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EL “PRESO” COMO SUJETO DE DERECHOS Y SU ACCESO A LA SALUD.
“Non bis in idem”
ABSTRACT.
Este ensayo versa sobre la importancia de considerar a la persona privada de su libertad
como un sujeto de derechos, que sufre la “amputación” del derecho a la libre
circulación ambulatoria –y aquellos otros que determine la ley o la sentencia
condenatoria-, manteniendo inalterables los restantes que le son conferidos por el
ordenamiento jurídico. Una vez determinada esta noción, intentaremos abordar -con sus
complejidades y carencias- el acceso al derecho a la salud del “preso”, desde un enfoque
teórico normativo contrastándolo con la realidad intramuros.
INTRODUCCIÓN.
A través del presente ensayo nos proponemos como meta elaborar un somero análisis
sobre el derecho a la salud respecto de las personas privadas de su libertad. Para ello,
estimamos necesario precisar qué entenderemos por salud dentro del marco del presente
trabajo. La Organización Mundial de la Salud (WHO – sus siglas en inglés), organismo
de Naciones Unidas, ha dictaminado que la salud es el “estado de completo bienestar
físico, mental y social; y no solamente la ausencia de enfermedad”. La antedicha
definición será nuestro punto de referencia cuando mencionemos el derecho a la salud
de una persona que se encuentra privada de su libertad.
Asimismo, consideramos de suma importancia remarcar que el “preso” continúa siendo
un sujeto titular de derechos, a quien se restringe su derecho a la libertad ambulatoria;
fijada esa condición de la persona recluida, no creemos prudente que el derecho a la
salud se reduzca a la mera asistencia médica (contemplada en el Capítulo IX de la Ley
N° 24.660 de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad).
DESARROLLO.
Sustancialmente, la ejecución en el proceso penal es el procedimiento dirigido a
efectivizar, hasta su agotamiento, el cumplimiento de la condena o sanción impuesta en
la sentencia que puso fin al trámite cognoscitivo1. Existe una acentuada creencia
generalizada –la cual es, según nuestro criterio, a todas luces equívoca- de que la
participación jurisdiccional termina con el dictado de la sentencia condenatoria. Lo real
es que, a partir de ese momento, comienza a materializarse la sentencia y el condenado
iniciará el cumplimiento de su pena; con lo cual, para él es sólo el principio. Resulta
trascendental tener presente que “allí donde el Estado ejerce de manera más violenta su
poder confiscando la libertad de un ciudadano, el control jurisdiccional es ineludible2”.
En este momento, entonces, cobra vital importancia la figura del juez de ejecución
penal, cuya misión consistirá en procurar que la ejecución de la pena se desenvuelva
conforme a lo establecido en el artículo 18 de la Constitución Nacional (“Las cárceles
de la nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos
detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos
más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice.”) y su
correlato receptado por la Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad 24.660.
Inherente a su función será garantizar al interno un trato acorde a la dignidad humana,
siguiendo los parámetros establecidos en los tratados internacionales de derechos
humanos, la Constitución de la Nación y la Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la
1 CLARIÁ OLMEDO, Jorge A.; “Derecho Procesal Penal”, Ed. Rubinzal-Culzoni Editores, t. III, tít. III, p. 241.
2 CELSI, Leonardo; “Justicia de garantías de ejecución y Ministerio Público. Nuevos roles y claves en el
sistema procesal penal bonaerense”, Ed. Ediar, Buenos Aires (2001), p. 366.
Libertad, ello en pos siempre de lograr el objetivo que subyace detrás de la finalidad de
la pena: la resocialización del individuo privado de su libertad.
Siempre debemos tener presente que la persona privada de su libertad es un sujeto de
derechos, a quien el Estado restringe su libertad ambulatoria. Por tanto, la conculcación
de cualquier otro derecho implicaría el agravamiento ilegítimo de su pena.
Los "presos" no pierden su condición de persona como consecuencia de la pena que el
Estado les ha impuesto; por el contrario, continúan siendo, como define nuestro Código
Civil en su artículo 30, entes susceptibles de adquirir derechos y contraer obligaciones.
La Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad especifica los alcances de lo
antedicho cuando expresa, en su artículo 2, que “el condenado podrá ejercer todos los
derechos no afectados por la condena, por la ley y las reglamentaciones que en su
consecuencia se dicten (…)”. Se sigue que quien ha sido privado de su libertad sufre
una “capitis diminutio” que llega a impedirle toda posible vida de relación libre y
normal3.
Como hemos manifestado anteriormente, la persona privada de su libertad es, entonces,
un sujeto de derechos aunque con ciertas limitaciones. En concordancia con esto, según
el artículo 12 del Código Penal de la Nación Argentina, el condenado a prisión o
reclusión por más de tres años es un “inhabilitado” por el tiempo que dure la condena, y
pierde, durante su prolongación, la patria potestad, la administración de sus bienes y el
derecho de disponer de ellos por actos entre vivos. De lo dicho, se podría inferir que
cualquier otro derecho que el preso vea afectado o vulnerado durante el cumplimiento
de su pena privativa de libertad –considerando, a su vez, lo estipulado por el artículo 2
de la Ley 24.660- implicaría, implícitamente, una extensión de la condena más allá de lo
que corresponde, situación constitucionalmente inaceptable.
3 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, Política Criminal Latinoamericana, Perspectivas-Disyuntivas, Editorial
Hammurabi, 1982, pág. 78.
Conforme lo desarrollado, es pertinente agregar que a raíz de diversos congresos
realizados por la Comisión Penitenciaria Internacional desde 1872, los internos son
vistos como sujetos de derechos y deberes. Los Principios Básicos para el Tratamiento
de Reclusos expresan que “con excepción de las limitaciones que sean evidentemente
necesarias por el hecho del encarcelamiento todos los reclusos seguirán gozando de los
derechos humanos y libertades fundamentales consagrados en la Declaración Universal
de Derechos Humanos (…)”4.
Por otra parte, y en la misma dirección, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha
expresado que “el ingreso a una prisión, en tal calidad [de condenado], no despoja al
hombre de la protección de las leyes y, en primer lugar, de la Constitución Nacional.
Los prisioneros son, no obstante ello, „personas‟ titulares de todos los derechos
constitucionales, salvo las libertades que hayan sido constitucionalmente restringidas
(…)”5. Asimismo, es interesante destacar que el Superior Tribunal Constitucional
Español tiene dicho que “es claro que la sujeción especial de un interno en un
establecimiento penitenciario no puede implicar la eliminación de sus derechos
fundamentales”6 ni que “(…) la justicia se detenga en la puerta de las prisiones”
7.
Luego de lo expuesto, insistimos –con mayor convicción- en la idea de que el interno es
un sujeto de derechos. Por tanto, como tal, tiene derecho al trabajo, derecho a la salud,
derecho a la educación y, así, a todos aquellos derechos que no hayan sido afectados por
la condena, la ley y sus reglamentaciones (artículo 2, Ley 24.660) y que no se
encuentren entre los mencionados en el artículo 12 del Código Penal. Entonces, en tanto
4 C.S.J.N “ROMERO CACHERANE, Hugo Alberto s/ Ejecución Penal”, fecha 09/03/2004, considerandos 8 y
9, voto de la mayoría. 5 C.S.J.N “ROMERO CACHERANE, Hugo Alberto s/ Ejecución Penal”, fecha 09/03/2004, considerando 15,
voto de la mayoría. 6 C.S.J.N “ROMERO CACHERANE, Hugo Alberto s/ Ejecución Penal”, fecha 09/03/2004, considerando 13,
voto de la mayoría. 7 http://ocw.usal.es/ciencias-sociales-1/derecho-a-la-
informacion/contenidos/SENTENCIAS/1er%20BLOQUE/PDF/STC%20175- 2000,%20de%2026%20de%20junio.pdf
no se encuentren afectados, el interno continúa ostentando la titularidad de todos los
derechos constitucionales y de aquellos consagrados en tratados internacionales de
derechos humanos con jerarquía constitucional, incorporados en el artículo 75 inc. 22 de
nuestra Carta Magna.
Resulta muy significativo para la exposición de nuestro tema objeto de análisis, el
aporte que ha realizado la Corte Interamericana de Derechos Humanos al expresar que
quien sea detenido “tiene derecho a vivir en condiciones de detención compatibles con
su dignidad personal y el Estado debe garantizarle el derecho a la vida y a la integridad
personal”. El Estado, como responsable de los establecimientos de detención, es el
garante de estos derechos de los detenidos. Las autoridades estatales ejercen un control
total sobre la persona que se encuentra sujeta a su custodia. La forma en que se trata a
un detenido debe estar sujeta al escrutinio más estricto, tomando en cuenta la especial
vulnerabilidad de aquél8. Surge en este contexto una imperiosa “necesidad de garantizar
el cumplimiento de las normas constitucionales y los tratados internacionales respecto
de los condenados, criterio que no es más que un corolario de aquellos principios que
procuran garantizar que „el ingreso a una prisión, en tal calidad [de condenado], no
despoje al hombre de la protección de las leyes y, en primer lugar, de la Constitución
Nacional”9.
De la consideración del “preso” como sujeto de derechos surge, como se anticipó, que
es titular de derechos, tales como el derecho a la salud. Éste se encuentra ampliamente
garantizado en nuestro bloque constitucional federal, integrado por las normas
jerárquicamente superiores de nuestro ordenamiento jurídico. Así, existen disposiciones
constitucionales que, de manera implícita o explícita, aluden al mencionado derecho. En
tal sentido es importante mencionar el artículo 14 bis, el cual consagra que el Estado
8 Corte Interamericana de Derechos Humanos, “Caso Bulacio vs. Argentina”, 18/09/2003.
9 C.S.J.N “ROMERO CACHERANE, Hugo Alberto s/ Ejecución Penal”, fecha 09/03/2004, considerando 4,
voto del Dr. Fayt.
otorgará los beneficios de la seguridad social; y en especial por ley el seguro social
obligatorio; el artículo 33 que al hacer alusión a los “derechos implícitos” está
consagrando en calidad de tales al derecho a la vida y al derecho a la salud; el artículo
41 de la Constitución Nacional que hace referencia al derecho que tienen los habitantes
a un “ambiente sano”; el artículo 75 inciso 22 que confiere jerarquía constitucional a
distintos Tratados Internacionales de Derechos Humanos, los cuáles en su texto
consagran en forma expresa al derecho a la salud (como un derecho de todo hombre),
entre otros artículos.
En cuanto al reconocimiento que de este derecho hacen los documentos internacionales,
incorporados a nuestro ordenamiento jurídico (adquiriendo la referida jerarquía
constitucional) a través del Art. 75 inc. 22 CN, pueden señalarse la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre y la Convención Americana de los
Derechos Humanos.
Sin embargo y pese al extenso reconocimiento que el derecho a la salud goza en nuestro
bloque constitucional, coincidimos con la doctrina que enseña el Dr. Barcesat, quien
manifiesta que los derechos humanos no son, meramente, formulaciones normativo-
lingüísticas adoptadas por los Estados con ciertas formas sacramentales (Constitución,
ley, tratado, etc.). Continúa diciendo el experto que si la problemática de los derechos
humanos pasara, solamente, por el reconocimiento jurídico de pactos, declaraciones,
cartas constitucionales y textos que refieran a los derechos humanos para obtener una
suerte de “sábana” que albergaría toda la formulación normativa-lingüística sobre los
derechos humanos, aprobada dicha “sábana” el Estado en cuestión podría descansar
tranquilo de estar a la cabeza de las naciones civilizadas en materias de derechos
humanos. Pensar que por la sola circunstancia del reconocimiento formal, los derechos
humanos ya se encuentran efectivamente “vigentes”, contribuiría a una visión
fetichística de los mismos. Ellos no son, solamente una formulación normativa y
lingüística capaz, por su sólo enunciado, de garantizar la efectividad del derecho en
cuestión.
Concordamos con la doctrina expresada por el Dr. Barcesat en “Introducción a los
ensayos de fundamentación de los derechos humanos”, quien propone la consideración
de los mismos como necesidades socialmente objetivadas; la presentación de la política
de derechos humanos como un arco que comprende el acceso al derecho, la
permanencia en su goce efectivo, y la no afectación arbitraria por acto de autoridad o
particulares; la exigencia de universalidad; su caracterización como campo de una
facultad, y no de una mera permisión; la antijuridicidad objetiva de la desposesión del
derecho humano reconocido en la norma; los requerimientos de la tutela jurisdiccional,
son temas ya instalados en la fundamentación y explicitación de requerimientos de los
derechos humanos.
En esa universalidad se encuentran, desde nuestra perspectiva, incluidas aquellas
personas privadas de su libertad, aún cuando no se haga una referencia explícita a ellos.
Por último, y no por ello menos relevante, es dable destacar que los derechos
fundamentales no se nos presentan de manera aislada o desarticulada, sino que forman
parte de un conjunto, donde cada uno mantiene vínculos con los restantes10
. En este
sentido, se describe al derecho a la salud como un derecho humano fundamental e
indispensable para el ejercicio de los demás derechos humanos; y se lo declara
estrechamente vinculado con el ejercicio de otros derechos tales como: el derecho a la
alimentación, a la vivienda, al trabajo, a la educación, a la dignidad humana, a la vida, a
10
CORTI, Horacio G.; “Derecho Constitucional Presupuestario”, Ed. Lexis Nexis Argentina, 2007, pág.
705.
la no discriminación, a la igualdad, a no ser sometido a torturas, a la vida privada, al
acceso a la información y a la libertad de asociación, reunión y circulación11
.
Determinado el marco teórico normativo en la materia, pretendemos colocar sobre el
escenario la profunda contradicción que existe entre los derechos consagrados por las
normas –en concordancia con la desarrollada idea del interno como sujeto de derechos-
y la constante y cotidiana conculcación de ellos en las cárceles de nuestro país. En
honor a la brevedad, solamente efectuaremos mención de dos antecedentes
jurisprudenciales que nos facilitarán la posibilidad de apreciar el escandaloso estado de
vulnerabilidad en que una persona privada de su libertad lleva adelante la ejecución de
su pena. El primero de ellos, acontece en la Unidad Penitenciaria de Olmos; allí, el 5 de
mayo de 1990, se produce un incendio que arroja como resultado la muerte y lesiones
de varios internos. El trágico siniestro desencadenado, puso de relieve las calamitosas
condiciones en que las personas privadas de su libertad cumplían su condena.
Contribuyeron a la desgracia el hecho de que la unidad penal no contara con adecuados
elementos extintores para combatir el fuego (sumado a la incapacidad del personal para
afrontar la situación), la precariedad de la instalación eléctrica, la inexistencia de salidas
de emergencia, el pésimo estado de conservación del edificio, el uso de determinados
elementos peligrosos, como calentadores (que se utilizaban para cocinar ante la falta de
suministro adecuado de alimentos). Resulta pertinente indicar que por aquél entonces la
unidad albergaba aproximadamente 3000 internos, excediendo notoriamente su
capacidad, calculada en 1000 personas. La Corte ha dicho que resulta necesario recordar
que un principio constitucional impone que las cárceles tengan como propósito
fundamental la seguridad y no el castigo de los reos detenidos en ellas, proscribiendo
toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que
11
Observación general N° 14 de las Naciones Unidas.
aquélla exija (Artículo 18, Constitución Nacional). La seguridad, como deber primario
del Estado, no sólo importa resguardar los derechos de los ciudadanos frente a la
delincuencia sino también, como se desprende de la Constitución de la Nación, los de
los propios penados, cuya readaptación social se constituye en un objetivo superior del
sistema y al que no sirven formas desviadas del control penitenciario. Afirma la Corte
que si el Estado no puede garantizar la vida de los internos ni evitar las irregularidades
que surgen de la causa, de nada sirve las políticas preventivas del delito, ni menos aún
las que persiguen la reinserción social de los detenidos12
.
El segundo precedente jurisprudencial que, según nuestro criterio, refleja las penosas
condiciones de detención es el caso iniciado por el Centro de Estudios Legales y
Sociales (CELS)13
. En el mencionado antecedente se coloca sobre el tapete las
condiciones infrahumanas que debían, y aún deben, soportar aquellas personas privadas
de su libertad que purgaban sus condenas en unidades penitenciarias y comisarías de la
Provincia de Buenos Aires. En el fallo se expresa que los establecimientos penales y
comisarías de la Provincia de Buenos Aires se hallan superpoblados14
, a pesar de que
legal y constitucionalmente el alojamiento de los “presos” debería desarrollarse en
centros de detención especializados. De los hechos surge que los calabozos de estas
comisarías se encontraban en un estado deplorable de conservación e higiene, que
carecían por lo general de ventilación y luz natural, que no contaban con ningún tipo de
mobiliario –por lo que toda actividad que desarrollaban los internos (comer, dormir,
etc.), debía llevarse a cabo en el piso-, que los sanitarios no eran suficientes para todos y
que no se garantizaba la alimentación adecuada de los reclusos. La situación fomentaba
el riesgo de propagación de enfermedades infecto-contagiosas y aumento de los casos
12
CSJN, “Badín, Rubén y otros c. Provincia de Buenos Aires s/ Daños y Perjuicios”; 19/10/1995. 13
CSJN, “Verbitsky, Horacio s/ habeas corpus”; 03/05/2005. 14
Se determinó que en el territorio provincial funcionan 340 comisarías cuyas instalaciones permiten albergar a 3178 personas, pero que en la realidad alojan 6364.
de violencia física y sexual entre los propios internos. Es de destacar que estas
condiciones de detención incrementan las posibilidades de poner en riesgo la vida y la
integridad física de las personas, tanto de los detenidos como del personal asignado a su
custodia. En ese sentido, se puso de manifiesto que los lugares de alojamiento de los
detenidos deben ser considerados en función al cubaje mínimo por interno, a las
condiciones de aireación, de iluminación, de calefacción, de sanidad, a la cantidad de
camas, de seguridad para el descanso, de contacto diario al aire libre con posibilidad de
desplazamiento, de acceso al servicio médico, al sistema educativo, trabajo y a la
alimentación adecuada; condiciones éstas que el Estado provincial no satisfacía siquiera
mínimamente en virtud del hacinamiento enunciado.
CONCLUSIONES.
Para concluir, interesante es considerar que existe prolífica legislación que reconoce el
derecho a la salud de las personas privadas de su libertad (léase Constitución Nacional,
tratados de derechos humanos, legislación interna), pero la misma choca de bruces con
el sistema carcelario argentino, el cual conculca las buenas intenciones de cualquier
normativa.
En segundo lugar, consideramos esencial remarcar que los derechos humanos o
derechos fundamentales son normas jurídicas cuyos titulares son los seres humanos,
debiendo el Estado (como garante principal de los mismos) destinar el máximo posible
de sus esfuerzos y recursos para lograr, vía el principio de progresividad, la
efectivización de estos derechos esenciales de las personas so pena de incurrir en
responsabilidad internacional. Podemos afirmar que el derecho a la salud es una
derivación del derecho a la vida, por ende se trata de un derecho fundamental.
Nuestra intención es finalizar como comenzamos, esto es, afirmando categóricamente
que la persona privada de su libertad ES UN SUJETO DE DERECHO; sólo se restringe
su libertad ambulatoria y se suspenden otros derechos taxativamente enumerados en la
ley y, en su defecto, en la sentencia condenatoria. Afirmar lo anterior implica que, sobre
el interno, pesa una importante restricción, esta es: limitación a la libertad de
circulación; continuando subsistentes los restantes derechos fundamentales. Se ha
entendido, y compartimos plenamente, que esta limitación lo coloca en una situación de
desventaja objetiva respecto a una persona que no ha sido alcanzada por el sistema
penal (aunque debemos recordar que AMBAS tienen que contar con la posibilidad de
acceder al derecho a la salud), por lo que el ordenamiento jurídico procura garantizar
este derecho a través de la legislación y la tutela jurisdiccional. El gran enemigo de la
norma es la práctica (lo acontecido en el mundo de los hechos); toda vez que pudimos
observar el amplio espectro normativo que concede ampliamente el derecho al acceso a
la salud a los sujetos privados de su libertad, a los cuales debe garantizárseles el acceso
integral a este derecho, lo cual quiere decir que no sólo debe abarcar la medicina
curativa sino también la preventiva.
Las cárceles no cuentan con adecuada infraestructura y con el personal suficiente para
solventar las falencias del sistema. Fundamental resulta la adecuada educación del
personal penitenciario, dado que muchas veces se coarta este derecho producto de la
ignorancia del personal carcelario y de su temor a que sea una enfermedad “aparente” o
“fingida” por parte del interno (como maniobra tendiente a fugarse), y ante la carencia
de personal médico que pueda satisfacer la consulta médica, no se concede este derecho.
Particular mención merecen las pésimas condiciones de detención, las mismas crean una
asombroso caldo de cultivo para innumerables enfermedades. El hacinamiento en que
viven las personas privadas de su libertad no sólo les provoca enfermedades físicas, sino
también psíquicas. El Dr. Zaffaroni15
plantea que la prisión se convierte en un mero
local de depósito de seres humanos deteriorados, gestándose de esta manera una
tendencia genocida que, en definitiva, se afilia a la prevención especial negativa, es
decir, a la idea de la prisión como una eventual pena de muerte.
Desde nuestro humilde punto de vista, el derecho a la salud de un individuo privado de
su libertad lo constituye no sólo el adecuado acceso a la atención médica, sino también
una adecuada alimentación, un fecundo régimen de visitas, condiciones dignas de
habitación y vestimenta. Contribuyen también a fortalecer el acceso a este derecho la
posibilidad del trabajo y la educación intramuros, entre otros. Lo contrario, implicaría
concebir de forma mezquina de este derecho, entendiendo que se satisface con la
adecuada atención médica (la cual ni siquiera se concede). Es menester entender que el
individuo debe completarse física y psíquicamente de forma satisfactoria para lograr el
tan ansiado y anhelado objetivo resocializador de la pena privativa de libertad.
15
ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro y SLOKAR, Alejandro, Manual de Derecho Penal,
Parte General, Ediar, 2007, págs. 706 y ss.