Post on 03-Oct-2018
Erase una vez, un
duendecillo llamado
Don Molón, que se
encargaba de devolver a
todos los niños la
ilusión.
Don Molón vivía en una
pequeña aldea llamada
Duendilandia, donde
todos los habitantes eran
muy felices, incluso
después de pasar la
infancia.
A pesar de ser muy
feliz, él sabía que esto no
era siempre así, pues en
muchas naciones y en
muchos de estos rincones,
siempre había un lugar donde
algún niño no dejaba de
llorar.
Este era el caso de
Carla, una niña de 6
años, que a pesar de sus
ganas de disfrutar,
estaba aburrida de vivir
en el país de la
tranquilidad.
Ella siempre tenía ganas
de jugar, pero sus
habitantes se pasaban
todo el día relajados en
el sofá.
Una noche Don Molón
decidió colarse en su
habitación, para devolverle
la felicidad y enseñarle a
disfrutar.
-Toc toc- llamó a la puerta
del cuarto.
Pero Carla estaba tan
profundamente dormida y
relajada que no escucho
nada. Entonces Don Molón
decidió entrar pasito a
pasito, muy despacito, y sin
hacer ruido y acercarse a su
oído.
-Caaarlaa, Caarlaaa -
susurró Don Molón.
De repente Carla asustada
gritó:
-¡¡Socorro socorro!!
-Shhh shhh- dijo Don
Molón- Tranquilidad, no te
voy a dañar, solo vengo a
devolverte la felicidad.
- Quisiera yo saber cómo
eso va a suceder- curioseó
Carla.
- Sube a mi tren mágico y te
lo mostraré.
-¡¡¡Chuuuuchuuuu!!!-dijo el tren. –
Súbete a mi vagón y canta con
nosotros esta canción:
Súbete al tren de la risa, ja, ja
Súbete al barco del vapor, po, po
Súbete al tren de la fantasía
Súbete al tren del amor.
Que hace chucu,
Que hace chaca,
Que hace chucu, chucu, chucu,
chaca, chucu
Que hace chaca,
Que hace chucu,
Que hace chaca, chaca, chaca, chucu,
chaca.
Entonces Carla decidió subirse
al tren con Don Molón y
descubrir a que se refería con
aquello de devolverle la ilusión.
El pequeño duendecillo fue
mostrándole los diferentes países
del mundo, haciendo paradas en
los de sentimientos más
profundos. Quería que
descubriera que había países
peores, pero que también lo
había mejores.
Y que de todos aprendería
mucho.
La primera parada fue en el país
de la tristeza, que no se diferenciaba
mucho del de la pereza.
Pero Carla solo consiguió ponerse
peor, al ver a todos los niños
llorar y escucharlos lamentar:
“La melancolía es una tristeza, un deseo sin dolor,
La tristeza mira hacia atrás, la preocupación a su alrededor.”
Luego en el país del
aburrimiento, ese fastidioso
sentimiento, del cual
tampoco sacó mucho provecho.
O al menos eso pensó ella, al
ver también a todos sus
habitantes siempre bajo sus
techos.
Lo mismo sucedió con del
miedo, donde los toreros no se
atrevían a salir al ruedo.
Y por último, se detuvieron en el país de la alegría,
donde todos los habitantes sonreían,
cantando y bailando sin cesar ni un solo día. En este país,
los más pequeños repetían:
“El reír con energía y disfrutar de cada día,
Es escuchar de manera continua la misma melodía.”
A lo que Carla dijo:
-¡¡Ya lo tengo, ya lo tengo!!
Para poder ser feliz y acabar
con la tranquilidad, solo
necesito a la gente de sus casas
sacar, quitarles el miedo a
fracasar y así con la tristeza
acabar. Y para terminar, poner
algo de música y color para
que todos vivamos felices y
llenos de amor.
-¡¡Eres muy lista Carla!! Con solo
unos cuantos países observar, la receta
mágica acabas de descifrar.
Volvamos a casa a descansar, pues
mañana un día importante será.
-Sí, deseando estoy de regresar y a todos
mis amigos esta alegría dar.
- Pero antes algo debes prometer - dijo el
duende. Prométeme que con los
habitantes la receta mágica compartirás,
pero de Chuuchuli y Don Molón nada
dirás.
- Prometo que nada diré y el secreto
guardaré.
Al día siguiente, Carla contó a todos los habitantes del pueblo la fórmula secreta de la
felicidad, sin saber si lo ocurrido la noche anterior fue fantasía o realidad.
Lo que sí ocurría de verdad, era que su país desbordaba ilusión y felicidad y todos juntos
se pusieron a cantar:
Si eres feliz y lo sabes, ¡aplaudid!
Si eres feliz y lo sabes, ¡aplaudid!
Si eres feliz y lo sabes no te quedes con las ganas,
Ven conmigo y vamos a aplaudir.
Si eres feliz y lo sabes, ¡zapatea!
Si eres feliz y lo sabes, ¡zapatea!
Si eres feliz y lo sabes no te quedes con las ganas,
Ven conmigo y vamos a zapatear.
Si eres feliz y lo sabes, ¡a reír!
Si eres feliz y lo sabes, ¡a reír!
Si eres feliz y lo sabes no te quedes con las ganas,
Ven conmigo y vamos a reír.
Si eres feliz y lo sabes no te quedes con las ganas,
Ven conmigo y riamos otra vez.
Y así fue como Don Molón,
una vez más la ilusión devolvió.
De nuevo en su tren se montó y
entre las nubes desapareció, pues
en cualquier otro lugar, a más
niños debía ayudar.
“Y colorín colorado este cuento se ha acabado
y por la chimenea se ha escapado.”