TRATADO DEL MIEDO - Libro de...

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TRATADO DEL MIEDOMARCOS TARACIDO - FERNANDO DE LA IGLESIA

COLECCIÓN MIRADAS LDN

Texto: Marcos Taracido

ISBN: 978-84-36593-2-5

Licencia Creative Commons

Reconocimiento – No comercial – Sin obras derivadas

Maquetación: Óscar Villán

Imágenes: Fernando de la Iglesia

Asociación Comunidad Librodenotas, 2008

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Prólogo

A partir de la expedición de un grupo de vecinos para enfrentarse a un ser desconocido que está des-trozando sus vidas, Marcos Taracido y Fernando de la Iglesia, en este comic-poema, han creado un particular y exquisito tratado del miedo. Esta aventura sirve como metáfora para describir una de las emociones más instintivas de cualquier ser vivo. Pero en este caso, el tratado es del miedo genuinamente humano, el que es más una construcción de la propia mente porque el objeto carece de forma y podemos pensar que incluso de existencia. Esa sensación nebulosa ante lo desconocido que al fi nal se convierte en la única sensación, la que no permite ver más allá, como una niebla que desestructura la capacidad de percepción. Y esa niebla, en la que las escenas se imaginan más que se perciben, es la que consiguen transmitir magistralmente las ilustraciones, donde los personajes se ven desdibujados y perdidos, frente a la clara defi nición de todo lo que constituye el monstruo. Los personajes sólo lo intuyen, sin embargo, el lector sí lo ve nítidamente. Una especie de ascensión a una montaña donde una tormenta desorienta y hace perder el rumbo y a los compañeros más débiles en el camino, no hay opción para los demás, se trata de la propia supervivencia y de la capacidad de adaptación. Y el círculo se cierra, porque al fi nal el ser consigue su objetivo, la propia caza del monstruo se convierte en la destrucción defi nitiva, ellos son parte misma del monstruo, quizá son el mismo monstruo, y acaban perdidos en medio de un paisaje desolado. Una metáfora de la indefensión del hombre frente a lo abrumador de la vida: “yo, como un niño, me oculto la cara con las manos y me imagino invisible”.

S

MARCOS TARACIDO (Pontevedra, 1971) es editor de Libro de notas (http://librodenotas.com), donde escribe y publica fi cciones, críticas y reseñas desde 2001. Ha publicado el libro de relatos poéticos Leve historia del mundo.

FERNANDO DE LA IGLESIA, nacido en Bilbao en 1977, itinerante como sus ilustraciones. Con trazo poco ortodoxo desempeñó su carrera profesional en agencias de publicidad y contenido de medios.

Actualmente trabaja como Freelance en el campo del diseño gráfi co y la ilustración, combinándola con su pasión por el gran formato. Se siente cómodo con cualquier tipo de texto a la hora de ilustrar, aportando una mirada personal y un enfoque profesional. Todos los Lunes publica una sección en la web Libro de Notas, titulada Parcelpost.

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TRATADO DEL MIEDO

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Llevamos diez días tras la bestia.

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El frío congela las bebidas y aterece las manos.

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La nieve acabó de borrar esta noche todas las huellas.

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Hacia atrás no hay pisadas ni restos de fogatas; hacia delante, camino del hielo de los picos, dos metros cubren todo vestigio del monstruo.

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Carlos y Garduña hablan de volver y yo les explico que ya no hay vuelta. Los otros no están en condiciones de pensar.

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Julio hace tres días que sólo rige las piernas para seguir nuestros pasos y apenas sí tiene fuerzas para comer y ya se caga encima por penuria de los músculos. Cortés viaja arras-trado en una lona con los dos pies negros de gangrena.

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Arturo lleva en los ojos la enajenación del miedo.

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Comida ya no queda. El perro se agrupa a mi cuerpo y tiembla y su lana desprende un calor agradable de rastrojos vivos. Ya no rastrea. El frío le mató el olfato. Ahora me será imposible justifi car su vida.

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Garduña me dice del monstruo que es como un lobo hambriento en su ferocidad. Engulle sierpes y ganado y arranca sin freno los miembros del humano.

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Aún comiendo vegetales depone sangre y escupe acónito a los ojos de sus víctimas.

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Su forma cambia, y a veces es nieve o roca, a veces viento, y a veces se viste con la carne de sus víctimas.

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Sabemos que llora y ruge porque nos rodea su aliento desde que partimos.

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Diluidas entre el clamor de la ventisca nos llegan sus quejas.

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Nadie que lo haya visto vive.

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Salimos quince tras la bestia. A todos quitó algo. A los más afortunados arrebató el ganado o las gallinas o destrozó el huerto y los almiares.

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De otros se llevó la mujer o la madre; violentó niñas y ancianas y quemó viñedos. A mí nada hizo.

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Yo tengo un hijo, y lo siento en el llanto de la bestia.

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Aquí, en este punto de la montaña igual a cualquier otro, nublados por el blanco y el gris de la tormenta, tras diez días de horror, quedamos seis.

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No hay paisaje.

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No hay día ni noche y sólo alguna madrugada se percibe el destello lejano de la luz.

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Somos bultos entre el blanco y la grisura y salvo Arturo que no pestañea, abrimos los ojos lo justo para que no se congelen las pestañas.

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Cortés cree en un monstruo verde de hiel, deforme como los roquedos que rompen el entorno.

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Por sus venas corre la ponzoña y su aliento atosiga y corrompe. Sus partes seccionadas crecen como ramas de árbol.

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Vive entre el hielo y sólo baja al valle para aterrar al hombre.Él mismo crea su progenie pues está dotado con miembro de macho y vaina de mujer.

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Aprovecharon una tregua del viento para prender unos cartones y tostar un poco la carne aún caliente.

Yo lloro alejado del grupo.

Vomito asqueado cuando noto jugos en la boca al ver el banquete.

Se comen al perro.

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Julio murió.

Se dejó ir hace días.

Amaneció bajo una capa de hielo.

Se agarró a la biblia y se tendió al frío.

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Hablamos de abandonar a Cortés. La gangrena le corroe ya por las rodillas y ahora que amainó un poco la tormenta será posible avanzar sin él.

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Cortés nada reprocha mientras nos alejamos, pero Garduña tiene el valor de volverse y clavarle una piqueta en la cabeza.

Menos Arturo, que empieza un gesto y no mira, todos asentimos.

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Amo la lentitud del cierzo, la caricia áspera y cortante de su llegada, el silbido del viento sobre las cosas.

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Amo cómo se ahueca la nieve y cruje bajo mi pisada. Amo la tiniebla blanca que nos envuelve.

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Amo el aliento de la bestia y el miedo. Amo todo lo que me queda, sabedor de mi muerte.

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Atravesamos un muro de copos, frío y viento que nunca acaba. No hay descanso porque en cada pesado paso arrastramos el vértigo de pisar fuera de la senda, sobre el vacío.

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El único espacio posible lo llevamos en los pies porque pensar que la bestia acecha nos impide imaginar atrás o adelante o por los lados.

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Sólo avanzamos.

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Sentimos su latido en nuestras sienes; su humedad en nuestra piel mojada; su tacto se proyecta en cada copo; su hedor se huele en nuestro miedo.

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Yo vuelvo a mi niño para no rendirme.Lo imagino caliente y rojo o verde.

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Luego, una agresión del viento me obliga a pensar en cada paso.

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Y veo que estoy muerto y que después bajará por el niño.

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Llego al cuerpo. Me afi rmo a la cuerda que arriba sostienen y observo. Está deshuesado por los golpes y sin forma de hombre. Tiene el color asimilado al entorno.

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Después inició la estampida de un grito y se precipitó aterrado fuera de la senda.

Carlos cortó el nailon a tiempo de salvarnos. Se había agachado de pronto cubriéndose el rostro con los brazos, lloriqueando.

Bajó quebrándose contra cada risco de hielo. Casi nos arrastra a todos.

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Lo vimos en el vacío lo justo para saber que ya no gritaba.

Arturo, la mente seca por la presión del miedo, no aguantó.

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La amplitud de la boca le cubre todo el rostro y hiede y supura por el cuerpo una baba azulada que afl ije y condena al que la ingiere.Decía Arturo que el monstruo ve de un solo ojo que tiene en el pecho.

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Los brazos son largos en extremo porque se ayuda de ellos al andar, y la cola es fi na y cortante al punto de segar un cuerpo.

Teme y odia intensamente, y para la caza utiliza la cólera de veinte dioses.

Tiene doblados en número todos sus órganos de modo que duplica su fuerza y aguante, y siendo uno dañado acude al otro.

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Yo intuyo de la bestia que no es fi era ni mostruo deforme, sino de humana forma y cerebro.

Es hombre en el vigor y el sigilo, anciano por la astucia y la calma, es niño cuando llora y mata.

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Es todos los tiempos y ninguno: añora lo que ya se pudre y la cólera en sus dedos destruye lo que ve.

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A veces no lo siento en el hielo y pienso que el monstruo era Arturo o Cortés o alguno de los otros.

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A veces vuelvo mi rostro hacia el de Garduña y espero aterrado encontrar en sus ojos a la bestia.

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Las menos busco en mi alma despojos del monstruo.

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Y vamos.

La cumbre se perfi la ya entre los claros de la ventisca. Esperamos que surja de la nieve y nos despiece o nos arroje como piedras al abismo.

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Ebrios de miedo movemos el cuerpo para seguir sobre la senda.

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Yo, como un niño, me oculto la cara con las manos y me imagino invisible.

128 129c Marcos Taracido y Fernando de la Iglesia, 2008

El proyecto de edición de Libro de Notas busca aunar textos de calidad con un formato y diseño adecuados a la lectura en ordenador y otros dispositivos alternativos. Todos los libros están disponibles para descarga libre, pero pedimos que se apoye nuestra labor editorial y el trabajo de los autores –sólo en el caso de que te haya gustado el libro– con una donación cuyo mínimo hemos fi jado en un euro.

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