Post on 22-Jul-2016
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El Padre y los
dos hijos
en clave
HOSPITALARIA
Lc. 15, 11Lc. 15, 11Lc. 15, 11Lc. 15, 11----32323232
Un hombre tenia dos hijos; y el menor de ellos dijo al
padre: “ Padre, dame la parte de la hacienda que me
corresponde” . Y él les repartió la hacienda
Pero si nos fijamos bien, esto ocurre
cuando estamos en lo mejor de la vida,
llenos de salud, fuertes. Cuando se goza
de buena salud la dimensión espiritual
puede quedar infravalorada, por la
primacía que se da en nuestros días a
todo lo material.
El hijo pide lo que cree que es suyo, y el padre «les repartió la hacienda»; o,
como dice el texto griego, «repartió entre ellos la vida». La hacienda que el
padre reparte es su misma vida.
...pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y
se marchó a un país lejano, donde malgastó su
hacienda viviendo como un libertino
No existen respuestas fáciles para los profundos
desafíos e interrogantes que brotan del sufrimiento
humano. El sufrimiento es un misterio. El dolor no se
deja domesticar. Además hay que recorrer un largo
camino y nadie puede hacerlo por nosotros. Se
requiere paciencia. Hay que darse tiempo y dejarse
ayudar, no es fácil. En ocasiones tendemos a huir,
en lugar de enfrentarnos a ello, preferimos marchar
a un país lejano, lejano tanto espacial como
espiritualmente.
El hijo menor decida abandonar la casa y marcharse a un país lejano.
... me levantaré, iré a mi padre y le diré…
Ante el riesgo de quedarnos totalmente absortos en nuestros dolores y
problemas, como si nada más existiera, un modo eficaz de superar o de aliviar
nuestro sufrimiento es romper el círculo en el que pretendemos encerrarnos. La
realidad no se agota en el sufrimiento. Se cierran unas puertas pero se abren
otras. Cuando se sufre, los lazos que vinculan a unos con otros no se rompen,
sino que adquieren un sentido nuevo y una forma nueva.
La vulnerabilidad puede ser ocasión de conocer
a otros y de ver su bondad, de conectar con
personas de las que nos hemos alejado y de
abrirnos en profundidad a los demás. Nada ni
nadie puede quitar el poder amar a los demás,
el ser solidarios, el orar por ellos.
… y levantándose, partió hacia su padre…
En Getsemaní Jesús nos muestra su humanidad. Ante el sufrimiento que le invade,
siente miedo y angustia, necesita desahogarse y que alguien le acompañe (Mc 14,
33-34). No juzga o reprime sus sentimientos: “Me muero de tristeza”.
El que sufre necesita desahogarse, dejar que afloren sus sentimientos y
expresarlos ante alguien que le acompañe y escuche. El desahogo emocional
mediante la expresión de sentimientos es de suma importancia para la reducción
de la tensión emocional y del estrés inherente al afrontamiento de una situación
de dolor o de sufrimiento. La tensión emocional disminuye después del llanto. Es
pertinente evitar incomodarse con las lágrimas de la persona acompañada y no
tratar de obstaculizar que las mismas broten. Las lágrimas constituyen un
mecanismo natural de expresión de sentimientos y de alivio de la tensión
emocional.
Muchas veces, para recapacitar en el
verdadero amor, tenemos que bajar hasta lo
más hondo de nuestra vida, y descubrir nuestra
pequeñez, para allí experimentar que he sido
amado y volver a amar→ Arrepentimiento
Como la medida del amor es un amor sin medida, a Dios no se va caminando,
sino amando. Si no tengo amor nada me vale nada, la vida carece de sentido, la
esperanza no existe, el mundo está descalabrado. Pero si tengo amor se
encuentran más que razones para vivir y para esperar, la fe lo llena todo de
vida, la esperanza es gozo y compromiso, el mundo se contempla como espacio
para la gloria de Dios, para hacer el bien y servir…
¿Por dónde comenzar la acogida? No hay
duda: la cogida comienza por la realidad
que está delante de nosotros. Por la
realidad que está a la vista, la persona
concreta aquí y ahora. Por lo que al ser
que sufre le interesa, no por lo que a
nosotros nos interesa. Acoger no es estar
al acecho para disparar a la primera.
Acoger es estar, sin más pretensión que
escuchar, servir, comprender, hablar de
corazón a corazón…
… estando él todavía lejos,
lo vio su padre y conmovido corrió...
No se puede ayudar al que sufre a
distancia. Hay que acercarse a él y
adentrarse en lo que está viviendo, movidos
por el deseo de consolar, alentar y servir de
apoyo. Es preciso hacerlo sin prisas, con
tacto y con respeto, sin paternalismos,
dejando y facilitando que el enfermo sea en
cada momento el protagonista.
… se echó a su cuello y lo besó efusivamente …
La solidaridad tiene un poder curativo: activa y hace presente al que sufre el
amor de los hermanos y de Dios.
El tiempo de sufrimiento o alejamiento es largo, se acorta tan sólo con la
cercanía y el calor humano de quien corre para estar a su lado, para tenderle
una mano,…
La comprensión de las reacciones del que sufre es
un medio terapéutico que alivia el peso del
corazón herido. Por el contrario la incomprensión
constituye un dolor sobreañadido para quien está
sufriendo y se queja.
Cuando actuamos desde la incomprensión, nos convertimos en consoladores poco
oportunos y falsos, como los amigos de Job, que en lugar de llevar alivio y paz,
provocan su irritación y le sublevan contra todos.
El Cardenal Veuillot, después de largos sufrimientos, confiaba a un sacerdote
cercano: “sabemos decir bellas frases sobre el sufrimiento, yo mismo he hablado
con calor. Decid a los sacerdotes que no digan nada”.
… porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a
la vida; estaba perdido y ha sido hallado
Participar de la presencia simbólico-celebrativa de Dios, mediante la celebración
de los sacramentos. Se puede actuar en la dimensión celebrativa de la fe
propiciando espacios de celebración litúrgica, centradas en la persona que sufre.
Para la celebración de los sacramentos, el agente de Pastoral de la Salud,
especialmente si es presbítero o diácono, ha de poner de relieve la dimensión
simbólica de los gestos realizados, por medio de una adecuada catequesis y la
creación de un clima humano que esté en sintonía con los valores proclamados
por la celebración sacramental. Ha de procurar, igualmente, que los signos
sacramentales sean verdaderamente significativos.
Hay que tener presente que lo importante es la persona a la que se administra
los Sacramentos. Una celebración sacramental se da en la persona, encuentro
con Dios, por ello, el Sacramento hay que presentarlo como medio de encuentro
entre las dos realidades persona-Dios.
… y comenzaron la fiesta
Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean
competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que
sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de
que se continúen después las atenciones necesarias. Un primer requisito fundamental es la
competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y
los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta.
Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Deben distinguirse por su dedicación al
otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de
humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan
también y sobre todo una ‘formación del corazón’: se les ha de guiar hacia ese encuentro
con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para
ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera,
sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad.BENEDICTO XVI, Deus caritas est. Dios es amor (San Pablo, Madrid 2006)
EL PADRE Y LOS DOS HIJOS
MISERICORDIA
Norka C. Risso Espinoza
Centro San Juan de Dios – Ciempozuelos
http://pastoralsanitaria.blogspot.com.es/
Imágenes: Internet