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EL CANTO DE LAS SIRENAS O COMO LOS MOVIMIENTOS SOCIALES SE CONSTITUYEN CON LA ESPERANZA DE CAMBIO EN LA LÓGICA DE LA POST MODERNIDAD
Víctor cabrera Vistoso*.
1. RESÚMEN
Los movimientos sociales han sido un actor de relevancia en los últimos años, tanto en
Chile como en otras latitudes. De ellos, el movimiento social por la educación ha sido el de
mayor connotación y atención en los análisis expertos. Para entenderlo, se revisan tres
fundamentos socio-históricos: el liderazgo de masas, el derribamiento de los dogmas y la
emergencia del post modernismo. Este marco de referencia contextual permite entregar
elementos de análisis para someter a escrutinio la orientación declarativa del movimiento
estudiantil, a la vez que ofrece una lectura distinta de sus orientaciones, propósitos y la
nueva subjetividad imperante.
ABSTRACT
Social movements have been a major player in recent years, both in Chile and elsewhere.
Of these, the social movement for education has been the most connotation and attention to
expert analysis. To understand this, three basic socio-historical are reviewed: mass
leadership, the downing of the dogmas and the emergence of postmodernism. This
framework allows us to deliver contextual elements of analysis to scrutinize declarative
orientation of the student movement, while offering a different interpretation of the
guidelines, purposes and the new subjectivity prevailing.
_________________
*Psicólogo, Magister en Psicología Social Aplicada. Universidad de Santiago de Chile
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2. DIMENSIONES CONTEXTUALES:
2.1. Liderazgo, discurso y movilización de masas
La constitución del líder puede ser explicada desde diferentes frentes, en tal sentido
corresponderá decir que existen tras de sí un conjunto de atributos de la personalidad que lo
sitúan en una posición de preeminencia sobre los otros, gracias a lo cual logra instalar en la
masa un sueño, una meta o un desafío según el cariz que adopte el momento social,
histórico o cultural en la que está situado. También será correcto decir que el líder emerge
desde una demanda social que conmina a un individuo emerger de la masa con un discurso
aglutinador y, principalmente conmovedor, de forma que se convierta en un canal a través
del cual se exteriorizan y manifiestan las necesidades más sentidas de la masa (Cabrera,
2001). Sólo con el ánimo de refrendar esta última acepción es interesante revisar
brevemente tres casos: primero, Martin Luther King, quien situado en un momento
histórico, caracterizado por necesidades reivindicativas de los derechos civiles en Estados
Unidos, logra penetrar en la conciencia colectiva con un mensaje colmado de convicción,
respaldado inapelablemente por los cerca de cien años de lucha para poner fin a la
segregación racial (desde la promulgación de la emancipación para la liberación de los
esclavos en 1863 durante el gobierno de Abraham Lincoln), cuyo momento culmine se
produce el 27 de agosto de 1963, luego de un discurso conocido por la conmovedora frase
“Tengo un sueño”. Otro líder que emerge en respuesta a la contingencia de su tiempo fue
Mohandas Karamchand Gandhi o Mahatma Gandhi quien encarna la reivindicación de la
independencia de la India del Imperio Británico en el marco de la segunda guerra mundial.
Su pensamiento y doctrina queda plasmada en la frase "Debemos ser el cambio que
queremos ver en el mundo" y su accionar, la inédita decisión de ejercer la no violencia. En
tercer lugar Nelson Mandela, Político sudafricano, una de las figuras más importantes en la
lucha por la igualdad racial, que lideró los movimientos contra el apartheid y que, tras una
larga lucha y 27 años de cárcel, presidió en 1994 el primer gobierno que ponía fin al
régimen racista.
En referencia a estos argumentos es posible advertir una importante característica en común
en estos líderes, cual es la capacidad de convencer, involucrar, motivar, conmover, gracias
a la construcción de narrativas que apelan a las raíces estructurales que dan fuerza y
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sentido a las demandas de reivindicación, no a un discurso centrado en la contingencia, no
en una visión de corto plazo y menos en una posición de antagonismo como recurso para
congregar voluntades. Al contrario, en cada uno de estos casos se busca reeditar y reforzar
los cimientos que dan sentido a la existencia colectiva en torno a narraciones
socioculturales, a través de las cuales se construye una visión de mundo. En palabras de
Foucault (1979), recuperar la instauración del objeto hecho discurso, aquel por medio de y
por lo que se lucha, un poder finalmente del que se necesita adueñarse. En consecuencia,
estas llamadas “masas discursivas” por tanto, recuperan su materialidad desde el momento
que se reposicionan en las instituciones, produciendo como efectos específicos la
reconstrucción o recuperación de verdades o certezas presentes como “capas
arqueológicas” que pueblan la memoria y constituyen a los sujetos como tales.
Desde una posición psicoanalítica, estos líderes del cambio han sido capaces de convertirse
en objetos de identificación, enlace afectivo, base del complejo de Edipo, a través del cual
la masa adquiere el deseo inconsciente de adquirir las virtudes del líder (Freud, 1921),
fundiéndose en un solo cuerpo de ideales y deseos. Por otra parte, con Le Bon es posible
afirmar que tal condición induce a los individuos a una especie de alma colectiva, que a
pesar de sus diferencias individuales, los hace obrar, sentir y pensar de manera distinta a
como lo harían de manera individual. La personalidad individual desaparece, anula sus
fuerzas pulsionales y cada individuo empieza a actuar a partir de una fuerza inconsciente de
tipo social o colectivo. Al mismo tiempo, es posible vincular el planteamiento de Le Bon
con la Identificación Freudiana en cuanto a que la movilización de masas responda a un
líder en posición de un aurea de prestigio o poder de fascinar a los demás, por sobre sus
facultades críticas.
Todo líder es hijo de su tiempo, quien facultado por dotes personales e impulsadas por el
poder de la situación, se erige como movilizador de consciencias y gestor de cambios. No
obstante, pudiera no existir esta correlación de fuerzas, o bien existir de manera equívoca.
En efecto, si nos situamos en el actual escenario social, político y cultural, reunidos bajo el
signo de la post modernidad, se confrontan dos deseos, aquel movilizado por el consumo, el
bienestar, la inclusión social, el hedonismo y la individualidad, en contraste con el bien
común, la igualdad de oportunidades, la “meritocracia” y la justicia social. Ante esta
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disyuntiva el deseo de cambio podrá no encajar correctamente en el hoy, producto de la
fantasía de que el hoy es la réplica del ayer. Al mismo tiempo, todo ímpetu de cambio corre
el riesgo de fracasar en el intento al no existir una conjunción clara de ideas y principios
reunidos en un dogma, que den certeza a la decisión y sentir social por sobre los ídolos del
consumo y el individualismo.
2.2 El derrumbe de los dogmas y la emergencia de una nueva subjetividad.
Un símbolo indiscutible que marco la omnipresencia de los dogmas en el mundo ha sido el
Muro de Berlín, verdadero significante de una Europa dividida en dos sistemas
antagónicos, causante de la división familiar, económica, política y social de la Alemania
de post guerra. Tales diferencias ideológicas con décadas de tensión entre el bloque
oriental, bajo la hegemonía de Unión Soviética y el bloque occidental, bajo la hegemonía
de Estados Unidos, llaga a su fin el 9 de noviembre de 1989 permitiendo así la
reunificación alemana y el fin del comunismo para esos territorios. Para Foster (2009),
estos acontecimientos se constituyen en el triunfo del Neoliberalismo, confirmando así el
cierre de un capítulo de la historia y el comienzo de otro. Para Fukuyama (2003), se trata
del final de la historia, caracterizado por el límite de la evolución ideológica de la
humanidad y la universalidad de la democracia liberal occidental.
Desde ese momento y gradualmente las manifestaciones sociales se han caracterizado por
la ausencia de orientaciones ideológicas que en su momento daban certeza al devenir,
transformando el escenario social en un espacio predecible y a la vez lugar de legitimación
del interés colectivo o como puerta de cambio para las innumerables demandas sociales en
el mundo. Con Foster (2009) es posible explicar este cambio como producto de una
metamorfosis, que va desde las estructuras político-ideológicas que caracterizaron a los
partidos políticos, a la máquina comunicacional-informativa que se convirtió, a partir de ese
giro económico-cultural, en garante de la reproducción del sistema y de su lógica.
En efecto, se produce aquí una transformación de la sociedad, como consecuencia de un
cambio en la constitución de la subjetividad, ante la emergencia de un nuevo paradigma
instaurado sin parangón, responsable de un giro cultural-simbólico fruto del advenimiento
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de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, tecnologías que, de la
mano de las grandes corporaciones mediáticas, han imprimado en la vida de las personas
nuevas significaciones, permitiendo la construcción de nuevos imaginarios y nuevos modos
de producción de la subjetividad asociados a las demandas y exigencias del mercado,
transformado ahora en la verdad última y revelada de la vida social (Foster 2009)
Por lo tanto, la sociedad genera como respuesta adaptativa un nuevo discurso sobre sí
mismo, que atañe al sujeto y que promueve prácticas y procesos de subjetivación
individuales y colectivas coherentes con los escenarios organizacional, económico, político
y cultural. En palabras de Lipovetsky (2000), comienza a producirse en nuestra sociedad un
proceso de personalización, representativo de la fractura de una sociedad moderna
caracterizada por una matriz democrática – disciplinaria, universalista – rigorista,
ideológica – coercitiva y por otra parte, a la instauración de una sociedad flexible, basada
en la información, en la legitimación de las necesidades, en el mínimo de coacción y en el
máximo de elecciones privadas posible, con el mínimo de austeridad y el máximo de deseo,
con la menor represión y la máxima comprensión posible.
Ante este nuevo orden, característico de la post modernidad, los movimientos sociales han
adquirido una nueva forma de organización y nuevas representaciones. Si en la década del
60`los deseos de transformación social estaban movilizados por fuerzas colectivas bajo el
lema “cambiemos el mundo”, hoy la emergencia de cambio está caracterizada por la frase
“cambie su mundo”. Esta afirmación acontece por las motivaciones que animan la
organización actual cuyo fin está situado en intereses particulares y en cambios sectoriales,
ausentes de convocatorias mancomunadas cuya meta sea el cambio de modelos instaurados.
En tal sentido hoy reina la primacía del interés particular por sobre la trama colectiva, en
palabras de Lipovetsky (2000), somos una sociedad donde la autonomía privada no se
discute y se persigue frenéticamente la diferenciación de los otros, la realización personal
inmediata, la satisfacción del deseo aquí y ahora, entre otros atributos.
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2.3 Los símbolos del Post Modernismo.
Desde el punto de vista histórico, es posible afirmar que el mundo postmoderno aparece
tras el fin de La Guerra Fría como consecuencia del derrumbamiento del régimen soviético,
teniendo como máximo símbolo, como ya se ha señalado, la caída del muro de Berlín
(1989), porque allí se hace evidente el fin de la polarización ideológica. Esto produce como
consecuencia la cristalización de un nuevo paradigma global cuyos máximos exponentes
socioeconómicos, y político-económicos son la Globalización, y el Neoliberalismo
respectivamente. En consecuencia, el mundo postmoderno se puede diferenciar y dividir en
dos grandes realidades: La realidad histórico-social, caracterizada por la renuncia a las
utopías; cambio en el orden económico capitalista, pasando de una economía de producción
hacia una economía del consumo; revalorización de la naturaleza y la defensa del medio
ambiente; compulsión al consumo; irrupción de medios de comunicación de masas y el
marketing como centros de poder; deja de importar el contenido del mensaje, para
revalorizar la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir;
desaparece la ideología como forma de elección de los líderes siendo reemplazada por la
imagen; los medios de masas se convierten en transmisoras de la verdad; desacralización
de la política y la desmitificación de los líderes, entre otros. Desde el punto de vista
psicológico, los individuos sólo quieren vivir el presente; futuro y pasado pierden
importancia, hay una búsqueda de lo inmediato; proceso de pérdida de la personalidad
individual; se rinde culto al cuerpo (Le Breton, 2002), y la liberación personal; se vuelve a
lo místico como justificación de sucesos; pérdidas de fe en la razón y la ciencia, pero en
contrapartida se rinde culto a la tecnología; el hombre basa su existencia en el relativismo y
la pluralidad de opciones, al igual que el subjetivismo impregna la mirada de la realidad;
pérdida de fe en el poder público; despreocupación ante la injusticia; desaparición de
idealismos; pérdida de la ambición personal de auto superación; desaparición de la
valoración del esfuerzo; divulgaciones diversas sobre la Iglesia y la creencia de un Dios.
Por otra parte, la literatura nos presenta muchas acepciones que caracterizan este periodo de
la historia en el que vivimos, cada unos de ellos intentan graficar, describir y transferir al
lector la intensidad de los cambios, las consecuencias para la convivencia social y las
mutaciones sociológicas que ha significado el devenir contemporáneo.
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Para Lyotard (1991), el término Post Moderno designa el estado de la cultura después de
las transformaciones que han afectado las reglas del juego de la ciencia, de la literatura y de
las artes a partir del siglo XIX.
Para Lipovetsky (2000), desde una posición crítica, representa un cambio de rumbo
histórico de los objetivos y modalidades de socialización bajo la égida del hedonismo. En
tal sentido, advierte una retracción del tiempo social e individual, al mismo tiempo, que se
impone más que nunca la necesidad de prever y organizar el tiempo colectivo, agotar la
visión de futuro, generar desencanto y monotonía de lo nuevo y provocar el cansancio de
una sociedad que consiguió neutralizar en la apatía aquello en que se funda: el cambio. Para
resumir, habrían aquí dos símbolos que caracterizan la post modernidad para este autor: el
consumo sin límite ni frontera como fin del hedonismo y del narcisismo, la inmediatez de
la gratificación y la información como modeladora de la subjetividad individual y colectiva,
ambas condiciones representantes de una profunda incertidumbre o desestabilización del
devenir, dada la rápida obsolescencia de lo que forma parte de las reglas sociales de
convivencia, que tiene como consecuencia la penetración sin límites de los medios de
comunicación de masas, la proliferación del ocio, de modelos existenciales, de bienes,
estatus, búsqueda del bienestar subjetivo, pasión por el carácter emancipado, abandono de
los grandes sistemas de sentido, culto a la participación y la expresión, entre otros aspectos.
En concreto, un propulsor de individualismo como resultado de la diversificación de las
posibilidades de elección, lo que ha puesto en marcha una cultura personalizada o hecha a
medida para permitir al individuo la emancipación de la condición disciplinaria-
revolucionaria de la modernidad.
Desde la esfera de las representaciones sociales, el individualismo residente se manifiesta
en la proliferación de colectivos con intereses miniaturizados que perfectamente son
característicos de nuestros movimientos sociales actuales (Lipovetsky, 2000). Tal es el
caso de las agrupaciones ecologistas, movimientos por la diversidad, los indignados en
España que exigen un cambio social, económico y político y los Ocuppy Wall Street
quienes desplegaban sus campamentos en el epicentro financiero de Nueva York. Esta
característica queda claramente destacada si la comparamos con los últimos sucesos
acaecidos al final de la llamada modernidad y que, contrario a lo anterior, representan un
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claro colectivismo y concentración ideológica, tal son los sucesos de mayo de 1968 en
Francia protagonizado por estudiantes y obreros, que obliga al primer presidente de la V
República, Charles De Gaulle, a disolver la Asamblea y marcharse del poder tras diez años
de mandato, la “Revolución Cultural” en China en 1966 y en en Checoslovaquía, en abril
de 1968, tras la propuesta de un “socialismo de rostro humano” por parte de Alexander
Dubček, el ejército del Pacto de Varsovia se enfrenta a la población de la capital durante la “Primavera de
Praga”; al mismo tiempo, en España y en México, estudiantes e intelectuales se manifiestan
en contra de sus respectivos regímenes políticos, los cuales reprimen estos focos de
agitación, a veces de manera violenta, como durante la lamentable “matanza de la plaza
Tlatelolco”; en Estados Unidos, el desacuerdo de la opinión pública respecto a la Guerra de Vietnam
se manifiesta a través de grandes concentraciones, como el festival de Woodstock de 1969; el mismo año,
Italia se ve sacudida por el “Otoño Caliente”. Todos estos movimientos de protesta son de índole social, y
sus protagonistas piden el reconocimiento de los derechos civiles (Moret, 2011).
Para Bauman (2007), la post modernidad se explica haciendo uso de la expresión “líquido
(a)”, con la que representa el tránsito de una modernidad sólida, estable, con certezas en el
devenir social a una caracterizada por un orden psicosocial volátil donde, de a cuerdo a
Vásquez, (2012), los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para
enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos y en el que, sin darnos cuenta,
hemos ido sufriendo transformaciones y pérdidas,. En este sentido, vivimos bajo el imperio
de la caducidad y la seducción en el que el verdadero «Estado» es el dinero. Donde se
renuncia a la memoria como condición de un tiempo post histórico. La modernidad líquida
está dominada por una inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes a los que
anclar nuestras certezas (Vásquez, 2012). Por lo tanto la post modernidad queda situada
bajo la lógica de la incertidumbre, caracterizada por el debilitamiento de los sistemas de
seguridad que protegían al individuo y la renuncia a la planificación de largo plazo, en
consecuencias, el olvido y el desarraigo afectivo se presentan como condición del éxito.
Esta nueva condición exige a los individuos flexibilidad, fragmentación y
compartimentación de intereses y afectos, se debe estar siempre bien dispuesto a cambiar
de tácticas, a abandonar compromisos y lealtades. Surge así mismo, miedo a establecer
relaciones duraderas y a la fragilidad de los lazos solidarios que parecen depender
solamente de los beneficios que generan. En tal sentido, la esfera comercial lo impregna
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todo y las relaciones se miden en términos de costo y beneficio, de «liquidez» en el estricto
sentido financiero ( Baumann, 2007).
Para Deleuze y Guatari (1985), sin mencionar tácitamente a la post modernidad, ofrece una
explicación lúdica y metafórica ocupando la palabra “deseo” como experiencia que aglutina
el afán del ser humano por la búsqueda de placer a través de las cosas. Por otra parte ocupa
la palabra “máquina” con la que está asociado el deseo, resultando en consecuencia el
término “máquinas deseantes”. Máquina es el significante y metáfora de artefacto, entidad,
esquema, cuerpo, sistema, continente, conjunto o todo. Es un momento donde todo es
producción (de cosas, de consumos, de angustias, de dolores), donde la política también es
producción de puestas en escena, de escenificación, de actuaciones y sobreactuaciones. En
el mismo sentido, refiriéndose al devenir de la sociedad ocupa el término máquina social
en tanto representación del deseo o bien de la coerción, cuando la posición del deseo ponga
en cuestión el orden establecido de una sociedad. Al respecto afirma que para una sociedad
tiene importancia la represión del deseo, y más importante aún, lograr que la represión, la
jerarquía, la explotación y el avasallamiento sean deseados. Finalmente hay dos
planteamientos reveladores: el primero condensa la historia universal en tres tiempos, a
saber: el tiempo de los salvajes, donde el socius toma la forma de “máquina territorial”,
luego, el tiempo de los bárbaros, donde el socius toma la forma de “máquina despótica e
imperial” y, por último, el tiempo de los civilizados, donde el socius adquiere la forma de
“máquina capitalista”. Lo segundo, refiriéndose el “Estado capitalista”, planea que su único
fin es la riqueza abstracta a través del consumo cuyo campo de inmanencia es la
servidumbre donde esclavos mandan a esclavos y ellos a la vez esclavos de la máquina
social por la pasión ciega por la riqueza y el valor (Ponce, 2011).
Para Castells (2006), este nuevo orden emerge sobre los cimientos del informacionalismo,
una nueva estructura social constituida a partir de tecnologías electrónicas de la
comunicación, redes sociales de poder y emergencia de una nueva estructura social y
económica fundada en el conjunto específico de relaciones implicadas en la lógica en red.
Los símbolos del modernismo que trasuntan los planteamientos formulados hasta aquí,
muestran a la vez su sedimentación en el devenir de la sociedad actual, ya no hay espacio
para la diferencia, el post modernismo queda representado por dos símbolos inequívocos y
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abarcadores del devenir: la globalización y el neoliberalismo, cada uno de ellos a su vez
han contribuido con sus hijos predilectos: la irrupción de la comunicaciones, a través de las
cuales se homogeniza la razón y se instauran como referentes de verdad, la rápida
obsolescencia de la materialidad y las relaciones humanas, las que ha sido fuentes de
estabilidad y sentido a la existencia, la renuncia a las utopías, el hedonismo y la
individualidad, a través del consumo como vehículo de identidad e inclusión y el
narcisismo escenificado a través del culto a la imagen y la ostentación de símbolos de poder
e influencia, el culto al cuerpo como referente de belleza y seducción (Le Breton, 2002),
por citar algunos que considero más llamativos y contingentes.
No obstante, para efectos de este ensayo, Deleuze y Guatari (1985), ofrecen un espacio de
análisis de nuestra realidad, de lo que vivimos, en lo que creemos y donde estamos
atrapados. En efecto, estamos frente a una economía capitalista que ha logrado posicionar o
instalar brillantemente el llamado “cambio” como significante, dotándolo de un conjunto de
necesidades que deben ser satisfechas para vivir en tal transformación. Para ello se ha
valido de la irrupción de las comunicaciones y de la tecnología, constituidas como grandes
escaparates que informan lo que se debe, lo que conviene o lo que se necesita para ser
incluido, para formar parte de una masa ciega y casi autómata que sin cuestión siguen
devotamente los preceptos del mercado. Parafraseando a Deleuze y Guatari, a riesgo de
imprecisión, somos testigos de esta máquina deseante, como sistema para producir deseo en
el contexto de la máquina social, significante de un sistema económico – político de
producción, dotado de una máquina técnica usadas para la explotación de grandes masas de
trabajadores. En este escenario emergen disensos o micro revoluciones que, si bien van
dotadas de argumentos, justificaciones y expectativas de cambio, quedan atrapadas en una
esfera infranqueable dentro de la cual se sitúan las subjetividades auto legitimadas, propias
de una estructura autoritaria desde el punto de vista libidinal. Es imposible por tanto
deprenderse del irrefutable y anestesiante éxtasis de la máquina deseante, tal como si esta
fuera un canto de sirenas.
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3. LOS MOVIMIENTOS SOCIALES, EL LIDERAZGO DE MASAS Y SU AJUSTE EN LA POST MODERNIDAD. UNA SÍNTESIS
Realizando acopio de los argumentos esgrimidos hasta aquí y como forma de consolidar un
planteamiento que pueda ser confrontado con la naturaleza y destino de la representación
social, me referiré al movimiento social por la educación por la importancia de su accionar
para la sociedad chilena. Al respecto, es necesario destacar las siguientes ideas:
Primero, los liderazgo de hoy, representante de miles de voces que no logran llegar a los
centros de poder, justifican su accionar y legitimidad bajo la lógica de un discurso que es a
la vez hijo de su tiempo, como lo he dicho al referirme anteriormente al liderazgo de masas.
En tal sentido, los argumentos con tinte pragmático esgrimidos, están sustentados en el
devenir, en la solución de las contingencias que de inmediato afectan la marcha de una
parte de nuestra sociedad, los estudiantes, que viven a través de sus familias la frenética
lucha por mantener un lugar en la estructura social, satisfaciendo el deseo, no de bienes de
consumo para la subsistencia y bienestar, sino mantener la propiedad por objetos que
determinan, reafirman o sostienen la identidad e inclusión social y simbólica. En este
sentido, el estudiante de hoy se ve enfrentado a la posibilidad cierta de participar
activamente en el mercado, aspirando a la satisfacción de las mismas necesidades, a lograr
un lugar en la jerarquía social, su ingreso y permanencia en la vorágine capitalista
representada por el logro de bienes, membrecías y todo cuando responda a esta máquina del
deseo en palabras de Deleuze y Guatari. Para ello entiende, como lo ha experimentado la
sociedad de otros tiempos, que la educación es la puerta de ingreso a las posibilidades, el
ingreso a la espiral social o ascenso en los peldaños de la escala social. No obstante
advierte que unos de los pilares del modelo neoliberal no está presente, me refiero a la
meritocracia, a la validación de las competencias y capacidades al margen de los
raigambres familiares, de los colegios donde se ha educado o del lugar donde se vive. Al
contrario, lo que se observa es que el ascenso social esta determinado por las redes de
influencia y el resguardo de las cuotas de poder de unos pocos. En otras palabras, el
escenario esta lejos de ser democrático. En tal sentido, lo que vemos es un discurso carente
de utopía, superficial, atrapado en la trinchera de las descalificaciones, en la ganancia fácil
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o donde la contienda a ratos se ve como la de David y Goliat. Ello está muy lejos de los
ejemplos de los líderes de la modernidad: M.L.King, Gandhi o Mandela.
En segundo lugar, todo movimiento de representación social queda indefectiblemente fuera
de la esfera ideológica, principalmente por su inexistencia y porque ella misma aparece
desdibujada, difuminada, sin color. Estas razones explican la atomización de la
participación ciudadana, donde las banderas de lucha quedan circunscritas a intereses y
problemas particulares, delimitados y muchas veces desconectados con el devenir. Como
muestra de ello, en los últimos años hemos sido testigos de micro revoluciones o líneas de
“fuga” del capitalismo (Deleuze, G., Guattari, F., 1985). Un recuento parcial debe
considerar entre las más significativas los paros y protestas regionales y comunales de
Magallanes, Arica y Calama; las marchas contra el mega proyecto de HidroAysén, las
manifestaciones a favor de los derechos de la diversidad sexual; las huelgas de los
trabajadores del cobre (de empresas estatales y privadas); los paros de los empleados
fiscales; las acciones del pueblo mapuche por la libertad de sus presos políticos, por la
recuperación de sus tierras y por la reconquista de otros derechos conculcados; las protestas
de los pobladores de Dichato damnificados por el terremoto y maremoto de 2010. Para
Mellado (2002), pese a la heterogeneidad, estos movimientos han tenido como factor
común: Primero, un estilo de acción política no convencional basada en la acción directa,
que contrasta con el modelo tradicional de intermediación de intereses que los partidos
políticos desarrollan en las democracias contemporáneas. Segundo, en algunos casos, por
un fuerte sentimiento anti sistema, ya que sus seguidores se sienten enajenados respecto a
las normas y valores dominantes, ante los que expresan su rebeldía. Tercero, por construir
sus organizaciones sobre la base de la toma de decisiones participativa, una estructura
descentralizada y el repudio a los procedimientos burocráticos. Cuarto, por reclamar a las
democracias que abran la vida política a un conjunto de intereses más diversos y más
vinculados con los ciudadanos. Quinto, porque la mayoría de sus miembros procede de las
clases medias instruidas. Sexto, por no desarrollar ningún sistema ideológico coherente,
sino que definen su concepción de la sociedad futura sobre todo en términos negativos; es
decir, saben lo que no quieren, pero no presentan un modelo alternativo claro.
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En cuanto al movimiento por la educación pública encabezado por los estudiantes de todos
los niveles de la enseñanza, lo que observamos es la irrupción de una expresión ciudadana
fruto de un interés que emerge desde la propia comunidad, respondiendo a la tendencia de
post moderna, instaurada al margen de la contingencia política y a espaldas de su validez
representativa. Lo anterior responde al rol desdibujado que hoy tienen los estados, al igual
que las ideologías, como ya se ha señalado, ante los impositivos de la globalización, que
erosiona y debilita su papel real frente a los actores representativos locales dada la creciente
mundialización de la economía (Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio,
Fondo Monetario Internacional) y la concentración del capital en manos de las
transnacionales, condición que ha distorsionado el rol final y tradicional de los gobiernos.
Precisamente esta marginación de los canales de participación política ha sido un obstáculo
para el gobierno de turno y los partidos políticos en general que, al tener un lenguaje
diferente desde donde se posicionan, han intentado vanamente empatizar con esta nueva
generación opinante, participativa y empoderada que, desde un punto de vista
socioeconómico forman parte, también, del perfil de los emergentes grupos de consumo del
post modernismo, quienes hacen extensivas sus exigencias, tal como aprendieron del
sistema de mercado, a las instituciones estatales.
No obstante esta legitimación, surgen dos inquietudes: en primer lugar, en referencia al rol
del liderazgo, como se ha señalado al inicio de este ensayo, cambios de esta envergadura no
solo se obtienen con la acción colectiva y la reiteración de sus demandas, sino con
discursos que apelen al cuestionamiento de los fundamentos estructurales que animan el
funcionamiento de nuestra sociedad, la que paradójicamente es producto de un modelo
mercantilista donde la individualidad y el hedonismo son parte de su ADN. En tal sentido,
el discurso de los que lideran los movimientos estudiantiles, parece no haber ideas que
permitan entender qué es lo que realmente se desea: un cambio en el modelo económico
instituido, o por el contrario lo que se espera implícitamente es preservar el mismo modelo
a cambio de tener garantías y posibilidades viables para participar en igualdad de
condiciones en la lucha por conseguir una posición en la escala jerárquica económica y
social a la cual tiene acceso preferente las elites. Por otra parte, en el entendido que nuestra
sociedad muestra una acentuada tendencia al logro de bienestar subjetivo, al continuo
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esfuerzo por sostener la propia identidad y la búsqueda por lograr la ansiada inclusión
social o, en el mejor de los casos, una inclusión simbólica, debe direccionar sus esfuerzos a
involucrar en sus demandas sociales a otros actores sociales y políticos afines con estos
reclamos, con el propósito de lograr un referente amplio que de congruencia y solidez a los
planteamientos ya legitimados. Sin embargo, la necesaria búsqueda de mancomunión de
intereses se ve seriamente obstaculizada por el poder que el mundo del trabajo tiene en
nuestra sociedad mercantilista. En efecto, la fuerza de trabajo hoy en un bien transable y
son los trabajadores quienes ofrecen su servicio a la máquina hegemónica capitalista
(Baumann, 2007), condición que merma significativamente su poder representativo en tanto
sus intereses estén volcados a satisfacer los preceptos de la propia post modernidad,
caracterizado por sostener su posición relativa en la jerarquía social y económica. Dicho de
otra forma, el salario no logra financiar el costo de la vida y sus innumerables demandas,
razón por la cual se erige un nuevo actor, otro hijo del neoliberalismo, la tarjeta de crédito,
el endeudamiento fácil que permite el “milagro” de la satisfacción del deseo de manera
inmediata, sin la necesidad de su postergación, que a estas alturas puede parecer
insostenible para muchos. Esta situación ha significado a la masa trabajadora hipotecar su
libertad, a la vez que ha comprometido seriamente su propia movilidad laboral, donde el
costo de oportunidad se transforma en una moneda de cambio de altísimo valor haciendo
del ciudadano común un sujeto adverso al riesgo y proclive a cualquier forma de movilidad
a cambio de mantener la fuente laboral que otorga estabilidad dentro de la precariedad.
Dado este escenario es difícil la unión y la participación activa, obteniendo solo como
posibilidad la participación de un espectador que cae en la ambivalencia de apoyar las
demandas, pero a ratos a rechazarla porque a fin de cuentas hay que seguir trabajando,
pagando deudas y socializando a sus vástagos en la lógica de la competencia y la
individualidad.
En consecuencia y atendiendo a este escenario, los discursos populistas de los líderes
emergentes de qué versan, a dónde se dirigen, qué representan. En lo inmediato y sin mayor
análisis lo que queda como sustrato es un discurso sobre lo inmediato, sobre la
contingencia. No hay mayor profundidad que lo superficial. La inmediatez, lo pragmático
ha inundado las esferas de la sociedad, incluso en las masas de estudiantes que propugnan
cambios. Es importante saber sin embargo qué cambios se requiere. En tal sentido, el
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pragmatismo, la sociedad Light (Rojas, 2000), o post modernidad, ha alejado al sujeto de
los fundamentos filosóficos que animan el devenir y el compromiso con la virtud y los
valores. Así mismo, hay una brecha importante en los niveles educacionales, aspecto que
se evidencia en el nivel y profundidad del pensamiento y la reflexión del propio devenir.
Por lo tanto el discurso populista carece de argumentos y fundamentos, al contrario es
inmediatista pragmático y de dudoso colectivismo. Por otra parte, la masa no instruida y
dudosa de definir lo que entiende por futuro, tiende a seguir a los líderes populistas y
temporales o contingentes y a hacer propio un discurso que no les pertenece. Finalmente, la
falta de argumentos y la desesperanza por la incapacidad de penetrar con un discurso
profundo es la tierra abonada del anarquismo.
4. ANÁLISIS Y DISCUSIÓN
El análisis del movimiento social por la educación, como muestra representativa de las
expresiones ciudadanas, por su importancia y trascendencia, ha sido analizada teniendo en
cuanta, como telón de fondo aspectos que considero normativos para establecer, no solo
una base de comparación coherente, sino para someter a escrutinio su viabilidad y su
claridad en el marco de su accionar ante la sociedad. En tal sentido, es posible develar que
las representaciones sociales actuales corresponden a una suerte de nuevo liderazgo, que sin
perjuicio de albergar razones legítimas y necesarias, pareciera plantearse a través de
discursos que no logran penetrar en los fundamentos sociales que animan la convivencia
social, en otras palabras, reeditando valores, raigambre sociocultural y visión de futuro
como país, argumentos que van más allá del movimiento por la educación en sí mismo. Al
contrario lo que se advierte en una conjunción de discursos y argumentos que sólo apelan a
lo pragmático, a lo inmediato o contingente sin expresiones que denoten una toma de
perspectiva que revele el marco contextual psicosocial e histórico de este movimiento. Por
otra parte, quiero retomar un punto que no ha sido desarrollado suficientemente, se trata del
nivel educacional que tienen las masas seguidores de éste y otros movimientos, la que
también responde a una característica del neoliberalismo, que puede referirse como el
interés por el hacer más que el pensar. El modelo no necesita masas pensantes y
deliberantes bajo la lógica del saber, lo que interesa en el post modernismo es el consumo,
el capital y el sometimiento pasivo del adoctrinamiento entregado por las elites a través de
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los medios de comunicación de masas. En tal escenario, las masas seguidores del liderazgo
actual pareciera que no cuentan con recursos, desde el conocimiento, para comprender
hacia dónde se dirige la sociedad. Más aún, la falta de argumentos se constituye en tierra
fértil para el anarquismo.
Por lo tanto, todos los argumentos difundidos parecieran ser voces de un cambio social que
involucre a un sistema decadente, el neoliberalismo, no obstante en el recuento pareciera
que fuesen cantos de sirena. Lo que se evidencia es una expresión social que intenta abrir
espacios de legitimación y cambio en las reglas del juego, que den garantías de
cumplimiento de una de los preceptos del mismo modelo neoliberal, la llamada
meritocracia, que en nuestra sociedad no se revela para todos. Las razones pueden ser de
variado tipo, no obstante en mi opinión se producen por los enclaves genealógicos de
grupos de poder identificables fácilmente, los que exigen como requisito para el ingreso a
su selecto grupo, el apellido, el lugar donde es vive y el colegio donde estudio.
Finalmente las demandas sociales no están ajenas al contexto social, político y económico
actual, heredero de los cambios surgidos desde el derribamiento del Muro de Berlín y el
ocaso de la Unión Soviética. Esta génesis pone en juego el accionar de un solo modelo de
sociedad ejercido sin contrapeso y que hoy revela sus primeras fisuras.
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