Post on 09-Mar-2016
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DE CORAZÓN
A CORAZÓN
JUAN PABLO FILIPPINI
DE CORAZÓN
A CORAZÓN
EDITORIAL DUNKEN
Buenos Aires
2013
Contenido y corrección: Juan Pablo Filippini
Colaboradora: Lucila Domínguez Imagen de portada: Leandro Parodi Impreso por Editorial Dunken Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital
Federal Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300 E-mail: info@dunken.com.ar
Página web: www.dunken.com.ar Hecho el depósito que prevé la ley 11. 723
Impreso en la Argentina © 2013 Juan Pablo Filippini e-mail: corazondespertate@gmail.com
blog: corazondespertate.blogspot.com.ar https://www.facebook.com/corazondespertate
ISBN en trámite
A mi esencia y a la esencia de
cada uno. Para que salga victoriosa sobre
todas las otras capas de nuestra
existencia.
ÍNDICE
Prólogo .................................................................. 11 Capítulo uno
Las piedras del poder ........................................... 17 Capítulo dos
Aprender a dar .................................................... 31 Capítulo tres
Siempre se puede sonreír ..................................... 51 Capítulo cuatro
Saltar al agua helada ............................................ 73 Capítulo cinco
Entender la metodología ...................................... 93 Capítulo seis
La vida es una obra de arte ................................. 111 Capítulo siete
Sentirse bendecido ............................................ 127 Capítulo ocho
Despertémonos ................................................. 143 Capítulo nueve
La felicidad ...................................................... 159 Capítulo diez
De corazón a corazón ........................................ 177
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PRÓLOGO
El aprendizaje se da en dos etapas. La primera etapa es cuando recibís el conocimiento.
Cuando tomas contacto con la sustancia. Este contacto
puede darse a través de las palabras de un maestro, a
través de la observación, a través de la experiencia, a
través de la meditación. Todas estas formas de contacto con el
conocimiento confluyen en un rasgo común que es la
inspiración. Para que la inspiración ocurra en una persona es muy
importante la manera en la cual uno recibe el
conocimiento.
Es muy importante para que ocurra la segunda etapa
del aprendizaje. La segunda etapa del aprendizaje se da
cuando el conocimiento ocurre dentro nuestro.
Si en la primera etapa no recibiste el conocimiento
de una forma directa, el conocimiento no solo que no
ocurre en vos, sino que se distorsiona y te confunde. Eso
sucede cuando recibís el conocimiento de una forma
distorcionada, sin claridad. Cuando recibís el
conocimiento de una forma difusa el conocimiento no
ocurre dentro nuestro. No hay inspiración. Entonces
podes recibir ese mismo cono-cimiento una y otra vez, y
nunca incorporarlo.
Tomás contacto con el conocimiento sin desarrollar
un aprendizaje. Este contacto con el conocimiento sin
aprendizaje puede atraparnos sin que nos demos cuenta. También puede darse que en la maduración de la
per-sona el conocimiento finalmente ocurra. Y de un
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momento a otro ese mismo conocimiento que durante
tanto tiempo estuvo dando vueltas, finalmente logró
inspirarnos. Finalmente ocurrió dentro nuestro.
Por otro lado, cuando el conocimiento se transmite
de una forma sutil, el aprendizaje es inmediato. El cono-
cimiento se transmite por un canal más directo y ocurre
instantáneamente. El aprendizaje es instantáneo. Tomás
contacto con el conocimiento al mismo tiempo que
ocurre en vos. Esta situación en la cual el conocimiento se recibe y
ocurre al mismo tiempo dentro tuyo, te lleva a la visión
correcta del conocimiento. Al crecimiento.
Entonces luego de esta pequeña introducción. Al leer
este libro te sugiero algunas tareas para hacer.
Toma contacto con las experiencias como si fueran
tus experiencias. Toma contacto con la sustancia.
Reconoce en mis experiencias tus propias experiencias.
Deja que mis experiencias ocurran dentro tuyo. Y al
mismo tiempo deja que tus propias experiencias ocurran
nuevamente dentro tuyo. Observa.
Date cuenta que el conocimiento ya está dentro. Observa tu vida.
Observa todo lo que hay en vos. Vivimos tantas
cosas y aprendimos tan poco de nuestras experiencias. Es
momento de despertarnos. De hacer una introspección
dentro nuestro. Que lo abarque todo. Y aprender de
nosotros mismos. Conocernos a fondo. Auto
reconocernos. Deja que el conocimiento ocurra en vos. Tenés que
despertar esa sabiduría que está dentro tuyo. La
naturaleza esconde tanta sabiduría adentro nuestro,
almacenamos tanto conocimiento.
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Simplemente lo habías olvidado. Lo hacemos todo el
tiempo. Vivimos experiencias increíbles. La vida nos da
grandes lecciones. Nosotros las atravesamos y las
olvidamos. Y en el proceso no aprendemos nada. Despertémosnos!
Incorporálo al libro con sinceridad. Y deja que te
transforme. Que la lectura de este libro sea un espacio
para observar con sinceridad nuestro interior. La
sinceridad es muy importante. Una vez que empezás a mirar hacia dentro tuyo te
encontrás con tanta abundancia. Te das cuenta todo lo
hay en vos. Que tu vida te da tantas lecciones. Que sos
muy sabio. Que estas lleno de energía. Que tu vida es una
obra de arte.
Vos sos el artista principal.
Este libro no fue escrito para puntualizar ideas. Sino
que fue escrito para que vos saques tus propias conclusio-
nes. Para que vos lo reflejes en tu propia individualidad.
Para que algo dentro tuyo se transforme. Es por eso que
prefiero comunicarme de corazón a corazón y no de inte-
lecto a intelecto. Este libro no fue escrito para conceptualizar ideas.
Sino que fue escrito para que te hagas preguntas. Para
que seas fiel a vos mismo. Para que te despiertes. Para
que busques tu propia verdad. No mi verdad, sino la tuya.
La que se esconde dentro tuyo.
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Abuelito, Esta es la hora de la paz y del amor, del amor y de
las gracias; porque somos afortunados en tener a
semejantes personas de ejemplo, como mi abuelo. Él me
dejó muchas cosas, y me las va a seguir dejando aunque
se haya ido fí-sicamente de este mundo, y seguramente
también les dejó muchas cosas a tantas otras personas.
Fue mi maestro en la paciencia, en la humildad y en el
humor. El abuelo Aníbal está en las historias, historias de
batallas y de próceres, o en las historias de travesuras con
sus compañeros de colegio, e historias de viajes con la
Cope. El abuelo es esa lectura de la historia, ese escuchar
y aprender, esa travesura y rapidez en el humor y en las
muecas. Para mí, el abuelo es entender que la verdad está
en el silencio, porque sólo en aquellas relaciones
verdaderas uno encuentra confortable al silencio. Con mi
abuelito, cuántas sobremesas compartí en un silencio
admirable, y cuánto llegué a valorar ese silencio, poco a
poco; qué especial me hizo sentir, y cuánta paciencia me
regaló desde chiquito. Abuelito, mi viejo, ahora te hablo a vos. Porque ya te
dejé ir. Te llevo adentro, pero te liberé abuelito, para que
partas y descanses en aquel lugar “re lindo” como dice mi
niño interior. Abuelito, cuán grabada a fuego tengo esa
imagen: tengo 12 años, tal vez, y estamos sentados en
una mesa del restaurant del Hotel Hermitage en Mar del
Plata. Es verano y estamos cenando, la abuela Cope, vos
y yo. Nos acabamos de sentar a la mesa cuando vemos
pasar a un mozo con una copa de frutillas con crema. El
postre se ve espectacular, realmente apetecible y la copa
es enorme.
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No puedo evitar notar tu mirada fija en las frutillas
mientras pasan. Y vos también notas que yo te observo;
nos miramos, entendemos, y nos reímos a carcajadas. No sabemos qué vamos a comer, pero ya está
definido el postre. Y esto pasó a ser objeto de nuestro
recuerdo por muchos años después: “¿te acordás de las frutillas con crema de Mar del Plata?”, solíamos recordar.
Eso tal vez me lo pueda olvidar algún día; pero la forma
en que le diste a la abuela la última frutilla, le acercaste la cuchara hasta la boca para que la comiera, eso no se
olvida.
Esa vez, y todas las veces, la última frutilla o cereza
era de Cope. ¿Qué más puedo decir?, punto y aparte, sin palabras. ¡Qué sentimiento que me inspiras abuelito!
Lo que escribo ahora, chicos y chicas, es para darles una manito, para que el abuelo pueda ir a ese lugar tan
lindo, que lo dejemos ir, así como se lo merece. Hermano
mío, libera al abuelo para que vaya a descansar con la paz
absoluta de vivir. Dejalo ir pero incorporalo a tu corazón. Agradecido estoy de que el abuelo Aníbal sea mi abuelo,
de tener ese ejemplo en la vida, de ser la prolongación de
ese ser, de ser esta familia. Es ahora el momento de abrir el corazón, de vivir con amor, de sincerarnos, de reír.
Agradecido estoy de tener este abuelo, y aquel que no sea
su nieto, también puede agradecer que haya gente así en
el mundo. El que sabe de sus ancestros, y el que no lo sabe, todos podemos continuar la línea del amor, y
sumarnos.
Ahora chicos, a vivir, a Vivir.
Te quiero abuelo
Gracias por tantos chistes,
H A F
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CAPÍTULO UNO LAS PIEDRAS DEL PODER
Siento que me desperté por primera vez en mi vida
cuando apenas tenía ocho años. Hasta entonces todo
había transcurrido sin sobresaltos. Pero una vez que te
despertás te cuesta volver a dormir. Porque no está en
nuestra natu-raleza estar continuamente durmiendo. Sino
que perma-nentemente hay algo dentro nuestro que
quiere despertar. Despertar y ver nuestra realidad de otra
manera.
Nací una mañana del veinte de noviembre de 1991
en un sanatorio de la ciudad de Tandil, una pequeña
localidad al sur de la provincia de Buenos Aires,
Argentina. Una hermosa ciudad de sierras, lagos,
cascadas, cultivos, tra-diciones y religión.
Desde el mismísimo momento en que nací empecé a
cambiar las cosas que me rodeaban. E incluso algunas
cosas cambiaron desde antes de haber nacido. Tal es así
que mi familia decidió mudarse de la casa en la que
estaban viviendo para darme una cómoda bienvenida. Nuestra nueva casa tenía todo lo que un niño podía
pedir. Escaleras, un patio con árboles y plantas, una te-
rraza, un garaje donde jugar al fútbol, cosas para romper
y muchos juguetes. Mis padres siempre cuentan que lo
primero que instalaron en la nueva casa fue la alfombra
de juegos y mi cuna. La alfombra de juegos en el living,
al lado del cajón de los juguetes. Se trataba de una alfombra de colores, de forma rec-
tangular. Generalmente se transformaba en un campo de
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batalla cuando nos sentábamos a jugar al “bien” contra el
“mal”. Aunque en otras ocasiones se transformaba en un campo intergaláctico. Durante muchos años estuvo esa
alfombra ahí. Y arriba de esa alfombra transcurrieron muchísimas horas de concentración y felicidad. Años
más tarde mis padres me explicaron que la alfombra era fundamental, porque no había forma de que lograran que
no nos quitáramos los zapatos para jugar. Les daba impresión porque el piso de mosaicos del living estaba
siempre muy frío. Mi papá nos advertía que caminar descalzos te daba
dolor de garganta. Pero no había forma de que obedecié-
ramos. Lo primero que hacíamos para jugar al fútbol en el garaje era sacarnos las zapatillas. Para nosotros
caminar descalzos era nuestra libertad. Y en todo caso te podía causar dolor cuando te golpeabas el dedo chiquito
del pie contra alguna silla o pared. El jardín que cultivó mi madre en el patio de la
nueva casa era el jardín con más amor que conocí en mi vida. Rosas amarillas, blancas, rojas. Jazmines y todo
tipo de arbustos. Salías al patio y podías sentir todo tipo
de fragancias. Tantos perfumes y tantos colores. Siempre había aves revoloteando por los árboles. Y cuando
empezaba a asomar la primavera, el jardín se llenaba de
mariposas y de colibríes. Siempre me imaginé que el jardín de Edén no podía ser muy diferente al jardín que
teníamos en el patio de casa. Había cierto aire de
divinidad en el ambiente. Siempre que sugeríamos una actividad que suponía
un riesgo de romper algo, nos mandaban a jugar afuera.
El patio era ideal para jugar a las escondidas. En el fondo
y a los costados del patio había hileras de densos
arbustos. Uno al lado del otro.
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Escondites por doquier. Incluso podías pasarte a lo del
vecino por la medianera si podías saltar bien alto y te
esforzabas en escalar. También podías pasarte si alguien
te hacía piecito y te apalancaba para arriba. Pasarse a lo de los vecinos era el “escondite
supremo”. Según el día decidíamos de ante mano si se
podía utilizar el escondite supremo o no. La decisión
dependía en gran parte de si nuestros padres estaban en la
casa o no. También dependía de si los vecinos tenían su
perro suelto o no. Entre la familia había una unanimidad absoluta sobre
cuál era el árbol del jardín favorito de todos. Era un
aromo amarrillo gigante. Un árbol que estaba en el centro
del patio. De flores de un amarillo intenso y un perfume
fragante de una suavidad que te envolvía. Cuando llegaba
el verano el patio brillaba. Era como tener un sol entre los
arbustos. Un día el aromo se cayó con una fuerte tormenta.
Tratamos de revivirlo pero nada funcionó. El tronco
principal se había quebrado casi en su totalidad. Lo
dejamos ahí en el centro del patio hasta que todas sus
ramas se secaron y dejó de emitir su perfume. Siempre
supe que algún día volverían a plantar un aromo en su
lugar. Un aromo de dulce perfume, como había sido toda
mi infancia. En lo que respecta a mi familia soy el menor de
cuatro hermanos varones. José es el mayor, es diez años
mayor que yo. Después sigue Federico, que es dos años
más joven que José. Y después sigue Andrés que es tres
años mayor que yo. Nuestros padres José y Cecilia son la
razón de nuestra existencia. Sin ellos nada de esta historia
hubiera transcurrido. Ellos nos dieron la vida. Es el
primer agradecimiento que se me venía a la mente cada
vez que me sentía feliz de estar con vida cualquiera fuese
la circunstancia.
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Si no hubiera sido por ellos no habría tantas páginas
por llenar. Literalmente.
Despertarme.
Fueron ocho años los que trascurrieron desde mi na-
cimiento hasta el primer sacudón de mi vida. Hasta
entonces pasaron muchas cosas. Pero ninguna de la
intensidad suficiente como para que mi vida cambiara por
completo. Yo tenía ocho años y habían llegado las vacaciones
de verano. Las clases habían terminado para todos. Nos
esperaba el verano. La pileta, el club, el sol y el viaje de
vacaciones familiar. Todos los hermanos nos volvíamos a ver las caras to-
dos los días. Algo que hasta entonces solo ocurría los
fines de semana. Se contagiaba un espíritu de
camaradería para hacer frente a las nuevas obligaciones
que nos requerían en la casa. Todos coordinábamos para
terminar las tareas del hogar lo antes posible, sin recibir
tareas adicionales. Eso era toda una hazaña. Requería una
logística que solo podía desarrollarse con un fuerte
trabajo en equipo. Y nosotros éramos el mejor equipo de
todos los tiempos. Todos los años elegíamos un destino de vacaciones
diferente. Ese año con mi familia decidimos tomarnos
una semana de vacaciones en la playa. A mi madre
siempre le gustó ir a la playa y bañarse en el mar. Podía
meterse al mar y pasar horas sumergida en el agua.
Cuando salía siempre alguno de nosotros la esperaba con
una toalla seca a la orilla del mar. Había veces que se
secaba en la orilla, nos devolvía la toalla y volvía a
sumergirse por un rato más. Solía decirnos que el agua de
mar lo curaba todo. Yo le creía mientras la observaba
flotar en el agua. Sin dolores, sin preocupaciones, sin
enfermedad. Y cada tanto me dejaba llevar por el impulso
de correr al lado de ella.
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DE CORAZÓN A CORAZÓN
Ese verano el lugar elegido para vacacionar fue Cha-
padmalal, una localidad costera muy próxima a nuestra
ciudad natal Tandil. Nos hospedamos en un condominio
que parecía una pequeña ciudadela. Todos los
apartamentos estaban uno al lado del otro. De techos de
tejas y paredes blancas. Había plazas y juegos por todos
lados. Columpios, canchas de fútbol y de básquet. Como
en la mayoría de los condominios, se formó un grupo de
chicos entre siete y trece años de edad que se reunía en la
puerta principal todos los días para realizar actividades
recreativas. Era parte del servicio del condominio. Mi
hermano Andy que tenía once años y yo nos unimos al
grupo apenas llegamos. En el grupo había chicos y chicas de todas las
edades. Muy pronto hicimos nuevos amigos.
Compartíamos dulces, juegos, fogatas. La cuestión era
simple: todos queríamos divertirnos y cuantos más
éramos mejor. El grupo tenía un adulto a cargo al que
llamábamos con cariño “Corcho”. El se encargaba de
organizar las expediciones, los juegos y las actividades
del grupo. Siempre estaba atento a que todos nos
estuviéramos divirtiendo. Una mañana muy temprano nos encontramos con
nuestro grupito de amigos, como todos los días a la
entrada del condominio. Corcho había programado una
excursión por arriba de los acantilados. Los acantilados era una formación rocosa que
bordeaba parte de la costa. La pared del acantilado media
por lo menos seis metros de alto. Ya la habíamos visto el
primer día al recorrer la ciudad con nuestra familia. La
playa se abría en toda su inmensidad hasta un punto en
donde empezaban los acantilados. La pared de roca se
erigía hacia la mitad de la playa por lo que una vez que
ingresabas en los acantilados la superficie de arena se
encontraba reducida a la mitad.
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JUAN PABLO FILIPPINI
Por este motivo es que nos advirtieron en el condominio
que para caminar por los acantilados había que conocer
muy bien los horarios de la marea. Yo escuchaba distante
la advertencia. Pero la duda se había sembrado en mi
cabeza. La duda y la curiosidad. Los acantilados eran muy sombríos. Desencajaban
del paisaje. A los pies del inmenso bloque de roca una
sombra magistral cubría la arena. Esa inmensa sombra
escondía los tesoros del mar que nadie había recogido de
la playa. Sabíamos que en los acantilados estaban las
piedras más preciosas de Chapadmalal y todo tipo de
caracoles. Nos resultaba muy misterioso porqué
permanecían ahí. Como si nadie los hubiera movido de su
lugar en años. Quizás era porque la gente evitaba circular
por debajo de los acantilados.
Quizás el mar los ponía ahí por algo.
Era una mañana muy tranquila. El viento salado nos
acariciaba la piel y el sol asomaba sobre nuestras
cabezas. Cuando ya todos estuvimos reunidos, Corcho
nos contó uno a uno e iniciamos la caminata. Todavía
había algunas caras soñolientas. Algunos bostezos.
Algunos bigotes de chocolate. Clara señal de un
desayuno a las apuradas. Caminamos por arriba de los acantilados como por
una hora. Cada tanto nos asomábamos al precipicio y
veíamos la playa. El mar apacible a lo lejos. Realmente
no habíamos hecho un tramo muy largo, porque
constantemente íbamos frenando para jugar con las
piedras, jugar a la mancha o simplemente jugar a ser fe-
lices, como cualquier niño. El cielo lentamente empezó a
cerrarse y se veían unas nubes asomando. Luego de hacer la última parada para tomar agua, el
grupo bajó los acantilados por una escalera serpenteante.
Escalones de piedra que te recuerdan lo antiguas que -
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pueden llegar a ser algunas ciudades y la cantidad de
historias que esconden en sus veredas. Todos corrieron a
la arena, se empujaban, se revolcaban y tocaban el mar.
Mientras tanto, Andi y yo nos dedicábamos a buscar
las “piedras del poder”.
Nuestro papá siempre nos hablaba de la magia de las
piedras del poder. Estas piedras solo se encontraban a los
pies del mar. Eran piedras verdes. A los ojos de un adulto
eran trozos de vidrio verde que con el tiempo, el mar
había suavizado y mineralizado sus bordes. Pero a los
ojos de un niño dejaban de ser pedazos de vidrio.
Simplemente eran piedras de la fuerza. Con
características increíbles. Las piedras del poder eran las
piedras más preciadas del planeta. Si mirabas al sol a través de una piedra del poder po-
días ver el futuro. Papá siempre nos contaba que aquel
que juntaba esas piedras del poder adquiría una energía
sobrehumana. Las piedras eran muy difíciles de encontrar
a decir verdad. Había que buscar mucho tiempo con
paciencia. Y cuando uno encontraba una piedra del poder
cualquier cosa era posible, se iba el sueño, el hambre y la
tristeza. Desde que habíamos llegado a Chapadmalal estába-
mos buscando las piedras del poder. Ya había pasado una
semana y todavía no habíamos logrado encontrar
ninguna. Con Andi estábamos empezando a
impacientarnos. Los acantilados eran nuestra mejor oportunidad, pero
tampoco queríamos alejarnos mucho del grupo. Dimos
vueltas y vueltas con la mirada atenta en el suelo. Remo-
víamos caracoles, arena, algas. Cada tanto
encontrábamos un montículo de rocas y nos
entusiasmábamos. Ya les habíamos contado a nuestros
nuevos amigos de las piedras del poder y de sus
propiedades sobrenaturales, aunque ellos nunca habían
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escuchado de estas parecían muy interesados en sus
poderes. Con Andi queríamos volver a casa con el trofeo
tan ansiado.
Corcho empezó a llamar a todos para juntarnos e
irnos cuando finalmente las encontramos. Estaban en un
costado. Vimos los destellos verdes llegando del brilloso colchón de arena. Sentí que el corazón me estallaba de
alegría. Cinco piedras del poder. Las juntamos en silencio
y con mucho cuidado. Implícitamente con una simple mi-rada acordamos que Andi las tenía que guardar, él era el
mayor y las piedras iban a estar más seguras en su poder.
Lentamente luego de haberles dado una última ojeada nos juntamos con el grupo en silencio. Andi cerró el puño
con fuerza y no volví a ver las piedras del poder hasta
mucho más adelante. No dijimos nada sobre el
extraordinario descubrimiento que acabábamos de hacer. Era nuestro secreto más sagrado.
El grupo estaba en ronda listo para emprender el re-
greso. En ese momento Corcho se dirigió al grupo y nos preguntó por dónde queríamos volver. Si por arriba de los
acantilados regresando por el mismo camino por el cual habíamos llegado o si queríamos volver por la costa.
Personalmente la pregunta me entró por un oído y me salió por el otro, toda mi atención estaba en las
piedras del poder y la valentía que nos iban a dar para poder hacer cosas increíbles. Quizás hasta podríamos volar con las piedras del poder. Papá nos había dicho de
la superfuerza, también nos había contado que nada te podía lastimar si tenías una piedra del poder, nos había
hablado de la capacidad de ver el futuro y que hasta podían curar heridas. Pero nada nos había dicho sobre
volar. A lo mejor se podía, yo estaba seguro que sí.
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DE CORAZÓN A CORAZÓN
Todo el grupo estaba entusiasmadísimo con la idea
de volver por la costa, sin embargo cuando todos se
estaban poniendo en movimiento Andi levantó la voz,
con una seguridad que solamente había escuchado en
momentos de suma importancia (como cuando teníamos
que hacer una tarea, o teníamos alguna misión
importante). Expresó que él creía que lo mejor era volver
por arriba, que el clima estaba muy mal. Instintivamente
sentí que tenía toda la razón. No me había percatado del
clima. Había nubes negras cubriendo todo el cielo. El sol
se había apagado hacía ya mucho tiempo. No hacía falta
pensar mucho. Yo sentía que Andi tenía toda la razón. Yo
confiaba ciegamente en lo que él creía, no hacía falta que
me explicara nada. Así que grité que estaba de acuerdo
con él, que lo mejor era ir por arriba. “¡Volvamos por
arriba!”. Sin embargo la mayoría ya había tomado la decisión.
Nadie lo escuchó a Andi, ni a mí.
Comenzamos a caminar por la costa. Ahora la situa-
ción era diferente. Una muralla de seis metros de alto se
erigía a nuestro lado derecho. Una cortina negra se cerró
sobre nuestras cabezas. El viento cada vez más violento
soplaba con furia. Pero nada parecía alarmar a nuestros
amigos ni a Corcho. Como suele ocurrir cada vez que
cosas terribles suceden, todo estaba bien hasta que de un
momento a otro todo pasó a estar muy mal. No hubo tran-
sición. Recuerdo que fue en un abrir y cerrar de ojos. Un
instante en el cual miré para atrás y el camino no estaba
más, solo había agua. Miré hacia adelante y tampoco
estaba más el camino. Estábamos atrapados. Atrapados
en los acantilados. La marea había subido y nos había
encerrado. Todo lo que vino después fue una pesadilla.
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JUAN PABLO FILIPPINI
Todos gritábamos, todos corríamos. Al comienzo
avanzamos muy rápido, porque el agua solo nos cubría
los tobillos. Rápidamente la marea subió más y empezó a
estrellarnos contra la pared. Empezó a llover. Las gotas
caían violentamente. Todo se tornó muy borroso.
Podíamos escuchar los truenos que sobrevenían uno tras
otro. Corcho nos indicaba que mientras la ola retornara al
mar corriéramos, pero cuando la ola subiera nos sujetára-mos de la pared para evitar que el agua al retornar al mar,
nos chupara mar adentro. Las chicas lloraban, los chicos
gritaban por sus padres. Algunos intentaron escalar la
pared, pero era imposible por la verticalidad del
acantilado. Las imágenes eran muy fuertes. Los minutos
parecían horas. Yo no sabía hacia cuanto tiempo
habíamos estado luchando. Perdí totalmente la noción del
tiempo. Pensaba que no iba a terminar más. Tenía
muchísimo miedo. De repente vi venir una ola enorme, paré de correr y
me sujeté a la pared con todas mis fuerzas para
amortiguar el golpe. Estaba agotado ya. La ola golpeó
con tanta brutalidad que me hizo golpear la cabeza contra
la pared, caí en la arena y el mar no dudo en chuparme
hacia adentro. Creo que por unas milésimas de segundo perdí la
consciencia.
Cuando volví a abrir los ojos el agua me estaba
arrastrando mar adentro. Parecía como si viera la escena
desde afuera. Veía todo como si fuera un observador que
mira desde afuera como todo ocurre. Estaba totalmente
abstraído de la situación. No había sonidos, ya no había
gritos, ni llantos, ni truenos. Solo silencio, un silencio
absoluto. Una calma que solo podía anticipar lo peor. Me
podía ver a mi mismo en la perdición.
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DE CORAZÓN A CORAZÓN
No había nada que pudiera hacer para evitarlo. Me estaba
yendo, trataba de sujetarme de la arena pero no había
forma de escapar. El mar era mucho más fuerte que yo. Miré a los costados y había tres chicos más luchando
contra la succión del mar. Gritaban con todas sus fuerzas,
pero su voz no llegaba a mis oídos. Su imagen se alejaba
cada vez más. Corcho los estaba levantando, pero no ten-
dría tiempo para ayudarme a mí. Por un instante creí que
me iba a desmayar. Grité con todas mis fuerzas, pero
sabía que la suerte ya estaba echada. Mis gritos se
hundían en el vasto silencio. Estaba perdido. Fue entonces que lo vi a Andi. El nunca me había
quitado los ojos de encima. Todo volvió a moverse
normalmente. Volví a sentir mi respiración. Todos mis
sentidos volvieron a abrirse como si nunca antes los
hubiera utilizado. Las imágenes se volvieron muy nítidas,
los sonidos muy claros. Andi me agarró del torso y logró
que el mar no me llevara. Yo no daba crédito de lo que
acababa de pasar. Él me agarró de los brazos y me puso
de pie. Yo sentía que mis piernas estaban todas
lastimadas. Bajé la vista para verme los pies. Al bajar la
vista vi que Andi tenía sangre en las piernas. Tenía cortes
en los tobillos y en las rodillas. Lo miré a los ojos, pero el
parecía estar abstraído de esas heridas. Me agarró del
cuerpo, me miró y me dijo que corriera con todas mis
fuerzas. Corrimos durante varios minutos más y finalmente lo
vimos. Ahí adelante nuestro terminaba el acantilado. Era
increíble como una línea dividía el acantilado, la pared
majestuosa de roca, nuestra perdición y la playa abierta.
Cruzábamos esa línea y estábamos salvados.
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JUAN PABLO FILIPPINI
Andi corrió con toda su velocidad y cruzó la línea.
Se dio vuelta y me gritó que corriera con todas mis
fuerzas. Yo estaba totalmente exhausto, pero llegué.
Los primeros que habían llegado se estaban yendo
llorando a buscar a sus padres. Había chicas tiradas en la
arena con los tobillos sangrando por los cortes de la filosa
pared. Corcho llegó con los últimos del grupo. Por suerte
esa mañana nadie se perdió en los acantilados, pero mu-
chos estuvimos muy cerca. Volvimos abrazados con Andi a buscar a nuestros
padres. Estábamos temblando de frío y miedo.
Acabábamos de tener la aventura más increíble de
nuestras vidas. Siempre habíamos soñado con una
aventura así. Pero casi nos había costado la vida.
Sabíamos que lo que acabábamos de vivir iba a marcar
nuestras vidas para siempre. Habíamos estado tan cerca
de perderlo todo, pero sobrevivimos. Eso era una
bendición. No nos dijimos una sola palabra en todo el
camino de regreso. No podía parar de revivir los momentos, los rostros,
cada segundo. Diez minutos atrás pensaba que nunca
volvería a ver a mis padres, a mis hermanos. Llegamos a
nuestra casa, con sangre y arena. Antes de abrir la puerta
lo frené a Andi, le di un abrazo y le dije gracias. Juntos atravesamos la puerta. Nuestros padres nos saludaron
como si nada hubiera ocurrido. Nos miraron sorprendidos
cuando los abrazamos con tanta efusividad. No nos pre-
guntaron nada hasta mucho después. Nosotros tampoco
queríamos contar nada, antes que nada teníamos que
atender un asunto importantísimo. Lo miré a Andi y le pregunté resignado si había per-
dido las piedras del poder. Estaba completamente seguro
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DE CORAZÓN A CORAZÓN
de que si las había guardado en el bolsillo, en la lucha y
los forcejeos se habrían perdido.
Todo habría sido en vano. Ya no podríamos ver el
futuro, ni curar nuestras heridas. De todas formas más
tarde le preguntaría a papá si las piedras te daban poder
para volar. Solo por curiosidad. Le contaríamos lo cerca
que estuvimos de traer a casa cinco piedras del poder.
Una para cada integrante de la familia. Andi y yo
hubiéramos compartido la nuestra. En ese momento no quería volver a acercarme a los
acantilados. Quizás mas adelante podría recuperar la tran-
quilidad, y volver a buscarlas. Si es que todavía estaban
ahí. Seguramente el agua las había tragado para siempre.
Algún día volvería a esos acantilados, pero no en esas
vacaciones. Después de un largo silencio Andi me preguntó si
estaba bien. Me miró a los ojos y dibujó en su cara una
sonrisa eufórica. Extendió su mano hacia mí y lentamente
la abrió. Sorprendido me confesó que se había olvidado
por completo que las tenía en su mano. Lo último que
recordaba había sido cerrar el puño y sentir las piedras
dentro de su palma. Siempre las tuvo en la mano, nunca
las había soltado desde que las habíamos juntado.
Ahí estaban en su puño. ¡Las cinco piedras del
poder! Empezamos a saltar y a festejar. Fui corriendo y
llamé al resto de mis hermanos. “¡Las tenemos! ¡las
tenemos! ¡las tenemos!”. Nos abrazamos con Andi y
empezamos a saltar abrazados. Lo habíamos logrado.
Volvimos a salvo y con el tesoro más increíble de todos.
Estábamos eufóricos. Toda la familia se reía de nosotros.
No entendían exactamente qué había pasado. Pero la alegría se contagiaba a caudales. Fuimos corriendo a la
mesa sacamos todo lo que tenía arriba. Una vez vacía,
pusimos las cinco piedras del poder en el centro.
29
JUAN PABLO FILIPPINI
Uno a uno el resto de la familia observó las piedras.
“Hay una para cada uno, con Andi compartimos la nues-
tra”. Cada uno tomo una piedra del poder. No podían
creer lo que estaba pasando. Fue en ese momento que
relatamos lo sucedido mientras nuestra familia escuchaba
atentamente cada detalle. Esa mañana no me llevó el mar porque Andi tuvo el
poder necesario para salvarme la vida.
Estoy totalmente convencido de eso.
También estoy totalmente convencido que ese día
algo ocurrió en mí. Ahora lo entendía con claridad. El
poder para salvar está en nuestras manos. Todo el poder
está en la palma de tu mano. El poder para curar, la
superfuerza, el poder para volar. Solo tenés que
emprender la búsqueda. Buscálo en el símbolo que
quieras. Buscálo en las piedras del poder. Ponele el
nombre que quieras al símbolo que te haga fuerte.
Buscálo. Y al final del camino te vas a dar cuenta que
todo estaba en la palma de tu mano. Ese fue mi aprendizaje con las piedras del poder. Cuando extendés una mano. Cuando salvas a
alguien. Se te va el hambre. Se te va el cansancio. Te
sentís indestructible. De acero. Todo es posible. Podés
volar. Podés curar las heridas. Podés mirar el futuro.
Podés hacer todo lo que quieras. Las piedras del poder están en la palma de tu mano.
Extendésela a alguien y hacete cada vez más fuerte.
Más adelante nos enteramos que un grupo de padres
se enfureció con Corcho. Hubo un gran alboroto.
Nosotros continuamos yendo al grupo. Y aceptamos a
Corcho en su error. Creo que nadie sufrió tanto como él.
Ojalá que lo haya podido dejar ir, después de todo fue
una gran aventura.
30
CAPÍTULO DOS APRENDER A DAR
A la hora de comer en mi casa había algunas reglas
básicas. Cada vez que comíamos todos juntos nos
sentábamos en la mesa, sin música ni televisión.
Solamente se podía comer en los sillones “con bandeja”
en algunas ocasiones especiales. Quién cocinaba, no
lavaba. No se podía cantar en la mesa, ni jugar con la
comida. Poner la mesa era responsabilidad de los más
“chicos”. Lavar los platos responsabilidad de los más
“grandes”. Mientras se estaba cocinando se podía entrar a
la cocina solo para ayudar con algo. Bajo ningún
concepto se podía entrar a la cocina solamente para “ver
lo hay en la heladera”, o “para mirar”. Y
fundamentalmente, siempre se comía lo que se servía. Un
apartado de la regla anterior era que nunca se comía
postre sin antes haber comido el plato principal. En algunas ocasiones alguno de los cuatro hermanos
se quedaba regañando en la mesa. Discutiendo,
suplicando a veces, hasta que finalmente se decidía a
terminar el plato principal y recién ahí le tocaba el postre. Generalmente siempre había postre cuando
comíamos todos juntos. Y eran lo suficientemente
suculentos como para que comieras el plato principal
aunque no te gustara. Pero había veces en las que uno
trataba de ganarse el postre, sin tener que hacer ningún
sacrificio. Pero lograr esa jugada significaba discutir con
mamá. Lo cual era un precio bastante alto a pagar.
31
JUAN PABLO FILIPPINI
Yo personalmente tenía una cuestión personal con la
lechuga.
Una vez me tocó a mí ser el que regañaba. No en-
tendía porque tenía que comer esas hojas verdes. No
sabían bien con nada. Yo prefería el tomate. Tenía una
textura mucho más apetecible. Tenía más sabor, e iba
perfecto con la carne. Pero la lechuga no tenía espacio en
mi paladar. No me gustaba como crujía en mi boca, ni el
hecho de meter algo verde en mi panza. Todo lo verde
era repugnante. Los mocos, el moho, el brócoli. Mi mamá trataba de manipularme por el lado de la
valentía. Pero yo me mantenía firme en lo que yo creía.
Yo era muy valiente, no le tenía miedo a nada. Yo no le
tenía miedo a masticar una hoja. Pensar eso era ridículo.
Siempre comía una hoja para demostrar mi valor, pero
sabía muy bien decir basta. No era nada fácil
manipularme con palabras. Quería comer el postre, que
era banana con dulce de leche, pero no quería terminar
mi lechuga. Y estaba dispuesto a pagar el precio para
obtener lo que yo quería. Ya había soportado la
humillación de haber masticado la primera hoja de
lechuga. Mi orgullo estaba en juego. No iba a ceder un
solo paso más. Mis hermanos terminaron de comer el postre. Uno a
uno se levantaron de la mesa. Mi papá empezó a lavar los
platos de todos menos el mío. Esa vez le tocaba a Fede
barrer y a José pasar el trapo, así que Andi tenía vía libre
para ir a hacer la digestión. Salió al patio con todos los
juguetes. El día estaba hermoso. Yo lo veía divertirse al
sol con los autitos desde la ventana de la cocina. En la mesa había quedado solamente mi plato con
lechuga, mi vaso, y en la heladera esperaba mi banana
con dulce de leche. Mi mamá estaba sentada en su silla
frente a mí. Había ido a buscar su equipo de coser, y
estaba arreglando una camiseta de rugby de alguno de
32
DE CORAZÓN A CORAZÓN
los chicos. Cada tanto levantaba la mirada y me miraba
de reojo. Yo estaba cruzado de brazos mirándola
fijamente. Era una injusticia lo que me estaba pasando. Los su-
perhéroes como yo no aceptaban las injusticias. Tenía
que aguantar la tentación, no podía bajar los brazos. Me
quedé media hora solo en la mesa, muy enojado. Cada
diez minutos mi mamá insistía en que tenía que terminar
de comer mi lechuga para comer el postre. Me decía que
era la única forma, no había otra alternativa. “Para comer
el postre hay que terminar de comer la comida”.
Solamente decía eso y volvía a coser. Yo estaba muy enojado. Cada vez que ella trataba de
alcanzar mis ojos yo miraba para otro lado, tratando de
mostrar indiferencia. Mi mamá trató de encontrar nueva-
mente mis ojos. Finalmente decidí enfrentar la situación.
La miré a los ojos con el ceño fruncido y mirada
desafiante. Y al abrir mi boca grité con todas mis fuerzas
“¡Yo no como pasto!”. Me levanté de mi silla y me fui al
patio a jugar con Andi.
Claramente esa no era la manera de hablarle a mi
madre.
Todos se ríen de esa anécdota, quedó en la memoria
familiar. Paradójicamente esa anécdota me hace reír mu-
cho. Más adelante en mi vida me hice vegetariano. Dejé
de comer comida con “ojitos”. Dejé de comer carne y
empecé a comer todos los vegetales habidos y por haber.
Empecé a comer todo tipo de “pastos”. Lechuga de todos
los tipos, rúcula y radicheta. Pero a lo que voy con esta esta anécdota es algo más
profundo. Algo que no tiene que ver con las decisiones
personales de alimentación. Tiene que ver con la
abundancia.
33
JUAN PABLO FILIPPINI
Yo solía notar que había veces que cuando yo no
quería comer algo, mi hermano Federico me observaba
pensativo y volvía la atención a su propio plato de
comida. Lo hacía cada vez que yo me quejaba de la
comida. Era algo automático. Miraba para abajo a su
propio plato y decía algo entre dientes. Ya lo había hecho
varias veces. Yo notaba que tenía algo para decirme, pero
quizás no era el momento adecuado para hacerlo. Había
veces que me daba curiosidad preguntarle. Pero esperé. Y
el también esperó. Y el mensaje maduró, hasta que un día
me transmitió una enseñanza que no me voy a olvidar
jamás. Ese momento llegó una noche muy especial. El frío
invernal de Tandil te calaba los huesos. Las calles de
adoquines estaban cubiertas de un colchón dorado de
hojas. La ciudad había amanecido con una capa de hielo
que la hacía brillar con los primeros rayos de sol. La
desolación de las veredas pronosticaba el día más frío del
año. Los chicos de la casa de enfrente que siempre
jugaban con nosotros al fútbol en la vereda no salieron en
todo el día. Mamá había entrado a nuestro perro adentro
de la casa. Esa mañana todos despedimos a nuestro papá
cuando sacó el auto y se dirigió a su trabajo bajo una
correntada de frío. Lo despedimos desde adentro de la
casa. Con nuestros piyamas de invierno y las pantuflas
abrigadas. Yo tenía nueve años. Para un niño de nueve años un
sábado por la mañana es algo extraordinario. Percibe que
es un fin de semana. Y solo piensa en divertirse. Las ac-
tividades que me esperaban para el resto del día eran los
“juegos de invierno”. Una serie de actividades diseñadas
para días como aquel, de frío extremo. Diversión para
dentro de la casa. Juegos de cartas, juegos de mesa, ex-
perimentos científicos, manualidades, juguetes, dibujos,
34
DE CORAZÓN A CORAZÓN
arte, escondites, fútbol, rollers en el garaje, paddle contra
la pared de la cocina, etc.
Esa mañana jugamos a las bolitas con Andi en la al-
fombra de nuestro cuarto. Cada uno arrancaba la ronda
con cinco bolitas y el primero que se quedaba sin bolitas
perdía. Más tarde jugamos con las figuritas de nuestra
serie de dibujos animados favorita. Las ordenamos.
Vimos cuales teníamos repetidas. Y las separamos para
intercambiarlas el lunes en el cole. A la tarde nuestro
papá había traído una caja enorme con papeles de su trabajo. Con Andi la vaciamos y jugamos a la misión
espacial. Le dibujamos unos botones en la parte de
adentro y dejamos volar nuestra imaginación. Nos gustaba imaginar misiones secretas en las cuales
teníamos que evitar una catástrofe global. Nos deslizába-
mos en la casa en completo silencio, escondiéndonos
detrás de las paredes. Teníamos un lenguaje de señas para
las misiones. Para poder movernos sigilosamente. Para
poder comunicarnos sin que el resto pudiera entender. Para cada misión era muy importante tener un líder.
Nos íbamos rotando en el rol. No necesitábamos nada
más que nuestro cuerpo y la imaginación. Creábamos un
mundo diferente todos los días. Cuando nuestros padres despertaron de la siesta nos
llamaron desde la cocina. Nos contaron que era el
aniversario de la fundación de la Biblioteca Bernardino
Rivadavia de Tandil. Nuestro bisabuelo había participado
en la creación y apertura de la biblioteca. Por lo tanto
toda nuestra familia estaba invitada a una pequeña
ceremonia en conmemoración de los fundadores.
Estábamos citados para las 19:30 en la entrada de la
biblioteca. Así que nos pidieron que nos bañáramos y nos
arregláramos bien. Nos iban a pasar a buscar a las 19 15.
35
JUAN PABLO FILIPPINI
Para esa hora teníamos que estar listos y bien prolijos.
Nos recordaron que no podíamos jugar al fútbol después
de habernos bañado.
Siempre era necesario que nos recordaran esa pauta
fundamental de higiene. Porque para nosotros cualquier
tiempo libre era un buen momento para jugar al fútbol.
Nos bañamos uno después del otro y bajamos a es-
perar al living. No sé realmente quién fue el que empezó.
Probablemente haya sido yo, no lo recuerdo. Pero la
pelota de fútbol llegó al living. Acordamos que
solamente íbamos a “hacer unos pases”. Al cabo de unos minutos estábamos en el garaje ju-
gando la final del campeonato mundial. Andi era
Riquelme y yo era el mellizo Guillermo. Las dos estrellas
de nuestro equipo favorito. Nuestros ídolos del club Boca
Juniors del cuál éramos fans. Estábamos con todo nuestro
corazón en ese partido de fútbol, cuando de pronto
escuchamos la bocina del auto llamando desde la vereda. Fuimos al baño a las corridas y nos limpiamos la
cara que ahora volvía a estar llena de sudor y roja de la
emoción. Agarramos nuestras camperas y salimos.
Sentíamos debajo de nuestros abrigos el vapor de la
transpiración. Fede ya estaba en el auto con nuestros
padres. Abrimos la puerta del auto y nos subimos con una
falsa naturalidad de haber seguido las instrucciones al pie
de la letra. Nuestros padres estaban acostumbrados a este tipo
de sorpresas.
Había veces que me mandaban a bañar después de
volver de jugar al fútbol. Yo subía al baño de mis padres
y abría la ducha. Iba a la canilla y me mojaba la cabeza.
Luego agarraba el perfume de mi papá y me ponía un
poco en el pelo.
36
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Esperaba diez minutos y salía del baño desnudo con una
toalla alrededor del cuerpo y otra en la cabeza fingiendo
que me estaba secando. Mi mamá se horrorizó la primera
vez que descubrió esto, al ver que debajo de la toalla
tenía las rodillas más negras que el carbón.
Completamente cubiertas de barro seco. No lo podía
creer. A partir de entonces cada vez que salía del baño me
revisaban las rodillas, las orejas y me olían el pelo. Era
un chequeo necesario. Hasta que dejaron de hacerlo.
Hasta que tomé consciencia de mi higiene personal. Por suerte esa noche no me revisaron
minuciosamente antes de entrar al evento.
Llegamos con lo justo a la biblioteca. Ya era de
noche. Todos estábamos muy abrigados. Con bufandas
de lana, guantes y camperas. Estábamos todos menos mi
hermano José que estaba en Buenos aires. Fede tenía
diecisiete años y estaba terminando su último año del
secundario. El año próximo se iría a iniciar sus estudios
en la universidad. José ya se había ido hace dos años.
Había cierta melancolía cada vez que vivíamos algo con
Fede. Porque sabíamos que faltaba poco para que se fuera
también. Esa noche se lo veía más pensativo que lo usual.
En lo cotidiano Fede siempre tenía algo para
enseñarnos. Cuando tuve la edad suficiente para
participar de los juegos de mesa me uní a las reuniones
que siempre hacían mis hermanos y primos a jugar al
T.E.G. en nuestra casa. El T.E.G. es un juego de dados y
estrategia. Es un juego particularmente largo en el cuál
generalmente hay un único ganador. Nos sentábamos todos alrededor de la mesa ansiosos
de empezar a jugar. Se repartían las cartas y las fichas. A
mí me gustaba jugar con las fichas blancas. Entre los
37
JUAN PABLO FILIPPINI
primos se daba completo crédito a que las fichas negras
tenían una mística especial. Por lo que siempre antes de
empezar el juego tirábamos los dados a ver quién se que-
daba con las fichas más poderosas de todas. Nunca me
tocaban las fichas negras. Por eso siempre elegía las blan-
cas. Si eran opuestos tenían que tener algunos rasgos en
común. Algunos de los primos jugaban juntos, en equipo.
Yo siempre trataba de jugar solo. Yo siempre quería
ganar. Frotaba los dados, tocaba las fichas, hacia una
postura especial para tirar, recurría a todo tipo de cábalas
y amuletos. Armaba mi estrategia minuciosamente. Planificaba
cada ataque, cada jugada. Pero había veces que la suerte
no estaba de mi lado. Generalmente cuando llegaban dos
rachas seguidas de un 1 en los dados bastaba para desatar
mi angustia. Uno de esos días tire cinco veces seguidas
un 1. Pedí levantarme para ir al baño, y me fui a llorar de
rabia solo. “¿Por qué me pasa esto a mí?”. No lo
entendía. Todo el universo estaba conspirando en contra
mío. Nunca más volvería a jugar un juego de mesa. Fede se dio cuenta de lo que había pasado. Pasó al
baño y me miró muy enojado. Con tono serio me dijo que
uno en la vida no puede abandonar solo porque va per-
diendo. Uno no se puede levantar de la silla e irse a
llorar. Hay que seguir adelante hasta el final. No importa
ganar o perder. Tenía que seriamente pensar mejor lo que estaba ha-
ciendo. Porque si bien era un juego, tenía que replantear
mis actitudes frente a las adversidades. Nadie iba a querer
volver a jugar conmigo si seguía actuando así. El juego
dejaba de ser divertido cuando yo empezaba a
angustiarme. Me explicó que se contagiaba a los demás.
Que ahora todos estaban en la mesa pensando que tal vez
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DE CORAZÓN A CORAZÓN
tendrían que jugar a otra cosa donde no haya ganadores.
“No podes abandonar, solo porque vas perdiendo”.
Fede me ayudó a limpiarme la cara, me agarró del
brazo y juntos volvimos a la mesa. Me sentía avergonza-
do de mi mismo. Esa tarde perdí en el juego, pero gané
algo mucho más importante. Perdí en el juego, pero jugué
hasta el final. Esa tarde aprendí a nunca bajar los brazos.
También aprendí a compartir la alegría en la derrota. Y a
disfrutar de la buena fortuna de los demás. Aprendí a
aceptar que no siempre se puede ganar. Fede siempre tenía la forma de explicarnos las cosas
más importantes, de una forma tan simple. Y así era el
aprendizaje cotidiano con mis hermanos. Sencillo, sin
malas intenciones. De corazón a corazón. Esa noche en la Biblioteca Fede volvería a
comunicarse de corazón a corazón. Sin darse cuenta.
Algo tan sutil, difícil de percibir.
Luego de estacionar el auto enfrente de la Biblioteca
cruzamos la calle y nos paramos todos en la puerta. La
biblioteca tenía una entrada muy chica con un frente
delicado. Tenía una iluminación de un pálido amarillo
neblinoso. Parecía un lugar muy pequeño. Sin embargo,
una vez que entrabas al edificio, se abría un salón muy
grande que era impresionante. Tenía toda la
majestuosidad necesaria para llevarte al silencio. Al
entrar te dejaba sin palabras. Los escalones de madera,
los pisos de madera, las luces tibias, todo te llevaba a
sentirte en un cálido lugar. Apenas entre vi una foto
enorme de mi bisabuelo y de los otros fundadores que me
llamó muchísimo la atención. Me llevó a otros tiempos.
Tiempos de antaño. Todo me daba la impresión de que
estaba entrando a un lugar fuera de lo común.
39
JUAN PABLO FILIPPINI
Hasta el aire que se respiraba era diferente. Quizás era el
lugar geográfico, quizás fuera la energía de sus
fundadores, quizás se trataba del propósito del lugar,
quizás era lo que las personas iban a hacer ahí. Iban a
estar en silencio. Había al menos veinte personas dentro,
charlando con suavidad. La sala rectangular estaba decorada especialmente
para la ocasión. Las paredes cubiertas de estanterías con
libros tenían guirnaldas de colores que me recordaron a la
navidad. En el centro de la sala había al menos cincuenta
sillas dispuestas en filas mirando hacia un improvisado
escenario que estaba al fondo de la biblioteca. Las sillas
tenían nuestro apellido en la primera fila. El piso de
madera brillaba como si hubiera sido encerado minutos
antes del evento. A los costados había unas mesas
grandes, que durante el día deberían servir de escritorios
de estudio pero esa noche tenían unos alegres manteles
azules y blancos. Nuestros padres saludaron a la gente que estaba
adentro. Rápidamente entablaron una alegre conversación
con otro matrimonio amigo. Teníamos vía libre para
sentirnos libres. Teníamos vía libre para recorrer el lugar. Mientras esperábamos el comienzo de la ceremonia
nos pusimos a investigar toda la biblioteca con Andi.
Emprender una aventura con Andi siempre tenía un
riesgo implícito de que algo raro ocurriese. Andi era más
criterioso y delicado en sus acciones. En cambio, yo era
un niño propenso a los accidentes. Desde pequeño solía tener algunos accidentes. Siem-
pre me llamaban mucho la atención las escaleras, los ani-
males y los experimentos. Ese entusiasmo por descubrir
nuevas cosas, a veces conducía a resultados no deseados
en términos de adultos.
40
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Durante mis primeros años de vida tuvimos un perro
muy grande. Un pastor alemán. Siempre que me dejaban
en la cuna, “Bronco” se sentaba al lado y cuando yo
empezaba a llorar el ladraba para alertar a los que
estuvieran cerca. Era algo increíble. Sin embargo cuando crecí lo suficiente para jugar
con él, solía tirarle del pelo y agarrarle las orejas. Tenía
buenas intenciones, pero mis acciones eran bastante
caóticas. En fin, cuando empecé a gatear empezaron a llegar
las travesuras. Solía formar con los estantes de la cocina
una escalera para subirme a las mesadas. A mi madre le
daba pánico la idea de que me podría llegar a caer.
También me escondía durante horas en cajones y
muebles. Pero la alarma sobre el peligro que
representaban potencialmente mis acciones llegó una
mañana como cualquier otra en la que yo tenía tan solo
dos años. Mi madre había salido al patio a tender la ropa
mojada en el tendal. Ella me había dejado en la cuna. Era
la misma cuna que habían usado todos mis hermanos. Era
una cuna simple, pero efectiva en su rol. Era tan alta que
no había forma de salirse sin la ayuda de un adulto.
Ninguno de mis hermanos había podido salir de ahí gateando o había tenido ningún inconveniente una vez
que lo dejaban ahí. Pero esa vez al regresar con la ropa
seca que había tendido más temprano mi madre sintió un
olor fuera de lo común al entrar en la casa. Ella siempre tuvo un olfato muy particular. Siempre
estaba un paso delante de todos en la percepción de los
olores. Llegaba a la casa de mi abuela y te decía apenas
cruzaba la puerta qué estaban cocinando. Siempre que
probaba un plato podía identificar los ingredientes sin
ninguna dificultad.
41
JUAN PABLO FILIPPINI
Para ella era evidente que había olor a quemado.
Entró en desesperación. Dejó la ropa sobre la mesa y
corrió a la cocina. Había humo saliendo del horno. No
podía ser. Ella lo había puesto en mínimo no hacía más
de diez minutos. Con determinación lo apagó, bajó la
llave de gas y abrió la puerta. Dio un grito horrorizada
por lo que acababa de ver.
Yo me había encargado de agarrar un zapato del
colegio de mi hermano Federico y lo había puesto en el
horno, donde se estaban cocinando unas papas. El zapato
había empezado a derretirse y largaba muy mal olor. Después de ese percance reforzaron la cuna.
Creo que no hubiera sido una mala idea atarme a la
cuna, pero estoy seguro que mis padres nunca barajaron
esa posibilidad o al menos nunca se concretó. Los imprevistos eran algo natural en mí. Continua-
mente tenía mucha curiosidad y ese interés la mayoría de
las veces terminaba con algo roto. Pero todas las veces
estaba acompañado de aprendizajes increíbles.
La biblioteca. La biblioteca era un lugar totalmente nuevo. Nunca
antes había estado allí. Nuestra casa ya la conocíamos
minuciosamente en detalle. Cada rincón, cada escondite,
cada lugar secreto. Sabíamos precisamente cuales
escalones de la escalera crujían y cuáles no. Conocíamos
el sonido del auto de mi papá cuando llegaba. El sonido
de la llave al abrirse la puerta de casa. No se nos
escapaba ningún detalle. Pero ahora estábamos en un
mundo totalmente nuevo. Necesitábamos conocer sus
secretos. Asique nos pusimos manos a la obra. Tocamos los
libros, nos subimos a las escaleras, corrimos por las
estanterías. Nos escondimos detrás del mostrador,
intentamos bajar al sótano. Siempre había algo por hacer.
Algo por descubrir.
42
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Hasta que se hicieron las 20 horas y la ceremonia dio
inicio.
Nos sentamos forzados por nuestros padres en la
primera fila y escuchamos algunos testimonios. Todo se
nos hizo muy largo. Yo tenía ganas de ir al baño. Todas
las personas que pasaron al frente a hablar terminaban su
discurso señalando las imágenes de los fundadores de la
biblioteca, y al terminar sus palabras todos aplaudían.
Esa era mi parte favorita, la de los aplausos. Yo
aplaudía con fuerza tratando de sobresalir por sobre los
demás aplausos. Los discursos terminaron y se sirvió algo para
comer. Andi me acompañó al baño y volvimos a la sala
principal. Las sillas se habían levantado y la gente
charlaba alegremente en el centro de la sala. Las
imágenes de los fundadores se habían retirado de donde
estaban y se habían colgado en la pared lateral de la
biblioteca. Estábamos cansados. Teníamos hambre. La
charla nos había agotado. Cada vez que parábamos voluntariamente de jugar
era para comer o descansar. Eran las únicas dos razones
que captaban nuestra atención con la profundidad
necesaria para que voluntariamente decidiéramos dejar de
jugar. Éramos conscientes de que había que recuperar
energías. En casa bastaba frenar cinco minutos para
tomar un té con leche y unas tostadas con miel. Era todo
lo que necesitábamos. Un poco de combustible para
volver a la aventura. Por suerte en el evento se sirvió algo para comer.
Había una mesa enorme de sándwich de miga de todos
los tipos. De jamón y queso, de tomate, de aceitunas.
También había otra mesa enorme de comidas más
elaboradas. Como empanadas, quesos y tomates rellenos. Nos abrimos paso entre la gente y no dudamos en
agarrar una buena cantidad de sándwiches de todos los
43
JUAN PABLO FILIPPINI
tipos. Me alejé de la multitud con las provisiones y
empecé a atragantarme en un costado de la sala. Si mi
madre me hubiera observado me hubiera llamado la
atención por mis modales. No es correcto tragar sin haber
masticado antes, tampoco es biológicamente saludable.
Pero el tiempo que tardaba en comer, era tiempo que me
demoraba de hacer lo que más me gustaba, jugar. Asique
la velocidad en el refrigerio era fundamental. En los primeros dos sándwiches ni siquiera levanté
la cabeza, hasta que lo hice no había notado que mi
hermano Federico estaba parado al lado mío y me miraba
fijamente. No me decía nada, simplemente me estaba
observando. Estaba con las manos en los bolsillos y a
contramano de lo que todo el mundo estaba haciendo él
no parecía interesado en comer nada. Yo lo miré
sorprendido y le extendí un par de sándwiches con mi
mano. El los agarró con delicadeza, dio media vuelta y se
dirigió a la puerta. Iba con pasos lentos pero firmes.
Nadie se percató de lo que estaba haciendo. Como si
fuera invisible. Pasó desapercibido en medio de todas las
conversaciones. Todos seguían atentos a sus propios
asuntos. Mirando en su propia dirección, ajenos a lo que
estaba sucediendo alrededor. Probablemente yo tampoco
me hubiera percatado de lo que estaba haciendo mi
hermano si no me hubiera acercado momentos antes. Fede cruzó toda la sala con los sándwiches en la
mano. Inicialmente pensé que quizás lo había ofendido.
Al momento siguiente pensé que quizás se estaría llevan-
do los sándwiches al auto. Pero eso no tenía sentido, Fede
nunca hacía ese tipo de cosas. Esas travesuras solo se me
ocurrían a mí. Además para que querría llevarse los sánd-
wich si podía comer todos los que quisiera en la mesa.
No entendía lo que estaba haciendo. Ni siquiera tenía la
llave del auto.
44
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Quizás se la habría pedido a mi padre mientras yo me
servía.
Yo lo seguía con la mirada atentamente. Estaba
confundido. Giré varias veces la cabeza buscando algún
patrón, alguna explicación. Alguna señal. Andi no estaba
para ayudarme. No entendía nada. Hasta que vi a Fede
abrir la puerta de la biblioteca y salir. La puerta se cerró
detrás de él y Fede se inclinó hacia el suelo. Desde
adentro podía ver a través de la puerta de vidrio como le
extendía los sándwiches a una persona que estaba sentada
en la puerta. Sin decir nada. Tan solo le dio los
sándwiches. Esa persona me resultaba familiar, ya la había visto
antes. En ese momento la recordé. Cuando entramos a la
biblioteca ya la había visto ahí sentada en los escalones
de la entrada. Parecía que tenía mucho frío. Parecía que
debía de tener mucha hambre también. Su figura se
agrandaba con todos los abrigos que traía puesto. Una
campera arriba de la otra. Sus guantes negros no parecían
abrigarle mucho. Me había llamado la atención como
frotaba sus manos tratando de encender un poco de calor. Cuando pasé por su lado no me miró y yo tampoco
lo miré. Ambos fuimos indiferentes. Yo lo había pasado
por alto. Y él también a mí. Sin ningún esfuerzo la gente
pasaba por su lado y él continuaba consigo mismo, en sus
cosas. Frotándose sus manos. Sin levantar la cabeza.
Entre una multitud de gente que pasó por su lado, él
estaba solo. Solo en medio de una multitud de
transeúntes. Cómo era posible que ocurriera algo así. Definitivamente ese hombre estaba ahí para aprender
algo. Y nosotros también.
Cuando lo vi por primera vez no me había detenido a
pensar que hacia ese hombre ahí. Pero una pregunta
mucho más urgente era que hacía Fede dándole los
sándwiches.
45
JUAN PABLO FILIPPINI
Porqué lo estaba haciendo. Ese hombre debería estar por
volver a su casa donde lo estaría esperando su familia con
la comida, pensé. Mi mente continúo el hilo de razonamiento. “¿Por
qué todavía no volvió a su casa?”. ¿Qué era lo que lo
retenía ahí en la puerta de la biblioteca? Naturalmente no
venía a asistir al evento, pero tampoco se iba. No era un
día como para esperar a alguien a la intemperie. Si estaba
esperando a alguien tampoco entendía porque no
esperaba adentro. Seguramente estaba muy aburrido ahí
afuera, sin nadie con quien jugar ni nada para hacer.
Como no se aburría de estar ahí sentado sin jugar, sin
correr. Entonces la puerta se volvió a abrir y Fede volvió a
entrar. Se sorprendió al verme. Yo lo esperé estupefacto.
Me había quedado sin palabras. Permanentemente yo estaba inquieto y dinámico, pero había veces que mis
hermanos me dejaban totalmente sin palabras.
Tanto para pensar.
Cuál era la historia de esa persona. Que estaba
buscando. Fede percibió que yo estaba muy confundido y
que miraba ahora los sándwiches con una intranquila
mirada. Ya no tenía ganas de comer. Quería que me
explicara. Quería poder entender. Cuando finalmente Fede llegó a mi lado. Se paró en-
frente mío se agachó y me apoyó la mano en el hombro.
Notó en mi rostro que ya no tenía más ganas de comer.
Sin más me miró y me dijo. “No te preocupes, si querés
podés seguir comiendo. Pero de ahora en adelante por
cada cosa que quieras comer, dale la misma cantidad al
hombre que está sentado allá afuera”. Yo lo miré con vergüenza, yo no me animaba a salir
afuera y darle el sándwich a un desconocido. No sabía
qué decirle, ni cómo actuar.
46
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Ese hombre tenía el pelo largo y una barba desprolija.
Era la personificación del malo en todas las películas de
dibujitos que había visto. A decir verdad me asustaba un
poco. Ya le había echado una primer mirada, tenía la cara
sucia y los ojos se le movían muy rápido. Si bien yo no
era un ejemplo de higiene, pero ese señor realmente olía
muy mal. Fede entendió todo en mi mirada. Luego me
dijo con tranquilidad que él me iba a acompañar. Se paró
de un salto y juntos fuimos afuera. Le alcance varios sándwich al señor. No hizo falta
decir nada. Fue mucho más fácil de lo que me había ima-
ginado.
Y así por cada sándwich que comí le di uno al señor
de afuera. Con Fede llevamos juntos la cuenta. Con entu-
siasmo. Como si fuera un juego. Contando, riendo, sepa-
rando, clasificando. Como si fuera una misión. De
aquellas aventuras que tanto me gustaban. Había que
hacerlo bien. Por el bien de todos. El universo entero
dependía de que nuestra misión no fallara. No había
aburrimiento en semejante hazaña. Cada vez que me quería volver a servir, iba a la mesa
y agarraba dos. Agarraba unas servilletas y envolvía
cuidadosamente el paquete. Fede me cubría la espalda.
Nadie debía enterarse de lo que estábamos haciendo.
Podía complicar los planes de nuestra misión. Y cuando
Fede me daba la señal yo salía y le daba el paquete al
señor. Moviéndome con agilidad. Agachándome
cuidadosamente para no ser visto. Abriendo la puerta con
atención para que su ruido no me delatara.
Escondiéndome detrás de los muebles para regresar
adentro al lado de mi hermano. Actuando con disimulo
para no llamar la atención de nadie.
47
JUAN PABLO FILIPPINI
Finalmente cuando se hizo más tarde agarré todo un
plato de sándwiches, salimos afuera con Fede y los
compartimos. Nos quedamos afuera charlando, riendo,
compartiendo. Nuestros padres ni nadie de la reunión se
percató de lo que estábamos haciendo. Andi se había que-
dado dormido en un escritorio del fondo con un sándwich
en la mano. Pasamos totalmente desapercibidos, tal como
ese hombre había pasado desapercibido para mí cuando
entré por primera vez. Ahora que estaba ahí y miraba
hacia adentro entendía un poco mejor la historia de ese
hombre. El hecho de que todo lo que hagas sea tan
sigiloso. Cuando vimos que nuestros padres empezaron a bus-
carnos volvimos a entrar. Al despedirnos del hombre nos
dio la mano a los dos. Nos dijo que desde el momento en
que salimos afuera con él había dejado de sentir frío. Nunca más volvimos a ver a ese hombre en la biblio-
teca, ni en la ciudad. Fue como si hubiera estado en ese
momento, para enseñarme una lección y hubiera desapa-
recido después. No volvimos a hablar del tema con Fede.
A lo sumo nos dirigíamos algunas miradas cómplices que
decían muchas cosas. Esa noche me vino a despedir a mi
cama antes de irnos a dormir. No sé bien que es lo que
Fede quería decirme. Pero si se que a partir de ese
momento desperté la consciencia sobre todas mis
acciones. Aprendí que hay veces en los que uno tiene que
mirar un poco hacia afuera. Cuando mantenemos la vista fija en nuestros pies, en
nuestro camino, en nuestras relaciones, en nuestro
camino, en nuestra vida no somos conscientes de lo
afortunados que somos. Solo tenés que levantar un poco
la vista. Y el crecimiento fluye a través de ese despertar
de la consciencia.
48
DE CORAZÓN A CORAZÓN
A partir de entonces no tuve más inconvenientes en
comer el pasto que me servían todos los días, en
agradecer el plato de comida, levantar la mirada. Al día
siguiente cuando mi mamá me sirvió la ensalada de
lechuga y tomate con voz clara y elegante me dirigí a
ella. Sinceramente le dije muchas gracias. Ella me miró
sorprendida. Una sonrisa se le dibujó en el rostro. Algo se
había liberado en su corazón. Y algo había ocurrido en
mí también. Se notaba el entusiasmo que tenía cuando me ofreció
más ensalada y yo se la acepté con mucho gusto. Ahora
que había levantado la mirada podía ver claramente la
abundancia que había en mi mesa. La abundancia que ha-
bía en mi vida. Y todo lo que tenía para dar. Podía ver la abundancia en todos lados. En mi casa.
En mis relaciones, en mi familia. En la naturaleza. En las
personas. En el mundo.
De a poquito empezaba a ver toda la abundancia que
había dentro mío.
49
CAPÍTULO TRES SIEMPRE SE PUEDE SONREÍR
Mi hermano José es el hermano mayor de la familia
y también es mi padrino. Siempre me sentí afortunado
porque él fuera mi padrino, sentía que él me había
elegido y yo a él. Una conexión. Mi hermano José es la persona más valiente que co-
nozco.
De chico y no tan chico tuvo varias operaciones y
muy complicadas. Uno suele pensar que en la vida pasar
por el quirófano es un acontecimiento importante. Y con hacerlo una vez ya parece suficiente, a lo sumo dos
veces. Por una apendicitis, para sacarte las muelas de
juicio, en los partos y suficiente. Solemos pensar que nuestro cuerpo no es capaz de resistir mucho dolor. Nos
lastimamos y le damos una gravedad sobredimensionada.
Muchas personas se operan de los meniscos o de hernias
de disco y creen que se van a morir. Pero el común de las personas no tenemos ni idea de lo que es el dolor físico.
Y hasta que límite el cuerpo puede soportar el dolor. Mi hermano fue operado varias veces, estuvo inter-
nado por largos períodos de tiempo y algunas
operaciones fueron de una complejidad difíciles de
imaginar. La inestabilidad emocional. El dolor. Todo tan difícil
de imaginar. Y mucho más difícil de vivir en carne
propia. Y así en el mundo hay personas que conviven con el
dolor físico. La insoportable sensación de querer decir
51
JUAN PABLO FILIPPINI
basta. El abatimiento tanto interior como exterior.
Convivir con el deseo de despertar sin dolor o no
despertar. Yo no entendía nada de eso. Tampoco mis padres, ni
mis hermanos, ni nadie del entorno familiar, ni los
médicos. Pero mi hermano José sí.
Y nunca trató de explicarnos.
Ni siquiera quiso compartir con nosotros lo que
sentía. El convivió con ese dolor y nunca nos dejó
acercarnos ni siquiera para poder saber de qué se trataba.
José siempre tuvo la fortaleza para salir adelante.
Podría escribir un libro entero sobre lo que me inspira mi
hermano. Sobre su fuerza. Su coraje. Sobre su actitud
frente a la muerte. Sobre su carisma. Sobre su esencia.
Sobre su luz. Mi hermano es un verdadero superhéroe.
De esos superhéroes que te inspiran. Mi hermano fue una
inspiración. Me dio muchísimas cosas, sin pedir nada a
cambio. Me dio mucho amor ante todo. Siempre nos protegía a todos. Si bien había veces
que mis padres le daban cuidados especiales, el siempre
quería que nosotros tuviéramos lo mismo que él. Cuando
mi madre me retaba porque le comía el puré de manzana
que preparaba bajo indicación médica para darle de
comer, él se enojaba con ella y me dejaba comer todo lo
que quisiera. Qué más puedo decir. Que se enojaba
muchísimo. No soportaba la idea de que porque yo estuviera
“sano” me tenían que dar menos y porque él estaba “en-
fermo” le tenían que dar más. Creo que en el fondo él
defendía lo contrario. Creo que él siempre quería que a
nosotros nos dieran más. Yo lo sentía así. Y ese
sentimiento me conmovía. Ese amor que nos daba. Tan
sutil pero tan poderoso.
52
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Él siempre quería lo mejor para nosotros.
Si nos peleábamos entre los hermanos, era el quién
intervenía y hacía las paces. Tenía una autoridad
conferida, que era ser el mayor, y siempre utilizó esa
autoridad para unirnos como hermanos. Siempre nos inspiraba a sacrificarnos a costa de
ayudar a tu hermano.
En una ocasión mis padres habían traído una docena de alfajores de Bariloche y los tenían guardados para
regalárselos a unos amigos de la familia. Estaban
guardados en un armario en la planta alta de la casa. Yo
sabía muy bien donde estaban guardados. Pasó el tiempo, y pasaron muchas cosas mientras tanto. Hasta que una
mañana me desperté con unos gritos que llegaban del
cuarto de mis hermanos. Me desperecé y fui al cuarto desde donde llegaban los gritos. Mi madre estaba muy
alterada con la caja de alfajores vacía. “El que fue, que
confiese”. Todos sabían que los alfajores eran para un regalo.
Los amigos estaban llegando en una hora y no había
regalo. Los cuatro hermanos nos miramos entre sí. “Yo
no fui”. “Yo tampoco”. No había sido nadie. Mi madre al escuchar esto se alteró aún más. Si
había algo que la alteraba a mi mamá y mucho, eran las
mentiras. No lo soportaba. Siempre decía que no resistía
que sus propios hijos le mintieran. Paradójicamente algo
que yo no soportaba era que me llamasen mentiroso.
Consecuentemente estas situaciones siempre terminaban
en acaloradas discusiones. Todos levantábamos la voz,
nadie se escuchaba. El tiempo transcurría y no había
soluciones. Solo había cansancio, intolerancia y
resentimiento.
53
JUAN PABLO FILIPPINI
Mi madre nos dijo que nadie iba a salir del cuarto
hasta que se encontrara al responsable. Nos quedamos
quince minutos mirándonos los unos a los otros. Hasta
que finalmente José se paró, fue con nuestra madre y le
dijo que había sido él. Que se había levantado a la noche
y los había comido. Yo estaba muy nervioso. Me
transpiraban las manos. Estaba totalmente seguro de que yo los había
comido. Me parecía muy evidente. José siempre que
comía algo dejaba los envoltorios. En cambio, cuando yo
comía algo borraba la evidencia. Estaba cien por ciento
seguro que José sabía que había sido yo. Hasta Fede y
Andi sabían que yo los había comido. Lo percibía en la
forma en la que me preguntaban si había sido yo. Sin
acusarme, pero llamando a la sinceridad. Dos días atrás me habían visto en el armario donde
se guardaban los alfajores y me habían preguntado qué
estaba haciendo ahí. Yo les dije que nada.
El desenlace para José no fue nada bueno. Había
transcurrido mucho tiempo desde que nuestra madre ha-
bía preguntado quien había sido hasta el momento en que
mi hermano se confesó. Ese tiempo era acumulativo en
cuanto al castigo. Como un taxi que te cobra la espera en
la puerta de tu casa. Mientras pasaban los minutos, había
que pagar más. José prefirió dar la cara por mí. Y yo me sentía muy
angustiado porque realmente no recordaba haberlos
comido. En ese momento declaraba con total seguridad
que yo no había sido. Quizás no quería que mi madre
volviera a desconfiar de mí. Después de todo era algo
insoportable que me llamaran mentiroso. O que no
confiaran en mi palabra.
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DE CORAZÓN A CORAZÓN
En una ocasión estuve tres días sin hablar una sola
palabra porque mi madre aseguraba que yo había
ensuciado unas cortinas blancas, mientras que yo juraba
que no lo había hecho. Tres días sin dirigirle la palabra a
nadie. Ni dentro de la casa ni afuera. “Si no confían en mi
palabra, no la voy a volver a utilizar nunca más”. Para ser
un niño era bastante testarudo. Sin embargo, esa fortaleza
que mostraba hacia afuera se derrumbaba cuando miraba
hacia adentro. Cuando miraba hacia adentro me sentía débil. No te-
nía la fuerza para poder decir la verdad. No podía ganarle
al impulso de protegerme con mentiras. Esa era mi mayor
debilidad. En ese silencio de tres días lloré mucho, porque
sabía que había sido yo. Me escondía en mi cuarto y me
culpaba. Y me enojaba hasta que finalmente hacía las
paces conmigo. Y luego hacía las paces con los demás. Esos procesos de mi niñez fueron tan delicados. Tan
tenues y hermosos. Algunos con bastante sufrimiento.
Pero seguidos de crecimiento. Fue en esos silencios que
empecé a conocerme un poquito más a mí mismo. A
entenderme como persona. A entender mis acciones y
mis reacciones. Fue en esos procesos de mi niñez donde
empecé a descubrirme a mí mismo. Y en esos procesos
siempre estaban mis hermanos para acompañarme. José siempre daba un paso al frente cuando se trataba
de cuidarnos. Siempre lo hizo. Sin importar las
consecuencias. Esa mañana estuvo limpiando la casa
durante horas. Y no le importó. Porque sabía que la unión
entre nosotros era algo mucho más importante. Para él el
castigo cobraba sentido cuando con el resto de los
hermanos nos acercábamos a ayudarlo a limpiar. Lo
ayudábamos a pesar de que nos habían dicho que el
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JUAN PABLO FILIPPINI
trabajo lo tenía que hacer José solo, para que “aprendiera
la lección”.
Pero en realidad era él quien nos acababa de enseñar
una valiosa lección a todos.
Había lapsos de tiempo que mis padres y José se au-
sentaban por mucho tiempo de casa. Viajaban a Buenos
Aires para hacerle estudios. Mi hermano permanecía
internado en el hospital y mis padres se turnaban para
quedarse a dormir con él. Como Andi y yo éramos muy
chicos no nos contaban mucho lo que pasaba. Pero
sabíamos que algo extraño estaba ocurriendo con José.
Los chicos pequeños perciben todo. Siempre veíamos que cuando estaban en Tandil
había veces que José y mis padres tenían charlas a solas
en la cocina. No lo dejaban entrar a Fede ni tampoco a
nosotros. Sabíamos que algo estaba pasando. Pero por
más que intentábamos escuchar a través de la puerta no
podíamos entender nada. También pasaban otras cosas fuera de lo común.
Cuando se suponía que nuestros padres nos tenían que acompañar a nuestro primer día de colegio, nosotros íba-
mos con nuestras tías. No es que no la pasáramos bien
con las tías, todo lo contrario, pero nos resultaba un tanto extraño. Todos los días almorzábamos en la casa de
nuestros abuelos. Y ellos nos llevaban a las actividades
que hacíamos extracurriculares. Nuestros padres y
nuestro hermano nunca estaban en la casa y siempre venía nuestra abuela a dormir con nosotros. Cuando
preguntábamos cuando iban a volver nos respondían que
la semana entrante seguramente, pero esto solía postergarse. Todo me resultaba muy extraño.
56
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Fede nos cuidó muchísimo durante ese tiempo. Nos
acompañaba al club, nos enseñó a cocinar, nos retaba
cuando nos portábamos mal, se encargaba de toda la
casa. Cuando nuestros padres no estaban ni tampoco
José, teníamos que hacerle caso a él. Cuidarnos a
nosotros era una responsabilidad que implicaba mucho
trabajo. Fede siempre hacía las compras, y si nos
portábamos bien nos traía los postres que nos gustaban. Pero no siempre nos portábamos bien. Durante el tiempo en que mis padres no estaban en
casa yo me hice fanático de los jueguitos de la
computadora. Andi me había ayudado a aprender a
usarla. Teníamos una computadora muy vieja, pero en
cuanto pude instalé un jueguito de aventuras. Empecé a
jugarlo a toda hora. Tenía la libertad de manejarme como
quisiera. Me despertaba temprano para ir a jugar, después
me iba al colegio. Volvía del colegio y me acostaba tarde
para jugarlo. A veces lo jugaba con Andi, pero él no
parecía tan entusiasmado como yo. Venía, jugaba diez
minutos y después se iba. Fede notaba que yo estaba muy metido con los
jueguitos y empezó a esconderlos. Al comienzo yo
descubría los escondites con facilidad. En la biblioteca
del living, entre los libros. En el cajón donde mamá
guardaba las pinturas y los pinceles. En el cajón de las
herramientas. Esos escondites no representaban un gran
desafío para mí. Hasta que un día Fede se enojó. Me sacó el jueguito
y me mando a leer a mi cuarto por todo el día.
Siempre que me retaba me mandaba a leer a mi
cuarto y después me hacía preguntas para verificar que
había cumplido con el “castigo”. Me mandaba a leer por
una hora, pero lo curioso era que la mayoría de las veces
transcurrida la hora yo seguía leyendo. Muchas veces me
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JUAN PABLO FILIPPINI
mandaba a leer y me quedaba toda la tarde leyendo. In-
cluso a veces el me venía a buscar al cuarto y se quedaba
conmigo leyendo.
Ese día que Fede se enojó leí todo el libro “Robinson
Crusoe”. Estaba encantado con el libro. No podía dejar
de leerlo. En ese preciso instante dejé de interesarme por
los jueguitos para siempre. El jueguito que Fede escondió
nunca lo volví a ver. Nunca lo busqué. Nunca dejé de leer
a partir de entonces tampoco. Fede no solo nos cuidaba, sino que también nos
educaba con paciencia. Con tan solo quince años él nos
mandaba a leer cuando nos portábamos mal. Tenía tanta
sabiduría. Pero las ausencias de mis padres, de alguna forma,
fueron ausencias justificadas. Fede tuvo que hacerse
cargo de nosotros, pero nadie podía hacerse cargo del
dolor que sufría nuestro hermano José. Fue un año en particular muy duro para José. Lo
operaron repetidas veces en unas pocas semanas.
Permaneció seis meses internado en Buenos Aires con
mis padres. Estuvo muy mal, casi al borde de la muerte.
Nosotros le preguntábamos a nuestra abuela que pasaba
con José y no nos decía nada. La realidad era que ella
tampoco conocía la gravedad del asunto. Pero había
algunas señales que nos preocupaban. Cada vez que
charlábamos con nuestra mamá por teléfono se la
escuchaba con la voz tomada y nos pedía que rezáramos
mucho. En el colegio se realizó una cadena de oración por él.
Todas las tardes nos quedábamos en la capilla del colegio
con Andi para rezar el rosario con la directora del colegio
y algunos padres. Todo el mundo nos preguntaba cómo
estaba nuestro hermano.
58
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Últimamente pasábamos mucho tiempo con nuestras
tías. Aprendiendo la tabla de multiplicar en mi caso,
jugando a la maderitas, dibujando y pintando.
Prácticamente su casa se transformó en nuestro segundo
hogar durante esos meses. Después de estabilizarse. José volvió a casa con
nuestros padres. Estaba muy flaco, había soportado
muchísimo dolor. Todos estábamos muy contentos de
verlo de vuelta en casa. Lo habíamos extrañado mucho.
Cuando escuchamos el auto frenar en la vereda los tres
hermanos salimos a recibirlo a la calle. José abrió la
puerta del auto y mi madre lo ayudo a bajar. Todos los
abrazamos uno a uno. José estaba re contento. Bajamos
todas las valijas, los bolsos y entramos a casa. Con los
chicos teníamos la merienda lista para sorprender a los
recién llegados. Habíamos hecho un té para cada uno,
tostadas con queso, habíamos comprado fiambre y
mermeladas. Nos sentamos todos en la mesa familiar del
living y empezamos a tomar el té. Hacía mucho tiempo que no poníamos la mesa para
seis. Habíamos preparado la cama de José y la de
nuestros padres. Fede se había encargado de avisarnos
con tiempo para que pudiéramos dejar la casa impecable.
Esa misma tarde habíamos pasado la aspiradora en todos
los cuartos, puesto las fundas de los sillones, lavado
todos los platos y pasado el trapo en todos los pisos. Nuestra mamá quería saber todo lo que habíamos he-
cho en los últimos seis meses. Asique estuvimos un buen
rato charlando en la sobremesa.
Cuando todos se levantaron quedamos solamente José y
yo. Él siempre se tomaba un tiempo para hablar conmigo.
A pesar de llevarnos diez años de edad siempre tenía la
paciencia y la atención de escucharme y responder cuida-
dosamente todo lo que yo le preguntaba, por más ridículo
que fuera.
59
JUAN PABLO FILIPPINI
Lo primero que le pregunté fue porque había tardado
tanto tiempo en volver a casa. El me respondió que nunca
se había ido de casa, que siempre nos llevaba con él a
todas partes. En ese momento no entendí mucho que me
había querido decir, pero sentí que él también me había
extrañado cuando se paró y al pasar por al lado mío me
abrazó con mucha fuerza. Yo también lo abracé. Y le di
palmaditas en la espalda. Yo siempre daba palmaditas en
la espalda cuando era chico. Al día siguiente mi madre se sorprendió muchísimo
cuando me vio sentado leyendo el diario. Para ella yo no
leía, y apenas escribía algunas palabras sueltas. Lo que
ella no sabía era que mientras había estado afuera yo ya
había aprendido a leer y escribir. A sumar y a restar. Y a
cocinar también. Nos bañábamos, nos cambiábamos y
nos arreglábamos solos. Éramos prematuramente muy
responsables. Nadie nos decía que teníamos que hacer la
tarea. Nosotros sabíamos que teníamos que hacerla.
Nuestros padres ya tenían suficientes preocupaciones
como para darles una más, esa frase se escuchaba muy
seguido en nuestra casa. “Pórtense bien que sus papas ya
tienen suficientes problemas”. Nadie nos decía que nos teníamos que portar bien en
el colegio, pero nosotros sabíamos que teníamos que
hacerlo. Estaba a cargo nuestro hacer las cosas bien o
mal. Era nuestra responsabilidad. Varias veces mi
hermano Federico siendo menor de edad nos firmaba el
boletín de las calificaciones. Naturalmente creo que a él
nadie le firmaba el boletín. Creo que se lo firmaba el
mismo. Sin nadie que moderase, nosotros tomábamos
responsabilidades por propia voluntad. Nosotros nos
reíamos y decíamos que éramos completamente
independientes.
60
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Mi madre no quería saber mucho de esa independencia.
Le asustaba la idea de que fuéramos tan autosuficientes a
tan temprana edad.
Nos comprábamos los útiles para él colegio, nos en-
cuadernábamos los cuadernos, nos peinábamos solos e
incluso nos despertábamos solos todas las mañanas para
hacernos el desayuno. Una tarde después de haber regresado del colegio mi
madre intentó sentarse conmigo para hacer la tarea. El
experimento fue un caos. Yo ya estaba acostumbrado a
hacer la tarea solo, no necesitaba ayuda de nadie. Mi ma-
dre era profesora de matemática, era su vocación enseñar.
Pero conmigo no había caso. Terminamos los dos
llorando, porque yo me sentía sofocado y mi madre triste
por esta nueva independencia nuestra. Yo quería hacer
las cosas solo, sin que nadie me controlara. Ya estaba
acostumbrado a manejarme así. Finalmente acordamos que ella no intervendría más
en mis tareas, pero yo tendría que participar en las
Olimpíadas de Matemática y practicaríamos los
problemas juntos. Me pareció bien tener ese espacio para
compartir con ella. Para que ese fuera el espacio en el
cuál ella intervenía y compartíamos. Y en el resto de las
actividades continuara con la libertad y la independencia
que ya estaba acostumbrado a tener.
Mi hermano José. Mientras tanto José volvió a casa, volvió a estudiar,
volvió a vivir con una intensidad que se transmitía. Mi
hermano tiene una luz especial. Estoy seguro que lo que
él transmite no se va a apagar nunca en mí.
Una tarde todos se fueron de casa y nos quedamos
solos él y yo. Fui a la cocina para prepararme algo para
comer. Tenía mucha hambre. Tenía muchas ganas de
hacerme un sándwich de queso con tomate.
61
JUAN PABLO FILIPPINI
Antes fui al living y le pregunté a José si quería lo
mismo. Me dijo que no tenía hambre al momento, pero la
realidad era que no podía comer nada de eso. Estaba con
una dieta delicada para recuperarse bien y no obstruir al
organismo. Volví de la cocina con mi sándwich y le alcancé una
Gatorade de naranja. Nos sentamos a ver un poco de tele-
visión mientras yo comía. Yo no había llevado un plato
siquiera. Asique todo el piso se llenó de migas. Entonces
José me mandó a buscar la escoba para barrer. Pero para
cuando volví José ya no estaba más en el sillón. Empecé a mirar alrededor, pero no estaba en ningún
lado. Empecé a llamarlo a gritos, pero no respondía. Abrí
la puerta del living y pasé al garaje. Tampoco estaba ahí.
Me fijé detrás de las puertas, detrás de las cortinas.
Empecé a sospechar que se estaba escondiendo de mí.
Entré al baño y rápidamente corrí las cortinas. No estaba
ahí. Tenía que moverme más rápido. Definitivamente él
se estaba moviendo de lugar. Me saqué las zapatillas para
no hacer ruido al caminar. Con las medias, las pisadas se
amortiguaban perfectamente. Traté de agudizar mi oído
para escuchar alguna respiración, algún movimiento. Ya
había revisado toda la planta baja y no estaba por ningún
lado. Tenía que estar dentro de la casa, de otra forma hu-
biera escuchado claramente la puerta del exterior
cerrarse. Con pasos rápidos volví al living y saqué de mi
cajón de los juguetes una pistola de agua.
Tenía que moverme aún más sigilosamente. Fui al
baño y con delicadeza abrí la canilla y cargué mi pistola
hasta el tope. Tenía que despertar todos mis sentidos,
alerta a cualquier señal que pudiera delatar la ubicación
de mi hermano. En mi mente empecé a formular una
estrategia.
62
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Reconociendo todas las posibilidades. Descartando algu-
nas ubicaciones que ya había revisado. Interiorizándome
con cada paso que iba a dar.
Traté de respirar cada vez más lento, cada vez más
suave, que mi respiración fuera imperceptible. Inhalando
profundo y exhalando profundo. Con suavidad.
Con Andi siempre jugábamos a los ninjas secretos,
así que sabía muy bien como tenía que moverme. Tenía
que deslizarme agachado, contra las paredes, evitando
reflejarme en los vidrios y espejos. Sin dejar rastros.
Conectándome con el ambiente. Apagando las luces para
moverme más fácil en la oscuridad. Sacándome la ropa
que tuviera colores llamativos. Evitando pasar cerca de la
puerta que daba al patio para que el perro no delatara mi
ubicación. Tenía que convertirme en un verdadero ninja.
Fue en ese estado de fantasía que se me ocurrió una
idea brillante.
En el segundo piso de mi casa en el baño de mis pa-
dres había un botón que al apretarlo hacia sonar el timbre
de la casa. Lo habíamos descubierto con Andi en una de
nuestras primeras aventuras en la casa. Tenía que llegar
al segundo piso sin ser visto. Y podría accionar el botón.
José pensaría que alguien estaría llamando a la puerta y
en cuanto se dirigiera a atender yo tendría una
oportunidad única para emboscarlo. Una oportunidad
única para mojarlo de pies a cabeza con mi pistola de
agua. Era el plan perfecto. Pero no había lugar a errores.
Tenía que cruzar la casa sin ser detectado. Escon-
diéndome detrás de las paredes me fui acercando a las
escaleras. Sentía la emoción de la misión. Mi corazón
latía ante la posibilidad de que mi hermano me
emboscara. Él podría estar en cualquier lado.
63
JUAN PABLO FILIPPINI
Me sentía constantemente acechado. Legué al rellano de
la escalera y no lo encontré en el camino. Delante mío
estaba la prueba más importante de la misión. La escalera era muy ruidosa.
Pero yo tenía mucha experiencia para subirla con
sigilo. Muchas veces me había escapado sin producir un
solo ruido cada vez que mi mamá me llamaba para pasar
el trapo en la cocina. Tenía mucho entrenamiento en el
sigilo. No tenía que pisar el primer escalón ni el tercero.
Y a partir del quinto tenía que ir caminando exactamente
por el centro de la escalera. Ni un centímetro a la derecha
ni un centímetro a la izquierda. No había margen de
error. Si hacía algún paso en falso el chillido de la escalera
se escucharía en toda la casa. Había un silencio absoluto.
Solo se escuchaba el vacío de la casa y algunos autos que
pasaban por la vereda de enfrente. Con agilidad empecé a subir la escalera. El éxito de
mi empresa estaba depositado en que José no estuviera
arriba. Llegué al final de la escalera. Me dirigí inmedia-
tamente al cuarto de mis padres y entré a su baño. Ahí
estaba el botón en frente de mis ojos. Un botón que
emitía una luz roja. Era el momento de la verdad. Tenía muchísimas
ganas de reírme. Estaba solo en el baño de mis padres y
no podía contener la risa.
Accione el botón tres veces y el timbre se sintió
fuerte y claro por toda la casa. Me resultó muy difícil
contener la risa en ese momento. Salía de mi interior.
Desde mi panza. Pero no había tiempo para regocijarme,
era momento de atacar. Me acerqué a la escalera y desde
arriba empecé a sentir los pasos firmes de José
acercándose a la puerta.
64
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Lentamente empecé a bajar los escalones uno a uno. Él
había caído en mi emboscada. Seguramente se había
escondido en la cocina. Venía desde esa dirección.
José tenía puesta una máscara de un mono con la que
ya me había sorprendido unos días atrás. Evidentemente
quería asustarme. José preguntó quién era. Nadie respon-
dió del otro lado de la puerta. Bajé un par de escalones
más. “¿Quién es?” Ya lo tenía en la mira. Desenfundé mi
pistola. Ajuste con precisión mi puntería. José se acercó a
la puerta y miró por el rabillo de la cerradura. “¿Quién
es???!!”. Desde un costado le grité. “¡Yo!” y empecé a
mojarlo con mi pistola de agua.
Se empezó a reír desde adentro de la máscara. Em-
pezamos a correr y a reírnos. El me perseguía, yo me
escapaba. Yo lo perseguía, él se escapaba. Alrededor de
la mesa fuimos tirando todas las sillas al piso. Corrimos
por el garaje, nos tiramos al suelo. Yo lo aplastaba, el me
abrazaba. Perdimos la noción del tiempo y espacio. Salta-
mos arriba de los sillones, nos tacleamos, gritamos. Y de
repente volvimos en sí. Nos habíamos divertido como nunca. Como hacía
tanto tiempo que no nos divertíamos. El se olvidó de
todo, y yo también. Fue como si no hubiera pasado nada
en los últimos seis meses. Pero de repente sentí la
agitación de José. Y empecé a preocuparme cuando se
sentó en el sillón. La colcha del sillón se había
desgarrado completamente. Habíamos estado saltando
durante varios minutos sobre ellos. Las sillas estaban
todas tiradas en el suelo. Habíamos roto una lámpara de
un pelotazo. José estaba sentado recuperándose. Había
sido demasiado. Mamá estaba a punto de volver.
65
JUAN PABLO FILIPPINI
La casa era un completo caos. Y lo peor, se suponía que
José no podía hacer grandes esfuerzos.
Él había estado muy mal. Quizás la agitación que
tenía era grave. Quizás cuando lo aplasté le había abierto
los puntos o desacomodado algo de la intervención.
Cómo iba a explicarle a mi madre que por mi culpa iban
a tener que volver a internar a José. De repente lo que
había sido un juego se transformó en una pesadilla para
mí. La emoción me había sobrepasado. No podía
comportarme de esa manera. Todos esos y muchos
pensamientos más vinieron a mi cabeza. La
desesperación me colapsó. Empecé a sentirme cada vez
más y más angustiado. José no entendía nada. Yo le explicaba que había
sido toda mi culpa. Yo solamente quería jugar. Lo había
extrañado mucho todo ese tiempo. No había tenido
cuidado en su estado de salud. Había sido muy
irresponsable. De repente empecé a llorar con
desesperación. José me miraba sentado desde el sillón. Se
paró enérgicamente y se acercó a mí. Me agarró de los
hombros y se empezó a reír. Juntos íbamos a ordenar la casa y todo iba a salir
bien. Solo teníamos que sonreír. De todo lo demás no
había que preocuparse tanto. Yo no estaba tan seguro de
eso. Lo acababan de operar. A lo mejor se había
lastimado. Yo estaba muy colorado. Sin consuelo. Lo
último que quería era que lo volvieran a llevar a Buenos
Aires. Que lo tuvieran que operar de nuevo. Entonces José me agarró del hombro y me llevó al
baño. Me quería mostrar algo. Me paró frente al espejo y
miramos nuestros reflejos en el vidrio. Podía ver mi
rostro amargado enfrente mío. Los labios arrugados y la
tristeza de mis ojos. De repente José se levantó la remera
y me mostró donde lo habían intervenido a la altura de la
panza.
66
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Yo lo veía a través espejo. Tenía la zona inflamada, de un
tono violeta. Tenía las marcas de todas las
intervenciones. Marcadas en su piel. Los puntos
brillaban. Y su cara estaba pálida. Pero sin miedo. No
había miedo, ni sensibilidad en su cara. Como si no
estuviera viendo nada fuera de lo común. Ajeno a lo que
estaba observando. En cambio yo estaba totalmente impresionado por lo
que estaba viendo. Conmovido. Nunca antes me había
mostrado sus intervenciones. Nunca antes habíamos ha-
blado siquiera del tema. Sentía muchísima impresión.
Pero lo que más me impresionaba era el
desapasionamiento de mi hermano. Cuando me volvió a hablar lo hizo con tanta pureza
y sinceridad.
Me miró a través del espejo y me dijo que estaba
todo bien. Me explicó que la herida no se había abierto ni
nada. Mientras con su dedo índice recorría los puntos de
la intervención. “Quedate tranquilo que todo está en su
lugar”. “¿Ves?”. Y me señalaba toda la intervención. Entonces esbozó una sonrisa y me miró con esa luz
que me inspira tanto. Me dijo que la única forma de que
las heridas cicatrizaran más rápido era sonriendo
“¿Entendés?”. Me sequé las lágrimas con el buzo que
tenía puesto y me soné la nariz. Lentamente empecé a
esbozar una tímida sonrisa contra el espejo. “¡¡Dale
sonreí más grande!!”. Nos vimos en el reflejo los dos
sonriendo. Todo volvió a ser natural. Los dos estábamos radian-
tes. Y a través del espejo mi hermano me miró a los ojos,
mientras su sonrisa desaparecía. Volvió a su rostro la
expresión de desapasionamiento. “¿Ves que la herida ya
está mucho mejor?”. Cuando te reís ya no hay dolor, ni
67
JUAN PABLO FILIPPINI
preocupaciones, ni miedos. Volvió a sonreír mientras se
bajaba la remera y me agarró de la panza
sorpresivamente. Nos abrazamos y volvimos juntos a ordenar todo el
desorden, pero siempre con una enorme sonrisa en
nuestro rostro. Mi hermano José me recuerda el motivo
por el cual vivimos. Vivimos para ser felices. Para
disfrutar de la vida, aun en las adversidades. Él en vez de compartir con nosotros el dolor y el
miedo a la muerte nos compartió el entusiasmo por
alcanzar la felicidad. Las ganas de vivir. Las ganas de ser
mejores personas. José es un maestro. Tomó todas las
adversidades, los obstáculos, los miedos; los purificó y
los compartió en forma de bendiciones. Esa es la obra de
un verdadero maestro. Despertó en cada uno de nosotros
una chispa por vivir. Una chispa por disfrutar la
abundancia que nos rodea. Una luz que nos hace creer en
nosotros mismos. Mi hermano cumplió un rol principal en mi vida. Me
enseñó a ser como el ave fénix. A revivir de las cenizas,
una y otra y otra vez. Me enseñó a afrontar las adversida-
des con total desapasionamiento. Fue gracias a él que aprendí a meditar. Porque en su
camino por restablecer su salud inició una búsqueda. Una
búsqueda por caminos alternativos, más allá de la medi-
cina tradicional. No solo para curar el cuerpo, sino para
curar el alma. Y lo logró. No solo lo logró para sí mismo,
sino que compartió con todos nosotros los frutos de esa
búsqueda. Particularmente en mi contagió el entusiasmo
del buscador. A partir de la adversidad generó bendiciones y las
compartió con todos nosotros.
68
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Y yo siempre lo seguí. Porqué quería ser un
buscador como él. Me gustaba apoyar su entusiasmo.
Porqué sabía que su búsqueda nos iba a elevar.
Juntos aprendimos a cuidar nuestra alimentación. A
cuidar nuestros hábitos cotidianos. A investigar. A querer
estar cada vez mejor. A entrenar nuestra mente y nuestro
cuerpo. A replantearnos nuestra vida. A no conformarnos
en la comodidad de nuestros patrones. Juntos fuimos al curso de El Arte de Vivir. Fue él
quien me llevó por primera vez a meditar. Fue él quien
me acercó a la Escuela del Cambio. Me enseñó a
profundizar hacia mi interior. Me enseñó
fundamentalmente a hacer cosas para estar bien conmigo
mismo. A partir de sus propias acciones mi hermano fue
transformando todo su alrededor. A partir de su propio
cambio.
Toda la familia empezó a compartir desde otro lugar
cada momento. Disfrutando meditaciones en familia.
Disfrutando de nuevos hábitos para crecer desde el
interior. Conociéndonos desde otra perspectiva. Disfrutamos de otra energía. Disfrutamos de otro ni-
vel de consciencia. Disfrutamos de nosotros mismos y de
nuestras relaciones. Disfrutamos de la luz.
Mi hermano hizo de su enfermedad un regalo para
todos. El más hermoso regalo.
El agradecimiento hacia la persona que te acerca por
primera vez a meditar florece y se hace cada vez más
grande. Porque para la persona que toma contacto con ese
conocimiento tan antiguo por primera vez, es algo divino.
El más hermoso de todos los regalos. Y ese
agradecimiento que yo siento hacia mi hermano es una
bendición de mi parte para él que va a perdurar por
siempre.
69
JUAN PABLO FILIPPINI
Durante mucho tiempo José me habló de la energía
ancestral que todos tenemos. Me contaba que era una
energía dentro nuestro que no se renueva. Que se va
agotando con el tiempo. Una energía no renovable. Las situaciones de stress extremo, el sometimiento al
alto rendimiento, sobre exigencia física y mental agotan
más rápidamente esa energía ancestral. Cuando uno
pierde sangre también pierde energía ancestral. Y cuando
uno agota toda su energía ancestral muere. El dolor físico es la principal causa por la cual se
pierde energía ancestral de un modo más rápido de lo
usual. La energía ancestral es como el tanque de reserva
de un auto. No se puede recargar. Y cuanto más rápido
quemas la gasolina más rápido el auto se detiene. Yo percibí el pensamiento que él tenía en su cabeza
mientras me hablaba de estas cosas. El estaba pensando
en todas sus operaciones. Seguramente pensaba que le
habían quitado un montón de energía ancestral. Yo
sospechaba que esos eran sus miedos. Él pensaba que no
podría vivir tanto como el resto de las personas. Qué
tendría una vida corta. Más corta de lo común. Había
sufrido muchísimo dolor, había perdido tanta energía
vital en ese dolor. En cada intervención, en cada
operación. En ese momento me comunique sin palabras,
solamente a través de la intensión. Y por más que no nos
hablamos, los dos nos entendimos. Lo que yo le transmití
en ese momento es que la energía ancestral se alimenta
de las bendiciones que uno va acumulando en su vida.
Ese era un detalle que no estaba en los libros orientales
que había leído. Yo no sabía decirle si iba a vivir más o
menos. Lo que si sabía es que mi bendición lo iba a
acompañar toda su vida. Ya sea corta o larga, mi
70
DE CORAZÓN A CORAZÓN
bendición lo iba a acompañar por siempre. Lo que si
podía decirle es que al momento en que diera su última
exhalación, yo iba a estar acompañándolo. Mi
agradecimiento iba a estar con él hasta que todo termine. Esa tarde cuando desordenamos toda la casa tuve el
primero de muchos aprendizajes con mi hermano José.
Cuando nos miramos al espejo, todo fue muy claro. Más
tarde el resto de la familia volvió a casa. José y yo
estábamos sentados en el living como si nada. La casa
estaba en orden. Todo estaba como antes de que se
hubieran ido. Solo había un detalle diferente. José y yo
nos estábamos riendo a carcajadas. Estábamos
disfrutando la vida. Estábamos dando los primeros pasos
hacia una búsqueda sin límites. Redescubriéndonos
constantemente. Trascendiendo. Era la búsqueda más importante de todas. Una bús-
queda de la felicidad.
No hay felicidad en las palabras.
No vas a encontrar la felicidad en este libro.
No vas a encontrar la felicidad en estos capítulos.
La felicidad ya está en vos.
La comunicación fuera de las palabras. La comuni-
cación “de corazón a corazón” te ayuda a reencontrarte
con esta verdad. A despertarte y observar que vos ya sos
felicidad. La última internación que tuvo José en su vida
estuvo todo el tiempo con Andi.
Mi madre estaba enferma y se quedó en Tandil con
mi papá. Fede estaba fuera del país. Por lo tanto Andi y
yo nos encargamos de acompañar a José en su
internación. Todas las noches uno de los dos tenía que
irse terminado el horario de visitas. Solo podía quedarse
un acompañante.
71
JUAN PABLO FILIPPINI
Todas las noches se quedó Andi. Cuando se terminaba el
horario de visita yo me iba y Andi se quedaba a dormir.
Los días pasaban y José no mostraba mejorías. No
podía dormir a la noche. Estaba muy deshidratado. Con
mucha fiebre. Sin ganas de comer. Estaba perdiendo
mucho peso. Nosotros lo veíamos en su rostro. La estaba
pasando muy mal. Y se lo veía cada vez peor
anímicamente. Sin ganas de hablar. Sin ganas de
levantarse de la cama. Entonces una noche tuvo una conversación con Andi
que lo cambió todo.
Andi le pidió que rezara con él para que se
recuperara rápido. Pero José no quería rezar. No tenía
ganas de rezar, ni de pedirle nada a Dios. Ya no creía en
Dios. Se sentía abandonado. Sin fuerzas. Sin fe. Total-
mente abatido. En ese momento Andi le dijo algo muy hermoso.
“No hace falta que reces con palabras, podes rezar con el
corazón”. Y juntos en silencio se quedaron varios
minutos sin hablar. A partir de entonces algo se transformó. Todo fue di-
ferente. Al día siguiente José estaba recuperándose.
Estaba recuperando todas sus fuerzas. Fue algo muy
fuerte. Hay momentos en que las palabras no alcanzan. Es
necesario comunicarse por otro nivel de consciencia. Y
cuando te comunicas por ese nivel, cosas increíbles
ocurren. Cosas increíbles ocurren en vos. Cosas increíbles
como la felicidad.
72
CAPÍTULO CUATRO SALTAR AL AGUA HELADA
La mayoría de los viajes familiares los hicimos cuan-
do yo era muy chico. Teníamos un auto con tres filas de
asientos. La fila del conductor y del acompañante, la se-
gunda fila donde viajaban Fede, José y Andi y un asiento
que se colocaba en el baúl del auto donde viajaba yo
junto con el resto del equipaje. El auto iba siempre muy cargado. Mi madre solía
preparar comida para el viaje y subíamos a la ruta bien
temprano. Generalmente nuestros padres nos avisaban
tres o cuatro días antes de salir. Nos llamaban a la
mañana a su cuarto y nos metíamos todos en la
habitación a las corridas. Ya todos sabíamos que si nos
llamaban al cuarto era porque había algún anuncio
importante. Como éramos muchos en la habitación, alguno
siempre se llevaba sábanas y se tiraba en el suelo
mientras el resto se metía en la cama. Nuestros padres
después de dar algunas vueltas nos daban la buena
noticia. Los festejos eran instantáneos. Algunos nos
poníamos a saltar en la cama, otros se disparaban al
cuarto a armar la valija y a separar los juegos que
llevarían para el viaje. No había que olvidarse de la ropa
deportiva, ni de la pelota de rugby, ni la de fútbol. Habría
que llevarlas a la bicicletería para inflarlas bien. Eso era
lo primero que se me venía a la cabeza. Inflar las pelotas
de fútbol y rugby. Después me encargaría de la ropa y el
resto de los preparativos. Con Andi siempre compartíamos un bolso y lo ar-
mábamos juntos. Una mitad del bolso para cada uno. Y
73
JUAN PABLO FILIPPINI
una mochila para los dos. Era un trámite muy simple.
Nos gustaba viajar livianos. En la mochila llevábamos las
cosas indispensables para el día a día. Algún libro para
los tiempos libres, agua, y nuestras herramientas de
supervivencia. Como binoculares, brújula y cortaplumas. El clima festivo se extendía desde el momento en
que nos subíamos al auto para viajar hasta el final de las
vacaciones. Era todo una celebración familiar. El mismo día en el que salíamos de viaje, todos se levantaban muy
temprano. Con Andi siempre nos despertábamos
primeros, bajábamos las valijas de todos y las dejábamos
al lado del auto. Después de comer algo nos sentábamos a esperar en la escalera a que el resto de la familia se
despertara. Algunas veces nos ganaba la impaciencia y
empezábamos a simular algunos ruidos para que el resto de la familia se despertara. Simulábamos un repentino
ataque de tos o una serie de estornudos. Hubo un viaje familiar al glaciar Lanín que fue parti-
cularmente anecdótico. El viaje en auto fue muy especial.
Hicimos varias paradas en el medio para que mi padre
pudiera descansar y tomarse un café. Mi madre también
manejó por un buen rato. Todos estábamos con los
rostros pegados a los vidrios. Los paisajes cambiaban en
un abrir y cerrar de ojos. En uno de esos cerrar de ojos
me quedé completamente dormido. Los viajes siempre
me relajaban. Quizás era que viajábamos con las
ventanas cerradas y eso me adormecía. Quizás era la falta
de oxígeno. Quizás era el movimiento del auto que me
mecía como en una cuna. Quizás era que simplemente
tenía sueño. Para cuando me desperté ya habíamos llegado. Había
estado durmiendo durante las últimas tres horas. Mis ojos
no daban crédito. El paisaje era increíble. El contraste de
la vegetación era impactante.
74
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Lentamente empecé a desperezarme. Tenía el cuerpo
totalmente entumecido. Entre todo el equipaje no tenía
mucho espacio para moverme, pero la ventaja de viajar
en el baúl era la vista. Una vista a contramano. Mientras todos miraban
para adelante yo miraba para atrás. A contramano. Con
una perspectiva totalmente diferente.
Entonces, giré sobre mi asiento para ver como venía
el resto de la familia en las filas de adelante y estaban
todos mis hermanos durmiendo menos Fede. Lo desperté
a Andi y le dije que habíamos llegado. Se despertó con
entusiasmo. El paisaje era un motivo para festejar. De
todas formas nosotros siempre estábamos festejando. En
ese momento festejamos con nuestro saludo secreto en
silencio. El mismo saludo secreto que hacíamos todas las
noches antes de dormirnos. Durante mucho tiempo con Andi compartimos el
mismo cuarto. Dormíamos en una cama marinera triple.
El dormía en la parte del medio y yo siempre sacaba la
parte de abajo. Porque la parte de arriba me resultaba
muy calurosa. Todas las noches, instantes antes de
dormirnos, cumplíamos con el mismo protocolo. Nos
dábamos la mano y ensayábamos el saludo secreto.
Chocábamos las palmas tres veces y al tercer choque las
estrechábamos. Y en ese momento hacíamos el saludo
secreto. Que si se los cuento dejaría de ser secreto. Pero lo más importante del saludo se daba al final.
Al terminar de darnos el saludo contábamos lentamente
con las manos estrechadas llevándolas para arriba y para
abajo. “uno, dos, tres”. Y a la cuenta de tres teníamos que
decir la contraseña secreta a la máxima velocidad
posible. Era muy difícil decir la contraseña a la máxima
velocidad sin equivocarte. Para nosotros era un
mecanismo para reconocernos.
75
JUAN PABLO FILIPPINI
Si lo decíamos bien, estábamos seguros de que nadie
había tomado la forma de nuestro hermano. Y si lo
decíamos mal nos hacíamos preguntas personales para
asegurarnos de que no estábamos hablando con un
impostor. El saludo secreto era un protocolo muy importante y
necesario dado los asuntos tan importantes que
llevábamos a cabo durante el día. Como agentes
especiales teníamos que llevar a cabo ciertas medidas de
seguridad. Medidas de seguridad para evitar el espionaje
de impostores. Al final del saludo, entre risas y con la tranquilidad
de no estar durmiendo con un impostor, nos deseábamos
las buenas noches y nos dormíamos.
En el auto.
Con la agitación del saludo José se despertó también.
Las calles estaban cubiertas de hielo y se notaba que al
auto le costaba aferrarse al pavimento. Ya se estaba
haciendo de noche y todos teníamos bastante hambre. Por
suerte ya estábamos muy cerca. A mi papá no le gustaba
viajar de noche, por lo que siempre coordinaba todo para
viajar con luz en la ruta. Llegamos a nuestro hospedaje con los últimos rayos
de sol. Estábamos alojados en una cabaña muy sencilla
donde los hermanos compartíamos las camas y
dormíamos todos en el mismo cuarto junto a mis padres.
Naturalmente cuando se despertaba uno se despertaban
todos. Una vez instalados en la cabaña nos subimos de
vuelta todos al auto y fuimos al supermercado a comprar
algunas cosas para la cena. Esa noche cenamos unas
lentejas con carne picante que nos regeneró del largo
viaje. Hacía mucho frío y la calefacción en la cabaña no
era muy buena. Por suerte habíamos llevado muchísima
ropa de abrigo. Medias para esquiar, gorros de lana y
guantes.
76
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Al día siguiente nos levantamos con esa brisa
matinal que te hace sentir tan libre y tan fresco. Nos
esperaba una excursión muy larga que habíamos
programado a través de unos amigos de mis padres que
vivían ahí. Nos pasaría a buscar una combi para llevarnos
a los pies del glaciar y continuaríamos a pie recorriendo
el lugar. La fauna y la flora de la región era única en el
mundo. Una naturaleza tan salvaje. Tan intacta. Tan pura.
Tan vasta. El plan era ir caminando a un lago a orillas del
glaciar y poder verlo de cerca. Estar a sus pies.
Para tener energías suficientes para todo el día de
actividad el desayuno era una parte esencial en nuestra
travesía. Tostadas, huevos, fruta, cereales. Nos sentamos
todos a desayunar bien temprano. Había una alegría
impregnada en el aire. Sentíamos la aventura cerca y eso
nos animaba. Habíamos tenido una noche de profundo
descanso reparador. Estábamos listos para descubrir este
nuevo mundo que nos esperaba afuera. Estábamos listos
para la aventura. Nos cambiamos prestando especial cuidado en los
detalles. Debajo de los pantalones todos nos pusimos
unos calzoncillos largos. Debajo de los buzos, remeras
térmicas. Cada uno se acomodó las medias con especial
cuidado para evitar que en la caminata se nos lastimaran
los pies. Sabíamos que afuera nos esperaba un clima sin
pulimientos, áspero y descortés. Ya lo habíamos
percibido la noche anterior. Pero esta vez iba a ser
diferente, nos íbamos fuera de la ciudad. Allí no habría
reparos, ni refugios para protegerse. Esperamos a la combi que nos pasó a buscar y nos
encontramos con el resto de la gente que iba a participar
de la excursión. Era un grupo muy variado. Había
muchos extranjeros que hablaban solo en inglés. También
había una pareja con su bebé y una pareja de ancianitos.
77
JUAN PABLO FILIPPINI
El resto del grupo eran viajeros que promediaban los
treinta años de edad. Nosotros éramos los únicos
argentinos del grupo, sin contar al conductor y al guía de
la excursión. Siempre nos pareció muy agradable conocer
personas de otros países. Desde muy chicos todos los
hermanos fuimos a aprender inglés. Y siempre había
visitas extranjeras en nuestra casa. Ingleses, americanos,
taiwaneses, rusos. El intercambio cultural siempre estuvo
muy arraigado en nuestra familia. Espontáneamente al cabo de unos minutos cada uno
había entablado una conversación con alguno de los otros
pasajeros. Todos eran muy agradables. Todos querían
compartir sus historias. Todos escuchaban y compartían. Nos sacamos muchas fotos durante el viaje. Íbamos
por caminos de tierra y de hielo, muy sinuosos. La natu-
raleza estaba intacta. Tan pura y bella. Brillaba bajo el sol
del mediodía. Al llegar al lugar, nos bajamos de la combi y em-
pezamos a caminar todos en fila siguiendo al guía de la
expedición. Al bajar lo primero que hice fue buscar el
palo más grande que encontré. Ese iba a ser mi bastón
para protegerme de los animales salvajes.
Empecé al marchar al frente del grupo con el guía.
Apoyaba mi bastón con fuerza. Quizás cuando volviera a
la cabaña podría adornarlo con alguna pintura y afilarle la
punta para que fuera más temerario, pensaba al caminar.
Calzaba perfectamente en mi mano. Las serpientes se
iban a alejar de mi camino. Y si algún animal salvaje
aparecía tenía algo con lo que protegerme.
78
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Caminamos durante una hora y media hasta que lle-
gamos a la orilla del lago. Hacía un frío desgarrador. Las
caras estaban rojas y los ojos llorosos. Pero la vista, la
vista era increíble. Un paisaje de antiquísima belleza.
Éramos el único grupo en quilómetros a la redonda. Se
percibía una plácida tranquilidad. Se disfrutaba una
perspectiva circular del paisaje. Era circular porque te
envolvía. Te envolvía con suavidad. Clavé mi bastón en la tierra y me acerqué corriendo
a tocar el agua. El agua era de un azul marino cristalino,
transparente. Me saqué los guantes y hundí la mano en el
lago. La sensación refrescante fue muy breve. El agua
estaba helada. Se hacía muy difícil sostener la mano
debajo el agua. Cuando miré detenidamente a mí
alrededor parecía como si pequeños trozos de hielo
flotaran en lago. Las rocas de la orilla estaban cubiertas
de escarcha. Todo el paisaje parecía de cristal. Frío y
frágil. Transparente. Como si te pudieras reflejar en el
paisaje. Hundí mis manos como un cuenco en el agua y al
retirarlo me lo llevé a la boca. El agua se deslizó por mi
garganta activando la sensibilidad en cada tejido mientras
pasaba por mi cuerpo. El frío se fue a mi cabeza. Sentí un
pequeño cosquilleo en mi frente. Era el agua más
deliciosa que había probado en mi vida. Ya no tenía más
sed. Estaba totalmente satisfecho pero quería seguir
bebiendo. Mi ánimo se había levantado por los aires.
Mientras continuaba bebiendo, una brisa se levantó y
sopló sobre mi rostro. De repente un escalofrío recorrió mi espalda.
Empecé a prestar detenida atención a mi cuerpo. El aire
entraba con dificultad por mi nariz. Mis pies estaban
húmedos. Y mi voz estaba seca, sin brillo. Mi cuerpo
estaba luchando por adaptarse a estas nuevas condiciones
climáticas.
79
JUAN PABLO FILIPPINI
Pero valía la pena el frío. Estar ahí era algo
extraordinario. La magnificencia del glaciar que se erigía
en frente era espectacular. De pronto me sentí tan
insignificante frente a esa gran masa de hielo. Yo que
pensaba que cada vez era más grande y más fuerte. En
ese momento me sentía diminuto. Después de dar una última vuelta junté varias rocas
de la orilla y volví a caminar hacia la camioneta.
Me volví a reunir con el resto del grupo que estaba
tan impresionado como yo. Mi madre sacaba fotos en los
trescientos sesenta grados. Parecía un remolino. Conti-
nuamente se escuchaba el sonido de la cámara fotográfica
gatillando fotos. En un costado mis hermanos contaban
historias de criaturas gigantescas que vivían en el lago.
Mientras tanto, yo, saltaba de un lado a otro. De repente José señaló hacia un costado con gran
efusividad y todos volvimos la cabeza en esa dirección.
Vimos que en la orilla nos esperaba una balsa de madera
para cruzar el lago. Yo no me esperaba algo tan genial.
Íbamos a poder cruzar el lago en balsa. La intensidad que sentí al ver la balsa fue muy linda.
Siempre estaba listo para una nueva aventura. Quería
investigar cada detalle de la balsa. Me puse a observar
con detenimiento cada parte de la embarcación pero no
encontraba ningún remo, ni motor. De repente mi vista
salió de la balsa y encontró un cable muy grueso que cru-
zaba el lago de lado a lado. La balsa estaba sujeta a dicho cable por unos postes que lo hacían correr por un sistema
de poleas. El sistema era simple e ingenioso. Bastaba
bajar una palanca para que se deslizara el cable por los
postes y la balsa empezara a cruzar.
80
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Parecía la balsa de un náufrago, salvo por el sistema
de poleas, era muy precaria. Los troncos del piso estaban
atados con sogas de marineros. Todos los troncos eran
diferentes, como si hubieran sido talados a mano. En ese momento se me vinieron a la mente historias
de piratas y tesoros. También de marineros saltando por
la borda a un mar de tiburones. Pero estaba seguro de que
en ese lago no había tiburones. Mis padres ya me habían
explicado que los tiburones eran de agua caliente. Fue un
alivio saber eso después de haber entrado varias veces
temeroso al mar en las vacaciones anteriores. Ahora tenía
la tranquilidad de que si me caía al agua ninguna bestia
me devoraría. A continuación, todos subimos a la balsa con cierta
inseguridad. El primer paso era el más difícil. Me costó despegar mi bota del suelo y subirla a una superficie flotante. La balsa no tenía barandas ni asientos. Era bá-sicamente una plataforma de madera. Un piso de madera flotante. No tenía timón, ni bandera. La balsa viajaba en línea recta como el cable. Solamente tenía cuatro postes en los extremos que sostenían un improvisado techo que tenía algunas sogas de las cuales te podías agarrar. Todos íbamos parados uno al lado del otro. Sin dejar de admirar la bastedad del lugar. Sin poder dejar de sorprendernos del paisaje que nos rodeaba. Sin palabras.
El guía nos dio algunos detalles sobre el origen de la
balsa que no recordé con precisión. Lo que sí recordé es que no me dieron mucha seguridad. Contó historias de muchos años atrás. Yo tenía mis serias dudas sobre si la
madera no estaría podrida por dentro. Se generó un alegre nerviosismo con los primeros movimientos de la balsa sobre el agua. Si bien el agua estancada del lago no suponía ninguna fricción en el viaje, los movimientos de
los pasajeros se transformaban inmediatamente en oscilaciones de la balsa.
81
JUAN PABLO FILIPPINI
Es decir, si una persona se movía, la balsa también se
movía. Los movimientos de las personas se
transformaban directamente en movimientos de la balsa. Una vez que todos estuvimos a bordo el cable
empezó a correr y empezamos a deslizarlos por el lago
hacia el otro lado. Todos sacaban fotos y disfrutaban del
paseo. Cada metro que avanzábamos nos acercábamos
más a los pies del glaciar. Se podía sentir la respiración
del hielo y su presencia. El agua estancada nos empezó a
rodear y la costa empezó a verse cada vez más chiquita.
A lo lejos podía distinguir mi bastón clavado en la orilla.
Cada vez se hacía más pequeño. Había algunas aves volando sobre nosotros. El sol
alumbraba alto en el cielo. No había ni una sola nube. El
paisaje se reflejaba en el agua que parecía un espejo. Me
sentí como adentro de una obra de arte. Cada pincelada
de la extensión del paisaje tenía el trazo de la divinidad.
Cada detalle era tan perfecto que daba la sensación de
estar presenciando el grado máximo de belleza. En el aire
se percibía un deleite espiritual. Jamás volveríamos a ver ninguna imitación de esa naturaleza que nos produjera
algo tan profundo en nuestra percepción. Cada uno parecía ensimismado en los colores, en las
figuras. Tan conectados con lo que estábamos viendo.
Podríamos habernos detenido en esa imagen para
siempre. Pero unos segundos más tarde todos volvimos en sí.
Nos habíamos alejado unos cincuenta metros cuando
la balsa empezó a moverse de una forma muy violenta.
Se sentían algunos crujidos en las maderas. Todos
dejaron de hacer lo que estaban haciendo para sujetarse
de las sogas del techo de la balsa. Aunque yo no llegaba a
agarrarme de las sogas me agarré de un brazo de mi
hermano.
82
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Por unos segundos se formó un silencio intenso. La balsa
seguía avanzando pero cada vez más lentamente
oscilando hacia atrás y adelante. Empezaron a sentirse
algunos ruidos en el sistema de poleas. El cable no estaba
corriendo con total normalidad. Todos empezamos a
mirarnos a los ojos. No había nada de tranquilizador en lo
que estaba pasando. Naturalmente el hecho de estar
cincuenta metros adentro de un lago de agua helada no
mejoraba la situación. El guía trató de tranquilizarnos. Nos dijo que los rui-
dos eran normales, que se escuchaban todo el tiempo.
Trató sin mucha convicción de calmar al grupo. Pero
realmente no se lo veía muy tranquilo a él. De repente la balsa se sacudió con mucha violencia.
Avanzaba y se detenía en seco. No había dudas de que
eso no era normal. Algo no estaba funcionando como
debía. Al menos en el peor de los escenarios
terminaríamos sepultados en el lugar más lindo del
planeta, pensé. Pero por las miradas de angustia del resto
de la gente descifré que no estaban pensando lo mismo
que yo. El guía tomó los pocos salvavidas que había en la
balsa y los repartió entre las personas que no sabían
nadar. Pero no alcanzaban para todos. Esa fue la peor
señal que le pudo haber dado al grupo. La tensión empezó a aflorar en la balsa. Algunos
conflictos surgieron. La pareja con su bebe entró en pá-
nico. Empezaron a gritar en inglés. El nuevo movimiento
producto del caos no hizo más que empeorar la situación.
La balsa finalmente se detuvo y dejó de avanzar. El cable
se había atascado en la polea y no corría. Se había atasca-
do definitivamente. Había algo que había desestabilizado
83
JUAN PABLO FILIPPINI
la estructura de la balsa. Ya no estábamos flotando como
antes.
Nos estábamos hundiendo lentamente.
Estábamos atrapados. No había tiempo para volver a
la orilla ni para terminar de cruzar el lago. El cable no
corría correctamente porque nos estábamos hundiendo.
Había demasiado peso y el pánico general desestabilizaba
aún más la estructura. Nuestro propio miedo nos estaba
hundiendo cada vez más rápido. La desesperación. La lo-
cura. Los gritos. Busqué a mis hermanos con la vista para asegurarme que estaban bien. Mi mamá había cerrado los
ojos y estaba rezando. Yo cerré los ojos para no ver lo
que estaba pasando. Cuando estuve listo para aceptar la
situación volví a abrirlos. Cuando lo hice lo vi a mi papá transfigurado. Ya no tenía la habitual tranquilidad que lo
caracterizaba. Estaba erguido. Irradiaba una actitud.
Determinación. Alguna fuerza sobrenatural se había
apoderado de él. Parecía un león. Mucho más grande de
lo habitual. No había miedo en su rostro, solo
determinación. En ese momento me sentí inmediatamente
más tranquilo. Él sabría qué hacer. No podía quitarle los
ojos de encima. De repente lanzó un rugido que resonó
en todo el paisaje. “¡¡¡Silencio!!!”.
En ese preciso instante todo se detuvo. La balsa dejó
de moverse. Todos se quedaron callados, e inmóviles.
Incluso el guía de la excursión dejó de hablar. Todos se
dieron vuelta para mirarlo. Todo se frenó. Mi papá pidió calma, que no se moviera nadie. Sus
palabras resonaron en todo el lago. Hasta los animales y
la naturaleza parecieron detenerse. El grupo completo
quedó petrificado observándolo. Si bien gritó en español
todos entendieron a la perfección lo que les había pedido.
84
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Fue como si hubiera utilizado un lenguaje universal.
Como si se hubiera comunicado desde la naturaleza del
hombre. Fue impresionante. Yo estaba totalmente
asombrado y envalentonado. Podía seguirlo a mi papá
hasta la muerte sin miramientos ni duda alguna. Toda mi
fe estaba depositada en él. Sabía que él nos iba a salvar. Entonces mi papá nos miró y se dirigió a nuestra
familia. Nos dijo que nos íbamos a tener que tirar todos al
agua. Que éramos los únicos que sabíamos nadar bien.
Nos pidió que con movimientos delicados empezáramos
a golpearnos el cuerpo para entrar en calor. Luego de darnos esas indicaciones se volvió hacia el
resto de la gente.
Esta vez en inglés les explicó cuál era el plan. Una
vez que nosotros ya no estuviéramos arriba de la balsa
esta iba a volver a flotar normalmente y todos iban a
poder volver a la costa a salvo. La balsa necesitaba
perder peso para flotar normalmente. Pero mientras tanto
no tenían que moverse porque el movimiento iba a
continuar desestabilizando la estructura. Teníamos que estar quietos pero al mismo tiempo
actuar rápido.
Nos sacamos las botas y la ropa para poder nadar
más rápido pero nos dejamos las camperas puestas para
poder flotar mejor. La gente observaba como lentamente
nos íbamos desvistiendo. Yo tenía las orejas muy
calientes pero no sabía por cuánto tiempo iba a poder
mantener el calor debajo del agua. Entre los hermanos
nos alentábamos a nosotros mismos mientras nos
preparábamos para saltar al lago helado. Una vez que estuvimos listos para saltar nuestro
papá nos juntó a todos en el borde de la balsa. Nos miró
con autoridad y nos dijo que pasara lo que pasara nunca
teníamos que dejar de nadar hacia la costa.
85
JUAN PABLO FILIPPINI
No nos teníamos que distraer con el frío ni la
incomodidad. No teníamos que mirar atrás a ver qué
hacían los demás en la balsa. Solamente teníamos que
nadar hacia la costa lo más rápido que pudiéramos con
todas nuestras fuerzas. Nos preguntó varias veces si
habíamos entendido. Y todos asentimos sin decir una sola
palabra. Uno a uno nos tiramos al agua helada. Yo fui el
último de los hermanos en saltar. Mi papá se tiró cuando
ya todos estábamos en el agua.
Me temblaban los músculos. Yo sabía nadar pero no
sabía nadar en agua helada. No era algo que te enseñaran
en la colonia de verano. No sabía que podía pasar una vez
que estuviera dentro del agua. Pero una vez dado el salto
no tenía sentido pensar en estas cosas. Cuando me sumergí, por un instante pensé que no
podría flotar.
Mi cuerpo se volvió más pesado que de costumbre.
Como si cada célula de mi cuerpo se contrajera y quisiera
hundirse. Al principio creí que me hundiría. Pero lenta-
mente empecé a flotar naturalmente. Todo mi organismo
temblaba, se sacudía involuntariamente. No podía
controlar los movimientos de mis músculos con
normalidad. Me costaba mover las terminaciones de mi
cuerpo. Era como si un millón de agujas se clavaran en
cada pedacito de piel. Respirar era muy difícil. Sobre
todo porque al contraerse el organismo por el frío, el
diafragma subió y me apretaba los pulmones. La
sensación era similar a la de sufrir un espasmo bronquial.
La horrible sensación de que se te aplastan los pulmones.
De que el aire no entra. La intranquilidad de al exhalar
escuchar como tus pulmones chillan. Escuchar el silbido
asmático en cada exhalación.
86
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Entre todas estas sensaciones, empecé a sentir miedo por mi mamá. Todo se volvió muy confuso en mi mente. Los pensamientos no se formaban con claridad. Me sentía adormecido. Estaba flotando en el agua, esa era mi única certeza, todo lo demás no estaba muy claro. Durante la confusión hice un esfuerzo por aclarar mi mente. Un esfuerzo para que mi cabeza volviera a funcio-nar. A partir de este esfuerzo, una sola idea se impuso so-
bre todas las demás. Era importantísimo arrancar a nadar inmediatamente.
Todos empezamos a nadar hacia la costa a nuestra
máxima velocidad. Sentía que el agua me cortaba los
brazos. Cada movimiento era doloroso. Una voz en mi
interior me decía que si me detenía nunca más iba a
poder volver a arrancar. Asique no me detuve hasta que
estuve a diez metros de la costa. Y cuando frené mi
cuerpo dejó de responder. No podía seguir nadando. La
voz de mi interior había tenido razón. Había sido
demasiado para mí. Estaba muy agitado. Mi cuerpo
estaba exhausto. Empecé a temblar más violentamente
que nunca. Me dolía la cabeza como si estuviera a punto
de congelarse. El cuerpo me pesaba mucho. Quería
empezar a gritar pero la voz no me respondía. Estaba por rendirme cuando de repente sentí que
algo me sujetaba por la espalda. José y Fede me
agarraron y me cargaron los diez metros que faltaban. Yo
me mantuve flotando mientras ellos me llevaban. Tenía
mucho sueño. Sentía que en cualquier momento me
dormiría. Pero no me dormí. Y de repente sentí el piso
rocoso debajo de mis pies, estábamos a salvo. Mi cuerpo
estaba fuera de sí. Mi papá nos dijo que no nos
quedáramos quietos. Que nos abrazáramos para darnos
calor. Estuve varios minutos sentado en el suelo sin poder
articular ningún movimiento.
87
JUAN PABLO FILIPPINI
No podía dejar de temblar. El agudo dolor en los
músculos disminuía a medida que volvía a respirar con
normalidad. Pero el dolor en los pies no se iba. El dolor
en los pies era insoportable. Todos teníamos los pies, las
manos y los labios de un ligero tono violeta. Teníamos
los dedos de las manos tan hinchados que parecían
salchichas. Busqué a mi madre entre mis hermanos y
estaba a salvo. Le dolían mucho los pies, pero estaba
bien. Lentamente empecé a sentir como la sangre volvía a
correr por mi cuerpo. Pero el dolor en los pies no lo podía
tolerar más. Como si un gigante se hubiera parado sobre
mi empeine. Me costó mucho caminar de vuelta hasta la
camioneta. Me costaba mantenerme de pie, caminar. Finalmente la balsa regresó a la costa con el resto del
grupo. La estructura había vuelto a flotar con normalidad
en el momento en el que nos tiramos al agua. El cable
volvió a correr normalmente y pudieron regresar sin
problemas. El plan había funcionado bien. Estábamos
todos a salvo. Cuando estuvieron de vuelta en tierra firme, el resto
del grupo nos trajo nuestra ropa seca. Nos abrazaban, nos
daban su ropa, nos secaban. No voy a olvidar como una
mujer europea se acercó hacia mí y me ayudó a vestirme.
Después de vestirme me puso su campera sobre mis
hombros. Finalmente metió la mano en su cartera y luego
de revolver un poco sacó una cajita del tamaño de un
puño. Adentro de la cajita tenía un pequeño frasco
transparente con un león en la tapa. Delicadamente abrió
el frasco que contenía una crema viscosa color crema de
un olor muy fuerte. Mientras tanto, yo observaba en
silencio. No tenía reacción. Solo la miraba atentamente.
Ella me miraba con dulzura. Todavía no había recuperado mi voz. Lo único que
quería era volver a casa a tomar una tasa grande de choco
late caliente.
88
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Al verme ensimismado en mis pensamientos la mujer
corrió el pelo de mi frente y sin decir nada metió un dedo
en la crema. Empezó a ungirme en la nariz, en la sien y
en los pies. Al cabo de unos pocos minutos empecé a
sentir un calor que me incendiaba desde adentro. Desde
la punta de los pies, hasta el último pelo de mi cabeza. Mi
cuerpo estaba en llamas. Empecé a saltar mientras ella se
reía. Fue como si hubiera tragado fuego. Volví a sentir el
calor en las cuerdas vocales y las fosas nasales se me des-taparon inmediatamente. Tenía lágrimas en los ojos y los
mocos se me caían de la nariz. Ya no quería más una tasa de chocolate caliente,
tenía hambre, mucha hambre. Tenía un hambre voraz.
Necesitaba comer algo cuanto antes. Con mi renovada
voz le agradecí y le pregunté si tenía algo para comer.
Ella sacó un paquete de galletitas de su cartera y me lo
alcanzó con una gran sonrisa en su cara. Me abrazó y
siguió ungiendo al resto de mi familia. El calor había vuelto a mi cuerpo y principalmente a
mi cabeza. Caí en la cuenta de que había estado como
media hora sin pensamientos claros. Ahora entendía bien
lo que acabamos de hacer. Miré al resto de mi familia y
cada uno estaba soportando el fuego de la crema a su
manera. Nadie se atrevió a preguntar qué era. Era mejor
no saber. Esperé sentado en silencio junto con los demás
mientras compartía las galletitas. Tenía los pies tan
hinchados que las botas me calzaban muy justas, pero ya
no había tanto dolor. Todos estábamos esperando a que la camioneta
viniera a buscarnos. El guía había hablado con el
conductor y de ninguna forma quería que volviéramos
caminando. Antes de irme fui hasta mi bastón y lo clavé
con más fuerza. Ya no lo iba a necesitar más.
89
JUAN PABLO FILIPPINI
Prefería dejarlo. Como un estandarte. Dí media vuelta,
volví sobre mis pasos mientras terminaba de comer el
paquete de galletitas y me subí a la camioneta.
Acabábamos de realizar una gran hazaña. Me sentía
una persona ilustre, un verdadero héroe.
Me senté en mi lugar y me dormí inmediatamente.
Cuando me desperté estaba tapado por muchas frazadas y
mantas. Sentía el calor. No el calor de las mantas, sino el
calor del afecto, del agradecimiento. Miré a mí alrededor
sin poder abrir demasiado los ojos y la pareja con su bebé
me sonreía. Me sonreían de corazón a corazón. Muchas veces se repitió en mi vida esa manera de
saltar al agua helada. Se repetía como un patrón en mí.
Saltar y aguantar lo que venga. Sin mirar atrás. Con el
convencimiento de estar haciendo lo correcto, jugándote
la vida por los demás. Un patrón que se repitió en mi vida
como una impresión plasmada en mi forma inconsciente
de tomar decisiones. A partir de esta introspectiva dejó de
ser algo inconsciente. Dejó de ser una acción
involuntaria. Pude detectar el origen del salto. Pude
aprender a caer mejor. Durante esta introspectiva recordé otra ocasión en la
que salté en mi vida. Salté aunque no me correspondía
hacerlo.
En aquella ocasión yo salté como capitán de mi
equipo de rugby. Era un partido “muy importante”. El
ganador clasificaría a la siguiente ronda del torneo. El
perdedor jugaría el torneo “reubicación”. Cerca del final
una pelea frenó completamente el partido. Algunos
tratábamos de separar, pero ya nadie estaba pensando en
el juego. La cancha se había transformado en una
verdadera batalla campal.
90
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Al disiparse la pelea el árbitro llamó a los dos capita-
nes. Él había observado toda la pelea desde el costado del
campo. Me dijo que yo tenía que elegir un jugador de mi
equipo para que se vaya expulsado y el capitán del
equipo adversario tenía que elegir dos. Teníamos que
elegir en ese mismo instante. Esa era la penalidad que el
árbitro dictaminó luego de haber observado la pelea. En
ese momento se quedó observándonos a los dos capitanes
esperando una devolución. Yo miré al resto de mi equipo. Por supuesto que
había algunos chicos que jugaban mejor que otros. Como
en todo equipo. Recuerdo como los miré uno a uno.
Recuerdo como el partido estaba frenado. Como todos
me estaban mirando a mí. Ellos no habían escuchado lo
que nos había dicho el referee. Pero seguramente
esperaban ver alguna tarjeta roja en el aire. Entonces después de que el otro capitán señaló los
jugadores de su equipo que se iban a ir expulsados yo me
dirigí al referee. Le dije que yo me iba de la cancha. En
ese momento le estreché la mano y salí corriendo de la
cancha para ver el resto del partido desde afuera. Yo creía en algo.
Yo prefería irme y darle la confianza a mis compañe-
ros. Su confianza era lo más importante para mí. Más que
ganar un partido. Lo hice porque confiaba en ellos.
Porque creía en lo que para mí era correcto. Porque creía
en mí. Porque creía en el equipo. Eso es para mí saltar al
agua helada. Creer en vos, saltar y aguantar lo que venga. Ese partido lo perdimos en el último minuto. Pero en
el vestuario no hubo reproches. No se dijo nada. Ya todo
estaba dicho. No hacía falta dar explicaciones. El gran
salto de confianza ya se había dado y todos lo habían
percibido.
91
JUAN PABLO FILIPPINI
Volviendo al primer salto de mi vida. Hacía el final
de la historia se dio el mayor aprendizaje. El viaje de
regreso en la camioneta fue muy silencioso. Ya nadie hablaba. Cada cual estaba procesando individualmente su
propia experiencia. Cuando finalmente me desperté, me
incorporé en el asiento y me quedé observando. En frente mío el bebé dormía en su cuna. Yo estaba asombrado de
su tranquilidad. Era una bebita adorable. Varios minutos atrás había
estado en los brazos de su madre hundiéndose con todos
nosotros. Y aun así permanecía en paz. Al crecer no re-
cordaría nada lo que acababa de vivir. No se acordaría de
nosotros. Pero no tenía dudas de que algo había ocurrido
en ella. Por más pequeña que fuera. Viviría en ella la im-
presión de la experiencia que acababa de vivir. Yo estaba totalmente seguro de que esa bebita
crecería y se animaría a “saltar al agua helada”.
Entonces su mamá me miró con mucha ternura.
Primero miró a su bebe y después me miró a los ojos. Y
cuando se dirigió hacia mí me dijo unas palabras que
nunca olvidé. “Que perfecto que es el universo ¿Lo
ves?”. Y a través de ella yo lo vi. Lo sentí así. Ocurrió en
mí en ese instante. El universo en toda su complejidad
era perfecto. Todo había sido perfecto. Cada instante.
Cada acción. En la inmensidad. No tenía dudas de que
todo había ocurrido tal como debía ocurrir. Esa era mi
forma de percibir la perfección del universo. Tomar contacto con esa idea, era algo increíble. Le sonreí de vuelta y volví a dormir con mi espíritu
contento. Sin dolor. Me dormí, descansando en mi
sonrisa. Madurando dentro mío esa forma tan particular
de saltar al agua helada.
92
CAPÍTULO CINCO ENTENDER LA METODOLOGÍA
Al alcanzar la mayoría de edad mis hermanos se
mudaban a Buenos Aires para iniciar sus estudios uni-
versitarios. Primero se fue José. Después Fede y luego
Andi. Todos eligieron la carrera que querían estudiar, la
universidad a la cual querían asistir y solicitaron becas
para poder hacer lo que les gustaba. Durante el lapso de tiempo en el cuál Andi se fue a
estudiar a Buenos Aires hasta el momento en el cuál yo
me fui, viví tres años solo en Tandil con mis padres.
Fueron tres años complicados en mi experiencia per-
sonal. La casa siempre estaba vacía. Andi que había sido
mi compañero durante tantos años ya no estaba. Cuando
se fue me sentí muy solo. Incluso los meses anteriores a
su partida se me notaba más taciturno. Estaba triste e
irritable. Me molestaba hablar. Buscaba excusas para
discutir con quién me contradijera en lo más mínimo. Al
mismo tiempo algo dentro de mí sabía que lo tenía que
soltar y dejar ir. Pero otra parte se resistía. En el fondo
sabía que tenía que darle una buena despedida a mi
hermano. Durante los últimos meses antes de su partida le pre-
paré el desayuno todos los días. Era mi manera de despe-
dirlo y decirle gracias.
Prepararle el desayuno a alguien era en mi familia
una distinción muy importante. Solo para ocasiones muy
especiales uno se veía agasajado con semejante honor.
Era un privilegio reservado para el día de la madre, el día
del padre o días de enfermedad.
93
JUAN PABLO FILIPPINI
En los cuales el desayuno se preparaba con varios
preparativos especiales. Era todo un evento. Había un
protocolo muy estricto a seguir.
Se preparaba una bandeja con todos los componentes
del desayuno y se subía ceremonialmente al cuarto del
distinguido. Era un “desayuno a la cama”. Con jugo de
naranja, tostadas, te con leche y mermeladas con
manteca. Andi al comienzo se sentía muy halagado. Pero
al cabo de dos días me pidió que se lo preparara en la
cocina porque si se lo seguía llevando a la cama no le
daban ganas de despertarse para ir al colegio. Finalmente el día de su partida a Buenos Aires todos
estábamos un poco nerviosos. Con mis padres lo acompa-
ñamos a la terminal. Fede y José lo esperarían en la
terminal de Buenos Aires para acompañarlo al
departamento. Luego de entregar su bolso en el
portaequipaje volvió con nosotros. Primero la abrazó a
mi madre, después a mi padre y por último se dirigió
hacia mí. Yo me sentía muy emocionado. Pero al mismo
tiempo sabía que la despedida no tenía por qué ser triste.
Asique los dos nos sonreímos y nos dimos un fuerte
abrazo. Al comienzo no quería soltarlo. Pero el tiempo había
llegado. Metí la mano en mi bolsillo y saqué una cajita
blanca. Era la cajita de nuestros ahorros de toda la vida.
Siempre habíamos ahorrado juntos con Andi desde muy
chiquitos. Llevábamos la contabilidad de nuestros ingre-
sos y egresos. También le hacíamos varios préstamos a
nuestra mamá. Nos gustaba perdonarle las deudas que
tenía acumuladas a fin de mes. En el fondo sabíamos que
la plata de nuestros ahorros era en realidad de ella.
Porque nuestros ahorros eran regalos de cumpleaños,
vueltos de algunas compras, plata que era de mis padres.
Pero de todas formas nos gustaba perdonarle
ceremonialmente contablemente sus deudas.
94
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Le comunicábamos que no había ningún problema. Que
le borrábamos su saldo y podría arrancar de cero. Realmente nuestros ahorros eran muy pocos. No le
servirían para mucho en Buenos Aires. Pero él los nece-sitaba más que yo. Asique se los alcancé y le desee muy
buena suerte. Vimos partir el colectivo mientras Andi nos
saludaba desde la ventanilla. Fue un desafío muy grande
en mi vida volver esa tarde a mi casa y lidiar con la ca-
rencia de la compañía de todos mis hermanos. Sentía un
pesar por su ausencia. Ya no tenía ganas de entrar
cantando a mi casa. Porque sabía que iba a gritar el
nombre de mis hermanos, como hacía siempre que
entraba en la casa, y ellos no iban a responder. Esa etapa de mi vida fue bastante conflictiva.
Mi madre solía decir que yo tuve la peor “edad del
pavo” de todas. Fue un momento de mi vida donde se
juntaron varias cuestiones. El cambio hormonal, las
primeras salidas, la ausencia de mis hermanos y la
rebeldía contra mis padres.
Mi madre siempre estaba hablando de la edad del
pavo.
Era como una erudita de la edad del pavo. Podía
reconocer sus síntomas, sus reacciones, sus implicancias
fisiológicas. Sabía muchísimo de la edad del pavo. Para
ella la edad del pavo era entre los catorce y los diecisiete
años. Nos explicaba que era una cuestión hormonal.
“Uno está creciendo demasiado rápido y las hormonas se
enloquecen”. Cada vez que hacíamos algo tonto
argumentaba lo mismo. “Estás pasando una tremenda
edad del pavo”. Cada vez que ella se equivocaba yo le
decía que no se preocupara que ya se le iba a pasar la
edad del pavo. Para mí era muy gracioso pero
generalmente una contestación así no era bien recibida.
95
JUAN PABLO FILIPPINI
Mi mamá siempre me decía que tenía que hacer
como Fede que no había tenido edad del pavo.
Fede argumentaba que él no tuvo la posibilidad de
tener una edad del pavo, como cualquier adolescente,
porque tuvo que tomar responsabilidad por sus hermanos
menores. “Si yo hubiera tenido edad del pavo, ¿Quién los
llevaba a los chicos al colegio?”. Yo no estaba seguro si
la edad del pavo era algo que podía adquirirse o no. Pero
estaba seguro de que todos hasta cierto punto vivimos en
la edad del pavo. Mí adolescencia sobrevino con todos los matices
habidos y por haber. A veces se expresaba a través de mi
alegría. Entonces llegaba cantando a mi casa, haciendo
ruido y gritando. Un día cantos de hinchada, otros días
canciones de Oasis. Siempre cantando a viva voz. Y can-
tando iba saludando a la familia. Pero otras veces estaba
distante, enojado y molesto. Me sentía fastidiado e
irritado. Muchas veces ofuscado e incomprendido. Fue un momento de mi vida en el cual le hice mal a
muchas personas. Gracias a Dios eran personas fuertes.
Les agradezco de todo corazón la fortaleza que tuvieron.
No tengo dudas de que si no se hubieran cruzado en mi
camino yo no sería la persona que soy hoy. Gracias por
haber sido tan valientes. Les pido perdón sinceramente.
Compañeros y compañeras del colegio a los que
molestaba sin miramientos. Conversaciones indiferentes con personas que me querían. Y actitudes que no
sumaban a nadie. Palabras que lastimaban y palabras que
hubieran hecho bien pero no las dije.
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DE CORAZÓN A CORAZÓN
En esa etapa de mi vida no era consciente de como
las emociones me manejaban a mí. Y como yo afectaba
las emociones de los demás. Era un esclavo de mis
emociones. Actuaba barbáricamente. No entendía mis
reacciones, ni mis acciones. Ahora tampoco las entiendo,
pero al menos tomo consciencia de lo que hago con mi
vida. Con mi tiempo. Tomo consciencia sobre mis
emociones. Tengo pertenencia con los sentimientos de
los demás. En mi adolescencia el aprendizaje se dio de una
manera brutal. Pero se dio. Quizás hubiera sido mejor
evitar la parte brutal pero así fue trazado mi camino.
Tuve que caer para aprender a levantarme. Una tarde en Tandil caí muy fuerte, en el festejo de
la primavera. Me da gusto recordar la caída. Muchas
personas se caen sin darse cuenta con que se tropezaron.
Esa tarde en Tandil yo me caí al tropezarme con migo
mismo. El festejo del inicio de la primavera era el veintiuno
de septiembre. El mismo día también se conmemoraba el
día del estudiante. Por lo que en conformidad con el es-
píritu de celebración se cancelaron las clases de todos los
secundarios y primarios. Era un día para la juventud. Un
día para festejar. Era un día soleado en Tandil. El sol irradiaba libertad. Usualmente se organizaban
comidas a la canasta en los principales lugares públicos
de la ciudad en ese día. Desde temprano nos hablamos
con mis amigos para decidir cómo íbamos a celebrar
nuestro día. Decidimos encontrarnos en la fuente de la
“plaza de las banderas”. Luego subiríamos al parque y
comeríamos algo. Había que llevar algo para comer y
algo para tomar. No había que olvidarse de avisarles a las
chicas para encontrarnos allá.
97
JUAN PABLO FILIPPINI
Mi madre siempre se asustaba con los festejos del
día de la primavera. Le preocupaba todos los
adolescentes que se juntaban a tomar alcohol a plena luz
del día. Siempre había problemas. Peleas, corridas,
agresiones. Los festejos a veces terminaban en disgustos.
Por lo que me dio muchísimas tareas para hacer en la
casa. Había que cortar el pasto, podar el jardín, sacar los
pastos de las baldosas del frente, remover la tierra de las
rosas y sacar a pasear al perro. Yo sentía urgencia por terminar todo e irme de mi
casa cuanto antes. Últimamente me quería ir de mi casa
todo el tiempo. Ya casi no pasaba tiempo con mis padres.
Apenas llegaba ya me estaba yendo. Pero si me quería ir
rápido no tenía sentido discutir con mi madre para
negociar hacer todas las tareas al día siguiente. Era una
pérdida de tiempo hablarlo. Lo mejor que podía hacer era
ponerme en marcha cuanto antes y terminar todo lo más
rápido posible. Mis amigos me estaban esperando y yo no quería
perderme el día libre. Todo el mundo iba a estar ahí
festejando. Preparándose para los festejos de la noche.
Era una maratón de la juventud. Empezaba esa tarde y
terminaba a la mañana del día siguiente. Rápidamente me puse la ropa para trabajar en el
jardín. Unas zapatillas rotas, el pantalón de rugby y una
remera vieja que usaba para dormir. Saqué la máquina de
cortar el pasto del fondo del patio y decidí arrancar a po-
dar el pasto del frente de la casa. Tenía que hacer un buen
trabajo sino mi madre me obligaría a hacerlo de nuevo. Mi madre había tenido que lidiar con cuatro hijos va-
rones. Tenía una metodología muy simple. Había que
ayudar en la casa, había que hacer las cosas bien y había
que hacerlo con buena voluntad. Era una metodología
muy rigurosa.
98
DE CORAZÓN A CORAZÓN
La metodología implicaba que si ella subía y no tenías
bien armada la cama te la desarmaba completamente y
tenías que volver a hacerla. Ella ya nos había explicado
que implicaba una cama bien armada. Las reglas eran
claras. Significaba sacar todas las sabanas, estirar el
cubrecama y volver a poner las sabanas bien estiradas. Y
las sabanas tenían que ir del derecho. (Si las sábanas
estaban del revés por más que lo hayas hecho perfecto, la
cama estaba mal armada y tendrías que volver a hacerla.).
Esta definición de una cama bien armada tenía algunos
detalles más. Con su metodología mi madre básicamente te plan-
teaba un trade off entre ser vago y arriesgarte a que te
descubran o hacer las cosas bien a la primera vez. (Más
adelante en mi vida me di cuenta que mi madre no me
planteaba nada, solamente era exigente porque me
quería). El incentivo que ponía en juego era que si te
descubría siendo vago te hacía hacer toda la tarea
nuevamente incluso la parte que hiciste bien. Y en
castigo te daba aún más tareas. Si tuviera que definir la
característica fundamental de su metodología diría que
era una regla simple. Una regla simple, muy fácil de
entender. Pero que fuera fácil de entender no implicaba que
fuera fácil de incorporar. Yo constantemente discutía con
mi madre. Lo que le discutía incansablemente a su meto-
dología es que no había incentivos a actuar
correctamente. Si vos hacías las cosas bien a la primera
no había premios, ni reducciones de tarea. Incluso si vos
hacías las cosas bien antes de que te las ordenaran nadie
te lo reconocía. Nadie te felicitaba. Eso me desmotivaba. Pero lo que yo no entendía era que había un aprendi-
zaje detrás de la metodología de mi madre. Ella siempre
repetía lo mismo. “La casa es de todos. Hay que hacer las
99
JUAN PABLO FILIPPINI
cosas bien, sin esperar nada a cambio. Porque también es
para vos. O ¿Vos limpias la casa para mí? ¿Vos crees que
limpias la casa para mí? Vos limpias la casa para todos,
incluso para vos”. Había tanta sabiduría escondida detrás de esas pa-
labras. Quizás en el momento no se dio la comunicación
precisa. Pero ahora entiendo que era lo que me quería de-
cir. Por suerte aunque en ese momento no lo entendía,
ella logró que yo incorpore esa actitud en mi vida. Hacer las cosas bien sin esperar nada a cambio.
Ser exigente desde el amor.
A veces la metodología implicaba una mano más
dura pero solo para niveles de vagancia extrema.
Tiempos de mano dura. En una ocasión mi madre nos pidió durante todo un día que juntáramos la ropa del
suelo de nuestro cuarto. Nosotros le decíamos que en un
rato subíamos y lo hacíamos. Constantemente se
escuchaban excusas en la casa: “Ya subo”. “Termino esto y voy” “Ya voy”. Al llegar la noche ella subió a nuestro
cuarto y seguía toda la ropa en el suelo. Antes de irnos a
dormir nos dijo que si no ordenábamos la ropa, al día siguiente la tiraría por nuestro balcón al frente de la casa
que daba a la calle. Para ella esto no era una amenaza, era
una advertencia. Era parte de las reglas de juego. Esa noche nos fuimos a dormir y nos olvidamos de
la ropa. A la mañana siguiente nos despertamos con el
ruido de la persiana que se abría. El viento que entraba
por la ventana y el sol que ingresaba al cuarto
directamente sobre nuestros rostros. Nuestra madre nos
dijo buen día con una voz enérgica. Rápidamente
notamos que el piso de nuestro cuarto estaba limpio y sin
ropa. Con un rostro lleno de satisfacción nos dijo que
cuando quisiéramos podíamos ir a buscar la ropa al patio
del frente de la casa.
100
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Que lo hiciéramos antes de que alguien más se la llevara.
Con Andi saltamos de la cama, nos pusimos las pantuflas
y salimos al balcón. Efectivamente había tirado toda
nuestra ropa por el balcón. Nuestros calzoncillos, medias,
zapatillas, remeras, estaban desparramados por el pasto.
Incluso unas medias de Andi se habían quedado
enganchadas en las ramas de un árbol. Con Andi nos miramos atónitos.
Estábamos indignados, no lo podíamos creer.
A partir de entonces siempre procuramos mantener
un orden mínimo en el cuarto. Si la ropa sucia se
acumulaba estaba todo bien, pero la poníamos arriba de
una silla. O dentro de algún cajón. O incluso debajo de la
cama. Pero nunca en el suelo. La metodología era una regla simple, aunque me
llevó bastante tiempo entender su verdadero propósito.
Aquella tarde del día de la primavera, todavía no lo
entendía. Me resistía a entenderlo. Me fastidiaba. Ahora que les expliqué la metodología quizás en-
tiendan un poco mejor por qué ese día de la primavera no
tenía sentido negociar las tareas con mi madre. Después
de varios minutos, terminé de cortar el pasto con suma
precisión. Los detalles de las terminaciones habían
quedado muy prolijos. Pasé la bordeadora a todos los
bordes, tratando de mantener la precisión en cada línea
recta. Había quedado espectacular. Fui a buscar un
cuchillo a la cocina y me puse a sacar los pastos de las
baldosas de la vereda. El tiempo pasaba. Me estaba
demorando mucho. Junté todos los pastos y los tiré a la
basura. Entré la máquina de cortar el pasto devuelta a mi
casa y la guardé. Agarré la pala y removí la tierra de
algunas de las rosas y del Jazmín.
101
JUAN PABLO FILIPPINI
Volví a entrar a la casa y fui corriendo a bañarme.
Subí a toda velocidad la escalera. Tenía olor a pasto
recién cortado y tierra. Abrí la ducha y me metí bajó el agua fría mientras se empezaba a calentar. Más tarde iba
a tener que ajustar cuentas con mi madre por no haber terminado de podar las plantas del patio de adentro. Salí
de la ducha con algo de espuma del shampoo. Me sequé un poco el cuerpo y me dirigí a mi cuarto con una toalla
en la cintura. Me puse un jean con la rodillas rotas y una remera blanca. Me calcé las zapatillas y bajé la escalera deslizándome por la baranda. Cuando ya estaba casi en la
calle recordé que no le había dado de comer al perro. Volví sobre mis pasos y fui directo a la cocina. Agarré la
bolsa de su comida y salí al patio. Tiré una buena cantidad de alimento en el pasto y le di una palmada en el
lomo autorizándolo a empezar a comer. Volví a salir a la calle y empecé a caminar a toda
velocidad dirigiéndome a la plaza de las banderas. No
quedaba muy lejos. Tenía que agarrar la avenida
Avellaneda y caminar derecho unas doce cuadras. Sonó
mi celular. Mi madre me llamó para recordarme que
cuando volviera tendría que terminar de cortar el pasto y
podar el jardín. Seguramente había vuelto de caminar y
encontró la tarea incompleta. Me ordenó volver a la casa
antes de que se hiciera de noche. Después me preguntó a
dónde me iba y yo le dije que nos juntábamos en la casa
de un amigo del colegio. Si le decía que nos íbamos a encontrar en la plaza de
las banderas seguramente se hubiera preocupado mucho.
Ella conocía a mis amigos y le tranquilizaba la idea de
juntarnos en alguna casa de familia. Asique me pareció
bien mentirle.
102
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Las calles estaban llenas de adolescentes. Todos ca-
minaban por la avenida en la misma dirección. La gran
mayoría llevaba botellas de cerveza. Algunos llevaban
botellas de coca cola con alcohol adentro. Otros parecían
estar tomando jugo, pero yo estaba seguro que era jugo
con vodka. De repente me sentía muy rebelde. Cuando
llegara con los chicos les diría de ir a comprar una
cerveza o algo. Ese día nadie se negaría a vendernos por
más de que fuéramos menores de edad. Era un día muy bueno para sus negocios.
Una caravana de autos se dirigía por la avenida. Con
las ventanillas bajas y la música a todo lo que daba.
Finalmente llegué a la esquina donde se cruzaban la ave-
nida Avellaneda y la Avenida del lago. Allí la caravana
se dividía en una bifurcación de edades. Los más grandes
doblaban a la izquierda y se dirigían al lago y los más
adolescentes seguíamos derecho a la Plaza de las
banderas. Empecé a llamar a mis amigos pero no me
atendían. Seguramente ya estaban ahí y no escuchaban el
celular por el ruido. Se me había hecho muy tarde. Estaba
molesto con mi mamá. Siempre me hacía trabajar tanto,
especialmente los días en los que tenía eventos muy
importantes. Cada vez que tenía partido de rugby, cada
vez que tenía un cumpleaños, cada vez que tenía una
fiesta. Siempre elegía los momentos más incómodos en
mi semana para pedirme que la ayude en la casa. Yo creía
que lo hacía a propósito. Durante días no había nada por
hacer hasta que yo tenía algún evento social e
inmediatamente surgían todo tipo de tareas. Finalmente llegué a la fuente donde habíamos acor-
dado encontrarnos con los chicos. No estaban ahí. Pasé
de largo la fuente y me senté en los escalones de la plaza
a esperar. A lo lejos podía ver el parque enteramente
colapsado de gente.
103
JUAN PABLO FILIPPINI
Algunos jugaban a la pelota, otros tenían guitarras y
cantaban. Pasaron en frente mío algunos conocidos del
colegio. Me saludaron y siguieron su camino. El pasto
estaba cubierto de botellas vacías de cerveza. Se
escuchaba música que salía de los altoparlantes de la
plaza. Era realmente una gran fiesta. Decidí no esperar
más y meterme en el mar de gente para buscar a mis
amigos. Había gente conocida por todos lados. Crucé todo el parque y no los encontré. Hacia el
final, donde terminaba el parque, había un grupo de
chicos que miraban al resto de los adolescentes con un
aire de repudio. Se notaba que estaban buscando algún
conflicto. Señalaban a algunos grupos y charlaban entre
sí. Naturalmente intuí que era mejor irme de ahí. Después
de todo yo estaba solo y era un blanco fácil. Volví sobre
mis pasos y me di cuenta que no había comprado nada
para comer. Pasé nuevamente por los escalones donde
había estado sentado antes, crucé la calle y me metí en un
quiosco. Compré unas papas fritas y unas galletitas
dulces. Tenía mucha hambre. Había desayunado muy
temprano, y todo el trabajo me había despertado el
apetito. Abrí el paquete de papas fritas y me senté en los
escalones a esperar algún llamado o algún amigo que me
viera. Me sentía muy envalentonado. Más tarde cuando es-
tuviera con los chicos compraríamos una cerveza o algún
licor. Definitivamente no iba a volver a mi casa antes del
anochecer. Era el día del estudiante y esa misma noche
habría una fiesta de la espuma en uno de los boliches de
la ciudad. Seguramente tendría que decirle a mi madre
que nos juntábamos a ver una película en lo de mi mejor
amigo. Ella no aprobaba mucho la idea de salir a un
boliche tan joven, pero la fiesta de hoy sería increíble. No
me la podía perder.
104
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Tendría que hablar con mi mejor amigo para quedarme a
dormir en su casa o para que me preste ropa seca. Porque
si volvía a mi casa todo mojado me delataría
automáticamente. Mentir no era nada fácil. Requería bas-
tante trabajo. Principalmente para no dejar cabos sueltos. De repente me llegó un mensaje de texto de los
chicos. Me habían esperado en la fuente, pero un grupo
de chicos más grandes los había increpado. Habían tenido
que salir corriendo. A uno de los chicos le habían
intentado pegar. Traté de llamarlos pero no contestaban.
Finalmente me atendieron. Estaban muy agitados. Habían
tenido que correr como diez cuadras. Ahora estaban en el
centro de la ciudad. Todos estaban bien, pero a uno de los
chicos le habían robado su gorra. Me dijeron que tenga
mucho cuidado. Que eran como diez chicos grandes. Que
estaban drogados. Tenían cadenas y navajas. Ellos los habían visto pegarle a otro grupo de adoles-
centes y cuando se estaban yendo los interceptaron. Mis
amigos estaban muy preocupados porque yo estaba solo.
Quedamos en encontrarnos en la casa de uno de los
chicos en el centro. Querían volver a buscarme pero yo
les dije que no hacía falta. Sentí un desinterés, una rebeldía con el mundo. A mí
nadie me iba a sacar corriendo. Asique corté la comuni-
cación y me senté a terminar mi paquete de papas fritas.
De a poco la gente empezó a irse de la plaza. Había
algunos policías dando vueltas por la zona. De repente
por sobre el bullicio escuché a unos chicos que hablaban
cerca de mí. Contaban muy entretenidos que se había
desarrollado una pelea campal en el lago. Aparentemente
se habían peleado dos grupos de colegios diferentes. A
varios de los involucrados en la pelea los había detenido
la policía. Todo me parecía muy estúpido.
105
JUAN PABLO FILIPPINI
La pelea, esos chicos hablando de la pelea, las reglas de
mi casa, el colegio, la gente que estaba en la plaza.
Seguramente al día siguiente en el colegio no se
hablaría de otra cosa más que de la pelea. Se comentaría
quién había peleado mejor. Quienes habían “ganado” y
quienes “perdido”. Todos opinarían al respecto. Me
causaba gracia como circulaban historias con tanta
velocidad dentro de mi colegio. Así como las historias
aparecían, se iban. De repente reconocí un rostro delante mío. Era un
chico que iba a mi mismo colegio, un año más chico que
yo. Me caía muy mal. Siempre estaba comiendo en los
recreos y nunca le convidaba nada a nadie. Siempre se
compraba lo mismo. Todo para él. Alfajores, un
sándwich, caramelos y una coca. Todos los días tenía las
golosinas en sus bolsillos, un sándwich en una mano y
una coca en la otra. Todos los días lo mismo. Todos los
chicos le pedían que les convidara y él nunca le daba
nada a nadie. Esas actitudes me repugnaban. Yo estaba acostum-
brado a compartir todo con mis hermanos, incluso la
ropa. Siempre se aplicaba la “ley del hijo menor”. La cual
implicaba que la ropa que se le compraba al hijo mayor
terminaba siendo usada por el hijo menor. No existían
prácticamente los bienes personales en mí casa. Los
juguetes eran de todos. Los libros eran de todos. Lo mío
era tuyo y lo tuyo era mío. No entendía como la gente no
podía compartir. Ese chico realmente me fastidiaba
mucho. No tenía ganas de saludarlo ni de dirigirle la mirada
siquiera. En ese momento miré hacia otro lado para no
tener que saludarlo. Pero para cuando volví la mirada en
su dirección él no estaba más solo. Un grupo de chicos lo
habían rodeado. Lentamente vi como el rostro del chico
106
DE CORAZÓN A CORAZÓN
cambió rotundamente. Tenía mucho miedo. Se notaba en
sus ojos. Quería irse pero estaba atrapado en una ronda.
De repente el más chico de los atacantes dio un paso al
frente y le pidió plata. Mientras tanto yo observaba toda
la escena desde un costado. Mi compañero del colegio le
sacaba una cabeza de altura y era el doble de ancho, pero
no entendía la dinámica de la violencia. No entendía nada
relativo al movimiento de la pelea. Estaba totalmente
atemorizado. El atacante le sacó el dinero y empezó a
increparlo. Le preguntaba por qué lo miraba. Lo
intimidaba cada vez más. “¿Qué mirás?”. Lo estaba
sometiendo anímica y psicológicamente. Gritándole e
insultándolo. Yo miré toda la escena desde un costado.
Creía que de alguna forma se lo merecía y que yo no
podía hacer nada para ayudarlo.
No me correspondía hacer nada. No era mi
problema. Decidí no hacer nada. El atacante empezó a
golpear a mi compañero en el rostro. Le cortó el labio.
Mi compañero estaba totalmente aterrorizado. No podía
reaccionar pero aguantaba los golpes sin dar un paso
atrás. Tampoco se cubría. Quizás pensaría que si recibía
un par de golpes se irían. Y así fue. Luego de darle una
paliza el atacante estaba satisfecho. Y se fue, con el resto
de su patota. Hasta que no se fueron los atacantes yo no me puse
de pie. Tiré el paquete de papas fritas vacío al suelo, por
más que había un tacho de basura cerca. Me saqué las
migas de la remera. Y me empecé a dirigir para el centro.
Como si nada hubiera pasado. Riéndome del estúpido
que lo acaban de golpear. Pensando que realmente se
merecía esa paliza. Me estaba yendo cuando mi compañero me
intercepta y me saluda. Tenía sangre en el labio y la cara
un poco hinchada. Me empezó a contar que recién lo
habían atacado.
107
JUAN PABLO FILIPPINI
Me miró a los ojos y me dijo que se alegraba de que no
hubiera estado unos instantes antes ahí porque quizás me
hubieran atacado a mí también. Se lo veía triste. Como si
ya no tuviera más ganas de seguir festejando. De repente
levantó la cabeza con intriga y me preguntó si no quería
ir a su casa a tomar la leche y jugar un rato al fútbol. Yo lo miré estupefacto. Me tomó totalmente por sor-
presa. Nunca hubiera esperado algo así de parte de él. En
mi cabeza él no era la clase de persona que te abría las
puertas de su casa. Ahora que lo miraba detenidamente
sentía vergüenza. Minutos atrás había dejado que lo gol-
peen. Minutos atrás me estaba riendo de él. Ahora todos
mis prejuicios se habían disuelto en un solo gesto. Sentía
muchísima vergüenza. Ahora sentía repugnancia de mis
propias acciones. De mi propia actitud. Pero algo mucho más sutil ocurrió en mí esa tarde.
Vi reflejado en lo que me acaba de pasar tantas otras
situaciones de mi vida. Tantas otras veces había dejado
que mis prejuicios me llevaran a hacer sufrir a otras
personas. Tantas otras veces había decidido ver a las
otras personas sufrir y no hacer nada. Quedarme de
brazos cruzados. Incluso disfrutando de su sufrimiento.
Estaba equivocado si me creía ajeno al sufrimiento ajeno.
Si no tomaba responsabilidad sobre mis acciones. Si
continuaba actuando superficialmente. Sin mirar a través
de las personas. Sin conectarme directamente con el
sufrimiento de los demás. Es la asimetría, la distancia, la
falta de pertenencia la que te lleva a no sentir compasión
por los demás. Te lleva a hacerles daño. Porque no ves en
los demás su esencia. Porque no te ves a vos mismo en
los demás. Esa tarde sentí vergüenza de mí mismo. El prejuicio
me había llevado a hacer algo totalmente irresponsable.
108
DE CORAZÓN A CORAZÓN
No me reconocía a mí mismo. Como pude dejar que le
pegaran así. Lo que había hecho estaba muy mal. Todo lo
que venía haciendo en mi vida estaba muy mal. Mi
actitud. Mis acciones. Me estaba reconociendo como un
estúpido. Yo era el estúpido y no todos los demás. No podía seguir mintiéndole a mi madre. No podía
dejar de hacer lo correcto por impulsos personales. Nece-
sitaba corregir mi actitud. Mi actitud y mis acciones. Mi
actitud frente al impacto que tenían las decisiones que yo
tomaba. Mi actitud frente al sufrimiento de los demás. La actitud con la que estaba viviendo mi vida.
Porque en nuestras actitudes se encuentra el impulso de
nuestras intenciones en la vida. Una actitud resume todo
lo que querés para tu vida. Un día discutí con mi madre desde que me levanté
hasta que me fui a acostar. Discutimos durante todo el
día. No había forma de que ninguno de los dos cediera.
Para cada cosa que mi madre decía yo tenía un
argumento en mí favor. Parecía el abogado del diablo
siendo tan solo un niño. Enérgico y perverso para
alcanzar mis fines. Queriendo tener siempre la razón, a
toda costa. Para cuando me estaba yendo a dormir Fede me
frenó. Me dijo que cuando empezara a tomar consciencia
y utilizar la energía que usaba para discutir en pos de
algo que persiguiera una buena intención, iba a poder
hacer grandes cosas. Tenía que tomar conciencia de toda
esa energía depositada en discusiones. No tenía sentido. Él tenía razón. Yo tenía la rebeldía, la energía, el
entusiasmo para discutir con mi madre, para molestar a
mis compañeros en el colegio, para ver cómo le pegaban
a un compañero enfrente mío, para poner excusas a todo,
109
JUAN PABLO FILIPPINI
pero cuando se trataba de hacer algo bueno por los demás
decidía mirar hacia otro lado.
Eso era ser un cobarde.
Eso era ser una persona emo-cionalmente débil.
La tarde en la que golpearon a mi compañero del co-
legio, acepté su invitación y fui a su casa. Conocí a su
familia, me prestó un CD de música y jugamos al fútbol
hasta tarde en la vereda de su casa. Llegué a conocerlo
más allá de mis prejuicios. Al día siguiente en el colegio se habló de la pelea en
el lago. Nuestro colegio había “perdido” en la pelea. Se
hablaba de una venganza y de repercusiones. Había
algunos que la habían presenciado y fueron el centro de
atención durante todos los recreos. Pero con mi
compañero nos encontramos en el kiosco y charlamos de
música. Me convidó de su sándwich y yo le compartí un
chocolate. Todavía le dolía la boca. Yo no se lo dije. Pero
el día anterior había sido él el único de los dos que había
demostrado ser un verdadero hombre. Yo no se lo dije pero el día anterior tuvo que
romperse la cara para que yo pudiera aprender una
valiosa lección. Para que yo pudiera encaminar mi vida.
Para que yo pudiera tomar consciencia respecto de
mis emociones.
110
CAPÍTULO SEIS LA VIDA ES UNA OBRA DE ARTE
Irse a estudiar a Buenos Aires no era nada fácil. Al
menos no era la alternativa más cómoda. Lo más cómodo
era quedarse en Tandil. En casa.
Decidir ir a estudiar a Buenos Aires era optar por
salir de la zona de confort. Al irte de tu casa todo era
incertidumbre. Llegar con el dinero a fin de mes, pagar
los impuestos, pagar las expensas, manejarte en la
ciudad, lavarte la ropa, hacerte la comida, cuidar tu salud,
depender de uno mismo. Todas estas variables
conformaban un campo de posibilidades desconocidas.
Pero más allá de la incertidumbre lo más chocante de
salirse de la zona de confort era el impacto. Por más adaptación previa que hicieras en tu casa en
el impacto te dabas cuenta de que todo dependía de vos.
También te dabas cuenta de que no tenías mucho tiempo
para adaptarte, tenías que hacerlo bien y rápido. Sobre
todo porque al ser estudiantes becados no teníamos un
margen de error para equivocarnos. Desaprobar una
asignatura significaba volverte a tu casa. Es por eso que
era tan importante la adaptación. Para rápidamente poder
responder frente a todas las responsabilidades. En conclusión, los primeros meses en Buenos Aires
eran de una intensidad muy fuerte.
Cuando se fue José yo todavía era muy chiquito. Con
la familia empezamos a viajar a Buenos Aires con más
frecuencia para visitarlo. Preparábamos en Tandil una
111
JUAN PABLO FILIPPINI
heladera portátil cargada de comida. Hacíamos milanesas
caseras, salsa bolognesa, carne picada condimentada y
siempre mandábamos alguna tarta o empanadas. Mi
madre preparaba las encomiendas con mucho amor.
Siempre me pedía que le diera dos capas de huevo y pan
a las milanesas. Porque a José le gustaban así. Ella
siempre estaba pensando en esos pequeños detalles. Después se fue Fede y con José se mudaron a un de-
partamento juntos. Entonces la encomienda la preparába-
mos entre mi madre, Andi y yo. Finalmente cuando se
fue Andi quedamos solamente mi madre y yo para preparar la encomienda. Había cierta melancolía cada que
vez que nos juntábamos a hacer las milanesas o a armar
las empanadas. Mi madre sabía que próximamente yo me
iría y se quedaría sola con mi papá. Y yo también sabía que me quedaba poco tiempo antes de partir. Esos meses
antes de irme a vivir a Buenos Aires, fueron meses de
sensaciones muy extrañas. Fueron meses de mucha variabilidad emocional, de grandes emociones.
Desapego y melancolía al mismo tiempo y mucho
crecimiento emocional. En esos meses empecé a desper-
tarme lentamente una vez más en mi vida. Pero con otra
intensidad y desde otra perspectiva. Mis primeras visitas a Buenos Aires fueron durante
el tiempo en que José y Fede vivían juntos. José ya estaba
trabajando por lo que tenía un horario más exigido. En
cambio, Fede salía temprano de cursar en la universidad.
Cuando volvía nos pasaba a buscar a Andi y a mí por el
departamento para pasar un tiempo con nosotros. Al-
morzábamos juntos, generalmente comida que habíamos
llevado en la encomienda. Con Andi pactábamos de ante-
112
DE CORAZÓN A CORAZÓN
mano comer poco para dejarles la comida a ellos.
Nosotros podríamos comer a nuestro regreso a Tandil.
Fede siempre nos llevaba a pasear a algún lugar de la
ciudad. Nos divertíamos mucho mientras caminábamos
juntos. Siempre corríamos a los colectivos, íbamos de acá
para allá. Para nosotros todos los lugares eran nuevos.
Los edificios altos, el subte, los monumentos, las
publicidades. No había nada de eso en Tandil. Fede trataba de mostrarnos toda la ciudad antes de
que cayera el sol. Terminábamos el día sin aliento.
Cuando el sol empezaba a bajar emprendíamos el viaje
de vuelta. Yo siempre me dormía al regreso en el
colectivo. La gran ciudad me cansaba mucho. También la
emoción de estar con mis hermanos mayores. Al volver
al departamento pasábamos por el trabajo de José y
volvíamos todos juntos. Años más tarde cuando me mudé a Buenos Aires con
Andi alquilamos un departamento bastante pequeño en el
barrio de Belgrano. Un barrio muy tranquilo de calles
adoquinadas y frecuentes inundaciones. Había decidido estudiar economía. “Toda una gran
decisión”. “De las decisiones más importantes de tu
vida”. “Pensálo bien”. “Pensá en tu futuro”. Esas frases
eran moneda corriente en aquel momento. Yo no
entendía muy bien qué rol se suponía jugaban en mi
decisión. Eran frases solamente. No me orientaban en
nada. Pero la gente al decirlas las pronunciaba como si
fueran un sabio consejo. Las últimas semanas antes de dejar la ciudad de Tan-
dil habían sido caóticas. De emociones muy fuertes. De
muchas despedidas y de muchos cambios. Marcaron un
113
JUAN PABLO FILIPPINI
punto de inflexión. Un momento de mi vida a partir del
cual muchas cosas ocurrieron dentro de mí.
Durante todo el verano había estado compitiendo en
un programa de becas de una de las universidades más
prestigiosas del país. Andi y José habían estudiado ahí.
En cambio, Fede había estudiado en la “competencia”.
Fede había estudiado en la Universidad Torcuato Ditella. Todo parecía indicar que yo estudiaría en la univer-
sidad de Andi y José. Yo sentía que era una gran opor-
tunidad. Estaba compitiendo en un programa de becas
increíble. Suponía la posibilidad de poder financiarme
mis estudios. Dado que la situación financiera de mi
familia no era muy buena, era la única manera de poder
estudiar en una universidad privada. Ya lo habían hecho
mis hermanos. Y yo me sentía capaz de hacerlo también.
Me sentía muy entusiasmado. Competir en un programa de becas fue un proceso
bastante particular que me dejó muchísimo aprendizaje.
No había manera de que pudiera estudiar en Buenos
Aires si no obtenía una beca. Asique le dediqué mucho
tiempo al programa. Lo cual significó dejar de dedicarle
tiempo a otras cosas. Mientras mis amigos estaban de viaje de egresados
yo estaba haciendo entregas online de escritura y mate-
mática. También dejé de jugar al rugby. Desde los cuatro
años que jugaba al rugby. Pero era una etapa que tenía
que dejar atrás, para poder avanzar. Al año siguiente me
iría de Tandil y en Buenos Aires todo sería diferente. El
rugby dejaría de formar parte de mi vida. Sería el primero
de mucho cambios.
En Buenos Aires se produciría un pequeño despertar
en mí.
114
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Ese verano fui avanzando en las diferentes instancias
del programa hasta que finalmente llegué a la instancia
final a la cual llegamos muy pocos. A principios de
febrero tenía que asistir a un curso de un mes en la
universidad y por último debería rendir un examen final.
A partir de las calificaciones de ese examen se otorgarían
las becas. Por lo que a finales de enero viaje a Buenos
Aires para empezar a asistir al curso. El programa de becas estaba destinado a la gente del
interior del país. En ese contexto de diversidad hice gran-
des amigos de todas partes de la Argentina. Jóvenes de
todo el país. Jóvenes de lo más talentosos. Mentes
alegres, sin prejuicios, brillantes cada uno en las
habilidades que tenían, muy buenos amigos. Durante todo el proceso mantuvimos entrevistas con
orientadoras vocacionales que nos sometieron a varios
tests estandarizados de “inteligencia”.
Siempre supe que no hay una única inteligencia, sino
que hay muchas inteligencias. Y cada cual en su
individualidad no es comparable con las demás. No se
trata de los resultados. Sino del crecimiento en el
proceso. Todo el mundo debería sentirse especial. Y
compartir su individualidad libremente. Expresarse,
descubrirse. Sin guardarse nada. Esa es la manera de
vivir una vida en plenitud. Dejando ser tu máximo
potencial. Es por eso que los tests estandarizados eran
para mí un juego. Nada más. Mi individualidad no estaba
en hacer esos tests, estaba en otro lado. La tenía que
encontrar. Finalmente, luego de varios meses de trabajo llegó el
momento decisivo. Teníamos que rendir un final de escri-
tura y de matemática. Los resultados de esos exámenes
determinarían si me otorgarían la beca o no.
115
JUAN PABLO FILIPPINI
Había transcurrido el curso y todos los que
estábamos aplicando para la beca nos habíamos hecho
muy amigos. Pero contradictoriamente sabíamos que solo
algunos obtendrían la beca. Y eso dependía de los
resultados relativos. Tus resultados te harían obtener la
beca, pero al mismo tiempo otro amigo dejaría de tenerla.
Pero eso no impidió que nos deseáramos lo mejor antes
de entrar a rendir el examen. Después de haber rendido los exámenes algunos de
nosotros nos volvimos a nuestros pueblos natales a
esperar los resultados en familia. Los que vivían más
lejos esperaron en Buenos Aires. A esa altura del año ya
estábamos muy cerca del inicio oficial del semestre. Las
clases empezaban la segunda semana de marzo y todavía
no conocíamos los resultados. Yo tenía cierto
nerviosismo. Faltaba una semana para el inicio de las
clases y todavía no tenía certeza sobre el resultado de mi
beca. Toda mi familia estaba esperando los resultados
para poder ser proactivos a partir de la determinación. Mi
madre por momentos sentía que me iba a quedar todo un
año sin estudiar si es que no me salía lo de la beca. Tenía
mucha angustia. Pero en ese momento no tenía sentido
preocuparse por algo que no podía controlar. Solo tenía
que esperar. Y esperé hasta que una mañana llamaron a
casa. Levanté el teléfono y me comunicaron que mis exá-
menes habían salido muy bien. Que había obtenido muy
buenos resultados, había quedado dentro del ranking a los
que se les atribuía la beca. Estaban muy contentos con
mis resultados. Sin embargo, como esa misma beca ya se
la habían otorgado a mi hermano Andrés no me la podían
otorgar a mí también. No les parecía correcto beneficiar
dos veces a la misma familia cuando podían beneficiar
116
DE CORAZÓN A CORAZÓN
a dos familias diferentes. En ese momento un silencio se
apoderó de la conversación. Hasta que del otro lado del
teléfono volvieron a hablar.
Si bien me iban a sacar del programa completo de
beca, me ofrecían otra ayuda que si bien no era la beca
completa, era un ayuda considerable.
No era lo que correspondía acorde a mis resultados
pero era una ayuda. Yo me sentía muy agradecido para con la
universidad pero a la vez sentía que había fracasado.
Sentía enojo y frustración. “¿Por qué no me avisaron
antes? ¿Por qué no me avisaron al momento de anotarme
al programa de becas?”. Faltaba una semana para el
inicio de las clases y yo no tenía universidad. Todo el
esfuerzo que había hecho durante tanto tiempo para no
tener nada en concreto. Sentía tanta angustia. No sabía
cómo darle la noticia a mi familia. Todo me resultaba
muy complicado y angustiante. Fue en ese momento que algo en mí se transformó.
Algo dentro de mí me decía que no había tiempo para
reproches. Que tenía que actuar. De nada servía quejarme
si no iba a hacer nada al respecto. Tenía que analizar
todas mis opciones, mis alternativas. Tenía que hacer
algo. De nada servía quedarme sentado quejándome. Y como si siempre lo hubiera sabido, en ese
momento supe que al final iba a terminar estudiando en la
Universidad Torcuato Ditella.
Yo había rendido el examen de ingreso de la
Universidad Di Tella en la primera fecha, en julio. Lo
había rendido libre porque no podía faltar a mis clases en
Tandil. Había viajado, había rendido y me había vuelto.
Había aprobado el ingreso. Pero también había
descartado la opción de estudiar allí porque la beca que
había solicitado no me alcanzaba para poder vivir en
Buenos Aires.
117
JUAN PABLO FILIPPINI
Me sentía un poco mareado. Pero a partir de la
confusión surgió la claridad.
Mientras pensaba sentado frente a la computadora se
me ocurrió que tenía que volver a intentarlo. Que todo se
iba a dar. Me dejé llevar por mis impulsos. Como si
alguien manejara mis movimientos. Tenía que llamar a Di Tella y pedirles si podían
hacer un esfuerzo en mi beca para que pudiera estudiar
ahí. No había mucho tiempo, tenía que moverme rápido.
En ese momento sentí como algo se movía. Sentí como la
gente de la universidad ponía toda su voluntad e
intención para ayudarme. Sentí como el proceso era
instantáneo. Algo que me parecía tan complicado se
volvió de un instante a otro algo muy simple. La angustia desapareció. En la acción no había an-
gustia porque estaba haciendo todo lo posible para poder
reescribir la situación.
Finalmente la Universidad Di Tella me dio la beca
que necesitaba. Fue la primera vez que experimenté la
sensación de estar reescribiendo el borrador de mi vida.
Mis planes, mis esquemas mentales, mis proyectos
futuros se desarmaron y se volvieron a armar de otra forma.
Como un tetris.
Mi vida que se estaba construyendo sobre unos
bloques se desarmó. Los bloques giraron y se volvieron
acomodar. Todo lo que estaba hecho se desarmó y se vol-
vió a reconstruir. Ese proceso de reconstrucción se llama
creación destructiva. A partir de entonces atravesé ese proceso repetida-
mente en mi vida. Y siempre que estoy parado en esa
situación dejo que los bloques se vayan acomodando
solos.
118
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Por ejemplo este libro. Este libro se fue escribiendo
solo. Como mi vida también se fue escribiendo sola. Yo
tan solo me dejé llevar. Lo que venía lo dejaba salir en
cada momento. Tal cual lo sentía. Sin distorsiones.
Cuando empecé a escribir este libro los movimientos
fueron bajando desde la coronilla. Y yo simplemente los
dejaba salir. En el camino tan solo me limitaba a apreciar.
De eso se trata la inspiración. La inspiración fluyendo a
través tuyo. Como cuando compones una canción, un
poema, pintás un cuadro o vivís algún proceso creativo.
Simplemente dejás que fluya a través tuyo. No te detenés
a pensar de donde viene o porque. Simplemente lo dejás
salir y lo aprecias en el camino. Lo aprecias sin tocarlo.
La inspiración se apodera de vos. Al final del proceso te
das cuentas que desde el momento en que empezaste a
componer hasta que terminaste simplemente estabas con
la inspiración. No tenías margen para pensar en otras
cosas. Porque sos consciente de que a la mínima
distracción esa magia que se apodera de vos se disuelve.
Así como vino se va. Todos somos conscientes que cada
instante de inspiración es irrepetible. Es por eso que cada
instante de inspiración es algo tan sagrado. Porque no hay
dos momentos de inspiración iguales. El proceso de creación destructiva se explica por la
inspiración. Por la inspiración que sentimos en nuestra
vida cotidiana. La inspiración no es algo que solo les
pasa a los artistas. Sino que la inspiración esta en cada
día de tu vida. Cuando estas inspirado sentís que cada
situación de tu vida, que cada evento es un proceso de
creación destructiva. Cuando no estás en contacto con esa
inspiración cada situación y cada evento de tu vida son
procesos solamente de destrucción.
119
JUAN PABLO FILIPPINI
Todos vivimos instantes de lucidez en donde todo
nos parece más claro. Estas totalmente enfocado. Tu
visión de las cosas se vuelve muy nítida. Te dejas llevar
por la inspiración. ¿Lo experimentaste alguna vez en tu
vida? Preciosos instantes de lucidez. A veces son
fugaces, pero si te detenés a observar siempre están ahí.
Vienen y se van. Pero siempre están ahí. Así es como yo me sentía al comenzar a escribir este
libro. Sentía que estaba viviendo mi vida en constante
inspiración. En un constante proceso creativo. Un
proceso creativo llamado vida. Lo sentía desde que me
despertaba hasta que me iba a dormir. Me sentía en
constante inspiración. Sentía que mi vida era inspiración
instantánea. La inspiración está en nuestra naturaleza. En
cada instante de tu vida estás creando. Constantemente
sos el artista de tu vida. Despertémonos y démonos
cuenta de esto. Constantemente estamos atravesando un
proceso de destrucción creativa. Lo hacemos todo el
tiempo. Algunas veces lo hacemos con armonía y otras
veces lo hacemos brutalmente. ¿Alguna vez sentiste que tu vida perdió la armonía?
Que tu vida era un caos. Que vivías enredado en constan-
tes problemas sin solución. En algunas ocasiones nuestra
cabeza es un infierno. Y quemamos a todos los que nos
rodean. Te sentís completamente desequilibrado. Sentís
que en tu vida no suceden cosas buenas. Que estas
atravesando un mal momento. En esos momentos tenés que detener tu mente y re-
cordar que tu vida es como una obra de arte. Si tu vida no
tiene armonía es porque no estas conectando con tu
inspiración. Lo que sucede es que te olvidas de estar en el
instante. No estas conectando con tu inspiración. ¿Cómo
podes crear una obra de arte si no estás inspirado?
120
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Cada ser humano es un artista, solo que no se da
cuenta de lo que está creando.
Generalmente creemos que los artistas son aquellas
personas que tienen una fuerza creativa que los distingue
del resto de las personas. Y llamamos a esa fuerza
creativa inspiración. ¿Pero qué es la inspiración?
La palabra inspiración es una combinación de dos
palabras. Inspirar y acción. Figurativamente al pensar en
esto yo me imagino una persona que toma una
inspiración profunda, en esa inhalación toma contacto
con algo divino y ese contacto baja a través de la acción
de esa persona. En mi cabeza me imagino un artista
pintando una obra de arte. El artista que pinta una obra de arte mientras pinta
simplemente está en la acción. Porque, ¿qué es lo que
pasa si el artista se inspira pero no está al 100% con esa
inspiración? ¿Qué pasa si el artista se inspira y no lo deja
bajar a través del pincel? La inspiración se diluye, se
desvanece en la nada. Lo “trágico” de dejar que la
inspiración se desvanezca es que cada inspiración es
única e irrepetible. Entonces para el artista es
imprescindible cuando se está inspirado ponerse a pintar.
Para que ese momento de contacto extraordinario no se
diluya en la nada. Esto mismo nos ocurre a las personas cuando al vivir
nos olvidamos de estar en esa acción. Nos olvidamos de
estar al 100% con nuestra vida. Entonces nuestra inspira-
ción se diluye en la nada. Todos los artistas saben que cada momento de ins-
piración es único e irrepetible. Es esa característica de la
121
JUAN PABLO FILIPPINI
inspiración lo que le otorga una personalidad a sus obras,
a sus creaciones.
Ahora bien, el ser humano es un artista.
Desde que te levantás hasta que te acostás estas
creando sin darte cuenta. Para cuando hoy te vayas a
dormir ya habrás pintado todo un día sin darte cuenta.
Constantemente estas creando. Creas al decidir que ropa
ponerte. Creas al hacer el desayuno. Creas al elegir las
palabras que utilizas. Creas en tu trabajo. Creas tu rutina.
Tu rutina es algo que vos mismo creas. ¿Alguna vez te
detuviste a pensar en esto? Tu vida es única e irrepetible. Cada día de tu vida es única e irrepetible. Cada día es un
cuadro en blanco, listo para que vos hagas tu arte. Tenés
que estar en esa acción. La pregunta que creo que debemos hacernos es. ¿Al
despertarme me siento inspirado? ¿Al despertarme me
siento inspirado para pintar mi vida?
No es posible pintar una obra de arte sin inspiración.
De la misma manera no es posible pintar una vida plena y
llena de felicidad sin inspiración. Entonces me parece
que está bueno preguntarnos porque no estamos en
contacto con esa inspiración. Porque yo personalmente
quiero que mi vida sea una obra maestra (espero que
ustedes quieran lo mismo para sus respectivas vidas).
Quiero que al final de mis días mi última exhalación sea
la pincelada final de una obra maestra. La obra de mi
vida. Yo quiero estar en contacto con esa inspiración. Des-
pertarme todos los días y sentirme inspirado. Con la con-
fianza de un artista de saber que los pasos que estoy
dando son los pasos que le van a dar armonía a la obra.
Que cada día de mi vida sea un trazo hermoso en un
cuadro increíble. Un cuadro lleno de colores y de amor.
122
DE CORAZÓN A CORAZÓN
¿Qué es lo que vos querés pintar en tu vida?
Nuestras vidas son un caos porque nos olvidamos de
inspirar y simplemente accionamos. Nos olvidamos de
respirar hondo. De tomar contacto con lo divino. Nos
olvidamos de ir hacia dentro. Y cuando accionamos no
estamos accionando desde la inspiración. Volvamos de nuevo sobre este punto.
Hay veces que nuestras vidas son un caos.
¿Qué es lo que hace un artista cuando no está satisfe-
cho con su obra? Sigue trabajando. Sigue trabajando para
volver a conectarse con su inspiración.
Cuando no estamos satisfechos con nuestra vida ¿se-
guimos buscando conectarnos con nuestra inspiración?
Hay personas que accionan fuera de la inspiración y
hacen de esto un hábito. Su vida es un caos y hacen de
ese caos su rutina. Y todos los días vuelven a pintar lo
mismo. Todos los días hacen los mismos trazos sin
sentido, sin armonía. Todos los días vuelven a pintar lo
mismo. Esas personas dejan de ser artistas. Dejar de
crear. Esas personas son replicadores. Replicadores de
cuadros sin sentido. No hay creación en replicar. No es
arte, es una réplica. Si podes inspirar hondo y tomar consciencia de que
vos sos el propio artista de tu vida, entonces te transfor-
maste en un buscador. Una vez que te transformaste en
un buscador empezás a descubrir que hay miles de
formas de inspirarte. Miles de formas de lograr que tu
vida sea una obra de arte. Miles de maneras de pintar tu
vida de colores. Solamente tenés que buscar. La inspiración es algo muy sutil. Todo lo que
creemos surgió de una inspiración. Todas nuestras
creencias surgieron de una inspiración.
123
JUAN PABLO FILIPPINI
Todo el conocimiento surgió de una inspiración.
Por ejemplo, el conocimiento de los grandes
maestros iluminados de la historia de la humanidad. El
conocimiento que ellos trajeron surgió a través de ellos a
partir de la inspiración. La iluminación, es la expresión
para una persona que vive en la inspiración. Los grandes
maestros de la humanidad eran personas inspiradas.
Llámese Jesús, Moisés, Mahoma, Buda, Sri Sri Ravi
Shankar, Juan Pablo II, Ghandi, Mandela. Todos tuvieron
contacto con lo divino. En su inspiración surgió un conocimiento que fluyó a través de sus acciones.
Solemos creer que el conocimiento siempre estuvo
ahí. Que vino con escrito junto con el planeta Tierra. En
el sentido de que es algo indiscutible. Pero nos olvidamos
de que el conocimiento surgió a partir de la inspiración
de una persona. Es verdad el conocimiento siempre
estuvo ahí pero en otro sentido. Siempre estuvo ahí. En la
misma fuente. La misma fuente con la que se conectaron
todas las personas que se inspiraron hasta la iluminación.
El conocimiento sigue estando ahí para que vos te
conectes y te inspires. La inspiración es algo muy sutil. Se puede experi-
mentar de diferentes formas. A partir del silencio. A
partir de la oración. A partir del ayuno. A partir del
servicio. A partir de la observación. A partir de la fe. A
partir de la meditación. A partir de la respiración. A partir
del yoga. Algo muy hermoso ocurre dentro tuyo cuando te
inspiras. ¿Lo notaste en tu vida? ¿Cuándo escribís una
canción? Cuando escribís una carta. Cuando cocinas algo
nuevo. Cuando estás en la inspiración tu vida toma otro sa-
bor.
124
DE CORAZÓN A CORAZÓN
¿Entonces porque no dejar que toda nuestra vida sea
una obra constante de inspiración?
Si no sabes cómo inspirarte podes ser un buscador.
Puede que encuentres cómo inspirarte aprendiendo de
otras personas que se inspiraron antes. O puede que en tu
búsqueda te inspires y encuentres una nueva forma de
inspirarte. Lo importante es tomar consciencia de que vos
sos el artista de tu vida. Lo importante es que nos despertemos. Que salga-
mos de la nuestra inmutabilidad. Abramos los ojos y
apreciemos la complejidad de la naturaleza. No te
conformes con ser un replicador, cuando podes ser un
artista. Solamente te tenés que inspirar. Solamente te tenés
que conectar con la fuente.
La universidad.
Mi ingreso a la universidad fue una oportunidad para
observar los procesos creativos que se daban en mí. Me
dejó una enseñanza muy importante. Me dejó una
sensación. Me dejó ese primer contacto con el proceso de
destrucción creativa. Me permitió observar como el sendero de mi vida
cambiaba drásticamente con las decisiones que estaba
tomando. Todo el sendero completo de mi vida. Gene-ralmente no somos conscientes de que cada instante de
nuestras vidas determina el sendero entero que vamos a
transitar. Que al borrar un camino estamos trazando otro.
Nuestra vida es una obre de arte. Sintámonos bendecidos.
Transitemos la vida con esa seguridad. Esa seguridad del
artista cuando se siente inspirado. Esa tranquilidad de
estar completamente amparado. Esa necesidad de
simplemente dejarte llevar.
125
JUAN PABLO FILIPPINI
Esa fue mi experiencia al ingresar a la universidad.
El crecimiento de empezar a caminar en la luz. Porque en
la oscuridad siempre te tropezás y andas a tientas. Dando
manotazos al aire. En cambio, a la luz todos tus caminos
son más fáciles de transitar. No hay “equivocaciones”.
Solo aprendizaje. No hay “errores”, solo apreciación.
Como en el arte. Tu vida es una obra de arte. Se dio
como se tenía que dar. No hay una sola pincelada que
esté de más. En una obra de arte cada pincelada es importante. No hay ningún detalle que tendría que
haberse omitido. Todo se dio como tenía que darse. En el momento en que me comunicaron que me
habían sacado del programa de becas yo creía que mi
mundo se estaba derrumbando. Porque no entendía la
verdad. Que la obra de mi vida no se derrumba por una
pincelada negra. Sino que la pincelada es parte del
cuadro. Es parte de la obra. Yo no entendía, en ese
momento, que estudiar en la Universidad Di Tella fue lo
mejor que me pasó en la vida. Así como todo lo que me
pasó.
Por el simple hecho de que eso fue lo que ocurrió.
Por el simple hecho de que ocurrió fue lo mejor que
me pasó en la vida.
126
CAPÍTULO SIETE SENTIRSE BENDECIDO
Después de haber ingresado a la universidad me ins-talé en la Ciudad de Buenos Aires. Con Andi llevábamos
una vida muy tranquila. En el departamento no teníamos televisión, equipo de video, ni DVD. Tampoco teníamos
Play Station, ni video juegos. Las habitaciones eran muy chicas y el resto de los ambientes también. Por lo que la
movilidad dentro del departamento no era del todo inde-pendiente. Generalmente siempre encontrábamos alguna
actividad para divertirnos. Había veces que ni el equipo de radio funcionaba. En el departamento prácticamente
no había distracciones para los tiempos libres. Teníamos que ingeniar actividades recreativas. Yo tocaba la
guitarra todo el tiempo. También empecé a escribir, componer canciones y poesías. Andi leía muchísimo.
Organizaba cenas con sus amigos. Cocinaba un montón. Y también empezó a estudiar chino mandarín, sin saber
que años más tarde se iría a vivir un año a Taiwán. Había veces que jugábamos al ajedrez o hacíamos
sudokus por internet. Éramos creativos a la hora de
utilizar nuestro tiempo libre. Tratábamos de aprovechar
nuestro tiempo al máximo. Organizándonos para también
poder cumplir con las tareas de la casa. Alternábamos
entrenamientos, compras, salidas y mandados. Y varias
veces a la semana pasábamos a visitar a José por su
departamento. Cuando Andi viajó fuera del país, durante un tiempo
viví solo. Llegó la época de finales y me pasaba muchas
horas estudiando en mi cuarto. Generalmente utilizaba mi
127
JUAN PABLO FILIPPINI
computadora para estudiar. Era primavera y hacía mucho
calor en la ciudad. Un día particularmente caluroso mi
computadora no lo soportó. Se sobrecalentó, se apagó y
no volvió a encender. Por suerte ya no necesitaba de la
computadora para repasar para mi examen. Fui a rendir.
Fueron tres horas muy intensas. Salí del examen y estaba
muy cansado. Solo quería dormir o al menos tirarme en
un sillón a descansar la mente. Pero así y todo me quedé
haciendo tiempo en la universidad. Charlando con amigos, comiendo algo. No sabía bien que era lo que
estaba haciendo. Pero me resistía a volver a mi casa. Cuando todos se fueron yo también emprendí el
regreso. Decidí volverme caminando. Cotidianamente
cada vez que podía, elegía hacerlo. Me encantaba
caminar por Buenos Aires. Pero esta vez era diferente
porque físicamente estaba muy cansado. Me sentía
contrariado. Tardé una hora en volver a mi casa. En el
camino entré en una librería a ver libros, a hojear los
últimos lanzamientos. También me detuve a escuchar a
unos músicos que tocaban en una plaza. Recién cuando
estuve a una cuadra de mi departamento tomé
consciencia de lo que estaba pasando. Yo no quería volver a mi casa porque no tenía nada
para hacer ahí. No tenía computadora, no me andaba la
radio, no podía escuchar música, no tenía televisión, no
había nadie para charlar, no había comida y
definitivamente no me podía ir a dormir con la cabeza
dando tantas vueltas. Ahora lo entendía y tenía que hacer
algo al respecto. Que mi computadora dejara de
funcionar era algo muy incómodo. No podía ver ninguna
película, ni revisar mi mail, ni escuchar música, ni buscar
partituras de canciones. No había nada en el departamento para pasar el tiem-po.
Ya había leído todos los libros que teníamos. Tenía que
pensar en alguna distracción que no me demandara
mucho dinero ni mucha energía intelectual.
128
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Asique lo que hice fue ir a un puesto de libros y re-
vistas que quedaba a una cuadra de mi casa. Y por veinte
pesos (cuatro dólares en ese momento) me compré un
ejemplar del libro “El principito”. Tenía curiosidad sobre
ese librito. Sabía que había sido escrito en Argentina,
pero nunca lo había leído. Llegué al edificio de mi
departamento y subí por las escaleras. Yo vivía en el
séptimo piso. Puse la llave en la cerradura y abrí la
puerta. El departamento estaba sumergido en un silencio absoluto. No tenía ganas de tocar la guitarra. Prefería el
silencio. Estar en ese silencio. Cuando crucé la puerta mi mente estaba dando
vueltas, pero al sumergirme en ese silencio todo se fue
calmando. Agarré una manzana de la cocina y me senté
en el sillón del pasillo. Saqué el libro de la mochila y le
di un vistazo general mientras le daba algunos mordiscos
a la manzana. Empecé a leerlo y no me detuve hasta que
lo terminé. Me sentía nuevamente cómodo conmigo
mismo. Mi mente estaba totalmente en el libro. En los
personajes, las voces, los dibujos. Pude conectarme
directamente con el mensaje. Fue la lectura de mayor
intensidad de mi vida. En ningún momento me percaté de
que se había hecho de noche, ni de que tenía muchísima
hambre. Ya no tenía más ganas de irme a dormir. Sin
darme cuenta había hecho la meditación más larga de mi
vida. Desde la primera hoja hasta la última había estado
ahí conmigo mismo. Todo lo demás se había fundido en
la lectura. Mi mirada en ningún momento se levantó del
libro. Desde el principio hasta el final estuve ahí con el
principito. Abstraído de todo lo demás.
129
JUAN PABLO FILIPPINI
Abstraído del ambiente, del examen, del futuro, del
cansancio.
De repente ya no me sentía más cansado. Volvía a
sentir ganas de cantar, de salir, de vivir. De disfrutar y de
compartir. Tenía ganas de salir a respirar el aire de
afuera. Me sentía fresco. Renovado. Me sentía bien. Pero
este repentino cambio de bienestar no hubiera ocurrido si
hubiera decidido irme a dormir directamente desde un
principio. Me felicité a mí mismo mientras me bañaba.
Había transformado una tarde desganada, en un momento de gran calidad. Me descubrí en el silencio. Descubrí que
no hay aburrimiento cuando estás con vos mismo. Solo
hay satisfacción y paz. De ahí en adelante dejé de esperar a que mi compu-
tadora se rompiese para dedicar horas a estar conmigo
mismo. Estaba en mí la decisión de qué hacer con mi
tiempo. Y pasar tiempo con uno mismo siempre es una
buena inversión a largo plazo. Porque si te sentís aburrido
estando con vos mismo imaginate lo aburrido que sos
para los demás. Progresivamente a medida que empecé a dedicarme
más tiempo, empecé a conectarme de otra manera con
mis emociones. Empecé a conectarme de otra manera con
los demás. Cuando Andi volvió de su viaje volvimos a
convivir. Empezamos a cuidar mucho nuestra
alimentación. Nos cocinábamos todos los días comidas
muy sanas. Todos los fines de semana íbamos juntos a
una sucursal del mercado central de frutas y verduras y
traíamos un bolso cargado con víveres para toda la
semana. También hacíamos mucho deporte. Una tarde nos encontramos en el departamento y
decidimos salir a correr. Generalmente salíamos a correr
a un lago que estaba bastante oculto en nuestro barrio.
130
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Quedaba más o menos a unas quince cuadras de nuestro
departamento. Teníamos que cruzar unas vías de tren
para llegar ahí. Generalmente, una vez que estábamos en
el lago, dábamos una vuelta o dos y nos quedábamos
entrenando en el costado. Siempre terminábamos el
entrenamiento con una larga elongación y nos volvíamos
corriendo a casa. Luego de programar la salida nos pusimos la ropa
deportiva. Pantalones cortos y zapatillas de correr.
Bajamos por las escaleras y salimos a la vereda con tan
solo la llave del departamento en nuestras manos.
Empezamos a trotar lentamente. Teníamos que entrar
bien en calor, había una cierta humedad en el aire. Las
primeras cuadras fuimos charlando hasta que la agitación
nos llevó al silencio. Yo me sentía muy bien, muy
liviano. Empecé a prestar atención en cómo estaba
corriendo. Erguí bien el torso y trabé los abdominales
para enderezar bien la espalda. No sentía ninguna
molestia muscular en el cuerpo. Pero tenía una molestia
dentro de mí. Una molestia en mis pulmones. Durante todo el mes había estado arrastrando una tos
que brotaba principalmente a la noche antes de
dormirme. En el momento en que me metía en la cama
para dormir empezaba a toser. Era una tos seca. Una tos
que salía de lo más profundo. Como si quisiera sacar algo
malo que estaba dentro mío. Estaba tratando de sacar
algo que tenía guardado muy dentro mío. No venía
durmiendo muy bien. Me despertaba a la noche con
mucha sed y con agitación. Estaba teniendo un sueño
intranquilo. Me movía en la cama de un lado a otro.
Había algo que no andaba bien. Yo me resistía a tomar
alguna medicación e ir al médico. Estaba seguro que si
ajustaba un poco la alimentación y empezaba a respirar
mejor se me iría. Además quería que mi cuerpo se hiciera
fuerte. Que le ganara a la tos sin ayuda.
131
JUAN PABLO FILIPPINI
Mi maestro de artes marciales siempre me decía que
el sistema inmunológico se vuelve “vago” cuando toma-
mos muchos medicamentos. Sobre todo cuando tomamos
medicamentos para aliviar pequeñas molestias. Como
cuando tomás algo para detener un dolor de cabeza o un
dolor muscular. El sistema inmunológico se acostumbra a
que al mínimo problema alguien haga el trabajo por él. Y
así progresivamente el sistema inmunológico se
deteriora. Se acostumbraba a que hagan el trabajo por él. Y cuando sobrevienen problemas más grandes está
totalmente debilitado. Cuando te duele la cabeza y tomás muchas aspirinas
tu cuerpo deja de hacer el trabajo para recuperarte.
Porque la aspirina lo hace por él. Y progresivamente
empezás a enfermarte cada vez más seguido. El maestro
siempre hablaba de fortalecer nuestro cuerpo, de volverlo
cada vez más fuerte. Hablaba de aguantar los síntomas y
ayudar al cuerpo a eliminar las toxinas. De honrar a tu
cuerpo, conocerlo, cuidarlo pero de una forma no
convencional. Me hablaba de soluciones definitivas, a
largo plazo. Yo no pensaba dejar que la tos me ganara. Tenía en
mente aguantar los síntomas y hacerme fuerte. No quería
que mis defensas se volvieran dependientes de los reme-
dios. Mientras corría trataba de llenar todos mis
pulmones, como si el aire que entrara pudiera lentamente
sacarme la tos. Tenía en mi mente la imagen de algo
negro que me apretaba los pulmones. Si bien nunca tuve
el hábito de fumar, me imaginaba un pulmón similar al
de un fumador. Ahogado por un humo negro. Sentía el
silbido de mis pulmones en la exhalación. Estaba
teniendo un pequeño bronco espasmo. Como cuando era
chico y tenía que aspirar mi remedio para el asma. Hacía
tiempo que no tomaba más ese remedio.
132
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Era tiempo de dejar de depender de cosas exteriores para
estar bien. Yo quería depender solamente de mí para
poder estar bien. Estaba todo en mi cabeza. Estaba todo
en mi convicción. Mientras tanto continuaba corriendo con seguridad.
Tratando de disimular lo que me estaba pasando por den-
tro. Seguimos corriendo hasta que llegamos a la estación
de servicio antes del cruce de las vías. El semáforo se
puso en rojo y nos paramos a esperar a que cambiara
nuevamente de color. Nos sorprendió por completo
cuando empezaron a caer algunas gotas. Una lluvia suave
pero intensa. No era una lluvia vertical sino que caía de
costado. Antes de que el semáforo cambiara a verde ya
estábamos completamente empapados. Lo miré a Andi y
le hice un gesto como para cruzar. Pero él me detuvo e insistió en volver. Yo estaba seguro que la lluvia no iba a
parar al menos en la próxima media hora. Literalmente el
cielo se estaba viniendo abajo. Pero sentía que tenía que seguir igual. Sabia dentro mío que algo muy importante
me esperaba allá adelante, algo que no debía ignorar. Le
di la mano a Andi y le dije que me esperara en casa. Que
tenía que seguir adelante. El me trató de retener. El lago siempre se inundaba con la lluvia. Todo el barrio se
inundaba. Yo ya lo sabía, sentía que debía seguir
adelante. Le prometí que iba a dar la vuelta al lago a mi máxima velocidad e iba a ir directo a casa.
Generalmente la vuelta sola nos llevaba bastante
tiempo. Andi estaba muy preocupado por la tormenta. Yo
no sabía cómo explicarle pero creo que Andi lo vio en mi
mirada y me dejó ir. Me dejé llevar totalmente por mi
impulso. Un impulso que salía de mi interior. Era como si
el movimiento se produjera solo. Algo me estaba
llevando, yo solamente me tenía que dejar llevar.
133
JUAN PABLO FILIPPINI
Tenía que confiar. En ese momento no sabía que una de
las lecciones más importantes de mi vida me estaba
esperando. Crucé la avenida y para cuando llegué al otro lado ya
tenía las zapatillas completamente mojadas. La lluvia no
me dio tregua. Crucé las vías a toda velocidad. Sentía la adrenalina correr mi cuerpo. La remera se me pegaba al
pecho, que estaba más inflado que nunca. Estaba
entrando a la plaza que me llevaba directamente al lago cuando de repente enterré mi pierna derecha hasta la
canilla en un pozo de agua. Milagrosamente no me caí.
Por un instante pensé que me hubiera podido haber
quebrado el pie. A la velocidad que iba pude haberme lastimado seriamente. Casi me caigo de cabeza al suelo.
Potencialmente pudo haber sido un accidente muy grave. En ese preciso instante fue cuando supe que si iba a
hacer la prueba tenía que hacerlo bien y rápido. Hacerlo
bien. Sin errores. Y rápido. Eso era lo que implicaba en
ese momento dar mi 100%. El impulso que me estaba llevando me advertía que
lo que estábamos por hacer requería que desarrollara al
máximo mi determinación y concentración. Tenía que es-
tar totalmente enfocado. Por lo que inmediatamente
decidí empezar a correr por la calle en vez de por el
pasto. Iba a poder correr más seguro y más rápido. Tenía
que estar sumamente atento a los autos, que en fila
parecían dispuestos a huir del lugar al cual yo me estaba
dirigiendo. Los autos pasaban al lado mío casi rozándome. Al-
gunos me hacían luces, otros me tocaban la bocina. Tal
vez querían advertirme que diera la vuelta. Que no debía
seguir corriendo en esa dirección.
134
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Finalmente llegué al lago. La primer imagen del lago
fue impactante. El lago se estaba rebalsando. Los
desagües de las calles se habían tapado y había grandes
charcos de agua. Había barro por todos lados inclusive
sobre la acera. El barro rápidamente se adhirió a mis
zapatillas. Me sentía mucho más pesado. La ropa mojada
ahora me pesaba más también. Pero mi cuerpo se sentía
más fuerte al mismo tiempo. Estaba corriendo a toda
velocidad. Parecía imposible mantener ese ritmo por más
de cinco minutos. Estaba corriendo en mi máximo nivel
de exigencia. Era muy probable que no pudiera aguantar
a ese ritmo. Pero en ningún momento pensé en eso.
Estaba totalmente enfocado. No había margen para la
duda. Al comenzar a dar la vuelta al lago algunos rayos
empezaron a caer. Naturalmente yo aceleré un poco más
mi ritmo. Dando todavía un poco más. Estaba totalmente
solo. No había nadie corriendo, ni esperando algún
colectivo, ni refugiándose de la lluvia. Solo se escuchaba
la lluvia estrellarse contra los árboles y mi respiración. Se
me hacía cada vez más difícil ver. La lluvia caía como
una cortina de agua. Me golpeaba directamente en la
cara. Precipitaba como nunca. Estaba diluviando. Cuando estuve a la mitad de la vuelta me pareció ver
algo que se movía a lo lejos. Una figura borrosa que se
movía lentamente. De repente pude observar una persona
que también estaba corriendo. Se estaba dirigiendo hacia
mí. Cuando estuvimos a la misma distancia le choqué la
mano. Cada uno sabía muy bien lo que estaba haciendo.
Estábamos poniéndonos a prueba a nosotros mismos.
Algo habíamos ido a buscar ahí. Los rayos caían cada vez más fuerte. Empecé a sentir
miedo. Quizás no había sido una buena idea después de
135
JUAN PABLO FILIPPINI
todo. Sentía la electricidad en el ambiente. Yo era la única persona en todo el lago excluyendo a la persona que se había alejado hacía ya un tiempo. Si bien no llevaba nada electrónico, no me resultaba muy atractiva la idea de que me cayera un rayo. Los truenos eran explosiones. El cielo permanecía oscuro hasta que un rayo iluminaba momentáneamente el paisaje. Y al apagarse volvía a la oscuridad. Tenía que alejarme lo más
rápido posible de ahí. Tenía que ponerme a resguardo. De repente todo se volvió a estremecer.
En ese momento un rayo cayó exactamente delante
mío. Fue un desarrollo súbito y violento. Hasta ese
momento me había dejado llevar por un impulso. Pero
cuando vi al rayo caer en frente mío empecé a sospechar
que el impulso me había llevado hasta ahí y me había
abandonado. Me había conducido hasta esa situación
pero a partir de ese momento tenía que continuar solo.
Era mi prueba, nadie más podía hacerlo por mí.
Instantáneamente empecé a sentir que estaba en una
situación de vida o muerte. Había sido una locura haber
ido hasta ahí. El rayo había caído a unos pasos de
distancia y había golpeado fuerte contra un árbol. “¿En
qué estaba pensando al venir acá?”. Ver caer el rayo en frente mío fue algo muy extraño. Cuando el cielo se iluminó, antes de que cayera el
rayo, durante unos instantes pensé que caería sobre mí. Percibí la explosión que estaba por venir. Podía sentir lo
que estaba pasando en el cielo. Cerré los ojos en el impacto. Ya estaba listo para irme. Pero no me golpeó. No me golpeó a mí. Volví a abrir los ojos y mis piernas
seguían corriendo. Fue como una pequeña muerte. Cerrar los ojos, morir. Abrirlos y volver a vivir. Volver a vivir y tomar consciencia de que tenía mi respiración. Tenía mi cuerpo. Tenía mis piernas.
136
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Empecé a correr con desesperación, con miedo. Los
músculos estaban con otra tensión. Iba a toda velocidad.
Los estruendos se sentían arriba mío. Pude terminar de
dar la vuelta al lago. Volví a cruzar nuevamente por el
barro y llegué nuevamente a la plaza de la entrada.
Estaba a algunas cuadras de las vías de tren cuando
surgió un problema. No podía creer como no lo había
pensado antes. Las vías del tren eran los mejores
conductores de electricidad a la redonda. Era muy
peligroso cruzarlas. Pero tampoco había forma de
evitarlas. No sabía qué hacer. El impulso me había
abandonado completamente. Y las descargas eléctricas
del cielo no dejaban de tronar. Los estruendos seguían
rugiendo con fuerza. Tenía miedo de no volver a tener
tanta suerte. Tenía miedo de que el próximo rayo si me
alcanzara.
Era mi decisión. Podía llegar a ser la última decisión
que tomase. Sentía la gravedad del asunto. Fue en ese
preciso momento que empecé a rezar. Luego más
adelante entendí que lo que había ido a buscar al lago
había sido llegar a esa situación. Lo que había ido a
buscar lo había encontrado. Estaba rezando con todo mí
ser. Necesitaba cruzar las vías a salvo. Necesitaba que mi
cuerpo se hiciera fuerte. Indestructible. Resistente a todo.
Al agua, a la electricidad, al miedo, a la enfermedad. Los truenos parecían armas de fuego y al mismo
tiempo, justo estaba pasando el tren. Pasó de largo y yo
me decidí. En ningún momento detuve mi marcha. Crucé
las vías a toda velocidad con los ojos cerrados. Cuando los volví a abrir del otro lado era otra
persona.
Aún me faltaba mucho para llegar a casa. Me metí
nuevamente entre las calles de mi barrio atento a los
cables eléctricos que se balanceaban sobre mi cabeza.
Las calles estaban inundadas con medio metro de agua.
137
JUAN PABLO FILIPPINI
Para cruzar la calle tenía que saltar pequeños arroyos. La
ciudad era un caos. Logré llegar a la subida principal que
me llevaba a mi casa. Crucé caminando una calle con
medio cuerpo en el agua y empecé a subir. Y de repente
lo sentí. Me sentí bendecido. Sentí que nada podía
tocarme o lastimarme, nada ni nadie. Supe que estaba
totalmente amparado. Mi mente estaba totalmente
tranquila. Estaba muy conectado con mi cuerpo, mi
respiración, mis latidos, mis emociones. Ya no había
limitaciones, todo se volvió tan favorable, tan claro. No
había fatiga física, ni desgaste anímico. Había recuperado
el envión que me había llevado en un principio. Llegué a la avenida Cabildo, estaba a dos cuadras de
mi casa. Tenía que terminar esto a mi máxima velocidad.
Todo lo que había pasado para llegar a estar a dos
cuadras de mi casa me motivó a dar mi mayor esfuerzo.
No buscaba una marca, no buscaba un record. Solamente
lo hacía para dar mi cien por ciento. Saqué fuerzas de lo
inexplicable. Me sentía tan fuerte. No se podía explicar
cómo pude correr a máxima velocidad durante tanto
tiempo, pero lo había hecho. Necesitaba seguir cruzando
barreras. Necesitaba dejar todo mi corazón en esa hazaña. Cuando estaba llegando a la esquina de mi casa, lo vi
parado contra la pared a Dani.
Ahí estaba Dani, mi amigo de la calle.
Hacía un tiempo había notado que casi todos los días
estaba sentado en la esquina de mi casa la misma
persona. A veces jugando al ajedrez, a veces con la
mirada perdida. No sé bien cuando fue que empezamos a
saludarnos. Pero ese saludo se hizo cada vez más
habitual. Hasta que un día frené y decidí conocerlo. Si iba
a saludarlo todos los días quería saber por lo menos cómo
se llamaba. Asique una tarde compré un brownie de
chocolate y frené a compartirlo con él.
138
DE CORAZÓN A CORAZÓN
A partir de entonces pasamos muy buenos momentos.
Charlamos con mucha sinceridad. Él siempre se ríe de mi
forma de ir cantando por la calle. Yo siempre me río cada
vez que lo veo jugar al ajedrez solo. Dani es mi amigo y ahí estaba parado, refugiándose
de la lluvia. Alto, flaco y un poco encorvado. Con una re-
mera negra de led zeppelín y unos jeans de color claro.
Tenía su mochila donde guardaba todas sus pertenecías a
un costado. En su cara se percibía un rostro asustado.
Como un niño que le tiene miedo a las tormentas. Se
había hecho un corte de pelo muy misterioso. Un corte de
otra época seguramente. Probablemente él mismo se
había cortado el pelo. Tenía el pelo muy corto pero un
flequillo abundante que le daba cierto aspecto artístico.
De repente volteó la mirada hacia la dirección en la que
yo venía corriendo. Vi con clara nitidez como su
preocupación se disolvió en una gran sonrisa. Se corrió el
flequillo de la frente para asegurarse que era yo. Extendió
su mano para que cuando pasara se la chocara. Chocamos
las manos y me pegó un grito de aliento que me motivó
aún más en mi carrera. Ese entusiasmo, hizo que todo valiera la pena. Dani siempre recordaba esa anécdota. Ese día de la
tormenta. Me miraba fijo y me decía. “Siempre supe que
vos tenías algo de Clark Kent”.
Llegué a la puerta de mi edificio. Traté de no frenar
de golpe y seguí caminando en el lugar con las manos
atrás de la cabeza, tratando de recuperar la respiración.
Lentamente empecé a tomar consciencia de lo que acaba
de hacer. Mientras calmaba la agitación sentía como mis
pulmones estaban limpios. Había largado todo el humo
que me sofocaba. Ya no tenía nada adentro mío que
quisiera sacar.
139
JUAN PABLO FILIPPINI
Todo lo había dejado atrás. En el lago. Mis pulmones
respiraban normalmente. Fue algo increíble. La sensación
de recuperar la plena salud.
Me di cuenta que tenía los gemelos totalmente aca-
lambrados. Mi emoción estaba descontrolada. La inten-
sidad era vehemente. Respiré hondo y levanté la cabeza.
Sonreí y empecé a aplaudirme a mí mismo. Durante unos
minutos me estuve aplaudiendo y arengando a mí mismo
en la puerta del edificio de mi departamento. Era pura
felicidad. Estaba de pie solo, aplaudiéndome a mí mismo. Me reía solo. Tenía ganas de entrar a casa y contarle
todo lo que había pasado a mi hermano. Tenía ganas de
compartir lo increíble. Cada detalle. Lo había encontrado,
todo lo que había ido a buscar. Me saqué las zapatillas y
las medias completamente mojadas y entré al edificio
descalzo. Empecé a subir las escaleras, tratando de fijar
los momentos más importantes en mi memoria. No
quería olvidarme de nada. Cuando entré al departamento Andi me esperaba con
la ducha lista. Había estado muy preocupado. Apenas nos
habíamos separado había pensado en ir a buscarme y
convencerme para volver. Pero sabía que no me iba a
alcanzar. Asique había vuelto al departamento y no hacía
mucho había llegado. No lo podía creer. No entendía
como yo ya estaba ahí. No daba el tiempo. Como era que
había dado la vuelta al lago tan rápido. No podía ser
posible. Yo quería contarle todo lo que me había pasado.
Pero el insistió en que me bañara primero. Realmente
tenía mucho frío. Tenía todos los dedos arrugados por el
agua. Como si hubiera estado nadando por mucho tiempo
en la pileta. Estaba muy contento. Era algo difícil de
explicar.
140
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Tenía que escribirlo antes. Tenía que dejar un registro por
escrito de lo que acababa de pasar.
Esa noche no tuve ninguna tos. Ya la había dejado ir.
Fue muy fácil entrar en el sueño. Volví a disfrutar la
suavidad del profundo descanso. Tenía la tranquilidad de
estar amparado. Sentía la bendición. Nada me podía
tocar. Había atravesado un camino con obstáculos, pero
ahora veía un paisaje sin fronteras. Había experimentado
una milagrosa evolución de mi estado intencional. Mi
intención se había transformado en un armonioso optimismo. Todo había surgido a partir de la inspiradora
tempestad. Todo me abrazaba. Me fui a dormir con la
sensación de que todo alrededor mío me abrazaba. Eso era lo que había ido a buscar. Encontrarme con
migo mismo. Sentirme bendecido, amparado por toda la
creación.
141
CAPÍTULO OCHO DESPERTÉMONOS
Mudarte de tu ciudad natal para empezar a estudiar
en la universidad no era nada fácil. Tuve que dejar
muchas cosas atrás y en muchos aspectos de mi vida
empezar de cero. Tuve que reconstruirme. Para reconstruir se necesita mucha imaginación. Ne-
cesitas mucha imaginación para despedirte de tu familia.
Necesitás mucha imaginación para dejar tu casa, tu cama,
tus mascotas, tu rutina. Necesitas mucha imaginación
para despedirte de tus amigos de la mejor manera.
Imaginación para hacerles entender que vas a volver. Que
siempre los vas a llevar con vos a todos lados. Que no era
una despedida, sino un hasta luego. Con mis amigos teníamos una banda de rock en Tan-
dil que se llamaba Contrasentido. Era la excusa ideal para
pasar más tiempo juntos. Y de paso disfrutábamos de ha-
cer música, que tanto nos gustaba. El guitarrista y
cantante de la banda era Rama. Rulo tocaba el saxo,
Lucho la batería, Segu la guitarra, Iña el bajo y yo tocaba
los teclados. Y también estaban el resto de nuestros
amigos. La parte más importante de la banda. Los que te
aplaudían en la vida, después de que terminaba el show.
Los que siempre nos alentaron. Los que nos mantenían
con los pies en la tierra. Pasábamos muchas tardes ensayando en el quincho
de la casa de Rama. Tardes viejas, llenas de vida.
Generalmente hacíamos covers de bandas de rock
internacional. El quincho era chico, pero el corazón muy
grande. Tal vez eso sirvió para que interna y
externamente estuviéramos cada vez más unidos.
143
JUAN PABLO FILIPPINI
Cada uno tenía un lugar en el quincho, un espacio.
Cuando faltaba alguno de los integrantes se formaba un
vacío. Se sentía en el espacio, se sentía en el sonido.
Había una falta de contenido. Solíamos tocar en algunos bares de la ciudad.
Siempre con el mismo sonidista. Al terminar los recitales
siempre nos preguntaba lo mismo, cuándo íbamos a
empezar a escribir nuestras propias canciones. Todavía
no estábamos pensando en eso, recién estábamos
empezando. Disfrutábamos mucho tocando covers de
nuestras bandas favoritas. No nos preocupaba para nada
la originalidad. Nosotros teníamos nuestro propio estilo.
Nuestro propio sonido. Y eso hasta ese momento era
suficiente para nosotros. Pero era inevitable que pronto
escribiéramos nuestras propias canciones. Era parte del
crecimiento de la banda. Un día Rama llegó con su guitarra acústica y nos
dijo que nos quería tocar un tema que había compuesto
él. Nos contó que se lo había dedicado a su mamá. La
mamá de Rama había fallecido hacía unos años a causa
de un cáncer. Falleció un tiempo antes de que yo lo
conociera a Rama y de que empezáramos a vernos todos
los días. Todos los que conocíamos bien a Rama
conocíamos la historia de Laura. Habíamos visto fotos.
Yo veía a Laura en la sonrisa de Rama cada vez que nos
reíamos. Y nos reíamos todo el tiempo. Me hubiera
gustado muchísimo conocerla. Agradecerle por todo lo
que inspiraba. Muchas veces le agradezco. Cierro los ojos
y le agradezco. Escuchamos “Junto a vos” con gran expectativa.
Tenía una armonía muy melódica. Una energía muy
linda. Nos emocionamos todos con la letra. ¡Qué regalo
nos acababa de hacer! Cuanta inspiración. Empezamos a
tocar la canción en cada ensayo.
144
DE CORAZÓN A CORAZÓN
La hacíamos una vez y otra vez. Al final de la canción
rulo había incorporado un solo de saxo que te dejaba sin
palabras. Había algún tipo de magia cada vez que la
interpretábamos. Una magia muy antigua. No nos
cansábamos nunca de tocarla. Era como un himno para
nosotros. Nuestro himno. Era inevitable para mí escuchar
la canción y pensar en mis amigos. Cuando vine a Buenos Aires empecé a ir al taller de
canto de la universidad. Teníamos un profesor muy divertido. La pasábamos muy bien. Éramos un grupo
reducido y muy heterogéneo en los rangos vocales. Había
mucho potencial para trabajar. Cantábamos un montón.
Al comienzo de la clase siempre entrabamos en calor.
Luego hacíamos algunos ejercicios de elongación y
colocación del sonido. Luego, individualmente, uno a
uno íbamos pasando al frente y cantábamos la canción
que habíamos llevado para ese día mientras el profesor
nos acompañaba con el piano y nos daba indicaciones. Hubo un día que me decidí y llevé la canción que
había compuesto Rama. Estaba un poco nervioso. A decir
verdad estaba aterrado. No me sentía cómodo con mi
voz. Todavía me daba un poco de nervios cantar solo
frente a mis compañeros. Pero tenía ganas de homenajear
a mis amigos a la distancia. Entré a la clase y me saludé con todos. El profesor
ya estaba sentado en su silla frente al piano. Empezamos
la clase y mi cabeza empezó a dar vueltas.
Contantemente analizaba lo que iba a pasar minutos
después cuando me tocara pasar al frente. No podía
concentrarme. Estaba distraído, por lo que empecé a
equivocarme en los ejercicios. Terminamos de entrar en calor y el profesor me
llamó para pasar al frente primero. Se me hizo un nudo
en la garganta.
145
JUAN PABLO FILIPPINI
Tragué un poco de saliva y le extendí la letra de “Junto a
vos” de Contrasentido. Le pasé el mp3 y le hice escuchar
la canción. El profesor se colocó los auriculares y
empezó a sacar la melodía en el piano instantáneamente.
Tenía un oído privilegiado. En cinco minutos ya tenía
toda la canción lista. Yo me sentía muy observado por el resto de la clase.
Sentía la curiosidad del resto de mis compañeros. Quería
salir corriendo de la sala en ese preciso instante. No
estaba listo para cantar. Pero mis piernas estaban
paralizadas. No me quedaba alternativa más que seguir
adelante. Por dentro trate de reírme de mi mismo. Había
hecho cosas mucho más difíciles en mi vida y ahora no
era capaz de cantar una canción frente a ocho personas.
Era algo ridículo. La distancia entre mi persona y el resto
de la gente se había hecho enorme. ¿De dónde venía toda
esa inhibición? De a poco empezamos a trabajar sobre los versos.
Luego pasamos al estribillo. Yo me sentía tenso. Y se no-
taba en mi voz. Finalmente luego de darle varias vueltas
a la canción nos detuvimos y preparamos el grabador
para grabar una ronda entera. Cuando empezó la grabación cerré los ojos por un
instante y cuando los volví a abrir, me acordé de mis
amigos. De las anécdotas, de los recuerdos, de lo mucho
que los extrañaba. La letra empezó a fluir sola por mi
garganta. Ya no se notaba tensión en mi voz sino que se
contagiaba emoción. Estaba cantando de todo corazón.
Estaba haciendo de traductor para mis compañeros y mi
profesor. Estaba traduciendo sentimientos y emociones
en palabras. Cuando llegué al estribillo por un momento la voz se
me tomó un poco. Pero la rasposidad del sonido hizo aún
más emocionante la performance. Me estaba expresando
146
DE CORAZÓN A CORAZÓN
desde lo más profundo de mi alma ahí enfrente de todos.
Cuando terminó la canción no sabía si levantar la cabeza
o seguir mirando a la letra. Las manos me temblaban. Rápidamente las llevé detrás de la espalda, para disimular
la emoción. Volví a recordar que a mí me avergonzaba
mucho mi voz. Que yo no cantaba nada bien. Pero también recordé que mis amigos estaban ahí conmigo
para hacerme sentir como en casa. Así que levanté la
cabeza y cuando lo hice todos me aplaudieron. Todos me sonreían encantados. Les había gustado mucho la
canción. Les había gustado mucho el sentimiento. Habían
tomado contacto con la esencia. Con el amor. De un hijo
a una madre. De un amigo a otro. Por unos minutos.
147
JUAN PABLO FILIPPINI
“Junto a vos” – Contrasentido
Despierta ahora y no mires para atrás
El dolor ya ha pasado Es difícil volverte a encontrar
Y para eso tendré que esperar
Cierro los ojos y amanezco con el sol
El refugio ya lo he encontrado Ahora
yo me siento muy bien A pesar de que no estás a mi lado
Como un río la vida corre
Soy feliz con tan poco Te siento cerca y tan lejos
estás Otro vaso no me hará
mal
ESTRIBILLO
Para decir adiós un beso y un amor
Que se marcha por un tiempo La tormenta pasó y mi corazón
Que va a llorarte siempre Y se siente bien junto a vos
148
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Momento extraordinarios.
Esa tarde no fui a cantar a la universidad como cual-
quier otro día. Esa tarde fui a la universidad y tuve la
mejor clase de canto de mi vida. No fue una tarde más en
el cotidiano curso de mí andar. Fue un momento extraor-
dinario. Un momento que nunca voy a olvidar. Viví una
experiencia que fue tan profundo en mí que dejó una
marca en mi conciencia. Dejó una impresión en mi
persona. Al igual que todas las experiencias que relaté antes. Las piedras del poder, el Glaciar Lanín, etc.
Significaron un antes y un después en mi vida. ¿Por qué?
Por la intensidad. La intensidad de las emociones. Te preguntaste ¿de qué se trata este libro? ¿De qué
se tratan las anécdotas? ¿De qué se tratan las
experiencias? Todo se trata de la intensidad. Todas las experiencias y anécdotas estaban impreg-
nadas en mi memoria. Permanecieron en mi conciencia
por que fueron momentos muy especiales. Especiales e
irrepetibles. Tenían una fuerza que se manifestaba en mi
percepción de los detalles. Me permitieron estar en pleno
contacto conmigo mismo. En pleno contacto con la vida.
Acariciando la complejidad de la naturaleza.
Inundándome en una bastedad de sensaciones. Fueron
momentos que hicieron volar mis preconceptos. Fueron
momentos que le dieron un sacudón a la inmutabilidad de
mi rutina.
Las experiencias me decían a gritos. “Despertate”
Este libro se trata de un proceso que experimenté en
mi vida. Un proceso que ocurrió en mí, meses antes de
publicar este libro. Fue el resultado de la acumulación de
pequeños pasos hacia mi interior. Es algo muy difícil de
explicar, solo puede experimentarse. Solo puede vivirse.
No puede comprenderse con el intelecto.
149
JUAN PABLO FILIPPINI
No trato de explicar lo que sentí. O como pueden hacer
para sentirlo. Simplemente relato una sombra de mi
experiencia. Fueron varios días de introspección. Me levantaba y
recorría toda mi vida como una línea de tiempo tratando
de abarcarlo todo. Buceando en un mar de recuerdos, tra-
tando de ordenar las imágenes, los rostros, las
conversaciones. Recorriendo cada rincón de mi vida.
Puedo decirles que me llevó mucho tiempo. Que no fue
una tarea fácil. Cuando te pones a bucear en los recuerdos más
recónditos de tu vida con toda atención pueden pasar
muchas cosas. Fisiológicamente hablando puede ser que
te empieces a reír hasta que te duele la panza. Puede ser
que segundos después te emociones hasta las lágrimas.
Puede también que te duela la cabeza, que te dé fiebre y
no quieras recordar nada más. Que sientas mareos, que
las imágenes te confundan, que te olvides de comer.
Cuando haces una introspección de tu vida con toda tu
intención el proceso es muy profundo y afecta tu cuerpo. Pero la introspección te ayuda. Te ayuda a observar
tu vida. A tomar consciencia de algunos patrones en tu
forma de ser. Te ayuda a conocerte un poco más. Para
aprender. Para crecer. Durante el proceso me pasó de todo. Una mañana
muy temprano me puse a escribir sobre algunas
anécdotas de mi pasado. Así fue como todo empezó.
Después de un rato empecé a sentir calor en el cuer-
po. El día anterior me sentía perfecto cómo podía ser que
tuviera fiebre. No tenía dolor de garganta, ni dolor en el
cuerpo. No tenía resfrío ni ninguna inflamación. Era muy
150
DE CORAZÓN A CORAZÓN
raro lo que me estaba pasando. Mi cuerpo estaba muy ca-
liente. No me sentía debilitado en absoluto, solo sentía
que mi temperatura corporal podía derretir un cubo de
hielo. Salí afuera a tomar un poco de aire. Seguí tratando
de entender que era lo que me había pasado tan
súbitamente. Me llevó un buen rato descubrir que estaba
literalmente somatizando lo que tenía en mi cabeza.
Estaba afiebrado de recuerdos. Estaba ardiendo por el
pasado. Era parte del ejercicio de recordar los rincones más recónditos de tu memoria. Era un efecto secundario.
Estaba algo cansado, necesitaba respirar. Traté de
equilibrarme y seguir adelante. Volví al escritorio de mi
cuarto y seguí hurgando en lo más profundo de mi
memoria. Rápidamente reconocí que si bien tenía
muchísimos recuerdos de mi infancia y de mi
adolescencia, solamente algunos eventos habían
transformado mi vida para siempre. Por más de que
buscara y buscara había superado un umbral a partir del
cual mi mente volvía sobre los mismos recuerdos. Cerré los ojos y dejé que mi mente me llevara al mo-
mento del pasado que quisiera. Tantas imágenes sucedie-
ron una tras otra. Pero mi mente siempre volvía sobre las
mismas huellas. Las mismas historias. Una vez y otra
vez. No había forma de ir a contramano. Necesitaba respirar de nuevo. Mi desayuno estaba
dando vueltas en mi estómago. Sin embargo, no estaba
dispuesto a darme por vencido tan pronto. Estaba
dispuesto a seguir buscando. A llegar al final del asunto.
Había una pregunta dentro de mí que necesitaba
encontrar una respuesta.
151
JUAN PABLO FILIPPINI
No era una tarea fácil conocerse a uno mismo. Desa-
fiarse a uno mismo a abrir las puertas del auto reconoci-
miento como persona. Finalmente abrí los ojos.
No había nada más que buscar.
Había estado dando vueltas siempre sobre lo mismo.
Estaba muy mareado.
Sentía un ruido en mi cabeza que cada vez se hacía
más fuerte. Era como si estuviera sonando una campana
de iglesia dentro de mi cabeza. El ruido no me dejaba
pensar. Traté de concentrarme en lo que acaba de
descubrir. Acaba de encontrar un patrón en mi mente.
Acababa de encontrar un patrón en la naturaleza humana. Al contar los momentos que verdaderamente me
marcaron profundamente, descubrí que son muy pocos
relativamente a lo que fue mi vida. Eran muy pocos los momentos que me despertaron de la rigidez. Que me
hicieron descubrir un nuevo espectro de sentimientos,
que reinventaron mis emociones, que transformaron mi
naturaleza humana. Todos somos personas inmutables hasta que algo cambia nuestras vidas para siempre. Ya
sea una experiencia, una palabra, una actitud, un abrazo
que transforma totalmente tu forma de ver las cosas. Mi vida podía resumirse en esos “instantes extraordinarios”.
No hacía falta buscar más. La conexión de esos momentos había sido muy deli-
cada. Cada detalle se dio en el momento justo para que el
cambió fuera tan fuerte en mí. Un puñado de anécdotas
me describían como persona. Pincelaron mi personalidad. Al tratar de hacer un reconocimiento de mi vida, de la
construcción de mi persona, de todo el camino que
transité hasta llegar al momento presente, siempre volvía
sobre los mismos recuerdos.
152
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Era como el ADN, toda mi identidad estaba en esos
recuerdos. Estaba seguro que no me había equivocado.
Solamente me había quedado con aquellos momentos que
destruían mis estructuras y me permitían reconstruir
sobre los escombros. Yo me preguntaba. “¿Cuáles fueron
los momentos de la vida tales que yo no sería la persona
que soy hoy si no los hubiera vivido?”. Y en la respuesta
aparecían siempre los mismos recuerdos. Impregnados en
mi mente. Una y otra vez. Las mismas impresiones en mi
mente. Una y otra vez. Por más que me esforzaba en
buscar algo diferente, siempre volvía sobre lo mismo.
Concluí que eran esas experiencias las que me definían.
Empecé a trabajar con ellas. A apreciarlas. Yo era un
producto de esas experiencias. Mirando para atrás, notaba
la fragilidad de esta idea. La fragilidad de la línea de mi
vida. Todo había sucedido exactamente como tenía que
suceder. Tanto lo “bueno” como lo “malo”. Empecé a apreciar la perfección con que estas expe-
riencias se fueron dando en mí. En la línea de mi vida un
centímetro al costado lo hubiera cambiado todo. Volvía a
apreciar esta idea de que mi vida era una obra de arte.
Que se construyó de una manera única e irrepetible. Mi
vida era un hilo en un hilar de posibilidades. Algo tan
complejo. Me sentía agradecido de que ese camino me
hubiera traído hasta ese momento de conciencia. Pero en medio del proceso, di otro paso más hacia
adelante. Ahora sentía curiosidad por conocer el ADN de
experiencias de las personas que me rodeaban. Natural-
mente cada persona en este planeta tenía su propio
abanico de experiencias que habían transformado sus
respectivas vidas.
153
JUAN PABLO FILIPPINI
Me pregunté si yo hubiera sido participe en alguna
experiencia transformadora en la vida de alguna persona,
además de mis hermanos y de mis padres. Me pregunté a
mi mismo si estaba logrando que las personas que me
rodeaban vivieran con intensidad sus vidas. Me pregunté
si yo estaría en la impresión de alguna otra persona. Así como muchas personas participaron de las expe-
riencias que marcaron mi vida, me pregunté cómo
afectaba yo las experiencias que marcaban a los demás.
Me propuse a partir de ese momento empezar a regalarles
“instantes extraordinarios” a las personas que más quería.
Regalarlos como las sonrisas. Con la misma naturalidad.
Algo mágico estaba sucediendo en mí mientras pensaba
todas estas cosas. Se produjo un contacto con el
conocimiento al mismo tiempo que ocurría en mí. Estaba
tomando contacto con un instante de lucidez. Estaba
atravesando una inexplicable súbita comprensión de las
cosas. Tenía veintiún años y sentía como si ya hubiera
vivido toda una vida. Pero al mismo tiempo quería poder
seguir descubriéndome. Seguir descubriendo quién era.
Cuál era mi máximo potencial. Me preguntaba por qué no
vivíamos con más vitalidad. Porque los días nos
resultaban tan pasajeros. Porqué los dejábamos pasar
como si tuviéramos un horizonte infinito de vida. Tenía
veintiún años y quería vivir. Una vez que terminé de asimilar todas estas pregun-
tas y respuestas me levanté de mi silla. Como cinco días
después. Me fui a caminar con mi hermano por la ciudad
sin ningún propósito en particular. Salimos a caminar y
nos dejamos sorprender. Acaba de revivir los momentos
de mayor intensidad de mi vida. Una vida de sucesos ex-
traordinarios. Tanto las “buenas” experiencias como las
“malas” me elevaron.
154
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Nadie te asegura un horizonte infinito de vida. No
nos confundamos. Tomemos contacto con la intensidad.
Con la abundancia. Con la bendición de estar aquí y
ahora con vida. Yo tardé veintiún años para volver a
despertarme. ¿Qué estamos esperando? ¿Por qué no nos despertamos todos los días con la
confianza de que nos va a suceder algo extraordinario?
Sería increíble poder vivir cada día de tu vida con esa
intensidad, la intensidad de la aventura. La magia de lo
sorprendente. La alegría de la sorpresa, de lo desconoci-
do, de la curiosidad. La vehemencia de las emociones. La
manifestación de la consciencia y el impulso inquieto por
hacer el bien. No lo hacemos porque estamos dormidos. Porque
nos gusta que nos prometan la comodidad. Pero la
comodidad en la vida es aburrimiento.
Comprometámonos a darle otro sabor a nuestro tiempo.
Démosle intensidad a nuestro trabajo, a nuestras
relaciones. Démosle intensidad a nuestra caminata a la
universidad, al tiempo con nuestra familia. ¿No sería
increíble que todos los días despertemos y cuando nos
volvamos a acostar seamos otra persona? ¿Qué ese día
haya cambiado nuestra vida para siempre, y que así sean
todos los días de nuestra vida, hasta tu último día?
Destruirnos y reconstruirnos todo el tiempo. Vivir en
constante inspiración. De manera tal de que cuando
estemos a punto de morir sintamos la plenitud. Estar a
punto de morir, cerrar los ojos y felicitarte a vos mismo.
Felicitarte por haber vivido tantas vidas en una. Pero al leer esto no nos confundamos. La intensidad
no solo hay que vivirla en las experiencias positivas.
También es muy importante vivir con intensidad en los
errores.
155
JUAN PABLO FILIPPINI
Equivocarnos con todo nuestro ser. Solo así vamos a
poder tomar conciencia del daño que estamos
ocasionando a los demás.
En el camino dejémonos llevar por los momentos
que le dan claridad a tu vida. Démosle importancia.
Démosle tiempo. Dales una oportunidad. Démosle
nuestra conciencia. Puede ser una charla con tus padres,
puede ser un asado con tus amigos, puede ser una acción
solidaria, puede ser una pelea con tu novia, puede ser la
muerte de algún familiar, puede ser el hambre, puede ser
una pelea con tu hermano. Puede ser leer este libro. Y empecemos a darnos cuenta de que somos el
artista de la obra de nuestra vida. Solo tenemos que
conectarnos con la inspiración. Al conectarnos con la
inspiración todo simplemente fluye. Dejemos que la
inspiración fluya a través nuestro. Para que al final del
día la obra de nuestra vida, ¡sea una obra maestra!
Observemos. Observemos nuestras experiencias.
Observá tus propios “instantes extraordinarios”. Apre-
ciémoslos. Aprendamos de ellos. Tomemos contacto con
esa esencia. Dejemos que ocurran en vos y dejemos que
ocurran en nosotros. Tomá contacto con la sabiduría que
hay en vos. Conocete. Auto reconócete. Miremos hacia
adentro. Te vas a sorprender de todo lo que hay en vos.
Hay tanta abundancia dentro tuyo. Simplemente deja que
ocurra. Pero al final del proceso despertémonos.
¿O solo somos experiencias?
¿O solo somos impresiones?
156
DE CORAZÓN A CORAZÓN
¿O solo somos recuerdos?
Somos intensidad. Vivamos en la intensidad de nues-
tro ser. Vivamos cada transformación. Y en esa intensi-
dad nos vamos a encontrar con la inspiración. Te vas a
encontrar con vos mismo. Te vas a encontrar con tu Ser.
Podemos ser lo que queramos. Solo tenemos que experi-
mentar la intensidad dentro de nosotros. En la inspiración
desaparecen las limitaciones. Desaparecen las barreras.
Vos sos mucho más que eso.
Vivamos con intensidad la paz y la paz va a ocurrir
en nosotros.
Vivamos con intensidad el amor y el amor va a
ocurrir en nosotros.
Vivamos con intensidad el error y va a surgir el
aprendizaje.
Vivamos con intensidad tu vida y en el camino nos
vamos a conectar con la inspiración.
157
CAPÍTULO NUEVE LA FELICIDAD
Dos semanas antes de empezar a escribir el libro es-
taba estudiando. Una semana antes de empezar a escribir
el libro estaba meditando.
Durante el último mes anterior al comienzo del libro
había empezado a preguntarme qué era lo que iba a hacer
después de la universidad. Empecé a charlarlo con mis
hermanos con más detenimiento. Yo creía que tenía un
plan, pero nunca me había detenido a pensar
minuciosamente en todas las posibilidades. Fede me
hablaba de todos los caminos posibles y de los
requerimientos que cada elección implicaba. José me
hablaba de mi personalidad y de los intereses que él veía
que se desarrollaban en mí. Ambos trababan de
ayudarme, sin decirme que camino tenía que tomar. Las
dos versiones completaban la información que yo
requería para tomar una decisión. Era importante ir
pensando en esto. La decisión tenía que ir madurando en
mí.
Siempre recordaba el consejo que José me había
dado hacía mucho tiempo. “Las decisiones más
importantes en la vida se toman en soledad”. Solamente
en soledad te miras a vos mismo a la cara y decidís sin
pensar en lo que los demás quieren o esperan de vos.
Asique me propuse empezar a pasar más tiempo
conmigo mismo. Más tiempo mirando hacia adentro.
Para poder encontrar la respuesta en ese silencio interior.
159
JUAN PABLO FILIPPINI
Un día Andi volvió a casa de una entrevista laboral y
me comentó que quería hacer un curso de respiración y
meditación. Yo ya lo había hecho en el 2010 cuando
recién acababa de desembarcar en Buenos Aires y me
había hecho muy bien. José me había invitado en aquella
ocasión a hacerlo. El curso había consolidado un lazo
muy especial con él. Siempre le estuve muy agradecido
por haberme llevado. El curso me había ayudado mucho
en muchos aspectos, sobre todo con mis problemas
respiratorios. Yo hacía mucho deporte desde muy pequeño y
cuando llegaba el invierno siempre tenía que ir a todos
lados con mi inhalador para asmáticos. Había hecho todo
tipo de tratamientos para mi bronco espasmo y mi
alergia. Masajes bronquiales, lavajes nasales,
nebulizaciones, todo tipo de terapias. Incluso en mi
último año de secundario empecé a aplicarme todas las
semanas unas inyecciones para la alergia. Las
inyecciones me las tenía que aplicar yo mismo. Odiaba
tener que hacer eso. No le tenía miedo a las agujas, pero
me desagradaba la sensación, la picazón y la inflamación
de la piel. No era nada natural lo que estaba haciendo.
Siempre tenía alguna excusa para no aplicarme la
inyección. Algunas veces me “olvidaba”. Otras veces
prometía hacerlo a la mañana siguiente con más tiempo.
Otras tantas veces mentía y juraba que ya me las había
aplicado. Cuando fui en aquella ocasión al curso me pregunta-
ron si tenía algún problema de salud y si tomaba alguna
medicación. Yo les expliqué lo de mi asma. La
instructora de ese curso me miró y con una gran sonrisa
me dijo que nunca más iba a tener que volver a usar el
inhalador. Y así fue. Terminamos el curso con José y
nunca más volví a tomar ninguna medicación para el
asma.
160
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Al principio guardé el inhalador por las dudas. Pero
después de algunos meses lo tiré. No volví a ir a un con-
sultorio por mis bronquios desde entonces.
Empecé a sentirme mucho más cómodo en la respi-
ración. Era tan aliviadora la sensación de poder respirar
como una persona normal. Sin estornudos, ni mocos, ni inflación, ni sinusitis. Tomé consciencia de lo mal que
había estado respirando hasta entonces. Todo era mucho
más fácil ahora. Toda mi vida era mucho más fácil. Dor-mía mucho mejor, corría mucho más, me enfermaba mu-
cho menos. Es como cuando una persona con sobrepeso
empieza a bajar algunos kilos. Se empieza a dar cuenta de todo el peso que había cargado toda su vida. Toma
consciencia de lo difícil que era convivir con ese sobre
peso. Y al bajar unos kilos se siente tan liviano. Toda la
vida toma otro sabor. Pasar de levantarte todos los días con la nariz tapada
y con sinusitis a despertarte todos los días sintiendo el
aire matinal, es un cambio radical en la vida de cualquier
persona. Transforma radicalmente tu día. Eleva en la per-
petuidad tu calidad de vida. A partir de este cambio radical en mi vida también
comencé a tomar un interés muy grande sobre la medita-
ción. Sentía mucha curiosidad. José empezó a prestarme
muchos libros y juntos íbamos a meditaciones. Me
parecía una herramienta de un poder inconmensurable.
Andi y el curso. Cuando Andi me comentó su iniciativa, por hacer
este curso no dude en acompañarlo. Yo me había sentido
muy bien cuando José me había acompañado y ahora
sentía que podía hacer lo mismo por él. También tenía
muchas ganas de volver a meditar. Seguramente me
ayudaría en este ejercicio de mirar hacia adentro. Sentía
que lo tenía que hacer.
161
JUAN PABLO FILIPPINI
El cursó se dictaba en una sede a un par de cuadras
de nuestro departamento. Yo ya la conocía. Había ido
varias veces con anterioridad. Asique nos inscribimos al
curso y nos preparamos para compartir juntos la expe-
riencia. Cuando nos presentamos con Andi el primer día
del curso nos abrieron la puerta con una gran sonrisa. Ese
recibimiento fue muy refrescante. Yo estaba muy
cansado. Había tenido un día muy largo. Estaba más para
ir a comer algo que para empezar un curso con gente que
no conocía. Subimos las escaleras y fuimos a dejar los
abrigos y las zapatillas en el cuarto de la ropa. Una vez
descalzos nos dirigimos al cuarto donde se tomaba el
curso. El salón era muy cómodo. Parecía un salón donde
se ensayaban coreografías de baile. Los pisos eran de
madera plastificada. Las paredes blancas y había, contra
la pared, un pequeño sillón blanco. Todo parecía muy
limpio. Como si estuviera recién lavado.
Lo primero que vi al entrar fue un equipo de música
al lado del sillón blanco. Había un parlante grande y un
micrófono. En el otro extremo de la sala había un montón
de almohadones, sillitas para apoyar la espalda en el
suelo y un montón de colchonetas individuales como para
hacer gimnasia arriba de ellas. Ya había gente adentro. Había música sonando y dos
chicas bailando.
Las saludamos y empezamos a charlar. De a poco
fue llegando más gente. Todos fueron muy puntuales.
Cuando ya no faltaba nadie, una de las chicas que
habíamos encontrado bailando y otra más se sentaron en
el sillón y nos invitaron a sentarnos en las sillitas. Éramos
siete personas tomando el curso. Y uno a uno nos fuimos
presentando. Lo primero que hicimos fue aprendernos los
nombres de todos con un juego. Desde ese momento
hasta que me fui no pensé en otra cosa más que en lo que
estaba compartiendo con esas personas.
162
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Al final de ese primer día me despedí de todos con sus
respectivos nombres. Por el lado de las chicas estaban
Agus y Janine. Al día siguiente otra chica más se unió al
grupo. Josefina llegó al grupo para completar el número
de ocho integrantes. Por el lado de los chicos estábamos
Pablito, Rubén, Damián, Andi y yo. Y las actoras
principales de la historia, las instructoras del curso Meri y
Flor. Ese primer día hicimos un poco de yoga y yo estaba
de jeans. Había estado un poco incómodo pero me había
encantado el ejercicio. Flor nos había enseñado a hacer el
“saludo al sol”. De ahí en adelante nos esperaban muchos saludos al sol en grandes dosis. Ya para el día siguiente
fui preparado con la ropa más cómoda que tenía para
poder hacer cada movimiento en mi máxima elongación.
Me hacía sentir muy bien transpirar en ese ambiente tan alegre. Era como si mi cuerpo pidiera a gritos que me
deshaga de todas las toxinas que pudiera. El aire que se
respiraba en el curso era esterilizante. Estábamos en un ambiente muy puro.
El yoga no era lo único que nos hacía despertar. Con
el correr de los días empezamos a conocernos a nosotros
mismos en situaciones nuevas. Nos dejábamos
sorprender por nuestras reacciones. Y también
empezamos a vernos reflejados en los demás. Muy
pronto empecé a conocer al resto de las personas de una
forma que no daba rodeos. Era una autopista sin peajes.
Empecé a conocerlos de corazón a corazón. Sus intereses,
sus preocupaciones, sus miedos. Lo que los hacía feliz y
lo que les molestaba profundamente. Simultáneamente
todos veían lo mismo en mí y yo podía ver como ellos me
descubrían. Lo veía en sus ojos.
163
JUAN PABLO FILIPPINI
Al mismo tiempo me veía en sus propias vidas. Al
final y al cabo no teníamos vidas tan diferentes. Pasamos
cinco días increíbles. Cada uno había sentido muchas
sensaciones. La energía desbordaba de todos nosotros.
Las sonrisas se regalaban espontáneamente. Había
ocurrido una transformación en cada uno de nosotros.
Todos los días me despertaba con ganas de volver a ver a
los chicos del curso. Con ganas de compartir lo que me
estaba pasando. Me sentía muy feliz. Y también veía un cambio en Andi.
Empezamos a despertarnos más temprano por la
mañana, con música, con ganas de llevarnos la vida por
delante. Nuestro espíritu explotaba de nuestro pecho. Ese
entusiasmo, esa repentina sensación de querer vivir, no
era consecuencia de una etapa de nuestra vida sin
problemas. Era resultado de esta nueva fortaleza que
estábamos desarrollando dentro nuestro.
Siempre se sobrevienen sobresaltos. Pero la alegría
que estábamos experimentando era tan grande que nada
la podía tirar abajo. Provenía de una fuente renovable de
bienestar. Una fuente que se escondía en nuestro interior
y que estábamos empezando a descubrir. Una tarde volvimos a nuestra casa y teníamos una
llamada perdida en Skype de Fede. Le devolvimos la lla-
mada pero no nos atendía. Llamamos al celular de Maru,
su esposa, pero tampoco atendía. Todo me resultaba muy
extraño. Fede siempre nos devolvía las llamadas al
instante. De repente sonó el teléfono de Andi y él
atendió. Era nuestra mamá. Tenía algunas novedades. No
eran buenas noticias. Se notaba en su voz. A Maru le
habían hecho un estudio correspondiente a su sexto mes
de embarazo. Los primeros resultados no habían sido
nada buenos. Pude ver como en cámara lenta la sonrisa
de Andi se borraba lentamente de su rostro.
164
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Desde el preciso momento en que Fede me había
contado que Maru estaba embarazada y que iba a ser tío,
lo único que quería en la vida era que ese bebito naciera
sano. Para mí era como si todo lo demás no importara.
Simplemente quería ver a ese bebe bien y quererlo
mucho. Andi trató de tranquilizar a nuestra mamá que estaba
bastante alterada.
“Son solo probabilidades”. “Las probabilidades son
tan solo probabilidades. Podes tener un 95% de
probabilidad y que no ocurra”.
Hasta que el bebé naciera no había ninguna certeza
de nada. Lo decía con seguridad pero su voz temblaba un
poco. Era muy difícil evitar que la noticia nos afectara.
Pero había algo dentro mío que me decía que todo iba a
estar bien. Yo no sabía bien como expresarlo. Entonces
llegó un mail de José que tradujo exactamente lo que
estaba sintiendo.
“Al final siempre todo es para bien. Y si no lo es, es
porque el final todavía no llegó”.
La angustia y el optimismo empezaron a
balancearse. Lo más importante era estar con Fede y
Maru. Acompañarlos. Asique decidimos con Andi
dedicar una hora entera a hacer algo que ponga toda
nuestra atención en nuestras buenas intenciones sobre la
noticia que acabábamos de recibir. Yo me puse a hacer
yoga. Andi se puso a planchar. Cuando los dos
terminamos agarré la guitarra y cantamos una canción
juntos. Durante toda una hora los tuvimos presentes a
Fede, a Maru y a la bebita en nuestra intención. Ese día fui al curso en silencio. Hicimos un montón
de actividades y procesos. Todos comentaban, todos
intervenían, pero yo estaba muy callado. Estaba muy
reservado. No sentía la agitación de otros días a la hora
de participar.
165
JUAN PABLO FILIPPINI
Era consciente de que no podía seguir así. Tenía que
levantar el espíritu. Pero era algo ajeno a mí. Estaba sin
energía. Todos me notaban diferente. No podía disimular
que había algo que me preocupaba. No tenía la chispa de
siempre. Esa espontanea felicidad que me caracterizaba.
Esa energía de vida tan mía. Me sentía estático, sin
dinámica. Cuando terminamos todas las actividades todos se
pararon para ir al cuarto de la ropa, cambiarse e irse. Pero
yo me quedé atrás haciendo un esfuerzo para ponerme de
pie. Delante de todos Flor me llamó, me miró a los ojos y
me preguntó si me quería sentar con Meri y ella para
charlar un poco. Las dos estaban sentadas en el sillón
blanco. Mientras el resto del grupo siguió su camino, yo
me paré y me senté en el medio de las dos. Me hundí en
el sillón y descubrí que realmente era muy cómodo. Flor
pasó su brazo por detrás de mi cabeza y empezamos a
hablar de mi día. En ese instante algo en mi cambió. La
naturalidad, el cariño. Era como si pudiera sentir una
vibración en el abrazo. Ellas vibraban de energía de vida.
Y me la estaban transmitiendo. No recuerdo de qué
terminamos hablando. Lo único que recuerdo es que
cuando me levanté del sillón ya no tenía más el peso de
mi angustia. Me levanté con una sonrisa de oreja a oreja.
Mi espíritu vibraba de nuevo. Lo habían logrado
despertar. Cuando volvía con Andi a mi casa caminando no
dejaba de sonreír. El abrazo de las chicas me seguía
acompañando. Volvía a sentir que todo iba a salir bien.
Volvía a recordar que todo era para bien. Al día siguiente nos presentamos con Andi al último
día de curso. Había cierta emoción en el ambiente. Todos
llegamos con tiempo de sobra. Todos queríamos empezar
antes y terminar más tarde. Fue un día lleno de intensi-
166
DE CORAZÓN A CORAZÓN
dad. Hicimos más yoga que lo habitual. El ambiente era
maravilloso. Las luces estaban bajas. Cada uno se paró en el extremo de su colchoneta. La música empezó a sonar
por los parlantes. Y todos al mismo tiempo empezamos a movernos sincronizadamente. Todos los brazos se
elevaban al cielo simultáneamente. Luego bajaban junto con todo el cuerpo hasta tocar el suelo.
Empezamos a hacer un saludo al sol tras otro.
Íbamos contando en ronda. Cada uno tenía que contar
tres saludos al sol completos. Cuando llegó mi turno de
contar el sudor corría por mi rostro y por mi cuerpo. Mis
cervicales, mi cintura, todo mi cuerpo estaban bien
elongados. Cada una de mis vertebras estaba alineada en
su posición. Mis hombros y mi cuello se movían sin
ninguna tensión. Mi cuerpo se relajaba más y alcanzaba
una mayor elongación al mismo tiempo. Estaba
disfrutando del momento. De la elongación. De mi
respiración. No tenía ningún dolor ni tampoco ninguna
molestia. Me sentía cada vez más flexible. Más flexible
en el cuerpo y en la mente. Mis pensamientos estaban
con la secuencia de movimientos, con la música, con el
resto del grupo. Terminé de guiar los tres saludos al sol que me
correspondían y siguió el turno del siguiente. Cuando
terminó la ronda y ya todos habían guiado sus saludos al
sol continuó Flor y le dio intensidad a los últimos
movimientos. Flor hacía todos los movimientos con los
ojos cerrados. Era re lindo verla moverse con tanta
gracia, intensidad y naturalidad al mismo tiempo. Mucho
más lindo era cerrar los ojos y sentir la presencia de
todos. Cuando terminamos con el yoga nos sentamos cada
uno en su sillita en el suelo y nos dispusimos a hacer los
ejercicios de respiración y a hacer la última meditación
del curso.
167
JUAN PABLO FILIPPINI
Después de haber respirado mi mente estaba muy
serena. Cuando Flor nos dijo que nos podíamos recostar
en el suelo boca arriba, con suavidad me recliné hacia
atrás, apoyé la espalda en el suelo y dejé mi sillita en un
costado manteniendo los ojos cerrados. Apoyé mi espalda
en el suelo y dejé que todo mi cuerpo se relajara
completamente contra el suelo. Rápidamente sentí que
alguien me tapaba con una frazada. Sonreí y volví a
sentirme abrazado. Flor nos dijo que inhalemos y
exhalemos y yo me dejé ir con su voz. La vibración del
sonido lentamente se iba apagando y yo me apagaba con
él. No sé cuánto tiempo estuve en ese estado.
Hasta que de un momento a otro todo lo que veía
dentro mío era verde.
Había un horizonte infinito de pasto verde. Una
pradera que lo abarcaba todo. Sin edificios, sin árboles.
Tan solo pasto. Y si buscabas el final no lo encontrabas.
La pradera no terminaba nunca. Había también mucha
luz. La temperatura era perfecta. La suavidad del pasto
era increíble. La belleza del lugar paradisíaca. Por un
momento pensé que el tiempo se había detenido para
siempre. Sentía los sonidos en el ambiente. Sonidos de la
naturaleza. El cielo producía un sonido. El sol producía
otro sonido. La tierra producía su propio sonido también.
Podía escuchar el sonido universal. Toda mi atención
estaba en estar en ese lugar. En descubrir cada rincón.
Hasta que Agus, mi compañera del curso, apareció en la
escena.
No tenía la ropa que había llevado al curso sino que
estaba vestida con un vestido blanco. El color más blanco
que vi en mi vida. Ella tenía la piel brillante. Su pelo
rubio suelto y largo. Su sonrisa tan hermosa. Podía ver
cada movimiento que hacía. Y Agus se movía con gracia
en la pradera. Descalza sobre el pasto se reía a
carcajadas. Estaba eufórica.
168
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Daba vueltas con los brazos en el aire. Hasta que se
desplomó sobre el colchón de pasto.
Era como si yo pudiera sentir lo que estaba sintiendo
ella en ese preciso instante. Como si estuviéramos
conectados. Cómo si yo estuviera sintiendo a través de
ella. Como si fuéramos uno. Tanta felicidad. Explotaba de felicidad. Era algo de-
masiado grande. De repente me empezó a inundar. No
estaba seguro de poder aguantar tanta alegría. Su
mudanza había salido bien, había conocido a alguien,
estaban enamorados. Completamente enamorados. Ella
no pedía otra cosa en el mundo. Era completamente feliz.
Felicidad absoluta. Era absoluta satisfacción. Todo el
ambiente estaba lleno de dicha. De repente alguien más entró en la escena. Y mi
mente pasó a enfocarse en esa figura.
Rubén, mi otro compañero del curso, apareció de la
nada con una guitarra y con sus hijos. Con pasos
solemnes avanzaba. Era una persona grande, pero con
vitalidad. Llevaba consigo tanta tranquilidad en sus
expresiones. Nuevamente fue como si me transportara
dentro del cuerpo de Rubén y pudiera sentir todo lo que
estaba sintiendo. Ahora me invadían sensaciones
diferentes. Finalmente había podido completar el
“círculo” del que tanto hablaba. Un círculo que hasta
entonces no cerraba pero que finalmente se había
completado. Su divorcio ya había quedado atrás. No
necesitaba estar casado para ser feliz con sus hijos. Se
sentía completo. Sus padres que habían completado el
círculo después de toda una vida de casados estaban muy
orgullosos de él. Se sentía emocionado. La emoción de
un padre que siente el calor de sus hijos. Lo había
logrado. Estaba totalmente conmovido. Completamente
llenó de emoción.
169
JUAN PABLO FILIPPINI
Yo lo sentía vívidamente. Una emoción sin fronteras.
Que lo abarcó todo. Incluso abarcó la felicidad que hasta
segundos antes había ocurrido tan intensamente. Una
emoción que ahora inundaba toda la escena. Pero la escena continuó. Uno a uno fueron
apareciendo todos los chicos del curso. Andi, Josefina,
Jani, Pablito, Damo, Flor y Meri. Todos aparecían
realizados en sus vidas. Con una luz alrededor de sus
cuerpos. Brillantes, sin preocupaciones, sin miedos.
Todos felices. Completamente felices. No deseaban nada.
Explotaban de una infinita felicidad. Una energía muy
especial. Cada uno se fue fundiendo en esa pradera. Y la
energía iba creciendo. Y fluía entre todos nosotros. Todos
estábamos conectados. Todos éramos uno. Podía sentir
las emociones de cada uno. Estuve en el lugar de cada
uno. Conectándome a medida que aparecían en la escena.
Flor apareció jugando en el pasto, Andi apareció leyendo
a la luz del sol. Al final todos estaban ahí. Regalando
sonrisas. En paz. Yo lo podía observar como abstraído de
la escena. Pero al mismo tiempo los percibía desde
adentro. Era una sensación contradictoria. Era como si
estuviera adentro y afuera de la escena al mismo tiempo.
Me empezaba a marear en esa ola de sensaciones. Si bien
estaba relajado, había algo de rigidez que impedía
dejarme llevar completamente. Esa rigidez me mareaba.
Me desorientaba. Estaba en contacto con todas esas sensaciones
cuando de un momento a otro lo vi a mi hermano Fede
entrar en la pradera. A lo lejos, avanzaba lentamente.
Estaba trayendo a alguien de la mano. Venía caminando
muy lentamente. Con pasos muy lentos. Pasos muy
cuidadosos. Al lado suyo estaba Maru que traía algo en
sus brazos. Era un bebé.
170
DE CORAZÓN A CORAZÓN
El bebé más hermoso que vi en mi vida.
Me dejé llevar aún más profundo. Solté lo que me
estaba atando y me fundí dentro de ese bebé. Nos hici-
mos uno. En ese momento todo se volvió tan puro. Sentí un amor inconmensurable. Desbordaba toda la escena.
Desbordaba todo el espacio. Desbordaba toda la existen-
cia. Desde las partículas más pequeñas ya se desbordaba
el amor. Hasta los horizontes más bastos. Desde lo más pequeño a lo más grande. En todas las dimensiones. En
todos los ángulos. Era algo incontenible. Incontenible en
mi imaginación. Incontenible en mi pequeñita mente. Sentí mucha felicidad. Amor por sus padres. Ganas de
vivir. Curiosidad. Por los colores, por las formas. Por el
cielo. Curiosidad y agradecimiento. Y también sentí salud.
En ese momento sentí que la emoción era más fuerte
que mí mismo. Ya no estaba más en la piel del bebé.
Toda esa alegría me había sobrepasado. Algo se estaba
derrumbando. Algo dentro mío. Se estaban derrumbando
pilares de angustia. Todo porque había sentido la salud.
Eso era todo lo que más anhelaba en mi vida. Que el bebé
tuviera salud. Y la sentí. También sentí la urgencia de encontrarme en esa
escena. Estaba desesperado. Tenía que encontrarme y
decirme a viva vos lo que había visto. No aguantaba un
segundo más sin poder comunicarme la buena noticia.
Pero no me encontraba allí. Estaban todos menos yo.
Busqué por todo lados y mi rostro no aparecía. Todos
sonreían. Todos se divertían. Todos celebraban la salud
de la recién nacida. Pero yo no me encontraba por ningún
lado. Ya había recorrido todo el escenario de felicidad.
Corpóreamente no aparecía por ningún lado. Estaban
todos y ahora todos sonreían en la misma dirección.
171
JUAN PABLO FILIPPINI
Todos miraban para el mismo lado. Todos querían
presenciar lo que estaba por llegar. Porque
definitivamente algo estaba por ocurrir, de eso no había
dudas. Nadie quería perdérselo. En simultáneo empecé a sentir un cosquilleo. Había
algo que no estaba bien. Si yo no estaba ahí como era que
podía sentir un cosquilleo en el estómago.
Todas las imágenes tomaron una claridad y una ni-
tidez que nunca había experimentado. Era como si toda la
escena estuviera en alta definición. Las imágenes y las
sensaciones. En ese instante de claridad absoluta me di
cuenta que mi felicidad no iba a aparecer corpóreamente
en ningún lado. No iba a poder encontrar nunca una
representación relativa a una condición física que
equivalga a mi felicidad. Mi felicidad estaba en la
intensidad del momento que estaba viviendo en ese
preciso instante. Mi felicidad estaba en la intensidad del
momento. Mi felicidad estaba en esa meditación. Mi
felicidad estaba en esas sensaciones. No iba a aparecer en la escena de la felicidad. Porque
la escena era mi felicidad.
No iba a aparecer en la escena de felicidad. Porque
mi felicidad estaba en ese instante.
Suena como un acertijo. Pero sin lugar a dudas tenía
solución.
Cuando volví a abrir los ojos no podía contener el
cosquilleo de mi panza. De vuelta estaba en el suelo con
todo mi cuerpo recostado. Tenía unas ganas incontenibles
de reírme. Miré a los costados y todos habían abierto los
ojos hacía rato. Estaban sentados en dos filas enfrentados
despidiéndose uno a uno. Me paré y me senté enfrente de
172
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Agus que había quedado sin pareja. Se escuchaba una
música muy tranquila. Todo estaba muy tranquilo.
La miré a los ojos y volvió a mi mente su imagen en
el campo verde. Con su vestido blanco y su eufórica
alegría. Ella no lo sabía pero yo sí. Lo que le esperaba era
pura felicidad. Finalmente no lo pude contener y empecé
a reírme. A reírme de la cara de felicidad de Agus en mi
meditación. Me estaba riendo con todo mi cuerpo. Cada
célula de mi cuerpo se estaba riendo. Porque yo lo había
visto. Lo había sentido. Esa felicidad absoluta. Había
ocurrido en mí y ahora la volvía a sentir. Agus al
comienzo se sorprendió. Pero al instante siguiente
empezó a reírse también. Estábamos los dos
completamente tentados. No había forma de frenarlo.
Asique le di un abrazo tratando de contener la risa que
salía por dentro mío y le agradecí. Flor nos indicó que mi fila rotara un lugar hacia la
izquierda y pasé a tener delante mío a Rubén. Lo miré a los ojos intensamente. Pero ahora fue otra imagen la que
se me vino a la cabeza. La emoción. La emoción de Rubén de haber cumplido con su propósito más valioso.
Cultivar el amor de sus hijos. Ya no sentía ganas de reírme. Seguía sintiendo un cosquilleo dentro mío. Una
vibración. Pero estaba vez no eran ganas de reír. Era emoción. De ahora en adelante lo que le esperaba en su
camino era felicidad y emoción. Me sentí muy conmovido. Y él lo vio a través de mis ojos y empezó a llorar. Yo tampoco lo pude contener por mucho tiempo y
algunas lágrimas empezaron a caer. Pero eran lágrimas dulces. Lágrimas de felicidad. Nos dimos un fuerte
abrazo y le agradecí. Entonces todos nos paramos. Mi cuerpo seguía vi-brando
por dentro. Nos fuimos todos juntos a ver un video antes
de irnos, comimos algo y una hora más tarde cada uno
estaba de regreso en su casa.
173
JUAN PABLO FILIPPINI
Me sentía muy agradecido por lo que me había pasa-
do. Acababa de vivir un “instante extraordinario”. Algo
totalmente surrealista. Me resultaba muy difícil de
explicar con palabras. Aunque tampoco quería
compartirlo con nadie. Los secretos que guardamos
dentro nuestro se hacen cada vez más grandes. Si es un
secreto que nos avergüenza, cuanto más tiempo lo
guardamos dentro más grande se vuelve. Y a medida que
pasa el tiempo más difícil nos resulta soltarlo. Mientras
que los secretos que nos dan alegría cuanto más tiempo lo
guardamos se vuelven más grandes y más fuertes. Hasta
que son lo suficientemente fuertes como para que los
podamos compartir. Y en ese momento nos inundan de
felicidad. Decidí que no iba a compartir lo que me acababa de
ocurrir. Decidí guardarlo como un secreto sagrado. Tal
como me había explicado Flor. Para cultivarlo en mi in-
terior, conservarlo, cuidarlo y darle fuerza. Para que al
compartirlo tuviera la fuerza para soportar las opiniones
de los demás. Había algo que se había despertado en mí. Algo que
necesitaba compartir con todo el mundo. Era mi secreto
sagrado. Que se hizo cada vez más fuerte. Y ahora lo
comparto con ustedes. Este libro es mi secreto sagrado.
Espero que crezca dentro de ustedes como creció
dentro de mí. Cuídenlo con mucho amor y se va a hacer
cada vez más grande. Dejen que ocurra dentro de ustedes.
Dejemos que despierte en nosotros la sinceridad. Que
despierte en nosotros el entusiasmo por la vida, la
inocencia por aprender.
174
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Que despierte en nosotros el afán por trascender en la
vida.
Que despierte en nosotros la inspiración.
La inspiración para vivir una vida llena de colores.
La inspiración para poder conectar con nuestro ser.
La inspiración para reconocer nuestra naturaleza.
La inspiración para ser el artista de nuestra vida.
La inspiración para experimentar el cambio.
La inspiración para crear una obra maestra. Pero por sobre todo la inspiración para poder recono-
cer que la felicidad está adentro nuestro.
Es importante que nos despertemos. Que salgamos
de nuestra inmutabilidad. Abramos los ojos y apreciemos
la complejidad de la naturaleza. Seamos buscadores de la
felicidad. Dentro de cada uno de nosotros hay una
pradera verde. Una fuente. Desde ese lugar podés
conectarte con todas las personas. Podés hacerte uno con
todos. Reencontrémonos con esa fuente. Yo lo hice a
través de la meditación. No importa como lo hagas pero
no nos olvidemos que la pradera está ahí. Un espacio de
pasto verde en donde podemos reencontrarnos. A partir
del cual podemos ser uno. Hay cosas maravillosas dando vueltas por el
universo. Solamente nos tenemos que inspirar. Solamente
nos tenemos que conectar con la fuente.
175
CAPÍTULO DIEZ DE CORAZÓN A CORAZÓN
Cuando uno es niño todo es mucho más natural. A
uno le vienen las emociones y las transmite así como vie-
nen sin distorsiones.
Cuando uno atraviesa la preinfancia y está dando sus
primeros pasos no hay inhibiciones. Simplemente las
emociones bajan y se transmiten. Es muy simple. Los
niños no se complican. Los niños actúan por impulsos.
Lo lindo de esos impulsos es que muchos reflejan la
esencia misma de la persona. Surgen de lo más profundo
del ser. Eso es parte de la inocencia de un niño. No hay
premeditación. No hay intelecto. No hay culpa. Solo
sencillez. Solo impulsos. Solo el Ser. Esa esencia, ese “ser” es nuestra mayor fuente de
inspiración.
Cuando cumplí tres años mis padres me enviaron a
asistir a un jardín de infantes llamado “Los Manantiales”.
El jardín de infantes era un pequeño edificio rodeado de
naturaleza en una zona particularmente alejada de la
ciudad. Tenía arboles por todos lados. Con flores, tierra,
piedras. Asistir al jardín era estar en contacto con la natu-
raleza misma. De eso se trataba el jardín de infantes. Era
un jardín muy sencillo. Muy familiar. Sin muchos
recursos. Pero tenía tanta abundancia en espíritu. Nos
enseñaban a cuidar la tierra, las plantas. A creer en tus
sueños. Mis hermanos iban al colegio “Los Manantiales”. Yo
iba al jardín a la tarde y ellos iban al colegio a la mañana.
177
JUAN PABLO FILIPPINI
Durante todo el tiempo que viví en Tandil estuvo pegado
en la puerta de nuestro guardarropas, un presente que le
habían regalado a Fede en “Los manantiales”. Puede
parecer algo pequeño pero para mí tuvo un impacto muy
grande. Era un poster de un mundo redondo y grande. El
poster en su interior tenía escritas las siguientes palabras. “El mundo es demasiado pequeño para tus sueños”.
Durante muchos años todas las noches me iba a
dormir viendo ese poster. Y todas las mañanas que iba a
buscar la ropa para vestirme lo miraba. Y de alguna
forma algo tan pequeño hizo un cambio grande en mí.
Dejó una impresión, una huella en mi consciencia. Luego de varios años volví a encontrarme con una
compañera del jardín de Los Manantiales. Si bien éramos
muy chiquitos cuando habíamos compartido el jardín ella
se acordaba de mí. Y su madre también. Mi madre
también se acordaba de ella. Mi compañera me contó que
tenía un video del jardín en donde yo aparecía. Un video
muy gracioso. Un video que había filmado su madre
durante una clase de nuestra salita de tres añitos. Cuando yo era chico no había mucha tecnología. No
todas las familias tenían una cámara filmadora. Mi
familia no tenía una. Y yo nunca había visto un video
mío de niño. Me encantó la idea de juntarnos a ver el
video. Me quería ver a mi mismo con tres años. Tan solo
había visto fotos mías. Un video era algo más real. Podría
escuchar mi voz, observar mis gestos, reconocer mis
movimientos. Entonces nos pusimos de acuerdo y una
tarde nos juntamos en su casa. Tomamos la merienda y
miramos el video. Yo no lo podía creer. Estaba fascinado. Verme ahí
con tres años de edad. Era una sensación tan linda.
Reconocerme en esa personita que daba vueltas y
cantaba, mientras saltaba.
178
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Iba y venía de un lado a otro. Corriendo y jugando. Era
algo muy inspirador. Pude reconocer ese niño del video
en mi persona.
Pero había una parte del video que mi amiga me que-
ría mostrar particularmente. Una parte del video que ya
había visto varias veces y le causaba mucha gracia. Ella
estaba de novia con mi amigo Rama y se lo había
mostrado también. Incluso lo habían visto con varios
amigos míos más. A todos les había resultado un
momento muy gracioso. Todos se habían matado de risa. Entonces puso esa parte del video. Y nos quedamos
mirando en silencio.
Estábamos todos sentados en el suelo en una ronda
alrededor de la maestra. Todos mirábamos atentos a la se-
ñorita mientras nos hablaba con dulzura. Estábamos
aprendiendo algunas palabras en inglés. La seño nos
mostraba un objeto y si alguien sabía de qué color era lo
gritaba. Y así íbamos aprendiendo todos juntos. De
pronto me reconocí en la escena sentado en un costado de
la ronda. Tenía mi cara apoyada sobre un brazo y estaba
un poco aburrido. La maestra empezó a señalar algunos objetos de la
sala para que digamos los colores en inglés. Empezó a
señalando un piso de madera marrón y todos gritaron
“¡Brown!”. Y ella pegó un grito de entusiasmo y
continuó señalando a su remera verde. Todos gritaron al
unísono “¡Green!”. Y ella volvió a aplaudir. Yo hasta ese momento permanecía sentado en silen-
cio. Mirando todo lo que estaba pasando. Distraído pero
escuchando al mismo tiempo. Hasta que al tercer intento
la maestra señalo una cartulina amarilla que estaba
pegada en la pared. Nadie respondió. Todos se
empezaron a mirar. Hasta que una chica de trenzas casi
dando un saltito gritó“¡Black!”.
179
JUAN PABLO FILIPPINI
Pasaron varios segundos en donde todos esperaron en
silencio. La maestra no la corrigió, sino que esperó a que
alguien más interviniera. En ese momento, desde el fondo
de la ronda levanté la mano y me paré. Grité con
autoridad. Con total naturalidad. Sin premeditar. Algo tan
inocente., pero a la vez con un tono autoritario. “¡No!
¡It’s yellow!”. Lo grité con enojo. Pero con un enojo de
quién quiere corregir, no lastimar. En ese momento con mi amiga nos empezamos a
estallar de risa. La escena era tan graciosa. El tono de voz
que había usado. Como había levantado la mano. Como
me había puesto de pie. La cara de la señorita. Todo era
muy gracioso. Al momento en que observaba esta anécdota del
jardín me acordé de otra anécdota que manifestaba mi
esencia. Tenía siete años. Mi madre quería cocinar dulce de
leche casero. Ella había puesto una olla enorme de leche
al fuego y le había agregado mucha azúcar. Entonces me
asignó a mí la tarea de batir la leche junto con el azúcar.
Era simple hacer dulce de leche. Se mezclaba el azúcar
con la leche y después de mucho batir a fuego lento el
dulce ya estaba listo. Muy simple. Pero hasta que se
formará el dulce de leche iba a pasar al menos una hora y
si no lo batía bien el dulce de leche se iba a quemar. Iba a
tener que pasar un buen tiempo batiendo constantemente
lo cuál para mí era una tarea sumamente aburrida. Yo lo
menos que quería hacer era pasarme toda la mañana
parado en la cocina batiendo como un poste. Tenía que
encontrar alguna manera de poder evitar hacer la tarea sin
ser descubierto. Mi mamá subió a su cuarto a bañarse y
arreglarse para salir a almorzar con sus amigas. Por lo
tanto tenía tiempo de sobra para pensar en algo. Asique
lo que hice fue ir a mi cajón de los juguetes y del fondo
del cajón saqué una lata verde que parecía de caramelos.
180
DE CORAZÓN A CORAZÓN
La llevé a la cocina y la abrí. Dentro de la caja había
canicas de todos los tipos y tamaños. Había canicas
verdes. Había canicas blancas, que con Andi las
llamábamos “canicas lecheras”. Había algunas que nos
recordaban a la vía láctea. También había mini canicas.
Eran canicas de tamaño menor. Y también había canicas
grandes que las llamábamos bolillones. Todas las canicas
eran de vidrio. Asique seleccioné de entre todas las
canicas varios bolillones. Agarré todos los bolillones que
había. Solo los bolillones. Eran ocho bolillones de vidrio.
Cada uno del tamaño de un chupetín redondo. Entonces
los puse debajo del agua de la cocina y los lavé. Después
de secarlos cuidadosamente, uno a uno los fui metiendo
en la olla de leche y azúcar que estaba al fuego. Me
quedé un minuto verificando que todo estaba bien y me
fui a patinar con mis rollers al garaje. Cuando mi mamá bajó las escaleras veinte minutos
más tarde y me vio con los rollers puestos patinando en el
living casi se muere del espanto. No solo que estaba
rayando todo el piso del living que recién había limpiado,
sino que no estaba batiendo el dulce de leche.
Seguramente se había quemado todo. Empezó a gritarme
al mismo tiempo que me agarró y me arrastró a la cocina.
Yo trataba de explicarle pero ella estaba muy nerviosa
como para escuchar. Estaba atenta por si sentía olor a
quemado. Pero para sorpresa de ella, cuando entró a la cocina
el dulce de leche estaba listo.
Dentro de la olla la leche había tomado un color ma-
rrón y emanaba un perfume exquisito. Ella no lo
entendía. Como había pasado. Ella me había dado
instrucciones exactas de lo que tenía que hacer y yo me
había ido a patinar con los rollers al living.
181
JUAN PABLO FILIPPINI
Se quedó mirándome esperando una explicación
convincente.
Entonces yo agarré una cuchara de madera y la metí
en la olla. Y después de revolver un poco, cuando la
saqué tenía un bolillón adentro. Le expliqué a mi mamá
que el bolillón era de vidrio y que como era redondo con
el calor iba a girar. Como cuando giraba en el suelo.
Entonces lo que había hecho había sido meter todos los
bolillones que tenía para que giraran adentro de la leche.
Al calentarse a fuego lento el calor iba a hacer que los
bolillones girasen. Y como giraban rápido la leche se iba
a mezclar sola. Sin necesidad de que yo lo tuviera que
hacer. No sabía muy bien que era lo que estaba diciendo.
Pero sin embargo lo estaba dejando salir. Estaba
totalmente seguro que así funcionaba. Cuando lo hice
tampoco lo había tenido que pensar demasiado. Sabía que
funcionaba así. Solo tenía que hacerlo. Yo me había asegurado cuando los había metido por primera vez. Me
había quedado un minuto mirando como los bolillones
empezaban a girar al calentarse. Y sabía que el dulce de
leche se iba a hacer solo. Mi mamá escuchaba, sin dar
crédito a lo que estaba escuchando. Sin dar crédito al dulce de leche que estaba perfec-
tamente hecho frente a sus ojos. Totalmente uniforme sin
grumos ni quemaduras.
Mas recuerdos.
El último recuerdo que se imprime en mi mente
cuando transcurro esta secuencia de mi infancia es el
momento en que leí una carta que nos escribió nuestra
maestra del jardín al finalizar la salita de cinco añitos. Cuando nos egresamos del jardín para empezar el
primer año de la escuela primaria hubo una pequeña
ceremonia de graduación. Y en la despedida nuestra
señorita, nos obsequió a cada uno una carta de despedida.
182
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Escrita por ella misma, personalmente para cada uno. La
carta estaba escrita como para que un niño de cinco años
la pudiera entender. Con palabras sencillas. Con adjetivos
simples. Y describía la evolución de cada uno a lo largo
del año. Era una carta muy emocionante porque estaba
dirigida a mi niño interior de cinco años. Resaltaba que
era un niño muy alegre. Que me gustaba correr y cantar.
Que a lo largo del año había hecho muchos amiguitos. Y
que siempre estaba dispuesto a compartir la comida y los
juguetes. Pero en la carta hubo algo que me llamó la atención.
Algo que realmente sentí que describía mi esencia.
En el último párrafo describía algo que yo hacia
todos los días.
Todos los días yo iba al jardín con el delantal bien
puesto.
Con cada botón en el lugar correspondiente. Y al
comenzar las actividades de recreación me sacaba el
delantal y lo dejaba colgado en el perchero. Luego iba
con mis compañeros y los ayudaba a sacarse el delantal y
colgarlo. Al terminar el día sacaba el delantal del
perchero y me lo ponía correctamente. Con cada botón en
el lugar que correspondía. Luego volvía con mis
compañeros. Y si había alguien que se había puesto mal
el delantal yo lo ayudaba. Sacaba los botones que estaban
en lugares equivocados y luego los ponía correctamente
en su lugar. Siempre estaba pendiente de ese detalle. De ayudar a
mis compañeros a ponerse bien el delantal.
De corazón a corazón.
El mensaje de este libro no va dirigido a tu intelecto.
No es un mensaje de mi intelecto al tuyo. La idea de este
libro no es que analices una idea. Que lo conceptualices.
El mensaje de este libro un mensaje que viaja por otro
canal. Un canal más sutil. Un camino más directo. Sin
desvíos. Sin bifurcaciones.
183
JUAN PABLO FILIPPINI
El mensaje de este libro viaja de corazón a corazón.
Cuando alguien escribe algo generalmente es para
los demás. Yo no escribí este libro para mí, para volver a
leerlo una y otra vez. Probablemente cuando termine de
escribirlo no lo vuelva a leer. Yo no lo escribí para
atesorarlo. Para tenerlo en mi biblioteca y releerlo todos
los días. Yo lo escribí para sus corazones. Le hablo a otra capa de tu existencia. Por más de que
no lo percibas, el mensaje es una mano invisible que va a
transformar algo en lo más profundo de tu ser. Te puede
despertar o no. Pero algo dentro tuyo se va a transformar.
Como algo dentro mío también se está transformando.
Porque en esta lectura algo muy sutil está ocurriendo.
Aunque no te des cuenta, eso no quiere decir que no esté
ocurriendo. A nivel de tu consciencia algo se está
moviendo. Generalmente creemos que lo percibimos todo. Pero
ocurren tantas cosas de las cuales no somos conscientes.
Pero eso no quiere decir que no estén sucediendo.
Cuando inhalas ocurren millones de cosas dentro
tuyo. En microsegundos. En microsegundos el aire
ingresa a tu cuerpo. A través de la sangre se transporta a
todo el organismo, llega a cada célula. Y en cada célula
produce una respiración celular que libera dióxido de
carbono. Ese dióxido de carbono vuelve a tu sangre. Y
finalmente sale por tu exhalación. Todo esto ocurre en
microsegundos. En el lapso de tiempo entre una
inhalación y una exhalación. No percibimos nada de esto,
pero eso no quiere decir que no esté ocurriendo. Cuando comés un alimento también ocurren
millones de procesos en microsegundos. Te ponés el
alimento en la boca y en el momento en que diste un
mordisco pequeño, el jugo tomó contacto con tu paladar.
184
DE CORAZÓN A CORAZÓN
En ese contacto ocurren millones de cosas en
microsegundos. Se envían señales nerviosas a través del
sistema central. Las señales llegan a tu cerebro, se
procesan y te dicen que la fruta es dulce. Que tiene un
perfume delicioso. Todo ocurre en el lapso de tiempo en
el cual una gota de jugo tomó contacto con tu lengua. En
ese instante se dieron millones de sinapsis a nivel
nervioso. No somos conscientes de todo esto, pero eso no
quiere decir que no esté ocurriendo. Nuestro cuerpo está formado por millones y millo-
nes de unidades de materia llamada átomos. Cada átomo
está formado por neutrones, protones y electrones. Los
protones y neutrones están en un núcleo y los electrones
giran aleatoriamente alrededor. Es decir, que todo nuestro
cuerpo está formado por unidades en movimiento.
Nuestro cuerpo está continuamente vibrando. Toda la
naturaleza está vibrando. ¿Somos conscientes de todas estas cosas?
Que cada instante que vivimos, en realidad son
millones de años a nivel de procesos microcelulares.
No somos conscientes. Porque vivimos nuestra vida
en otra dimensión. No vivimos en contacto con la
dimensión microcelular. Vivimos en contacto con nuestra
dimensión. Que se mide en segundos, minutos, horas,
días y años. Es una cuestión de escala. No podemos
tomar contacto con lo que sucede en microsegundos.
Bajo el mismo argumento tampoco podemos tomar
contacto con la dimensión macro. Tampoco somos
conscientes de que la Tierra se está moviendo
constantemente. No percibimos la rotación del planeta.
Estamos parados sobre una masa planetaria en
movimiento y para nosotros el suelo esta inmóvil. Todo
está inmóvil.
185
JUAN PABLO FILIPPINI
Nosotros vivimos en una dimensión. Estamos en
contacto con una sola dimensión de nuestra existencia.
Pero eso no quiere decir que otras cosas no estén
ocurriendo. Este libro trata de comunicarse por otra
dimensión. Trata de comunicarse de un modo más sutil.
Quizás no lo percibas. Pero eso no quiere decir que no
esté ocurriendo. Con este libro volví a sentirme como me sentía en mi
pre infancia.
Este libro bajó a través mío y lo quiero dejar ir tal
cual llegó a mí. Sin distorsiones. De eso se trata el libro.
Yo lo siento así. Un impulso sin intelecto. De corazón a
corazón. Cómo cuando puse los bolillones en la leche.
No estaba totalmente seguro de lo que estaba haciendo
pero sabía que funcionaba así. De la misma forma me
ocurrió con el libro. Es muy importante que tomemos contacto con esta
sustancia. Que tomemos contacto con nosotros mismos.
Que tomemos contacto con el conocimiento. Que
empecemos la búsqueda. Que despertemos. Puede que las
formas no sean las más adecuadas. Ni que el
conocimiento sea tan puro. Pero hay una frase de un
maestro iluminado que me animó a compartir este secreto
sagrado con ustedes. “Cuando se habla de corazón a corazón aunque se
hablen cosas diferentes hay a pesar de todo un acuerdo”.
Puede que intelectualmente se conceptualice este
libro de diferentes maneras. Pero en la dimensión del
corazón siempre va a haber un acuerdo. A través de este
libro me encontré con mi esencia. Con esa esencia que
hay en mí. Con mi fuente de inspiración. Descubrí en mi
niño interior ese ser que me caracteriza. A partir de este
libro quiero hacer las dos cosas que hacía en mi pre
infancia.
186
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Quiero enojarme con los que viven su vida sin inten-
sidad. Atrapados en la rutina, viendo los años pasar. A
los que viven postergando la felicidad. A todos las personas que están dormidas. A los que viven una vida
gris les quiero gritar con todas mis fuerzas. “¡No! ¡It’s
yellow!”. La vida es amarilla no es gris. La vida no es gris. La vida es multidimensional y de todos los colores,
no es de un solo color. No es solamente gris. Hay que
vivir con intensidad. Con alegría, compasión, curiosidad. A vivir, a vivir cada preciado momento. Cada inhalación,
cada exhalación, cada instante. ¿Cuántas vidas más
pensamos vivir? ¿Cuánto tiempo creemos que nos queda?
¿Creemos que vivimos un horizonte infinito de tiempo? Vivamos ahora. No nos vamos a arrepentir.
Por otro lado me quiero acercar a los que viven la
vida con una intensidad que destruye. Una intensidad que
lastima a los demás. Sin conciencia. Sin amor. A esas
personas las quiero ayudar a ponerse bien el delantal. A
reflexionar. A tomar conciencia. Ayudarlos a sacar los
botones puestos en lugares equivocados y volverlos a
poner correctamente. Lo podemos hacer todos los días.
Tomar consciencia. Crecer.
Tomar contacto con la
inspiración.
Ser felices.
Inspirarte en cada trazo de tu vida.
Crear una obra maestra.
187
JUAN PABLO FILIPPINI
El cambio No es fácil transformar nuestro ser
descubrir un nuevo mundo de sentimientos.
Reinventar nuestras emociones cambiar nuestros pensamientos. Todos somos personas inmutables
hasta que algo toca nuestras vidas. Una experiencia que te da otra perspectiva
te pone en piel de las circunstancias. Son pocas las oportunidades que se brindan
podes quedar atrapado en la rigidez. Perder una parte grande de la torta de la vida
inmutable hasta la vejez. Estoy hablando de vivir y morir en plenitud de acariciar la complejidad de nuestra naturaleza. Inundarse en la vastedad ser felices en su infinita belleza. El cambio son experiencias pero también imaginación
es perderte y volverte a encontrar. Nuevos colores para pintar
sin miedo a la reconstrucción.
188
DE CORAZÓN A CORAZÓN
Estado intencional I
Un ramo de flores, un silencio pactado y una mente
tranquila: Llueven bendiciones en forma de luz y agua. Claros amaneceres del nuevo despertar del hombre Donde los pensamientos se detienen y el silencio se
apo-dera del presente Caen cristales de oro y bronce sobre los rostros
alegres la respiración, los sonidos, los latidos, las
emociones páginas de un libro confuso; pero con
ideas que se escribe sobre los corazones de papel Intensidad de los vientos de la claridad
desvanecen los trazos de la zozobra. Ligereza para dibujar un mundo lleno de colores;
todos blancos, todos grises y todos azules Se disuelve la sensibilidad ante el cambio agonía de los argumentos más absurdos de los esquemas anhelamos mas sonrisas, barriletes de papel estrellas luminosas, campos de girasoles, atardeceres de
miel Milagrosa evolución de los estados
intencionales armonioso optimismo, inspiradora
tempestad ordenas el caos, anticipas lo
impredecible
ves en sus ojos, lo más hermoso de su alma
Inexplicable súbita comprensión de las cosas.
189
JUAN PABLO FILIPPINI
Preciosos instantes de cristalina lucidez un camino con obstáculos, un paisaje sin fronteras la
verdad de tus sueños, que nadie puede soñar mejor Latente impresión de estar oportunamente amparado
Nada nos toca, nada nos quema, todo nos abraza.
Extensión de las pausas entre el fuego y las cenizas
equilibrio en la insondable perpetuidad. Una vida más allá de dilatada comprensión de las limi-
taciones poder mirar hacia adentro, y querer mirar a través de los demás observar la esencia de nuestra condición humana
dulce como el perfume de cedrón, fresco como el rocío
de la primavera Observar las intenciones en su aspecto más favorable
dirigir toda la voluntad a nuestro amparo más apacible
darle vida a cada transformación de nuestro ser sentir la fragilidad de la molesta sensación de angustia Suavidad de la profunda concentración del pensamiento
jugar con los conceptos, entretenerse con la imaginación
adornar el dinamismo del espíritu con rosas amarillas
Inspirar en los demás la vana melancolía de ser luz Se evaporan los pretextos de la fantasiosa realidad
perplejidad de las corrientes superficiales
conclusión de los bosquejos de tantos dibujantes que dibujaron facetas de la aparente evolución de las
sonrisas.
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Noviembre de 2013