Post on 25-Jan-2016
Después de comulgar debería haber un tiempo de reposo, un tiempo de meditación o de hablar con el huésped divino que ha venido a visitarnos. También en la misa hay tiempos de silencio y éste es el principal. La misa de suyo es una reunión para hablar todos juntos con Dios;
pero también hay algunos tiempos, dos o tres, para hablar cada uno en particular con Dios.
Esto del tiempo de silencio dependerá mucho de la clase de asamblea que sea. Si la misa es “de niños” quizá apenas convenga. Si la misa es por radio, no suele ser bueno el pleno silencio.
Otra cosa es en TV donde, aunque haya silencio, hay imágenes.
Cuando hay silencio, puede ir acompañado por música. Si es canto, que sea meditativo. Pero mejor es música instrumental. Puede ayudar. El silencio puede ser bueno por todos, aunque sólo hayan comulgado de forma espiritual.
Al principio de ese silencio, el celebrante, o el diácono que ayuda, limpia los vasos sagrados para que no queden partecitas donde también está el cuerpo de Cristo. Antes del Vat. II había varias oraciones prescritas que debía decir mientras tanto el celebrante.
Ahora sólo queda la principal cuando
todos se pongan de
pie.
Mientras estamos en silencio, o mejor dicho hablando a solas con Jesús, podemos aprovechar para pedirle por muchas cosas necesarias para nosotros, para nuestras familias, para la sociedad.
Y le debemos
dar gracias por esa
maravilla de haberle recibido
en la comunión.
Y debemos recordar que los hebreos daban gracias a Dios porque les daba a comer el maná que ellos creían venía desde el cielo; pero nosotros comemos un pan mucho más especial, un pan lleno de bendición, que es el mismo Jesucristo.
Automático
Es el pan que
da la vida,
comida celestial
sacramento de amor y de unidad.
Tomad y
bebed, esta es
mi sangre.
Tomad y
comed, yo soy vuestro
pan.
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Mejor antes de levantarse para que sea en momento de calma. Y ya se ponen de pie para la última oración.
Después del silencio y mejor antes de levantarse, si es la misa en una parroquia y en domingo, se pueden dar los avisos pertinentes para la semana.
Esta oración se llama “postcomunión” o “después de la comunión”. Es de las tres importantes que el celebrante recita en nombre del pueblo. Las otras dos son la “colecta” y la del final del ofertorio.
Esta última es para pedir que todos los sentimientos que hemos tenido, los unamos y que los frutos de la comunión no sean sólo para ese momento sino para toda la vida.
Esta última oración tiene verdadero sentido si son muchos o la mayoría los que han comulgado. A veces se dice con tristeza porque no tiene sentido hablar de “nosotros los que hemos recibido a Jesucristo” en misas donde han sido muy pocos relativamente los comulgantes.
Muy diferente de cuando son muchos y esa frase se puede decir con entusiasmo.
Y viene ya el rito final, que es la bendición y la despedida. El celebrante bendice a la asamblea en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Si el celebrante
es sólo sacerdote, hace una
cruz; si es obispo,
hace tres cruces.
Los fieles responden “Amén”. Pero la bendición, cuando el día tiene cierta solemnidad, o cuando le parezca al celebrante, no consiste sólo en esa fórmula sencilla, sino que hay otras fórmulas precedentes, que suelen ser tres,
en que se van exponiendo ciertas bendiciones que deseamos nos dé Dios y a las que los fieles van respondiendo “amén”.
A veces se puede dar otro tipo de bendición, como es el repetir la fórmula que Dios enseñó a Moisés: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor”. Era la fórmula preferida por san Francisco de asís.
A veces individualizada
en alguna ceremonia particular.
Y termina la misa con la despedida: “Podéis ir en paz”. Si hay diácono, lo dice él. A lo que se responde: “Demos gracias a Dios”. A veces se hace con palabras parecidas. Es una despedida, pero al mismo tiempo es un envío y una misión.
La respuesta de los fieles indica una respuesta positiva al envío: Vamos a cumplir con el compromiso: a ser hijos de Dios y realizar algo de lo que hemos aprendido aquí en la santa Misa.
Si se dice “podéis ir en paz” (o “ite, misa est”) quiere decir que la misa ya ha terminado y casi no tiene sentido un canto final, cuando ya la misa se ha terminado. Ese canto de recoger el sentido principal de la misa o de envío debería ser antes del “podéis ir en paz”.
Claro que puede haber un canto de alegría mientras va saliendo el celebrante.
Cuando se va a marchar, el celebrante besa con reverencia el altar. Es su despedida particular a Jesucristo, representado en el altar. Cuando llegó, había besado el altar como saludo particular a Jesucristo. Si está allí el sagrario, también hace una genuflexión o inclinación profunda como acto de adoración. Y se retira.
Si hemos vivido bien la misa, todos nos retiramos con alegría y con deseos de ser apóstoles del Señor. Porque debemos saber que la misa no consiste sólo en el tiempo que estamos en el templo, la misa debe tener vivencia en nuestra vida, en nuestro actuar, en el trabajo de cada día.
Es decir, que la misa no
termina en la iglesia, sino
que en la vida normal
la empezamos
a vivir.
La misa no
termina aquí en
la iglesia.
Automático
Ahora la empezamos
a vivir.
Porque en la vida cada día recordaremos lo que aquí
Ahora la empezamos
a vivir.
Hacer CLICK
Después de la misa podemos hacer tres cosas: recordar, renovar y actuar. Recordar lo que hemos realizado: Al principio nos hemos purificado, luego hemos suplicado a Dios para que nos hable y le hemos escuchado. Luego, con el ofertorio, nos hemos ofrecido al señor.
Y como Cristo se ha sacrificado
por nosotros, también
nosotros nos unimos a su
sacrificio.
Y si Cristo se ha sacrificado, es para que nosotros podamos recibirle y podamos estar estrechamente con Él. De una manera material unos pocos minutos; pero de una manera espiritual quiere permanecer en nuestro corazón, de modo que su presencia y amor crezca más.
Pero también debemos renovar esa vivencia: renovar el ofrecimiento que hemos hecho a Jesús por medio del Espíritu Santo. Ese ofrecimiento puede ser renovado en el ofrecimiento de cada mañana. Y también uniéndonos en el ofrecimiento de todas las misas que se celebran continuamente en la Iglesia.
Y luego actuar. Si la misa la hemos vivido bien, debe continuar en nuestro actuar de cada día. Debe prolongar su actuación en nuestro vivir como hijos de Dios. Y también preparar con esperanza la misa siguiente. Cuando la preparamos bien, la misa tiene un gran camino realizado.
Sólo así la misa puede ser el centro de nuestra vida. Y sólo viviendo en este espíritu, nuestra vida será como una misa. Si vivimos la misa así, nuestra vida cambiaría y cambiaría la vida en la Iglesia.
Para ello lo que hemos
visto y oído, lo
vivido ante el altar lo tenemos
que llevar a nuestros
hermanos.
Automático
a todos nuestros hermanos lo
tenemos que llevar.
Lo que hemos visto y oído,
profetas y misioneros,
Lo que hemos visto y oído, lo vivido ante el altar,
a todos nuestros hermanos lo tenemos que llevar.
Lo que hemos visto y oído, lo vivido ante el altar.
Con la Madre
AMÉN