Post on 03-Feb-2016
Ciclo
A
Hoy el evangelio nos habla de un milagro de Jesús que impactó mucho, de modo que lo narran los 4
evangelistas: la multiplicación de panes y peces.
En este domingo el milagro de la multiplicación de panes y peces está narrado por san Mateo, ya que estamos en el ciclo A (Mt 14, 13-21). Y dice así:
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: «Traédmelos.» Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Dicen que Jesús convenció a alguno para que repartiera su pan y este ejemplo arrastró a otros que llevaban sus provisiones disimuladas y las pusieron al servicio común.
Ha habido y sigue
habiendo “racionalistas”
que van diciendo que
éste no fue un verdadero milagro.
Hay otros que dicen que fue sólo algo espiritual, un deseo de repartir. Pero fue un verdadero milagro, algo que nadie, si no es Dios, puede hacer. Lo confirma todo el testimonio histórico del evangelio y todas las razones apologéticas de la Iglesia. Fue un milagro para nosotros, para que saquemos gran provecho espiritual.
Una primera idea que podemos resaltar es que Jesús nos enseña con palabras y con hechos lo importante que es el amor al prójimo, la compasión, la misericordia. Y esta compasión es con el ser humano en total, alma y cuerpo: Tiene misericordia con quien sufre en lo material; pero buscando siempre la salvación total.
y porque aun así le sigue una multitud de gente que no esperaba seguir a Jesús hasta un lugar tan apartado y por lo tanto no llevaban ni para comer.
La razón del porqué Jesús va a
realizar este milagro es
fundamentalmente porque ha
decidido ir con los apóstoles a un
sitio “tranquilo y apartado”,
Pero da también la razón del porqué decide Jesús ir a un sitio apartado. En realidad son dos razones. Una, que dice este evangelista, es que Jesús se entera sobre la muerte de Juan el Bautista. Piensan que no conviene por ahora estar demasiado al descubierto en aquella región.
Otra, que narran otros
evangelistas, era el descansar de
los apóstoles por las predicaciones que habían tenido
por las aldeas.
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el Señor con sus amigos se marchó para Betsaida.
Pero tantos lo seguían y buscaban por sus obras,
ni siquie
-ra estar
a solas.
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Jesús hubiera querido dar a los apóstoles unas pequeñas vacaciones estando “en lugar tranquilo y apartado” para conversar, repasando lo vivido esos días, y también para tener un poco más tiempo para la oración. Pero Jesús quiso saciar el hambre de escuchar la palabra de Dios, para luego saciar el hambre material.
Antes de saciar el hambre material Jesús va a dar una lección a los apóstoles. Estos quieren desentenderse de la gente y, con motivo de que deben ir a comer, piden a Jesús que despida a la gente.
Pero la lección
comienza cuando
Jesús les dice:
“Dadles vosotros
de comer”.
Jesús quiere enseñar a los apóstoles que más importante que multiplicar los panes es multiplicar los corazones de los que quieran ser misericordiosos como Él mismo. Jesús quiere que se multipliquen las personas que lleguen a sentir como propios los sufrimientos ajenos.
Los apóstoles comprendieron y pusieron lo que tenían.
cinco panes y
dos peces;
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para dar a tanta gente.
Cinco mil eran los hombres calculando a grosso modo,
Y el Señor mandó a los
Doce: “Haced que se sienten
todos”.
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Otro evangelista nos dice que fue un muchacho quien dio los cinco panes y dos peces. El hecho es que la palabra de Jesús, llena de amor y pidiendo colaboración, estaba dando sus frutos.
Esto es lo que Jesús quiere de nosotros, que demos lo que podemos. Si en el mundo se distribuyese bien todo lo que sobra, lo superfluo, ¡cuánto habría para todos!
Si todo lo que se gasta para armamento se usara para producir alimento, ¡cuánto habría para todos!
Este es el último consejo que les da Jesús a los apóstoles: recoger lo que sobra. Y recogieron doce cestos. Si le diéramos al Señor todo lo que somos y tenemos, se arreglarían muchas cosas en el sentido material y espiritual. ¿Por qué no se lo decimos hoy al Señor?
Automático
todo lo que
somos y tenemos,
ya no habría ser alguno en toda la tierra que muriese de hambre.
Si nosotros hoy te diéramos, Señor,
ya no habría ser alguno en toda la tierra que muriese de hambre.
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En realidad en el mundo hay muchas clases de hambre. Hay un hambre muy buena, que Jesús beatificó: “los que tienen hambre y sed de justicia”. Pero hay otras hambres muy dignas, como pueden ser: de cultura, de seguridad en la vida y tantas cosas necesarias o convenientes para el ser humano.
Pero ahora tratamos especialmente del hambre material y específicamente del hambre de alimentos. Dicen los técnicos que en el mundo puede haber alimento suficiente para todos. Lo malo es la mala distribución, y mucho peor es el egoísmo:
A veces hasta se tiran toneladas de alimentos al mar para que suban unos precios en beneficio de algunos ricos.
Hay otra especie de milagro en el evangelio de hoy sobre la disponibilidad de la gente para escuchar las disposiciones de Jesús.
Aún no había hecho Jesús el milagro y se sientan todos sobre la yerba, ya que así lo había dispuesto Jesús.
Si tuviéramos esa disponibilidad hacia
las decisiones de Jesús, a veces a
través de la Iglesia o los encomendados por Jesús, ¡Cuantas cosas podríamos solucionar! La gente podría haber protestado como los israelitas protestaron ante Moisés cuando
caminaban por el desierto.
Como Jesús debemos preocuparnos del bien total del prójimo. Hay personas que con pretexto de la atención del espíritu olvidan ayudar en lo material. Siempre ha habido santos que, aun preocupándose del bien del alma y la salvación eterna, se han caracterizado por buscar el bien corporal de las personas necesitadas.
Pero también ha habido personas buenas que por el demasiado preocuparse por la parte material han olvidado su propia perfección y han caído en grandes vicios. A estos se refiere un poco el profeta Isaías con estas palabras que hoy nos trae (Is 55,1-3) en la 1ª lectura que dice así:
Así dice el Señor: "Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David."
Es el problema de la prioridad en nuestras preocupaciones y nuestras hambres. Hay mucha gente
con hambre material y no tiene posibilidades; y hay otros que malgastan lo mucho que tienen.
Y todo ello porque falta el hambre de
justicia, el hambre de
hacer el bien, el hambre de
Dios.
Nuestra ayuda no debe ser sólo por filantropismo, sino sobre todo por amor a Dios. El amor al prójimo debe ser porque somos hijos del mismo Padre, porque tenemos el mismo fin. Hoy debemos pedirle al Señor que nos dé hambre de Dios, que es tener hambre de paz y de amor.
Danos hoy
hambre de Dios,
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nos dé la paz,
traiga el perdón.
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Cuando uno tiene verdadera hambre de paz y de amor, Dios nos sacia y nos une con Él por el amor. En ese momento podemos clamar, como hoy san Pablo nos enseña en la 2ª lectura, que nada nos podrá separar del amor de Dios. Dice así
Rom 8,35.37-39
Hermanos: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
El amor ata más que cualquier otro lazo. El Espíritu Santo va realizando esta unión, si nosotros nos dejamos llevar. Esto es lo difícil, dejarse llevar por el Espíritu. Es lo que hacían los santos. Cuando han llegado a ese grado de amor y de unión con Dios, pueden clamar, como nos enseña san Pablo, con optimismo pero con humildad.
Esta unión por el amor no sólo es con Dios, es también con los hermanos. Y así ni la tribulación ni otras angustias nos pueden impedir de hacer el bien a los hermanos, ni que uno de ellos se sienta solo y abandonado.
Éste debe ser el motivo de vivir,
crecer en el amor. Terminamos
diciéndole al Señor que tenemos
hambre y sed, al mismo tiempo que es un ruego para que nos dé unos
grandes y verdaderos motivos
de vivir.
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No es un hambre de pan, ni es la sed de agua;
Son motivos
de vivir lo que nos
falta
Nos falta saber que, al fin, no sólo de pan vive el hombre,
pues vive también de
toda palabra
que Tu nos propones.
No es un hambre de pan ni es la sed de agua.
Son motivos de vivir lo que
nos falta.
Que la Virgen Madre interceda para poder estar en los brazos de Dios.
AMÉN