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“El resto”
–un relato de Gustavo Gall
Capítulo 2 / Episodio 16
“Asilo”
Apenas cuando clareó un poco en el horizonte Pablina se
levantó de un salto. Sacudió la carpa burbuja de Telli y
plegó rápidamente la suya. Tenía mucha prisa por continuar
camino. Telli, con la espalda entumecida, tuvo que hacer un
gran esfuerzo para incorporarse.
-Voy a mear, y en cuanto vuelva estate listo porque
salimos- dijo ella.
-¡Por dios! ¡Dejame comer algo!
-De camino, Telli, no hay tiempo que perder- y se apartó
unos metros hasta un grupo de eucaliptos que se apiñaban
en un baldío lindante a los andenes, desabrochándose los
pantalones mientras caminaba. Se puso en cuclillas y
descargó la vejiga con gran alivio, entrecerrando los ojos.
Cuando los volvió a abrir se sobresaltó de un fuerte susto al
encontrarse a NN parado frente a ella, observándola.
-¡Mierda!- gritó.
El chico ni se inmutó.
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Unos instantes después, Telli, apareció con la pistola
sujeta entre sus manos temblorosas.
-¡Este pendejo pesado!- gritó ella ajustándose los
pantalones.
-¿Qué hacés acá? ¿Dónde pasaste la noche?
El muchacho señaló en dirección al puente. Había por allí
unos tubos de cemento de dos metros que estaban
semisepultados.
-¿Qué querés? ¿Volviste para intentarlo de nuevo?
¿Querés vengarte?
El chico negó moviendo la cabeza.
-¡Hablá, pelotudo!- le gritó Telli.
-Quiero ir con ustedes- contestó finalmente.
Pablina y Telli se miraron...
-¡No!- dijo ella, y sin esperar apelación regresó en busca
de su mochila.
Telli se quedó con el chico.
Unos minutos después estaban en plena caminata por las
vías. Pablina, enojada, iba por delante. Veinte metros detrás
la seguía Telli comiendo galletas, y unos pasos detrás suyo,
trajinaba NN.
A pesar de las protestas, Pablina, no pudo hacer nada
para que NN se despegara de ellos. A Telli parecía no
molestarle tanto. Pero a pesar del disgusto, ella no tenía mala
impresión con el chico. Si hubiese representado alguna
amenaza, hubiese sentido ese latido en la sien que siempre le
advertía de los peligros. No sucedió antes, ni después, ni
siquiera cuando los atacó a los tiros.
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Fue una caminata silenciosa de unos cinco kilómetros
hasta la siguiente estación. El letrero destrozado apenas
dejaba leer restos de la palabra “Suárez”. Allí descansaron un
poco y bebieron, entre Telli y Pablina, una botella entera de
agua. NN permaneció alejado, sentado en el bordillo del
andén.
-Ahora nos queda una sola botella de agua y casi nada
para comer. No quiero que compartas nada con el pibe-
ordenó Pablina.
-Solo le voy a ofrecer un poco de agua...
-¡Nada!- interrumpió ella de un grito-. Es como un perro
vagabundo, si le das algo se nos va a quedar pegado todo el
camino. Quiero que se pierda. Que nos siga si quiere hasta
que encuentre algo donde quedarse y chau, a hacer su vida.
-No parece mal chico.
-Telli, no es por lo malo o bueno que pueda ser... Esto es
supervivencia y tenemos una misión.
-¿Una misión? ¿Una misión de qué? Todavía ni siquiera
me explicaste bien adónde vamos. Sé que vamos al centro, a
dejar ese estuche con... moscas... pero nada más. No sé para
qué te acompaño.
-Estás conmigo porque no tenés a nadie más, y porque si
te quedabas solo en esa Madriguera ibas a morir.
Telli dejó caer pesadamente la mochila al suelo y encaró a
Pablina.
-Cuando estaba en la Madriguera nunca me cagaron a
tiros como desde que estoy con vos. Y si me llevás con vos
por compasión de mi soledad, bueno... ese chico que está
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ahí... también está solo. No tiene a nadie. Mataste a todos los
suyos.
Pablina acercó su cara a la de Telli...
-Pues entonces tengo la solución a tu problema... juntá al
pibe ese y vuelvan a la Madriguera. Ya volviste a encontrar
pareja...
-¡Me parece que tenés razón! Creo que sería una buena
idea...- retó Telli alzando el volumen de la voz al nivel de la
de ella. Sus narices chocaban punta con punta y sus ojos
parecían echar chispas.
-Muy bien, entonces... Espero que tu nuevo amiguito de...
doce o trece años, sepa como ayudarte cuando te dé uno de
esos ataques de locura alucinógena- dijo ella acentuando las
últimas dos palabras con tono burlón.
-¡Hija de puta!
-¡Vamos! ¡Váyanse! ¡Nada te retiene!
En ese instante NN los interrumpió.
-¡Shhh! ¡Silencio!- dijo, y se movió agazapado hasta el
borde de la estación, donde apenas se sostenía el armazón
esquelético del tinglado.
Pablina torció un poco la cabeza para oír...
Sonaban gruñidos y gimoteos desde alguna parte.
Desenfundaron sus armas y avanzaron con el chico. Se
escondieron agazapados tras una garita de madera y chapa.
-¡Mierda! ¡Hordas otra vez, no!- suplicó Telli.
-¿Hordas? ¿Por acá? Imposible- aseguró Pablina.
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Poco más de cien metros detrás del terreno de la estación,
donde también había restos de autos quemados y
destrozados, había un galpón. Parecía un sitio muy añejo, tal
vez de los años ochenta, y la chapa exterior estaba
totalmente herrumbrada.
-Viene de ahí...- aseguró NN y le pidió a Pablina que le
prestara una de sus dos pistolas.
-¡Ni loca!
-Bueno, devolveme la pistola que me sacaste.
-No.
-Alguien tiene que ir hasta allá para ver de qué se trata.
Yo puedo ir...- dijo NN-... soy el mas ágil y se disparar muy
bien. Voy, miro y vuelvo.
Telli le dio su propio arma sin consultarlo con ella.
-Hagan lo que quieran. Yo voy a seguir camino... No se
me perdió nada por acá- dijo Pablina incorporándose para
regresar a las vías.
-Quedate aca. Dejá que el chico mire que hay, y después
seguimos.
-¿Pero como? ¿No era que regresaban a tu Madriguera?
Telli no respondió. Ella cedió. Volvió a agacharse y
cabeceó indicándole al chico a que fuera a husmear.
NN, moviéndose como una serpiente en ataque, sigiloso
y rápido, se escabulló entre la chatarra y se perdió entre la
maleza que separaba el final del campo de la estación con
aquel galpón. Apenas pudieron verlo aparecer, por
momentos, en la distancia, deslizándose como una sombra
fugitiva.
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-Es bueno- dijo Telli-. Se mueve bien, es ágil y sabe
disparar mejor que yo. Creo que deberías pensarlo y dejarlo
que se quede con nosotros.
-No tenemos suficiente comida ni agua. ¿Cómo te lo
tengo que decir?
-Ya encontraremos recursos.
El único sonido que llegaba hasta ellos era el de los
gemidos y lamentos de varias personas. Sonaban como una
Horda pero no parecían furiosos.
Al cabo de unos diez minutos el chico regresó. Era
saltarín y escurridizo como un atleta.
-¡No lo van a poder creer!- dijo.
-¿Qué pasa ahí?
-Es rarísimo... Deberían venir conmigo... tienen que verlo
con sus propios ojos. No se preocupen... no hay peligro.
Todo está despejado.
-Pero ¿Qué carajo hay?
-Zombies- respondió el chico.
-¿Qué?
-Si, pero están enjaulados.
Los tres avanzaron hasta el galpón. Al llegar estudiaron
detenidamente el alrededor para asegurarse de que,
efectivamente, no había nadie cerca que pudiera
sorprenderlos.
-Telli y yo entramos. Vos te quedás fuera haciendo de
campana- ordenó Pablina.
-Yo quiero entrar.
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-Mirá pendejo... si querés quedarte con nosotros y tener
un arma propia tenés que aceptar que la que da las órdenes
acá soy yo, y mis órdenes no se discuten.
Telli miró a NN y le hizo una mueca para que obedeciera
sin chistar. La palabras de Pablina traslucían que acababa de
aceptar a NN como miembro del grupo.
Miraron hacia el interior del galpón a través de los huecos
de las chapas sueltas. Parecía como un viejo criadero de
pollos gigantes, lleno de jaulas de alambre, en cuyos
interiores se veían personas. Pablina sacó su linterna y dejó
su mochila en un rincón seguro. Telli la imitó, y la siguió por
detrás para ingresar al galpón. Ella, desde la delantera,
vigilaba todo con movimientos lentos, caminando con pasos
cautelosos, como un soldado sobre un campo minado.
Finalmente lograron entrar sin complicaciones. La gran
puerta estaba apenas trabada por un travesaño de madera
desde el lado de afuera. No había ningún tipo de seguridad
ni custodia y eso llamaba poderosamente la atención a la
muchacha que solía desconfiar de todo, pero aún más de las
cosas que no presentaran complejidad.
Avanzaron lentamente por el pasillo de jaulas. El suelo
estaba cubierto por una capa de paja amarillenta y muy
pisoteada, como en un establo. Había huellas de vehículos.
Dentro de las jaulas había personas delgadas, desnudas y tan
deprimidas como los prisioneros de los campos de
concentración alemanes.
-¡Qué raro es esto!- murmuró Pablina- No son M.O.C
Se acercó a una de las jaulas y enfocó con la linterna el
estómago de uno de esos hombres. Eran muy similares a los
zombies de las Hordas, pero estos tenían estómago y eran
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demasiado pasivos. Gemían y lloraban, en un lamento
incesante, pero no parecía que tuvieran interés por escapar
de su cautiverio. Pablina enfocó sus manos, su cabeza, sus
ojos... Conservaban las uñas, tenían un poco de cabello
crecido en sus pronunciados cráneos y pestañeaban molestos
ante el rayo de luz. Igual su piel era débil, apergaminada y
grisácea, y los trayectos de sus venas se veían claramente en
circuitos enmarañados por todo el cuerpo. Eran como los
M.O.C pero algo recuperados. Miró en la distancia... La fila
de jaulas sumaban, al menos, una treintena.
Pablina avanzó con prisa hasta el fondo del galpón. Se
sentía muy curiosa por saber con qué estaban alimentado a
esas bestias, o con las estaban medicando. Pero no había
nada a la vista. Por allí, en el fondo, había algunos barriles de
plástico llenos de agua, y muchas latas vacías amontonadas.
Se trataba de latas de conserva de arbejas o tomates. Pablina
dedujo que con eso les darían de beber a los zombies.
-Toman agua- murmuró. No podía salir de su asombro.
Entonces apareció NN por la puerta principal...
-¡Alguien viene! ¡Es una camioneta!
Pablina se escondió detrás de los barriles de agua. NN
desapareció fuera, hacia un costado del galpón, y Telli, que
había quedado a medio camino, dudó demasiado entre un
extremo y otro, y fue sorprendido por el vehículo que entró
al galpón velozmente, aprovechando que la gran puerta
había quedado abierta. Al ver al hombre parado en medio
del galpón, la camioneta negra se detuvo. Telli apuntó con su
pistola.
Los zombies se reanimaron de inmediato y aumentaron
sus gritos y sacudieron los alambres de sus jaulas.
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La camioneta permaneció allí unos instantes que
parecieron misteriosamente largos. Finalmente la puerta
corrediza de la parte trasera se abrió, y asomó un hombre,
vestido con ropa de apicultor, con una máscara antigases
puesta y los brazos en alto.
-¡Tranquilo!- gritó con la voz embutida en su máscara-
¡Somos pacíficos!
El hombre que estaba al volante apagó el motor de la
camioneta y también se dejó ver, levantando las manos.
-¡No dispare! ¡No queremos pelear! ¡Somos sacerdotes!
Telli bajó el arma. Se acercó cuidadosamente a ellos y
hablaron.
Pablina, que observaba toda la escena desde la distancia,
estaba preparada para atacar en cualquier momento, pero su
compañero la detuvo...
-¡Pablina! ¡Podés salir! ¡Está todo bien!
Ella también se reunió con los recién llegados.
-¿Qué es todo esto? ¿Quiénes son ustedes?- preguntó ella,
sin soltar sus pistolas.
-Ahora vamos a alimentar a esta gente. Luego podemos
hablar. ¿Podrían ayudarnos?- dijo uno de los curas.
Pablina guardó sus pistolas. No había ningún latido en su
sien que la advirtiera sobre algo peligroso.
-Deberían usar sus máscaras acá dentro...- dijo el que
había conducido la camioneta-. Es peligroso.
-¿Qué les dan de comer?- preguntó ella.
-Un poco de todo... Normalmente preparamos polenta de
maíz con cualquier cosa que encontremos.
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-Queda poca comida por ahí...- intervino el otro cura-...
ya se ha saqueado casi todo.
-¿Para qué los alimentan? Están enfermos y morirán de
todos modos- dijo Telli.
-Son seres vivos y nuestro deber es preservar la vida a
pesar de que la muerte los venza. Es un deber, y una
obligación moral...
-Pues estarían mejor si estuviesen muertos- dijo Pablina-.
No les están haciendo ningún favor.
Los curas bajaron cajas con alimento que fueron
distribuyendo en grupos para acercarlos uno a uno dentro de
las jaulas.
-Son inocentes víctimas y tienen vida... eso nos basta para
necesitar ayudarlos- respondió uno de los curas.
A Pablina le llamó la atención que, al acercarles el
alimento, los curas abrían las jaulas, y los prisioneros no
hacían ningún intento por escapar. Por momentos dejaban
algunas jaulas abiertas, y aún así no escapaban.
Telli les ayudó a distribuir la comida. El cura insistió en
que se colocara la máscara.
-¿Para qué?- preguntó Pablina- ¿Creen que hay algo
volátil que pueda contagiarnos?
-No lo sabemos- dijo un cura.
-Este es el sitio de cuarentena. Cuando esta gente esté
estabilizada la llevaremos con los demás, al Asilo.
-¿O sea que tienen un lugar con más de estos?
-Hay casi ciento cincuenta. Todos viven.
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-Muchos mueren diariamente, pero hemos conseguido
salvar a la mayoría de las personas que nos traen- explicó el
cura.
-¿Qué les traen? ¿Quiénes?
-Ayúdanos a darles de comer y de beber. Luego si quieren
pueden venir con nosotros. Tenemos comida y un sitio
donde dormir. Serán bienvenidos. Allí podremos hablar
tranquilamente- propuso uno de los curas.
NN apareció. Llevaba el arma en la mano pero sin
apuntar a nadie.
-Tranquilos, él viene con nosotros.
Los curas miraron al muchacho y uno de ellos le pidió
que se pusiera la máscara antigases.
Entre los cinco alimentaron a todos los zombies y les
dieron de beber. Al finalizar el trabajo los dos curas rezaron
en voz alta una oración por ellos. Subieron todos a la
camioneta y marcharon al pueblo. Tres kilómetros camino
adentro llegaron al sitio al que llamaban “El Asilo” que no
era otra cosa que una vieja fábrica metalúrgica, con una gran
muralla y un enorme patio.
Ingresaron al edificio por la entrada principal de la
fábrica. Allí los recibió un tercer cura, joven, que caminaba
con un bastón.
-Tenemos compañía- anunció uno de los otros dos.
Fueron saludados amablemente y se dirigieron al interior
de la fábrica. Pablina observó que en varios lados había
varios zombies merodeando libremente. Se acercó a uno de
ellos para mirarlo de cerca... Se trataba de una mujer. Tenía
ropa puesta y, aunque conservaba los rasgos de los M.O.C,
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había algo de piel nueva en su rostro, y una mata de pelo
cayéndole por el costado de la cabeza. La mujer zombie se
asustó un poco y se apartó de ella gruñendo.
-No les gusta que se les acerquen tanto- dijo el cura del
bastón-. Tampoco que los miren a los ojos... tienen miedo.
-A nosotros sí, porque ya nos conocen, pero son ariscos
con los extraños- explicó otro de los curas.
Pablina no salía de su asombro.
Dentro del edificio de la fábrica subieron unas escaleras
para ingresar en un inmenso salón donde había alimentos no
perecederos acumulados, algunas viejas máquinas de cocer y
camas separadas por sábanas tendidas como cortinas.
Allí los recibió una mujer, de unos treinta años, que vestía
con un enorme delantal de cuero, como los que usan los
zapateros, y llevaba el cabello recogido dentro de un pañuelo
sobre la cabeza. Sonrió al verlos.
-Ella es Nancy, una de las colaboradoras.
Se saludaron desde lejos.
Pablina caminó hacia una de las enormes ventanas que
daban al patio exterior. Había toda una multitud de personas
caminando como autistas en todas direcciones. Eran
pacíficos, solitarios, y con andares desvencijados. Un
escalofrío le recorrió el cuerpo. No terminaba de entender
que era lo que estaba sucediendo...
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Fin del Episodio 16
“El Resto” por Gustavo Gall (Relato de ciencia ficción futurista, por entregas en episodios cortos)
-Capitulo Dos: Episodio 16 - (total: 13 páginas) -
Codigo de Registro 1212194222680 A.R.Ress Int. Copyright- Gustavo Gall
Marzo de 2013.