Post on 22-Mar-2016
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CARTA DE DULCINEA A DON
QUIJOTE
Mi bienamado don Alonso:
Hace solo unas horas que nos hemos separado y ya os
estoy añorando de nuevo. Para mí, y espero que para vos
también, este poco tiempo que hemos estado juntos ha sido
el más feliz de toda mi vida. Y es que no es para menos,
pues despues de estar luengos años esperando para que os
decidieseis pasar por el Toboso a visitarme, al fin he visto
mi sueño realizado.
Aún a riesgo de pareceros atrevida y poco acorde con el
natural recato con que una dama debe conducirse, debo
deciros que estoy favorablemente sorprendida por vuestra
audacia en nuestro primer encuentro, y la fogosidad que
habéis desplegado en el tálamo, que no concuerda con la
imagen que a primera vista dais por vuestras más que
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enjutas carnes y extrema delgadez, y vuestro aspecto
general, como de hombre descuidado y por demás
desaseado.
En tocante a esto, y sin querer ofenderos, os rogaría que
para nuestra siguiente cita os bañéis al menos el día antes de
vernos, pues los hombres aseados gustan más a las damas, y
eso no va de ninguna manera en menoscabo de vuestra
hombría, os lo puedo asegurar. No creo que os resulte difícil
encontrar un sitio para daros un baño, habida cuenta de los
parajes por los que transitáis, ya que mismamente las
famosas lagunas de Ruidera son un sitio ideal para ello.
Este descuido general del aseo de vuestra persona, lo
achaco más bien a las largas temporadas que permanecéis en
mitad del campo, sin más compañía que vuestro escudero
Sancho, el cual, aunque no me parece mala persona, es
hombre por demás zafio y primitivo, tanto por su vestimenta
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como por la rudeza con que se comporta en su relación con
las damas.
Esto último viene a colación porque cuando vino a
traerme el mensaje que me escribisteis, en el cual me
solicitabais una cita, ¡nuestra primera cita!, me disgustó
profundamente la manera que tuvo de dirigirse a mí. Sin
saludos previos ni cosa parecida, una vez se hubo asegurado
que era yo la destinataria de la misiva, me espetó un seco:
“tomad esta carta de mi señor don Alonso. Leedla y
apresuraos a darme la contestación, que tengo priesa”.
Además, tenéis que decirle que mire lo que come, pues
al mismo tiempo que me decía las anteriores palabras, me
llegó un fuerte tufo a ajo crudo que por poco me tumba de
espaldas. Y aunque yo sé que comer ajo es bueno para la
salud, no lo es tanto para la relación con la gente, pues el
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fuerte olor que despide ofende la nariz de cualquier persona
medianamente sensible.
Pero basta ya de mentar a vuestro escudero. Como os
decía antes, estoy maravillada por el ardor con que me
habéis acometido la pasada noche, que puede ser debido en
parte, al mucho tiempo que llevabais ayunando de mujeres,
que no parecía sino que fuera yo la primera que gozabais en
vuestra vida.
En esto, algunas de mis amigas tendrán que tragarse sus
palabras, pues no paraban de decirme que vos erais persona
dada al romanticismo y al amor platónico, a contemplar a la
mujer amada como a un ser superior e inalcanzable, y que
llegado el momento del amor carnal no daríais la talla.
¡Cuán equivocadas estaban!
Quisiera pediros que no os demoréis tanto para la
segunda vez, antes al contrario, mi gusto sería que vuestras
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visitas fueran más numerosas. Ya sé que a veces no podréis
venir con la frecuencia con la que a mí y a vos os gustaría,
debido a vuestro singular oficio de desfacedor de entuertos,
liberador de doncellas cautivas y otros muchos trabajos a
que estáis obligado, por profesar el honroso oficio de la
andante caballería.
Para remediar esto he pensado que podríais establecer
vuestro campo de acción cerca del Toboso, pues por estas
tierras también hay menesterosos a los que socorrer, y de
este modo podríamos vernos cuantas veces quisiéramos. No
hace falta que mandéis a vuestro escudero para avisarme de
vuestra llegada: unos discretos golpes en mi ventana, de
madrugada, me pondrán al tanto de que sois vos quien ha
llegado.
Quiero poner fin a esta misiva con una recomendación
que espero no la toméis a mal, pues es en beneficio de
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nuestros amorosos encuentros, y es que procuréis comer más
de lo que ahora lo hacéis, a fin de que engordéis un poco y
de esta manera no me clavéis vuestros huesos en los muslos
y en las otras partes de mi persona, como en nuestro anterior
encuentro, que me dejasteis el cuerpo lleno de cardenales.
Y no es que me queje, no. Solo que si estáis algo más
rollizo nuestras batallas amorosas serán si cabe más
placenteras, pues se amortiguarían un tanto vuestros
ardorosos embates.
Yo espero haberos causado tan buena impresión como
vos a mí, y hacer honor al apelativo de “Dulcinea” con el
que me soléis nombrar.
Esta carta os la mando con el padre de una buena
amiga, el cual tiene que pasar por las cercanías de la cueva
de Montesinos, lugar en el que, tal como acordamos, estaréis
vos esperando mis noticias.
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Recibid fuertes abrazos de ésta, que vive suspirando
por vuestra próxima visita:
Aldonza Lorenzo, Dulcinea del Toboso.
FIN