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CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CONSERVACIÓN DEL MEDIO AMBIENTEJUAN PÉREZ VENTURA · 15 ENE, 2014 · 8 COMENTARIOS
En el mundo actual, tal y como entendemos la vida, el crecimiento económico es el
único objetivo que han de tener los países, sociedades, regiones, empresas o personas.
No hay otro motivo por el que existir. El crecimiento económico debe ser el camino
para conseguir todo lo demás. Hoy en día, vivir es crecer.
¿Para qué sirve una empresa que no crece económicamente? ¿Qué papel juega una
región que no tiene crecimiento económico? ¿Tiene éxito una persona que no gana
cada vez un poco más de dinero? El sistema económico predominante se basa en el
crecimiento continuo, y esa idea ha conseguido traspasar los ámbitos económico o
político y se ha implantado en lo más profundo de las consciencias de las personas. La
gente vive convencida de que el crecimiento es sinónimo de éxito y de felicidad. Y,
¿quién no quiere ser feliz?
Crecimiento economicomedioambiente from Juan Pérez Ventura
La principal consecuencia del crecimiento económico continuo es la generación de una
producción masiva de bienes y servicios. Toda esa producción ha de ser consumida,
por lo que el sistema ha desarrollado estrategias muy efectivas para atar a las
personas al consumo, que desde hace unas décadas también es una actividad que se
realiza continuamente.
Así, en el mundo actual nos encontramos con tres procesos que son continuos: el
crecimiento, la producción y el consumo. Para que se mantengan, cada uno de
estos procesos depende de los otros. Por ejemplo, sin producción no hay consumo, así
como sin crecimiento no hay producción, o sin consumo no hay producción.
La cuestión que debemos abordar es, ¿se pueden mantener continuamente estos
procesos? ¿Podemos consumir al ritmo actual durante las próximas décadas?
¿podremos seguir produciendo las cantidades de hoy en día? Antes de contestar a
estas preguntas, habría que recordar que vivimos en un planeta finito: tiene límites.
Aunque escuchando y leyendo a muchos economistas, políticos o empresarios, uno
puede pensar que no es así, lo cierto es que la Tierra no va a poder darnos petróleo o
minerales toda la vida, y que hay un número máximo de coches que pueden circular
por nuestras ciudades, y un tope de humo que nuestro aire puede soportar.
Está claro que, tal y como está diseñado el sistema, actualmente nadie se plantea
dejar de crecer. El desarrollo ha sido continuo durante siglos pasados y ha de seguir
siéndolo en el futuro. El desarrollo nos ha traído progreso y bienestar. Vivimos mejor
que en la Edad Media y mejor que durante el S.XIX. Lo curioso es que el modelo de
crecimiento actual puede hacer que hoy vivamos mejor también que en el futuro.
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Hemos hablado del crecimiento como forma de vida, es decir, del cómo vivimos. Ahora
toca pensar en algo que muchas veces se nos olvida: dónde vivimos. El cómo y el
dónde están estrechamente relacionados, dependen el uno del otro, y afectan el uno al
otro.
El cómo hace referencia a las actividades o formas de actuar y el dónde señala el
espacio físico donde tienen lugar esas actividades. En el caso que nos ocupa, este
espacio es la superficie terrestre, y el medio ambiente como representación del
escenario donde tienen lugar las actividades humanas.
Como hemos dicho, desde hace varias décadas las actividades humanas tienen que ver
con fomentar el desarrollo económico, y eso tiene un efecto concreto en el medio
ambiente: lo transforma. Aunque no se debe generalizar, lo cierto es que el paso del
tiempo ha demostrado que el modelo económico vigente se caracteriza por una
explotación excesiva de los recursos naturales y por generar altos niveles de
contaminación al medio ambiente, por lo tanto el hombre transforma el medio de una
manera negativa. Se destruyen montañas para extraer minerales, se talan bosques
para conseguir madera, se sobreexplotan los acuíferos, se extinguen especies
animales, se llena el aire de gases tóxicos…
Paradójicamente, estamos contaminando y dañando nuestro propio hogar. El medio
ambiente es el lugar donde vivimos. Si el medio ambiente está contaminado, nuestras
vidas también. Por ello conviene divulgar un mensaje que alimente la conciencia crítica
de las personas, no ya solo por preservar el medio desde una posición ecologista, sino
para salvaguardar nuestro propio bienestar. Quizás transmitiendo esta idea, que parte
de una base egoísta, cada vez más gente se apunte a la idea de preservar el medio
ambiente. Detener el modelo de crecimiento para salvar un puñado de árboles o a
unos animales no parece estar teniendo mucho éxito entre la gente. Ha llegado la hora
de aumentar el nivel de la amenaza: lo que está en juego es nuestra propia existencia.
Cuando una fábrica vierte residuos tóxicos a un río no está contaminando únicamente
el agua del río, sino también a los peces, a las plantas y a los seres humanos que
entran en contacto con él. Como aun no hemos aprendido a fabricar agua, deberíamos
tener cuidado a la hora de contaminar nuestras fuentes de este recurso. Y de la misma
manera ocurre con la madera, el aire, los minerales, las cosechas… etc. Nos servimos
del medio para sobrevivir. Contaminar el medio es una grave irresponsabilidad, y
debido a que el sistema de producción y de consumo actual es propicio a contaminar la
naturaleza, es necesaria una reflexión sobre cómo funciona el mundo hoy en día.
Puede parecer una cavilación que no lleva a ninguna parte, pero únicamente
cuestionándonos el sistema establecido podemos llegar a cambiar las cosas.
Crezco, luego consumo. Todo comienza con el consumo. La realidad demuestra que, a mayor nivel de
desarrollo económico, las sociedades tienden a ser más consumistas. Y una sociedad
consumista es una sociedad que precisa de muchos recursos, que, en su gran mayoría,
se extraen del medio ambiente que nos rodea. Es decir, el consumo afecta al medio
ambiente, y casi siempre de una manera negativa.
El modelo de consumo actual es resultado de la evolución histórica del sistema de
producción capitalista, que como decía Marx se basa en la producción generalizada de
mercancías. La sociedad de consumo contemporánea nace con la llegada de la
producción de masas fordista y con la puesta en práctica de las políticas keynesianas
tras la II Guerra Mundial, que permitieron un aumento del nivel de vida de la clase
trabajadora y de los sectores populares, así como su acceso al consumo de masas.
La propia lógica del sistema capitalista genera la creación artificial de necesidades de
consumo, con el objetivo de mantener un nivel de producción constante. Se crea la
percepción de que necesitamos más para vivir mejor y aparecen nuevos productos que
se convierten en indispensables y que fomentan una cultura del gasto permanente. De
forma que la actual función del consumo no es cubrir necesidades, sino satisfacer
deseos. Y como tenemos muchos más deseos que necesidades, el sistema actual se
caracteriza por un alto nivel de consumo, que ha llegado a volverse patológico en la
sociedad, y por ello hablamos de consumismo.
ARTÍCULO RELACIONADO: La sociedad de consumo. Vivir es consumir (Juan Pérez
Ventura, Noviembre 2013)
El consumismo se mantiene gracias a dos procesos muy evidentes: poner a disposición
del público una serie de productos (vender) y hacerse con esos productos (comprar).
En ambos casos el medio ambiente resulta dañado. En el proceso de ‘vender’, el medio
ambiente sufre con la cadena de producción que fabrica los productos que se venden.
Para poder vender un objeto primero hay que fabricarlo. Y fabricar, en el mundo actual,
significa explotar recursos y transformarlos, lo cual tiene un efecto directo sobre el
medio ambiente. Para fabricar un anillo y poder venderlo, primero hay que explotar la
tierra en busca de minerales. Por otro lado, el proceso de compra lleva asociado un
inevitable proceso de desecho, pues nadie consume un producto al 100%. Siempre se
desecha algo. Todos estos desechos (masivos en un mundo consumista), acaban en
algún lugar del medio ambiente, contaminándolo casi siempre.
De esta forma el consumo afecta al medio directamente, por la generación de residuos
derivados de los bienes de consumo, e indirectamente, por los procesos de producción
que explotan el medio.
¿Qué se puede hacer con estos residuos? Lo primero de todo, evitar generarlos.
Mediante la prevención y la concienciación podemos consumir productos que no
generen residuos o que generen pocos. En el caso de que sea imposible evitarlo,
siempre es posible intentar la reutilización, es decir, procurar utilizar el objeto o
producto en cuestión para otros fines, o darlo a otra persona para que continúe
dándole un uso. Si tampoco se puede hacer esto, aun tenemos la opción del recliclaje.
Y si no se pueden reciclar, podemos hacer que esos residuos o desechos tengan un uso
dándoles una valoración energética, es decir, que sirvan para generar energía
(principalmente quemándolos). Finalmente, si ninguna de estas opciones es posible, lo
único que podemos hacer con los residuos es echarlos al vertedero, donde
seguramente provoquen un daño al medio ambiente.
Como ya hemos dicho, el consumismo es una actividad que aumenta a la par que el
crecimiento económico, pero también está directamente relacionado con el aumento
de un sector concreto de la sociedad: la clase media, que son las personas que
consumen.
En el año 2000, en el mundo más de 1500 millones de personas pertenecían a la clase
media. En el 2012 ya eran 2000 millones, y en 2020 se espera que sean más de 3000
millones. Y 3000 millones de personas consumiendo y gastando son muchas personas.
Aun así, el problema actual del deterioro ambiental debido a factores antrópicos no se
justifica principalmente por el hecho de que el planeta esté superpoblado, sino por las
características de las sociedades que lo pueblan. Es decir, el problema no es tanto por
el ‘cuántos vivimos’, sino por ‘cómo vivimos’. En el Paleolítico podríamos haber
habitado el planeta 7.000 millones de personas, y no lo habríamos contaminado ni
perjudicado. Porque no importa tanto la cantidad como los modos de vida.
El modo de vida actual se basa en la competitividad y en el consumismo, dos hábitos
que no favorecen para nada la preservación del medio ambiente. Por un lado, la
competitividad hace que las empresas busquen enfermizamente la minimización de
costes, y para ello explotan de manera descontrolada e intensiva todos los recursos
naturales y ponen en marcha prácticas inmorales y poco cuidadosas con el entorno
natural. Por otro lado, el consumismo afecta a las personas, que llegan a sufrir
síntomas por la necesidad de comprar cosas. Algunos autores ya hablan de
hiperconsumismo en la sociedad occidental actual. Y como hemos dicho, el
consumismo provoca grandes cantidades de residuos (y por tanto, contaminación) en
el medio ambiente.
El crecimiento, la competitividad y el consumismo son tres actividades que
caracterizan el modo de desarrollo de cualquier región o país hoy en día. Son motores
del desarrollo económico, pero que al mismo tiempo hipotecan el desarrollo de
generaciones futuras contaminando y dañando gravemente el medio en el que
vivimos. ¿Será posible mantener los niveles de crecimiento del consumo durante
muchos años?
El modelo productivoDirectamente relacionado con el consumo en masa y el consumismo, el modelo de
producción actual se basa, precisamente, en una producción masiva. Pues el consumo
en masa se mantiene únicamente gracias a una producción en masa.
Así como el problema no es el consumo, sino el consumismo, en el caso de la
producción el problema no es el hecho de producir bienes. Durante toda la Historia de
la Humanidad se han dado procesos de producción, indispensables para la vida
humana. El problema surge con la producción en masa.
La producción en masa surgió a principios del S.XX de la mano de Frederick Taylor y
Henry Ford, tal y como hemos apuntado en el anterior apartado. Consiste en la
obtención de grandes cantidades de productos exactamente iguales y de forma
continuada. Es decir: producir mucha cantidad y de forma continua.
La cadena productiva es el conjunto de operaciones necesarias para llevar a cabo la
producción de un bien o servicio, que ocurren de forma planificada, y producen un
cambio o transformación de materiales u objetos.
Pero el proceso de producción no sólo transforma las materias primas o los recursos,
sino también el medio ambiente, pues entra en contacto con él de dos formas:
extrayendo recursos del medio para producir bienes y generando residuos que se
depositan en el medio para su desecho.
La producción en masa implica procesos muy agresivos de extracción y de explotación
de recursos naturales. Estos procesos afectan de manera muy preocupante al medio
ambiente. Y, además, el proceso de producción genera residuos, que son desechados y
contaminan el medio. Esto no sería tan preocupante si no viviéramos con un ritmo de
producción vertiginoso.
Algunos datos de producción nos dan una idea de las magnitudes que ha alcanzado
este proceso. En 2013 se pusieron a la venta más de mil millones de smartphones en
todo el mundo. En 2012 se fabricaron 84 millones de automóviles. En 2012 se
produjeron 1500 millones de toneladas métricas de acero. El ritmo de construcción de
casas en Estados Unidos aumentó casi un 30% en Noviembre de 2013, alcanzando el
ritmo anual de 1,1 millones de viviendas.
Pero la generación de residuos y la contaminación no tienen únicamente que ver con la
producción en masa, pues esos procesos de producción sólo son posibles gracias a la
energía.
El modelo energéticoCualquier sistema se mantiene con el suministro de energía. Para sostener y hacer
posible los ritmos de producción y consumo actuales, hoy en día nos apoyamos en las
diferentes fuentes de energía que disponemos. El crecimiento económico y el aumento
de la producción y del consumo han ido acompañados por un inevitable aumento de la
demanda energética.
Hoy en día nos abastecemos principalmente de petróleo, carbón y gas. Fuentes de
energía no renovables, es decir, limitadas sobre la Tierra. Algún día (no muy lejano) se
acabarán agotando. Aunque el modelo económico actual, centrado en los beneficios,
no se preocupa por el largo plazo y sigue consumiendo petróleo por encima de sus
posibilidades, lo cierto es que poco a poco otras fuentes de energías alternativas y
renovables se van haciendo un hueco en el suministro de energía, como la biomasa, la
solar, la eólica o los biocombustibles.
El petróleo supone un 37% de toda la energía consumida en el mundo. Uno de sus
principales peligros para la conservación del medio ambiente es la posibilidad de
accidentes en los grandes petroleros que cargan con este preciado combustible y que,
de vez en cuando, se hunden en los océanos y mares generando pérdidas ecológicas
irreparables. El carbón, que genera el 25% de la energía consumida en el planeta,
también precisa de una extracción que daña al medio, pues hay que explotar minas e
importantes superficies de tierra para encontrarlo. El gas natural, que supone el 23%
de la energía consumida en el mundo, tiene una complicada extracción que produce la
emisión de gases de efecto invernadero, que contribuyen al calentamiento global del
planeta. Estas tres son fuentes de energía con graves peligros y daños
medioambientales, y son precisamente las que más consumimos.
Existen otras, como la biomasa, que generan mucho menos daño ecológico. Este tipo
de energía, basada en la biomasa de la madera, residuos agrícolas y estiércol, continúa
siendo una fuente principal de energía en países poco industrializados. La energía
hidroeléctrica también es limpia en cuanto a su generación y emisión de residuos, así
como la eólica o la solar, pero producen rechazo por los daños visuales y
medioambientales que producen la construcción de presas o parques eólicos.
Finalmente los biocombustibles parecen tener mucho futuro, pues son limpios y se
pueden “cosechar”. Es decir, podemos cultivar energía, en cierto modo. La principal
crítica a este tipo de energía es que podemos llegar a sustituir las extensiones de
cosechas para la alimentación de la población por cosechas para la alimentación de
nuestros coches. El beneficio a toda costa.
Crecimiento infinito en un planeta finitoSegún los economistas, un país necesita un crecimiento económico de entre el 1% y el
2% para crear empleo. Este crecimiento hace referencia, entre otras cosas, al aumento
de la producción de bienes y servicios y al aumento del consumo de energía que un
país tiene cada año. Es decir, crecer económicamente significa producir más cada año
y consumir más cada año que pasa.
Todos queremos tener un trabajo. Ante nuestras peticiones el sistema nos responde
que, para generar empleo, un país debe crecer. Así pues, el crecimiento económico ya
no sólo es aceptado por la mayoría, sino alabado y muy esperado.
La pregunta que es: ¿se puede crecer continuamente? ¿podemos producir cada año
más bienes y servicios? ¿podemos consumir cada año más energía? ¿es sostenible en
el tiempo este modelo de crecimiento económico? Parece ser que sí, ya que el
crecimiento económico es el mantra que repiten una y otra vez los líderes mundiales y
los grandes empresarios: hay que crecer, hay que ser más competitivos, hay que
producir más, consumir es signo de desarrollo socioeconómico…
En este sistema actual, basado en el crecimiento continuo, los economistas parecen no
haberse dado cuenta de que vivimos en un planeta finito. Un planeta que no podrá
darnos madera continuamente, un planeta del que no podremos extraer minerales al
ritmo que queramos, un planeta que acabará saturado de vertederos. Un planeta, en
definitiva, que no está preparado para cubrir las necesidades que nos hemos creado
para vivir felizmente.
Muchas veces se nos dice que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades
económicas, pero realmente estamos viviendo por encima de las posibilidades
ecológicas.
Basándonos en un crecimiento infinito no sólo estamos agotando importantes recursos
naturales ni generando la proliferación de impactos ambientales, sino también
propiciando perturbaciones financieras, causadas por la incapacidad de nuestros
sistemas monetarios, bancarios y de inversiones para ajustarse tanto a la escasez de
recursos como al aumento de los costos ambientales. Es decir: el crecimiento infinito
no sólo es insoportable por la Tierra, sino también por el propio sistema económico.
¿Crecimiento económico que favorece al medio ambiente?Un interesante planteamiento sobre la relación entre crecimiento económico y medio
ambiente viene de la mano de Simon Kuznets, Premio Nobel de Economía en 1971.
A partir de las hipótesis de este autor se ha desarrollado la teoría de la Curva
Ambiental de Kuznets, que viene a representar cómo afecta el crecimiento de la
economía al medio ambiente. Según esta teoría la relación entre estas dos variables
dibuja una ‘U invertida’, de forma que, conforme aumenta el crecimiento, la
degradación ambiental aumenta sólo hasta cierto punto, a partir del cual comienza a
disminuir. Es decir, llegado un momento de desarrollo económico, éste ya no afecta
negativamente al medio ambiente.
Según los autores que apoyan esta teoría, el crecimiento económico no es una
amenaza para el medio ambiente en el largo plazo, sino el requisito para mejorar su
calidad.
El desplazamiento que se hace desde el sector industrial al sector terciario en las
economías desarrolladas es sinónimo de una menor emisión de contaminantes, puesto
que las actividades por excelencia intensivas en consumo de energía y emisiones
tóxicas son las industriales.
Los países tienden a usar menos materiales gracias al desarrollo económico, pero ésto
sólo se puede observar hoy en día en los más desarrollados. Por ejemplo Holanda o
Dinamarca sí que muestran la curva ambiental de Kuznets en su progreso
socioeconómico: hoy son más ricos y contaminan menos que ayer. Pero son casos muy
concretos y aislados como para aplaudir el modelo de desarrollo.
El planeta Tierra es un sistema, compuesto por varios elementos, y no podemos
analizarlo dejando a un lado parte del problema: no todos los países tienen el nivel
socioeconómico de Dinamarca. Mientras los daneses disfrutan de un progreso técnico y
de un aire limpio, cientos de millones de chinos se suben al carro del desarrollo y, con
ellos, aumenta la contaminación y el daño al medio ambiente global.
Debemos recordar que la mundialización ha hecho que vivamos en una auténtica Aldea
Global, donde todos somos vecinos. Las emisiones de unos países nos contaminan a
todos.
Además el modelo de Kuznets parece olvidar otra realidad: en un mundo globalizado, si
hay países que pueden disfrutar de un desarrollo no perjudicial para el medio es
porque los procesos de producción se han trasladado a otros países, que son los que
sufren las peores consecuencias del modelo de crecimiento actual. Es decir, que en
Holanda no haya fábricas contaminantes no quiere decir que hayan desaparecido:
ahora están en la India.
Debido a esta realidad, apoyada en procesos como la deslocalización empresarial,
muchas veces da la sensación de que los países menos desarrollados son los que más
contaminan.
Pobreza y degradación del medio ambienteNormalmente tendemos a relacionar la degradación del medio ambiente con la
pobreza. Las imágenes de ciudades como Lagos, Kinshasa, Manila o Bombay nos
muestran grandes extensiones de asentamientos informales, barriadas de slums, zonas
industriales humeantes y contaminación de todo tipo: en el aire, en el agua y en la
tierra. Son grandes ciudades de países subdesarrollados o en proceso de desarrollo que
se han visto afectadas por el crecimiento económico, y que se caracterizan por ser
hipertrofias urbanas, mal gestionadas y muy contaminadas.
Cuando relacionamos la degradación del medio ambiente con la pobreza estamos
cayendo en una contradicción de fondo: la pobreza, por definición, no es nada
contaminante ni degradante. Una situación de pobreza no puede degradar el medio,
pues la pobreza es la falta de medios para sobrevivir y la escasez de recursos. Un
pobre no contamina. No realiza ninguna actividad contaminante. Es pobre.
La contaminación procede de la actividad económica, de la presencia de la economía
en el espacio. El espacio ocupado por gente pobre apenas tiene economía, en cambio
en los territorios habitados por gente rica prolifera la actividad económica. Así pues, la
degradación del medio ambiente la realizan los ricos.
Lo que ocurre es que, en un contexto de globalización económica, las actividades
económicas propias de los espacios ricos y desarrollados se trasladan a los espacios
periféricos y más pobres, de forma que la contaminación y la degradación del medio
tiene lugar en estos territorios históricamente pobres. El concepto de “aldea global”
sirve para comprender cómo, en un mundo globalizado, todos vivimos en el mismo
hogar. Las actividades de unos afectan a los demás, y nadie vive aislado del resto. Esta
realidad sirve para contestar el positivismo del Modelo de Kuznets, que parece olvidar
que todos vivimos en la misma casa, que es el planeta Tierra.
En este sentido, dejando claro que el pobre no contamina (porque no tiene nada con lo
que degradar el medio ambiente), cabe preguntarse por qué es en los espacios menos
desarrollados y más pobres donde más contaminación ambiental observamos. Esto
ocurre por una razón muy sencilla. Simplificado al máximo podríamos decir: El pobre
no contamina, contamina el rico. El rico contamina en el país del pobre.
Si no viviéramos en un mundo globalizado económicamente, las regiones pobres serían
las menos contaminantes. En cambio, debido a los procesos de deslocalización y de
subcontratación empresarial, las actividades industriales más contaminantes se han
trasladado a los espacios menos desarrollados. Los países ricos no contaminan tanto
como los pobres, pero es debido a que se valen de éstos últimos para realizar las
actividades de producción industrial.
Modelos alternativosAnte esta realidad que nos ha tocado vivir, con un sistema económico que se basa el
crecimiento en la explotación incontrolada de los recursos y la producción que
contamina el medio ambiente, debemos preguntarnos: ¿es necesario el crecimiento
económico?
Existen otros modelos económicos que no tienen como objetivo principal el
crecimiento, lo cual no quiere decir que no persigan el desarrollo. Por ejemplo, la
economía del bien común antepone otros valores a los económicos. Esta propuesta
económica se basa en una serie de principios básicos que representan valores
humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y
generosidad, entre otros. Para los defensores de la economía del bien común, aquellas
empresas que se guíen por esos principios y cumplan esos valores deben obtener
ventajas legales que les permitan sobrevivir, frente a los tradicionales valores del lucro
y la competencia.
En la economía actual, el éxito se mide con indicadores monetarios como el producto
interior bruto o los beneficios, valores que no tienen en cuenta a los seres humanos ni
al medio en el que vivimos. Son indicadores que no muestran si se respetan los
derechos humanos, si existen dictaduras o si hay guerras. Que una empresa tenga
beneficios no nos indica nada sobre las condiciones laborales de sus trabajadores ni
sobre lo que produce o cómo lo produce.
Para ello, el balance del bien común mide cómo es realmente una empresa: la dignidad
humana de sus trabajadores, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad
ecológica, la democracia con todos sus clientes y proveedores, si la empresa promueve
la esclavitud infantil, si hay desigualdades entre hombres y mujeres… etc.
El objetivo de la economía del bien común es analizar estas variables sociales y dejar
de utilizar variables económicas. El objetivo no es el crecimiento económico, sino el
crecimiento justo. Finalmente, la evaluación de las empresas permitirá al consumidor
escoger entre los productos que prefiera comprar.
Por otro lado, encontramos un interesante modelo que se basa en la Teoría del
Decrecimiento. El modelo de decrecimiento es partidario de una disminución regular
controlada de la producción económica, con el objetivo de establecer una nueva
relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Rechaza el objetivo de
crecimiento económico neoliberal y el productivismo. Los partidarios del decrecimiento
proponen una disminución del consumo y la producción controlada y racional,
permitiendo respetar el clima, los ecosistemas y a los propios seres humanos. Esto se
conseguiría aplicando una serie de principios más adecuados a una situación de
recursos limitados: escala reducida, relocalización, eficiencia, cooperación,
autoproducción, intercambio, durabilidad… etc.
Aunque el término ‘decrecimiento’ puede sonar negativo, lo cierto es que el
crecimiento no siempre es bueno. Como hemos dicho, vivimos en un planeta de
recursos finitos, y no podemos mantener el crecimiento indefinidamente. En realidad,
es una obviedad que necesitamos cambiar de modelo. Nadie niega que es imposible
seguir con el modelo actual. A la larga destruiremos el medio. Y lo sabemos. Quizás no
queramos aceptarlo o prefiramos traspasar el problema a generaciones futuras. Pero el
momento llegará.
Por ello superar el modelo económico es cuestión de tiempo. Si queremos darnos prisa
hay que empezar a valorar seriamente las alternativas que se presentan. Tanto las
teorías de decrecimiento como la casi utópica Economía del Bien Común parecen ir
creciendo en adeptos poco a poco. No son propuestas alocadas, son modelos
alternativos que merecen ser escuchados.
Aun así, un cambio en el modelo de crecimiento económico no ha de ser buscado
únicamente en las fábricas o en los despachos. El cambio tiene que ser mucho más
profundo, y ha de afectar al interior de la conciencia de cada persona
Introducción Las relaciones entre medio ambiente, energía y economía se han puesto de presente en los últimos años como consecuencia de los procesos de desarrollo económico, las crisis energéticas y ambientales y las críticas a
los presupuestos epistemológicos de las distintas ciencias y los cambios que éstas están efectuando. En este corto y esquemático documento, se pretende mostrar los principios que tradicionalmente han sustentado estas relaciones así como mostrar que la Ciencia Económica aún no ha adaptado su marco teórico para tener en cuenta los cuestionamientos que en la actualidad se le hacen; por último, se sugieren algunos cambios que valdría la pena se suscitasen en el marco teórico de la Economía para detener las consecuencias que las relaciones vigentes han tenido en la práctica. I. Relaciones Medio Ambiente-Economía: Principios Básicos Las relaciones entre los entornos naturales y las actividades económicas y la forma como la Economía, en tanto disciplina científica, ha discernido estas relaciones se basan en tres pilares fundamentales, a saber: las leyes de la termodinámica y sus repercusiones sobre la noción de progreso, las funciones que desempeñan los recursos naturales en el proceso económico y la visión de este último con respecto a los fundamentos anteriores. A. Energía y Progreso La energía es la capacidad de efectuar cambios de cualquier índole (e.g., naturales, tecnológicos); en ese sentido, ella interviene en todo proceso de transformación material, incluyendo la producción de bienes y servicios. La energía se almacena tanto en la materia (por ejemplo, combustibles fósiles, biomasa) como en campos de fuerza (electricidad, trabajo animal y humano) y, desde el punto de vista cualitativo, existe en dos estados:- Energía disponible o libre, que posee una estructura ordenada y que el hombre puede transformar casi por completo, y- Energía confinada o no disponible, que está desorganizada, dispersada caóticamente, y que el hombre jamás podrá transformar. Teniendo en cuenta estos elementos, se pueden enunciar los dos principios fundamentales de la termodinámica, los cuales rigen todas las transformaciones energéticas y materiales que tienen lugar en el Universo.
El primer principio, o ley de la conservación de la energía, estipula que la energía y la materia no se pueden crear ni destruir a lo largo de los diferentes procesos, sino que son transformadas en sus diversas manifestaciones. Por su parte, el segundo principio, o ley de la entropía, plantea que ésta es decir, la cantidad de energía no disponible en un sistema aislado acusa incrementos continuos, de modo que el orden de dicho sistema se transforma progresivamente en desorden. Así las cosas, la energía y la materia están sujetas a una ley de conservación, pero también a una ley que contempla su degradación cualitativa e irreversible, de ahí que se diga que “nada pasa en el mundo sin transformación de energía y sin producción de entropía” (Kümmel, 2001, p. 410). Sin embargo, desde el punto de vista epistemológico y de la praxis científica, las posibilidades ilimitadas de transformación derivadas de la primera ley de la termodinámica constituyen el principal cimiento de la noción de progreso a cuyo propósito se han encaminado los desarrollos de diversas ciencias, entre las que se incluye la Economía. Dichas ciencias enarbolan el paradigma mecanicista, que tiene como una de sus bases la ley de la conservación de la materia y la energía, echando a un lado el principio de entropía y, en consecuencia, desconociendo las limitaciones que éste impone sobre el progreso al que pretenden coadyuvar. B. Funciones de los Entornos Naturales Desde una perspectiva económica, los entornos naturales tienen cuatro funciones: en primer lugar, proveen insumos al sistema productivo; en segundo lugar, actúan como sumidero para los residuos resultantes de las actividades de producción y consumo; en tercer lugar, constituyen el soporte de la vida (al facilitar fenómenos como la estabilidad ecosistémica y climática) y, por último, suministran servicios de “amenidad”, esto es, de esparcimiento y deleite. No obstante, es importante tener en cuenta que la capacidad del ambiente natural para desempeñar ambas funciones es finita. Tal finitud
se relaciona con el nivel en que las actividades humanas lo afectan de modo irremediable. Así, por una parte, la disponibilidad de recursos naturales depende del ritmo de utilización y explotación que se haga de los mismos (excepto en el caso de los recursos no-renovables) en comparación con sus tasas de regeneramiento natural; por otra, si la generación y vertimiento de residuos es tal que se altera la capacidad del medio ambiente para asimilarlos, la absorción de residuos se deteriora (Pearce y Turner, 1995, cap. 3). C. Visiones del Sistema Económico La teoría económica dominante no considera de manera explícita los recursos naturales y energéticos porque no ha incorporado en su marco analítico las funciones que estos recursos desempeñan en la estructura y operación del sistema económico. Para entender esto, es pertinente contemplar la visión de las actividades económicas que subyace al análisis de la ciencia económica. La Economía considera el proceso económico como un flujo circular aislado del medio físico (es decir, en el que no hay entradas ni salidas de materia y energía) en el que las empresas y las familias intercambian bienes/servicios y dinero, tal como se representa en el Gráfico 1.
Gráfico 1. Visión de la economía del sistema económico
Sin embargo, esta visión no considera que los bienes y servicios intercambiados en los mercados son producidos en el ámbito material obedeciendo a las leyes de la física (especialmente las leyes de la termodinámica), la química y la biología; de hecho, la mayoría de las teorías y modelos de la producción y el crecimiento económico tienden a ignorar estos principios biofísicos (Hall et al., 2001). Si tales leyes fuesen consideradas, la visión pre-analítica del sistema económico semejaría el Gráfico 2.
Gráfico 2. Visión biofísica del sistema económico
De acuerdo con esta visión, el sistema económico es un subsistema encajado dentro de un ecosistema más amplio y está sujeto al irreversible flujo entrópico de energía y materiales inherente a los procesos de absorción de recursos y excreción de residuos que caracterizan a las actividades constituyentes del proceso económico (producción y consumo). II. La concepción económica del entorno natural La visión pre-analítica del proceso económico mencionada anteriormente refleja la concepción que la Economía tiene de su objeto de estudio, a saber, el intercambio mercantil. En dicha concepción, la noción de escasez desempeña un papel crucial, como lo pone de presente la definición de Lionel Robbins de la Economía, que es hoy en día la más aceptada:
La Economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación[1].
Tal como puede observarse, la escasez y la actitud humana frente a ella es vista como una relación entre fines y medios limitados susceptibles de diferente utilización. De acuerdo con ello, y teniendo en cuenta la consideración tradicional de que los recursos naturales son “abundantes”, los economistas han argumentado que estos últimos no son importantes para la Economía y, por ende, les asignan un bajo valor monetario. Así, citando de nuevo a Robbins,
En el mundo exterior existen cosas tan relativamente abundantes que el uso de unas cuantas unidades para un fin no supone renunciar a otras unidades para otro. El aire que respiramos es un ejemplo de esos bienes ´gratuitos´[2].
Con base en estas consideraciones, se ha liderado desde la Economía y otras ciencias exactas y aplicadas una acelerada transformación socio-económica estrechamente ligada a la capacidad del género humano de controlar y utilizar los recursos naturales y energéticos disponibles (renovables y no renovables) con fines productivos y consuntivos. Esta acelerada transformación, con la entropía resultante de la misma y habiendo rebasado los límites de algunas funciones de los entornos naturales, conduce a las diversas formas de contaminación ambiental que hoy se presencian, al igual que a las crisis energéticas y de abastecimiento (por ejemplo, la inseguridad alimentaria) que aquejan a algunos países y que ponen en vilo el mantenimiento futuro de la vida humana. Es así como la “crisis” ambiental le ha exigido a la ciencia económica sobre la cual, en parte, se sustentó el progreso que llevó a aquélla ofrezca respuestas mediante la incorporación de los recursos naturales en su marco teórico. Al respecto, cabe observar que esta exigencia se corresponde con el viraje en la atención de todas las ciencias, tanto naturales como sociales, desde la creación de tecnología y la mayor disponibilidad de objetos materiales hacia la supervivencia de la especie humana. De este modo, la Economía empieza a preocuparse por los recursos naturales tan pronto se le exigen respuestas a la crisis ambiental mencionada y en tanto observa que tales recursos pueden llegar a constituir una restricción al crecimiento económico sostenido. A partir de ese momento, la ciencia económica empieza a considerar los recursos
naturales como bienes económicos, en vista de las limitaciones que las acciones humanas han provocado sobre su disponibilidad y calidad. Como consecuencia de lo anterior, surge la Economía Ambiental, una división de la Economía que intenta extender el radio de acción del instrumental teórico convencional para ocuparse del medio ambiente y sus funciones. Esta disciplina se subdivide a su vez en Economía de los Recursos Naturales y Economía de las Externalidades (o Economía Ambiental propiamente dicha), en concordancia con las funciones económicas de los entornos naturales (Sollner, 1999, pp. 103-104). Así, de un lado, la Economía abarca los efectos de las emisiones contaminantes bajo el término “externalidades” o “costos externos” en la medida que estos no son asumidos por quienes los provocaron, sino por terceros que los sufren, constituyendo por lo tanto fallas o imperfecciones del sistema de mercado. En consecuencia, la Economía de las Externalidades discute las diferentes maneras en que éstas pueden reducirse a valores monetarios. Al respecto, las alternativas teóricas las proveen los economistas Pigou y Coase. Para el primero, se deben intentar “corregir” las imperfecciones del mercado evaluando los “costos sociales” e imputándoselos a los “costos privados” de las empresas mediante impuestos. Por su parte, Coase postula la realización de ajustes en el marco institucional (en concreto, una mejor definición de los derechos de propiedad) como condición para que el mercado “internalice” las externalidades negativas (Naredo, 1987, pp. 66-67). De otro lado, la Economía de los Recursos Naturales introduce el criterio de Gray-Hotelling para fijar los precios “eficientes” del consumo de los recursos naturales, renovables o no, introduciendo hipótesis relativas a las preferencias de las diversas generaciones que se reflejan en una tasa de descuento intertemporal (Martínez-Alier, 1999, p. 24; Posada Londoño, 1997, pp. 41-44). Como se ve, la Economía Ambiental, al incorporar el entorno natural en su marco teórico, lo ha considerado un problema de asignación de recursos (escasos), propugnando por su valoración monetaria e ignorando las particularidades que entraña la gestión de los recursos naturales y el medio ambiente, en las que el conocimiento de la segunda ley de la termodinámica resulta crucial. En efecto, la noción económica de escasez contrasta con aquella implícita en la segunda ley de la termodinámica, que postula una irreversible degradación de la materia y la energía como consecuencia de su transformación durante el proceso económico de un estado de baja entropía (alta disponibilidad y orden) a uno no disponible de alta entropía
(Georgescu-Roegen, 1988, p. 853; Cleveland y Ruth, 1999). Este contraste pone de manifiesto que la Economía continúa concibiendo el proceso económico como un proceso completamente aislado de las realidades biofísicas en las cuales éste se inscribe. III. La necesidad de una nueva mirada El análisis de las relaciones entre el medio ambiente, la energía y la Economía señalado anteriormente se corresponde con las críticas hechas en los últimos años al paradigma económico dominante por su ausencia de interdisciplinariedad, su concepción del sistema económico como un sistema aislado del medio físico y su interés en el progreso y el bienestar material de los individuos (Gómez G., 2001; Martínez-Alier, 1999). La visión del sistema económico como un flujo circular evidencia el carácter mecanicista de la economía convencional toda vez que ésta, al centrar su preocupación en el intercambio de bienes y servicios por valores monetarios, enfoca su estudio hacia fenómenos reversibles, los cuales divergen profundamente de la naturaleza entrópica de las actividades de producción y consumo que sustentan el proceso económico y que se refleja en la crisis ambiental. El hecho de que la economía convencional hubiese dejado por fuera de su marco analítico durante tanto tiempo los recursos naturales se refleja en la priorización que ella hace de los valores monetarios, así como en el fomento del uso intensivo de los recursos naturales –mediante el argumento según el cual estos son “bienes libres”– que ha redundado en su creciente deterioro y falta de disponibilidad. No obstante, estos cuestionamientos no suscitan aún un viraje suficientemente significativo en la Economía, que lleve a una reconsideración del entorno natural en el cual se insertan los fenómenos objeto de su estudio. En ese sentido, es de subrayar que la forma como esta disciplina ha abordado los problemas asociados al agotamiento de los recursos naturales y la contaminación ambiental revelan el predominio de la preocupación por conservar y extender el radio de acción de los enfoques convencionales, en vez de revisarlos con el fin de mejorar el tratamiento de estos asuntos. Al respecto, para que la Economía aborde adecuadamente los problemas energéticos y ambientales, se sugiere adoptar una nueva mirada que tome en cuenta las leyes de la termodinámica y, en particular, la ley de
entropía, que plantea que toda transformación material es irreversible y da lugar a la generación de desechos físicos y energía disipada. En tal sentido, se hace un llamado de atención acerca de la necesidad de elaborar teorías que den cuenta adecuadamente de lo que ocurre en los procesos de producción de bienes y servicios y que contemplen tanto los inputs(recursos naturales y factores productivos) como los outputs (productos y desechos) asociados a estos procesos. Asimismo, es importante tener en cuenta que los precios no son indicadores apropiados del valor de las funciones que desempeñan los ambientes naturales en el proceso económico[3]; por ello, se sugiere complementarlos con cuentas físicas de los recursos naturales y de los impactos que las actividades económicas ejercen sobre el medio ambiente. De esta manera, estos indicadores en su conjunto contribuirían efectivamente a orientar la gestión de la naturaleza y detener la ejecución de la parábola del hijo pródigo que, en su versión posmoderna, plantea que:
el hombre coge su parte de la herencia (recursos energéticos y materiales), la malbarata, la agota y, al final, sólo le queda una salvación ´de fuera´[4].