Post on 04-Feb-2016
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“DESEOS DE NAVIDAD”
(H)
Furuichi despertó sobresaltado,
sospechando que, una vez más,
Alaindelon intentaba escabullirse
dentro de su cama, con el pretexto
de darle consuelo durante una
pesadilla.
Incorporándose, notó la ausencia del
demonio y la presencia de un
extraño baúl; sobre éste, se
encontraba una nota.
Furuichi se acercó para tomar la
nota y poder leerla:
“Estratega Furuichi: No se
preocupe, mi Señor Rey Demonio, ha
enviado regalo navideño para bebé
Beel, entregar a Hilda. Señor Rey
Demonio ha solicitado mi presencia.
Espero no demorar demasiado”
El chico de plateados cabellos
estuvo contemplando el baúl por un
buen rato.
-Si claro, cuando tengo que cargar
con algo que se ve tan pesado, ese
maldito demonio desaparece.
Arrastrando el baúl hasta la entrada
de su casa, se dio cuenta de que era
mucho más pesado de lo que había
imaginado. Y así, refunfuñando y
maldiciendo, se dirigió a la casa de
Oga, remolcando el dichoso baúl.
*****
Una semana antes…
Hilda, nacida demonio y sirviente, en
el Mundo de los Demonios. Ella se
consideraba afortunada de ser la
nodriza de bebé Beel. La madre de
Beelzebub la había elegido por
sobre las demás, para encargarse de
su hijo, si ella no estaba con él.
Hilda fue sirviente de bebé Beel,
desde antes de que naciera el
futuro Rey Demonio. Hasta hace
poco, ella se consideraba sólo un
sirviente más; sin embargo, al paso
del tiempo, llegó a comprender que
más que un sirviente, era la madre
sustituta del pequeño demonio
En este momento se encontraba
sentada sobre sus piernas,
vislumbrando entre las penumbras el
perfil apacible de Oga, a quien muy a
su pesar, comenzaba a tener
respeto y quizás una pizca de
admiración.
Su amo dormía sosegadamente al
lado del chico, que, por azares del
destino, ahora era su padre.
Hilda no lograba comprender el tipo
de conexión que se había creado
entre ambos, porque aunque el
humano Oga siempre dijera que
quería deshacerse de bebé Beel,
seguía luchando por él. Y si era
sincera consigo misma, su amo
parecía estar desarrollando una
especie de sentimiento por Oga.
Al ser ella un demonio-sirviente, su
prioridad era satisfacer hasta el
más mínimo capricho de su amo;
resguardar su seguridad, aún a
costa de su propia existencia, y
asegurarse que bebé Beel creciera y
obtuviera el poder necesario para
destruir la tierra. Su lealtad y
devoción, no conocían límites
En ese momento, la demonio pensaba
en algo que la tenía molesta desde
hacía tiempo.
Por más que se esforzara, no
lograba entender las emociones
humanas, como la atracción que ella
misma despertaba en Furuichi, o el
supuesto amor que la humana
llamada Aoi, ocultaba tan mal del
distraído Oga.
Se preguntaba qué tendría de
especial aquel humano, que incitaba
sentimientos tan fuertes y
confusos.
Estaba dispuesta a encontrar la
respuesta, estudiaría cada uno de
sus movimientos, decisiones,
comentarios. Ya que vivía con él,
podía observarlo sin perjuicio
alguno.
En su primer día de estudio hacia el
humano Oga, Hilda encontró que
realmente podía tener una infinita
paciencia, pues sin importar las
constantes rabietas y por ende,
electrocutadas de Beel a Oga, el
humano seguía ejerciendo de padre
del pequeño demonio, y no sólo eso,
sino que hablaba con el pequeño,
dando consejos para que bebé Beel
fuera… más maduro, por así decirlo.
Los enemigos de Oga parecían
reproducirse de la nada, si no era
uno, llegaba otro. Y Oga todas y
cada una de las veces, había estado
ahí, para luchar por ellos. O
simplemente por él mismo, pero
nunca se dejaba intimidar.
Torpe, problemático sin querer, un
ser humano que veía la vida de
forma simple y sencilla, sin ninguna
clase de complicaciones. Hilda sentía
una burbuja subir y bajar por su
pecho cuando Oga hacía gala de lo
despistado que era, al no reconocer
en la chica del parque y la guardería,
a la decidida y fuerte Aoi.
Alaindelon, comentó a Hilda que esa
burbuja que sentía en el pecho, era
sólo lo que los humanos llamaban
risa.
Aunque Hilda nunca demostraba lo
que estaba pensando, su mente
giraba en torno al chico que ella en
un principio creyó indigno de ser el
padre de bebé Beel.
La rubia sentía cierta energía
negativa cunado Aoi se encontraba
cerca. Alaindelon explicó,
nuevamente, que era porque la chica
de cabellera oscura sentía unos
intensos celos de ella.
Aunque la hermana de Oga había
tratado de explicar varias cosas
terrenales a Hilda, la demonio
realmente no sentía curiosidad,
salvo por todo lo referente a Oga.
En los días que Hilda llevaba
analizando el comportamiento del
chico, comenzaba a experimentar
algo un tanto desconocido para ella,
un extraño calorcillo en el estómago
cuando lo miraba dormir. Un
cosquilleo en el cuerpo cuando sus
miradas se encontraban. Lo que
incomodaba a la demonio de forma
extraordinaria.
Ella había nacido sólo para servir,
punto. Definitivamente estaba fuera
de toda consideración que ella
empezara a notar ciertas reacciones
humanas en su comportamiento.
Como cuando Oga interrumpió
ciertas vacaciones del pobre
Furuichi sólo para estar con él y
burlarse de su expresión al ver que
no tenía más remedio que
aguantarse.
En esa ocasión Hilda no comprendió
al padre sustituto de su amo y
señor, pero ahora que ya lo conocía
un poco mejor, sabía que Oga era
como otro niño, al que le gustaba
cumplir sus caprichos sin
justificación alguna. Pero también
sabía que era un chico que estaba
muy solo, ya que a parte de Furuichi
y ahora Aoi, no frecuentaba a nadie
más.
Y esa otra revelación que tuvo de sí
misma cuando bebé Beel se
empecinaba en jugar con Kota, el
pequeño hermano de Aoi, que por
alguna bizarra razón, se convertía
poco a poco en el compañero de
juegos preferido de bebé Beel.
Esa vez Hilda se dedicó a aguzar los
sentidos, sobre todo en lo referente
a las reacciones que demostraba la
humana Aoi en torno a Oga. Hilda
percibió cada sonrojo en las tersas
mejillas de Aoi, el desconcierto en
su mirada cuando confundía las
palabras de Oga; y sobre todo, el
brillo en la mirada de la chica,
cuando ésta contemplaba
embelesada a Oga, sin que el joven
se diera cuenta.
Hilda supo que algo había cambiado
en su interior cuando una extraña
punzada atravesó su pecho,
cortando la respiración de la rubia,
en una dolorosa forma. Hilda supo
exactamente qué sentimiento se
estaba haciendo presente, sin tener
que consultar a Alaindelon.
Desde ese momento, Hilda dio por
terminado el escrutinio al que había
sometido a Oga durante la semana
previa al día de Navidad.
Ahora su mayor preocupación, había
decidido, era saber cuál era el
deseo más preciado de su joven amo
y señor, como presente para
navidad.
*****
En el Mundo de los Demonios, se
encontraba el Gran Rey Demonio
haciendo una rabieta porque uno de
sus sirvientes, sin querer, le había
ganado en un videojuego.
Oga, bebé Beel, Furuichi e Hilda,
sintieron un leve temblor de tierra,
sin embargo siguieron en sus
asuntos al no sentir nada más.
*****
Día actual.
Furuichi arribó a la casa de Oga
totalmente extenuado. Hilda no
perdió de vista el baúl que halaba el
chico a duras penas. Se sorprendió
un poco al reconocerlo como llegado
del Mundo de los Demonios. Tras la
explicación de Furuichi y leer la nota
dejada por el demonio
interdimensional; Hilda supo
exactamente de qué artefacto se
trataba esta vez.
Era ‘El Cofre de los Deseos
Incógnitos’, algo sumamente
poderoso, por lo que no debería caer
en manos equivocadas…
Y entonces ahí estaba Hilda, en una
escena más que bochornosa para
ella. Seguramente el idiota de
Furuichi acababa de abrir el cofre y
el resultado era aquella situación.
Hilda sabía que cualquier humano
que levantara la tapa del cofre y
dejara ambas manos en ella, sería
trasladado a un universo alterno
donde viviría sus deseos más
profundos e insospechados, o quizás
no tanto. Lo que tranquilizaba a la
rubia era que sólo los demonios
podían recordar el haber
participado en algo así. Los humanos
lo olvidaban en cuanto terminaba.
Así que, ahora Hilda tenía puesto un
uniforme de maid, mucho más corto
que el usual, más entallado… y con un
escote demasiado generoso.
Realizando la Ceremonia del Té,
como toda una profesional. Hilda
fulminaba a Furuichi con la mirada,
pero con una actitud servicial
atendía a su señor Furuichi.
Sabía que no había nada que ella
pudiera hacer, esa magia era
milenaria. El cofre lo había creado el
Primer Gran Señor Rey Demonio
como regalo para su esposa e hijos;
y así fue pasando de generación en
generación.
-Eres hermosa- escuchó la voz de
Furuichi en un vano intento por
hacerla parecer seductora.
-No diga eso, mi señor- contestó una
ruborizada Hilda, con la vista baja;
mientras en su mente se deleitaba
con la imagen de Furuichi volando a
través de la ventana gracias a una
patada que ella le había propinado.
-Acércate pequeña Hilda, quiero
conocerte mejor- pronunció el chico.
Hilda pudo observar un brillo en los
ojos de Furuichi que no
pronosticaban nada bueno, por lo
menos para ella.
Sintió cuando Furuichi se puso de
pie y comenzó a acercarse…
Entonces la escena cambió.
La rubia y ya muy molesta Hilda, se
vio a sí misma en el parque, donde
también se encontraba Oga… y un
poco más retirada, se podía ver la
menuda figura de Aoi.
Esto seguramente era obra de Oga,
que tomando el cofre de manos de
Furuichi, había dejado ambas manos
en la tapa. Sin duda aquel chico era
peor que Furuichi.
Sin embargo ella no sentía que fuera
Oga el que estuviera recreando
aquello.
-Lo ves, Oga, te dije que no era tan
fuerte como quiere hacernos creer.
Ni tan linda- muy bien,
definitivamente era Aoi la que había
quitado a Furuichi del cofre.
Fue entonces que la demonio captó
lo que sucedía realmente.
Ella se encontraba en el piso, atada
de manos y piernas, amordazada, y
por lo que podía sentir, doblegada y
golpeada a más no poder. Pero Hilda
sabía que aquello no era todo lo que
la humana Aoi deseaba. Estaba
segura que los golpes no habían sido
hechos para producir daño, sino para
otro fin. Neutralizarla.
Aoi comenzó a caminar hacia Oga,
que esperaba como idiota sentado
en una banca; mirando a Aoi como si
fuese la criatura más extraordinaria
de todo el universo.
La chica pretendía que su andar
fuera sexy, para gusto de Hilda,
quedaba sólo en eso, pretensión. Se
preguntaba qué estaría haciendo Aoi
en casa de Oga.
En el momento que Aoi acercaba sus
labios a los de Oga, la demonio sólo
pedía poder cerrar los ojos. Sin
embargo, era Aoi quien llevaba la de
ganar.
La rubia quería regresar a la escena
con Furuichi.
Y entonces se rompió. Hilda se
encontraba de nuevo en la casa con
sus amigos que la miraban
extrañados.
-¿Te sientes bien Hilda? Estás como
ausente- Furuichi quería demostrar
a Hilda su preocupación por ella.
-Sí, no toquen eso- Hilda se acercó
al cofre, al mismo tiempo que Oga.
La habitación estaba decorada
simple, pisos de madera, ventanas
translúcidas, y una silla. Parecía que
había más muebles, objetos, tapices,
pero lo que realmente destacaba y
acaparaba la visión de Hilda, era la
silla. Entrecerrando los ojos, pudo
reconocerla, era la vieja silla que
siempre estaba empolvada en el
rincón más alejado del comedor. Por
más que la sacudieran, siempre
volvía a llenarse de polvo, como si
esa cosa lo produjera.
Hilda estaba confundida, podía
moverse, hacer lo que quisiera. ¿Eso
era porque ella estaba recreando su
deseo, cierto?
Entonces, cuál era ese deseo; se
preguntaba la demonio.
Oga apareció caminando hacia ella, e
igual de confundido. Parecía buscar
algo, o a alguien. Fue entonces que
Hilda reparó en la ausencia de bebé
Beel.
Quizás estaba equivocada y era
realmente Oga quien proyectaba la
escena. Oga siempre trataba de
pasar a alguien más a su amo.
-¿Qué significa esto, dónde está
bebé Beel?- Oga interrogó
directamente a Hilda.
-No lo sé- la chica se sorprendió al
expresar exactamente lo que estaba
pensando.
Así que era ella quien proyectaba
aquello, sólo que no le importaba que
Oga se comportara igual que
siempre; de hecho así era como a
ella le… gustaba. No quería cambiar
nada en él. Por fin admitía que el
estar con Oga, había cambiado su
punto de vista sobre los humanos, y
sobre todo, de él mismo.
Siempre se preguntaba qué nueva
sorpresa traería consigo.
Oga se situó frente a ella.
Hilda dirigió la mirada a la silla, fue
un vistazo fugaz, pero no pudo
ocultarlo de Oga; quien volvió el
rostro hacia el mueble, y, con una
sonrisa ladeada acompañada de una
ceja levantada, regresó a sostener
la mirada del demonio femenino.
-¿En serio?- preguntó en tono
burlón.
Si, ese era el Oga que Hilda conocía,
no necesitaba ni quería otro.
El chico avanzó lentamente, dejando
ver cada uno de sus felinos
movimientos, y se sentó en la silla.
Se veía relajado, pero en espera de
algo.
Hilda suspiró, la decisión estaba
tomada.
Se acercó a Oga, un paso tras otro,
sin movimientos estúpidos, sin
querer fingir lo que no era.
Paró cuando sus piernas se tocaron.
Oga seguía con la sonrisa ladeada en
los labios, como si realmente no le
interesase lo que estaba pasando.
Sin embargo, sus dilatadas pupilas lo
ponían en evidencia.
Hilda se sentó en el regazo de Oga,
recargando sus manos en el
poderoso pecho del chico, que ahora
subía y bajaba a un ritmo mucho más
rápido.
La chica acercó su rostro al de Oga,
rozando apenas sus labios; sintió
como un latigazo de electricidad
recorriendo su cuerpo, logrando que
todos sus sentidos se pusieran
alerta, pero no por advertir peligro,
no por ponerse a la defensiva. Esta
vez era algo que Hilda jamás había
experimentado.
Las manos de Oga tomaron sus
caderas, mientras exhalaba un
suspiro en sus labios.
-No sé si es un sueño o una maldita
pesadilla- susurró Oga en la
garganta de Hilda, mientras la
recorría con los labios una y otra
vez, sin hacer nada más.
Hilda quería retrasar lo que sería su
primer beso… pero se preguntaba si
sería igual para Oga.
-Nunca imaginé que esto pasara con
un demonio- al parecer, sí.
Eso fue suficiente para Hilda, desde
ese momento sólo se dejó llevar.
Sentía las fuertes manos de Oga en
su espalda, acercando más y más su
cuerpo al de él. De alguna forma los
broches de su traje cedían uno a uno
ante los torpes y apresurados dedos
de Oga. Después de todo, sólo era
un chico, no un amante
experimentado.
Hilda sintió temblar las manos de
Oga cuando al fin, pudieron recorrer
su espalda, titubearon al
encontrarse con el mayor obstáculo
de todo chico en su primera vez.
Hilda sonrió ante los intentos
fallidos de Oga, y de pronto, su
sostén simplemente, se esfumó. Oga
soltó un suspiro de alivio.
Las caderas de Hilda comenzaban a
mecerse al ritmo que marcaban las
manos de Oga. El frente del traje
de Hilda resbalaba poco a poco,
dejando al descubierto una deliciosa
vista para Oga, que no tardó nada en
dirigirse al nacimiento de los pechos
de Hilda. Respirando su aroma,
dejando a la calidez de aquel sitio
propagarse por su cara y luego por
todo su cuerpo. Llegando por fin a
donde él esperaba.
-¿Qué pasa, soy mucho para ti?-
quiso provocarlo Hilda.
-Tú tienes la culpa, me oprimes y te
mueves para donde no es- contestó
enfadado y avergonzado Oga.
Hilda movió las caderas en forma
circular, obteniendo un respingo de
Oga como respuesta.
-¿Así es cómo me muevo mal?-
repuso la rubia, repitiendo el
movimiento.
Esta vez Oga, la tomó más firme de
las caderas, y él levantó un poco su
pelvis, para que Hilda pudiera sentir
lo que estaba provocando. Y la chica
lo sintió.
Hilda tomó el rostro de Oga entre
sus manos. Ahora era ella quien
llevaba la iniciativa. El primer roce
la había tomado por sorpresa, pero
ahora sabía qué esperar.
Volvió a acariciar los labios del chico
con los suyos, una y otra vez,
recorriéndolos en su totalidad con
cada roce. Pasó la punta de su lengua
por aquellos labios, dejándolos
brillantes y totalmente excitantes.
Oga movía las caderas en forma
apresurada, y un tanto brusca, así
que Hilda decidió establecer el
ritmo que a ella le agradaba. Ni muy
lento, ni muy rápido, ni muy fuerte,
ni muy suave. Oga entendió después
de varios intentos de regresar a
tomar el control. Dejándose llevar
por la cadencia del vaivén de Hilda.
Hilda sentía la angustia creciendo en
el chico, quizás por nervios, quizás
por no saber exactamente de qué
forma actuar. Tomó las manos de
Oga en las suyas y las llevó a sus
generosos pechos. Permitiendo que
exploraran a su gusto.
-¡Auch, no pellizques!- Hilda dio un
pequeño tirón al cabello de Oga.
Aprovechando el jalón a su cabello,
Oga acercó su boca un poco más a la
de Hilda, y entonces, se besaron.
Por primera vez para uno, por
primera vez para el otro.
No fue un beso tierno, que pedía
permiso, simplemente era el beso
perfecto para los dos.
La boca de Hilda quemaba la de Oga,
pero al chico parecía no importarle.
Se recorrían, ansiosamente al
principio, con mayor calma después.
Hilda ya no sabía si existía o no, en
ese momento sentía que flotaba en
algún plano, conocido o desconocido,
daba igual.
Sus lenguas se buscaban, se
encontraban, reconocían,
acariciaban. La primera vez que se
enredaron Hilda sintió que Oga
llegaba a su garganta, pero después
todo fue bien. Ambos aprendían uno
del otro. O quizás los dos al mismo
tiempo.
Hilda sabía que tenía que hacer algo,
siendo la primera vez de Oga…y
siendo este un humano…
Con pesar dejó su boca, y comenzó
descender por el pecho del chico,
chupando, lamiendo, mordisqueando
cada parte de aquel cuerpo.
Las ropas de ambos hacía tiempo
que se habían esfumado, por
innecesarias, tal vez. Así que nada
estorbaba el recorrido de la boca de
Hilda. Se detuvo un momento en el
ombligo de Oga, a juguetear con su
lengua en él. Provocando cosquillas al
joven.
Continuó su camino en descenso,
hasta llegar a aquel trozo
palpitante. Sin pensarlo, lo tomó en
sus manos y lo introdujo en su boca.
La explosión la tomó por sorpresa,
pero más el grito de Oga.
El chico manoteaba, respiraba
agitadamente, tomaba la cabeza de
Hilda, para luego volver a soltarla.
Trataba de contener los gruñidos,
pero era imposible. Sus convulsiones
y sacudidas iban menguando poco a
poco, gotas de sudor resbalaban por
su frente, pecho y cuello. Un hilillo
de saliva dejaba su rastro en el
mentón del chico.
Hilda se excitó aún más al verlo tan
vulnerable ante ella, indefenso, tan…
bellamente humano.
La respiración de Oga se restableció
al fin.
-E-eso fue, no sé qué fue, pero se
sintió mucho mejor que derrotar a
todos los idiotas juntos.
Hilda sonrió ante las palabras de
Oga. Se posicionó de nuevo sobre las
piernas de Oga, pero esta vez fue el
chico el que comenzó a besarla
primero.
No podían parar, era como si no
existiera un principio, ni un fin.
Manos, boca, piel, lengua, saliva,
todo era válido. Hilda sabía que
ahora Oga conocía el camino y lo
dejaba guiar.
Sabía que necesitaría una mínima
ayuda para estar listo de nuevo. No
quería apresurar las cosas, así que
se tomó su tiempo.
Hilda fue bajando una de sus manos
lentamente, acariciando, explorando,
hasta llegar al lugar que ansiaba.
Tomó el miembro viril del chico, que
aun permanecías en reposo, y lo
frotó suave, pero firme, varias
veces. Cuando sintió que el mini Oga
palpitaba, tratando de volver a la
vida, lo soltó por un momento. Y con
mano diestra (después de todo ella
era un demonio, poco era lo que no
sabía, aunque nunca lo hubiese
experimentado), dirigió uno de sus
dedos hacia el orificio posterior del
chico, sin llegar por completo a él.
Lo que realmente tranquilizó a Oga,
que se había puesto sumamente
tenso.
Hilda pasaba y repasaba esa zona de
unión, entre la base del miembro de
Oga y el inicio de aquel lugar que al
chico tanto alteraba. Era un masaje
sumamente erótico, ya que las
sensaciones que producía en Oga,
eran transmitidas por este a Hilda,
vía caricias y besos, quejidos y
jadeos.
Hilda regresó a hacerse cargo del
pequeño Oga, sonriendo al sentir que
su esfuerzo estaba plenamente
recompensado, y al parecer, con
creces.
La lengua de Oga se entretenía en
los pezones de Hilda, la chica
suspiraba y gemía a más no poder.
Sus cuerpos comenzaron a temblar
sus bocas se buscaban sin tregua.
Hilda sintió la forma en que una
mano de Oga dirigió su miembro a la
intimidad de ella.
-Espera, ¿debo usar protección? Con
bebé Beel tengo por el momento-
Los ojos de Oga estaban encendidos
por el deseo, sin embargo Hilda
podía leer real preocupación en
ellos.
Oga mismo se dio la respuesta.
-Oh bien, esto es un sueño, no creo
que sea necesario- y diciendo esto,
entró en el cuerpo de Hilda.
-¡Arrgggh! Se supone que es a ti a
quien debe doler, no a mí- se quejó
el chico
Hilda no tenía idea de si dolería o
no, después de todo, ella no era
humana. Deseo experimentar todo, y
entonces un agudo dolor recorrió su
bajo vientre. Tan intenso que mordió
a Oga en el hombro.
-Lo lamento- expresó Oga, entre
serio, entre en broma, pero con
mucho jactancia.
Hilda comenzó a moverse poco a
poco en cuanto el dolor se convirtió
en ardor y luego en nada. Las
caricias eran lentas y rápidas,
suaves y fuertes, expertas y torpes.
Hilda apoyó los pies en el piso y
comenzó a impulsarse, arriba y
abajo, sólo un poco las primeras
veces, más largo el movimiento
conforme iba sintiendo su cuerpo
inundado de sensaciones
desconocidas hasta ahora para ella.
Sintió que algo se aproximaba, el
cosquilleo eléctrico de su cuerpo,
estaba avisando.
Las manos de Oga recorrían su
espalda, jugaban con sus pezones,
acariciaban su rostro.
Entonces llegó, oleadas de placer
azotaban el cuerpo inexperto de
Hilda, era como si esas olas, la
revolcaran una y otra vez, llegando
más fuerte en cada embestida.
No sabía si estaba respirado,
cayendo o volando, era nada y todo,
placer y dolor. Felicidad.
El cuerpo de Hilda se arqueaba y
encogía, quejidos suaves salían de
sus labios. Oga contemplaba el
hermoso rostro de la demonio y
entonces él también tuvo, una vez
más, su liberación.
Hilda apenas sintió cuando Oga llegó
al éxtasis total, pero reunió fuerza
suficiente para besarlo. Oga mordió
su labio, pero no le importó. Sentía
que su cuerpo era moldeable, ligero,
sin soporte alguno. Sintió cuando la
cabeza de Oga cayó sobre su
hombro, jadeando.
Permanecieron así, un instante, un
momento, o una eternidad, Hilda
nunca lo supo. Sólo estaba segura
que nunca olvidaría eso que estaba
viviendo con Oga. Quizás el vivir
entre humanos la había vuelto frágil
ante ese estúpido sentimiento que
los humanos llamaban amor.
Oga acariciaba su espalda, apenas
tocando su piel con la punta de los
dedos.
Hilda levantó el rostro, para
encontrarse con la mirada de Oga,
medio divertida, medio confundida.
-Esto es sólo un sueño, verdad. No
ha pasado realmente, ¿o sí?-
preguntó Oga con voz ronca –Porque
si es verdad, si esto es real,
entonces tengo que decirte que…
yo… yo…
Y ahí estaban en la sala de la casa
de Oga, con Furuichi electrocutado
y un bebé Beel, de ojos llorosos.
Hilda no veía a Aoi por ningún lado.
Tal vez prefirió retirarse.
Hilda sintió la mirada de Oga, que la
analizaba desde el otro extremo del
cofre.
-No toquen el cofre, es un regalo
muy importante para bebé Beel. Es
un legado de la familia real del
Mundo de los Demonios.
Bebé Beel, se acercó al cofre, y
sostenido por Hilda observó dentro
de este. Al ser él un demonio, no
tenía que tocarlo, como sucedió con
Hilda. El sólo hecho de estar junto a
él, era suficiente. Además de que en
los demonios de sangre real, el
resultado era diferente. En su caso,
no eran transportados a ningún lado,
ni había proyecciones de ningún tipo.
Simplemente se acercaban al cofre
y lo que deseaban, salía de éste.
Así que en un instante, la casa de
Oga estuvo llena.
Furuichi, Aoi, Kota, Alaindelon,
Lamia, los padres y la hermana de
Oga, fueron emergiendo poco a poco
del cofre. Todos con simpáticos
gorros navideños. Por último, el gato
amigo y aprendiz de bebé Beel.
La casa se llenó de risas y una que
otra descarga, Hilda, sin pensar en
lo que hacía, se dirigió
distraídamente a la silla que siempre
estaba abandonada en el fondo del
comedor, esa que parecía fábrica de
polvo.
-Lo siento, desde ahora reclamo
este asiento como de mi propiedad-
era Oga el que hablaba, dirigiendo
una sexy pero divertida mirada a la
chica demonio.
*****
Hilda contemplaba esa noche a Oga
mientras dormía, no estaba segura
de que el chico supiera lo que había
pasado, pero no preguntaría. ¿Acaso
fue el deseo de él, o el de ambos?;
en todo caso, Oga era humano, no
debería recordar nada. O quizás la
conexión con bebé Beel, era tan
fuerte, que el cofre lo tomó como un
demonio.
De pronto la escena cambió. Hilda
pudo contemplar a Alaindelon
tratando de escabullirse en la cama
de Furuichi, ante la aceptación del
chico.
Hilda suspiró, sabía que el demonio
interdimensional había abierto el
cofre, y estaba considerando dejar
que se divirtiera un rato.
-Por qué estoy en tu deseo- dijo
Hilda simplemente.
-Quizás quiero que me detengas-
contestó el demonio
interdimensional.
-Deja de jugar y ve a dormir.
Hilda regresó a contemplar el rostro
apacible de Oga, mientras el chico
dormía.
FIN