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HAMLET
MONOLOGO. HAMLET
Ser o no ser, ese es el problema: ¿qué es más noble para el espiritu: sufrir los golpes y dardos de la
insultante Fortuna o tomar las armas contra un piélago de calamidades y haciendoles frente acabar
con ellas? Morir: dormir, no más. Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y los
mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne, esa sería una conclusión muydeseable. ¡Morir, dormir! ¡Dormir, tal vez soñar! ¡Sí, ese es el obstáculo; porque es forzoso que
pensar en los sueños que pueden sobrevenir, en el sueño eterno de la muerte, libres del agobio de la
vida! Esta es una reflexión frena el juicio y da una larga vida a esta triste existencia. Porque, ¿quién
soportaría los ultrajes e injurias de este mundo, los abusos del tirano, la afrenta del soberbio, las
penas del amor menospreciado, la tardanza de la justicia, la arrogancia del poder, las vejaciones que
el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo cuando uno mismo podría
procurar su reposo con un simple puñal? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gimiendo y
sudando bajo el peso de esta vida afanosa, si no es por el temor al más allá, ese viaje a la región de
la muerte, de cuyas inexploradas fronteras ningún viajero vuelve, temor que confunde nuestra
voluntad y nos hace soportar esos males que nos afligen, antes que lanzarnos hacia otros que
ignoramos? Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices dela resolución se desvanecen bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayor peso
e importancia, por tal motivo, se desvían de su curso y dejan de ser acción… Silencio: la hermosa
Ofelia. Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados.
MONOLOGO. CLAUDIO.
¡Dios! ¡Mi delito es atroz! Su corrupto hedor sube hasta el cielo, llevando consigo la más terrible y
antigua de las maldiciones: la del fratricidio. No puedo orar, aunque la inclinacin sea en mí tan
fuerte como la voluntad. Pero mi propósito cede ante la fuerza del crimen y como un hombre al que
lo llaman dos obligaciones, quedo perplejo sin saber por donde empezar primero, y no cumplo
ninguna... Pero, aunque esta maldita mano se hubiera teñido con sangre fraterna, ¿no habría
suficiente lluvia en el clemente Cielo para lavarla hasta dejarla limpia como la misma nieve? ¿Para
qué sirve la misericordia, si no es para afrontar el rostro de mi crimen y de mi pecado? ¿Qué hay en
la oración sino esa doble virtud, capaz de protejernos para no caer, o de perdonarnos cuando hemos
caído? Sí, alzaré mis ojos al cielo; mi crimen ya se ha consumado, y así mi culpa quedará borrada.
Pero, ¿qué tipo de oración debo de usar? “Perdóname señor, por el horrendo asesinato que
cometí”... ¡Dios! Eso no es posible; ya que sigo en posesión de todo aquello por lo cual cometí mi
execrable crimen: el objeto de mi ambición, la corona, y mi esposa, la reina... ¿Puede alguien lograr
el perdón cuando todavía retiene los frutos del delito? En este mundo adultero, sucede con
frecuencia que la mano del delincuente, sobornando con el oro, desvía la justicia y corrompe con
dádivas la integridad de las leyes; pero en el cielo no sucede de esta forma, allí no hay engaños, allí
comparecen las acciones humanas tal y como ellas son, y nos vemos obligados a reconocer todos
nuestros pecados, sin excusas, cara a cara con ellos... ¿Qué debo hacer?... ¿Qué recurso me queda?Probemos lo que puede hacer el arrepentimiento... Pero, ¿será posible con quien no puede
arrepentirse? ¡Oh! ¡Miserable situación la mía! ¡Oh! ¡Corazón y conciencia ennegrecida como las
sombras de muerte! ¡Mi alma está aprisionada! Cuanto más se esfuerza para ser libre, más queda
oprimida, ¡Dios mio, socorredme! Prueba tu poder en mí. Dóblense mis rodillas tenaces, y tu
corazón mío, ablanda tus fibras de acero como los nervios de un recién nacido. Todo, todo puede
enmendarse . (Se arrodilla y reza. Gran pausa. Se Levanta) . Mis palabras van al cielo, pero mis
pensamientos están en la tierra; palabras sin pensamientos no llegan al cielo.
SIMPLEMENTE EL FIN DEL MUNDO.
ANTONIO: Dices que no te queremos, te oigo decir eso, siempre te oí decir eso, no recuerdo,
algún momento de mi vida, haberte oírte decir otra cosa, en algún momento, aun en mis recuerdos
más remotos, no tengo el rastro de haberte oído decir otra cosa; que no te queremos, que no tequisimos, que nunca nadie te quiso, y que por eso sufres, eras un niño, te lo oigo decir, y pienso, no
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sé por qué, sin que tenga explicación, sin comprender realmente, pienso, (y por lo tanto no tengo
puebas), lo que quiero decir y no podrías negarlo si quisieras recordar conmigo, lo que quiero
decirte, es que no te faltaba nada, no padecías nada de lo que se llama una desgracia. Incluso la
injusticia de la fealdad y todas las humillaciones que ella conlleva, nunca las conociste y siempre
fuiste protegido. Pienso, pensaba, que quizás, sin que yo entendiera, (como algo que me
sobrepasaba), tal vez tu tenías razón, y que, en efecto, los demás, nuestros padres, yo, el resto delmundo, no éramos buenos contigo, éramos malos. Tu me persuadías, yo estaba convencido que te
faltaba amor. Yo te creía y me daba tristeza por ti, y ese miedo que sentía, (se trata, por cierto, del
miedo), ese miedo que tenía de que nunca nadie te quisiera, ese miedo, a su vez, me hacía sentir
desgraciado, como creen los hermanos menores que deben serlo por imitación y preocupación,
desgraciado a mi vez, pero también culpable, culpable de no ser lo suficientemente desgraciado, de
serlo solo forzándome, culpable de no creer en todo eso… en silencio.
A veces, ellos y yo, y ellos dos, nuestro padres, hablaban de eso delante de mío, como se osa evocar
un secreto del cual yo también debía sentirme responsable. Pensábamos, y mucha gente, hoy pienso
eso, mucha gente, hombres y mujeres, esos con los que debes vivir desde que nos abandonaste,
mucha gente debe pensarlo también por cierto, pensábamos que tenías razón, que si lo repetías tan
seguido, si lo gritabas tanto como se gritan los insultos debía ser cierto, pensábamos que, en efecto,no te queríamos lo suficiente, o por lo menos, que no sabíamos decírtelo, (y no decírtelo, es lo
mismo, no decirte que no te queríamos, debe ser como no quererte lo suficiente).
No nos lo decíamos tan fácilmente, aquí nada se dice fácilmente… No, no nos lo confesábamos,
pero en ciertas palabras, ciertos gestos, muy discretos, poco notorios, en ciertas deferencias (otra
expresión que te hará sonreír, pero no me importa caer en el ridículo, no puedes imaginarlo) en
ciertas deferencias hacia ti, nos dábamos la orden, (es un modo de decir), de cuidar cada vez más y
mejor de ti, de atrevernos unos y otros a probarte que te queríamos más de lo que nunca podrías
llegar a darte cuenta.
Yo cedía, debía ceder, siempre tuve que ceder. Hoy, no es nada, no era nada, son cosas ínfimas,
pero yo tampoco puedo, (eso sería divertido), pretender una infelicidad a la que no pueda
sobreponerme. Pero sobre todo conservo el la memoria esto: yo cedía, te dejaba terreno, debía
mostrarme, (y me lo repetían siempre), debía mostrarme “razonable”. Debía hacer menos ruido,
dejarte el lugar, no contrariarte, y gozar del espectáculo tranquilizador de que habías sobrevivido un
poquito más.
Nos vigilábamos, nos vigilábamos, nos hacíamos responsables de esa supuesta infelicidad. Porque
toda tu infelicidad no fue más que una supuesta infelicidad, y lo sabes tanto como yo, y ellas
también lo saben, y hoy todos ven ese teje-maneje con claridad (con los que vives, los hombres, las
mujeres, no me vas a hacer creer lo contrario, han debido descubrir el engaño, de eso estoy seguro),
tu autoproclamada infelicidad no es más que una manera que tienes, que siempre tuviste y que
siempre tendrás, (y aunque quisieras, no sabrías deshacerte de ella), es tu papel, el que tienes y
siempre has tenido de hacer trampa, de protegerte y de huir. Nunca nada llega a conmoverte, tenían que pasar los años tal vez para que yo lo supiera, pero nunca
nada llega a conmoverte, nada te duele, y si te doliera, no lo dirías, yo también aprendí eso. Toda tu
infelicidad no es más que una manera de responder, tu manera de responder, de estar ahí delante de
los demás y no dejarlos entrar. Es tu manera, tu aspecto, la infelicidad en el rostro, como otros
tienen un aire de cretinos satisfechos, tu elegiste esa, y te sirvió y la conservaste. Y nosotros
también nos hicimos mucho daño. No teníamos nada que reprocharse, y no podían ser otros los que
te hacían daño y todos nos hacíamos responsables, yo, ellos, y poco a poco, era mi culpa, no podía
ser sino mi culpa. Me debían querer demasiado ya que no te querían lo suficiente y quisieron
quitarme lo que no me daban, y no me dieron nada más, y yo estaba ahí, cubierto de bondad sin que
nunca me interesara quejarme, sonreír, jugar, estar satisfecho, colmado, eso, la palabra justa,
colmado, mientras que tu, siempre, inexplicablemente, sudabas infelicidad, de la cual nada ni nadie,a pesar de todos los esfuerzos, podía distraerte o salvarte.
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Y cuando te fuiste, cuando nos dejaste, cuando nos abandonaste, ya no sé que palabra tajante nos
lanzaste, de nuevo debía ser el responsable y quedarme callado… ser silencioso y admitir la
fatalidad, y también sentir pena por ti, preocuparme por ti a distancia y nunca más osar decir una
palabra que pudiera ir en contra tuya, ni siquiera pensar una palabra en contra tuya… quedarme ahí,
como un bobo, esperándote. Yo soy la persona más feliz de la tierra, y nunca me ocurre nada, y si
me llegar a pasar algo, no puedo quejarme, ya que “de costumbre”, nunca me pasa nada. Y no essólo por esta vez, esta minúscula vez, que voy a aprovecharme cobardemente. Y las minúsculas
veces, fueron muchas, esas veces en las que hubiera querido quedarme acostarme en el piso y no
moverme más, o cuando hubiera querido quedarme a oscuras sin responder nunca más; esas
minúsculas veces, las he acumulado y tengo centenares de ellas en la cabeza, y siempre, al fin de
cuentas, no era nada, ¿qué era? No podía manifestarlas, no sabía decirlas y ya no puedo reclamar
nada, es como si nunca nada me hubiera ocurrido. Y es verdad, nunca nada me ocurrido y no puedo
pretender nada.
Estás ahí, delante de mí… sabía que estarías así, acusándome en silencio, parado delante de mí, para
acusarme en silencio… lo siento por ti, siento piedad por ti, es una palabra vieja, pero siento piedad
por ti, y miedo también, preocupación, y a pesar de toda esta rabia, espero que no te pase nada
malo, y ya me reprocho (todavía no te has ido) el mal que te hago hoy.Estás ahí, me agobias… casi no lo puedo decir, me agobias, nos agobias… te veo y tengo más
miedo por ti que cuando eras un niño, y me digo que no puedo reprocharle nada mi propia
existencia, que es apacible y tranquiila y que soy un imbécil que ya se reprocha el haber estado
apunto de lamentarse, mientras que tu, silencioso, ¡ah! tan silencioso, lleno de bondad, esperas
encogido en tu infinito dolor interior del cual no sabría ni siquiera imaginar el comienzo del
principio. Yo no soy nada, no tengo derecho, y cuando nos abandones de nuevo, cuando me de
dejes, seré menos aún, y me reprocharé las frases que dije, y buscaré y encontraré otras más exactas,
y seré menos aún, sintiendo simplemente el resentimiento, el resentimiento contra mí mismo. ¡Luis!
Terminé. No voy a decir nada más. Sólo los imbéciles o los que se estan riendo podrían haberse
reído.
The Hollow Men (Los Hombres Huecos) , (1925) por Thomas Stearns Eliot.
(Mistah Kurtz está muerto. Un penique para el viejo.)I
Somos los hombres huecos, Somos los hombres rellenos de aserrín.
Apoyados unos contra otros, con las cabezas llenas de paja. ¡Lástima!
Nuestras voces resecas, al susurramos al oído,
Son calladas y sin sentido, como viento al mover hierba seca,
Como patas de ratas sobre trozos de cristal en nuestro sótano seco.
Forma sin forma, sombra sin color, fuerza paralizada, gesto sin movimiento;
II
Aquellos que han cruzado con los ojos fijos, al otro reino de la muerte Nos recuerdan (si es que nos recuerdan) No como almas perdidas y violentas,
Sino, tan sólo, como los hombres huecos, hombres rellenos de aserrín.
Ojos que no me atrevo a mirar en sueños
En el reino del sueño de la muerte Esos ojos no aparecen: Allí, los ojos son rayos de luz sobre una
columna rota. Allí, hay un árbol que se agita Y las voces son el canto del viento Más distantes y
más solemnes Que una estrella que se apaga. No me dejen adentrarme más en el sueño de reino de
la muerte. Permítanme también que use disfraces convenientes: Piel de rata, plumaje de cuervo,
maderos en cruz esparcidos por el campo, Comportarme como lo hace el viento -no más allá- No
ese encuentro final en el reino crepuscular.
III
Esta es la tierra muerta, la tierra de cactus. Aquí se erigen imágenes de piedra, aquí reciben lasúplica de la mano de un hombre muerto Bajo el parpadeo de una estrella agonizante. Así es, en
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otro reino de la muerte, Despertar solo a la hora en que temblamos de ternura. Labios que quisieran
besar, Forman oraciones a la piedra rota.
IV
Los ojos no están aquí, No hay ojos aquí, En este valle de estrellas moribundas, En este valle hueco,
Esta quijada rota de nuestros reinos perdidos. En este el último de los lugares de encuentro. Nos
agrupamos a tientas, evitando hablar congregados en esta playa del tumefacto río, Ciegos, a no ser que los ojos reaparezcan Como la estrella perpetua, la rosa multifoliada del reino crepuscular de la
muerte.
La esperanza solamente de los hombres vacíos.
V
Y damos vueltas al nopal, al nopal, al nopal
Y damos vueltas al nopal, a las cinco de la mañana.
Entre la idea Y la realidad,
Entre el movimiento Y el acto, Cae la sombra.
Porque tuyo es el Reino.Entre la concepción Y la creación,
Entre la emoción Y la respuesta, Cae la sombra. La vida es muy larga.Entre el deseo Y el espasmo,
Entre la potencia Y la existencia,
Entre la esencia Y el descenso, cae la sombra.
Porque tuyo es el Reino.Porque tuyo es
La vida es
Porque tuyo es el
Así es como se acaba el mundo
Así es como se acaba el mundo
Así es como se acaba el mundo
No con una explosión (un golpe seco), sino un gemido.
RICARDO III.
MONOLOGO 1 RICARDO.
Codicio la corona y maldigo los obstáculos que me mantienen alejado de ella. Entre los deseos de
mi alma y yo, están, además de los títulos del lascivo Eduardo (que sería preciso enterrar), Clarence,
Enrique, su joven hijo Eduardo, y toda la descendencia imprevista que vendrá a ocupar su sitio,
antes de que pueda ocuparlo yo. Fría perspectiva para mis proyectos. Se que no hay reino para
Ricardo. Qué otros placeres puede ofrecerme el mundo, si el amor me repudió en el seno de mi
madre, y para mantenerme alejado de su dulce imperio, sobornó a la naturaleza frágil, para queacortara mi brazo como una rama seca y levantara en mi espalda esta montaña envidiosa, donde se
sienta la deformidad a burlarse de mi cuerpo. Haré mi paraiso del sueño de la corona y hasta que no
la ciña, haré de la tierra un infierno. Puedo sonreir y asesinar mientras sonrío; puedo gritar “bravo”
a aquello que desgarra mi corazón; mojar mis mejillas con lágrimas hipócritas y moldearme una
cara según las circunstancias. Ahogaré más marinos que las sirenas, fulminaré con la mirada más
que el basilisco, representaré al orador tan bien como Néstor, engañaré más sutilmente que Ulises, y
como Sinón, tomaré Troya por segunda vez. Añadiré más colores al camaleón, competiré en
metamorfosis con Proteo, y al sanguinario Maquiavelo le daré clases. ¿Puedo hacer todo esto y no
voy a poder conseguir la corona? Por muy lejos que esté, la alcanzaré.
MONOLOGO 2 RICARDO.¿Está vacante el trono? ¿No tiene dueño la corona? ¿Está muerto el rey? ¿Qué heredero de York
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queda vivo aparte de mí? Fuera todos de mi presencia, solo saben lanzar cantos de muerte. Aquí
dormiremos esta noche, ¿pero dónde mañana? No importa. ¿Quién a contado el número de
traidores? Nuestro ejercito es tres veces mayor, además, el nombre del rey es una fuerza de la que
carecen nuestros adversarios. Mañana será un día de prueba. ¿Qué hora es? Son las nueve. No
quiero cenar esta noche. Necesito escoltas de confianza. Stanley debe acudir mañana con sus tropas
antes de salir el sol. No me fío de él. Recúerdale que tengo preso a su hijo, y sino quiere que caigaal abismo de la eterna noche, que esté cumplido con sus hombres. No tengo ya la vivacidad de
espíritu ni la alegría de alma que tuve en otro tiempo. (Entran los espectros, música) ¡Rápido, otro
caballo, un vendaje, mis heridas! ¡Ten piedad! ¡Calla! ¡Calma, solo fue un sueño! ¡Conciencia
cobarde como me afliges! Las luces arden con llama azul; es la hora de la medianoche mortal. Un
sudor frío cubre mi carne temblorosa. Tengo miedo de mí mismo. Aquí no hay nadie. Ricardo ama
a Ricardo. Eso es, yo soy yo. Hay un asesino aquí. No. Si. Yo. ¡Huye entonces! ¡Cómo, de mí
mismo! Me amo, pero más bien debería odiarme por los infames hechos cometidos por mí mismo.
¡Soy un villano! ¡No, eso no es verdad! ¡Loco, habla bien de ti mismo! Mi conciencia tiene mil
lenguas distintas y cada lengua cuenta su historia particular, y cada historia me condena como un
miserable. ¡Perjurio, perjurio en el grado más alto. El asesinato, el horrendo asesinato hasta el más
feroz extremo. Todos los crímenes, todos los pecados en sus grados infinitos acuden a acusarmegritando: “CULPABLE, CULPABLE”. No hay ninguna criatura que me ame, ni un alma, si yo
muero ningún alma tendrá piedad de mí. ¿Por qué habría de tenerla, si yo mismo no encuentro
ninguna piedad para mí mismo? Soñé que las almas de los que maté, llegaban a mi tienda y cada
uno gritaba: “VENGANZA”. ¡Tengo miedo, tengo miedo! Las almas de esta noche han aterrado
más el alma de Ricardo, que diez mil soldados de carne y hueso, armados hasta los dientes y
conducidos por el imbecil de Richmond… Todavía falta mucho para el día. No nos dejemos
pertubar por sueños pueriles. La conciencia es sólo una palabra que usan los cobardes, inventada
para asustar a los fuertes. Ataquemos y luchemos todos unidos. Si no vamos al cielo, iremos todos
unidos el infierno. Un millar de corazones laten en mi pecho… ¡Miserable, aposté mi vida a un
juego de dados y afronté al azar de la tirada… ¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!
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