La perspectiva de la muerte

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Ensayo de Gabriel Arriarán

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La perspectiva de la muerte Antes de comenzar con el desarrollo de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, la más importante obra escrita por el marxismo en el Perú, Mariátegui interpela a sus lectores con un párrafo que suena a despedida:

Muchos proyectos de libro visitan mi vigilia; pero sé por anticipado que sólo realizaré los que un imperioso mandato vital me ordene. Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de […] meter toda mi sangre en mis ideas.

La primera vez que leí los Siete ensayos era todavía un estudiante universitario, agobiado por un examen, que experimentaba el amor por primera vez. Las citas a Nietzsche que Mariátegui coloca al principio del libro, en ese entonces, me parecieron de su parte una pose culterana, afrancesada, una impostación en un libro eminentemente marxista. Se me ocurrió, al terminar de leer el libro, tumbado en los jardines de Letras y mientras mí novia jugaba con mi pelo, que en realidad los Siete ensayos no habían sido obra de Mariátegui sino de un milagrito de San Martín de Porres: comieron de un solo plato, perro, pericote y gato. Sin embargo, esta primera opinión superficial, o apurada por problemas y preocupaciones de otra índole, vino con los años a ser sustituida. Una de las más bellas historias del pragmatismo cuenta que después que Julio César desembarcara sus tropas en Inglaterra mandó a quemar sus naves para privar a su ejército de toda posibilidad de retirada, sabiendo que a partir de ese momento, cada soldado comprendería que, para sobrevivir, no tendría más remedio que vencer. La perspectiva de la muerte nos enfoca, nos hace prácticos, y ha venido ahora a iluminar con su fatal lucidez estos segundos pensamientos sobre el Amauta. Mariátegui escribe sus ensayos urgido por el tiempo y afectado por un accidente de juventud que, años más tarde, le dejaría cojo y a la postre lo mataría. La presencia de la muerte, la enfermedad, la postración, la debilidad impulsaron, tardíamente, a Mariátegui hacia Nietzsche. Aunque sin la poderosa capacidad analítica del primero, ni la arrebatadora vocación artística y revolucionaria del segundo, Mariátegui tiene la peculiaridad de haber hecho convivir a Marx y a Nietzsche en un mismo pensamiento. Si esto fue posible fue porque, en el fondo, Marx y Nietzsche comparten una misma actitud anti – metafísica y una, cuestionada, paternidad sobre el pragmatismo; que los llevó, a cada uno con sus propias particularidades, a someter el libre albedrío sea a los sistemas de dominación política o a las pasiones y apetitos que, llevados hasta el final, nos destruyen como sujetos solipsistas. Si ahora he cambiado de opinión es porque, más allá de ideologías, los Siete ensayos revelan, en el espíritu de un hombre de acción, una vocación práctica y una actitud radicalmente anti –académica1 con las que, bajo el influjo de mi pronta muerte, estoy totalmente de acuerdo. Los problemas del Perú, la tenencia de la tierra concentrada en pocas manos, el 80% de la población excluida del derecho a la ciudadanía, la estructura extravertida con la que los imperialismos británico y norteamericano, a través del Civilismo, ordenaron nuestra economía; y la inoperancia de nuestras clases dirigentes al querer implementar las ideas liberales, forzaron a Mariátegui a encontrar en Marx una fuente explicativa y una salida a esa problemática. El orden 1 “[…] Soy autodidacto. Me matriculé una vez en Letras en Lima, pero con el sólo interés de seguir el curso de latín de un agustino erudito. Y en Europa frecuenté algunos cursos libremente, pero sin decidirme nunca a perder mi carácter extra universitario y, tal vez, si hasta anti – universitario”

de los Siete ensayos es claramente marxista. Mariátegui comienza su famoso libro con “Esquema de la evolución económica del Perú”, seguido de los célebres “El problema del indio” y “El problema de la tierra” (que había publicado con anterioridad en la revista “Mundial”), como queriendo dejar entrever que la comprensión de una sociedad debe comenzar por el análisis cabal de sus relaciones y medios de producción, sus modos de producción. Con esos ensayos iniciales Mariátegui describe la “infraestructura” de la organización económica peruana y, sobre ellos, hace descansar a los siguientes “El proceso de la instrucción pública”, “El factor religioso”, “Regionalismo y centralismo” y “El proceso de la literatura” como si la educación, la religión o la literatura formaran axiomáticamente, parte de la “superestructura”, la ideología, de la sociedad peruana. Pero no es sólo que la segunda descanse sobre la primera, como una piedra reposa sobre otra, más bien pareciera que de esa primera piedra naciera la segunda. La interpretación materialista y la adaptación del esquema evolutivo esclavismo – feudalismo – capitalismo – comunismo a la historia peruana inundarán las apreciaciones del Amauta sobre la educación, la religión y la literatura. Sin embargo, más allá de la orientación marxista de los Siete ensayos, sobre la cual poco o nada queda por decir, hay una pregunta fundamental que, hasta ahora, ha estado silenciada de la mayor parte de los comentarios críticos sobre Mariátegui: ¿Por qué un hombre que va a morir dedicaría sus últimos años, sus últimas fuerzas, a publicar un libro como los Siete ensayos, que a fin de cuentas bregó con un interés público, a saber, los problemas del Perú? No creo que haya sido altruismo, ni conciencia ni compromiso social, pues no hay hombre más centrado en sí mismo que aquel que sabe que la muerte le acecha, y más que a un mártir marxista dispuesto a inmolarse por la revolución, encuentro a un hombre que busca saldar viejas deudas y dejar algunas cosas resueltas antes de partir. A pesar del marxismo confeso de Mariátegui, hay una identificación entre la política (los problemas históricos del Perú) y sus problemas personales, “la política en mi es filosofía y religión” dice el Amauta, que lo acercan a Nietzsche y a la idea de tratar a la filosofía como una actividad terapéutica. Implícito, tras esta identificación entre su conciencia y la identidad peruana, hay un problema vital, acaso más hondo, cuya salida pasó por tentar una reconstrucción, o mejor, un juicio2, de la historia económica, religiosa, pedagógica y literaria del Perú; y por intentar descubrir en ella un lugar que le fuera propio. En este sentido, aunque de manera imperfecta, los Siete ensayos quedan convertidos no sólo en el análisis marxista de la sociedad peruana, si no también en la fracasada empresa de hacerse cargo, vía la lucha de clases, de la imposible convivencia entre indios y criollos hispanizantes, y la redención, por la revolución, de la profunda vergüenza del mestizo que reconoce ser el hijo natural de una violación. Los Siete ensayos terminan por conformar un intento de libro terapéutico cuyas condiciones de fracaso se encuentran en su propia concepción del espíritu, que llevada a la práctica, no dejó espacio suficiente para los efectos sanadores del pensamiento:

El espíritu humano es indivisible; y yo no me duelo de esta fatalidad, si no, por el contrario, la reconozco como una necesidad de plenitud y coherencia. Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas, aunque dado el descrédito de este vocablo en el lenguaje corriente, debo agregar que la política en mi es filosofía y religión. Pero esto no quiere decir que considere el fenómeno literario o artístico desde puntos de vista extraestéticos (lo cual hace de Mariátegui un marxista inteligente), sino que mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones morales, políticas y religiosas, y que, sin dejar de ser concepción estrictamente estética, no puede operar independiente o diversamente

2 Recordemos que Mariátegui afirma en “El proceso de la literatura”, que la palabra proceso tiene una “acepción judicial”,

En este fragmento hay un alegato implícito contra la objetividad científica del marxismo, un reconocimiento de las pasiones como parte del “espíritu humano”. Pero luego Mariátegui no concede a las pasiones, y por eso, los Siete ensayos fracasan como tentativa terapéutica, la posibilidad de ser contradictorias ni de operar independientemente de lo que la razón (en este caso representada por el marxismo) ordena. Su concepción del espíritu se filtra a su interpretación del Perú como colectivo histórico, en donde la univocidad del marxismo no da lugar a otra cosa que no sea la lucha clases, sin reconocer ni afirmar a la diversidad, a todas las sangres, como la característica utópica de nuestra nacionalidad. Mariátegui se acerca a Nietzsche a través de la muerte, pero el fundamentalismo marxista no permite que Marx y Nietzsche se integren (¿será eso posible?) y tengan que convivir como dos extraños en una misma casa, o peor aun, que Marx acabe por ser el señor de la casa y Nietzsche la sirvienta (lo cual, estoy seguro, no habría sido del agrado del Gran Ateo). Pero, si falla este primer intento de Mariátegui para acercarse a Nietzsche (tal vez le faltaron unos años más de vida), el segundo logrará encontrar en el pragmatismo un terreno común en el que la lucha no será necesaria, y que lo conducirá, inevitablemente, a adoptar una actitud anti – académica. Hay una cita del Caminante y su sombra que Mariátegui coloca al principio de los Siete Ensayos:

Ich will keinen Autor mehr lessen, dem man anmerkt, er wollte ein Buch machen; sondern nur jene, deren Gedanken unversehens ein Buch wurden (No quiero leer a ningún autor al cual se le note que quería escribir un libro, si no sólo a aquellos cuyos pensamientos, sin que se vea, llegaron a ser un libro)

Sólo los profesores que, como yo, fuimos vacados por incapaces o pervertidos, podemos caer en la tentación de elegir lo que queremos estudiar, enseñar o investigar; podemos dejarnos llevar por la vanidad y escribir libros intrascendentes (La fiesta del agua en Churcampa: entre la tradición y el deseo) como si fuéramos inmortales. Nuevamente la perspectiva de la muerte acerca a Mariátegui hacia Nietzsche, y pareciera como si esta cita le ayudara a descartar “todos los proyectos de libro que visitan mi vigilia” y a concentrar sus esfuerzos en una obra que, como él hubiera querido, la historia juzgó como la más importante de su vida y una de las más importantes de la historia peruana. En esta economía anti – metafísica de fuerzas resuenan el materialismo marxista y, aun con más eco, el “fatalismo ruso” al que Nietzsche haría referencia en Ecce Homo. El fatalismo ruso da cuenta de un soldado que, exhausto, herido y enfermo por la dura campaña, se tumba sobre la nieve, se repliega sobre sí mismo para conservar energías y, ya sin fuerzas para reaccionar ni aparentar nada, abraza su destino. Mariátegui sabe que para realizar su obra no puede perder el tiempo con academicismos, formalidades diplomáticas ni discusiones bizantinas propias de una universidad que, como ahora, “no cumplía la función progresista y creadora de la vida peruana y a cuyas corrientes vitales resultaba no sólo extraña sino contraria”. La actitud extra o anti – académica, que llevaría a Mariátegui a mirar con benevolencia las protestas estudiantiles de principios de los 20 y que devinieron en la vacancia de varios profesores por anacronismo o incapacidad supina, labra el terreno neutral en el que cual Marx, y mas aun, Nietzsche, que a su anti academicismo sumó la búsqueda frenética de pensamiento propio, se encuentren en paz o, mejor, empaten.