DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. - Revista … · DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA...

Post on 27-Sep-2018

232 views 0 download

Transcript of DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. - Revista … · DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA...

117

LA IMPRONTA CORTIJERA O RURAL

os Vélez son tierra de cortijos y de cortijeros que, salvando la mala fama que el giro cosechó durante muchas décadas en nuestro país, es más un elogio que una queja. Pero aunque no lo fuera, la realidad es esa. Como la actividad principal ha sido siempre la agricultura y la ganadería, pues

incluso los cascos urbanos de más enjundia tienen esa impronta cortijera. Esa que parece que los tiempos mo-dernos, para serlo, se precipitan a extinguir, cobrándose así el excesivo precio de desfigurar un paisaje humano. Lo primero que hemos hecho para rendir pleitesía a esta modernidad rampante que nos absorbe ha sido aniquilar los elementos del sabor cortijero: las pequeñas puertas de los pajares, el acceso al corral convertido inmedia-tamente en patio, las antiguas puertas y ventanas de madera, las rejas en su mayoría... En medio de esta consideración podemos objetar que muchos de esos cambios nos han hecho ganar en comodidad y calidad de vida, pero, puede decirse hoy, ya con un poco de

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO.CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD

EN LA ARQUITECTURA RURAL VELEZANA

Modesto GARCÍA JIMÉNEZProfesor de Antropología en la UCAM

REVISTA VELEZANA. Vélez Rubio (Almería). Nº 26, 2007, p. 117-132

Lperspectiva del fenómeno de la ‘modernización’, que muchas veces hemos confundido la comodidad con el mal gusto. A ello ha ayudado sin duda una cosa, muchos de esos elementos consecuentes con nuestro carácter siempre nos han recordado tiempos peores, las penurias del trabajo duro de los campos, la estrechez económica muchas veces y la miseria algunas otras.

En los pueblos cabeza de municipio se han con-centrado históricamente las instituciones políticas, administrativas, jurídicas, notariales, han tenido su residencia los hacendados y los comerciantes y, en muy buen número, pequeños propietarios agropecua-rios, pero también trabajadores aparceros, asalariados y jornaleros. El conjunto urbano de los municipios responde en su estructura, disposición y fisonomía al ordenamiento de esta convergencia de clases sociales y profesionales de distinta índole y extracción. De la misma manera que también responde a las actividades de producción principales: grandes espacios para los mercados locales semanales y para las grandes ferias de ganado, como para las operaciones cotidianas que precisa la ganadería.

Vista del pueblo de Chirivel con la Solana al fondo.

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

118

Incluso los núcleos urbanos municipales tienen ese carácter rural, hoy, como es lógico, muy desdibuja-do por el influjo de las nuevas formas de producción y de vida. Todavía, si en cualquiera de nuestros pueblos nos apartamos un poco hacia las afueras podemos sentir el pálpito de ese mundo casi desaparecido. Vistos desde sus vegas, adivinamos perfectamente su disposición y adecuación a las tareas y a la pro-ducción agrícola y ganadera; las comunicaciones entre los pequeños cascos urbanos y las huertas visibles y adaptadas al trasiego general y continuo; la disposición de accesos y la distribución de calles y casas, todo está, o más bien estuvo, al servicio de la tarea agrícola, la reina y resumen del orden rural acostumbrado. María, aun con el peso de su carácter serrano y la abundancia de testigos de actividades forestales, es rural y campesina; y lo mismo sucede con Chirivel, sitio con vocación histórica de posada, de lugar de descanso alejado de los más cercanos, que asemeja un largo corredor que transcurre de un extremo al otro de su fértil huerta, a lo largo de ella como queriendo abarcarla por completo. Vélez Rubio es el ejemplo típico de pueblo de hacendados y propietarios a expensas de su extraordinaria vega, el testigo imponente de su iglesia puede verse desde todos los rincones, y el Mahimón omnipresente y so-berbio como un asombro cotidiano. En Vélez Blanco, la impronta histórica y señorial del caserío dominado por el castillo puede despistarnos en un primer momento, pero una mirada al prodigio de su vega en cascada hacia la profundidad del valle nos devuelve pronto a la sintonía con sus pueblos hermanos comarcanos. Las pequeñas y medianas aldeas son rabiosamente campesinas, rurales hasta la médula, y la impresio-nante dispersión de cortijos, salpicando en su totalidad el campo en una diversidad pasmosa de edades, ubicaciones y formas: los Vélez es un territorio cor-tijero, por antonomasia. Soberanamente campesino, pues hasta sus nobles oficios arcaicos, en apariencia ajenos a la vida agrícola, terminan devorados por su presencia superlativa, disueltos entre la maraña de tareas y pequeñas ocupaciones que esa vida requie-

re. Está claro que siempre ha sido así, aun cuando alumbrados por la historia antigua podamos imaginar la zona sobreabundante de bosques escabrosos e intransitables, y podamos pensar en la caza como actividad principal de sus escasos habitantes.

La Comarca, incluso en el tiempo en que no era posible hablar de ella como unidad administrativa, fue secular y paradójicamente un confín; parece que su conformación geográfica ayudó a ser vista siempre como amenazante entrada al interior desde la amable amplitud de las tierras costeras, o por el contrario como anhelada salida a territorios abiertos desde las incógni-tas regiones interiores.

Las recias construcciones romanas dejaron su herencia en la arquitectura tradicional velezana y que los mismos materiales y procedimientos se usaron du-rante muchos siglos pasando por encima de la época islámica que fue en esto, como en otras muchas cosas, simplemente continuidad de lo que había. La piedra puesta con la mano, literalmente la mampostería, lla-mada otras veces con gran acierto “calicanto”, es la enjundia de las maneras de construcción en la zona, mediterránea y latina.

La historia no hace más que certificar el carácter campesino y agrícola de la Comarca y sus habitantes. Hasta tiempos muy recientes en que se diversifica la producción y, literalmente, se abandona el campo, estas tierras respiraban el aire cortijero al ritmo de las esta-ciones. Los intentos de producción industrial o protoin-dustrial son escasos, frente a la diversidad de productos y actividades relacionadas con el medio rural que han existido a lo largo de los tiempos: trabajos forestales, neveros, ingenios harineros, almazaras, trabajos de esparto, herrerías y fraguas y un muy largo etcétera. En esta tesitura, el cortijo es la edificación clave, el re-ferente de la vida económica, el elemento que imprime el carácter a nuestros paisajes. Además, claro, de su dimensión estética, emotiva, literaria…

Casa de construcción actual.

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD...

119

CADA CORTIJO ES UN MUNDO

En mayor medida que las casas de los pueblos, más determinadas en su estructura, orientación y ubicación por el orden urbano, los cortijos son, en cada caso, un pequeño conjunto arquitectónico singular (dentro de unas coordenadas y prototipos que se pueden establecer). Aun compartiendo, como es lógico, características que son comunes, cada cortijo y en mayor medida cada cortijada es un microcosmos en sí mismo. Todos comparten, grosso modo, la estructura y los elementos arquitectónicos que la integran: la vivienda, la cuadra, el corral, el pajar, las troces, etc. Como también comparten la orientación, los modelos de los vanos, la utilización de los mismos materiales... el estilo; sin embargo, es tan amplia y variada la libertad arqui-tectónica para jugar con aquellos elementos, tan rotunda la multiplicidad en disponer de ellos que no hay dos cortijos que puedan decirse iguales. Cada cortijo despliega en torno al volumen principal una serie de espacios auxiliares en los que la arquitectura expresa toda su imaginación combinada con la necesidad y la facilidad de uso. Las formas de adaptar la construcción a las posibilidades del terreno son por igual diversas e ingeniosas; la complicidad entre los promotores –los dueños- y los maestros albañiles tuvo que ser por fuerza muy estrecha; precisamente un sín-toma, quizá el principal si prescindimos de la introducción de nuevos materiales, del tránsito a la modernidad en la construcción ha sido la decantación por el rectángulo –o, en general, por las estructuras regulares- en la base de la superficie a construir y consecuentemente el abandono de las formas y de las superficies irregulares, lo que ha generado ese miedo casi obsesivo a los llamados tradi-cionalmente falsos ángulos –sencillamente cuando no es recto-. Hoy cuando queremos distinguir entre un cortijo tradicional y uno de nueva planta el principal indicativo es sin ningún género de dudas la planta rectangular y la sime-tría. Y es curioso en este sentido que los cortijos –y, como venimos sosteniendo, en menor medida las agrupaciones habitacionales más complejas, que están más sujetas al orden urbano- suelen ganar estéticamente a medida que rompen más con los cánones de simetría, es una belleza más natural, si se nos permite la expresión, más alejada

de la acción antrópica ordenada y con gran compensación proporcional. La sugerente estética de estas construccio-nes nace de una trascendencia del ordenamiento lógico y se inspira directamente en el aparente caos con que se presenta la naturaleza. Y no obstante, después, todo tiene su razón y su ubicación perfecta, todo responde a esa simbiosis elemental de lo útil y lo posible.

ESTRUCTURA TIPO DEL CORTIJO

En su inmensa mayoría, los cortijos de los Vélez son de muy buena factura. Casi siempre de dos pisos, suelen ser grandes casonas que la mayor parte de las veces com-ponen junto a otras la cortijada, la modalidad de habitación rural más extendida. La tipología más repetida es la de una gran casa que a veces contiene dos o más viviendas, tiene siempre un gran corral anexo y, desplegados alrededor de éste, la cuadra, la marranera y el gallinero. La cuadra para las bestias y caballerías con su especial conformación, y otras para la ganadería lanar y caprina, que en la zona son llamadas ‘tenás’ (por tenada). Estos últimos suelen formar un conjunto de unas proporciones reducidas pero que co-pia la estructura y las formas de las edificaciones mayores. Generalmente se construye la marranera y al gallinero en el mismo bloque, la primera abajo y el segundo arriba, en esas proporciones reducidas, de manera que los techos son muy bajos y las puertas como de miniatura. Muchas veces aparentan ser una casita de cuento de muñecas. El otro elemento imprescindible en todo cortijo es el horno de cocer pan, que se presenta, en la misma línea que estamos comentando, en una clara diversidad que guarda no obs-tante una extraña homogeneidad: pocas veces exento o separado de la obra; algunas, añadido a las dependencias de servicio y, otras, a la propia edificación principal.

El espacio destinado a vivienda tiene muy pocos huecos abiertos al norte y al oeste, y algunos no dema-siado grandes al sur y al este. Lo más que se permite un cortijo es un balcón central presidiendo el centro de la casa en el primer piso. Los huecos excesivamente pequeños –ventanos- destinados a lograr el efecto térmico de las cuevas: frescas en verano y cálidas

Cortijo de Vélez Blanco.

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

120

en invierno. La distribución es casi una constante, la puerta principal da acceso directo a la sala-cocina, con chimenea y alacenas a los lados, desde esta habitación se distribuyen los cuartos o dormitorios, la entrada a las cuadras desde el interior y el arranque de la esca-lera para el piso superior, ésta, siempre cerrada y con puerta de acceso. Se ponía especial cuidado en que la puerta principal del cortijo estuviera confrontada con la de acceso interior a las cuadras, pues entre las dos se componía el empedrado, uno de los elementos más sin-gulares del conjunto de la construcción. Entre decorativo y útil, el empedrado interior servía para el paso de las bestias y caballerías, lo que salvaba el piso del efecto de las herraduras y permitía una limpieza fácil y rápida. El empedrado interior tenía su correspondencia con el exterior, que se disponía a lo largo de toda la fachada, a modo de acera y con las mismas funciones que ésta: salvar de la humedad y garantizar la limpieza. Las casas de los cascos urbanos se construían intentando imitar, en lo posible, la estructura y la disposición de los cortijos, claro que siempre no era posible, pues las casas del pueblo habían de disponerse al socaire de las calles y las manzanas que las componían, guardando el orden urbano adecuado.

Raramente se presenta el caso de un cortijo de una sola vivienda, lo normal es que el cortijo tenga un mínimo de dos, cumpliendo la idea clásica de una vivienda para los dueños y otra para los labradores. El cortijo puede tener incluso tres o cuatro viviendas, que suelen estar en una sola manzana, con las cuadras y corrales en otra la mayoría de las veces, de ahí la denominación de cortijo. Una cortijada en cambio es la agrupación de varias man-zanas de una o más viviendas. De todas formas hay que tener claro que las denominaciones son ambiguas, que a veces indistintamente se le llama cortijo a una cortijada y viceversa y desde luego no existe un número exacto de viviendas que decante la denominación a un lado o a otro. Las otras denominaciones pedanía, aldea, anejo, diputación (u otras menos usadas: lugar, poblado, case-

río) son entidades siempre algo mayores y en su propia denominación ya existe una dimensión administrativa.

EL CONJUNTO CONSTRUIDO PARA EL CICLO DEL CEREAL: EL PAJAR Y LA PAJERA

Como territorio eminentemente agrícola, éste del ci-clo productivo del cereal es uno de los más importantes, y naturalmente de los que más impronta han dejado en los espacios construidos. Desde la era, que ya tiene sus peculiaridades en la construcción y disposición, hasta los espacios para el almacenamiento y para la lógica utilización de los productos derivados de la actividad cerealística: el grano (y, una vez transformado, la hari-na) y la paja. Las trojes –llamadas en el habla comarcal ‘troces’- son una constante en la construcción rural y en buena parte de las construcciones urbanas; el juego arquitectónico del pajar y la pajera es imprescindible en la construcción rural o cortijo y aparece con asiduidad en la construcción urbana (en casas cuyos dueños están relacionados de manera más o menos directa con la agricultura, que son, como puede suponerse, la mayoría). El cereal solucionaba en buena parte la eco-nomía doméstica, porque se vendía o se transformaba en harina, la de trigo para el pan y otras comidas (como migas, gachas, gurullos, masa, gurupos, andrajos, etc.) y las de cebada, centeno, maíz y avena para la alimen-tación de los animales. Por eso gran parte de la casa se dedicaba al almacenaje y la labor del cereal.

Especialmente singular es el juego arquitectónico que contenía el pajar y la pajera. Los cortijos solían construirse aprovechando un pequeño desnivel del terreno, con lo que la parte de atrás quedaba casi a ras del suelo, lo que se aprovechaba para disponer en esa parte la puerta del pa-jar. Se construían unas sólidas escaleras de madera para salvar la altura que todavía quedase, éstas manteniendo en sus escalones una horizontalidad máxima para hacer fácil el tránsito por ellas. El pajar es un gran espacio exento –que a veces se aprovechaba para guardar, conveniente-

Las Cuevas de Moreno en el límite con Lorca, por la carretera de la Parroquia, y el castillo de Jiquena al fondo.

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD...

121

mente alzadas en estacas dispuestas en la pared, arreos de trabajo o de caballerías y otras cosas necesarias- que siempre se construía en el primer piso; en uno de sus ángulos se abría un pequeño hueco, que dependiendo de las posibilidades de la familia a veces podía cerrarse con una pequeña trampilla, coincidente con la pajera, un cañón construido, circular o cuadrado, desde el hueco del pajar hasta el suelo del piso bajo, con una puerta a la altura en que un hombre pudiera trabajar y coger la paja que en ese cañón se iba acumulando echándola desde arriba. Era conveniente que la pajera estuviera en las cuadras, por la comodidad de no transportar la paja hasta el sitio de los animales. El dicho “a pajera abierta” hace referencia a esta especie de despensa para animales, cuando en los años de abundancia ni siquiera se cerraba la pequeña puerta que reservaba la paja en la pajera.

En los pueblos, o pequeños núcleos de población, era más difícil conseguir ese desnivel del terreno con el que se disponían los cortijos, por lo tanto las puertas del pajar quedaban siempre más altas, pues recorde-mos que el pajar ocupaba parte del primer piso. Así, las escaleras del pajar eran más altas y más seguras, y en la parte superior de la puerta se instalaban, además, garruchas y trócolas para subir la paja y el grano con cuerdas. Era conveniente que las trojes o troces no quedaran excesivamente lejos de la puerta del pajar, pues por ella se subía también el grano.

LA ANÉCDOTA DE “LA CASETA”

La bonanza económica de estos últimos tiempos y la especie de fiebre inmobiliaria que ha despertado la llegada masiva de europeos -fundamentalmente ingleses- a la zona ha provocado un nuevo y singular modelo de construcción; a lo que hemos de añadir la convergencia de otros rasgos, como son la recuperación en la apreciación del valor de los edificios rurales –los cortijos-, la corriente de preferencia por poseer propie-dades inmobiliarias en el campo, que como es lógico

viene dada por todo el abanico de nuevas posibilidades que ofrece la opción; el saneamiento general de la eco-nomía que como es natural tiene incidencia también en la posibilidades del campo, la disponibilidad de tiempo y de capital, y quizá un largo etcétera. Este nuevo tipo de construcción es en parte esquivo con las obligaciones legales y tributarias y en parte generador de riqueza. Se trata de pequeñas construcciones, generalmente de una planta y de un solo habitáculo, a los que se dota de chimenea y suelen tener una puerta de cochera y una sola ventana. Es sintomático que la mayoría de ellas se construyen sobre una pequeña colina, quizá por no robar espacio a la tierra de labor.

Las ventajas de estas iniciativas son evidentes: en primer lugar burlan las normas que permiten la nueva construcción, que según el procedimiento ha de llevar-se a cabo dependiendo del número de hectáreas con que cuenta la parcela y que están atenuadas cuando la construcción es una pequeña nave para útiles y maquinaria agrícola, que es para la modalidad que se solicitan estas pequeñas construcciones; y en segundo lugar, crean un derecho no existente antes de dicha construcción. Estamos pues ante una forma de generar derechos de construir cuando no una forma encubierta de especulación inmobiliaria.

Estas pequeñas construcciones tienen, qué duda cabe, antecedentes en formas tradicionales de edifi-cación y en la función que éstas cumplen. Estamos hablando de los diminutos almacenes, chambados, casetas, porchadas, etc., construidas y utilizadas asiduamente en los campos y que servían para pe-queño almacenaje y dependencia de herramentajes y maquinaria. Puede pensarse incluso en las pequeñas barracas de la huerta de Murcia y del Levante (u otras edificaciones de carácter más o menos transitorio: chozos, pallozas, corros, cabañas, borucos, tinaos o cualquiera de los cientos de denominaciones locales) como antecedentes de estas edificaciones. Evidente-

V i v i e n d a cueva en Caña-das de Cañepla (María).

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

122

mente las funciones que cumple y las utilidades que despliega no son las mismas que las tradicionales, porque aunque claramente estos pequeños espacios resuelven funciones de almacenaje de herramientas y pequeña maquinaria, para lo que fundamentalmente son construidas es por su nueva función social: la de servir como estancia en el campo para los días en que la familia (o el grupo de amigos, cazadores, etc.) va, casi siempre por motivos lúdicos y de ocio. Es, definitivamente, una especie de segunda residencia, en el campo, pero que a la vez ha superado fácilmente las normativas e impedimentos legales, ha generado un derecho sobre el espacio que se ha construido y finalmente se sitúa en una posición idónea para su posible negociación inmobiliaria. Lo reducido de las dimensiones alivia los problemas generados por una gran edificación, suprime los embarazosos traslados de materiales y el volumen de éstos a la vez que ne-cesita menos trabajadores, y no llama la atención.

El diminuto edificio se construye con una fisono-mía a medias entre la caseta agrícola y una casa en miniatura, de hecho la apariencia es la de pequeñas viviendas.

LA “MALA” ARQUITECTURA

Muy a menudo se ha esgrimido como justificación de algunos desmanes urbanísticos o de algunas rehabi-litaciones desastrosas, incluso de construcciones ilega-les, etc., el hecho de encontrarse en una comarca pobre que ha tenido que buscar muchas veces sus recursos en países extranjeros. Ciertamente es de importante trascendencia el hecho de la masiva emigración que fundamentalmente durante las décadas de los 60, 70 y parte de los 80 del siglo XX mermó el capital humano de los pueblos y rompió el tejido social y desarraigó a familias enteras que sufrieron esta lacra de la moderni-dad. Como hemos dicho se justificaban por esta causa algunas de las anomalías arquitectónicas de nuestros pueblos. Las construcciones en la vega han sido uno de

los mas claros exponentes de lo que queremos decir, casi no ha habido normas de cumplimiento por razón de la inmigración: se suponía que no era conveniente poner impedimentos a la construcción de edificios en lu-gares protegidos –como la huerta- a familias que tenían que emigrar a otros países para hacerse su casa o su cochera en sus lugares de procedencia. El comentario puede hacerse extensivo a otras familias de ingresos limitados.

Sin embargo, en esa justificación encontraron cabida actuaciones forzadas no sólo por la penuria económica, sino muchas veces por la propia carencia de normas urbanas subsidiarias, de protección o de ordenación; otras veces la incompetencia clara de las autoridades con responsabilidades en estas cuestiones, y también, claro está, el empecinamiento de algunos ciudadanos que por falta de una formación adecuada o de una tradición educativa que valore más el patrimonio construido ha sembrado de edificios de dudoso gusto muchos de los lugares que deberían estar protegidos.

Evidentemente no todas las actuaciones contrarias a la conservación armónica del patrimonio arquitectó-nico tienen sus causas en la precariedad económica. A grandes rasgos puede decirse que históricamente no se ha valorado en exceso el patrimonio monumental de la Comarca y, naturalmente, por los mismos motivos lo ha sido mucho menos el patrimonio no monumental. Desafortunadamente, en la mayoría de las ocasiones el despegue económico y el consiguiente crecimiento de las edificaciones –familiares, económicas, de diversión, etc.- han evolucionado de forma inversamente propor-cional a la conservación con criterios patrimoniales.

Los atentados a los conjuntos construidos pueden establecerse en gradación, desde el disparate urba-nístico hasta la contaminación visual, pasando por las construcciones de mal gusto o por la utilización de ma-teriales y elementos ornamentales ajenos a la tradición en la Comarca.

Vivienda popular en la Morería de Vélez Blanco.

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD...

123

RESTAURACIÓN Y REHABILITACIÓN, REFORMA Y RECONSTRUCCIÓN

Restauración y rehabilitación son términos que ha-cen alusión a actuaciones distintas sobre los espacios construidos. El primero presupone, literalmente, volver a instaurar un edificio con los mismos o parecidos fun-damentos con que fue realizado; la restauración es un arreglo respetuoso con la obra principal. Rehabilitar, en cambio, es hacer habitable un espacio construido que ya lo fue, o sencillamente volver a hacerlo utilizable aunque su nuevo uso sea otro distinto al original. Este segundo de rehabilitar no tiene por qué cumplir requisi-tos de consecuencia con el estilo, la estética y el orden arquitectónico del anterior.

Los criterios de restauración (también en menor

grado los de rehabilitación) son numerosos y hete-rogéneos, en ellos vienen a influir las dimensiones estética y práctica principalmente, pero también las de respeto al entorno natural y cultural, la consecuencia con el estilo donde se ubique el objeto de restauración y otras coordenadas menores. La teoría y la práctica de la restauración es un campo siempre abierto y susceptible de interpretaciones, la conservación de elementos arquitectónicos o decorativos superpuestos a los originales siempre propicia un debate interesante; evidentemente toda actuación en una construcción para restaurarla está sujeta siempre al imperativo estético de la época en que se emprende y también en muy alto grado en la interpretación y valoración que se haga de materiales y estilos superpuestos. Las restauraciones de importantes edificios históricos siempre ha sido conflictiva y muchas veces la propia restauración se ha constituido en motivo de estudio e investigación tanto como el edificio original.

Los criterios de restauración se han esgrimido siempre en la actuación sobre edificios monumentales o de gran valor histórico o religioso; verdaderamente la aplicación de criterios rigurosos de restauración a

la llamada arquitectura popular o a edificios de valor etnológico y cultural es un asunto muy moderno.

En Andalucía, donde desde el periodo que llama-mos la ‘transición’ (esto es, desde el fin de la dictadura franquista al establecimiento de la democracia) las instituciones garantes del patrimonio histórico han experimentado un enorme auge, y son modélicas en el conjunto del resto del país, el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico ha llevado adelante un ambicioso y fructífero plan de catalogación, protección y trata-miento del patrimonio arquitectónico monumental y no monumental, a lo que hay que añadir que el campo de aplicación es tan enormemente vasto que es mucha la tarea que resta. Por otro lado es de justicia mencionar también que otras instituciones que distribuyen los fondos estructurales europeos (PRODER, LEADER) también se han sumado con estimables logros a esta iniciativa cultural de primera magnitud.

En la restauración patrimonial de construcciones consideradas no monumentales el problema se acre-cienta en el sentido de que muchas veces no se puede contar con grandes especialistas para acometer la obra. Ello puede considerarse un entorpecimiento de los resul-tados, pero por otro lado conviene resaltar que, llevadas a cabo o dirigidas por expertos en obra ‘popular’, esto es, por los albañiles de siempre, las restauraciones pueden ser muy dignas. Y, en cualquier caso, deben ser las instituciones municipales y los ayuntamientos los que controlen y velen por unas actuaciones respetuosas con el medio cultural histórico.

La rehabilitación, en este contexto, es algo bien dis-tinto. En principio esta actuación admite la incorporación de elementos arquitectónicos actualizados, en relación a los originales, y una adaptación de los espacios que cambian así su fisonomía primitiva. Puede decirse que la rehabilitación respeta una estructura y un aspecto generales del edificio pero, a la vez, dispone sus espa-cios para ser reutilizados con funciones distintas para

Cortijo próximo a la rambla de Chirivel, en término de Vélez Rubio.

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

124

las que fueron concebidas. Se trata de una exigencia moderna y utilitarista frente a la esteticista que repre-senta la restauración; busca una rentabilidad de uso y no la expresamente exhibitiva (es decir, la que espera la visita turística). Marca claramente la distinción que en la dimensión patrimonial establece por un lado la conser-vación y por otro la utilización. Hay ejemplos magníficos de rehabilitación de edificios monumentales e históricos, y también los hay en menor medida de edificios de in-terés etnológico. En nuestra Comarca, por ejemplo, la Tercia de María, la Ermita de la Concepción de Vélez-Blanco (rehabilitada brillantemente por Pepe Ros), en el primer grupo; la casa de las escuelas de Contador más un buen número de casas y cortijos en los cuatro municipios, en el segundo. En realidad, casi todas las obras que se llevan a cabo en edificios –monumentales o populares- son de una forma u otra rehabilitaciones; incluso en la nomenclatura oficial de planes de ayuda y subvención se utiliza asiduamente el término de reha-bilitación para aludir a las actuaciones sobre inmuebles en los que ya se supone un valor, estético, monumental o etnológico previo.

Por su parte la reforma y la reconstrucción aluden

a muy parecidas intervenciones arquitectónicas. Son las que no contemplan la preservación de estructuras y fisonomías anteriores y propias del edificio sobre el que se ejecutan. Suelen referirse a una actuación par-cial, pero indistintamente pueden afectar al total de la edificación.

LA VERDADERA TRANSFORMACIÓN ESTRUCTURAL

Todo arranca de la verdadera trasformación for-mal en la edificación doméstica, provocada, más que por cualquier otra cosa, por los modernos materiales: cemento, bovedillas, ladrillos cerámicos y vigas. Esta metamorfosis se basa, según entendemos, en la construcción sobre pilares o pilastras, el encofrado de zunchos, el forjado y los suelos de vigas, bovedillas y planché de cemento. Estos nuevos materiales y las téc-

nicas que se siguen de ellos, sustituyeron con rapidez los muros testeros, periféricos o externos, los de carga y las paredes maestras interiores. La presión de toda la obra recae ahora sobre la estructura del forjado, pilares y zunchos; y las paredes, que ya no tienen que soportar directamente el peso de la viguería, son más ligeras y contienen aislantes modernos.

El zuncho de forjado que remata los niveles de planta en las paredes es el que ha provocado el desa-rrollo del tejado a cuatro aguas, que ha transformado la fisonomía de los paisajes con elementos construidos. En las cubiertas de edificios de doble planta este cambio formal y visual no es tan ostensible; de igual manera que cuando el ángulo de inclinación del tejado es mayor, o sea, más agudo, el efecto óptico es más agradable, pues el tejado resulta más esbelto o menos chapado (o acha-tado). Ni el tejado a dos aguas garantiza la esbeltez del edificio y su grado de integración en el conjunto de estilo tradicional, ni el de cuatro supone necesariamente una descomposición estilística. Todo va a depender entonces de lo afortunado que el diseño del arquitecto sea y de la habilidad, la gracia y el talento con que se diseñe la fisonomía del edificio, de la bondad de sus proporciones y del equilibrio de todas sus partes integrantes. Vuelve a aparecer aquí como necesario el hecho de que se produzcan recomendaciones y normas generales de construcción por las instituciones que, supuestamente, tienen la competencia en este campo.

Llegados a este punto, lo que importa señalar, no obstante, es que la verdadera transformación formal que ha acompañado a los grandes cambios socioeconómi-cos y políticos de los últimos tiempos, más visibles si cabe en las zonas rurales, ha sido la de la construcción sobre pilares de hormigón, con las derivaciones estilís-ticas que ello ha generado, a todo lo cual, acompaña el radical cambio social vivido en estas zonas, con sus propias consecuencias, esta vez, en cuanto al uso de espacios construidos y al cambio de función económi-co doméstico de muchas, de casi todas las partes de la construcción doméstica, algunas de las cuales han

Sacando el ganado.

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD...

125

desaparecido dando lugar a otras que no estaban en la composición y distribución tradicional del edificio. Dándose el hecho de que son precisamente esas par-tes desaparecidas por su disfunción en la actualidad, como por ejemplo las cuadras, el juego construccional del pajar y la pajera, el del gallinero y la marranera, etc., las que dotaban a los edificios domésticos rurales de esa característica gracia y equilibrada proporción con que los conocemos.

Cabe reiterar aquí que no es intención de este estudio la propuesta de una vuelta a los sistemas de construcción clásicos ni a la ‘recuperación’ de espacios que no tienen hoy función alguna; no se trata de que construyamos en la actualidad con los mismos materia-les y con las mismas técnicas de ayer ni que dotemos a los edificios de las partes que fueron necesarias y ahora no lo son; no pretendemos extender la idea de que se sigan reproduciendo con exactitud las formas clásicas. Sencillamente, nos interesa alertar sobre la transfigu-ración de paisajes histórico-culturales cuya percepción, propiedad, consideración, tratamiento y disfrute es un derecho de todos los pueblos, o sencillamente porque de lo contrario acabaremos con las huellas físicas de nuestra propia historia, amén de desperdiciar un recur-so económico de futuro, y que se produce, como se ha venido defendiendo en este texto, con la recalificación masiva y descontrolada de terrenos urbanizables, con la construcción indiscriminada, arbitraria, desordenada y masificada; y fundamentalmente también con la ruptura de un equilibrio paisajístico cultural.

ARQUITECTURA Y CAMBIO SOCIAL

nadie escapa que las técnicas de construcción, los materiales, la industria auxiliar, etc. han avanzado al paso vertiginoso que caracteriza los enormes cambios habidos en nuestra sociedad, tanto desde el punto de vista tecnológico como también, y quizá como conse-cuencia de ello, desde el social. Podemos establecer en principio que los cambios se caracterizan por estar sujetos a una de estas dos grandes realidades: unos

son de carácter técnico y otros de carácter social. Por un lado la incorporación de técnicas de construcción, y en mayor medida de materiales y herramentajes y accesorios, ha transformado casi por completo los vie-jos rituales y la naturaleza del antiguo oficio de albañil; por otro lado la nueva sociedad, más rica y con otras expectativas distintas de las de hace tan sólo unas dé-cadas, impone a su vez otras maneras de construcción. Si hace relativamente poco tiempo eran, por ejemplo, los materiales como la cal y el yeso lo que encarecía una construcción, hoy son los salarios, por lo que es el tiempo invertido el nuevo indicativo económico de dicha actividad; al fin y al cabo participa de la característica fundamental de nuestro tiempo: la velocidad.

Los nuevos materiales, los nuevos gustos y la eco-nomía, más que ningún otro elemento, como pudiera ser la orientación o la producción, determinan las caracte-rísticas de la construcción en la actualidad.

La estética, esa otra gran preocupación presente en la arquitectura, es en principio altamente valorada por el común de la sociedad, aunque sólo sea porque, en general, las nuevas construcciones responden al patrón de una ‘casa bonita’, o por mejor decir, muy adaptada al gusto actual, mediatizado por la importación de mo-delos ajenos a la zona pero que han colonizado otras áreas que sin duda ejercen su influjo sobre las demás. Las casas de zonas ricas, a las que se les imprimen elementos estéticos de gran proyección mediática, a imagen de las grandes mansiones modernas de Los Ángeles, Miami, Niza, Montecarlo, por poner sólo unos pocos ejemplos, y sus réplicas en las costas españolas, portuguesas o del mediterráneo en general, colonizan el gusto moderno. Hoy no es difícil ver en nuestros pueblos la abundancia de pequeñas torres, miradores de formas exquisitas, partes curvas en las fachadas, balconadas, terrazas, etc., que responden a ese gusto generalizado. Esa colonización de gustos, como otras colonizaciones –la música, el vestido, la tecnología...-, acabará con los modelos autóctonos y con la estética arquitectónica vernácula; la defensa de contextos ya construidos,

Los Coloraos, e n l a r a m b l a de Chir ivel, en término de Vélez Rubio.

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

126

los cascos antiguos e históricos de nuestros pueblos y ciudades es ahora crucial y a nuestro entender más acuciante que nunca.

La absorción de nuevas tendencias, estilos y gustos, o sin más, las alteraciones en los modos de construcción que se deben a los cambios sociales están, en general, muy poco estudiados. La transformación de la casa habla como un libro abierto de la profundidad y el alcance de los cambios y los avances sociales: desde la introducción de nuevos materiales, con lo que ello supone en la alteración de casi toda la estructura construida, si bien fundamen-talmente afecta a las dimensiones y disposición de las aperturas, huecos y cierres; las nuevas distribuciones, en todos los casos radicalmente distintas a las tradicionales; además claro está, de unos nuevos gustos decorativos y de unos equipamientos más modernos, y fundamental-mente de unas nuevas funciones acordes a la vida social moderna. Sin embargo, eso no debe suponer, no tiene por qué suponer una ruptura violenta con unos estilos, con una estética que además de identificarnos puede ser un recurso viable en un corto futuro.

PASADO DE POBREZA

El Sureste español ha sido una zona particular-mente asociada a la pobreza, a las penurias de la supervivencia y a la emigración. No es exclusivamente un fenómeno de nuestro tiempo, sino que secularmente se ha venido produciendo esta situación.

“La vida, ahora, va de esa manera”. Con algunas variantes, esta es la frase que más se repite como resu-men y definición de los enormes y vertiginosos cambios que han caracterizado a nuestra sociedad en los últimos tiempos. Solemos reflejar estos cambios aludidos en sus aspectos más llamativos: los avances tecnológicos, en parte inexplicables para nosotros y en parte asumidos cotidianamente con una normalidad escalofriante; la desintegración del tejido social respecto a los ‘valores’ tradicionales a causa del despoblamiento de zonas

rurales y como consecuencia del éxodo a la ciudad; o las posibilidades que despliega la generalización –cabe decir, la cotidianización- del mercado. Sin embargo, se han operado otros cambios de muchísimo más calado social y que parecen pasar desapercibidos.

Cuando uno observa los esqueletos de los grandes cortijos, que hasta no hace mucho constituían la estructura productiva y, en muy buena medida, también poblacional de grandes zonas de la geografía española, entre las que hemos de destacar como paradigma la nuestra, no tiene por menos que reflexionar sobre los procesos que han llevado a este estado de abandono y desmemoria. ¿Qué ha pasado para que se produzca esta desolación? Evidentemente la respuesta no es simple y tenemos que pensar en un conjunto de causas para ese fenómeno. Una de las principales puede enunciarse de manera compleja: el paulatino deterioro de la actividad agraria que se produce en España alrededor de los años 60 y su sustitución por la producción fabril e industrial, que como todos sabemos suponía el abandono de los pueblos por una buena parte de la población que se dirigía a los ex-trarradios de las grandes ciudades o a otras de pequeña población pero de una gran proyección económica, como fue el caso de pequeñas ciudades del Levante español que en esos años se nutrieron de la inmigración que pro-cedía básicamente de Andalucía oriental: Ibi, Onil, Alcoy, Elda, Crevillente, Elche, Játiva, Alcira, Castellón y, más allá, Corvera, Sabadell, Manresa, Mataró, San Adrián... la relación sería interminable. Visto -ese abandono del que hablamos- como un fenómeno complejo que tiene que ver con la modernización de España y que es, ló-gicamente, de más recorrido aunque aflore socialmente en los mencionados 60, éste claramente propició una desectructuración sin precedentes en el tejido social de las zonas afectadas. Fundamentalmente viene a trastocarse, como consecuencia del flujo poblacional, el sistema fami-liar de herencia y sucesión, de manera que lo que hasta entonces había sido un sistema tendente a consolidar las herencias poco dispersas –el derecho consuetudinario de primogenitura- se ve abocado a una desintegración de las

Cortijos de Graná, en Chirivel.

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD...

127

heredades en pequeñas partes. Así, muchos grandes cor-tijos pertenecientes a familias complejas/extensas (varias generaciones ocupando los mismos edificios sin partir las propiedades, o partiéndolas mínimamente) acaban atomizando la propiedad inmueble y rural, de manera que esa fractura en pequeñas porciones hace que, por separado, sean difícilmente rentables, lo cual acelera su abandono. La tímida recuperación, también paulatina, de la agricultura y la ganadería, apoyada claramente en los sistemas europeos de compensación y de creación de infraestructuras, las famosas subvenciones europeas a comarcas deprimidas (o que no alcanzaban los índices económicos establecidos), ha llegado en pleno proceso de desmembramiento y dispersión de las heredades que acabamos de mencionar. Este proceso había provocado, en el mejor de los casos, una recuperación de las propie-dades a base de que alguien compra las partes de otros familiares o vecinos, y en la mayoría de las ocasiones el abandono de tierras que podrían ser útiles agrícolamente. En ninguno de los dos casos, los cortijos han salido be-neficiados, porque aunque se haya recuperado en parte la producción agraria, no ha sucedido lo propio con los cortijos como lugares de habitación. Y, además, en todo caso, si la ocasión lo requería, se ha preferido la cons-trucción de un cortijo nuevo o unas naves agrícolas que la rehabilitación del antiguo.

La recuperación de la economía y por tanto la normalización de la vida social española que se vivió aproximadamente desde comienzos de la década de los 70 del siglo recién acabado, se debió en buena medida al dinero de la emigración, dentro y fuera de nuestras fronteras. Ese puede considerarse el inicio de la modernización del país, pero tiene que ser entendido siempre como un proceso, cuyos mecanismos son hoy todavía perfectamente advertibles y, en cualquier caso, sus efectos pueden empezar a medirse en la actualidad. No cabe ninguna duda de que la fisonomía última de nuestros pueblos es deudora, para bien o para mal, de ese proceso de modernización general de la sociedad española. Como, además, nuestros emigrantes han

sido, quizá a su pesar, protagonistas de la base eco-nómica de esa modernización, así también las nuevas características de la arquitectura deben mucho a cómo ellos han entendido y planteado su modernización. Y una de estas características fundamentales viene dada por una constante legítima, y dramática a la vez, de la emigración: la necesidad de olvidar la pobreza y otras causas nefastas que provocaron la diáspora emigrante, y el derecho a demostrar el acierto de la ‘elección’ y la validez de su sacrificio. Esto, unido al hecho de que la construcción de una casa fue razón fundamental de la salida de emigrantes y a la vez una manera óptima de demostrar un resultado satisfactorio, muchas veces, todo hay que decirlo, rayano en la ostentación, ha llevado a imprimir a la arquitectura habitacional la impronta que hoy conocemos. Existe toda una tipología que responde a esos años de eclosión económica y de olvido acelera-do de la ‘mala vida’ anterior: los miradores y balconadas volados, las fachadas con mosaico o azulejería, cierres mixtos de metal, cenefas extrañas y zócalos variopin-tos, la entrada en hueco -como en cueva- a modo de las que se construyen en lugares lluviosos, y luego la introducción de un nuevo sistema de distribución interna de las distintas estancias, se impone el distribuidor y el largo pasillo central que da paso al resto de habita-ciones. En esta época se impone también la cochera de usos múltiples, que suele ser un gran espacio en el que se dispone una cocina y un comedor-estar. Sin perder el aspecto y la función de cochera, ese espacio sustituye realmente a los otros de utilización familiar, están dotadas de una gran puerta que facilita el paso de vehículos, cuando se necesita, pero con la parti-cularidad de que enmarcada en la misma puerta se inserta otra de menores dimensiones para la entrada y salida de personas. Estas cocheras suelen tener altos techos y buena ventilación y se ubican casi siempre con entrada al patio y convenientemente separadas de las habitaciones de la casa, lo que unido a que están en el piso bajo hace de ellas espacios muy frescos en verano y, si bien es verdad que algo frías en invierno, esto se palia con que en general todas ellas están dotadas de

Viviendas populares en el Cercado (Vélez Blanco).

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

128

una gran chimenea. La leña, los productos de cultivo de temporada, las compras semanales, las conservas, el modesto taller de reparaciones ligeras, herramenta-jes y pequeñas máquinas, electrodomésticos y otros arreos se ubican en ese gran espacio, sirviendo así también de ensanche de la propia casa. Esta cochera de uso combinado se ubica la mayoría de las veces en la fachada principal de la casa, lo cual implica una buena orientación y también el hecho de que resta esa orientación a otras zonas de la casa, como dormitorios y demás espacios ‘nobles’, y se les dota de un cuarto de baño secundario respecto al principal de la vivien-da para que lo sustituya, de manera que en algunos casos el baño principal apenas se usa. Es significativa la anécdota que se suele contar para evidenciar este asunto y que reza que los dueños de una de estas ca-sas, enseñando a algún vecino el magnífico cuarto de baño con que habían dotado a la vivienda, decían que “afortunadamente todavía no habían tenido necesidad de utilizarlo”, aludiendo a que no habían tenido ninguna enfermedad ni contratiempo importante, que por cierto sería lo único que haría utilizable el famoso baño.

La segunda modernización de los tiempos actuales, esto es, la conseguida por la segunda y tercera genera-ción de estos emigrantes que, a la sazón, suelen ser ya profesionales cualificados, producto de otro de los prin-cipales motivos de la emigración que es a la vez uno de sus principales logros: el haber dotado de estudios a los hijos; ha vuelto a recomponer algo que resulta fundamen-tal en el proceso de cambio –y por tanto, como venimos manteniendo, de los patrones arquitectónicos- como es la recuperación de lo propio como valor cultural y la rei-vindicación de las formas tradicionales o de elementos en trance de desaparición como válidos estética y funcio-nalmente; y algo más importante aún, la atenuación del desprecio por rasgos que a la generación inmediatamente anterior les parecían insostenibles por su relación con los tiempos de penuria y que ahora empezaban a recobrar valores estéticos y sentimentales. Al fin y al cabo no se trata más que de la superación de los comprensibles pre-

juicios que provoca la miseria. Pese a esa valoración, esta segunda modernización ya no ha seguido los patrones constructivos tradicionales –o al menos no los ha seguido minuciosamente- sino que fundamentalmente ha acabado de consolidar una arquitectura habitacional de calidad en los elementos y en los materiales, pero absolutamente libérrima en las formas.

LA CASA “OBRADA”: SÍMBOLO DE PRESTIGIO Y ÉXITO

Hasta los últimos movimientos de recuperación de cortijos y la generalización de la rehabilitación de viviendas, como resultado del mayor poder adquisitivo general, así como, justo es decirlo, de los esfuerzos y financiación institucionales, se podía hablar de dos grandes diferencias de gran calado antropológico en la tipología de las viviendas en la zona: la casa ‘obrada’ y la ‘no obrada’. La casa obrada es la que ha sido rees-tructurada, a través de una obra de albañilería profunda, y dotada de los servicios modernos (agua corriente, baños, alcantarillado o fosa séptica) y de la estructura tipo de una casa ‘normal’, esto es, entrada distribuidor, pasillos y diseño de zona dormitorios y zona servicios. Sin embargo, casi sin defecto, a las casas se les dota de una cochera/cocina/comedor que es donde normalmen-te se desarrolla la actividad doméstica cotidiana.

Se habla de la casa ‘obrada’ como un hito doméstico, económico, familiar y social incuestionable. Hay claramente un antes y un después de ‘haber obrado’. Este hito de las casas ‘obradas’ arranca de mediados de los setenta, por lo que se podría buscar una correspondencia en España con lo que hemos dado en llamar el momento político de la transición a la democracia. Todos los estratos poblacionales han entendido perfectamente esta reestructuración de las viviendas como un verdadero factor de modernidad, en las conversaciones pueden detectarse frases relativas a ello como “yo ya tengo la casa obrá” o “tiene la casa obrá casi entera”, o por el contrario “no tiene la casa obrá”, O bien cuando se refieren al valor económico “es una casa sin

Escuela rural de las Carrascas.

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD...

129

obrar todavía” y un largísimo etcétera. Por cierto que una de las repercusiones más claras del efecto de las oleadas de ingleses inmigrados a estas zonas es precisamente el hecho de que a ellos no les importe demasiado el antes y el después de la obra, y no sólo eso sino que con fre-cuencia prefieren las que “todavía están sin obrar”. Esta cuestión de la casa ‘obrá’, con la que muy a menudo lo que verdaderamente se medía era una cuestión de prestigio social y de solvencia económica, ha supuesto una vía de escape y un alivio para muchas familias sin posibilidades de obrar; pero no estrictamente por la ayuda económica que pudiera suponer la venta de una propiedad, que además es siempre una cuestión relativa en el sentido en que se ‘recupera’ capital pero evidentemente se ‘pierde’ patrimonio, sino también porque esa venta supone un alivio social puesto que a partir de ahí la preocupación por obrar deja de existir.

La obra nueva ofrece, además de las ventajas indi-cadas, un mayor prestigio social. En el mismo sentido, una casa de aspecto lejano y distinto del autóctono ase-gura el reconocimiento de un mejor gusto arquitectónico que el que conlleva respeto por las formas vernáculas; pues, esa medida significa, en casi todos los casos, su-peración de lo antiguo, mientras que sobre las restaura-ciones y rehabilitaciones siempre sobrevuela la sombra de la sospecha; y de cualquier forma porque, como están las cosas, mejor superación que continuismo.

Las razones culturales son a todas luces más complejas que las de cualquier otro carácter, aunque en principio pueda parecer lo contrario. Y además, todos los motivos culturales no tienen su justificación en las circunstancias históricas, como pudiera desprenderse de lo anteriormente comentado. El gusto arquitectónico y decorativo, personal o colectivo, se atiene como toda conducta a antecedentes históricos, pero en un alto grado de intención, se forja también en parámetros muy personales: la educación recibida, la posibilidad de haber viajado, la herencia (tangible y emocional), la recepción de la culturalidad… Un motivo claro de la forja

de los gustos colectivos viene dado por cómo una comu-nidad –aunque sea exclusivamente en el orden político administrativo- proyecta el status de sus ciudadanos.

No es extraño, pues, que este desolador panorama histórico haya imprimido un carácter agrio y despectivo a la percepción y valoración de aquellos referentes asociados a la pobreza y a la mala vida, que curiosa-mente vienen hoy a coincidir con los más solicitados y aclamados elementos de la cultura popular y con los más valorados rasgos etnológicos, al menos en declaración de buenas intenciones de política social. Esta puede ser la clave para entender esa especial desconsideración que con respecto al patrimonio etnológico se produce en la Comarca y en casi todo el Sureste. En general, casi todos están dispuestos a derribar y construir nueva estructura antes que a rehabilitar y mucho menos a restaurar. Y, en ello, no sólo influyen razones económi-cas, sino fundamentalmente éstas de tipo cultural que hemos señalado.

Las razones económicas son claras, hoy tiene un coste mucho menor demoler obra vieja y edificar es-tructura totalmente nueva que cualquier otra técnica que conlleve la conservación de elementos arquitectónicos u ornamentales originales. De manera que, en la mayoría de los casos, la opción se presenta con claridad meridiana, derruir y construir obra nueva, con lo cual se cumplen los dos requisitos principales: superación de rasgos relacio-nados con la pobreza y ventaja económica.

¿PALIAR EL DETERIORO?: “LOS INGLESES”

Estamos asistiendo en estos últimos años a un nuevo y tímido rebrote en la atención prestada a los cortijos, algunas iniciativas han venido a paliar y en cierta forma a frenar el más que preocupante proceso de abandono; se están restaurando algunos e incluso se edifican de nueva planta, eso sí, con desigual acier-to según nuestro punto de vista. Ello se debe, por un lado, el estado de bonanza económica general hace

Cortijo tradicional rehabilitado (dere-cha); moderna vivienda (izquierda).

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

130

recuperar la idea del cortijo como segunda, en muchos casos tercera, residencia y se vuelve a apreciar el cortijo como un elemento significativo de calidad de vida; bien es verdad que casi la práctica totalidad de los cortijos existentes han mejorado en lo que a servicios se refiere, la luz de energía solar está instalada en todos aquellos en los que la eléctrica era del todo inviable, se han equipado los pozos con bombas de extracción de agua, la construcción de fosas sépticas ya no es un problema irresoluble, etc. Por otro lado, los programas europeos de nivelación económica regional –los PRODER, LEA-DER y otros- han invertido mucho en restauración de cortijos y viviendas para ser ofertadas en los circuitos del llamado turismo de interior, cultural o rural. Y por último, la llegada masiva de ingleses –y, en menor nú-mero, de ciudadanos de otras nacionalidades- que han elegido nuestra Comarca como residencia ha impulsado la reparación y rehabilitación de las casas de campo y de otras construcciones no destinadas en principio a la vivienda; este fenómeno se ha producido en una doble dirección, los cortijos que reparan los dueños nativos para ponerlos a la venta y los que rehabilitan los propios ingleses una vez que han adquirido la propiedad.

La llegada de los ingleses, como se ha dicho, desplie-ga una serie compleja de pequeños rasgos contradictorios, como en cada contacto cultural masivo. Una de esas contradicciones más evidentes tiene mucho que ver con los inmuebles, partiendo del hecho de que quizá la única variable que puede argumentarse como característica de este fenómeno inmigratorio es que antes de nada se produce la compra de una propiedad, desde una buena casa a un simple cortijo pasando por un mísero corral. La constante principal es la adquisición de algo que esté o que estuvo construido. Antes de que se produjera el des-madre de inmobiliarias, es decir, antes de que aparecieran como hongos en todos los rincones de nuestros pueblos, sembrando la amenaza, real, de estafas y otras especu-laciones, y de que éstas se hicieran poco a poco con el control del pequeño monopolio, los ingleses compraban

directamente a los propietarios y ello propiciaba un amago de leyenda que todavía perdura. A los ingleses parecía no importarles la falta elemental de instalaciones y servicios, la luz eléctrica o el agua corriente como mínimo. Compra-ban desierto puro y casi desolación poblacional. Extrañaba mucho en esos primeros escarceos que aquellos europeos ricos prefirieran una tenada en ruinas en un paraje árido y despoblado que una buena casa de construcción reciente en el centro del pueblo, pero así era.

Los ingleses arreglan la casa, como dicen aquí, “con capricho”, y por supuesto poniendo ellos en la mayoría de los casos mucho trabajo personal. Eso no quiere decir que no se cometan algunos pequeños desmanes, sobre todo en elementos patrimoniales muy valiosos sentimentalmente para nosotros y que para ellos carecen de importancia. Aunque, dicha sea la verdad, por nuestra parte se ha mostrado siempre mucha dejadez e indiferencia por esos elementos. La primera característica que puede esgrimirse casi como una constante en la restauración de las recién adquiridas casas o cortijos, es la recuperación de las cámaras. Éstas (se llama así al piso superior de la casa o el cortijo) son casi siempre grandes espacios exentos y sin trabas de división de tabiques, todo lo más las troces u otros compartimentos para el grano y demás productos de la cosecha. Suelen ser, por eso, muy espaciosas, con techo abuhardillado y pocas ventanas, instaladas éstas en un nivel muy próximo al suelo, todo lo que al final da a esas estancias un aspecto muy sugestivo. Curiosamente son muy pocos los, digamos nativos, que se han lanzado a una bue-na recuperación de las cámaras. Impera más bien el sentido práctico: “con lo que me cuesta arreglar las cámaras, hago una buena obra con viguería nueva y subo los techos...”. Claro, hay que tener en cuenta que la cámara siempre tiene viguería de madera –ten-dríamos que decir, de palos- y suelo de revoltones de yeso más o menos refinado, lo mismo que el tejado que la cubre.

Casa moderna (izquierda) y tradicional (derecha)

DEL CORTIJO A LA CASA DE CAMPO. CULTURA TRADICIONAL Y “FALSA” MODERNIDAD...

131

A grandes rasgos, los ingleses suelen ser muy respetuosos con los elementos arquitectónicos tra-dicionales, aunque la disposición y decoración de la casa por dentro sigue siendo bastante diferente de la vernácula. Puede señalarse que ponen en práctica la máxima utilidad de todos los espacios de la casa –como hemos señalado en el caso de la cámara-, algo que en nuestra zona no se producía generalmente. Es decir, ponen mucha atención en la recuperación de espacios para un nuevo uso, espacios que tradicionalmente ha-bían sido considerados como ensanches de la casa sin mayor utilización o valor añadido. Además de las amplias cámaras de las casas y cortijos, las partes ocupadas por troces u otros dispositivos hoy inservibles, los habitá-culos de marraneras, los huecos de escalera, etc., han sido reciclados con mayor aprovechamiento por estos nuevos habitantes de la Comarca.

Suelen respetar la fisonomía arquitectónica exterior, incluso -siempre que se trate de inmuebles rurales- se recrean y conservan con gusto las cons-trucciones menores del cortijo, esto es, las pequeñas construcciones que hasta no hace mucho sirvieron de marraneras, gallinero y cuadras, espacios necesarios en el pasado que han devenido ahora elementos decorativos. Cuidan con esmero el aspecto original externo, conservando elementos que a los oriundos suelen pasar desapercibidos o a los que éstos dan poca o ninguna importancia. Este proceder –valorar aspectos patrimoniales que los naturales no hacen- es algo muy común en las aproximaciones culturales, en las que individuos procedentes de otras tradiciones se integran en otra que les da cobijo. Así, los elemen-tos que pasan desapercibidos a los oriundos de una

cultura, debido a que éstos forman parte de la rutina cotidiana y su uso se restringe a operaciones muy co-munes y corrientes, cuando no porque, como muchas veces se ha dicho, están asociadas a trabajos ingra-tos, a incomodidades y a obligaciones ineludibles, son enormemente valorados como de gran nivel estético y de valor etnológico por los que han desembarcado en ese contexto cultural, que para ellos es nuevo. Por el contrario, el interior de las viviendas adquiri-das por estos nuevos residentes, tanto en contextos rurales como urbanos, es en la mayoría de los casos radicalmente reformado. Los habitáculos interiores se adaptan al estilo de vida y a las necesidades de los nuevos llegados, y como es lógico también a sus propios estilos arquitectónicos y decorativos.

De modo que, la llegada de los ingleses no sólo ha trastocado el valor económico de los inmuebles y pe-queñas parcelas y el sentido emocional de la propie-dad, sino que también, y en igualdad de importancia, ha supuesto una puesta a prueba de preconcepciones y prejuicios culturales, un espejo de imaginarios y un laboratorio formidable de maneras distintas de ver la vida puestas en contacto. Cabe matizar, no obstante, que todos los casos no se basan en adquisición de cortijos o casas antiguas, sino que se da en un muy considerable número la de casas de nueva planta, en cuyo caso no es pertinente hablar de rehabilitación. Pero, entonces, el problema se genera en la compra-venta de inmuebles y en esa colateralidad perniciosa que es la especulación del suelo y de los precios, así como en el desbordamiento de lo razonable en estos fenómenos de mercado en forma de impactos contra el paisaje.

Cortijo de la Monja (Vélez Rubio) antes y después de la restauración.

GARCÍA JIMÉNEZ, Modesto

132

Horno de “El Gordo”, en Chirivel.

“El sistema poblacional degenera hacia uno de los modelos más nefastos: la dispersión sin concierto de chalets, casas, naves, granjas, casetas, cortijos, embalses de agua, movimiento de tierras, canteras, etc, abrumadoramente espesa e intensiva. Es un nefasto modelo urbano que tenemos muy próximo y al que, en algunas zonas, nos acercamos más que peligrosamente, el del campo de Puerto Lumbreras y Lorca. Se trata de una dispersión intensa de construc-ciones que ahoga el paisaje, lo hace agobiante a la vista, por no hablar de los inconvenientes urbanísticos que causa y los enormes gastos que provoca en la administración local a la hora de garantizar servicios urbanos a esos habitantes. El modelo es insostenible. Pero lamenta-blemente, además, incontrolado”.

“Los principales aliados del desorden urbano, que cunde en determinadas zonas muy apreciadas por su cercanía a los cascos urbanos o las vías de comunicación, son, por este orden: la falta de previsión, de normativa y asesoramiento de las administraciones, la despreo-cupación y poca valoración de lo cultural propio de los promotores; la irrupción de gustos y estéticas consumistas; y, finalmente, el desprecio manifiesto de parte de la ciudadanía por el orden institucional. Todas ellas son razones que nadan en las aguas inciertas de los gustos personales y de la subjetividad”.

“Además de haber llegado tarde y precipitadamente en la planificación de estrategias edu-cativas constructivas y creativas a la hora de abordar la percepción patrimonial, y haber asistido a esta especie de debacle economista o, simplemente, rentabilista, en virtud de la cual sólo se considera el patrimonio cuando es capaz de ser convertido en un recurso de generación de riqueza, ha venido a engrosar una impresión, que ya es toda una certeza: nuestras jóvenes generaciones han aprendido exclusivamente una idea rentabilista del tratamiento patrimonial, la que nosotros les hemos trasmitido. Esa idea ha arraigado con tamaña fuerza en la sociedad que resulta muy fácil poner hoy en la picota de enemigos del desarrollo a todos aquellos que muestran su preocupación por el deterioro de los bienes culturales propios. Y es urgente con-jurar este equívoco y esta degradación”.