Post on 01-Apr-2016
description
CC OO SS CC YY LLS A L A M A N C A
Conservatorio Superior de Música de Castilla y León (COSCYL) Salamanca
EL CANTAR DE LA MÚSICA
De cómo afrontar un final inacabado: El arte de la fuga BWV 1080
Alumno: David Centenera Morate
Trabajo de Fin de Carrera para optar al Grado Superior de la Especialidad de Piano
Salamanca, 13 de Junio de 2014
Fecha de entrega: 13 de Junio de 2014
DEDICATORIAS
Con todo mi amor, a las personas que sean capaces de acabar lo que tengo que decir,
aunque, a su pesar, la vida para mí, no tenga fin.
AGRADECIMIENTOS
La música me hace reír, me hace llorar, ¡me hace feliz!.
La música es maravillosa al igual que cualquier otro lenguaje.
La música ha cambiado partes de mí y la amo por ello,
me ha dado lo que creí que nadie más me daría: amor, amor por la humanidad.
Trataré pues, que este amor se refleje en mí
para, ¡música mía!, poder de alguna forma devolvértelo.
¡Oh!¡Mi amapola alada!, ¡mi dulce y bella flor!
Plantaste una semilla en mí, pero, ¿realmente fuiste tú?
Ahora veo con claridad que en cierto modo sí y en otro no.
Fueron personas generosas, de corazones que irradiaban pureza. Tú, mi querida música naces de
ellas y ellas crecen contigo y gracias a ti. Si algo tengo que agradecer en vida es a todas las personas
que plantaron esa semilla en mí y que siguen regando con su amor. Gracias..., gracias.
RESUMEN
El tema principal de este trabajo será la decisión que habrá de tomar un intérprete (en este caso,
yo, el autor) al intentar dar un final a una obra inacabada como es el Arte de la fuga de J.S. Bach. Se
abordarán las diversas posibilidades existentes y se justificará el porqué de la decisión final, si es
que, después de todo, la hay.
El aspecto más importante de este trabajo es, para mí, como en casi todo lo que hago, hacer
pensar y que esos pensamientos puedan dar lugar a cambiar el mundo.
Palabras clave: música, El arte de la fuga, obras inacabadas, Bach, interpretación, improvisación,
composición.
ABSTRACT
The main subject of this thesis is the decision the soloist (in this case me, the author) will have to
make trying to finish an unfinished work, specifically J.S. Bach The Art of Fugue. All available
possibilities will be tackled and the final decission will be justified if there is one after all.
The most important aspect of this thesis is, for me, like in almost everything I do, make people
think and that those thougths could help to change the world.
Keywords: music, The art of fugue, unfinished works, Bach, performance, improvisation,
composition.
TABLA DE CONTENIDOS
1. Introducción............................................................................1
2. Introducción segunda..............................................................7
3. Capítulo 1................................................................................9
4. Capítulo 2................................................................................12
5. Capítulo 3................................................................................14
6. Capítulo 4................................................................................18
7. Capítulo 5................................................................................19
8. Capítulo 6................................................................................22
9. Capítulo 7................................................................................27
10. Capítulo 8................................................................................30
11. Capítulo 9................................................................................33
12. Capítulo 10..............................................................................34
13. Capítulo 11..............................................................................37
14. Capítulo 12..............................................................................41
15. Capítulo 13..............................................................................44
16. Capítulo 14..............................................................................49
17. Capítulo 15..............................................................................54
18. Capítulo 16..............................................................................56
19. Capítulo 17..............................................................................61
20. Capítulo 18..............................................................................64
21. Capítulo 19 (referencia a los anexos I y II).............................68
22. Capítulo 20..............................................................................83
23. Conclusiones...........................................................................86
24. Segundas conclusiones............................................................95
25. El final.....................................................................................97
26. Bibliografía..............................................................................99
27. Anexo I: Primer final
28. Anexo II: Tercer final
INTRODUCCIÓN
Para empezar este trabajo, me planteé la posibilidad de hacer un comienzo similar al
de una obra musical. Muchas obras comienzan con una llamada de atención, algo
impresionante que te atrae desde el primer momento ya sea esto un matiz de “forte” en
contraste con uno posterior de “piano”, un acorde disonante en el contexto que sea (el
caso es que disuene), un ritmo llamativo, un salto melódico desgarradoramente
expresivo u otras infinitas opciones. Pues bien, he aquí mi “portentoso” comienzo:
Me permito, con toda la osadía de la que sería capaz de reunir en 10 vidas, hacer
unas ínfimas críticas (que en la medida de lo posible serán constructivas) al resultado de
los esfuerzos por los que las personas que han redactado las “bases” para el
planteamiento de una tesina en un conservatorio de música son, a mi modo de ver (quizá
tenga que ir al oftalmólogo...), erróneas. Antes quiero dejar claro que en ningún
momento busco ofender a nadie y si aun así lo hiciera, expreso mis más sinceras
disculpas, puesto que lo que busco, si es que alguna vez he buscado algo, es tratar de
hacer ver que no existe una sola opción para cada cosa que se haga en la vida y que
quizá lo que diga en estas humildes líneas pueda provocar un cambio (por pequeño que
sea) en el devenir de la historia... Aunque, ante todo, como ya he dicho, lo que planeo
con este fantasioso acorde es captar toda la atención posible de las personas que se
dignen concederme el favor de seguir leyendo y por supuesto, que no os sorprenda el
encontrar más acordes como éste a lo largo de esta historia, aunque por otra parte espero
que sí os acabe sorprendiendo puesto que esa es su función.
Empecemos a derribar el muro de granito que tan fervientemente se ha rejuntado con
plastilina: Una extensión determinada (40-100 páginas en el caso que nos ocupa)
siempre (bueno, no siempre en realidad, pero he de hacer que mi acorde parezca lo más
firme posible al ser ejecutado) me ha parecido absurdo en cualquier trabajo a realizar. Si
yo me pusiese en el lugar del examinador y tuviese que valorar decenas de trabajos (o
tesina o como sea que tenga que denominar lo que para mí es una forma más de
expresarme, de reflexionar y de hacer arte humano) cuánto agradecería que dichos
trabajos fuesen de 10 o 20 hojas; 5 sería el paraíso. Pero, ¿por qué no podemos soñar
con el paraíso si éste está perfectamente estructurado y genera y desarrolla una idea con
igual genialidad? Imaginad que en esas 5 hojas escribió Bach el secreto de cómo crear
1
unos temas de fuga perfectos (si es que realmente la perfección existe. A mi modo de
ver la perfección existe dentro de la imperfecta humanidad y su temible forma de
pensar). Pero ¿y si en vez de 5 hojas fuesen 200? ¿quién no lo leería igualmente de entre
todos ustedes incluso varias veces hasta sabérselas de memoria?
Es cierto que yo jamás lo haría (adoro contradecirme), pero no por razones derivadas
del aburrimiento por leer 200 hojas, sino por miedo al saber: ¿quién haría una fuga
después sabiendo que no habría habido esfuerzo en ello? Nadie lo valoraría, aunque, por
otro lado, si fuese música ¿quién no dejaría de hacerlo?.
Con esto trato de, más que demostrar, hacer creer que no hay desperdicio alguno de
tiempo en leer una o mil hojas si éstas dan un placer tan grande que te consume el alma,
es más, creo que todos estos trabajos debieran publicarse poniendo en la revista del
conservatorio los títulos de los trabajos con un breve resumen y colgarlos en la página
web del conservatorio además de la ya existente copia destinada a la biblioteca. Todo
ello sería una motivación más para el alumno en vez de simplemente querer obtener una
buena calificación, pero sobre todo sería un modo gratificante de hacer fluir
pensamientos y conocimientos en una vorágine de placer.
De todas formas, sigamos golpeando con la bola de demolición el duro muro de
granito: ¡¿interlineado 1,5?! Letra del 12???!!! ¡A que cosas hemos llegado! Comprendo
que haya reglas y límites para quien los necesite, pero ¿y quién no los necesite, es más,
que le puedan hacer daño? Espero se me permita detenerme en este punto un poco
(aunque sólo sea para escuchar la resonancia de mi bien querido acorde) que a mi juicio
es de vital importancia.
El sistema de enseñanza en la vida que nos ha tocado vivir es pésimo, y cada vez se
tiende a buscar más opciones para ver cómo podría ser aún peor. Está claro ¡no somos
iguales! Pero el sistema tiende a coger la lijadora y a pasárnosla por encima (espero que
no por un sitio que yo me se, aunque ¡quién sabe!) para que una vez pulida la mesa, ésta
sirva mejor para sus propósitos de esclavitud. Cada persona tiene sus picos, sus
asperezas, determinadas rugosidades que hacen que un ser humano se diferencie de otro
aunque en esencia sean lo mismo (¡ups! pues va a resultar que sí somos
iguales...hmm...nah, sólo existen diversos grados de igualdad, al igual que ocurre con
casi todas las frases categóricas que claman que sólo existe una opción). La enseñanza
debería promover estas diferencias, potenciarlas en la medida de lo posible y no decirle
2
al alumno que no puede aprender tan rápido y que se tiene que frenar porque el resto de
sus compañeros no puedan seguir su ritmo. Ésto no significa hacer diferencia entre
tontos y listos, idiota sería el que pensase tal cosa, (o al menos sería idiota por ese
instante) ya que un tonto es alguien que hace muchos actos tontos y un listo alguien que
los hace en menor medida, por lo que a menudo se tornarán los papeles y el listo se
convertirá en tonto tanto como el tonto será el ser más listo del universo, simplemente
hay que promover las tonterías de todos nosotros (pues si alguien no se ha dado cuenta
todavía, la humanidad al completo es tonta de capirote). El sistema pone trabas a este
tipo de enseñanza pero en mano de los profesores está el modo de luchar contra esos
impedimentos y transformarlos en algo que repercuta a su favor; en vez de ello me
encuentro con que vosotros (¡oh, si! Aquí ya no trataré de usar el modo impersonal para
no ofender a nadie) o al menos la mayoría (bueno, odio usar generalizaciones puesto
que hacen parecer que la minoría no existe, aunque en mano vuestra está saber si
pertenecéis a esa minoría o no) la mayoría, repito, pone trabas vibrando en consonancia
con el sistema contra el cual tendría que luchar. La forma en que lo hacéis, voluntaria o
involuntariamente o porque os hayáis tenido que rendir al sistema o por simple
impotencia, es la siguiente:
Volviendo a la letra, interlineado y demás cosas sin importancia aparente, lo que se
suele enseñar a los artistas (y por ende a los músicos) es que hay que intentar ser
creativos pero, ¡demonios! si quitáis esa posibilidad ¿en qué nos deja eso? Se pueden
hacer dibujos manuales, adornos, escribir por los laterales, arrugar las hojas, variar el
tamaño de las letras de una palabra para resaltar la idea principal o menospreciar la idea
secundaria de una frase, intercalar escritura a máquina con escritura a mano, (¡a mano!
Diréis, ¡pues sí!¡a mano! Hace mucho que el valor de la escritura manual, el
encantamiento de que cada trazo surge como único en cada persona y el placer de sentir
la pluma rasgando el papel se ha perdido ya en el olvido) en fin, que se pueden hacer
miles de cosas, ¡millones quizá!?? ¡¡miles!!! ¡¡¡¡¡MILES!!!!! miles de cosas que con
vuestro maldito muro de bases, reglas y “cuasi” leyes me impedís hacer. Entonces ¿qué
hacer? Sin duda, al realizar este trabajo, dependerá de mí mismo el como burlar el
sistema, ya que al menos las mayúsculas, admiraciones, interrogaciones y por fortuna y
mi más preciado tesoro, la forma de redacción y expresión, no me las habéis robado,
todavía... ¿todavía...?¡Oh!¡madre mía! Pero, ¿qué ven mis ojos?
3
En el segundo párrafo del apartado “cuerpo del trabajo” del reglamento para la
elaboración del trabajo fin de carrera se expone lo siguiente: “se recomienda la
redacción en estilo impersonal”. “Bueno” me dije yo frotándome las manos con malicia
y algo de placer “esto al fin y al cabo no deja de ser una recomendación y como tal
puede hacerse caso omiso de ella ¿verdad?”, pero si se sigue leyendo, uno descubre la
trampa: “aunque se permite el uso de la primera persona del plural, en casos
excepcionales” y uno entonces ha de pensar que las palabras “aunque se permite”
“excepcionalmente” indican que lo anterior era una regla y no una recomendación.
Ante esto sólo profeso mi más sincera admiración por la capacidad que tiene el
lenguaje para convertir el agua en vino (en mi opinión, los escritores son los únicos
dioses capaces de realizar milagros), pero ahora cada vez que vea un poco de agua no
podré menos que dudar si este agua podrá o no emborracharme.
Por fortuna, unas líneas más abajo parece que te dan una salida a este tipo de retórica
consumada al vislumbrar lo siguiente: “permitiéndose la primera persona del singular en
secciones como los agradecimientos o cuando hubiera justificación para ello”. ¡Pues
bien! Yo me aferraré a esta justificación como si de ello dependiera mi libertad de
expresión. Pienso que el modo impersonal quita humanidad a la forma de escribir y no
digamos ya a la forma de hablar. Me explico, yo soy quién escribe, ¡yo soy quien me
explico! no un ser inhumano que SE utiliza para tratar de no herir a nadie con nuestra
forma de hablar, para hacer que todo tenga un aire más profesional, más de un técnico
de laboratorio que realiza una espectrofotometría de absorción molecular. Se podría
pensar incluso que el modo impersonal fuese más modesto, más humilde, más correcto,
más... ¡Ja!¡y un jamón! Ese ente infernalmente inhumano que se hace llamar “se” quizá
lo podría pensar, pero lo que es yo, me rebanaría el pescuezo antes de admitirlo.
A pesar de todo creo que el modo impersonal existe en igualdad de condiciones con
el resto de modos personales o que se le puede dar mayor importancia en determinados
momentos o incluso en la totalidad de un escrito, pero el que algunas personas lo
consideren, o recomienden, o mejor dicho, ¡casi obliguen con frases veladas como el
más idóneo por razones que desconozco! es... en fin, triste.
Ésta era mi justificación como ser humano y aquí viene la que los profesionales
quizá deberían tomar más en cuenta:
El tema de mi trabajo tratará sobre una decisión personal, una elección que habré de
4
tomar como intérprete. ¿Quién la habrá de tomar? Yo, ¡Yoooo! Por lo tanto cuando
considere necesario utilizar el modo acorde a esta justificación (la primera persona del
singular) espero poder hacerlo sin temores. En cuanto a la primera persona del plural, se
dice (me pregunto, ¿quién lo dirá? ésta es sin duda una de las ventajas del modo
impersonal: ocultar la identidad) que se permite en casos excepcionales, pues bien,
cuando haya reglas no dudéis de que abundarán las excepciones, es más, éstas casi
siempre acaban superando en cantidad a las reglas.
Ahora bien, es fácil criticar y no dar opciones para solucionar el problema en
cuestión. Pero por fortuna tenéis ante vosotros a un hombre que tiene la capacidad de
hacer dos cosas a la vez.
La solución es a mi modo de ver, bien simple. Existirían dos modalidades de
trabajos, la primera con todas las bases y reglas que el sistema sea capaz de implantar, la
segunda, la anarquía, el libre albedrío. En esta segunda opción, el aventurado estudiante
tendría que confiar en sí mismo en grado sumo y aceptar el dictamen de los
examinadores sin protesta alguna pues habría sido él el que al tener la opción de elegir
ha escogido un camino que sabía que estaba lleno de zarzas, de adversidades, y si ha
tenido la osadía de recorrerlo será porque o creía que iba bien preparado al llevar un
cortasetos con él o era plenamente ignorante de la poca preparación que tenía en su
haber para hacer frente a dicho camino. Pero, lo importante es que habría tenido la
opción de elegir. Aquí no se nos da ni eso (como en la vida misma, dicho sea de paso) y
me he visto obligado a hacer algo peligroso: caminar por el bordillo de la acera con el
riesgo de que las luces del camión que asoman por el fondo de la carretera me
deslumbren y, al haber perdido el equilibrio en el bordillo, caiga de lleno en el asfalto
para que una rueda me acabe aplastando la cabeza. Es decir, que intentaré caminar bajo
la protección que otorgan la luz de las reglas pero dándolas de sí todo lo posible. Sólo
espero no acabar infringiendo una norma que me deje tener un encuentro con la silla
eléctrica. Por suerte aquí hay posibilidad de renacer unas cuantas veces según tengo
entendido... que esa es otra...
Pero, ¡en fin!, que tampoco quiero dejar el muro sin piedras, ya que mi bonito acorde
sólo contiene unas pocas notas y su sonido se está diluyendo en el olvido, pero quiero
creer que la semilla del sauce (siempre flexible, no lo olvidéis) que he intentado plantar,
puede llegar a romper el muro un día aunque éste sea muy lejano y yo ya no viva para
5
verlo.
Se que es muy difícil que os consiga hacer ver que el agua que vosotros consideráis
que es incolora a toda costa también puede ser blanca (la espuma) o roja (la sangre que
en ella se derrama) pero al fin y al cabo ¿qué es el ser humano sino un necio con
esperanza? Sí, es cierto, soy un necio por querer hacer comprender cosas
incomprensibles y que aunque se llegasen a entender jamás se llevarían a cabo pero no
por ello dejaré alguna vez de intentarlo, al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se
pierde ¡hasta la victoria siempre!
6
INTRODUCCIÓN SEGUNDA
¿Introducción segunda? A falta de otro nombre mejor, sí, puesto que es mi segundo
acorde en potencia el que causará no menos impresión que el primero. Sólo tenéis que
escuchar el comienzo de la tercera sinfonía de Beethoven y lo comprenderéis.
La función de los músicos es intentar hacer música, el cómo y el con qué es
indiferente si se lleva a cabo satisfactoriamente. Ahora bien, si se quiere repetir ese éxito
habrá que archivar en la mente o en el papel el cómo se hizo y con qué medios, o seguir
confiando en la propia intuición, pero nunca debemos olvidar que el hacer música es el
fin, es la idea, es lo importante, no así el medio.
Partiendo de esta base debemos preguntarnos para qué hacemos música ¿debemos? y
¿por qué?
La respuesta es individual, en mi caso para recordar, para olvidar, para sentir placer y
hacer sentir placer o felicidad y sobre todo para cambiar y hacer comprensible ese
cambio. Un cambio que se transforma en crecimiento o atrofiamiento, el caso es hacer
consciente al oyente del cambio y que cambie con el intérprete y con el mundo que le
rodea.
Toda esta acústica cristalización de mi celestial acorde es incomprensiblemente
necesaria por lo que viene...
¿Cómo afrontar siendo intérprete una obra que un compositor deja inacabada? Los
intérpretes deben tomar decisiones y éstas pueden ser mejores o peores de cara al
público, pero ellos (los intérpretes) deben creer en dichas decisiones, y al creer estarán
en lo cierto ya que el público les creerá. Si toman la misma decisión pero no creen con
suficiente entereza, no estarán en lo cierto porque el público no les creerá. Es así como
funcionan las personas, esa es la magia del ser humano (¿la magia de la coacción?) y
por lo tanto del arte, de la música: la magia de un lenguaje, la magia de las palabras. Si
se cree que una decisión es correcta el mundo lo creerá así ¡aunque a los ojos de la
verdad eterna no lo sea!
A pesar de todo y por fortuna la duda es tan buena o más que una certeza o una
creencia. Si un hombre duda y se equivoca porque o aunque haya dudado, las personas
le seguirán creyendo porque eso les convierte en un ser humano al igual que ellos. (Esa
es la magia de la empatía.)
7
Entonces ¿qué hacer ante una obra inconclusa? No sé, lo pensaré, pero si me
equivoco no importa porque yo habré creído con firmeza que en mi duda radica esa
firmeza. (¿Ésta?, la magia de la incertidumbre.)
8
CAPÍTULO 1
Dicho esto ya casi se entrevé el tema de mi trabajo (¡o al menos lo que podría haber
dejado entrever si no me hubieseis obligado a poner un resumen como portada...! pero
obviemos esto ¿si?), pero como en algunas obras musicales, sólo se ve una sombra que
surge poco a poco en una espesa bruma, y a medida que esta sombra se acerca y se
cierne sobre vosotros, os veréis invadidos por el miedo, sentiréis curiosidad, reinará el
terror y al final cuando la sombra se vaya tornando en una silueta más definida y
escuchéis un tema con la celestial claridad de demoníacas trompetas os sumergiréis en
un pozo de orgiástica satisfacción de placer sobre el cual gritaréis y clamaréis
desesperadamente para que llegue el fin. Vuestro fin.
Y, en fin, partiendo de mi principio de que mi fin es hacer música, habrá que elegir
con cuidado de entre todas las opciones que se me ocurran para dar un final a una obra
inconclusa, pero como intérprete habré de elegir. Ahora, entonces, ¿de dónde saco esas
opciones?, sólo veo dos lugares: de mi mente y de la historia. Veamos primero la
historia (puesto que una vez aprendida la historia parece ser que eso te da un mayor
derecho a saltártela y a volver a cometer el mismo error de repetirla) y algunas de las
obras que quedaron inconclusas en ella.
Empiezo sin orden ni concierto puesto que el caos frecuentemente muestra una
belleza que el orden no es capaz de conseguir sin ciertos sacrificios:
Schubert: Sinfonía nº 8 “La inacabada”, bonito nombre para mi trabajo...
Es curioso que a una obra la llamen inacabada cuando a mi juicio está muy
requetebien acabada. La razón es porque tiene 2 movimientos en vez de los 4
“normales”.
Hay diversas teorías sobre ello, desde la que dice que realmente la sinfonía sí está
acabada pero se han perdido los dos últimos movimientos, pasando por la que afirma
que esos dos movimientos se utilizaron para hacer otra música ya que Schubert sabía
que esta sinfonía no se interpretaría en su vida o que simplemente al ser un rasgo
distintivo de Schubert el dejar obras inacabadas por doquier (recordemos o alumbremos
a personas que no tengan recuerdos, que Schubert dejó alrededor de 120 obras
inconclusas), que él considerase como verdaderamente terminada esta obra de arte.
El motivo, la verdad, poco importa para este trabajo así que, dejémoslo estar. Así la
9
ciencia musicológica se podrá dedicar tranquilamente a su labor arqueológica durante
un mayor periodo de tiempo, aunque... hay quien dice... que... (esto es un secreto)... ¡se
han encontrado algunas barras de compás del tercer movimiento!
Lo importante, sin embargo, es saber qué se ha hecho al respecto. Nadie ha tenido la
osadía de implantar los dos movimientos que darían un final a esta obra suponiendo que
se considere inacabada. Siempre se interpretan los dos primeros movimientos al carecer
de material para rehacer los restantes.
Por lo tanto, ya tenemos una solución al problema de que hacer respecto a una obra
inconclusa: dejarla como el compositor la dejó en vida mientras que no se demuestre lo
contrario. Pero este ejemplo no me supone argumentación suficiente si éste puede estar
basado en una falacia como es que realmente no se sabe si está o no está acabada ,
aunque aún así no deja de ser una idea a tomar en cuenta.
Escojamos otra obra, así, al azar, sin pensarlo siquiera: Turandot. Veamos que hace la
historia con esta ópera de Giacomo Puccini.
Turandot, ópera inconclusa por la repentina muerte de su autor, fue terminada por
Franco Alfano y estrenada el 25 de abril de 1926 bajo la batuta de Arturo Toscanini. Y
¿qué hizo monsegnore Toscanini? A mitad del tercer acto, dos compases después de
“Liù poesía” la orquesta cesó de repente de emitir sonidos. Se hizo el silencio en la sala,
los corazones que palpitaban al son de la música se detuvieron en un intento de
venganza por la esclavitud desenfrenada a la que habían estado sometidos hasta ahora,
los paros cardíacos se sucedían con rapidez, uno detrás de otro iban cayendo de las
butacas cual morsas en el agua. Los ojos desorbitados de las personas con la lengua
fuera que luchaban por un poco de aire no podían creer lo que sus cerebros les decían,
las bellas durmientes que disfrutaban de un poco de paz tras su duro trabajo de la tarde
de mirar las musarañas no podían imaginar que aquello les estuviese pasando a ellas y
los que realmente hacían trabajar a sus oídos entaponados para encontrar la forma de
hacer una crítica más punzante que la de sus compañeros no daban crédito a lo que
ocurría: La música había cesado. Arturo, cual rey majestuoso, bajando su cetro de
dominación que daba luz a los cielos, se había vuelto de cara al público y había dicho
“Quil maestro fini” (aquí terminó el maestro).
Sencillamente genial a mi modo de ver. Qué audaz fue Puccini al crear una forma de
acabar con la humanidad de forma súbita aunque ello supusiera que su vida también
10
habría de terminar.
Por supuesto, el resto de interpretaciones “a posteriori” incluyeron el final de Franco
Alfano dando lugar a que por una vez, la historia no se repitiera. ¡Qué lástima! Habría
dado lo que fuera por ser partícipe de un suicidio colectivo a tan alto nivel cuantitativo.
Por cierto, que también hubo otros finales como el de Luciano Berio en 2002, pero esto
ya poco importa... de momento. Vayamos paso a paso.
Aquí vemos descubierta pues la esencia de dejar una obra inacabada tal como la dejó
el compositor en su lecho de muerte porque con Schubert no era el mismo caso aunque
sí disfrutaba de una aparente similitud en la esencia.
¿Cuál es esta esencia en Turandot entonces? Para mí es la impresión que te produce,
esta impresión no daría a la obra un carácter para nada plenamente concluyente, sería
más como dejar una idea que estabas forjando en tu mente a la mitad, o como una frase
o un poema que estaba impreso en un papel el cual ha sido cortado por unas tijeras y se
acaba de repente (os lo habría mostrado más directamente si no me lo hubieseis
impedido hace tiempo ya...pero, vosotros os lo perdéis) o como, a falta de más
ejemplos, un precipicio que aparece en la nada. Esto es algo mágico sin duda y de un
valor característico, distinto, distinto a lo normal de una conclusión. La magia de la
ocultación y la sorpresa.
11
CAPÍTULO 2
Bien, ya hemos descubierto una forma de terminar obras inconclusas. Busquemos
más. Mi intuición me dice que he de hablar ahora de Mozart y su maravilloso Requiem,
aunque como siempre pasa con la intuición no sabes el por qué te lleva por donde te
lleva hasta que de repente te encuentras ahogándote bajo el agua. Pero, hagamos caso de
esta intuición tan sana:
La misa de Requiem en re menor KV 626, fue la última obra en la que Wolfgang
Amadeus Mozart estaba trabajando y, como le sobrevino la muerte en 1791, se convirtió
en otra obra de leyenda para analizar en mi trabajo. En este caso, la conclusión fue
llevada a cabo por Franz Xaver Süssmayr, un discípulo de Mozart, ya que Mozart sólo
consiguió terminar el Introitus, el Kyrie y el Dies Irae al completo. En el resto de la
secuencia, dejó incompletas partes instrumentales, corales y bajos cifrados del bajo y
órgano. Por otro lado dejó algunas anotaciones para su pupilo así como indicaciones
para el Domine Jesu y el Agnus Dei. El Sanctus fue realizado en su totalidad por
Süssmayr y como para el Communio Mozart tampoco había dejado nada, decidió
utilizar música del Introitus y del Kyrie para terminar la obra. El caso es: ¿Mozart lo
habría terminado así? Imposible saberlo e inútil el preguntárselo, lo importante es que,
una forma de terminar una obra es utilizando música de la propia obra intentando
conseguir una coherencia estilística con la época y más importante aún: asegurándote la
fidelidad al compositor muerto, aunque poco le importe ya a él. Yo lo veo como una
forma de componer un tanto carroñera, pero perfectamente válida, igual que ocurre con
todos los animales carroñeros que hacen de ello su principal forma de vida, es más, me
parece correcto desde un punto de vista ético ya que es un acto consecuente a nuestra
forma de vida.
Ahora volvamos a Turandot y veremos que el apoteósico final que hizo Franco
Alfano es igual de carroñero que el final del Requiem realizado por Süssmayr puesto
que termina igualmente con música de Puccini de la misma obra y la música sigue
sintonizando con el resto. Pero Turandot no deja de ser una ópera y ahí los diversos
finales pueden variar muchísimo más y no sólo musicalmente. No hay más que ver y
escuchar el final que hizo Luciano Berio para ver una nueva forma de acabar obras
inconclusas, ya que éste se sale un poco de la habitual forma carroñera que abunda tanto
12
en los finales típicos de las grandes obras. Lo que consigue aquí en mi opinión, sea ésta
o no correcta, es conservar el espíritu de la obra pero a la vez no dejar su propia
personalidad de lado en favor de la de Puccini. Es cierto que también utiliza temas de
Puccini (no podemos sustraernos a nuestra propia naturaleza) pero no de la misma
forma, he ahí la gran diferencia: la forma. Es algo parecido al tema con variaciones, el
tema puede ser de otro, pero la música es tuya aún sintiendo todo el respeto posible por
el tema o la idea o el comienzo que te fue dado. Así cada uno sigue conservando su
propio yo pero ese yo se comparte con otra persona dando una bella muestra de lo que
puede surgir en una relación humana. Esta “forma” es de las más preciosas que pueda
haber en la vida (eso incluye a la música claro) pero también la más difícil de conseguir.
13
CAPÍTULO 3
¡A la mierda! ¡¡A la mierda!! ¡¡¡A la mierda!!! Estoy harto, harto de vosotros, mis
lectores. ¡Harto de mí mismo! No creáis que me he vuelto loco, no. No, no, yo no estoy
loco... esto es... sí, esto es otro acorde sorpresivo de esos, cual reminiscencia vespertina.
Pero todo tiene relación. La tiene, siii, os lo aseguro...
Esto es un sueño que tuve que me pareció magnífico en su momento pero que al estar
ahora fragmentado en mis recuerdos no consigo saber cómo surgió ni por qué. El caso
es que recuerdo perfectamente que era el comienzo del capítulo 3, así que de momento
haré caso a mi sueño y a ver si acaba por tener alguna salida.
Es hora pues de hablar de Mahler y de su décima sinfonía. Me encanta cuando la
gente te pregunta con malicia cuantas sinfonías tiene Mahler y tú no sabes que
responder bien al pensar que puede ser un trampa o que simplemente el que te pregunta
no sabe que Mahler dejo inacabada una décima. Pero, ¿por qué hemos de dudar?, ¿por
qué tenemos miedo a responder? Creo que es un instinto natural, el temor de ser
rechazado y quedarse solo con menos posibilidades de supervivencia. Aún así me gusta
intentar vencer mis temores. Habiendo contado ese sueño, sufro ese riesgo. Sé que se
dijo en las bases para la elaboración del trabajo de fin de carrera “Se empleará un estilo
científico en el planteamiento, redacción y presentación, evitando explicaciones
accesorias, presentaciones efectistas, y abordando claramente el tema de estudio” pero...
no puedo evitarlo. Cuando me vienen sueños, u otros pensamientos involuntarios a la
cabeza, ¿acaso puedo yo decirle a mi mano que pare de escribir? Forma parte de mí. Si
reniego de ello, reniego de mi mismo. En cuanto al estilo científico, definamos estilo y
definamos ciencia, pero como voy a ser yo ¡pobre e ignorante artista! capaz de definir
con validez algo que requeriría un saber científico ¡vaya! Pues, ¿no hacen eso los
realísimos academicistas de la lengua? Quizá la palabra ciencia debiera ser invalidada si
la han hecho unos inválidos... quizá también el lenguaje mismo. A pesar de todo no cabe
duda de que muestro conocimientos obtenidos mediante la observación, el
razonamiento y la experiencia. Así que... vamos con Mahler, que tiene tela marinera:
Mahler componía en 4 fases, primero esbozaba un plan general en 4 pentagramas,
segundo, “rellenaba” ese plan, es decir que concretaba y desarrollaba las distintas voces,
armonizaba las partes y elaboraba el tejido contrapuntístico, especificando un poco más
14
la disposición de los instrumentos, en tercer lugar escribía la partitura completa
orquestada, y por último después de escucharla en vivo, la revisaba entera.
Cuando supe de esto por primera vez, me maravillé y me hizo volver a pensar sobre
algo que intuía pero que no sabía definir qué era. Cuatro pentagramas, cuatro partes.
Fijaos el máximo de voces que Bach usaba en sus obras: cuatro, y digo cuatro porque en
las fugas que tiene para 5 y 6 voces, no están todas sonando ininterrumpidamente. Sólo
son momentos, momentos que el ser humano no es capaz de comprender, pero ¿a quién
no le fascina la incomprensión? Esta incomprensión es maravillosa durante, en función
de la resistencia cerebral y auditiva, un pequeño periodo de tiempo. Si este periodo se
prolonga demasiado, nos sentiremos ultrajados pensando que somos tontos al no haber
sido capaces de comprender lo que se nos presenta con tanto empeño. Esto ya daría pie
a hablar de la música contemporánea pero, por el momento, rehusaré, porque este
capítulo se está empezando a tornar demasiado largo y no quiero ofender a nadie...
En fin, que Mahler sabía de las limitaciones del oído, pero la verdad, a mí, 4 voces ya
me parecen maravillosamente incomprensibles, aunque, Mahler, ya sabía que había
gente como yo y si os fijáis en los manuscritos de la décima sinfonía, la normalidad gira
en torno a tres voces. Ni muy simple, ni muy complejo. Aunque esta sinfonía
proyectada en 5 movimientos si que iba a tener un complejo viaje.
En 1924, Alma, la mujer de Mahler, publicó el facsimil del primer y único
movimiento prácticamente terminado pidiendo a su yerno Ernst Krenek si era viable
terminar el resto de la sinfonía. Krenek con ayuda de otros arregló el primer y el tercer
movimiento. Después Alma intentó buscar la ayuda de Schoenberg y Shostakovich
durante años para hacer un mejor apaño. Éstos se negaron por siempre jamás. He aquí
una interesante resolución por parte de compositores tan afamados. Y he aquí un
pensamiento, ¿un genio puede moralmente estar subordinado a otro genio? ¿o quizá
pensaban que era imposible intentar imitar el estilo de Mahler? Bueno, esto último es lo
que claramente escribió Schoenberg en su libro “El estilo y la idea”. Pero, ¿por qué no
intentarlo?¿sólo porque no somos iguales? Está claro que ni aunque una persona se
dedicara a vivir la vida exactamente como la vivió Mahler incluso atmosféricamente
hablando, jamás acabaría por hacer lo que Mahler hubiera hecho, la genética se
encargaría de ello, aunque es seguro que más de uno no se daría cuenta de que era un
falsificador... perdón, un imitador. Entonces, por qué esforzarse en imitar lo que no
15
puede ser imitado. Y he aquí donde quería llegar, ¿para qué intentar imitar
correctamente cómo se interpretaba una partitura en el pasado? Si lo pensamos, es
absurdo lo que hacemos, mejor dicho, lo que intentamos hacer. Somos falsificadores
que intentamos recrear insatisfactoriamente música del pasado. Eso es lo que somos los
intérpretes. Ah, pero diréis, “¡sí! seremos imitadores de tres al cuarto, pero estos
imitadores ¡hacen música!”. Muy cierto. Eso es lo importante, pero abramos más la
mente. ¿Por qué no coger música del pasado y transformarla en música del presente?
Verdad es, que el músico, al ser un intérprete que vive en el presente, crea música
contemporánea, al menos en la parte que le corresponde a él. Yo digo que se tomen más
libertades del compositor muerto (y del vivo también, puesto que la composición
siempre reposa muerta en el pasado una vez que está terminada), pero que estas
libertades sigan dando lugar a música. Eso es lo importante. La autoría, el individuo, eso
a veces hay que saber dejarlo de lado. Pero lo cortés no debe quitar lo valiente: siempre
será grato escuchar las historias de nuestros abuelos, la música de nuestros antepasados,
aunque estas historias sean contadas por nosotros mismos.
Y... volvamos al pasado. Tras las negativas de Schoenberg y Shostakovich, la décima
de Mahler seguía a medio camino de alcanzar a ver la luz. Por eso en 1960, la BBC
pidió al musicólogo Deryck Cooke que la reconstruyera.
Ahora diremos en qué fase composicional (según el método de trabajo de Mahler)
estaban cada uno de los movimientos.
El primero, en el final, su tercera fase, pues al igual que con la novena sinfonía y la
canción de la tierra, no fue estrenado en vida del compositor y por lo tanto no pudo ser
revisado.
El segundo, en la segunda fase, es decir, con una forma ya claramente definida, ¿pero
qué es un árbol deshojado sin el cálido abrazo de la orquestación?
El tercero, “Purgatorio”, en la tercera fase. El cuarto en la primera fase, esbozado en
4 pentagramas.
Y el quinto, en un principio fue inventado por completo, hasta que la familia de
Mahler ofreció unas hojas que denotaban un estado de primera fase.
Cooke terminó su duro trabajo de reconstrucción y la BBC grabó el duro trabajo de
investigación del musicólogo emitiéndolo en la radio. Bruno Walter, gran amigo de
Mahler y reconocido director de orquesta, ya le había dicho a Alma que destruyese los
16
bosquejos de esa sinfonía por lo que pudiera pasar, y ahora la convenció para que
prohibiese esa reconstrucción y otros trabajos similares. Muerto Walter, Harold Byrns
(otro director de orquesta) convenció a Alma para que escuchase la grabación de la
décima, cosa que al igual que Walter, no había hecho aún. Alma se emociona hasta el
fondo de su nombre. Tras esto, la décima tuvo camino libre para futuras
reconstrucciones tanto de Cooke (pues hizo dos más) como de otros.
Ahora bien, estas reconstrucciones trataban de ser lo más fieles posibles a Mahler.
Pero, ¿qué Mahler? Los seres humanos evolucionan (hacia su destrucción, pienso yo),
por lo tanto ¿estas reconstrucciones tienen en cuenta la posible evolución que habría
sufrido Mahler mientras terminaba esa sinfonía? Los reconstructores, los carroñeros, los
músicos que con su mayor esfuerzo tratan de meterse en la piel de un compositor
muerto, no pueden tener en cuenta este aspecto de la naturaleza. La evolución es
impredecible. Las personas a veces nos esforzamos para recrear un futuro que jamás
podremos saber si habría existido alguna vez. Es otras de las bellas cualidades humanas,
el querer convertirnos en dioses, el querer hacer lo imposible. No se si yo sería capaz de
hacerlo, ya veremos.
17
CAPÍTULO 4
En este capítulo se hará uso del modo impersonal y de todo el estilo científico posible
para así poder descansar un poco del rudo y avasallador lenguaje que el autor ha estado
utilizando hasta la fecha presente. Ahora, se abordará pues, el trabajo compositivo de
Anton Bruckner:
En 1887, Bruckner comienza a escribir su novena sinfonía, la cual reposa durante 4
años mientras hacía revisiones de otras varias de sus sinfonías. Retomado ya el trabajo,
consigue completar tres movimientos y esbozar, del cuarto, 480 compases de los 600
que hubiesen puesto final a la obra. Como no lo consiguió, sugirió que se interpretase su
Te Deum a modo de conclusión. Los editores modificaron este Te Deum según creían
ellos como lo más conveniente, hasta que en 1932 se editó en su versión original. Aún
así, también se han llevado a cabo diversas reconstrucciones del cuarto movimiento. El
caso es que, Bruckner, antes de pedir que acabasen su obra por él (quizá no había mucha
gente que quisiera hacerlo) recomendó como final una obra que se sabía que era en la
totalidad, de su propia manufactura, a pesar de que fue compuesta como obra aparte. Sin
embargo, igual que se suele hacer con las indicaciones de los compositores en sus
partituras, actualmente, se hace caso omiso de ello y la sinfonía se interpreta con sus
tres únicos movimientos terminados.
El porqué de que con unos autores se haga una cosa y con otros otra, o nunca se
acabará por saber, o es que a los autores algo menos reconocidos se les acaba
despreciando inconscientemente. Recuérdese por ejemplo el caso del Requiem de
Mozart que estaba en un estado de gestación bastante primigenio y mírese al pobre
Bruckner, que con la sinfonía a 120 compases de ser concluida, ésta se queda sin
reconstrucción para ser interpretada como parte integrante y con pleno derecho del resto
de la obra.
18
CAPÍTULO 5
¡Ah!¡Por fin vuelvo a ser yo!¡Vivaaaaa! Aunque he de decir que este pequeño
descanso ha sido sumamente gratificante y ahora me siento rejuvenecido y con más
fuerza que nunca para seguir cual huracán Katrina, de aquí a Sebastopol. Tenéis que
pensar que entre capítulo y capítulo pasa una eternidad de tiempo mientras que los voy
componiendo y que parafraseando a Robert Jordan “el tiempo corre, las eras pasan
dejando recuerdos que se convierten en leyenda. La leyenda, herida de muerte, se
difumina, deviene mito, y el mito mismo se ha olvidado antes de que la era que lo vio
nacer retorne de nuevo”. En definitiva, que la historia se repite, y que tras un corto
periodo de estancia en el universo paralelo llamado “Se” yo vuelvo a mi antiguo (pero
aún actual) yo, más feliz que nunca. Alegrémonos por ello y que suenen los campanazos
de mi bien amado Schoenberg:
Moisés y Arón, ese fue su encontronazo con la muerte. O eso es lo que pensé al ver
que Arnold Schoenberg había dejado en sus filas un soldado a medio hacer. He aquí la
influencia de las “schubertiadas”. Pero no seamos injustos con el creador del
dodecafonismo, pues éste solamente dejó inconclusas otras dos obras: Die Jakobsleiter
(un oratorio), y Moderner Psalm para recitante, coros y orquesta; a diferencia de un muy
prolífico Schubert. Además, es sabido, que Schoenberg, después de terminar los dos
primeros actos de su Moisés y Arón entre 1930 y 1932, vivió atormentado hasta su
muerte en 1951 por su impotencia de querer y no poder. Siempre quiso terminar su
ópera. Lo más que consiguió sin embargo, fueron unos tristes 8 compases del tercer y
último acto a pesar de que ya había terminado el libreto al completo.
Ahora, una vez casi terminada la historia de esta ópera, me encuentro con un dilema:
seguir profundizando un poco más tal como tendría lugar en un trabajo de fin de carrera,
o debería pasar página pues aquí ya no queda nada que me interese. Este dilema, el de la
especialización, lleva atormentando a la humanidad durante toda su existencia, ved si no
lo creéis, “Tiempos modernos” de Charles Chaplin. Si queremos sobrevivir en esta
dichosa sociedad, hemos de convertirnos en perfectos cirujanos que sólo se atreven a
quitar y poner corazones, en mecánicos que no hacen más que poner o quitar tuercas, o
en músicos que no se han revolcado nunca en la boñiga de una vaca aunque vivan entre
varias de ellas. Bien, he de admitir, que profundizar en las pequeñas cosas tiene su lado
19
maravilloso, pero hacer de esa pequeña cosa tu único mundo es un error. ¿Qué es eso de
que un pianista no salga de su mutismo cuando le pregunten por las distintas maneras
que tiene un instrumento de cuerda de producir armónicos? ¡Ah!, y diréis, “eso yo si
que lo sé”. “Niño estúpido” diré yo “aún no entiendes lo que he querido decir” ¿qué es
eso de que un pianista, y a la vez, gran virtuoso del violonchelo no sepa improvisar con
ninguno de sus instrumentos? “eso también se hacerlo” dijo el niño. Veo que aún no me
he explicado con suficiente claridad, quizá el niño estúpido sea yo. ¿Qué es eso de que
un pianista, gran virtuoso de los cuatro instrumentos de cuerda frotada, insigne director
de orquesta y además reconocido como uno de los más grandes compositores que haya
podido dar la historia, no sepa que el chorizo no viene de los árboles? Bien, no oigo la
voz del niño, porque como ignorante que es de cientos de materias que aún desconoce,
quizá no haya respondido porque no entiende el final de esa pregunta. Si ha sido por
eso, yo se lo explicaré. Esa ocurrencia todavía no ha tenido lugar en este mundo
(aunque si que he oído ya, algún que otro rumor), pero yo sé que ocurrirá. Una salida a
la granja-escuela no es suficiente; saber que el agua de nuestro fregadero corre por
cañerías, no es suficiente; el comerse una patata, no es suficiente: también deberíamos
saber cómo plantarla. El mundo nunca es suficiente, cuán cierto es esto, pero creo que
habría que sacrificar algo de nuestro preciado tiempo para, al menos, saber distinguir
una mala hierba de otra buena (y ésto no es sólo un símil).
Creo que ha quedado clara la resolución de mi dilema, al escribir sobre algo que
aparentemente no estaba ligado con el tema de este trabajo. Pero este trabajo, es mi
vida, es mi tiempo. ¡Yo soy quién elije el cómo sacrificarlo!
A pesar de todo y porque amo profundamente lo que Schoenberg me ha dado con
ésta obra que es Moisés y Arón, profundizaré un poco más aunque no esté
intrínsecamente relacionado con el tema de este trabajo:
Escuchad la ópera si no lo habéis hecho ya, lo merece. Debería de haber rondando
por el mundo una versión del final del tercer acto por Zoltán Kocsis estrenada por vez
primera en Budapest, en el 2010. Yo no he conseguido escucharla (no me importa
admitir mis pesares) pero los dos primeros actos son más que suficientes. La idea que se
hace patente en la segunda escena del acto I al escuchar a un tenor soñador cantando
como Arón y a un Moisés usando el “sprechgesang” como una realidad hiriente, me
parece fantástica, ya que se relaciona (o se contradice, según se vea) con el texto, en que
20
Moisés quiere transmitir la palabra de Dios en su estado puro, mientras que Arón la
quiere hacer comprensible para el pueblo. Igual de fantástico me parece el comienzo del
segundo acto, pues en un principio pensé que estaba oyendo Bach a pesar del
dodecafonismo del cual está imbuida la obra. Pero no debo seguir por este camino más
tiempo, ya que, además de ser éstas, reflexiones mías que no están adscritas
oficialmente en los libros de análisis, sólo debería centrarme en los finales de las obras
que carecen de dichos finales (¿cómo puede uno fijarse en lo que no existe?). Pasemos
pues, a otra cosa, mariposa.
21
CAPÍTULO 6
La historia se empieza a repetir. Quiero decir, he abordado los finales de Bruckner y
Schoenberg sin encontrar nada distinto en la esencia de los finales que se daban en
Schubert, Mozart, Puccini o Mahler. Quizá debería salirme un poco de esta
especialización a la cual he estado sometiendo mis análisis y ver si otros frentes de la
vida me pueden ayudar en algo. “¡Aberración!” grita el niño, de nombre Lucas. “Pero
he de seguir el camino que he escogido, mi bien querido Lucas”. Hablemos un poco de
esto.
Obras inacabadas o inconclusas hay muchas, no sólo en música, sino en literatura,
pintura, escultura, arquitectura, medicina, matemáticas, ¡la propia biología del ser
humano! y ¿por qué no?, nuestra historia como humanidad, el mundo y el universo en el
cual vivimos. Sin embargo todos están relacionados, como intentaré hacer ver. Muchas
veces pienso que la vida de la humanidad es igual que una sinfonía o una sonata. Éstas
nacen de la nada, pues antes de la música no había nada, se presenta el hombre y la
mujer (los temas), que a menudo van acompañados de uno o varios niños. Éstos viven y
se desarrollan a lo largo de la historia, pero al final siguen siendo ellos mismos, algo
cambiados quizá sí, pero hombre y mujer al fin y al cabo. Al final y por fortuna, la
música cesa, desaparece, igual que le ocurrirá a la humanidad; es inevitable. Tan sólo
quedará la estela de nuestras acciones, igual que tras escuchar la sonata, únicamente
queda el recuerdo de ella. Ahora bien, espero que el recuerdo que deje esta humanidad
nuestra, no sea demasiado perjudicial para el resto del universo. Aunque, aun
habiéndolo hecho tan mal como especie fracasada, siempre podremos servir de ejemplo
para lo que pueda venir después, si es que dejamos algún recuerdo tras nuestra
devastación... Pero no nos pongamos pesimistas, pues si fuésemos pesimistas por
naturaleza, ya no estaríamos aquí. Y a propósito del estar o no aquí, creo que tengo una
concepción algo distinta del término “superhombre” de Nieztche. Para mí, el
superhombre sería aquel que tuviera el valor suficiente para quitarse la vida por lo que
es, por lo que significa ser humano.
“¡Dios! ¡Que se centre en algo ya!” saltó Lucas. Hmm... por una vez, pudiera parecer
que tiene razón, pero sin duda se equivoca al ser corto de vista. Yo, sin embargo, soy
como el halcón peregrino, que pica de aquí y acullá, pero que nunca cesa de
22
alimentarse, pues éste es siempre su único y principal objetivo. Vayamos pues, a por la
presa pequeña y dejemos el premio gordo para las conclusiones.
Estaba diciendo que la literatura, entre otras disciplinas, también tiene obras
inacabadas, pero antes de esto, quizá debiera aclarar la diferencia entre estos términos
que utilizo continuamente: inacabado e inconcluso.
Uno (ahora veréis el verdadero poder del modo impersonal y un buen uso de él,
porque “uno” no siempre es necesariamente el primero) podría referirse a que el literato
o músico aficionado, hubiese muerto habiendo querido terminar su obra pero no
habiendo podido por una u otra causa; o que, habiendo podido terminarla, no hubiese
querido, también por una u otra causa, obteniendo como resultado, una obra
técnicamente “interminada” aunque para su creador, dicho vocablo bien hubiera podido
ser lo contrario.
El otro término podría referirse a que una obra, aún habiendo podido estar
completamente terminada en un momento de la historia, haya sufrido una amputación
en el transcurrir del tiempo, la paz y/o la guerra.
O mejor aún, ambos podrían significar lo mismo, eliminando así tanta tontería
científica...(buscad en el diccionario si queréis ver satisfecha vuestra curiosidad, pues yo
no os daría la solución aunque lo supiera) Entonces, si los dos significasen lo mismo
¿para que iban a existir dos vocablos para una única definición? Variedad. Pero no sólo
variedad sintáctica, también podemos pensar que: inacabado, inconcluso, o incompleto,
¡o no acabado, no terminado, no concluido, y no completo!; pueden tener distintos
grados de cultismo y que el escritor puede hacer uso de esta variedad de recursos para
resaltar más una de estas palabras en un contexto contrario al de su grado cultural, por
ejemplo. O incluso el escritor podría elegir los términos que le pareciesen más vulgares
por la sencilla razón de querer ser entendido por el mayor número posible de personas
salvándose así de la colonización que la comunidad científica quiere llevar a cabo con
infinidad de trabajos que no lee ni Dios...
Cuando decimos que “esta obra inconclusa...” parece darnos un aire de saber lo que
estamos diciendo aunque no tengamos ni pajolera idea de los escupitajos que
barbotamos, que si decimos simple y llanamente “esta obra que no está terminada...”.
También podemos tener en consideración al medio ambiente, usando las frases que sean
de menor longitud para gastar el menor espacio posible de una hoja de papel, pues unas
23
frases resultan ser casi el doble de largas que otras aunque otras puedan ser más
clarificadoras. Por mi parte, soy perezoso por naturaleza, pero también quiero que tanto
sabios como ignorantes (aunque en definitiva sean lo mismo), puedan descifrar todo lo
que digo. Menudo dilema...
Pero de todas formas, y visto lo visto, me importa un bledo todo esto, tanto las
correctas definiciones de las susodichas palabrejas como su maldita utilización. Lo
importante es el fin, no el medio y seguiré utilizando un medio u otro según mejor
convenga a mi resultado literario.
Ahora sí, veamos la literatura inconclusa de Robert Jordan, más concretamente: “La
rueda del tiempo” ya parafraseada tiempo atrás. He aquí una saga de 21 libros (según
qué numeración o divisiones se hagan pero siempre con sus más de 12000 páginas), de
los cuales, los dos últimos estaban inacabados aunque con multitud de anotaciones,
borradores, escenas completas, explicaciones dictadas a la esposa del autor y sus
ayudantes, incluso el final estaba ya determinado por el autor. El encargado de dar
forma a todo ese material fue Brandon Sanderson, y os dejo las palabras del prólogo al
decimonoveno libro “La tormenta” para expresar lo que sentía él al tener que dar fin a
esta magna obra:
“No he intentado imitar el estilo del señor Jordan, sino que he adecuado mi estilo
para que encaje en La Rueda del Tiempo. Mi principal objetivo era ser fiel al estilo de
los personajes. La trama es, en gran parte, de Robert Jordan, aunque muchas palabras
sean mías. Imaginaos este libro como el producto de un director de cine nuevo que
trabaja en algunas escenas de una película, pero conservando el mismo elenco de
actores y el mismo guión.” Más abajo dice: “Mi intención es ser fiel a los deseos y las
anotaciones del señor Jordan; mi integridad como profesional y mi cariño hacia estos
libros no me permitirían hacer menos. A fin de cuentas, dejaré que las palabras aquí
contenidas hablen por si mismas y sean la mejor argumentación de lo que estamos
haciendo.
Este no es mi libro. Es el libro del señor Jordan y, en menor grado, es vuestro libro.
Gracias por leerlo”.
Carroñero, eso es lo que es, pero... ¡menudo carroñero! Si no se hubiese confesado él
mismo como tal, jamás me habría dado cuenta al leerlo. No hay palabras para expresar
el profundo agradecimiento que sentí por el conclusionista nato que es Brandon
24
Sanderson. Si me hubiese quedado sin un final que leer tras merendarme alrededor de
10000 hojas en apenas mes y medio, habría creado un final yo mismo, y por malo que
este fuese me habría sentido mejor como lector, eso casi seguro. No hay nada como
experimentar “entre” tus propias carnes lo que pretendes hacer. Si yo voy y me presento
con el Arte de la fuga de Bach ante un auditorio en el cual hubiese una persona con
similares instintos a los míos, estoy seguro que no saldría vivo tras hora y media de
hacer música. ¡Oh!, pero, ¡¿qué estoy haciendo?! ¿dónde quedaron mis trompetas que
estaban destinadas a la anunciación de mi buen querido tema? He desvelado sin
quererlo los misterios de la vida de este trabajo que intenté mantener tanto tiempo
oculto. Y Lucas dijo: “bueno, ¿y para qué tienes la goma?” Cierto, pero no soy de los
que se avergüenzan de sus actos si estos no tienen pizca de maldad y si aún se puede
sacar algo bueno de ellos. Esto no ocurre con Brahms y con Mahler, que, entre otros
idiotas que siguieron su ejemplo, destruían sus obras de juventud por considerarlas no
aptas para un público que era corto de entendederas. Con esos actos, Brahms y Mahler
no sólo nos insultan, sino que tienen la desfachatez de querer destruir el mundo con sus
ideales de perfección. Ahora explico estas dos acusaciones. Nos insultan porque ellos
piensan que las personas no somos capaces de comprender que hasta de las
equivocaciones se pueden sacar cosas bellas (a veces no hay otro sitio de donde
sacarlas). E incluso si una obra tiene equivocaciones tan fatales que no se pueda sacar
nada bueno de ellas ¡queda todo el resto de la obra, o la interpretación, o de lo que se
quiera, para disfrutar de ello! Y esto tiene que ver con la segunda acusación. Este afán
por la búsqueda de la perfección nos lleva a imaginar a un niño con cuatro dedos en el
pie derecho, ¿acaso va a ser peor persona por su mutación o va a tener mayores
impedimentos que otro al correr? Respecto a esto último, quizá sí, ¿quién sabe? Pero
quizá logre ser campeón del mundo de atletismo por haber visto en su impedimento una
razón más para su propia superación y un bello motivo por el que tener más ganas con
que luchar que cualquier otro. Ahora bien, Brahms y compañía quitaban de la
circulación a estos niños que, estoy seguro de ello, habrían inspirado al mundo mucho
más que una de sus increíbles sinfonías. Les odio por ello, igual que siempre he amado
sus músicas, pero más les odio porque la búsqueda de perfección en música que ellos
representan, es la representación de la inhumanización de las personas y de su
consecuente destrucción. Mirad si no cómo se duchan las personas a diario, ¡a veces
25
incluso dos veces!, intentando borrar todo efluvio que represente su humanidad, esto es:
el sudor. Mirad cómo se peinan, con que cuidado elijen su ropa u otros adornos, todo
para llegar a su propia concepción de la perfección y la belleza. ¡Ellos mismos se están
cortando el dedo del pie al querer desprenderse de su humanidad! ¡Malditos seáis
Brahms y Malher, pues un día, alguien, después de haberse perfeccionado y
deshumanizado todo lo posible, empezará a perfeccionar lo que le rodea, pensará que la
verdadera perfección será la nada e intentará hallar un modo de destruir el universo!
¡¡¡HE AQUÍ EL SUPERHOMBRE PERFECTO!!!
26
CAPÍTULO 7
Pensaréis que me he olvidado de mi querido Robert Jordan, pero, como veis, aquí
vuelvo, ¡a la carga! Pero... ¡esperad!, ¡sujetad las bridas de vuestros caballos!, ¿dije en
algún momento que este superhombre perfecto era también producto de su propia
especialización al igual que pasaba con su inhumanidad? En fin, da igual (ya está dicho)
y poco importa.
Decíamos sobre Brandon Sanderson (hiena que se alimentaba del señor Jordan), que
sentía un amor profundo por su comida, y que yo, como buen hijo de hiena de dientes
amorosos, le daba las gracias por la inestimable comida que me había cedido. Pero,
poco más hay que comentar de una gran obra, y de una gran acción, pues las palabras
del señor Sanderson lo dijeron todo. Aún así, hay algo que dice, que aunque parezca
obvio y de sentido común, es, sin duda, malo para la salud. Con que... ¿el libro sólo es
del señor Jordan y, quizá en menor medida, de los lectores? Ojalá todos los libros fuesen
como las mil y una noches, que carecen de autor reconocido (aunque bien que se
empeñan los arqueólogos en tratar de descubrir uno), y ojalá se tomara buen ejemplo de
lo bella que es la música popular sin que su autoría tenga que ser asignada a un
particular, es más, quizá nos parezca más bella por eso mismo: porque no tenemos
miedo de utilizarla y de disfrutar de ella, porque no es de nadie, pero, sobre todo, porque
es de todos. Y en estas líneas reside el secreto de la interpretación por si alguien no se
ha dado cuenta: ¿Por qué la gente tarda tanto en aprender a interpretar una obra
correctamente? Porque la música que tienen que interpretar, no es de ellos y les cuesta
14 años o más, adaptarse y meterse en la piel de otros para seguir conservando la propia.
Sin embargo, mirad cómo interpretan la música popular (que sienten como suya, puesto
que es de todos), o aquella música que les gusta tanto, que parece que les perteneciese y
estuviese su nombre inscrito en la partitura. Así da gusto. Quitadle el nombre a una
sonata de Beethoven y le quitaréis el miedo y el respeto que sentía el desdichado
intérprete por el genio, lo cual le hacía fracasar estrepitosamente. Quitadle también el
peso de que pueda ser recompensado, castigado y juzgado (a veces, hasta el punto de
que le digan que se dedique a otra cosa). A partir de ahí, sólo buscará disfrutar con su
propia interpretación y obtendréis un verdadero músico capaz de llevar el cielo a las
masas.
27
Ganas me dan de dar todos los derechos de autor de este trabajo a mi querido
Anónimo. ¿Que por qué? Porque algunos autores acaban convirtiéndose en genios como
Rimsky-Korsakov y algunos de esos genios acaban creyéndose que son superiores, cual
raza aria. Después, acaban menospreciando a otros como Musorgsky, o ¡peor aún! se
pelean unos con otros hasta que sólo quedan unos pedacitos de Brahms y unos trocitos
de Wagner. ¡Ah!... pero si fuera por esto, a mi me daría igual (aunque tenga que
escuchar sandeces de unos y otros) ¡que se maten entre ellos! Lo que pasa es que el
público siempre trata de tener un héroe al que alabar o al que despreciar, ¡e incluso, la
gente acaba vanagloriándose de su inmensa cultura, al saber tantos nombres geniales!
Esto, no les convierte más que en zopencos, pues no se dan cuenta, de que la verdadera
cultura reside en el ahondamiento en las obras y no en sus autores. Además, están los
malditos derechos de autor con los que acortan las alas del aprendizaje, ya que uno no
puede ir comprándose por ahí toda la música ruidosa que hace Lachemann ni aunque
quisieras. Tu bolsillo con fondo se encargaría de ello.
La música que un compositor hace está muerta en el papel igual que el libro o el
cuadro. Únicamente vive mientras el oyente esté pendiente de ella. Está claro que el
oyente puede ser a la vez el propio intérprete, cosa por lo demás difícil de ver, al igual
que ocurre con los libros (poca gente es capaz de leer en voz alta, enterarse de lo que
lee, y disfrutar o sufrir con ello). Y, claro está también, que el mismo compositor o
escritor puede hacer las funciones de intérprete y oyente a la vez, algo casi imposible de
ver en esta época nuestra, ¿por qué? Ya lo he dicho, a causa de la especialización. A esta
especialización nos lleva nuestra sociedad, a reivindicar la autoría de todo lo que uno
hace, al individualismo elevado a la décima potencia. Siempre buscando algo a cambio
de lo que Uno hace.
¿Cómo un artista de la estirpe de los creadores o de los intérpretes, puede pedir algo
más que un poco de reconocimiento por haber creado algo, que sin la ayuda de otros, de
otros individuos, ¡de otro colectivo!, estaría muerto? Incluso esperar ese pequeño
reconocimiento es ya demasiado egoísta. Si te lo dan, bien, si no, no debería importarte.
Pero, ¿esperar cobrar un sueldo por ello? Ésto es ya, no egoísta, sino inhumano. El arte
tiene la virtud de enseñar a cómo vivir la vida ¿cómo? Te enseña el valor de los
sentimientos humanos, te enseña los atroces crímenes del propio sistema humano, te los
amplía y te los pone delante de las narices, te enseña lo bella que es la vida pero
28
también el sufrimiento que conlleva vivirla. Los artistas son los profesores de la
humanidad. Ahora bien, ¡también queremos cobrar dinero por enseñar!¡Queremos algo
a cambio por cada cosa que hacemos!¡He incluso suponemos que esto debe de ser así!
No hay crimen más titánico que ése. No hay que esperar recibir nada a cambio de lo que
das en la vida, si lo esperas, seguramente no lo merezcas. Por el contrario, si lo haces
por amor al arte, recibirás mayor recompensa de la que nunca pudieras esperar. Y tras
esto, diréis: “muy bonito, pero, ¿qué tiene que ver todo esto con este trabajo centrado en
obras inacabadas?” Nada, así de simple: nada. Sencillamente, estoy harto de tener que
relacionar todo lo que digo con el tema escogido o con alguna de sus ramificaciones. Si
hay algo que una persona tiene que decir, ¿acaso tiene que esperar a relacionarlo con el
tema de la conversación de ese momento? Probablemente, dicha persona seguirá muda
por siempre. Y, si aún así seguís pensando en la locura de vuestra enfermedad, que hay
que relacionar entre sí todo lo que se hace, yo os daré relación: ¡A la mierda! (véase
capítulo 3)
29
CAPÍTULO 8
Vamos a hablar ahora de otra obra inacabada: el remedio contra la tuberculosis.
Veremos si el final que le han intentado dar a esta obra puede dar sus frutos en el
presente trabajo.
La tuberculosis, es una enfermedad provocada por una bacteria de forma alargada,
llamada bacilo de Koch. Provoca la muerte.
Pensemos en este bacilo como en un tanque, pues está forrado con un doble blindaje
que hace palidecer a la Gran muralla China: una membrana celular (que tiene todo ser
vivo) y la llamada pared bacteriana, propia de todas las bacterias pero que a diferencia
del resto, es más resistente si cabe y que es capaz de que una bomba atómica apenas la
despeine y muy capaz además, de adaptarse rápidamente contra cualquier ataque.
Imaginemos ahora que este pequeño tanque ha llegado a las puertas de nuestra casa
llamado cuerpo humano, y que no llama, simplemente entra. Como es normal, los
defensores, los Linfocitos T, que han hecho su aprendizaje desde niños en el timo (la
glándula que sirve de escuela a los leucocitos), a pesar de haber sido cogidos por
sorpresa, arremeten contra el invasor, pero aunque van armados hasta los dientes, poco
pueden hacer más que rebotar contra un enemigo tan formidable en defensas. Aun así
los Linfocitos persisten en su empeño y si bien no consiguen expulsar ni matar al
invasor, finalmente, consiguen arrinconarle y ponerle una camisa de fuerza. El bicho
pues, no puede hacer más que esperar tiempos mejores bajo la estrecha vigilancia a la
cual está sometido. Y al que espera, todo le llega. Últimamente, el cuerpo que
hospedaba a su cautivo huésped, ha sido objeto de una mala alimentación y ha estado
expuesto a una humedad constante. Como resultado, las defensas bajan, el tanque
despierta y pone ruedas nuevas a su razón de ser. Ya liberado de sus vigilantes, empieza
a atacar. Lo que es peor, ¡este enemigo se reproduce incluso en plena batalla! Un
soldado perfecto. Por fortuna, es lento en esta tarea pues sólo consigue duplicarse
diariamente una vez (bueno, lento en comparación con otras bacterias como el
estafilococo aureus, que lo hace por millones), en contrapartida, sólo necesita de unos
pocos compañeros para causar estragos.
Por lo tanto, la enfermedad empieza a hacerse patente en el cuerpecito del pobre niño
Lucas que sufrió el contagio. Éste salta instantáneamente “¿quién me lo ha contagiado?”
30
“Otra persona” responde el médico “¿y a esa otra persona?¿quién?” “Pues otra”
argumenta amablemente el médico “y, ¿a esa otra?” insiste el niño. Cansado ya el
médico, le dice la amarga verdad: que las bacterias estaban aquí mucho antes de que la
especie humana hiciese su aparición y que por lo tanto han tenido siglos y siglos para
hacerse más fuertes y resistentes que una mala imitación del mono. El niño se pone a
llorar gritando entre gemido y gemido que va a morir. Corría el siglo XIX, y el médico
decide aplicarle un remedio que, según las investigaciones realizadas en el laboratorio
del doctor Waskman, podía debilitar al tanque para que los Linfocitos T acabasen el
trabajo y así salvar al insufrible niño. Hecho esto, la enfermedad desaparece. El niño...
se ha quedado sordo. ¡Aleluya! “Mejor eso, que no muerto”, pensó el médico. Pasaron
los años y viéndose un grupo de personas en la posibilidad de haber encontrado la cura
definitiva contra la dichosa enfermedad que les haría famosos, la prueban contra otros
desdichados humanos. Objetivo conseguido: el tanque ha sido destruido. Los daños
colaterales son insignificantes: los “curados” sólo se han quedado más ciegos que un
topo. El tiempo sigue corriendo hasta llegar a nuestra presente época de avanzada
tecnología. Se presenta otro niño, casualmente llamado Lucas, ante su médico de
cabecera, éste le manda al hospital y allí le diagnostican una tuberculosis pulmonar. “No
te preocupes” le dicen al niño “ahora ya se dispone de una cura efectiva contra la
tuberculosis, sólo tienes que estar 6 meses en tratamiento, consistente en administrarte
tan sólo alrededor de una treintena de fármacos que van rotando, para así, tratar de
confundir y debilitar al bicho mientras que se trata de no dañar ninguno de tus órganos;
después tu cuerpo hará el resto” Al niño se le abren enormemente los ojos en acto
reflejo de sorpresa pueril: ¿¿sólo?? El médico parlanchín trata de consolarle: “en otros
países en los que abunda más la tuberculosis, puede llevar el doble o el triple de tiempo
finalizar el tratamiento, tienes suerte de vivir en España”. Lucas, no muy convencido
por el médico y poseedor de algunos recuerdos fragmentados de sus otras vidas, piensa
que esto no puede tener buen final, pues todos sus recuerdos apuntaban a que siempre
acababa quedándose con un órgano de menos. ¡Y qué listo que es! Resulta, que el
diagnóstico de su enfermedad había llegado un poquito tarde (¡qué suerte vivir en
España!) y el bacilo tuberculoso le había dejado con medio pulmón de menos. Lucas
creció sin haber podido subir andando una pequeña cuesta sin asfixiarse, y volvió a
crecer pensando que esta “enfermedad de la patata” como él la había llamado siempre,
31
le había fastidiado la vida. Estudió medicina, y por fin comprendió que lo que le habían
hecho a él no era más que un triste remedio de esta enfermedad, puesto que el único
buen acabado para esta magna obra, sólo podía haber sido una vacuna (más vale
prevenir, que curar). Ésta vacuna existe, cierto. La llamada vacuna BCG (Bacilos
Calmette Guerin), pero es una vacuna de chicha y nabo que, aunque hace que el cuerpo
produzca anticuerpos, estos son débiles y no pueden acabar satisfactoriamente con el
monstruoso tanque. Y ahora, vamos con lo importante: ¿por qué es tan difícil de hallar
una vacuna efectiva contra ésta enfermedad, un final que borre el peligro de su
existencia? Ya hemos dicho lo resistente y la capacidad de adaptabilidad que tiene este
tanque. La vacuna consistiría en meter este tanque en nuestro cuerpo más muerto que
vivo, para que el sistema inmunológico pudiera encontrar una defensa propia con la cual
defenderse en caso de que un Mycobacterium Tuberculosis apareciese vivo al completo,
y así, que éste fuera destruido antes de quedarte sin alguna parte de tu cuerpo ya sea por
una u otra causa de posterior ejecución.
Ésto, aunque parezca fácil, no lo es de ninguna manera, si no, ya se habría
conseguido. Para vencer al enemigo, hay que conocerlo, y después tener la perspicacia
de aprovechar ese conocimiento en su detrimento.
Igual de difícil es en música. Nadie puede conocer a un ser como Bach, que a lo
largo de su vida ha cambiado tanto y encima tratar de imitarlo para llevar a buen
término una de sus propias obras que están inacabadas. El bacilo se revolverá contra
esta decisión de acabar con su vida de esta forma tan insuficiente, y se hará más fuerte
para resistir a posibles futuros enemigos. Lo único que podrá acabar con éste diminuto
ser y la obra de Bach, será lo inesperado. La treintena de fármacos en continua rotación.
El constante cambio. ¿La improvisación? Ya veremos. De momento, veamos algo de
escultura.
32
CAPÍTULO 9
El “gran cavallo” (gran caballo) de Leonardo Da Vinci fue una obra inacabada como
tantas otras que dejó en su haber, pero, a diferencia del resto, no fue por voluntad
propia.
En la década de 1480, estaba trabajando para el duque Ludovico Sforza, regente de
Milán, y éste le encargó hacer una estatua ecuestre de su padre Francisco I Sforza de
colosales dimensiones. Leonardo trabajó en el proyecto durante 10 años, a la par que
hacía otras obras, y en mayo de 1491 había terminado ya un molde de arcilla del caballo
sin su regio jinete. Un caballo de algo más de 7 metros de altura. El artista, encargó que
se retuvieran más de 70 toneladas de bronce, entre otros materiales, para realizar el
vaciado de dicho metal, y no contento con esto, quería hacerlo de una pieza para evitar
las junturas resultantes de la técnica del moldeado a la cera perdida usado por aquel
entonces. Ideó el sistema necesario para ello, y cuando todo estaba preparado... el
bronce, ¡su bronce!, había desaparecido como un ratón en su madriguera. Y ahora viene
lo mejor: Luis XII, por aquel entonces, rey de Francia, reclamaba el ducado de Milán
para sí. Ludovico, visto lo visto, encontró tanto bronce muy conveniente para sus fines
defensivos: unos cuantos cañones valen mucho más que un poni esmirriado. Aun así,
Ludovico tuvo que huir, dejando a Leonardo sin patrón y sin su monumental encargo.
Además, para colmo de males, los franceses, usaron el molde de arcilla que había hecho
Leonardo con tanto amor y dedicación, para sus prácticas de tiro.
Me parece un ejemplo de lo más curioso, el cómo una obra, antes siquiera de haberla
empezado a construir, ya había sido destruida dos veces. Por ello es quizá que se
hiciesen dos reproducciones (únicamente del caballo), una realizada por los Estados
Buitreños, en Michigan, y otra por los chacales de Milán. ¡Qué raro que las hienas
inglesas no hiciesen una para ellos! ¡Ah!¡Pero es que, ellos son más de robar, y allí, ya
no había nada que hurtar!
33
CAPÍTULO 10
Y ahora, ¿a dónde vamos? Pues, según el esquema formal de esta obra musical, toca
literatura otra vez, y por lo tanto, me gustaría visitar a Franz Kafka y sus tres novelas
inacabadas: El desaparecido, El proceso y El castillo. Pero como aún no las he
terminado de leer y, por lo tanto, de juzgarlas como válidas, apropiadas y útiles para este
trabajo, me veo en la obligación de dejaros con la miel en los labios, miel que quizá
nunca cataréis por mi mano, y desviarnos al país maravilloso de las matemáticas. Para
ello, antes debo decir, que si uno quiere profundizar en un aspecto de una materia
determinada (en mi caso, las obras inacabadas) y entenderla profundamente, quizá no
sería mala idea estudiar también su opuesto, aunque sea en grado ínfimo.
Ahora ya puedo hablar del cero, de la nada, y como de ésta, surge un comienzo, un
color blanco que acaba tornándose en un negro ocaso. El cero es un número fascinante.
Durante mucho tiempo, ni siquiera existía, y cuando hizo su aparición, no fue posible
comprenderlo ya que la nada no existe más que en nuestra imaginación: la nada es nada,
es cero y por lo tanto nunca existió ni nunca lo hará. ¿Podremos comprender alguna vez,
algo que no existe? Es dudoso, ya que jamás lo podremos conocer mientras no exista, y
cuando empiece a existir, ya no será 0. Pero lo que si está claro, es que el ser humano
utiliza frecuentemente aquello que no existe para sus propios fines. Obsérvese que todas
las matemáticas están llenas de ceros, y si forzáis un poco más la mente por vosotros
mismos, podréis ver, sin duda, ese cero, utilizado tan injustamente en otros aspectos de
vuestras vidas...
Visto lo visto, es difícil seguir estudiando cómo y de dónde surge el comienzo de una
obra; quizá sea más difícil que hallar un final. Es el misterio de la vida ese cero. La
teoría del Big-Bang siempre me ha parecido insuficiente. Descubierto ese misterio,
¿seríamos capaces de hallar un mejor final a nuestras vidas, a nuestras obras
inacabadas? Esta es la idea que me ha llevado a pensar en estudiar los comienzos de las
obras, y si uno se fija bien en dichos comienzos y también en los finales de obras
musicales por ejemplo, cualquiera, por poco observador que sea, advertirá que los
humanos tenemos una tendencia innata a acabar todo tal como se empezó, o al menos,
muy similarmente. Pocos pueden resistirse a volver al cero, que es de donde sale todo y
a donde todo vuelve; ese cero que seguimos sin comprender y que por ello hay a
34
quienes aterra. Este terror a desaparecer en el cero igual que aparecimos de la nada, nos
lleva a querer hacer más prolongada, si no infinita, nuestra existencia. Hay siempre
diversos modos de llevar este afán de supervivencia más allá de nuestra existencia: la
procreación es uno de ellos. Nuestro sentido de la supervivencia nos inclina a actuar
como conejos. Y este concepto de tener hijos como prolongación y perpetuación de uno
mismo, también es aplicable a las obras que hacemos, a todas las creaciones humanas; a
nuestros actos, a nuestra civilización ¡a todo el arte y la cultura! Todos ellos son hijos
nuestros. ¡Nuestros! Y ese “nuestros” somos “nosotros”, y ese “nosotros”, “yo”.
Buscamos la vida eterna a través de ser recordados por otros. Es el egoísmo infinito. Es
la esperanza eterna. Es el más bello sentimiento humano, el que será el pérfido hacha de
nuestro verdugo. ¿Por qué? Fijamos nuestras esperanzas en nuestros hijos (hijos =
creaciones humanas en todos los sentidos) pensando que ellos harán lo que nosotros no
pudimos hacer y que cambiarán de un modo u otro el triste mundo en que vivimos, pero
ellos tendrán el mismo problema que nosotros.
Y así surgió la historia, y el cero se convirtió en uno, el uno, en un millón, y los
millones, finalmente, tras cientos de operaciones matemáticas, serán cero otra vez. Y así
terminará la historia.
Ahora, tras esta extrapolación del número cero como comienzo y final de la vida y de
una obra, me gustaría volver a los finales de obras inacabadas en matemáticas, pero,
dada la complejidad que este estudio representaría, será más inteligente por mi parte
dejarlo de lado y sacar a relucir sólo lo más útil para mi trabajo:
Existen varias listas de problemas matemáticos, en las cuales, varios de ellos siguen
sin poder resolverse.
Entre los 23 problemas de David Hilbert, enunciados en 1900, está la llamada
conjetura de Goldbach, que dice así: “Todo número par mayor que 2, se puede escribir
como la suma de dos números primos.”
Esta conjetura ha sido comprobada mediante ordenadores para todos los números
pares menores que 1018. Por lo tanto, se cree en su mayoría que es cierta por una simple
cuestión de probabilidad, ya que cuanto mayor sea el número par, se hace más probable
encontrar dos números primos que, sumados, den dicho resultado. Aún así, es una
solución tan insatisfactoria como la actual vacuna de la tuberculosis.
Existen también 18 problemas en la lista elaborada por Steve Smale en el año 2000.
35
El número 18 dice así: Límites de la inteligencia. Por supuesto, sigue sin estar resuelto.
Por otra parte, están los llamados “problemas del milenio”, siete problemas por los
que el Clay Mathematics Institute otorga un millón de dólares por cada problema
resuelto. Solamente la hipótesis de Poncairé ha sido resuelta. Decididamente debí
dedicarme a otra profesión, ya que en música apenas te darán un aprobado por terminar
una obra inacabada...
Lo interesante de todo esto es, sin embargo, que algunos de estos problemas no
pueden ser resueltos por una simple cuestión de tiempo, ya que una máquina tardaría en
ejecutar alguna de esas operaciones más que la propia vida del universo. Ahora bien, yo
pienso que un humano podría tardar en resolverlos no más que un segundo; he ahí los
límites de la inteligencia. La imprevisibilidad junto con la casualidad, a veces da lugar a
soluciones inesperadas. Esto nos lleva otra vez a pensar en la improvisación, un modo
que es a veces más rápido y efectivo que la premeditación.
36
CAPÍTULO 11
¡Esto avanza! Pero tengo tantas cosas que decir... ¡y apenas tengo tiempo y espacio
para decirlas! ¡No os asustéis! Aunque mi primera intención fuera de venganza
torturándoos con el suplicio de tener que leer 100 páginas en respuesta al castigo de
tener que escribir no menos de 40, creo que fallaré en mi empeño. No porque mi
entereza flaquee, sino porque vuestros latigazos son dignos de elogio. Pocos seres
humanos son capaces de tener que sembrar un campo de tubérculos de una hora de
extensión, tener que edificar una pirámide de Egipto que sea digna de un concierto y de
ejecutar a unos cuantos alienígenas del siglo XXI; eso sin contar vuestro castigo de
convertirnos por arte de magia en lo que, en mi humilde opinión, no merecemos: ¡en
ratas de biblioteca! Además, no contentos con todo eso, nos metéis en probetas de
laboratorio para analizar a los burros y a los toros, nos obligáis a comernos tres materias
de libre elección más duras que una piedra y encima nos instáis, bajo la amenaza de una
silla eléctrica, a estudiar como condenados en una cadena de montaje perpetua.
Normal es que algunas personas decidan considerar que esta obra es tan inabarcable,
que sea mejor dejarla incompleta por un tiempo y posponerla para otro año de estancia
más en esta empresa que no hace más que imprimir algún que otro papel y cobrar una
pasta gansa por ello.
Este aspecto de la obra inabarcable y de un peculiar sentido de lo acabado, me lleva a
hablar de la técnica escultórica llamada “non finito”.
Pero antes, la gran pregunta: ¿cual es el final? A veces pienso que no existen los
finales, que todo es continuación de lo que fue y de lo que será, o que la misma ruptura
con el tiempo o espacio que sugiere una obra como acabada, no es más que una brecha
dimensional que conecta con otros mundos y otras acciones derivadas de ella. La
famosa causa y efecto que actúa como un canon infinito, un proceso inabarcable sin
comienzo ni final. Pero ¿dónde deja eso a mi cero matemático? ¿acaso la vida y la
muerte son eternas? Quizá este universo con toda su vida y muerte contenidas, no haya
sido otra cosa que el efecto de algo que hubo antes, y cuando todo él desaparezca, se
habrá convertido en la causa de lo que vendrá: puede que el cero otra vez, pero ese cero
volverá a ser universo y así sucesivamente. Aunque ese cero, esa nada, realmente nunca
existió; solamente sería un transformación contraria del blanco, ya que la energía no se
37
destruye, sólo se transforma. Precisamente por esto: el que haya tantos y tantos ¡y
tantos! comienzos y finales, a pesar de que puedan ser la ilusión de otros alfas y
omegas; todos estos abre-cierra, mete-saca, ¡estira y encoje!, le hacen pensar a mi mente
enferma, que es inadmisible el que no exista un verdadero y único comienzo de
comienzos y un definitivo final de finales, una cebolla que contenga todos los universos
posibles en sus capas estriadas, una obra musical hecha fractalmente en todas sus
partes...ahh, pero es que esa cebolla musical, por gigantesca que sea, siempre podrá ser
devorada por una ensalada cultural y, ésta, podrá ser a su vez parte de un banquete del
sistema solar, y éste,... Pero, dejemos este círculo vicioso, que, aunque se desarrolla
poco a poco, agota mi imaginación y vuestra paciencia. Una puede no tener límites,
pero la otra... no quiero averiguarlo.
Después de divagar sobre la inabarcabilidad de una obra como es el fin, escuchemos
lo que tienen que decir los escultores de antaño sobre cuándo debe ser considerada una
obra como acabada. Ellos bien que lo sabían: cuando ellos lo considerasen. Así surgió el
“non finito” y entonces..
¡Ta-ta-ra-tí ta-ríii!
Ruego que me disculpéis por este toque de llamada trompetil. Imaginad que estabais
dando un concierto y ¡de repente!, suena una música que nada tiene que ver con lo que
hacíais vosotros, exceptuando el nada desdeñable hecho de que las dos músicas, eran
música. No lo toméis por tanto como una interrupción aunque lo sea. Acoged esta
aparición de un tema tan inesperado, como un tornado que irrumpe en el discurso
musical de una ciudad, y que tras su marcha, todo sigue su curso de nuevo (aunque sea a
grandes rasgos); acogedla como parte de un todo.
Acabo de terminar la lectura y reflexión de “El desaparecido” de Kafka y no puedo
menos que sublevarme contra el desprecio que el autor acabó sintiendo por su propia
obra, su propio hijo.
Este hijo consta de seis capítulos. El sexto capítulo tiene un final algo brusco. Kafka,
hizo varios intentos de terminar su novela, de ahí surgieron otros dos capítulos o
fragmentos que cuentan dos historias algo separadas del resto. El caso es que, Kafka,
tras revisar su obra acabó por sentenciarse a sí mismo: “El fogonero (el primer
capítulo): una banal imitación de Dickens, aún más la novela planteada”. Kafka adoraba
a Dickens y su David Copperfield, “incluso fue un modelo de lo que en vano pretendía
38
alcanzar”. A pesar de esto, quiso salvar el primer capítulo pues, según él, era el único
que surgía de una verdad interna; y desechar el resto (¡Ya estamos con el síndrome de
Brahms y Mahler!). Max Brod, su fiel amigo, no siguió su deseo y publicó la novela
aunque algo cambiada. La tituló “América”, puesto que la acción se desarrollaba allí. La
historia mostraba cómo el sueño de libertad y oportunidades que ofrecía la tierra
prometida a un protagonista repudiado por su familia europea, mostraba la realidad: la
libertad de elegir el lugar donde embaucar y robar, y la oportunidad de ser oprimido y
explotado a gusto del consumidor. Según “acaba” Kafka su novela, da la impresión de
que el protagonista no va a tener buen final. Max Brod, sin embargo, se permite cambiar
algunas líneas del final para dar un acabado más feliz a la oportunidad de conseguir el
sueño americano. A pesar de este final contrario a la novela y ultrajante para con el
autor, está claro que Max Brod mostró una inteligencia superior al no destruir la obra,
ya que la genialidad de Kafka por no querer imitar a algún otro o por querer que su obra
poseyese una verdad que poder expresar como propia, individual y con todas las
características propias del capitalismo contra el cual luchaba con todas sus fuerzas, su
genialidad se torna de la más absurda idiotez. Es así como gran parte de los genios se
convierten en tontos al tocar la línea que separa los límites de su sabiduría.
Tras este ataque contra la persona de Kafka totalmente injusto por mi parte, puesto
que no puede defenderse, sería interesante ver si Kafka quería realmente acabar su obra.
Está claro que dejó muchos testimonios que así lo constataban, pero si buscásemos en
su subconsciente, ¿encontraríamos que realmente estuvo derrotado antes de empezar y
que no quiso más que dejar ésta y las dos siguientes novelas, inacabadas desde un
principio? Una tontería de mi parte pensar esto, pero una tontería que me sirve para
volver con mis queridos escultores y su arte “non finito”.
Si Kafka hubiese escrito en alguna de sus cartas o en su diario, que daba “El
desaparecido” por finalizado y así era como hubiera querido que se publicase, eso
hubiera sido arte “non finito”, aunque, ciertamente, ¡mirad lo que escribió a su editor,
sobre su primer capítulo antes ya mencionado, El fogonero, para una mejor
comprensión de su individual publicación!: “Es un fragmento y eso seguirá siendo, ese
futuro da al capítulo un mayor acabamiento”, sacad conclusiones vosotros mismos.
¿Será esto arte “non finito”?¿un estilo que da un mayor acabado a las obras mediante su
propio inacabado? En fin, nada más fácil para un compositor hastiado de su actual
39
trabajo que finiquitar la obra en plena jornada laboral, pero aun así, Miguel Ángel
trataba ese trabajo con sumo cuidado y dedicación hasta su inacabada conclusión. Este
hombre, al igual que Donatello y otros tantos, percibieron que el momento de la
creación, el del alumbramiento, podía llegar a ser mucho más bello que la creación en
sí. El proceso de vivir y ver cómo se desarrolla la vida es sin duda más satisfactorio que
una vida que se te presenta como acabada, pues eso no es más que la muerte. La vida es
constante nacimiento y cambio. ¿Cómo se plasma en un instante algo que cambia
constantemente? Esos escultores del Renacimiento sabían perfectamente que era
imposible, pero también sabían que mientras el resultado de una idea no se podía
plasmar, la idea en sí misma sí que era posible. A partir de ahí, imaginad un bloque de
mármol que va siendo desbastado poco a poco y que a cada cincelada, se va
descubriendo el esfuerzo de una figura por abrirse paso a través de la materia. El
escultor no hace más que captar en ese momento de emoción palpitante, lo desconocido
del futuro que podría deparar una continuación en el proceso de su cincelado, el disfrute
del actual presente, y la vida pasada que ya ha transcurrido tanto en la mente del
escultor, como en sus bocetos o en el mismo mármol que ya ha vivido durante milenios
en el seno de la tierra.
Esta concepción de la obra inacabada me lleva de nuevo a los comienzos de este
trabajo dónde hablaba sobre mi buen Schubert y su octava sinfonía, y de cómo él mismo
habría podido pensar que una obra nunca puede tener un final definitivo y que por lo
tanto la única y mejor manera de plasmar ésto era dejando la obra con sólo los dos
movimientos que hoy conocemos.
Bonita sería esta forma de acabar la primera parte de mi trabajo: tal y como empecé
dando así a esta obra un aspecto de forma concéntrica y en perfecta armonía con su
ambiente. Siento decepcionaros, pues no lo haré. Debussy ya explotó este medio hasta
un refinamiento inconcebible y, aunque pueda haberme servido de él como burdo
imitador que se enorgullezca de ello, creo necesario seguir un poquito más con mi
estudio de obras inacabadas, pues hay algo que todavía puedo entresacar de las malas
hierbas que nos brinda la historia.
40
CAPÍTULO 12
Presentaré aquí un último estudio de una obra inacabada, dejando de lado, por un
momento (quizá infinito), las otras dos novelas inconclusas de Kafka, para, finalmente,
pasar al principal objeto de esta sinfonía, algo que sin duda habréis esperado desde hace
rato. Y, ¿cual será el acorde afortunado que precederá y anunciará el tema de mis dulces
sueños?
El sistema.
La convivencia de unos seres humanos con otros e incluso con uno mismo ha sido
siempre un problema que solventar. Llevamos toda la historia intentando encontrar una
llave que abra una puerta tras la cual no nos encontremos un pelotón de fusilamiento
(literalmente en muchos casos).
Ha habido diversos intentos de hallar un final para esta obra que se resiste casi más
que ninguna otra a estar completa: el capitalismo, los distintos tipos de socialismo,
infinitud de dictaduras, monarquías... muchos de ellos se entrelazan, otros directamente
encuentran un curioso significado a las palabras “convivencia humana” y la mayoría de
ellos ni se han intentado poner en acción.
Respecto a esto último, ¿por qué no se intentan probar todas las posibilidades para
luego elegir la mejor y más conveniente para la supervivencia de la raza humana y el
mundo en que vive? ¿acaso cuando vamos a una tienda con la intención de adquirir un
calzado, no nos probamos todos los zapatos posibles para escoger el que mejor se
adapte a nuestras necesidades?
Mirad la anarquía, aún no la hemos probado, ¿por qué no hacerlo? ¿tenéis miedo de
encontrar una china, cuando camináis con una montaña atada a vuestro pie? Necios.
Ni siquiera me digno a mencionar el sistema del “poder del pueblo”, porque éste no
existe ni nunca existió. Es cierto que podría llegar a hacerlo, pero este zapato está en
una estantería tan alta que ni siquiera la alcanzamos a ver. Se encuentra por lo tanto, en
similar estado que la anarquía. Pero diréis “eso es mentira, al hacer uso de mi derecho a
votar, yo puedo conseguir que mi representante salga elegido si se consigue la mayoría”
Sí, y este representante vuestro elige por vosotros, vosotros sólo tenéis el “poder” de
elegir quién os sabrá despellejar con mayor elegancia; vuestro representante tiene el
poder de hacer lo que le venga en gana una vez que está en la cúspide de la pirámide,
41
tiene el poder incluso de controlar vuestras elecciones, voluntaria o involuntariamente.
Este sistema es peor que una dictadura semi-camuflada.
Respecto a las dictaduras, son soluciones útiles; recordad como los romanos, en
tiempos de necesidad como eran las guerras, utilizaban este método tan efectivamente
como para cargarse y esclavizar a millares de bárbaros. Pero si pensáis que este sistema
es malo por otorgar el poder a una sola persona, ¡cuán equivocados estáis! Es distinto
regalar una amapola, que te la arranquen de la mano; es distinto dictar por placer que
dictar para tu beneficio. Aún así, es peligroso, sí, pero si este dictador se esfuerza por
que cada palabra salida de su boca tenga un buen fin y sea expresada con claridad,
también es seguro que preguntará a otros la correcta pronunciación de palabras que
desconoce y todo tendrá un final feliz.
Los sistemas en sí, no son malas soluciones; son los intérpretes los que yerran
estrepitosamente y, como todos fallan en su ejecucción, creen que el problema es del
final, que se ha compuesto malamente.
Aunque pensándolo bien, si que hay un final que es horrosamente insoportable de
escuchar por mucho que viniese una divinidad a ejecutarlo:
El capitalismo. El capitalismo es el sistema del egoísmo. El egoísmo es engañoso:
puedes sacar el máximo provecho de cualquier cosa en tu humilde beneficio, eso no está
mal. Pero cuando consigues tanto beneficio, hay alguien que sin duda lo pierde, a ese
alguien no le hará maldita la gracia, se enfadará y como tú sigues empecinado en hacer
tu ego más grande, te hará la guerra. Ahí terminará tu espléndido beneficio y quizá
también tu vida. Esto no estaría tan mal pues así nos quitaríamos de en medio a dos
guerreros egoístas y... ¡a más tocaríamos!
Lo que más me fastidia, no es que los humanos nos metamos el dedo en el ojo unos a
otros hasta causarnos la muerte como especie. Eso poco me importa, hasta el momento,
nos lo merecemos, ¿pero el resto del mundo lo merece también?
En nuestro afán de comprar y vender, de usar y tirar, de adquirir y perder, pocos son
los que se dan cuenta que esos objetos que compramos, usamos y posteriormente,
vendemos o tiramos porque ya se han gastado o estropeado, son la base del capitalismo,
del capital, del dinero. Si el dinero no se utiliza, el sistema muere porque es la sangre
que corre por sus venas; si no fluye, adiós muy buenas. La manera de que fluya es la
consumición eterna, para ello, esos objetos que comprábamos y vendíamos tienen que
42
no durar mucho, estropearse misteriosamente pronto o que haya una renovación del
modelo ““mucho, mucho mejor””, así el ciclo es eterno. La basura resultante de esto es
tanta que no cabe en una calculadora, la destrucción que conlleva no cabe en los límites
de nuestra inteligencia.
La mejor forma de acabar con el capitalismo es sentarte encima de una montaña sin
hacer nada y esperar. Y tan en serio lo digo, como en broma, pues esto mismo ya es
difícil de llevar a cabo gracias a la condecoradísima propiedad privada.
Ahora por primera vez en todo lo que llevo de trabajo, me atreveré a enseñar a mi
niño Lucas, un final que quizá desconozca. Se lo mostraré en tempo presstisimo y sólo
una vez para que la incomprensión y curiosidad que suscite en el niño sea tan grande
que tenga que profundizar en ello por sí mismo; este final, dice así:
“El Movimiento Zeitgeist es el brazo activista del proyecto Venus”, “podría
resumirse como: la aplicación del Método Científico para con el interés social. Por
medio de la aplicación humana de la ciencia y la tecnología al diseño social y a la toma
de decisiones, tenemos los medios para transformar nuestro ambiente tribal, orientado a
la escasez y lleno de corrupción, en algo enormemente más organizado, equilibrado,
humano, sostenible y productivo. Para hacerlo, tenemos que entender quiénes somos,
dónde estamos, qué tenemos, qué queremos y cómo vamos a obtener nuestras metas.”...
Ahora, ¡buscad mis lectores!¡Buscad!, y escuchad... si no lo hacéis, prefiero que no
sigáis leyendo y que hagáis un descanso definitivo sincronizado con vuestro humilde
egoísmo, pues debéis saber, que odio a los lectores pasivos. Hacedlo aunque sólo sea
por el placer de la búsqueda... Y para quién ya realizó esta búsqueda hace siglos ¿por
qué fue tan egoísta, tímido u olvidadizo de no hacerme partícipe de ello antes? Bueno,
os perdono, pues todos somos humanos, todos cometemos errores y todos los errores
pueden ser subsanados. (¿Todos?)
43
CAPÍTULO 13
Se abre el telón, la obra comienza, pero esto no es más que el principio que indica el
final del telón al cerrarse.
Érase una vez una sabia persona que me dijo una vez:
“Acabar prueba una obra
tal como sería una bonita y bella forma
de ver volver a nacer,
una flor bella y bonita
en un mundo del revés.”
Una vez díjome eso persona sabia que nunca lo fue.
Terrible es la poesía, pues ella no te da la garantía de que no lo entienda ni tu tía...
Cuando escribo, sólo busco ser entendido por todo el mundo conocido, sin embargo,
hay veces que me embarco en un sueño de espanto que linda con los límites de una torre
de babel con ausencia del esperanto, y en esos instantes no me importa que ni tú, ni mi
tía, ni un abuelo envejecido, no entiendan el sabor de un buen cocido, pero si que tengan
la osadía de tener la garantía, de creer, que lo mío no es terrible poesía.
Vino otra vez el sabio que me dijo esta vez:
“El positivo tendría que ser acabado con un negativo
como un viejo álamo florecido
que va perdiendo hoja y hoja, ¡y hoja!
hasta quedarse en calzones o en pelotas
en este invierno preconcebido.”
Esta vez fue lo que díjome el no-sabio la otra vez que vino.
44
Se cierra el telón... “¡No!¡Espera!” y cual rayo acentellado me lancé colina abajo
para interponer mis manos entre el manto celeste que se afanaba en cubrir en sus senos
de tela roja palpitante a una tierra humillada por un viento huracanado, mis manos
chocaron y consiguieron lo que habían buscado: tocar el ondeante sueño de un rojo
inacabado. Y tras los bastidores encontré una sinfonía de placer...
DIE KUNST DER FUGE.
(Bellas las palabras que tras sus oscuras entrañas esconden universos de grandeza...)
Y ahora ya podemos sumergirnos hasta el fondo en este pozo de infinito saber y
ahogarnos sin remedio en espasmos de insostenible dulzura:
Empecemos la casa por el tejado como todo mal arquitecto que se preciase de ello;
empecemos por el final. “¿Empezar por el final dices? Eso es absurdo” Ya volvió Lucas
y su terrible ignorancia.
Imagina, niño terrible, que te cuento un cuento del revés “¡Imposible!” y que te
enseño algo de historia del presente al pasado. “¡Eso sí que quiero verlo!”. Pero la
historia ya ha comenzado hace rato y tú aún no te has enterado. Cuando el sabio decía
de hacer un negativo para terminar el positivo, esto no significaba más que hacer el
contrario. Pero en este caso la idea se transforma en algo alucinante. Imaginad una fuga
a cuatro voces. “Pero, ¿qué es eso?” pregunta Lucas ávido de saber. Veamos, en música,
sería algo así como una composición que gira en torno a un tema y su contrapunto. Los
medios disponibles serían el número de voces, o líneas, ¡o de instrumentos, por
incorrecto que sea decirlo!
Con esto bastará de momento, volvamos al negativo. ¿Cual sería el negativo en esta
fuga a cuatro voces? La idea básica sería ir diluyendo poco a poco estas cuatro voces
hasta que se convirtiesen en tres. Estas tres, en dos; y de estas dos, al final del todo, no
quedaría más que una sola, una voz que en el comienzo de la obra daba lugar al tema en
solitario para luego ir brotando por otros lugares u otras voces, una voz que es negativa
de la voz originaria y que, a pesar de ser el contrario, funciona como un final de
inusitada similitud. Una voz que al final desaparecerá, como el cero infinito que será
recordado eternamente.
Pero esta idea básica se vuelve compleja al observar que un compositor llamado
45
Johann Sebastian Bach había querido escribir no sólo una fuga a cuatro voces, sino una
fuga con nada menos que tres temas (quizá sería mejor decir sujetos, pero, como ya dije,
la incomprensión no es mi principal meta). Esto, combinado con la idea simplona del
sabio simplón, puede llegar a crear un posible triple negativo como partes integrantes
del negativo mayor, y si ampliamos aún más la idea, como por ejemplo, que no hay sólo
temas y sus contrapuntos sino también todas sus posibilidades combinatoriales... ¡puff!..
¡ayúdame Lucas!
Y como todo esto al señor Bach no le pareció suficiente, prediciendo su cercana
muerte, quiso poner su nombre en la música (el colmo de la autoría: la firma) ya que no
le iba a ser posible ponerlo al término de su obra. Y este nombre fue moldeado hasta
contener las letras B, A, C y H; las notas Si bemol, la, do y si natural respectivamente.
Las imprimió en papel pautado y les dio la misma importancia que a sus otros dos
temas. Lo que pasa es que este tema se parecía tanto a los otros, como un plátano a un
par de melones.
Imaginad que comienza la fuga:
Suena un melón, este melón se desgaja, se trocea y se desmigaja; y se descubre que
hay pipas en su interior que se contraponen en apariencia con la pulpa ya
descuajeringada aunque ambos hayan salido de la misma planta. Mientras, todo este
mejunje va siendo repartido equitativamente (o no tanto) entre los distintos comensales
que son las voces. A este mejunje se le hace todo tipo de experimentos contrapuntescos:
se les junta con otros pedazos, son estirados y encogidos, ¡incluso se les hace aparecer y
desaparecer como por arte de magia!
Suena el segundo melón, y después de recibir el mismo inhumano trato, se empieza a
juntar con el otro melón, y como por lo visto va a salir una macedonia algo pobre, llega
el plátano. En un principio parece que poco tiene que ver con las otras frutas, pero
cuando se le da el mismo tratamiento que a los otros y se le empieza a adornar con la
pulpa de los melones, a removerlos entre ellos y a montarlos y desmontarlos entre sí con
un poco de astucia consumada, uno se da cuenta de que todo era comida y que juntada
toda ella, la ambrosía se quedaba incomestible a su lado. Y cuando creemos que ya no
damos más de sí y empezamos a entrar en éxtasis aunque sigamos teniendo un hambre
del demonio, entra el espectro de la muerte y con el filo de su guadaña pincha los pocos
trocitos que debían de quedar y se los lleva consigo a no se sabe donde. Es decir, que al
46
pobre señor Bach le dio el patatús definitivo y dejó el estupendo plato que estaba
componiendo en un tris de ponerle punto y final.
Esta fuga de tres temas a cuatro voces es el último contrapunto de los diecinueve que
componen Die Kunst der Fuge: El arte de la fuga; una obra que no pudo ser acabada por
la muerte repentina de su autor en 1750.
Esta es la obra que es principal objeto de mi estudio en el presente trabajo, ¡mi tema
acunado por soberbias trompetas! Más concretamente, su condición de obra no
terminada; y por lo tanto, es en su parte final donde fijaré con mayor atención mi vista y
la vuestra: en su decimonoveno contrapunto.
Es por ello que no me centraré en estudiar la estructuración de la obra, su
numeración o la inclusión o exclusión de alguna de sus partes, pues todo ello varía
según la edición utilizada. Por ejemplo, hay algunas ediciones que catalogan esta última
fuga inconclusa como el decimocuarto contrapunto y hay estudiosos que tienen la
opinión de que esta fuga podría no formar parte de El arte de la fuga. Por otro lado, el
orden tampoco quedó completamente determinado por el autor.
Por mi parte consideraré la última fuga inacabada como parte integrante de El arte de
la fuga, refiriéndome a ella como “decimonoveno contrapunto”, “última fuga” o algún
otro nombre similar que se me vaya ocurriendo por el camino.
El negativo sólo fue una idea de como terminar esta última fuga inacabada.
Explicado ahora con más sencillez pastoril, sería hacer un espejo o inversión de la
exposición de la fuga, pero no así de las notas. Sería tomar la idea de que, igual que el
tema va apareciendo de una en una en las distintas voces poco a poco hasta formar el
todo, igualmente pueden ir desapareciendo de una en una hasta que sólo una quede al
final de todo. La idea como dije, parece simple de realizar en su concepción
imaginativa, pero recordad el trajín que llevaban los dos melones y el plátano, ¿cuál
tendría que tener el honor de ser recordado en último lugar? Se me ocurre la opción de
que no sea ninguno de ellos, y que pueda ser, por ejemplo, el kiwi; un tema que da
origen al resto de las frutas, el tema del contrapunto I que aparece por primera vez en la
voz de contralto. El tema del arte de la fuga.
“Bueno, y, entonces ¿por qué demonios nos has plantado una poesía terriblemente
mala, si luego vuelves a repetir su esencia en prosa?” se preguntaron mis lectores.
Primero he de decir que, cuando digo cosas como “se preguntaron mis lectores”, son las
47
cosas que yo, como intérprete o lector de mi propia obra me pregunto. La respuesta a lo
que en definitiva es mi propia pregunta sería que, igual que en música, las repeticiones
nunca son iguales incluso si tuvieran que serlo; la poesía no es igual que la prosa. “¡Qué
obviedad!” diréis (o me digo yo mismo). Ahora os diré lo que no es tan obvio: la poesía
era un final, pues ya os dije que os iba a contar un cuento en un mundo del revés; pero
este final es también una posible conclusión del inacabado arte de la fuga. “¿Una poesía,
como un final musical? Este hombre se ha vuelto loco” dijo Lucas. Hummm,
interesante, pues esto ni se me había pasado por la cabezota. Desde luego, los niños son
los seres más imaginativos de la raza humana con sus divertidas y grandiosas ideas de
bombero... Pero a lo que iba, yo decía utilizar el ritmo musical de la poesía como final
de una fuga. Haced el favor de leer a partir de la parte en prosa de la terrible poesía otra
vez, pero en voz alta y con el ritmo que se merece: dadle un aire rapero aunque tenga un
poco de tintes clásicos. Ahora extrapolad este ritmo de rap en la fuga de los dos melones
y el plátano llamado “Mochilo”. Sólo os queda componer el final, por lo demás
interesantísimo, pues los temas y sus contrapuntos se habrían ido transformando de
repente en algo que en un principio parecía inconcebible, ¿pero acaso no es esto lo que
hace Bach todo el rato? Sería una continuación acorde a su modo de ser ¡sin duda! Y
después de esta continuación, aplicadle el famoso negativo de nuestro sapientísimo
sabio y ¡voilá! menuda macedonia que os habrá salido. Y terminaciones como ésta se
pueden sacar miles, ¡miles!, ¡¡MILES!! Miles no, infinitas. Pero volvamos al final del
rapero negativo. El rap es una música, que aparte de ser genial porque el ritmo de las
palabras le hace ser adorablemente imprevisible, se nutre por partida doble de esta
imprevisivilidad: el ya mencionado ritmo y el cómo surge (o al menos surgía antaño) de
una interpretación espontánea, de la improvisación.
Pero es injusto, después de recorrer varios caminos distintos que me llevan tantas
veces al mismo punto, hacer caso omiso de mi destino...
48
CAPÍTULO 14
Comienza el segundo movimiento (lo digo para los que no se hayan enterado de que
había un “attaca”), o lo que es lo mismo, la segunda gran sección de este trabajo. Aquí
haré justicia a lo que tanto tiempo llevaba intentando eludir: a la improvisación.
Olvidemos que teníamos la intención de acabar el decimonoveno contrapunto del arte
de la fuga (me gusta dejar las tareas para el último día) que ya volveremos a él con el
equipo necesario para escalar diez o nueve Everest. La improvisación será mi piolet.
Pero este piolet, no existe. “¿cómo vas hacer entonces uso de algo que no existe?” me
susurra al oído Lucas. ¡Magia! Soy un mago humano.
¡¿No he dicho ya, lo que los humanos hacían con las cosas que no existen?!
¡Apréndete las lecciones de una vez, Lucas! “no te enfades, profe”. Nah, no me enfado;
utilizan dioses, utilizan el valor del dinero, utilizan la libertad, la buena o mala voluntad
de las personas y su felicidad, y todo ello no existe. Son todas ellas palabras vacías a las
que cada persona le da uno o dos sentidos para su propia satisfacción personal, su
beneficio o para minimizar los cargos de conciencia. ¿Por qué no puedo usar yo
entonces, ese piolet invisible e intangible? Centrémonos pues de una vez en este piolet:
en la inexistente improvisación.
Y cuando digo que la improvisación no existe, digo simplemente que, los
pensamientos, ideas o encadenamiento de ideas, frases musicales o formas enteras que
volcamos al instante, al parecer, de la nada, y que llamamos improvisación, ya han
tenido cabida antes en nuestra cabeza. Todo lo que hemos ido aprendiendo durante la
vida se ha ido quedando en nuestra mente ya sea de un modo consciente o inconsciente,
simplemente, la improvisación consiste en reunir trozos o pedazos de esas ideas que ya
existían y darles una forma nueva, dando la impresión de que creamos algo nuevo de la
nada. Es algo así como cuando un mago hace un truco de magia y el niño cree que es
magia de verdad.
Es decir, que la improvisación es un modo composicional llevado a la realidad a una
velocidad a gran escala, en la cual, el subconsciente de lo aprendido en el pasado, es
guiado por el consciente actual apenas sin darnos cuenta de lo que hacemos o cómo lo
hemos hecho, ya que lo importante es hacer música, no el cómo...
Dicho todo esto, ahora tengo que escoger el piolet que más me guste. Adelantaré, que
49
el color multicolor, siempre ha sido uno de mis preferidos.
Se puede improvisar en un solo estilo, en dos, o hacer un viaje multicultural
alrededor del historial del mundo.
Abordemos el barco monoestilístico. Pensad de nuevo en la última fuga del arte de la
fuga de Bach. Las formas de acabar esta composición mediante una improvisación
monoestilística serían:
- Suponiendo que el intérprete (e improvisador) quisiese seguir la voluntad del autor
en la medida de sus posibilidades, éste haría una improvisación que continuase y
relacionase las ideas musicales de la obra surgidas con anterioridad, utilizando para ello
un estilo lo más parecido posible al del compositor, es decir: el del Barroco. Pero la
palabra Barroco es demasiado grande, quizá sería mejor decir que habría que improvisar
en el estilo que componía Johann Sebastian Bach, cosa imposible como ya
anunciábamos con el caso Mahler. ¿Y que tal intentar improvisar tal como improvisaba
Bach? Más imposible todavía, no sabemos cómo lo hacía por muchas leyendas urbanas
que circulen de que improvisaba fugas a cuatro voces y aún sabiéndolo, sería imposible
intentar imitar una composición espontánea como es la improvisación. Únicamente se
podría llegar a intentarlo, y conseguir, lo más, una falsificación de un Rubens que no
podría ser distinguida del verdadero ni por los ojos más expertos. Hacer esto conllevaría
una cantidad enorme de trabajo durante una cantidad enorme de un tiempo que no
dispongo, por esto y porque no me gusta improvisar en un estilo que no es el mío,
descartaré esta opción como un posible final. Quizá deba de aclarar la frase “no me
gusta improvisar en un estilo que no es el mío”. Soy un ser humano, y como tal, me
gusta mentirme a mí mismo. El “no me gusta” quiere decir “no soy capaz de” ya que en
mi fuero interno soy un vago redomado que prefiere pensar que algo es imposible de
hacer, antes que admitir mi propia naturaleza perezosa, y todo ello camuflado bajo las
bellas palabras de “no me gusta”. La palabra “improvisar” ya hemos dicho que es otra
mentira por sí misma, y que por lo tanto es falsa y no existe más que en el plano
imaginativo. Y entonces llegamos a la palabra que más gustan de utilizar todos los
músicos, pues parece que cuanto más la paladeamos y degustamos en la boca, más aires
de grandeza, grandilocuencia y sapiencia conseguimos a los ojos del resto del mundo, y
lo que es peor, a nuestros propios ojos; esto es: la palabra “estilo”. ¿Qué es un estilo? En
primer lugar, es una pamplina que se utiliza para intentar definir y agrupar varios trozos
50
de la historia. Visto el fracaso de dicha intentona de dividir en partes, cortar, segmentar
y poner un nombre a cada apéndice de la historia, algunas mentes lúcidas empezaron a
decir que cada compositor era un mundo y que, en realidad, cada uno de ellos tenía un
estilo propio claramente diferenciado del resto. ¡A lo que llega el querer llegar a ser un
único individuo independiente! Ya me gustaría ver a mí cuantos distinguen una sinfonía
de Mozart de otra de Haydn, o una patata cocida por Schoenberg de un patata cocida
por Chopin... Pero esto no es nada, otras mentes con clarividencia llegaron a decir que a
partir del siglo XX, no ya cada compositor, sino cada obra, es un mundo, y que cada
obra contiene un estilo distinto claramente diferenciado de cualquier otra. Ahora llego
yo y dejo a esas mentes retrasadas a la altura del betún, pues diré: no ya cada obra
contiene un estilo único, sino que cada sección, cada frase musical, ¡cada nota!, ¡¡cada
armónico de dicha nota!!, todos y todas tienen un estilo propio ¡mirad ese “mi
sobreagudo” como mueve el culo, mirad ese “fa sostenido” como mueve el pito! Eso es
estilo... ¡Todo es música!, ¡todo!, ¿por qué nos afanamos en clasificar y en poner un
nombre y un precio a todo? La historia es un todo, es un cable de acero enrollado sobre
sí mismo el cual intentamos con todo nuestro empeño estirar y cortar en estilos más
pequeños para convencernos a nosotros mismos con nuestra propia mentira, de que la
historia, de que la música, de que el ser humano, avanza; de que progresa... Pero
terminemos de analizar mi frase, más concretamente cuando digo la palabra “mío”, “un
estilo que no es el mío”. Ya he dicho cuánto les gusta a los humanos poseer algo que sea
suyo y sólo de ellos, imaginad el placer de juntar esta palabra “mío” con “estilo”
¡woohhooo!, ¡la historia es mía! ¡mi estilo tiene el poder! ¡Yo soy dueño de mí mismo,
yo soy dueño de mi estilo y mi estilo tendrá el poder de cambiar la historia tal como yo
quiera! ¡Y lo mejor de todo, al controlar la historia, podré controlar a los seres que
formen parte de ella! ¡Seré un dios en la tierra: el señor del universo! No podemos
querer más. Y no os riáis, porque esto es en realidad lo que está ocurriendo en el mundo,
nos controlan como quieren con cada palabra que consiguen implantar en nuestras
mentes maravillosas, cada acto que hacemos nos sume más en nuestra propia esclavitud,
incluso cada acto de protesta está tan regulado y controlado que sólo causa más
beneficio y más placer a nuestros amos. ¿Qué hacer entonces? Gritad: “soy humano,
¡somos humanos!, no nos podéis cortar en pedacitos y luego jugar con ellos, no somos
una historia que pueda ser rebanada por la mitad como un pollo de corral, somos una
51
única historia que únicamente quiere vivir en paz”. ¡No os quedéis ahí sentados
mientras lavan vuestro cerebro con palabras como “estilo” o “mío”! ¡No sigáis leyendo
las tonterías que escribo! Vale más que os levantéis en armas contra la opresión que nos
esclaviza, pero cuando os levantéis, hacedlo con las manos a la espalda, sin violencia. A
pesar de todo, sé que no lo haréis porque, nosotros mismos, aunque sea por coacción,
pedimos y suplicamos ser esclavizados y azotados por el látigo del sistema. Seguid por
lo tanto leyendo...
… y veamos otro tipo de improvisación monoestilística. Imaginad que después de
haber estado interpretando el arte de la fuga, se llega al final inconcluso y se comienza a
improvisar en otro estilo que nada tiene que ver con el del arte de la fuga. Aún pudiendo
seguir teniendo una relación temática o textural (4 voces por ejemplo) o con cualquier
otro parámetro de la obra, la ruptura sería tremenda poesía para los oídos. Esto tiene que
ver con las relaciones que los humanos valoran tanto. La misma ruptura con las
relaciones, puede ser una relación que surja del acercamiento de polos opuestos, del
positivo con el negativo. Un terremoto puede partir la tierra en dos, pero también puede
juntar dos pedazos de tierra que encierren mundos distintos (estilos, vaya).
Después de esto, abordemos la improvisación pluriestilística:
- Llegamos al mismo punto inacabado en el que tenemos que improvisar y ahora que
somos conscientes de que un corte es una relación como cualquier otra, vamos saltando
de un estilo a otro mediante saltitos cortantes. Nada más interesante que ver muchas
ciudades con distintas culturas mediante la técnica del teletransporte después de haber
estado viviendo durante años en el mismo pueblo: el pueblo del arte de la fuga.
- Otra opción sería hacer estos mismos saltos estilísticos pero con una continuidad
evolutiva que mostrase vuestras queridas relaciones de un modo más constante.
Imaginad como sería pasar poco a poco del estilo del arte de la fuga a un estilo
vagamente mozartiano, mostrando las relaciones compositivas o motívicas, o de lo que
se quiera, entre el paso de uno a otro. Y así, se iría pasando de río en río por toda la
historia, con la ayuda de la construcción de puentes que facilitasen el camino hasta
llegar a nuestra época.
Ahora, cogiendo la idea del puente, podemos volver a la improvisación
monoestilística pero utilizando este puente para conectar el arte de la fuga con el estilo
elegido. ¡Y qué mejor estilo que uno en el que seas tú mismo aunque ese “tú mismo”
52
pueda contener una infinita variedad de relaciones estilísticas! Este “tú mismo” es
nuestra forma de ser, y esta forma de ser se fragua poco a poco desde el momento en
que nacemos (o incluso antes) con cada relación que tenemos, desde la relación con una
hormiga o una piedra, hasta con “el amor de tu vida”; y puede ser que esa piedra te haya
influenciado más que cualquier otra cosa o ser vivo.
53
CAPÍTULO 15
Volvamos ahora con un poco más de concreción al arte de la fuga. Tanto hablar de
improvisar y no hemos dicho aún el instrumento con el cual hacerlo (pero recordad que
todavía no he puesto ni la segunda teja de mi tejado, y que falta mucho para llegar hasta
el suelo).
Bach no especificó jamás qué instrumento o instrumentos serían los afortunados para
ejecutar tan magna obra. En un principio se pensó que pudiera haber sido escrita para la
propia mente, y por lo tanto, muchas personas acabaron catalogando esta obra como
demasiado cerebral. A partir de esto, ¡sólo quedaba hacer la deducción más lógica! que
una música destinada a ser alabada por sus increíbles procesos contrapuntísticos, no
podía sonar muy bien.
El cerebro es un ordenador y cuando este cerebrito escucha música desordenada, no
le suele gustar. El caso es que a los seres humanos les gusta pensar que el orden va de la
mano de los sentimientos inhumanos y que únicamente el desorden puede dar lugar a
sentimientos pasionales insospechados (algo que generalmente se ve como “lo bueno”).
De lo que no se dan cuenta, es que la naturaleza está tan bien organizada que da una
impresión de una desorganización absoluta. Lo mismo pasa con el arte de la fuga, está
imbuida de una organización tal que puede parecer que algo tan organizado, tan
maquinal, no puede dar lugar a sentimientos puros; pero esto es tontería pura y dura
pues es el cerebro el que nos hace gemir de placer, no un corazón que no hace más que
bombear un líquido rojo algo oxidado.
A causa de todo esto, las interpretaciones de la obra han sido siempre contadas.
Posteriormente, algunos pensaron que, a pesar de que la obra fue escrita originalmente
en cuatro pentagramas con sus respectivas claves antiguas, quizá fuera posible
interpretarla en un teclado. Muchos rebatieron este absurdo pensamiento con la prueba
evidente de que los contrapuntos XVII y XVIII que contienen dos fugas cada uno (la
normal y su espejo), eran prácticamente intocables y que habría que hacer algunos
arreglos para que fuese factible su interpretación. Nada más cierto si se piensa en
interpretar esta obra en el piano moderno y el intérprete en cuestión no alcanza a tocar
una décima mayor tras otra sin arpegiar y, encima, quiere realizar la proeza sin una
pizca de pedal. Nada más falso si se piensa en interpretar esta obra en un clave en el
54
cual la menor anchura de las teclas respecto al piano moderno, hace posible una más
que factible interpretación sin estirar apenas los dedos. Y nada más falso si se piensa
que en el Barroco, prácticamente no había un sólo acorde que no fuese ejecutado
arpegiadamente.
Algunos adujeron entonces que los tres últimos compases del contrapunto VI “fuga a
4 voces en estilo francés” eran intocables incluso en un clave si se quería mantener la
pedal de tónica en el bajo y la duración completa del resto de notas en las demás voces.
¡Ay!¡Pero que manía tiene la gente de mantener las notas hasta su último suspiro!
Siempre puedes soltar la nota pedal una vez dada (puesto que, además, un clave no es
que tenga una resonancia asombrosa) y volverla a tocar de vez en cuando (cuando sea
técnicamente posible) para hacer sentir que sigue ahí, y ya, arpegiando, ¡puedes hacer
casi un trémolo si gustas! El caso es que a algunas personas sigue sin convencerles este
tipo de ejecución y por ello sustentan que el arte de la fuga debe ser tocada en un órgano
para así, con ayuda del pedalier, poder tocar todas las notitas tal como están escritas en
el maldito papel.
Yo soy de la opinión de que Bach podría haber compuesto algunas fugas mientras
estaba sentado en un órgano, otras mientras tenía el culo aposentado frente a un clave, y
otras mientras esperaba a la muerte en la cama. La verdad da igual, lo importante es que
hay cuatro líneas que, juntas, hacen música; mientras hagan música, ¿qué importa que
sea un cuarteto de clarinetes, que sea un piano o que sean cuatro chimpancés marcando
los ritmos de las distintas voces con cuatro cabezas de conejos golpeando cuatro
piedras? Por eso es tan genial esta obra, porque Bach nos está enseñando algo que poca
gente se atreve a aprender: él hizo música, que la escuche quien quiera y como quiera,
nada importan los instrumentos que se utilicen para llevarla a cabo, ¡si no que lo hubiese
especificado!, y como no lo hizo, sólo podemos aprender que lo que importa es el fin (la
música), no así el medio (el instrumento o el útil para llevarla a cabo).
55
CAPÍTULO 16
El medio no es lo importante, y por eso mismo me centraré ahora en él. “Absurda
frase” exclama la audiencia. Vuestra existencia si que es absurda. Miraos a vosotros
mismos, músicos de pacotilla. A cada frase musical que escucháis, estáis juzgando si
ésta tiene la importancia de merecer vuestra atención. A cada obra que escucháis,
acabáis sopesando si ésta tiene el derecho y la importancia de poder llegar a ser
considerada como una obra buena, mediocre, maestra, genial... o terriblemente mala. A
cada salida de un concierto, lo primero que hacemos es decir lo mal o lo bien que ha
tocado el o los intérpretes; si queremos alabar a uno, sólo tenemos que despreciar a otro,
y si no hemos encontrado la forma de defender que el intérprete ha tocado “mal”,
siempre podemos echarle la culpa a la obra. ¿No os dais cuenta? Somos Nazis
musicales. Estamos juzgando continuamente lo que nosotros consideramos como malo,
cuando para otro, perfectamente puede ser lo bueno. Se afirma que la raza aria de la
música de cámara reside en las composiciones de Brahms. Muchos dicen que las obras
largas de Schumann carecen de la genialidad de sus obras cortas. Antaño corroboraban
que Beethoven no sabía hacer fugas. Algunos sentencian que la música contemporánea
es un asco, otros desprecian a mi queridísimo Britten. La cadena judicial sigue
eternamente y lo más triste es que esto es lo que se enseña a pensar y lo que la gente
acaba valorando. Yo mismo me he convertido en tal aberración al atreverme a juzgar
con mayor o menor importancia el fin y el medio. Por eso es que trataré de lavar mi
pecado y aliviar mi cargo de conciencia escribiendo sobre lo que dije que no era
importante, cuando la realidad es que, sin uno, no podría existir el otro. Volvamos pues,
al medio.
¿Os acordáis del Requiem de Mozart? Estudiemos la orquestación que el compositor
había estado fraguando hasta su último estertor de muerte: ¿clásicamente clásica?
Quizá. Pero recordad el comienzo del Rex Tremendae y cómo en la segunda negra del
tercer compás, el coro hace una entrada avasalladora anunciando que el fin del mundo
por fin ha llegado. La clave de tan soberbia aparición está en la ausencia de
orquestación durante el mismo instante en que el coro entra, es decir, un uso
contrastante de la orquestación. Ahora imaginad que, manteniendo la esencia de este
contraste, usáis la música de Mozart pero cambiáis el estilo de la orquestación a uno
56
más romántico, contemporáneo o renacentista.
Pero, ¿qué es música? ¡Qué pregunta! Hablamos todo el día sobre música y a penas
duras sabemos definirla. Lo primero es que, obviando el significado del diccionario que
muchos músicos a estas alturas de la vida ni se habrán molestado en buscar, la música
tiene un significado distinto para cada persona. Por lo tanto, yo, como ser humano, daré
aquí mi definición subjetiva y, como en toda definición aparentemente buena, de qué se
compone y qué es lo que hace que yo reconozca un sonido o varios como música:
La música es un lenguaje mágico en el cual no hay palabras.
Las palabras ya son mágicas de por sí porque son capaces de cambiar el pensamiento
y las acciones humanas. ¿Qué no podrá hacer pues un lenguaje en el que el medio
transmisor no es la palabra sino algo que no se puede describir con palabras, algo que
cuando llega a lo más profundo de nuestro ser, nos conmueve por dentro y nos dan
ganas de cambiar la Tierra?
¿Qué es este “algo” indescriptible? ¡Nunca se ha necesitado saberlo! Siempre formó
una parte tan honda de nuestro ser que los músicos no tenían más que acudir a su
llamada.
Siento que en estos tiempos que corren este “algo” se ha perdido, los músicos se han
olvidado de escuchar su llamada y como nunca supieron su nombre, no pueden llamarlo
para que vuelva. Mi propósito es, pues, intentar definirlo y analizarlo en detalle para que
nunca se vuelva a olvidar (al menos durante un tiempo).
No hablo del sonido. Cuando un diccionario dice que el medio de expresión de la
música es el sonido, me miente, me insulta, me hace daño. La música no es sólo un
lenguaje de sonidos; son las personas, son las piedras, son los ríos, ¡son los árboles que
con susurros del viento me dicen cuanto están sufriendo! Es la vida, es la muerte, es
todo lo que hay de insignificante en este mundo.
Estoy hablando de las relaciones que rodean a cada cosa y cada ser y cómo esto hace
que se junten o se separen ¡o se ignoren!, unos y otros. Todo eso para mí es lo que
conforma la música:
El cantar, ¡el cantar de la música! La música es la vida, el medio para crearla es
formar parte de ella. A esto le llamo yo el cantar de la música. La mayoría de la gente, si
no toda, piensa que la música es un lenguaje que transmite un mensaje sólo con sonidos.
Este es el problema de tratar de definir las cosas con la precisión de diccionarios
57
andantes, que, a veces, las solapas de estos librejos no nos dejan ver los alrededores del
paisaje. Dentro de la música de la vida, está otro campo que es el que vosotros
llamaríais, falsamente, música. Y... ¿qué es lo que se busca en la vida o en la música?
¿Felicidad? ¿Libertad? ¿Amor? ¡Pamplinas!
Yo busco hacer una música, que ya sea por el ritmo, la melodía o por cualquier otro
parámetro que pueda ofrecer la vida, me deje alguna impresión o sensación en el cuerpo
que me invite a cantar dicha música o al menos a ser capaz de recordarla por algo que
me halla transmitido formando así, parte de ella.
Cantar, recordar y transmitir, no hay nada más importante para mí en música. Quizá
la realidad es que yo no busco nada, simplemente escucho, pues si buscas algo, es que
tienes algo preconcebido que has de encontrar y si no encuentras lo que buscas, viene la
decepción y la negación de lo encontrado. Quizá sea mejor no buscar tanto y, cuando
por casualidad encuentres, escucha, siente y vive lo encontrado. Te maravillarás hasta de
lo bello que puede ser revolcarte en dos charcas de agua.
Visto esto y si volvemos a Mozart, sólo tenemos que mantener en la orquestación lo
esencial, ese “algo”. Y así, la música se seguirá reconociendo como el Rex Tremendae
de Mozart, o mejor dicho, como música; y podremos cambiar el resto, cuidando de que
no se nos vaya de las manos.
Pero, volvemos a lo mismo, al significado de las palabras, ¿qué es la orquestación?
Para mi mente obsoleta, es un medio que sirve para adornar o resaltar la idea musical,
sin embargo, muchas veces el medio se puede convertir en el fin. ¿Acaso es ésto malo?
Es lo que hacen algunos intérpretes cuando por ejemplo se empiezan a mover como
cabras y menean sus extremidades al son de la música o al son del libre albedrío,
pasando a convertirse en el principal centro de atención. Esto a algunas personas les
molesta aunque... ¡para eso la naturaleza nos dio párpados!
En esta época nuestra se busca el espectáculo, al público le gusta divertirse. Ésto, en
pequeñas dosis puede venir bien para la salud, pero cuando se convierte en un no parar,
hasta el cocainómano más avezado notará que le están lavando el cerebro. El opio del
pueblo. El pan y circo. Siempre es lo mismo, buscan entretenernos con paños menores
mientras ellos se quedan con los mejores. Sin embargo, todos sabemos que nos están
toreando. El ser humano es aquí la idea principal y se nos trata de envolver con un
precioso manto de orquestación para que no veamos la mierda de mundo en que
58
vivimos, y los que consiguen ver a través de un agujero un poco de realidad, se
acurrucan un poco más en la tela podrida y cierran los ojos para no ver al intérprete que
les maneja a su antojo. Cierto es, que hay quien, dándose cuenta de ello, lucha. Mejor
dicho, intenta luchar. Pues cuanto más se revuelve en el manto que le arropa para salir a
la luz, más se enreda y queda atrapado entre telas invisibles. Así que... ¡cuidado con la
orquestación! Aun así, haré uso de la hipocresía que tan bien se me ha enseñado y os
pondré en bandeja la siguiente hipótesis de cómo acabar el arte de la fuga e incluso una
opción de cómo interpretarlo.
Tenéis ante vosotros un chorizo al que el ratón Muerte ha mordisqueado un poco
dejando así una obra inacabada. El intérprete se pregunta “¿con que puedo envolver este
chorizo fugoso para que el público no se de ni cuenta de lo que ha pasado?” Yo
respondo: Se pueden embadurnar las mentes públicas con un pesado prólogo de la obra
para que luego estén tan cansados que no puedan escuchar. También se puede pedir al
público que tararee un tema para pegarlo al final del chorizo mediante una
improvisación, y una buena salsa chocolatera manufacturada por la orquestación, podría
cubrir los desperfectos surgidos por la corta mente del intérprete. Pero quizá vaya
demasiado rápido, pues un pajarito me pía que qué es eso de utilizar la orquestación
para acabar el arte de la fuga cuando el piano iba a ser en principio el instrumento
elegido por mí para la conclusión de dicho arte. Pajarraco impertinente... Dos cosas.
La primera es que has desvelado por fin mi medio, el instrumento de ejecución del
fin, de la obra. La segunda, que todo instrumento tiene la virtud de poder orquestar e
incluso de ser orquestado.
Y... ¡la tercera! La orquestación puede tener un estilo propio o acompañar al de la
obra orquestada. Esto parece difícil de concebir puesto que la orquestación tiene un
poder tan grande en la escucha que muchas veces confundimos una materia con la otra.
Y ahora, una cuarta que destruye todo lo dicho: la orquestación es la obra y la obra es
la orquestación. Una sola nota está ya orquestada por sí misma (por sus mismos
armónicos), a partir de aquí, esta nota se puede reorquestar, o mejor dicho,
sobreorquestar. Esa nota (llamémosla “sol”) es un mundo en sí mismo, es la idea
principal, todo lo que pongamos a su alrededor tendrá el fin de ensalzarla y no
olvidemos que el eclipse es una forma de ensalzar como cualquier otra, si no, pensad en
cuántas veces posáis vuestra atención en el dorado sol que nos alumbra con sus rayos a
59
diario (nunca). Sin embargo, cuando hay un eclipse que lo oculta aunque sea
parcialmente, su ausencia, ya sea total o parcial, cobra más importancia que cualquier
otra cosa.
Visto esto, volvamos a la hipótesis de como interpretar el arte de la fuga. La mayoría
de las fugas son a cuatro voces así que haré lo que tanto odio hacer: generalizar.
Imaginad que sobreorquestamos esas cuatro voces intentando siempre que el resultado
sea musical. Por ejemplo, se ponen unas octavas por allí, unas séptimas por allá, y
quitamos una voz para resaltarla mediante su ausencia. A esto le llamarían algunos
versionar la obra. Yo lo veo más como una orquestación o sobreorquestación, pero el
nombre (la autoría) es siempre lo de menos. Si se consigue hacer una música más
increíble que la que logró Bach, ¿por qué no hacerlo?¿por respeto? Dos cosas.
Lo primero, que Bach está muerto y bien requetemuerto.
Lo segundo es que si el arte de la fuga fuese una obra anónima, no habría que
guardar respeto a nadie.
¿Y el respeto a la música? Si se sigue haciendo música violando ese respeto, le das
más valor y respeto a esa música porque ella sabe que lo que importa es el fin, no el
medio, aunque sin éste, sin la violación, no se pudiera hacer nada.
Y ahora vamos con la hipótesis de cómo acabar la última fuga inconclusa.
Está claro que va íntimamente ligado con la interpretación. Sólo hay que violar el
estilo, violar la forma, violarlo todo; y con un poco de sobreorquestación,
infraorquestación y embutido todo ello en una composición hecha rapidísima
(improvisación) o sosegadísimamente (composición), tendremos otra receta para echar a
mi saco sin fondo.
60
CAPÍTULO 17
Es hora de hacer un pequeño análisis del arte de la fuga en su conjunto. ¿Qué es el
arte de la fuga?
¿Es acaso una simple sucesión de fugas con algún que otro canon? Quizá decir esto
sea quedarse corto y sea más preciso apuntar que nos enfrentamos a una especie de tema
con variaciones utilizado dentro de la comprensión de la fuga donde el tiempo juega un
papel importantísimo.
Hablemos de “El Proceso” de Kafka. Se trata de un proceso judicial que además de
ser absurdo en su transcurso, es lento, terriblemente lento y esto hace quizá que esté
tardando en leerlo una eternidad. Cuando pensamos en la palabra “proceso” pensamos
en algo que tiene un recorrido largo y que va cambiando muy poco a poco, pero este
cambio no significa que haya un progreso. Incluso puede haber un recorrido largo pero
sin cambio ni progreso alguno (esto también depende de la perspectiva y el grado de
profundidad con que lo midas).
Cuando se habla de un proceso musical, viene a ser lo mismo.
Ligeti gustaba mucho de usar esta palabra y llevaba su significado verdadero a su
obra.
A partir de aquí, se ha empezado a oír resonar la palabrita mágica por todas partes
como el eco y, como pasa con todo lo que es usado sin cuidado, el significado
prehistórico se acaba perdiendo (múss..¡achiss si!..ca). Pues bien, el arte de la fuga es un
proceso. Es decir, se trata de la presentación de un tema de fuga que, una vez presentado
en el llamado Contrapunto I, se va variando lenta pero continuamente hasta el último
Contrapunto, dejando al parecer, a las variaciones sobre un tema de Joseph Haydn de
Brahms algo anticuadas. Pero las comparaciones son odiosas, y a veces, injustas.
Brahms creía en el desarrollo. El desarrollo, a diferencia del proceso, implica una
evolución del material musical enojosamente rápida para mentes poco desarrolladas. He
aquí por qué el serialismo integral se nos hace a veces y en muchos casos, tan difícil de
tragar; porque al ser humano le gusta ver cómo algo se desarrolla en su justa medida: la
evolución. Si no se es capaz de ver esa evolución progresiva y se nos presenta el
resultado de lo que nuestras mentes subnormales catalogan como casi inmediato y
repentino, lo más que se consigue es impresionar al cerebro (que no es poco). Con todo
61
esto, quiero que os percatéis por vosotros mismos de que el desarrollo implica una
evolución relativamente rápida y el proceso una relativamente lenta. Digo relativa
porque las palabras “lento” y “rápido” sólo se pueden medir en comparación de unos
elementos con otros como os he tratado de mostrar con el arte de la fuga y con Brahms.
Pero tampoco quiero engañar a nadie: la evolución, el progreso, el desarrollo y todas las
demás palabras que hacen parecer que todo va para mejor, tienen también un significado
relativo en cada ser humano. Por ejemplo, si una persona nace con un brazo adicional, la
mayoría dirá que es una deformación, la comunidad científica que es una mutación y yo
afirmaré que sería una ventaja maravillosa a la hora de tocar el arte de la fuga. ¿Y el
progreso? Desde luego, se puede progresar en el refinado arte de despellejar y sajar con
un cuchillo de cocina a personas vivas, tanto como se pueden hacer progresos en la
rapidez de cortar y pelar patatas con el mismo cuchillo. También estamos progresando
en la destrucción del mundo en que vivimos y nuestras retorcidas mentes,
progresivamente desarrollan cada vez más la forma de acelerar ese proceso que ya lleva
en ejecución demasiados miles de años. Así que... ¡cuidado! ¿La música progresa a lo
largo de la historia?¿Se desarrolla dentro de una obra? Todo depende de con que ojos se
mire. Para mí es simplemente música, una música que cambia mucho, poco o nada. Para
los jueces del apocalipsis, el cambio será bueno o malo, para mí, siempre será música.
Y ahora, si fijamos la atención de nuevo en el arte de la fuga, veremos que quizá no
sólo sea un proceso que se alarga durante una hora y media (aproximadamente) en
relación a la evolución de las variaciones del tema, sino que cada fuga contiene un
desarrollo en sí misma aunque la fuga sea una composición que, en comparación con
otros tipos de composición u otras fugas de otras épocas, tenga un desarrollo casi nulo.
Visto que esta obra contiene dos elementos que podrían considerarse como
contrarios, ¿no habría qué ser coherentes en la conclusión del proceso (lento) y del
desarrollo (rápido) a la hora de concluir la obra? El cómo hacerlo... Aquí va otra
hipótesis:
Un proceso está claro que se puede alargar hasta el infinito y si este proceso está
obligado a contener un desarrollo tras otro, éstos también pueden serlo, así que...
¡Temblad mis lectores, porque vosotros sois mis acusados y no conoceréis el resultado
del juicio final hasta el infinito y más allá! (Con esto quiero decir que si se improvisa
como posible conclusión del arte de la fuga, esta improvisación puede no tener fin hasta
62
que el intérprete muera por inanición sentado ante su instrumento)
Pero... hablamos de improvisación y de orquestación y nos surge un pequeño
problemilla:
¿Qué pasaría si para terminar el arte de la fuga se eligiesen como medio ejecutor
cuatro instrumentos, pongamos que un cuarteto de saxofones, y por lo tanto cuatro
individuos distintos? ¿Y qué pasaría si el instrumento de finalización fuese una
orquesta? ¿Cómo demonios improvisarían coordinadamente tantas mentes pensantes?
Abordemos la mente enjambre.
63
CAPÍTULO 18
Con “mente enjambre”, me refiero a la inteligencia colectiva; una forma de
inteligencia que surge de la colaboración de muchos seres vivos de una misma especie.
Si se fomenta esta inteligencia, una comunidad humana podría evolucionar hacia un
orden de una complejidad y armonía mayor, ya sea por una mayor integración,
competencia o colaboración (aunque lo de “competencia” habría que matizarlo, pero
dejémoslo para otra ocasión). Todo ello involucraría el poder alcanzar un centro de
atención único, común. Ésto, aplicado a la improvisación orquestal como medio de
conclusión del arte de la fuga, podría resultar sumamente interesante.
Lógicamente (y por desgracia) la improvisación en este medio a partir de una obra a
medio terminar es de dudosa realización. Pero, ¿por qué dudar de algo que jamás he
visto realizado? No creo que sea imposible que saliera de ello música maravillosa.
Antes de proseguir, he de aclarar los diversos grados de improvisación existentes,
dentro, claro está, de su propia inexistencia.
La improvisación libre es aquella que no está sometida a ningún tipo de guión,
esquema o partitura; y a ella me he referido siempre cuando hablaba de la improvisación
a secas (esto es lo bueno de empezar la casa por el tejado, que siempre te puedes
justificar si se te ha olvidado aclarar algún punto del pasado).
Tras ésta, empieza a haber grados varios de mayor organización en la ejecución
improvisatoria, desde el que puede ser retenido hasta por las mentes menos entrenadas
en el uso de la memoria, hasta el momento en que es necesaria una partitura con
determinadas “libertades” que te dan pie a improvisar en mayor o menor medida. La
evolución natural de esta progresiva organización de la música nos llevaría al último
escalón de la improvisación que no es sino parte del suelo de la segunda planta: la
composición.
Entonces, si se quiere hacer una improvisación libre con orquesta ¿qué hacer? Bien
fácil, lo que hacen las hormigas para crear sus caravanas en fila india, o lo que hacen las
abejas para actuar coordinadamente como una sola mente, como el solo enjambre que
conforman.
Llevado al plano humano, la única forma de guiarse sería escuchando en el momento
cada cosa que ocurre y reaccionar en base a ello. Esta capacidad de reacción y de
64
escucha debe ser de alto voltaje y, como ocurre con todo, las dos habrían de estar bien
entrenadas. Para ello hace falta una práctica en el sistema de aprendizaje de la cual
parece evidente que carece todo centro de enseñanza de este mundo, puesto que incluso
con la globalización que vivimos hoy día, no hay muchas señales de que existan
orquestas que hagan improvisaciones libres danzando por ahí. Esto es, por supuesto, una
suposición que carece de un buen fundamento, ya que no soy un dios que todo lo sabe.
Es lo que llamarían algunos una elucubración y respecto a esto he de hacer un pequeño
paréntesis que fundamente las bases de mis elucubraciones.
Se dice en las bases para la elaboración del trabajo de fin de carrera, que se huya de
la elucubración y que se planteen hipótesis bien estructuradas.
Lo primero, que por más que corro para huir de la malévola culebra de la
elucubración, ésta siempre me acaba cogiendo.
Una sugerencia para las próximas bases del trabajo de fin de carrera: se debería
utilizar el verbo escapar en vez del de huir, puesto que tener que huir, no implica
necesariamente que la huida tenga que ser exitosa.
Posdata: si se exige con un vocabulario tan enfermizo una perfecta estructuración
científicamente comprobada de la realización de un trabajo de investigación de fin de
carrera, la próxima vez, ¡que se predique con el ejemplo u os voy a serrar los barrotes de
vuestra maldita prisión con vuestras malditas palabras!
Y lo segundo, que las diferencias entre elucubración e hipótesis no pueden ser
medidas matemáticamente. El diccionario dice que imaginar sin mucho fundamento es
elucubrar, ¡dice incluso que elaborar una divagación complicada y con apariencia de
profundidad también puede ser una elucubración! ¿Pero cómo se puede saber si dicha
apariencia es tal, o es, por el contrario, una certeza? Solamente un sabelotodo lo podría
saber (a ver si encuentro a alguno para que me lo diga). ¿He de elucubrar pues, que
hipótesis es imaginar con mucho fundamento? Bueno, la ciencia de la lengua española,
define la hipótesis como una suposición de algo posible o imposible para sacar de ello
una consecuencia. ¡Vaya! Mi elucubración ha resultado ser demasiado benévola ya que
no se necesita fundamento alguno para hacer una hipótesis. Aun así, en las bases para la
elaboración del trabajo de fin de carrera (llamémosle a partir de ahora “tesina”, porque
tan larga combinatoria de elementos sintácticos para designar algo tan simple, ataca con
vil crueldad a mi sistema nervioso), en las bases de la tesina pues, se dice que las
65
hipótesis tienen que estar bien estructuradas. ¡A ver quién osa ser el juez ejecutor
encargado de definir el bien o el mal! Mi estructuración de una hipótesis puede ser
buena para mí y mala para otro, por lo tanto el bien y el mal son palabras absurdas, tan
relativas en sí mismas que causan la destrucción del intelecto: la locura. El ser humano
es un loco andante que va pisando sin ver las flores de su camino.
Espero que os haya parecido “bien” y “mal” la estructuración de toda esta hipótesis
elucubrada, ya que es hora de volver a la elucubración hipotética de la orquestación
improvisada como medio ejecutor del arte de la fuga. Habíamos quedado en que hacer
una improvisación libre con una orquesta era relativamente fácil si había habido una
práctica continuada en su aprendizaje. Ésto implicaría que el arte de la fuga habría
tenido que ser interpretado por una orquesta en su totalidad, y esto significaría que
habría que orquestar toda la obra para obtener algo de coherencia instrumental. Pero
también se puede orquestar y finalizar únicamente la última fuga tal como hizo Mahler,
aunque eso sería hacer algo así como enseñar el brazo de una escultura de cuerpo
entero, es decir, arte non finito, y los músicos que son partidarios de las interpretaciones
históricas, aborrecerían esta idea, ¿no es así?...
A propósito de las interpretaciones históricas. Ya dije en su momento que este tipo de
interpretaciones no pueden existir si la imitación perfecta es imposible de llevar a cabo.
Entonces, no seamos cabezotas diciendo que este tipo de interpretación carroñera es la
única e inimitablemente correcta. Simplemente es una opción como cualquier otra y, a
pesar de que es la que está mejor vista ante los jueces de la comunidad musical mundial,
sería bueno también, intentar abrir los ojos hacia otros horizontes que nos puedan
deparar gran diversidad de parajes. Uno de estos parajes que he intentado enseñar en
este movimiento era la improvisación, y una rama que queda algo por explorar es la idea
de la deformación de una obra dada. Hacer una interpretación improvisada tomando el
guión del arte de la fuga, por ejemplo. Este guión puede ser temporal, es decir, respetar
más o menos los valores de las notas variando el parámetro de la orquestación ya sea en
instrumentos monofónicos o polifónicos, o cogiendo el guión rítmico si los intérpretes
son un ensemble de percusión (o mis cuatro chimpancés con cuatro piedras con el
adecuado aprendizaje). También se puede hacer uso de las alturas únicamente,
improvisando el resto de parámetros o cualquier otra cosa que se os ocurra, incluso
llegando al parámetro cero, a la improvisación libre e inexistente...
66
Pero, ¿por qué no hacer esto mismo hallando un sustituto de la improvisación? ¿Cual
será? ¿Cuál? Busca perrito, busca.
67
CAPÍTULO 19
Tercer movimiento.
Pero como ya hacía Beethoven en su novena sinfonía y en la gran fuga, me gusta
recordar el pasado temático aunque sea por un instante. Sí que es cierto que Beethoven
hacía esto transcurrido ya una parte importante del movimiento o de un pedazo musical,
pero es que él es el genio y yo sólo soy alguien que se ha obcecado en empezar una casa
por el tejado y así seguirá ese alguien hasta que se tope con algo inesperado, que le diga,
que sigue un camino equivocado.
Recordemos pues a la improvisación y ampliémosla con otra idea interesante.
Recordaréis por supuesto, que el piano iba a ser mi medio ejecutor con un solo
intérprete como verdugo. Pero este verdugo parece haber olvidado que tiene otra arma a
su disposición a parte de dar palmadas con pies y manos: la voz. Un pianista siempre
puede cantar, gritar, chillar, gemir o hablar, usándolo todo ello como brazo adicional a la
hora de improvisar el final del arte de la fuga. El uso de este nuevo instrumento puede
ser usado de tantas maneras como el intérprete sea capaz de abarcar, así pues, no
desdeñaré este medio para usarlo en combinación con el tema de este tercer movimiento
que nos ocupa...
Abramos el libro, pasemos la página,
arranquemos prólogo, índice y portada,
y tras años de sal y un poco de espera,
nos muestra este zopenco, su simple y querido tema.
... La composición.
Hablemos pues de cómo llevar a la realidad la terminación del arte de la fuga
mediante una o varias composiciones. “¿Cómo? Escribiendo” ¡Anda! Pero si estás ahí
mi querido Lucas. ¿Sabes qué? Tú me vas a ayudar a realizar tan gran obra. “¿Cómo?”
dijo el temeroso Lucas. Ya que habrás visto reflejado en el presente trabajo mi profundo
odio por la autoría, ¿qué te parece si te pongo a ti como el autor de dicho trabajo
reflejando mi amor por la hipocresía y yo quedo así ensalzado en el anonimato? “Por mí
perfecto, pero sólo si no muevo un dedo” Trato hecho pues, pues un dedo no vas a tener
68
que mover, ¡van a ser varios!
Habla Lucas:
Os presento aquí mi primer final en partitura y así disfrutaréis de lo que tanto tiempo
se os ha estado negando con tan malvada premeditación y alevosía: ejemplos gráficos.
(Ver anexo I)
¿Qué? ¿Os gusta? Sin duda habréis notado que tiene un pequeño defecto... en efecto,
está inacabado, pero aún así creo que merece la pena detenerse en el porqué.
Bien, no os voy a mentir. Empecé este final sin plan alguno de trabajo, ni siquiera
tuve intención de que guardase coherencia con el resto de la fuga o de la obra en su
totalidad, algo así como si estuviera componiendo una improvisación.
El resultado es que, si después de haber tocado el arte de la fuga, se empieza a tocar
este final, en el mismo compás en el que Bach puso sus 7 últimas notas, se notará algo
extraño. Yo percibo (pues no puedo sentir lo que notan los demás) como si Bach se
hubiese convertido de repente en un pequeño borrachín. Esta extrañeza no dura más que
dos compases y por lo tanto al oyente apenas le dará tiempo a despertar de su
somnolencia para ver qué demonios ocurre, y en el momento en el que empezara a
frotarse los ojos y que su cerebro estuviera gritándole que le habían dado gato por
liebre, haría aparición una nueva entrada del tema que si en un principio comenzaba
como una falsa entrada, luego se convertiría en esa misma voz en el primer tema de la
fuga invertido, dando la sensación de que, aparentemente, el río ha vuelto a su cauce.
Por supuesto esto de unir falsas entradas con el tema en la misma voz es algo
antiestilístico, pero en el momento en que una persona que viene del futuro aterriza en el
mundo “Bach”, ya no hay mucho que puedas hacer para intentar camuflar tu condición
de marciano entre algunos arbustos.
¿Qué es pues lo que me delata como un extraterrestre? Bueno, son cosas tan
complicadas y a la vez tan simples que sería un insulto el que un niño como yo se
atreviera a explicároslo, pero recordad que no soy un niño cualquiera, ¡soy Lucas,
discípulo del creador de este trabajo! y por lo tanto sé que lo que las personas a veces
nos tomamos por insultos, no son más que las enseñanzas que nos son regaladas por el
dulce amor de nuestros abuelos. El único necio sobre la tierra es el que no quiere
aprender, no el que no sabe nada.
Así pues, sigamos usando nuestros prismáticos en esos dos extraños compases en los
69
que empecé a poner notas como loco. Lo primero que salta a la vista, es que hay una
nueva voz que se ha infiltrado discretamente en una cárcel de alta seguridad, una
especie de barítono que además de no hacer las resoluciones de séptima como la escuela
manda, empieza a duplicar parcialmente con octavas a una desesperada voz de contralto
que trata de desasirse de tamaño robo a su independencia cuando, lo que en realidad
intenta el bueno del barítono, es arreglar las salidas de tono de la divina contralto y
hacer un intento imitador del tema del nombre de Bach por inversión. ¿El resultado?
Todos fallan en su propósito. La contralto es la primera culpable al empezar con un
retardo de novena que resuelve en la octava. El por qué es simple. Aunque no se sale de
lo académicamente correcto, en relación con todo lo que se ha escuchado antes, canta un
huevo. Luego encima comienza a repetir su proeza pero adornada con una apoyatura,
cosa que a la soprano, dos compases más tarde, le parecerá una idea digna de incorporar
al tema que ya empezó a exponer malamente y así hacer unas amargas burlas del bajo.
Pero volvamos las lentes a los dos famosos compases. ¿El barítono, una nueva voz?
Falso y verdadero. Para mí, no es más que la escritura de una sola voz de bajo con
cuatro negras por compás. Pero, como ocurre con la escritura de Bach, una voz está
formada por una, dos o vete tú a saber cuantas más subvoces que viven en relación entre
sí. Estas subvoces casi nunca están escritas en la partitura como voces independientes
(la independencia absoluta no existe, dicho sea de paso) puesto que en realidad
conforman una sóla voz aunque ésta esté constituida por varias. Yo simplemente escribo
estas subvoces como voces “independientes”, trabajo es del intérprete el darles la
relación que se merecen al igual que, inversamente, haría con la escritura tradicional de
Bach. Nótese que no hago esto por el mero capricho de que se me alabe por haber
introducido la dificultad de añadir una voz más que en realidad no es tal, sino porque en
el tercer compás, el impulso de independencia de esta subvoz es tal, que ve realizado su
sueño al liberarse de las cadenas conductoras del bajo durante el valor de una apoteósica
blanca. No me meteré a extrapolar estos éxitos de independencia con la vida real... o... a
lo mejor sí, pues creo que es interesante haceros ver el cómo la vida de la humanidad
está escrita en tres míseros compases y así, veáis con más claridad que la música esté
definida para mí como la vida y las relaciones que surgen en ella, no como tontos
sonidos que, aunque estén relacionados entre sí, sin el ser humano para escucharlos, no
serían nada, ¡nada!
70
Venimos del mono, y antes, de protozoos y bacterias de los cuales bien poco me
importa saber sus orígenes aunque sienta una curiosidad malsana por hacerme con ese
conocimiento. En “música” ocurre lo mismo, todo viene determinado por el primer
sonido o agrupación de ellos que se escuche. A partir de ahí, podemos cambiar el
presente pero nunca podremos deshacernos de un pasado que condiciona todo nuestro
devenir musical. Hay libertades, cierto, pero, ¿en que grado? Somos títeres de nuestra
historia, ese primer sonido que surgió en el culo del tiempo esclaviza nuestros actos a un
grado en el que no existe la libertad. ¿Podemos dejar de vivir? Sí, tenemos la elección y
libertad de hacer uso de un buen cuchillo. ¿Podemos dejar de comer? Oh, pues claro que
podemos, otra cosa es que queramos, y así, con estas sutiles diferencias terminológicas
somos capaces de alcanzar esa paz de conciencia para con nuestro poder libertador.
¿Podemos detener nuestros impulsos sexuales? ¡Podemos! ¡Oh, síii!¡Síiii! Pero,
¿podemos elegir no morir, podemos elegir no nacer? ¿Podemos? ¡¿¿¡Podemos!??! No,
no podemos, porque este es el primer sonido que no podemos cambiar una vez que ha
sido escuchado. A partir de ahí, nuestras “elecciones” son ya sólo ficticias y como
ocurre en toda película, no paran de tomarse más de esas elecciones, elecciones que
siempre vienen condicionadas.
Algunos han visto el yugo que pesa sobre nuestros hombros y han intentado luchar
para proclamar sus libertades, libertades que nunca existieron, otros han visto las
cadenas en sus tobillos y han decidido tratar de vivir en paz y armonía con ellas, y otros
no se han dado ni cuenta de que tienen una soga al cuello desde el día que nacieron,
soga que durará hasta el fin de sus días y de sus creaciones.
A estos últimos es a los que hay que ayudar a que se despierten por si solos.
A los segundos les doy mi más sincero pésame.
Y a los que han visto el yugo sobre sus hombros, les digo y les repito: la mejor forma
de alcanzar vuestra ansiada libertad es el suicidio, la realización del superhombre
perfecto, pero aún así, debéis saber que esa misma decisión y otros de vuestros actos
realizados en vida, condicionarán y esclavizarán a otros seres, tanto vivos como
inanimados; también debéis saber que ese ínfimo acto sería el colmo de proclamar y
avivar vuestra esclavitud pues es la aparentemente última representación y culminación
de una ausencia total de libertades. Y digo aparentemente porque ese final no será más
que el comienzo para otras mulas y otros bueyes.
71
El caso es que estos personajes del yugo sobre los hombros hacen caso omiso de esta
observación y se obcecan en seguir buscando su bien amada libertad. Entonces es
cuando entra en juego la independencia que piensan que va unida con la libertad; en lo
relativo a mi juicio, no les falta razón. Recordemos pues esa voz de barítono que
formaba las segundas y cuartas partes alargadas artificialmente de una voz de bajo y
cómo logra independizarse del yugo de su amo al que servía. Pero no, no lo logra. Es la
eterna ilusión. La ilusión de que se ha desprendido completamente de sus padres y que
ya no necesita de nada ni nadie para subsistir... Pobre iluso, no se da cuenta que un lobo
solitario sin manada no es nada, y que un lobo independiente sin conejos que cazar...
bueno todos sabemos sacar conclusiones así de fáciles. Pero aun así, este barítono
solitario se empeña en proclamar su independencia a los cuatro vientos y en aullar que
no le importa vivir sólo y aparte del mundo. Muy bien me parece, ¿qué tal si le
quitamos el mundo que le aportan las demás voces y le dejamos más solo que la una?
Lo que queda como resultado es un discurso musical roto y una existencia vital absurda.
Aplicaos el cuento y extrapoladlo desde los blancos calcetines que lleváis puestos y
que afirmáis que son vuestros, ¡de vuestra individual posesión! y por tanto tenéis el
poder, ¡la libertad! de elegir qué hacer con ellos, hasta las palabras que soltáis por
vuestra boca, pues no son más que el resultado de un lenguaje que se nos ha implantado
en el cerebro y que no tenemos más remedio que utilizar sin que haya elección alguna
en ello. Hay quién dirá que Juanito sabe varios idiomas y que por lo tanto puede elegir,
yo le diré que esa es la ilusión de las mulas y los bueyes.
Tras esto no quiero seguir analizando en detalle compás a compás la partitura que os
presenté como final inacabado de una obra inacabada puesto que todo es en definitiva lo
mismo y tan distinto a la vez que necesitaría de infinitas vidas para analizarlo al
completo. Aun así haré alguna que otra consideración general.
Seguramente habréis notado (y para quién no lo haya hecho, ya se lo digo yo) que a
partir del cuarto compás empiezan a aparecer elementos pertenecientes a otras fugas del
mismo arte de la fuga y a combinarse entre sí. Esto no es más que lo que Bach hace en
varios de sus contrapuntos. Por una parte le da coherencia al final en cuestión, pero por
otra se lo quita por la misma razón de la resolución de retardos y apoyaturas de novena
en octava que se jactaba de hacer la contralto (porque resalta bastante en relación a lo
escuchado hace poco). Para mí estas pequeñas incoherencias no son ni buenas ni malas.
72
Puede ser sorpresivo, irritante, agradable, repulsivo, pero... ¿malo? ¿bueno? Curioso
como mucho.
El estilo como también sin duda habréis notado poco me importa, es más interesante
saber el porqué no he acabado este final. He de hacer pues un examen de conciencia y,
finalmente, confesar que una de las principales razones fue el estilo y el cómo no había
conseguido transformar el de Bach, progresivamente al mío propio.
Seguramente os estaréis riéndo de mí ahora mismo, de cómo mis odios se
transforman en las principales causas de mis preocupaciones aún cuando dije que poco
me importaban. Ojalá fuera así, pues la risa es de las pocas músicas que adoro escuchar
a diario aunque sea en mi imaginación.
Como iba diciendo, hay un pequeño cambio brusco (según mi percepción) que me
fastidiaba ligeramente más psicológica que auditivamente. Luego pensé que era absurda
esta forma de pensar y actuar, que era la sociedad y el “qué pensarán” lo que me
obligaba a actuar así, por eso intenté luchar y combatir en armonía con y contra ello
durante varios días. Al final me di cuenta y comprendí a Kafka y sus arrebatos de no
acabar sus obras por no sentirse a gusto trabajando en ellas. Sí, comprendí que en cierto
sentido no tenía libertad para elegir acabar mi trabajo musical si quería acabar contento
de ello, sabiendo muy en el fondo que no era culpa mía, que la sociedad me imponía el
no acabar algo con lo que no me sintiese perfectamente realizado e idealizado, incluso
sabía que el primer sonido de la creación estaba ahí, incordiándome y atacando mi
férrea resolución de luchar contra lo que con tanto empeño se oponía a mis asquerosos
ideales perfeccionistas. Peor aún, en lo más profundo de mi cavidad torácica sabía que
lo que iba hacer estaba mal, muy muy mal, al menos para mí: el dejar de luchar y vender
mi alma al diablo de la desidia, pues él me ofrecía otro comienzo, otra vida para
empezar de cero (o, mejor dicho, de uno o más de uno).
Acepté el trato, y es por eso que para sentirme bien conmigo mismo y con mis ideas,
lo puse en el presente trabajo aprovechando así los desperdicios de un hijo malnacido.
Pero también he de decir que cabe la posibilidad de pensar que este final inacabado
funciona como un excelente final del arte de la fuga. ¿Alguien me lo podría discutir?
Todo el mundo si se quisiera, pero no por ello mi opinión dejaría de tener menos peso
que el resto.
He aquí lo absurdo de la vida. Todo lo que hablamos, lo que hacemos, las leyes y
73
normas existentes, han sido creaciones del ser humano. Es ridícula la subjetividad a la
que nos puede llevar nuestro complejo de dioses. ¿Quién dice que el papel que estáis
leyendo no es una mesa o un fregadero ¡o un ciervo con alas!? ¿Quién le puso el
nombre a cada cosa y ser vivo que nos rodea? Los humanos, entonces ¿por qué no
cambiarlas? Así el mundo absurdo que resultaría de ello sería mucho más divertido. El
valor de las palabras se perdería para siempre igual que pasaría con el entendimiento y
las relaciones entre personas. Pero... ¡por qué luchar por lo que ya existe! Acaso me diga
alguien que en una sociedad, la concordancia armónica de una mayoría es quien impone
las reglas que delimitan el mundo de lo absurdo y que nos salvan de no caer por
casualidad en él. Entonces no tendría nada que decir ya que ese alguien me estaría
dando la razón por omisión al hacerme observar que lo que hacemos realmente, no es
caer por casualidad, sino tirarnos en plancha y con toda la fuerza de nuestra mente
contra las acogedoras colchonetas con pinchos del mundo del absurdo.
Por lo tanto, he hecho un final; que esté o no terminado, que esté falto o sobrado de
coherencia estilística con lo precedente, que haya escasez o exceso de musicalidad o que
exista o deje de existir cualquier otro parámetro en él, son cosas a las que es imposible
atribuirles una verdad que no sea la de la absurdidad del ser humano. ¿Podéis atreveros
en verdad a sentiros seres tan superiores como para ser capaces de juzgar mi trabajo o
incluso a mí mismo? ¿Podéis determinar el significado verdadero de las palabras? ¿Y el
de la música? ¿Podéis decir lo que está bien y lo que está mal? Podéis, desde luego que
podéis, pues sois humanos que aceptan el mundo absurdo en que viven y, acorde a ello,
un simple lector no puede dejar de convertirse en un dios que todo lo juzga; sólo una
persona de verdad conseguiría tamaña proeza, el resto, somos sólo chusma. Y esta es la
segunda razón por la que acepté el trato con el diablillo de volver a empezar un segundo
final, y entonces... ¡Lo volví hacer!, caí de nuevo en la misma trampa y volví a desechar
un nuevo intento de terminación del arte de la fuga. Ahí fue cuando recapacité y me dije
“llevas dos Lucas, ¿cuántos más? ¿cuántos más?” Nunca más, me dijo el cuervo de mi
conciencia, nunca más. Y empecé un tercero. Héle aquí: (Ver anexo II)
“¡Oh!¡Qué adorable!” pensaréis “¡Si hasta ha puesto un cantante adicional mientras
el piano toca!”. En fin, sin comentarios. Es cierto que el cantante puede ser una persona
distinta que el pianista, o el mismo pianista puede ser el que cante. También puede
ejecutar esa voz cualquier otro instrumento, o el mismo pianista puede hacer algún
74
pequeño apaño para incluir esa voz entre sus demás dedos si resulta que es mudo.
Personalmente, me importa poco lo que se haga con este final, incluso se puede arrugar
y fragmentar en varios trocitos de papel para tirárselos al público y así tornar un poco
los papeles que estamos acostumbrados a tener que realizar y soportar. Es seguro que
parte del público empezará a devolver a la cara de su dueño sus propias pertenencias y
es posible que la persona encargada de la limpieza (un músico, sin duda) empiece a
recoger desesperadamente los fragmentos tras la batalla campal y, que con una ansiedad
inusitada, recomponga el mapa del tesoro para ver qué pone en él. Entonces podrá
observar que los primeros cinco compases son un “collage” hecho con pedazos de la
misma fuga a la que se tenía por objeto concluir. A partir de ahí el “collage” musical va
desapareciendo en algunas voces hasta ser erradicado por completo.
Ahora no quiero seguir aburriéndoos con más historietas y monsergas. La mayoría se
que no carecen de ojos y que por lo tanto pueden convertirse en buscadores de tesoros
por sí mismos sin que yo les tenga que explicar nada, así pues, este movimiento termina
muchachos y el final cada vez está más cerca. Aún así, seré bueno y aclararé la duda que
sin duda estará asediando a sangre y fuego con catapultas pesadas vuestras mentes de
murallas oxidadas: ¿Por qué un “collage”?
¿Y por qué no? Igualmente podría haber empezado con un par de “cluster” en toda la
extensión del piano. Sólo elegía una opción de las muchas que tenía a mi disposición,
bueno, elegía sí, pero dentro de la cárcel de mi propia mente. Analicemos los barrotes de
esta cárcel mental.
Me había empeñado en hacer una continuación que progresivamente se fuese
distanciando en estilo de la música de Bach en vez de hacer una relación por contraste.
Entonces pensé (cosa que cuando compongo no suelo hacer demasiadas veces) ¿qué
podría ser lo que, dada mi evidente nulidad para relacionar estilos tan separados entre sí
mediante un puente progresivo, podría garantizarme una mayor probabilidad de éxito
donde ya había fracasado dos veces en el papel (y cientos de veces en mi mente)?
Carroñero, esa es la palabra; sólo hay que convertirse en lo que se ama y se odia para
superar los obstáculos de la vida. Así que, ¿qué mejor forma de utilizar música del
propio Bach para proseguir y conseguir mi propósito? Ahora bien, en lo que uno trata de
convertirse para lograr sus metas, no siempre acaba surtiendo el efecto deseado (¿qué
sería de los genios y sus genialidades sin semejante obviedad?).
75
Mi proyecto empezó bien (durante una o dos blancas aproximadamente) pero pronto
empezó a degenerar a un estado en el que si bien seguía utilizando música de Bach
como el carroñero más puro y de más alta estirpe jamás nacido, la mezcla resultante
tenía choques y giros tonales que comenzaban a destruir el propio sistema tonal
(humm.... quizá sea ésta una buena forma de acabar con otros sistemas que yo me sé).
Es cuando entonces, empecé a llorar de frustración, puesto que se empezaba a hacer
patente la amarga realidad de un tercer abandono. Pero, os estoy mintiendo, ¡jamás hubo
lágrima o frustración alguna!, ni siquiera se me había pasado la idea de dejar un nuevo
desecho en mi haber. Todo corrió como la seda, sólo os mentí para, con un poco de
suerte, despertar algún sentimiento de compasión que se transformarse en odio una vez
desvelado el misterio de mi mentira, y así, que una vez que hubieseis vuelto a sentir
correr por vuestra sangre emociones olvidadas, empezaseis a luchar de verdad, a
rebelaros, a volver a ser capaces de tirar tomates y cuchillos a un intérprete cualquiera,
pero ante todo, aprender a paladear cada elemento de la vida y a apreciarlo de verdad
pues esto dará lugar a lo demás, pero los propósitos de uno no siempre acaban surtiendo
el efecto deseado...
El caso es que siempre tuve la sospecha de que si continuaba durante unos instantes
con música aparentemente bachiana, podría hacer con facilidad lo que tanto me gusta:
deformar, cosa que de algún modo va unida a la mentira. Esta deformación daría por lo
tanto el reflejo de mi deforme persona (¿quién dijo una vez que la música es el reflejo
del alma?) y a partir de ahí ya sólo tendría que seguir siendo yo mismo en mis diferentes
formas de ser que no serán nunca, más que el reflejo de otras personas, pues como dije
en algún lado del segundo movimiento, una improvisación (o cualquier otra cosa) no es
más que el resultado de reunir trozos o pedazos de ideas que ya existían en nuestra
cabeza y darles una nueva forma, aparentemente nueva. ¡Y a ver de donde os creéis que
nuestras cabezas toman los reflejos, ideas y formas de pensar de las que se hace alarde a
diario hasta el punto de proclamarlas cosas geniales de propia e individual manufactura!
¿De la nada? La nada no existe y por lo tanto no tiene nada de la cual se pueda tomar
algo. Entonces, ¿de dónde?
He de hacer un gran paréntesis si quiero asegurarme de que entendáis lo que ya he
dicho. Empieza el paréntesis:
Hace siglos mencioné que teníais ante vosotros un hombre capaz de hacer dos cosas
76
a la vez. Bien, en el momento que lo mencioné fue tan cierto como falso. Falso, porque
al escribir no puedes contar más que una cosa por palabra. La escritura transcurre en un
tiempo lineal igual que en música, pero si se juntan varias líneas es cuando se puede dar
una sensación de un tiempo armónico, es decir simultáneo, aunque en realidad sea una
ilusión. Y cuando digo que el ser capaz de hacer dos cosas a la vez era una verdad como
la catedral de Milán es porque... es tiempo de ampliar este punto:
Es muy probable que muchos de ustedes (¡qué respetuoso que me he puesto!) hayan
escuchado algo de música mientras leían cualquier cosa o que en su defecto, hayan visto
reflejado dicho doble acto instantáneo por otras personas. Si no es así, es seguro que
habréis oído hablar de él si es que me estáis poniendo un mínimo de atención. Y de
atención va la cosa. Siempre que hacemos un sólo acto consciente, nuestra atención es
enfocada en tal grado como si a un violador y además, creyente fervoroso del
catolicismo, se le hubiese aparecido la virgen María en pelotas. Si tratamos de hacer dos
actos conscientes simultáneamente (como leer y escuchar música), la atención se reduce
a un creyente impotente al que se le aparece la virgen en lencería fina. ¿Habéis pensado
o probado a hacer tres cosas a la vez como por ejemplo comer, leer y escuchar música?
Notaréis que la atención se va reduciendo a la de un ateo impotente al cual se le hace
acto de presencia una mujer desnuda que dice adorarle como a un dios. Es decir, la
atención se va dispersando según la cantidad existente de puntos de enfoque hasta que
llega un punto en el que la mente ya no puede dispersarse más y se desconecta para no
colapsarse. ¿Cual es el límite que, determinado por los factores de espacio y tiempo,
impide no llegar a esa desconexión? Mahler, Bach y otros muchos compositores bien lo
sabían. Cuando se pasa de cuatro actos simultáneos, los actos conscientes empiezan a
relegar sus responsabilidades a los actos inconscientes pasado un tiempo de resistencia
individual que, hasta cierto punto, puede ser entrenado. El resultado es que, cuando
andamos por una calle en la cual hay cientos de personas a las que observar y conocer,
gran diversidad de vehículos cuyo mero funcionamiento parece ser un milagro, luces
por aquí, publicidad comercial por allá y algunas hierbecillas las cuales sería imposible
no admirar por la fuerza de la vida creciendo a través del negro y muerto asfalto; cuando
ocurre todo esto a nuestro alrededor, nuestro cerebro decide con gran juicio que todo eso
es demasiada información, puesto que si tuvieras o quisieras entretenerte en admirar y
poner toda tu atención en cada una de las cosas que ocurren en la acera por la que
77
caminas (no digamos ya en la de enfrente) te morirías de viejo en el sitio sin necesidad
de mover un sólo dedo del pie. Por lo tanto es mejor poner unas orejeras al burro (como
los cascos para escuchar música o el toquitear con tus manazas un teléfono móvil o el
uso de los demás diversos instrumentos tecnológicos) para abstraerse en un mundo
interior completamente falso y así, cuando un autobús te pase por encima, a ser posible
que ni te enteres de que ha llegado tu final mortuorio. El término final de esto, a parte de
que autobuses llenos de políticos y comandados por banqueros te pasen por encima
continuamente, es que las personas empiezan a perder la capacidad para focalizar su
atención en un punto por más de dos minutos. Lo que no se practica se atrofia y, lo que
es peor para los niños, lo que no se desarrolla ni siquiera puede llegar a atrofiarse...
Entonces ¿qué hacer si hagas lo que hagas, al caminar por la calle de la vida vas a
acabar muerto de igual forma? Haced lo que queráis, pero sinceramente creo que hay
que intentar encontrar un equilibrio aunque nunca se consiga, y si ni siquiera se tiene
una lupa con la que buscarlo, deberías luchar por hacerte con una; luchar hasta el final.
Sin duda habréis notado que este era el prólogo para volver a hablar de mi
composición, más concretamente de un aspecto evidente que se hace patente en todo
músico que viva hoy en día y con su tiempo: la música contemporánea.
Hay muchos cerdos en esta pocilga (y mirad lo que amo yo a los cerditos, pues si
vivos son motocultores vivientes, una vez sacrificados, brindan unos de los mejores
alimentos creados por la naturaleza) pero hay que saber que tanto marrano junto crea
gran cantidad de excrementos que hay que limpiar a diario. Esta mierda no hay que
despreciarla ni desperdiciarla, pues como ya dije, el arte es tan subjetivo en sí mismo
que puede tener muy distintos valores para unos y otros. Lo que para uno puede ser
blanco, para otro será violeta. A pesar de ello cada vez soy más partidario de los límites
tanto los del universo como los de la inteligencia humana aunque muchas veces me
incline a pensar lo contrario, pero dejemos esto que no quiero volver a hablar sobre el
número cero y compañía. En arte quizá haya unos límites que las personas nos
empeñamos en desestimar a un valor de cero (¿y no decíamos que el cero no existe pero
que aún así lo utilizábamos?). Concentrémonos un poco más en el ámbito musical. Los
límites para mí están en el físico: la capacidad auditiva humana, y en la psique (que no
es más que una parte del físico): la capacidad de entendimiento y por lo tanto del
lenguaje.
78
En lo referido a la capacidad auditiva humana... Ya dije hace poco que cuando se
trata de mantener la atención en la ejecución de uno o más actos conscientes
simultáneos, esta atención se va dispersando poco a poco en proporción al número de
actos hasta que llega un momento que nos atropella el acto inconsciente. En música
pasa lo mismo: El oído tiene por lo general tres o cuatro canales por los que pueden
pasar una voz por cada uno antes de empezar a ser relegados al acto inconciente (es
decir, a no hacer ni caso de lo que se está escuchando). Cada una de estas voces puede
estar formada por una, tres o trescientas voces, pues la orquestación no debe dar lugar a
confusiones tontas sobre el papel si en la audición se percibe como una sola cosa o voz.
Buen ejemplo de esto son Bach y Ligeti. El problema (quizá sea sólo mío) es que hay
muchas obras contemporáneas que sobrepasan con mucho este límite y que empieza a
ser percibido como un maremagnum sin sentido a partir de un período de tiempo
variable en función de la resistencia del oyente. ¿Y por qué esto ocurre ahora en la
música contemporánea y con Schumann, Vivaldi y Stravinsky nos sentimos tan a
gustito? Porque al querer intentar siempre encontrar algo nuevo que no se parezca a lo
viejo, se empiezan a poner líneas por aquí y por allá para que no se oiga nada en
concreto y parezca que se ha hallado un nuevo mundo. En definitiva, un uso de la
orquestación que en vez de resaltar la idea principal tal como hacían los antiguos, acaba
por sepultarla (¡sin duda para que se resalte mediante su ausencia!) (Y el gran paréntesis
continúa...)
Y en lo referido a la capacidad de entendimiento, al lenguaje... Observad a un niño
que ve o escucha algo por primera vez; lo que normalmente hará, será, o sentir una
fascinación momentánea o una indiferencia absoluta, puede que incluso salga gateando
(si es capaz) en dirección contraria.
Yo, cuando escucho una música en la que no entiendo el lenguaje, me siento como un
niño. Esto no es que ocurra siempre, puesto que a pesar del afán de independencia
estilística que buscan los compositores en cada una de sus obras, hay miles de detalles
que acaban por repetirse y uno, con el tiempo, acaba por entender algunos de ellos. Sin
embargo, la mayoría de las veces es como si me hablasen en un idioma salido de los
anillos de Saturno. ¿De quién es el problema pues? ¿Del compositor que crea un idioma
tras otro como pelos tiene en el culo, del intérprete que se empeña en fomentar y en
regar dichos pelos a cada cual más estrambótico sin llegar nunca a comprenderlos, o del
79
oyente, que en vez de esforzarse por aprender la nueva gama de idiomas presentados a
su disposición, se hunde en su sillón a escuchar la misma cantinela de siempre?
Yo creo que un poco de los tres.
El compositor se debería dar cuenta que todo lo nuevo que intenta hacer, no es más
que lo viejo pintado de azul, que todos los clímax ideados por él ya han sido hechos con
anterioridad, que cualquier cábala poesía-música, arquitectura-música, matemática-
música, etc. es más vieja que el mear en el mar, que cualquier complejidad rítmica que
haya sido “inventada” por él, Josquin des Prez y Boulez juntos no podrán más que reírse
de ellas y que la forma que con tanto cuidado esbozó para que no se convirtiera en una
forma clásica claramente definible, no por ello deja de ser una forma como cualquier
otra y que por lo tanto lo más que conseguirá será hacer una pelota de ping-pong en vez
de una pelota de tenis. Todos somos humanos y todos tenemos cerebros más o menos
similares, ¿acaso creéis que vais a crear algo tan diferente uno de otro? O estáis ciegos,
o es que no veis que todas las personas nacen con una raja en el culo, lo único que
puede variar son las dimensiones de ésta y otros muy pocos factores, pero por mucha
cirugía que metáis no se va a cambiar nada del otro mundo; y pobre del que varíe tanto
la cosa que no tenga por donde hacer sus necesidades... entonces es cuando, para mí, eso
dejará de ser música para mis oídos.
Y el gran paréntesis acabó.
En efecto, lo habéis comprendido. No podemos crear nada nuevo. La creación es una
combinación de elementos que ya existían antes. Sin embargo, algunas religiones nos
han metido en la cabeza que crear es hacer nacer algo donde antes no existía nada, pero
lo peor es que esta falsa creencia ha llegado a parasitar otras ramas de la ciencia y el
arte, como por ejemplo la musical y, por tanto, a la música contemporánea. Es por esto
que dije hace tiempo ya, que de los artistas se exigía innovación, y espero que no seáis
tan ruines para negarme dicho hecho, pues la prueba de que estoy escribiendo este
trabajo de investigación ahora mismo, me parece más que suficiente. ¿Cómo es posible
que se nos pida descubrir cosas nuevas si no nos es posible hacerlo? ¿No es el 2, 1+1?
¿No es el ser humano producto de la fusión de un espermatozoide y un óvulo? ¿No es el
lenguaje la suma de palabras? Si no ha quedado suficientemente claro todavía, os daré
más dosis de lo mismo hasta que lo vomitéis por los oídos.
La única forma de innovar es juntando trozos y pedazos de un lado y otro. Me viene
80
a la mente el sistema aglutinante del Esperanto que puede crear palabras nuevas a partir
de la suma o resta de otras. Esa palabra nueva ¿sería nueva de verdad o sería más bien
un corta y pega en el que primero se copia una palabra tal cual y que después se pone al
lado de otra palabra que también ha sido copiada? ¿No sería esto como el collage de mi
final del arte de la fuga?
El mundo es un collage gigantesco por mucho que nos pese admitirlo. Todos los
seres humanos son copias unos de otros levemente modificadas por la cantidad o
calidad del pegamento que se ha utilizado para crearnos. De ahí que esto haya llevado a
la desfiguración de los valores primarios de una palabra y, por lo tanto, a la confusión de
que todos somos iguales y que a pesar de ello queramos tener una individualidad tanto
en nosotros mismos como en nuestras obras que se aleje del resto como de la peste, para
tratar así de negar esa misma igualdad que anhelamos y estar orgullosos de que somos
personas nuevas, con una personalidad jamás antes conocida y en consecuencia y
semejanza a nuestras innovadoras personas, capaces de crear lo que antes no existía.
¡Todo lo que hacemos, todo lo que pensamos y toda nuestra forma de ser, son
producto de la historia pasada y del instante presente! Somos la causa y el efecto.
Somos el progreso siempre falso y aparente. Somos la ilusión de nuestra propia mente
¡Por esto somos esclavos de nosotros mismos! ¡Por eso no hay libertad ni nunca la
habrá! ¡Jamás habrá felicidad para nadie en este mundo absurdo creado por nosotros
mismos! Jamás conoceremos estas cosas si no nos deshacemos de nuestras creaciones.
Tenemos que destruir la esperanza, es entonces cuando seremos libres de conocer la
felicidad. Pero la naturaleza fue sabia al crearnos y nos creó con este mecanismo de
seguridad que garantizase el no destruirnos a nosotros mismos: ¡la puñetera y jodida
esperanza!, ¡nuestras creaciones que en una falsa creencia cambiarán el futuro o
perdurarán en él! Y en este entonces, es cuando la naturaleza fue idiota y tonta durante
ese instante eterno de creación, ya que lo que consiguió es una tortura lenta y odiosa que
terminará destruyendo no sólo a nosotros mismos sino a la naturaleza misma. No fue
idiota, no; fue cruel. Llegado ese momento, ¿para qué habrá existido la música, la vida y
el ser humano? Todo es un sin sentido, es el caos más absoluto con un orden infinito. Y
lo peor de todo es que yo existo dentro de ese absurdo. Cada vez que pienso en esto y
que no puedo hacer nada por remediarlo, odio a todos los seres de este planeta que
viven en él. ¿Cómo somos capaces de vivir en este mundo sin sentido en el que no hay
81
escapatoria? A veces pienso que la mejor forma, es rendirte a él y vivir todas las falsas
ilusiones de igualdad, amor, fraternidad, libertad y esperanza que te ofrece. ¡Ojalá
pudiera hacer esto y rendirme a la propia esencia de la humanidad y sus creaciones!,
pero precisamente por esta humanidad y la mente que se me ha dado para pensar y para
recordar, me es imposible rendirme a mi propia esclavitud. Sé que el sistema trata de
proporcionar un bálsamo que borre este aspecto humano mediante la idiotización más
completa posible, pero me temo que necesito una dosis un poco más fuerte de la que se
me administra actualmente.
Habréis notado que Lucas ha quedado relegado al olvido en más de un instante y que
ha sido suplantado ahora por mí, de nuevo y al completo. “Entonces, ¿por qué me usaste
de este modo tan vil?” exclamó el niño, ahora ya hombre.
Porque es la última lección que has de aprender: tú fuiste mi creación y mi
esperanza, y por lo tanto, tú eres el amo y señor que me castiga a diario y que azotará
con su terrible látigo mi mente pensante durante el resto de mi vida.
82
CAPÍTULO 20
Se acabó lo que se daba. Empieza el último movimiento: La elección.
Ya he expuesto varias posibilidades para ver como acabar el arte de la fuga habiendo
explorado en el proceso varios sitios de la historia y algún que otro recoveco de mi
mente. Siempre os recordaré que mi mente no tiene más ideas que las que he copiado de
otras mentes, que no he creado nada nuevo por la ya obvia razón de que es imposible
hacerlo, pero que aún así, es posible que a alguna persona le haya dado la apariencia de
que algo innovador surgía ante sus ojos. En tal caso sólo diré que no he hecho más que
coger los pocos trozos de arcilla que tenía a mi disposición y que les he intentado dar la
mejor forma que he podido con mis torpes manazas, pero que en cualquier caso, la
arcilla seguirá siendo arcilla y que no habrá nada nuevo en ello, quizá sólo la forma (y
ni siquiera de esto estoy seguro).
Es hora pues de elegir entre los distintos punto y final que he ido moldeando poco a
poco. Para esto, no sería mala idea recordar y recolectar los borrones de tinta que
intentaban asemejarse lo más posible al rey punto que resultaría elegido:
1. A la hora de interpretar y tal como nos enseñó Toscanini en Turandot, dejar el arte
de la fuga tal como se compuso: sorpresivamente inacabado.
2. Improvisar el final pudiendo elegir entre todas las formas que se le ocurran al
intérprete para llevar a cabo dicha acción.
O, 3. Que el intérprete componga un final dentro de las infinitas posibilidades a su
disposición.
Esto incluye leer una poesía al final o realizar cualquier acción pintoresca con
funciones similares, componer en distintos estilos que se relacionen (o no) entre sí, cosa
que también puede incluir el convertirse en carroñero lo mejor que se pueda, hacer
algún que otro collage con pedazos del arte de la fuga o de cualquier otra obra o trozo
musical y, ¡en fin!, cualquier otra tontería que se le ocurra al intérprete teniendo siempre
en cuenta que todo lo que haga, jamás dejará de ser música contemporánea ya que una
música que no sea contemporánea no puede existir, pues sólo existe el presente, lo
contemporáneo, lo que sucede en tu tiempo (quizá si encontrásemos una máquina del
tiempo esto podría cambiar pero creo que aún así seguiríamos siendo contemporáneos
pues si viajásemos al pasado, ese pasado se convertiría al instante en el presente que se
83
estuviese viviendo en ese momento. Sólo se pueden intentar imitar cosas o música que
pertenezcan al pasado o que pudiesen pertenecer a un futuro hipotético, pero ese intento
imitador siempre habrá surgido en el presente y por lo tanto será siempre
contemporáneo).
A partir de aquí no hay más opciones, e incluso la misma improvisación, como ya
sabemos, se podría incluir dentro de la composición, ¡incluso la primera opción se
podría incluir también en la composición, pues componer no es más que realizar un acto
de creación, es una toma de elecciones! Aunque el intérprete no quiera, estará creando
un final distinto cada vez que toque o deje de tocar una o más notas: hasta el silencio es
un acto de creación, ¡todos somos compositores, pero parece que nadie se dé cuenta de
ello! ¡Hagamos lo que hagamos, incluso si esto es no hacer nada, estamos condenados a
crear! Todas las personas, no sólo los músicos, no podrán dejar de crear. No podemos
elegir el no crear, únicamente podemos tener la ilusión de pensar que podemos crear
distintas formas de creación.
Pero estaréis pensando “¿y la elección?¿dónde está?”. Se me ocurre otra opción:
interpretar un final que incluya una parte de composición (el principio y el final, por
ejemplo) y el resto improvisarlo, pero esto no deja de ser una ocurrencia más dentro
además de que no dejaría de estar en el ámbito compositivo. ¡Ah sí! ¡Elección! Ya
viene, ya... hummm... dejadme pensar, dejadme... siiii, dejadme pensar, ¡dejadme! y
entonces estaréis esperando eternamente por una respuesta que nunca llegará. ¿Que por
qué echo mi decisión final por tierra cuando era el aparentemente último resultado y
conclusión de este trabajo? Bien fácil. Porque aunque os escribiese en estas líneas lo
que yo diría que haría en un futuro al interpretar el final del arte de la fuga, os estaría
mintiendo descaradamente, pues una decisión sólo puede ser tomada en el mismo
instante presente. Es por ello que si os dijese que iba a improvisar ¡incluso que iba a
hacer determinado tipo de improvisación!, en el momento en el que llegara el momento
del tener que elegir, mi elección variaría de lo dicho, pues las circunstancias de ese
momento y de los pasados momentos de la vida, me obligarían a tomar una elección que
no podré preveer jamás, pues es probable que mañana mismo me pase un coche por
encima y que no pueda cumplir mi hipotética promesa aquí expresada. Sólo os puedo
prometer una cosa: que no puedo prometer nada ¡pero hasta el mismísimo Descartes,
que todo lo descarta, dudaría de esa promesa!
84
Si queréis una respuesta clara por una vez en todo el trabajo haré el esfuerzo de
intentar proporcionárosla.
Sólo puedo prepararme para el futuro, teniendo preparadas a mi disposición todas las
opciones posibles que haya sido capaz de reunir en el tiempo que lleve de vida y en el
esfuerzo realizado para ello, pero esta preparación, este trabajo, quizá no sirva para
mucho, pues no sabes qué ocurrirá en el momento de tomar la ilusoria elección.
85
CONCLUSIONES
Esto no sirve para nada...
¿Por qué seguimos plantados aquí sin hacer nada?, la gente sigue muriendo en el
mundo, las armas siguen siendo instrumentos musicales de nuestras desavenencias, y
aquí estamos creyendo que aprendemos a hacer música y a hacer tesinas. Realmente
patético, cuando lo que realmente hacemos sin darnos cuenta es cultivar con todos
nuestros amores y demás virtudes el egoísmo de nuestra especie. ¡Oh! Realmente
creeréis que sí que hacéis todo lo posible por cambiar el mundo en el que vivís. Seguro
que pensáis que una gran parte de vuestro tiempo está dedicado a ello, si no todo. O que
si no lo hacéis, es porque os justificáis diciendo que está más allá de vuestras propias
posibilidades, que cada uno hace lo que está cerca de su mano pero que eso de alargar el
brazo, el hombro y hasta el último pelo de vuestro cuerpo para alcanzar lo que está más
lejos, no va con vosotros.
Pongamos un ejemplo esclarecedor: Yo mismo. Aquí estoy, escribiendo una trabajillo
que no tiene más fin que meter alguna idea en todas las cabezas posibles para que
revuelva y desordene las ideas de otras mentes ordenadas, agitándolas por dentro y que
así vuelvan a ser capaces de volver a empezar a pensar por sí mismos. Pero, ¿realmente
estoy haciendo todo lo que está en mi mano para lograr mi más fervoroso deseo? No, no
lo hago. Nos engañamos a nosotros mismos si pensamos tal cosa. Por ejemplo, yo he
puesto mi esperanza de cambio en este trabajo mío como si de un hijo se tratara (pues
así se trata) y así he acabado con la posibilidad de ver cumplido mi deseo, ya que mi
obra, como ser independiente que es, tendrá otro propósito más interesante que cumplir
que el que yo he relegado en ella. Es decir, que el efecto que causará en los distintos
desafortunados lectores que hayan querido tragarse semejante comida, será el de decir:
“oh, vaya, ¡qué interesante!” o “¡menuda bazofia!”. Hay algunos que simplemente,
después de acabar la lectura, no volverán a pensar en ello y quizá a otros les haya
conseguido remover y agitar con mi batidora sus duras cabezotas con tal contundencia,
que ahora no podrán dejar de pensar en las tonterías que he dicho para hacerlo. Pero,
nunca, nadie, logrará realizar mi oculta esperanza: cambiar. Cambiar el mundo tal como
a mí me gustaría (como ser individual que soy). Es por esto que me engaño, porque sé
que sólo yo puedo intentar cumplir mis propias esperanzas; jamás lo harán los hijos que
86
yo cree. Una esperanza no puede cumplir otra esperanza ya que ninguna de ellas ha sido
llevada del sueño, a la realidad.
Con esto quiero decir, que si sois profesores (esto, en la actual sociedad, también
incluiría a los padres), vuestros alumnos, ¡vuestros hijos! (entonces ya se incluiría a
todo ser creador y por lo tanto a todo ser humano sobre la faz del universo ya que todo
acto que hacemos es una creación y por lo tanto una esperanza, desde el acto de pasar la
aspiradora con la esperanza de crear una superficie limpia, hasta la música hecha por
intérpretes con la esperanza de crear propósitos varios. El suelo jamás quedará limpio
pues el mismo limpiador lo ensucia, ni la música logrará completamente vuestros
ocultos propósitos.) ¡vuestras creaciones! no cumplirán jamás vuestros más anhelados
deseos incluso si éste es verles a ellas mismas realizadas. ¡Haced las cosas vosotros
mismos!
Por esta antigua costumbre de relegar las esperanzas en nuestros hijos no somos
capaces de juntarnos en masa para parar las fechorías de nuestros semejantes (y por lo
tanto de nosotros mismos). Y así, va transcurriendo el tiempo, generación tras
generación, siglo tras siglo, y la historia se va creando, siendo toda ella en esencia no
más que la repetición de una misma cosa. Esta es la cara repugnante de la vida, que
mientras sigamos teniendo esperanza, seguiremos mutilándonos a nosotros mismos.
Entonces, ¿qué hacemos?, preguntaréis. No lo sé con ninguna certeza, pero sólo puedo
llegar a la conclusión de que, si la esperanza es un sentimiento imposible de borrar en el
ser humano ya que forma parte de él, y de que si destruyésemos esa esperanza nos
destruiríamos a nosotros mismos y a la humanidad, entonces, ¡entonces!, no nos queda
más opción que aceptar el insufrible castigo de vivir en este triste mundo que va siendo
moldeado con creaciones incompletas que no acaban de cumplir satisfactoriamente
nuestras insaciables esperanzas, o de, en un arrebato de valor humano, exterminar por
completo la raza humana, (ya que si tan sólo quedase uno, el suicidio habría sido en
vano pues la rueda empezaría a girar de nuevo) pero este mismo acto de creación del
exterminio sería imposible de realizar por completo como representación incompleta de
una esperanza. Incluso es posible que este temeroso y grandioso acto colectivo no
sirviese para nada, pues quizá la naturaleza volvería a necesitar de un nuevo depredador
que nos sustituyese y crearía un ser más vil, repugnante y esclavizado que nosotros
mismos, para asegurarse de que esta vez la nueva especie se prolongase un poco más en
87
el tiempo. Lógicamente, os habréis dado cuenta de que tanto hablar de completo e
incompleto aunque sea referido en base a los actos resultado de esperanzas, tiene que
ver con mi trabajo. Me surge escribir pues, una pregunta... Toda la humanidad tiene
esperanzas con propósitos individuales distintos siendo esta independencia la causa de
nuestros fracasos. Si toda la humanidad tuviese en común una única esperanza,
¿podríamos realizarla en su totalidad, al completo? ¿podría una pequeña esperanza
como es este trabajo incompleto contagiar al resto de la humanidad llena de esperanzas
incompletas y conseguir de este modo su auténtica conclusión como si de un puzzle se
tratara? Esta es mi esperanza, la esperanza que intento propagar con mis individuales
creaciones y por ello seguramente, causa de otro fracaso ya que ese puzzle que intento
completar puede ser parte de un puzzle mayor como pieza decorativa de una casa, y esa
casa (una esperanza ya de por sí gigantesca) podría formar parte de una ciudad, la
ciudad, del mundo y el mundo... en fin, y así hasta un infinito etcétera. Y es aquí donde
se volvería al lugar de pensar si el fin existe, de si puede existir una esperanza que
doblegue o contagie al resto, de un fin que sea verdadero y único final de todo lo
existente y lo no existente, de algo que dé un sentido superior a la vida que vivimos, a la
música que hacemos, a nuestras creaciones y por lo tanto, a nosotros mismos.
Sí, lo sé. Sé que nunca lograré saberlo y sé que siempre trataré de buscarlo pues está
en mi naturaleza esperanzadora, y que, como causa y efecto de ello, daré lugar a
proseguir y perpetuar la historia que tanto quiero cambiar, y, a formar parte de ella.
Patético.
No puedo concluir el arte de la fuga porque ello significaría haber desvelado el fin
último del universo, sólo puedo hacer pequeñas elecciones, escoger mis pequeños e
individuales finales que vayan conformando mi vida para ofrecerla finalmente como
insignificante pero necesaria pieza a formar parte de un puzzle mayor que ni la
imaginación de un niño es capaz de abarcar, pues quizá sea infinito. O quizá, seamos
más bien nosotros los que consideremos esa finitud como infinita al no poderla abarcar
con nuestra limitada imaginación, con el mayor poder que tenemos a nuestro alcance:
con la capacidad creadora.
¡Bien! Es momento de hacer más conclusiones a pesar de que este escrito esté lleno
de ellas por todos lados, a cada cual más contradictoria que la anterior. Debo explicar
esto, ¡debo no!¡quiero! Me fascina a mí mismo como he evolucionado (¡evolucionado!)
88
a lo largo de este trabajo, como en unos momentos pensaba unas cosas, y en otros, sus
contrarios, y ¡en otros!, ambos o ninguno a la vez. Pero ¡mirad a lo que me ha llevado
esto! Sólo habéis conseguido aumentar mi odio por vosotros, por mí mismo y por este
trabajo que se ha convertido en mi creación y en mi asquerosa y detestable ¡y amada!
esperanza. Siento acabar el trabajo de una forma tan pesimista y fatalista. Quizá si se me
hubiese dado más tiempo, habría cambiado y habría encontrado una forma de doblegar
tan tristes pensamientos. Quizá.
¡Pero la cosa no puede acabar aquí! pues siento que si doy por ilusamente finalizado
este trabajo, una parte de mí morirá, y tengo miedo a la muerte. A lo mejor no sea miedo
exactamente, es el mismo sentimiento que me recorre cuando escucho música que es el
sentimiento de la vida: un escalofrío desde el cerebro a las partes más insospechadas a
la par de una especie de nudo en el estómago, algo revuelto, algo vacío y algo lleno, de
plenitud. Es como si los opuestos se tocaran. Es por este sentimiento de vacuidad y
totalidad que, como todo ser humano, intenta alargar lo inevitable: el final. Así que...
¡sigamos alargando la coda final como un Beethoven temeroso de este terrible
sentimiento, de poner una última repetición de un acorde definitivo en el final del
primer movimiento de su tercera sinfonía!
Los opuestos y el equilibrio. Ya que nos asustan los opuestos, se intenta buscar un
equilibrio, pero este intento de búsqueda hace que el cambio sea eterno y que por lo
tanto la balanza no se equilibre nunca a la perfección. Quizá una forma de salir de este
sistema esclavizador de equilibrista sea saltar de la cuerda al vacío, buscar los opuestos,
pero ya hemos dicho que seguramente esto no serviría para nada, pues la naturaleza y el
resto del universo se encargaría de equilibrar nuestro salto desequilibrante. Y, es más, si
lográsemos encontrar una forma de burlar ese eterno equilibrio del cambio constante, de
nada serviría. ¿Por qué? Porque sin el negativo, el positivo no podría existir. La paz sin
la guerra no tiene sentido puesto que sin uno perderíamos el valor y sentido del otro. A
lo mejor, conocer y tener siempre presente la historia, sirva para recordar eternamente la
guerra y no olvidar que el opuesto está ahí, siempre dispuesto a restablecer el equilibrio.
Quizá así fuésemos capaces de vivir en un opuesto unánimente elegido, pero esto nos
llevaría de nuevo al eterno bucle de que la libertad no existe y de que dicha elección
sería imposible de tomar...
Aún así sigamos perpetuando este bucle, este eterno cambio.
89
Ha llegado la hora de explicar mi repugnante lenguaje, mis palabras “malsonantes”,
mis frases casi irrespetuosas y mis salidas de tono que sobrepasan sin descanso el límite
de la armonía reinante de este pequeño mundo. Normalmente no trataría de justificarme
explicando nada de lo que vendrá a continuación porque, la verdad sea dicha, no hay
nada que tenga que justificar, pero sabiendo de antemano el mundo que vivimos y la
constante falta de comprensión que pulula entre la basura humana de las calles
(entiéndase lo que se quiera), haré una excepción.
Lo primero, que las llamadas palabras “malsonantes” o palabrotas, son melodías
celestiales para mis oídos. Llamémoslas pues a partir de ahora “biensonantes”. ¿Y qué
hay de las frases que incluyen palabras como “culo”, “marrano”, “cerdo” y un largo
etcétera? Muchos pensaréis que dichas palabras son una burla y un insulto al incluirlas
en un trabajo de fin de carrera. Yo pienso que al menos os he hecho pensar y plantearos
cuestiones que rara vez se os pasarían por vuestras mentes “mono-pensantes”. Y
exclamaréis “¡nos ha llamado mentes mono-pensantes!” Sí, lo sé, no debería hacer
alabanzas generalizadas tan a menudo, pues aquel que sea capaz de centrar sus
pensamientos en una sola cosa es objeto de todo mi respeto y admiración. Supongo que
otros pensarán que hay formas más adecuadas de decir las cosas sin tanta exaltación y
tanta palabra biensonante, distintas formas de decir lo mismo con distintas palabras y
poder seguir manteniendo el significado y la idea original con una mejor y más refinada
lingüística. Pero los que así penséis, ¡os equivocáis! Yo cuido el perfil de cada palabra
como si de mi pene se tratara... Sin este tipo de comparaciones quizá jamás llegaríais a
comprender lo que es para mí la importancia de cada palabra y el lugar que ocupa en
cada frase, sea musical para el oído o no lo sea. Cada una tiene una finalidad distinta, si
las cambio de lugar o las sustituyo por burdos imitadores, todo se irá al traste, se perderá
la poca fuerza de mis oraciones y mis esperanzas quedarán para siempre frustradas. Y,
¿qué finalidades son éstas que tanto adoro? Depende. Para mí pueden tener una en la
que la mayoría de las veces pueda ser reírme o deprimirme. Todo varía en función de las
palabrotas usadas y sus destinatarios que son los lectores en casi su total totalidad.
Ahora bien, cuando insulto, lo hago para que la gente se cabree y reaccione. Busco ser
la chispa que encienda la llama. Esa llama se puede usar para castigar a “chispita”, cosa
por lo demás absurda ya que el tal chispa es ignífugo y no le duelen los aros de fuego
que le puedan colgar al cuello, o, por el contrario, entender por qué la chispa ha querido
90
encender la llama, comprender y actuar en base a ello, por ejemplo creando una fogata.
Y cuando la fogata chisporrotee por doquier y acabe creando un incendio que inunde
todo bosque conocido, el fuego se acabará apagando por si sólo y una hierba verde
podrá surgir de nuevo para ver un nuevo día. Esperemos que no sea otra mala hierba
que haya que volver a quemar...
Las comparaciones las uso principalmente para estimular la imaginación de mis
queridos lectores y como último recurso para acercar lo más posible el entendimiento a
sus ojos, ojos que suelen mirar constantemente en direcciones que yo no quiero, lo que
me lleva a mi siguiente uso en la finalidad de las palabras: Llamar la atención. No os
equivoquéis, esto no quiere decir que quiera ser famoso ni acaparar cualquier otra forma
de importancia para mi individual persona. Si fuera posible viviría en el polo norte o lo
más posible apartado de esta actual sociedad. Lo que busco, es que el lector no se
aburra, y para asegurarme de que esto ocurra, me divierto al escribir. Esto no es algo
que sepa a ciencia cierta que sea así, pero es en lo poco que me puedo basar y si por una
casualidad de las casualidades de la vida, ¡tú! te dignas a usar un poco de tu poder
mono-pensante para prestar atención a mis palabras, una comunión habrá ocurrido: mi
odio por fin habrá sido comprendido y podremos, felizmente, odiarnos mutuamente. Y
quien lea y lea, infatigable y constante como el que caga día a día y noche tras noche y
aún así no entienda o no ponga atención a pesar de mis salidas de tono, que no se
preocupe, que su cerebro seguro que es más inteligente que él y sabrá guardar y
seleccionar adecuadamente en el lugar seguro de su inconsciencia todas las cosas que
escribo.
Creo que esta conclusión se está haciendo demasiado larga, pero aún así volveré a
destruir la armonía de mi reino, esto quiere decir que estoy haciendo un último injerto
“a posteriori” en la coronilla de mi trabajo y que quizá quede algo desequilibrado
estéticamente con el resto, pero ¿a quién le importa la estética cuando hay algo que
decir y no sabes dónde meterlo? Y de estética quería hablaros. Todas las palabras y
frases “biensonantes” y de uso cuidadoso que utilizo, las condenáis por la puta estética
que se ha ido vendiendo por todos los lugares del mundo como una única verdad
zorruna. Y diréis, “¿la estética? Nosotros la condenamos tanto como tú”. Con que sí
ehh... entonces porque se os pasa por la cabeza pensamientos como “¡huy! Qué palabras
tan duras usa este chico” o “de verdad, que debiera moderarse en su lenguaje, podría
91
llegar a considerarse casi insultante”.
¡¿Pero es que no os oís?! ¡Grandísima fgjhdkfjgh hipocresía de sdfkjghdkjsfhg! ¡Ya
no sé que hacer para haceros ver que hay algo más allá de una palabra por duro o
extraño que sea escucharla! Y tales palabras nos son extrañas porque no somos capaces
de utilizarlas. ¡Tenemos miedo de unas palabras, de su grandioso e inimaginable poder!
No podemos negar que algunas palabras tienen poderes sobrenaturales como para
mover montañas ¡literalmente!, pero como no sabemos utilizar la mayoría de ellas por
una total falta de práctica y constancia que asegure un aprendizaje correcto en su uso,
vemos morir personas a diario asesinadas por el ejército de tu propio país, todo ello
movido por el poder de una palabra... ¿acaso me diréis que eso no es despreciable,
horrendo, ¡inhumano! ¡¡matarse entre hermanos!!?¿acaso me diréis que no somos unos
cerdos, hipócritas, asesinos despreciables por omisión de actos y los peores hijos de la
gran puta jamás nacidos, por permitir semejantes barbaridades? ¿Queréis acaso que la
verdad no salga de mis labios, que cambie unas palabras por otras para ocultar y hacer
más pasable por nuestros oídos el humillante significado del desprecio humano vivido
hoy día? ¿Queréis? ¡¿Queréis eso?! ¡Por mis santos cojones que jamás haré tal cosa!
Tenemos que aprender a utilizar el poder de las palabras y no hay más forma para
aprender que usándolas. Ahora quizá seáis tan arrogantes de decir que sí que sabéis
utilizar el poder de las palabras correctamente. Desde luego, que si lo correcto para
vosotros es permitir la asquerosa y denigrante actual situación mundial y que para
preservarla utilizáis el poder de la palabra que no es palabra: la del silencio, dejando que
todo siga su putrefacto curso, desde luego, os doy la razón mis despreciables lectores
cerdunos. Ahora bien, si por el contrario, queréis cambiar este mundo lleno de
injusticias, está claro que con vuestra perfecta, cuidada y estilizada palabrería no habéis
conseguido lo más mínimo. ¡Ya va siendo hora de aprender a utilizar las palabras
cambio, fraternidad, paz, igualdad y, ¡sí!¡libertad!! ¡Mis niños ignorantes!, lo peor no es
que creáis saber utilizar éstas y más palabras, lo peor es que sois unos necios por no
querer aprender su significado, pues ¡y que se entere todo el mundo!, nadie sabe el
poder que tendría la palabra de la paz llevada del papel, a la realidad en toda su
extensión. Quizá sería peor que la guerra, un poder que ya hemos paladeado hasta
dejarlo casi seco, pero, al menos, deberíamos intentar conocer el resultado de haber
llevado a cabo la verdadera y absoluta paz, así, si es tan peligrosa como puedo
92
imaginarme, podríamos elegir no volver a buscarla, o buscar un equilibrio entre el poder
de la guerra y la paz, ¡pero si no conocemos ambas, como vamos a saber combinarlas
adecuadamente! Es por esto que utilizo este lenguaje, porque siempre aspiro a que mis
palabras puedan crear cambios en el mundo que puedan enseñarme el significado de
otras palabras, y para ello no desdeñaré ni la más bestial palabreja que tenga a mi
disposición, pues no sabes nunca cual será la palabra clave que active la llama de la
destrucción. Una destrucción que acabe con el odio que siento por mí mismo y por todo
ser humano que tenga el tiempo de leer lo que escribo, pues ese ser inhumano es seguro
que no estará haciendo todo lo posible para propagar la llama purificadora. “¿¡Y tú!?
¿acaso si lo haces?” Gritaréis enfurecidos. ¡Sí, enfadaros!¡Eso es lo que quiero!¡Que
claméis: GUEERRAAAAA! Pero no seáis tan idiotas de crear lo mismo que queréis
erradicar. Eso sería lo más absurdo que podríais hacer. “¿Y tú? Tampoco haces todo lo
que pudieras si sigues escribiendo sin parar” se oyeron los ecos de nuevo. Aprended de
la historia y actuad como la para mí única y verdadera alma grande que fue capaz de
crear una llama sin violencia: Mahatma Gandhi. “¡¿Y tú? ¿acaso estás ayudando a crear
esa llama con tu inservible trabajo?!” Ríe el eco enfurecido. Tenéis razón. La tenéis.
Digo que la gente debería utilizar hasta el último aliento de su vida en cambiar las
atrocidades cometidas a cada segundo por nosotros mismos (pues el mismo acto de
permitirlo es la más espantosa de las atrocidades) y yo mismo, no pongo todo mi
empeño y tiempo de mi vida en ello. Esta es la hipocresía con la que he de vivir a diario,
es mi tormento personal, es por eso que me odio tanto a mí mismo que no podéis
siquiera imaginarlo, es por eso que quiero que me comprendáis y que sintáis tanto odio
como el que yo siento, es por eso que quiero que sufráis, ¡es por eso que busco ayuda a
gritos desesperado porque alguien me tienda la mano!, ¡¡es por eso y nada más!! ¡es por
eso que quiero que esto sea un comienzo, y que si mi chispa no es demasiado grande
para formar una llama por sí sola, que me ayudéis con las vuestras para lograr liberarnos
del tormento de nuestra conciencia! ¡quizá sea este egoísmo el primer paso para el
fogonazo inicial! ¡Es ahora! ¡Es el momento para empezar la guerra de la paz, sin
violencia! Pero lo más triste es que sé que no haréis nada, sé que ni siquiera me
reconfortaréis con vuestro abrazo y que dejaréis que me hunda en este mar de pesadilla
sólo, sólo hasta la muerte, y todo, porque lo dais por imposible.
Tengo que romper el bucle y espero que si yo soy capaz de hacerlo en una ínfima
93
forma como es el final de este trabajo, vosotros también podáis hacerlo para romper el
estático cambio eterno de vuestras mentes.
Os he puesto mi corazón en bandeja pues es esto lo que siento al escribir mi forma de
ser en papel, sólo espero que no lo pisoteéis demasiado y me lo devolváis sano y salvo,
aunque, como cucaracha que mi corazón pueda ser, espero que os transmita alguna de
sus enfermedades que para mí son el aliento de la vida. Después de eso, podéis hacer lo
que queráis con él y si acabáis por coméroslo, habré cumplido mi objetivo pues algo de
mí habrá entrado en vuestro cuerpo.
Esa es mi esperanza. Esa es mi perdición.
94
SEGUNDAS CONCLUSIONES
He estado pensando, de nuevo, y creo que la cosa no podía acabar aquí. Necesitaba
de algo que destruyese esta sensación de que había acabado el trabajo con un triste final,
con pena y sin gloria. Necesitaba de algo imperfecto como son unas segundonas
conclusiones para llegar a mi ideal de la perfección, no sé el porqué, pero así lo siento.
La conclusión que seguirá dentro de unos segundos (o unos años si os tomáis un
descansito para recuperar las fuerzas necesarias para seguir leyendo) me empezó a
surgir cuando estaba improvisando un final del arte de la fuga, y cuando terminé o
consideré que ese pequeño final de uno más grande había concluido, no perdí tiempo en
ponerme a escribir pues temía que ocurriese como cuando al despertarse uno de un
sueño, rápidamente pierde los detalles o incluso el total recuerdo de éste, pero todavía
estoy en ese sueño, aún sigo soñando y por eso no olvido. Pero, un sueño no se puede
formar sin una vivencia y ayer tuve una muy enriquecedora. No me detendré a
contárosla porque vuelvo a temer salir de este ensueño recordando el pasado, es mejor
escribir sobre el sueño del presente:
He estado pensando y creo que la esencia de las cosas es lo que hay que mantener si
es que se tiene el poder y la voluntad para hacerlo.
He estado pensando. He estado pensando en la esencia de la música. He estado
soñando cual es la esencia en el mundo del arte de la fuga que hace que éste siga
girando. La respuesta que me llegó más sabia fue el contrapunto, el movimiento de las
voces, el constante cambio que hacía que surgieran cosas nuevas todo el rato, ¡cosas
nuevas! Pero las respuestas más sabias son las que a menudo más se equivocan. Volví a
pensar mientras seguía soñando, intentando descubrir esa maravillosa esencia cuando la
tenía delante de las narices!, ¡yo la estaba creando mientras estaba inmerso en mi
sueño!, ¡yo la estaba dando vida mientras improvisaba! Pero creo que no sabéis aún de
lo que estoy soñando.
Cuando se interpreta una obra, el intérprete debe estar experimentando algo, y no sé
por qué, pero ese algo, que no es más que la esencia, la esencia de la música, yo siempre
la he sentido en mi vientre. Es como si te estuvieran retorciendo el estómago, pero aún
sufriendo, se siente bien. Es como si estuvieras cantando, cantando por dentro, y es el
canto, el cantar de la música, lo que el oyente escuchará, es lo que le dirá si la música
95
que escucha viene de un sentimiento puro, verdadero, y plenamente sentido por el
intérprete. Si el canto del intérprete es un lamento, un lamento verdadero, en el que las
lágrimas de fuego surcan las laderas de sus ojos, entonces, el oyente llorará. Ese creo
que es el poder de la música y de todo arte. Cuando tú le muestras a una persona algo,
con todo tu corazón, con todo el aire de tus pulmones para dar lugar a ese canto puro,
esa persona es seguro que se conmoverá si es que tiene de verdad otro corazón humano.
Ya lo he dicho casi todo, si no os habéis conmovido con esto como yo he hecho al
escribirlo, quizá sea que me he equivocado. No importa. Seguiré siempre intentándolo.
Y ahora volvamos al sueño. Una vez he encontrado la esencia del arte de la fuga y la
que para mí es también la esencia de la vida, si se quiere hacer un final de esa u otra
obra, sólo hay que mantener ese algo hasta su efímera conclusión, es entonces cuando
todo terminará con una grata sensación de bienestar, de congoja o con cualquier otro
sentimiento, dan igual las notas, dan igual los actos y los sonidos, olvidad mis intentos
de finales que haya podido presentar aquí, lo importante es la esencia, esa es la idea que
hay que transmitir, y si ello se consigue, poco importarán los estilos, las violaciones a
las reglas o el respeto que se haya mantenido o dejado de mantener.
Mientras haya una continuación de la esencia en la obra, ¿acaso algo más importa?
Ahora estoy en paz, en mi ilusoria paz; ahora puedo dar por concluido, por fin, mi
sueño.
96
EL FINAL
He estado reflexionando sobre lo escrito, pero sobre todo del final pues es con el
final con lo que uno se queda casi siempre en la cabeza.
Soy consciente de haber insultado deliberadamente a lo largo y ancho de este trabajo
a todo lector que haya soportado llegar hasta aquí. Por una parte, nada me duele más en
el fondo de mi alma que insultar a las personas que más quiero en este mundo, pues se
que esta violencia verbal no deja de ser violencia, y que como ocurre con toda violencia
(que sólo es capaz de engendrar más violencia), ésta dará lugar a que la mayoría de las
personas que lean esto acaben sintiendo un profundo odio hacia mí. Aún así, prefiero ser
odiado durante el resto de mi vida, a dejar de intentar cambiar el mundo en que vivimos.
Sólo quisiera decir una última cosa. Se que la verdad duele, pero es la verdad.
Seguramente sea sólo mi propia concepción de la verdad y que por lo tanto, para el resto
de personas sea totalmente falsa, pero yo sólo quiero que esta verdad (sea falsa o
verdadera), la tengáis presente cada segundo de vuestra vida, y si la forma de lograrlo es
haciéndoos sentir un odio constante e infinito hacia mí, que así sea. El siguiente paso
será superar o saber sobrellevar ese odio para que después, incluso llevando ese odio en
lo más hondo de vuestras almas, seáis capaces de ofrecer ayuda y amor a la persona
odiada. Creo que esta es la mejor forma de cambiar el mundo: primero la herida,
después la cura, y finalmente el olvido, pero a su vez, el eterno recuerdo de la cicatriz.
Quizá haya formas mejores de decir las cosas, de hacer observar al resto del mundo la
cruda realidad, pero yo solo no soy capaz de encontrar otra manera. Es por esto por lo
que hay que juntarse, unirse en grupos, en corros, en manadas o en lo que se quiera;
todo para aportar con más mentes una solución que una sola mente no podrá obtener
jamás. ¿Tan dificil es brindar esta ayuda? Yo he dado el primer paso, os la he pedido
aunque en el proceso haya abierto heridas por doquier. Soy aún un niño que tiene que
aprender a encender un pequeño fuego sin quemar a nadie. El porqué de querer
encender una pequeña fogata es bien fácil. Veo continuamente a grandes personas que
tienen el mismo espíritu de querer ver cambiado el mundo. Sí, las veo a centenares, pero
están tan separadas unas de otras aunque se saluden unas a otras a diario, que me da una
rabia tremenda no verlas trabajar juntas aún sabiendo que tienen en común la misma
meta, el mismo objetivo final. Es por eso, que para unir a las personas decidí crear una
97
llama poderosa, grande y pura, para que una vez hubiese captado la atención de estas
personas, éstas viniesen a reunirse en torno al fuego y empezasen a actuar como un solo
ente, una sola mente enjambre. Hay que aprender de la naturaleza (las abejas tienen
mucho aún que enseñarnos). Pero lo difícil es reunir a la gente. Entonces me puse a
pensar cómo crear esa llama gigantesca que sería la encargada de reunir a todas las
chispitas pensantes en torno a su fuego. “¡Y qué mejor medio para ello que un buen bote
de gasolina y una cerilla!” pensé. Esto es lo que ingenuamente he hecho, y que como
resultado, en vez de haber creado una chispa con el fin de que hiriese ligeramente los
ojos de las personas a mi alrededor, he creado un fogonazo que es posible que haya
causado algunas quemaduras graves en vuestros corazones. Una parte de mí siente
profundamente los insultos empleados, es esta parte la que está escribiendo ahora
mismo. Pero mi otra parte no se arrepiente, porque sabe que ha intentado hacer lo que
cree que es correcto para empezar a cambiar el mundo.
98
BIBLIOGRAFÍA
Siempre supe que llegaría este día y hasta el día de hoy he estado pensando que
poner en este apartado: mentir o poner la verdad.
No puedo poner bibliografía alguna, porque me es imposible saber de dónde he
sacado cada idea y cada pensamiento escrito en el presente trabajo.
No puedo poner nada porque no recuerdo todos los libros que he leído a lo largo de
la vida y jamás podré citar todos los pensamientos, actos y sentimientos de las personas
que me han inducido a ser tal como soy.
Tampoco puedo nombrar cada ser vivo que ha dado lugar a capítulos enteros, pues
quizá haya sido únicamente un determinado paisaje, un solo grano de arena, un burro,
un río o la combinación de varios de estos elementos de los cuales seguramente no
tenga conocimiento ni mi subconsciente.
Es cierto que podría poneros algún ejemplo de todo esto, pero si lo hiciese sería
mentirme a mí mismo y a todos vosotros. ¿Cómo os podría explicar los procesos
mentales que han dado lugar a ideas que surgían en mí como “nuevas” aunque esas
ideas ya existiesen antes en otras personas, libros o en la misma combinatoria de las
palabras? ¿Cómo podría juzgar que esa idea y no otra ha sido la desencadenante de
determinado pasaje? ¿Cómo podría ser capaz de deciros de dónde he sacado esa u otra
información? No lo sé, jamás podría daros una respuesta completa y verdadera, y antes
que mentir, prefiero decir la verdad. Por otra parte, si hiciese el titánico esfuerzo de
intentar recolectar e identificar el origen de cada parte de este trabajo, me moriría de
viejo (o de hambre) en el sitio, pues las relaciones que surgirían serían infinitas o al
menos, tan finitas como tiempo me quedara de vida para sacarlas a relucir.
Ya hay demasiados absurdos en la vida como para contribuir con uno más.
99
&
?
b
b
c
cPiano
∑œ Œ Œ œ
œ œ œ œ œn œ œ œŒ ˙ œ˙ ˙
(q = q)
∑œ œ œ œ
œ œ œ œn œ œ œ œœ ˙ œ˙ ˙
˙n ˙œ Œ Óœ œ œ œ œ œ œn œœ .œn
Jœ# œ#˙n ˙
&
?
b
b
4
.˙ œn
œ œn œ œ œ œ œ œ˙ Ó˙ œŒ œ œ œ#
œœn ˙ œœœœ œ œ œ œ œ œ œ
Œ œœœœn
œœœn
œœœœœn œœœœœbb œœœœœ
œœœœœb
œ œ œœ œœ œœ œœ œœ œœ
Œ œœœœbb œœœœ
œœœœww
œœœœœb ˙˙̇̇˙
bb œœœnnœœ œœ œœ œœ œœ œœ œœ œœ
˙˙
˙˙
&
?
b
b
8
œœœœœœœœ# ˙̇̇
˙œœ œœ œœ œœ œœ œœ œœ œœ
œœ
œœ œ
œœœ
œœœœœœœœœ# œœœœœ
bnbœœœœ œœ œœœœ œœ œœ œ œ
œœ
˙˙
œœ#
#
ß
œœœ
˙̇˙
œœœœœ#œ œ œœ œœ œœ œœ œœ œœ
Œ œœ
œœ
œœœœœ##
www
œœ
˙̇˙#
# œœœ œ œœ œœ œœ œœ œ œ
Œ œœœœ#œœœœ
œœœœœww
&
?
b
b
12 œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
6 6 6 6
Œ œœœœ#œœœœ
œœœœœww
&
?
b
b
13 œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
Œ œœœœ#œœœœ
œœœœww
simile
Anexo I: Primer final
1
compás 1 (equivale al inacabado compás 239de la última fuga inconclusa)
&
?
b
b
14 œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
Œ œœœœ## œœœœ
œœœœww
&
?
b
b
15 œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
Œ œœœœœœ
œœœœœ#ww
&
?
b
b
C
C
16 œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
?
˙̇˙˙# ˙̇̇
˙Œ ˙
˙œœ
?
?
b
b
C
C
17
Œ œ œ œ
ww
Allegro (q = h)
Œ œ œ œ
ww
Œ œ# œ œ
˙˙
˙˙
Œ œ œ œ œ &
˙˙
˙˙
Œ œœœœœœ
œœ....
˙̇̇˙>
ww#
#
ß
&
?
b
b
45
45
C
C
22
Œ œœœœœœ
œœ
....˙̇̇˙>
wwn
n
ß
Œ....
˙̇̇˙#>
Œ œœ#
# œœ
œœ
ww
ߌ
˙̇˙˙#> ˙̇̇
˙>
Œ œœ
œœ
œœ
œœ
ww
ß
2
V
&
?
b
b
b
c
c
c
Voz
Piano
∑--> dependiendo de la naturaleza que tenga la voz del intérprete
( )
w
œ œ œ œ œn œ œ œ˙ ˙
(q = q)
∑texto ad libitum
Ó Œ œ œœ œ œ œ œ œ œ œ
œ œn œ œ# œ œœ œn ˙
˙ ˙
(como de otro mundo de ensueño)
(falsete)
œ œn œ œ# œ œ œ œœ Œ Ó
˙ ˙#œ œ œ œ
π
œ œ ˙
œ œn œ œ œ œ œ œ
.˙ œnœ œ œb œ
V
&
?
b
b
b
5 ˙ ˙
5
œ œ œn œ œ œ œ œ œ
œ œb ˙œ œ œ# œ œ
˙ ˙
˙ œ œ œ# œ œ‰
œ œ œn ˙
œ ˙ œnœ œ œn œb
˙ ˙
( )
˙ œ œ œ œœ œ œ œ œn œn œ œ
˙ ˙#œ œ ˙
cresc.
˙ ˙#
œn œ œ œ œ œ œ œœ# œ# œ Ó
Óœ# œ
œ œ ˙n
.˙œÓ Œ œ
1
Anexo II: Tercer final
compás 1 (equivale al inacabado compás 239de la última fuga inconclusa)
V
&
?
b
b
b
9 ˙ ˙
9
œ œ# œ œ œ œn œ œŒ ˙ œœ œ œ œ
˙ ˙œ ˙n œ
wb
( )
œ œ œn œ œ œ œ œ œ˙ œn œn˙b Ó
˙# ˙œ ˙# œn
f∑
œ œ œ .œ œ œ#.œ Jœ œ œn œ œ#
œn œ œ œœ œ# œn œ œ œ œn œ
V
&
?
b
b
b
43
43
43
44
44
44
12
Ó œ œ( )
voz natural
12
œ œ œ .œ jœ.œ Jœ œ œ œn œ
œ ˙ Œœ œ œ œ
œ œ
Fœ œ œ œ#
œ ˙nŒ
Ó œ œ#œ œ œ œ œ œ œœœ
œœ#
œ#œ
œbœ
œœb
cresc.
œ# œ œ#
œœ
œœ
œœ
œœn
n œœ#
œ#œ# œ œ
œn œbœb
œnœœ
V
&
?
b
b
b
44
44
44
46
46
46
15
.˙ œ
15 ˙̇̇˙
˙̇̇˙bœ
œ œœ
œœ
œœn
n œœ
œœ
œœ
œœ
Œ œœ Œ œœb
˙˙
˙˙#
#
œ ˙n œ œ( )
˙˙̇˙n
nb ˙˙˙̇̇œœ œ
œœœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
Œ œœn Œ œœ˙˙
.
.œœ#
#Jœœ
2
V
&
?
b
b
b
46
46
46
n# # #
n# # #
n# # #
44
44
44
17
œ .˙# œ œ# œ œ#( )
17 ....œœœœ#
#b œœ> œ
œœœ
œœ#
# >jœ
>œœ œ
œœ
œœ
œœ
œœ
œ œœ œ#
œ#œ
œ jœ#> œ
œ# jœ#
> œœ
#
11
œœ
œœ#
# œœn
n œœ#
# œœn
n œœ
œœ#
# œœn
n œœ
œœ#
# œœn
n œœ#
#
poco gliss.
ß
V
&
?
# # #
# # #
# # #
44
44
44
nnn
nnn
nnn
Ÿ~~~~~
18 .-̇‰ œ œ#
18˙̇̇˙
œœ> œ
œœœ
œœ
œœœœ>
œœ
œœ#
# œœ
œœ#
#
Œœœœ Œ œœœ
˙˙ ˙
˙
( ) f
f
w-
œœ> œ
œnn œ
œœœ
œœœœ>
œœ
œœ
œœ
Œ œœœ Œ œœœ
˙˙-
˙˙-
Ó Œ ‰Jœœœ
œ œ œ œ
œœœœ> œ
œœœ
œœœœ> œ
œœœœ> œ
œœœ>
œœœœœœ
œœœœœœ
w
˙n œ œ œ œ#Ó Œ
œœœn# œœœ
wwwwŒ œ
œœœ
˙˙
s( )
V
&
?
22
˙ Œ œ
22 ˙ œ œ# œ œ‰
œ œ œ ˙
œœ œœ œœ œœ# œœ œœ
ww
&
( )
p
espress.p
œ œ Œœ
˙ œ œ œn œ‰ œ œ œ œ# œn
œœn œœ œœ œœ# œœ# œœnb
œ œ Œœ
˙ œ œ œ œ‰
œ œœ œ œ
œœn œœ œœ œœ# œœn œœb
3
V
&
&
25
œ œ Œœ
25˙ ‰ œ# œn œn‰ œ œ#
œn œ œ#-
‰œ œn œ
œœ œœbb œœn œœbb œœbœœbb
( )
.˙ œ
˙ ‰ œ œ œ œœ œ œ œœ> ˙
w .˙ œ#˙ ˙
cresc.
V
&
&
27
œ .œ jœ œ œ
27˙ ‰ œ
œœœ
œœ‰ œ œ œ ˙
œœ ˙˙n œœb#˙b ˙
( ) cresc.
˙ ‰ œ œ œ
˙˙
‰œœ
œœ
œœ‰œœ
œœ
œœ˙˙
œœ œœœnn Œ œœœ#b˙# ˙˙˙#nb
˙ ‰œ œn œn
˙˙
‰œœœ
œœn
n œœn
n‰
œœ
œœn
n œœn
n œœ œ œ œ
Œ œœœœ#bn Œ œœœœ#n˙̇̇
˙#bn ˙̇̇˙#n
?
f
f
~~~~
V
&
?
30
œ .œ jœ œ œ
30 œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ œ
œœœ
œœ
œœ
Œ œ Œ œŒ œ œ Œ œb œ
˙˙
˙˙#
#
( )
4
V
&
?
31
œ œœ œ
31 œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ œ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œ
œŒ œœ Œ œ œ
.
.œœ
jœœ
˙˙#
#
( )
V
&
?
32
œ œ œ œ œ# œb
32
œœ
œœ
œœ
œœ œ#
œ#œ
œœ
œœ
œœb
œbœ
œœ
œœ
œ
Œ œœ# Œ œœ
.
.œœ
jœœ
.
.œœb
b jœœ
( )
V
&
?
33
œb .œ jœ œ œn
33œb
œbœ
œœ
œœ
œœ
œnœ
œœ
œœ
œœ
œœn
œœ
œœ œ œ œ œ
œœ
œœ
œœ
œœ
5 5 5
Œ œ Œ œŒœn œ Œ
œ œ
˙˙n
n ˙˙
( )
5
V
&
?
34
œ œ œ œ œ œ œ œ
34
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œ œ œ œ œœ
œœ
œœ œ œ œ œ
œœ
œœ
œœ
œœ
5 5
Œ œŒ œ œ Œœœb œœ
˙˙#
# ˙˙
( )
V
&
?
35
œ œ œ œ ˙
35
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œ œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
5
Œœœœ# Ó
.
.œœ#
# jœœ
œœ œ
œ
( )
V
&
?
36
˙ .œjœ
36œ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œ
œ ˙ œ œ
˙˙
˙˙
( )
6
V
&
?
37
œ œ œ œ œ œ œ
37œ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œœ
œ
œ œ œ œ œ
jœ ..
œœ
jœ œ
œb
jœœ
b
( )
V
&
?
38
˙ œ œ
38œ
œœ# œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ
Ó ˙̇̇˙#œ ....
˙̇̇˙#
Ó Œ œœœ#
ww
( )
V
&
?
39
œ œ ˙
39œ
œœ# œœœ œ
œœ œœœ œ œœ œ œœ œ œœ œ œœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ
œœœ# œœœ ˙̇̇
∑
( )
7
V
&
?
40
w
40œ
œœ# œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ
˙̇̇# œœœ œœœ
∑
( )
V
&
?
41
.˙ Œ
41œ
œœ# œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œ
œœ œœœ œœœ
>
U
Œ...˙̇̇#œœœœ#
# > ?
Ó Œ œœœ>
( )
∑
wwww#U>
wwu>
8