rey.
La guerra santa había estallado de forma definitiva. Los argelinos habían ocupado el
protectorado hispánico sobre Túnez (1570), y en el Mediterráneo or. los turcos conquistaban a los
venecianos Chipre. Esto incrementó el temor en todo el litoral mediterráneo y motivó la creación
de una Liga Santa entre Felipe II, el papa Pío V y Venecia para luchar contra el sultán y sus
aliados, los corsarios del N. de Africa. La aportación de España fue sin duda la + imp.;
prácticamente la ½ de la flota estaba costeada a expensas de los reinos hispánicos, mientras que
Venecia contribuía con una cantidad sup. a la del papa. Se nombró a Juan de Austria como
comandante supremo de una alianza que, de inmediato, fue presentada como salvadora de la
cristiandad. El encuentro entre turcos y cristianos tuvo lugar el 7-10-1571 en el golfo de Lepanto.
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Lepanto fue un triunfo imp. para Felipe II; también para Venecia y el papado. 2 tercios de la flota
imperial turca se hundieron en las aguas profundas del mar; aquello fue un fuerte golpe para el
prestigio de la Gran Puerta y, por contra, un éxito para las naves cristianas que, por 1ª vez en
muchos años, había quebrado la racha de éxitos turcos.
Sin embargo, allí en Lepanto no desapareció el poder de la Media Luna; ni tampoco el éxito de
las armas cristianas fue tan rotundo como parecía. Selim prometió recuperar la fuerza de sus
naves y ya en 1573 se mostraba fuerte y poderoso mientras los aliados deshacían, entre disputas
internas, la coalición. Efectivamente, en el mismo año Juan de Austria se apoderó de Túnez, pero
en 1574 una escuadra turca, todavía + imp. que la hundida en Lepanto, volvió a conquistar la
plaza, ahora ya con carácter definitivo. Aquel mismo año, otra vez Selim desafió a todas las naves
hispanas arrasando los presidios españoles que vigilaban los estrechos de Sicilia. El control del N.
de Africa quedaba en manos musulmanas.
El sultán había vuelto a recuperar el prestigio perdido en Lepanto y demostraba que no había
otro señor, sino él, en todo el Mediterráneo. Para afirmarlo mejor no dudó en llevar la guerra hasta
casi + allá del N. de África, casi hasta el Atlántico, paseándose por las cercanías españolas. En
1576 era conquistada la ciudad de Fez por jenízaros turcos y corsarios de Argel. Aquella victoria
otomana hizo que los portugueses se sintieran amenazados. Intentaron éstos replicar atacando en
la retaguardia del sultán, allá en el océano Índico donde fueron + efectivos que en el N. de África,
cuando organizaron una expedición desprovista del + mínimo análisis estratégico, que condujo al
rey Sebastián de Portugal a invadir Marruecos en 1578. Allí murió, en Alcazarquivir, el joven rey y
una buena parte de la nobleza portuguesa que le acompañaba.
Pero la situación había llegado a un cierto equilibrio. Para Felipe II, mantenida la seguridad de
Italia, la lucha contra Constantinopla no era decisiva; era el N. de Europa lo que exigía los
mayores esfuerzos del imperio español, empeñado en mantener los P. Bajos. Por su parte, para la
Gran Puerta no eran ni mucho menos los moriscos hispanos los que constituían el centro de su
atención. En 1578 el ejército de jenízaros del sultán atacó Persia para acallar un levantamiento, un
conflicto que se mostraría difícil de combatir. A medio plazo se produjo la firma de unas treguas
hispano-turcas (1581), que no fraguarían en un tratado de paz hasta 200 años + tarde. También
disminuyó a partir de 1580 la amenaza corsaria. No obstante, se mantenían relaciones entre las
comunidades moriscas y los poderes políticos del N. de Africa y de Turquía.
LA INSURRECCIÓN DE LOS PAÍSES BAJOS.
El principal problema del reinado fue la guerra de los P. Bajos. Con este nombre se conocía un
conj. de 17 territorios + o menos autónomos (el condado de Holanda, el ducado de Güeldres, el
obispado de Utrecht, el señorío de Frisia, etc.) que Felipe el Bueno había incorporado al ducado
de Borgoña en 1428. Con sus 3 mill. de habs., la región debía su prosperidad a su situación de
encrucijada en 2 rutas comerciales, la que iba del Atlántico al Báltico, y la que unía Venecia e Italia
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con Inglaterra y el mar del Norte. Las activ. principales eran la pesca, el comercio y la industria
textil. La lana, importada de Inglaterra y, sobre todo, de España, se trabajaba en las pañerías de
Nimega, Leiden, Ypres y Gante. Brujas y Amberes eran centros muy dinámicos. En la 1ª ½ del S.
XVI Flandes era un modelo de desarrollo econ. Causaba admiración el modo en que allí se había
tratado de eliminar la mendicidad, reorganizando la beneficencia y abriendo talleres para los
desempleados. La vida cultural era muy activa. La Universidad de Lovaina, fundada en 1425, tenía
una influencia que iba mucho + allá de los límites territoriales de los P. Bajos. En el S. XV el mov.
de los Hermanos de la vida común, que se propuso renovar en profundidad la vida religiosa y la
espiritualidad antes de la Reforma luterana, había partido de Flandes. En el S. XVI Erasmo de
Rotterdam, el príncipe de los humanistas, descollaba como pensador y maestro de gran parte de
las elites de Europa. En cuanto a los artistas flamencos, a partir de Van Eyck se habían convertido
en modelos.
Carlos V no se olvidó de defender los intereses de su tierra natal. Como no podía residir allí
permanentemente, confió el gobierno a su tía, Margarita de Austria, y posteriormente a su
hermana, María de Hungría. Las 2 fueron hábiles políticas y lograron mantener la cohesión del
territorio, creando nuevas instituciones como el Consejo de Estado, el Consejo Secreto y el
Consejo de Hacienda. Bajo la dirección de María de Hungría, Flandes contribuyó sin demasiadas
reservas a sufragar los gastos comunes del imperio. Sólo la ciudad pañera de Gante, descontenta
con los excesivos impuestos que gravaban la activ. de manufactureros y artesanos, se rebeló en
1538. En feb. de 1540 Carlos V restableció el orden con un ejército de 5.000 lansquenetes, y
aprovechó la ocasión para suprimir todos los privilegios. En 1549 consiguió imponer, frente a la
tendencia al particularismo político, una institución común, los Estados Generales, que supuso el
aglutinante integrador que la política de los Habsburgo pretendía desarrollar en aquella zona; ello
no impidió la supervivencia de ese particularismo, que tantos quebraderos de cabeza daría a
Felipe II.
Separado del imperio en 1556, Flandes fue atribuido a Felipe II, el cual, antes de regresar a
España, había nombrado para administrarlo a Margarita de Parma, hija natural de Carlos V,
asistida por un Consejo que estaba dominado por la fuerte personalidad de Granvela, natural del
Franco Condado. Este hecho alarmó a la aristocracia local, mayoritaria en el Consejo de Estado,
que temía la centralización y una excesiva influencia de España. También estaba descontenta con
la reforma eclesiástica de 1561 que había creado 14 nuevos obispados, todos ellos provistos por
el poder real y no por los cabildos diocesanos. Por último, temía la implantación de una Inquisición
a la española, idea a la que finalmente el monarca hubo de renunciar. Al parecer, su objetivo era
volver a un tipo de gobierno como el que había a comienzos de siglo, cuando los estatúderes eran
+ o menos autónomos en las provs. El Consejo de Estado reclamó una mayor participación en
todos los asuntos y la partida de Granvela, por considerarlo el hombre de confianza del rey y el
instrumento del centralismo. En 1564 Felipe II atendió esta petición y se desprendió de Granvela,
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pero no quiso ceder al resto de las reivindicaciones, como la de libertad de culto. Entonces los
nobles holandeses pasaron a la oposición (abril 1566). Con la intención de ganar tiempo, porque
los turcos habían reanudado su ofensiva en el Mediterráneo, Felipe II le pidió a su hermana que
moderara su actitud con los herejes. Demasiado tarde. En agosto de 1566 los calvinistas
organizaron manifestaciones iconoclastas y saquearon las iglesias de Toumai, Valenciennes,
Amberes, etc. En nov. Felipe II reaccionó enviando un ejército formado por + de 10.000 españoles
y un regimiento de infantería alemana al mando del duque de Alba, quien inauguraría el llamado
camino español, que desde Lombardía cruzaba el Piamonte, Saboya y el Franco Condado hasta
llegar a Luxemburgo y desde aquí a Flandes. La marcha de Alba, cruzando por tierras de la
Europa central, provocó un temor generalizado en toda la Europa protestante.
Había empezado la guerra de los P. Bajos. Aquellos ejércitos significaban que, en adelante, las
opciones militares serían un camino, casi el único, para resolver la división religiosa. Pero el
conflicto tenía sobre todo carácter político: la aspiración a una mayor autonomía y un brote de
nacionalismo. La cuestión religiosa era secundaria. Contra el rey se formó una coalición
heteróclita. Los feudales, muchos de los cuales eran católicos, querían conservar sus privilegios;
los comerciantes pretendían impulsar el comercio con los países vecinos, ya fueran católicos o
protestantes; los calvinistas defendían la libertad de culto; la pob. quería conservar las costumbres
y leyes locales, que los gobernantes anteriores habían respetado escrupulosamente; por último,
Flandes, rodeado de países protestantes, deseaba vivir en paz con sus vecinos. Hasta su muerte
en 1584, Guillermo de Orange fue el aglutinador de todos esos descontentos y anhelos. Se dio
cuenta de que los autonomistas flamencos podían sacar partido de la situación internacional si
lograban el apoyo de los adversarios del rey de España. La mayoría de ellos eran protestantes,
por lo que Guillermo de Orange dio al conflicto un cariz ideológico.
La llegada de Alba a los P. Bajos estaba cargada, por tanto, de imp. significado político. Su
autoridad, en principio, era puramente militar y su objetivo, por lo tanto, consistía en pacificar la
zona y acallar la resistencia de los rebeldes, pero aquella autoridad militar requería también un
respaldo civil y adminis., que Alba exigió. Estas atribuciones conllevaban, de hecho, la
desautorización de la legítima autoridad que entonces tenía la gobernadora Margarita de Parma.
Ésta protestó, y presentó la dimisión a su hermano, a quien, no ocultándosele el significado
político de aquella retirada, permitió que su hermana abandonara los P. Bajos. El duque pues
comenzaba su misión como representante del rey, y trató de amedrentar al adversario con una
represión que causó indignación e incrementó las adhesiones al bando rebelde. Sus métodos
atroces -creación del tribunal de los Tumultos, ejecuciones como las de los condes de Egmont y
Hom- le permitieron restablecer el orden, por lo menos en una parte del país, pero la sublevación
se organizó en otros lugares y se avivó debido a que Felipe II, siempre necesitado de dinero,
ordenó que los propios P. Bajos aportaran los subsidios necesarios para el mantenimiento del
orden. El aumento de la carga fiscal afectó seriamente al comercio local, y no hizo sino avivar el
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descontento. Los “mendigos del mar” organizaron actos de piratería contra los navíos españoles.
El 1-4-1572 tomaron el puerto de Brielle, en Zelanda, con lo que Guillermo de Orange dispuso de
una cabeza de puente.
La rebelión llegó otra vez a su punto culminante. Guillermo de Orange ya la había estado
preparando sin duda, por cuanto al éxito del mov. en el interior se sumó un fortalecimiento
semejante en el exterior. Mientras Guillermo buscaba apoyo en Alemania, su hermano Luis de
Nassau contactaba con los hugonotes franceses y conseguía de éstos, principalmente de los que
ocupaban el puerto de La Rochelle en el Atlántico, cobertura marítima suficiente para entorpecer
el tráfico entre Flandes y los puertos del N. de España.
En 1573 Luis de Requesens sustituyó al duque de Alba. Los “mendigos del mar” cosecharon
nuevos éxitos en el N. del país y en el litoral. Requesens planeó destruir los diques para inundar el
territorio enemigo. Felipe II lo descartó con argumentos dignos de ser citados: inundar Holanda
era fácil, pero las consecuencias serían irremediables y afectarían a unos súbditos que estaban
bajo la autoridad del rey, por + que sus crímenes fueran notorios y merecieran ser castigados. El
dinero acabó agotándose. España estaba en bancarrota. En el ejército cundieron las deserciones.
En 1576 unas tropas se amotinaron y saquearon Amberes. Requesens murió ese mismo año,
dejando el país en la anarquía. Felipe II parecía desanimado. Envió a Flandes a Juan de Austria,
que firmó un armisticio provisional y aceptó casi todas las peticiones de los rebeldes. Fue el Edicto
Perpetuo de feb. de 1577, que contemplaba la paz y la retirada de las tropas a cambio de la
admisión de Juan de Austria como gobernador y del exclusivismo de la religión católica en todos
los Estados a excepción de Holanda y Zelanda, que se mantenían vinculadas a Orange. Fue una
magnífica ocasión para conducir la revuelta. Los tercios salían de Flandes, camino de Italia, 10
años después de que llegaran con Alba.
Pero la paz no estaba destinada a durar. Guillermo de Orange consiguió aglutinar en torno a sí
a algunos consejeros y, sobre todo, al mov. calvinista que se mostraba aguerrido y trabajaba
desde la misma base social, ocupando puestos de imp. en los consejos municipales. Orange
consiguió así que los Estados Generales se considerasen legitimados para romper sus amarras
con la legalidad monárquica que representaba Juan de Austria. En dic. de 1577, el archiduque
Matías, hijo del emperador Maximiliano II, fue nombrado gobernador de los P. Bajos por unos
Estados Generales que, unilateralmente, declararon a Orange consejero municipal del
gobernador. Esto suponía la ruptura definitiva con Felipe II.
La guerra se reanudó, esta vez con las tropas españolas al mando de Alejandro Farnesio,
duque de Parma, quien pudo derrotar a las tropas rebeldes en Namur. El año 1578 se presentaba
así con buenas perspectivas: los españoles iniciaban victoriosamente la reconquista, mientras que
los turcos se mostraban dispuestos a conseguir un armisticio, lo que permitía a Felipe II
concentrar sus esfuerzos en el N. A ello contribuía además las aportaciones de la flota de Indias,
que aportaba cantidades imps. de plata y oro. En oct. de ese año moría Juan de Austria, y su
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sobrino Alejandro Farnesio ocupaba el gobierno interino de los P. Bajos. Farnesio se esforzó por
ganarse a los católicos, nosos. en el S. del país: fue la llamada Unión de Arras (6-1-1579), que
tuvo su réplica, 3 semanas después, en la Unión de Utrecht. De este modo se perfiló la división
del país en 2 zonas: al N., las 7 Provincias Unidas de religión protestante que declararon
formalmente depuesto a Felipe II en 1581; mientras que el S. se declaró partidario de mantener la
religión católica como credo oficial, consiguiendo que la monarquía reconociese la autonomía
política que sus propios ordenamientos constitucionales exigían. Hubo negociaciones entre
Farnesio y los Estados Generales del Sur y también protestas ruidosas de los sectores calvinistas,
pero, con todo, se llegó a un acuerdo: el tratado de Arrás del 17-5-1579.
A partir de entonces los éxitos para la causa real se multiplicaron. Desde la conquista de
Maastricht, en jun. de 1579, hasta 1587 con la toma de la desembocadura de los grandes ríos,
todos los P. Bajos fueron ocupados por las tropas reales, a excepción de las provs. de Zelanda,
Holanda, Utrecht y Frisia. Al final del reinado de Felipe II las 7 Provincias Unidas se declararon
independientes. Felipe II lo reconoció implícitamente al separar los P. Bajos de la corona para
atribuírselos a su hija, Isabel Clara, casada con el archiduque Alberto de Austria (1597). La
revuelta, nacida en el S., acabó triunfando en el N. España no había logrado sofocarla. Parece
que Felipe II sólo se empleó a fondo en las escasas ocasiones en que los conflictos con otras
potencias, Francia o los turcos, se lo permitieron. Es verdad que Felipe II estaba ocupado en
varios frentes a la vez y que se dedicaba sobre todo a lo que consideraba + urgente, pero Flandes
le costó muy caro a España, que nunca se resignó a perderlo. La prueba es que el conflicto se
prolongó hasta mucho después de la muerte de Felipe II.
La cesión de los P. Bajos del S. a los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia no tuvo
resultados positivos para la pacificación del territorio. La «autonomía» de Bélgica dependió de la
ayuda militar española, que no logró tampoco victorias militares decisivas. El archiduque fue
vencido en 1600 en las Dunas por Mauricio de Orange. España se vio reforzada por la
intervención del genovés Ambrosio de Spinola, cuya capacidad militar y crédito personal
permitieron la conquista de Ostende (1604) y de otras ciudades. Pero el esfuerzo de Spinola
quedó inutilizado por la mala org. de la tesorería española. Las tropas no cobraban y acudían al
procedimiento de amotinarse y negarse a combatir hasta ser pagadas. El 1er. decenio del S. XVII
fue el momento culminante de estos movs. característicos del ejército de Flandes. En 1607, una
victoria naval holandesa en aguas de Gibraltar y la nueva bancarrota de la hacienda española
llevaron a la negociación. No se llegó a firmar una paz, sino una tregua de doce años (1609-1621),
que en la práctica reconocía la independencia holandesa.
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EL CONFLICTO CON INGLATERRA: LA GRAN ARMADA.
Las relaciones entre Felipe II e Inglaterra se deterioraron a causa de la guerra de los P. Bajos.
Al principio, durante un corto período de tiempo (1554-1555), los reinos de España e Inglaterra
estuvieron unidos. Felipe II era entonces esposo de María Tudor y, por lo tanto, rey consorte de
Inglaterra. Tenía la esperanza de restaurar el catolicismo en este país, pero evitando todo lo que
pudiera recordar al fanatismo. En parte era este el motivo por el que Carlos V, al abdicar, le había
dejado Flandes a su hijo: unas buenas relaciones con Inglaterra podrían garantizar la seguridad
de los P. Bajos. Tras la muerte de María Tudor, Felipe pensó en casarse con Isabel, cuya
hostilidad subestimaba, mientras exageraba las amenazas que procedían de la Francia de los
Valois. Tardaría ¼ de siglo en ver que Inglaterra representaba un peligro real.
En efecto, la reina británica Isabel I mantuvo siempre una postura contraria a España y de
apoyo a los focos conflictivos que surgían en Europa. Lo que estaba en juego era el dominio del
mar. Inglaterra tenía que romper el monopolio español sobre el comercio con las Indias, y
cualquier ocasión era buena para lograrlo. Cuando los galeones que llevaban la soldada de las
tropas del duque de Alba se refugiaron en Plymouth y Southampton para librarse de los piratas, el
gobierno inglés secuestró la carga. En 1585, la reina, que había favorecido a los rebeldes de los
P. Bajos, firmó con ellos un tratado en el que se comprometía a prestarles ayuda militar a cambio
de la presencia de sus tropas en Brill y Flesinga. En ese mismo año el corso se recrudeció y, en
mayo, Felipe II ordenó la captura de todas las naves inglesas ancladas en puertos españoles. Los
corsarios ingleses (John Hawkins, Francis Drake, etc.) atacaron los navíos españoles cerca de las
costas de Galicia y Francis Drake, en sept., inició una campaña de ataque sistemático a las
colonias del Caribe, poniendo en entredicho el sist. defensivo español en el Atlántico. A finales de
abril de 1587 Drake entró en el puerto de Cádiz y capturó la flota de Nueva España, a la que
Felipe pretendía recurrir para reforzar la Invencible. Hundió 18 navíos y se llevó otros 6,
reduciendo de esta forma el nº de navíos disponibles. A su vuelta saqueó la costa del Algarve.
Para entonces el rey de España había recibido ya la propuesta de Alvaro de Bazán, 1er.
marqués de Sta. Cruz, de preparar una expedición naval contra Inglaterra, que solventase, a la
vez, el problema del control del océano y la revuelta de los P. Bajos. Había consultado también a
Alejandro Farnesio, que se había mostrado, aunque cauto, de acuerdo con el proyecto. En los
meses siguientes, la idea de la invasión de la isla tomó cuerpo. Santa Cruz y Farnesio enviaron al
monarca sus planes respectivos para la campaña, que resaltaban, sobre todo el del 2º, la
necesidad de una gran armada que neutralizara el poder de la inglesa y asegurara el traslado de
los tercios de Flandes a Inglaterra. La falta de un puerto con calado suficiente para que atracaran
los galeones inclinó a Felipe II hacia la posibilidad de que éstos realizaran la travesía del canal de
la Mancha en barcazas, escoltados por la escuadra.
En la década de 1580 los ingresos de la Corona procedentes de las Indias fueron ingentes;
estos recursos, junto con los que provenían de la Iglesia y de la fiscalidad castellana, hicieron
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posible la construcción de algunas embarcaciones y el avituallamiento de una poderosa flota. El
plan preveía la utilización de imps. medios: al final, en mayo de 1588, sus efectivos eran 130
navíos -en su mayoría buques mercantes requisados y armados con cañones-, con 11.000
hombres de tripulación y 19.000 soldados. Aparentemente, aquella flota bien merecía el nombre
de “Invencible”; sin embargo, contemplada con atención, tenía muchas debilidades. No era una
flota homogénea; los galeones, los buques + poderosos y los + adaptados a las aguas profundas
del Atlántico, apenas llegaban a 20, poderosos, eso sí, pero no suficientes; había también
galeazas armadas, procedentes del Mediterráneo pero poco acostumbradas a maniobrar en el
Atlántico; y finalmente había otro grupo heterogéneo de barcos, galeras, urcas, zabras, etc., de
procedencia muy irregular.
Farnesio había fijado la fecha de la invasión para oct. de 1586, pero la “Armada Invencible” no
estaba lista, a pesar de que los astilleros aceleraron su activ. y se hicieron toda clase de
esfuerzos, econó. y políticos para activar el aprovisionamiento. La ejecución de María Estuardo,
en feb. de 1587, precipitó el plan de invasión. La operación debía celebrarse en 2 fases. Una vez
concentrada la flota en España, se dirigiría a los P. Bajos, donde recogería a parte de las tropas
de Farnesio, que posteriormente desembarcarían en territorio inglés. La Gran Armada debía haber
sido mandada por Santa Cruz, un ilustre marino, cuya carrera se había consolidado desde
Lepanto hasta el combate de las Azores; pero murió y fue sustituido por Alonso Pérez de Guzmán,
7º duque de Medinasidonia, capitán general de Andalucía y experto admin. en temas militares y
navales, pero sin conocimiento alguno del mar y mucho menos de la guerra naval. El 20-5-1588 la
Armada Invencible salió de Lisboa, bordeando con dificultades la costa hasta La Coruña, donde se
pertrechó de agua y alimentos. Hasta el 21 de julio no abandonó este puerto, para entrar, una
semana después, en el canal de la Mancha.
El duque no quiso atacar la flota inglesa mientras permaneciera fondeada en Plymouth.
Comprobó que era imposible encontrar un puerto para embarcar las tropas, porque los “mendigos
del mar” bloqueaban el litoral. El 9 de agosto decidió renunciar a la invasión. En vez de dar media
vuelta, la Armada puso rumbo al N. para llegar a España rodeando las I. Británicas, pasando entre
las Orcadas y las Shetland. Este plan se llevó a cabo con grandes pérdidas.
El primer enfrentamiento serio con los ingleses ocurrió a la altura de Calais. Poco + tarde,
frente a Gravelinas, la flota británica dispersó a las naves españolas. Los vientos impulsaron
hacia el N. a los restos de la escuadra, que, ante la imposibilidad de volver al Canal y acudir al
encuentro de Farnesio, optó por un largo y duro regreso rodeando las I. Británicas. Nuevas
tormentas, a la altura de Irlanda, remataron el desastre. Aún así algo + del 50% de las
embarcaciones (67) logró llegar al puerto de Santander.
La derrota de la Invencible se debió a una serie de factores. Indudablemente, Felipe II calculó
mal las posibilidades de invasión de Inglaterra y el apoyo de los católicos ingleses; hubo además
una falta de coordinación con la infantería flamenca pero, en lo fundamental, se trató de 2
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conceptos difs. de guerra naval. España optó por enviar poderosos galeones equipados con
artillería pesada de corto alcance, con la intención de dañar la capacidad marinera de los barcos
ingleses y abrir la posibilidad de abordaje. Inglaterra apostó por artillería de largo alcance, con lo
que sus buques pudieron mantenerse a distancia de los españoles; su mayor movilidad les
permitió huir del enfrentamiento.
La operación fue un fracaso, pero no tuvo unas consecuencias tan dramáticas como se ha
afirmado. España no tuvo pérdidas materiales imps. y conservó el dominio de los mares. En pocos
años reconstruyó su potencia naval y pudo seguir protegiendo eficazmente los galeones de las
Indias cuando navegaban en convoy. Los ingleses tuvieron que conformarse, como antes de
1588, con atacar por sorpresa los barcos aislados y los puertos. Las consecuencias políticas y
psicológicas fueron + amplias: la Europa protestante consideró, desde entonces, que el poder
español había sido doblegado. La derrota de la Armada fue un duro golpe para el prestigio de
España y demostró que, pese a los imp. medios de que disponía, Felipe II no era invulnerable.
Felipe II nunca renunció a invadir Inglaterra. Así, en el otoño de 1597 envió nuevamente a su
Armada. Era una fuerza casi tan ingente como la de 1588, y un testimonio evidente de la
recuperación naval española. Sus comandantes conocían las tácticas navales inglesas, y contaría
con la cooperación de un destacamento de tropas procedentes de Bretaña, ocupada por los
españoles. Su destino era Falmouth. Mientras se aproximaba al Canal de la Mancha, al mismo
tiempo que la flota inglesa que regresaba de las Azores, sufrió el embate de una tempestad del
NE. y tuvo que dispersarse. Ésa fue la última Armada que Felipe II envió contra Inglaterra. Para
entonces sus recursos habían disminuido hasta un punto crítico, pues durante los 2 últimos años
no sólo había luchado contra los ingleses y los holandeses, sino también contra Francia.
LA ANEXIÓN DE PORTUGAL.
La relación entre Portugal y su poderoso vecino había sido muy estrecha desde siempre, a
pesar de que no siempre fue cordial. Manuel el Afortunado (1495-1521 se casó 3 veces en el
círculo familiar de los RRCC y las dispensas papales para permitir dichas uniones, prohibidas por
el grado de parentesco, fluían regularmente de Roma a Lisboa. La familia gobernante de Portugal
había proporcionado, a su vez, un aprovisionamiento regular de hijas a la casa de Austria. El
emperador Carlos V se casó con Isabel de Portugal en Sevilla el 11-3-1526. El hermano de ésta,
Juan III (1521-1557) tomó como esposa a Catalina, hermana de Carlos V y la única de los hijos
que había vivido con su madre Juana la Loca en su lúgubre retiro. Los Habsburgos procuraban
realizar estas dobles alianzas juzgando que les concedía mayor seguridad política y, debido a los
avatares de la mortalidad, algunas veces conseguían aumentar de manera insospechada sus
territorios.
Casi 20 años + tarde, como parte de su gran proyecto para aislar a Francia, el emperador
preparó el matrimonio de 2 de sus hijos con princesas portuguesas. En 1543, María de Portugal
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se convirtió en la 1ª de las 4 esposas de Felipe II. Falleció 2 años después, a los 18 años recién
cumplidos, el 12-7-1545, tras dar a luz a un hijo, don Carlos, el 8 de julio. Llegado el momento, el
hermano de la princesa mostraría aún mayor fragilidad. El infante Juan Manuel se casó a la edad
de 15 años y medio con Juana de Castilla, hermana de Felipe, en enero de 1552. A los 2 años (el
2-1-1554) había muerto. De la unión nació un hijo póstumo el día de san Sebastián (20-1-1554)
por lo que se le bautizó con este nombre, al que se añadió el apodo de El Deseado. La joven
viuda, Juana de Castilla, reaccionó a su aflicción de una forma que recordaba a su demente
abuela del mismo nombre. A los 4 meses de haber dado a luz, volvió a Castilla, abandonando a su
hijo al cuidado de su abuela paterna, la reina Catalina. La independencia portuguesa dependía de
la vida de este niño. Si moría en la infancia o sin sucesión, se lucharía seguramente por la
posesión del trono, y el contendiente + poderoso sería su tío, Felipe II de España, hijo, a su vez,
de una princesa portuguesa.
La reina madre gobernó Portugal desde 1557 hasta 1562. Le sucedió en la regencia su
cuñado, el cardenal Enrique, que gobernó en nombre del rey hasta su mayoría de edad, a los 14
años, en 1568. Las condiciones econó. del reino a mediados del siglo eran inquietantes. Bajo Juan
III el gasto había aumentado de forma incontrolada y el resultado fue que en 1541 las deudas del
Gobierno llegaban a 1.036.920 cruzados y debía pagar intereses del 25% en préstamos
adicionales. La hacienda pública no podía contar con rentas suficientes para cubrir estas cargas.
A mediados del S. XVI las repúblicas italianas se habían convertido de nuevo en los grandes
proveedores y distribuidores de las especias del Extremo Oriente. Esta recuperación incidió en los
beneficios de la ruta marítima a las Indias, que los portugueses abrieron y que habían guardado
celosamente. Se encontraban por todas partes indicios de dificultades comerciales. El comercio
con China se había suspendido por completo entre 1548 y 1553, y en 1549 los establecimientos
portuarios portugueses de Amberes, en aquel momento el centro mercantil del mundo, se habían
cerrado definitivamente. El carácter del Imperio portugués estaba cambiando de forma
fundamental. Las Indias Orientales no aseguraban ya los grandes beneficios de otras épocas y el
coste de la defensa de las factorías de ultramar, así como las pérdidas por desastres naturales,
disminuían continuamente los beneficios comerciales. Andando el tiempo, los intermediarios
europeos, especialmente los holandeses, con + recursos financieros y mejor armados,
empezarían a asaltar las factorías portuguesas.
Mientras disminuían las ventajas del Imperio de las Indias, otras regiones llamaban la atención.
En las capitanías del N. del Brasil la caña de azúcar se estaba convirtiendo en un cultivo rentable.
Algunos observadores con intuición vieron la posibilidad de transformar el Imperio en una empresa
atlántica. Un historiador ha dado mucha imp. al programa del grupo que mostró una actitud
decidida y la expresó en las Cortes de 1562. Este lobby o partido en embrión recomendaba que se
recuperaran los fuertes que Portugal poseía en la costa marroquí antaño, y que habían sido
abandonados en la época de Juan III en aras de la econ. Este plan no era + que un elemento de
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un proyecto + amplio. Sus defensores deseaban reconstruir un imperio en el cual los cereales, el
cuero y el oro fueran importados del N. de África, y el azúcar, en sustitución de la importación de
las especias de Extremo Oriente, cada día + disminuidas, se importaría del Brasil. Si se aceptaba
esta política, llegaría un momento en que sería el Atlántico y no el O. Índico la verdadera ruta del
Imperio. La reina Catalina y el cardenal Enrique se enfrentaron con denuedo a la situación econó.
Se daban cuenta de que, limitados por los recursos que poseían, había que reducir al mínimo las
complicaciones coloniales. Ninguno de los 2 sentía gran entusiasmo por recuperar los fuertes del
N. de África. Desgraciadamente no utilizaban idéntico sentido de la prudencia cuando se trataba
de los asuntos internos. En sus continuas discusiones con el cardenal Enrique, la reina solicitaba
de vez en cuando el apoyo moral de su sobrino, Felipe de España, y el cardenal hacía
exactamente lo mismo. Don Antonio, el prior de Crato, un posible aspirante al trono a pesar de su
cuna ilegítima, también trataba de buscar apoyo y estímulo en el rey de España, por lo que Felipe,
sin mover un dedo, se convirtió en árbitro aceptado de las disputas surgidas entre los miembros
de la casa real portuguesa. Cuando el prior de Crato buscó refugio en Castilla durante 18 meses
(1565-1566), Felipe resolvió el problema enviando a Lisboa a un agente confidencial, Cristóbal de
Moura, portugués de nacimiento. Felipe había conseguido un derecho de intervención casi
obligado.
Al cumplir los 14 años, Sebastián asumió el poder. Sebastián, personaje algo inestable, estaba
dominado por una idea: la cruzada contra el Estado de Fez, que culminaría con un duelo a muerte
entre él y el rey de los infieles. Se ha tratado de explicar esta obsesión como un plan racional que
reflejaba los indudables cambios que ocurrían en la econ. del imperio. Pero parece inverosímil
atribuir al obstinado Sebastián una comprensión a fondo de los movs. de las fuerzas econó.
El rey tomó tierra en el suelo africano por 1ª vez en 1574. Su propósito era inspeccionar los
enclaves portugueses de Tánger y Ceuta. 2 años después se encontró con su tío en el
monasterio de Guadalupe, escenario de tantos encuentros históricos. En el curso de varias
conversaciones protocolarias (22-12-1576/1-1-1577) Sebastián pidió a Felipe que le concediera 2
cosas, la mano de su hija mayor, a lo que el rey se negó a comprometerse, y ayuda para realizar
una cruzada en el N. de África. Para conseguir la ayuda española, habló del proyecto de un
ataque de los otomanos a los puertos atlánticos de Arzila y Larache. Felipe sabía que los ejércitos
turcos estaban inmovilizados por las operaciones del Cáucaso y consideraba que no se ganaría
nada provocándoles, en un momento en que España estaba también comprometida a fondo en los
P. Bajos. El principal consejero de Felipe, el duque de Alba, era también escéptico sobre el tema.
Observó que el ejército portugués hacía + de 100 años que no había planteado la creación de una
fuerza bien equipada y con un jefe competente. Si esta aventura tan mal preparada llegaba a
llevarse a cabo -y con don Sebastián todo podía suceder-, sería necesario reclutar a mercenarios
extranjeros para conseguir un ejército algo sólido.
El rey de Portugal había planeado en un principio salir hacia África en 1577. Su optimismo era
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sup. a sus recursos. Hubo que recaudar impuestos adicionales y los preparativos no pudieron
completarse hasta el año siguiente. El ejército portugués desembarcó en Arzila, en la costa
norteafricana, sin encontrar oposición alguna (14-7-1578). El objetivo principal de la expedición
era el puerto de Larache, + hacia el S. Puesto que los buques que habían transportado al ejército
desde Portugal estaban todavía dispuestos, las tropas podían haberse reembarcado y haberse
transportado hasta Larache, que en este caso hubiera podido ser atacado desde el mar. Pero
Sebastián estaba decidido a enfrentarse lo + pronto posible al enemigo, y no quiso tampoco tener
en cuenta el hecho de la superioridad numérica de sus oponentes, reforzados, además por los
moriscos emigrados de Andalucía, conocedores de las tácticas cristianas y sedientos de
venganza. Las fuerzas portuguesas se dirigieron hacia el interior. En la batalla de Alcazarquivir (4-
8-1578) el ejército fue totalmente derrotado, sus jefes capturados y su impetuoso comandante
falleció en la acción.
La aniquilación del ejército portugués provocó una crisis de graves resultados. El país se había
empobrecido en hombres y dinero. Después de la batalla, también habían desaparecido la
mayoría de los nobles, muertos o cautivos. El país se enfrentaba con una perspectiva muy real:
ser gobernado por un rey extranjero. Al confirmarse la noticia de la muerte de don Sebastián, el
cardenal Enrique, tío abuelo del rey fallecido, le sucedió en el trono. Se habló de que pudiera ser
dispensado de las sagradas órdenes para que pudiera casarse y procrear un heredero. Esta
propuesta rayaba en el absurdo. Al ser coronado, el cardenal tenía 66 años, era sordo, medio
ciego, desdentado y de mala salud. Incluso en el caso de que hubiera sido mecánicamente capaz,
y de que se llegara a encontrar a alguna mujer dispuesta a sacrificarse heroicamente, había pocas
posibilidades de continuar la dinastía de Avis.
Felipe de España mandó a Lisboa una delegación con instrucciones para que le representara.
El jefe oficial era el duque de Osuna, cuya hermana se había casado con el duque de Aveiro, de la
gran nobleza portuguesa, y un enemigo tradicional de la otra principal dinastía noble, la de los
Braganza, lo que resultaba muy útil. Sin embargo, el cerebro real de la delegación era Cristóbal de
Moura. Éste fue quien llevó con discreción ejemplar todos los tenebrosos aspectos de la misión
diplomática y, cuando fue necesario, llegó claramente hasta el soborno. Sobrino de Lorenzo Pires
de Távora, había sido enviado de niño a España como paje de doña Juana, madre del rey don
Sebastián. Cuando ésta volvió de nuevo a España, en 1574, Cristóbal de Moura la siguió y
finalmente se introdujo entre los oficiales + próximos a Felipe II.
Para pretender la corona de Portugal el Austria se basaba en el derecho hereditario (la madre
de Felipe era princesa real), y en la amenaza de la fuerza. Había, sin embargo, 2 candidatos + a
tener en cuenta. El prior de Crato, don Antonio, nacido en 1531, de la unión entre el infante Luis
(1506-1555) y Violante Gomes, hija de una familia de conversos. Su hijo fue dirigido desde muy
joven hacia las sagradas órdenes. Disoluto, derrochador y muy popular, el prior pasó la mayor
parte de su vida solicitando del papa la dispensa de las sagradas órdenes. El cardenal Enrique no
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aprobaba su falta de moral y sentía por él un tremendo odio y, bloqueó todos los intentos de su
pariente para convertirse en hijo legítimo.
Si se hubiera seguido una línea de sucesión estrictamente masculina, la Corona debía de
recaer en Catalina, duquesa de Braganza. Descendía por línea masculina de Manuel el
Afortunado, mientras que los demás pretendientes descendían por línea femenina. Lista y
decidida, tenía el apoyo de muchos y, por lo que se decía, incluso el del mismo cardenal.
Para aconsejarse sobre la sucesión, el anciano rey cardenal reunió las Cortes en la ciudad de
Almeirim el 11-1-1580. Los partidos defendieron encarnizadamente a sus respectivos jefes,
esperando todos poder influir de una manera u otra en el soberano. Falto, de voluntad e indeciso,
no pudo decidirse claramente por ninguno, y pronto se libró de la elección. Murió el 31-1-1580. Su
trono se convirtió en la recompensa para el + fuerte. Según el enviado de Felipe, Cristóbal de
Moura, un grupo apoyado por la parte + imp. del clero argüía que no se podía luchar contra el
pretendiente Habsburgo y, por lo tanto, que era necesario entrar en tratos con él de la manera +
favorable. Otro sector apoyaba a la duquesa de Braganza. Esta había conseguido poner a su
favor no solamente a todos los servidores ducales sino también a los jesuitas y la pequeña
nobleza. Un 3er. grupo, formado por la baja clerecía y los pobres, era leal al prior de Crato.
Desde el principio las circunstancias favorecieron al pretendiente español. Cristóbal de Moura
negoció pacientemente para conseguir una ventaja. La oligarquía urbana de Lisboa se sintió
atraída por el señuelo de los beneficios que conseguirían con la victoria del Habsburgo. Para su
comercio con el Extremo Oriente, que continuaba siendo una cuestión de gran interés, los
portugueses necesitaban plata. Mucha la conseguían a través del contrabando con las colonias
americanas de Castilla. Las colonias del Brasil proporcionaban alimentos y tejidos, a través del río
de la Plata y sus afluentes, a las colonias españolas de Chile y del N. del Perú. El pago se hacía
en plata, la única exportación imp. de la región. Cuando calcularon hacia quién debía inclinarse su
lealtad, en 1580, los comerciantes de Lisboa sabían perfectamente que para mantener su precario
comercio con el Próximo Oriente necesitaban tener acceso a la plata americana controlada por el
rey de España.
Para negociar con la nobleza portuguesa, Felipe II guardaba una serie de bazas que jugó con
una habilidad magistral. El desastre de la aventura norteafricana venía en el momento oportuno.
Movido en parte por auténtica filantropía y en parte por interés propio, el rey de España pagó de
su propio bolsillo el rescate de algunos de los nobles cautivos. Insistió por vía diplomática para
que fuera liberado el duque de Barcelos, heredero de la casa de Braganza. Una vez libre, el joven
duque fue enviado a Castilla, donde fue recibido y agasajado por su pariente, el duque de
Medinaceli, pero se le negó el permiso para volver a su tierra. Cristóbal de Moura supo extraer el
máximo nº de ventajas políticas de estas acciones.
Si la duquesa de Braganza y el prior de Crato, los 2 pretendientes portugueses hubieran
llegado a un acuerdo, su oposición al candidato español hubiera resultado + eficaz, pero en 1580
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esta unidad no existió entre los portugueses. Felipe se hizo suyo al duque de Braganza y a su
esposa accediendo a algunas de sus peticiones, las menos desaforadas. Se incorporaron al título
ducal una serie de tierras y de títulos, incluido el de condestable. La pareja ducal, al aceptar la
generosidad de Felipe II, retiró su pretensión y con ello enriqueció su casa y se guardó para
mejores momentos.
El prior de Crato tenía + ambición que sus primos, o quizá era + decidido. En junio de 1580, el
prior se proclamó rey en su fortaleza de Santarem. Sin un inesperado cambio de la suerte sus
posibilidades eran pocas. De los 5 gobernadores nombrados por el cardenal Enrique para regir
Portugal después de su muerte, solamente uno estaba claramente al lado de don Antonio. Sus
recursos personales eran muy pocos.
El 13-6-1580, casi una semana antes de que don Antonio se proclamara rey, el ejército del
Habsburgo, mandado por el duque de Alba, inició su marcha. Todo ocurrió según el plan previsto.
Las ciudades del camino real de Badajoz a Lisboa cayeron rápidamente. El intento del prior de
inmovilizar al ejército invasor en el puente de Alcántara no fue + que una honrosa escaramuza
(25-8-1580), y sus tropas se dispersaron después de un ataque que no duró + de 2 horas. Don
Antonio huyó hacia el N., esperando convertir Oporto en un centro de resistencia organizada, pero
muy pronto fue desalojado por una columna volante mandada por otro veterano de las guerras de
Flandes, Sancho de Ávila. Por un momento se habló de que el prior llevaría su lucha hasta el
Brasil, un 1er. ej. del Nuevo Mundo equilibrando la balanza del Viejo, pero no llegó a realizarse.
La resistencia a la dominación española continuó en las Azores hasta mucho después de que
hubiera cesado en el continente. Los partidarios de don Antonio consiguieron controlar las islas +
imps., y recibieron una ayuda sustancial de Francia. En el verano de 1581 fracasó un intento de
los españoles para apoderarse de la isla de Terceira, pero esta victoria del prior fue aislada y le
dio unas esperanzas que resultaron fallidas. En 1582, una flota española mandada por Alvaro de
Bazán, familiarizado desde muy joven con estas aguas, se encontró con una fuerte escuadra
francesa en aguas de la costa portuguesa. La derrota de los franceses durante los 2 días que duró
la batalla de Vila-Franca do Campo (25/26-7-1582) decidió la suerte de las Azores. A pesar de que
durante el siguiente año los franceses pudieron aprovisionar su base de la isla de Terceira, no
pudieron impedir la toma de tierra de los españoles (24-7-1583). La guarnición capituló, y con ello
desapareció toda oposición. Felipe de España, gracias a la valía de sus servidores y a la división
entre sus enemigos, se había convertido en el señor indiscutido de Portugal y de su imperio.
Felipe II fue presentado a los representantes de la nación portuguesa en las Cortes de Tomar
(12-4-1581). Allí, Felipe juró solemnemente observar las costumbres de Portugal, sus leyes y
estatutos. Se comprometió a nombrar únicamente a los nativos de Portugal para los cargos de
beneficio y honor, promesa que cumplió al pie de la letra. También prometió que los impuestos se
emplearían en las necesidades de Portugal y no en favor de objetivos de Castilla, compromiso que
también fue respetado por el rey y por sus descendientes. Los portugueses consiguieron también
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una concesión adicional y secreta, ya que no podía reconocerse públicamente. Las autoridades
castellanas harían la vista gorda a las activ. de los intermediarios portugueses que utilizaban la
ruta prohibida del río de la Plata para enviar mercancías desde los establecimientos portugueses
del Brasil a las minas de platas del virreinato del Perú. La tolerancia duró hasta la década de
1630. Los notables reunidos en Tomar esperaban que su nuevo soberano utilizaría su poder naval
para defender el Imperio de ultramar. Esta suposición no carecía de motivo y Felipe estaba
dispuesto a cumplir su obligación. Pero ni el rey ni sus súbditos podían prever el fantástico crec.
de la marina mercante holandesa, que antes de acabar el siglo, amenazaría los monopolios
ibéricos, tanto en el Extremo Oriente como en aguas americanas.
Los portugueses dejaron sentado muy claramente en las Capitulaciones de Tomar que, en
ausencia del rey, deseaban ser gobernados por un príncipe de sangre real. Pensaban en el
infante don Diego, pero cuando Felipe dejó la capital portuguesa, a principio de 1583, nombró
como representante a un sobrino, el cardenal archiduque Alberto de Austria. Se conoce poco
sobre el gobierno del archiduque. La apertura de las hostilidades contra los ingleses en 1585 y el
peligro continuado de los rebeldes holandeses obligó a estacionar tropas, castellanas en su mayor
parte, en las ciudades estratégicas, de Oporto, Cascaes y Setúbal. En 1591 el cardenal
archiduque trató de imponer un impuesto especial para compensar los gastos de la defensa de la
costa y del mantenimiento de una flotilla para proteger la flota de alta mar de las depredaciones de
los corsarios. Aunque dicho impuesto se concedió por fin, sirvió de poco para disminuir las
amenazas de los piratas. Muchos se quejaban de que el país gozaba de una forma de gobierno
muy próxima a la ley marcial. En realidad, la imagen de los Habsburgos como opresores no era
cierta. En el presupuesto de Castilla para 1594 se destinaba una cantidad de 510.000 ducados
para el mantenimiento de las guarniciones de Portugal y de sus colonias, así como de las galeras
que patrullaban en la línea de costa. Dicha cantidad representaba el 8,3 % del gasto total del
Imperio. De hecho, el reino portugués se convirtió en otra enorme sangría de los recursos de los
Austrias.
Después de haber retirado al archiduque de su cargo, en 1593, Portugal fue regido por una
comisión de notables. 4 figuras señeras de Portugal, cada una de ellas distinguida por el papel
que habían jugado en favor de la sucesión castellana, ostentaban el poder ejecutivo. La solución,
muy poco corriente en el sist. de gobierno de los Habsburgos, tenía la ventaja de satisfacer a
ambas partes. Los + fieles seguidores de Felipe de la aristocracia gobernante se veían
recompensados y, además, se concedía a Portugal un gobierno regido por portugueses. Cuando
se puso fin a este experimento, en 1599, se siguió manteniendo el principio de la nacionalidad.
Cristóbal de Moura, marqués de Castel Rodrigo desde 1594, fue enviado a Lisboa en parte como
una maniobra para proporcionarle un exilio honorable que le alejara de la corte castellana. Hacía
45 años que había abandonado su tierra natal en calidad de paje; volvía a ella como virrey.
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El reinado de Felipe II en Portugal se vio acompañado por un largo período de tranquilidad
después del débil gobierno de la reina Catalina y de la locura de su nieto. Por muchas críticas que
se le hicieran en aquel momento o + adelante, el 1er. rey Habsburgo hizo lo posible para respetar
las libertades y derechos de sus súbditos. En Tomar surgió una monarquía dual en la cual el socio
+ joven consiguió muchas ventajas, pero así y todo el trato pronto se demostró insatisfactorio,
sobre todo porque estaba basado en supuestos injustificados. Muy pronto Portugal se vio envuelto
en una larga guerra contra Inglaterra y también, y mucho + peligrosa en cuanto a sus intereses
comerciales, contra los holandeses. A pesar de todos los esfuerzos que realizó la dinastía
Habsburgo, Portugal vio cómo sus posesiones del Extremo Oriente eran saqueadas regularmente
por los hombres y naves de las 7 Provincias y la misma situación parecía repetirse en el Atlántico.
En 1630, momento en el cual las autoridades castellanas decidieron apretar + las ligaduras con un
impuesto imperial, distinto por completo de los impuestos exclusivamente nacionales, y también el
momento en que los ministros del rey, para reforzar el monopolio comercial de Castilla en sus
posesiones americanas, prohibieron, entre otras cosas, el contrabando del río de la Plata, los
portugueses descubrieron la existencia de motivos suficientes para poner en tela de juicio sus
lazos con su vecino. Esta vez, la casa de Braganza actuó en la sombra hasta encabezar una
oposición sin divisiones, y los conspiradores encontraron en el cardenal Richelieu un protector +
seguro que Catalina de Médicis y su inquieta corte.
RELACIONES CON EL PAPADO.
Los papas con los que tuvo que relacionarse el monarca español consideraban que Felipe II, al
igual que sus antecesores, utilizaba su prestigio como soberano católico para alcanzar objetivos
fundamentalmente políticos. No se puede negar que Sixto V sentía una profunda y personal
aversión hacia España y una pobre consideración de su monarca, pero estas opiniones no fueron
exclusivas de un solo pontífice. Estallaron conflictos entre Felipe II y prácticamente todos los
papas con los que se relacionó, lo que hace imposible explicar esos conflictos por motivos
personales e induce a pensar en la existencia de una causa + profunda y permanente. El
protestantismo poco tenía que temer de la cooperación entre España y Roma. Entre ambos
poderes era + frecuente el enfrentamiento que la cooperación, y aquél se centraba en 2 aspectos
principales: la jurisdicción eclesiástica y la política exterior.
En el S. XVI, el dominio de la Iglesia por parte de la corona era, con toda probabilidad, mayor
en España que en ninguna otra parte de Europa, incluidos países protestantes con un sist. de
corte erastiano. Desde el reinado de Fernando e Isabel, la Iglesia española fue reformada con la
participación activa de la corona, que consiguió suspender la plasmación práctica de la
supremacía papal. Una de las razones que impulsó a la corona a conseguir el derecho de proveer
los obispados y abadías era la de protegerse de los abusos del papado, cuyo nepotismo en
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España era palmario. Ese derecho, por el que luchó la corona desde 1479, fue finalmente
conseguido por Carlos V en 1523, cuando su antiguo tutor, Adriano VI, le concedió a perpetuidad
el derecho de nombramiento de los obispos. Felipe II disponía de unos beneficios eclesiásticos
cuyas rentas suponían enormes cantidades de dinero y ejercía un dominio absoluto sobre el clero,
que no se preocupaba de Roma sino de la corona. Los nombramientos eran precedidos de
acuerdos financieros, en virtud de los cuales los agraciados con la designación se comprometían
a pagar a la corona un porcentaje de sus rentas.
Apoyándose en el argumento de que el rey era el protector de sus súbditos, incluido el clero, y
que aquéllos tenían derecho de apelar ante él, mientras que Roma estaba demasiado distante, la
corona controlaba los tribunales eclesiásticos a través del Consejo de Castilla, que se consideraba
a sí mismo como un tribunal eclesiástico de apelación y, con el apoyo de la jerarquía española, se
opuso en todo momento a las apelaciones a Roma. Para el papado, este proceder era contrario a
los decretos del Concilio de Trento y se quejó de ello. Sin embargo, mediante un decreto del 27-
10-1572, el Consejo de Castilla declaró nulos y sin valor los breves papales que citaban a españo-
les ante tribunales extranjeros en los procesos eclesiásticos. Esto impedía a los tribunales
eclesiásticos de Roma ejercer jurisdicción alguna en España.
Para conservar y ampliar sus prerrogativas eclesiásticas Felipe II libró una lucha implacable
con el papado, factor permanente en sus relaciones políticas. No obstante, el clero español se
encontraba en un dilema. Si bien debía sus nombramientos a la corona, no podía, o no quería,
contradecir al papa. En este contexto no le preocupaban tanto los principios como las dificultades
prácticas que podía acarrearle a Felipe II su comportamiento. Como inquisidor general, el
cardenal Quiroga tuvo buen cuidado de consultar tanto al papado como a la corona todas las
cuestiones referentes a los derechos jurisdiccionales. Si Felipe II desafiaba la autoridad de Roma
podía perjudicar su propia autoridad al romper la unidad católica y debilitar la autoridad cristiana
tradicional a los ojos de sus súbditos. El papa podía ser extremadamente útil para España, sobre
todo en tiempo de guerra, para conseguir, con su influencia religiosa, que la opinión pública
mostrara su adhesión a la política del gobierno.
El monarca español necesitaba el apoyo material y moral del pontífice, pues los intereses
financieros de la corona estaban ligados a los del papado. En su condición de cabeza suprema
de la Iglesia el papa disponía indirectamente de rentas eclesiásticas sin las cuales Felipe II se
habría visto sin recursos en muchas de sus empresas. Por esa razón, aunque sus embajadores
amenazaran ocasionalmente al papa con el cisma, el papado era demasiado imp. como para que
Felipe II pudiera prescindir de él.
Después de su desastrosa experiencia con el pontífice Pablo IV, violentamente antiespañol,
con quien estuvo en guerra durante los 2 1os. años de su reinado, Felipe II influyó de forma
decisiva en el cónclave de 1559, en el que sus esfuerzos parecieron verse recompensados con la
elección de Pío IV, cuya actitud, especialmente en los asuntos financieros, fue complaciente en un
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principio. Sin embargo, Felipe II forzó en demasía esa amistad y en 2 asuntos destacados chocó
con el papado por una cuestión de principio, los decretos del Concilio de Trento y el caso del
arzobispo Carranza. El rey y sus representantes no tardaron en descubrir que les iba a resultar
aún + difícil intimidar a Pío V, para quien la suprema autoridad de la Iglesia debía de ser real y no
simplemente nominal. No estaba dispuesto a ceder a las presiones españolas y, especialmente, a
reconocer la jurisdicción de la corona sobre el clero. Al principio se negó a conceder el subsidio y
la cruzada. Entre otras cosas, le escandalizaba la forma en que se predicaba y comercializaba la
2ª. Sin embargo, el punto en el que Pío V hizo gala de una mayor firmeza fue en la decisión de
trasladar a Roma el caso Carranza. El papa exigía que Carranza fuera juzgado en Roma,
mientras que la Inquisición española, apoyada por el monarca, se negaba a entregarlo. Re-
quesens comunicó al pontífice que el rey consideraba que no podía garantizar la preservación de
la religión en sus dominios sin defender a la Inquisición en cualquier circunstancia. Pero había
otro aspecto en juego, y Pío V puso el dedo en la llaga cuando observó que Felipe II deseaba
prolongar el proceso eternamente porque entretanto disfrutaba de las imps. rentas de la sede to-
ledana. Finalmente, Felipe II cedió y, tras permanecer en la cárcel de Valladolid + de 7 años,
Carranza partió hacia Roma en dic. de 1566. Todo se hizo de tal forma que la Inquisición
española consiguió no salir malparada, pues el papa permitió que Felipe II enviara tantos
inquisidores como deseara al tribunal de Roma. Por otra parte, la táctica del gobierno y la
Inquisición españoles provocó interminables retrasos, de manera que sólo 9 años + tarde y
después de que 3 papas sucesivos se ocuparan del caso se alcanzó una decisión en Roma.
Carranza fue, declarado inocente del cargo de herejía, y se le condenó a 5 años de reclusión,
durante los cuales no podría ejercer sus funciones como arzobispo. Carranza murió 2 meses
después de que se pronunciara la sentencia.
Mientras tanto, aunque continuaba el conflicto sobre la jurisdicción, Pío V no podía permanecer
alejado de España. Su ardiente deseo de organizar una liga cristiana contra los turcos lo obligó a
buscar una alianza con Felipe II, cuyo resultado fue la org. de la liga santa y la destrucción de la
flota turca en Lepanto en oct. de 1571. Después de Lepanto, España, no menos que Venecia,
comenzó a retirarse de la alianza y, a pesar de las presiones papales, Felipe II inició una política
de repliegue con respecto al Turco. No hubo, pues, una cruzada en el Mediterráneo.
La posibilidad de adoptar posturas políticas divergentes se había manifestado también en los
P. Bajos, aunque en último extremo el análisis del papa y de España coincidían. Para Felipe II la
unidad religiosa era la condición indispensable para la unidad política y, en consecuencia, no
estaba dispuesto en modo alguno a tolerar la herejía. Roma, ante la imposibilidad de actuar por sí
sola, consideraba que la única esperanza para el catolicismo en los P. Bajos residía en el éxito de
la causa española. Pasó algún tiempo antes de que avanzaran de la mano la política papal y
española en los P. Bajos. En un principio, Felipe II tuvo que enfrentarse al papa, además de a los
rebeldes. Desde los 1os. meses de 1566, Pío V instó al monarca español a trasladarse
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personalmente a los P. Bajos, poniendo de relieve que su presencia allí era la única garantía para
la Iglesia. El rey respondía siempre con evasivas.
Había otro aspecto en el que el monarca español tampoco coincidía con el papa. Mientras Pío
V deseaba una solución pacífica, un acuerdo negociado, Felipe II estaba llegando a la conclusión
de que sería necesario recurrir a la fuerza. Finalmente, convenció al papa de que sólo un ejército
podía solucionar el problema. El papa habría preferido que se pusiera el énfasis en su carácter
religioso, que fuera calificada como una guerra contra herejes, + que la supresión de una rebelión.
Pero el punto de vista español era distinto: tenía que ser una guerra contra unos súbditos
rebeldes, e iniciada por razones de Estado. En definitiva, fue éste el punto de vista que se
impuso. A los ojos de los españoles, se trataba de una guerra de castigo contra unos súbditos
rebeldes que se resistían a su legítimo soberano. El hecho de que Felipe II pretendiera que
quedara en un 2º plano el aspecto religioso no significa que no pensara que los motivos religiosos
eran de peso.
Donde no aparece ambigüedad alguna es en la actitud de Felipe II respecto a Inglaterra: se
negó a alinearse con el papado y actuó guiado por consideraciones políticas y no religiosas. Es
perfectamente conocido que durante mucho tiempo rechazó los planes de una agresión católica
contra Inglaterra y que intentó proteger a Isabel I de la hostilidad del papado, porque no quería
favorecer los intereses de María Estuardo, reina de Escocia y de Francia. Por 2 veces impidió la
excomunión de Isabel I, en 1561 y en 1563. Todavía en 1570, cuando finalmente se hizo pública
la bula papal de excomunión sin haber consultado al monarca español, prohibió que fuera
publicada en sus estados e hizo cuanto estuvo en sus manos por impedir que llegara a Inglaterra.
Sin embargo, en 1569 Felipe II contempló la posibilidad de tomar alguna medida contra Inglaterra,
pero esto nada tenía que ver con los deseos del papa ni con los objetivos religiosos. Se trataba
de dar respuesta a una serie de provocaciones contra barcos españoles y contra el comercio de
España. Autorizó a Alba a preparar un ataque armado contra Isabel I, afirmando que el camino de
la fuerza parecía ser el único posible. Pero la decisión de actuar tenía que tomarla el duque de
Alba, que se consideraba árbitro de la política española en el norte de Europa y que fue lo
bastante prudente como para comprender que era una locura intentar una expedición de esa
naturaleza. Su postura era que la vía de la negociación sería mucho más fructíferas. En julio el
rey instó a Alba a preparar una expedición contra Inglaterra para cooperar en el derrocamiento de
Isabel I y su sustitución por María Estuardo, reina de Escocia. Pero una vez + era al duque de
Alba a quien correspondía tomar la iniciativa. Alba comunicó al rey que no había que confiar en
los conspiradores, y una vez + Felipe II estuvo de acuerdo con esa apreciación. Tras el fracaso
de la conspiración de Ridolfi, Felipe II adoptó una actitud de indiferencia respecto al destino de los
católicos ingleses. No hubo, pues, cooperación entre Felipe II y Gregorio XIII para una acción
contra Inglaterra. La defensa de sus intereses en los P. Bajos, en Portugal y en América eran
problemas + acuciantes que la org. de una cruzada contra Isabel I. Cuando finalmente decidió
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organizar una expedición para invadir Inglaterra, no lo hizo por motivos religiosos, sino por
razones de índole política y econ. Su objetivo era golpear en el origen de los ataques ingleses
contra España y el imperio.
La elección de Sixto V en abril de 1585 fue un revés para las aspiraciones de Felipe II. En un
principio, Sixto V, impulsado por su desconfianza respecto a Felipe II y el poder español, se
manifestó partidario de una actitud pacífica ante Isabel I. Después de la ejecución de María
Estuardo, el propio papa puso fin a ese engaño pero nunca dejó de admirar a Isabel I. Sin
embargo, el papa no podía oponerse a la expedición de Felipe II contra Inglaterra. Así pues,
aunque lamentó que fuera necesario poner en pie de guerra la Armada Invencible y deploró la
lentitud española, prestó su apoyo econó. y moral en el tratado de julio de 1587. En el aspecto
jurisdiccional, el enfrentamiento entre el papa y el monarca continuó con su habitual crudeza y una
serie de disputas menores sobre títulos, primacía, protocolo y jurisdicción se convirtieron en
problemas graves. Felipe II interrumpió su correspondencia con el papa y sólo se comunicaba
con él a través de su embajador. Tras la derrota de la Invencible fue + difícil aún convencer a Sixto
V para que satisficiera el subsidio. Según los términos del tratado, el papa debía al monarca
español un millón de escudos en concepto de subsidios, que el embajador reclamaba ahora. El
papa se negó a pagar afirmando que las cláusulas del tratado no justificaban ese pago, que sólo
debía realizar en el supuesto de que se produjera un desembarco en Inglaterra. De hecho, el
fracaso de la Invencible destruyó por completo las ya frías relaciones entre los 2 aliados. Sixto V,
profundamente irritado, comenzó a poner en duda el poder y la capacidad de Felipe II, y a
reprocharse haber desperdiciado su tiempo y su dinero. Sin embargo, fue algo + que la simple
falta de fe lo que llevó a Sixto V a adoptar reservas con respecto a su aliado. El problema francés,
a propósito del cual se produjo el último enfrentamiento entre Felipe II y el papado, arruinó por
completo sus relaciones e hizo que afloraran de la forma + patente sus discrepancias políticas y
religiosas.
En sept. de 1585 se declaró herejes a Enrique de Navarra y a Enrique de Borbón y se los
incapacitó para ocupar el trono de Francia. Sixto V no tardó en lamentar esa equivocación, y
comenzó a favorecer una política conciliadora con Enrique de Navarra, con la esperanza de
conseguir su conversión. Para el monarca español el problema esencial era el de la sucesión,
que sin embargo era secundario a los ojos de Sixto V. A los ojos del papado, Enrique de Navarra
sólo tenía que retornar al seno de la Iglesia para alcanzar la condición de elegible al trono de
Francia. Felipe II previó esta posibilidad y afirmó que su conversión sería fingida, por lo que se
negaba a aprobar bajo cualquier pretexto la candidatura de Enrique de Navarra. En
consecuencia, a lo largo de los años 1587-1588 dejó claro en Roma que, si el papa aceptaba la
conversión y la candidatura del mencionado Enrique, se opondría y lucharía con todas sus
fuerzas, aunque ello significara la desmembración de Francia. Sixto V comenzó a favorecer una
reconciliación con la monarquía francesa por motivos personales y políticos. La opinión española
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se sintió ultrajada. Finalmente, Felipe II dio instrucciones a su embajador, Olivares, para que
forzara al papa a ratificar las promesas que había hecho en su favor y, en especial, a despedir al
duque de Luxemburgo, excomulgar a todos los prelados franceses que apoyaban a Enrique de
Navarra y declarar que este último, como hereje reincidente, no podía ser admitido en el seno de
la Iglesia y, en consecuencia, estaba incapacitado para ocupar el trono de Francia. El papa hizo
patente su oposición a todas esas medidas. Felipe II redobló la presión y envió a otro embajador,
con aparente éxito ya que obtuvo la promesa de que Roma nunca reconocería como rey de
Francia a quien no contara con la aprobación de Felipe II. El duque de Luxemburgo dejó de ser
recibido en audiencia, y el 19-7-1590 se concertó una alianza ofensiva y defensiva entre el
pontífice y el embajador español. En esta tesitura, la noticia de la muerte de Sixto V en agosto de
1590 fue recibida con alivio en España, donde existía la convicción de que no podía haber otro
papa que mostrara mayor enemistad hacia los españoles. Sin embargo, Clemente VIII ofreció la
misma resistencia a plegarse a la política española. En sept. de 1595, el Pontífice, decidido a no
enfrentarse con Enrique IV, designado para el trono de Francia tras su conversión al catolicismo,
reconoció al monarca que Felipe II consideraba todavía simplemente como el príncipe de Béarn y
como un hereje, y con quien se hallaba en guerra desde enero de ese mismo año.
El conflicto entre Felipe II y el papado a propósito de Francia es un perfecto exponente de los
problemas fundamentales existentes entre ambos. Felipe II creía tener derecho a decir al papa
qué era lo mejor para la Iglesia y, por su parte, el pontífice consideraba que el monarca español
confundía los intereses de la Iglesia con los intereses españoles.
LOS PAPAS DE FELIPE II, REY (1555…1558 – 1598)
IDEAS
Malas RR con el Papado. Entre ESP y PAPADO + frecuente el enfrentamiento.
PROB eran 2: jurisdicción eclesiástica y las diferencias en la POL EXT ESP.
La Iglesia ESP dominada ++ por la CORONA + que en toda EUR incluidos pp protest.
Desde 1479 los RRCC lucharon por conseguir el nombramiento de obispos para defenderse de nepotismo papal. Concedido a perpetuidad en 1523 x CARLOS I / ADRIANO VI
Dominio ++ de la Corona: control tribunales eclesiásticos por CON CAST, eran nulos breves papales q citaban a ESP en extranjero.
PROB: 2 PODERES CONDENADOS A COOPERAR: El PAPA necesitaba a ESP en Pol EXT y ESP necesitaba el apoyo financiero y rentas eclesiásticas que controlaba indirectamente
RR CON LOS PAPAS
PABLO IV (1555-1559) Nació en Nápoles. Luchó contra la herejía luterana. Papa violentamente
antiespañol
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PÍO IV (1560-1565) Nació en Milán. Reabrió y finalizo el Concilio de Trento. Intervino para que a Emanuel Filiberto le fuesen devueltas las posesiones del Piamonte y Saboya entra en Italia. En su elección influyó ++ FELIPE II.
Apoyo financiero a ESP pero hubo problemas con concesión del subsidio y la cruzada Topó ++ en la cuestión de los decretos Concilio de Trento Caso Carranza: tras ++ presiones el PAPA logró que el Arzobispo de Toledo fuera trasladado a
ROMA para ser juzgado. F II pretendía prolongar el proceso dejando vacante la sede de Toledo para percibir sus rentas. Confl compet entre INQUIS y CORONA vs ROMA
SAN PÍO V (1566-1572) Nació en Bosco. Excomulgó a Isabel de Inglaterra. Artífice de la Santa Liga (Lepanto - 1570).
Deseo del PAPA era la cruzada en el MEDIT con objetivo final de Constantinopla. Pío V se da cuenta imposibilidad de actuar por sí mismo sbt en PB sin ESP pero no hay acuerdo
en las formas. Felipe II opta por la fuerza y PÍO buscaba solución negociada.
GREGORIO XIII (1572-1585) Nació en Boloña. Reformó el calendario. Intentó organizar una cruzada c/ ING sin éxito.
SIXTO V (1585-1590) Nació en Grotamare. Siguió la iniciativa de reforma de la Iglesia.
Disputas ++ por títulos, primacía, etc. Sentía aversión hacia ESP y probre concepto de F II. Armada invencible (1587 - 1588) y Guerras Religión en FRA
CLEMENTE VIII (1592-1605) Nació en Florencia. Participó en la paz entre Francia y España.
LA CUESTIÓN DE INGLATERRA
Felipe II evitó q Pío IV excomulgase a ISABEL I
No pudo evitar q PÍO V la excomulgase en 1570. En 1569, por eso, FELIPE II había contemplado tomar medidas c/ ING pero al margen de los objetivos de restauración católica del PAPA.
Con Gregorio XIII se intentó dar un golpe a ING y preparar una expedición para instalar en trono a MARÍA ESTUARDO pero la conspiración Ridolfi fracasó. Las cuestiones de los piratas americanos, PB y POR eran problemas más imp en 1578.
Con SIXTO V ++ enfrentamiento pero se firmó un pacto de apoyo financiero (1587) para la invasión de ING por la Armada Invencible Tras el fracaso hubo reproches mutuos y + disputas.
LA CUESTIÓN DE FRANCIA
Sixto V. En 1585 declaró herejes a ENRIQUE de Navarra y ENRIQUE de Borbón pero cambió de actitud y favoreció la conversión de ENRIQUE DE NAV. Felipe II se negaba a aprobar bajo cualquier pretexto la candidatura de ENRIQUE DE NAV. Fuente de conflictos ++
Clemente VIII se resisitó ++ a plegarse a la POL ESP y apoya la candidatura de ENRIQUE IV al trono de FRA convertido al catolicismo que FELIPE II consideraba un hereje y con quien se hallaba en guerra desde 1590.
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TEMA 10: “RENACIMIENTO Y HUMANISMO EN ESPAÑA. LA
CONTRARREFORMA ESPAÑOLA”.
CARACTERÍSTICAS DEL RENACIMIENTO ESPAÑOL.
El Renacimiento es uno de los conceptos definidores del tránsito del mundo nedieval a otro
que se consideraba a sí mismo “moderno”. El concepto de Renacimiento se originó en el ámbito
literario, y + en concreto humanístico, como reancimiento de las bellas letras, es decir, de la
literatura clásica. Pasó a aplicarse a la hª del arte, y desde mediados del S. XIX se habla de
Renacimiento a una época histórica, de la cual los historiadores destacan alternativamente la
novedad y la continuidad. Se la define cono una época de exaltación del individuo, y al mismo
tiempo de clasicismo cultural y literario. El Renacimiento coincidió con el mov. de expansión
econó. secular, y al igual que éste evolucionó.
El Renacimiento fue un mov. de origen básicamente italiano que tuvo variantes nacionales de
distinta cronología e intensidad. Durante el S. XV tuvo lugar una espléndida eclosión artística en
Castilla y Aragón. Se trataba de las etapas finales del gótico en arq. (llamado flamígero). Durante
el reinado de los RRCC. comenzaron a construirse edificios de estilo renacentista, aunque la
tónica general en mezclar elementos aislados renacentistas en contextos góticos. Existía también
una fuerte tradición constructiva y decorativa mudéjar, que agregada a otros estilos mencionados
dieron lugar en los años 1470-75 a una arq. peculiar denominada estilo Isabel, estilo Reyes
Católicos, y en algunos casos concretos estilo Cisneros. El arte gótico perduró en España,
construyéndose catedrales góticas como las de Salamanca y Segovia en 1520 y 1530.
El arte español en el S. XVI estuvo muy influenciado por Italia y Flandes. Los artistas
españoles pasaban períodos de formación en Italia. Lo + frecuente era la entrada de artistas
extranjeros. La iglesia era el principal cliente y mecenas de la producción artística. La pint. y la
esc. plasmaban fundamentalmente temas religiosos. La corona también solicitó de este arte como
forma de exaltar la monarquía: la Cartuja de Miraflores de Burgos, S. Juan de los Reyes en
Toledo, la Capilla y el Palacio Real de Granada y el Escorial en Madrid.
La influencia de la demanda eclesiástica sobre el arte era dilatada. La demanda civil era +
restringida y no olvidaba los aspectos religiosos. Ante la prepotencia de la Iglesia, Corona y
nobleza, la demanda urbana era escasa. Existió una notable construcción de residencias
señoriales (Barcelona y Mallorca). La expansión econó. permitió una amplia difusión de edificios
platerescos en Úbeda y Baeza. Los grandes centros artísticos del S. XVI coinciden con el mapa
de la red urbana y con el impulso econó.
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LA UNIVERSIDAD, FOCO DE LAS NUEVAS IDEAS.
Para hablar del pensamiento y corrientes culturales de la época hay que hablar de las
universidades españolas. Varias de las + prestigiosas universidades tienen su origen en el
reinado de los RRCC., aunque no son de iniciativa estatal, sino eclesiástica en la mayoría de los
casos. La de Sevilla procede del colegio fundado por el arcediano Rodrigo Fdez. de Santaella de
origen converso. La de Santiago no tuvo bula funcional como tal universidad hasta 1525, pero se
remonta a fines del S. XV. La de Alcalá de Henares fue una fundación de 1er. orden debido a la
novísima orientación de su plan de estudios con que la dotó el Cardenal Cisneros.
Las universidades tradicionales estaban orientadas hacia la enseñanza del Derecho Romano y
el Derecho Canónico, con objeto de proporcionar altos funcionarios a la adm. y eclesiásticos.
Cisneros también fijó como misión primordial a la Complutense la formación de un clero culto,
pero dentro del espíritu de renovación eclesiástica y de orientación humanista. Por eso redujo al
mínimo los estudios jurídicos e implantó nosas. cátedras de Humanidades. En ellas trabajaron
hebraítas (Alfonso de Zamora y Pedro Coronel), helenistas (los hermanos Vergara) y latinistas
como Antonio de Nebrija. A pesar de todo, siguió siendo la salmantina la universidad + reputada.
En ella enseñó el matemático y astrónomo Abraham Zacuto hasta que el decreto de expulsión de
1492 le obligó a emigrar a Portugal. El auge de los estudios astronómicos y cosmográficos debe
ponerse en relación con la tradición hispánica medieval, cultivada indistintamente por cristianos,
árabes y judíos. La introducción de la imprenta en la década de 1470 aparece simultáneamente
en Valencia, Barcelona, Zaragoza, Tortosa, Segovia y Sevilla, introducida por alemanes o
flamencos. Es un paso adelante en la vulgarización de los estudios y en la secularización de la
cultura.
Los progresos de esta secularización se advierten en los géneros literarios + difundidos.
Aunque los libros piadosos y litúrgicos siguen teniendo una clientela amplísima, la imprenta
expolea la difusión de otros géneros. Hay que contar con el auge de 2 nuevos géneros: el teatro y
la novela. A caballo entre ambos se encuentra la obra “la Tragicomedia de Calixto y Melibea” de
Fernando de Rojas. En conj., las obras literarias de esta época tienen una mezcla de lo medieval
y lo moderno por igual que se advierte en las artes plásticas.
LA CORRIENTE ERASMISTA EN ESPAÑA.
El Renacimiento religioso promovido por Cisneros, reforzado a nivel local por hombres como
Hernando de Talavera, arzobispo de Granada y prolongado luego durante el S. XVI por los
reformadores como S. Pedro de Alcántara, Sta. Teresa de Jesús y S. Juan de la Cruz, tuvo
resultados profundos y permanentes. Mejoró las órdenes monásticas y el alto clero en España en
tal medida que, durante los años iniciales de la Reforma, la jerarquía española y religiosa pudo
jugar un papel poderoso en los concilios de la iglesia. La reactivación teológica llevada a cabo por
los dominicos de la escuela de Salamanca y + desarrollada por la Compañía de Jesús, hizo
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posible que teólogos españoles expusieran la doctrina católica en el gran debate con el
protestantismo y que lograran aportaciones imps. en los problemas del Imperio, en cuanto a
relaciones radiales y al derecho internacional. A la vez, el hecho de que la iglesia española
hubiera emprendido por sí misma la reforma, inmunizó a España + que a otros países de la
propaganda protestante.
La entrada de Erasmo inauguró una nueva fase en el Ren. español. La estima en que se tenía
la investigación científica en España creó un clima intelectual propicio para una recepción
favorable de sus escritos. La corriente espiritual que llamamos “erasmismo” español no fue una
mera recepción pasiva del ideario religioso del gran humanista europeo, Erasmo de Rotterdam.
Fue + bien la conexión entre las enseñanzas del pensador holandés y tendencias espirituales e
intelectuales ya existentes en España.
En la corte de Carlos V había defensores influyentes de Erasmo, incluido el secretario latino
del emperador, Alfonso de Valdés. Desde 1522 la corte estuvo en España y los erasmistas
españoles gozaron así de una posición estratégica para promover los escritos de su maestro. Los
cargos + imps. estaban ocupados por entusiastas de Erasmo: Alfonso de Fonseca, arzobispo de
Toledo, Alfonso Manrique, arzobispo de Sevilla e Inquisidor General. Existía una coincidencia
entre las tendencias de ref. de la Iglesia y la política del gobierno imperial, que quería corregir los
abusos de la curia romana y llegar a un acuerdo con los súbditos alemanes del emperador. El
erasmismo español no formó un cuerpo doctrinal, ni una escuela organizada. Sin embargo,
España fue el país en el que Erasmo gozó de mayor popularidad. Sus obras eran leídas por las
clases burguesas.
El humanismo cristiano de raíz erasmista arraigó también en la corona de Aragón: en Cataluña
en torno a la persona del vicecanciller Miquel Mai, embajador en Roma, y en Valencia con una
pléyade de estudiosos de lenguas clásicas. Vinculados en parte a la universidad, los cuales
prolongaron su actv. hasta los años 1560, e incluso + allá, de forma residual.
Si quisieramos reducir a esquema las formulaciones del erasmismo español diríamos que
privilegiaba la religiosidad interior sobre la exterior. La liturgia, la org. eclesiástica, sobre todo el
clero regular, incluso las manifestaciones dogmáticas, eran elementos secundarios, puesto que
según palabras bíblicas se debía adorar a Dios en espíritu y en verdad. A los erasmistas les
caracterizaba su nivel intelectual alto, su condición de humanistas capaces de aplicarse al estudio
d elas escrituras. La crítica de la estructura eclesiástica y en especial de los religiosos provocó
una tensión entre erasmistas y frailes, manifestada, por ej., en la famosa conferencia celebrada en
Valladolid en 1527. Los poderosos protectores eclesiásticos de Erasmo tuvieron que suspender el
coloquio para no arriesgarse a una condena formal del humanista.
Entre los años 1522 y 1525 el mov. erasmista se estableció con éxito en España. Pero también
tenía sus adversarios. Principal blanco de sus dardos, las órdenes monásticas, que atacaron a
Erasmo de hereje, sobre todo después de la aparición de la traducción española de su Euchiridion
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o “Manual del caballero cristiano” con dedicatoria a Manrique, en 1527. Los adversarios obtuvieron
el apoyo de la Inquisición. Para decidir sobre la ortodoxia de Erasmo, Manrique convocó en
Valladolid una junta de 32 teólogos, sin llegar a una resolución unánime, prohibió los ataques
contra el sabio.
En 1527 y 1528 Alfonso Valdés escribió 2 diálogos populares en castellano denunciando los
abusos clericales, justificando el saqueo de Roma por causa de la perversidad papal y alabando
las tesis de Erasmo. El hermano de Alfonso, Juan Valdés, publicó su “diálogo de la doctrina
cristiana”, en el que no sólo ensalzaba las virtudes de Erasmo sino que tachaba a sus opositores
de locos que desconocían la verdadera piedad cristiana. Esta vez la Inquisición actuó y Valdés
tuvo que huir hacia Italia. La condena de Juan de Valdés fue un signo de los tiempos, consciente
de la expansión del protestantismo fuera de España, la iglesia española se hizo + sensible a las
críticas y menos capaz de tolerar las discrepancias aunque se moviera dentro de la ortodoxia.
El año de 1529 fue crucial. En agosto el erasmista Manrique cayó en desgracia y fue
confinado a su sede de Sevilla. Al mismo tiempo, se retiró la mano protectora del emperador:
Carlos V partió en julio hacia Italia llevándose consigo a los + imps. erasmistas. La serie de
interrogatorios llevados a cabo por la Inquisición alcanzó su momento álgido en 1533 con el del
profesor de griego Juan de Vergara, amigo personal de Erasmo y fig. de 1ª fila entre los círculos
humanistas españoles.
La campaña de desprestigio del erasmismo mediante su vinculación a la herejía luterana e
iluminista alcanzó un brillante éxito y la condena de Vergara puso virtualmente punto final al mov.
erasmista español. Algunos erasmistas, como Pedro de Lerma, abandonaron el país, donde no
veían porvenir para el estudio y la enseñanza.
ALUMBRADOS Y LUTERANOS.
En 1525, La Inquisición codificó, para condenarlas, las creencias religiosas de unos pequeños
grupos que se habían desarrollado en el “reino de Toledo”, es decir, en Castilla la Nueva. Sus
dirigentes eran conversos (pero no judaizantes), sin estudios universitarios. El principal personaje
del grupo era una mujer, Isabel de la Cruz, vinculada a la orden franciscana y un laico, Pedro Ruiz
de Alcaraz. Se hallaban relacionados con el mov. espiritual de la orden franciscana, pero
siguieron una vía propia de religiosidad interior, anti-intelectual (lo que les separaba de los
erasmistas), a la búsqueda de la iluminación del alma por Dios. Se les llamó iluminados o
alumbrados. El núcleo de su doctrina era el dejamiento del alma, anulando su voluntad ante la
de Dios, y renunciando no sólo a las prácticas religiosas externas, sino a la realización de buenas
obras, consideradas como ataduras que impedían la contemplación de Dios. El grupo fue
rápidamente desarticulado por la Inquisición sin ejecuciones. A partir de 1570, se descubrieron
grupos de supuestos alumbrados en Extremadura y la Alta Andalucía.
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Algunas confesiones realizadas en los procesos de la Inquisición implicaron a intelectuales
erasmistas en el momento en que éstos perdían a sus grandes valedores en la corte (Gattinara y
Alonso Váldes). A lo largo de los años 30 fueron procesados y condenados (no a la hoguera) el
humanista Juan de Vergara, su hermano Bernardino de Tovar, el impresor Miguel de Eguía, etc.
Eranpersonajes que habían estado vinculados a Cisneros, que habían servido a los arzobispos de
Toledo. El propio inquisidor general Manrique quedó desbordado ante la institución que presidía y
no logró evitar el desmantelamiento de los grupos erasmistas.
Esta persecución no impidió la radicalización de los reformadores religiosos. Juan de Valdés,
hermano de Alonso, se trasladó a Nápoles (1530) donde organizó un círculo de religiosidad
intimista, con gran repercusión entre la aristocracia italiana. Valdés había tenido relaciones con
los alumbrados en el palacio del marqués de Villena en Escalona. Algo posterior se desarrolló la
trayectoria del médico aragonés Miguel Servet, gran científico y autor religioso con su obra
Restitución del Cristianismo, Servet tuvo que huir de España, pero su radicalismo religioso y
concretamente su negación del dogma de la Trinidad le llevó a morir en la hoguera… por
sentencia calvinista en ginebra en 1553. Los españoles que llegaron a ser claramente
protestantes sólo pudieron desarrollar su pensamiento libremente fuera de España.
En el decenio de 1550 el mapa religioso de Europa experimentó cambios notables. El
emperador tuvo que aceptar el status legal del luteranismo en Alemania. Inglaterra pasaba
declaradamente al bando de la Reforma. El calvinismo se expansionaba con rapidez en Francia y
los P. Bajos. Ante este hecho la Inquisición real y pontificia reaccionaron con dureza hacia las
tendencias filoprotestantes, que se detectaban en España e Italia, singularmente en medios
eclesiásticos. En España la labor represiva fue llevada a cabo por Fenando de Valdés, arzobispo
de Sevilla, inquisidor general. En 1558-1559 fueron condenados en Sevilla y Valladolid grupos
eclesiásticos y seglares (algunos nobles) que fueron calificados de “luteranos”. Las
interpretaciones + recientes consideran que los condenados de 1558-59 eran verdaderos
protestantes. Los + significativos habían viajado por Europa y habían conocido la gran polémica
religiosa. En Flandes quedaba un pequeño núcleo de erasmistas a salvo de la Inquisición. A
principios del decenio de 1560, el grupo erasmista valenciano quedó reducido al silencio, con la
ejecución del caballero Centelles y la condena menor del eclesiástico Conques. Momento
culminante de la labor inquisitorial fue la detención del propio arzobispo de Toledo, fray Bartolomé
de Carranza (1559). Carranza pertenecía a la tendencia de la orden dominicana que había
desarrollado la religiosidad interior. Su proceso representó un conflicto grave en las relaciones
entre la Corona y el Papado, y se arrastró durante 17 años, hasta alcanzar una sentencia
ambigua.
La ortodoxia quedó reafirmada por la publicación, a partir de 1551, de Índices o catálogos de
libros prohibidos. Las obras + representativas de Erasmo aparecían en el Índice.
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EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO.
Las universidades no permanecieron inmutables. Aunque en general no abandonaron el
aristotelismo, lo renovaron y realizaron adaptaciones notables. A principios de siglo se
mantuvieron relaciones intensas con la Universidad de París, en la que predominaban los estudios
de lógica en la vía del “nominalismo”. Un grupo imp. de profesores universitarios españoles del S.
XVI se formó en París, y algunos enseñaron en aquella universidad durante bastantes años. Éste
fue el caso del valenciano Juan de Celaya. Otros miembros del grupo parisino enseñaron
posteriormente en Alcalá, contribuyendo a difundir la lógica nominalista, y, por último, alcanzaron
también a Salamanca (entre ellos Pedro Ciruelo y Martínez Silíceo, que fue preceptor de Felipe II
y arzobispo de Toledo). Los nominalistas realizaron progresos en física, y algunos aportaron
precedentes imps. a la rev. científica del S. XVII.
Durante el 1er. tercio del siglo la primacía de innovación intelectual se dio en la Universidad de
Alcalá. Pero este centro pronto sufrió las consecuencias de la persecución antierasmista.
Salamanca recuperó entonces el 1er. lugar y se convirtió en el centro de una “segunda
escolástica”, depurada de algunos de los facts. negativos que aquejaban a aquel sist. filosófico a
fines del S. XV. Los autores de esta restauración del tomismo fueron un grupo de dominicos de
alto nivel que ocuparon, uno tras otro, la célebre cátedra de prima de aquella universidad. Abrió la
serie Tomás de Vitoria (1492-1546), discípulo de Celaya en París y catedrático en Salamanca
durante 20 años. Su renovación abarcó la depuración del latín utilizado, el retorno a las fuentes,
superando a los comentaristas y glosadores, la sistematización de los temas, el mantenimiento de
un criterio personal y el tratamiento de cuestiones de actualidad. Se le considera uno de los
creadores del Derecho Internacional por sus opiniones sobre la “guerra justa” y las relaciones
entre los estados. Cuestionó los “justos títulos” de la monarquía para la conquista de América
(1539) y desechó mucho de ellos, pero terminó justificándola en función de la expansión del
cristianismo.
El 1er. sucesor de Vitoria en su cátedra fue Melchor Cano. Le sucedió Domingo Soto, formado
en París y Alcalá, como tanto otros. Soto, confesor de Carlos V, fue un teólogo y un jurista de 1ª
fila en el campo del derecho de gentes, y uno de los físicos que avanzaron hacia el
descubrimiento de la ley de gravedad; este ej. nos muestra el carácter unitario del saber que se
daba entre los escolásticos, como entre los humanistas. Los dominicos conservan la cátedra de
prima de Salamanca en la 2ª ½ del siglo con Bartolonié de Medina y Domingo Báñez.
La culminación de la escolástica renovada correspondió al jesuita Fco. Suárez (1548-1617),
que enseñó en diversas universidades y murió siendo profesor de la de Coimbra en Portugal. Fue
el autor de una colosal obra filosófica las Disputationes Metaphysicae (1597), que ejerció una gran
influencia a lo largo del S. XVII, tanto en la Europa católica como en la protestante. Intervino en la
polémica sobre la gracia santificante, contribuyendo a fijar la posición de su orden. Suárez fue un
tratadista político y sistematizó la doctrina de la Compañía de Jesús sobre el origen indirecto del
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poder, recibido por el monarca de Dios, por medio del pueblo (De legibus, 1612). Aunque la
práctica de la Compañía de Jesús fue fiel a las monarquías absolutas, su doctrina populista nunca
fue del agrado de los reyes y en ocasiones sirvió de justificación a movs. de rebeldía, por ej., en la
América española. La misma doctrina exponía el padre Juan de Mariana, hermano de religión de
Suárez en su obra contemporánea sobre De rege (1599), escrita para la educación del futuro
Felipe III. Su teoría sobre la licitud de dar muerte al tirano era sólo un punto extremo de la
doctrina populista ya existente.
EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO.
Es una convención arbitraria separar el pensamiento científico del filosófico, e incluso del
propio humanismo, debido a la unidad del sist. aristotélico, de una parte, y a la imp. de los textos
científicos escritos en lenguas clásicas, de otra. La circulación de obras de Ptolomeo, de Galeno,
o de Plinio debió mucho a la labor de hombres como Nebrija o los helenistas valencianos. La
física y las matemáticas se desarrollaron como prolongación de la «filosofía natural» que se
enseñaba en las facultades universitarias de «artes». Los principales matemáticos fueron los
lógicos formados en París que llegaron a enseñar en las universidades españolas. Pero hubo
también un desarrollo de la matemática aplicada: cálculo mercantil, navegación y construcción
naval. Aquí se dieron cita la tradición astronómica hebraica medieval, los cosmógrafos
mediterráneos catalanes y mallorquines, y los cosmógrafos de Indias adscritos a la Casa de
Contratación, entre los que destacó Alonso de Santa Cruz, con su Libro de las longitudes.
No existía una separación nítida entre la astronomía y la astrología. En esta línea se
encontraba el judío Abraham Zacuto, que trabajó en los ambientes científicos de Salamanca a
fines del S. XV, fue protegido por el maestre de Alcántara, y se exilió de España en 1492 y de
Portugal 5 años + tarde para no convertirse al cristianismo. La obra de Zacuto tuvo una gran
influencia en el S. XVI. Durante la centuria no hubo grandes innovaciones, salvo las del
cosmógrafo valenciano Jerónimo Muñoz en su obra sobre los cometas (1572). La gran novedad
astronómico del S. XVI fue, a escala europea, la teoría heliocéntrica de Copérnico: esta doctrina
no fue rechazada por los centros docentes españoles, siendo aceptada en el plan de estudios de
Salamanca, y glosada por la obra del agustino Diego de Zúñiga, pero en la práctica no hubo una
recepción de esta teoría + que en función de sus cálculos de la posición de los planetas, para su
aplicación a la astrología. Los conocimientos astronómicos alcanzaban una dimensión social por
medio de obras llamadas «lunarios» o «repertorios de los tiempos». Se trataba de una versión no
determinista de la astrología, tolerada por la Iglesia y practicada por humanistas y científicos de
relieve.
En el ámbito de la geografía y de las ciencias naturales observamos una doble corriente: de
una parte, los conocimientos generados por el descubrimiento de América; de otra, el papel
representado por los humanistas como difusores de autores clásicos. Los humanistas como
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Nebrija, su discípulo «el comendador griego», los helenistas valencianos formados en Alcalá, y
médicos como Andrés Laguna y Servet, editaron y comentaron textos griegos de Ptolomeo y
Dioscórides y textos latinos de Plinio. El «renacimiento de Ptolomeo» fue característico del
desarrollo de la geografía a fines del S. XV y comienzos del XVI.
La navegación atlántica y el descubrimiento del Nuevo Mundo dieron gran impulso a los
conocimientos geográficos. La cartografía era un elemento primordial para la navegación. A partir
de Juan de la Cosa, compañero de Colón, se desarrolló la labor cartográfica de la Casa de
Contratación, que superó a la tradición de la escuela mallorquina mediterránea. El descubrimiento
dio lugar también a multitud de obras descriptivas, comenzando por el propio Colón. Pedro Mártir
d'Anglería recogió multitud de noticias curiosas, pero asistemáticas, sobre las Indias en la obra
titulada De orbe novo decades. La historiografía indiana representó una gran contribución al
conocimiento de nuevas especies animales y vegetales. La Historia general y natural de las
Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo (1535), era una obra basada en la observación directa
de la realidad americana, hecha por un hombre que no había realizado estudios universitarios y
que no era un humanista. En cambio, la Historia de las Indias, de López de Gómara (1552), fue
escrita desde Europa. El consejo de Indias, que estaba encargado de coordinar estudios
geográficos y científicos, potenció esta labor bajo la presidencia de Juan de Ovando (1571-1574).
El cosmógrafo mayor del Consejo, López de Velasco, organizó la redacción de «relaciones»
geográficas para la descripción de América. A partir de 1570, y por espacio de 7 años, el médico
Fco. Hernández desarrolló una verdadera misión científica en México y las Antillas. La naturaleza
y la vida social de los mexicanos había sido recogida por el fraile Bernardino de Sahagún en su
Historia general de las cosas de Nueva España (1 569). Por último, el jesuita José de Acosta, que
llegó al Perú en 1572, publicó en 1590 una obra titulada Historia natural y moral de las Indias, en
la que estudiaba sobre nuevas bases los problemas planteados por la inclusión de las nuevas
realidades americanas en el esquema general de las ciencias.
El citado Juan de Ovando, en su nuevo cargo de presidente del Consejo de Hacienda, impulsó
la gran encuesta geográfica y sociológica que conocemos como las «relaciones topográficas» o
«relaciones de los pueblos de España». La literatura agronómica cuenta con 2 obras que durante
mucho tiempo han sido utilizadas como fuentes casi únicas para conocer la situación de la
agricultura española durante el quinientos: la Obra de agricultura, de Alonso de Herrera (1513),
que reunía conocimientos prácticos y alcanzó una gran difusión internacional, y los Diálogos, de
Juan de Valverde Arrieta (1578), escrita ya en los momentos de crisis de la agricultura castellana.
La ciencia médica daba lugar a la única profesión científica organizada. Durante la 1ª ½ del
siglo se desarrollaron 2 líneas doctrinales: la tradición de Galeno, arabizada a lo largo de la E.
Media, y el humanismo. A mediados de siglo se difundió con fuerza la influencia del médico belga
Andrés Vesalio, fig. de significación europea, el cual residió en la corte de 1559 a 1564 como
médico de Felipe II. En la época anterior a Vesalio, galenismo arabizado y humanismo
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confluyeron en la obra del converso Villalobos, médico de Fernando el Católico. A partir de 1530,
los médicos humanistas fueron sustituyendo a las tendencias anteriores, motejadas de
«bárbaras». Alcalá y Valencia fueron los 2 centros principales. Estuvo relacionado con la 1ª el
también converso doctor Andrés Laguna, autor de una notable obra de tema filosófico, político y
literario, y comentador de Galeno. En Valencia, Miguel Jerónimo Ledesma reunía sus excelentes
conocimientos del griego a sus saberes médicos. Entre 1530 y 1550 desarrolló su labor en
ciudades del S. de Francia y del área suiza el aragonés Miguel Servet, quien expuso la teoría de
la circulación pulmonar. Debido a la persecución de su obra por católicos y calvinistas, la nueva
doctrina fue difundida en Europa por la obra de otro español, Juan Valverde.
El núcleo de la enseñanza de Vesalio era el uso de la disección de cadáveres como fuente de
conocimientos anatómicos. Este procedimiento está arraigado en las universidades de la corona
de Aragón. En cambio, las universidades de Castilla no contaron con cátedras de anatomía hasta
los años centrales del siglo. La influencia de Vesalio en España fue muy grande, en parte por su
magisterio directo sobre los médicos españoles. El principal centro vesaliano estuvo localizado en
la Universidad de Valencia. En 1585 se publicó en Baeza el Examen de ingenios para las
ciencias, de Huarte de San Juan, notable aportación a los estudios psicológicos.
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA REFORMA LUTERANA: INTENTOS DE
CONCILIACIÓN Y RENOVACIÓN INTERNA. PARTICIPACIÓN ESPAÑOLA EN
TRENTO.
Aunque la persecución de los iluministas y erasmistas y la creciente aceptación del concepto
de limpieza de sangre habían alcanzado a España por unos cauces determinados durante los
últimos años del reinado del emperador, fueron los acontecimientos del período comprendido
entre 1556 y la clausura del Concilio de Trento en 1563 los que en definitiva aseguraron que no se
daría marcha atrás. Estos fueron los años en que la España del Renacimiento completamente
abierta a las influencias iluministas europeas, se transformó en la semicerrada España de la
contrarreforma. Esto se debió en parte a la transferencia de poderes a personajes tan rígidos
como Hernando de Valdés, Inquisidor General a partir de 1547 y Melchor Cano, teólogo dominico.
Pero también reflejaba un nuevo enfriamiento del clima espiritual europeo al convertirse Ginebra
en centro de un nuevo protestantismo + dogmático, perdiéndose las esperanzas de reconciliación
entre Roma y los protestantes.
No sólo las comunidades heréticas debían ser liquidadas, sino que tenían que realizar mayores
esfuerzos para proteger a España del contagio extranjero. Como consecuencia, el 7-9-1558, la
Infanta María actuando como regente de su hermano Felipe, firma un decreto prohibiendo la
importación de libros extranjeros y ordenaba que todos los libros impresos en España debían
llevar licencia del Consejo de Castilla. Al año siguiente otro decreto prohibía a los estudiantes
españoles cursar estudios en el extranjero, este no era el 1er. intento de implantar una censura en
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España. Estas medidas produjeron un golpe muy duro a la vida intelectual española y añadieron
una nueva barrera a las muchas que se levantaban entonces en Europa para impedir la libre
circulación de las ideas.
Definir y defender el catolicismo por medio de un Concilio fue un elemento vital de la política de
Felipe II, como lo había sido la de su padre. Cuando subió al trono, la activ. conciliar estaba en
suspenso. Su convocatoria se fue retrasando no sólo a causa de la situación internacional sino
también por la elección de un papa violentamente antiespañol. Paulo IV reanuda la alianza
francopontificia y terminan en guerra con España. En 1559, con la subida de un nuevo papa y la
reconciliación de Francia y España por la paz de Chateau-Cambresis, pudieron reanudarle las
sesiones del Concilio de Trento. Ahora surgía una nueva complicación, se discutía si había que
continuar o inaugurar otro nuevo. Pío resolvió esta controversia con el apoyo de España. Una
junta de teólogos convocada por Felipe II se declaró partidaria de la continuación del antiguo
Concilio. Con el apoyo de los poderosos intereses españoles, el papa pudo continuar el Concilio
de Trento que tuvo su sesión final desde 1562 hasta 1563.
España desempeño un papel de 1er. orden en el Concilio, no sólo desde un punto de vista
cuantitativo (había 130 españoles en la última sesión) sino también por la calidad de sus
representantes. Entre éstos estaba el cardenal Pacheco, obispo de Jaén, los teólogos dominicos
Melchor Cano y Domingo de Soto, el eminente canonista Diego de Covarruvias y un grupo de
jesuitas. El propio papado demostró predilección por los españoles. De los 14 teólogos que el
papa envió como delegados propios a las sesiones, 11 eran españoles. Entre los teólogos
especiales de la Santa Sede estaban los jesuitas españoles Laínez y Salmerón, que junto con el
francés Favre, habían sido recomendados por el propio Ignacio de Loyola. Laínez fue
probablemente el teólogo + influyente en Trento y sus puntos de vista sobre la justificación
quedaron incluidos en las Actas oficiales del Concilio.
El grupo español en Trento era tan sensible a los intereses de su país y a las directrices de su
gobernante como las demás delegaciones del mismo, pero el rey español a dif. del francés no
estaba impedido por los súbditos protestantes y nunca se sintió tentado a urgir concesiones a los
criterios protestantes. Por ello, el grupo español apoyó la adopción de una posición
específicamente católica por parte del Concilio, con los principios doctrinales y disciplinarios que
ello implicaba. La condenación de la doctrina luterana sobre el pecado original y la justificación y
la definición de la doctrina católica, la adhesión a la tradición de la Iglesia, junto con la Biblia como
fundamento de la autoridad, la aceptación del texto latino de la Vulgata como traducción oficial de
la Escritura, la situación privilegiada otorgada a la filosofía tomista, la insistencia sobre el celibato
sacerdotal, la ref. del clero y las disposiciones para su mejor formación, la fortificación del poder
episcopal. Todas estas medidas materializadas en los decretos + decisivos del Concilio, fueron
promovidas por los teólogos españoles.
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Sin embargo, la posición española no coincidía enteramente con la del pontificado, en 2 puntos
(la jurisdicción episcopal y las prerrogativas de la corona) se hacía eco no de un punto de vista
nacional. Los obispos españoles defendieron en Trento que la institución episcopal era de
derecho divino, con ello prolongaban la tradición española de limitar la esfera de la intervención
papal en España.
El episcopalismo salió derrotado a nivel teórico: la decisión de Trento si reforzaba las fuerzas
de los obispos al darles extensos poderes para visitar sus territorios y convocar sínodos
diocesanos, esto era como delegados del papa, que seguía siendo la cabeza de la jerarquía y el
tribunal de última instancia. En la práctica, los obispos españoles tenían un abogado poderoso en
su propio rey. Felipe II tenía sus reservas acerca de algunas de las decisiones del Concilio.
Desconfiaba de los decretos que parecían amenazar la supremacía de la corona sobre el clero
español.
El rey también era irreductible sobre la cuestión de la Inquisición española: no debía perder su
jurisdicción. Dio instrucciones a sus embajadores Diego de Vargas en Roma y el conde Luna en
Trento para que aseguraran que ni el papa ni el Concilio se entrometerían en forma alguna con la
Inquisición española ni con nada que tuviera relación con su autoridad. Así, una vez que Pío IV
hubo ratificado los decretos de Trento por medio de una bula pontificia de 26-1-1564, Felipe II dejó
pasar muchos meses vacilando sobre si debía promulgarlo o no. Al fin se decidió por la
promulgación, pero solamente con la condición de que no afectaran los derechos y privilegios de
la corona española, sobre todo en los nombramientos a las prebendas. Esto invalidaba
prácticamente los cánones del Concilio que redujeran la influencia del rey español sobre la
jurisdicción eclesiástica y sobre la posición de los obispados en sus dominios.
La obra de reforma auspiciada por el Concilio de Trento, por tanto, en España fue promovida
bajo el control de la corona y de sus consejeros eclesiásticos, encauzándose por la senda que
éstos le señalaron.
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TEMA 11: “EL IMPERIO HISPÁNICO DE ULTRAMAR”.
LAS LEYES DE INDIAS.
Isabel la Católica declara a los indios “libres y no sujetos a servidumbre”, lo que significó la 1ª
victoria, + formal que efectiva de la lucha entablada entre la evangelización y la colonización.
Antes de producirse esta decisión, en La Española ya habían comenzado los repartimientos de
indios, destinados a ser mano de obra servil para todo tipo de trabajo. La encomienda trataba de
garantizar una educación religiosa a los indios por parte de los señores a quienes eran
“encomendados”. Estos encomenderos, a cambio de esta educación, recibían en pago la
prestación de servicios. Los colonos rara vez se preocupaban de dar esta instrucción misional.
Los abusos cometidos por los colonos, además de las enfermedades y los parásitos que llevaron,
causaron grandes estragos entre la población nativa. Las leyes dictadas para reducir la
mortandad no se aplicaron de modo efectivo. Parte de los religiosos, la conciencia de la
colonización, clamaron por estos abusos.
La corona convocó a una junta de especialistas en Burgos y se dictaron las Leyes de Burgos
(1512) que declaraban la racionalidad del indio, establecían su libertad, no suprimían la necesidad
de cumplir su base religiosa y de otorgar un buen trato a los indios. Se crearon 2 puestos de
visitadores que debían denunciar y enjuiciar las violaciones. 3 años después se creaba el cargo
de protector de Indios. Se dictaron leyes reguladoras que decretaban la libertad del indio
esclavizado arbitrariamente, el castigo al incumplimiento de las leyes, la presencia en toda
expedición de 2 clérigos encargados de bautizar, adoctrinar y proteger a los indios y la prohibición
del trabajo obligatorio en las minas.
El problema principal se dio con la entrada en contacto de los españoles y las altas culturas
americanas. Se trataba de dominar sociedades con estructuras de poder consolidado, donde la
religión estaba funcionalmente unida a la vida cotidiana. Este fue también el momento en que se
abrió el debate entre los teólogos españoles sobre los métodos de evangelización, y aún+, sobre
el derecho que tenía la corona sobre las Indias. Puede hablarse de 2 escuelas, dogmática y
radicalmente enfrentadas: en contra de la conquista (y los derechos de ella derivados) por
considerarla contraria a la misión evangelizadora, se encontraban Las Casas, fray Antonio de
Córdoba, Domingo de Soto, Vázquez Marchaca y Vitoria. Defensores de los derechos de
conquista fueron Palacio Rubio, Francisco de Inciso, Solorzano y Ginés de Sepúlveda El
dominico Francisco de Vitoria, fue el gran cuestionador de los derechos de la corona hispana.
Los argumentos de Vitoria recibieron pronto el marchamo real con la publicación de las Leyes
Nuevas (1542), pero con ello sus opositores aumentaron considerablemente. Los encomenderos
encontraron sin proponérselo un portavoz de la categoría de Vitoria en Ginés de Sepúlveda, que
presentó el problema desde el punto de vista de la capacidad racional de los indios. Tras el debate
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Vitoria-Sepúlveda, la dif. esencia estriba en que éste apoyaba el ejercicio de tutelaje por
particulares, mientras Vitoria mantenía que la misión evangelizadora del príncipe criollo no
suponía derecho de posesión y por tanto no se podía otorgar a encomenderos el dominio temporal
de los indios.
La iglesia no cesó de denunciar los abusos que se cometían con los indígenas hasta conseguir
de la corona en las Leyes Nuevas de 1542 una severa limitación de la Encomientdas en sus
planteamientos iniciales. Así, la encomienda de servicio originaria, en la que mediaba una
prestación de trabajo, acabó siendo sustituida por una encomienda de tributo, en virtud de la cual
su beneficiario se limitaba a recibir una renta que la corona le satisfacía transfiriéndole una parte
de los impuestos que ésta había obtenido previamente de la comunidad indígena pero sin que en
ningún caso obtuviera aquél la autoridad sobre ella. Las Leyes Nuevas de 1542 querían dar una
libertad no meramente formal, sino real al indio; por eso provocaron la sublevación de los
conquistadores del Perú acaudillados por Gonzalo Pizarro; aunque vencido y ejecutado, la Corona
intuyó el peligro de enajenarse a quienes tenían en Indias la fuerza militar y diluyó bastante el
contenido de las citadas leyes. Otra novedad contenían éstas: en adelante, los descubridores no
debían requerir a los indígenas a que se sometieran, sino a que escucharan la predicación del
evangelio. Insistiendo en este nuevo espíritu, las Ordenanzas de 1573 recomendaban evitar las
guerras de conquista; la tarea de los españoles debía ser descubrir, poblar y pacificar. En efecto,
desde mediados del S. XVI las acciones guerreras fueron esporádicas.
A pesar de la oposición entre teoría y práctica, cuerpos legales y realidad, es indudable que la
suerte del indígena estuvo mejor tutelada en la América española que en otros territorios
coloniales donde los indígenas fueron aniquilados sin que nadie experimentara escrúpulos de
conciencia.
ENCOMIENDAS.
Durante todo el periodo colonial, el régimen laboral indiano se distingue por la coexistencia del
trabajo forzado, del trabajo libre o asalariado y del trabajo esclavo. El trabajo forzado adquirió las
formas de repartimiento y encomienda y, ésta, hasta casi finales del XVI fue la fórmula utilizada
para resolver el problema de la falta de mano de obra, + tarde sustituida por el repartimiento. La
encomienda era una institución de inspiración feudal que establecía la servidumbre a los señores
a cambio de la protección que éstos brindaban a los siervos. En la América colonial, la
encomienda de una comunidad de indios se entregaba a los españoles como recompensa de sus
servicios prestados a la corona. A cambio de una pequeña cantidad anual en oro o bien en
especie y de pequeñas prestaciones pagaderas por los indios, el encomendero debía proteger y
adoctrinarlos. Para esto último, debía pagar un cura. En principio los indígenas encomendados
eran libres y la encomienda era una posesión inalienable e intransferible y no una propiedad. Al
morir los encomenderos, las encomiendas debían volver al monarca. Pero en la practica, la
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encomienda se transforma en un sist. de explotación y control de los indígenas por los colonos
encomenderos. La encomienda no suprimía la autoridad indígena, sino que hacía a su detentor
(encomendero) el árbrito de la aplicación de las prescripciones cuya observancia debía asegurar
la integración de los indígenas en el nuevo sist. Este régimen se impuso durante todo el S. XVI,
sin oposición, en los virreinatos de México y Perú.
Debido a la presión laboral la mala alimentación y a las terribles epidemias que sufrió la pob.
indígena la encomienda terminó por destruir gran parte de la mano de obra nativa. La Corona,
preocupada, promulgó las Leyes Nuevas (1542) que prohibían la concesión de nuevas
encomiendas. Para paliar la situación de falta de mano de obra, se decretó en 1549 la abolición
del trabajo no pagado en las listas de tributos indígenas, además de la implantación de un sist. de
alquiler de mano de obra indígena, previo pago de un jornal. Se volvía al sist. de Repartimiento,
pero el nuevo sist. de repartimiento consistía en la facultad otorgada a los alcaldes mayores para
sacar de los poblados indígenas un 2% de la pob. adulta para el cultivo de campos, servicios
urbanos y obras públicas. Este sist. de trabajo remunerado era rotatorio y afectó a los indios
encomendados y no encomendados.
Las encomiendas no desaparecieron, sino que en muchos lugares se consolidaron. Los
servicios personales prohibidos en 1599, se mantuvieron hasta el XVIII. El jornal que se pagaba
al indio, no cubría sus necesidades, por lo que a fines del XVI la situación empeoró ante el
descenso demográfico de la pob. indígena debido a las epidemias del último cuarto de siglo. A
principios del XVII los mestizos y los indios desarraigados "forasteros", aumentaron el contingente
laboral. La corona legisló un nuevo régimen para los trabajadores: el contrato debía hacerse por
escrito, se le debía dar casa y servicios religiosos. Se suprimieron los repartimientos salvo en
Nueva España, para las labores mineras (1632). El Estado insistió en la necesidad de que los
trabajadores indígenas fueran remunerados con unos jornales + justos. Mención aparte merece el
trabajo de las minas, a partir de mediados del XVI. La Corona necesitaba fomentar la minería
porque no podía prescindir de la remesa de metales preciosos, por lo que tolerará el trabajo
forzoso retribuido durante todo el período colonial. En el Virreinato del Perú y en el de Nueva
España se practicó el régimen de Encomienda de servicio personal. Para ello se recurrió a un
régimen de trabajo distinto denominado mita en Perú y coatequil en Méjico. La mita consistía en
el aporte por las comunidades indígenas de trabajadores para el trabajo de las minas. Su origen
se remonta al imperio incaico y fue puesta en practica cuando se descubrieron las minas de plata
de Potosí (Alto Perú) y de mercurio en Huancavélica (Perú). El virrey de Perú, Francisco Toledo
reorganizó la mita en 1573. Debían entregar los curacas un cierto nº de varones comprendidos
entre los 18 y los 50 años, durante un año, para trabajar en las minas de Potosí.
El encomendero fue una fig. clave en la sociedad colonial de los 1os. tiempos. Como
representante de la generación de los conquistadores, sus hazañas le hacían acreedor de un
inmenso prestigio social. Por ello los que no pudieron recibirlas tuvieron que vincularse a los
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encomenderos, como sus seguidores o paniaguados. El resultado fue la formación de fuertes
lazos de clientela y patronato en el seno de la naciente sociedad colonial, la cual tendía a
concentrarse en núcleos urbanos, lógico, pues los conquistadores necesitaban mantenerse
agrupados para asegurar mejor su propia defensa en un medio hostil insuficientemente pacificado
y la Corona les instaba a ellos para facilitar su control. Sea como fuere, las ciudades fueron un
elemento fundamental en la colonización de América.
VIRREINATOS Y AUDIENCIAS.
En un 1er. momento, durante los viajes colombinos, la org. se llevó a cabo mediante un
régimen dual, de acuerdo a las capitulaciones de Santa Fe. Colón, como almirante mayor de
Castilla, tomaba los títulos y funciones de virrey y gobernador de las nuevas tierras por él
descubiertas, con carácter vitalicio y hereditario. Sus prerrogativas eran inmensas pero los graves
desórdenes producidos bajo su gobierno, aconsejaron a los reyes (o fueron utilizados como
pretexto) para modificar el sist. para garantizar el orden. El régimen de realengo se fue
imponiendo a partir de 1500 por medio de gobernadores, nombrados por el rey con carácter
temporal y con responsabilidad sólo ante el soberano.
LOS VIRREINATOS.-
El cargo de virrey, con antecedentes en las coronas penins. fue creado en América, cuando se
tuvo conciencia de la extensión de los nuevos territorios y de la imp. de las culturas en ellos
asentadas. Fue el medio + claro de evidenciar la soberanía real y de establecer una autoridad
superior. El origen de esta institución, aragonesa o castellana, puede situarse en la Baja E.
Media. Cabe hacer una distinción, sin embargo, entre el título de virrey otorgado a Colón con
sentido patrimonial y que se mantuvo en su familia hasta 1536 y el virreinato con sentido territorial,
al frente del cual se hallaba una autoridad nombrada por el soberano con carácter temporal.
El virrey tenía amplias atribuciones. Éstas eran + restringidas en materia de Hacienda, puesto
que no podía autorizar gastos extraordinarios. Generalmente les asesoraban Juntas, expertas en
materias específicas (hacienda, guerra) o la Audiencia con la cual constituía el Real acuerdo.
Como gobernador era la cabeza de la adm. territorial con poderes sobre el nombramiento de
cargos, el fomento de la colonización, el reparto de encomiendas, las obras públicas y la
fundación de escuelas y universidades. Era también presidente de la Audiencia, ejerciendo la
firma de sentencias. Inspeccionaba todo el sist. econó. Finalmente, era la cabeza del Patronato
de Indias, estableciendo el control sobre la Iglesia en Indias. Era el representante directo y sup.
del monarca y para dicho cargo, éstos nombraban a hombres de su confianza que hasta el S.
XVIII pertenecían a la alta nobleza y a partir de entonces también se incorporó a burócratas.
Los 2 virreinatos 1os. fueron los de Nueva España en Méjico, la antigua Tenochtitlán y Perú,
con capital en Lima. Ya en el S. XVIII la paulatina extensión territorial de los colonos hizo
imposible el control virreinal sobre toda Sudamérica. Por ello se creó el virreinato de Nueva
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Granada (1717) en Santa Fe de Bogotá y en el último cuarto del S. XVIII el del Río de la Plata con
capital en Buenos Aires.
Las grandes atribuciones puestas en manos de los virreyes les confería a éstos unos poderes
que era necesario tener controlados. Tan amplios poderes se hallaban frenados en la práctica por
la duración limitada del cargo (15, 6 ó 3 años) y por la obligación de rendir cuentas de su labor de
gobierno en un “juicio de residencia” (obligatorio para todos los funcionarios). Junto con el
nombramiento, el virrey recibía una Instrucción que le servía de guía y al terminar su mandato
redactaba una Memoria o resumen del mismo.
Con el juicio de residencia, el juez abría 2 sumarios, uno público y el 2º secreto, tomando
declaración a todos aquellos que tenían algún agravio que presentar contra la autoridad
fiscalizada. Una modalidad de este sist. de control fue la visita, juicio de residencia en plena
gestión de la autoridad, motivado por algunas denuncias graves. El visitador suspendía el
desempeño del cargo mientras durara el juicio. Los inconvenientes de las visitas fueron mayores
que los juicios de residencia.
AUDIENCIAS Y GOBERNACIONES.-
La 2ª división territorial de la adm. indiana correspondía a las Audiencias que eran instituciones
jurídicas de carácter colegiado con facultad gubernativa, disfrutando la prerrogativa de gobierno
administrador. Las gobernaciones fueron unidades provinciales de adm. centralizada, integradas
en el virreinato. Aunque hubo gobernaciones prácticamente autónomas como Nueva Granada,
Venezuela, Guatemala, Río de la Plata.
La creación del cargo de gobernador, usualmente unido al de capitán general, tuvo su origen
en los momentos mismos del descubrimiento y conquista, y así lo ostentaron Colón, Balboa,
Cortés, Pizarro y otros. Tenían el derecho de disponer de las tierras y los nativos. Como la
gobernación se había revelado una institución muy adecuada para la adm. y defensa de las zonas
fronterizas, las autoridades las mantuvieron, pero fueron gradualmente burocratizándolas. Al
tiempo la política de los reyes, temerosos de la constitución de un nuevo feudalismo indiano,
tendía a recortar el período del cargo, antes vitalicio.
El cargo de gobernador era designado directamente por el rey a propuesta del Consejo de
Indias por un período de 3 a 8 años. Le estaba encomendada la adm. del territorio, el reparto de
tierras y la encomienda de indios, la capacidad judicial de 1ª instancia, la capitanía general del
ejército y la designación de autoridades menores (tenientes de gobernador, alcaldes mayores y
comendadores). En zonas rurales se nombraban corregidores de indios, quienes en Méjico y
Perú estaban destinados al gobierno de comarcas y pob. nativas.
El origen de las Audiencias es dual. Herederas de las castellanas y también como órgano de
gobierno creado en el 1er. momento de la colonización. Inicialmente estuvo integrada
exclusivamente por letrados, sus funciones eran las mismas señaladas para los virreyes, con
excepción de la representación real y poder apelar ante la corona sus disposiciones. El sist.
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colegiado no dio buenos resultados, siendo común el enfrentamiento entre miembros de la
Audiencia, lo que ocasionó que los presidentes de las Audiencias fueran conformándose como
órgano supremo rector de la Audiencia. De este modo se llegó al nombramiento de presidentes
gobernadores. Sus funciones, durante el mandato de 8 años eran equiparables a las del virrey en
su respectivo territorio. Durante los 3 siglos del imperio español se crearon las siguientes
Audiencias: Virreinado de Nueva España y Virreinado de Perú.
LOS CABILDOS (O MUNICIPIOS).-
Dentro del esquema institucional de las Indias, el Cabildo fue el órgano representativo del
municipio o comunidad de vecinos, a pesar de que la representatividad no era auténticamente
popular. Estaba constituido por alcaldes ordinarios y regidores. Sus funciones eran las de
redactar las ordenanzas municipales y dirigir la políticas de abastos, obras públicas y reparto de
tierras.
El régimen municipal indiano fue una transposición del castellano. Al existir una gran distancia
entre las ciudades, éstas fueron en realidad el núcleo organizativo de la colonización y los
cabildos su 1er. adminis. El cabildo estaba compuesto por 1 ó 2 alcaldes y un nº variable de
concejales o regidores. Sus funciones eran la fiscalización de los presupuestos y las rentas
municipales, la consecución de un sist. de abastecimiento de víveres adecuado, la persecución de
la delincuencia y la adm. de justicia. Los cargos de los cabildos fueron electivos y anuales.
Se creó el cargo de corregidor, quien presidía el concejo y podía perseguir la parcialidad de los
regidores. Con el tiempo y sobre todo en los mayores municipios creció el nº de funcionarios con
trabajos específicos, como el de escribano, el procurador general (representante de los vecinos),
el alguacil mayor (jefe de policía), el alférez real (pregonero y abanderado municipal), el receptor
de penas (recaudador de tasas y multas), el fiel ejecutor (inspector del comercio municipal) y el
alcalde de la hermandad (jefe de policía para zonas rurales).
Una modalidad puesta en práctica para los momentos trascendentales fue la de los cabildos
abiertos. Pero la mayor peculiaridad municipal americana fueron los cabildos de indios que
contaban con autonomía frente a los órganos coloniales. Su origen fueron los diversos sist. de
evangelización que buscaban una mejor cristianización y occidentalización de las pob. indígenas
mediante la concentración en lugares determinados, gobernándose al modo castellano. Las
reducciones peruanas y las agregaciones novohispanas estaban integradas exclusivamente por
indios, teniendo prohibida su permanencia en estos poblados los blancos, negros y mestizos. La
composición de sus cabildos fue semejante a la de los hispanos. También en las grandes
ciudades, necesariamente de pob. mixta, la pob. nativa constituyó su propio municipio
independiente.
El cabildo no fue sólo una institución para el gobierno local, sino el único medio legal que la
pob. americana tenía para influir en la legislación emanada de la Península.
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LA CASA DE CONTRATACIÓN.
Se creó en 1503 en Sevilla, tomando como modelo la Casa de Guiné e Minas y la Casa da
India portuguesas. Su función principal era el almacenamiento de todo lo que se necesitaba para
las expediciones a América, la org. de éstas y la recogida de las mercancías de allí. Había para
ello un tesorero (se encargaba del almacenaje y la recaudación en metálico), un contador-
escribano que llevaba los libros de ingresos a la corona, de gastos de la Casa y de las mercancías
despachadas y un factor, funcionario para la contratación de artículos marineros.
La Casa de Contratación fue pronto ampliando sus atribuciones. Era básico el conocimiento de
los aspectos geográficos, astronómicos y náuticos que exigían a quienes dirigían los viajes. Se
creó para ello el cargo de piloto mayor. Se confeccionaron cartas de navegación hacia los nuevos
territorios. Se llegó a confeccionar el Padrón Real, carta náutica y mapa básico de las nuevas
tierras. Con todo ello se creó la cátedra de Cosmografía y Náutica. Los que viajaban debían
conseguir un permiso expedido por la Casa y sus datos se anotaban en unos libros de registro.
Con respecto a la Hacienda, se concreta en la recaudación de algunos impuestos sobre el
tráfico de mercancías, especial. la avería dedicada a sufragar los gastos de la armada que
protegía a los buques mercantes así como la parte correspondiente a la corona, de los metales
preciosos y capitales enviados a América. En competencia judicial, tenía potestad para entender
en causas civiles y criminales del comercio y la navegación a las Indias, pero tras unos conflictos
con el Consejo de Castilla, se le otorgó la competencia en las causas civiles en relación a la Real
Hacienda y la contratación y navegación a América, si el litigio era entre un particular y la Casa.
En materia criminal tuvo todas las competencias para juzgar sobre el incumplimiento de las leyes
de comercio y navegación con las Indias y de los delitos cometidos en estas travesías. El
desarrollo de la labor judicial de la Casa fue tan imp. que se crearon 2 salas, una para resolver las
causas de justicia (la Audiencia de Indias) y la otra con los oficiales iniciales en el resto de los
cometidos.
La complejidad de los cometidos de la Casa hizo que se personalizase la dirección con el
nombramiento de un Presidente (1579). La venta de cargos generalizada a partir de la época de
Felipe II hizo que se crearan muchos puestos sin un cometido concreto, lo que llevó a una
corrupción adminis. grande.
La Casa de Contratación fue trasladada a Cádiz a comienzos del S. XVIII, donde continuó su
labor hasta 1790, cuando fue cerrada por la supresión de los monopolios y una cierta
descentralización del comercio colonial.
EL CONSEJO DE INDIAS.
La creación dentro del Consejo de Castilla de una Junta que entendía en los asuntos indianos
(1519), se denominó Consejo de Indias, pues la superación del ciclo colonizador antillano y la
entrada en el panorama castellano del imperio azteca, hizo que los asuntos necesitados de
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decisiones se multiplicaran. Esto llevó a que finalmente la Junta se transformara en el
independiente Consejo Real y Supremo de las Indias en 1524.
En sus 1os. años no se dictaron ordenanzas, por lo que éste debió operar siguiendo el ej. del
de Castilla. En 1554 se fijaron algunas disposiciones y en su presidencia tuvieron mayoría los
nobles. Sus resoluciones eran sólo consultivas: con ellas se elevaba al monarca una consulta,
documento a cuyo margen el rey escribía su decisión. Las sesiones del Consejo eran secretas,
incluso no se levantaban actas de sus debates, aunque sí un índice con lo tratado y acordado.
Cuando la gravedad del asunto a tratar no encontraba en el Consejo su medida, se celebraban
Juntas especiales; destacadas fueron la Junta que dio lugar a las Leyes Nuevas (1542) o la de
Valladolid, donde se abordó el trato debido al indio, su naturaleza y el medio + adecuado para su
buen gobierno.
Las funciones del Consejo de Indias alcanzaban los campos de gobierno, adm., justicia,
hacienda, guerra y religión. En sus atribuciones gubernativas y adm., el Consejo tenía la
obligación de presentar ante el rey a las personas que ocuparían los + altos cargos en América,
controlaba la marcha de la adm. indiana, exponía las resoluciones para mantener un gobierno
efectivo en las colonias, inspeccionaba el trabajo de la Casa de Contratación y ejecutaba la
censura de libros y concedía la licencia para su impresión en las Indias. Por sus atribuciones
judiciales, el Consejo se constituía en la última instancia de apelación contra las sentencias de las
Audiencias, la Casa de Contratación y los Consulados; tenía plena competencia en los juicios de
residencia, en la determinación de visitas generales e incluso en causas de fuero eclesiástico.
En el campo militar, el Consejo tenía todas las competencias de las expediciones
colonizadoras y de conquista, en todo lo concerniente a la org. bélica. En virtud del Real
Patronato, el Consejo presentaba ante el rey las personalidades a ocupar los + altos puestos en la
jerarquía eclesiástica indiana; autorizaba el paso a las bulas y disposiciones papales dirigidas a
América.
El exceso de burocracia y el sist. colegiado provocó una desesperante lentitud en la toma de
decisiones (especialmente en tiempos de Felipe II). Esta parsimonia se debía, en parte, al
desconocimiento directo que los integrantes del Consejo tenían de la realidad americana: sólo 7
consejeros de los SS. XVI y XVII habían desempeñado cargos en Indias. Pero lo cierto fue que la
corona estuvo muy bien informada.
Se creó el cargo de cronista de Indias, cuyo 1er. titular, Juan López de Velasco, redactó sobre
los cuestionarios recibidos su “Descripción Universal de las Indias”, la 1ª producción estadística
realizada sobre territorios americanos y sus gentes.
El Consejo alcanzó mayor efectividad bajo los Austrias menores. Durante el S. XVII se crearon
otros 2 órganos de la adm. central. La Junta de Guerra de Indias que asumió parte de las
funciones militares del Consejo, sobre todo la org. de la defensa de las colonias y la Cámara de
Indias integrada por algunos consejeros de Indias y fue la encargada de proponer candidatos para
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los altos cargos civiles y religiosos y para la concesión de mercedes reales. En el S. XVIII el
Consejo de Indias perdió imp. al crear Felipe V 4 secretarías, una de las cuales estaba dedicada
asuntos de marina y América, y, desapareció definitivamente en 1812.
EL SISTEMA DE FLOTAS.
Especial imp. tuvo para la Monarquía Hisp. la comunicación con las Indias. Las necesidades
econ. habían aconsejado establecer un régimen de monopolio que tenía su puerto único de salida
y entrada en Sevilla. Este monopolio estaba justificado en el control administrativo y fiscal del
tráfico y en la protección de las flotas que hacían estos intercwnbios. En América se contaba
también con otros 2 puertos exclusivos, Veracruz, en Méjico y Nombre de Dios, en Panamá, que
servían, respectivamente, al Virreinato de Nueva España y a América Meridional. Fuera de estos,
los navios que iban o venían de América, solamente podían tocar, a su ¡da, en las Canarias, en
Sto. Domingo o Puerto Rico; a la vuelta, en Cartagena y en La Habana.
Desde 1.564 se impuso de forma organizada el sist. de doble convoy. Los navíos hacia
América se concentraban en Sevilla, Sanlúcar de Barrameda y Cádiz. El de Nueva España,
llamado simplemente la Flota, salía todos los años en los meses de abril o mayo; el de América
del S., llamado de Tierra Firme o los galeones, lo hacía en Agosto. Estaban integradas estas
flotas por un nº variable de navíos e invertían en la travesía aprox. un mes la de Méjico y algo + la
del Perú. Desde Veracruz, las mercancías subían a la ciudad de Méjico a lomo de animales, lo
mismo que desde Nombre de Dios atravesaban el istmo de Panamá, para embarcarlas en la flota
que había de transportarlas a El Callao; las flotas esperaban las mercancías y plata de retorno,
para emprender viaje de regreso a España. Una y otra se reunían en Sto. Domingo o en La
Habana para realizar la travesía del Atlántico y llegar a Sevilla a mediados del otoño.
La razón de este sist. de flotas era la seguridad de la navegación. Durante todo el reinado, no
obstante las dificultades puestas por los corsarios, que merodeaban en las proximidades de las
Azores o del Cabo de S. Vicente, e incluso de las Canarias, el régimen funcionó perfectamente.
Si los enemigos de España realizaron algunas presas fue por distanciamientos forzosos del
cuerpo de la flota. Los ataques directos a puertos americanos, como los realizados por Hawkins a
Sto. Domingo y Río Hacha, en Panamá, en 1563; el del propio Hawkins a S. Juan de Ulúa,
antepuerto de Veracruz, en 1568; los de Drake, en 1571, a Nombre de Dios, y el de los 2 marinos
conjuntamente en 1596-97 a Puerto Rico y Panamá, poco lograron. La defensa española se
mostró muy eficaz. Tan solo en las costas del Pacífico, sobretodo en las chilenas pudieron estos
corsarios moverse con mayor facilidad. Pero en ningún caso lograron su obj. de cortar las
comunicaciones entre las Indias y España, que eran vitales para la econ. y la política filipinas.
El profesor Pierre Chaunu ha mostrado la interdependencia de este comercio americano y el
ritmo de la econ., y hasta de la política española en Europa. La proyección filipina hacia el exterior
se acompasa con el periodo expansivo del comercio americano que comienza en 1559 y que tuvo
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sus años + prósperos entre 1582 y 1586. El convoy de Nueva España, en 1585, fue uno de los
mayores de toda la hª de la navegación a Indias, con sus 51 embarcaciones y + de 17.000 Tn. En
cambio en la escalada de la ofensiva inglesa a América y a las costas españolas entre 1585-1589,
y la preparación de la Armada Invencible, se advierten claramente en una contracción de la
navegación y del comercio hispanoamericano. Desde oct. de 1586 hasta marzo de 1589 no salió
ninguna flota hacia Nueva España, y en los años posteriores las embarcaciones disponibles para
la travesía atlántica son tan pequeñas y viejas, que arrojan un nº notable de naufragios y
percances en aquella ruta. Pero ya desde 1592 las partidas de las flotas americanas parecen
regularizadas y el comercio, el que dependía el flujo de plata, nuevamente restaurado.
Sin embargo, este comercio, tan controlado y protegido, tan espectacular en sus aportaciones,
examinado en su entraña, resultaba mucho menos beneficioso para España de lo que pudiera
parecer. El constante encarecimiento de los costes de los productos españoles y las ventajas que
los extranjeros hallaban en Sevilla -muchas veces con el apoyo de la inspección oficial-
favorecieron una ruinosa competencia. El resultado sería que los productos extranjeros ocupaban
cada día mayor volumen en las flotas. Es imposible calcularlo en términos numéricos, ya que
estas operaciones se ocupaban bajo 3as. personas, pero informes bastante seguros de mediados
del S. XVII, cuando este proceso se había intensificado notablemente, atribuían cerca del 80% del
volumen embarcado a mercancías de procedencia exterior. De este modo estos comerciantes
extranjeros, italianos, ingleses, alemanes, llevaban una buena porción de los beneficios que
oficialmente disfrutaba España de su comercio con las Indias. Además sería interesante
contabilizar los beneficios que comenzaba a proporcionarles el contrabando, ya en práctica desde
finales del S. XVI.
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TEMA 12: “EL REINADO DE FELIPE III”.
EL RÉGIMEN DE VALIDOS. EL GOBIERNO DEL DUQUE DE LERMA.
A) Felipe II murió el 13-9-1598, dejando a su último hijo sobreviviente, que tenía entonces 20
años, el gobierno del imperio + extenso y + poderoso del mundo. Felipe III, escasamente dotado
en inteligencia y personalidad para sus enormes responsabilidades, observado con una mezcla de
indulgencia y exasperación por sus oficiales y sus súbditos y condenado por la opinión posterior
por considerársele totalmente incapaz de gobernar, sometió a la + dura de las pruebas a la
monarquía personal. Desde el punto de vista físico parecía haber superado la mala salud de su
infancia. De baja estatura e inclinado a la obesidad, su aspecto era agradable. Su educación y
crianza se habían desarrollado según las líneas convencionales en un heredero del trono y había
vivido una vida cortesana en compañía de tutores eclesiásticos, consejeros espirituales y amigos
aristócratas. Su padre había concertado su matrimonio, como cabía esperar, con una prima
Habsburgo, Margarita de Austria, de 14 años de edad, que le dio 8 hijos, 5 de los cuales
sobrevivieron a la infancia, y murió al dar a luz en 1611. El monarca, bondadoso y piadoso,
impresionaba a los contemporáneos cuando menos por sus virtudes morales. Pero su mente
estaba vacía y su voluntad era débil. Sus ideas políticas se basaban en la convicción de la misión
divina de la monarquía española e identificaba los intereses de la religión con los de España.
Felipe III fue el monarca + perezoso de la hª de España.
El nuevo monarca no podía pretender emular a su padre. Felipe II, además de ser un gran rey,
había sido un gran funcionario. Pero su sist. de gobierno, en el que el rey era al mismo tiempo
consejero, planificador y ejecutor, hacía recaer una carga intolerable sobre el ocupante del trono.
Cuando menos, Felipe III reconoció sus limitaciones. Examinó brevemente la situación y rápida-
mente se batió en retirada. Pero antes de hacerlo tomó la que para un monarca español era una
decisión sin precedentes: delegó el poder en un ministro principal. Su elección recayó en
Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y elevado prontamente a la condición
de duque de Lerma, su amigo + íntimo y su confidente, hombre escasamente + apto que el
monarca para el ejercicio del poder.
Lerma y su familia procedían de Castilla la Vieja; había nacido en Tordesillas y consolidó su
linaje desposando a la hija del duque de Medinaceli. En verdad, su condición social y su amistad
con el rey eran sus únicas virtudes para el cargo. La inteligencia y el buen criterio sólo le
adornaban en un grado limitado. A la edad de 45 años carecía todavía de experiencia política. Es
cierto que abogó en todo momento por una política de paz y que trató de liberar a España de sus
compromisos imperiales en el N. y el centro de Europa. Pero esas cualidades habrían sido +
convincentes si Lerma hubiera mostrado algún tipo de inclinación a utilizar la paz como medio
para reformular las prioridades españolas, aliviar al contribuyente y proseguir una política de
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ahorros y reforma. Lerma quería el poder no para gobernar, sino para adquirir prestigio, y sobre
todo, riqueza. En su afán de conseguirla se mostró activo y sin escrúpulos. Distribuyó títulos y
oficios para seleccionar un grupo de favoritos hasta que consiguió toda una facción afecta a él. La
venalidad de Lerma está fuera de toda duda, pero es + difícil concluir si ejerció una influencia
corruptora sobre la vida pública española. Es muy poco probable que el núcleo fundamental de la
burocracia se viera afectado por la influencia de Lerma. El funcionariado español no era tan
sensible a los cambios, pero el rey, en cambio, era más impresionable. Aunque Felipe III odiaba
Madrid, hay que ver la mano de Lerma en la decisión de trasladar la corte y el gobierno a
Valladolid (1601-1606). Era una maniobra dirigida a incrementar su poder personal, su influencia
y sus propiedades. Fue un ejercicio flagrante de irresponsabilidad muy criticado por los
contemporáneos.
La novedad de un monarca débil y un valido poderoso impresionó de tal forma a los españoles
contemporáneos que consideraron el año 1598 como el fin de una era. También los teóricos de la
política se apresuraron a reaccionar ante ese cambio. En España ya había quedado atrás la era
de los grandes filósofos políticos, al igual que la era de los grandes monarcas. Los sucesores
eran figs. mediocres, autores que compilaban preceptos de filosofía moral para la instrucción y
edificación del gobernante y sus ministros. Daban por sentado que la forma perfecta de gobierno
era la monarquía personal, no cuestionaban que la soberanía tenía que ser absoluta y nunca se
les pasó por la cabeza considerar la función de las instituciones representativas. Desde luego, no
buscaban los orígenes y la naturaleza del poder sino el ideal del príncipe cristiano. Como si
hubieran perdido las esperanzas con respecto a los monarcas, algunos teóricos de la política
dirigieron su mirada a los validos de los reyes y comenzaron a predicar sobre la educación, las
cualidades y las tácticas del perfecto privado. Esto suponía un cambio radical con respecto a la
teoría y la práctica de la monarquía en el reinado de Felipe II. Historiadores posteriores han
considerado también que el año 1598 fue un punto de inflexión en la hª de España, el momento en
que el gobierno personal del monarca dejó paso al de los validos.
Felipe III heredó los defectos estructurales en la adm. española y los agravó con sus propios
métodos de trabajo. Pero su misma indolencia permitió a los consejos asumir mayor control sobre
los asuntos de su competencia y en este sentido favoreció el desarrollo institucional. Esto era
especialmente notorio en el Consejo de Estado. Con Felipe II, que cumplía con sus obligaciones,
los poderes del consejo eran limitados y no se reunía con regularidad. En 1598, poco después de
subir al trono, Felipe III revitalizó el Consejo de Estado, determinó que sus reuniones fueran +
frecuentes y nombró para integrarse en él a destacados miembros de la nobleza. En abril de
1600, el consejo fue reorganizado y a partir de entonces comenzó a reunirse de manera regular y
a asumir un papel + activo en la formulación de la política. Esto puede apreciarse en el nº mayor
de consultas que procedían del Consejo de Estado, lo que indica que Felipe III le enviaba +
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material y confiaba + en su consejo que su padre. Habitualmente aceptaba ese consejo, pero el
inconveniente radicaba en el plazo exagerado de tiempo que demoraba en hacerlo.
En los 3 1os. años de su reinado, Felipe III desatendió por completo sus responsabilidades.
Aprox. desde 1602 pareció enmendarse, pero siguió actuando con poca constancia. Delegó la
coordinación con los consejos en manos de Lerma, que enviaba los asuntos a unos y a otros, vigi-
lando sus activs. Pero es difícil determinar hasta qué punto Lerma influyó en las decisiones de los
consejos. Raramente asistía a las sesiones del Consejo de Estado y al parecer prefirió dejar que
la adm. realizara por sí misma su tarea. Sin embargo, había 2 temas por los que Lerma
demostraba un gran interés: las finanzas (el capítulo de gastos) y el patronazgo. Cuando menos
en esos asuntos dejó perfectamente claro quién era el que mandaba.
El alejamiento del ejecutivo hacía recaer mayores responsabilidades en los consejos y les
obligó a revisar sus procedimientos. Los Consejos de Estado, Guerra y Hacienda adquirieron un
carácter + profesional y el Consejo de Guerra inició una nueva fase de su hª, incorporando a
personas experimentadas. En 1598, los consejos contaban con 22 secretarios, nº que había
aumentado a 47 a mediados del decenio de 1620. Al mismo tiempo, ante el volumen creciente de
trabajo crearon en su seno una serie de juntas, o comisiones, cuya función consistía en estudiar
los problemas urgentes y especiales del momento. Por lo general, se componían de unos pocos
miembros procedentes del organismo en el que surgían, reforzados por especialistas de otros
consejos o de fuera de ellos. El sist. de juntas resultó particularmente útil para el Consejo de
Estado, permitiéndole resolver el nº creciente de asuntos que recaían sobre él. Se crearon una
serie de comisiones especializadas en los difs. aspectos de la política exterior, como la Junta de
Italia, la Junta de Inglaterra y la Junta de Alemania. De esta manera, el consejo podía estudiar
simultáneamente una serie de asuntos urgentes sin que el pleno del consejo tuviera que dedicarse
a un solo problema. Generalmente, la proliferación de juntas en el reinado de Felipe III se ha
considerado como un proceso desordenado, síntoma de decadencia en el gobierno. De hecho,
fue un proceso realista, auspiciado por la propia adm. para dar respuesta al creciente volumen de
trabajo.
La continuidad entre el viejo y el nuevo régimen puede apreciarse también en el personal de la
adm. de Felipe III. El nuevo monarca no aceptó a todo el equipo de consejeros de su padre.
Algunos oficiales fueron cesados y se integraron otros nuevos. Entre estos últimos, Lerma
constituye un ej. notable, pues frecuentemente se afirma que tuvo una influencia perniciosa sobre
la nueva adm. al integrar en ella a personajes afectos a él. Ciertamente, el patronazgo de Lerma
se advierte en los nombramientos para una serie de cargos, algunos de ellos en el nivel de
secretario, pero no hay pruebas de mala influencia.
El Consejo del Estado constituye un buen ej. del nuevo sist. de adm. La mayor parte de los
nuevos consejeros -el duque de Alba, el duque del Infantado y el condestable de Castilla- eran
candidatos evidentes en ser promocionados en razón de su condición nobiliaria, de su experiencia
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y de los servicios prestados a la corona. El nuevo Consejo de Estado no era una institución
organizada de forma irresponsable. El criterio de nombramiento parece haber sido la experiencia
y el talento, no el favoritismo. Era un organismo conservador y muy homogéneo, que ponía en
práctica las doctrinas recibidas de política española sobre las cuales concordaba prácticamente
toda la clase dirigente. No era una institución que pudiera ser sometida o corrompida por el duque
de Lerma, aunque lo hubiera intentado.
Los miembros del Consejo de Estado procedían casi en su totalidad de la alta nobleza, al igual
que había ocurrido en el reinado de Felipe II. De las 27 personas que fueron miembros del
Consejo durante el reinado de Felipe III, 16 ya eran nobles con título en el momento de su
nombramiento, aunque las figs. + destacadas no eran necesariamente los nombres de + alcurnia.
En los demás consejos, Felipe III, como su padre, recurrió a un porcentaje mayor de individuos
pertenecientes a la nobleza media y baja y a un imp. nº de letrados. Al igual que su padre, raras
veces, o nunca, utilizó a gentes del común. Pero, dando por sentada su inclinación a la aristo-
cracia, Felipe III parece haber sido guiado por la preocupación y la eficacia a la hora de elegir a
los servidores de la corona. Por ej., al conde de Miranda, presidente del Consejo de Castilla y
especialista en los asuntos internos, se le encomendaron nosas. tareas en el sector de la adm.
interna, que desempeñó siempre con gran competencia. Este y otros como el eran burócratas
profesionales que constituían una reserva de talento a la que el rey podía recurrir para reforzar las
difs. juntas y comisiones que se ocupaban de examinar la política y los problemas españoles. Y
su presencia en la adm. permitió que se incorporaran a ella otros hombres menos profesionales
como el confesor real y los criados de Lerma, sin que se resintiera demasiado el nivel de eficacia
del gobierno.
B) A partir de 1598, el gobierno español comenzó a alejarse del sist. del gobierno personal
practicado por Felipe II y a superar las restricciones que existían para que se llevara a la práctica.
En gran parte, el impulso hacia el cambio procedió de la propia adm. Pero Felipe III fue
responsable del cambio + trascendental de todos, la creación de un cargo muy próximo al de
ministro principal. El hecho de que no hubiera título para ese cargo, de que el ministro al que
eligió fuera su amigo + íntimo, el duque de Lerma, y de que el nombramiento de este último
iniciara una línea permanente de validos, o favoritos, cuyo mérito principal era su amistad personal
con el rey, ha deslustrado el proceso a los ojos de los historiadores posteriores y oscurecido
aquellos elementos presentes en él que constituían una auténtica novedad institucional. El
valimiento era una forma de adaptarse a las circunstancias, pues la carga que suponía gobernar
España y su vasto imperio era ya demasiado pesada como para que pudiera soportarla un solo
hombre. En cuanto que mero problema adm., dado que la documentación aumentaba
inexorablemente día tras día, era + de lo que se podía esperar que resolviera un ejecutivo
unipersonal.
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En el pasado, la corona había compartido el trabajo adm., pero no la responsabilidad política,
con sus secretarios. El secretario, que era menos que un ministro, había llegado a ser + que un
simple oficinista. Tenía acceso a todos los documentos del Estado, el rey solicitaba su consejo y
era el nexo principal entre el monarca y el Consejo. El acceso permanente de los secretarios a la
fig. del monarca, en contraste con la irregularidad de las reuniones del Consejo, debía de resultar
mortificante para los consejeros aristócratas, que se consideraban los consejeros legítimos del
rey. Se daban cuenta de que los secretarios ya no eran simplemente los empleados
administrativos del Consejo: el secretario de Estado se había convertido en el secretario del rey.
Sin embargo, el desarrollo de las secretarías no alteró el carácter del secretario, que siguió siendo
un burócrata profesional sin ambición política.
El ascenso del valido comportó el declive del secretario. Los grandes habían impuesto su
criterio y los secretarios de Estado eran ahora literalmente secretarios del Consejo de Estado.
Habían dejado de ser consejeros privados del monarca para convertirse en simples funcionarios.
El valido era ahora el que supervisaba a los consejos, controlaba los instrumentos escritos del
gobierno y aconsejaba al monarca. Su cargo tenía un mayor contenido político del que nunca
tuviera la secretaría. Era un cargo no compartido y conllevaba mayor poder. Además, el valido
estaba + próximo al monarca, cuya amistad era, a un tiempo, su distintivo de autoridad y su mérito
principal para el cargo. Por último, la posición social del valido era + sólida, pues procedía
siempre de la alta aristocracia. El ascenso del valido no sólo reflejaba la ineptitud del rey y el
desarrollo de la adm., sino también las ambiciones de la nobleza. La aparición del valido significó
el intento aristocrático, si no de conseguir el control, al menos de monopolizar la corona y el
resultado fue una victoria política de los grandes sobre los hidalgos y la pequeña nobleza.
La corona española no era considerada únicamente como un ente legislador, sino también
como un benefactor. De todas partes de España y de sus dependencias fluía una corte constante
de postulantes hacia Madrid en busca de nombramientos, honores, privilegios, pensiones y
concesiones de todo tipo. Ante la imposibilidad de alcanzar la fuente del patronazgo, la corona,
intentaban conseguir que un personaje bien situado intercediera por ellos, un consejero o un
oficial imp. que tenía acceso al rey, y naturalmente se esperaba que pagaran por ese servicio de
una u otra forma. Así pues, los clientes intentaban asociarse a un patrono poderoso dotado de
influencia y de riqueza. Por su parte, los patronos, ansiosos por conseguir un amplio círculo de
seguidores que dieran la medida de su poder y posición, se mostraban bien dispuestos a otorgar
favores. Esto explica las maniobras para conseguir una posición favorable en el entorno del rey y
la constante agitación en la corte.
El sist. de patronazgo tenía implicaciones políticas. Es cierto que no existían partidos políticos,
pero esto no significaba que no hubiera difs. políticas entre los principales personajes. Pero esas
difs. se expresaban en distintas facciones, cuya rivalidad se centraba en lo que + importaba, es
decir, la influencia sobre el monarca y, en consecuencia, el control del patronazgo y cuanto
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significaba. Y no sólo significaba riqueza, sino también poder. Por tanto, era inevitable que, de la
misma forma que Lerma y sus sucesores buscaban el patronazgo del rey, lo ejercieran también, a
su vez, entre sus clientes y que, por tanto, consiguieran sus propios validos. Era en este punto
donde el sistema de patronazgo engendraba corrupción.
La técnica de Lerma consistió en acumular cargos imps. en la casa real hasta monopolizar el
acceso al monarca. También acumuló cargos secundarios para distribuirlos entre sus familiares y
clientes y para erigir una barrera + frente a sus rivales. Al mismo tiempo, se hizo con aquellos
cargos que controlaban el acceso a los palacios reales y con el gobierno de las ciudades a las que
podía acudir el rey. De esta forma consiguió aislar al monarca de la influencia de sus rivales e
impidió que todo aquel que no contara con su aprobación se aproximara a la presencia real. Re-
forzó su entorno familiar con títulos y alianzas matrimoniales, empezando por conseguir un
ducado para él. Este tipo de patronazgo podía volverse en contra de quien lo ejercía. Así, pro-
mocionar a su hijo mayor, Cristóbal, duque de Uceda, sólo le sirvió para crearse un rival.
Tampoco supo elegir Lerma a alguno de sus criados. Por ej., Don Pedro Franqueza se convirtió
en valido de Lerma, lo que le permitió conseguir el titulo de conde de Villalonga y los cargos de
consejero y secretario de Hacienda, pero el éxito se le subió a la cabeza y después de una
espectacular, pero breve, carrera, fue depurado de la adm. por venalidad flagrante. La caída de
Lerma demuestra hasta qué punto era implacable el sist. de patronazgo y con qué espíritu de
revancha actuaban los que estaban fuera del sist. cuando se integraban en él.
La corona era un espectador pasivo de ese proceso, atrapada como estaba en un sist. que
había ayudado a crear. En lugar de distribuir sus favores entre una serie de ministros, a los que
poder enfrentar entre sí, los últimos Austrias permitieron que un solo hombre monopolizara el
patronazgo y el poder. De esta forma perdieron su independencia, porque estaban sometidos a la
presión de un solo interés. Se convirtieron en víctimas de unos validos y unas facciones políticas
poderosas. Lo que había comenzado como una delegación de poder terminó en la abdicación del
control. Sin embargo, su objetivo original era perfectamente plausible. Aunque no supieran
formular el problema con precisión, de hecho buscaban un ministro principal. Algunos
comentaristas políticos adoptaron una actitud de profundo recelo ante este proceso, pues
consideraban que el hecho de que un rey compartiera su soberanía era incompatible con la
monarquía absoluta y, paradójicamente, para controlar el valimiento intentaron institucionalizarlo.
El valimiento no era algo estático, sino que evolucionó a lo largo del S. XVII. La 1ª fase imp. de
su desarrollo fue el prolongado desempeño del cargo por parte del duque de Lerma, que lo ocupó
durante 20 años. Pocos días después de la muerte de su padre, y a pesar de la desaprobación de
Moura e ldiáquez, Felipe III disolvió la pequeña junta creada por Felipe II para facilitar la transición
y dejó, pues, expedito el paso para que Lerma adquiriera una posición preeminente. La
delegación de poder se puede inferir de un notable decreto publicado algunos años + tarde, el 23-
10-1612, en el que el monarca, tal vez para atajar las críticas crecientes contra el valido, declaró
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su total satisfacción con los servicios que había prestado Lerma y ratificó el poder que le había
otorgado al iniciarse el reinado: declaraba que las órdenes firmadas por Lerma tenían la misma
fuerza que una orden real y, de esta forma, ponía todo el sist. conciliar a disposición del valido. El
secretario le entregaba todos los documentos que llegaban, él los distribuía a los consejos y a
continuación tomaba decisiones ejecutivas sobre la base de las consultas de los consejos. Sin
duda, examinaba en privado con el rey esos asuntos y en todo momento tuvo buen cuidado de
comunicar sus instrucciones en forma de una orden escrita o verbal del propio rey. Pero, de
hecho, tenía el poder ejecutivo. Por último, Lerma tuvo buen cuidado en mantener en sus manos
el control del patronazgo. En julio de 1605 dio instrucciones al secretario del Consejo de Estado
en el sentido asuntos referentes a nombramientos y mercedes tenían que ser sometidos
directamente al monarca y de que el Consejo sólo podía ocuparse de ellos si el rey lo ordenaba
expresamente. En la práctica, todas las decisiones de patronazgo eran tomadas por Lerma.
Durante 20 años, hasta 1618, Lerma era 1er. ministro en todo, excepto el nombre. Durante ese
período vio aumentar su riqueza y su impopularidad; inevitablemente se convirtió en el blanco de
las críticas por la situación econ. y por la política internacional de España. Su desmedida
ambición, su manejo sin escrúpulos del patronazgo y el comportamiento escandaloso de alguno
de sus clientes, en especial Calderón, ultrajaron a la opinión pública. Sus enemigos comenzaron
a afilar sus garras y sus subordinados empezaron a abandonarle. Durante esos 20 años también
creció el rey, si no en sabiduría al menos en madurez. Aprox. desde el 1615 se apoderó de él un
sentimiento de desilusión cuando tomó conciencia de las deficiencias de Lerma y de sus clientes,
de la creciente insatisfacción existente en el país y, sobre todo, de la situación real de las
finanzasdel Estado. El nombramiento de Fernando Carrillo como presidente del Consejo de
Hcienda en 1609 fue ya un signo de que el rey comprendía que era necesario reformar la adm.
Mientras tanto, a medida que el rey se emancipaba de Lerma, se dejaban oír nuevas voces en los
consejos. En el escenario internacional, España tenia que hacer frente a nuevos problemas.
Lerma defendía una política de paz y de no intervención en los asuntos del N. de Europa, política
deseable pero que carecía de convicción moral al ser Lerma quien la propugnaba. En efecto, éste
había dejado pasar la oportunidad que ofrecía la paz para poner en práctica medidas de ahorro y
de reforma y, bien al contrario, había aconsejado mal al joven rey y había dado peor ej. aún de
extravagancia privada y despilfarro público.
La corte y la adm. estaban a la expectativa, intentando averiguar quién sería el próximo
candidato para conseguir el favor real, y los clientes esperaban la decisión del patrono supremo.
La oposición al favorito, cada vez + envejecido, fue movilizada por Aliaga. Comenzó así a
formarse una facción anti-Lerma, agrupada en torno a un nuevo aspirante al valimiento, que no
era otro que el propio hijo de Lerma, Cristóbal de Sandoval y Rojas, duque de Uceda. Por otra
parte, en el Consejo de Estado comenzaron a cobrar fuerza los puntos de vista de Zúñiga,
principal defensor de una política de línea dura en el N. de Europa. Lerma, en un intento
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desesperado de fortalecer su posición, consiguió que Roma le designara para el cardenalato.
Pero ni siquiera Felipe III se dejó impresionar y desde abril de 1618 comenzó a retirar a Lerma su
confianza. Cuando durante los meses de julio y agosto el Consejo de Estado se mostró dividido
sobre un tema político imp., si había que intervenir o no en Alemania, Lerma quedó en franca
minoría, impotente para mantener a España apartada de una guerra. A finales de sept. de 1618,
cuando solicitó permiso al rey para retirarse, su petición fue atendida y la decisión se le comunicó
el 4 de octubre; se retiró a sus propiedades de Lerma, al S. de Burgos, y luego a Valladolid, donde
murió el 17-5-1625. Los clientes de Lerma sintieron inevitablemente el frío viento que soplaba
desde El Escorial y sus favoritos, como Calderón, fueron perseguidos implacablemente por sus
enemigos en el nuevo régimen. Sin embargo, su caída no dio paso a un cambio total en el
gobierno y el núcleo central de la adm. permaneció invariable.
Uceda sucedió a Lerma en el valimiento y la transferencia en el poder fue imnediata. Pero fue
también incompleta. El 15-11-1618, Felipe III promulgó un decreto mediante el cual revocaba el
de 1612. A partir de entonces todas las declaraciones políticas, las órdenes y las cuestiones de
patronazgo emanadas de la voluntad real sólo llevarían la firma del rey. Al cabo de poco tiempo,
Uceda controlaba en buena medida el funcionamiento de los consejos en nombre del rey y la adm.
parecía considerarle como ministro principal. Sin embargo, su posición nunca estuvo tan
claramente definida como la de Lerma. No monopolizó la coordinación entre el rey y los consejos
y, hasta cierto punto, volvieron a cobrar vigencia los canales tradicionales de comunicación.
Uceda carecía de dotes políticas y su régimen era un tanto anodino.
POLÍTICA MEDITERRÁNEA: LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS Y SUS
CONSECUENCIAS SOCIO-ECONÓMICAS.
El 9-4-1609 Felipe III tomó la decisión de la expulsión de los moriscos de España. La
distensión alcanzada gracias a la paz con Inglaterra en 1604 y con las Prov. Unidas en 1609
permitió a España concentrar sus fuerzas terrestres y marítimas en el Mediterráneo para
garantizar la seguridad de la operación contra los moriscos. Pero detrás de ellos se vislumbra el
empeoramiento de la situación econ., en el que las fluctuaciones en el comercio de las Indias
eran, al mismo tiempo, un síntoma y una causa. Las restricciones econ. tuvieron un impacto
directo en la posición española en los P. Bajos. + insidiosos fueron sus efectos sobre la situación
de los moriscos. En un período de empeoramiento del nivel de vida -años 1604-1605- no cabía
esperar sino que se hiciera + agudo el resentimiento de las masas contra una minoría próspera.
No hay que pensar que el gobierno español actuó siguiendo directamente los sentimientos de la
opinión pública, pero su decisión reflejaba el malestar general, y también el estado de ánimo de
los dirigentes de Castilla. Expulsar a los moriscos suponía liberar a España de un grupo al que
desde hacía tiempo se consideraba como un enemigo nacional y, asestar un golpe a favor de la
ortodoxia religiosa, reforzando el poder y el prestigio castellanos.
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En la guerra con el islam había desaparecido casi por completo el sentimiento de urgencia y en
1609 ya no constituía una preocupación fundaméntal. Cierto que las depredaciones de los
corsarios berberiscos y de sus aliados otomanos continuaban planteando un problema de
seguridad en el Mediterráneo occ. Pero nadie creía seriamente que había que librar una guerra
de religión y no existía peligro real de invasión de España ni de una colaboración militar entre
Argel y los moriscos. Por tanto, el argumento estratégico había perdido en gran parte su
contenido, aunque todavía se invocaba. El propio Lerma recurrió a él.
El problema fundamental que planteaban los moriscos era el de integración. Los moriscos
seguían siendo un mundo aparte, con su propia lengua y religión y una forma de vida que se
basaba en la ley islámica. En Aragón y en Valencia constituían un auténtico enclave del islam en
España, que se resistía a la cristianización y a la hispanización, con sus propios líderes y su clase
dirigente, sus ricos y sus pobres, todos ellos inmunes a la integración. Y dado que su patria
espiritual estaba fuera de España, se sospechaba que ocurría lo mismo respecto a su lealtad
política. A los ojos de los castellanos, esta era una situación anormal y monstruosa, la aceptación
del fracaso de la política del pasado. Sin embargo, la opinión pública, en tanto en cuanto pueden
apreciarse sus puntos de vista en las Cortes y en la literatura de la época, no presionaba para que
se llegara a una solución definitiva, ni existía una campaña masiva en favor de la expulsión. No
puede hablarse de tolerancia, pues todo el mundo pensaba que el islam era un enemigo secular
de la fe católica y de España, pero la hostilidad hacia los moriscos se expresaba normalmente
contra abusos específicos -el bandolerismo, o la competencia por los puestos de trabajo-, pero no
adoptaba la forma de una condena general ni de una petición de expulsión. El debate político se
circunscribía a los grupos políticos dirigentes de la Iglesia y el Estado. Algunos representantes de
la Iglesia, como fray Luis de Aliaga, el confesor real, y los obispos de Tortosa y Orihuela, salieron
en defensa de los moriscos «bien dispuestos» y de los auténticos conversos. Pero sus voces
eran eclipsadas por otras que expresaban un mayor fanatismo. Jaime Bleda, fraile dominico y
miembro de la Inquisición de Valencia, instó a Roma a que declarara apóstatas a todos los
moriscos e hizo un llamamiento al rey y al gobierno para que los expulsara en bloque e
inmediatamente. Las opiniones de este tipo no eran bien recibidas en Roma y no eran
compartidas por todo el clero, una parte del cual se mostraba partidario de una política de
asimilación paciente, ni por la Iglesia como institución, que no tenía una opinión oficial. También
en los círculos del gobierno estaba dividida la opinión, tal como se reflejaba en el Consejo de
Estado, entre una mayoría que apoyaba la política de Idiáquez de su expulsión total y aquellos
que veían con buenos ojos los argumentos del duque del Infantado en el sentido de que la
expulsión debía ser discriminada, y no masiva. Obviamente, los más ardientes defensores de los
moriscos eran aquellos que tenían un interés personal, la aristocracia de Aragón y Valencia, en
cuyas propiedades trabajaban los moriscos como tenentes o vasallos. En cuanto a la masa de los
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campesinos castellanos, sentían envidia y resentimiento hacia sus rivales moriscos y los
consideraban como satélites de la aristocracia terrateniente.
En la raíz del problema morisco había una cuestión demográfica. En vísperas de la expulsión,
la pob. morisca de España era de 319.000 almas, para un total de 8 mill. de habs. Pero esos
moriscos no estaban distribuidos de manera uniforme por toda la penín. + del 60% se hallaban
concentrados en el cuadrante suroriental del país. En Valencia, que contaba con la mayor
concentración de pob. morisca, eran 135.000, aprox. el 33% de la pob. El problema se veía
agravado por el hecho de que la pob. morisca aumentaba + rápidamente que la pob. cristiana. En
Aragón pasaba algo parecido. Allí, había unos 61.000 moriscos, aprox. el 20% de la pob., y su
tasa de crecimiento también era mayor que la de los cristianos.
En Castilla, la situación era menos tensa. Las antiguas comunidades de mudéjares, que
constituían una pequeña minoría, nunca habían planteado problema alguno. La dispersión de
84.000 moriscos de Granada por toda Castilla tras ser sofocada su revuelta en 1570 modificó
ligeramente el panorama demográfico. En conj., los mudéjares y los moriscos granadinos eran
entre 110.000-120.000, que no planteaban amenaza alguna a los 6,5 mill. de cristianos que vivían
en Castilla. Ni siquiera las 2 comunidades moriscas estaban integradas entre sí. El rápido crec.
demográfico de los moriscos de Valencia y Aragón no tardó en amenazar con restablecer el
equilibrio de poder entre las 2 comunidades y, tal vez, incluso de decantar la balanza en favor del
islam. Por ello, la expulsión puede considerarse como el 2º acto de la Reconquista.
En último extremo, es difícil determinar las razones precisas por las que fueron expulsados los
moriscos. La decisión no fue simplemente consecuencia de la «presión demográfica». Esta
política de expulsión fue responsabilidad de unas cuantas personas: Felipe III, en quien residía la
soberanía, y sus consejeros inmediatos, que fueron quienes le plantearon la opción. El duque de
Lerma tomó la iniciativa y en este asunto desempeñó con diligencia sus tareas políticas y
ejecutivas. Bajo su dirección, el Consejo de Estado debatió la cuestión y en enero de 1608 el
Consejo comenzó a propugnar la expulsión, en razón de la seguridad del Estado, y el 4-4-1609
recomendó firmemente esta medida al monarca. Felipe III aceptó el consejo y el 9-4-1609 se
decidió expulsar a los moriscos de todo el conj. de España, comenzando por Valencia. Los
preparativos empezaron en el + absoluto secreto: se concentraron las galeras del Mediterráneo,
acudió la flota del Atlántico y se movilizaron tropas. En sept., había escuadrones navales
acantonados en 3 puertos, Alfaques, Denia y Alicante, y 3 tercios procedentes de Italia ocupaban
posiciones estratégicas al N. y al S. de Valencia. El 22 de sept., el virrey de Valencia, marqués de
Caracena, ordenó que se publicara el decreto de expulsión. Los aristócratas terratenientes de
Valencia, patronos y protectores de los moriscos, ya habían celebrado varias reuniones y
organizaron una protesta contra el gobierno de Madrid. Su protesta fue infructuosa, aunque
Lerma había pensado en algún tipo de compensación. Se permitió a los moriscos que llevaran
consigo los bienes muebles, pero sus casas, sus semillas, sus cultivos, sus árboles y otras
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posesiones irían a parar a manos de sus señores como compensación, decretándose la pena de
muerte contra cualquier acto de destrucción o incendio. Pero estas órdenes se interpretaron de
muy diversa manera y muchos moriscos se apresuraron a llevar sus productos y sus propiedades
al mercado. Por lo demás, no causaron problemas. Abandonaron tranquilamente sus aldeas y
conducidos por agentes especiales recorrieron, en largas columnas, el camino que les llevaba
hasta los puertos de embarque.
Allí, a partir del 30 de sept., se amontonaron en los barcos que les esperaban. Partieron para
dirigirse al N. de África en convoyes sucesivos y bajo escolta naval. Durante los 20 primeros días
de oct., unos 32.000 moriscos fueron trasladados por el Mediterráneo. Los incidentes fueron
escasos, pero los que se produjeron tuvieron repercusiones. Hubo algunos casos aislados de
robos y violencia por parte de los capitanes de los barcos y algunos grupos de moriscos sufrieron
robos y ataques a manos de algunos árabes en el N. de África. Cuando llegaron a Valencia las
noticias de estos incidentes, se recrudecieron los temores de quienes todavía no habían embarca-
do. La rebelión estalló el 20 de oct. en el remoto valle de Ayora donde unos 6.000 insurgentes
desafiaron a las autoridades y se atrincheraron en los yermos de Muela de Cortes. 5 días
después, 15.000 moriscos protagonizaron un levantamiento + imp. en una zona próxima a la costa
del S. de Valencia y los rebeldes tornaron posiciones en el valle de Laguarda. El gobierno envió a
los tercios y a la milicia local y, entre tanto, continuó embarcando a los moriscos para impedir que
se propagara la revuelta. A finales de nov., los rebeldes fueron vencidos y los que sobrevivieron a
la matanza fueron enviados a galeras o expulsados inmediatamente. En los 3 1os. meses de la
operación, 116.022 moriscos fueron trasladados al N. de África y en 1612, cuando ya habían sido
enviados también los rezagados y los huidos, el nº total de moriscos expulsados de Valencia
ascendía a 117.464.
La operación se desarrolló con la misma eficacia en Aragón, donde se realizó en 1610, una vez
garantizada la seguridad de Valencia. También allí protestó la aristocracia, pero en vano. A
mediados de sept. ya habían sido expulsados al N. de África, a través del puerto de Alfaques,
41.952 moriscos. El resto de los moriscos aragoneses, 13.470, fueron conducidos por los Pirineos
hacia Francia, y allí las autoridades francesas les llevaron en tropel al puerto de Agde para
embarcarlos y les obligaron a pagar derechos de tránsito y el pasaje de la travesía. Por lo que
respecta a Andalucía, donde era + difícil detectar a los moriscos por su riqueza relativa, a
mediados de 1610 ya habían sido expulsados 36.000. En el resto de Castilla la expulsión no
presentó problemas con respecto al nº, pero sería complicada por la existencia de 2 grupos de
moriscos, los antiguos mudéjares y los + recientes emigrados de Granada. 1º se les ofreció la
oportunidad de emigrar voluntariamente a Túnez a través de Francia. Muchos aprovecharon la
oportunidad y los demás fueron expulsados mediante un decreto del 10-6-1610, abandonando el
país desde los puertos del S. de España.
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Aunque España había expulsado a la mayor parte de los moriscos, la operación no estaba
totalmente terminada. Llevó 3 años, entre 1611 y 1614, localizar a todos los rezagados, que se
mostraron particularmente escurridizos en Castilla. Gradualmente, se completaron las
operaciones de limpieza y para 1614 habían sido expulsados 275.000 moriscos en todo el país.
En su mayor parte, se habían trasladado al N. de África, a Marruecos, Orán, Argel y Túnez, donde
no todos fueron recibidos de la misma forma, pero finalmente aportaron su laboriosidad y su
habilidad a sus nuevas patrias. Algunos se trasladaron a Salónica y Constantinopla. Tal vez
fueron unos 10.000 los que consiguieron permanecer en España.
España había saldado, por fin, su cuenta con el islam. La mayor parte de los arbitristas consi-
deraron que el proceso no tuvo apenas consecuencias para la econ. del país en su conj.; el
gobierno hizo gala de una total indiferencia respecto a las consecuencias econ. de la medida y
cuando el Consejo de Castilla hizo balance del estado de la nación en 1619 ni siquiera se refirió a
la expulsión. Probablemente, esa complacencia estaba justificada en el caso de Castilla, donde
las consecuencias demográficas y económicas de la expulsión sólo pudieron ser muy ligeras,
aunque incluso allí se produjo un descenso de la población en algunas zonas, aumentaron los
salarios de los artesanos y los de los trabajadores del campo y subieron los costes del
transportes. Sin duda, la expulsión constituyó una pérdida de capital y de mano de obra, pues a
pesar de los reglamentos que lo impedían, los moriscos vendieron una gran parte de sus
propiedades y se llevaron consigo el dinero obtenido de la operación, pero resulta imposible
cuantificar esa evasión de capital.
Sin embargo, una vez dicho todo esto, no puede negarse que la expulsión de los moriscos fue
un acontecimiento imp. en la hª de España que no puede explicarse mediante una simple ref. a los
niveles de salarios y precios en determinadas zonas. La pérdida del 4% de la pob. de España
puede parecer pequeña, pero representaba un porcentaje + elevado de la población activa. En
algunos lugares, la deportación de los moriscos abrió una brecha imp. por lo que respecta a la
masa de los trabajadores y los contribuyentes y en este aspecto la despoblación fue una realidad
durante muchos decenios. Algunas profesiones se vieron especialmente afectadas por la escasez
de mano de obra y, en consecuencia, por la elevación de los salarios, caso de la producción de
seda, la horticultura y el transporte. Ciertamente, la disminución + imp. de pob. se produjo en la
zona oriental de España. Aragón perdió una 6ª parte de su pob., en su mayoría en las zonas de
regadío de Borja, Tarazona y Vega del Jalón, que fueron recolonizadas por cristianos viejos que
no conocían las técnicas agrícolas practicadas por los moriscos y que permitieron que
descendiera la producción. Por su parte, Valencia perdió una 3ª parte de su pob. Sin duda, la
repoblación permitió una cierta recuperación demográfica en Valencia gracias a la inmigración
desde Castilla y Aragón, aunque la mayor parte de los nuevos pobladores procedían de las
proximidades. 40 años después, en 1646, Valencia seguía estando despoblada. Con la excepción
de la prov. de Castellón y la huerta de Valencia, todas las regiones del reino de Valencia
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experimentaron una imp. pérdida de mano de obra. Muchas de esas zonas eran demasiado
pobres para atraer nuevos pobladores y en una gran parte de las tierras de los moriscos las rentas
y otros tributos eran demasiado elevados como para que constituyeran una buena inversión.
Valencia siguió siendo una economía de subsistencia, aunque ahora el cultivo fundamental era el
trigo, no los cereales de inferior calidad que cultivaban los moriscos. En algunas regiones, la
producción de caña de azúcar descendió notablemente, y también perdió importancia el cultivo del
arroz, aunque la producción de seda y de vino aumentó y ello permitió su comercialización. Los
campesinos y agricultores pobres tenían la ilusión de gozar de mayor prosperidad al desaparecer
la competencia y, asimismo, por los nuevos niveles salariales, pero muchos de ellos heredaron de
los moriscos deudas y créditos por los suministros agrícolas y el ganado, que con frecuencia
suponían sumas imps. Esas deudas no fueron canceladas y la corona las puso en manos de los
nobles, a quienes consideraba como las víctimas reales de la expulsión.
Prácticamente todos los señores de Valencia y, en menor medida, de Aragón, habían
hipotecado sus propiedades moriscas. Los acreedores de las hipotecas eran, generalmente,
inversores privados y comunidades eclesiásticas que, por tanto, se aseguraron unas rentas
regulares a costa de los ingresos señoriales. Ahora, los grandes señores comenzaron a exigir
rentas extraordinariamente elevadas a los nuevos tenentes o a suspender el pago a los
acreedores. El gobierno intentó compensar a los señores adjudicándoles la propiedad de las
posesiones moriscas y reduciendo la tasa de interés de las hipotecas, pero ninguna de esas
medidas resultó suficiente. Así pues, los terratenientes continuaron exigiendo rentas excesivas a
los pocos nuevos tenentes, lo cual sólo sirvió para alejar a otros posibles pobladores. Además,
seguían con la obligación de hacer frente al pago de sus hipotecas. Otro grupo de acreedores
afectados por la expulsión fueron aquellos que habían invertido directamente en la agricultura
otorgando créditos a los campesinos moriscos. Como se trataba, en su mayor parte, de
comunidades eclesiásticas y grupos de ingresos medios en las ciudades, no hay duda de que las
consecuencias no se dejaron sentir únicamente en el campo. Fue un nuevo golpe para las capas
medias de la sociedad española y un nuevo desincentivo a la inversión en una agricultura ya
descapitalizada.
Si los grandes señores de Valencia sufrieron duramente las consecuencias de la expulsión,
este no fue el 1er. golpe para su prosperidad. Mucho antes de 1609, las fortunas de muchas
familias nobiliarias se habían visto recortadas por el simple hecho de que vivían por encima de sus
posibilidades, se entregaban a un consumo desenfrenado de productos de lujo y administraban
sus propiedades con total ineficacia. La expulsión de los moriscos fue el golpe definitivo y,
paradójicamente, permitió a muchos aristócratas superar sus dificultades financieras y comenzar
de nuevo. Con la ayuda de la corona, la tasa de interés de sus hipotecas descendió del 10 al 5%
y fueron autorizados a imponer a los nuevos pobladores las mismas obligaciones y cargas que
recaían sobre los moriscos. Algunos terratenientes acrecentaron sus propiedades con los des-
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pojos moriscos y otros, los senyors feudales, estaban + interesados en afianzar sus derechos
sobre la producción agraria que en modernizar sus propiedades. Pero, a pesar de las
compensaciones que consiguió en forma de tierra y ventajas financieras, no recuperó la gran
prosperidad de la que había disfrutado en el S. XVI. Sus deudas les abrumaron durante el resto
de la centuria y si sobrevivieron en la cima de la sociedad fue gracias a la ayuda de la corona y
como leales servidores suyos.
Pocos peros pueden ponerse a la expulsión de los moriscos como operación adm. Pocas
maquinarias de gobierno europeas podían haber hecho acopio de la información estadística que la
posibilitó y haber organizado la concentración y transporte de tan gran nº de personas. La
burocracia española superó esta prueba con gran eficacia. Incluso el tan criticado Lerma
consiguió gracias a ella un cierto crédito, como administrador, ya que no como responsable
político. Además, fue un ej. de cómo la política y la dirección centrales podían llegar a las provs.
Este aspecto de la operación tuvo consecuencias que trascendieron el problema de los moriscos.
La expulsión de los moriscos fue una medida decidida y ejecutada por Castilla. Desde este
punto de vista, alteró aún + el equilibrio de fuerzas en el interior de la penín. Al expulsar a los
moriscos de Aragón y Valencia, Madrid estaba atacando la inmunidad de esos reinos y
ahondando el desequilibrio entre el centro y la periferia. De hecho, esto suponía un ataque contra
la aristocracia no castellana. En su origen, la aristocracia de Aragón era militar, con pronunciados
rasgos feudales y señoriales, y debía su existencia inicial al control que ejercía sobre una imp.
pob. morisca. La expulsión de los moriscos supuso un golpe contra el poder y la riqueza de la
aristocracia aragonesa. Lo mismo puede decirse en el caso de Valencia, donde la alta nobleza
sufrió un imp. descenso de sus ingresos procedentes de las propiedades señoriales a partir de
1609. Los fueros de los reinos del levante penin. los disfrutaban fundamentalmente las clases
altas de las ciudades y del campo. Por tanto, atacar a la aristocracia terrateniente suponía atacar
la inmunidad constitucional de esas regiones. En el proceso, Castilla acabó con el poder que
Aragón y Valencia pudieran poseer en el seno de la monarquía, pues fue allí donde las
consecuencias econ. de la expulsión se dejaron sentir con mayor fuerza. Esa es la razón por la
que el gobierno de Castilla hizo oídos sordos a los argumentos econ. en contra de la expulsión.
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EL PACIFISMO DE FELIPE III: LA TREGUA DE LOS DOCE AÑOS. PAZ CON
INGLATERRA.
El gobierno de Felipe III era un gobierno conservador. Aceptaba en sus puntos esenciales los
objetivos nacionales que se habían formado en el curso del S. XVI: la defensa de los intereses
españoles en el N. de Europa y, en la penín., la perpetuación de un equilibrio entre el poder de
Castilla y los derechos de las regiones. Pero las circunstancias econ. empezaban a volverse
contra España; un sector básico de la econ., el comercio de las Indias, inició, después de una
centuria de crec. casi constante, un período de estancamiento y, luego, de depresión. En política
exterior, la agresión alternaba con la inercia y, en el interior, Castilla comenzó a reajustar sus
relaciones con la periferia.
La crisis financiera de los últimos años del reinado de Felipe II era motivo suficiente para
impedir la acción española en el N. de Europa. La paz firmada con Francia en 1598 fue el
reconocimiento de que España no podía luchar en 3 frentes al mismo tiempo. En los P. Bajos, la
transferencia de la soberanía a los archiduques fue un intento tardío de poner fin al enfrentamiento
con las provs. del norte por medios pacíficos y de cerrar uno de los capítulos de gastos. El
archiduque Alberto era un hombre realista y utilizó su soberanía para reducir aún más los
compromisos. Por iniciativa propia envió un embajador a Londres para iniciar negociaciones con
el nuevo monarca de Inglaterra, Jacobo I, e instó a Madrid a poner el asunto sobre la mesa de las
negociaciones. Esa política fructificó en el tratado de Londres (1604), que puso fin a la larga
guerra angloespañola. Con la excepción de Lerma, el gobierno de Felipe III no mostró gran
entusiasmo respecto a la retirada militar en el norte de Europa. Pero incluso en Madrid fue
necesario plegarse a los argumentos financieros.
Fueron los P. Bajos los que reaccionaron + fulminantemente ante las dificultades españolas.
Desde el decenio de 1590 y la costosa intervención en Francia, la República holandesa había
realizado nuevos progresos políticos, econ. y militares y el mantenimiento del «camino español»,
nexo vital entre la metrópoli y sus distantes dominios, dependía de la buena voluntad de Francia,
que era la que podía bloquearlo. Los acontecimientos del año 1600 no podían haber sido +
negativos. La guerra contra las Prov. Unidas se libraba ahora también en otro frente -el océano
Indico- y en los P. Bajos el amotinamiento de las tropas que no habían recibido a tiempo su
soldada empeoró las perspectivas españolas. Pero la decisión de Felipe III de continuar la lucha
se vio repentinamente recompensada. En 1602-1603, la expansión cíclica en el comercio de las
Indias reportó beneficios comparables a los obtenidos en los años + brillantes y permitió al
gobierno aumentar las consignaciones a los P. Bajos. Esto dio pie a reanudar las operaciones
militares y realizar con éxito el asedio de Ostende, dirigido por un nuevo y brillante comandante
militar, Ambrosio Spínola. La victoria de Ostende de 1604 fue el preludio de una ofensiva a gran
escala en el curso de la cual Spínola penetró en Frisia para abrir una cuña en las Prov. Unidas y
cortar sus líneas de comunicación con Alemania. Pero la campaña de Yssel concluyó
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bruscamente en 1606. La dificultad del terreno y la habilidad táctica de los holandeses abortaron
la ofensiva española. Sin embargo, no eran estos los únicos obstáculos, pues otro grave motín de
las tropas españolas, en 1606, desarboló el esfuerzo de guerra desde dentro. La causa del motín
fue la falta de pago a consecuencia de las dificultades financieras derivadas de la disminución de
las remesas de las Indias en los años 1604-1605.
La revuelta de los tercios en 1606 quebrantó la convicción española respecto a la posibilidad
de reconquistar las Prov. Unidas y, junto con la suspensión de pagos de 1607 y las pérdidas
sufridas en el comercio de las Indias ese mismo año, convenció al gobierno español de que había
llegado el momento de negociar. Sin embargo, una vez + fue la adm. en Bruselas la 1ª en
afrontar la realidad. El archiduque Alberto era consciente de que las Prov. Unidas nunca
aceptarían una rendición incondicional. Ahora era un Estado, reconocido como tal por muchas
potencias europeas, que poseía una adm. eficaz, un próspero comercio internacional y una
protección natural contra cualquier ejército invasor. Pese a sus éxitos iniciales, la reciente
campaña había demostrado simplemente la imposibilidad de reducir a los holandeses por la
fuerza. Así, el archiduque concluyó, por propia iniciativa, un alto el fuego con los holandeses en
marzo de 1607. Concesión trascendental de principio, ya que incluía el reconocimiento de la
soberanía de Holanda mientras durase el alto el fuego. Pero aún fueron mayores las concesiones
en las negociaciones subsiguientes, pues era obvio que España tendría que reconocer la
soberanía holandesa en unos términos que no permitirían una cláusula de salvaguardia en favor
de los católicos. Fueron todos ellos duros golpes contra el orgullo castellano, hasta el punto de
que Madrid se resistía a aceptar las recomendaciones de paz del archiduque, por mucho que
contara con el apoyo del experto militar, Spínola. Felipe III intentó evadir la decisión definitiva. El
año 1608 constituyó un éxito sin precedentes en el comercio transatlántico, lo que indujo al
gobierno español a acariciar la idea de romper las negociaciones de paz y financiar una nueva
ofensiva. Pero el gobierno se vio obligado a aceptar lo inevitable y firmar una tregua de 12 años
con las Prov. Unidas en 1609.
La decisión de 1609 constituyó un hito en la política española. España consiguió un respiro en
los P. Bajos, reduciendo su ejército a una fuerza de sólo 15.000 hombres y recortando la
asignación anual de 9 a 4 mills. de florines. Es cierto que en ultramar los holandeses continuaron
asediando las posiciones de las potencias ibéricas. Pero, indudablemente, España había sufrido
una derrota política, militar e ideológica, que había supuesto una grave afrenta para su prestigio.
Castilla, frustrada en el exterior y herida en su autoestima, iba a hacer gala de una nueva y +
intensa sensibilidad en sus relaciones políticas; comenzó a buscar compensaciones en lugares
menos alejados y a considerar + atentamente su posición en la penín.
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TEMA 13: POBLACIÓN Y ESTRUCTURA SOCIAL EN SIGLO XVII
CAUSAS DEL CAMBIO DEMOGRÁFICO.
Al finalizar el S. XVII, la pob. de España había disminuido con relación a la que existía en los
inicios de la centuria. En el decenio de 1590 había terminado ya la época de expansión
demográfica del S. XVI. En ese momento la pob. era de unos 8,4 mills. de almas. En 1717 había
descendido a 7,6 mills. También el resto de Europa experimentó una recesión demográfica, pero
en ninguna parte comenzó tan pronto, duro tanto tiempo y alcanzó tales proporciones como en
España. La guerra, el hambre y la peste no eran fenómenos exclusivos del S. XVII. Un déficit
demográfico de esta magnitud, que se produjo fundamentalmente en la 1ª ½ de la centuria, sólo
puede explicarse por la concurrencia excepcional de una serie de adversidades.
La tendencia demográfica secular no fue igual en todas las partes de España. La mayor parte
de las regiones, al margen de Castilla, experimentaron un estancamiento demográfico, + que una
pérdida neta de pob. En Valencia la expulsión de los moriscos hizo descender la pob. de unas
450.000 almas a 300.000 y a mediados de la centuria ese vacío todavía no había sido llenado
cuando la prov. sufrió el azote de la peste. Cataluña, al igual que otras regiones de España, sufrió
los efectos la peste y el hambre. El principado fue un campo de batalla a partir de 1640, y la
inmigración francesa, fenómeno imp. en el periodo anterior, se redujo enormemente en la 2ª ½ del
siglo. Por consiguiente, en 1700 la pob. de Cataluña era de unos 400.000-450.000 habs. y no
superaba, pues, a la de 1600. Aragón se recuperó + rápidamente de la expulsión de los moriscos,
pero las difíciles condiciones econ. precipitaron una tendencia demográfica descendente a partir
de 1650. La relativa inmunidad de Navarra y las provs. vascongadas respecto de las grandes
epidemias de peste se vio contrarrestada por su primitiva econ., que forzó la emigración de un
gran nº de segundones, y también allí la pob. permaneció estacionaria, siendo de unos 350.000
habs. durante toda la centuria.
Pero la peor parte estaba reservada a Castilla, y dentro de ella a su núcleo central. Las provs.
periféricas -Galicia, Asturias, Andalucía y Murcia- se vieron menos afectadas por la despoblación.
La región + vulnerable fue la árida y estéril meseta central, que fue la que soportó con mayor rigor
el déficit demográfico. Tanto Castilla la Vieja como Castilla la Nueva y Extremadura sufrieron imp.
pérdidas de pob. El desastre fue absoluto. Sin duda, hubo un cierto mov. migratorio hacia las
regiones menos deprimidas y hacia ultramar, pero la verdad es que una gran parte de esos
castellanos desaparecidos murieron a consecuencia del hambre o la enfermedad o en la guerra, y
las adversas condiciones econ. retrasaron la recuperación demográfica. El desastre fue también
repentino. Comenzó en 1590 y 60 años después había pasado ya lo peor de la crisis. Al inicio de
este período, la pob. de Castilla era de unos 6.600.000 habs. Entre 1591 y 1614, los terribles
brotes epidémicos y la expulsión de los moriscos redujeron su nº en unos 600.000-700.000 habs.,
aprox. el 10%. En 1630-1632, la peste y el hambre provocaron nuevas e imp. pérdidas. A partir
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de 1640, las guerras civiles, junto con el hambre y las epidemias de 1647-1652, redujeron la pob.
de Castilla a su punto + bajo y fue entonces cuando Andalucía experimentó la peor catástrofe. En
1665, la pob. de Castilla superaba escasamente los 5 mills. Después de los terribles años de
1677-1683, en que las enfermedades y las adversidades climáticas golpearon nuevamente a Cas-
tilla, la pob. tendió a estancarse, con una ligera tendencia al alza.
La causa fundamental de la recesión demográfica era una tasa de mortalidad anormalmente
elevada y el principal agente letal eran los brotes epidémicos. La viruela, el tifus, la disenteria y
otras enfermedades malignas contribuyeron a elevar la tasa de mortalidad. Pero el mayor
enemigo era la peste, principalmente la peste bubónica. La virulencia de la enfermedad se veía
reforzada por 2 fact. endémicos en la vida española. Las crisis periódicas de subsistencia
provocaban una malnutrición extrema y debilitaban la resistencia a la infección y, por otra parte, la
excesiva aglomeración de pob. en las ciudades, que causaba el hacinamiento, la existencia de
arrabales de trabajadores y el descuido de la higiene, convertían a las ciudades españolas en un
perfecto caldo de cultivo de la enfermedad.
El brote de 1596-1602, la mayor epidemia del período, devastó el N. y centro de España, así
como Andalucía. A partir de dic. de 1596, asoló Santander, a cuyo puerto llegó a bordo de barcos
procedentes de los P. Bajos. En 1597, la infección llegó a S. Sebastián y comenzó a difundirse
por el interior de forma inexorable. Durante los 3 años siguientes, la peste se extendió por Castilla
la Vieja y Castilla la Nueva, hasta que alcanzó el centro y el S. de España. La peste atacó
después de que se produjeran una serie de malas cosechas y escasez de alimentos, abatiéndose
sobre unas comunidades ya debilitadas por la pobreza y la depresión. En algunas ciudades su
impacto fue catastrófico. Santander perdió 2.500 hab. de una pob. de 4.000. El brote que se
produjo posteriormente, la gran peste de 1647-1652, azotó fundamentalmente a la zona or. de
España y a Andalucía. Penetró 1º en Valencia -tal vez procedente de Argel- donde murieron
30.000 personas. Desde allí se difundió de forma implacable hacia Andalucía y finalmente barrió
Aragón y Cataluña. En conj., esta monstruosa epidemia causó la muerte de unas 500.000
personas en España. 25 años después, entre 1676 y 1685, el país recibió de nuevo la visita de la
letal enfermedad y una vez + fueron Valencia y Andalucía los núcleos de la infección. Las malas
cosechas de 1682-1683 provocaron una situación de hambre, debilitando la resistencia de la pob.
y prolongando la crisis. Esta última gran peste del S. XVII provocó unas 250.000 víctimas,
situando en al menos 1.250.000 las víctimas provocadas por la epidemia en el conj. del siglo.
La expulsión de los moriscos tuvo efectos distintos según las regiones. La pérdida total de pob.
que provocó fue de 275.000 personas. Mientras que Castilla se vio relativamente poco afectada,
Aragón perdió el 20% de su pob. y Valencia el 30%. La repoblación de Valencia fue lenta e
incompleta. Los castellanos preferían emigrar a América que a Valencia. Sólo es posible
especular acerca del nº de ellos que lo hicieron. Los contemporáneos tenían la impresión de que
eran muchos los emigrantes que atravesaban el Atlántico todos los años, dejando Castilla casi
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vacía detrás de sí. Pero era una impresión errónea. Los datos que han llegado hasta nosotros
indican que durante todo el período colonial se concedieron 150.000 licencias de emigración, de
las cuales 40.000 corresponderían al S. XVII, es decir, un promedio, de 400 al año. Una mezcla de
labor de cálculo y trabajo de adivinación permite llegar a una estimación de 4.000 a 5.000
emigrantes al año, nº insignificante en una pob. de 7 mills. de habs.
Es imposible precisar con exactitud las consecuencias demográficas de la guerra. Sin duda,
España, como nación guerrera que era, sufrió grandes pérdidas. Durante la 1ª ½ del S. XVII
estuvo inmersa en una guerra casi permanente. España tenía fuerzas en lucha en los P. Bajos,
Alemania, Italia y en la frontera francesa. Eran tropas profesionales, con un núcleo de voluntarios
y un gran nº de mercenarios extranjeros. También sus fuerzas navales estaban formadas por
profesionales. La situación cambió a partir de 1635. La guerra con Francia obligó al gobierno a
ampliar el ámbito del reclutamiento forzoso, a movilizar a la aristocracia, a la pequeña nobleza y a
sus séquitos, a organizar milicias urbanas y a reclutar un contingente de quintos forzosos en cada
comunidad. A partir de 1640, la penín. se convirtió también en escenario de la guerra y el conflicto
de Castilla con Cataluña y Portugal adquirió el carácter, si no de guerra total, al menos de una
guerra a muerte.
El mayor esfuerzo militar se concentró en los años 1635-1659, y fue en ese período cuando se
produjeron mayores tasas de mortalidad por efecto de la guerra. Pero la muerte se producía + por
otras causas que durante la batalla. En efecto, la guerra desencadenaba enfermedades y hambre
y las perpetuaba. Es probable que muriera + gente a causa de los efectos secundarios de la
guerra, por efecto de la peste y la malnutrición, que por la espada y las balas. En general, es
difícil calcular las bajas producidas por la guerra, pero una estimación razonable apunta a un
promedio anual de 20.000 bajas al año (incluida Cataluña), elevando el nº total a 288.000 para el
período crucial de 24 años.
El síndrome de la peste, el hambre y la guerra produjo la catástrofe demográfica en España. El
gobierno era consciente de la crisis, pero no poseía estadísticas fiables. Consideraba la guerra
como inevitable y en materia de salud pública estaba a la altura de otros gobiernos de la época.
Los niveles de higiene eran extraordinariamente bajos y los recursos médicos muy primitivos. Al
Estado le interesaban + las consecuencias de la despoblación que sus causas. Ocasionalmente
afrontaba el problema, pero sin que ello produjera efectos tangibles.
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SOCIEDAD ESTAMENTAL: GRUPOS SOCIALES.
- LA ARISTOCRACIA.-
La polarización de la sociedad española en 2 sectores, una minoría de privilegiados que
monopolizaban la tierra y los cargos, y una masa de campesinos y trabajadores, continuó si cabe
con mayor fuerza en el S. XVII. La base de esa división social era la riqueza. Era el dinero el que
permitía alcanzar la nobleza y el motor de la movilidad social. La distinción de clases era
reconocida y reforzada por la legislación. Las difs. leyes suntuarias, aunque respondían a
consideraciones econ., servían también para subrayar las difs. sociales. Por su parte, la corona
preservaba a la nobleza, incluso frente a sí misma. Los nobles tenían que conseguir el permiso
real para casarse, para enajenar su patrimonio, para hipotecar sus propiedades, en definitiva, para
todo aquello que pudiera debilitar a la clase a la que pertenecían, porque, aunque un tanto
ingenuamente, la corona consideraba a la nobleza como una reserva de talento al servicio del
país.
También el sist. educativo favorecía a la nobleza, pues monopolizaba los Colegios Mayores,
instituciones creadas originalmente para financiar los estudios de alumnos inteligentes
procedentes de familias pobres. Los que estudiaban allí eran promocionados de manera
automática para ocupar puestos en la Iglesia y el Estado. Un título universitario era una
cualificación para ocupar un cargo y en el curso del S. XVI las universidades habían contribuido a
la formación de un grupo social nuevo y homogéneo, los letrados. Tenían preferencia los caste-
llanos que podían hacer gala de limpieza de sangre, así como aquellos que tenían conexiones
familiares, los licenciados de Salamanca, Madrid y Alcalá y los antiguos profesores. En el S. XVII,
sin embargo, la depresión económica puso fin al boom académico del S. XVI y empeoró las
perspectivas laborales de los universitarios. El resultado fue un mayor exclusivismo y un énfasis
aún mayor en lo utilitario. El ideal de una universidad no era la erudición, sino llegar a ocupar un
cargo. Los Colegios Mayores comenzaron a admitir a los hijos de sectores + poderosos, no sólo a
la aristocracia sino a las familias de letrados, que sólo deseaban estudiar derecho y que querían
hacerlo sin tener que pagar un alto precio. Por consiguiente, las universidades, y su fruto
principal, los letrados, estaban dedicados casi exclusivamente al servicio del Estado y no tenían
recursos alternativos. Cuando la econ. entró en una fase de depresión en el S. XVII, tanto la
sociedad como el Estado se vieron afectados: las universidades sufrieron las consecuencias de la
merma de ingresos, las familias de la escasez de fondos para la educación y los titulados
universitarios de la falta de oportunidades.
En el curso de su hª, la aristocracia española engendró su propia jerarquía y sus propias
distinciones. Esto era inevitable en una clase que, en los albores del S. XVII, había ido creciendo
hasta contar con 650.000 representantes en Castilla, aprox. el 10% de la pob. A la nobleza de
sangre original se le unieron, en los SS. XVI y XVII, gran nº de hidalgos, que compraron,
consiguieron o demostraron su condición nobiliaria. Ante semejante invasión, la nobleza + antigua
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y + adinerada intentó perpetuar las distinciones sociales parapetándose en las filas de los grandes
y los títulos. Este reagrupamiento de la aristocracia se acentuó en el curso del S. XVII, y al
finalizar el período existía un verdadero abismo entre los grandes y los títulos, por un lado, que
constituían la auténtica nobleza, y la masa de caballeros e hidalgos, que poseían poco + que un
escudo nobiliario. La prueba definitiva era de carácter económico: unos eran + ricos que otros.
El lugar + bajo de la jerarquía estaba ocupado por un gran nº de hidalgos, nobles por herencia
o por adquisición reciente, pero cuya pobreza o falta de cargos les impedía continuar
progresando. Se distribuían, sobre todo, por el N. de Castilla y las zonas montañosas de
Cantabria. Constituían el blanco elegido por los autores satíricos. + hacia el sur, los hidalgos que
poseían alguna fortuna preferían el título + ilustre de caballero. Los caballeros pertenecían a las
capas medias de la nobleza. Vivían en las ciudades y obtenían la mayor parte de sus ingresos de
sus propiedades, que complementaban con las anualidades que les rentaban sus juros y censos.
Frecuentemente, eran titulares de regimientos, lo que les daba la oportunidad de llegar a ser
procuradores en Cortes y, de esa forma, evitar que los impuestos afectaran a las propiedades e
intereses de su clase. Por encima de todo, anhelaban ser caballeros de hábito y comendadores,
no porque las órdenes militares desempeñaran ya función alguna, sino porque conferían un honor
intachable, prueba de pureza racial y de nobleza. En el S. XVII, cuando aumentó la presión por los
hábitos, Olivares los vendió por centenares y el gobierno de Carlos II degradó aún + su valor.
Provisto de un señorío, un hábito y tal vez una encomienda, el caballero intentaba hacerse un
hueco en las filas de los títulos. Éstos se distinguían por su posición y su riqueza, y en la
consideración popular eran la auténtica nobleza. Una vez +, el criterio era la riqueza,
especialmente en el S. XVII. El aumento de imp. de la clase de los títulos incrementaba el valor
de la grandeza, el grupo + exclusivo y con mayor conciencia de clase. Esta lucha constante por la
promoción, en la que los caballeros trataban de convertirse en títulos y los títulos en grandes,
producía una especie de movilidad social y modificaba la composición de la nobleza. El S. XVI
contempló un moderado mov. ascendente: los 20 grandes y 35 títulos existentes originalmente
habían aumentado hasta 99 a finales del reinado de Felipe II, 18 duques, 38 marqueses y 43
condes. Felipe III aceleró el proceso, creando otros 20 marquesados y 25 condados. Felipe IV,
en un reinado + largo -44 años- y + pobre, creó 66 marqueses y 25 condes. Carlos II, durante su
reinado de 35 años, sancionó la creación de tantos títulos como en los 2 siglos anteriores: 5
vizcondes, 78 condes y 209 marqueses.
Cuando en 1520 Carlos V definió legalmente la grandeza, estaba formada por 20 familias,
entre ellas los duques de Medinaceli, Alburquerque, Medina Sidonia, Alba, Frías y Béjar. Los
primeros grandes eran un grupo selecto y poderoso con privilegios políticos y diplomáticos
específicos; y para mantenerles alejados de la política, los 1os. Austrias los utilizaron -así como a
sus fortunas- en la guerra y en la diplomacia antes que en la adm. central. Al acceder el trono el +
influible Felipe III, los grandes aumentaron su presencia en la corte, donde negociaron los mejores
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nombramientos en el Consejo de Estado y en los virreinatos. Felipe IV aumentó enormemente su
nº. En 1627, había 168 nobles titulados en Castilla. En 1640, la corona creó 10 nuevos grandes,
cada uno de los cuales se comprometió a llevar un contingente militar al frente catalán. Los
grandes + antiguos mostraban una actitud de desdén hacia los recién llegados y miraban con
desconfianza a quien los había encumbrado. Olivares devolvió, a su vez, ese sentimiento de
antipatía, convirtiendo a sus oponentes en enemigos declarados. Haro trató con + deferencia a
los grandes, y en el reinado de Carlos II alcanzaron el apogeo de su poder. Para satisfacer su
orgullo y exclusivismo se introdujeron mayores sutilezas, con la distinción + complicada entre
grandes de 1ª, de 2ª y de 3ª clase. Sin embargo, todos ellos eran extraordinariamente ricos,
poseedores de las mayores fortunas del reino. Esa era precisamente la razón por la que eran
grandes y la base de su resurgimiento en el S. XVII.
Mientras los grandes y los títulos contemplaban el panorama desde la atalaya de su
encumbrada posición, los nobles + humildes tenían que trabajar duramente para conservar su
estatus. Por otra parte, la nobleza daba acceso a la burocracia. Los mejores cargos públicos
eran monopolizados por los nobles, que también ocupaban prácticamente la mitad de los cargos
municipales. El Consejo de Estado estaba siempre dominado por la alta nobleza. En los demás
consejos había un mayor porcentaje de hidalgos y caballeros, pero no representantes del pueblo
llano. Y otros cargos imps., como el de corregidor, eran detentados generalmente por caballeros.
Finalmente, la nobleza suponía inmunidad fiscal, que era, de hecho, la prueba crucial de
hidalguía. El privilegio fiscal se vio fuertemente erosionado en el S. XVII por el incremento de los
impuestos indirectos -principalmente los millones- y otros tributos que creó la corona para
conseguir que la nobleza contribuyera, en ocasiones de forma imp. Pero se resistían con todas
sus fuerzas al pago de los impuestos personales, como el servicio ordinario y extraordinario,
porque la exención identificaba su estatus y tenía un gran valor simbólico. También tenían
inmunidad fiscal en determinados impuestos municipales, entre ellos la sisa, y en algunas
ciudades existían tiendas especiales para los nobles, donde podían comprar los alimentos libres
del impuesto sobre la venta. No hay que olvidar tampoco las ventajas financieras de los
privilegios fiscales, pero aún mayor era su valor en términos de prestigio, pues confería honor y
estatus social y para alcanzarlo muchos castellanos estaban dispuestos a sacrificarlo todo.
La nobleza no era sinónimo de riqueza, pero el pobre hidalgo del N. de Castilla no era una fig.
típica en toda España. En los demás lugares, la nobleza conseguía algo + que simplemente
sobrevivir. Los empobrecidos hidalgos tenían que trabajar y en el N. de España se veían
obligados a desempeñar ocupaciones que, en sentido estricto, eran incompatibles con la nobleza.
Aparte de éstos, una serie de títulos y caballeros participaban en la industria y el comercio, lo cual
se consideraba aceptable en tanto en cuanto no dirigieran sus propias empresas y éstas no
estuvieran asentadas en su casa. Sin embargo, en la práctica los aristócratas negociantes eran
escasos. Los ingresos de la nobleza procedían principalmente de la tierra, asegurados por la
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primogenitura y la vinculación y reforzados por los señoríos. La tierra era una inversión social +
que econ. Normalmente, los aristócratas no eran agricultores interesados en mejorar sus tierras y
tenían que darse unas condiciones excepcionalmente favorables para que se decidieran a invertir
en la extensión de las tierras cultivables. El hecho de que los aristócratas fueran incapaces de
aumentar sus ingresos con los productos procedentes de la tierra podría explicar su cada vez
mayor ansiedad de complementar sus recursos con concesiones y cargos. Quienes no lo con-
seguían y continuaban viviendo exclusivamente de sus rentas agrarias solían pasar apuros econ.
Los aristócratas + afortunados diversificaban sus fuentes de ingresos.
Frecuentemente, los ingresos procedentes de la tierra se complementaban con las rentas
señoriales. La aristocracia había adquirido señoríos, ya fuera en virtud de su posesión
inmemorial, por concesión real o mediante compra. La jurisdicción señorial sobre ciudades y
aldeas reportaba a los nobles vasallos, cargos y, con frecuencia, rentas, las + imps. de las cuales
eran las alcabalas. Frecuentemente, las alcabalas se vendían junto con los señoríos, y a
mediados del S. XVII + de 3.000 ciudades y aldeas de Castilla pagaban la alcabala a sus señores
en lugar de a la corona. Paradójicamente, al tiempo que los Austrias enajenaron jurisdicción,
también intentaron recuperarla, ya fuera por decreto o, + frecuentemente, recurriendo a la justicia.
Pero esa campaña no tuvo éxito en todos los casos y lo + que consiguió el gobierno de Felipe IV
fue obligar a algunos de los nobles + adinerados a entregar una suma fija al erario público. No fue
hasta el S. XVIII cuando se emprendió con decisión la incorporación de señoríos.
En el curso del S. XVII, la depresión econ. general acentuó la tendencia de la nobleza a
desempeñar cargos en la corte y en la adm. municipal. Al mismo tiempo, mejoraron sus
oportunidades en el aspecto educativo gracias a que pudieron usurpar los fondos de los Colegios
Mayores, consiguiendo acceso gratuito a la educación universitaria. Gracias a ello, ocuparon las
embajadas y los consejos, consiguieron corregimientos, escaños en las Cortes y envidiables
beneficios en la Iglesia. Acaparaban la mayor parte de los ingresos que la corona arrendaba y
realizaban imps. inversiones en juros y censos. Por supuesto, eran vulnerables a la adversidad
econ. y a las medidas políticas del Estado, al igual que el resto de la sociedad. La inflación mo-
netaria afectó a quienes vivían de ingresos fijos. La aristocracia de Aragón y Valencia sufrió los
efectos de la desaparición de la mano de obra morisca en 1609. Y a partir del decenio de 1620,
todo el conj. de la nobleza fue objeto de una atención + estricta por parte de los ministros de
Hacienda. Olivares estaba convencido de que la inacción convertía a los nobles en elementos
perturbadores. Su idea era crear una nobleza de servicio, movilizar a los señores y a su séquito
para que participaran en la guerra a expensas de su señor. Si lo preferían, podían comprar la
exención. Muchos de los nobles que se negaron a aportar lo que se les pedía fueron alejados de
la corte hacia sus propiedades, con la advertencia de que aumentaran sus ahorros para poder
ayudar después a la corona. Esta fue una de las razones por las que Felipe IV y Olivares
perdieron el apoyo de la nobleza.
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Sin embargo, los peores enemigos de los nobles eran ellos mismos. A pesar de sus imps.
ingresos, una gran parte de la alta nobleza vivía al borde de la bancarrota. Sus dificultades
derivaban, fundamentalmente, de su ineptitud. Administraban con tal ineficacia sus propiedades
que de no haber existido el impedimento de la vinculación habrían empezado a vender sus
posesiones. Pese a todo, muchos de ellos intentaron hacerlo. Generalmente, la corona negaba el
permiso, pero era + indulgente respecto a las peticiones para hipotecarlas. Los nobles, que
carecían de profesionalidad en la gestión de sus asuntos, estaban inmersos, además, en un sist.
muy costoso. Los grandes nobles tenían imps. gastos generales, pues tenían que observar un
determinado estilo de vida y mantener una gran casa, y al mismo tiempo se esperaba de ellos que
repartieran limosnas con generosidad y actuaran como benefactores de fundaciones, asilos y
hospitales, aspectos todos ellos que suponían una merma de los ingresos de cualquier aristócrata
respetable. Por una u otra razón, muchos nobles, incluso los de + alta alcurnia, estaban
fuertemente endeudados y cualquier situación especial -el servicio a la corona o la dote a una hija-
les ponía en aprietos.
Como el comercio y la industria no atraían a la alta aristocracia, sus miembros trataban de
conseguir mercedes reales. Normalmente, estas no eran concesiones directas de dinero, sino
recompensas por servicios prestados y cargos, especialmente los lucrativos virreinatos en Italia y
las Indias. Felipe III había sido extraordinariamente generoso con nobles y cortesanos, Olivares
intentó recortar las mercedes, pero Felipe IV era un hombre al que resultaba difícil poner frenos y
la reacción aristocrática que siguió a la caída del conde-duque desencadenó una nueva marea de
pensiones y concesiones. Lo cierto es que los contribuyentes se veían obligados a subvencionar
a una costosa aristocracia. Sin embargo, este tipo de parasitismo expresaba una verdad
fundamental acerca de la España del S. XVII. La aristocracia tenía abundantes propiedades pero
escasos ingresos, y la corona necesitaba el apoyo de una clase dirigente. La dependencia mutua
fue el nexo de unión entre ambas. La corona utilizaba a la aristocracia para gobernar a España y
la aristocracia obtuvo de la corona la sanción de la jerarquía social y de la jurisdicción señorial, y
la fiscalidad se desvió desde las tierras y las propiedades hacia nuevas formas de riqueza, como
los juros y los censos.
En definitiva, pues, la nobleza española conseguía una enorme riqueza de diversas fuentes,
cuando algunas de ellas, como la propia corona, se veían obligadas a vivir de los empréstitos. El
hecho de que los ingresos de la aristocracia se destinaran a usos improductivos incidió de forma
negativa en la econ. española. El estilo de vida aristocrático se basaba en falsos ideales de honor
y reputación que contaminaban a toda la sociedad y comprometían seriamente los valores econs.
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- LAS OLIGARQUÍAS URBANAS.-
En España no existía un ordenamiento legal que definiera los estamentos, y desde el punto de
vista jurídico no existía un 3er. Estado, sino simplemente una masa de pob. -unos 6 mills.- de
fortuna variable, y cuya única definición era su exclusión de los estamentos aristocrático y
eclesiástico. Varios posibles caminos se abrían a un hombre ambicioso. En el campo, un
agricultor laborioso y ahorrador podía adquirir un mayorazgo, luego llegar a ser influyente en el
municipio local y, finalmente, iniciar el procedimiento para su ennoblecimiento. En las ciudades,
una persona del pueblo llano podía comprar un cargo y ascender a partir de ahí. También podía
integrarse en la Iglesia y confiar en sus cualidades para conseguir promocionarse. Las
preferencias sociales eran obvias: las carreras que gozaban de mayor consideración eran las de
la burocracia y la Iglesia. El comercio y la industria atraían a un nº mucho menor de candidatos.
Pero en la sociedad española no faltaba el instinto empresarial. Había industriales, armadores
y comerciantes, especialmente en las provs. de la periferia. No constituían una clase media, con
los objetivos sociales y econ. propios de una clase media. En efecto, por lo general aspiraban a
alcanzar el estatus aristocrático. La manía por el estatus aristocrático se alimentaba también del
prejuicio racial. En el S. XVI, una serie de destacados hombres de negocios españoles eran, sin
duda, de extracción judía. Esto desató una animadversión hacia toda la clase empresarial e hizo
que muchos de sus miembros, especialmente aquellos de ascendencia judía, trataran de
abandonarla, de conseguir tierras y títulos nobiliarios y, de esa forma, lograr que su posición social
resultara intachable.
La política pública reforzaba los prejuicios privados. En Aragón y en Valencia, las capas
medias urbanas resultaron muy perjudicadas por la expulsión de los moriscos. En Castilla, los
impuestos recaían especialmente en el sector no aristocrático e inhibían la inversión en el
comercio y en la industria, mientras que el apoyo del gobierno a las prácticas monopolistas
eliminaba el espíritu de competencia. En definitiva, la política fiscal tendía a perpetuar la
polarización social.
Las consecuencias de todo ello se dejaban sentir sobre el conj. de España. Podían apreciarse
en Madrid, la capital, que experimentó un rápido crec. urbano en los inicios del S. XVII, cuando
comenzó a recibir inmigrantes de otras partes del país que acudían en busca de trabajo y de las
oportunidades que ofrecían la corte, el gobierno y el mercado urbano. La capital era,
básicamente, una comunidad parasitaria, un centro de consumo + que de producción, y en ningún
modo actuaba de estímulo sobre las zonas circundantes. Moraban en ella, por un lado, nobles,
cortesanos y burócratas, una elite que vivía de rentas y cargos, gastaba tan sólo una pequeña
parte de sus ingresos en adquirir los alimentos necesarios y satisfacía sus necesidades de
consumo comprando productos importados en lugar de bienes nacionales. Por otro lado, era muy
amplio el sector de los servicios, y muy nosos. los trabajadores, desempleados o subempleados, y
existían además grupos nosos. de aventureros, vagabundos y mendigos. Esta masa de pobres
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urbanos, gentes de bajos ingresos y escasa productividad, vivía en el límite de la subsistencia y,
por lo general, gastaba todo su dinero en la adquisición de los alimentos, lo que hacía que no
constituyera en modo alguno un mercado dinámico. Madrid, con su fuerte contraste entre el lujo y
la miseria, entre los elegantes palacios de la aristocracia y las casas de adobe de las masas, era
un microcosmos de la sociedad española.
La función del hombre de negocios, que dejaron de desempeñar los españoles, pasó a manos
de los extranjeros. Hacia 1620, el negocio de los asientos estaba dominado por italianos,
principalmente genoveses. No importa quiénes fueran los asentistas extranjeros, eran un grupo
odiado, considerados popularmente como las sanguijuelas de la econ. española. En realidad los
banqueros extranjeros no hacían sino atender una demanda, de una proporción tal que escapaba
por completo a la capacidad de los financieros españoles, y teniendo en cuenta la falta de
solvencia de su cliente. Finalmente, cuando sus recursos experimentaron una importante merma
como consecuencia de la suspensión de pagos de 1627 y las insaciables peticiones de Felipe IV y
Olivares, a los italianos se les unieron una serie de financieros portugueses.
Los marranos portugueses eran judíos conversos, algunos de ellos descendientes de judíos
españoles expulsados en 1492. Desempeñaban un destacado papel en el comercio interno e
internacional de Portugal. En Portugal eran vulnerables, porque la Inquisición desconfiaba de su
ortodoxia y el pueblo envidiaba su riqueza. Por ello, se felicitaron de la unión de las coronas y
comenzaron a buscar nuevos horizontes en España. A cambio de una imp. subvención a la
corona obtuvieron el derecho de emigrar en 1601 y muchos de ellos entraron inmediatamente en
España. Allí ampliaron sus operaciones econ. y no tardaron en ser acusados de todo tipo de
delitos. El privilegio de 1601 fue revocado en 1610, pero consiguieron evadir la ley. Desde
comienzos del reinado de Felipe IV se convirtieron en arrendatarios de diversas rentas de la
corona, en especial de los derechos de aduana interiores. Además del pequeño grupo de
asentistas otros hombres de negocios portugueses de menor envergadura penetraron en España
para desplegar su iniciativa y hacer fructificar su cap¡tal, y especialmente para hacerse un hueco
en el comercio de las Indias. Sin embargo, en conj. los portugueses que se afincaron en Castilla
obtuvieron buenos dividendos de su dinero bajo la protección de Olivares, e incluso en los 1os.
años de la rebelión portuguesa las autoridades españolas les protegieron del odio popular. Sin
embargo, tras la caída de Olivares, su posición se hizo + vulnerable. Además, algunos de ellos
sufrieron las consecuencias de la bancarrota del Estado de 1647 y, por lo demás, la econ.
castellana se hallaba demasiado deprimida como para permitirles obtener pingües beneficios.
Así pues, en los años centrales del S. XVII se produjo una nueva salida de comerciantes y capital
de España, porque los portugueses se trasladaron hacia el N. de Europa en busca de nuevas
oportunidades, quedando tan sólo en España algunos administradores de rentas de la corona.
Entretanto, otros extranjeros ocuparon el vacío que habían dejado españoles y portugueses. El
comercio ultramarino de España, especialmente el comercio de las Indias, atrajo hacia sus
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puertos a un nº creciente de comerciantes extranjeros que se desempeñaban como importadores,
exportadores, representantes y agentes. Este era simplemente un nuevo signo del subdesarrollo
del país. España era un buen mercado de exportación de productos manufacturados y una buena
fuente de determinadas materias primas. Como los extranjeros tenían los productos, el capital y
los barcos, controlaban por completo las operaciones de importación y exportación, reduciendo a
sus homónimos españoles a poco + que a meros comisionistas. Muchos de los comerciantes
extranjeros se afincaron en España con carácter permanente. En el transcurso del S. XVII, a
genoveses y flamencos se les unió en los puertos de Andalucía un nº cada vez mayor de
naturales de países no aliados de España, sobre todo franceses, ingleses y holandeses. De
hecho, ellos formaban la clase empresarial de España.
- LOS PROBLEMAS DEL MUNDO RURAL. LOS SECTORES MARGINADOS.-
La inmensa mayoría de los españoles, los campesinos en el campo, los trabajadores en las
ciudades, no tenía esperanzas de progreso, tan sólo el temor de descender aún +, hacia el
submundo de la sociedad poblado por vagabundos, mendigos y bandoleros, víctimas del
desempleo generalizado. Una vez +, la política fiscal perpetuaba el malestar social, pues recala
con mayor peso sobre los desheredados. La alcabala afectaba particularmente a los pobres, pues
el consumidor compraba los artículos a unos precios que se veían aumentados por la acumulación
de impuestos que pesaban sobre ellos cada vez que cambiaban de manos. A finales del S. XVI,
apareció un nuevo impuesto, los millones, que afectaba principalmente a 3 productos alimentarlos
básicos: la carne, el vino y el aceite. Esto supuso un insoportable aumento del coste de vida para
los pobres, y del que podían escapar con + dificultad que la nobleza. Allí donde las ciudades o
distritos pagaban un impuesto de composición, los municipios, dominados por una oligarquía
adinerada, fijaban las tasas contributivas para beneficiarse personalmente. Luego,
frecuentemente vendían los productos de sus propiedades añadiéndoles el impuesto sobre la
venta, pero entregando tan sólo una parte al erario público. Así, el sist. fiscal aceleró la des-
población rural de Castilla. Y la desaparición de una parte de la pob., que huía del recaudador de
impuestos, significaba que la cuota de esa zona recaía por completo en los que aún quedaban,
que a su vez se veían impulsados a emigrar. No fueron pocas las aldeas de Castilla que
desaparecieron del mapa a lo largo de la centuria, integrándose sus habitantes en el proletariado
urbano. Muchos españoles vivían, en mayor o menor medida, por debajo del nivel de subsistencia
y la amarga experiencia les enseñaba que se exigía + a aquellos que menos tenían.
Los españoles pobres tendían a congregarse en las ciudades, donde constituían al menos el
40% de la pob., un grupo irreductible de pobres, vagabundos y desempleados. Los mendigos
eran parte del paisaje y la limosna una obligación seria para la Iglesia y los fieles. Pero la opinión
reformista prefería institucionalizar la pobreza, y el socorro a los pobres era un deber reconocido
por la mayor parte de las autoridades locales. En las postrimerías del siglo XVI, Castilla contaba
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con una gama de hospitales para ancianos, mendigos, huérfanos y enfermos, fundados y
financiados de diversas maneras, pero todos ellos expresión de la caridad voluntaria, y en todos
los casos, especialmente aquellos que estaban dedicados al socorro de los pobres, objeto de un
gran debate sobre su tamaño, sus realizaciones, la conveniencia de su existencia e,
inevitablemente, su financiación. Estas instituciones no permanecieron al margen de las
presiones econ. de la época. El impulso de reforma se eclipsó en la 1ª ½ de la centuria y sólo en
el decenio de 1660 progresó en cierta medida en un mov. dirigido a la fundación de hospicios. En
1668, se creó en Madrid la Hermandad del Hospicio. Su funcionamiento se vio dificultado por la
escasez de fondos y se dejó sentir, asimismo, una resistencia a mejorar sus servicios ante el
temor de provocar una mayor afluencia de vagabundos de las provs. Finalmente, fue posible
conseguir dinero de fuentes privadas y en 1674 la Hermandad había aceptado a 800 pobres.
Los esfuerzos de la Iglesia y de las organizaciones caritativas redujeron el peligro que
extrañaban las difíciles condiciones sociales, pero no lo eliminó por completo. El desorden urbano
y los tumultos eran rasgos permanentes, aunque esporádicos, de la Castilla del S. XVII y las
oligarquías locales eran, con frecuencia, el blanco de las iras de los artesanos. La España rural,
estancada en una rutina invariable, era también escenario de crímenes y violencia. El bando-
lerismo era endémico en las montañas de Cataluña, Valencia, Murcia y Andalucía, producto de las
privaciones del mundo rural, de la criminalidad y de la imposibilidad de hacer cumplir la ley. Pero
estos acontecimientos adquirieron una nueva y + grave dimensión en el decenio de 1640, cuando
la conjunción de la crisis política, la inquietud regional y el fracaso en el exterior pusieron a prueba
el equilibrio de la sociedad española y plantearon nuevas dificultades a la autoridad. En estas
condiciones, la pobreza era menos pasiva. En el contexto de la guerra, las malas cosechas, la
escasez de alimentos y el alza de los precios entrañaron un riesgo mayor, provocando el hambre
en la zona central de Castilla y convirtiendo a Madrid en un lugar potencialmente peligroso en los
años de crisis de 1647-1648. De todos modos, el gobierno consiguió evitar que se produjeran
graves disturbios en Castilla.
Sin embargo, en otros lugares la protesta popular dio lugar a estallidos de violencia y el
descontento campesino contagió a las ciudades. Eran estas protestas espontáneas, revueltas po-
pulares, tumultos por causa del pan y los impuestos, no rebeliones regionales. Este tipo de movs.
se convirtieron en un rasgo habitual de la vida rural durante la 2ª ½ del S. XVII, reapareciendo en
Galicia en 1673 y en Cataluña en 1688-1689. La rebelión en Cataluña tuvo su origen en las malas
cosechas y la escasez de trigo, y las exigencias de impuestos y de alojamiento de las tropas
durante la guerra con Francia enconó aún + la situación. Bajo la dirección de unos cabecillas
catalanes se convirtió en una revuelta rural armada y en un ataque contra las autoridades
regionales, pero no consiguió el apoyo de la oligarquía local y finalmente fue aplastada por las
fuerzas del virrey.
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La alianza entre la corona y la aristocracia era demasiado estrecha y las fuerzas de la ley y el
orden demasiado sólidas como para dejar una posibilidad a la rev. social. La masa de indigentes
españoles aceptó su destino con callada resignación. Su único portavoz eran algunos arbitristas
que no siempre llegaban al fondo del problema, que no era otro que la mala distribución de la
propiedad agraria. Los campesinos españoles eran unas víctimas sin esperanza de la sociedad
señorial en la que vivían, una sociedad rígida en su estructura e inmutable en sus ideales. Tal
vez, el desarrollo econ. habría elevado el nivel de vida de los campesinos e impulsado la aparición
de una clase media. Pero la rigidez social era al mismo tiempo causa y efecto de la depresión
econ. En España, las inversiones reflejaban la estructura de la sociedad. Cuando no se
despilfarraba en un consumo ostentoso, el capital tendía a situarse en asientos, juros y censos, es
decir, préstamos destinados a financiar los gastos del Estado y de los consumidores, en lugar de
dedicarse a iniciativas productivas. Pero la razón fundamental hay que buscarla en unos ideales
fuertemente enraizados, que valoraban + el honor y el estatus que la act. empresarial. Aun
cuando hubiera sido posible reducir el nivel de consumo de los sectores de ingresos + elevados,
no habría existido seguridad alguna de que los ahorros se hubieran invertido en la agricultura y en
la industria.
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TEMA 14: “LA DECADENCIA ECONÓMICA EN EL S. XVII”.
LOS PROBLEMAS AGRÍCOLAS Y GANADEROS.
La decadencia de la agricultura, la crisis del mundo rural, constituye uno de los facts.
primordiales del esquema de la «decadencia econ.» de España. Incluso se atribuye a la «crisis
general» del S. XVII un cierto origen climático que lógicamente tuvo su repercusión en la produc.
agrícola. Parece que el S. XVII fue desde sus inicios, continuando la tendencia preexistente, una
época fría. Las crisis agrarias se presentaban con frecuencia precipitadas por inundaciones,
lluvias torrenciales y heladas. Las epidemias de langosta contribuían a quebrantar la econ.
campesina y podían hallarse en la génesis de movs. rurales de protesta como sucedió en
Cataluña en 1687.
El estudio de la produc. agrícola realizado básicamente a partir de la recaudación de los
diezmos indica una caída de la produc. en su conj., con notables variaciones según regiones y
productos. Como norma general puede hablarse de un estancamiento de la produc. hasta 1620,
seguido de un fuerte descenso que culminó en los años 1648-1652, y de un crec. modesto en la
2ª ½ del siglo.
Como explicación fundamental de la caída de la produc. (explicación básicamente aplicable a
Castilla), se aduce la ruptura del equilibrio ecológico fundamental del A. Régimen agrario entre
ganadería y agricultura. El crec. meramente extensivo no sólo ponía en cultivo tierras de inf.
calidad, sino que reducía los pastos y con ello el ganado. La “crisis” consistía en el abandono de
tierras cultivadas, lo que producía de rechazo el aumento de la ganadería y posiblemente un
aumento de la product. agraria al limitarse el cultivo a las mejores tierras. Se especula con la
posibilidad de que la produc. disminuyera menos que la pob. y que en consecuencia aumentara el
producto per cápita. “Reajuste” es en opinión de Gonzalo Anes una palabra + exacta que
decadencia para explicar la situación de la agricultura castellana en el S. XVII.
Esta relativización del carácter catastrófico de la «crisis», que debe mucho a los autores del S.
XVII, viene confirmada por el aumento de la produc., medido una vez + por medio de curvas de
diezmos, en la 2ª ½ de siglo, a pesar de las calamidades climáticas y de la incidencia negativa de
muchos facts. sociales. La recuperación fue muy lenta, pero existen elementos concordantes. A
partir de los datos existentes se dibujan una serie de modelos regionales bastante claros. En
Castilla la Vieja, la caída de la reducción y la crisis rural parecen haber sido + agudas o, por lo
menos, mejor estudiadas. En Castilla la Nueva aparecen mejores síntomas. En la Andalucía occ.,
en el reino de Sevilla, la crisis originó un proceso de nuevas roturaciones y una reestructuración
del mundo rural (en sentido favorable a los privilegiados) que algunos consideran pudo tener un
significado modernizador. En el P. Valenciano la situación se presenta con perfiles sombríos,
tanto en el plano econ. como en el social. La imp. de la huerta no debe hacernos olvidar el peso
de las tierras de secano del interior ni los problemas generados por la expulsión de los moriscos y
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por la presión señorial. El mismo panorama con menor pob. es el ofrecido por el reino de Aragón.
En Cataluña se confirma la recesión agrícola -previa a la guerra de 1640 y agravada por ella- y se
observa una dif. entre algunas comarcas litorales, vinculadas a una econ. comercializable, y la
mayoría de comarcas interiores, dominadas por una agricultura tradicional en la que
predominaban los cereales y aun los cereales pobres. Para Mallorca, el S. XVII en su conj. -+ su
2ª ½- aparece con perfiles + positivos que el XVI y el XVIII en cuanto a la produc. triguera, básica
e indispensable. En el P. Vasco el maíz, junto con otras plantas (nabos, etc.), permitió superar el
tradicional barbecho; la nueva planta dio como resultado rendimientos + elevados y aumento de la
ganadería. En Asturias se considera que la crisis se resolvió mediante una respuesta intensiva y,
el balance también parece positivo para Galicia, aunque los estudios comarcales pueden
demostrar difs. imps. entre la Galicia litoral y la interior, y que las innovaciones agrarias no
transformaron las bases sociales del mundo rural.
Asimismo, cada producto tenía una coyuntura peculiar y la evolución de las diversas regiones
se debía en buena parte a la posibilidad de determinados cultivos a tenor del suelo y del clima. Se
conservaba el predominio abrumador del cereal, tanto en las tierras del interior como en la
inmensa mayoría de las litorales, lo que confirma el carácter de produc. de subsistencias. En la
mayor parte de la costa, tanto cantábrica como mediterránea, no se aseguraba el
autoabastecimiento. El trigo conservaba su carácter mayoritario en la produc., aunque no siempre
en la alimentación campesina. El trigo debía guardarse para el pago de las rentas agrarias, es
decir, para el consumo preferentemente de los privilegiados y de las ciudades. Una de las
consecuencias de la crisis fue la disminución en algunos casos de la produc. de trigo y su
desplazamiento por los cereales secundarios, especialmente por la cebada y el centeno.
En cuanto al famoso maíz, era ya conocido en el S. XVI, pero su cultivo y consumo masivo sólo
se confirmó como salida desesperada a las dificultades y al hambre. 1º se utilizó como
alimentación del ganado, luego de los pobres. Su cultivo era mayoritario en toda la cornisa
cantábrica y Galicia, y produjo transformaciones notables del paisaje agrario. El maíz se
expansionó, no a costa del trigo, que en todo el N. era minoritario, sino de los cereales infs., el
mijo, el panizo y también de prados e incluso montes.
El S. XVII fue un período de apogeo del vino, cuyo consumo se generalizó. La viña continuó su
implantación en ambas Castillas, en Galicia y en Andalucía, extendiéndose en los últimos
decenios del siglo a Cataluña.
El significado del resto de produc. era menor. El olivar era imp. en Castilla la Nueva, Andalucía,
Aragón y Mallorca. Los cultivos de huerta eran minoritarios y se vieron afectados por la expulsión
de los moriscos, en Aragón y algunas comarcas valencianas. La caña de azúcar se hallaba en
decadencia, pero la morera mantuvo una tendencia al alza. Esta produc. se destinaba,
lógicamente, a una pronta elaboración, que permanecía controlada por los señores (caso del
azúcar) o contaba con clientela entre los artesanos sederos de las capitales próximas. Los
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señores valencianos recibían sobre la caña de azúcar la proporción + elevada de cosecha, hasta
el 50%, y además exigían prestaciones de trabajo en la elaboración del azúcar. Pero la
competencia del azúcar americano hizo decaer este cultivo otrora floreciente. La expansión de la
morera fue la novedad + imp. en la arboricultura aragonesa. En Valencia disminuyó la produc. de
seda de mejor calidad.
La situación ganadera fue + favorable. Hoy se tiende a exculpar a la Mesta de responsabilidad
en el proceso de “decadencia”. Se considera que tuvo que defenderse ante las roturaciones que
limitaban sus pastos, y que + bien llevó a cabo una política de recuperación y de reestructuración.
Esta política benefició a los grandes ganaderos, cuya gestión se califica de racional y eficaz. Si la
contracción agrícola favoreció un incremento de los pastos, el nº de cabezas de la Mesta
disminuyó fuertemente. La Mesta no constituía toda la ganadería de la corona de Castilla. Se
resalta la imp. de la ganadería estante (excluida desde 1604 de la org. de la Mesta) y la categoría
intermedia de los riberiegos. La lucha por disponer de pastos o hierbas enfrentaba a la Mesta con
la creciente viticultura y con los ganaderos estantes (la Mesta obtuvo en 1633 una clara victoria
oficial).
Las regiones húmedas del N. y NO. contaban con abundancia de ganado vacuno y porcino, en
estrecha dependencia con el uso colectivo de los montes. En Asturias la ganadería aumentó su
product. en parte como secuencia de la estabulación, que la hizo + complementaria de la
agricultura. En los países mediterráneos, la ganadería tuvo una significación mucho menor, pero
no dejaban de darse, en pequeña escala, los principales problemas del sector: la imp. de los
animales de labranza, la utilización de las tierras comunales, el complemento de la produc.
agrícola, etc.
En Galicia, durante la 1ª ½ del S. XVII, la ganadería se encontraba distribuida entre la mayor
parte de la pob. El ganado se alimentaba gracias a los montes y a los usos comunales (ganadería
extensiva). Una vez + la difusión del maíz alteró la situación, haciendo disminuir la ganadería en
las comarcas litorales y aumentando, por el contrario, el nº de campesinos sin ganado.
DECLIVE DE LAS ACTIVIDADES ARTESANALES Y DEL COMERCIO.
Mucho + que en el sector primario, es evidente la existencia de una crisis industrial y comercial
en la España del XVII. Crisis motivada por los facts. generales depresivos ya mencionados y por
otros 2 específicos: la competencia extranjera y el retraso tecnológico. El retroceso industrial está
documentado con datos seguros, aunque las quejas interesadas de los municipios y los escritos
de los arbitristas los hayan exagerado. Un ej. de estas exageraciones nos lo proporciona la
industria sedera de Sevilla, que, según varios autores, llegó a contar 16.000 telares en sus
mejores tiempos, reducidos luego a 400 por las cargas tributarias, los efectos de las pragmáticas
suntuarias, que prohibían llevar vestidos de seda a las categorías no privilegiadas de la pob., etc.
La táctica de ponderar un estado anterior de prosperidad para acentuar la situación de decadencia
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estaba muy extendida y, como señala H. Kamen, puede inducir a error; pero la regresión,
concretamente en la industria textil, está bien demostrada, no sólo en Sevilla, sino en Toledo, que
en otros tiempos exportaba grandes cantidades de sederías. En el ramo de pañería está
comprobada la caída, a veces brutal, de centros manufactureros tan prestigiosos como Segovia,
Cuenca y Córdoba. Pero hay también que anotar que las sederías de Valencia crecieron a
expensas de las de Toledo, que en Priego se formó otro activo centro sedero gracias a las
ventajas que el marqués de Priego ofreció a los fabricantes que se establecieran allí, que la
fabricación de paños se ruralizó, extendiéndose a pueblos donde no existía vigilancia municipal ni
ordenanzas gremiales. La caída de la industria textil fue + de calidad que de cantidad. En
Segovia, el + reputado centro textil, se había pasado en el S. XVI de producir paños díeciochenos
a los + tupidos y resistentes veintidosenos (22 hilos por urdimbre). En el XVII el mov. se invierte.
La produc. se adaptaba a un mercado disminuido y empobrecido. Así se entró en un círculo
infernal: como las ganancias son pocas, como de arriba no llegan subsidios y estímulos, sino
nuevos tributos, no se invierte, se descuida la calidad, y con ello el negocio va a peor, porque se
pierde la clientela + selecta. En el S. XVI España exportaba a Francia tejidos de lujo, guantes
perfumados y otras mercaderías de lujo. En el XVII esta exportación desaparece, a la par que
aumenta la importación francesa y de otros países nórdicos.
El mercado de Indias también se nutría de productos selectos; por eso, los comerciantes de
Sevilla y Cádiz llegaron a aprovisionarse casi únicamente de textiles extranjeros; muchas veces, el
cargamento de las flotas se detenía en espera de que llegaran los buques franceses, holandeses,
ingleses y hanseáticos con el cargamento esperado. Por supuesto, la procedencia extranjera de
gran parte de aquellos mercaderes, ligados con industriales de su país de origen, también influía
en esta actitud. Y no sólo la industria española dejó de exportar, sino que en la propia España
sufrió la concurrencia de aquellos tejidos de colores + vistosos y de calidades + variadas, producto
de iniciativas + libres, + imaginativas que las que ofrecían los gremios, sujetos a unas ordenanzas
pensadas + para garantizar la duración que el atractivo de un producto. Por ello, aunque los
escritores declamaban contra aquella invasión de géneros extranjeros de aparentes atractivos y
escasa consistencia, la clientela rica se volcó hacia ellos, sobre todo la clientela femenina,
sugestionada por uno de los inventos franceses del S. XVII: la moda. La industria textil española
vio reducido su mercado a las masas rurales y a la plebe urbana, con las consecuencias
inevitables para empresarios y obreros.
Otros ramos industriales sufrieron también, con + o menos fuerza, el peso de la competencia
extranjera, por ej., el del papel, cuyos productos eran de pobre calidad. Este fue uno de los
motivos que favorecieron las impresiones de libros españoles en el extranjero. La importación de
papel llegó a ser uno de los principales renglones del comercio de Génova con España. Se
defendieron mejor los productos puramente artesanales en los que entraba por mucho la habilidad
de una mano de obra que estaba en la frontera entre el artesano y el artista. Siguieron
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produciéndose magníficas piezas de platería, cerámica, objetos litúrgicos, etc., pero en objs. de
menos tradición, como cristales y relojes, la dependencia hacia el exterior era grande.
Una mención aparte merecen las industrias de guerra. El Conde Duque comprendió el peligro
que para una nación en constante estado de guerra representaba depender del exterior para sus
suministros bélicos, porque las armerías vizcaínas, que suministraban excelentes armas cortas,
no producían la artillería necesaria. Con técnicos procedentes de Lieja, ciudad contigua a los P.
Bajos españoles, se crearon los 1os. altos hornos de España en Liérganes y la Cavada, cerca de
Santander. Centros secundarios se crearon en Eugui (Navarra) y Corduente (Molina de Aragón).
Desplegaron la máxima activ. en 1630-1640; Liérganes llegó a proporcionar al Estado 150
cañones anuales, pero este esfuerzo no pudo mantenerse, por falta de recursos. Después de la
caída del Conde Duque estos centros languidecieron o desaparecieron.
La construc. naval también era insuficiente, tanto para las necesidades del comercio como de
la guerra. Los astilleros del N. (Guipúzcoa, Vizcaya, Cantabria) seguían construyendo galeones de
gran tamaño y alta calidad, pero los restantes astilleros de España languidecían, exceptuando los
catalanes, que a finales del siglo produjeron una cantidad apreciable de buques de pequeño
tonelaje. Hacia 1700 había ya claras señales de que la construc. naval española se estaba
quedando rezagada, no tenía la capacidad innovadora de los ingenieros navales ingleses y
franceses, y, lo que era + grave, dependía del extranjero para suministros esenciales: mástiles,
velamen, cordajes, alquitrán.
Por eso, la dependencia respecto a la industria exterior no era sólo un hecho institucional
ligado a las cláusulas comerciales inscritas en los tratados con Inglaterra, Holanda y Francia.
Aunque el gobierno hubiera querido denunciar aquellos tratados no hubiera podido evitar que
siguiéramos necesitando las manufacturas extranjeras; eso quizás explica que no se siguiera la
política proteccionista que reclamaban tantos escritores inspirados en los principios del
Mercantilismo. A 1ª vista parece absurdo que España gravara igual o + sus productos a la salida
que a la entrada, que no tratara de levantar un dique arancelario frente a la invasión de
manufacturas que estaban arruinando la industria nacional. Pero aparte de que se temía que se
produjera una baja en la recaudación de las aduanas (que, por cierto, estaban arrendadas por
genoveses, portugueses y otros extranjeros), se temía que la econ., en vez de resultar estimulada,
fuera perjudicada al faltarle unos productos que ella misma no producía. De hecho, cuando se
dictaron medidas proteccionistas, su efecto fue muy pequeño y tuvieron escasa vigencia. Lo
mismo sucedió con el edicto de 7-2-1626 ordenando que los que trajeran mercaderías no
extrajeran a cambio oro ni plata, sino otras mercaderías; como todas las disposiciones que
contradicen leyes econ. fundamentales, ésta fue vulnerada con el consentimiento de las
autoridades. Incluso se procuró muchas veces dinero el gobierno concediendo «licencias de
contrabando», es decir, licencias para introducir mercaderías prohibidas. Cada vez que se
rompían las hostilidades con un Estado se prohibía vender sus mercaderías, pero luego se hacía
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la vista gorda y el tráfico continuaba por intermedio de 3os. países. Los poderosos cuerpos
mercantiles, y en 1er. lugar el consulado de Sevilla, aplaudían esta política, mientras los
industriales, pocos y desunidos, nunca tuvieron un órgano potente de expresión, nunca
constituyeron un grupo de presión.
Un medio indirecto de aliviar la industria, fomentar las exportaciones y mejorar la balanza de
pagos hubiera sido la devaluación de la moneda, que es el medio clásico que aún sigue
empleándose. Pero el gobierno, que durante el S. XVII manipuló varias veces la moneda de
vellón para uso interno y con resultados desastrosos para la econ., mantuvo íntegra la ley de las
monedas de oro y plata, que eran las únicas usadas en las transacciones internacionales, por una
cuestión de prestigio y porque fuera de Castilla no corría su moneda fraccionaria de cobre, de
suerte que España siguió siendo un país de altos precios y altos salarios; otro obstáculo para
crear industrias competitivas.
El único intento serio que se hizo en la 2ª ½ del XVII para invertir el curso de los
acontecimientos fue la creación de la Junta de Comercio en 1679. Fue una idea del duque de
Medinaceli, que acababa de ocupar el puesto de 1er. ministro. Las cortes celebradas en Zaragoza
en 1678 trataron de mejorar el anquilosado sist. gremial, rebajaron los derechos de examen de los
oficiales, autorizaron a las mujeres a trabajar en sus casas, ofrecieron privilegios a los naturales y
extranjeros que introdujeran nuevas industrias, adoptaron medidas proteccionistas frente a las
importaciones. En el mismo clima se reunieron las cortes de 1684-87, para las que Dormer
escribió sus Discursos histórico-políticos. A + del impulso catalanoaragonés, la influencia de
Colbert es muy clara en la creación de la Junta de Comercio. Por desgracia, sus 1os. años
coincidieron con la terrible crisis de los años 1680 y siguientes: epidemias, malas cosechas y
drástica devaluación monetaria no constituían el marco adecuado para un intento de recuperación.
Sin embargo, los escasos resultados tenían causas + profundas; el gobierno sólo ofrecía como
incentivo algunas desgravaciones fiscales; era poco para superar el cúmulo de obstáculos que
encontraba la reindustrialización. + tarde se apeló también a medidas proteccionistas: un decreto
de 1688 disponiendo que los industriales españoles tendrían preferencia en la compra de lanas y
2 reales cédulas de 1699 prohibiendo la exportación de seda y lanas ordinarias. Los corregidores
recibieron órdenes de animar a los fabricantes. Algunos particulares también se sumaron a este
mov., como el duque de Béjar, fundador de las fábricas de esta ciudad.
Pero había que traer técnicos y obreros especializados del extranjero; el gobernador de los P.
Bajos recibió orden de buscar operarios ingleses y holandeses, asegurando a los no católicos que
no serían molestados por la Inquisición. Pocos se decidieron a venir. Sin embargo, algo se hizo;
2 flamencos instalaron en La Coruña una fábrica de tejidos de lino; otro creó una industria de
vidrio cerca de Madrid. Los intentos se multiplicaron, con resultados casi siempre efímeros. En
Cataluña las circunstancias eran + propicias; allí, Feliu de la Peña adoptó un sist. inverso: en vez
de traer obreros extranjeros envió jóvenes a instruirse en las nuevas técnicas industriales. En
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general, estas iniciativas encontraron + eco en las Españas periféricas. El centro siguió deprimido,
a pesar de la atracción de la Corte, que tendía a crear una zona de prosperidad en su entorno
gracias a la presencia de capitales y empresarios que procedían de lejos, como la familia de los
Goyeneche, parte de un interesante grupo de empresarios vasconavarros y cuya acción estuvo a
caballo entre los SS. XVII y XVIII.
EL PROBLEMA INFLACIONISTA: LA MANIPULACIÓN DE LA MONEDA
CASTELLANA.
Frente a los que sostienen que a una crisis econ. hay que buscarle causas de naturaleza econ.
se alinean los que ponen en 1er. lugar la acción del Estado absolutista y los exagerados gastos de
la Corte y la admi. En realidad, son aspectos que no pueden disociarse; en lo que cabe
controversia es en el grado de incidencia de los diversos facts. Es evidente que por las
limitaciones tecnológicas las etapas de crec. tenían entonces un techo bajo y rígido; a fines del S.
XVI, se cerró otra etapa de fuerte crec. Pero, como se sabe, sin los gastos improductivos que
causó la política bélica de Felipe II esa crisis pudo haberse evitado o suavizado, teniendo en
cuenta además que los avances técnicos y la aportación de los territorios coloniales ofrecían
perspectivas mucho + amplias que en los tiempos medievales.
En España, que de todas formas se hubiera visto en dificultades, como lo indica la detención
del crec. y el impacto de la crisis epidémica de 1600, el peso de los facts. políticos se dejó sentir
con especial gravedad. Los gastos de la corte eran crecientes; a los gastos ordinarios venían a
sumarse las mercedes concedidas a los cortesanos. Sin embargo, lo que causaba el permanente
déficit era la guerra, que requirió una maquinaria cada vez + costosa. El tamaño de los ejércitos
creció sin cesar. Estas tropas, en parte, vivían sobre el terreno, lo que explica las atrocidades de
la Guerra de los Treinta Años y la sublevación de los campesinos catalanes; pero cada vez + los
Estados tuvieron que cuidarse de sus servicios de intendencia, sin los cuales sus tropas hubieran
perecido de hambre o se hubieran desbandado, caso que se dio con frecuencia. También había
que organizar algún tipo de ayuda a los veteranos y a los inválidos, la mayoría de los cuales no
tenían + recurso que la caridad pública. La guerra se encareció también porque se hizo + técnica,
gracias al desarrollo de la artillería y de la ingeniería militar. Todo esto, referido sólo al ejército de
tierra. Las distintas armadas que mantenía el rey de España también exigían gastos en continuo
aumento.
Estos gastos inmensos no descansaban sobre ninguna previsión presupuestaria. Los
presupuestos, si es que puede llamarse así a unas meras previsiones de ingresos y gastos,
estaban hechos pensando en una situación de paz. En cuanto se desencadenaban las
hostilidades había que recurrir a ingresos extrapresupuestarios, que se obtenían por los +
variados conductos; lo + ortodoxo era pedir a las Cortes nuevos tributos, o recargos sobre los ya
existentes, pero este recurso no era nunca suficiente, y entonces la imaginación de los ministros
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se dedicaba a idear medios de sacar dinero. Lo + sencillo era emitir Deuda Pública en forma de
juros, pero cuando, a partir de 1635, se empezó a retener la ½ de sus réditos (media anata de
juros) nadie quiso comprarlos. En adelante, el gobierno sólo pudo colocar juros por medios
violentos, por ej., entregándolos como pago de sus créditos a los banqueros reales. Al comenzar
el reinado de Felipe IV el capital de los juros representaba 112 mills. de ducados, + de la ½ de la
renta nacional de Castilla, y esta cantidad todavía creció bastante hasta fines del S. XVII.
Casi todas las rentas reales estaban afectas al pago de los juros. Para disminuir su peso
agobiante, se tomaron varias medidas; en 1621 se rebajaron todos al interés fijo del 5% anual.
Desde 1635 se descontó la ½, quedando reducidos al 2,5%, y aun así muchos acreedores no
conseguían cobrar nada. El crédito de la Real Hacienda quedó lesionado sin remisión; solamente
encontraba quien le prestase a muy altos intereses, porque el riesgo era grande. La mayor parte
de los banqueros reales quedaron + o menos arruinados, aunque a los + influyentes se les
compensara con rentas vitalicias, títulos de Castilla y otros honores.
Los juros tuvieron un efecto nefasto sobre la econ. castellana; hasta 1621, es decir, mientras
ofrecieron a los compradores una renta segura y elevada, canalizaron gran parte del ahorro,
sustrayéndolo a inversiones productivas. Se creó así en la burguesía una mentalidad de rentista,
denunciada por los escritores de la época como una de las causas principales del estancamiento
econ. Después, el público se apartó de los juros; no pocas familias y comunidades que habían
confiado en su estabilidad se encontraron en apuros, y a veces en la miseria, lo mismo que en
tiempos recientes ha ocurrido a los tenedores de renta fija de todo el mundo. Pero el hábito estaba
ya formado; en adelante no se prestaría a una Hacienda tan poco digna de crédito, sino a
particulares, por medio de censos, una forma de crédito que tenía ya antecedentes, pero nunca
con la amplitud que tomó en el S. XVII. La preferencia por los censos sobre los juros no se debía
sólo al descrédito de éstos, sino a la gran demanda y a la relativa seguridad del cobro. Pedían
censos los aristócratas para sostener su tren de vida, los labradores para hacer frente a las
cosechas deficitarias, los municipios para pagar las peticiones de dinero de la Corona, para
hacerse independientes de las villas o para no caer en la dependencia de un señor.
El endeudamiento de los municipios fue un fenómeno general, que afectó desde los + imps.
(Madrid, Sevilla) a los + pequeños. Aunque interviniera en muchas ocasiones la malversación y la
mala adm., puede afirmarse que el factor principal fue la fiscalidad estatal, que no se dirigió sólo a
los individuos singulares, sino a las entidades colectivas. Unas veces se trataba de peticiones
directas, otras veces de imposiciones indirectas, por ej., la venta de cargos públicos, una de las
lacras de aquellos tiempos, práctica universal, no sólo española. Felipe II había vendido ya un
gran nº de cargos, sobre todo municipales; Felipe III y Felipe IV continuaron por la misma senda.
Los ministros de Carlos II, aunque encontraron un mercado ya casi saturado, aún se dieron maña
para vender algunos muy lucrativos. Con frecuencia, los municipios, para evitar las ventas,
ofrecían al rey la cantidad que se esperaba sacar de ellas. Por ej., Logroño, para evitar que sus 12
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regidores se aumentaran hasta 36, ofreció 26.000 ducados, tomando este capital a censo; pero en
1629 la carga de los réditos se hizo tan pesada que tuvo que consentir en que se vendieran
dichos cargos. Las ventas de cargos eran verdaderos impuestos indirectos, porque los
compradores se indemnizaban con creces a costa del público de las cantidades que habían
desembolsado. Eran también una forma de inversión; una regiduría, una escribanía, un
alguacilazgo se convertía en una propiedad que se podía arrendar, vender, dar en dote. El
resultado fue crear una burocracia inútil y nociva que aumentó la presión fiscal y la masa de
terciarios ociosos que gravitaba sobre aquella econ.
La ampliación de los votos en Cortes fueron también considerados exclusivamente desde el
prisma fiscal. Para conceder un voto a Galicia no se tuvo en cuenta que era absurdo que estuviera
representada por Zamora; sólo cuando 7 ciudades gallegas ofrecieron cien mil ducados para crear
y sostener una armada de 6 navíos destinada a la defensa de sus costas obtuvieron, por real
cédula de 1623, el derecho a estar representadas en las Cortes de forma rotatoria. Palencia
obtuvo el mismo privilegio en 1660 por 80.000 ducados. El voto de Extremadura se concedió a 6
ciudades extremeñas que dieron igual cantidad. Con el ayuntamiento de Málaga hubo largas
negociaciones que no llegaron a cuajar por falta de dinero. La oferta de Jerez no se admitió
porque la ciudad tenía tantas deudas con la Real Hacienda que tenía fama de insolvente. El
principado de Asturias siguió sin tener representación, ya que su pobreza no le permitía ofrecer
tales cantidades.
Las ventas de pueblos de realengo también sometieron a sus vecinos a esfuerzos ruinosos.
Los hubo que compraron su propia jurisdicción y luego tuvieron que venderse a un señor porque
no podían soportar los gastos de los censos que con tal objeto habían contraído. La venta de
tierras baldías fue otro de los recursos a que apeló la adm. Tierras baldías o realengas eran las
tierras comunales de los pueblos, que sus ayuntamientos administraban en beneficio de los
vecinos, y que consideraban como propias. Felipe II, invocando el dominio eminente del Estado,
vendió muchas a particulares, o bien reconoció las usurpaciones mediante la entrega de unas
cantidades, porque no se trataba de restablecer la situación primitiva, sino de allegar dinero por
cualquier medio; así fue como muchos poderosos legalizaron sus adquisiciones. Hubo otra
oleada de ventas y composiciones, que afectaron, sobre todo, a Andalucía, en 1635-1645,
provocando gran descontento entre los perjudicados, muchos recursos a los tribunales y parciales
anulaciones de las ventas. Por estos y otros medios, el Estado fue esquilmando los recursos de
los pueblos, dejándolos endeudados para varias generaciones. Naturalmente, el endeudamiento
de los concejos recaía sobre sus vecinos, que muchas veces mudaban de residencia buscando un
lugar donde tuvieran que pagar menos impuestos.
En tiempos recientes, el + fácil (y el + desastroso) recurso de los estados para procurarse
fondos ha sido imprimir billetes de banco, que es el + seguro agente inflacionario. En el S. XVII el
equivalente de esta operación era la alteración de la moneda metálica, única que corría. Las
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monedas españolas de oro y plata sólo fueron objeto de retoques, manteniendo siempre su
excepcional calidad, que las hacía tan apreciadas en el mundo entero. La moneda fraccionaria sí
fue objeto de manipulaciones, cuyos efectos sólo se dejaron sentir en el interior de Castilla,
porque fuera de ella no tenía curso. Felipe III ordenó la acuñación grandes cantidades de moneda
de cobre, atribuyéndole un valor muy superior intrínseco. Además, duplicó el valor de la moneda
anterior por medio de resello. Durante los 1os. años del reinado de Felipe IV se continuó esta
política de aparente facilidad, que evitaba crear nuevos impuestos, pero en 1626 la masa de
moneda en circulación, aumentada con la falsificada que introducían los extranjeros era tan
grande que hubo que suspender la acuñación, tasar los precios y salarios y, finalmente, devaluar
la moneda, reduciendo su valor a la ½. Estas operaciones (subida de la moneda de cobre y
posterior devaluación) se repitieron varias veces durante aquel reinado, causando trastornos
enormes a toda la vida econ., a todas las capas de la pob., especialmente a las + débiles. No
causaban un efecto inflacionario acumulativo, como los que estamos acostumbrados a
experimentar. Eran unos movs. en acordeón. Los precios subían al subir la moneda; luego se
reducían bruscamente al devaluarse; en el momento ascendente los precios subían + de prisa que
los salarios; en la fase descendente bajaban los precios, pero todo el mundo se encontraba
empobrecido, con una moneda que valía la ½ que antes. El contragolpe + tremendo fue el
causado por la deflación de 1680, que causó un efecto a la vez psicológico y real de
empobrecimiento, una atonía econ. de la que Castilla tardó mucho tiempo en salir.
Otro efecto de las manipulaciones monetarias fue la duplicidad de sists. monetarios. Las
monedas de plata tenían un premio, un porcentaje de ventaja sobre la moneda vellón que las
leyes tuvieron que reconocer, aunque siempre fueron desbordadas por el mercado libre. Hubo
momentos en los que la plata casi triplicó el valor del vellón. Al final del siglo el premio se
estabilizó en el doble: un real de plata igual a 2 reales de vellón. En estas condiciones, la
tesaurización del oro y la plata era un fenómeno muy natural. Todo el que podía guardaba plata,
amonedada o labrada. Esta tendencia, que existió siempre, en el S. XVII se intensificó como
garantía contra el caos monetario. Incluso las personas de modesta condición procuraban tener
una reserva de metálico, y este afán por tesaurizar explica la escasez de plata circulante, sin
olvidar la continua salida de metales preciosos para hacer frente al déficit comercial y a los gastos
de la política exterior (sueldos militares, subsidios a aliados, etc.).
Por consiguiente, no hay ninguna contradicción entre los efectos devastadores de la fiscalidad
de los Austrias y el hecho de que aquellas tasas fiscales parecen moderadas comparadas con las
nuestras. Hoy pagan los muchos + impuestos al Estado, pero no se paga un 10% bruto a la
Iglesia; hay un porcentaje grande de inversiones de carácter social, de carácter productivo, cosa
que entonces no existía. Aquellas guerras eran mucho menos aniquiladoras que las actuales, pero
eran permanentes, incidían sobre una econ. pobre, con escasa capacidad de recuperación. Los
métodos recaudatorios eran muy destructivos porque los pobres contribuían + que los ricos, con
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unos elevados costes recaudatorios por la práctica de los arriendos. Era una Hacienda en la que
los tributos normales resultaban reforzados por arbitrios, como los ya reseñados, cuyos negativos
efectos resultaban multiplicados por las repercusiones en la estructura social. El fomento del
hidalguismo, el exceso de burocracia, la inclinación hacia la renta fija y el atesoramiento
improductivo tendían a destruir el espíritu empresarial, y no es casual que éste se conservara
mejor en los países forales, que quedaron relativamente indemnes de aquellos excesos fiscales.
En efecto, la C. de Aragón quedaba mejor resguardada por sus fueros y no sufrió tanto por la
fiscalidad austríaca. Las rentas reales de Valencia se reducían a ciertas propiedades y derechos
de origen medieval cuyas escasas rentas servían para pagar a los alcaides de las fortalezas,
tesoreros y otros funcionarios. En Cataluña frente a unas 80.000 libras que ingresaba la
municipalidad de Barcelona y 184.000 de la Diputación del General, el rey sólo percibía 37.000.
Las rentas de Canarias, Mallorca y Navarra, congeladas hacía mucho tiempo, nada aportaban al
conj. de la monarquía; todo se consumía en sus propias atenciones, y lo mismo ocurría en las
provs. vascas. Felipe IV hizo un esfuerzo por aumentar la contribución en los países no
castellanos y lo consiguió en parte mediante donativos de las cortes y otros medios, pero, de
todas maneras, sufrieron en mucha menor medida los estragos de la fiscalidad habsburguesa.
EL DIAGNOSTICO DE LOS CONTEMPORÁNEOS: EL ARBITRISMO.
La crisis española del S. XVII parece ser, pues, en el aspecto econ., el resultado de la
conjunción de varios facts., entre los que resaltan 2: el demográfico (descenso de pob.) y, el
político: guerras continuas y agotadoras, que en buena parte se desarrollaron dentro del territorio
penin., con lo que, a los gastos propios de toda guerra, se unían las devastaciones del territorio
propio, muy sensibles en toda la frontera de Portugal, en Aragón y en Cataluña. Los
contemporáneos fueron conscientes de este hecho, y puede seguirse a lo largo del siglo el declive
del optimismo imperialista y de la idea de cruzada. El cansancio por las empresas exteriores, que
era ya grande al finalizar el reinado de Felipe II, no dejó de aumentar. Las guerras de Flandes se
justificaron con motivos religiosos; pero después de la paz de Westfalia ya no valía esa
justificación, porque desde 1648 el enemigo del que había que defender aquellas provs. era la
católica Francia. Se puso entonces en claro que el objetivo principal de aquella guerra era el
dinástico, y así lo confesó Felipe IV a las Cortes de Castilla en 1649. Pero la opinión pública no
era partidaria de desangrar a España por razones de prestigio; ni siquiera por motivos religiosos.
Las dificultades econ. estimularon la aparición de obras de reflexión y programa sobre estos
temas. El pensamiento econ. español había surgido a fines del S. XV, a partir del descubrimiento
de América y el eco que este acontecimiento suscitó, y se había centrado en el S. XVI en la
cuestión de la revolución de los precios. La segunda generación de “protoeconomistas” se dedicó
a analizar las causas de la decadencia del S. XVII y a proponer los remedios necesarios para
restablecer la prosperidad perdida. Estos nuevos economistas, que publican sus escritos
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fundamentalmente en el 1er. tercio del S. XVII, fueron llamados despectivamente arbitristas (es
decir, personas que inventan arbitrios o soluciones extravagantes para obtener ingresos fiscales o
resolver los problemas de la Hacienda) por sus contemporáneos. Sin embargo, los arbitristas
forman un grupo coherente de pensadores, cuya obra representa la 1ª plasmación intelectual del
reformismo econ. en España.
Ya en el S. XVI nos encontramos con pensadores, todavía no propiamente arbitristas, como
Luis Ortiz, uno de los grandes precursores del mercantilismo, pues analiza en un Memorial -inédito
hasta 1957- los puntos básicos de aquel sist. de política econ. mucho antes que lo hicieran sus
principales sustentadores. Ortiz analizó perfectamente la causa fundamental del subdesarrollo
español: una balanza de pagos desfavorable. En la 2ª ½ del S. XVI destaca por su imp. la
Escuela de Salamanca, donde teólogos como Martín de Azpilicueta o Fr. Tomás de Mercado
abordan la llamada teoría cuantitivista de la moneda.
El origen sociológico de los arbitristas era bastante variado: desde clérigos hasta modestos
artesanos, pasando por funcionarios, médicos, juristas o comerciantes. Se ha estimado en 187 el
total de escritores considerados arbitristas (55 del reinado de Felipe III, 84 del de Felipe IV y 48
del de Carlos II), principalmente castellanos pero también de la corona de Aragón, como José
Gracia Serrano, o Cataluña en el caso de Narcís Feliu de la Penya, o incluso extranjeros como el
italiano Alberto Struzzi.
Los arbitristas no sólo diagnosticaron los males de la “enfermedad española”, sino que también
propusieron los medios, arbitrios o avisos para intentar remediarla. Buena parte de estos planes
no eran otra cosa que fantásticas elucubraciones, y por ello la literatura del Siglo de Oro los
caricaturizó como malos consejeros y miserables forjadores de quimeras. Pero otros, +
científicos, proponían reformas generalmente financieras. Hoy su pensamiento ha sido
revalorizado por historiadores diversos como Hamilton, Larraz o Vilar. Las temáticas y las formas
de la literatura arbitrista eran amplias y variadas: desde el tratado de factura escolástica hasta el
informe científico o teórico; desde el escrito + descabellado hasta el memorial econ. y profundo,
pasando por la sátira de carácter político o el tratado militar.
La conciencia de la realidad de la decadencia era bien patente a través de la percepción de
una serie de problemas:
1. La abundancia de oro y plata de América no había enriquecido a España; antes al contrario;
había elevado los precios de los productos españoles, que resultaban poco competitivos respecto
a los extranjeros.
2. La entrada de mercancías extranjeras, + baratas y, a veces, de peor calidad, habían
desplazado del mercado nacional a las españolas y provocado la ruina de la industria nacional y,
con ella, la del comercio y la agricultura nacionales.
3. El empobrecimiento del Estado, a causa del enorme gasto público, y la consecuente
elevación de los impuestos, habían traído, con la decadencia de la activ. productiva, la ruina econ.
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del país, la de los súbditos y la despoblación. Entre los españoles, incluso poderosos, cundía el
desánimo hacia las empresas productivas y las inversiones, mientras los extranjeros se habían
hecho dueños de los resortes econ. del país.
4. La excesiva circulación monetaria había favorecido la afición al lujo, y fomentado el ocio y el
descuido del trabajo.
Las 1as. tomas de posición ante la problemática econ. en el S. XVII son las de Cristóbal Pérez
de Herrera, Martín González de Cellórigo y Sancho de Moncada.
El médico Pérez de Herrera fue el autor en 1610 de un memorial titulado: En razón de muchas
cosas tocantes al bien, propiedad, riqueza, futilidad de estos reinos y restauración de la gente que
se ha echado de ellos, donde propugna como medidas para la recuperación econ.: fomentar la
laboriosidad, conseguir el ahorro, estimular la agricultura y ganadería y promover la recuperación
demográfica.
Martín González de Cellórigo fue autor de un famoso escrito: Memorial de la política necesaria
y útil restauración a la república de España y estados de ella y desempeño universal de estos
reinos (1600). Cellórigo fue abogado de la Real Chancillería de Valladolid y en su libro -aparte su
conocimiento de Bodin y de Botero- se manifiesta como un buen continuador de la Escuela de
Salamanca, de la que es digno heredero. Tomando como base el cuantitativismo de la misma,
Cellórigo manifiesta su repulsa ante la pasión del oro y la plata desatada por sus compatriotas, al
tiempo que propugna el trabajo y las industriosas virtudes de una sociedad que se había dejado
llevar por un falso espejismo. Su desprecio por el oro y la plata no es, pues, consecuencia de una
actitud puramente moral, sino de haber observado las nefastas consecuencias econ. de la
acumulación monetario-metálica.
El concepto de “restauración”, que implica una previa situación de caída, es común a difs.
autores. Este es el caso de la fig. + imp. del pensamiento econ. en el S. XVII, Sancho de
Moncada, que podemos incluir dentro de una corriente mercantilista, industrialista o proteccionista.
Sus autores representaban en cierta medida a las grandes ciudades (Toledo, Sevilla) y
encontraban la raíz de los males de España en la crisis de la industria, ocasionada por la
competencia extranjera. En 1619, Sancho de Moncada publicó una serie de opúsculos bajo el
título de Restauración política de España, cuya publicación fue precedida por la de un resumen
del mismo con el título de Suma de ocho discursos (1618). Para Moncada, la decadencia econ. de
España se produjo como una consecuencia del descubrimiento de América y la importación de
metales preciosos que hizo elevar los precios de nuestras manufacturas, pues su carestía produjo
el conocido fenómeno de la desviación del nivel español de precios respecto del europeo. En
otras palabras, que de una econ. de exportación a Europa, los españoles pasaron a una econ. de
importación, con el consiguiente empobrecimiento de España y la prosperidad de sus enemigos
reales o potenciales. La principal causa de las desgracias es el comercio con los extranjeros.
Moncada analiza los 3 problemas básicos de la econ. española de aquel momento: el
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demográfico, el monetario y el hacendístico. Para solucionar el 1º, propone nacionalizar la
industria y el comercio. Para el 2º, la solución ha de buscarse en el trabajo. Para el 3º, propone
desarraigar el fraude y hacer + eficaz la adm. de la Hacienda Real.
Existía una relación entre estos autores y los círculos políticos. Sancho de Moncada escribió
para los procuradores de Cortes en el momento en que el Consejo de Castilla sistematizaba en
una de sus “consultas” los males de la monarquía (1619): despoblación, carga fiscal, lujo, exceso
de clero, debilidad de la agricultura. Esta misma consulta fue la base de la obra de Pedro
Fernández de Navarrete, canónigo y consultor del Santo Oficio, Conservación de Monarquías
(1626), quien planteó también el tema de la decadencia en términos dramáticos, respirando un
nacionalismo hostil a la situación fiscal de la corona de Aragón.
En la misma línea una generación + tarde nos encontramos con Francisco Martínez de la Mata,
que representa el epigonismo arbitrista de los reinados de Felipe IV y Carlos II. Autor de unos
célebres Memoriales y Discursos escritos entre 1650 y 1660, se hace en ellos eco de la profunda
crisis que abate a la Sevilla de la época, y halla la raíz de la decadencia española en la crisis
industrial (“el desamparo de las artes”) y el “comercio abusado de los extranjeros.
Una 2ª línea de análisis es la de aquéllos que lamentaban la situación de la agricultura como
causa principal de la crisis. Algunos historiadores llaman a esta línea “prefisiocrática” y la
consideran portavoz de los intereses agrarios. Dentro de esta tendencia se sitúan las obras de
Lope de Deza (Gobierno político de agricultura, 1618) o la del alcalde entregador de la Mesta
Miguel Caxa de Leruela, autor de Restauración de la antigua abundancia de España (aparecida
en Nápoles en 1631), defensor no sólo de la ganadería de la Mesta, sino también de la estante.
Para éstos, el punto clave de las desgracias del país, a cuya resolución apuntaban sus escritos,
se hallaba incontestablemente en algún aspecto del campo español. En ellos se encuentra una
detallada descripción de los problemas que afectan al campo y de las causas de su decadencia.
Principalmente, endeudamiento y falta de campesinos. Las propuestas de solución consistían en
solicitar que el impago de las deudas no implicara la requisa de los útiles de labranza a los
campesinos, o que éstos no pudieran ser encarcelados por el mismo motivo durante la época de +
trabajo. También proponían que se les facilitase grano en el tiempo de la siembra. En el
memorial de 1598, se denunció la disminución de la pob. campesina debida a la emigración a las
Indias, el excesivo nº de criados, estudiantes, religiosos y burócratas, las duras cargas físcales, o
la venta de tierras baldías de los concejos. Se abogaba allí por la deportación de los moriscos de
las grandes ciudades para llevarles a trabajar el campo en las aldeas, por el control riguroso de
los vagabundos para obligarles a trabajar junto a los pobres mendicantes, la reducción del nº de
criados, o la imposibilidad de fundar nuevas casas religiosas, cuestiones todas que aparecerán en
la obra de los arbitristas.
Otros arbitristas introducían nuevos elementos de discusión. Así, Antonio López de Vega es
autor de Heráclito y Demócrito de nuestro siglo, cuyo subtítulo reza: Diálogos morales sobre tres
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materias: la Nobleza, la Riqueza y las letras (Madrid, 1641), obra de gran interés literario y como
fuente para el conocimiento del estado social de la época; atribuye la decadencia a la confianza y
abuso de las guerras como instrumento de la política. La 4ª de las Paradoxas racionales es un
ataque a la guerra y a la milicia como elementos perturbadores de la convivencia humana. La
propuesta implícita de un pacifismo a ultranza es muestra de la disconformidad con una política
que había llevado a una situación de postración e inferioridad. Como remedios propone la
tolerancia, el amor al prójimo, y el uso de la razón por encima de todo.
También podemos referirnos a los autores que denunciaron la inflación monetaria del vellón y
propusieron su reducción o consumo (hay ejs. desde el decenio de 1620 hasta el de 1670), o
quienes proyectaban reformas del sist. financiero y fiscal, en relación con el mov. reformador de
los años 20, o con las ulteriores necesidades de la hacienda, a la búsqueda del arbitrio general o
el impuesto único que permitiera desempeñar las finanzas reales. Las urgencias econ. del conde-
duque le llevaron a plantear soluciones innovadoras y lesivas para los intereses aristocráticos, lo
que contribuyó a su ruina. En torno a 1640 el gobierno de Castilla avanzaba hacia el
establecimiento de un impuesto sobre la propiedad agraria. Caído Olivares, tuvo + eco la
propuesta de establecer un impuesto único sobre un producto de 1ª necesidad: la sal o la harina.
Ninguna de estas soluciones fue llevada a la práctica, pero el tema del impuesto único nos
introduce al conocimiento de los autores de reformas econ. que escribieron durante la última parte
del reinado de Carlos II. Hacia 1680, proyectistas y gobernantes pensaban en el establecimiento
de un impuesto único (era una preocupación europea) por razones de eficacia adm., de justicia
social y, también, como incentivo para la activ. eco. La unificación fiscal era, sin duda, necesaria
en Castilla, pero también se pensaba en ella en Cataluña.
Porque también hubo arbitristas o su equivalente en la C. de Aragón. Conocemos la política
econ. mercantilista seguida por las cortes de Aragón desde 1626. Algunos funcionarios
valencianos redactaron proyectos de reforma fiscal. En Cataluña, entre 1620 y 1630, la crisis del
comercio mediterráneo dio lugar a la aparición de una serie de opúsculos que no difieren
esencialmente en el tono y en el carácter de los de la corona de Castilla, singularmente de la
corriente industrialista. Sus temas fundamentales son: la pérdida de los mercados italianos, la
balanza mercantil deficitaria, la crisis de los distintos sectores del artesanado y la competencia
desleal de los comerciantes extranjeros, culpables no sólo de las dificultades econ. del Principado
(por ej., el desorden monetario), sino de otros facts. negativos de la vida social, como el
bandolerismo y la brujería. En estos opúsculos encontramos la argumentación clásica de todos
los materiales proteccionistas del momento, que seguirán vivos a lo largo del siglo. Todavía en la
década de 1680 el abogado catalán Narciso Feliu de la Peña (Fénix de Cataluña, 1683), él mismo
promotor de innovaciones textiles, desde posiciones fuertemente mercantilistas y defensoras de
unos intereses industriales gravemente amenazados por las importaciones, veía la salvación del
reino en la creación de una compañía general de comercio. Se trataba de una compañía por
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acciones bajo protección estatal, encargada de actuar en algunos casos como entidad de fomento
para la industria y el comercio marítimo, o en otros de participar en el comercio americano. Todos
estos proyectos, ninguno de los cuales llegó a cuajar, se inspiraban lógicamente en el modelo de
las compañías de las Indias de Holanda e Inglaterra. Holanda era el modelo declarado de los
proyectistas españoles. Esta posición significaba un cambio radical en la consideración del
antiguo adversario. Todavía los autores catalanes de 1630, como Quevedo en Castilla,
denostaban a los holandeses como herejes. En 1680 no habían dejado de ser protestantes, pero
algunos círculos españoles los admiraban por sus éxitos econs.
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TEMA 15: “FELIPE IV, EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES Y LA
CRISIS DE 1640”.
PERFIL DE FELIPE IV.
Felipe III murió prematuramente (el 31-3-1621), dejando el gobierno de España y de su imperio
a su hijo, un joven de 16 años, que aún no había sido introducido en los asuntos de Estado y que
ya estaba dominado por el mentor de su niñez, Gaspar de Guzmán, conde de Olivares. Así pues,
el acceso de Felipe IV al trono se produjo antes de que se hubiera completado su educación
política. Su precipitada subida al trono fue suficiente para inducirle a buscar desesperadamente la
mano rectora de un poderoso ministro, y el hábito de confiar en el juicio de Olivares que adquirió
en los 1os. años del reinado resultó difícil de superar.
La historiografía moderna ha intentado rescatar a Felipe IV de la deshonra que se abate sobre
los últimos Austrias. Ciertamente, los contemporáneos consideraban que superaba a su padre, si
no por su apariencia -tenía la exagerada mandíbula y el labio inf. característicos de los Austrias-,
al menos por sus virtudes intelectuales y políticas. Tras la inacción y la corrupción que habían
caracterizado al reinado anterior, el nuevo monarca fue saludado como un líder y un reformador.
Es cierto que pasaban por sus manos gran cantidad de papeles, y que anotaba los documentos
de los consejos con sus comentarios y decretos, a veces extensos y de su propia mano. Desde
este punto de vista era un monarca consciente, incluso profesional, con conciencia política, nada
indolente y no menos informado que sus ministros. Si le preocupaban + los poderosos que los
pobres y veía a España + como un problema de gobierno que de individuos, estas eran también
las limitaciones de sus contemporáneos. Sus esfuerzos por intervenir fueron esporádicos y poco
convincentes, meros indicios de un remordimiento periódico, un sustituto de la labor de gobierno +
que un medio hacia ella. Felipe IV tenía demasiado de cortesano como para reproducir los
hábitos de trabajo de Felipe II. Pero al menos la suya era una corte cultivada. Su mecenazgo de
la literatura, el teatro y las bellas artes dio un impulso incuestionable a la cultura barroca de
España, un modelo en su época y un legado para el futuro. La corte de Felipe IV ejemplificaba el
esplendor de la monarquía española, su riqueza y su poder, y las artes se convirtieron en un
escaparate de los valores y ambiciones de la monarquía.
Se ha dicho que Felipe IV delegó el poder en Olivares no por su debilidad de espíritu y de
voluntad, sino porque creía que Olivares era el hombre + adecuado para esa tarea. Aunque
otorgó su confianza a Olivares, hubo entre ambos desacuerdos y enfrentamientos abiertos por
cuestiones de política. El rey tenía sus ideas respecto del gobierno y era consciente de sus
propios intereses. Conforme fue creciendo en experiencia exigió una función militar para él,
cambios en política exterior y una revisión de los nombramientos. Pero, generalmente, su
voluntad no era lo bastante fuerte como para prevalecer y se evadía de los deberes públicos refu-
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giándose en los placeres privados. Buscó en Olivares, hombre capaz y de gran energía, el
contrapeso para su indecisión y su falta de criterio. No se puede ocultar el hecho de que Felipe IV
hizo algo + que delegar el poder: renunció a su control.
ASCENSO DE OLIVARES Y SU PROYECTO DE REFORMA.
El hombre que liberó a Felipe IV de esas cargas fue Gaspar de Guzmán, hijo de Enrique de
Guzmán, embajador y virrey bajo Felipe II. Los Guzmán eran una rama menor de una célebre
dinastía nobiliaria encabezada por el duque de Medina Sidonia. Procedían de Andalucía, donde
tenían propiedades en la región de Sevilla. Pero aspiraban a + altas cotas y durante años Gaspar
de Guzmán, y su padre antes que él, intentó convertir su título nobiliario castellano en grandeza
de España. Después de una carrera socialmente, si no académicamente, productiva en la
Universidad de Salamanca, heredó el título y las propiedades de su padre en 1607 y desde
entonces dedicó su energía y su patrimonio a introducirse en la fuente del poder, la corte de Felipe
III. En 1615 consiguió los 1os. rendimientos para su inversión, al ser nombrado para formar parte
de la casa del príncipe Felipe, heredero del trono, quien al parecer al principio manifestó una cierta
aversión hacia ese hombre dominante, pero muy pronto llegaría a confiar en él para todos los
detalles de su vida. Olivares consiguió el control total de la casa del joven príncipe, situando en
ella a sus propios hombres. Y a medida que monopolizó al heredero al trono, le adoctrinó contra
Lerma y, luego, contra los restos de la facción de Lerma. Cuando su alumno ocupó el trono,
Olivares consiguió todos los cargos y honores que deseaba; pudo comprar nuevas tierras y
señoríos en Andalucía y en 1625 fue nombrado duque de Sanlúcar la Mayor, pasando a ser
universalmente conocido como el conde-duque. Pero lo que ansiaba por encima de todo era el
poder político.
Al principio, Olivares actuó con prudencia en la esfera política, inclinándose abiertamente ante
la mayor experiencia de su tío, Baltasar de Zúñiga, y poniendo gran cuidado en no ofender la
susceptibilidad del nuevo monarca. Gradualmente, y con discreción, comenzó a intervenir en
asuntos de gobierno, adquiriendo cada vez mayor confianza. En agosto de 1622 era ya miembro
de una junta formada por todos los presidentes de los consejos y cuya función era aconsejar al rey
sobre los temas políticos + imps. Con la muerte de Zúñiga, ocurrida el 7-10-1622, el rey entregó
el poder de forma oficial, y con exclusividad, a Olivares, expresando con toda claridad que era el
único que gozaba de su absoluta confianza.
Olivares, que tenía entonces poco + de 30 años, era de tez morena y aspecto robusto, con
ojos duros y un porte imperioso. Sus deficiencias estaban a la vista de todos: ambición
desmedida, obstinación, impaciencia con los necios y con sus oponentes y una carga de
peligrosas ilusiones inducidas por el poder que disfrutaba. Pero también sus cualidades eran
destacadas. Poseía una gran visión política y era capaz de mostrar una gran magnanimidad.
Trabajaba sin descanso al servicio del rey.
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Olivares no sólo aportó a su cargo una gran dedicación, sino también un acusado instinto para
el gobierno absoluto y la capacidad para ejercerlo. Si había un aspecto del gobierno que no
comprendía, como las finanzas, se apresuró a dominarlo. Cuando había un problema urgente que
los oficiales no podían resolver permanecía en vela toda la noche para solucionarlo. Su designio
de una España + grande era demasiado ambicioso para el período de recesión en que vivía y, por
su parte, carecía de talento para la maniobra y el compromiso político.
A dif. de muchos validos y ministros del S. XVII, a Olivares le interesaba + el gobierno que el
patronazgo. Felipe IV le otorgó poderes casi exclusivos en materia de patronazgo, poderes que
utilizó para recompensar a sus amigos y castigar a sus enemigos. Pero no le gustaba e intentó
librarse de esa responsabilidad, que desde su punto de vista debía recaer en el rey, mientras él se
concentraba en la política y el gobierno. Pero Olivares descubrió que repartir mercedes, otorgar
recompensas en forma de cargos, pensiones y títulos de caballero en las órdenes militares, era
fundamental en el proceso de gobierno y que no podía crear su propia adm. sin contar con una
red de clientes reclutada y perpetuada mediante la concesión de mercedes. El núcleo central de
la adm. de Olivares lo formaban sus clientes inmediatos ligados a él por lazos de parentesco,
amistad, dependencia y contactos andaluces. La base de su poder rebasaba los límites de la
corte para introducirse en sectores clave de la adm., unidos por la estructura piramidal del
clientelismo.
Al parecer, Olivares deseaba conseguir una colaboración de trabajo y una división del mismo
entre él y el monarca. Pretendía educar a Felipe IV en el arte del gobierno, ampliar sus
conocimientos, agudizar su juicio, mejorar sus gustos, todo ello para hacer de él el gobernante
que correspondía a una gran monarquía. Si Felipe IV necesitaba a Olivares, Olivares necesitaba
al monarca, en parte para que le apoyara frente a sus enemigos y en parte para legitimar su
política y sus proyectos. Por esa razón, nunca intentó reducir al rey a la condición de simple fig.
decorativa ni anhelaba el valimiento. Olivares prefería el poder al prestigio, la política al
patronazgo. De hecho, se veía como un primer ministro. Por tanto, al no existir un solo gran
cargo en el Estado, Olivares tuvo que conseguir una serie de cargos distintos para afianzar su
posición y darle forma jurídica. Un título por el que sentía especial predilección era el de Canciller
Mayor y Registrador de las Indias, que le concedió el rey el 27-7-1623. Este cargo fue restituido
para que Olivares pudiera introducirse en una institución imp., el Consejo de Indias, y para que
pudiera compartir su jurisdicción sobre el imperio ultramarino de España. En el otro fiel de la
balanza, Olivares oficializó su influencia en el gobierno local de Castilla mediante los cargos de
procurador en Cortes y regidor de las ciudades en ellas representadas. Estos cargos le permitían
intervenir no sólo en las Cortes, sino también en los asuntos internos de las ciudades que las
formaban. Naturalmente, su cargo + imp. era el de consejero de Estado, que le abría las puertas
a los asuntos de la alta política. En 1622 fue designado miembro del Consejo, que no tardó en
dominar. Y si las consultas del Consejo no obtenían su aprobación, las devolvía para ser
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revisadas sin siquiera mostrárselas al rey. Por tanto, lo que llegaba finalmente a manos del
monarca, si es que llegaba algo, era una consulta censurada por Olivares, y lo que resultaba de
ella era una decisión aconsejada por Olivares. Éste, al tiempo que neutralizó personalmente al
Consejo de Estado, sustituyó a los presidentes de los otros consejos por «gobernadores» con
poderes + limitados. Le interesaba particularmente el Consejo de Hacienda, cuyo cometido era
encontrar los recursos que permitieran al conde-duque llevar adelante su política, y los decretos
perentorios y admonitorios que tan frecuentemente llegaban al Consejo, aunque firmados por
Felipe IV, tienen la impronta de los documentos inspirados por Olivares.
Si el patronazgo permitía el funcionamiento del sist., era la burocracia la que proporcionaba la
continuidad institucional y la que permitió que durante este período el gobierno actuara con
eficacia. Olivares formó su propio equipo de secretarios, encabezado por su leal servidor y
estrecho colaborador Antonio Carnero. Contaba también con los servicios de los secretarios de la
adm. oficial. El poder de los secretarios aumentó a medida que disminuyó el de los consejos. La
Secretaría de Estado fue dividida en tres secretarías, una para Italia, otra para el Norte y otra para
España. El sist. de juntas, que había enraizado firmemente en el reinado anterior, proliferó aún +
con Felipe IV. Generalmente, se considera como un mecanismo que permitía a Olivares ignorar a
los consejos y hacer recaer la adm. en manos de sus hombres.
Olivares, en posesión de los principales instrumentos del poder, seguro del apoyo del rey,
marcó la dirección y controló el impulso de la política española durante los 20 años siguientes. El
programa de Olivares entrelazaba objetivos de política interior y exterior; pensaba el valido que la
restauración del prestigio internacional de la monarquía precisaba de la total y efectiva
movilización de sus recursos, y que, por consiguiente, era necesaria una adm. eficaz y una
prosperidad de las bases econ. y humanas. El ánimo reformista del nuevo ministerio de Zúñiga y
Olivares se concretó en la formación de una serie de juntas destinadas a solventar asuntos
específicos (Junta del Vestir o la de Aposento), hasta otras consultivas y ejecutivas
(Competencias, Alivios, Medios, Comercio, Armadas, Almirantazgo, Estado). La mayor parte de
las nuevas juntas tenían funciones adm., pero no políticas (tenían que ocuparse de conseguir o
adm. dinero). Generalmente, estas juntas estaban formadas por miembros de los consejos de
Castilla y de Hacienda, además de algunos clérigos y del propio Olivares, y su objetivo era
soslayar a los consejos, poco ágiles y, con frecuencia, poco imaginativos, y encontrar soluciones
para los problemas + urgentes. La Junta de Estado pertenecía a una categoría distinta y no es
fácil distinguir la diferencia de jurisdicción entre ella y el Consejo de Estado. Ambos organismos
se ocupaban de los mismos asuntos, principalmente la política exterior, y algunos miembros del
consejo también pertenecían a la junta. La junta, al igual que el consejo, elaboraba su orden del
día de acuerdo con los temas que planteaban el monarca u Olivares, y también dirigía sus
consultas al monarca, para que fuera en realidad Olivares quien decidiera el curso a seguir. Quizá
se pretendía que la junta emitiera una 2ª opinión sobre aquellas consultas que desde el punto de
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vista de Olivares no habían sido suficientemente debatidas en el consejo o, tal vez, supuso un
intento de dotar al valido de una especie de consejo privado. El 8-4-1621 se crea la Junta de
Reformación, en la que se articulan ambiciosas medidas contra la corrupción imperante en los
últimos tiempos.
El 11-8-1622 se convocó la Junta Grande de Reformación con todos los presidentes de los
Consejos y personajes relevantes, cuyo fin principal era impulsar un programa econ. de carácter
mercantilista. Dicho programa se dirigía hacia 3 grandes objetivos:
- En 1er. lugar, se buscaba una reforma moral y de austeridad, con disposiciones que iban
desde la supresión de los burdeles hasta leyes suntuarias para combatir el lujo en los vestidos, las
joyas, los carruajes o el excesivo nº de criados de las casas nobiliarias. Sin embargo, este espíritu
de reforma moral y de costumbres duró bien poco. La intempestiva llegada, en marzo de 1623, del
heredero de Inglaterra, el príncipe Carlos, que pretendía desposarse con la infanta María, dio
lugar a festejos y regalos que superaron de largo el coste del millón de ducados.
- La 2ª vertiente del prog. reformista era de carácter fiscal y, esencialmente, pretendía la
abolición del odiado impuesto de los «millones» y su sustitución por un repartimiento, vigente por
un sexenio, para mantener un ejército de 30.000 hombres, cuyo montante suponía unos 2.160.000
ducados anuales.
- En 3er. lugar, el prog. reformista pretendía un estímulo directo a la prosperidad de la
agricultura, del comercio y de la industria. Entre sus logros estuvo la creación en Sevilla, en 1624,
del Almirantazgo del Norte, cuya misión era asegurar el comercio entre España y los P. Bajos
católicos y dirigir la guerra econ. contra los holandeses. Entre los proyectos frustrados, estuvo la
fundación de una red de “erarios” o “montes de piedad” que darían préstamos consignativos y
acogerían ahorros a interés, para evitar tanto el endeudamiento externo con los asentistas, como
los censos que tenían que tomar los particulares necesitados de financiación. Los erarios se
nutrirían obligando a que todos entregaran un 5% de su riqueza a lo largo de 5 años, y recibirían a
cambio unos intereses del 5%. El dinero se prestaría al 7%, favoreciendo con ello el crédito de
agricultores y artesanos. Además, los erarios deberían situarse en las oficinas encargadas de los
encabezamientos de alcabalas y tercias, aprovechando la infraestructura existente.
En las Cortes que se abrieron en jun. de 1621 continúan las discusiones regeneracionistas. Las
Cortes actuaron no sólo como órgano consultivo, sino que incluso atisbaron limitaciones al poder
de la Corona, pero, tras la concesión de un nuevo subsidio en noviembre, los debates se
diluyeron. Pero Olivares no deseaba plantear su reformismo oficial a través de las Cortes. El
procedimiento escogido fue el de enviar sus propuestas separadamente a cada una de las
ciudades que tenían derecho a estar representadas en la asamblea. Olivares pretendía recabar
simplemente el beneplácito y el apoyo de las ciudades castellanas a sus planes, pues su gestión
quedaría en manos de la citada Junta de Reformación, de los consejos y de su propia persona.
Por el contrario, dentro de los representantes de las ciudades existía un significativo sector que
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quería una intervención conj. de miembros de la adm. y procuradores en Cortes. Esta oposición
entre rey y reino desmoronó buena parte del diseño reformista, pues Olivares nunca consiguió
abolir los “millones” -existían temores de que la desaparición de los millones acabaría con los
rendimientos de los juros- ni crear los “erarios” -por la desconfianza que había de dejar dinero en
manos de la Hacienda real. Por ello Olivares decidió aplicar, manu militari, 23 de los “capítulos de
reformación”, las medidas emanadas de la Gran Junta de Reformación, por pragmática de 10-2-
1623. Las Cortes fueron nuevamente convocadas el 13 de feb., en la esperanza de que las
ciudades serían + dóciles a la reforma.
Tras la apertura de la nueva convocatoria de Cortes castellanas en ab. de 1623, los
procuradores no aprueban ni la contribución para los 30.000 soldados, ni los erarios. El 4-10-1623
se vota un servicio de 60 mill. de ducados, pagaderos en 12 años, supeditados a que la corona
financiara los erarios. Aunque durante los meses de feb. a abril de 1624 Felipe IV viajó a las
principales ciudades castellanas y andaluzas para presionar el pago del subsidio, el descontento
ante el considerable aumento que suponía modificó la concesión inicial. El 19-10-1624 los
procuradores aprobaron finalmente un servicio de 12 mill. de ducados a pagar en 6 años, sobre
los que se emitirían juros con un interés del 5%, además de autorizar la venta de la jurisdicción
sobre 20.000 vasallos. La ratificación de las ciudades, el 30-6-1625, llevaba aparejada la
supresión de cargos municipales incluida en la pragmática de feb. de 1623, así como la
imposibilidad de crear los erarios con los inexistentes recursos de la Hacienda real. La reforma de
Castilla había llegado a un callejón sin salida. Los millones no habían sido abolidos, los defectos
del sist. fiscal habían sido aumentados, el régimen señorial era fortalecido. Olivares parecía
fracasar.
LA “UNIÓN DE ARMAS”. LAS CORTES DE BARBASTRO, MONZÓN Y BARCELONA
(1626).
La guerra de los Treinta Años supuso una carga adicional para una tierra, Castilla, que ya se
hallaba despoblada y empobrecida por la sangría de sus recursos realizada anteriormente. Las
cada vez + fuertes presiones sobre Castilla coincidieron con un rápido deterioro de las fuentes de
riqueza que aún poseía. El comercio transatlántico entró en una fase de crisis aguda. En
consecuencia, no fueron los prejuicios castellanos, sino las necesidades fiscales y militares pe-
rentorias las que llevaron al gobierno central a mirar hacia las provs. no castellanas para intentar
obtener sus recursos.
Tanto los economistas como los ministros dejaban oír su voz en favor de una distribución +
equitativa de la fiscalidad en el imperio y exigían que las difs. provs. costearan cuando menos su
propia defensa. En la atmósfera reformista de los 1os. años del decenio de 1620, esas exigencias
se hicieron + apremiantes. Puntos de vista similares se expresaban desde hacía mucho tiempo
en las Cortes de Castilla. Un decreto real de 28-10-1622 dirigido a las ciudades representadas en
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Cortes examinaba la posibilidad de sustituir los millones por un subsidio garantizado para
mantener una fuerza de 30.000 hombres, y de hacer extensivo el sist. a otras provs. Pero esto
corría el riesgo de quedar en simple aspiración a menos que el gobierno central se decidiera a
forzar la mano. Pero la estructura constitucional del imperio español y la diversidad jurídica que
existía en su seno impedían al gobierno central imponer contribuciones a los dominios periféricos
mediante un procedimiento ejecutivo y suscitaban la cuestión de la prerrogativa real frente a los
privilegios regionales. Este es el problema que heredó Olivares en 1621 y al que dedicó todo su
talento febril y dinámico. Tomó las ideas de uniformidad fiscal que se escuchaban desde hacia
algún tiempo y las incorporó a una teoría del imperio. A continuación, pasó el resto de su vida
política intentando hacer realidad la teoría.
El objetivo de Olivares era racionalizar la maquinaria imperial para convertirla en un
instrumento eficaz de defensa, pero eso sólo se podía conseguir unificando todos los recursos
humanos y económicos de la monarquía para utilizarlos donde y cuando fueran necesarios. Para
ello era necesario unificar el imperio y el obstáculo que lo impedía eran las difs. constituciones de
las partes componentes. El requisito para un reclutamiento y una fiscalidad uniformes era la
existencia de un cuerpo legal uniforme, lo que, inevitablemente, quería decir el cuerpo legal
castellano. Pero las responsabilidades producirían recompensas. A cambio de sus sacrificios
constitucionales, las provs. obtendrían los frutos del imperio -cargos y oportunidades- pero
también sus cargas. Estas ideas hacían de Olivares el defensor esforzado no de Castilla, sino de
España, una España nueva y unificada donde derechos y deberes fueran compartidos por igual.
Olivares expuso estas ideas en una instrucción secreta fechada el 25-12-1624, que presentó a
Felipe IV en los 1os. días de 1625. El punto central de su argumentación era la idea de
unificación. Según Olivares, uno de los procedimientos era poner en práctica la política de atraer
a los no castellanos ofreciéndoles favores, cargos, títulos y esposas en Castilla. Este era el
método mejor, pero + lento. También podía el rey negociar con las difs. provs., pero tendría que
hacerlo desde una posición de fuerza. Quedaba un «tercer camino». El rey podía ir
personalmente a la prov. en cuestión y provocar una rebelión, lo cual le daría pretexto para recurrir
al ejército, a fin de que restableciera la ley y el orden, y así tendría la oportunidad de reorganizar la
prov. en conformidad con las leyes de Castilla y actuando como en territorio conquistado. Este
método, aunque menos justificado que los otros, sería el + eficaz.
Olivares prefería los 2 1os. procedimientos de atracción y negociación, porque era consciente
de las aspiraciones de los no castellanos y de su disgusto por verse excluidos de los honores,
cargos y privilegios, y él siempre había afirmado que había que darles las mismas oportunidades
que a los castellanos. No son estos los sentimientos de un nacionalista castellano a ultranza, sino
que suponen un concepto del imperio que trascendía el particularismo, ya fuera el de Castilla o el
de los demás reinos.
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Como la asimilación era un proceso largo y no se consideraba seriamente el uso de la fuerza,
el memorial de 1624 quedó como un plan a largo plazo, que debía ponerse en práctica de forma
gradual, + que por métodos revolucionarios. Por lo que respecta a la defensa inmediata del
imperio y para remediar la situación de Castilla, Olivares tenía un 2º plan, cuyo planteamiento era
+ pragmático. Era la llamada Unión de Armas, que explicó al Consejo de Estado en un discurso
que pronunció en dic. de 1625. El objetivo de ese proyecto era conseguir un ejército de
reservistas de 140.000 hombres, reclutado y sufragado por las difs. provs. en porcentajes
distintos, ejército que se utilizaría donde y cuando se produjera una situación de urgencia. Los
principios que animaban el proyecto eran sumamente razonables y sus perspectivas
prometedoras, pues la cooperación militar y financiera podría ser un paso hacia la unificación
política. Pero lo cierto es que el plan chocaba con los derechos autónomos de las regiones. Tal
vez esos eran privilegios arcaicos, anacrónicos en un Estado del S. XVII, pero no podían ser
ignorados.
Las regiones levantinas se prepararon para la batalla, movilizando sus reservas legales y
afilando sus armas constitucionales. Su 1ª línea de defensa eran las Cortes. En en. de 1626,
Felipe IV inauguró las Cortes de Aragón en Barbastro, Cortes que pese a los esfuerzos de
Olivares mostraron una decidida oposición, y no habían hecho aún oferta alguna a la Unión de
Armas cuando en marzo el rey se trasladó a Monzón, donde había convocado las Cortes de
Valencia. También los valencianos se mostraron obstinados. Entonces, Olivares rebajó sus
peticiones, decretando la voluntariedad del servicio militar pero insistiendo todavía en la entrega
del dinero necesario para pagar a los hombres. Después de una serie de largos y ásperos
debates, las Cortes de Valencia aceptaron, finalmente, votar un subsidio de 1.080.000 ducados,
suficiente para mantener a 1.000 soldados de infantería durante 15 años, a razón de 72.000
ducados al año. Finalmente, los aragoneses aceptaron unas condiciones similares, ofreciendo ya
fuera 2.000 voluntarios pagados durante 15 años o 144.000 ducados al año para mantener ese nº
de hombres.
+ difícil iba a ser convencer a los catalanes. Cuando el 28-3-1626, el rey inauguró en
Barcelona las 1as. Cortes en 27 años, los catalanes no mostraban mayor disposición a cooperar.
Las Cortes catalanas, a dif. de las de Castilla, tenían poderes legislativos y consideraban que la
elaboración de las leyes era su 1ª función, siendo la 2ª conseguir la reparación de los agravios.
Sólo después de haber obtenido satisfacción en ambas materias pasaban a la 3ª fase de sus
deliberaciones, la concesión de subsidios, para la cual tenía que existir unanimidad entre los 3
estamentos de las Cortes y, por otra parte, eran acompañadas de la concesión de mercedes, o
favores reales. Las Cortes contaban con un temible instrumento de resistencia, el acto de
disentimiento, que podía realizar cualquier miembro de las Cortes en los asuntos de gracia y
justicia y que, si era aceptado, detenía todos los procedimientos. La corona sólo podría superar
esta táctica si estaba dispuesta a hacer grandes concesiones para conseguir el acuerdo.
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Olivares sólo deseaba que se votara rápidamente el subsidio, pero se reprimió y aceptó de
buen talante el orden de los procedimientos. Sin embargo, el 18 de abril la paciencia real estaba
agotándose y se hizo llegar a las Cortes un mensaje urgente de Felipe IV. Pero las Cortes no se
dejaron impresionar, sino que centraron su atención en el precio a pagar por ello, 16.000 hombres.
Esto, afirmaron, desbordaba la capacidad de Cataluña y era una violación de sus constituciones.
Así pues, retornaron a la práctica del disentimiento y una ciudad detrás de otra reclamaron
concesiones fiscales y adms. Ningún monarca podía aceptar esas exigencias si deseaba
conservar su soberanía y su solvencia.
Las estimaciones de Olivares se apoyaban en unos datos estadísticos defectuosos. Suponía
que la pob. del principado era de aprox. un millón de habs., cuando de hecho no debía de superar
los 400.000. La pob. catalana pagaba unas 160.000 lliures al año en concepto de impuestos a la
Diputació, comisión permanente de las Cortes. Pero ahora Olivares solicitaba 260.000 lliures
anuales adicionales para el gobierno central. Con toda probabilidad, sus peticiones eran exagera-
das. Las instituciones catalanas estaban mejor preparadas para resistir que el gobierno. Olivares
intentó facilitar la tarea de la adm. local ofreciendo cancelar las cantidades atrasadas en concepto
de los quintos a todas las ciudades que votaran el subsidio solicitado y no plantear nuevas
exigencias al respecto hasta las próximas Cortes. Pero la situación no cambió después de varias
semanas de debates, negociación e intentos de soborno. El 3 de mayo, las Cortes se negaron a
votar el subsidio en el curso de una sesión tumultuosa. El rey salió de Barcelona al día siguiente
profundamente contrariado.
A su regreso a Castilla, Olivares declaró inaugurada la Unión de Armas, como si fuera un
hecho consumado y Castilla fuera a ser aliviada de sus cargas. Pero era un acto propagandístico
y nadie se dejó engañar. Castilla y sus posesiones continuaron soportando el mayor peso de los
gastos de defensa. Pero Cataluña siguió resistiéndose, convirtiéndose, en su mismo aislamiento,
en un problema político y fiscal, problema que Olivares se había comprometido a resolver.
Olivares comenzó a incrementar la presión sobre el principado, reforzando así el cada vez mayor
resentimiento existente en Cataluña y el creciente sentimiento anticatalán que experimentaba la
clase dirigente castellana, y ello en un momento, 1629-1632, en que la depresión comercial y la
peste redujeron aún + su capacidad fiscal. Recurrió a procedimientos diversos. En 1er. lugar,
intentó acabar con la independencia del Consejo de Aragón, al que consideraba demasiado
vinculado a los intereses regionales. En feb. de 1628, el rey sustituyó el cargo de vicecanciller,
reservado hasta entonces a los naturales de la prov. levantina, por el de presidente, a la manera
de los restantes consejos.
Entretanto, Cataluña, con Barcelona a la cabeza, se negaba obstinadamente a cooperar.
Olivares decidió entonces recurrir de nuevo a las Cortes catalanas. Es difícil comprender qué es
lo que esperaba conseguir. Sin embargo, en su 2º llamamiento a Cataluña, Olivares estaba
decidido a dar a las Cortes aún + tiempo para tomar una decisión. El lugar del rey en Barcelona
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fue ocupado por su hermano, el cardenal-infante Fernando, que actuaría simultáneamente como
presidente de las Cortes y virrey de Cataluña, y el conde de Oñate pasó a ser su consejero
político. Pero los resultados no fueron alentadores. Las deliberaciones de las Cortes fueron
interrumpidas, mientras la ciudad de Barcelona proseguía un conflicto interminable sobre sus
derechos, privilegios y exigencias y se negaba a hacer concesión alguna a la corona. En agosto
de 1632 se instruyó a sus exasperados oficiales en Barcelona para que desplegasen la máxima
«tolerancia y blandura y en abrazar cuantos medios se propusieron de concluir las Cortes con
conveniencia pública, aunque sea con poco fruto de la hacienda». La corona consiguió escasas
satisfacciones y menos beneficios. A finales de oct., las Cortes fueron prorrogadas. Cataluña
permanecía todavía al margen de la Unión de Armas y seguía siendo el principal obstáculo para el
proyecto de Olivares de alcanzar la uniformidad fiscal.
POLÍTICA FINANCIERA Y FISCAL DEL CONDE-DUQUE. EL FOMENTO ECONÓMICO
DENTRO DEL ENCUADRE MERCANTILISTA.
El retorno de la corte a Madrid señaló el inicio de una serie de tensiones en el mismo gobierno
central de la monarquía. Pese al esfuerzo del conde duque, no se podía extraer + de los
debilitados reinos, y los éxitos militares, tan costosos para las finanzas, requerían nuevas
aportaciones para sostener las posiciones ganadas a los enemigos. Los asentistas alemanes
(Fugger, los viejos y los nuevos) y genoveses (Stratta, Spínola, Centurión) exigen cada vez +
garantías para seguir prestando enormes sumas a Felipe IV. Las acuñaciones de vellón alcanzan
los 20 mills. de ducados entre 1621 y 1626, lo que provocó la inflación en Castilla y un desorbitado
sobreprecio de la plata que alcanza el 34%. El caos monetario y de la Hacienda provoca una
nueva suspensión de pago el 31-1-1627. En búsqueda de soluciones, se establece por
pragmática de marzo de 1627 la Diputación para el consumo del vellón. Tendría su sede central
en Madrid y delegaciones en 9 ciudades de Castilla. Con ayuda de los asentistas genoveses,
situados al frente de las Diputaciones del vellón, se pretendía recoger el vellón, y retribuir su
depósito con un 5% de interés. Tras 4 años se reintegraría a los impositores el 80% de lo
entregado, pero no en mala moneda, sino en plata. Los conversos portugueses comienzan a
introducirse en el sist. de asientos, pasando al 1er. plano financiero. Olivares intentó atemperar el
rigor de la Inquisición contra ellos, pues era personalmente adversario de los estatutos de
limpieza. Sus enemigos aprovecharon esta posición para criticarle como protector de judíos y
para señalar con irónica malicia que el propio don Gaspar descendía de un converso, secretario
de Fernando el Católico.
Hubo también tensiones políticas, en las cuales se atisbó la posibilidad de que el valido
perdiera el poder. La + seria tuvo lugar en 1627, con motivo de una grave enfermedad del rey.
Los enemigos de Olivares se agruparon en torno a los infantes, hermanos de Felipe IV, don
Carlos y don Fernando, cardenal-arzobispo de Toledo. Las Cortes castellanas acceden a otorgar
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un nuevo servicio, por 18 mills. de ducados, y se suspenden los servicios anteriores. El 7-8-1628
queda reducido a la ½ el valor nominal del vellón que circulaba por Castilla, la masa monetaria
disminuye en + de 14 mills. de ducados. La esperanza de la llegada de una nueva flota de Indias
con la plata que resolvería la urgente necesidad de dinero, se diluye al conocerse en dic. de 1628
el desastre naval de Matanzas, con la pérdida de tesoro de Nueva España por el ataque victorioso
del holandés Piet Heyn, ocurrido el 8 de sept. La consecuencia inmediata fue el secuestro de la
plata de particulares de 1629, por + de un millón de ducados, hecho que agudizó la recesión.
Olivares recurrió a los prestamistas portugueses convenciéndoles para que adelantaran dinero a
la corona a un 15% de interés, en lugar del 24-30 habitual en el momento. Venta de hidalguías,
jurisdicciones y cargos municipales ayudaron a aportar otros ingresos a la corona.
Entre 1629 y 1632 se sucedieron malas cosechas por la sequía y hambrunas en Castilla, junto
a una reconversión del cultivo del trigo por la vid, coyuntura en la que el arbitrismo defensor de un
desarrollo armónico de la agricultura y la ganadería alcanzaría brillantez con la obra de Caxa de
Leruela. También la peste asolaría el litoral mediterráneo entre 1628 y 1631. Felipe IV ordenó a
los Consejos el 2-11-1629 que estudiaran la manera de aumentar los ingresos. Para compensar
la creciente demanda de los gastos militares no quedaba sino establecer nuevos impuestos, como
el papel sellado, la media annata del 1er. año de todos los cargos eclesiásticos, o el 5% de todos
los ingresos procedentes de mercedes y encomiendas de órdenes militares. También se rebajó el
interés de los juros de un 5 a un 4%, y se establecieron los estancos de la sal y el tabaco. Esta
medida afectaba a toda la pob., sin que los hidalgos ni los eclesiásticos quedaran exentos, lo que
provocaría enfrentamientos con la Santa Sede. Incluso la aristocracia se vio sometida por la
corona a cuantiosas peticiones de donativos para reclutar soldados.
En 1629-1630 pareció enfriarse la confianza del monarca en su valido: en parte por el giro
negativo que iban tomando los acontecimientos bélicos en el N. de Europa y también con relación
a Francia; pero superada esta crisis, Olivares conservó su privanza con mano firme. Durante el
decenio de 1630 el ministro dirigió la construcción en las afueras de Madrid del palacio del Buen
Retiro, que debía ser la muestra visible del esplendor de Felipe el Grande. El rey era un experto
en arte y se trataba de exaltar su papel como mecenas en un marco adecuado para la vida de la
corte. Pero la opinión pública vio en el nuevo palacio una costosa extravagancia, un despilfarro +
de una corte barroca. Para los críticos de los gobernantes el nuevo palacio era sólo un gallinero,
otra estratagema de Olivares para tener al monarca aislado de la realidad y poder mantenerse en
el usufructo del poder.
La escalada de la presión fiscal motivó una nueva negociación con las Cortes, que confirmaron
el sist. de los millones. Se apeló a la propaganda para defender medidas de política econ. como
la devaluación del vellón. El alza tributario se cruzaba con otros problemas, como era el de las
relaciones entre el poder secular y el eclesiástico. Olivares consiguió del clero donativos
supuestamente voluntarios, lo que le valió críticas. Pero el grueso de la fiscalidad paraeclesiástica
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estaba sometida a una renovación temporal por parte del Pontífice, por algo este conj. de
impuestos era conocido con el nombre de las «tres gracias». Con el papa Urbano VIII, proclive a
Francia, la negociación se hizo difícil. Las motivaciones concretas de la política internacional se
unían a las tradicionales tensiones entre la Corona y la Iglesia. En esta ocasión, y con motivo de
una embajada extraordinaria a la Santa Sede (1632), los consejeros de Felipe IV, laicos y
eclesiásticos, elaboraron un tratado sistemático del regalismo español, un sumario articulado de
los «abusos de Roma», destinado a ser durante mucho tiempo guía de los regalistas hispanos. La
embajada del consejero de Castilla, Juan Chumacero y Sotomayor, y del obispo de Córdoba, fray
Domingo Pimentel, marcan un hito en la hª de las relaciones Iglesia-Estado en el S. XVII. Como
Pimentel, eran muchos los prelados que en esta polémica seguían el partido de la Corona contra
el de la curia, como hizo el cardenal Borja, otro de los prohombres políticos del tiempo.
El esfuerzo bélico dio lugar a partir de 1625 (ataque inglés a Cádiz) a la org. de milicias que
institucionalizaban las obligaciones defensivas de las ciudades de la corona de Castilla, dándoles
un carácter permanente; a partir de 1635 las milicias fueron encuadradas en tercios provinciales.
Un estudio comparativo de los gobiernos de Olivares en España y de Richelieu en Francia
debe tener en cuenta que hasta la fecha de 1640 el conde-duque tuvo que hacer frente a una
oposición interior mucho + leve que el cardenal-ministro de Luis XIII. Las conspiraciones y
sublevaciones nobiliarias fueron muy frecuentes en Francia, y las revueltas populares, endémicas.
El gobierno francés lanzó sobre sus súbditos un diluvio de impuestos indirectos que no
desmerecen en nada de la hacienda de Felipe IV. En cambio, Olivares sólo tuvo que enfrentarse
a un mov. de especial gravedad: la revuelta del P. Vasco, concretamente de Vizcaya en 1632.
Esta rebelión, como otras posteriores en la hª vasca, era un mov. de oposición al poder central, y,
al mismo tiempo, un fruto de las tensiones existentes en la propia sociedad vasca, por el proceso
de aristocratización de instituciones de gobierno y grupos dirigentes; Olivares decidió en 1631
establecer un estanco o monopolio sobre la sal en toda la corona de Castilla. En Vizcaya, país
gran consumidor de sal, se consideró una medida antiforal. En oct. de 1632 se produjeron
tumultos en Bilbao. Ante la práctica inexistencia de aparato del poder central, la ira de los
amotinados se dirigió contra los «traidores», contra los propios notables del señorío que
traicionaban su libertad al aceptar los nuevos impuestos. Con todo, el motín fue limitado y la
represión también. El odiado impuesto sobre la sal fue retirado. Se encargó la restauración del
orden a un aristócrata de origen vasco. En 1634 se promulgó un perdón general con algunas
excepciones.
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ALZAMIENTO DE CATALUÑA Y PORTUGAL.
- LA REBELIÓN DE CATALUÑA.-
Para el gobierno de Felipe IV, Cataluña fue en un principio un problema fiscal, pero desde 1626
se convirtió también en un problema político. En mayo de 1635, con el estallido de la guerra
franco-española, pasó a ser uno de los problemas internacionales de España. Aunque desde
hacía algún tiempo ya se preveía la entrada de Francia en la guerra de los Treinta Años, el
gobierno español, hostigado en nosos. frentes, no estaba preparado para esa coyuntura. Tuvo,
pues, que improvisar el reclutamiento de tropas y la obtención de dinero en una comunidad
despoblada y depauperada. El método al que recurrió fue la imposición arbitraria reforzada con
llamamientos al patriotismo. Se decretó un fuerte gravamen sobre los juros, se acuñaron millones
de ducados de vellón, se vendieron cargos en una escala sin precedentes y se conminó a las
Cortes de Castilla a que votaran nuevos subsidios. Al mismo tiempo, se envió a diversos
ministros a las provs. para conseguir tropas y préstamos. Castilla respondió a esos llamamientos,
pero esa respuesta fue como una simple gota de agua en el océano de los compromisos de
España.
En 1635, el cardenal-infante pasó a la ofensiva contra Francia, avanzando confiadamente hacia
París desde los P. Bajos. En agosto de 1636, su ejército había llegado a Corbie. Pero sus
superiores en Madrid no pudieron ayudarle abriendo un 2º frente en el S. de Francia y el esfuerzo
de guerra español perdió impulso gradualmente. En oct. de 1637, los holandeses reconquistaron
Breda y en dic. de 1638 Bernardo de Weirnar ocupó Breisach, interrumpiendo la ruta desde Milán
a los P. Bajos. Los intentos de enviar suministros por mar al ejército del N. eran extraordinaria-
mente arriesgados y culminaron en un desastre naval cuando el 21-10-1639 el almirante Tromp
destruyó la flota de Antonio de Oquendo en la batalla de las Dunas. Estos reveses eran el
resultado no tanto de la debilidad de España como de su incapacidad para concentrar su nada
despreciable poder militar en un punto y en un momento determinados. España afrontaba ahora
excesivos compromisos, con demasiados enemigos y pocos aliados imps. Olivares era
consciente de la situación y en las postrimerías del decenio de 1630 llevó a cabo un intento
decidido por conseguir la paz. Para 1640 había reducido drásticamente sus pretensiones en un
intento de liquidar la guerra con Francia, pero había un límite a lo que podía conceder. No podía
tolerar las conquistas holandesas en Brasil si quería conservar la lealtad de los portugueses. Y
Richelieu se negaba a romper su alianza con los holandeses y a presionarles para que
abandonaran su posición en Brasil. Así pues, Olivares se vio obligado a continuar planificando la
guerra. El tesoro americano de 1639 no fue suficiente para cubrir los asientos y en 1640 no
llegaron remesas de las Indias, lo que desajustó completamente el presupuesto. En estas
circunstancias era + urgente que nunca conseguir contribuciones fuera de Castilla. Por ello, la
atención se dirigió de nuevo a Cataluña.
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Sin embargo, para entonces el problema catalán había adquirido una nueva dimensión. Desde
el punto de vista de Madrid, Cataluña no era ya únicamente una fuente de recursos que era
necesario explotar, sino además un problema estratégico que había que resolver, dado que
Cataluña era vecina de Francia y la 1ª línea defensiva contra una invasión francesa. Olivares, con
su típico entusiasmo, consideraba que la guerra en los Pirineos era un reto al que si se hacía
frente con firmeza podía servir para que Cataluña dejara de ser un problema y se convirtiera en un
activo imp. para la monarquía. De hecho, intentó obligar a Cataluña a que contribuyera a la
defensa del imperio convirtiendo la prov. en un teatro de operaciones en la guerra con Francia.
No era este el siniestro proyecto que tan frecuentemente se atribuye a Olivares. Todo lo que
deseaba era hacer participar a Cataluña en los problemas, y en consecuencia en las finanzas, de
la monarquía para así poner fin a su inmunidad política y fiscal.
Olivares trabajó sobre ese supuesto desde finales de 1635, pero no era fácil llevarlo a la
práctica. La resistencia catalana ante los impuestos continuaba viva. Es cierto que entre 1636 y
1637, Barcelona aportó a la corona la suma de 308.500 lliures en préstamos o donativos, pero eso
era tan sólo la ½ de lo que debía la ciudad en concepto de atrasos de los «quintos» desde 1599.
Igualmente difícil resultaba reclutar tropas. En 1638, cuando los franceses penetraron en
Guipúzcoa y pusieron sitio a Fuenterrabía, contingentes procedentes prácticamente de toda
España, incluidas Aragón y Valencia, acudieron a rescatar la ciudad sitiada, pero Cataluña estuvo
ausente. Naturalmente, los catalanes invocaban sus constituciones, que prohibían reclutar tropas
para luchar fuera de sus fronteras. Pero ninguna potencia podía librar guerra alguna sobre la
base de esos principios. Sin embargo, los catalanes no cedían y ahora la resistencia de
Barcelona fue reforzada por la de una revitalizada Diputació, que se presentó una vez + como
defensora de las leyes y libertades de la madre patria y que aprovechó las dificultades financieras
de la corona para adoptar una posición de mayor dureza.
Si las constituciones catalanas frustraban los intereses legítimos de defensa había una base
razonable para modificar las leyes. Esta era, en cualquier caso, la idea de Olivares y de sus
asesores. Cuando planificaron las operaciones militares de 1639 eligieron deliberadamente
Cataluña como escenario en el que desarrollar las operaciones contra Francia, entre otras cosas,
para obligar a Cataluña a contribuir al esfuerzo de guerra. Lo cierto es que la campaña arrojó
escasos resultados positivos tanto para Madrid como para Barcelona. Las operaciones militares
se vieron seriamente dificultadas por las constantes disputas respecto al reclutamiento y al pago
de las tropas en el principado. La ineptitud militar aumentó aún + la confusión y Salces, después
de haber sido perdido de forma infantil, fue recuperado de manera extraña, con un elevado coste
en vidas catalanas. Sin embargo, lo cierto es que a consecuencia de esta campaña Cataluña
había sido obligada a reclutar tropas, estas habían acudido al frente y un ejército real de 9.000
hombres permaneció acantonado en Cataluña durante el invierno como preparativo para la
campaña de primavera de 1640. Inevitablemente, el ejército infringió las constituciones, que
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definían las obligaciones de los catalanes de otorgar alojamiento de tal forma que resultaban
insuficientes para el mantenimiento mínimo de las tropas. A su vez, esto afectaba al
comportamiento de la soldadesca, cuyos excesos no podía impedir el débil virrey Santa Coloma ni
podían ser tolerados por los exasperados catalanes.
A finales de feb. de 1640, Olivares había agotado la paciencia. Ordenó que se tomaran
medidas + firmes respecto al alojamiento y al pago de las tropas en Cataluña, así como para un
nuevo reclutamiento. Un miembro de la Diputació y 2 miembros del consejo de la ciudad de
Barcelona fueron encarcelados y se hicieron preparativos para implicar a Cataluña
inevitablemente en la campaña de 1640.
También los catalanes consideraron que ya habían soportado bastante y, repentinamente, en
las 1as. semanas de mayo de 1640 los resentimientos reprimidos de los 4 últimos decenios y la
cólera que de forma + inmediata había producido la presencia del ejército real estallaron en una
rebelión abierta. Los campesinos de las zonas occs. de Gerona y La Selva atacaron a los tercios
allí acantonados. La violencia fue implacable, organizada y provocada por agitadores. A finales
de mayo, fuerzas campesinas habían penetrado en Barcelona. En junio se les unieron los
segadors, trabajadores temporales, que no tardaron en hacerse dueños de la ciudad. Los jueces
reales fueron perseguidos como animales y el virrey encontró la muerte en una playa de
Barcelona cuando intentaba embarcarse para ponerse a salvo.
La reacción de Madrid ante estos acontecimientos era previsible. Los ministros insistieron en
que había llegado el momento de aplastar a Cataluña de una vez por todas, pero Olivares no
compartía este punto de vista; y, se mostró partidario de que se actuara con clemencia y se
concediera un perdón general. Pero el asesinato del virrey anonadó incluso a Olivares, que en un
estado de odio y desesperación perdió su fe en los catalanes y comprendió que se enfrentaba con
una grave rebelión que ningún gobierno podía perdonar. Pero, por el momento, el gobierno
estaba impotente porque sus ejércitos y sus recursos ya estaban comprometidos en varios frentes
y no podían ser dirigidos hacia Cataluña.
Si la rebelión escapaba al control del gobierno, pronto escapó también de las manos de los
dirigentes catalanes. En efecto, junto a la oposición política, que ellos representaban, se estaba
produciendo una revolución social que no podían controlar. Desde el 1er. momento, los rebeldes
habían atacado a los ciudadanos ricos y a sus propiedades. El liderazgo de Barcelona y de su
oligarquía fue rechazado cuando entraron en acción las fuerzas del descontento agrario. Fue esta
la rebelión de unos campesinos empobrecidos y sin tierra contra los campesinos propietarios y los
terratenientes aristócratas. Los líderes catalanes habían liberado a una fiera auténticamente
salvaje y su país no tardó en ser presa de la guerra civil y de la revolución. Los cabecillas de la
revolución política, atrapados entre la autoridad del rey y el radicalismo de la multitud, dirigieron
sus ojos a Francia. En ese momento quedó de manifiesto hasta qué punto su posición era
incoherente. En efecto, a pesar de su oposición al rey eran incapaces de gobernar Cataluña por
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sí mismos y por ello buscaban la protección de los enemigos del monarca. La Diputació, o
algunos elementos que actuaban en su nombre, habían establecido, al parecer, contacto con
Francia ya en abril de 1640, antes de que estallara la revolución. Esta iniciativa correspondió a
Pau Claris, canónigo de Urgel, miembro de la Diputació y uno de los cabecillas de la resistencia a
Madrid, y a Francesc de Tamarit, otro miembro de la Diputació. Por su parte, Richelieu tenía sus
agentes en Cataluña.
A medida que las noticias procedentes de Cataluña se hacían + preocupantes, también
Olivares se vio atrapado en un dilema. Ofrecer la reconciliación podía ser interpretado como
debilidad. Por otra parte, para aplastar a Cataluña mediante una acción militar necesitaba la paz
con Francia. Sin embargo, era necesaria una acción militar. Desde la pérdida de Barcelona, el
gobierno había utilizado el puerto de Tortosa para el traslado de las tropas a Italia con miras a
abastecer a las fuerzas que aún tenía en el frente catalán. Pero en el mes de julio también
Tortosa se rebeló. Entonces, comenzaron los preparativos para enviar un ejército contra Cataluña.
Castilla comenzó a movilizarse trabajosamente y también Cataluña comenzó a supervisar sus
defensas. La Diputació no podía confiar solamente en el patriotismo. Así, el 24 de sept. la
Diputació dirigió a París una petición formal para conseguir la protección y ayuda militar de
Francia. En oct. firmó un acuerdo con ese país, por el cual permitía que barcos franceses
utilizaran puertos catalanes y se comprometía a pagar el mantenimiento de 3.000 soldados que
Francia enviaría a Cataluña.
Olivares encontraba grandes dificultades para movilizar un ejército en Castilla y tuvo que re-
currir a unos métodos que apenas habían cambiado desde la E. Media. Así, se ordenó que las
milicias de las ciudades se pusieran en pie de guerra, que los nobles armaran a sus vasallos y que
los hidalgos y los caballeros de las órdenes militares siguieran al rey a la guerra. El resultado fue
desalentador, pues apenas llegaron al millar los aristócratas y los miembros de la pequeña
nobleza que respondieron al llamamiento, y fue igualmente difícil conseguir tropas. Cuando se
organizó finalmente un ejército de 20.000 hombres, se puso al mando del marqués de los Vélez,
virrey electo de Cataluña, que carecía de experiencia militar y que tenía escasas condiciones para
el mando. Tortosa fue ocupada sin gran oposición a finales de nov., pero el comportamiento del
ejército en su avance hacia Barcelona reforzó la determinación de los catalanes de seguir
resistiendo. El 23-1-1641, el principado se situó bajo la jurisdicción del monarca de Francia a
cambio de la protección militar francesa. Las fuerzas conjuntas catalanofrancesas defendieron
con éxito Barcelona ante el ejército de Castilla y el incompetente marqués de los Vélez no tardó
en ordenar la retirada.
Mientras España sufría un desmembramiento temporal como consecuencia de la rebelión de
Cataluña, los catalanes sufrían males aún mayores. Ahora habían alcanzado una especie de
igualdad con Castilla: en los años posteriores a 1640 también ellos se convirtieron en víctimas de
la guerra y también se vieron obligados a soportar enormes gastos de defensa, así como la
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inflación monetaria, el estancamiento econ., la peste, el hambre y, finalmente, la pérdida de un
fértil territorio.
La actitud francesa en Cataluña estuvo dominada por consideraciones militares. Ahora
contaban con una base en España, que sería utilizada principalmente para penetrar en Aragón y
Valencia. Nombraron a un virrey francés y llenaron la adm. de elementos fieles a Francia. Al
mismo tiempo, insistieron en que los catalanes alojaran, abastecieran y pagaran a las tropas fran-
cesas, que cada vez recordaban + a un ejército de ocupación. Cataluña pasó a ser simplemente
uno de los varios escenarios franceses de guerra. En 1642, con la conquista de Rosellón y la
captura de Monzón y Lérida, fue un escenario victorioso, pero en 1643-1644 los ejércitos de Felipe
IV comenzaron a contraatacar, recuperando Monzón y Lérida donde, en julio de 1644, el rey juró
solemnemente respetar las constituciones catalanas. Entre 1646 y 1648 los franceses fueron
neutralizados en Cataluña y perdieron su libertad de mov. Cuando la paz de Westfalia les privó de
la colaboración de sus aliados holandeses y la Fronda comenzó a ocupar su atención en el interior
del país, Cataluña dejó de ocupar un lugar imp. en los proyectos de los franceses.
Francia explotó a Cataluña tanto econ. como militarmente. Los comerciantes franceses
saturaron el nuevo mercado de cereales y prod. manufacturados. A dif. de los holandeses, los
catalanes no podían contar con un comercio colonial en el que cimentar un desarrollo
independiente y como no constituían amenaza alguna para el monopolio americano de Castilla su
causa despertaba poco interés en el escenario internacional. El golpe definitivo para Cataluña fue
la gran peste de 1650-1654 que provocó una gran mortandad.
Sustituir el dominio de Felipe IV de España por el de Luis XIII de Francia no resolvió ninguno
de los problemas de Cataluña. Todas las quejas que expresaban antes los catalanes contra
Castilla las manifestaban ahora en contra de Francia, aunque en mayor grado y con una mayor
incomprensión por parte del gobierno absolutista de París. Las divisiones internas, endémicas en
el principado, se manifestaron una vez + y Cataluña se dividió entre los partidarios de Francia y de
España. El progresivo alejamiento de Cataluña con respecto a Francia ofreció a Felipe IV la
oportunidad de realizar un esfuerzo supremo para recuperar el principado y a mediados de 1651
el ejército español mandado por don Juan de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, avanzó sobre
Barcelona e inició un prolongado asedio de la ciudad, mientras las fuerzas navales establecían un
bloqueo. Los franceses no pudieron liberar Barcelona, que se rindió el 13-10-1652, aceptando la
soberanía de Felipe IV y la fig. de don Juan como virrey, a cambio de la amnistía general y de la
promesa del monarca de conservar las constituciones catalanas. Francia ocupaba todavía el
Rosellón y continuó realizando escaramuzas en la frontera, pero ahora su único objetivo era
conseguir una posición ventajosa de cara a las negociaciones de paz. Esa política dio sus frutos,
pues por la paz de los Pirineos (7-11-1659) España -y Cataluña- perdieron el Rosellón y el
Conflent. Pero España había recuperado la lealtad de Cataluña y los catalanes podían jactarse de
haber preservado sus constituciones y privilegios.
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Se hace difícil definir con precisión la imp. de la rebelión catalana en la crisis que afectó a
España a mediados de la centuria. Un factor fundamental en la crisis de España fue la depresión
del comercio de las Indias a partir de 1629. El colapso de las defensas marítimas, el declive de la
navegación española, la contracción del comercio con América y la consiguiente disminución de
las remesas de metales preciosos se concitaron para provocar una aguda crisis en el Atlántico
español. La crisis del comercio colonial no sólo afectó directamente a los ingresos de la corona,
sino que además redujo la afluencia de capital privado hacia Castilla, perjudicando así al conj. de
la econ. Esta era una situación nueva y habría quebrantado el poder de España aunque no se
hubiera producido la rebelión de Cataluña. Pero la depresión del sector atlántico fue una de las
razones por las que la corona tuvo que recurrir a otras posesiones -entre ellas Cataluña y
Portugal- para conseguir ingresos adicionales, y esta fue una de las causas del alejamiento de
esas provs. En este punto, la revolución catalana desempeñó un papel fundamental. En efecto,
impidió a España explotar la inestabilidad interna de Francia y la implicó en una desastrosa y
costosa guerra civil en el mismo momento en que necesitaba todas sus escasas reservas de
dinero y recursos humanos para las campañas en el exterior. Se hizo necesario dirigir esas
reservas hacia Cataluña y eso precipitó el hundimiento de España. Al mismo tiempo, la rebelión
catalana ofreció un ejemplo y una coyuntura favorable a los portugueses y les alentó a luchar por
su propia independencia. A su vez, esto recrudeció la crisis en el sector del Atlántico.
- LA SECESIÓN DE PORTUGAL.-
La rebelión catalana planteó a España un grave problema de seguridad pero no un problema
econ. Portugal constituía un riesgo aún mayor para la seguridad, porque Portugal era + valioso
por su condición de potencia atlántica con un imperio ultramarino.
Portugal era un problema fiscal para Castilla. No aportaba ingresos regulares a la hacienda
central y sus defensas en la penín. tenían que ser costeadas por Castilla, de la que se esperaba,
además, que acudiera periódicamente a la defensa de Brasil. Olivares pensó en integrar también
a Portugal en su Unión de Armas y decidió ofrecer a los portugueses, como a los catalanes, que
pudieran gozar de una mejor posición y de mayores oportunidades en la monarquía. Continuando
la política iniciada por Lerma, intentó 1º infiltrarse en la adm. portuguesa. Para ello designó en
1634 a la princesa Margarita de Saboya para que se encargara del gobierno del país, con un
grupo de asesores castellanos, lo cual provocó un gran resentimiento en la burocracia portuguesa.
Luego intentó que Portugal contribuyera, para lo cual instauró una imposición de 500.000
cruzados anuales para costear su propia defensa. En el período 1619-1630, Lisboa ya había
realizado una serie de contribuciones extraordinarias. Pero las nuevas exigencias sólo sirvieron
para aumentar la irritación de los mercaderes portugueses. Esas medidas provocaron también
revueltas antifiscales en 1637 tanto en Évora como en otras ciudades, pero como en esencia se
trataba de un mov. protagonizado por las clases menos favorecidas fueron sofocadas sin
dificultad. Las divisiones de clase en Portugal jugaban a favor del gobierno español. En tanto que
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las capas bajas de la sociedad y el bajo clero rechazaban tradicionalmente el dominio español, la
aristocracia lo aceptó porque el hecho de pertenecer a un imperio + extenso le ofreció nuevas
oportunidades. Sin embargo, en 1640 también la aristocracia portuguesa se puso en contra de
España, siendo la causa de su resistencia la cuestión relativa al servicio militar. En efecto,
Olivares no sólo pretendía conseguir dinero en Portugal, sino también tropas. Se reclutaron unos
6.000 soldados para servir en Italia, pero la rebelión de Cataluña determinó que se integraran en
el ejército reclutado para el frente catalán. Olivares pretendía, sobre todo, movilizar a la nobleza
portuguesa. Pero la nobleza portuguesa, considerando que había llegado el momento de pasar a
la acción, se negó a alejarse del país y en el otoño de 1640 algunos nobles comenzaron a planear
la revolución.
La llamada a prestar servicio militar fue la oportunidad, + que la causa, de la resistencia
portuguesa. La causa real del alejamiento portugués hay que buscarla en otra parte, en un sector
que los portugueses valoraban especialmente y en el que tenían intereses vitales en juego, el
imperio ibérico ultramarino. La pérdida de su imperio asiático por parte de Portugal no fue una
prueba válida de la colaboración de los 2 reinos ibéricos. Un imperio comercial en el que Portugal
no tenía prácticamente productos con los que comerciar no era viable econó. y los portugueses no
creían en realidad que España fuera responsable de su defensa. De cualquier manera, la pérdida
del comercio de especias fue compensada con creces por la formación de un 2º imperio portugués
en Brasil. El azúcar brasileño fue una de las industrias que consiguió un crecimiento +
espectacular en los inicios del S. XVII. Aunque los holandeses se habían infiltrado en el comercio
del azúcar, esta era una imp. activ. para Portugal que rendía suculentos beneficios. En
consecuencia, su defensa era una prueba crucial para la asociación de los reinos ibéricos. La
amenaza + seria procedía de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales.
Frecuentemente, se sugería que la mejor manera de defenderse de los ataques holandeses sería
organizar un sist. de convoyes similar al que operaba en el caso de la navegación transatlántica
española. Pero la idea fracasó debido a la forma en que estaba organizado el comercio de Brasil,
que no se canalizaba a través de puertos monopolísticos, así como a la oposición de los
productores, mercaderes y armadores, que no podían o no querían invertir el capital necesario
para dotarse de escoltas + nosas. y mejor armadas.
Los holandeses no sólo atacaban el comercio de azúcar en el mar, sino que intentaron
apropiarse de él en el lugar de origen. Su 1ª conquista en Brasil suscitó una rápida respuesta y
España colaboró de forma imp. en la expedición de socorro que reconquistó Bahía en 1625. En
sólo unos pocos años los holandeses habían echado los cimientos de una nueva colonia en el NE.
de Brasil, situada en la rica prov. de Pernambuco. Allí permanecerían durante un cuarto de siglo
acaparando casi la ½ del comercio del azúcar. A menos que las potencias ibéricas pudieran
enviar una expedición de socorro y una flota capaz de enfrentarse al poder marítimo holandés en
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el Atlántico S., había una posibilidad real de que el enemigo conquistara todo el litoral brasileño y
comenzara a penetrar en la América española.
Olivares comprendió que la unión de las coronas estaba en dificultades. La devolución de
Pernambuco pasó a ser una condición indispensable de una paz hispano-holandesa, a pesar de lo
mucho que España necesitaba la paz. En 1635, Olivares estaba decidido incluso a ofrecer a los
holandeses Breda, 200.000 ducados y el derecho a cerrar el Escalda, si devolvían Pernambuco.
Pero los portugueses no se conformaban con la activ. diplomática, sino que querían ayuda militar
y naval. Los españoles estaban dispuestos a proporcionarla, pero no pudieron hacerlo con
rapidez. 6 años llevó organizar una expedición de socorro y fue en sept. de 1638 cuando zarpó de
Lisboa una fuerza conjunta. Si la expedición fracasó no fue por la insuficiencia de la fuerza, sino
por la incapacidad de su comandante, el portugués conde da Torre, a quien se le entregó el
mando sólo después de que hubiera sido imposible encontrar a un hombre de talento. Mantuvo
su armada inmovilizada en Bahía durante la mayor parte del año 1639, ofreciendo a los holan-
deses una oportunidad para prepararse para la batalla. Finalmente, trasladó su flota a
Pernambuco (enero 1640) donde se le enfrentó una flota holandesa con unos efectivos que no
llegaban a la ½ de los del comandante portugués, que después de algunos días de lucha se retiró
cobardemente, dispersándose la mayor parte de su flota por las Indias Occidentales.
Así pues, en 1639 la asociación de los reinos ibéricos ya no funcionaba con eficacia. Aunque
los portugueses descuidaron completamente las defensas de su imperio, fue España la que, como
miembro + imp. de la unión, tuvo que soportar el oprobio del fracaso. Para los portugueses,
España tenía demasiados compromisos en todas partes, lo que le hacía descuidar sus intereses +
fundamentales. Su resentimiento se vio agravado por el hecho de que estaban perdiendo también
una de las grandes ventajas que les había aportado Brasil, la posibilidad de acceder a la América
española. Brasil era un centro de distribución de un imp. comercio de reexportación, que
posiblemente acaparó la ½ del mercado suramericano de España.
A partir de 1600, el punto + imp. para la penetración portuguesa en la América española fue el
Río de la Plata. Comerciantes procedentes de Brasil, los peruleiros, atravesaban las pampas y
luego Tucumán y los Andes para llegar al Alto Perú, donde vendían sus productos a cambio de la
codiciada plata de Potosí. En la misma ruta se practicaba un floreciente tráfico de esclavos
procedentes de Angola, cuyo suministro era prácticamente monopolizado por los portugueses.
Además de comerciar ilegalmente en la América española, los portugueses se asentaban en ella,
con un permiso tácito, ya que no oficial. En Perú los portugueses destacaron en el sector naval,
como pilotos y armadores. Algunos se asentaron en ciudades y puertos como comerciantes
residentes, adquiriendo entre otras cosas el monopolio de la lana de vicuña, y otros se convirtieron
en pequeños terratenientes. También llegaron a México, donde la mayor parte de ellos
consiguieron mejorar su posición como granjeros independientes y comerciantes y como
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asalariados. Esta invasión portuguesa de las Indias españolas fue uno de los beneficios + imps.
que consiguió Portugal de la unión de las coronas.
Pero no podía dejar de producirse una reacción, y aprox. a partir de 1630 los españoles
comenzaron a oponerse a la invasión de su imperio por parte de los portugueses. Es cierto que
un gran nº de los portugueses que realizaron activ. comerciales en la América española y que se
asentaron en ella eran cristianos nuevos y, por tanto, sospechosos de ser judaizantes y
contrabandistas. A partir de 1634, la Inquisición de Lima intensificó las acciones contra ellos y
llevó a cabo + confiscaciones de sus propiedades. El Estado comenzó a endurecer su situación,
imponiendo cada vez mayores impuestos a los portugueses y a sus propiedades.
Los portugueses tenían ahora un resentimiento adicional. En el mismo momento en que
dirigían su mirada al imperio español para tratar de compensar las pérdidas sufridas en su propio
imperio, los españoles reafirmaban su exclusivismo tradicional en las Indias. El hostigamiento de
los portugueses se intensificó durante el decenio de 1630 y cuando, a principios de 1641, llegaron
a la América española las noticias de la rebelión de Portugal los oficiales coloniales ya estaban
predispuestos a hacer caer sobre los imnigrantes el peso de la discriminación fiscal, la
confiscación de sus propiedades y, en algunos casos, la expulsión.
En 1640, los portugueses tenían razones, que eran de peso para ellos, si no para los
españoles, para rechazar la unión con España. Pero también se les presentó la oportunidad. Las
pérdidas de barcos que España había sufrido en la batalla de las Dunas (oct. de 1639) y en
Pernambuco (enero, 1640) habían debilitado las defensas de España en el Atlántico y le habían
privado de un arma contra Portugal. Richelieu ya había prometido a los portugueses la ayuda de
Francia si estallaba una rebelión y, al mismo tiempo, esperaban que los holandeses reducirían la
presión que ejercían sobre sus territorios coloniales si declaraban su independencia de España.
Los portugueses tenían otra baza que jugar en la persona de Dom Juan, 7º duque de Braganza,
quien, pese a ser una persona débil y vacilante, podía alegar derechos dinásticos al trono
portugués y era un símbolo de la unidad nacional. Cuando Olivares intentó alejar a la nobleza del
país Dom Juan y sus seguidores no tuvieron + remedio que comprometerse. Así lo hicieron el 1-
12-1640, cuando el duque de Braganza fue proclamado rey en Lisboa con el nombre de Juan IV
de Portugal. Aunque una parte de la nobleza, del alto clero y de los comerciantes se sentían vin-
culados a España, de hecho no organizaron un auténtico mov. de resistencia a la independencia,
que fue recibida con entusiasmo por la masa de la pob. Contaba también con el imp. apoyo de los
jesuitas portugueses, que intervinieron de forma imp. en el mov. y que posiblemente influyeron de
forma decisiva para que Brasil se sumara a la causa en los 1os. meses de 1641.
En tanto en cuanto el frente catalán absorbiera las energías de España en la penín. no había
posibilidad alguna de recuperar Portugal. Por tanto, España tuvo que situarse, por el momento, a
la defensiva contra los portugueses hasta que consiguiera tener las manos libres para reducirlos.
Por su parte, tampoco los portugueses podían librar una guerra ofensiva contra España, aunque
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Juan IV lo hubiera deseado. Se veían obligados a dar prioridad a la defensa de Brasil, pues el
azúcar brasileño financiaba en gran medida su independencia y sus fuerzas armadas. Los
holandeses concluyeron con Portugal una tregua de 10 años en jun. de 1641, pero lejos de
ayudarla en contra del enemigo común explotaron sus dificultades. Así, en agosto de 1641 ocupa-
ron Luanda, centro del tráfico de esclavos de Angola, amenazando con privar a Brasil de la mano
de obra necesaria para las plantaciones. Los portugueses, que sólo podían contar ahora con su
propia iniciativa, comenzaron a contraatacar. En 1648, reconquistaron Luanda y en 1654
recuperaron Recife y expulsaron a los holandeses de Brasil. Con la muerte de Juan IV (6-11-
1656) y la regencia de su viuda, Doña Luisa de Guzmán, adoptaron una actitud + beligerante,
aunque sólo fuera para demostrar a Francia que podían ser unos aliados valiosos y para
disuadirle de que firmara una paz por separado con España. Mientras las fuerzas navales
españolas estaban totalmente ocupadas en la guerra contra la Inglaterra de Cromwell, los
portugueses invadieron España en 1657, amenazando seriamente Badajoz. En enero de 1659,
fueron las fuerzas españolas las que invadieron Portugal, pero el ejército español sufrió una
terrible derrota en Elvas. Francia abandonó a Portugal en la paz de los Pirineos de 1659 y apenas
le compensó de algún modo permitiendo el envío de voluntarios al mando del conde Schomberg.
Fue la alianza inglesa de 1661 la que permitió a Portugal superar el aislamiento diplomático, y
desde ese momento pudo contar con el apoyo del poder naval de los ingleses y con la ayuda de
un contingente militar inglés.
Para España, la guerra fue una sucesión de derrotas sin cuento. Felipe IV tuvo que recurrir a
los tercios alemanes e italianos, que, pese a estar comandados por d. Juan de Austria, el
vencedor de Cataluña, no impresionaron a los portugueses, siendo derrotados por Schomberg en
la batalla de Ameixial en jun. de 1663. A duras penas fue posible organizar un nuevo ejército al
mando del marqués de Caracena, que también fue derrotado, en esta ocasión en Vila Viçosa, el
17-6-1665, poco antes de que se produjera la muerte de Felipe IV. En ese momento, la guerra
era tan sólo la guerra de Felipe IV. El gobierno que le sucedió no tenía ni la voluntad ni los
recursos suficientes para proseguir la guerra; y el 13-2-1668 la viuda de Felipe IV, la regente
Mariana de Austria, reconoció la independencia de Portugal.
LA CAÍDA DE OLIVARES.
Las rebeliones de Cataluña y Portugal hicieron añicos la política del condeduque. Olivares fue
víctima de las circunstancias econ. y de sus ilusiones políticas. Entre 1638 y 1641, el comercio
transatlántico, tan imp. para España, sufrió un profundo desplome. Si hubo un punto de inflexión
definitivo en el poder econ. de España, sin duda fue este. Inevitablemente, los ingresos y el
crédito del Estado se vieron afectados. En 1640 no llegaron tesoros de las Indias. En 1641, la
flota de Tierra Firme sólo reportó a la corona ½ mill. de ducados, suma a la que siguió una
consignación igualmente ridícula en la flota de Nueva España. En ambas ocasiones, la corona
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confiscó la ½ de las remesas a particulares y compensó a los comerciantes con vellón. Esa era
una política suicida. A partir de 1640, las finanzas del Estado se hallaban en una situación de
auténtico caos. La pob. estaba ya exangüe por efecto de la fiscalidad y había 2 nuevos frentes a
los que atender. Las emisiones de vellón se multiplicaron incesantemente. En sept. de 1642 el
gobierno se vio obligado a realizar una devaluación del 25%, que fue, de hecho, una imposición
inmoral y un nuevo golpe para el ahorro privado.
Estos sacrificios podrían haber sido tolerables si hubieran servido para conseguir buenos
resultados. Pero las campañas de Cataluña y Portugal pusieron de manifiesto la terrible
incompetencia de la adm. y la incapacidad para prever los acontecimientos. Aunque Olivares
siempre había considerado la guerra como un instrumento fundamental de la política, nada había
hecho para proveer a España de una maquinaria militar adecuada a sus necesidades. Mientras
España se desgarraba, Olivares trataba febrilmente de reparar los daños. En sept. de 1642 se
perdió Perpiñán, que pasó a manos de Francia. El ejército real avanzó dificultosamente desde
Aragón hacia Lérida, la llave de Cataluña. Allí fue claramente derrotado y perdió 5.000 hombres.
Tanto a la hora de la retirada como del ataque, el desorden fue total.
El fracaso hizo vulnerable a Olivares, que ya había perdido el apoyo de imps. grupos políticos y
sociales, especialmente el estamento judicial y la nobleza. Al Consejo de Castilla le correspondía
la nada envidiable tarea de legalizar y aplicar muchas de las cuestionables medidas fiscales
adoptadas por el conde-duque, como la confiscación de las consignaciones de plata de las Indias
a particulares. Al tomar cada vez + medidas de ese tipo se encontró con la oposición de los
consejeros y los miembros del aparato judicial. Los jueces pertenecían a un grupo + amplio, y
muy poderoso, el de los letrados, que se sentían además ultrajados por la situación cada vez peor
de la justicia real.
Olivares contemplaba a la aristocracia con una mezcla de esperanza y desconfianza, pues veía
a los nobles como una fuente de posibles ingresos y un núcleo de oposición. 1º pidió su
colaboración militar, solicitándoles que se unieran al ejército real al frente de contingentes
reclutados y pagados por ellos mismos. Y si no querían prestar servicio militar estaba dispuesto a
aceptar dinero. A partir de 1630 se impusieron levas a los títulos de nobleza y a los prelados y se
inventariaron las posesiones de las órdenes militares para imponerles contribuciones. De esta
forma, los grupos privilegiados, normalmente exentos del pago de los impuestos, hubieron de
contribuir directamente por 1ª vez, aunque se presentó en forma de una conmutación en efectivo
del servicio armado que la nobleza estaba obligada a prestar a la corona. Hacia 1640, cuando los
acontecimientos en Cataluña y Portugal exigían medidas desesperadas, Olivares comenzó a
actuar de forma + autoritaria, exigiendo el servicio de toda la nobleza sin excepciones. Los nobles
reaccionaron de distintas formas. Algunos, como el duque de Hijar y el duque de Sessa, vieron
con buenos ojos sus dificultades en Cataluña y trataron de explotarlas. Otros fueron + allá aún.
En 1641, el duque de Medina Sidonia, primo de Olivares y hermano de la nueva reina de Portugal,
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encabezó un mov. conspiratorio para alejar del poder a Olivares y convertir a Andalucía en un
reino independiente. Sin embargo, la oposición de la mayor parte de la nobleza adoptó formas
menos excéntricas. 1º condenaron al ostracismo a Olivares, protagonizando durante sus últimos
años de gobierno una auténtica huelga de grandes que les llevó a abandonar la corte y también al
rey. Luego, en 1642, mientras Olivares estaba ausente en Aragón, concretaron + su oposición y
parece que presionaron al monarca.
Olivares comprendía que su carrera política no podía sobrevivir a los desastres de 1640-1642 y
cuando se unieron los difs. núcleos de la oposición -las Cortes, los municipios, la nobleza y el
poder judicial- fue lo bastante realista como para aceptar la derrota. Felipe IV arregló su dimisión
de forma honorable y sin recriminación: el 17-1-1643 le autorizó formalmente a retirarse por
motivos de salud. El conde-duque partió de Madrid para su casa de Loeches, realizó una breve
campaña de propaganda en defensa de su honor y luego fue exiliado a la casa de su hermana en
Toro. Allí murió el 22-7-1645. A pesar de sus talentos y logros extraordinarios, Olivares presidió
el fracaso y la derrota. En Europa, la preeminencia de la que había gozado España pasaba a
manos de Francia. En Espafía, el intento de reformar las estructuras constitucionales y econ. no
permitió mejorar la situación. Olivares era consciente de la recesión que existía en su país y trató
de solucionarla. Los remedios que ofrecía Olivares para las instituciones, la econ. y la sociedad
españolas se habían adelantado a su época.
Externamente, el nuevo régimen repudió el gobierno de Olivares y todas sus manifestaciones
y, sin embargo, seguía teniendo los mismos problemas y los mismos enemigos. Olivares había li-
brado una larga batalla para subordinar a los grandes y a la burocracia conciliar a la autoridad
real. Ahora se disolvieron sus juntas especiales, los asuntos de los que se ocupaban volvieron a
ser tratados por los consejos y la burocracia conciliar comenzó a recuperar el terreno perdido ante
las comisiones especiales. Por tanto, pocos días después de la caída de Olivares, aristócratas y
burócratas se afirmaban nuevamente en el centro del gobierno. Felipe IV no nombró un nuevo
valido a imagen y semejanza del anterior, sino que llevó a cabo un intento de gobernar
personalmente. Tras la marcha del condeduque, Felipe IV afirmó sentirse profundamente
perturbado por la situación en que se hallaban sus reinos y decidió que nunca más volvería a
abdicar de sus responsabilidades. En julio de 1643, de camino hacia el frente de Aragón, conoció
a la reputada mística sor María de Ágreda, con la que mantendría correspondencia durante los 22
años siguientes. Sor María era una religiosa muy politizada y desde su convento asesoraba
continuamente al rey sobre los asuntos de la monarquía. Le aseguró que las decisiones reales
eran buenas, mientras que las decisiones ministeriales solían ser malas; vituperó a Olivares y
denunció a los validos. La determinación de Felipe IV no tardó en flaquear. No mejoró de pronto
su capacidad de discernimiento ni se hizo + fácil la labor de gobierno. Necesitaba consejeros y
ministros, no importa el nombre que se les diera, y los encontró en un grupo de consejeros
pertenecientes a la aristocracia, de entre los cuales surgieron favoritos, aunque no un único
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favorito. El que + se acercó a esa condición fue Luis de Haro, sobrino de Olivares, hombre
discreto y modesto de unos 45 años y cuyo ascenso al poder fue menos llamativo y menos
completo que el de Olivares. Haro parecía tener un poder + estable. Nadie, ni el rey ni la
nobleza, veía en él una posible amenaza y el monarca nunca prescindió de él. Felipe IV se sentía
demasiado avergonzado y Haro era demasiado discreto como para reconocer su posición especial
y ambos evitaban los términos de valido y ministro. En 1647 Haro acumulaba ya tantos cargos
como Olivares. Y ayudaba en sus quehaceres una Junta de Estado que se reunía en su casa.
Aunque no pertenecía al Consejo de Estado, dirigía sus asuntos desde fuera y controlaba los
documentos del Estado y su distribución entre los difs. consejos. En general, tenía tanto poder
como Olivares, aunque tal vez existía una nueva división del trabajo entre el rey y el valido,
atendiendo aquél a un mayor nº de asuntos que anteriormente. Haro carecía de títulos oficiales y
no utilizó ni siquiera los títulos personales que había heredado de su tío. Pero, en los últimos
años del decenio de 1650, Felipe se refería a él en los documentos oficiales como su 1er. ministro.
Aunque ese título era general y ocasional, lo cierto es que Haro era un auténtico 1er. ministro, y
siguió siéndolo hasta su muerte en 1661. Felipe IV no le sustituyó y en los últimos 5 años de su
reinado, ya fuera porque no encontrara a nadie en quien poder confiar o porque el deber le atraía
+ ahora que los placeres de la carne, dirigió personalmente los asuntos de gobierno, escuchando
los consejos de mucha gente, pero sin conceder el poder a nadie. A medida que la corona se
liberó del control político de un valido dominante y de su facción, gradualmente reconstruyó sus
relaciones con el resto de la nobleza, reduciendo las demandas de dinero y de servicio militar que
había planteado Olivares, alejando sus ambiciones del centro de poder y permitiéndoles actuar
como soberanos en sus dominios.
Si el nuevo régimen aportó escasas novedades en la org. del gobierno, poco hizo también por
reorientar la política exterior de España. La sustitución de Olivares no podía obrar milagros. La
guerra continuó devorando hombres y dinero, y Castilla siguió soportando el mayor peso de la
carga. Los subsidios de las Cortes, los préstamos forzosos, la venta de cargos, la manipulación
de la moneda, en definitiva todos los expedientes a los que había recurrido el régimen anterior,
persistieron en el nuevo. La única dif. estribaba en que, mientras que Olivares vociferaba, Haro
razonaba. Ahora bien, el razonamiento tenía unos límites en tanto en cuanto la guerra siguiera
siendo la necesidad primordial. Era imposible hacer un alto e intentar reorganizar la hacienda. En
los primeros meses de 1644, los ingresos de la corona estaban hipotecados hasta 1648. Los
asientos contratados para 1644 ascendieron a 5,3 mill. de escudos, + de 2 mill. para los P. Bajos y
el resto para Alemania, Italia y la adm. interna. Pero se necesitaban 3 mill. + para los ejércitos de
los frentes catalán y portugués y para atender a los gastos de la casa real. Por ello, se decidió
vender en forma de juros el reciente incremento del 1% del impuesto de la alcabala. Se instruyó a
los corregidores para que trataran de conseguir el consentimiento de las ciudades representadas
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en las Cortes, pero que no reunieran a los cabildos hasta estar seguros de que votarían
favorablemente.
En 1645-1646, la situación era + o menos la misma y Haro continuó recaudando ingresos
extraordinarios aplicando medidas ejecutivas. Todos los productos alimentarios de 1ª necesidad
soportaban ya una fiscalidad excesiva, los préstamos forzosos reportaban un rendimiento cada
vez menor y no se sabía cuándo llegarían las flotas de las Indias. Antes de que terminara el año
1646, los españoles consiguieron, con grandes esfuerzos, que Francia levantara el sitio de Lérida,
pero en los P. Bajos perdieron Dunkerque y en 1647 estalló una revolución en Nápoles. Los
ingresos disponibles durante los 4 años siguientes ya estaban asignados a los banqueros y no
había posibilidad alguna de garantizar los asientos inmediatos. Así, la corona tuvo que declarar la
2ª bancarrota del reinado, 20 años después de la 1ª. La suspensión de pagos y la liberación de
los ingresos hipotecados reportó a la corona unos 10 mil. de ducados. Los asentistas, a quienes
se indemnizó con juros, sufrieron grandes pérdidas, particularmente los portugueses y los
genoveses. Pero los 4 grandes proveedores de la corona -Spínola, Imbrea, Centurión y
Palavesia- no se vieron afectados, para no privarles de los medios necesarios para poder con-
ceder nuevos asientos.
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TEMA 16: “EL ESFUERZO EXTERIOR”.
Durante la 1ª ½ del reinado de Felipe IV tuvo lugar una profunda crisis bélica, en la cual la
Casa de Austria perdió la hegemonía europea que había detentado desde los días de Carlos V.
De una parte se desarrolló la guerra de los Treinta Años (1618-1648), la lucha de la dinastía de los
Habsburgo por imponer en alemania la Contrarreforma y la autoridad imperial. En 2º lugar se
reanudó la lucha entre la monarquía hispánica y la república de Holanda. En 3er. lugar, la
hostilidad entre Francia y España terminó arrastrando a ambas monarquías dentro del litigio
general europeo e incluso lo sobrepasó.
ESPAÑA Y LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS. OBJETIVOS DE LAS POTENCIAS
EUROPEAS.
En su origen, la Guerra de los Treinta Años es una guerra alemana, cuya causa reside en las
ambiciones de Fernando II; que quiere eliminar el protestantismo y transformar el Imperio y sus
posesiones en un gran Estado centralizado y católico. Todos los príncipes alemanes se sienten
amenazados, sobre todo los protestantes.
En 1621, la expiración de la Tregua de los Doce Años y la reanudación de la guerra entre
España y las Prov. Unidas, induce a la Corte de Madris a intervenir en el conflicto alemán para
mantener la ruta terrestre a los P. Bajos, y la ambición de Olivares por dominar política y econ. a
Europa por la muy católica Casa de Austria.
Los soberanos del N. de Europa, Dinamarca y luego Suecia, intervienen desde el exterior en
una guerra que se hace + europea; reyes protestantes que defienden a los luteranos alemanes,
reyes ambiciosos que quieren alejar la amenaza de los Habsburgo del N. de Europa extendiendo
sus dominios, y controlando el comercio en el N. de Alemania.
Francia, con Richelieu y luego con Mazarino también participa directamente (1635-1648). Al
rey de Francia se le planteaba un problema de conciencia: debía permitir el triunfo de los
Habsburgos que en definitiva era el triunfo del catolicismo, o apoyar a los protestantes para abatir
el poderío de la casa de Austria. La política del cardenal Richelieu era radicalmente opuesta a los
propósitos hegemónicos de la casa de Austria, pero hasta 1635 no hubo enfrentamiento abierto.
En ese año se pasó de una guerra “cubierta” a una guerra abierta.
España era una potencia «imperial» en Europa, en el sentido de que poseía dominios fuera de
su metrópoli, en Italia y en los P. Bajos. Para preservar las comunicaciones con esas posesiones
necesitaba invadir esferas de intereses e influencias celosamente guardados por otras potencias.
Existía la convicción en Europa de que España actuaba movida por un catolicismo agresivo y por
una mentalidad imperialista. Pero esa convicción era completamente errónea. La España del S.
XVII había heredado determinadas posesiones en Europa a las que difícilmente hubiera podido
renunciar aun si lo hubiera deseado. La mayor parte de esas posesiones no estaban preparadas
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para la independencia nacional y se podía argumentar que ninguna potencia tenía + derecho a
ellas que España. Pero ese argumento no servía en el caso de las Prov. Unidas, que España
consideraba como prov. rebeldes, pero que para cualquier mente mínimamente realista eran un
Estado soberano. Pero incluso en este caso España podía invocar argumentos de legítima
defensa, pues los holandeses pretendían subvertir la posición española en las prov. del S. de los
P. Bajos y, además, libraban una guerra abierta en las posesiones ultramarinas de los reinos
asociados de la penín. ib. Así pues, en los P. Bajos estaba en juego la defensa del imperio, y la
premisa básica de la defensa de los P. Bajos determinaba con una lógica incontrovertible el resto
de la política exterior española. Para impedir el aislamiento de los P. Bajos, España se vio
impulsada a intervenir en Alemania, a la ruptura con Inglaterra, a entrar en conflicto en el N. de
Italia y, finalmente, a la guerra con Francia. En los albores del S. XVII, España perdió el control
del corredor militar terrestre de tan vital imp. para el ejército de Flandes. La recuperación de Fran-
cia a partir de 1595 y su reanudación de una política exterior antiespañola determinaría que en
1631 Francia dominara ya las cabezas de puente hacia Italia y Alemania y que España hubiera
perdido las vías de paso tradicionales de sus ejércitos.
La respuesta de España al estallido de la guerra de los Treinta Años en 1618 fue decidida con
todo cuidado. Al emperador no sólo le envió subsidios, sino también un cuerpo selecto de tropas
españolas que participaron en la batalla de la Montaña Blanca en nov. de 1620, en la que el
ejército imperial derrotó a las fuerzas protestantes, puso en fuga al elector del Palatinado y aplastó
la revuelta bohemia. Mientras, España centraba su esfuerzo en obj. + próximos. En 1619, un
ejército español avanzó desde Normandía para defender Alsacia y el camino español para los
Habsburgo. En julio de 1620, tropas españolas comandadas por el duque de Feria, gobernador
de Milán, ocuparon el valle alpino de la Valtelina, paso que unía los territorios de los Habsburgo
españoles y austríacos, e igualmente imp. para las tropas españolas en su trayecto desde Milán a
los P. Bajos. En sept., el poderoso ejército español de los P. Bajos, a cuyo frente estaba su
distinguido comandante Ambrosio Spínola, avanzó rápidamente por el O. de Alemania, atravesó el
Rin y ocupó el Bajo Palatinado. El obj. principal de esta operación era salvaguardar la
comunicación de los P. Bajos con las posiciones aliadas en Alemania y con las posiciones
españolas en el N. de Italia, asegurando el control del paso del Rin.
Para España, el Bajo Palatinado era un territorio de gran imp. estratégica, sobre todo teniendo
en cuenta que la tregua con Holanda expiraba en abril de 1621 y que los españoles estaban
decididos a permanecer allí hasta haber alcanzado la seguridad de los P. Bajos. En las 1as. fases
de la guerra alemana, el Consejo de Estado manifestó, en España, fuertes reservas respecto a
una ayuda continuada al emperador. El dinero era muy necesario en los P. Bajos. Pero en último
extremo, se llegó a la conclusión de que España tenía demasiados pocos aliados en Europa como
para permitir la destrucción de los Habsburgo.
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La razón fundamental de la presencia española en Alemania hay que buscarla en los P. Bajos.
Si la causa imperial y el catolicismo retrocedían en Alemania aumentarían simultáneamente el
aislamiento y vulnerabilidad de los P. Bajos españoles. España deseaba que la frontera política
de los Habsburgo y la frontera religiosa del catolicismo se mantuvieron + allá de los P. Bajos.
Había que renovar la tregua de Amberes, pues con los recursos existentes era imposible salir
victorioso de un enfrentamiento bélico. Esta era la política del archiduque Alberto y la que,
después de su muerte en julio de 1621, siguieron propugnando su viuda Isabel y su experto en
temas militares, Spínola. Pero Olivares y sus consejeros en Madrid pasaron por alto sus puntos
de vista. También en las Prov. Unidas había un partido favorable a la guerra, que encabezaba el
príncipe Mauricio y que estaba formado por los extremistas calvinistas y los comerciantes de
Amsterdam, deseosos de obtener beneficios en una guerra marítima de las colonias contra las
monarquías ibéricas. De hecho, durante los años de tregua no habían perdido el tiempo y la
ofensiva holandesa contra posiciones portuguesas en los trópicos continuó con la misma fuerza.
La reanudación de la guerra en los P. Bajos en 1621 no fue una decisión tomada de antemano.
Los responsables políticos españoles debatieron todas las opciones posibles, de ampliar, renovar
o poner fin a la tregua, o incluso de convertirla en una paz permanente, pero en ningún caso hubo
una reacción positiva por parte de los holandeses, que conseguían, y esperaban seguir
consiguiendo, beneficios econó. y financieros de España y de las Indias con independencia de si
había o no una situación de guerra. Lógicamente, la ofensiva colonial holandesa pesó
decisivamente en la decisión española de reanudar la guerra.
LA LUCHA CONTRA HOLANDA.
En la guerra contra Holanda siempre se habían mezclado motivos diversos. En los obj. de
guerra españoles estaban presentes tanto las cuestiones de soberanía como las religiosas y
comerciales. Sin embargo, a partir de 1621, aunque sin renunciar a sus derechos de soberanía y
religión, España comenzó a ver la guerra como una lucha por la supervivencia econó. y por la
defensa del comercio americano. Parece que Olivares era consciente de ello y bajo su dirección
España consiguió, en cierta medida, aumentar su poder naval en el N. y frenar las exportaciones y
la navegación holandesas, pero lo cierto es que al ver obstaculizada su acción por políticas e
intereses opuestos no pudo llevar a la conclusión lógica sus ideas estratégicas. Así, España
continuó invirtiendo grandes cantidades de dinero en el mecanismo defensivo de los P. Bajos,
dinero que habría resultado + productivo en la defensa marítima e imperial. El imperio portugués
era el + vulnerable. Al expirar la tregua de Amberes se llevaron inmediatamente a la práctica los
planes para la creación de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales y en el curso del
año 1623 los holandeses movilizaron una fuerza expedicionaria para lanzar un ataque contra
Brasil. En mayo de 1624 los holandeses capturaron Bahía consiguiendo un imp. botín de azúcar y
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otros productos. Ahora que habían puesto el pie en Brasil, los holandeses eran una amenaza
mayor para la América española.
España entró en la guerra de los Treinta Años y reanudó el conflicto con los holandeses en
condiciones favorables, al menos en uno de los sectores de su econ., el sector atlántico. El
quinquenio 1616-1620 constituyó una especie de veranillo de San Martín para el comercio de las
Indias. La corona no vio aumentar su porcentaje, pero se benefició indirectamente del auge del
sector privado y directamente de las confiscaciones de las consignaciones a particulares. En el
período 1621-1625, los ingresos de la corona por este concepto se mantuvieron en el mismo nivel,
mientras que los envíos a particulares descendieron, pero en general continuó el ciclo comercial
favorable. No había problema alguno en el ejército español de los P. Bajos que no pudiera
solucionarse con dinero. Ahora, Spínola, que podía contar con él, consiguió un éxito espectacular
en mayo de 1625, al capturar Breda después de un asedio de 10 meses. Tal vez una prueba +
patente aún de la revitalización española fue la formación y equipamiento de un escuadrón naval
con base en Ostende y Dunkerque para librar una guerra marítima contra el comercio y la
navegación holandeses, aunque finalmente tuvo que ser utilizado principalmente en una misión
defensiva para proteger los convoyes españoles que atravesaban el Atlántico y el Canal de la
Mancha.
Igualmente vigoroso fue el esfuerzo de guerra español en América. Madrid reaccionó con
prontitud ante la captura de Bahía. Se organizó una fuerza expedicionaria conj. de 52 barcos, que
atacó Bahía sin tardanza, obligando a la guarnicíón holandesa a rendirse el 1-5-1625, después de
un mes de asedio. El contingente español completó este éxito persiguiendo al enemigo por el Ca-
ribe, y allí también los holandeses fueron rechazados, especialmente en Puerto Rico. Por
supuesto, los holandeses aún no habían dicho la última palabra y durante los años 1626-1627 el
escuadrón mandado por Piet Heyn causó considerables daños a los barcos portugueses en el
Atlántico S. Pero, por el momento, las defensas navales españolas podían hacer frente a la
amenaza y las flotas cargadas de plata continuaron llegando a España. Y todo ello a pesar de
que España estaba en guerra con 2 potencias navales. En 1628 , el escuadrón de Piet Heyn, que
operaba en el Atlántico, capturó toda la flota de plata de Nueva España en el puerto cubano de
Matanzas sin que los españoles ofrecieran prácticamente resistencia. El triunfo de Piet Heyn se
debió a una combinación de buena fortuna y de buen oficio marinero.
España, ante la dificultad de tener que luchar contra los ingleses y los holandeses
simultáneamente con unos recursos insuficientes, dirigió su mirada a sus aliados en Alemania.
Desde comienzos de 1624, Olivares contemplaba la idea de una liga Habsburgo, en el seno de la
cual España se uniría al emperador y a los príncipes católicos para destruir a sus enemigos
respectivos en Alemania y los P. Bajos. La idea cobró nuevo impulso en 1626 pero no prosperó
mucho en Alemania. A pesar de que el emperador y Maximiliano de Baviera deseaban
ardientemente contar con la ayuda española en Alemania, especialmente desde el momento en
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que se produjo la intervención danesa en 1626, no estaban dispuestos a malgastar sus recursos
en la guerra de España en los P. Bajos.
Un factor concomitante con la proyectada liga de Olivares era el plan de establecer una base
naval y comercial en el Báltico, dominada por los Habsburgo. El Báltico interesaba a España,
como interesaba al resto de la Europa occ., como fuente de abastecimiento de cereales, madera y
suministros navales y, asimismo, porque era de hecho un monopolio de los armadores ho-
landeses. En el curso de los años 1626-1628, Olivares intentó activar la puesta en marcha de una
guerra comercial conjunta de España y el Imperio contra las Prov. Unidas. El plan consistía en
establecer una compañía comercial Habsburgo-hanseática con base en los puertos de la Frisia
oriental. Al tiempo que esa nueva compañía acababa con el control holandés del comercio del
Báltico, una flota Habsburgo-hanseática podría desarbolar la navegación holandesa y atacar a los
enemigos de los imperios ultramarinos de la penín. ib. + cerca de su base. Otra idea que se
acarició fue la de alentar a Polonia a entrar en guerra con Suecia y contribuir al poder naval aliado.
La debilidad del plan residía en el hecho de que ninguna de las partes que tenían que llevarlo a
efecto estaba preparada para la tarea. Requisito indispensable para una liga comercial y marítima
era la posesión de un puerto en el Báltico por el poder Habsburgo. Para ello, Olivares dependía
del emperador y la negativa de éste a comprometerse a no dejar las armas hasta haber
conseguido ese puerto acabó prácticamente con el proyecto. La hostilidad de la Hansa y de
Baviera fue el golpe de gracia. Al mismo tiempo, los grupos de intereses de Colonia y Bruselas
presionaron a España para que abandonara el bloqueo econó. de las Prov. Unidas. Una de las
consecuencias del proyecto de Olivares fue que alarmó a Gustavo Adolfo y reforzó sus motivos
para hacer participar a Suecia en la guerra de los Treinta Años.
LAS RELACIONES CON INGLATERRA.
Desde 1604, y + específicamente desde 1618, la paz con Inglaterra había sido uno de los obj.
fundamentales de la política exterior española, porque se pensaba que de ella dependía la
seguridad de los P. Bajos y la posibilidad de que España tuviera las manos libres para intervenir
en Alemania. Durante los 1os. años cruciales de la guerra de los Treinta Años, España había
neutralizado a Inglaterra gracias a las negociaciones para un posible matrimonio angloespañol, al
amparo de las cuales Spínola había penetrado en Alemania, apoderándose del patrimonio del
elector del Palatinado, cuñado de Jacobo I de Inglaterra. En 1624, cuando las negociaciones
matrimoniales habían fracasado y los ingleses estaban convencidos de la mala fe de los espa-
ñoles, la neutralidad inglesa era todavía + imp. para España, que había visto aumentar sus
compromisos en los P. Bajos, en Alemania y en el N. de Italia. Olivares veía con temor una guerra
inminente. De hecho, sólo cuando apareció una flota inglesa a las puertas de Cádiz en el otoño
de 1625, el gobierno español tuvo que aceptar la idea de una guerra con Inglaterra. Sin embargo,
una vez iniciado el conflicto, Olivares y sus colaboradores se lanzaron a una frenética tarea de
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planificación. Pero mientras los españoles debatían incongruencias, los ingleses las llevaban a la
práctica. En Cádiz, con una fuerza de 90 barcos y 9.000 hombres, cometieron todos los errores
concebibles. Permitieron que escapara la flota española procedente de las Indias, el ataque
contra la ciudad fue mal dirigido y pudo ser repelido por las fuerzas locales y la operación resultó
desastrosa. Este conflicto no fue totalmente responsabilidad de los españoles. Carlos I la inició
en 1625, porque las negociaciones con España no permitieron asegurar la devolución de su
patrimonio al elector del Palatinado. Aunque Felipe IV había prometido utilizar su influencia ante
el emperador en favor de la causa del elector, se había negado, comprensiblemente, a aceptar la
exigencia inglesa de que llevara a cabo la devolución de todo el Palatinado, si era necesario con
la fuerza de las armas.
En 1630 se llegó a la paz sin grandes dificultades. En lo sucesivo la posición inglesa con
relación a España fue bastante positiva. En 1639 los puertos ingleses acogieron con
benevolencia a la flota española acosada por los holandeses. En 1640, los gobiernos de Felipe IV
en España y Carlos I en Inglaterra intentaron una aprox. para aunar fuerzas ante Francia y
Holanda, pero ambos regímenes, cada uno a su manera, se hallaban enfrentados a situaciones
muy críticas e incapacitados para ofrecer ayuda.
LAS RELACIONES CON FRANCIA.
También con Francia buscó España la paz, pero se preparó para la guerra. Y también en este
caso el problema era el de defender las comunicaciones con los P. Bajos, en especial a través del
paso de la Valtelina, una ruta que los enemigos de Francia y España en el N. de Italia intentaban
amenazar con idéntico ímpetu. En enero de 1625, los franceses ocuparon la Valtelina y
establecieron una alianza con Venecia y Saboya contra Génova, aliada tradicional de España. Al
mismo tiempo, fuerzas navales francesas bloquearon Génova y amenazaron con cortar las líneas
de abastecimiento, de vital imp., entre Barcelona, Milán y los P. Bajos. Francia y España se
enfrentaron sin que mediara una declaración formal de guerra. En España, las propiedades fran-
cesas fueron confiscadas, mientras que Francia prohibía el comercio con España. El gobierno
español intrigó con los hugonotes y, por su parte, los franceses ayudaron a los protestantes
suizos. Por otro lado, un escuadrón mandado por el marqués de Santa Cruz levantó el bloqueo
de Génova y las tropas comandadas por el duque de Feria obligaron a los franceses a retirarse al
otro lado de los Alpes. Estos éxitos, a los que se añadió la inestabilidad política reinante en
Francia, dieron ventaja a España y le permitieron salir sin merma del conflicto. Por el Tratado de
Monzón (marzo de 1626) se restableció la paz en Italia y el statu quo en la Valtelina. España
pudo seguir utilizando el paso para sus operaciones militares.
Las frustraciones que sufrió en el N. de Europa (“la operación del Báltico”, 1628-1629)
indujeron a Olivares a buscar un terreno + fecundo para el esfuerzo de guerra español. Sus ojos
se dirigieron al N. de Italia, donde en dic. de 1627 había muerto el duque de Mantua,
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planteándose un problema sucesorio. El pretendiente al ducado con mejores derechos era el
duque de Nevers, de Francia. Pero Olivares temía que si recibía el título de duque un protegido
del reino de Francia haría peligrar los intereses de España en el N. de Italia y amenazaría sus
comunicaciones estratégicas. Así pues en marzo de 1628 ordenó al gobernador de Milán,
Gonzalo Fernández de Córdoba, que ocupara el Monferrato, una posición clave en los estados de
Mantua, situado en la frontera occ. de Milán. Pero lo que Olivares había pensado como una
operación rápida y decisiva degeneró en una guerra costosa y sangrienta. Como era de prever,
un ejército francés atravesó los Alpes y muy pronto España se encontró luchando para salvar
Milán. Se envió al gran Spínola para comandar las fuerzas españolas e imperiales, pero a su
muerte, ocurrida el 25-9-1630, la victoria no estaba + cerca y los españoles aceptaron con alivio
un armisticio, preludio de la paz de Cherasco (abril, 1631), que puso fin a un conflicto estéril.
España no obtuvo beneficio alguno de la guerra de Mantua. Su prestigio se vio resentido al igual
que sus recursos. El frente italiano absorbió todos los ingresos de la corona procedentes de las
Indias y una buena parte de las consignaciones a particulares.
LA OFENSIVA ESPAÑOLA (1633-39): NÖRDLINGEN.
La guerra de Mantua no contribuyó en nada al interés primordial de la política española, el
conflicto con los holandeses, sino que fue + bien una distracción de ese problema. Al coincidir
con las dificultades financieras causadas por la pérdida de la flota de Nueva España en 1628,
interrumpió prácticamente la campaña en los P. Bajos. Este espinoso problema fue ampliamente
debatido en el Consejo de Estado a lo largo de 1628. Spínola -que fue llamado a Madrid- esbozó
2 cursos de acción posibles, a saber: la renovación decidida de una larga tregua con los
holandeses, o el envío de fondos suficientes para permitir una ofensiva a gran escala. Él se
mostró partidario de la tregua. La respuesta de Olivares fue sorprendentemente poco realista, aun
procediendo de él, pues exigió una decidida reanudación de las hostilidades, sin mencionar en
ningún momento cómo serían financiadas. El obj. no debía ser una tregua, sino un tratado de paz
definitivo que hiciera de las Prov. Unidas un Estado vasallo de España. La política de Olivares,
con todas sus falsas ilusiones, fue, en esencia, la política que continuó aplicando España. No es
sorprendente que Spínola se negara a llevarla a cabo y a ocupar de nuevo su puesto. En 1629,
los españoles perdieron 'S-Hertogenbosch, y al año siguiente los holandeses volvieron a atacar
Brasil, comenzando la conquista de Pernambuco.
Durante todo el decenio de 1630 los envíos de metales preciosos disminuyeron con respecto al
elevado nivel del período 1616-1630. En 1630 se firmó la paz con Inglaterra y en 1631 con
Francia. Pero la decidida incursión de Suecia en Alemania hizo que empeoraran las perspectivas
de los Habsburgo y España no tenía confianza en la paz con Francia. Entre 1632 y 1635, la
política exterior española fue vacilante, pues el gobierno, que temía la posibilidad de un ataque
repentino, no se decidía a atacar 1º. Entretanto, las fortalezas del Rin cayeron en manos de los
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protestantes. España tuvo que enviar refuerzos a Alemania y a los P. Bajos, que ahora se veían
también amenazados por Francia. Al deteriorarse la situación en todos los frentes, Olivares dirigió
una vez + su mirada hacia Alemania.
España todavía poseía una baza en Alemania, el Bajo Palatinado, que era considerado ahora
como un elemento fundamental de sus comunicaciones estratégicas. Y a pesar de la presión
alemana, España estaba decidida a conservarlo hasta que estuvieran seguras sus posesiones en
el N. de Europa. Entre 1630 y 1648, España contó con una imp. representación diplomática en
Alemania. Su propósito era convencer al emperador y a los príncipes católicos de que la
supervivencia del poder Habsburgo en los P. Bajos era tan imp. para Alemania como para
España. Se enviaron subsidios a los electores católicos, de quienes se esperaba que
contrarrestaran la influencia del duque de Baviera. Los responsables políticos españoles
reconocían que los subsidios y la diplomacia no eran suficientes para conseguir una cooperación
activa, por parte de Alemania, en la guerra contra los holandeses o en cualquier conflicto con
Francia. España tendría que convencer a los alemanes con su ej., aportando un poderoso
contingente militar a una fuerza conjunta de las 2 ramas de los Habsburgo, que serviría al mismo
tiempo para defender los intereses imperiales en Alemania y los intereses españoles en los P.
Bajos. 2 acontecimientos recientes hacían + apremiante la necesidad de aplicar una medida de
ese tipo. En las postrimerías de 1631 los ejércitos de Gustavo Adolfo y sus aliados alemanes
ocuparon el Bajo Palatinado y unos meses después Richelieu consiguió una serie de posiciones
estratégicas en Lorena. Una vez + las comunicaciones entre Italia y los P. Bajos estaban
amenazadas.
Atacada por Suecia y amenazada por Francia, la causa de los Habsburgo exigía una
colaboración renovada entre Viena y Madrid. En feb. de 1632 firmaron un tratado de ayuda mutua
y Olivares gestionó personalmente su aplicación. En el curso de los años 1633 y 1634 se
organizó un poderoso ejército bajo el mando del cardenal-infante Fernando, hermano menor de
Felipe IV. El cardenal-infante avanzó hacia el N. atravesando los Alpes desde Milán, y después
de que se le unieran las fuerzas imperiales comandadas por el general Gallas infligió una derrota
aplastante a los suecos en Nördlingen en sept. de 1634. Esta campaña, una de las +
espectaculares de la guerra, interrumpió los éxitos suecos, dejó todo el S. de Alemania en manos
de los Habsburgo y sirvió para que el emperador y sus aliados recuperaran su confianza. Sin
embargo, no aproximó un ápice los ejércitos imperiales a los P. Bajos. Finalmente, en oct. de
1634 el conde de Oñate consiguió que el emperador estampara su firma en un tratado ofensivo y
defensivo contra los holandeses. Pero + difícil era conseguir su participación activa en la guerra.
Cuando Francia intervino en 1635, abriendo un nuevo frente en los P. Bajos, las peticiones
españolas de ayuda al Imperio y a los alemanes se hicieron + insistentes. Pero aparte de un
contingente imperial simbólico y temporal, España no recibió ayuda alemana en los P. Bajos.
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La victoria de Nördlingen sólo sirvió para empeorar las perspectivas españolas, porque reforzó
la aversión francesa al poder de los Habsburgo y su determinación de intervenir en el conflicto,
que se hizo realidad en mayo de 1635. Esta medida no sólo abrió nuevos frentes de guerra para
España, sino que puso en peligro todas las líneas de comunicaciones con el N. y centro de
Europa que tan laboriosamente había construido a lo largo de los años. Además, mientras que
Francia entraba en guerra relativamente fresca, España llevaba ya + de 15 años de lucha.
Además, la econ. española estaba en una situación de depresión y su último recurso, el comercio
de las Indias, experimentaba una contracción progresiva.
LAS DUNAS Y ROCROI.
La política de Richelieu, en el problema general de Alemania, choca con la de Olivares.
Sacrificando sus convicciones religiosas ora auxilia a Dinamarca, ora incita a Gustavo Adolfo a
intervenir. Pero siempre tropieza con España, el éxito del Cardenal-infante don Fernando en
Nördlingen (1634) y la subsiguiente paz de Praga (1635) amenaza derrumbar sus sueños y
proyectos. Entonces Richelieu abandona la intriga diplomática y con habilísima mano refuerza su
posición internacional antes de declarar la guerra: constituye una especie de alianza, donde
participan los enemigos del emperador alemán y del rey Felipe IV de España. En 1635 firma un
pacto defensivo y ofensivo con Holanda y luego con el canciller Oxenstierna, en nombre de la
reina Cristina de Suecia. Luego el duque de Saboya para una acción sobre el Milanesado
(Tratado de Rivoli) y finalmente Francia recibe a su servicio el ejército de Bernardo de Sajonia-
Weimar (Tratado de Compiègne) que será un instrumento poderoso en Alemania. Así, toda
Europa es arrastrada en un torbellino: Suecia contra Alemania y Dinamarca para asegurarse el
dominio del Báltico; Holanda contra España para lograr el reconocimiento de su independencia; el
voivoda de Transilvania para oponerse contra el dominio de los Habsburgo en Hungría; Francia
para vencer a España y al Imperio y así llegar a los Pirineos y al Rhin. Todo ello es la resolución
de las difs. políticas entre Francia, España y el Imp. alemán.
Declarada la guerra oficialmente el 19-5-1635, los 1os. éxitos consisten desquiciar las rutas de
enlace de España con los imperiales. En 1637, España renuncia al paso por la Valtelina y
entregaba el valle al dominio de los Grises (Tratado de Milán); en el mismo año Breda fue
recuperada por Holanda y en 1638 Bernardo de Sajonia-Weimar hace capitular la plaza de
Breisach, llave de la ruta del Rhin, mientras las tropas francesas se asentaban en Alsacia. En
1639, el almirante holandés Tromp derrotó en el Canal de la Mancha a una poderosa flota
española (Batalla de las Dunas) y Arrás caía en poder francés. Así, desde el Mar del Norte al
Milanesado, la barrera hispánica se desmoronaba. Pero + grave para España fueron los movs.
disgregadores internos, que Richelieu supo explotar a fondo (crisis de 1640: Vizcaya, Cataluña y
Portugal). Mazarino, sucesor de Richelieu en la presidencia del Consejo francés, recogió los
frutos de la política anterior. En 1643 el duque de Enghien (luego príncipe de Condé), aniquilaba
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a los tercios españoles en Rocroi. Allí desapareció la fama de la infantería española, juzgada por
invencible desde principios del S. XVI, y, así mismo, se extinguía el espíritu de ofensiva de
España en Europa. Rocroi se ha ganado una reputación legendaria como la mayor derrota sufrida
por la incomparable infantería española y con frecuencia se considera que marca el final del
poderío militar español. España aún seguiría luchando durante mucho tiempo. Su esfuerzo militar
en los P. Bajos no cedió y aunque sufrió nuevos reveses, entre ellos la pérdida de Dunkerque,
consiguió mantener su posición en las provs. del sur. En ultramar, los holandeses seguían siendo
incapaces de vulnerar las defensas coloniales españolas y su expedición a Chile en 1642 se saldó
con un clamoroso fracaso.
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TEMA 17: ÚLTIMOS AÑOS DEL REINADO DE FELIPE IV: LA
AGONÍA MILITAR
EL FINAL DE LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS.
A la reducción de la potencialidad hispana, sigue un nuevo auge de Suecia, que logró éxitos en
el mediodía alemán (1642), y destruyen la oposición danesa en el Báltico. El ejército de Cristian
IV de Dinamarca fue totalmente destruido en la Escania sueca y Jutlandia. La Suecia de Cristina
señoreaba ahora en el Báltico y tiene las manos libres en Alemania. La acción de franceses y
suecos triunfa en Alemania. Turena logró apoderarse de Worms y de Maguncia, y el jefe sueco
Torstenson, librado del enemigo danés, destruye las fuerzas imperiales en Jankowitz (1645). Este
éxito le abre las puertas de Bohemia y Austria. En 1646 las fuerzas francesas y suecas unen sus
fuerzas y obligan al duque de Baviera a firmar un armisticio en Ulm (1647), armisticio pronto
violado por el elector de Baviera, unido de nuevo a la causa del emperador, el ejército autro-
bávaro sufre una derrota en 1648 en Züsmarshausen. Desde ahora la causa imperial en
Alemania está perdida, ya que al caer el baluarte bávaro, Viena y Praga quedan expuestas al
ataque franco-sueco.
A la vez España perdía ante las tropas franco-holandesas las imps. plazas de Gravelinas y
Dunkerque. La conspiración de Aragón en 1647 para elevar al duque de Híjar, y la sublevación de
Sicilia y Palermo junto con el mov. secesionista en Nápoles, dejaron la postura internacional de
Felipe IV muy dañada. Ya en jul. de 1644, Felipe IV publicó un decreto en el que comunicaba a
sus ministros que la falta de recursos le inducía a buscar la paz lo antes posible en todos los
frentes. Pero los enemigos de España conocían su debilidad y supieron explotarla.
Especialmente, Francia era un difícil enemigo cuya peligrosidad aumentaría aún + si, como
parecía posible, firmaba lapaz con el emperador y concentraba sus ataques sobre España. Por
ello, España anticipó la paz de Westfalia, que puso fin a la guerra de los Treinta Años, firmando
una paz por separado con los holandeses en 1648.
MÜNSTER Y WESTFALIA: NUEVO EQUILIBRIO INTERNACIONAL.
En enero de 1648, el gobierno español ya había llegado a un acuerdo con los holandeses
sobre las condiciones generales para un tratado de paz, que constituyeron la base del tratado de
Münster del 24-10-1648. En virtud de sus claúsulas, España reconoció a las Prov. Unidas como
un Estado soberano e independiente, no consiguió la apertura del Escalda ni la tolerancia oficial
para los católicos, 2 de sus obj. + imps. para la firma de la paz, y reconoció explícitamente el
derecho de los holandeses a conquistar todo el territorio colonial portugués que reclamaban.
España conservaba el S. de los P. Bajos y apartaba a los holandeses de la alianza con Francia.
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Ahora el ejército español pudo intentar una última acción contra Francia para contrarrestar los
éxitos franco-suecos en Alemania. La tentativa del archiduque Leopoldo, virrey de los P. Bajos,
fracasó en Lens (20-8-1648). Para el Imperio, privado del auxilio de Baviera y España, sólo
quedaba un recurso: capitular.
Desde 1635, el Papado, Venecia y Dinamarca habían hecho sugestiones de paz entre los
contrincantes, hasta que el cansancio por la prolongada lucha invitó a buscar la solución jurídica a
las cuestiones que se debatían por las armas. En 1641 se acordó en Hamburgo, entre el Imperio,
Francia y Suecia proceder a unas negociaciones, pero hasta 1643 no se congregan todas las
plenipotenciarias en las ciudades westfalianas de Osnabrück y Münster, y hasta 1645 no dan
comienzo los trabajos con cierta probabilidad de eficacia, pues cuestiones de detalles o de títulos
fueron utilizadas para demorar las negociaciones a compás de los éxitos militares o de los
reveses.
El Tratado de Westfalia firmado simultáneamente en Münster y Osnabrück el 24-10-1648, es el
1er. intento de coordinación internacional de la Europa moderna. Sus prescripciones fueron tan
esenciales que la política europea se movió dentro de su órbita hasta la Rev. Francesa. Cierto
que existieron alteraciones territoriales, como las determinadas por la paz de Utrecht, pero en
conj., Westfalia da la luz a la Europa del Ant. Régimen. Y aún +, el espíritu de Westfalia preside
hasta nuestros días, porque los diplomáticos del S. XVIII fundaron el reajuste europeo en una
serie de principios que marcaron las relaciones internacionales ulteriores. En lugar de una
comunidad armónica de naciones, presidida por el Papado y el Imperio, Westfalia basó la
estructura de Europa en una serie de estados nacionales laicos, relacionados por vínculos
políticos y econ.
Westfalia sustituyó la autoridad del emperador por la independencia efectiva de los electores,
príncipes y ciudades del Imperio. 350 estados se erigen dentro del marco del ant. Reich, los
cuales, como independientes pueden concentar alianzas entre sí y con el extranjero. Por otro
lado, el reconocimiento oficial de la independencia de Holanda y Suiza reduce los límites del
antiguo Imperio, además, la posesión en manos de Francia y Suecia de territorios imperiales
permitía la intervención de potencias extranjeras en el seno de la misma Dieta. Así, hasta los
acuerdos de Postdam de 1945, la paz de Westfalia fue la + dura humillación sufrida por Alemania
en la Hª.
Francia recibe el reconocimiento jurídico de su soberanía sobre los obispados de Toul, Metz y
Verdún, la posesión del Pinerolo y las 2 cabezas de puente en el Rhin (Breisach y Philisburgo).
Además se le reconocía su soberanía en el landgraviato de la Alta y Baja Alsacia, y la “prefectura
provincial” de la Decápolis, 10 ciudades imperiales alsacianas. De esta manera Francia se
expande al Rhin.
Suecia recibe a título de feudo imperial la Pomerania occ., los obispados de Brema y Verden,
es decir, los estuarios del Weser, del Elba y del Oder pasan a ser dominados por Suecia, con lo
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que esta potencia consolidó su dominio en el Báltico, al mismo tiempo se le permitía como
miembro de la Dieta, la posibilidad de intervenir en los asuntos interiores de Alemania.
LA PÉRDIDA DE DUNQUERQUE Y LA PAZ DE LOS PIRINEOS.
El reconocimiento de la indepencia holandesa dejó las manos libres a España para intentar
aislar a Francia en un momento en que ese país se veía debilitado, además , por la inestabilidad
interna. En último extremo, España no pudo explotar el mov. de la Fronda que había estallado en
contra de Mazarino. Pero al menos recuperó Dunkerque e inició también la recuperación de
Cataluña. Si España hubiera podido financiar, en ese momento, un gran operación bélica,
probablemente habría conseguido una paz favorable, antes de que Francia se recuperara de la
inestabilidad política y de los problemas en que se había visto sumida su agricultura y antes de
que firmara una alianza con Inglaterra.
Aunque España no contaba con los medios necesarios para llevar a cabo una gran ofensiva,
todavía era capaz de defenderse y el hecho de que consiguiera neutralizar a Francia desdice el
supuesto declive de su poderío militar. Sin embargo, en ese momento la balanza se había
decantado en contra de España como consecuencia de la entrada en guerra de Inglaterra. El
gobierno español tenía motivos para esperar un resultado + favorable de su polítila hacia los
ingleses, inspirada en el pragmatismo y no en la ideología. En el decenio de 1640, Felipe IV
practicó una política de estricta neutralidad con respecto a la guerra civil inglesa y prestó escaso
apoyo a la causa de los Estuardo. No tardó en reconocer a la nueva república y se mostró
dispuesto a conseguir su alianza, o al menos su neutralidad, casi a cualquier precio. Pero el
precio que había puesto Cromwell era demasiado elevado, pues pretendía conseguir una declara
explícita de tolerancia religiosa con respecto a los ingleses residentes en España y la posibilidad
de que los comerciantes ingleses participaran directamente en el comercio colonial español. Esas
exigencias eran tan provocativas que presumiblemente habían sido planteadas para que fueran
rechazadas. Como si pretendiera dejar claro que eso era así, Cromwell endureció aún + su
postura, incluyendo entre sus peticiones la cesión de Calais y Dunkerque.
Parece que ya en abril de 1654 Cromwell había decidido entrar en guerra con España. Desde
agosto planeaba una expedición de pillaje y en dic., sin que mediara declaración de guerra, dio vía
libre a esa operación. La operación estuvo mal planeada y mal ejecutada; sus comandantes no
pudieron superar las defensas españolas en La Española, que era el obj. principal, y tuvieron que
contentarse con la captura de Jamaica. Entretanto, otro escuadrón inglés patrullaba por aguas de
Cádiz, a la espera de interceptar las flotas cargadas de plata. Felipe IV no daba crédito a esas
noticias. El monarca español estaba decidido incluso a pasar por alto -al menos por el momento-
la conquista de Jamaica si eso podía facilitar la paz con Inglaterra. Pero Cromwell no deseaba la
paz.
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Fue la última desgracia para España. Felipe IV se vio obligado a librar con Inglaterra una
guerra que no deseaba. En sept. de 1655 decretó la confiscación de las propiedades inglesas en
España y en dic. se decidió utilizar en la defensa naval los beneficios conseguidos con la venta de
esos bienes. Era esta una necesidad urgente, pues las comunicaciones marítimas de España
eran vulnerables al poderío naval inglés. En sept. de 1656, una avanzadilla del escuadrón de
Blake interceptó la flota que regresaba de Tierra Firme casi cuando se hallaba a la vista de Cádiz,
capturó a la capitana y a un buque mercante. Fue posible dar aviso a la flota de Nueva España,
que se refugió en Sta. Cruz de Tenerife. Pero allí, el 30-4-1657, también fue atacada por Blake,
que la destruyó casi por completo, perdiéndose los tesoros que transportaba. Así pues, durante 2
añtos no llegó a España flota alguna y, al mismo tiempo, el comercio exterior estaba paralizado a
consecuencia del bloqueo de la penín. y del control del Canal de la Mancha por las fuerzas
enemigas. Sin embargo, en 1656 se presentó una buena oportunidad para firmar la paz con
Francia. Cataluña había sido recuperada y los franceses prometieron no prestar ayuda a
Portugal. Pero en contra de las recomendaciones de sus ministros, Felipe IV se negó a negociar.
España fue duramente castigada por su falta de cordura. En jun. de 1658, una fuerza conj.
anglofrancesa derrotó estrepitosamente a los españoles en la batalla de las Dunas y ocupó
Dunkerque. Los P. Bajos españoles se hallaron ahora gravemente amenazados, y en la penín.
los portugueses se sumaron al castigo contra España con su victoria en Elvas.
Dado que el país se tambaleaba bajo esos golpes sucesivos, los ministros de Felipe IV le
instaron a que pusiera fin a esa agonía. Las últimas campañas, incluso en la penín., se llevaron
a cabo con tropas reclutadas en Italia y con mercenarios irlandeses y alemanes. La falta de
dinero para pagar esos ejércitos era razón suficiente para firmar la paz. Mazarino deseaba
encontrar una solución y el gobierno inglés, que se resistía a seguir ayudando a Francia,
tampoco se negaba a buscarla. Pero aun en ese momento, Felipe IV se resistía a negociar y si
Francia no hubiera modificado sus exigencias habría seguido luchando. Finalmente, se dejó
convencer, movido no por los sentimientos de su pueblo ni por la terrible penuria econó., sino por
otra ilusión, que la paz con Francia e Inglaterra le permitiría aislar y reducir a los portugueses.
Con esas intenciones acordó un armisticio en mayo de 1659 y el 7 de nov. se firmó la paz de los
Pirineos. El tratado estipulaba el matrimonio de la hija de Felipe IV, Mª Teresa (quien
renunciaba a todo derecho a la corona española mediante el pago de una dote), con el rey de
Francia. España cedía a Francia algunos territorios de los P. Bajos (Gravelinas, Landrecies,…)
y, lo que era + imp., la Cerdaña y el Rosellón en Cataluña. Otras concesiones territoriales, entre
ellas la de Artois, señalaron el final del control español sobre la ruta imperial que iba desde Milán
a los P. Bajos.
Ahora en el N., en el centro y Occ. de Europa, el año 1660 señala una era en la Hª de Europa.
A la hegemonía cultural y política de España le sucede la cultura y las armas de Francia. Así se
cumplió el espíritu de Westfalia.
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LA RECUPERACIÓN DE CATALUÑA. EL FRENTE PORTUGUÉS.
CATALUÑA.- Con las manos libres, después del Tratado de Münster y del de Westfalia, el
gobierno español inició la recuperación de Cataluña. Lentamente, los débiles ejércitos españoles
fueron penetrando en el Principado. Mazarino, preocupado por la Fronda, no pudo enviar ayuda
en 1651. Las posiciones francesas se derrumban. En 1651 el ejército del marqués de Mortara,
con base en Lérida, se unen a las fuerzas del ejército de Tarragona, al mando del hijo bastardo de
Felipe IV, D. Juan José de Austria, y marchan unidos hacia Barcelona.
Finalmente, en oct. de 1652 Barcelona se rindió. Se firmó el Acta de Manresa (1652). 3 meses
después, Felipe IV concedía una amnistía general y prometía observar todas las leyes y fueros del
Principado, tal como existían en la época de su ascenso al trono. Tras 12 años de separación
(1640-1652), Cataluña volvía a formar parte de España.
PORTUGAL.- Terminada la guerra con Francia (Paz de los Pirineos, 1659), Felipe IV podía
esperar, por fin, realizar su ambión de recuperar Portugal para la corona española. Pero la guerra
portuguesa no iba a acarrear al rey + que nuevas decepciones en el ocaso de su reinado. Con
grandes esfuerzos, sobre todo financieros (nueva bancarrota en 1653), pudo reunir 3 ejércitos,
pero fueron derrotados. Una vez + cometió un error de cálculo, porque los portugueses no
tardaron en superar su aislamiento, estableciendo una alianza con Inglaterra que les permitió
defender con éxito su independencia. La guerra con Portugal asestó el golpe definitivo a las
tambaleantes finanzas de la Corona. La campaña tuvo un coste de unos 5 mills. de ducados al
año. Entre 1660 y 1665, en el paroxismo final de la fiscalidad, el gobierno utilizó todos los
expedientes aberrantes que conocía la adm. de los Austrias.
Un ejército español mandado por d. Juan osé de Austria, después de algunos éxitos iniciales,
fue vencido en Ameixial (1663) por el general francés Schömberg. Una nueva y definitiva derrota
en Villaviciosa o Montesclaros (1665) amargó los últimos días de Felipe IV pues falleció el 17-9-
1665. El gobierno que le sucedió no tenía la voluntad ni los recursos suficientes para proseguir la
guerra; y el 13-2-1668 la viuda de Felipe IV, Mariana de Austria, regente de su hijo, el futuro
Carlos II, reconoció la independencia de Portugal en el Tratado de Lisboa.
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