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L e S a g e

H ISTOR IA DE GIL BLAS DE SANTILLANA

TOMO

MCMXXII

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L E S A G E

H i s t o r i a

Sagt ana

Traducción dé] P . Isla

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L a famosi sima n ovela de L e Sage GIL BLAS DE

SAN T ILLAN A fué traduci da superi ormen te por el pa

dre Isla , el autor de Fray Gerun dio . Esta traducci ón

es la que publi camos . H i zola el padreº]sla con la

i n tenc ión de mostrar pa ten te el ori gen español de

la i n spi ra ci ón que an ima ra a L e S age . ¿ Consi guió

lo que pretendi a ? En pa rte si , pues lei do el GIL BLAS

en la traducción española de Isla parece en teramen te

una novela p i ca resca de las muchas que ha producido

nues tra li tera tura . P ero si mi ramos con mayor a ten

c ión la novela , veremos en ella un gran número de

ra sgos que esenci a lmen te la clas i fi can en tre las obras

de i ngen i o e i nspi ra ci ón tipi camen te franceses . P re

pondera la descri pc ión de cara cteres , la fi na sáti ra

mora l , la i n ten c i ón psi cológi ca sobre la mera narra

ci ón de aven turas . L e S a ge n o i nven ta i n tri gas por

el solo placer de la a cción , si no para engarza r en

ellas tipos , vi ci os , defectos mora les . ri di culeces de la

especi e huma na . A si adqui ere su obra un sen ti do

fi losófi co ,mora l ; más que n ovela de aven turas es no

vela de costumbres y de cara cteres .

L e S age , que naci ó en la Bretaña y se h i zo a bogado

en P a ri s, fué uno de los pr imeros escri tores que vi

v i eron exclus i vamen te de su pluma . Publi có en 1 715

los dos primeros tomos de GIL BLAS .

-

que llega ban

hasta el pun to en que Gi l Blas es n ombrado i n tenden te

genera l de D . Alfon so de Leyva . En vi sta del formi

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da ble éxi to que obtuvo , escr i b ió un a con ti nua ewn , pu

bli cada en 1 724 , que comprende la es tanci a de Gi lBlas en Gran ada y su tra slado a Madri d , con la

hi stori a de su pri van za con el duque de Lerma. El

e.vi to de esta con ti nua ción sup eró a l de los dos pri

meros tomos , y en 1735 publi có L e S age el fi na l dela obra , con la n arrac ión del mi n isteri o y muerte delConde Duque y el reti ro de Gi l B las a L i ri a .

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GIL BLAS DE SANTILLANA

DECLARACION DE LE SAGE

Como hay personas que n o saben leer un libro

sin aplicar los caracteres viciosos o ridícul os que

en él se censuran a personas determinadas , decla

ro estos maliciosos lectores que h a rán m al y se

engañarán mucho en hacer la aplicación a ning ún

individuo en particular de los retratos que encon

traran en esta obra . Protesto al público que sola

mente me h e propues to representar la vida del co

mún de los hombres tal cual es, y no perm i ta Dios

que jamás sea mi ánimo señalar a ni nguno con e l

dedo . Si hubiere alguno que crea se h a dicho por

él lo que puede convenir a tantos otros , le acon

sej o que calle y no se quej e , porque de otra manera él mismo se dará a conocer fuera de tiempo .

S tulté nuda bi t an imi consci en ti am, dice Fedro .

N o menos en Francia que en España se h allan

m édi cos cuyo método de curar n o es otro que san

grar sobradamente a sus enfermos . Los v icios ylos originales ridícul os son de todas las naciones.

Confieso que no siempre describ í exac tam ente las

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costumbres españolas . Por ej emplo : los que sabencómo viven en Madrid los comediantes , quizá. me

notarán de haberlos pintado con colores demasia

damen t e mitigados; pero creí deber hacerlo así

por que fuesen algo más parecidos a los nuestros .

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UNA PALABRITA AL LECTOR

Antes de leer la historia de mi vida, escuclia ,

lector amigo , un cuento que t e voy a contar .

Caminaban juntos y a pi e dos estudiantes desde

Peñafiel a Salamanca . Sintiéndose cansados y se

di en t os, se sentaron jun to a un a fuente que estaba en e l camino . Después que descansaron y mitigaron la sed , observaron por casualidad una como

lápida sepulcral que a flor de la tierra se desen

bria cerca de ellos , y sobre la lápida unas letras

medi o borradas por el tiempo y por las pisadas

del ganado que venía a beber a la fuente . P i có les

la curiosidad , y lavando la piedra con agua , p_

u

dieron leer estas palabras castellanas : Aqui está en

terrada el a lma del li cenc i ado P edro Garcia .

El más mozo de los estudiantes , que era v iv ara

cho y un si es n o es atolondrado , apenas leyó la

inscripción cuando exclamó , riéndose a carcajadatendida : disparate ! ¡Aquí está enterrada

e l alma ! Pues qué , ¿un alma puede enterrarse ?

¡Quién me diera a conocer e l ignoran t ísimo autor

de tan ridículo epitafio !» Y diciendo esto , se levantó para irse . Su compañero , que era algo más juicioso y reflexivo , dij o para consigo : (Aquí hay m i s

terio , y no m e h e de apartar de este sitio hasta

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averig uarlo .» Dejó partir al otro , y , sin perder

tiempo , sacó un cuchillo y comenzó a socavar latierra alrededor de la lápida, hasta que logró le

v an t erla . Encontró debaj o de ella un bolsillo ; abrió

le , y halló en él cien ducados , con estas palabras

en latín : Dec lárote por heredero mi o a ti , cua lqui era

que sea s , que has ten i do i n gen i o pa ra en tender e l

verdadero sen t ido de la i nscr ipción ; pero te enca rgo

que uses de este di nero mejor que yo usé de él . Alegre

el estudiante con este descubrimi ento , volvió po

ner la lápida como antes estaba y prosiguió su ca

mino a Salamanca , llevándose el alma del li cen

c iado .

Tú,amigo lector , seas quien fueres, necesaria

mente te has de parecer a un o de estos dos estu

diantes . Si lees m i s aventuras sin hacer reflexión

a las instruccion es morales que encierran , ningún

fruto sacarás de esta lectura; pero si las leyeres

con atención , encontrarás en ellas , según el pre

cepto de Horacio , lo úti l mezclado con lo a grada ble .

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L IB R O P R IME R O

CAPITULO PR IMER O

Nacimi ento de Gi l Blas, y su educaci ón .

Blas de Santillana , mi padre , después de haberservido muchos años en los ej ércitos de la Monar

quí a española , se retiró al lugar donde había na

cido . Casóse con una aldeana , y yo nací al mundo

d iez meses después que se habían casado . Pasaron

se a vivir a Oviedo , donde mi madre se acomodó

por ama de gobierno y mi padre por escudero .

Como n o tenían más bienes que su salario , corría

gran peligro mi educación de no haber sido la me

jor s i Dios n o me hubiera deparado un t ío que

era canónigo de aquella iglesia . Llamáb ase Gi l Pérez , era hermano mayor de mi madre y había sidomi padrino . Figurate , allá en tu imaginación , lec

tor m ío , un hombre pequeño , de tres pies y medio

de estatura, extraordinariamente gordo , con la ca

beza z ambul li da entre los hombros , y h e aquí la

vera efi gi es de mi tío . Por lo demás, e ra un ecle

siást i co que sólo pensaba en darse buena vida ;

quiero decir en comer y en tratarse bien , para lo

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cual le suministraba suficientemente la renta de

su prebenda .

L levóm e a su casa cuando yo era niño y se en

cargó de m i educación . Parecíle desde luego tan

despejado , que resolvió cultivar mi talento . Com

próm e una cartilla y quiso él mismo ser mi maes

tro de leer. También hubiera querido enseñarme

por sí mismo la lengua latina , porque ese dinero

ahorraría; pero el pobre G i l Pérez se vió precisado

a ponerme baj o la férula de un preceptor,y m e

envió al doctor Godínez , que pasaba por ser e l

más hábil pedante que había en Oviedo . Aprove

ché tanto en esta escuela , que al cabo de cinco o

seis años entendía un poco de los autores griegos

y suficientemente los poetas latinos . Apliquém e

después a la Lógica , que me enseñó a discurrir y

argumentar sin término . Gustáb anm e mucho las

disputas , y detenía a los que encontraba , conoci

dos o no conocidos , para proponerles cuestiones y

argumentos . Topáb ame a veces con alg unos man

teístas que no apetecían otra cosa , y entonces era

e l oím os disputar . ¡Qué voces ! ¡Qué patadas ! ¡Quégestos ! ¡Qué contorsiones ! ¡Qué espum arajos en las

bocas ! Más parecíamos energúmenos que filósofos .

De esta manera logré gran fama de sabio en todala ciudad . A mi tío se le caía la baba , y se lisen

jcab a infinito con la esperanza de que , en virtudde mi reputación

,presto dejaría de tenerme sobre

sus costillas . Díjom e un día : G i l Blas ! Ya

no eres niño ; tienes diez y siete años , y Dios te

ha dado habilidad . Hemos menester pensar en

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ayudarte . Estoy resuelto a env iarte a la Un iv ersi º

dad de Salamanca , donde con tu ingenio y con tu

talento no dejarás de colocarte en un buen puesto . Para tu viaj e t e daré algún dinero y la mula ,que vale de diez a doce doblones , la que podrás

vender en Salamanca , y mantenerte después con

e l dinero hasta que logres alg ún empleo que t e dé

de comer honradamente .»

No podía mi tío proponerme cosa más de mi

gusto , porque reventaba por v er mundo ; sin em

bargo , supe vencerme y disimular mi alegría . Cuan

do llegó la hora de marchar , sólo m e m ost ró ai li

gido del sentimiento de separarme de un tío a quien

deb ía tantas obligaciones ; en t ern ec i óse el buen se

nor , demanera que m e dió más dinero del que m e

daría si hubiera leído o penetrado lo que pasaba

en lo intimo de mi corazón . Antes de montar quise

ir a dar un abrazo a mi padre y a mi madre , los

cuales n o anduv ieron escasos en materia de conse

j os . Exh ortáronm e* a que t odos los d ías en comen

dase a Dios a mi tío , a vivir cristian amente , a n o

mezclarme nunca en negocios peligrosos y , sobre

todo , a no desear , y mucho menos a tomar , lo aje

no contra la voluntad de su dueño . Después de

haberme arengado largamente , m e regalaron con

su bendición , la única cosa que podía esperar de

e llos . Inmediatamente m on tó en mi mula y salí de

la ciudad .

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CAPITULO II

De los sustos que tuvo Gi l Blas en el camino de

Peñaflor, lo que hi zo cuando llegó allí y lo que le

sucedió con un hombre que cenó con é l.

H é t eme aquí ya fuera de Oviedo , camino de P e

ñaf lor , en medio de los campos , dueño de mi per

sona, de una mala mula y de cuarenta buenos du

cados , sin contar algunos reales más que había

hurtado a mi bon ísimo t ío . L a primera cosa que

hice fué dej ar la mula a discreción , esto es , que

anduviese al paso que quisiese . Ech éla el freno so

b re el pescuezo , y sacando de la faltriquera misducados los comencé a contar y recontar dentro

del sombrero . N o podía contener mi alegría; j amás

m e había visto con tanto dinero junto ; n o me h ar

taba de verle , tocarle y re t ocarle . Estáb ale recon

tando quizá por la v igésima v e z , cuando la mula

alzó de repente la cabeza en aire de espantadiza,aguzó las orejas y se paró en medi o del camino .

Juzg ué desde luego que la había espantado algun a

cosa, y examiné lo que podía ser. Vi en medi o del

camino un sombrero , con un rosario de cuentas

gordas en su copa , y al mismo tiempo o í una voz

lastimosa que pronunció estas palabras :

pasajero , tenga usted piedad de un pobre soldado

estropeado y sírvase de echar algunos reales en

ese sombrero , que Dios se lo pagará en el otro

mundo !» Volví los oj os hacia donde venía la voz ,

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y vi al pi e de un matorral , a v einte o treinta pasos

de m i , un a especie de soldado , que sobre dos palos

cruzados apoyaba la boca de una escopeta . que

m e pareció más“

larga que un a lanza , con la cual

me apun taba a la cabeza . Sob resa lt ém e extrañamente , miré como perdidos mis ducados y empecéa temblar como un azogado . Recogí lo mejor quepude mi di nero ; metile disimulada y boni tamen te

en la faltriquera , y quedándome en las manos con

algunos reales los fuí echando poco a poco y uno

a un o en.

el sombrero destinado para recibir la

limosna de los cri stianos cobardes y atemori zados ,a fin de que conociese e l soldado que yo me por

taba noble y generosamente . Quedó satisfecho de

mi generosidad y di óme tantas gracias como yo

espolazos a la mula para que cuanto antes m e ale

j ase de él; pero la maldita bestia , burlándose demi impaciencia, n o por eso caminaba más a prisa .

La viej a costumbre de caminar paso a paso baj oe l gobierno de m i t io la había hecho olvidarse delo que era el galope .

N o m e pareció esta av entura e l mej or agueropara e l resto del v iaje . Veía que aun n o estaba en

Salamanca y que me podían suceder otras peores .

Parec i óm e que mi t ío había andado poco prudenteen n o haberme entregado a algún arriero . Estoera , sin duda , lo que debiera haber hecho ; perole parecía que dándome su mula gastaría menosen e l viaje , lo cual le hizo más fuerza que la cons iderac i ón de los peligros a que me exponía . Para

reparar esta falta determiné vender mi mula en

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Peñaflor, si tenía la dicha de llegar a aquel lugar.y ajust arme con un arriero hasta Astorga , hac ien

do lo mismo con otro desde Astorga a Salamanca.

Aunque nunca había salido de Oviedo,sab ía los

nombres de todos los lugares por donde había de

pasar, habiéndome informado de ellos an tes de ponerme en camino .

Llegué felizmente a Peñaflor y m e paré a la

puerta de un mesón que tenía bella apariencia .

Apenas eché pie a tierra cuando e l mesonero me

salió a recibir con mucha cortesía . El mismo des

ató mi maleta y m i s alforj as , cargó con ellas y m e

conduj o a un cuarto , mientras sus criados llevaban

la mula a la caballeriza . Era el tal mesonero e l

mayor hablador de todo Asturias , tan fácil en con

tar sin necesidad todas sus cosas como curioso en

informarse de las a j enas . Díjom e que se llamaba

Andrés Corzuelo y que hab ía servido al rey mu

chos años de sargento,y se había retirado quince

meses hacía por casarse con una moza de Castro

pol , que era buen bocado , aun que algo morena. Ydespués m e refirió otra infinidad de cosas que tanto

importaba saberlas como ignorarlas . Hecha esta

con fianza, j uzgándose ya acreedor a que yo le co

rrespondiese con la misma, m e preguntó quién era ,

de dónde venía y a dónde caminaba . A todo lo cualm e consideré obligado a responder artículo por ar

tículo , puesto que cada pregunta la acompañaba

con una profunda reverencia , suplicándome muy

respetuosamente que perdonase su cur iosidad . Esto

me empeñó insensiblemente en un a larga conver

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conformaría con ello . R epli cóm e , picándose de hom

bre de bien y t irnorat o , que habiendo interesado

su conciencia le tocaba en lo más vivo y en lo que

más le dolía, porque al f in éste e ra su lado flaco ;y efectivamente. no era el más fuerte

,porque en

lugar de los diez o doce doblones en que mi t io la

había valuado no tuvo v ergi i en z a de tasarla en

tres ducados , que me entregó , y yo recibí t an ale

gre como si hub iera ganado mucho en aquel trato .

Después de haberme deshecho t an ventaj osa

mente de mi mula , e l mesonero me conduj o a casa

de un arriero que al d i a siguiente había de part ir

a Astorga. Díjom e ést e que pensaba salir antes de

amanecer y que él tendría cuidado de despertar

me . Quedamos de acuerdo en lo que le había de

dar por comida y macho , y yo me volví al mesón

en compañia de Corzuelo , el cual en e l camino me

comenzó a contar toda la historia del arr iero . En

c ajóm e cuanto se dec ía de él en la villa , y aun lle

vaha traza de continuar a turd iéndom e con sus im

pertinentes habladur ías , cuando , por fortuna , le

interrumpió un hombre de buen aspecto , que se

ac ercó a él y le saludó con mucha urbanidad . De

jeloe a los dos y proseguí mi camino , sin pasarme

por e l pensamiento que pudiese yo tener parte al

guna en su conversación .

Luego que llegué al mesón , pedí de cenar . Era

día de vi ernes y m e contenté con huevos . Mientras

los disponían , t rahé conversación con la mesonera ,

que hasta enton ces no se había dejado v er . Pare

cióme bastan temente linda. de modales muy desi

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embarazados y vivos . Cuando me avisaron que yaestaba hecha la torti lla , m e senté a la mesa solo .

No bien había comido el primer bocado , he aquí

que entra el mesonero en compañ ia de aquel hom

b re con quien se hab ia parado a hablar en el ca

mino . El tal caballero , que podía t en er treinta años ,traía al lado un largo ch a fa ro t e . Acercándose a m i

con cier to ai re a legre y apresurado , <<Señor liceu

c lado— me dij o acabo de saber que usted es el

señor G i l Blas de Santillana , la honra de Oviedo

y la antorcha de la Filosofía . ¿Es posible que sea

usted aquel j oven sapientísimo , aquel ingenio su

b lim e cuya reputación es tan grande en todo este

país ? ¡Vosotros no sabéis— volviéndose al mesone

ro y a la mesonera— qué hombre tenéis en casa !

¡Tenéis en ella un tesoro ! ¡En este mozo estáis

viendo la octava maravilla del mundo !» Volv i én

dose después hacia m i , y echándome los brazos al

cuello , <<Excuse usted— me dij o— mis arrebatos ; n o

soy dueño de m i mismo ni puedo contener la ale

gria que me causa su presencia . »

No pude responderle de pronto,porque me tenía

tan estrechamente abrazado que apenas me dej aba

libre la respiración ; pero luego que desembaracé

un poco la cabeza, le dij e : <<Nunca creí que mi n om

bre fuese conocido en Peñaflor . » llama cono

cido —me repuso en e l mismo tono Nosotros te

n emos registro de todos los grandes personaj es que

nacen a vein te leguas en contorno . Usted está re

putado por un prod igi o , y no dudo que algún díadará a España tanta gloria e l haberle producido

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como a la Grecia el ser madre de sus siete sabios .A estas palabras se siguió un nuevo abrazo , quehube de aguantar aun a peligro de que me suce

diese la desgracia de An t e c . Por poca experiencia

del mundo que yo hubiera tenido , no me dejaría

ser el dominguillo de sus demostraciones ni de sus

hipérboles . Sus inmoderadas adulac i on es y ex cesi

vas alabanzas me harían conocer desde luego que

era uno de aquellos truhanes pegotes y pe t a rd is

t as que se hallan en todas partes y se introducen

con todo forastero para llenar la barriga a costa

suya ; pero mis pocos años v mi vanidad me h i c i e

ron formar un juicio muy distinto . Mi panegirista

y mi admirador me pareció un hombre muy de

bien y muy real , y as i , le convidé a cenar conmi

go . mucho gusto !— me respondió pron t am en

te Estoy muy agradecido a m i buena estrella

por haberme dado a conocer al ilustre señor Gi l

Blas y no quiero malograr la fortuna de estar en

su compañía y disfrutar sus favores lo más que

m e sea posible . A la verdad— prosiguió no ten

go gran apetito , y me sentaré a la mesa sólo por

hacer compañía a usted , comiendo algunos boca

dos meramente por compla cerle y por mostrar

cuánto aprecio sus finezas .»

Sen t óse enfrente de m i el señor mi panegirista .

Trajé ron le un cubierto , y se arroj ó a la tortilla con

tanta ansia y con tanta precipitación como si hu

biera estado tres días sin comer . Por e l gusto con

que l a comía conocí que presto daría cuenta de

ella. Mandó se hic i ese otra, lo que se e jecutó el

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instante; pusi éron la en la mesa cuando acababa

mos, o , por mejor decir , cuando mi huésped aca

baba de engullirse la primera . Sin embargo , comía

siempre con igual presteza , y sin perder bocado

añad ía … sin cesar alabanzas sobre alabanzas , las

cuales m e sonaban bien y me hacían estar muy

contento de mi person i lla . Bebía frecuentemente ,brindando unas veces a mi salud y otras a la de

mi padre y de mi madre , no h artándose de cele

brar su fortuna en ser padres de tal hijo . Al mis

mo tiempo echaba vino en mi vaso , incitándome a

que le correspondiese . Con efecto , no correspond ía

yo mal a sus repetidos brindis ; con lo cual y con

sus adulac iones me sentí de tan buen humor que ,

viendo ya medio comida la segunda tortilla , pre

gun t é a l mesonero si tenía algún pescado . El se

nor Corzuelo ,que

,según todas las apariencias , se

entendía con el petardista , respond ió : <<Tengo una

excelente trucha; pero costará cara a los que la

coman y es bocado demasiadamente delicado para

usted .» llama'

usted demasi adamen te deli ca

do — replicó mi adulador ¡Traiga usted la tru

cha y descuide de lo demás ! ¡Ningún bocado , por

regalado que sea , es demasiado bueno para el se

nor Gi l Blas de Santillana , que merece ser tratado

como un príncipe !»

Tuve particular g usto de que hubiese retrucado

con tanto a i re las últimas palabras de l meson ero ,en lo cual n o hizo mas que an t i c ipárseme . Dime

po r ofendido y dij e con enfado al mesonero:

ga la trucha y otra vez piense más en lo que dice !»

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El mesonero , que no deseaba otra cosa,hizo cocer

luego la trucha y presen t ó la en la mesa . A vi stade l nuevo plato brillaron de alegría los oj os de ltaimado , que dió mayores pruebas del deseo quetenía de complacerme ; es decir , que se abalanzó

al pez del mismo modo que se había arroj ado a

las tortillas . No obstante , se vió precisado a ren

di rse , temiendo algún accidente , porque se había

hartado hasta el gollete . En fin , después de haber

comido y bebido hasta más no poder,quiso poner

fin a la comedia . señor G i l Blas ! —me di j o a l

zándose de la mesa Estoy tan contento de lo

b ien que usted me ha tratado . que n o le puedo

dejar sin darle un importante consej o , de l que me

parece tiene no poca necesidad . Desconfíe por lo

común de t odo hombre a qui en no conozca , y esté

siempre muy sobre si para no dej arse engañar delas alabanzas . Podrá usted encontrar con ot ros que

quieran , como yo , divertirse a costa de su credu

lidad , y puede suceder que las cosas pasen más

adelante . N o sea usted su hazmerreir y no crea

sobre su palabra que le tengan por la octava in arav i lla de l mundo .» D i ciendo esto , ri óse de m i en

m i s b igotes y v olv i óm e las espaldas .

Sentí tanto e sta burla como cualquiera de las

mayores desgraci as que me sucedi eron después . No

hallaba consuelo v i é ndom e burlado tan grosera

mente , o , por mej or decir , viendo mi org ullo tan

humillado . posible— me decía yo— que aquel

traidor se hubi ese burlado de m i ! Pues qué , ¿ sola

mente buscó al mesonero para sonsacarle,o est a

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han ya de inteligencia los dos ? ¡Ah pobre Gi l Blas ;muérete de v ergi i enza , porque diste a estos bri

bones j usto motivo para que te hagan ridículo ! S in

duda que compondrán una buena historia de esta

burla , la cual podrá muy b i en llegar a Oviedo , y

en verdad que t e hará grandísimo honor . Tus pa

dres se a rrepentirán de haber arengado tanto a un

mentecato . ¡En vez de exhort arme a que no en

ganase a nadie , deb i eran hab erme encomendado quede ninguno me dejase engañar !» Agitado de estos

amargos pensamientos , y encendido en cólera , me

encerré en mi cuarto y me metí en la cama ; pero

no pude dorm i r, y apenas hab ía cerrado los oj os

cuando el arriero vino despertarme y a decirme

que sólo esperaba por m i para ponerse en camino .

Levá nteme prontamente , y mientras me estabavisti endo vino Corzue lo con la cuenta del gasto ,en la cual no se olvidaba la trucha; y n o solamente

hube de pasar por todo lo que el cargaba , sin o que ,mi entras le pagaba el din ero , tuve el dolor de co

me cer que se estaba relamiendo en la memoria de l

pasad o chasco de la noche precedente . Después de

haber pagado bien una cena que hab ia digerido

tan mal , partí con mi maleta a casa del arriero ,dando a todos los diablos al petardista

,al meso

nero y a l mesón .

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CAPITULO III

De la tentaci ón que tuvo el arriero en el camino,en qué paró, y cómo Gi l Blas se estrelló contra Ca

ri bdis queriendo evi tar a Sci la.

No era yo solo e l que había de caminar con e l

arriero . H ab ían se ajustado con el mismo dos hij os

de familia de Peñaflor; un muchacho o niño decoro de Mondoñedo , que iba a correr mundo ; un

caballerete de Astorga v una j oven de l Bierzo , con

quien acababa de casarse . En muy poco tiempo

nos hicimos amigos , y cada uno contó a dónde i b a

y de dónde venía . Aunque la novia estaba en lo

mej or de su edad , era tan morena y de tan poca

gracia que no me daba mucho gusto e l mirarla ;con todo eso , sus pocos años y su robustez in cli

naron hacia ella al arriero ; tanto , que resolvió ha

cer una tentativa para lograr sus favores . Pasó la

j ornada en meditar e l modo y dilató la ej ecución

hasta la úl tima posada . Esta fué en Cacabelos .

H ízon os apear en un mesón que está a la entrada

del lugar, esto es , un poco fuera de él , cuyo me

sonero sabía él muy bien que era hombre callado

y amigo de complacer . Dispuso que nos conduj ese

a un cuarto muy retirado , donde nos dej ó cenar

tranquilamente ; pero al fin de la cena vimos en

trar al arriero furioso como un demonio , votando ,jurando y blasfemando ; y mirándonos a todos con

oj os c en t e lle an t es , vida de qu i en soy— di j o

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casualidad se ha llaba cerca de una pesada que sa

bía ser m uy digna de su atención , entró en ella ,

y preguntó quién daba y cuál era el motivo de

aquellos gritos . El mesonero estaba cantando en

la cocina y fingiendo que nada había oído ; n o ob s

tante , se vió precisado a conducir a l comandante

y a la patrulla al cuarto de la persona que gritaba .

Conoció luego el alférez e l negocio de que se tra

taba, y , como era hombre grosero y brutal , regaló

provisionalmente al enamorado arriero con cinco

o seis buenos palos con el mango de la alabarda , y

le arengo con unas v e ces tan ofensivas al pudor

como la acción que daba m o t iv o,a la arenga . No

se contentó con esto : echó mano d el deli ncuente

y le conduj o a la presencia del j uez,juntamente

con la agraviada delatora , que con toda resoluci ón

quiso ir en persona a quej arse de él,no obstante

el desorden en que se hallaba . Oyola e l juez , y

habiéndola observado atentamente , ha lló que el

acusado no tenía excusa algun a y que era indigno

de perdón . Mandó al punto le despoj asen y que

en su presencia le di esen doscientos azotes , y orden ó después que , si a l dí a sigui ente no parecía e l

marido de aquella mujer,dos soldados la llevasen

con toda decencia a Astorga a costa del arriero .

Por lo que toca a m i , atemorizado qui zá más

que los otros , salí prontamente al campo , y atrav esando terrenos , penetrando matorrales y saltan

do los fosos que hallaba en e l camino , llegué por

fin a un lóbrego y espeso bosque . Ib a a entrar en

él y a esconderme en el más erizado matorral

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cuando me v i de repen te con dos hombres a ca

ballo,que se pararon delante de m i . va

dij eron ; y como el miedo y la sorpresa no

me dej aron hablar,acercándose más , cada uno me

puso al pecho una pistola , i n t i mándom e , pena de

la vida , que les d ij ese quién era , de dónde venía

y qué i b a vo a hacer en aquel bosque . A esta ma :

nera de pregunta r, que me pareció un qui d pro quo

del tormento con que se había burlado de nosotros

el arriero , respondí que era un pobre estudiante

d e Ov i cdo , que iba a continuar m i s estudios en

Salamanca , re f i ri éndoles lo que nos acababa de su

ceder y confesando sencillamente que e l miedo del

tormento m e h ab ia hecho huir sin saber dónde es

conderm e . Dieron una grande carcaj ada cuando

oyeron un discurso que tanto mostraba mi senci

llez ,y uno de ellos me dij o : (¡No tengas miedo , que

rido ; vente con nosotros y no temas , que te pon

drem os en toda seguridad . » Diciendo esto , me hizo

montar en la grupa de su caballo , y volviendo las

riendas nos en v a in am os todos tres en lo más in

trincado y más espeso de l bosque .

No sabía yo qué .pensar de tal encuentro ; mas ,no obstante, no pronosticaba cosa mala . <<Si estos

hombres fueran ladrones— me decía yo a m i mis

mo — »

ya me hubieran robado y quizá asesinado

también . Acaso serán algunos buenos hidalgos de

esta tierra , que v i éndom e atemorizado se han com

padecido de m i y por caridad me llevan a su casa .»

No me duró mucho la duda . Después de algunas

vueltas y rev ue ltas , con gran d is'

imo silencio llega

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mos por fin al pie de una colina, donde nos apea

mos . ((Aquí hemos de dormir», d ij o uno de los

cabal leros . Por más que yo volví los oj os a todas

partes , no veía casa , choza o cabaña , ni la más

mínima señal de habitación ; cuando vi que aquellos dos hombres alzaron una gran trampa de ma

dera , cubierta“ de tierra y de enramada , que ocul

taba una larga entrada subterránea muy pend i en

te , por donde los caballos por sí mismos se dejaron

resbalar como quienes ya estaban acostumbrados .

Los caballeros me hicieron entrar con ellos y deja

ron caer la trampa con unas cuerdas que para este

efecto estaban fuertemente atadas a ella . Y he

aquí al digno sobrino de mi tío el canón igo G i l

Pérez metido como ratón en una ratonera .

C A P I T U L O IV

Descripción de la cueva sub terránea y de lo que vióen ella Gi l Blas.

Entonces conocí entre qué especie de gentes me

hallaba,y fácilmente se puede adivinar que este

conocimiento me quitaría el primer temor ; pero

otro mucho mayor se apoderó luego de m i . Di por

supuesto que iba a perder la vida con mis pobres

ducados ; y mirándome como una víctima que era

conducida al sacrificio , caminaba más muerto que

vivo entre mis conductores , cuando , advirtiendo

ellos mi smos que'

iba temblando , me exhortaron

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con la mayor dulzura , pero inútilmente , a_que de

pusiese todo temor . Habríamos caminado como

unos doscientos pasos , cuando entramos en un a

especie de caballeriza , a que daban luz dos gran

des candiles que pendían de la bóveda . Había en

ella una buena provisión de paja y muchos sacosatestados de cebada. Podían caber en ella hasta

veinte caballos , pero a la sazón solamente había

los dos que acababan de llegar . Salimos de la cáb a lleri za y llegamos a la cocina, donde un a viej a

estaba disponiendo la cena . No faltaba en la co

cina utensilio alguno . La cocinera era un a mujer

de más de sesenta años . Sus blancos cabellos con

se rv ab an algunas manchas , residuos d el color ru

bio subido que tuvieran ; su barba era puntiaguda ,v la nariz tan larga y encorvada que casi llegaba

a besar la boca con la punta , y sus oj os tan en c a r

nados que parecían dos tomates maduros .

<<Señora Leonarda — dij o uno de los caballeros ,

presen tándom e a aque l bello ángel de t inieblas

mire este mocito que le traemos .» Y volviéndose

después a m i , y v i éndom e pálido y consumido , m e

dij o : <<Vuelve , querido ,en ti , y no tengas miedo ,

pues no t e queremos hacer mal . Nos hacía falta unmozo que aliviase en algo a nuestra pobre coci

nera; te encontramos , y ésta ha sido tu fortuna .

Ocuparás la plaza de un mozo que murió quince

días ha , porque era de delicada complexión . L a

tuya parece más robusta y no morirás tan presto .

A la verdad , no volverás ya a ver el sol ; pero , en

recompensa , cameras b ien y tendrás'

siempre bue

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na lumbre . Pasarás la vida con Leonarda , que es

una criatura muy amable y humana . Tendrás cuan

tas conveniencias qmsi eres , y ahora conocerás que

no has venido a v iv i r entre pordi oseros y despi l

farrados .» Al mismo tiempo tomó una luz y me

mandó que le siguiese . L lev óm e a una bodega ,

donde v i una infinidad de botellas y grandes vas i

j as de barro b ien tapadas , llenas todas de vinos

exquisitos . H íz om e pasar después por muchos cuar

tos , unos a testados de piezas de lienzo v otros de

ricos paños v telas de lana y seda . En otro vi pla

ta v oro y mucha vaj illa marcada con diferentes

escudos de armas . Seg uí1e después a una gran sala ,

que alumbraban tres gran des arañas de metal V

conducía a otros cuartos que se comunicaban conella . Aquí m e hizo nueva s preguntas , es a saber

cómo me llamaba y por qué había salido de Ov i e

do . Después que satisfice su curiosidad , ((Ahora

bien , Gi l Blas— me dij o con mucho agrado pues

to que sólo salis te de tu patria para lograr algún

acomodo , parece que naciste de pie , pues se te

propºrc i on a vivir entre nosotros . Ya te lo he di

cho : aquí vivirás en medio de la abundancia ; na

darás en oro y plata y estarás con toda seguridad .

Tal es este subterráneo , que aun que venga c i en

veces a este bosque la Santa Hermandad , nunca

dará con él : la entrada sólo la conocemos yo y mis

camaradas . Acaso me p reguntarás cómo hemos po

dido nosotros fabricar este subterráneo sin que lo

supiesen los paisanos de los lugares vecinos; pero

has de sab or, amigo mio , que ésta no ha sido obra

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nuestra sino de muchos siglos . Después que los

moros se apoderaron de Granada , de Aragón y de

casi toda España , los cristianos que n o se quisi e

ron suj etar al yugo de los infieles huyeron y se

ocultaron en este país , en Vizcaya y Asturias ,adonde se retiró también el valiente don Pelayo .

Los fugi tivos y dispersos vivían por familias en

los bosques y en las más ásperas montañas ; unos ,escondidos en cavernas , y otros , en subterráneos

que ellos mismos fabricaron , y éste es uno de tan

tos . Después que , afortunadamente , arrojaron deEspaña a sus enemigos se volvieron a sus ciuda

des , villas y lugares , y desde entonces los sub t e

rrán eos sirvieron de asi los a las gentes de nuestra

profesión . Es cierto que la Santa Hermandad h a

descubierto v destruído algunos , pero todavía han

quedado muchos ; y yo , gracias al C i elo , quince

años hace que habito impun emente en éste . L lá

mome el capitán Rolando,soy e l j efe de la. com

pania , y el otro que viste conmigo es uno de mis

camaradas .»

CAPITULO V

De la llegada de otros ladrones al subterráneo y dela conversación que tuvieron entre si .

No bien había dicho estas palabras e l capitán ,

cuando aparecieron en la sala seis caras nuevas ,

que eran su teniente y otros cinco de la gavilla .

Venían cargados de presa . Traían dos grandes zu

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rron es llenos de azúcar , canela , almendras y pa

sas . El teniente , dirigiéndose al capitán , le d ij o

que habia despojado a un espe c i ero de Benavente

de aquellos zurrones , como también del macho quelos llevaba ; y después de haber dado cuenta de su

expedición en la pi eza que servía de despacho,se

entregó en la repostería la hacienda del espe c iero .

Hecho esto , se trató de cenar y de alegrarse . Pre

pararon en la sala una gran mesa , y a m i m e en

v iaron a la cocina para que la tía Leonarda me

instruyese en lo que debía hacer . Cedí a la nece

sidad , ya que mi mala suerte lo quería así , y disi

mulando mi sentimiento , me dispuse a servir a una

gente tan honrada .

Di princ ipio por e l aparador , cub r1endo le de va

sos y sa lv i llas de plata , flanqueadas de botellas

llenas de excelente vino , que el señor Rolando me

había ponderado . Puse en la mesa dos géneros de

sopa , a cuya vista todos ocuparon sus asientos .

Comenzaron a comer con mucho apetito , mante

n i éndom e yo tras de ellos en pie para servirles e l

vino . El capitán les contó en pocas palabras mi

historia de Cacabelos , con la cual se divirtieron

mucho . Aseguróle s después que yo e ra un mozo

de mérito ; pero como estaba ya tan escarmentado

de las alabanzas,pude oír mis elogios sin peligro .

Convinieron todos en que parec ia yo como nacido

para ser copero suyo , y que valía cien veces más

que mi predecesor . Como después de su muerte la

señora Leonarda era la que había servido e l n é c

tar a aquellos dioses infernales. le privaron de este

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¡Ya saben ustedes , señores . que yo soy hij o ún ico

de un rico vecino de Mad rid . Ce leb róse mi nacimiento en la fam ilia con grandes regocij os . Mi padre , que ya era viej o , sin tió suma alegría al verse

con un heredero , y mi madre no quiso que otramas que ella m e d iese de mamar . Vivía entoncesmi abuelo materno . Era un hombre que sólo sabía

rezar su rosario y contar sus proe zas militares ,porque había servido a l rey muchos años , y no se

ocupaba ya en más . Insensiblement e v ine yo a se r

e l ídolo de estas tres personas . Continuamente metenían en brazos . Por miedo de que e l es tud io no

m e fa t ígase en mis primeros años , me los dejaron

pasar en los d iv ert im ien tos más pueriles . eN o con

viene— dec ía mi padre— que los niños se apliquen

a cosas seri as hasta que e l tiempo haya mad urado

un poco su razón .» Esperando a esta madur ez , no

aprendía a leer y escribir ; mas no por eso perdía e l

t iempo . Mi pad re me enseñaba m i l géneros de jue

gos ; conocía yo perfectamente los naipes , jugaba a

los dad os , y mi abuelo me contaba mil novelas so

b re las expediciones milita res en que se había ha

llad o . Can táb ame siempre unas mismas coplas acer

ca de dichas expedi ciones ; cuando en espac io de

tres meses había aprendido bien diez o doce v er

sos, los repetía sin errar un punto delante de m is

padres , los cuales se admiraban de m i prodigi osa

memoria. No celebraban menos mi agudo ingen io

cuando,valiéndome de la libertad que tenía para

decir cuanto m e viniese a la boca , int errum pía sus

conversaciones para decir tuerto o derecho tod o

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lo que me ocurría. Entonces mi madre m e sofo

caba a caricias y mi buen abuelo lloraba de puro

gozo . N o les ib a en zaga mi padr e ; siempre que

me o ía algún despropósito o alguna b ach i llería ,

mirándome con gran ternura exclamaba : qué

gracioso eres y qué lindo !» Con est as alas , no re

parab a en hacer impun emente en su p resencia las

más indecentes acciones . Todo m e lo perdonaban

y todos me adoraban . Había entrado ya en doce

años y aun no tenía ningún mae stro . Buscáronme

finalmente uno ; pero mandándole expresamenteque me enseñase , mas sin facultad para da rme e l

menor castigo . A lo sumo le permitieron que algu

na v ez me amenazase sólo para in t im idarme . Sirv ió

de POCO este permiso , porque me burlaba de las

amenazas de mi preceptor, o bien , con las lagri

mas en los oj os , iba quejarme a mi madre o a mi

abuelo,diciéndoles que e l aye me había maltrata

de . En vano acudía e l pobre diablo a desmentir

me : t en ían le por un hombre brutal , y siempre me

creían a m i más que a él . Un d ía me arane yomismo y me fuí a quejar del maestro porque me

había desollado ; inmediatamente le despidió de

c asa mi madre , sin querer darle oídos , por más

que protestaba al cielo y a la tierra que ni siquiera

me había tocado .

»De este mismo modo me fuí desembarazando demis preceptores , hasta que me presentaron uno

como le deseaba y me convenía para acab arme

de perder. Era un bachiller de Alcalá . ¡Excelentemaestro para un hij o de familia ! Era inclinado a .

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mujeres , al j uego y a la taberna. N o m e podí an

haber puesto en mejores manos . Desde luego se

dedicó a ganarme por el amor y por la dulzura.

Consiguiólo , y por este medio logró que tambiénle

'

amasen m is padres , los cuales m e entregaron

enteramente a su gobierno . No tuvieron de qué

arrepentirse , porque en breve tiempo y desde luego

me perfeccionó en la ciencia del mundo. A fuerzade llevarme cons igo a todos los paraj es donde t e

nía su diversión m e inspiró de tal manera la afi

ción a ello que , a excepción del latín ,en lo demás

era yo un muchacho universal . Cuando vió que ya

no tenía necesidad de sus preceptos , fué a enseñarlos a otra parte .

»Si en mi infancia había vivido t an libremente a

vista de mis padres,cuando comencé a ser dueño

de mis acciones tuve sin duda mayor libertad . En

el seno de mi familia fué donde di las primeras

pruebas del aprovechamiento de mi educación . Burláb am e de ellos a las claras y en todo momento .

R e ianse de mis intrepideces,y tanto más las cele

brahan cuanto eran más vivas y más intolerables .

Mientras tanto cometía todo género de desórdenescon otros muchachos de mi edad y de mi humor.

Como nuestros padres no nos daban todo el dinero

que habíamos menester para proseguir en un a vida

tan deliciosa, cada uno robaba en su casa cuanto

podía , y cuando esto no alcanzaba, nos dimos a

robar de noche, y siempre con fruto . Por d esgra

cia , llegó algún rumor de esto a los oídos de l corregidor . Quiso mandarnos prender; pero fuimos

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avisados con tiempo de isu mala intención . Recu

rrimos a la fuga , y d imon o'

s a - ej ercitar e l mismo

oficio en los caminos públicos . Desde entonces acá

he tenido la dicha de haber envej ecido en la pro

f esión , a pesar de los peligros que son anej os aella .»

Cuando el capitán acabó de hablar , e l teniente

tomó la palabra , y dij o asi : ((Señores , una educa

ción enteramente contraria a la del señor Rolando

produjo en m i e l mismo efecto que en él . Mi padrefué carnicero en Toledo y e l hombre más feroz

que había en toda la ciudad ; mi madre n o era de

condición más suave que su marido . Desde mi ui

ñez m e comenzaron a azotar a cual más podía y

como a competencia un o de otro . Cada día recibía

mil azotes . La más mínima falta que cometiesee ra castigada con el mayor rigor . En v ano les pe

día perdón con las lágrimas en los oj os , prom e t ien

do la enmienda ; no había misericordia para m i , ylas más veces me castigaban sin razón . Cuando mi

pad re m e sacudia, siempre mi madre se pon ía de

su parte en lugar de interceder por mi . Estos ma

los tratamientos me inspiraron tanta aversión a la

casa paterna que antes de cumplir los catorce añosme escapé de ella . Tomé e l camino de Aragón y

llegué a Zaragoza pidiendo limosna . Enheb rém e

allí con unos pordioseros que p asaban una vida

bastante feliz y acomodada . En señáronme a cont rahacer e l ciego

, e l estropeado y a figurar en las

piernas unas llagas postizas . Todas las mañanas ,a la manera de los comed iantes que se ensayan

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para representar sus papeles , nos ensayábamos nos

otros para representar los nuestros, y después cada

uno i b a a ocupar su puesto . Por la noche nos j un

táb amos y nos reiamos de los que se hab ían com

padecido de nosotros por e l día . Canséme presto

de vivir entre aquellos miserables , y queriendo

juntarme con otra gente más honrada , m e asoc ió

con unos ca ba lleros de la i ndustri a . E nseñáronme

a hacer bellos juegos de manos ; pero n os vimos

precisados a salir presto de Zaragoza, porque nos

descompusimos con cierto min istro de justicia que

siempre nos había protegido . Cada uno tomó su

partido . Yo , que me sentía dispuesto a emprender

grandes hechos , me acomodé en una tropa de hom

bres valerosos que hacían contribuir a los pasaje

ros y caminantes , agradándome tanto su modo de

vivir, que desde entonces acá no he querido bus .

car otro . Si me hubieran dado otra educación más

suave , probablemente no sería ahora mas que un

pobre carnicero , cuando me hallo hoy con e l honor

y con el grado de vuestro teniente .»

eSeñores— dij o entonces un ladrón que estaba

sentado entre e l teniente y e l capitán las histo

rias que acabamos de o ír n o son t an variadas ni

t an curiosas como la m ía . Debo mi nacimiento a

una aldeana o labradora de las cercanías de Sevi

lla . Tres semanas después que me dió a luz , como

era todavía moza, bien parecida , aseada y —muy

robusta, la buscaron para que criase un niño , hij o

de padres disting uidos , que acababa d e nacer en

dicha ciudad . Aceptó con gusto la propuesta, y

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fué a Sevilla para traerse e l niño a casa. Entregá

ronsele , y apenas se vió con él en su aldea cuandoobservó que él y yo éramos algo parecidos , y estaobservación le excitó e l pensamiento de t rocarnos ,con la esperanza de que con el tiempo le agrade

ceria yo el buen oficio . Mi padre , que no era más

escrupuloso que su honrada mujer, aprobó la su

perchería . De suerte que , habiéndonos mudado depañales , e l hij o de don Rodrigo de Herrera fué enviado con mi nombre a otra ama para que le criase ,y a m i me crió mi madre baj o e l nombre del otro .

»Digan lo que qui sieren sobre e l instinto y fuerza de la sangre , los padres de l caballerito fácil

mente se dejaron engañar . N o tuvieron la más m i

n irn a sospecha de la pieza que les habían jugado ,y hasta los siete años me tuvieron siempre en sus

brazos ; y siendo su intención hacerme un caballero

completo , me buscaron todo género de maestros .

Pero losmás hábiles suelen hallar discípulos que les

hacen poco honor ; yo fuí uno de éstos . Ten ia poca

di sposición para los ej ercicios que me enseñaban

y mucha menos i nclinación a las ciencias en que

me querían instruir. Gustaba más de jugar con loscriados de casa , yéndolos a buscar a la caballeriza

y a la cocina . Pero e l juego no fué mucho tiempomi pasión dominante . A fi c ion éme al vino , y m e

emborrachaba todos los días . Retozaba con las

criadas; pero particularmente me dediqué a corte

j ar a una moza rolliza de cocina , cuyo desemb ara

zo y buen color me gustaban mucho , parec i éndome

que merecía mis primeras atenciones . Enamoráb ala

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con tan poca cautela, que has t a el mismo don R o

dr igo lo conoció . R eprendi óme agriamente , afean

deme la baj eza de mis inclinaciones, y por tem or

de que la presencia del objeto hiciese inútiles sus

reprimendas , despidió de casa a mi Dulcinea .

»Irri tóm e mucho este proceder, y resolv í vengar

me . Robé sus pedrerías a la mujer de don Rodrigo ;corrí en busca de mi bella Elena, que vivía en

casa de una lavan dera amiga suya; saqué la de ella

a la mitad del día para que ninguno lo supiese , y

aun pasé más adelante. Llev é la a su tierra, donde

nos casamos solemnemente , así por dar este des

pique más a los Herreras como por dejar a los hij osde familia un ej emplo tan bueno que imitar . Tres

meses después de mi a rrebatado matrimoni o supe

que don Rodrigo había muerto . No dej é de sentir

su muerte . Partí prontamente a Sevilla a pedir su

herencia; pero hallé las cosas muy mudadas . Mi

madre había ya fallecido , y antes de su muerte

tuvo la indiscreción de declarar lo que había hecho , en presencia del cura y de otros buenos t es

t igos. El hij o de don Rodrigo ocupaba ya mi lu

gar, o por mej or decir, e l suyo , y acababa de ser

reconocido por tal , con tanto mayor aplauso y _

ale

gria cuanto era menor la satisfacción que yo les

causaba . De manera que , n o teniendo nada que

esperar en Sevilla y fastidiado ya de mi mujer ,me agregué a ciertos caballeros de fortuna , baj o

cuya disciplin a di principio a mis caravanas .»

Acabó su historia aquel ladrón , y comenzó otro

la suya, diciendo que él era hij o de un mercader

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me esperaban cenando . Aunque n o tenía hambre,

me puse a la mesa . N o podía atravesar bocado,y

v i éndome tan triste como era regular estarlo , pro

curaban consolarme aquellas dos análogas figur as ;pero sus consuelos contribuían más a mi deses

perac ión que a mi alivio . ¿ ¿De qué t e afliges , hij o ?

me preguntó la vieja.Antes bien , debieras a le

grart e de verte entre nosotros . Eres mozo y pare

ces dócil , con que presto t e perderías en e l mundo ,donde hallarías libertinos que te meterían en todo

género de disoluciones , cuando aquí está t an segura tu inocencia .» <<Tiene razón la señora L eonar

da ,

— dij o el viej o negro con una voz muy grave

y se puede añadir a lo que ha dicho que en e l mun

do no se encuentran mas que trabaj os . Da muchas

gracias a Dios , amigo m io ,porque de una v ez para

siempre te ha librado de los peligros , disgustos y

afliccion es de la vida .»

Sufrí con paciencia estos discursos , porque de

nada me serv i ria el inquie tarme . En fin , Domingo ,

después de haber comido v bebido bien , se fué a

su caballeriza . Leonarda cogió una linterna y m e

conduj o a una covacha que servía de cementerio

a los ladrones que morían de muertenatural , don

de vi un lecho que más parec ia tumba que cama .

((Este es tu cuarto— me dij o la viej a , pasándome la

mano por la caras E lmozo cuya pla za t ienes e l honor de ocupar durmió en esa cama el tiempo que vi

vió con nosotros,y sus huesos reposan debaj o de ella;

él se dej ó morir en la flor de su edad : no seas tú tan

S imple que imites su ej emplo .» Diciendo esto , eu

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t regóm e la hn te rna y v o lv ióse a su cocina . Puse la

luz en e l suelo y me arroj é sobre aquel miserablelecho , n o tanto para reposar cuanto para entre

garm e a mis tristes reflexiones . cielos ! — ex

clamé ¿Habrá situación más infeliz que la mía ?

¡Quieren que renuncie para siempre e l consuelo dever la cara de l sol; y como si no bastara hallarme

enterrado vivo a los diez y ocho años de mi edad ,

me v eo reducido a servir a unos lad rones , a pasar

e l día entre malvados y la noche con los muertos !»

Estos pensamientos , que me parec ian muy doloro

sos, y con efecto lo eran , me hacían llorar amarga

mente y sin consuelo .

*Maldecía mil veces la gana

que le había dado a mi t ío de enviarme a Sala

manca . Arrepen t íam e de haber tenido tanto miedo

a la justicia de Cacabelos y quisiera haber padecido el tormento antes que verme donde m e hállab a . Pero considerando que me con sumía inútil

mente eu vanos lamentos , comencé a d iscurrir en

los medios de librarme . sPues qué— m e decía yo

a m i mismo ¿ será por ventura imposible encon

trar modo de escaparme de aquí ? Los ladrones

duermen profundamente , la cocinera y e l negro

harán lo mismo dentro de poco tiempo ; mientras

todos estén dormidos , ¿no podré yo , a favor de

esta linterna, hallar e l camino por donde baj é aest e calabozo infernal ? A la verdad , n o sé s i tendrébastante fuerza para levantar la trampa que cubre

la entrada ; pero probaremos ; no quiero omitir nada

de cuanto pueda hacer. La desesperación me pres

tará fuerzas , y puede ser que m e salga con ello .»

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Tomada esta gran resoluc i ón , me levanté cuando

me pareció que Leonarda y Domingo podían estar

ya dormidos . Cogí la linterna, salí de mi covacha

y me en comendé a todos los santos del cielo . No

dej ó de costarme alguna dificultad el acertar con

las vueltas y revueltas de aquel laberinto . Llegué,en fin , a la puerta de la caballeriza , y me h alló en

el camino que buscaba. Fuí andando y acercán o

dem e a la trampa con cierta alegr ía mezclada de

temor; mas , ¡ay ! , en medio del camino m e encon

t re con un a maldita rej a de hierro bien cerrada y

cuyas barras estaban tan juntas que apenas podía

pasar la mano por entre e llás . Vime cortado y per

dido con aquel nuevo impedimento , que a l entrar

no había advertido por estar abierta la reja . Con

todo , n o dej é de probar si podia abrir el candado .

Examiné la cerradura , haciendo todo lo que pude

por forzarla , cuando de repente m e aplicaron en

las espaldas cinco o seis fuertes latigazos con un

buen v ergajo de buey . Di un grito , que rese ñ ó en

toda la caverna , y mirando atrás , vi al maldito

negro , en camisa, con un a linterna sorda en una

mano y con e l azote en la otra . bribon

zue lo ! — m e d1j o ¿Querías escaparte ? ¡No , ami

g nito , no esperes sorprenderme ! ¿Creíste que esta

r ia abierta la rej a ? Pues sabete que siempre la

encontrarás cerrada . Cuando atrapamos a alguno ,

le guardamos aquí mal que le pese , y si logra éscaparse ha de ser más lad ino que tú .»

Mientras tanto,al grito que yo había dado des

pert aron tres ladrones , los cuales se levantaron y

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vistieron a toda prisa , creyendo que la Santa H er

mandad v en ia a echarse sobre ellos . Llamaron a

los demás , que en un instante se pusieron en pie .

Toman las espadas y carabinas , y medio desnudos

acuden a donde estábamos Domingo y yo . Pero lue

go que se informaron o entendieron e l origen del

rumor que habían oído , su inquietud se convirtió

en grandes carcaj adas . así, G i l Blas ? — me

d ij o e l ladrón apóstata ¿No ha más que seis

horas que estás con nosotros y ya quer ias aposta

tar ? ¡Bien se conoce tu aversión al silencio y a l

retiro ! ¿ Qué harías si fueses cartujo ? ¡Anda , vete a

la cama, que por esta v ez bastan por castigo los

v ergajazos con que te regaló Domingo ; pero si

otra vez vuelves a intentar escaparte , por San

Bartolomé que te hemos d e d esollar vivo !» Di c ien

do esto , se retiró . Los demás ladrones se volvierona sus cuartos ; el viej o negro , muy ufano de su ha

zaña , se recogió a su caballeriza , y yo m e volv í

a zambullir en mi cementerio,pasando lo restante

de la noche en suspirar y llorar .

CAPITULO VII

De lo que hizo Gi l Blas, no pudiendo hacer otra

cosa .

Los primeros días pensé morirme,rindiendo la

v ida a la melancolía que m e consumía ; pero al fin

mi genio me inspiró que sufriese y disimulase . Es

forcéme mostrarme menos triste . Comencé a can

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tar y a reír , aun que sin gana . En una palabra ,

supe d isfrazarme t an bien que Leonarda y Do

mingo cayeron en la red y creyeron buenamente

que ya e l pájaro se hab ia acostumbrado a la j aula .

Lo mismo juzgaron los ladrones . Man i festáb am e

muy alegre cuando les echaba de beber, y de cuandoen cuando los d ivertía también con alguna choca

rrería o b ufonada . Esta libertad que me tomaba

les daba mucho gusto en v ez de enfadarlos . <<C il

Blas— me dij o el capitán en cierta ocasión en que

yo hacía el gracioso has hecho bien en desterrarla melan colía . Me gusta mucho tu espíritu y tu

buen humor. No se conoce a la gente a l principio ;yo no t e tenía por tan agudo y tan j ovial .»

También los demás me honraron con m i l a la

banzas , e xhortándome estar siempre de buen

humor . Parec ióme que todos estaban muy conténtos conmigo , y aprovechándome de tan buena oca

sión , <<Señores — les dij e permítanm e ustedes que

les descubra mi pecho . Desde que estoy en su com

pañ ía no me conozco a m i mismo ; paré ceme que

no soy el que era . Ustedes han desvanecido laspreocupaciones de mi educación . Insensiblementese me ha pegado su espíritu y he tomado e l gusto

a su honrada profesión . Me muero por merecer e l

honor de ser uno de sus compañeros y de tener

parte en los peligros de sus gloriosas proezas .» To

dos aplaudieron este discurso y alabaron mi buena

voluntad ; pero unánimemente convinieron en que

me dejarían servir por algún tiempo para probar

mi vocación , y que después correría m is carava

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nas, y a l cabo se me conferiría la honorífica plazaa que aspiraba .

Hube de con formarme por fuerza y con tinuar

en vencerme y en ejercer mi oficio de copero . Ala verdad , quedé muy sentido , porque sólo preten

d ia ser ladrón por tener libertad de salir con los

demás , esperando que en alguna de sus correría s

se me presentaría ocasión de escaparme de ellos .

Esta única esperanza era lo que me manten ía vivo .

Sin embargo , e l tiempo de la aprobación me pa

recia largo , y más de una v ez intenté sorprend

la vigilancia de Domingo , pero inútilmente . Siem

pre estaba muy alerta; tanto , que n o bastarían

c ien Orfeos para encantar a aquel Cerb ero . Es ver

dad que por no hacerme sospechoso n o empren

día todo lo que podia hacer para engañarle . Veíame precisado a vivir con la mayor cautela , porque

e l negro era ladino y observaba mucho todos m is

pasos , palabras y movimien tos . Así , pues , apelé a

la paciencia , remitiéndome al tiempo que los la

drones me habían prescrito para rec i b i rm e en su

congregación , día que esperaba con tanta ansia

como si hubiera de en trar en una compañía de b e n

rados comerciantes .

En fin , gracias al Cielo , llegó al cabo de seis me

ses este d i choso día . El señor Rolando dijo a sus

camaradas: <<Caballeros, es preciso cumplir la pa

labra que dimos al pobre G i l Blas . A m i me parecebien este muchacho y espero que t endremos en el

un hombre de provecho . Soy de sen tir que mañana

le llevemos con nosotros,para que dé principio a

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coger laureles en los caminos reales . Nosotros mism e s le hemos de poner en e l que guía a la gloria .»

Todos se conformaron con e l parecer de su ca

pi tán , y para hacerme ver que ya me miraban

como a uno de ellos,_

desde aquel momento m e dis

pensaron de servirlos . Restituyeron a la señora

Leonarda en el empleo que antes t enía, y de que

la habían exonerad o para honrarme a m i con él .

H i c i éronme arrimar el vestido que llevaba en c i

ma, que consis t ía en una simple jaque t i lla muy

usada , y me acomodaron todos los despojos de un

caballero que acababan de robar, después de lo

cual me dispuse a hacer mi primera campaña .

CAPITULO VIII

Acompaña Gi l Blas a los ladrones; qué empresa

acomete en los caminos reales.

'

Hacia el fin de una noche de septiembre salí del

subterráneo con los ladrones . Iba armado , comotodos , con carabina, pistolas , espada y una bayo

neta , y montaba nu buen caballo que habían qui

tado al caballero cuyos vestidos me habían tocado

en suerte . Como había estado tanto tiempo en la

obscuridad , cuando amaneció no podía sufrir la

luz ; pero poco a poco se fueron acostumbrando

mis oj os a tolerarla .

Pasamos por cerca de Ponferrada y nos metimos

en un bosquecillo a orilla del camino de León . Alli

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mío— le respondí sea vil o no lo sea , me alegrara

haberle empezado más presto .» querido ! —me

replicó el buen religi oso , que no podía comprender

el sentido de mis palabras ¿Qué es lo que di

ces ? ¡Oh qué ceguedad ! Escúchame , y t e haré presente el infel iz estado en que te hallas .» pa

dre mío— le interrumpí con precipitación n o se

tome vuesa reverencia ese trabaj o y déj ese de

moralizar, que no vengo a los caminos públicos a

que me prediquen ! Quiero dinero y no sermones .»

“¿Dinero ? — me dij o muy maravillado ¡Ma l co

noces la caridad de los españoles si crees que las

personas de mi profesión y de mi carácter lo nece

sitan para viajar ! En todas partes nos reciben y

hospedan con agrado , nos tratan muy bien , y

cuando partimos sólo nos piden nuestras ora c io

nes ; en fin , nosotros no llevamos dinero para ca

minar y nos ponemos enteramente en manos de la

Providencia .» ((Pero al fin , padre mío , concluya

mos ; mis compañeros me están esperando e n aquel

bosque . Echo prontamente la bolsa en tierra , o si

no , le mat o .»

A estas palabras,que pronun cre colérico y am e

n azándole , e l buen religioso mostró verse quitar la

vida .— me dij o Voy a satisfacerte , ya

que absolutamente no puede ser otra cosa ; v eo

que con vosotros es ociosa toda figura retórica .»

Diciendo est e , sacó de debaj o del hábito un a gran

bolsa de cuero y la dej ó caer en e l suelo . Dij ele

entonces que podía continuar su camino , y él lo

hizo sin esperar a que tuviese el trabajo de repe

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t írse lo . DIO cuatro espo la zos a la mula , que des

mintió la mala opinión en que yo la tenía de ser

t an buen a maula como la de mi tío ; y la bestia ,dándose por entendida del caritativo aviso , co

men zó desde luego a andar a buen paso . Apen as

e l fraile se alejó de m i , cuando me apeé , recogí elbolsón , que pesaba mucho , y volví a meterme en

el bosque , donde los camaradas me esperaban con

impaciencia para darme mil parabien es por mi glo

rie sa victoria , como si me hubiera costado mucho .

Apenas me di eron lugar de apearme según se apre

suraban a abrazarme . G i l Blas !— me dij o

Rolando ¡Has hecho maravillas ! Durante tu ex

pedi c ión no apartamos los oj os de ti . Observé tufirmeza, tu resolución y todos tus movimientos , y

desde luego t e pronos t ico que con el tiempo serás

un heroico ladrón y el terror de los caminos rea

les .» El teniente y los demás aplaudieron la pre

dicción , asegurando que no podia dej ar de v eri f i

carse algún día . Di a todos las gracias por el buen

concepto que habían formado de m i , prometiendo

hacer todos los esfuerzos posibles para mantenerlo .

Después que alabaron , tanto más cuanto m e

nos lo merecía , la villana acción que habia hecho ,les entró la curiosidad de examina r la presa . <<Vea

mos— dij eron— qué contiene la bolsa del religioso .»

<<Sin duda — añadió uno de ellos— que estará bien

provista , porque estos padres no viaj an como peregrinos.» Desat óla e l capitán , ab rióla y sacó doso tres puñados de medalli tas de cobre , mezcladas

con Agnus Dei y algunos escapularios. Al ver el

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hurto de una moneda tan nueva , todos prorru1npieron en t an descompasadas carcajadas que pen

saron reventar de risa . <(A la verdad — exclamó el

teniente que todos debemos estar muy agrade

cidos a l señor G i l Blas : el primer ensayo que ha

hecho puede ser muy saludable a la compañ ia .» Aesta b ufon ada siguieron otras de los demás . Aque

llos malvados , y sobre todos el apóstata , se divir

t ieron con mil impías t ruhan erías sobre la mate

ria , profiriendo dichos que mostraban bien la co

rrupc ión de sus costumbres . Sólo yo no tenía gana

de reír . Verdad es que me la quitaban los bufones

que tanto se alegraban a mi c e st a . Cada uno m e

flechaba alguna pulla , y hasta el capitán me dij o :

(<Aconséjo t e ,amigo Blas , que en adelante no te

vuelvas a meter con frailes , porque son más ag uA

dos y chuscos que tú .»

CAPITULO IX

Del serio lance que siguió a la aventura del fraile .

Estuvimos en el bosque la mayor parte de aquel

día , sin haber visto pasajero alguno que enm en

dase e l chasco que nos había dado el religioso . Sa

limos , en f in , para rest i tu irn os a n uestro sub t e

rrance ,persuadidos de que las expediciones del d ía

se habían acabado con el risible suceso que toda

vía daba materia a la conversación y a las ob ufi e

taS , cuando descubrimos a lo lejos un coche t irado

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de cuatro mulas . Acercáb ase a nosotros a gran paso

y le acompañaban tres hombres a caballo , que pa

rec ían venir bien armados . Rolando nos mandó

hacer alto para tratar de lo que se había de hacer,y la resolución fué que se los atacase . P usím onos

todos en orden , según,, la disposición del capi tán ,

y marchamos en orden de batalla acercándonos al

coche . No obstante los aplausos que había recibido

en e l bosque , se apoderó de m i un temblor univer

sal , y sentí bañado todo el cuerpo de un sudor frío ,que no me presagiaba cosa buena . Por mayor for

tuna mía , me hallaba al frente del cuerpo de ba

talla ,“

en medio del capi tán y del ten iente , que de

propósito me pusieron entre los dos para que me

hiciese al fuego desde luego . Reparó Rolando lo

mucho que la naturaleza estaba padeciendo en m i ;m e miró con oj os torvos , y con voz bronca m e dij o

G i l Blas : trata de hacer tu deber , porque t e

advierto que si te acobardas te levanto de un pis

toletazo la tapa de los sesos !» Estaba persuadido

de que lo haría mej or que lo decía , para no apro

v echarm e del dulce y fraternal aviso , y así , sólo

pensé en recomendar mi alma a Dios .

Entre tanto el coche y los caballeros se nos v e

n ían acercando . Desde luego conocieron la casta

de pájaros que éramos , y¡adivinando nuestro in

t en t e por la ordenanza y postura en que nos veían ,

se pararon a tiro de fusil . Todos traían armas , y

mientras se preparaban a recibim os , salió del co

che un hombre de buen parecer y ricamente ves

tido . Montó en un caballo de mano que uno de

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los montados tenía de la brida , y se puso a l frentede los demás . Aunque eran sólo cuatro contra nue

v e , se arrojaron a nosotros con un brío que aumentó

mi temor . No por eso dej é de prevenirme para

disparar mi carabina , aunque temblaban todos los

miembros de mi cuerpo como si estuviera azogado ;mas , por contar las cosas como pasaron , cuando

llegó el caso de dispararla , cerré los oj os y volví

la cabeza a otra parte : de manera que aquel tiro

nunca puede ser a cargo de mi conciencia .

No me de t endrá en referir las circunstancias de

la acción , pues aunque me hallaba presen to , n ada

veía; porque . turbad a con e l terror la imaginación ,

me ocultaba el horror de un espectáculo que v er

daderamen t e me sacó fuera de m i . Lo úni co que

puede decir es que , después de im gran ruido de

mosquet azos y carab in azos , oí gritar a mis cama

radas : ¡Victoria !» Al oír esta aclamac ión

se disipó el miedo que se había apoderado de mis

sentidos, y vi tendidos en el campo los cadáveres

de los cuatro que venían a caballo . De nuestra

parte sólo murió el apóstata, que en esta ocasión

recibió lo que merecía por su apostasía y sus ma

las chanzas sobre los escapulari os y medallas . El

teniente fué h er ido en un brazo , pero muy leve

mente , pues el tiro apenas hizo más que re zarle

un poco el pellej o .

Corrió luego el señor Rolando a la portezuela del

coche , y vió dentro una dama de veinticuatro

veinticinco años,que le pareció hermosa aun en

e l triste estado en que se hallaba . H ab íase des

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mayado durante la refriega y aun no había vuelto

en s i . M ientras él se ocupaba en mirarla , nosotros

atendimos a la presa . Lo primero que hicimos fuéapoderarmos de los caballos que habían servido a

l os muertos , y que espantados con los tiros se ha

b ían descarriado después de quedar sin guías . Las

mulas del coche permanecieron qui etas , aunque

durante la acción se había apeado e l cochero para

ponerse en salvo . Echamos pi e a tierra para qui

t arles los tirantes , y las cargamos con los cofres

que venían en la zaga y delantera del coche . Hecho

esto, se sacó de él a la señora por orden del capi

tán , la cual aun no habia recobrado los sentidos ,y se la puso a caballo con uno de los ladrones me

jor montados , dejando en e l camino el coche y a

los muertos despojados de sus vestidos , y llevandonos la señora, las mulas , los caballos y preseas .

CAPITULO X

De qué modo se portaron los bandoleros con la se

ñora desmayada. Gran proyecto de Gi l Blas, y sus

resultas.

Llegamos a la cueva un a hora después de anochecide . Lo primero que hicimos fué meter las mulasen la caballeriza, atarlas al pesebre y cuidar de

ellas ; porque e l vie jo negro hacía tres días que es

taba en cama , rendido a crueles dolores de gota

y a un reum atismo que apenas le dej aba libre mas

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que la lengua para emplearla en mostrarnos su

impaciencia , prorrumpiendo en las más horribles

blasfemias . Dejamos a aquel miserable jurar y blas

fem ar y fuimos a la cocina a cuidar de la señora ,que estaba sobrecogida de un paroxismo mortal .

N e s dimos tan buena maña , que logramos v olv i e

se del desmayo ; mas ,cuando recobró los sentidos

y se vió entre unos hombres que no con oc ia , sintió

todo el peso de su desgracia y comenzó a deses

perarse . Todo lo más horroroso que el sentimiento

y el dolor pueden representar a la imaginación ,

otro tanto se veía pintado en sus oj os , que levanta

ba al cielo como para quej arse de las indignidades

que la amenazaban . Cediendo entonces a imágenes

tan espantosas , volvió de repente a desmayarse ,cerró sus bellos oj os , y los ladrones temieron que

iban a perder aquella preciosa presa . El capitán ,

parec i éndole mejor abandonarla a si misma que

a t orm en t arla con nuevos socorros , mandó la lle

vasen a la cama de Leonarda , dejándola sola y

encomendada a su buena suerte .

Pasamos nosotros a la sala , y uno de los ladro

nes, que había sido cirujan o , reconoció e l brazo

del teniente y le aplicó bálsamo . Hecha esta ope

ración , se pasó a ver lo que había en los cofres .

H a lláron se algunos llenos de telas y encaj es , otros

de vestidos , y el último que se reconoció contenía

algunos talegos de doblones , cuya vista regocij ó

mucho a los interesados . Concluído este registro ,la cocinera puso la mesa y sirvió la cena . Desde

luego se movió la conversación sobre nuestra gran

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a nuestro cuarto . Por lo que a m i toca,apenas me

acosté cuando , en vez de entregar me al sueño,

sólo me ocupé en considerar la infelicidad de aque

lla pobre señora . No dudaba que fuese person a de

distinción , y por lo mismo m e parecía ser más d e

plorab le su suerte . No podía pensar sin estreme

cerme en los horrores que la esperaban , y m e sen

t ía tan fuertemente conmovido como si la sangre

o el amor me hubieran unido a ella . En fin, des

pués de haberme compadecido de su destino,sólo

pensé en los medios de preservar su honor de l pe

ligre que corría y en fugarme yo mismo de la ma l

dita cueva . A cordém e de que e l negro n o se podía

mover a causa de sus dolores y la cocinera tenía

la llave de la rej a . Este pensamiento me acaloró

la imaginación y me inspiró un proyecto que m e

dite muy bien y a cuya ejecución di principio de

la manera S i gui ente :Fingí que m e había asaltado un dolor cólico .

Prorrumpí desde luego en ayes y quej idos , y des

pués empecé a dar gritos y alaridos lastimosos .

Despertaron al ruido los compañeros , acudieron

todos a mi cuarto y me preguntaron qué tenía .

R espond i les que estaba padeciendo un horrible có

lico ; y para que lo creyesen mej or, apretaba los

dientes , hacía gestos y espantosas contorsiones , re

v olv i e'

ndome a todas partes y agitándome extra

ñamen t e . Hecho esto , de repente m e quedé muy

tranquilo y sosegado , como si me hubieran dado

algunas treguas los dolores . Un momento despuéscomencé a revolcarme en la cama y a morderme

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las manos . En una palabra , representé con tal prime r mi papel , que los ladrones , no obstan te ser

tan sutiles y tan astutos , se dej aron engañar y

creyeron que efectivamente padecía v iolen t ísimos

dolores . Así , pues , todos se dieron la mayor prisa

a socorrerm e . Uno me traía un a botella de agu ardiente y me hacía beber la mitad ; otro , a pesar

mío , me admin istraba una lavativa de aceite de

almendras dulces ; otro iba a calentar paños , y casi

abrasando m e los ponía en la boca de l estómago .

En vano pedía misericordia; ellos atribuían mis

clamores a la fuerza del cólico y me hacían pasar

dolores verdaderos queri éndome aliviar de los que

no tenía . En fin , no pudiendo ya sufrir más , me

vi obligado a decir que ya n o sentía re t ort ijon es y

que no necesitaba de remedios . Cesaron de mortif i carme con ellos , y ve me guardé bien de quejarme por que no volviesen a apli cárm elos .

Duró esta escena casi tres horas , y juzgando losladrones que ya n o podía tardar en venir el día ,partieron todos a Mansilla . Manifesté gran deseode acompañarlos , y me quise levantar para que lo

creyesen; pero n o le permitieron . no , G i l

Blas !— me dij o R olando Quédate aquí , hij o mío ,porque t e podría repetir el có lico ; otra vez vendrás

con nosotros , que por hoy no estás en estado de

hacerlo .» Most réme muy sentido de no ser de la

partida , y lo fingí con tanta naturalidad que nin

guno tuvo la menor sospecha de lo que yo medi

taba . Luego que partieron,lo que yo deseaba tan

to que se'

me hacían siglos los instantes,entré en

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cuentas conmigo y me d i je a m i mismo : Gi l

Blas,ahora sí que neces i tas gran ánimo ! ¡Armate

de valor para acabar con lo que tan felizmente

has comenzado ! Domingo no está en situación de

oponerse a tu gloriosa empresa ni Leonarda puede

impedir su ej ecución . Si no te aprovechas de esta

oportun idad para escaparte , qui zá no en con t rarás

j amás otra tan favorable .» Estas reflexion es me

infundieron aliento y confianza . L ev an t ém e al pun

to de la cama , v est ím e , tomé la espada y las pis

tolas,y fu ím e derecho a la cocina ; pero antes de

entrar en ella , habiendo oído hablar a Leonarda ,me detuve y . apli que e l oído para escuchar lo que

hablaba . Discurría con la señora desconocida , que ,

habiendo vuelto en si de su segundo desmayo y

comprendiendo entonces todo su infortunio , llo

raba amargamente , faltándole poco para d eses

perarse . <<Llora , hij a m ía — le decía ella y llora

todo cuanto quieras ; no reprimas los suspiros y da

libertad a los sollozos : con eso te desahogarás . Es

cierto que parecía peligroso el accidente ; pero ya

que rompi st es en llorar , no hay que temer . Así

que se te haya mitigado el pesar , que poco a poco

se desvanecerá , te acostumbrarás a vivir con estos

señores , que todos son gente honrada y hombres

muy de b ien . Te tratarán mejor que a una prin

cesa ; todos a porfía se esmerarán en complacerte ,y cada d ia te m ost rarán más amor . ¡Oh y cuántasmujeres env id iarían tu fortuna si la supieran !»

No le d i tiempo a que dij ese más . En t rém e enla cocina con intrep idez y púse le una p i stola a los

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pechos, amen azándola de quitarle en aquel mo

mento la vida si no me entregaba prontamente y

sin réplica la llave de la rej a . Turb óse a vista de

mi acción ; y aunque era va de edad avanzada ,

todavía t en ia tanto apego a la vida que no la quiso

perder por tan poca cosa como era entregarme o

n o entregarme una llave . A largómola pron t ísim a

mente , y luego que la tuve en la mano , v olv i én

dome a la bella dolorida,le dij e : <<Señora , el Cielo

os ha enviado un libertador; lev an t aos para se

gui rm e , que yo os conduciré y pondré con toda

seguridad donde me lo mandéis .» No se hizo sorda

a mi voz ; mis palabras hicieron tanta impresión

en su espíritu , que , recobrando todas las fuerzas

que le quedaban . se levantó, a rrojóse a m is pies ,

y solamente me suplicó que conservase su honor .

A lcé la del suelo'

, asegurándole que por mi parte

nada temiese y que confiase en mi honradez . Cogí

después unos corde les que había en la cocina , y ,

ayudándome la misma señora,amarré con ellos a

Leonarda a los pies de una gran mesa , amen azan

de la con que le quitaría la vida al menor grito que

di ese . En cendí luego una vela,y

, a compañado de

la señora desconocida,pasé al cuarto donde esta

ban las monedas y alhaj as de plata y oro ; llenélos bolsillos de cuantos doblones pudieron caber

en ellos , y para obligar a la señora a que hiciese

otro tanto le dije que en ello no h a c ia mas querecobrar lo que era suyo . Después de haber hecho

una buena provisión marchamos a la caballeriza ,donde entré yo solo con las pistolas amart illadas.

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Daba por supuesto que el viej o negro no me dej a

ría ensillar y aparejar tranquilamente mi caballo,

y estaba resuelto a curarlo de una vez de todos

sus males si no quería ser bueno ; pero , por mi bue

na suerte , se hallaba a la sazón tan agravado de

los dolores que había pasado , y que le atormenta

ban aún , que saqué el caballo sin que diese la me

nor señal de haberlo conocido . La señora m e es

peraba a la puerta . Cogimos prontamente el c a

mino que guiaba a la salida de la cueva . abrimos

la rej a y llegamos a la trampa que cubría la en

trada . Costón os gran trabajo el levantarla , o , por

mej or decir , para lograrlo hubim os menester nue

vas fuerzas , que nos prestó e l deseo de salvarnos .

Comenzaba a rayar e l día cuando nos vimos

fuera de aquel abismo , y de lo que nos cuidamos

entonces fué de alej arnos cuanto'

antes de el . Yo

monté a caballo , puse a la señora a la grupa , y si

guiende a galope la primera senda que se nos pre

sen tó , tardamos poco en salir de l bosque y entrar

en una llanura, donde n os encontramos con varios

caminos . Seguimos uno a la ventura, teniendo yograndísimo miedo de que fuese qui zá el que guiaba

a Mansilla y nos hallásemos con Rolando y sus

camaradas , que sería fatal encuentro . Pero fué vano

mi temor, porque entramos felizmente en Astorga

a cosa de las dos de la tarde . Observé que muchosnos miraban con particular atención , como si fuera

para ellos un espectáculo nunca visto e l de una

mujer a caballo tras de un hombre . Apeámonos

en el primer mesón , y ordene al punto que guisa v

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sen una liebre y asasen una perdiz . Mientras esto

se disponía , conduj e a la señora a un cuarto , donde

comenzamos a discurrir , lo cual no habíamos podido hacer en el camino por la prisa con que via

j amos . Most róse muy agradecida a l gran servicio

que le había hecho , diciéndome que , a vis ta deuna acción tan generosa , n o se podía persuadir

que yo fuese—

compañero de los infames de cuyo

poder la había libertado . Con t é le entonces mi his

toria ,…para confirmarla en el buen concepto en que

m e tenía . Con esto la empeñó a que me favoreciese

con su confian za y m e refiriese sus desastres , como

lo hizo , de la manera que se dira en el capi tulo

siguiente .

CAPITULO XI

H istoria de doña Mencía de Mosquera .

<<Nací en Valladolid y mi nombre es doña Mencíade Mosquera . Mi padre , don Martín ,

coronel de un

regimiento , fué muerto en Portugal , después de

haber consumido su patrimonio en el servicio del

rey . Dejóme pocos bien es , y cons iguientemente ,aunque hija única , no e ra un gran partido para

ser buscada en casamiento . Mas , a pesar de mi escasa fortuna , no me faltaban pretendientes . Muchos caballeros de los más principales de España

solicitaron mi mano ; pero e l que se llevó mi aten

ción fué don Alvaro de Mello . A la verdad , era e l

más galán y airoso de todos, y reunía además otras

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prendas recomendables , que me decidieron a su

favor . Era prudente , entendido y valiente , acom

pañando a est e ser muy comedido , atento , pun

don oroso y el hombre más bien portado del mun

do . En las corridas de toros , ninguno se mostraba

más arriesgado , m ás b ri e so ni más diestro ; y en

las justas era la admiración de todos su d espeje ,

habilidad y v a len t ía . Finalmente , le preferí a sus

competidores y le di mi mano .

»Pocos d ía s después de nuestro matrimonio se

encontró en un sitio retirado con don Andrés de

Baeza , q ue había sido uno de sus competidores en

pre t enderm e . P i cáronse los dos , sacaron las espa

das y costó la vida a don Andrés . Era éste sobrino

del correg idor de Valladolid , hombre de genio vio

lento y enemigo mortal de la casa de Mello , y , por

consiguiente , j uzgó don Alvaro que le importaba

in f in i t o“

n o retardar un punto su fuga. Volv ióse in

med iatamente a casa , cón tóm e lo sucedido y m e

dij o : (Querida Mencía , es indispensable separarnos ;ya conoces al corregidor ; me persegui rá en carn i

z adam en t e . No ignoras lo mucho que puede en

España , -y asi , no estoy seguro en el reino .» No le

permitió decir más su dolor . H i ce le que tomase

dinero y algunas j oyas . D ióm e después los brazos ,est reehóme en ellos y estuvimos así un gran rato ,sin poder uno ni otro hablar palabra

,mezclándose

nuestras lágrimas , suspiros y sollozos . Vino un

criado a decir que estaba pronto el caballo ; desasi óse de m i , partió y dejóm e en un estado que n o

sabré pintar. ¡Dichosa yo si lo agudo del dolor me

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»Vino en este tiempo a Valladolid don Ambrosio

Mesía Carrillo , marqués de la Guardi a . Era un o deaquellos señores entrados en edad que por sus aten

tos y cort esan ísimos modales hacen olvidar sus

años y logran aprec io entre los demás. Casualmen

te le refirieron la historia de don Alvaro , y con este

motivo oyó hablar de mí en términos que tuvo

gran deseo de verme . Para satisfacer su curiosidad

se valió de un a parienta m ía , en cuya casa m e en

centró . Vióme , y quedó prendado de m i , a pesar

de la impresión de dolor que reparó en mi sembleute . Pero ¿qué digo a pesa r ? Quizá lo que más

le movió fué e l mismo aire triste , melancólico y

marchito en que m e veía, hablándole est e e n fa

vor de mi fidelidad . Mi melancolía pudo ser causa

de su amor. Por eso m e dij o más de un a v ez que

me miraba como un prodigio de constancia y que

envidiaba la suert e de mi marido , por desgraciada

que fuese . En una palabra, quedó t an pagado de

m i que no necesitó verme segunda v ez para tomar

la determinación de casarse conmigo .

»Valióse de la misma parienta m ía para pedir mi

consentimiento . Vino ésta a mi casa y m e mani

festó que , habiendo mi esposo terminado sus d ías

en e l reino de Fez , no era razón que estuviese en

t errada por más tiempo , que había ya llorado so

b radamen t e a un hombre cuya compañía había

gozado por solos pocos momentos , que debía no

malograr la ocasión que se me presentaba y que

sería la mujer más feliz y más contenta del mundo .

Aquí ponderó la nobleza del marqués , sus grandes

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bienes y amab i lísimo carácter . Pero por más que

empleaba su elocuencia en hacerme palpables las

ventajas que hallaría yo en aquel enlace, n o m e

pudo persuadir, n o ya porque dudase de la muerte

de don Alvaro ni por el recelo de volverle a v er

cuando menos lo pensase ; lo único que mi parienta

tenía que vencer era mi poca inclinación , o , por

mejor decir, mi repugnancia a un segundo matrimonio después de las desgracias que había experim en t ado en el primero . N o por eso desconfió ni

se acobardó ; antes bien ,interesada ya por don

Ambrosio , redobló sus instancias . Empeñó a toda

mi parentela en la pretensión del marqués . Comen

zaren mis parientes a estrecharme y apurarme sob re que aceptase un partido tan ventaj oso . Ve íame

sitiada siempre de ellos , importunándom e y ator

mentándome con la continua cantilena de que no

perdiese tan favorable proporción . Por otra parte ,mi miseria era mayor cada día , y n o fué est e lo

que men os contribuyó a dej ar vencer mi repug

nan0 1a .

!!No pud iendo , pues , resistir más tiempo , cedí a lf in a tan repetidas porfías y casóme con el marquésde la Guardia , e l cual , el día después de la boda ,me conduj o a una bellísima hacienda que teníacerca de Burgos , entre Tarda j os y Revilla . Desde

luego se poseyó de un amor vehemente hacia m i ;observaba yo en todas sus acciones un v iv ísimo

deseo de agradarme ; estud iaba en proporc ionarmº

todo cuan t o yo podía apetecer . Ningún esposo es

timó nunca más a su mujer n i j amás amante a l

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guno empleó mayor esmero en complacer a su

dama . Sin duda que yo hubiera amado apasiona

damente a don Ambrosio , a pesar de la despropor

ción de nuestras edades , si hubiera sido capaz de

amar a otro que a don Alvaro ; pero los corazones

con stantes no aciertan a dar entrada a una se

gunda pasión . L a memoria de mi primer esposo

inut i lizab a todos los esfuerzos del segundo para

hacerse querer de m i ; n o podía corresponder a sus

ternuras sino con afectos y expresiones de gratitudy de respeto .

»H alláb am e en esta disposición , cuando un d ía ,

asomándome una ventana de mi cuarto , vi en

e l j ardin un aldeano que m e miraba con particular

atención . Túv ele por criado del j ardinero , y por

entonces no hice ca so de él ; pero al día sig uiente ,habiéndole visto en e l mismo sitio , m e pareció que

estaba aún más atento a mirarme . Esto me con

movió . O b serv é le también y o por mi parte con

algún cuidado , y se me figuró descubrir en él la

f ison om 1a del desgraciado don Alvaro . Esta seme

janza excitó en todos mis sentidos una turbación

inexplicable , y di un gran grito sin poderme con

tener. Por fortuna, estaba sola entonces con Inés ,la criada de mi mayor confianza .

—Descub ríle la

sospecha que me agitaba , y ella no hizo mas que

reír, creyendo que alguna ligera semejanza me

había alucinado . eSeren aos, señora — me dij o y

no creáis haber visto a vuestro primer esposo . No

es verosímil que se presentase aquí con e l disfrazde aldeano , ni se hace creíble que aún viva . Yo

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misma — añadi ó— voy ahora al jardín a v er a ese

hombre , a informarme de quién es, y volveré a l

momento a desengañaros .» Marchó al jardín , y un

instan te después la v eo entrar en mi cuarto muyalterada . aSeñora — me dij o vuestra sospecha fuépor cierto bien fundada . El hombre que viste is en

e l jard ín es verdaderamente el mismo don Alvaro ;luego se m e descubrió , y desea hablaros a solas .»

'

»Podía rec i b i rle entonces , porque el marqués hab ía partido a Burgos , y así , dij e a Inés que le con

dujese a mi cuarto por una escalera secreta . Ya

se deja conocer la agitación en que yo me halla

ría . N o pude sufrir la vista de un hombre que t e

n ía derecho para decirme cuanto le viniese a la

boca , y al parecer con razón . Ca i desmayada lue

go que le vi en mi presencia , como si hub iera sido

su sombra . Así él como Inés m e socorrieron pron

tamente , y después que volví del desmayo , <<Tran

qui]iz aos, señora — me d ij o don Alvaro y n o sea

mi presencia un suplicio para vos . No es mi ánimo

causaros la más mín ima amargura . No vengo comomarido furioso a pediros cuenta de la fe que m e

j urasteis ni a calificar de delito el segundo enlace

que contraj iste is . muy bien que todo fué movido por vuest ra parentela , y no ignoro las perse

cuc ion es que habéis padecido . Por otra part e , es

toy informado ¡ de la voz de mi muerte esparcidaen todo Valladolid , y tanto más justamente creídade v os cuanto que ninguna carta mía e s podía a se

gurar de lo contrario . Finalmente , sé de qué modo

hab éis vivido desde nuestra fatal separación y que

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la necesidad, más que e l amor, e s obligó a entregaros en los brazos don Alvaro ! — le inte

rrumpí yo anegada en lágrimas ¿Por qué razón

queréis disculpar a vuestra esposa ? ¡No tiene disculpa , puesto que vivís ! ¡Desdichad a de m i ¡Oj aláme viera ahora en la miserable situación en que

me hallaba antes de desposarm e con don Ambro

sio ! ¡Funesto casami ento ! ¡Ah ! ¡En aquella mise

ria, tendría a lo menos e l consuelo de veros sin

avergonzarme !»<<AmMa Men c ía— r eplicó don Alvaro en tono que

mostraba bien cuánto le habían enternecido mis

lágrimas yo no me quej o de ti ; antes bien , lej os

de censurar la brillantez en que te veo , juro que

doy a l Cielo mil gracias . Desde el triste día en que

partí de Valladolid , tuve siempre contraria la for

tuna; mi vida fué un tej ido de desdichas , y , para

su colmo , nunca me fué posible darte noticias dem i . Seguro siempre de tu amor, se me representa

b a continuamente la situación a que mi fatal ca

riño te había conducido . Consideraba a mi adora

da Mencía bañada en lágrimas , y esta considera

ción era mi mayor tormento . Conf ieso que algunas

veces tenía por delito la dicha de haberte agrada

do . Deseaba que te hubieses inclinado a cualquier

otro de mis competidores,cuando reflexionaba en

lo'

mucho que te costaba la preferencia con que

me habías honrado . Por fin ,después de siete años

de penas , más enamorado de ti que nunca , he que

rido volver a verte . No he podido resistir a este

deseo , y , hab i éndomelo permitido satisfacer el t ér

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mino de un a larga esclavitud , h e vuelto a Valla

dolid disfrazado en este traje , a riesgo de ser co

nacido y descubierto . Allí lo h e sabido todo , y h evenido en seguida a esta posesión , donde h e h a

llado modo de introducirme con el jardinero paraayudarle a cultivar estos j ardines . Ta l es el arbi

trio que he tomado para lograr hablarte en secre

to . Mas n o t e imagines que con mi presencia vengo

aquí a turbar la ventura que gozas . Amote más

que a mí mismo , respeto tu reposo y , acabada esta

conversación , parto lej os de ti a terminar mis trist es días , que sa cri f i ce a tu amor .»

don Alvaro , no !— exclamó al oír estas pa

labras El Cielo no t e ha traído aquí en balde ,y no perm i t i rá que segunda v ez t e apartes de m i .

Quiero ir contigo , y solamente la muerte n os po

drá separar en adelante .» <<Créeme a m i Men c ía

me replicó vive con don Ambrosio , y n o quie

ras ser compañera de mis desdichas ; dej a que car

gue yo solo con todo el peso de ellas .» Añadió a

éstas otras razones semej antes ; pero cuanto másempeñado parecía en. querer sacrificarse a mi felicidad , menos dispuesta me hallaba yo a censen

t irlo . Luego que me vió t an resuelta a seguirle ,mudó de repente de tono , y con semblante más

alegre me dij o : <<Men cía , pues todavía amas tantoa don Alvaro que quieres preferir su miseria a la

abundancia en que t e hallas , vámonos a vivir a

Betanzos , ciudad del reino de Galicia , donde hallaremos un seguro retiro . Si mis desgracias me

quita ron todos m is bienes , no me hicieron perder

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todos m i s amigos . Aun me quedan algunos t an

verdaderos , que me han facilitado medios de po

der sacarte de esta casa . Con su auxilio compré

en Zamora coche , mul as y caballos , y traigo por

compañeros a tres amigos gallegos , resueltos y v a

lerose s . Todos están armados de carabinas y pis

tolas , y todos esperan mi aviso en el lugar de R e

v illa . Aprov eehém on os d e la ausencia de 'don Am

b rosi o . Voy a dar orden de que traigan e l carruaje

a la puerta de esta casa , y al momento partire

mos .» A todo accedí . Fué volando don Alvaro a

Revilla , y en breve tiempo volvió con sus tres

compañeros mon tados . Sa cáronm e de en medio de

mis criadas , que , no sabiendo qué pensar de este

acontecimi ento , huyeron despavoridas . Sólo Inésera sabedora de todo ; pero no quiso uni r su suerte

con la mía porque estaba enamorada de un paj e

de don Ambrosio : lo que demuestra que el afecto

de los más fieles criados n o resiste a la prueba del

amor . Entré en el coche con don Alvaro , no lle

vando conmigo sin o alguna ropa y ciertas j oyas

que tenía antes del segundo matrimoni o , porque

nada quise tomar de lo que m e había regalado el

marqués cuando su casamiento . Seguimos el cami

no de Galicia sin saber si ten dríamos la fortuna de

llegar allá . Temíamos,con razón , que al volver de

Burgos don Ambrosio viniese en seguimiento nues

tro , acompañado de mucha gente , y que n os a l

can zase ; pero caminamos dos días sin que nadie

nos siguiese . Esperábamos que sucediera lo m ismo

en la tercera j ornada , y ya caminábamos tranqui

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ca mi vestido , y después de alguna suspensión ex

clamó diciendo : iv e e l Cielo que ésta es mi mis

misima ropilla ! ¡La conozco t an bien como he co

noc ido mi caballo ! ¡Sob re mi palabra que podéisprender a este hombre honrado ! ¡Sin duda es un o

de los ladrones que tienen no sé qué oculta madri

guera en este país !»

Al oír aquellas palabras me persuadí de que sin

duda me había tocado , por desgracia m ía , e l des

pe je de aquel caballero , y , por consiguiente , me

quedé sorprendido e inmutado . El corregidor , que

por su oficio debía juzgar antes mal que bien de

la turbación en que m e v e ia , hizo juicio de que la

acusación no era mal fundada, y sospechando que

la señora podía también ser cómplice , n os hizoprender a los dos y poner en cuartos separados .

N o era este juez de aquellos de rostro grave y ce

ñudo ; antes bien , mostraba un semblante apacible

y risueño , acompañado de un modo de hablar

dulce y cariñoso ; pero sabe Dios si era mej or que

los primeros . Luego que estuve en la prisión , vino

a ella con sus dos precursores , est e es , sus dos a l

guac i les, los cuales , según su buena costumbre ,empezaron por registrarme bien las fa lt riqueras .

¡Qué día para aquella honrada gente ! Acaso en

todos los de su vida no habían tenido otro seme

j ante . A cada puñado de doblones que me saca

ban , estaba viendo que rebosaban sus oj os de a le

gría . Hasta e l mismo corregidor parecía que es

taba fuera de sí . cH ijo — m e decía en un tono

lleno de miel y dulzura no extrañes ni tengas

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recelo de lo que ejecutamos , que en esto no hace

mes mas que nuestro oficio . S i estás inocente , nada

te perjudi ca rá .» Mien tras tanto fueron poco a poco

aliv iando del peso mis bolsill os , quitándome aun

lo que habían respetado los ladrones : quiere decir

los cuarenta ducados de mi t ío . Escudriñáronme

de pies a cabeza sus codiciosas e infatigables ma

nos,h ac i éndome volver a todos lados y despoján

deme de todos los vestidos para v er si tení a guar

dado algún dinero entre e l pellej o y la camisa .

Después que cumplieron tan exactamente con aque

lla su importante obligación , e l corregidor me hizo

sus preguntas . Sat isf íce las presto , ref iri éndole in

genuamen t e todo lo sucedido . Hizo escribir mi de

clarac ión y partió con su gente y mi dinero , de

jándome desnudo sobre la paj a .

vida humana— exclamó cuando me vi solo

en aquel miserable estado qué llena estás de

contratiempos y de caprichosas aventuras ! Desde

que salí de Oviedo n o h e experimentado mas que

desgracias . Apenas salgo de un peligro cuando

caigo en otro . Al llegar a esta ciudad estaba muy

lejos de pensar que en tan poco tiempo hab ía de

conocer a su corregidor .» Haciendo estas reflex io

nes inútiles m e vestí la maldita ropilla y lo res

tante de la ropa que m e había puesto en aquel

estado ; y después , hablándome y alentándome

mi m ismo , “¡Animo , G i l B las— me dij e valor yconstancia ! ¡Vamos claros ! ¡Piensa que después deeste tiempo v endrá quizá otro más dichoso ! ¿Será.

bueno desesperarte porque t e v es en una prisión

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ordinari a después de haber hecho tan penoso en

sayo de tu paciencia en la tenebrosa cueva ? Mas ,

¡ay— añadí tristemente yo m e alucino y m e li

sonjeo ! ¿Cómo será posible que salga de esta cár

cel , cuando acaban de qui tarme los medios de con

seguirlo ? Un pobre encarcelado sin dinero es un

pájaro a quien cortan las alas .»

En lugar de la liebre y de la perdiz que había

mandado componer m e traj eron un pedazo de pan

negro y un jarro de ag ua , dejándome t ascar el fre

no en mi calabozo . En él estuve quince días ente

ros , sin ver en todos ellos otra persona que el a l

caide , que ven ía todas las mañanas a registrar y

renovar las prision es . Cuando le veía , intentaba

querer entablar conversación con él para desaho

garm e algún tanto ; pero aquel hombre nada res

pond ía a'

cuanto le preguntaba . Jamás m e fué po

sible sacarle ni un a sola palabra . Entraba y salía

muchas veces sin dignarse siquiera de mirarme .

Al decimosexto d ía se dej ó ver el corregidor, y

me dij o : <<Ya puedes alegrarte , porque te traigo

una buena nueva . Hice que fuese conducida a

Burgos la señora que vení a contigo , examínela se

b re quién eras , y tu conducta y sus respuestas t e

justificaron . Hoy mismo saldrás de la cárcel , con

tal que el arriero en cuya compañía vini ste desde

Peñaflor a Cacabelos , según has dicho , conf i rme

tu declaración . Está en Astorga; ya le h e enviado

a - llamar, y le estoy esperando . S i conv iene su de

c larac ión con la tuya , inmediatament e te pongo

en libertad .»

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Consoláronme mucho estas palabras , y desde

aquel momento me consideré fuera de todo enrede . Di gracias al juez por la buena y pront a just -i c ia que me quería hacer ; y apenas había acaba

de mi cumplido , cuando llegó e l arriero en tre dos

a lguaciles . Con ocíle inmediatamente ; pero e l bri

b ón , que sin duda había vendi do mi maleta con

todo lo que había dentro , temiendo le obligasen a

restituir e l dinero que había recibido si confesaba

que me conocía , dij o descaradamente que n o sa

b ía quién yo era y que jamás me había v is to .

traidor !— exclamé yo ¡Confiesa que has vendidomi ropa y respeta la verdad ! ¡Mírame bien ! Yo soyuno de aquellos mozos a quienes amenazaste con

e l tormento en Cacabelos,llenando a todos de mi e

de.» El taimado respondió muy fríamente que le

hablaba un a j erigonz a que él no en t end ia ; y como

ratificó y mantuvo hasta el fin aquel solemn isimo

embuste , mi libertad se difirió hasta mej or oca

sión . <<Hij o— me dij o el corregidor bien v es que

e l arriero n o concuerda con lo que declaraste ; y

así , no puede soltarte , por más que lo deseo . » Con

v ín ome , pues , armarme nuevament e de paciencia

y resolverme a estar todavía a pan y agua y su

frir al silencioso carcelero . Cuando pen saba en que

no podía salir de entre las garras de la justicia ,siendo así que no hab ía cometido delito alguno ,

me desesperaba con este tri ste pensamiento , y

echaba de menos el lóbrego subterráneo . ((Bien re x

flexionado — me decía yo a m i mismo allí m e,

'

¡hallaba menos mal que en este calabozo . Por lo

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menos en aquél comía y bebía a legremente con

los ladrones, d iv ert íame con ellos y m e consolaba

la dulce esperanza de poderme escapar algún día ;

pero seré qu i zá muy feliz si sólo puede sa lir de

aquí para ir a galeras , a pesar de mi inocencia .»

CAPITULO XIII

Por qué casualidad sale Gi l Blas de la cárcel, ya dónde se encaminó después.

Mientras yo pasaba los días y las noches en des

variar entregado a mis tristes reflexiones , se d ivul

garon por la ciudad mis aventuras , ni más ni m e

nos que yo las había dictad o e n mi declaración .

Muchas personas m e qui sieron v er por curiosidad .

Venían unas en pos de otras , y se asomaban a una

ventanilla que daba luz a mi prisión , y después de

haberme mirado algún tiempo se retiraban silen

ciosas . Sorprend ióme aquella novedad . Desde mi

entrada en la cárcel nunca había visto alma vi

viente asomarse a la tal ventanilla,que caía a un

patio donde habitaban el silencio y el horror . Me

hizo creer que yo había llamado* * la atención de la

ciudad ; pero no acertaba a pronosticar si sería para

ma l o para bien .

Uno d e los primeros que vi fué el muchacho oniño de coro de Mondoñedo que en Cacabelos se

escapó , como yo , de miedo del tormento . Conoc íle

luego , y él no fingió desconocerme , como lo había

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fingido e l arriero . Sa ludámonos uno y otro , y en

tab lam os una larga conversación , en la cual me vi

precisado a hacerle una nueva relación de mis aven

turas, lo que produj o dos efectos diferentes en e l

ánimo de los circunstantes , pues que los hice reír

y m e atraj e su compasión . El , por su parte , me

contó lo que había pasado en el mesón de Cacabe

los entre e l arriero y- la mujer después que un t e

rror pán i co nos había separado de ella . En una pa

labra, con tóme todo lo que dej o ya dicho . Despi

diose después de m i , prometiéndome que sin pe r

der tiempo iba a hacer todo lo posible para que me

d ieran libertad . Desde entonces todas las personas

que como él habían venido a verme por mera cu

riosidad m e aseguraron que mis desgracias las

movían a compas ión , o freciéndome al mismo tiem

po unirse con aquel mozo para solicitar que me

librasen de la cárcel.

Cumplieron efectivamente su palabra . Hablaron

en favor m ío al corregidor, quien , n o dudando ya

de mi inocencia, particularmente desde que el niño

de coro le contó todo lo que sabía, tres semanas

después vino a la prisión y me dijo : (<Gi l B las , aun

que si fuese yo un juez severo podría detenerteaquí , no quiero dilatar más tu causa . Vete ; ya es

tás libre y puedes salir cuando qui si eres. Pero

dime— prosiguió si t e llevaran al bosque donde

estaba el subterráneo , ¿ no le podrías descubrir ?»<<No , señor— le respondí porque como entré en

él de noche y salí antes del día , no m e sería posib le dar con él .» Con eso se retiró e l juez , diciendo

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que i b a a dar orden al carcelero que me franquea

se la puerta. Con efecto , un momento después vino

e l alcaide con sus satélites , que traían un lío de

ropa , los cuales, con mucha gravedad y sin decir

un a sola palabra , m e despojaron de la casaca y

de los calzones , que eran de paño fino y casi nue

vo , m e metieron por la cabeza un a especie de cha

marreta muy viej a y muy raída a manera de es

capula r io , y conc luida esta ceremon ia m e pusi e

ron a la puerta de la cárcel , echándome a empe

llon es fuera de ella .

La v ergñenza que padecí al verme en t an mala

ropa moderó mucho la alegría que comúnmente

tienen los presos cuando han recobrado su liber

tad . Tuve impulso de sali rme inmediatamente de

la ciudad , por huir de la vista de l pueblo , que no

podía sufrir sin rubor; pero pudo más mi agrade

cimiento . Fui a dar las gracias al'

can t orc i llo ,

quien debía tanta obligación . No pudo dejar de

reír luego que me vió . ((A lo que advierto— dij o

parece que la justicia ha hecho contigo todas sus

((No m e quej o de la justicia — le res

pondi ella en si es muy justa; solamente desearía yo que todos sus oficiales fueran hombres de

bien y de conciencia . A lo menos , me pudieran

haber dej ado e l vestido , pues me parece que no

le había pagado mal .» <<Convengo en eso— m e re

pl i có pero dirán que ésas son formalidades que

ind ispensab lem en t e se deben observar . Y si no ,dime : ¿ crees , por ventura , que el caballo en que

viniste se ha restituído su primer dueño ? N o le

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brado a una vida muy frugal, y t odav i a me resta

ban algunos reales cuando llegué al lugar de Puen

t edura ,poco distante de Burgos . Detúv eme en é l

para saber de doña Mencía . Entré en un mesón ,

cuya huéspeda era una mujer muy pequeña , muy

enjuta,vivaracha y de mala condición . Luego co

n ocí , por la mala cara que me puse , que no le ha

bía gustado mi chamarreta, lo que fácilmente le

perdoné . Sen t éme a una asquerosa mesa, donde

comí un pedazo de pan con un cuarterón de que

se y bebí algunos tragos de un detestable vino

que me traj eron . Durante la comida , que era muy

correspondiente a mi equipaje , quise entablar con

v ersa c íón con la huespeda, que me dió a entender

con un gesto desdeñoso que tenía a menos hablar

conmigo . Supliqué le que me dijese s i conocía al

marqués de la Guardia , si estaba lej os su casa de

campo y , particularmente , si se sabía en qué ha

bía parado la marquesa su muj er . cosas

me preguntáis !» — respondió muy desdeñosa . S in

embargo , me contestó en abreviatura y con muy

mal talante , di ciendo que la casa de campo de don

Ambrosio distaba una legua corta de Puentedura .

Después que acabé de beber y de cenar, como

era ya de noche , mostré que deseaba recogerme ,

y pedí un cuarto . cuarto para él !— me dij o la

mesonera , mirándome de hito en hito con altivez

y con desprecio ¡Un cuarto para él ! ¡Los cuartos de m i casa los reservo yo para gentes que no

cenan .pan y queso ! Todas mis camas e stán c on,

pedas, porque estoy esperando a ciertos caballeros

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de importancia que vienen a hacer noche aquí ; lo

más que te puede ofrecer es e l pajar , porque creono será la primera -vez que hayas dormido sobre

paja .» En esto de c ia más verdad de lo que ella

misma pensaba . No le repliqué palabra . Abracéprudentemente el partido que me proponía; fuime

al pajar y dormí con tranquilidad , como hombre

que ya estaba hecho a trabaj os .

CAPITULO XIV

Recib imiento que le hizo en Burgos doña Mencía.

No fuí perezoso en levantarme al d ia s i guiente .

Fu i a_

ajustar la cuenta con la huespeda , que ya

estaba levan tada , y me pareció de mej or humor

que e l día antecedente . A t rib uílo a la presencia de

tres honrados cuadrilleros de la Santa Hermandad

que con mucha familiaridad hablaban con ella , y

serían sin duda los caballeros de importancia para

quienes estaban destinadas todas las camas . Infe rméme en e l lugar del camino que guiaba a la casade campo a donde yo quería ir , y se le pregunté ¡a

un paisano que m e deparó la suerte , del mismocarác t er que mi antiguo mesonero d e Peñaflor. N o

contento con responderme a lo que le preguntaba ,añadió que don Ambrosio hab ía muerto tres sema

y que la marquesa , su muj er. se hab íaun convento .de la ciudad , que m e

Al punto me encaminé en derechura a

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Burgos , y , sin pensar ya en la casa de campo , fuívolando a l monasterio donde m e dij eron ”

que se

hallaba doña Mencía . Supliqué a la t e rn era se si r

viese decir a aquella señora que deseaba hablarle

un mozo recién salido de la cárcel de Astorga . Iri

mediatamente fué a darle el recado la t e rn era .

Volvió ésta, y me hizo entrar en un locutorio;adonde dentro de poco vi llegar, muy en lutada , a

doña Mencía .

venido seas , Gi l Blas— me d i j o aquella

viuda con modo muy afable Cuatro días ha que

escribí a un conocido mío de Astorga suplicándole

te fuese a v er y que de mi parte te rogase v ini e i

ses a visi tarme inmediatamente que salieses de la

prisión . Nunca dudé que pronto te dari an liber

tad . Bastaban para esto las cosas que yo dij e al

corregidor en descargo tuvo . R espondi éronm e que“

ya , con efecto , estabas libre , pero que no se sab ia

tu paradero . Temí no volverte a v er ni tener e l

gusto de darte algun a prueba de mi agradecim ien

to , lo que hubiera sentido extremadamente . Con

sué lat e — añadió , conociendo que estaba av ergon

zado de presentarme a ella en tan miserable es

tado no t e dé pena alguna el hallarte en el in

feliz ropaj e eu que t e v eo . Después del gran ser

vicio que me hiciste,sería v e la mujer más ingrata

de las mujeres si no h iciera nada por ti . Mi án imo

es sacarte del mal estado en que te hallas ; debe y

puede hacerlo , pues tengo bienes suficiente s para

poder corresponderte sin que me sea gravoso .

»Los lances— continuó— que me sucedieron hasta

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el dia en que nos separaron para meternos presos

ya los sabes como yo; ahora voy a contart e lo que

me aconteció desde entonces. Luego que el corre

gidor de Astorga dispuso que m e condujesen a

Burgos , después de haberme oído la relación puntual de m is sucesos , me dirigí a la casa de don Am

b rosio . Causó mi llegada general y extremada sor

presa ; pero me dij eron que ya llegaba tarde , por

que el marqués , profundamente afligido por mi

fuga , había caído gravemente enfermo , y tanto ,

que los médicos desesperaban de —su vida . Esta

triste noticia fué un motivo más sobre los muchos

que ya tenía para llorar el rigor de mi fatal desti

no . Con todo eso , quise que le avisasen mi llega

da ; entré después en su cuarto y corrí a arrojarme de rodillas a la cabecera de su cama , anegado

en lágrimas el semblante y el corazón traspasado

de l más agudo dolor . te ha t ra i do aqui ?— me dij o luego que me v ió ¿Vienes a compla

certe en la obra de tus manos ? ¿No t e basta ha

berme quitado la vida ? ¿Era menester, para ma

yor satisfacción tuya , que tus mismos oj os fuesen

testigos de m i muerte ?» <<Señor— le respondí ya

e s hab rá informado Inés de que huí con mi legít imo esposo , y a no ser el funesto accidente que me

pri vó de él , nun ca más me hubierais vuelto a v er .»

R e fer ile al mismo tiempo cómo don Alvaro había

muerto a manos de unos ladrones y cómo me h a

bian conducido al subterráneo,con todo lo demás

que me había sucedido hasta entonces . Apenas

acabé de hablar , cuando , alargándome cariñosa

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mente la mano , me d i jo con ternura : h i ja ;

ya no me quej o de ti ! Pues qué , ¿deb e por ventura

culpar un proceder tan justo y t an honrado ? H a

llást et e de repente con tu legítimo esposo, a quien

adorabas , y me abandonaste por irte con él . ¿Podre nunca condenar con razón una conducta dic

tada por la conc i enc i a y la justicia ? No por cierto ;ningun a razón t endria para quejarme . Por eso no

permití que ninguno te siguiese . Respetaba en aque

lla fuga e l sagrado derecho que la hacía lícita , y

aun necesaria , - como también el debido amor que

profesabas a tu querido y verdadero esposo. En

fin , t e hago justicia , y protesto que con haberte

rest i tui do a mi casa has recobrado toda mi tem u

ra . Si , querida Mencía , tu presencia me colma de

gozo y de consuelo . Mas ¡ay , cuán poco me durará

uno y otro ! Conozco que mi última hora se v a

acercando . Apenas la suerte me volvió a juntar

contigo , cuando me será necesario arrancarme de

ti con e l último adiós .» R edob lóse mi llanto al oír

palabras tan amorosas , las que excitaron en mí

un a aflicción extremada. Aunque adoré a don Al

varo , n o lloré tanto por él . Mur ió don Ambrosio a l

d ía siguiente, y yo quedé dueña de la rica dote

que me había señalado en las capitulaciones . No

es mi ánimo emplearla mal . Aunque soy t odav ia

moza, ninguno me verá pasar a terceras nupcias .

Esto , a m i parecer, sólo es propio de mujeres sin

pudor y sin delicadeza . Antes bien , te digo que ya

no tengo inclinación al mundo y que quiere a cabar

mis días en este convento y ser su bienhechora .»

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—Tal'

fué el discurso de doña Mencía ; acabado e l

cual , sa có de la faltriquera un bolsillo y me lo tiró

por la reja del locut orio a donde le pudiese alcanzar , diciendo : <<Toma, Gi l Blas , esos cien ducados ,únicamente para que t e vistas , y después vuelveme a v er , porque n o quiero que se limite a cosatan corta mi agradecimiento .» Dile mil gracias y

le juré que no partiría de Burgos sin volver a des

pedirme de ella . Hecho este juramento— que es

taba bien resuelto a n o quebrantar m e fui a

buscar algún mesón . Entré en e l primero que en

contré , pedí un cuarto , y para precaver el mal

concepto que por el traj e se podía formar d e m i

dij e al mesonero que , aun que m e veía en aquellos

pobres trapos , tenía con qué pagar el gasto . Al

oír estas palabras , e l mesonero , que se llamaba

Majuelo y era naturalmente grandísimo bufón , mi

randome y exam inándome atentamente de pies a

cabeza , m e dij o con cierto aire malicioso y chuf le t ero que n o necesitaba de mi aseveración para

conocer que sin duda haría yo en su casa mucho

gasto , porque entre los remiendos de aquellos ma

los trapos se divisaba en mi persona un n o sé quéde nobleza que le obligaba a creer que yo era un

caballero de grandes conveniencias . N o dej é deconocer que e l bellaco se estaba burlando d e m i ,y para cortar de repente sus b ufon escas fri a lda

des saqué e l bolsillo y a su vista conté sobre unamesa mis ducados , los que le obligaron a formar

un juicio más favorable de m i . R og ué le que m e

hiciese buscar algún sastre,a lo cual me replicó

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que sería mejor llamar a algún prendero, el cualtraería di ferentes vestidos de todas clases, paraquedar pronto vestido del todo . Armóme el conse =

je y determ iné seguirle? pero como se acercaba yala noche , dilaté este negocio hasta e l día siguiente ,y sólo pensé en cenar bien para resarcir lo mal que

había comido desde que salí del subterráneo .

CAPITULO XV

De qué modo se visti ó Gi l Blas, del nuevo regalo

que le hi zo la señora y del equipaje en que sali ó

de Burgos.

Sirv i éronm e un copioso plato de manos de car

nero fritas y le comí casi todo ; bebí a proporción

y después fuim e a la cama. Era_

é st a muy decente ,v esperaba que luego se apoderaría de mis sentidos

un profundo sueño; pero engañéme , porque apenas

pude cerrar los ojos , ocupada la imaginación en

qué género de vestido había de escoger. “¿Qué

haré ?— decía ¿ Seguiré mi primer intento de

comprar unos hábitos largos para ir a ser dóm i

ne en Salamanca ? Pero ¿a qué fin vestirme de

estudiante ? ¿Tengo deseos de consagrarme al es

tado eclesiástico ? ¿Acaso me inclina a ello mi pro

pensión ? ¡Nada de eso ! Mis inclinaciones“ son muy

contrarias a la santidad que pide : quiero ceñir es

pada y v er de hacer fortuna en el mundo .» Y a

esto me decidí .

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de que estaba un poco usado . Se componía de unaropilla , unos calzones y un a capa; la ropilla, con

mangas acuchilladas , y todo él de terciopelo azul

bordado de oro . Escogí éste y pregunté e l precio .

El prendero, que conoció cuánto me agradaba, m e

dij o : <<Em verdad que es usted un señor de gusto

muy delicado , y se ve bien que lo entiende . Sepa

usted que este vestido se hizo para uno de los pri

meros sujetos del reino , que no se le puso tres v e

ces . Observe bien la calidad del terciopelo y h allará que es del mejor. Pues ¿ qué diré del borda

de ? No parece cabe mayor delicadeza ni prim e r .»

<<Y bien— le pregunté ¿ cuán t o ped is por él ?»

<<Señor —me respondió ayer no le quise dar por

sesenta ducados ; y si esto no es cierto , no sea yo

hombre de bien .» A la verdad , la contestación

era convin cente . Yo le ofrecí cuarenta y cinco ,aunque acaso no valía la mitad . <<Caballero — replicó

él fríamente yo no soy hombre que pi de más

de lo justo ni reb aje un ochavo de lo que digo la

primera vez . Tome usted este otro vestido— con

t inuó , presen tándom e el primero ; que yo había

desechado que se le daré más barato .» Todo

esto sólo servía para aumentar en m i la gana que

tenía del otro , y como me imaginé que no reba

jar ía ni un maravedi de lo que había pedido , le

entregué sus sesenta ducados . Cuando vió la faci

lidad con que se los había dado , juzgo que , no obs

tante la delicadeza de su “rígida conciencia , se arre

p in t ió mucho de no haberme pedido más . Pero al

fin , contento con haber ganado a real por cuarto ,

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se despidió con sus mozos, los cuales tampocodej é de agasajar dándoles para beber.

Vi éndome ya con un vestido tan señor, comencéa pensar en 10 restante para presentarme en la ca

lle con toda autoridad y decencia , lo que m e en

t retuv o toda la mañana . Compré pañuelo , som

brere , medias de seda , zapatos y una espada . Ves

time inmediatamente ; pero ¡qué gozo fué e l m ío

cuando m e vi tan bien equipado ! N o m e cansaba

de mirarme . Ningún pavo real se recreó nunca

tanto en mirar y remirar el dorado plumaj e de sucola . Aquel mismo día pasé a visitar segunda v ez

a doña Mencía , la cual m e volvió a recibir con la

mayor urbanidad y agasaj o . Dióm e nuevas gra

c ias por e l servicio que le había hecho , a que si

guió una salva de recíprocos cumplido's . Después ,deseándome en - todo la mayor prosperidad , se des

pidió de m i , y se retiró , regalándome sólo una

sortij a de treinta doblones y suplicándome la con

serv ase siempre por memoria .

Quedém e frío cuando me vi con la tal sortija ,porque había contado con regalo de mucho más

precio . En esta suposición,malcontento de la ge

nerosidad de la señora , volví al mesón haciendo

mil calendarios ; pero apenas había l legado cuando

entró en él un hombre que v en ia tras de m i , e l

cual , desemb ozando la capa , mostró un talego b as

tante largo que traía debajo del brazo . Así que vie l talego , que parecía lleno de dinero , abrí tantoºjº , y lo mismo hicieron algunas personas que és

taban presentes ; y me pareció oír la voz de un se

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rafin cuando aquel hombre me dijo , poniendo el

talego sobre una mesa : aSeñor Gi l Blas, mi señorala marquesa suplica a usted se sirva adm itir esta

cortedad en prueba de su agradecimiento .» Hice

mil cortesias al portador, acompañadas de otros

tantos cumplimientos , y luego que salió de l mesón

me arroj é sobre el talego como un gavilán sobre su

presa y llev émele a mi cuarto . Desat é le sin perder

tiempo , v ac i é le sobre un a mesa y me encontré con

mi] ducados que contenía . Acababa de con t arle s

al tiempo que e l mesonero,que había oído las pa

labras del portador , entró para saber lo que ibaen e l talego . Asomb ró le la vista de tanta plata y

exclamó adm irado : de Dios , y cuán t o di

nero ! ¡Sin duda sabéis— añadió con malicia — sacar

buen partido de las damas ! ¡Apenas ha v e in t i cua

tro horas que estáis en Burgos y ya hacéis con

t rib u ir a las marquesas !»N o m e desagradó esta sospecha y estuve tenta

do a dejar a Majuelo en su error , por lo que lisen

jeab a mi vanidad . No m e admiro de que los m e

zos se alegren de ser tenidos por afortunados con

las muj eres ; pero pudo más en m i la inocencia de

mis costumbres que la vanagloria . Desengañé al

mesonero y le conté toda la historia de doña Menc ía . Oyó la con singular atención , y después le con

fié e l estado de mis asun t os , suplicándole , pues se

mostraba tan interesado en servirme , me ayudase

con sus consej os . Quedóse como p ensa t iv o algún

tiempo , y tomando luego un aire serio , m e dijo :eSeñor G i l Blas , confieso que desde que vi a usted

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15 cobré particular inclinación; y ya que le merez

la conf ianza de que m e hable con tanta fran

queza , deb e corresponder a ella diciéndole sin lisonj a lo que siento . A m i me parece que usted es

un hombre nacido para la corte , y así , le acon sej o

se vaya a ella y procure introducirse con algún gran

señor,viendo de mezclarse en sus negocios , y se

b re“

todo en los de sus pasatiempos y dev an eos, sin

lo cual perderá usted el tiempo y nada adelantará

con él . Conozco bien a los grandes : ningún apreciohacen del celo y de la lealtad de un hombre de

bien , y sólo estiman a las personas que les son n e

cesarias para sus fines . Además de éste , t iene us

t ed ot ro recurso : es mozo , bien dispuesto , galán ; y

est e ,aun cuando fuera un hombre sin talento , b a s

taba y aun sobraba para encaprichar a su favor a

alguna viuda poderosa o alguna h ermosa dama mal

casada . S i el amor empobrece a muchos ricos , talvez sabe también enriquecer a los que eran po

bres . Soy , pues , de parecer que vaya usted a Ma

drid ; pero conviene se presente con ostentación ,

pues all í , como en todas partes , se juzga de laspersonas no por lo que son , sino por lo que apa

rentan ser, y usted solamente será atendido a pro

porción de la figura que hiciere . Quiero proporc io

narle un criado mozo , fiel , cuerdo y prudente ; en

fin , un hombre de mi mano . Compre usted dos

mulas , una para sí y otra para é l , y sin perdertiempo póngase en camino lo más pronto que le

sea posible .»

N o podía menos de abrazar un conse jo que era

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tan de mi gusto . Al d ía siguiente compré dos mulas y recibí el criado que Majuelo m e propuso . Era

un hombre de treinta años y de un aspecto humilde y devoto . Díjom e ser rayano de Galicia y

llamarse Ambrosio Lamela . Lo que más admiré en

él fué que , siendo los demás criados por lo común

muy interesados , éste n o se paraba en pedir gran

salario . Díjom e que en este asunto se contentaria

con lo que quisiese darle . Compré unos botines y

una maleta para llevar mi ropa y mis ducados ,ajusté la cuenta con el mesonero , y al amanecer

salí de Burgos camino de Madrid .

CAPITULO XVI

Donde se ve que ninguno debe fiarse mucho de la

prosperidad.

Dormimos en Dueñas la primera j ornada , y el

d ía siguiente entramos en Valladolid a las cua t ro

de la tarde . Apeámon os en un mesón que me pa

recio sería el mej or de la ciudad . Mí criado se fuéa cuidar de las mulas y yo man dé a una moza de

la posada llevase la maleta a l cuarto que me die

ron . Llegué tan fatigado, que sin quitarme los b o

tines me eché en la cama , donde insensiblemente

me quedé dormido . Era ya casi noche cuando des

perte. Llamé a Ambrosio . No estaba en e l mesón ,

pero tardó poco en parecer. Pregun t é le de dónde

venía. y me respondió, devoto y compungido , que

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de una iglesia de dar gracias al Señor por hab er

nos librado de toda desgracia en el camino . Ala

b é le su devoción y le mandé que encargase m e dis

pusiesen algo que cenar .

_Al m 1sm o tiempo que le hablaba entró en m i

cuarto el mesonero con un hacha encendida en la

m ano , alumbrando a una señora ricamente vesti

da , la cual m e pareció más hermosa que joven .

Dáb a le el brazo un escudero , y un m e ri t o la se

guía llevándole la cola del vestido . Quedé no pocosorprendido cuando la señora , después de hacerme

un a profunda reverencia , me preguntó si por ven

tura sería v e el señor G i l Bla s de San t i llana .

'

Ape

nas le respondí que s i cuando , desasiéndose del

escudero, vino apresuradamente a darme un abra

zo con tal alborozo y a legria , que añadió muchos

a mi admiración . mil veces bendito

o— exclamó — por tan dichoso encuentro ! ¡A

usted , señor caballero , a usted venía yo buscan

de !» Al oír esto se me vino a la memori a e l petar

dista taimado de Peñaflor , y ya iba a sospechar

aquella señora era una solemne embustera o

descarada aventurera ; pero lo q ue añadió m e

a formar de ella un juicio más favorable .

y— me dijo —prima hermana de doña -Men

c ia de Mosquera , que debe a usted tantas obliga

ciones . H e recibido hoy mismo una carta suya , en

que me participa e l V i aj e de usted a la corte y me

encarga le trate bien y le obsequie si transitare

por _ esta ciudad . Dos horas ha que la ando corriende toda , yendo de mesón en mesón a saber '

que,

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foraste ros se han apeado en ellos, y por las señas

que m e dió de usted e l mesonero conocí que podía

ser e l libertador de mi prirn a . Ya que he tenido la

dicha de encontrarle , quiero manifestarle lo mu

cho que me in t erese en los beneficios que se hacen

a mi fam i lia , y particularmente a mi querida Men

c ía . Me hará usted el fav or de venir ahora mismo

a hospedarse en mi casa , donde estará menos mal

que en un mesón .» Quise excusarme , haciéndole

presente que no podía admitir su fineza sin in co

modarla ; pero fué preciso rendirme a sus eficaces

instancias . Habia a la puerta del mesón un coche

que nos estaba esperando . Ella misma tuvo gran

cuidado de hacer poner dentro de él la maleta y

todo mi equipaj e , cporque en Valladolid— dij o

hay muchos bribones», lo cual era demasiadamente

cierto . En f in , entramos en e l coche ella y yo con

su vejete escudero v me dej é sacar del mesón d e

estamanera , con gran pesar del mesonero , porqueasí se veía privado del gasto que él suponía que

yo había de hacer en su posada con la señora , e l

escudero y el m e ri t o .

Después d e haber rodado bastante , paró en fin

e l coche a la puerta de una casa grande , a donde

subimos a un a sala bien adornada e ilumin ada con

veinte o treinta buj ías . Había en ella también mu

chos criados , a quienes preguntó la señora si había

venido don Rafael . R espond i é ron le que no , y ella

m e dij o , volviéndose a m i : (¡Señor G i l Blas , estoy

esperando a mi hermano , que ha de volver esta

noche de un a quinta que tenemos a dos leguas de

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fortuna la mía en tener en mi casa a l señor G i lBlas de Santillana ! No era menester que mi prima

la marquesa le recomendase : bastaba avi sarn os quepasaba por aquí . Sabemos muy bien mi hermanay yo cómo debemos tratar a un hombre que hizo

e l mayor servicio del mundo a la persona a quien

más amamos de t oda nuestra parentela .» Corres

pond í lo mejor que pude a todas aquellas expresiones y a otras muchas semej antes , acompañadas

de mil caricias . Advirtiendo después don Rafael

que t odav ia tenía yo puestos los botines , mandó

a sus criados me los quitasen .

Pasamos después al cuarto donde estaba espe

randene s la cena . Sen támon e s a la mesa , colocán

d eme a m i en medio de los dos hermanos , quien es

mientras cenábamos me dij eron mil expresiones

cariñosas ; celebraban todas mis palabras como otros

tantos rasgos de gracia y de discreción , y era de

ver el cuidado con que me hacían plato, si rv ién

deme de cuanto había en la mesa. Don Rafae l

brindaba frecuentemente a la salud de doña Men

c ía y yo correspondía del mismo modo . Doña Ca

mila no se descuidaba en imitarnos , y a veces me

parec ia que me miraba como a hurtadillas de una

manera que podía significar mucho , y aun llegué

a creer que para hacerlo buscaba ocasión , como

quien temía que su hermano lo advirtiese . Bastó

est e para persuadirmo que ya me había hecho due

ño de la voluntad de aquella señora y para resol

ver aprovecharme de este descubrimiento por poco

que me detuviese en Valladolid . Con esta esperan

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za me rendí fáci lm en t e a la cortesana súplica que

me hicieron de que me detuviese en su compañía

a lgunos di as. Agradecieron mucho mi condescen

dencia,y la particular alegría que mostró doña

Cami la me con firmó en la opinión de que había

hallado en m i un h ombre muy de su gusto .

Vi éndom e determinado don Rafael a detenerme

algún tiempo , m e propuso un viaj e a su q uinta,de la que me hizo una magnífica descripción , como

también de las diversiones que quería proporc io

narm c en ella . <<Unas veces— decía— n os divertire

mos en la caza, otras en la pesca ; y si usted gus

ta de pasearse , en con trará bosques sombríos y

jardines deli ciosos . Además de esto n o nos faltará

buena compañia , y creo que no echará usted de

menos la ciudad .» Acepté la oferta, y quedamos

en que al día sigui ente iríamos a la tal div ert idí

sima qui nta . L ev an tám onos de la mesa con esta

resoluc ión , y don Rafael , lleno de alegría , me dió

un estrech ísím e abrazo , diciéndome : <<Señor Gi l

Blas , ahí le dej o a usted con mi hermana ; v oy adar las órdenes necesarias para el viaj e y para que

se avise a las personas que n os han de a compa

ñar .» Dicho esto se salió del cuarto , y yo quedé a

solas con la señora , dándole conversación , en la

que no desmintió lo que yo hab i a juzgado de lastiernas miradas de la cena . Tom óme la mano , y

mirando con atención la sortija,dijo : <<Parece muy

lindo este diamante , pero es pequeñito . ¿En tiende

usted de pedrería ?» R espond i le que no . <<Lo sien

to —me replicó porque si lo entendiera,me d i

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ría cuán to vale esta piedra— mostrándome un grue

se rubí que tenía en e l dedo ; y mientras yo lo

miraba , añadió R ega lóm e lo un tío mío , que fué

gobernador de Filipinas , y los j oyeros de Vallado

lid lo aprecian en trescientos doblones .» <<Lo creo— repliqué porque me parece prime roso .» (P ues

ya que a usted le gusta— repuso ella qui ere ha

gamos un trueque .» Diciendo y hac iendo ,

'me cogió

mi sortij a y m e t ióme la suya en m i dedo . Después

de este cambio , que yo tuve por un regalo hecho

con gracia y novedad , Camila me apretó la mano

y me miró con ternura; luego , cortando de repente

la conversación , me dió las buenas noches y se re

tiró enteramente confusa y'

como avergonzada de

haberme manifestado demasiado sus sentimientos .

Aunque era yo entonces uno de los cortesanos

más novicios , no dej é por eso de penetrar lo mu

che y bueno que significaba aquella precipitada

fuga , y desde luego consentí en que no pasaría mal

e l tiempo en la quinta . Poseído de esta lisonj era

idea y del brillante estado de mis negocios , me eu

cerré en el cuarto donde había de dormir y pre

vine a mi criado me despertase temprano el d ía

siguiente. En lugar de pensar en acostarme , me

entregué enteramente a los alegres pensamientos

que m e inspiraba mi maleta , que estaba sobre

una mesa , y mi rubí . a Dios— decia —

que

si antes fuí miserable , ya no lo soy ! Mil ducados

por una parte y una sortij a de trescientos doblo

nes por otra es un decente caudal para bandear

me algún ti empo . Ahora veo que Majuelo no me

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viajaba de incógnito . Yo le dí éste , h ab rendomelo

pagado adelantado .»

Ca i entonces en la cuenta : conocí lo que debía

pensar de doña Camila y de don Rafael y compren

d i que mi criado , inst ru i do a fondo de todos mis

negocios , m e había vendido a aquellos dos grand í

simos bribones . En vez de echarme a m i solo la

culpa de tan pesaroso suceso y de conocer que n o

me hubiera acaecido a no haber tenido la ligereza

e indi screción de descubrirme a Majuelo sin la

menor necesidad , me volví contra la inocente for

tuna y maldij e mil veces mi suerte . El posadero ,a quien conté mi aventura — de la cual quizá e l

bellaco estaría mej or informado que yo mostró

acompañarme en mi sentimiento . Compadec ióse de

m i y protestó lo mucho que sentía que este lance

hubiese sucedido en su casa ; pero yo creo , a pesar

de todas sus protestas , que él tuvo tanta parte en

esta picardía como el mesonero de Burgos , a quien

siempre atribuí e l honor de la invención .

CAPITULO XVII

Partido que tomó Gi l Blas de resultas del triste su

ceso de la casa de posada.

Después de haber llorado bien , pero en vano , mi

desgracia , comencé a hacer reflexiones , y saqué de

ellas que en lugar d e rendirme a la desesp eración

y desaliento debía animarme a luchar contra mi

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ma la suerte . Volví , pues , a despertar mi valor , y

me decía a m i mismo mientras me estaba v ist i en

do : <(Aun doy gracias a mi fortuna de que aquellos

ma lvados no se llevasen también mis vestidos y

algunos ducados que tengo en las fa lt riqueras .» Yles agradecía e l haber andado tan comedidos , pues

habían tenido también la generosidad de dejarm elos botines , los cuales d i al posadero por la tercera

parte de lo que me habían costado . En fin , salí de

la posada sin tener necesidad , gracias a Dios , de

quien m e llevase el hatillo . Lo primero que hice

fué ir al mesón donde me había apeado el día an

t eceden t e , a v er si mis mulas se hab ían librado de

la borrasca , aunque , a la verdad , j uzgaba que Am

b rosio no las habría olvidado ; y oj ala que siempre

hubiera juzgado de él con tanto acierto , pues supe

que aquella misma noche había tenido buen cu í

dado de sacarlas . Conque , dando por supuesto que

yo no las v olv eria a v er , como tampoco mi male

ta , caminaba triste y sin destino por las calles ,pensando en e l rumbo que hab ía de tomar. Ofre

c iósem e la idea de volver a Burgos para recurrir

segunda v ez a doña Mencía ; pero considerando que

est e sería abusar de su bondad y que además m e

tendría por un simple , deseché este pensamiento .

Juré , si , guardarme bien en adelante de mujeres ,y por entonces n o me fiaría ni aun de la casta Su

sana . De cuando en cuando ponía los oj os en mi

sortij a; mas , acordándome que había sido regalode Camila, suspiraba de rabia y “

de dolor .— decía entre m i ¡Nada entiendo de rub ícs; pero

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bien entiendo y conozco a la gentecilla que hace

estos cambios ! ¡No me parece precise ir a un jo

yero para conocer que soy un pobre mentecato !»

Con todo , no quise dejar de ir a saber lo que va

lía la sortij a , que reconocida por un lapidarío la

t asó en tres ducados . Al'

oír semejante tasa , aun

que no me causó sorpresa , di a todos los diablos

la sobrina del gobernador de Filipinas , 0 , por m e

j or decir, sólo les renové el don que mil veces les

había hecho de ella. Al salir de casa de l lapidarío

encontré un mozo que se paró a mirarme . N o pude

caer al pronto en quién era , aunque en otro tiem

po le había conocido muy bien . qué , Gi l

Blas ?— me dij o ¿Finges acaso no conocerme ?

¿Es posible que en dos años me haya mudado t an

to que no conozcas al hij o]

de l barbero Núñez ?

¡Acuérdate de Fabricio , tu paisano y tu condisci

pulo de Lógica , y de cuán tas veces argii imos los

dos en casa del doctor Godínez sobre los univer

sales y grados metafísicos !»

Antes que acabase de hablar había y o venido

en conocimiento de quién era . Ab razám enos estre

chamen t e con mil demostraciones de admiración

y de alegría . querido amigo — prosiguió Fa

bricio y qué encuentro tan feliz y cuán t o me

alegro de volverte a v er ! Pero ¿ en qué equipaj e teveo ? ¡A la verdad, que estás vestido como un prin

cipe ! ¡Bella espada, medias de seda , calzón y v es

tido de terciopelo con bordado de plata ! ¡Fuego !

¡Esto me huele a un fortunón deshecho ! ¡Apuesto

a que alguna viej a liberal te h i zo dueño de su b o l

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no me acobardan ; sé superarlas y sé resistir a los

golpes de la mala fortuna . Por ej emplo : amaba en

Oviedo a la hij a de un vecino honrado y ella m e

amaba a m i ; pedí la a su padre , y negóm ela , como

era regular. Otro cualquiera se hubiera muerto depesadumbre ; pero yo , ¡admira la fuerza de mi ta

lento ! , de acuerdo con la misma muchacha , la rob é

de casa de sus padres . Era viva, atolondrada y

alegre sobremanera ; por consiguiente , pudo más

con ella e l placer que la obligación . Anduvimos

seis meses paseándonos por Galicia , y llegó a t al

punto su deseo d e viajar que quiso ir a Portugal ;pero tomó otro compañero de viaj e y me dej ó plan

tado . Si no fuera e l que soy , m e hubiera desespe

rado y abatido con e l peso de esta nueva desgra

c i a ; mas no cometí tal disparate . Más prudente ysufrido que Menelao , en lugar de armarme contra

el Paris que me había robado mi Elena , m e a legró

mucho de verme libre de ella . N o queriendo des

pués volver a Asturias por evitar contiendas con

la justicia , me interné en el reino de León, donde

anduve de lugar en lugar, gastando e l dinero que

me había quedado del rapto de mi ninf a , pues e n

aquella ocasión ambos nos proveímos suficiente

mente de dinero y ropa . Al fin m e hallé a l,

llegar a

Palencia con un solo ducado , con el cual tuve que

comprar un par de zapatos , y el resto duró pocos

días . Vime perplej o en aquella situación . Comen

zaba ya a guardar dieta y era indispensable tomar

algún partido . Resolvi , pues , ponerme a servir.

Acomodéme desde luego con un rico mercader de

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paños que ten ía un h i j o dado a todos los vicios .En su casa encontré un seguro asilo contra la abst in en c ia , pero igualmente un grandísimo ob stácu

lo . Mandóm e e l padre que espiase al hij o y suplicóme el hij o le ayudase a engañar al padre . Era

preciso optar : preferí la súplica al precepto , y esta

preferencia m e costó e l ser despedido . Pasé d espués a servir a un pintor, ya hombre viej o , e l cual

quer ia enseñarme por caridad los principios de su'

arte ; pero al mismo tiempo m e dej aba morir de

hambre , y est e me disgustó de la pintura y de la

mansión en Palencia . Vín eme a Valladolid , donde

por la mayor fortuna del mundo m e acomodé con

.

un administrador de l hospital . Con él estoy todav ía , y cada instante más contento . El señor Ma

nuel Ordóñez , mi amo , es e l hombre más virtuoso

de l mundo , pues siempre v a con los oj os bajos y unrosario de cuentas gordas en la mano . Dicen que

desde mozo sólo tuvo puesta su atención en e l bien

de los pobres , y le mira con mucho amor , emplean

do a este fin un celo infatigable . Esto n o se ha que

dado sin recompensa : todo ha prosperado en sus

manos . ¡Qué bendición del Cielo ! El se ha h echorico cuidando de la hacienda de los pobres .»

Luego que acabó Fabricio su discurso , le dij e((Por cierto m e alegro de verte tan

¡contento con

tu suerte ; pero , hablando en conf ianza , paréceme

que podías hacer un papel más brillante en el mun

do que el de criado . Un mozo de tu talento deb iapensar más alto .» <<Te engañas mucho , Gi l B las— me respondió has de saber que para un hom

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b re de mi humor no puede haber mej or situación

que la m ia . Confieso que e l oficio de criado es pe

nose para un m entecato ; m as para un mozo des

pej ado tiene grandes atractivos . Un ingenio superior que se pone a servir no sirve materialmentecomo un pobre bobo : entra menos a servir que a

mandar en la casa . Su primer cuidado es estudiar

bien el genio y las inclinaciones del amo . B alaga

sus defectos , lisonjea sus pasiones , sírvele en ellas ,se granj ea su confianza , y h é t ele que ya le tiene

agarrado por la nariz . De esta manera m e he go

bernad o con mi administrador. Desde luego cono

c i de qué pi e cojeaba . Adverti que todo su deseo

era que le tuviesen por santo . F ingi creerlo , porque

est e nada cuesta; y aun hice más : procuré imitarle

representando en su presencia e l mismo papel que

él representaba delante de los demás : engañé a l

engañador, y poco a poco vine a ser su todo y

como su primer mini stro . Baj o sus auspicios y en

su escuela espero que alg ún d ia estarán a mi cargo

los asuntos de los pobres , porque m e intereso tanto

por su bien como m i am o . ¿Y quién sabe si por

este camino llegaré también a hacer igual o mayor

fortuna ?»

y alegres esperanzas , querido Fabri c i o !

le repli qué De ite mil parabienes por ellas . Mas ,

por lo que a m i toca, vué lv ome a mis primeros

pensamientos . Voy a trocar mi vestido bordado

por un as b aye tas, i réme a Salamanca , matricula

rém e en la Universidad y me pondré a preceptor .»

preyecto !— repuso Fabricio ¡Graciosa

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v echosa carrera de criado . Créeme : desecha para

siempre e l pensamiento de ser preceptor y siguemi ej emplo .» <<Sea asi , Fabricio— le respondí pero

no todos los d ias se hallan adm inistradores como

e l que tú has hallado , y si yo m e determinara a

servir, quisiera a lo menos encontrar con un buen

amo .» — repusp él En eso tienes razón . Yo

tomo por mi cuenta el b uscárte le , y lo haré aunqueno sea mas que por contribuir a que no se vayan

a enterrar en una Univ ersidad los talentos de unhombre como tú .»

L a próxima miseria que me amenazaba , la re

solución y seguridad con que Fabricio me habló ,aun más que sus razones , m e persuadieron final

mente a que me pusiese a servir . Tomada esta de

terminación , salimos del f igón ,y Fabricio m e dij o

<<Ahora mismo quiero conducirte en derechur a a

casa de un hombre a quien recurre la mayor parte

de los que buscan amo . Tiene emisarios que le in

forman de cuanto pasa en todas las familias , sabe

las que necesitan criados , y en un registro muy

exacto lleva razón n o sólo de las plazas vacantes ,sino también de las buenas o malas cualidades de

los amos : en fin , él fué quien me acomodó con e l

admin istrador .»

Fuimos hablando de esta especie de despacho y

oficina pública tan singular,hasta que llegamos a

una callejuela, y en un rincón de ella , a una casa

baja , donde el hij o del barbero Núñez m e hizo en

trar. Nos encontramos con un hombre de c i ncuen

t a años que estaba escribiendo . Sa ludámosle cor

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l l l

t esana y aun respetuosamente ; pero fuese por ser

de genio naturalmente soberbio y grosero , o bien

porque estando acostumbrado a no tratar sino con

lacayos y cocheros lo estaba también a recibir lasvisitas asaz descort ésmen t e , n o se levantó , n i aun

casi se dignó mirarnos , contentándose con hacer

una ligera inclinación de'

cabeza . Con todo , pocodespués m e miró con atención . Conocí muy bien

se admiraba de que un mozo con un vestido b or

dado quisiera ponerse a servir de criado , cuando

podía pensar que iba yo a buscar un o . Duró le poco

esta duda , porque Fabricio le dij o al punto : <<SeñorArias de L ondoña , aqui le presen t e a usted e l ma

yor amigo m io . Es un hij o de buena familia , y susdesgracias le han reducido a la necesidad d e serv ir.

Proporc ión ele usted una buena conveniencia , con

tando seguramente con su correspondiente agrade

c im i en t o .» <<Señores — respondió fríamente Arias

ésa es la can t ilena general de todos ustedes : antes

de acomodarse prometen mucho ; pero después de

bien acomodados , tú que le viste , y de todo se ol

v i dan .» ¿Qué ?— replicó Fabricio ¿Está

usted quej oso de m i ? ¿No me h e portado bien ?»

cMejor pudieras haberte portado . Tu conveniencia

equiva le a la de primer oficial de cualquiera of i c i

na, y has correspondido como si t e hubiese a co

modado con un autoreille .» Tomé yo entonces lapalabra , y para que conociese el señor Arias que no

se rv ía a un ingra t o , quise que el agradecimiento

precediese al favor . Púse le en la mano dos duca

dos , prom e t i éndole que no se limitaría a tan poca

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cosa mi reconocimiento como me colocase en una

buena casa .

Most róse contento de mi proceder, diciendo :

gusto yo de que se trate conm igo ! Hay vacantes

excelentes puestos : leeré los , y usted escogerá el que

mejor le pareciera .» Al decir est e ca lóse los ante

oj os , tomó su registro , ab rió le ,revolvió algunas

hoj as y comenzó así : <<Necesita lacayo e l capitán

Torbellino , hombre colérico , brutal y fantástico ;gruñ e sin cesar , blasfema , da de golpes y muy a

menudo estropea a los criados .» usted ade

lante !— dij e yo prontamente ¡No m e gusta e l

señor capitán !» R ióse Arias de mi viveza y prosi

guió leyendo : (<Doña Manuela de Sandoval , viuda

y entrada en edad , impertinente y caprichosa , se

halla sin criado . Por lo común no tiene más que

uno , y ése apenas la puede aguantar un d ia ente

ro . Diez años ha q ue sólo hay en su casa una li

brea, y s irve para todos los criados que recibe ,sean flacos o gordos , grandes o pequeños . Se pue

de decir que no hacen mas que prob ársela . y así

t odav ía está nueva , aunque se la han pues t o dos

mil . Falta un criado al doctor Alvaro Fáñez , mé

dico quimico . Trata bien a sus criados , dales bien

de comer y un gran salario ; pero hace en ellos la

experiencia de sus remedios y se observa que en

casa de este qu ím i co ' h av siempre vacantes plazas

de criados .»

lo dudo ! — ín t errump10 Fabricio dando un a

carcajada Pero vamos claros , que nos va usted

propon iendo admi rables conveniencias .» <<Ten un

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L IB R O S E G UN D O

CAPITULO PRIMERO

Entra Gi l Blas por criado del l icenciado Cedilloestado en que éste se hallaba y retrato de su ama.

Por miedo de no llegar tarde , nos pusimos de

un brinco en casa del licenciado . Estaba cerrada

la puerta ; llamamos y bajó a abrir una niña comode diez años , a quien el ama llamaba sobrina , aun

que malas leng uas suponían entre las dos paren

tesco más estrecho . Le estábamos preguntando SI

se podría hablar al señor canónigo , cuando se dej ó

v er la señora Jacinta . Era una muj er entrada yaen la edad de discreción , pero t odav ía de buen

parecer y , sobre todo , de un color fresco y hermo

se . Ven ia vestida con una especie de bata de paño

ordinario , que ceñ ia con una ancha correa de cue

ro , de la cual pendia por un lado un manoj o de

llaves y por otro un gran rosario de cuentas gor

das.

Sa ludámosla con mucho respeto y ella n os

correspondió con igual cortesanía , pero con un aire

devoto y los oj os baj os .

<<Hé sabido— le dij o mi camarada— que el señor

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licenciado Cedillo necesita un mozo honrado quele sirva y v engo a presentarle éste , que espero le

dará gusto .» Alzó entonces la vista e l ama , miró

me atentamente , y no acertando a conciliar mi

vestido bordado con e l discurso de Fabricio , pre

gun tó si era yo e l que pret endía entrar a servir. <<Si ,señora — respondió e l hij o de N úñez él mismo

es; porque , t al como usted le v e , le h an sucedidodesgracias que le precisan a ello . Consolárasé en

sus infortun ios si tiene la dicha de colocarse en

esta casa y _

vivir en compañia de la virtuosa seño

ra Jacinta , la cual es digna de se r ama d e un pa

t ri arca de las Indias .» Al oír est e , la buena de la

beata apart ó los oj os d e m i por volverlos a l que

le hablaba con tanta gracia , y quedó como ser

prendida al v er un rostro que no le parec ía desco

noc ido . <<Tengo alguna idea— le dijo… —de haber vis

to ya esa cara , y estimaria que usted ayudase a

mi memoria .» <<Casta señora Jac in ta — le respondió

Fabricio es y ha sido gran de honor m io haber

merecido la atención de usted . Dos veces he veni

de a esta casa acompañando a mi amo , e l señorMa

nuel Ordóñez , admini strador del hospital .» c¡Just amente !— replicó entonces e l ama ¡Acuérdome

muy bien ! ¡Ya caigo en la cuenta ! Basta deci r que

está en casa del señor Man uel Ordóñez para saber

que será usted un hombre muy de bien . Su empleo

es su mayor elogio y n o era fácil que este mozo

encontrase mejor fiador . Venga usted conmigo y

hablará al señor Cedi llo , que sin duda tendrá gran .

gusto en recibir un criad o venido por tal mano .»

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deme a l oído que me quedase allí y que ya nos ve

ríamos . Apenas habia salido de la sala , cuando e l

licenciado me preg untó cómo m e llamaba y—

por

qué había salido de mi tierra , obligándome con

sus preguntas a contarle toda la historia de 'mi

vida , en presencia de la señora Jacinta . Div ert i los

a entrambos , sob re todo con la relación de m i ul

tima aventura . Doña Camila y D . Rafael les h i

c i eron reír tan fuertemente que le hubo de costar

la vida al pobre gotoso , pues la risa le excitó una

t os tan violenta que temí fuese llegada su hora .

Aun no había hecho testamento : considérese cuán

to se turbaría la buena ama . Vila toda trémula y

azorada correr de aquí para allí por socorrer a l

buen viej o , haciendo con él lo que se hace con los

niños cuando tosen con violencia , estregarle la

frente y darle pa lm ad i t as en las espaldas ; pero a l

fin todo fué un puro miedo . Cesó de toser el li cen

ciado y el am a de a t ormen t a rle . Qui se entonces

proseguir mi relación , mas no me lo permitió la

señora Jacinta, temerosa de que le repi t i ese la tos

al amo . L lev óme al guardarropa , donde , entre otros

vestidos , estaba el de mi predecesor . H izom ele po

n e r y guardó el m io , lo que no me disgustó , por

que deseaba con serv arle , con esperanza de que to

davia podría servirme . Desde el guardarropa pasa

mos los dos a disponer la comida .

No me mostré novicio en el oficio de cocinero .

H ab ia hecho mi aprendizaj e baj o la disciplina de

la señora Leonarda, que pod ía pasar por buena

maestra de cocina,bien que no comparable con

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la señora Jacinta , la cual merec ia ser cocinera de

un arzobispo . Sobresalía en todo género de guisos

y platos . Sazonab a delicadamente un j igote , la

chan fa ina y , en general , toda espec i e de picadillo ,de manera que eran sumamente gratos al palada r .

Cuando estuv e dispuesta la comida ,.volvimos a l

cuarto del canónigo , donde , mientras yo pon ia los

manteles en una mesilla inmediata a su silla pol

trona , e l ama le pon ia la servilleta , prendi éndosela

por detrás con alfileres . Se le sirvió una sepa que

se pod ia presenta r a un corregidor de Madrid , y

una fritada que podia av ivar el apetito de un vi

rrey , si el ama . de propósito , no hub iera escaseado

las , especias , por no irritar la gota del canónigo .

A vista de tan delicados manjares , mi buen viejo ,que yo cre ia estaba baldado de todos sus miem

bros , dió pruebas de que aun n o habia perdido

del todo el uso de los brazos . Si rv ióse de ellos para

ayudar a que le desembarazasen de la almohada

y demás impedimentos , disponiéndose a comer a legremente . Las manos tampoco se negaron a ser

virle ; aunque trémulas , iban y venían con bastante

ligereza a donde era menester, bien que derraman

do em la serv illeta y en los manteles la mitad de lo

que llevaba a la boca . Cuando vi que ya no queriamás de frito , le puse delante una perdiz rodeada

de dos codornices asadas , que la señora Jacinta le

trin chó con e l mayor aseo y pulidez . De cuando

en cuando le hacía beber grandes tragos de vino

mezclados con un poco de agua en una taza de

plata bastante ancha y profunda,apli cándose la

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ella misma a lab oca y teniéndola con las manos,como si fuera un n iño de quince meses. Se comi ó

las pechugas y las piernas , sin dejar los a lones…

S igui éronse los postres , y cuando acabó de comer,e l ama le quitó la se rvilleta , v olv i óle a poner la

almohada, y, dejándole dormir tranquilamente la1

siesta, nos retiramos nosotros a comer.

Era ésta la comida diaria de nuestro canóni go ,acaso e l mayor tragón de todo e l Cabildo ; pe ro la

cena era más parea . Con ten táb ase con un pollo o

con ¡m conej o y con algún cubilete de fruta . En su

casa , por lo que toca a la comida, estaba yo bien

y lo pasaba alegremente ; sólo tenía un trabaj o ,no poco pesado para m i . Era preciso estar despi er

t e una gran parte de la noche velando al amo .

Padecia éste un a retención de orina que le obliga

ba a pedir e l orinal d iez v eces cada hora . Además

sudaba mucho,y era menester mudarle de camisa

con frecuencia. <<Gi 1 Blas— me dij o la segunda no

che tú eres mañose y diligente y veo que me

a cotnoda rá mucho tu modo de servir . Solamente

te encargo que des también gusto a la señora Jacinta, complaciéndola y obedeciéndola en todo como

si yo lo mandase , y guardes con ella la mayor ar

monia . Quince años ha que me sirve con un celo

y amor particular. Tiene tanto cuidado de m i que

n o sé cómo pagárse lo , y con f iésote que por este

la estimo más que a toda mi familia . Por ella des

pedi de mi casa a un sobrino carnal , hij o de mi

propia hermana , e hice bien . N o podía v er a esta

pobre mujer y , lej os de agradecerle lo que h ac ia

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que le di de estar siempre pronto y obediente a

las órdenes de la señora Jacinta . Queriendo,pues ;

pasar por un criado que no temía trabaj o ni fati aga , —procuré servir en un todo con el mayor ce lo

y el mej or modo que me era posible . El ama— a

la cual deb e hacer esta justicia — cuidaba muchode mi , lo que debo atribuir al esmero con que pro

curaba yo granjearm e su voluntad con todo gén ero de modales atentos y respetuosos . Cuando co

miamos juntos ella y su sobrina , que se llamaba

In esi lla , estaba yo pronto a mudarles de platos ,a servirles de beber y, en fin , a hacer con ellas le

que haría el más fiel y leal criado . Por estos m e

dios llegué a conseguir su ami stad . Un día que laseñora Jacinta hab ia salido a hacer no sé qué com

pras , ha llándome solo con In esi lla , comencé a dar

le conversación , y le pregunté si vivian t odav ia

sus padres . no ! — me respondió la niña

Mucho tiempo ha que murieron , según me lo hadicho mi t ia , porque yo nunca los con oc i .» Cre i la

piadosamente , aunque su respuesta no fué muy

categórica , y la fu i poniendo en tanta gana de

parlar que poco a poco me dij o más de lo que yo

queria saber. Descub ri óme , o, por mej or decir,descubrí yo por su sencillez que la señora t ia

tenia un amigo que estaba en casa de un antiguo

canónigo en calidad de mayordomo y que t en ian

ajustado entre los dos aprovecharse de la herenciade sus amos y gozarla en paz por medio de un ca

samiento cuyos privilegios d i sfrutaban de ante

mano . Ya dej o dicho que la señora Jac inta, aun

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que algo entrada en .años, se mantenía de muy

buen parecer. Es verdad que ningún medio per

donaba para conservarse bi en . Por otra parte , dor

m ia con sosiego , mientras yo estaba en pie velando

a l amo . Pero , sobre todo, lo que más contribuía

a mantener en ella aquel color vivo y fresco era

según me dij o In esi lla — una fuente que t en ia en

cada pierna .

CAPITULO II

Qué remedios suministraron al canónigo hab iendo

empeorado en su enfermedad; lo que resultó, y quédejó a Gi l Blas en su testamento.

Serv i tres meses al señor licenciado Cedillo , sin

quej arme de las malas noches que me daba . Cayó

malo al cabo de este tiempo ; en tróle calentura y

con ella se le irritó la gota . Recurrió a los médicos ,siendo la primera vez que lo hac ia en toda su vida ,aunque hab ía sido larga . Llamó de t erm in adamen

te al doctor Sangredo , a quien tenian en Vallado

lid por otro Hipócrates. La señora Jacinta hubiera

querido más que el canónigo , ante todas cosa s ,comenzase por hacer testamento ; pero además de

que no le parecía a él que estaba de tanto peligro ,

en ciertas materias e ra un poco caprichoso y test arudo . Fuí , pues , a buscar al doctor Sangredo , ycondújele a casa . Era un hombre alto

,seco y m a

cilento , que por espa cio de cuarenta años a lo

menos tenía continuamente empleada la tij era de

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las Parcaai Su exteriºr era grave, serio , con un si

es no es de desdeñoso ; su v oz , gutural , sonora yahuecada ; pronunciaba las palabras con un tant i co

d e . recalcam i en to , lo que a su parecer daba ma

yor nobleza a las expresion es . Parecía que medíasus discursos geométricamente , y era singular en

sus opiniones .

Después de haber observ ado a l enfermo , comen

zó a hablar así en tono magistral : <<Trátase aqui

de suplir e l defecto de la transpiración escasa ,

dificultosa y detenida. Otros médicos ordenarían ,

sin duda , en este caso remedios sali nos , urinosos

y volátiles , que por la mayor parte tienen algo

de azufre y mercurio ; pero los purgantes y los

sudoríf i cos son drogas perniciosas inventadas por

curanderos . Todas las preparaciones quim i cas me

parecen invenciones para arruinar la naturaleza;

yo echo mano de m ed i camen t os más simples y

seguros . ¿Qué es lo que usted acostumbra co

preguntó al enferm o . <<Comúnmente , cubi

letes y manjares jugosos», respondió el canónigo .

y manjares jugosos ! - exclamó suspen

se y admirado e l doctor ¡Ya no m e maravillo

de que usted haya enfermado ! Los manjares deliciosos son gustos emponzoñados , lazos que la sen

sua lidad arma a los hombres para destruirlos con

mayor seguridad . Es preciso que usted renuncie

a todo alimento de buen gusto : los más desab ri

dos son los más propios para la salud . Como la

sangre es insípida , está pidiendo alimentos análo

gos a su naturaleza . ¿Y bebe usted le vol

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en e l pulso y en la respi rac10 n .» N o creyendo mi

buen amo que un tan gran médico pudi ese hacer

falsos silogismos , convino en dejarse sangrar. Des

pués que e l doctor ordenó frecuentes y copiosas

sangrias, añadió que era también preciso dar debeber al enfermo agua caliente a cada paso

, ase

gurando que el agua en abundancia e ra el mayor

específico contra todas las enfermedades . Con est e

concluyó su visita y se fué , diciéndonos a la seño

ra Jacinta y a m i que él salía por fiador de la sa

lud del señor canónigo con tal que se observase a

la letra todo lo que acababa de prescribir. El am a ,

que quizá juzgaba todo lo contrario de lo que él

se prometía de su método , le dió palabra de que

se observaria con la más escrupulosa exactitud .

Con efecto , inmediatamente pusimos a calentar

agua , y como el doctor nos había encargado tan to

que fuésemos liberales de ella , luego le hicimos

beber cinco o seis cuart i llos; una hora después re

pe t imos lo mismo , y de tiempo en tiempo volvia

mos a ello , de manera que en el espacio de pocas

horas le metimos un río de agua en la barriga .

Ayudándonos por otra parte el sangrador con la

cantidad de sangre que le sacaba , en menos de

dos d ias pusimos al pobre canónigo a las puertas

de la muerte .

Ya no podía más el buen e clesmst i co , y presen

tándole yo un gran vaso del soberano especificopara que le bebiese , allá , amigo G i l Blas !

—me dij o con v oz desmayada ¡Ya no puede b e

b er más ! Conozco que me es preciso morir a pesar

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de la gran virtud del agua y que n o me“ siento me

jor aunque apenas me ha quedado en el cuerpo

una gota de sangre : prueba clara de que el médicomás hábil y más sabio de] mundo no es capaz de

prolongarn os un instante la vida cuando llegó e l

término fatal . Es ya necesario disponerme parapartir al otro mundo . Anda , pues , y tráeme aquí

un escrib ano , que quiero hacer testamento .» Cuan

de oí estas palabras , que ciertamen te no me des

agradaron , fingí en t ri st e cerm e muchisimo , y disi

mulando la gana que tenia de ej ecutar cuanto an

tes el encargo que me acababa de dar , como hace

en tales casos todo heredero , señor !— le res

pondi , dando un profundo susp iro ¡No está su

merced tan'

malo , por la misericordia de Dios , que

todav ia no pueda esperar levantarse !» no ,"

hij o m io ! — repuso ¡Esto ya se acabó ! Estoy vien

do que sube la gota y que la muerte se va acer

cando . Vé , pues , y haz cuanto antes lo que t e he

mandado .» Conoc i , efectivamente . que se le muda

ba el semblante y que iba perdiendo terreno por

momentos , por lo cual , persuadido de que e l asun

to estrechaba , marché volando a ej ecutar lo queme hab ía ordenado , dejando con e l enfermo a la

señora Jacinta , la cual t em ía aún más que yo que

nuestro canónigo se nos muriese sin testar . Entré

me en casa del primer escribano que encontré . <<Señor— le dije mi amo , e l licenciado Cedillo,estáacabando ; quiere hacer su última disposición y n o

hay que perder tiempo .» Erael escribano un homb re rechoncho y pequeñito , de genio alegre y amigo

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de bufonearse . c¿Qué médico le me pre

gun tó . ((El doctor Sangredo», le respondí .

vamos,vamos aprisa — repuso él, cogiendo apresu

radamente la capa y el sombrero porque ese

doct or es tan expedit ivo que no da lugar a los en

fermos para llamar a los escribanos ! ¡Es un hom

b re que me ha hecho perder muchos testamentos !»

Diciendo est e ,salimos juntos , andando acelera

damente para llegar antes que el enf ermo entrase

en la agonía; y yo dij e en e l camino al escribano :

((Ya sabe usted que a un pobre testador cuando

está enfermo suele faltarle la memoria , por lo cual

suplico a usted que , si es menester, le haga algún

recuerdo de mi lealtad y de mi celo .» <<Yo t e 10 pro

meto— me respondió y fiate de mi palabra, pues

es justo que un amo recompense a un criado que

le ha servido bien; y asi , por poco que le v ea in cl i

nado a pagar tus servicios , le exhortaré a que t e

dej e alguna buena manda .» Cuando llegamos a

casa, hallamos t odav ia al enf ermo despejado y con

todos sus sentidos . Estaba jun to a él la señora Jacinta , bañado el rostro en lágrimas . Acababa de

hacer bien su papel , disponi endo al canónigo a que

le dej ase lo mej or que tenia . Quedó el escribano

solo con el amo , y los dos nos salimos a la ante

sala, donde encontramos al sangrador , que venia

a hacerle otra sangría . maese Mar

t in !— le dij o el ama Ahora no puede entrar ,porque está su merced haciendo testamento . Le

sangraréis a vuestro placer luego que acabe .»

Estábamos con gran t eme r la beata y yo de

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n ia mayor motivo para estar alegre , levantaba e l

grito con lamentos tan funestos que parecía la mu

jer más afligida del mundo . En un instante se llenó

la casa de gente , atraída más de curiosidad que

de compasión . Los parientes del difunto se presen

taron también muy pronto , y hallaron t an deseen

solada a la beata que se persuadieron que el canó

nigo h ab ía muerto a b i n testa to. Pero tardó poco en

abrirse a presencia de todos el testamento , dis

puesto con las formalidades necesarias ; y cuando

vieron que el testador dej aba las mej ores alhaj as

a la señora Jacinta y a la niña , pronun ciaron un a

oración fúnebre de l canónigo poco decorosa a su

memoria , motejando al mismo tiempo a la beata ,sin olvidarme a m i , que verdaderamente lo mere

cía. El licenciado— ¡eu paz sea su alma ! para

obligarme a que n o me olvidase de él en toda mi

vida, se explicaba así en el articulo del testamento

que hablaba conmigo : <<Item , por cuanto Gi l Blas

es un mozo que tiene algún baño de literatura ,para que acabe de perfeccionarse y se haga hom

bre sabio , le dej o m i libreria con todos los libros

y manuscritos , sin exceptuar ninguno .»

No sab ia yo dónde podía estar la t a l soñada li

b reria , porque en ninguna parte de la casa la hab ia

visto j amás . Sólo habia sobre una tabla en e l cuar

to del canónigo cinco o seis libros con algún legaj o

de papeles , y los tales libros no pod ian servirme

para nada . Uno se titulaba E l coci nero perfecto ;otro trataba de la indigestión y del modo de cu

rarla ; los demás eran las cuatro partes del Brevi a

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ri o, medio ro idas de la polilla . En cuanto a los ma

nuscri tos, e l más curioso era todos los autos de un

pleito que había seguido el canónigo para conse

guir la prebenda . Después que examiné mi legadocon mayor atención de la que él se merecia , se lo

cedí a los parientes del difunto , que tanto me lo

hab ian env id i ado . En t regué les también el vestido

que tenia a cuestas y volvi a tomar el m io , con

t en tándom e con que m e pagasen mi salario , y fui

me a buscar otra conveniencia . Por lo que toca a

la señora Jacinta , además del dinero y alhajas queel canónigo le habia dejado , se levantó con otras

muchas cosas que ocultamen te habia depositado

en su buen amigo durante la enfermedad del di

funto .

CAPITULO III

Entra Gi l Blas a servir al doctor Sangredo y se hacefamoso médico.

"R esolví ir a buscar al señor Arias de Londoña

para escoger en su registro otra casa donde servir;pero cuando estaba muy cerca del rincón donde

vivía , me encontré con el doctor Sangredo , a quien

no había visto desde la muerte de mi amo , y m e

atreví a saludarle . Conoc i óm e inmediatamente ,aunque estaba en otro traj e , y mostrando part i cular gusto de verme , <<Hij o m io— me dij o ahora

mismo iba pensando en ti He menester un criado

y tú eres el que me conviene , con t a l que sepas

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leer y escribir .» <<Como usted — dij e— no pida más ,délo t odo po r hecho .» <<Pues siendo asi — replicó

vente conmigo , porque tú eres el hombre que yo

busco . En mi casa lo pasarás alegremente ; te tra

taré con distinción ; no t e señalaré salar io , pero

nada te faltará . Cuidaré de vestirte con decencia ,t e enseñaré el gran secreto de curar todo género de

enfermedades y , en una palabra , más serás dis

cipule mío que criado .»

Acepté la proposición del doctor, con la espe

ranza de salir un célebre médico baj o la dirección

de t an gran maestro . Llev óme luego a su casa para

i nstruirm e en el ministerio a que me destinaba .

R educ iase éste a escribir el nombre , la calle y casa

donde vivían los enfermos que le llamaban mien

tras él visitaba a otros parroquianos . Para este fin

tenia un libro en que asentaba todo lo dicho un a

criada viej a , a la cual se reducía toda su famil ia ;pero , sobre no saber palabra de ort ogra f ia , eseri

b ía tan mal que , por lo común , no se pod ia com

prender lo escrito . En cargóm e , pues , a m i este re

gist ro , que se podia intitula'

r con razón R egi stro

mortuori o o li bro de di fun tos , porque morían casitodos aquellos cuyos nombres se apuntaban en él .

Escribía , por decirlo así , los nombres de los que

queri an partir de este mundo , ni más ni menos

que en las casas de posta se apuntan los nombres

de los que piden carruaj e 0 caballos . Estaba casi

siempre con la pluma en la mano , porque en aquel

tiempo e l doctor Sangredo era el médico más acre

ditado de todo Valladolid , debiendo su reputación

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do muy elegantemente que este licor , así para los

viej os como para todos los demás , era un amigo

traidor y un gus to muy engañoso .

A pesar de tan bellos raciocínios , a los ocho días

que estuve en aquella casa padecí una diarrea

acompañada de crueles dolores de estómago , lo que

tuve la temeridad de atribuir al di solven te un i ver

sa l y a la mala calidad de los alimentos que comía .

Quejém e de esto al nuevo amo , esperando que

a l cabo vendria a condescender y a darme algún

poco de vino en las comidas ; pero era muy enemigo

de este li cor para tener semejante condescendeñ »

c ia . (C uando te hayas acostumbrado a beber agua—me dij o conocerás sus virtudes . Por lo de

más , si te di sgusta mucho el agua pura , hay mil ar

b i t ri os inocentes para corregir el desab rim ien t o de

las bebidas acuosas . La salvia y la b et óni ca les

comunica un gusto delicioso , y si quieres que lo

sea mucho más , mezcla un poco de flor de rome

ro , de clavel o de amapola.»

Por más que pon derase las excelencias del agua

y por más que me enseñase el modo de componer

bebidas exquisitas sin que para nada fuese nece

sario el vino , la bebía yo con tanta moderación

que , advirtiéndole él , me dij o un d ia : <<Ya no me

admiro, G i l Blas , de que no goces una perfecta

salud , porque no bebes bastante , amigo m io . El

agua bebida en poca cantidad sólo sirve para rémover la porción de la bilis y darle mayor vigor

y actividad,cuando es necesario anegarla en un

d iluyente copioso . No temas , hij o , que la abundan

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c ia de l agua te deb ih t e ni enfrie demasiado e l es

tómago . Lej os de ti ese terror pánico con que mi

ras la frecuencia de tan saludable beb ida . Yo salgo

por fiador de su buen efecto ; y si n o t e satisface

mi fianza,el divino Celso saldrá a abon arla . Este

orácul o latino hace un admirable elogio de l agua ,y añade en términos expresos que los que por b eb er vin o se excusan con la deb ilidad de l estómago

levantan un falso testimonio a esta entraña para

encubrir su sensualidad .»

Como hubiera sido cosa fea dar pruebas de indócil cuando daba principio a la carrera de la Me

di cin a , mostré que me hac ia fuerza la razón y aun

conf ieso que efectivamente la crei . Proseguí , pues ,en beber agua , baj o la fe de Celso , o , por mejordecir , comencé a anegar la bilis bebiendo en gran

copia aquel licor; y aun que cada d ia me sentía

más desazonado , pudo más la preocupación que

la experiencia . Ten ia , como se v e , una admirable

disposición para ser médico Sin embargo , no pu

diendo resistir más a la violencia de los males que

me atormentaban , tomé la resolución de dejar lacasa del doctor Sangredo ; pero és te

'

me honr ó con

un nuevo empleo , el cual me hizo mudar de pare

cer. cMira , hijo— m e dijo un d ia yo n o soy de

aquellos amos ingratos y duros que dejan env ejecer a los criados sin pasarles por e l pensamiento

e l recompensar sus servicios . Estoy contento cont igo , t e quiero y , sin aguardar a que me hayas serv i de más tiempo , es mi ánimo hacerte dichoso .

Ahora mismo te v oy a descubrir lo más sutil de l

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saludable arte que profeso tantos años ha . Los de

más médicos piensan que consiste en e l estudio

penoso de mil ciencias tan inútiles como dificulto

sas ; yo intento abreviar un camino tan largo y

ahorrarte el trabaj o de estudiar la Físi ca , la Far

macia, la Botánica y la An at om ia . Sabete , amigo ,que para curar todo género de males no es menes

ter más que sangrar y beber agua caliente . Este

es e l gran secreto para curar todas las en fermeda

des del mundo . Si ; este maravilloso secreto que yo

te comunico , y la Naturaleza no ha podido ocultar a mis profundas observaciones , manteniéndoseimpenetrable a mis hermanos y compañeros , se re

duce a solos dos puntos : sangrias y agua caliente !uno y otro en abundancia . No tengo más que en

señarte . Ya sabes de raíz toda la Medicina; y si

te aprovechas de mis largas experiencias , serás tan

gran médico como yo . Al presente me puedes ali

viar mucho . Por las mañanas te estarás en casa

a tener cuenta del registro y por las tardes irás

a visitar a mis en fermos . Yo asist i rá a la nobleza

y al clero ; tú visitarás a los del estado general que

me llamaren , y después de haber ej ercido algún

tiempo , haré que te incorporen en nuestro gremio .

He aqui , G i l Blas , que ya eres sabio sin ser méd i

co , cuando otros por muchos años , y la mayor par

te toda la vida , son médicos antes de ser sabios . »

Di gracias al doctor por haberme puesto en tan'

poco ti empo en estado de ser substituto suyo , y , en

señal de mi agradecimiento , le ofrecí que toda la

vida seguiria a ciegas sus oph1i on es , aunque fue

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de méd i co , que no es un animal risible . Si mi ri

diculo traj e habia movido a risa a Fabricio ,'

mi

seriedad se la aumentó , y después que se rió cuan

to qui so , cierto , G i l Blas— exclamó que

estás estrafa lari am en t e puesto ! ¿Quién diablos t eha disfrazado así ?» a poco , Fabricio , poco

a poco y trata con t odo respeto a un nuevo H i

pócra t es ! Sabete que soy substituto del doctor San

grede , médico e l más famoso de Valladolid . Tres

semanas ha que estoy en su casa , y en este breve

tiempo me ha enseñado radicalmente la Medicina ;de manera que, como él no puede visitar a todos

los enfermos que le lla in an , visito yo una parte deellos para a li v i arle . El a siste a la gente principal

y yo a la plebe .» — replicó Fabricio

Eso , en buen romance , quiere decir que t e ha cc

dido la sangre plebeya y él se ha guardado la i lus

tre . De ite el parabién de la parte que t e ha toca

de , que en mi concepto es la mej or, porque a un

médico le conviene más ej ercer su Facultad con

la gente pobre que con la opulenta . ¡Vivan los médicos de aldea y de arrabal ! Sus yerros son menos

sabidos y no meten tanta bulla sus asesinatos . Si,

amigo , tu suerte me parece la más envidiable , y

por hablar a manera de Alejandro , si yo no fuera

Fabricio querría ser G i l Blas .»

Para que el hij o del barbero Núñez conociese

que no exageraba ni mentia en alabar tanto mi

presente condición , le mostré los doce reales del

alguacil y del pastelero , y después nos entramos

los dos en una taberna para beber a costa de ellos.

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Presen táronnos un vino bueno , el cual me pareció

mucho mejor de lo que era por la gran gana quetenia de b eb erle . Ech ém e al cuerpo valientes tra

gos y , con licencia del oráculo latino , al paso que

iba b ebiendo conocí que e l estómago no se quejabade las injusticias que le hab ia hecho . Detuv imon os

bastante tiempo Fabricio y yo en la taberna y nosburlamos largamente de nuestros amos , como es

uso y costumbre entre todos los criados . Viendo

que se acercaba la noche , nos retiramos , quedando

apalabrados de volvem os a ver la tarde siguiente

en e l mismo paraje .

CAPITULO IV

Prosi gue Gi l Blas ejerciendo la Medicina con tanto

acierto como capacidad. Aventura de la sorti ja re

cobrada.

N o bien hab ía yo entrado en casa , cuando tam

bién volvió a ella e l doctor Sangredo . In form é le

de los enfermos que había visitado y le puse en la

mano ocho reales que restaron de los doce que m e

habian valido mis recetas . <<Ocho reales— me di j o

por dos visitas son poca cosa ; pero al fin es pre

ciso recibir lo que nos dieren Tomólos , y , embe l

sandose los seis , me dió sólo dos . <<Toma , G i l Blas— prosiguió ahí t e doy para que empieces a juntar un capital , pues desde luego te cede la cuarta

parte de lo que m e toca . P resto serás rico , amigo

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m io , porque este año , queriendo Dios , habrá mu

chas enfermedades .»

Con ten t ém e , y con razón . pues habiendo resue l

to quedarme con la cuarta parte de lo que reci

b ía y cediéndome el doctor la otra cuarta parte

de lo que yo le entregaba , venia a tocarme , si

no me engaña mi aritmética , la mitad de lo que

realmente percibía . Esto me dió nuevo aliento para

aplicarme a la Medicina . Al d ia siguiente , luego

que comi , volvi a echarme a cuestas e l hábito de

substituto y salí a campaña . Visité muchos en

fermos de los que yo mismo había sentado en e l

libro y a todos les recet é los mismos medicamentos ,aunque padecían diferentes enfermedades . Hasta

aquí las cosas iban v i en t o en popa y ninguno , gra

cias a l Cielo , se habia alborotado contra mis rece

tas . Pero nunca faltan censores del método de un

médico , por excelente que sea . Entré en casa de un“

droguero que t en ia un hij o hidrópi co , y me encon

t re con cierto mediquillo , de color amulatado , que

se llamaba e l doctor Cuchillo , llevado alli por un

pariente del mercader . Hice profundas cortesias a

todos los circun stantes , pero particularmente al t a l

figurilla , que me persuadí hab ia sido llamado para

consultar sobre la enfermedad que t en iam os entre

manos . Saludóm e con mucha gravedad, y después

de haberme mirado atentamente , <<Señor doctor— me dijo yo conozco a todos los médicos de

Valladolid , hermanos y compañeros mios , pero con

fieso que la fisonomía de usted es para m i entera

mente nueva , por le que es preciso que usted haya

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grede .» <<Según eso— replicó e l doctor Cuchillo

se engaña mucho Celso , y escribió un gran dispa

rate asegurando que para facilitar la curación de

un h idrópi co es conveniente dej arle padecer ham — x

b re y sed .» <t ¡Oh ! — le respondí Yo no tengo a'

Celso por oráculo . Engañóse ,como se engañaron '

otros , y algunas veces me complazco en ir contra

sus opiniones .» ((Conozco por la explicación de usa

t ed— repuso Cuchillo— la práctica segura y buena

que el doctor Sangredo quiere inspirar a todos los

profesores j óvenes . La sangría y la bebida es su

medicamento universal , por lo que no me admire'

ya de que tantos hombres honrados perezcan en

sus manos .» <<Dejémon os de invectivas— le inte

rrumpi yo con sequedad no está bien en un

hombre de la profesión de usted tocar esta tecla .

Sin sacar sangre_

y sin dejarles beber se h an en

viado muchos hombres a la sepultura, y quizá us

ted habrá despachado a ella más que otros . Si us

ted tiene algo contra e l señor Sangredo , escriba :

impugnándole , que no dejará , ciertamente , de res

ponder, y entonces veremos quién es el que queda

vencido .» San Pedro y San Pablo— prorrum - u

pió lleno de cólera el doc torc i llo que usted no

conoce al doctor Cuchillo ! ¡Sepa , pues , amigo mío ,que tengo garras y colmillos y que de ningún modo

me causa miedo Sangredo , el cual , mal que le pese

a su vanidad y presunción , en suma no es mas que

un original sin copia !» La figura del mediquillo

me hizo despreciar su cólera . R espond i le con en

fado ; correspondióme con el mi smo , y en breve

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v inimos a las manos . Dim onos algun as puñadas ynos arrancamos un o a otro porción de pelos ant es

que e l droguero y su parienta nos pudiesen sepa

rar. Luego que lo hubieron conseguido , pagárpn

me la visita e hicieron quedar a mi antagonista ,

que verosimilmente les pareció más hábil que yo .

Después de esta aventura faltó poco para que

me sucediese otra . Fu i a visitar a cierto sochantre

que estaba con calentura . Apenas me oyó hablar

de agua caliente , cuando se mostró tan rebelde a

este remedio que comenzó a dar votos . Díjome mil

desv ergií en zas y aun me amenazó de que me echa

ría por la v entana . Salí de aquella casa más de

prisa de lo que había entrado . N o quise visitar

más enfermos aquel día y me fuí derecho a la ta

berna de lo caro , donde la víspera habiamos que

dado apalabrados Fabricio y yo . Como ambos t e

n iamos buenas ganas de beber , lo hicimos perfec

tamente , y después nos retiramos cada uno a su

casa , en buen estado ambos ; quiero decir , moros

v an , moros v ienen . No conoció el doctor Sangredoel achaque de que yo adolecía, porque le contécon tanta energía lo que me hab ía sucedido con

el doctorc i llo que atribuyó mis descompasadas ac

ciones y mis palabras mal articuladas al enoj o ycólera que me había causado el lance que le refe

ria . Fuera de eso , como él era interesado en el hecho , se alteró algo contra e l doctor Cuchillo ; y asi ,

me dij o : <<Hiciste muy bien , G i l Blas , en v olver

por el honor de nuestros remedios contra aquel

aborto , o , por mejor decir, embrión de nuestra

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Facultad . Pues qué , ¿piensa el grandisimo ignorante que no se deben administrar a los h idrópi cosbebidas acuosas ? ¡Pobre mentecato ! Pues yo defenderó delante de todo el mundo que con e l aguase puede curar todo género de h idropesías y quees un especifico igualmente adaptado para éstas

como para los reumatismos y opi lac ion es . Es tam

bién muy propia para aquel género de calenturas

que por una parte abrasan al enf ermo y por otra

le hielan , y es maravilloso remedio para todas aque

llas enfermedades que se atribuyen a humores frios ,serosos , flemáticos y pi tui t osos . Esta opini ón sólo

parece extraña a los principiantes , cual es Cuchi

llo , incapaces de discurrir como filósofos ; pero es

muy probable en buena Medi cina ; y si ellos fueran

capaces de penetrar la razón en que se funda , en

vez de desacred i t arm e llegarían a ser mis mayores

apasionados .»

Tanta era su cólera , que ni aun le pasó siquiera

por el pensamiento que yo hubiese bebido , pues ,por i rri t arle más , adredem en t e h ab ia yo añadido

alg unas circunstancias de mi pegujal o de mi fe

cunda inventiva . Con todo eso , aunque estaba t an

ocupado en lo que le acababa de contar, no dej ó

de advertir que aquella noche habia yo bebido más

ag ua de lo que acostumbraba , porque , con efecto ,el vino me h ab ia dado muchisima sed . Otro que

no fuese el doctor Sangredo h ab ria m ali c i ado un

poco de aquella grande sed que me aquejaba y de

los sendos vasos de agua que bebía ; pero él creyó

buenamente que yo i b a a f i c i e nándom e a las bebi

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d ía de_hoy algunas pocas personas que , como tú y

como yo , solamente beben agua, persuadi das deque evitarán o curarári todos los males bebiendo

agua caliente que no haya hervido , porque tengo

observado que la hervida es más pesada y no la

abraza tan bien el estómago como la que sin her

vir llega sólo a calentarse .» Más de una vez temí

reventar de risa mientras mi amo d iscurría en el

asunto con tanta elocuencia . Con todo eso , me

mantuve serio , y aun hice más , pues mostré ser

del mismo sentir que el doctor Sangredo : abominé

del uso del vino y me compadecí de los hombres

que t en ian la desgracia de pagarse de una bebida

tan perniciosa . Después de est e , como todavía m e

sent ia con sobrada sed , llenó de ag ua caliente una

gran taza y de una asentada me la eché t oda al

cuerpo . señor— dij e a mi amo h artá

monos de este benéfico licor y resucitemos en esta

casa aquellas antiguas t ermópi las , de cuya falta

tanto se lamenta usted !» Celebró mucho estas pálabras , y por más de un a hora entera m e estuvo

exhortando aque bebiese siempre agua . Promet íle

que la beberia toda la vida , y para cumplir mej or

m i palabra me acosté con firme propósito de ir

todos los días a la taberna .

El ance pesado que habia tenido en casa de l

droguero no me qui tó el gusto de ir a recetar e l

d ía siguiente sangrias y agua caliente . Al salir . de

la casa de un poeta que estaba frenético .me .en

contré con una viej a , la cual sel legó a mi y :me_ pl

_

fe

gun tó si era médico . R espond ile que si ,“y

e lla …me* i

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suplicó con mucha humildad me sirviese a compaº

ñarla a su casa , donde estaba indispuesta su se

brina, que se sen t ia mala desde el d ia anterior ,ignorando cuál fuese su enfermedad . Seg uila , y

guiándome a su casa , me hizo entrar en un cuarto

adornado de muebles muy decentes , donde vi una

mujer en cama . A cerquém e a ella para observarla.

Desde luego m e llamó la atención su f i son om ía , y

después de haberla mirado por algunos momentosreconocí , sin quedarme género de duda , que era

aquella misma aventurera que habia hecho tan

perfectamente el papel de Camila . Por lo que a

ella toca , me pareció que no me había conocido ,y a fuese por tenerla abatida el mal o ya por e l

traje de médico en que me v e ia . Tom é lc e l pulso

y vi que t en ia puesta mi sortij a . Sen t í una terri

ble conmoción al reconocer una alhaj a a la cual

tenía yo tanto derecho , y estuve fuertemente ten

tado a quitársela por fuerza ; pero sabiendo que

las mujeres luego comienzan a gritar , y temiendoacudiese a su defensa el dichoso don Rafael o algún

o t ro de tantos protectores como t ien e siempre e l

bello sexo para acudir a sus gritos , resistí a la ten

tación . P are c i óm e que seria mejor disimular porentonces , hasta consultar el caso con Fabricio .

Abracé , pues , este último partido . Mientras tanto ,la vieja me apuraba para que declarase e l mal de

que adolecía su postiza o su verdadera sobrina .

N o fui t an mentecato que quisiese confesar q ueng le , conocía ; a ntes b ien , h aciendo de hombre sa

b io .e imitando a mi maestro, dije con mucha graf

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vedad que todo dependía de falta de transpiración ,y , por consigui ente , que era menester sangrar1a

inmediatamente y humedecerla bien haciéndole

beber agua caliente en cantidad , para curarla se

gún e l debido método .

Abrevié la visita cuanto pude y fuime derecho

a buscar al hij o de Núñez , a quien tardé poco en

encontrar , porque iba a cierta diligencia de su amo .

Con t é le mi nueva aventura y le pregunté si le pa

recia conveniente m e valiese de algunos alguaciles

para recobrar mi alhaja , prendiendo a Camila .

por ciert o !— me respondió ¡N o pienses en ta l

disparate ! Ese seria el medi o más seguro para que

nunca vieses en tu mano la sortij a . Esa gente no

es muy inclinada a hacer restituciones ; y si no ,

acuérdate de lo que t e sucedió en Astorga : tu ca

ballo , tu dinero , y hasta tu propio vestido , todo

quedó en sus uñas . Es necesario , pues , apelar a

nuestra industria , si quieres recobrar tu desgracia

do diamante . Déjam e lo pensar a m i mientra s v oya dar un recado de mi amo al proveedor de l hospi

tal ; espérame en la taberna de que somos parro

quian os , y ten un poco de paci encia , que prest e

nos veremos .»

Más de tres horas hacia que le estaba esperan

do , cuando al cabo pareció . Al prin cipio no le co

noci , porque hab ia mudado de traje ; t raía e l pelo

trenzado y unos bigotes post izos que le t apab ari la

mitad de la cara ; del cin to le colgaba una espada

larga , cuya cazoleta tenia por lo menos tres —

piesde circunf erencia , y marchaba al frente de ci rice

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¿Conoces ahora a aquel crédulo de G i l Blas a quien

tan villanamente engañaste ? ¡En fin , ya te encon

t re, b rib on aza ! El corregidor dió oídos a mi quere

lla y orden a est os señores de arrest art e y ence

rrart e en un calabozo . ¡Ea, pues , señor alguacil— dij e a Fabricio cumpla con lo que le han man

dado y haga lo que le toca !» necesita — respon

dió con voz bronca y desabrida — que ninguno me

acuerde mi obl igación ! ¡Ya tengo no t icia de esta

buena alhaj a,pues tiempo ha que está escrita y

registrada en m i libro de memoria ! ¡Leván tese ,reina m ia , y vístase pronto , que yo tendré la for

tuna de ir1a sirviendo de escudero , si lo lleva a

bien , hasta la cárcel pública de esta ciudad !»

Al oír esto Camila, aunque parec ía tan postra

da,advirtiendo que dos min istriles se disponían a

sacarla por fuerza de la cama,se sentó en ella , y

juntas las manos,en t ono suplicante , mirándome

con oj os en que se v e ia pintado el descon suelo y

el terror , G i l Blas— me dij o apiádese

usted de m i ! ¡Esto se lo pido por aquella su casta

madre , que le dió a luz después de haberle ten ido

nueve meses en sus maternales entrañas ! Aunque

confieso mi culpa , todavia fuí más desgraciada q'

ue

delin cuente . ¡Voy a restituirle su diamante , y por

amor de Dios no me p i erda !» Diciendo esto se

sacó la sortij a y me la puso en la mano . Pero yo

le respond í que no me contentaba con sólo el dia

mante,sino que también queria se me rest i tuyesen

los mil ducados que se me habían robado en la pe

sada .— replicó ella los m i l ducados no

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me los pida ust ed a m i ; pídas_

e los al traidor de don

Rafael , a quien no he visto desde entonces acá ,

que aquella misma noche se los llevó .» buena

maula !— interrumpió Fabricio Pues qué , ¿no haymás que decir que n o tuviste arte ni parte en ello

para darte por legítimamente disculpada ? Basta

que hayas sido cómplice del don Rafael para que

se te pida estrecha cuenta de toda tu vida pasa da .

¡Sin duda que tendrás archivad as en la conciencia

bellas cosas ! ¡Ven ,ven a la cárcel , donde harás una

buena confesión general ! También qui ere llevar en

tu compañía a est á buena viej a , a quien juzgo impuesta en una infinidad de lances curiosos , que al

señor corregidor n o le pesará saber .»

Al oír esto las dos muj eres , n o em i t i eron medio

alguno para movern os a piedad . Alborotaron la

casa a gritos , llantos y lamentos . Mientras la vie

j a, puesta de hinoj os , ya delante del alg uacil , ya

delan t e de los ministriles , procuraba excitar su

compasión , Camila , del modo más ti erno y pate

tico del mundo , m e suplicaba y conjuraba la libra

se de manos de la justicia . Era éste un espectáculo

digno de verse . Fingi ab landarm e y dij e al h ij o deNúñez : <<Señor alguacil , puesto que ya h e recobrado mi diamante , se me da poco de lo demás . Nodeseo se aflija a esta pobre muj er

,porque no quie

ro la muerte del pecador .» por cierto !— me

respondió ¡Usted es muy compasivo y n o valía

un pep ino para a lguacil ! Yo n o puedo menos de

cumplir con mi obligación , y e l señor corregidor

expresamente m e mandó prendiese a estas prince

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sas , porque qu i ere su señoría hacer con ellas unej emplar que sirva de esca rmiento .» cH ágame usted

e l favor— le repliqué— d e hacer por m i alguna cosa »

y suavizar un t an t i co e l rigor de la orden en favor

del regalo que estas damas le quieren hacer en

corta demostración de su agradecimiento .»

señor doct or l— repuso Fabricio ¡Ese es otro can

t ar ! ¡No puede resistir a esa figura retórica usada

t an a tiempo ! ¡Ea , pues ; veamos lo que me quieren regalar !» <<Darele a usted— d ij o Camila — nu co

llar de perlas y unos”

pendientes de piedras que

valen buen d inero . » — respondió Fabricio ta i

m adamen t e con t al que no sean de las que t e

envió tu t ío el gobern ador de Fi lipinas , porque

esas n o las quiero !» cOs aseguro que son finas»,di j o Camila. Y al mismo tiempo mandó a la viej atraj ese un a caj ita donde estaban el collar y los

pendientes , que ella misma puse en ma nos del se

ñor alguacil ; y aunque era t an diestro lapidar ío

como yo , no dej ó de conocer , sin quedarle ninguna

duda , que eran finas así las piedra s de los pen

dientes como las perlas del collar . <<Estas alhaj as- dij o después de haberlas mirado atentamente

me parecen de buena ley ; y si se añade a ellas e l

candelero de plata que el señor Gi l Bla s tiene en

la mano , n o respondo ya de mi obed ienc ia al señor

corregidor .» <<No creo— dij e entonces a Camila

que por semej ante friolera quiera usted deshacer

un convenio que le tiene tanta cuenta .» Diciendo

y haciendo , quité la vela del candelero , se la entre

gué a la v ieja y alarg ué éste a Fabricio , que , con

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hermanos . Hecho e sto , cada uno se irá a su casa

y discurrirá lo que mej or le pare c i ere para excu

sarse de haber pasado la noche fuera de ella .» Tu

vimos por muy pruden te y jui cioso e l pensamiento

del señor alguacil . Volvimos , pues , todos a nues

t ra taberna , parec i éndoles a unos que fácilmente

encontrarían algú n buen pretexto para disculpar

el haber dormido fuera y no dándoseles a otros un

pito que los despidiesen sus amos .

Di óse orden de que se nos dispusiese una buena

cena , y nos sentamos a la mesa con tanto apetito

como a legria . Durante ella se suscitaron especies

muy graciosas , sobre todo Fabricio , que era fecun

disimo y hombre de gran talento para mantener

siempre viva la conversación y divertir a toda la

compañ ia . O curri éron le mil dichos llenos de sal es

pañola , que nada debe a la sal atica; pero estando

en lo mej or de la diversión y de la risa, turbó

nuest ra á legria un lance inesperado y sumamente

desagradable . Entró en el cuarto donde estábamos

un hombre bastante bien plantado,a quien acom

pañab an otros dos de muv mala catadura . Tras

éstos entraron otros t res , y , en f in , de tres en tres

fueron entrando hasta doce , todos con espadas ,carabinas y bayonetas . Con oc im e s que eran minis

tros verdaderos de justicia y fácilmente penetra

mos su intención . Al principio pensamos en defen

dern os; pero en rm instante nos rodearon y nos

contuvieron,así p or su mayor número como por

el respeto que tuvimos a las armas de fuego . <<Se

ño res —nos dij o e l comandante con cierto a i rec i llo

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burlón tengo noticia de la ingeniosa invención

con que ustedes han recobrado de mano de cierta

aventurera no sé qué preciosa sortija . La est ra ta

gema fue ingeniosa y excelente; tanto , que mereceser públicamente premiada , recompensa que no se

les puede a ustedes negar . La justicia , que tiene

destinado a ustedes digno aloj amiento en su mis

m a casa , no dej ará , ciertamen te , de premiar un

esfuerzo tan raro de ingenio .» Turb áron se a estas

palabras todas las personas a quienes se dirigían

y mudamos todos de tono y de semblante , llegán

donos la v ez de experimentar el mismo terror que

habíamos causado en casa de Camila . S in embar

go , Fabricio , aunque pálido y casi muerto , in tentó

d isculparnos . <<Señor -dij o trémulo nuestra in

tención fué sin duda b uen a , y en gracia de ella se

nos puede perdonar aquella inocente superchería .»

diablos !— replicó el comandante con vive

za ¿A eso llamas t ú superchería inocente ? ¿Igno

ras por ventura que huele a cáñamo o , cuando

menos , a baqueta esa inocente superchería ? Fuera

de que a nin gun o le es lícito hacerse justicia a si

mismo por su propia mano , e s llevasteis , además

de la sortija,un collar de perlas , un candelero de

plata y u nos pendientes de diamantes . Lo peor de

todo es que para hacer este robo os fingisteis mi

n ist ros de justicia . ¡Unos hombros miserables su

ponerse gente honrada para hacer tal villan ía y

cometer semejante maldad ! ¿Os parece ésta un a

culpa venial que se lava con agua bendita ? ¡Seréismuy dichosos si sólo se ech a mano de la penca para

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borrarla y castigarla !» Cuando llegam os compren

der que la cosa era más seria de lo que nosotros

habíamos M aginado , nos echamos todos a sus pies

y le suplicamos con lágrimas que se api adase de

nosotros y de nuestra inconsiderada juventud ; pero

todos nuestros clamores fueron inútiles . Despreció

con indig nación la p ropuesta que le hicimos de

cederle e l collar , los pendientes y el candelero . Tam

poco quiso adm itir la sortij a, que verdaderamente

era m ía , quizá porque se la ofrecía a presencia de

tantos testigos . En fin , estuvo inexorable . H izo.

desarmar a mis compañeros y nos llevó a todos a

la cárcel . En el camino me contó uno de los a lgua

ciles que , habiendo sospechado la viej a que vivía

con Camila que no éramos gente de justicia , noshabía seguido a lo lej os hasta la taberna , y que ,

teniendo modo d e ocultarse y confirm ar sus sos

pechas , dió prontamente parte de t odo a un a ron

da para vengarse de nosotros .

En la cárcel nos regist raron a todos hasta la ca

misa . Qu i táro nn os el collar , los pendientes y e l

candelero , como también a m i aquella sortij a de

rubíes de las Filip in as , que , por desgrac ia, había

metido en un bolsillo , sin dejarme siqui era los po

cos reales que aquel día me habían valido mis re

cetas , por donde conocí que los ministriles de Va

lladolid sabían t an bien su oficio como los de

Astorga y q ue toda aquella gentecilla tenía un os .

mismísimos moda les . Mientras nos d espoj aban de

dichas alhaj as y de lo demás que encontraron , e l

cabo de ronda refería nuestra aventura a los eje

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pond íle que éste era mi ánimo ; y, con efec t o , me

apliqué enteramente a ella . Lej os de faltarme que

trabaj ar,nunca hubo más enfermos , como lo ha

bía pronosticado mi am o . Acometieron fiebres epi

d émi cas en la ciudad y arrabales . Teníamos que

visitar cada uno todos los días ocho o die ¿ enfer

mos , por lo que se dej a conocer que se beberia mu

cha agua y que se derramaría gran porción de

sangre . Mas yo no sé cómo era es to : todos se nos

morían,o porque nosotros los curáb am os

.

mal— lo

cual claro está que no podía ser— o porque eran

incurables las enfermedades . A raro enfermo h a

oíamos tercera visita,porque a la segunda nos ve

n ían a decir que ya le habían enterrado o , a lo

menos , que estaba agonizando . Como todavía era

yo un médico nuevo , poco acostumbrado a los ho

m i c id ios, me afligía mucho de los sucesos funestos

que m e podían imputar. <<Señor— dij e un día a l

doctor Sangredo protesto al cielo y a la tierra

que ob serv e exactamente el método de usted ; pero ,con todo , mis enfermos se van al otro mundo . P a

rece que ellos mismos adredemen t e se quieren mo

rir, no más que por tener el gusto de desacreditar

nuestros remedios . H oy mismo encontré dos que

llevaban a enterrar .» <<Hij o mío —me respondi ó

poco más poco menos,lo propio me sucede a m i .

Pocas veces logro la satisfacción de que sanen los

enfermos que caen em.mis manos; y si no estuviera

tan seg uro de los prm 0 1p10 s que sigo , creería que

mis .medicamentos eran enteramente contrarios a º

las enfermedades.» aSeñor — le repliqué si usted

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quisiera creerme , se ría yo de sentir que mudase

mos de método . Probemos , por curiosidad , el usar.

en nuestras recetas de preparaciones químicas ; en

sayemos el quermes ; lo peor que podrá suceder

será lo mismo que experimentamos con nuestra

agua y con nues tras san grias .» <<De buena gana— me respondió— haría yo esa prueba si no fuera

pe r un inconveniente . Acabo de publicar un libro

en que ensalzo hasta las nubes el frecuente uso de

la sangría y del agua 'Y ahora quieres t ú que yo

mismo desacredite mi obra ?» — repuse yo

Siendo a sí , no es razón conceder ese triunfo a sus

enemigos . Dirían que usted se había desengañado

y le quitarían el crédito . ¡Perezca antes el pueblo ,leza v clero , y llevemos nosotros adelante n ues

tema ! Al cabo , nuestros compañeros , a pesar

mal que están con la lanceta, no veo que ha

más milagros que nosotros , y creo que sus

como nuestros específicos .»

pues , continuando con nuestro método

en pocas semanas dej amos más viudas

s que el famoso sitio de Troya . Parecía

entrado la peste en Valladolid : tan tos

i erros que se veían . Todos los días se

aba en nuestra casa un padre que nos pe

día un hijo a quien habíamos echado a la sepul

tura o un tío ,q ue se quej aba de que hubiésemosmuerto a su sobrino ; pero nunca veíamos a nin

rino 0 h ij o que viniese a darnos las gra0 1as

con . nuestros r emedios hab íamos dado lasu pad re o a su t ío . Por lo que toca a los

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maridos , también eran prudente s , pues ninguno

vino a lamentarse de nosotros porque hubiese per

dido a su mujer . Con todo eso , algunas personasverdaderamente afligidas venían t al vez a desaho

gar con nosotros su pena. Tra táb ann os de i g no

rantes , de asesinos , de verdugos , sin perdonar los

términos y voces más descompuestas , más rústicas

y más ignominiosas . l rri táb anm e sus epítetos grosere s; pero mi maestro , que estaba muy a costum

brado a ellos,los o ía con la mayor frescura y se

ren i dad de ánimo . Acaso me hubiera yo tambiénhecho con e l tiempo a oírlos con igual serenidad

si e l Cielo , quizá por librar de este azote más a los

enfermos de Valladolid, no hubiera suscitad o un

accidente que desterró en mí la inclinación a la

Medicina, que ej ercía con tan in feliz éxito , y e l

cual descri b i rá fielmente , aunque el lector se ría a

mi ce sta .

Había cerca de mi casa un j uego de pelota, adon

de concurría diariamente toda la gente ociosa de l

pueblo , entre ella uno de aquellos va lentones y

perdon a v idas de profesión que se erigen en maes

tros y deciden definitivamen te todas las dudas

que ocurren en semej antes paraj es . Era vizcaíno

y hacía que le llamasen don Rodrigo de Mondra

gón . Parecía como de treinta años , hombre de es

tatura ordinaria , seco v nervudo . Sus oj os eran

pequeños y cen t ellean t es, que parecía daban v uel

t as en las órbitas y que amenazaban a todos los

que le miraban ; una nari z muy chata le caía sob re

unos bigotes ret orcidos , que en forma de"mcdia

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llamas con t ra m i , juró que me atravesaría de parte

a parte con la espada la primera vez que m e viese .

Di óme noticia de este juramento un vecino míocaritativo y m e aconsej ó no saliese de casa para

no encontrarme con aquel diablo de hombre . Este

aviso , que me pareció no era de despreciar , m e

llenó de mi edo v turbación . Continuamente m e

imaginaba que veía entrar en casa al furioso viz

ca íno , y este pensamiento no me dej aba sosegar .

Ob lígóme , en fin , a dej ar la Medicina y a buscar

modo de librarme de semej ante sobresalto . Volví

a coger mi vestido bordado , desped ime de mi amo ,

que por m ás que h izo no me pudo contener, y a l

amanecer del d ía siguiente salí de la ciudad, t e

m i endo siempre encontrar a don Rodrigo de Mon

dragón en e l camino .

CAPITULO VI

A dónde se encaminó Gi l Blas después que sali ó deValladolid y qué especie de hombre se incorporó

con é l

Caminaba m uy aprisa , y de cuando en cuando

volvía a mirar at rás por ver si me seguía el formi .

dable V izcaíno . Ten ía le tan presente en la imagi

nación, que cada bulto v cada árbol me parecían

que era él , y continuamente me estaba dando sal

tos e l corazón; pero después que anduve un a b ue

na legua me sosegué y proseguí mi viaj e con ma

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yor quietud , di rig1c:ndome a Madrid , adonde había

hecho.

án imo de ir . No sentí dejar a Valladolid , y

sólo, si , el haberme separado de Fabricio , mi ama

do P í1ades, sin haber podido despedirme de él . N o

me pesaba el haber abandonado la Medi cina; antesbien

,pedía perdón a Dios de haberla ejercido . Con

todo , n o dej é de contar el dinero que llevaba , aun

que era el salario de m i s homicidios y de mis ase

sina t os , semej ante a las muj eres públicas , que des

pués de arrepentidas de su mala vida no por eso

dej an de contar con g usto e l d inero que les ha v a

l ido . H a lléme con unos cinco ducados , lo que me

pareció bastante para llegar a Madrid , donde creía

hacer fortuna . Además , tenía gran gan a de ver

aquella corte , que me h ab ian pintado como el com

pendi o de todas las maravillas del mundo .

Mientras iba pensando en lo que había oído de

cir de ella y recreándome antici padamente en las

diversiones y gustos que me imaginaba h abía de

gozar , oí la v oz de un hombre que v en i a cantando

tras de m i a gaznate tendido . Traía a cuestas una

maleta, en la mano una g uitarra y al lado una lar

guísima espada . Caminaba con tanto brío que muy

presto me alcanzó . Era uno de aquellos dos apren

dices de barbero que habían estado presos conmigo

por la aven tura de la sortij a . Desde luego nos co

noc imos los dos , y aunque uno y otro estábamos

en ta n diferente traj e , quedamos ig ualmente ad

mirados de vernos j untos en aquel sitio . Con t é le .

brevemente la causa de haber dej ado a Valladolid

y él me correspondió diciéndome que había tenido

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una pelotera con su maestro , de cuya resulta uno

y otro se habían despedi do para siempre . (S i hu

biera querido mantenerme aún en Valladolid— ana

d i ó habría encontrado di ez tiendas por una, por

que, sin vani dad, me atreveré a decir que acas o

no se encontrará en toda España quien sepa ra

surar mej or a pelo y contrapelo ni levantar mej or

unos bigotes ; pero no pude resistir a la vehemente

gana de volver a ver mi patria, de la que ha diez

años que falto . Quiero respirar a lgún tiempo el aire

nativo y saber cómo están mis parientes . Pasado

mañana espero verme entre ellos , porque residen

en Olmedo , villa muy conocida , más allá de Se

govia.»

Me determiné a ir en compañía del barbero hasta

su lugar y desde allí pasar a Segovia, con esperan

za de encontrar alguna mayor comodi dad para lle

gar a Madrid . Comenzamos a hablar de cosas indi

feren t es para diverti r la molestia del camino . Era

el mozuelo de buen humor y de muy gr ata conver

sac i ón . Al cabo de una hora me preguntó si t en ia

apet ito . <<En llegando al mesón lo veremos», le res

pendí . no se puede tomar antes alguna

parva?— me replicó Yo traigo en la alforj a algo

que almorzar; cuando cam ino , siempre tengo cui

dado de llevar para la bucólica, y n o gusto de car

gar con vestidos , ropa blanca ni otros trapos inútiles , metiendo sólo en la alforj a municiones de

boca, mis navaj as y un poco de j abón, y colgando

la bacía del cinto .» Alabé su previsión y conv i rie

en que tomásemos el refrigerio que m e proponía.

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CAPITULO VII

H istoria del manceb i llo barbero.

<<Fernando Pérez de la Fuente , mi abuelo —

por*

que me gusta tomar las cosas muy de atrás des

pués de haber seguido e l ofic io de barbero en la

noble villa d e Olmedo por espacio de cincuentaaños

,murió dejando cuatro hij os . El primogénito ,

por nombre N i colás , heredó la tienda y siguió la

misma profesión . Be lt rán , que fué el segundo , se

le metió en la cabeza el ser mercader y trató en

mercería . El tercero , llamado Tomás , se dedicó a

maestro de escuela . El cuarto , q ue se llamaba P e

dro , sintiéndose inclinado a estudiar , vendió su

legítima y se fué a Madrid , donde espe raba darse

con el tiempo a conocer por su erudición y su in

genio . Los otros tres hermanos nunca se separa

ron , manteniéndose en Olmedo , y allí se casarontodos tres con hi j as de labradores , que trajeron en

matrimonio poca dote , pero en recompensa de ella

una gran fecundidad , pues parece hab i an apostado

a cuál había de parir más . Mi mad re , que era la

mujer del barbero , par ió seis en los cinco primeros

años de casada , siendo yo uno de ellos . Mi padre ,luego que tuve fuerzas ,

“ me puso a su ofic io , y

apenas cumplí quince años cuando un d ía me echó

a cuestas la alforj a que veis , y c iñéndome esta

misma espada , Diego— me dij o ya puedes

ganar la vida ! ¡Vete a correr mundo ! Estás algo

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basto y te conviene viaj ar para limarte , como tam

bién para perfeccionarte en tu oficio . Vete , pues ,y no vuelvas a Olmedo hasta haber andado toda

España ; no quiero oír hablar de ti hasta que hayas

hecho todo est e .» D ióm e un paternal abrazo , c c

gióm e de la man o y bonitamente me conduj o hastaponerme de patitas en la calle .

»Esta fué la tierna despedida de mi padre; pero

mi madre,que era de genio menos áspero , se m os

t ró más sentida de mi marcha . Echó algunas lá

grimas y aun me metió a escond idas en la mano

un ducado . Salí,pues , de Olmedo en esta confor

midad, y tomé e l camino de Segovia . N o bien h a

bía andado doscientos pasos , cuando exam in ó la

alforj a , picándome la curiosidad de sabe r lo que

llevaba . En con t rém e un estuche hendido y abierto

por todas partes , dentro de l cual había dos navajas

de afeitar , tan mohosas , gastadas y mugrientas

que parecían h aber servido a diez generacion es ,con una tira de cuero para suavizarla s y un peda

zo de jabón . Además de eso hallé una camisa nue

va de cáñamo , un par de zapatos viej os de mi padre , y lo que sobre todo me alegró fueron unos vein

te reales que encontré envueltos en un trapo . A

esto se reducía todo mi haber . Por aquí podrá us

t ed conocer lo mucho que fiaba m i padre en mi

habilidad , cuando me echó de su casa con tan poco

ajuar . S in embargo , la posesión de un ducad o y

veinte reales más no dejó de deslumbrar a un muchacho que en toda su vida había v i sto tanto di

nero junto . !onside rém e con un caudal inage ta

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b le , y lleno de alegría proseguí mi camino , miran

do de cuando en cuando el puño de m i tizona ,cuya hoj a se m e en redaba entre las piernas , me

molestaba e impedía caminar.

»Hacia e l anochec er llegué a l reducido lugar de

Ataquines , con un hambre que ya n o pod ía sufrir .

Entré en e l mesón y , como si m e sobrase mucho

para el gasto , mandé en v oz alta que me traj esen

de cenar. El mesonero me estuv e mirando con

atención algún tiempo , y conociendo lo que pod ia

ser yo , aSi — me dij o con mucha dulzura si , ca

b alleri to m ío ; usted será servido como un princi

pe .» Condújome a un a pieza pequeña, y un cuarto

de hora después m e sirvió un encebollado de gato ,

que comí con tanto apetito como si fuera de liebre

o de conej o . Acompañó este exqui sito guisad o conun vino que , según él decía , e l rey n o le bebía m e

jor. Y aunque conocí muy bien que ya e ra un vino

embrión de vinagre , sin embargo , le hice tanto

honor como había hecho a l gato . Después era m e

nester, para ser tratado en todo como un príncipe ,

que _me dispusiese un a cama más propia para des

pertar a un a piedra que para dormir. Figúre se us

t ed un a tarima t an corta que , aun siendo yo pe

queno , no podí a extender las piernas sin que sa

li esen fuera la mitad . Fuera de eso , e l colchón de

pluma se reducía a un a especie de j ergón hético y

estrujado , cubierto de un a sábana doblada que ,

después de su últim a lavadura, habría servido qui

z é. a cien pasaj eros . Con todo es o , en la cama que

fielmente acabo de pin tar, con la barriga llena —de

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cuyos'

n omb res no tengo presente s ; pero me acuer

de bien de que hablaron de ellos muy mal . De mi

tío hicieron a mbos más honorífica men ción . aSi

— dij o uno de ellos don Pedro de la Fuente es

un gran autor ; sus escri tos están llenos de un a gra …

cia y de un a erud i ción que al m i smo t i empo inst ru

yen y deleitan por su delicada sa l . No me admiro

de que sea estimado de la corte y del pueblo n i de

que muchos señores le havan señalado pensiones .

H a muchos años que goza una g ruesa renta , y el

duque de Medinacel i le da casa v mesa , por lo que

nada gasta , v así , es preciso que esté m uv bien y

tenga dinero .»

»No perdí palabra de todo lo que dij eron de mi

tío aquellos poetas . Ya sabíamos en la familia que

hac ia mucho ruido en Madr id con motivo de sus

obras . Algunas personas , al pasar por O lmedo , noshabían informado de lo bien admitido que estaba;pero como nunca nos había escrito y parecía ha

herse extrañado mucho de nosotros , oíamos todas

aquellas noticias con la mayor ind i feren cia . No

obstante , como la buena san gre no puede mentir ,luego que o í decir que lo pasaba tan bien y m e

i n formó de las señas de su casa , tuve tentación de

ir a verle y darme a conocer con él . Sólo me dete

n ía el haber oído a los cómicos llamarle don Pedro .

Aquel don me hacía titubear , recelando fuese otro

del mismo nombre y apellido de mi tío . Con todo

eso , vencí al cabo este temor, parec i éndome que

as í como había sabido hacers e sabio pod ía t am

bién haber sabido hacerse noble y caballero; y así ,

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resolví presentarme a él . Para est e , al día sigui en

te , con licencia de mi maestro , me vestí lo más

decentemente que pude y salí a la calle , no poco

vanaglorioso y cuelli e rgui do de verme sobrino de

u n hombre cuyo ingenio metía en la corte tanta

bulla . Sabido es que los barberos no son la gente

del mundo menos suj eta a la vanidad . Comencé ,pues , a tenerme en gran opinión , y caminando

con orgullosa gravedad , pregunté por la casa del

duque de Med in aceli En señáronmela , y ent rando

en ella , supliqué al portero me dij ese cuál era e l

cuarto del señor don Pedro de la Fuente . <(Suba

usted por aquella escalerilla —me dij o , mostrando

me un a que estaba al f in de un patio —

y llame

a la primera puerta que encuentre a mano dere

cha .» H ícelo así; llamé a la puerta , y salió a abrir

un mocito , a quien pregunté si vivía all í el señor

don Pedro de la Fuente . <<S í , señor— me respon

d io pero ahora n o se le puede entrar recado .»

<<Lo sien to m uchO— rcpliqué pues verdadera

mente le quisiera hablar , porque le. traigo noticias

de su familia .» <<Aunque se las traj era del Padre

Santo de Roma n o le haría yo a usted entrar en

este momento , pues está. actualmente compon ien

do , y mientras trabaj a no quiere que ninguno

entre in t errumpi rle v d ist raerlc . De nadie se

dej a v er hasta mediodía; y así , puede usted ir a

dar una vuelta y volver ent onces .»

»Salime , pues , y me fuí a pasear por Madrid todala mañana , pensando siempre en e l modo con que

mi t iome recibiría . <<Sin duda— decía yo pa ra ¡ n i

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que tendrá. grandisimo gusto de verme y conocer

me», porque medía su corazón por e l mío ; así ,contaba con que seria muy tierno e l acto de ver

nos y reconocernos . Al fin volví con toda dili

gencia a la hora señalada . “Viene usted muy

tiempo— me dij o e l paj e presto saldrá mi amo .

Espere usted aquí que voy a avisarle .» Volvió den

tro de un in stante y m e hizo entrar donde estaba

mi tío , cuya v ista me llenó de gozo , porque luego

observé en su cara e l aire de nuestra familia . Era

t a n parecido a mi tío Tomás , que le hubiera teni

de por é l mismo a no haberle vi sto en aquel traj e

y en aquel estado . Saludéle con profundo respeto

y le dij e que era hij o de mae se N i colás de la Fuen

t e , el barbero de Olmedo y hermano de su señoría

y que hacía tres semanas que estaba en Madrid ,

siguiendo el ,mismo oficio de mi padre , en calidad

de mancebo , con ánimo de andar la España para

perfeccionarme en la Facultad . Mientras le estaba

hablando , advertí que mi tío estaba distraído y

pensativo , dudando , a la cuenta , si me conocería

o n o por sobrino o discurriendo algún arbitrio para

ex im i rse de m i con arte y con destreza . Tomó este

segun do partido , y afectando cierto aire j ovial y

risueño, m e dij o : <<Y bien , amigo , ¿ cómo están de

salud tu padre y tus tíos ? ¿En qué estado se ha

Ilan las cosas de la familia ?» Comencé a informarle

de su fecunda propagación; fuí le nombrando uno

por uno todos los hij os , varones y hembras , com

prendiendo en la relación hasta los nombres de

sus padrinos y madrinasi Pa rec ióme que n e“ se in

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ellos a la mesa , no le agradaba mucho que un se

brino suyo comiese con los criados mient ras él es

tuviese comiendo con los amos , pues en t a l caso

e l Dieguillo llenaría de v ergii en za al señor don P e

dro . Este , pues , se irritó furiosamente , y , lleno de

cólera ,me dij o : b r ib on zuelo ! ¿Qui eres aban

donar tu oficio ? ¡Anda , vete , que yo te dej o en

manos de los que t e dan malos con sej os ! ¡Sal de

mi cuarto , repi t e , y no vuelvas a poner los pies en

él si no quieres que te haga castigar como mere

c es !» Quedé aturdido al oír estas palabras , y mu

cho más me espantó la bronca y destemplada voz

con que las pronunció . R et irém e llorando y muy

apesadumbrado de la aspereza con que me había

tratado mi tío . Con todo eso , como siempre he sidode natural vivo y altivo , presto se me enjugó el

llanto ; pasé , por la contraria , del sentimiento a la

indignación , y resolví no hacer caso de un ma l pa

riente sin e l cual había vivido hasta allí y espera

ba vivir sin necesitarle para nad a .

»No pensé ent onces mas que en cultivar mi ta

lento y en aplicarme al trabaj o . Afeitaba todo e l

día , y por la noche , para recrear un poco el án imo ,

aprendía a tocar la guitarra,siendo mi maestro un

hombre de edad a quien yo afeitaba . L lamáb ase

Marcos de Obregón,y me enseñaba la música , que

sabía perfectamente,porque había sido cant or en

una iglesia . Era hombre cuerdo , de t anta capaci

dad cemo experiencia,y me quería como si fuera

hij o suvo . Serv ia de escudero a la mujer de un m é

d ico que vivía a treinta pasos de nuestra casa.

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l b a le yo a ver todos los d ia s al anochecer , cuandono hab ía que hacer en la tienda , y sentados los

dos en el umbral de la puerta tocábamos algun as

sonatas que n o desagradaban a la vecindad . Nuestras v e ces n o eran muy gratas ; pero dando a la

guitarra y cantando cada uno m etódicamente la

parte que le tocaba , gustábamos a las gentes que

n os oían . Div ert íase particularmente con n uestra

música doña Marcelina , que así se llamaba la mu

jer del médico . Bajaba algunas veces a oírnos a l

port al y nos hacía repetir las tonadillas que más

le agradaban . Su marido no le impedía esta diver

sión , pues , aunque españo l y viej o , no era celoso .

Por otra parte , su profesión le t en ia empleado todo

e l día , y cuando se retiraba a casa por la noche

i b a tan cansado d e visitar enfermos que se,

acos

taba muy temprano , y ningun a apren sión le cau

saba el'

gusto que su muj er ten ía de o ír nuestras

músicas , qui zá por juzgar que n o eran capaces de

excitar en ella perniciosas impresiones . A esto se

añadía que , aunque su muj er era a la verdad j oveny linda , no le daba motivo alguno para el más m i

nimo recelo , siendo de un a virtud tan adusta que

no podía sufrir que los hombres ni aun siquierala mirasen ; y . asi , no llevaba a mal que tuviese

aquel honesto e inocente pasatiempo , y n os dejab a cantar todo cuanto quer iamos .

»Una noche que fuí a la puerta del méd ico paradivertirme , como acostumbraba, encontré al viej o

escudero , que me estaba esperando . Tomóme por

la mano y me dij o que quería nos fuésemos los

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dos a pasear un poco antes de principiar la mú

sica. Así que nos vimos en una ca lle excusada ysolitaria, a donde me fué llevando y donde cono

ció que me podía hablar con libertad,¿Querido

Diego— me dij o con semblante triste tengo que

comunicarte reservadamente un a cosa . Temo mu

cho , hij o mío , que un o y otro n os hemos de arre

pen t ir de esta música que damos a la puerta de

mi amo . N o puedes dudar lo mucho que t e quiero

y he tenido gran gusto en enseñarte a tocar la gui

tarra y a cantar, pero si hubiera previsto la des

gracia que n os amenaza, t e aseguro de veras que

hubiera escogido otro si t i o para darte las leccio

nes .» Sob resa lt óme esta relación y supliqué al es

cudero que se explicase más claro , di ciéndome

francamente qué era lo que podíamos temer , por

que yo no era hombre que quisiese hacer frente

al peligro y que todavía no había dado la vuelta

por España. <<Voy— me respondió— a decirte lo que

debes saber para conocer el riesgo en que nos h a

llamos . Cuando un año h a entré a servir a l médi co ,me llevó una mañan a al cuarto de su muj er , y

presen t ándome a ella,me dij o : <<Marcos, esta se

ñora es tu ama y siempre la has de acompañar a

cualqui er parte que vaya .» Quedé admirado al v er

a doña Marcelina . En con t réme c on un a dama jo

ven y en extremo hermosa,gustándome sobre todo

lo a iroso de su talle y lo apacible de su semb lan

te . <<Señor amo— respondí al amo me tengo por

muy dichoso en servir a un a señora t an amable .»

Desagradó tanto a doña Marcelina m i respuesta;

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fuese a peligro de disgust arla . Le hice presente de l

mej or modo que me fué posible que hacía injur ia

a la naturaleza echando a perder con su carácter

adusto m i l bellas prendas de que la había dotado ;

que una mujer de genio afable y de modales aten

t os podía hacerse amar sin e l auxilio de la hermo

sura, cuando, por e l contrario , la más hermosa, si

no es afable y agasajadora , se hace un obj eto de

desprecio . A estas razones añadí otras di rigidas a

la corrección de sus ásperos modales . Después de

haberla acon sej ado a mi satisfacción, temí me cos

tase caro mi celo y fidelidad,excitando su cólera

y produciendo algún efecto que me fuese de poco

gusto . Mas n o sucedi ó así : no se enfadó de m i s in

sinuac i on es , contentándose con no seg uirlas ; y e l

mismo efecto produj eron las que tuve la ton tería

de hacerle los días sigmen t es.

»Canséme de advertirle en vano sus defectos yab andon é la a la aspereza de su genio . Pero ¡quiénlo creyera ! Este natural tan agreste, esta mujer

t an orgul losa, de dos meses a esta parte ha muda

do enteramente de condi ción . H oy es atenta con

todos y a todos trata con modales muy cariñosos .

Ya no es aquella Marcelina que no respondía sino

necedades a los hombres que la elogiaban; ya oye

con agrado sus lísonjas . Gusta que le digan que es

hermosa y que ni ng ún hombre la puede mirar sin

cobrarle afición . Son muy de su gusto los requie

bros , y, en suma, ya es otra muy diferente muj er .

Esta mudanza apenas es comprensible; pero lo que

más t e ha de adm irar es el saber que tú m ismo

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has obrado este gran milagro . Si , mi querido Di e

go , tú has sido el autor de una transformación t an

extraña; tú quien has convertido aquel tigre feroz

en ima m ansísima cordera . En una palabra, tú has

merecido su atención, como lo h e observado más

de una vez ; y o yo conozco mal a las muj eres o mi

ama se abrasa por ti en un v eh emen t ísim o amor .

Esta es, hij o m io , la triste noticia que tenía que

darte,y ésta es la desgraciada situación en que

los dos n os hallamos .» <<Yo n o v eo respondí al

viej o— gran motivo de a f ligirn os en todo lo que

usted me ha dicho , ni mucho menos que sea des

gracia mía e l que me ame una muj er hermosa .»

Diego ! — me replicó ¡Bien se conoce que

discurres como mozo ! Sólo miras al cebo y n o t e

mes a l anzuelo . Te paras sólo en e l placer ; pero yo ,como viej o y experimentado , prev ee los disgustos

que causa después , porque no hay cosa que tarde .

o tempran o no se descubra . Si prosigues en venir

a cantar a nuestra puerta, con tu vista se en cen

dera cada día más la pasión de doña Marcelina , yolv idada tal v ez de todo recato , llegará a conocer

lo el doctor Oloroso , su marido , e l cual se ha m es

trado t an condescendiente hasta aquí porque no

tiene el más leve motivo para tener celos; pero des

pués se pondrá furioso , se vengará de su mujer ypodrá.hacernos a ti y a m i un flaco servicio .» <<Pues

bien , señor Marcos— le repliqué cede a vuestras

razones y m e entrego a vuestros consejos . Diga

me usted qué debo hacer y cómo me h e de por

tar para evitar todo siniestro accidente .» <<Dejando

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los dos nuestras músicas— m e respondió —y no vol

viendo tú a parecer delan te de mi señora . Un a

vez que no te vea, poco a poco se le i rá. entibian

de la pasión y recobrará su tranquilidad . Espéra

me en casa del maestro , que yo te iré a buscar ,y allá tocaremos y cantaremos sin inconveniente .»

O frec ílo así , y , con efecto , hice propósito de n o ir

más a la puerta del médi co y estarme encerrado

en mi tienda, pues que yo era un mozo que n o po

d ía ser visto sin peligro .

»Sin embargo , el buen Marcos , a pesar de su pru

dencia, experimentó dentro de pocos días que e l

medi o discurrido y aconsej ado por él no sirvió para

templar el fuego de doña Marcelina; antes bien,

produj o un e fecto enteramente contrario . Esta señora, a la segunda n oche que no nos oyó cantar ,le preg un tó por qué razón habíamos suspend ido

nuestra música y cuál era la causa de que yo m e

hubiese retirado . R espon di óle que teni a tantas ocuº

pac i on es que no me dej aban un instante para d i

v ert i rme . Most róse satisfecha de esta excusa , y por

tres días sufrió mi ausencia con bastante firmeza;mas al cabo de este tiempo perdió la paciencia

y le dij o a su escudero : <<Marcos , tú m e engañas .

Diego no ha dej ado de ven ir aquí sin motivo , y

est e encierra algún misterio que quiero descubrir .

Habla y no me ocul tes nada, que así te lo man

de .» <<Señora — respondió él,pagándole con otra

mentira ya que usted quiere saber las cosas

como son, sepa que al pobre Diego le ha sucedido muchas veces volverse a su casa después de

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juzgarlo por mi misma , nunca reflexi onan para

enamorarse . El amor es un desorden de la razón

que ,a pesar nuestro n os arrastra tras de un ob

j eto y nos suj eta a él . Es una enf ermedad que nace

en nosotras y nos atormenta como la rabia a los

animales . N o t e canses , pues , en persuad irme de

que Diego n o es digno de mi cariño; basta que le

ame , para f igurarme en él mil prendas que n o des

cubres tú y que qui zá tampoco él tendrá. En vano

t e empeñas en hacerme creer que ni sus facciones

ni su figura tienen cosa que pueda llamarme la

atención; a m i me parece hechicero y más hermoso

que el sol; fuera de que tiene en su v e z una sua

vidad que m e encanta y se me figura que toca

la guitarra con una gracia y primer particular.»

señora !— repli có Marcos ¿Habéis pensa

do bien lo que es e l t al Diego, su baj a y*

hum i lde

((Yo no soy mej or que él— me inte

rrumpi ó pero aun cuando fuera un a muj er de

distinción , nunca repararía en eso .»

»R l resultado de esta conf erencia fué que, deses.peranzado e l viej o escudero de adelantar cosa

algun a con su ama en este punto , la dej ó en su

capricho y se retiró, como un di estro piloto cede

a la tormenta que le desvía del puerto a donde se

ha propuesto desembarcar. Aun hiz o más : por dar

gusto a su ama, m e v ino a buscar, me llamó apar

te , y después de haberme contado todo lo sucedido

entre ella y él , <<Bien ves , Diego— me dij o que

no podemos excusarnos de continuar nuestras músicas a la puerta de Marcelina. Es indispensable ,

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amigo mío , que esta señora t e vuelva a ver, por

que de otra manera nos exponemos que hagaalgun a locura que perjudique más que nada a su

reputación .» N o me hice de rogar , y re ispond í1e que

iría a su casa con mi guitarra así que anocheciese,y podía llevar a su ama esta agradable noticia.

H ízolo así y di ó a la apasionada aman te la más

alegre y gustosa nueva que podía desear , con la

esperanza de verme y oírme aquella noche .

»Pero faltó poco para que un lance pesado le

hubiese frustrado esta esperan za . N o pude salir de

casa hasta después de muy an ochecido , y , por mis

pecados , era la noche muv obscura . Caminaba a

tientas por la calle,y qui za llevaba andado ya la

mitad del cami no , cuando de una ventana me re

galaron de p i es a cabeza con cierto va !»

que li sonjeab a poco el sentido del olfato . Viendome en tal estado , n o sabía qué partido tomar . Vol

ve rme a casa era exponerm e a las pesadas zum

bas de los otros mancebos compañeros míos; ir a

la de Marcelina en aquel magn i f i co equipaje no

me le permitía la v ergi i enz a . R esolv íme , n o ob s

tante, a ir a casa del médi co , persuadi do de queencontraría a Mar cos a la puerta y que todo se

remediaría antes de presentarme en aquel estado

a Marcelina . Con efecto , fué así ; encon t ré le espe

randome a la puerta, y luego que me v i ó , me di j oque el doctor Oloroso acababa de recogerse y que

aquella n oche nos podíamos divertir a nuestro sa

b er . R espond i le que ante todas cosas era menes

ter limpiarme e l vestido , y le con té lo que me ha

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b ía pasado . Mostróse muy condolido de ello y mehi zo entrar en donde me estaba esperando su ama .

Apenas oyó esta señora mi sucia aventura y me

vió en e l triste estado en que m e hallaba, prorrum

pió en expresiones del mayor dolor, como si m e

hubieran sucedi do las más funestas desgracias ; y

después , como si hablase con la puerca que me

había puesto de aquella manera, se desfogó echan

de le mil maldi ciones . aSeñora —le dij o Marcos

moderad esos impulsos ; con sidered que el lance

fué puro efecto de casualidad y no conv i en eº

m os

trar tan fuerte enoj o .» a¿Cómo quieres— respondió

ella—

q i1e no sienta vivamente la ofensa que se ha

hecho a este inocente cordero , a esta paloma sin

hiel , que ni aun se quej a del ultraj e que ha reci

bido ? ¡Ojalá fuera yo hombre en esta ocasión para

v engarle !»

»Otras m i l cosas dij o , pruebas todas de su cie

go amor, que igualmente acreditó con las acciones ,porque mientra s Marcos me estaba limpiando con la

toalla,Marcelin a fué corriendo a su cuarto; traj o una

caj ita llena de todo género de perfumes , quemó

cantidad de ellos , sahum ó todos mis vestidos y los

roció con espíri tus olorosos en abundan cia . Con

c luído el sahum eri o y aspersorio , la cari tativa se

ñora fué en persona a la cocina v me traj o pan , vino

y algunos pedazos de carnero a sado que tenía guar

dados para m i . Ob li góme a comer , y teniendo gus

to en servirme ella misma , ya me hacía plato y ya

me echaba de beber , a pesar de cuan to Marcos y

yo podíamos hacer y decir para que no se humi

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ha t an particularment e cºnmigo, y no puede ne

gar que por entonces me desazonó muchísimº, por

que sentía perder las esperanzas que había conce

bido . Con todo eso , por n o faltar a la obligación

de fiel historiador, debo confesar que a corta re

flexión me costó poco e l conformarme y llevar en

paciencia aquel revés de la fortun a . No así Marce

lina, cuya afición cobró mayor fuerza . aQuerido

Marcos— dij o al escudero de ti solo espero algún

consuelo : ruégot e que hagas todo lo posible para

que tenga el gusto de v er secretamente a Diego . »

es lo que usted m e pide , señora ? — le res

pendió colérico ¡Demasiada contemplación he

teni do con usted ! ¡No , no qui era Dios que por f e

mentar una loca pasión contribuya yo a deshon

rar a mi amo , a la pérdi da de vuestra reputacióny a mancharmo a mi mismo con e l borrón de talinf amia, después de ha ber pasado toda la vida por

hombre muy de bien, por criado fiel y de una con

ducta i rreprensi b le ! ¡Antes dej aré la casaque servir

en ella de un modo t an vergonzoso !» Marcos !— replicó la señora, asustada de estas últim as pala

bras ¡Me atraviesas de parte a parte e l corazón

cuando hablas de marchart e ! Pues qué, ¿pien sas ,cruel , dej arme, después que m e has reducido a l

lastimoso estado en que me v eo ? ¡R est i túyeme pri

mero aquel orgullo y aquella tranqui la a lt ivez que

tú mismo m e quitaste ! ¡Oh , y quién tuviera ahora

aquellos feli c ísim es defectos ! Gozaría de gran paz

mi corazón en lugar del tumulto que le agita gra

cias a tus imprudentes reconv en c i on es . ¡Tú, tú

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fuiste quien estragaste mis costumbres cuando quisist e enmendarlas ! ¡Pero qué es lo que di go ! — con

t inuó ella, llorando ¡Desdi chada de m i ! ¿A quéfin darte en

cara con tan injustas quej as ? ¡N o ,

amado padre , n o fuiste tú el autor de mi inf ortu

n i o ! ¡Mi mala suerte fué la ún ica que me preparó

mi desgracia ! ¡N o hagas caso , t e pido,"

de las n é

cias palabras que pre f i ero ! Mi pasión me ha tras

tornado e l juicio . ¡Compadé cet e de mi flaquez a !

¡Tú eres mi ún ico con suelo , y si aprecias mi vi da,no m e ni egues tu asistencia !»

»Al decir estas palabras creció su llanto de ma

nera que no pudo continuar . Sacó el pañuelo , cu

b ri óse c on él e l rostro y se dej ó caer en una silla ,como una persona que se rinde al peso de su af li c

ción. El buen Marcos , que era de la mej or pastade escuderos que jamás se ha visto , no pudo re

si st ir a un espectáculo tan lastimoso , que le con

mov ió vivamente , y mezcló sus compasivas lagrimas con las de su a fligi da ama , diciéndole , lleno

de ternura : señora, y qué atractivo es el vues

t ro ! N o tengo fuerzas para combatir vuestra pena ,

que acaba de rendi r mi virtud , y prometo auxiliaros . ¡Ya n o me admi ro de que el amor haya t e

nido poder para haceros olvidar de vu estro deber,cuando la compasión sola lo ha tenido para no

acordarme yo del mío !» De manera que el pobre

escudero , a pesar de sw i rreprensi b le conducta, se

sacrificó muy servicialmente a la pasión de Mar

celina . A la mañana siguiente vino a contarme todo

lo sucedi do , v me dij o que tenía ya pensado e l

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modo de proporcionarme una conversación secre

t a con su ama . Con esto animó mi espe ranza; pero

dos horas después llegó a mis oídos un a noticia

tan t riste como no esperada . El mancebo de un a

botica que había en el barrio , y era uno de nues

tros parroquianos , vino a hacerse la barba . Mien

tras me d isponía a rasurarle , me dij o : <<Señor Die

go, ¿ cómo le va a usted con su amigo el viej o es

cudero Marcos de Obregón ? Ya sabrá usted queestá para marcharse de casa del doctor

<<No , por cierto», le respondí . <<Pues sépalo usted—me replicó y no dude que la cosa es cierta .

Hoy sin falta le despedirán . Su amo y el mío aca

ban de tener ahora un a conversación, a que me

hallé presente , en la cual dij o el primero al se

g undo : <<Señor boticario , tengo que hacer a usted

una súplica. No estoy contento con un viej o escu

dere que tengo en casa , y en su lugar qui siera una

dueña fiel , severa y vigilante que guardase a mi

mujer.» entiendo ! — respondió mi amo Us

ted necesitaría de la señora Melancia , que fué la

que cust od i ó a m i difunta esposa , que aunque ha

seis semanas que en v iudé todavía la mantengo en

casa. A la verdad , me ser ia muv útil para gober

narla; pero se la cede a ust ed g ust oso , por 10 mu

che que me i n t erese en su honor . Bien puede des

cuidar con ella en punto a la segur idad de su

honra , porque es la perla de las dueñas y un ver

dadero dragón para g uardar la castidad de l sexo

frágil . En doce años que estuvo al lado de mi mu

jer , que como usted sabe era moza y linda,”

no V'

i

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pareció que ya nada podía esperar , y sin hacerme

gran violencia det ermi nó abandonar el campo . N o

era yo , lo conf ieso , de aquellos amantes porfiados

que hacen vanidad de luchar contra todos los obs

tácu10 s; pero aun cuando lo fuera , la señora Me

lancia dej aría bien burlado mi empeño y tenaci

dad . El gen io riguroso que atribuí an a aquella mu

j er era capaz de desesperar a los amantes más per

t in aces y atrevi dos . Sin embargo de los colores

con que me la habían pintado, no dej é de entender

dos o tres di as después que la señora médica había

adormecido a aquel Argos y corrompido su fideli

dad . Salía yo una mañana de casa a afeitar a un

vecino nuestro , cuando una buena viej a se llegó a

m i y me preguntó si era yo Diego de la Fuente .

R espond i le que si , y ella me replicó : <<Pues a na

ted venía yo buscando. Vaya su merced est a no

che a la puerta de doña Marcelina, haga alguna

señal,y luego le será abierta.» <<Muy bien— le re

pli qué yo pero es preciso que quedemos de acuer

de sob re qué señal ha de ser. Yo sé remedar m a

rav i llosamen t e el maul lido del gato , y maullaré

dos o tres veces .» <<Basta eso— repuso la mensaj e

ra de amor voy a dar parte de su respuesta a

la señora . Servidora de usted , señor Diego ; el Cielo

le conserve . ¡Qué galán sois ! ¡A fe que si yo fuera

una niña de quince años no le buscaría para otra !»

Diciendo est e ,se desvió de m i aquella oficiosa v ieja .

»Agi t óme terriblemente este mensaj e , y toda la

moral de Marcos se la llevó el aire . Esperé con im

paciencia la noche, y rcuando me pareció que ya

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estaría durmiendo el doctor Oloroso , me encaminéhacia su puerta. Allí di principio a mis maul lidos ,

que debían oírse de lej os y hac ían mucho honoral maestro que me hab ía enseñado tan bello idiom

'

a. Un momento después baj ó la m isma Marceli

na a abrir con mucho tiento la puerta, y volvió a

cerrarla luego que yo hube entrado . Subimos a la

sala en donde habíamos tenido nuestro último con

cierto , la cual estaba débilmente alumbrada poruna luz que ardía sobre la chimenea . N os senta

mos juntos para dar principio a nuestra conversación , alterados ambos , aunque con la diferencia

de que el placer sólo causaba la conm oción de Marcelina y la mía estaba mezclada con un poco de

sobresalto . En vano me aseguraba mi dama que

nada t en iamos que temer por parte de su marido ,pues se había apoderado de m i un temblor que

turbaba mi alegría . Sin embargo , le preguntó ((Se

ñora, ¿ cómo habéis podido engañar la vi gilanciade v uestra aya ? Por lo que oí decir de Melancia ,no creía que os fuese posible hallar medios de dar

me noticias vuestras y mucho menos de vernos a

solas .» Sonr iéndose entonces Marcelina de mi pre

gunta, me contestó : <<Dejaras de sorprenderte de lasecreta entrev i s ta que tenemos esta noche juntosluego que t e haya contado lo que pasó entre las

dos . Cuando entró en esta casa , mi marido le hizo

mil caricias y me di j o : <<Marcelina, t e ent rego a la

d irección de esta di screta señora , que es un'

com

pendio de todas las v irtudes y un espej o en que

debes mirarte de continuo para i nst ruirt e en la

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modestia . Esta admirable persona d irig10 por es

pacio de doce años a la muj er de un boticario am i

go mío ; pero de lo que hay poco : en ter

minos que hizo de ella casi un a santa .»

»Estas alabanz as , que el aspecto grave de Me

lancia no desmentían , me costaron muchas lagri

mas y me pusieron desesperada . Me figuré las lee

ciones que tendr ía que escuchar desde la mañana

hasta la noche y las repren s i on es que me ser ia for

z oso aguantar todos los días . En fin, consentí en

llegar a ser la muj er más desgraciada del mundo ,y olvidando toda consideración en medio de un a

esperanza tan cruel , le dij e con mucha sequedad

al aya luego que me vi sola con ella: <<Sin duda e s

dispondréis para hacerme padecer mucho ; pero

debo advertiros que soy poco sufrida y que no de

j are por mi parte de daros cuantos desaires pue

da . Os declaro que mi corazón está. dominado de

una pas ión que no serán capaces de arrancar de

él vuestras reconv en c i on es. Sobre esto podéis to

mar v uestras medi das . R edob lad vuestra v igilan

cia , porque os prometo no em i t i r nada par a enga

ñarla .» Al oír estas palabr as , la dueña adusta, que

bien creí i b a a ensartarme un sermón por primera

entrada , se puso risueña, y me dij o con un tono

afable : <<Mucho me agrada vuestro carácter. Vues

tra franqueza provoca la m ía , pues veo que nac í

mos la un a para la otra . ¡Ah bella Marcelina, qué

m al me conocéis si formáis jui cio de m i por e l

elogio de vuestro esposo o por la severidad de mi

exterior ! No me tengáis por enemi ga de los place

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con un gozo extremado , que le mani festó con antic ipac i ón cuán to me alegraba de tenerla por aya .

Hac iéndola en seg uida en teramente conf iden t a de

mis sentimientos , le pedí que me proporcionase

cuanto antes una conversación a solas contigo , lo

que efectivamente cumplió , valiéndose est-a ma

nana de la viej a que te habló y que es una men

saj era que le sirvió muchas veces para la muj er

del boticario . Pero lo que hay de más gracioso en

esta aventura— añadió Marcelina riéndose— es que

Melancia, por la relación que le h ice de la costum

bre que tiene mi esposo de pasar la noche sosega

damen t e , se acostó junto a é l y ocupa mi lugar eneste momento .» ((Lo siento mucho , señora — di j e en

tonces a Marcelina y de ningún modo aprue

b o vuestra invención . Vuestro marido puede muy

bien despertarse y echar de v er el engaño . »

eso no !— replicó ella con precipitación No t en

gas el menor cuidado por eso y n o hagas que un

vano temor acibare el placer que debes tener en

hallarte con una muj er que t e quiere .»

»La esposa del doctor , observando que este dis

curso no desvanec i a mi s temores , no omitió nada

de cuanto creyó a propósito para serenarme , y

por fin hizo tanto , que llegó a consegui rlo . Desde

este momen to ya no pensé mas que en aprovechar

m e de la ocas ión; pero al tiempo en que Cupido ,acompañado de las risas y de los juegos , se dispo

n ía a labrar mi felicidad, oímos dar un as fuert es

aldabadas a la puerta de la calle . Al instante, e l

Amor y su comitiva volaron a manera de unos

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pajarillos tímidos , espantados repentinamente porun gran ruido . Marcelina me ocultó debaj o de un amesa que había en la sala, apagó la

'

luz , y como

10 había concertado con su aya, en caso que estecontratiempo sucediese , se fué a la puerta de la

alcoba en que dormía su mar ido . En tre tanto , los

golpes que atronaban la casa continuaban con tan

t a repetición que , despertando e l doctor , se sentó

en la cama, dando voces a Melancia . Arrojóse éstade la cama , aunque el viej o , que creía era su muj er , le decía que no se lev antase ; reun i óse con su

ama que , s intiéndola a su lado , la llamaba a gri

t os, para que fuese a v er quién estaba a la puerta .

<<Ya estoy aquí , señora — le respondió el aya vol

vec s a la cama si queréis, que yo v oy a v er lo que

es.» Durante este tiempo , habiéndose desnudadoMarcelina , se acostó con el doctor , que n o tuvo la

menor sospecha de que le engañasen . B ien es v er

dad que esta escena acababa de representarse en

la obscuridad por dos actrices , de las cuales un a

era incomparable y la otra tenía mucha d isposi

ción para serlo .

»Rl aya n o tardó en presentarse , en bata de dor

mi r y con un a luz en la mano , diciendo asu amo

<<Scñor doctor, tenga uste d la bondad de levantar

se apris a, porque el librero Fernández Buendía,vecino nuestro , le acometió una apoplej ía, y e s

llaman de su part e para que voléis a su socorro .»

El médico , vistiéndose lo más pronto que pudo ,partió a casa de l enfermo , y su muj er , en bata de

noche , vino con el aya a la sala en donde yo es

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taba y me sacaron de debaj o de la mesa más muer

t o que v ivo . eN ada tienes que temer, Diego— me

di j o Marcelina serén at e .» Al mismo tiempo , dic i éndome en dos palabras de qué modo se habíaarreglado la cosa , quiso en seguida volve r a tomar

el hilo de la conversación que teni a conmi go y h áb ía sido interrumpida; pero se opuso a esto e l aya .

<<Señora— le di j o vuestro marido acaso puede

hal lar muerto al librero y volverse inm edi at amen

t e; además de que— añadió , v i éndome traspasado

de miedo— ¿ qué haríais con ese pobre mozo , no

hallándose en estado de continuar la conversación ?Más vale ponerle en la calle y dej ar el negocio

para mañana .» Doña Marcelina convino en ello ,aunque a pesar suyo: tan ami ga era de lo presen

te; y creo que sintió bastante no haber podi do h á

cer poner a l doctor e l nuevo b onc t e que le tenía

destinado .

»En cuanto a mí , menos afligido de haber malo

grado los más preciosos favores del amor que go

zoee de verme libre del peligro, m e fui a casa del

maestro , en donde pasé el resto de la noche en re

flexionar sobre mi aven tura .,Estuve algún tiempo

indeciso si acudir ía a la cita de la noche sigui ente ,porque no formaba j uicio de salir más bien libra

do en esta segun da calaverada que en la primera;pero e l diablo , que siempre n os cerca, o , por mejor

decir, se apodera de nosotros en semej antes lances ,m e h izo creer que pasaría por im mentecato si me

quedaba a la mitad de un cami no tan bueno; y

aun representó a mi imaginación a Marcelin'a con

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CAPITULO VII]r

Encuentro de Gi l Blas y su compañero con un hombre que estaba mojando mendrugos de pan en una

i uente*

y conversaci ón que con él tuvieron.

Con t óme el amigo Diego de la Fuente otras aven

turas que le sucedieron en adelante ; pero todas de

tan poca importancia que no merecen la pena de

referirse . Sin embargo , m e vi precisado a o írse las ,

y en verdad que no fué breve la relación, pues duró

hasta que llegamos a Puente de Duero , donde nos

detuvimos 10 restante de aquel día . Hicimos en e l

mesón que nos di spusiesen una buena sopa y asa

sen una liebre , después de cerc i orarn os de que era

verdaderamente tal . Al amanecer del día sig uiente

proseguimos nuestro camino , habiendo antes llena

do la bota de un vino medi ano y metido en las mo

chilas a lgunos pedazos de pan , j untamente con la

mitad de la liebre , que nos había sobrado d e la cena.

Después de haber caminado cerca de dos leguas ,nos sen timos con gran gana de almorzar ; y ha

biendo visto como a doscien tos pasos del camino

un grupo de árboles que hacían sombra deli c i osí

sima, escogimos aquel sitio e hicimos alto en él. :

Allí encontramos a un hombre como de veintisiete

a veintiocho años , que estab

fuente algunos zoquetes de pan .

sobre la hierba una espada largaParec i ónos mal vestido ; mas, por

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rostro y bien plantado . Saludámosle cortésmentey él nos correspondió con igual cortesanía. Presen

t ónos luego sus mendrugos moj ados , y con cierto'

aire risueño y despej ado nos dij o si éramos servidos . Admitimos el convite en e l m i sm o tono , mas

c on la condición de que había de tener a bien que

juntásemos los a lmuerzos para que fuesen más

abundantes . Vino en ello con mucho g usto , y n os

o tros sacamos nuestras provisiones , lo que cierta

mente n o le desagradó . señores ! —exclamóe naj enado de alegria Verdaderamente que us

t edes vienen bien provi stos de mun iciones de boca ,y se conoce que son hombres prevenidos y que ,miran a lo venidero . Yo me f ío demasiado en la for

tuna . Sin embargo , a pesar del miserable estado

e n que ustedes m e ven , les puede aseg urar que al

guna vez hago un papel muy brillante . Sepan us

t edes que n o pocas m e tratan de príncipe y estoy

rodeado de guardias . » <<Según eso— d ij o Diegoserá usted comediante .» <<Ad iv inólo usted— respon

di ó el desconocido por lo men os ha quince años

que no tengo otro oficio . Siendo niño representaba

ya ciertos papeles cortos , esto es , que tuviesen poco

que'

aprender .» <<Hablemos francamente— replicó'

e l

barbero meneando ladinamente la cabeza Ten

go dificultad en_creerlo , porque conozco bien a los

comedi antes y sé que estos señores n o acostum

bran caminar a pi e ni hacer almuerz os a 10 San

Antón; y m e temo , me temo que si usted ha he

c ho'

a lg ún papel no habrá sido otro que e l de en

c ender y apagar las lamparillas .» <<Piense usted de

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mi lo que qui s i ere - respondi ó e l histri ón lo c i er

t o es que hago los primeros papeles y comúnmente

me hacen representar e l de primer galán .» <<Siendo

así— repuso mi camarada doy a usted la enho

rab uen a , y celebro mucho que e l señor Gi l Blas y

yo hayamos tenido la hon ra de desayunam os en

compañi a de tan gran personaj e .»

Comenzamos entonces a roer nuestros reb ojos y

las preciosas reli qui as .de la liebre, alternando con

tan frecuentes topetadas a la b e t a que en poco

tiempo la dejamos enteramente pez con pez , sin

que en todo este tiempo desplegase los labios n in

guno de los tres . Al cabo rompió el silen cio el bar

berillo, diciendo al comediante : <<Estoy admirado

de v er a usted en estado tan lastimoso . N o se pue

de dudar que es mucha pobreza para un héroe de

teatro , y perdone usted si le hablo con esta clari .

dad.» cPor cierto— replicó el actor— que se conoceno ha oído usted hablar del famoso comedi

'

ante

Melchor Zapata, porque h a de saber usted que ,

por la misericordia de Dios , no soy de geni o deli

cado . Me da usted mucho gusto en hablarme con

tanta franqueza, porque también gusto yo de h a

b lar con ella. Confieso de buena fe que n o soy rico ;y si no , miren ustedes esta ropilla .» Di c i endo

_

est o ,

nos mostró el forro de ella, que era todo de los

carteles de comedia que se fij an en las esquinas .

<<Esta es la tela que comúnmente me sirve de f e

rro ; y si todavía tienen cur iosidad de ver lo queh ay en mi guardarropa , contentaré a ustedes . Heloaquí— y al mi smo tiempo sacó de la mochila un

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pensó usted entrar en alguna de las compañias de

la corte ? ¿Acaso se necesita un mérito consumado

para lograrlo — respondió Melchor ¡Us

ted se burla con su mérito consumado ! Veinte actores hay en cada compañía . Pregunte usted al

público lo que siente de ellos y oirá cosas b e llísimas . Más de la mitad , por lo menos , merecían ir

cargados como yo con la mochila , y, en medi o de

eso , no es tan fácil como se piensa ser recibido en

t re ellos , pues se necesita dinero o grandes empe

ños que suplan por la habilidad . Ninguno puede

saberlo mej or que yo , porque ahora mismo acabo

d e representar en -Madr id , y salgo más aturdi do

de palmadas y silbidos que todos los diablos , sin

embargo de que me prometía ser muy aplaudido ,porque representaba gri tando , manoteando , des

coyun tándome y torciendo el cuerpo hacia todas

partes , con mil gesticulaciones y posturas cien le

guas distantes de todo lo natural , hasta llegar una

vez casi a dar en la cara un a puñada a mi dama

m ientras yo estaba declamando . En un a palabra ,representaba imitando la escuela que e l vul go ce

lebra en los grandes actores; y en medio de eso ,

lo que aplaudía tanto en otros n o lo podía sufrir

en m i . ¡Vea_

ust ed cuánto puede la preocupación !

En vista de ello , no acertando a dar gusto y n o

teni endo medios para ser admitido en la compa

ñía a pesar de todos los silb idos de la mosquete

ría , dej é a Madrid. y me vuelvo a mi Zamora . don

de están mi mujer y m is compañeros , que no hacen

a l lí gran fortuna . ¡Y quiera Dios n o nos veamos

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precisados a pedir limosna para poder pasar a otra

ciudad , como más de una v ez nos ha. sucedido !»

Diciendo est e , nuestro prin c ipe dramát i co se le

v an t ó , e ch óse a cuestas la mochila , c iñóse la espa

da , y despidiéndose de nosotros , — n os d i j ocon mucha gravedad ¡Quieran los dioses inmor

tale s derramar sobre ustedes a manos llenas susfavores !» qui eran los mismos— le respondió Di e

go en e l propio tono— que halle usted en Zamora

a su muj er mudada y mej or establecida !» Luego

que el señor Zapata nos v olvió la espalda , comenzó

a gesticular y a representar caminando , y nosotros

le comenzamos a silbar para que no se le olvidasen

t an presto los silbidos de Madrid . Con efecto , cre

y o que todavía le sonaban en los oídos , y volv i en

do la cara y viendo que nosotros nos divertíamos

a su ¡costa , lejos de darse por ofendido , él mi smoayudó a la zumba, y prosiguió su viaje dando grand ísimas carca j adas . Correspond imosle por nue ist ra

parte con grande algazara , y cogiendo otra v ez e l

camino real , seguimos nuestra _marcha .

CAPITULO IX

Estado en que encontró Diego ¡a sus parientes, y

cómo Gi l Blas se separó de é l después de haber

part icipado de ciertas diversiones.

Fuimºs aquel día a dormir entre Mojados y Valdest i llas, a un lugarc i llo cuyo n ombre se me ha 0 1

v i dado , y a l siguiente, a las onc e de la mañana ,

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entramos en la llanada de Olmedo . aSeñor G i l

Blas— me —dij o mi camarada aquél es el lugarde mi nac imiento . N o le puede volver a v er sin

llenarme de júbilo : tan natural es en todos e l amar

su patria .» i senor Diego— le respondí un hombre

como usted , que tanto amor tiene a su tierra, pa

rece debía haber hablado de ella con mayor esti

mación . Usted m e la pintó como si fuera un lugar

cillo o una aldea y a m i se m e presenta como una

ciudad . Era razón que, por lo menos , la trat ase

usted de villa grande .» ((Yo le pido perdón— respon

dió e l barbero pero diré que después de habervisto a Madr id, Toledo , Zaragoza y otras princi

pales ciudades de España en la vuelta que he dado

por ella , todo me parece a ldea.» Conforme íbamos

adelantando en la llanura y acercándonos O l

medo , nos pareció ver j unto al pueblo multitud

de gente , y cuando n os hallamos a d istancia de

poder discerni r los obj et os, tuvimos mucho en qué

divertir la vi sta .

Vimos tres pabellones o tiendas de campaña ,poco di stante una de otra, y a lrededor de ellas

muchedumbre de cocineros y ayudantes de cocin a

que ,est ab an di sponi endo una gran comi da . Unos

ponían unas mesas largas dentro de las tiendas ,

otros echaban vi n o en grandes vas ij as de barro ,éstos atendían a que cociesen las ollas y aquéllosdaban vueltas a luengos asadores en que estaban

espetadas viandas de todo género . Pero a m i nada

me llevó tan to la atención como un espacioso t ea

tro que observé , bas tant e elevado , que estaba ador

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beato ! A lbo di es notanda lapi llof Muchas n'

eveda

des encontrarás en la parentela . Tu —tío Pedro,aquel gran talento , ya es víctima de Plutón : tresmeses h a que murió . ¡Hombre av ari en t o , que toda

su v ida estuvo temi endo le habían de . faltar siete

pies de tierra para enterrarse ! A rgen ti pa lleba t amo

re . Tenía muchas pensiones de los grandes y n o

gastaba diez doblones a l año en comida y vestido .

No daba de comer al úni co criado que le servía .

Más insensato que aquel griego Ari st ipo , e l cual , ca

minando por los desiertos de Libia , h izo a sus escla

vos que dej asen en ellos todas las grandes riquezas

que llevaban, alegando que aquella carga les in comodab a en la marcha, amontonaba toda la plata y

todo el oro que podia haber a las manos . Mas ¿para

qué ? Para que lo gozasen sus herederos, a quienesno pod ía sufrir . Dej ó a su muerte treinta mi l du

cados , que se repartieron entre tu padre , tu tío

Beltrán y yo . Todos nos hallamos en estado de pa r

sarlo bien . Mi hermano Nicolás colocó ya a su hij a

Teresa, que acaba de casarse con el hij o de uno de

nuestros alcaldes : connubi o y'

un :rt t sta bi li , prepri am

que di oam'

i . Este himeneo , con cluido baj o los más

felices auspicios , es el que estamos celebrando hace

ya dos días con el aparato que ves . Hicimos levan

t ar estas tiendas de campaña en esta llanur a. Los

tres herederos de Pedr o tienen cada uno la suya

y, por su turno , costean la fiesta de un día. H á

bria celebrado mucho que hubieses llegado antes

para que gozases de todas . Anteayer, día en que

se celebró la boda, corrió tu padre con el gasto ,

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y dió una soberbia comida, y después hubo pare

jas, y se corrió sortij a. Tu t ío e l mercader tomó

de su cuenta el d ía de ayer y n os divirtió con un a

bellísima fiesta pastoril . Vistió de pastores a losdi ez muchachos más lindos y agraciados del ln

gai y de pastoras a las diez muchachas más pul i

das y aseadas que había en todo Olmedo , emplean

do en engalanarlas las cin tas más ricas y los más

preciosos di j es que se hallaron en su tienda . Toda

aquella lucida juventud armó m i l grac iosísimas

danzas , canta ndo después otras tantas letrillas muychuscas , tiernas y amorosas . Y aunque n o parecía

posible cosa más di vertida, con todo eso no dió

gran golpe , sin duda porque en Castilla la Viej ahemos perdido el gusto a las diversiones pastoriles .

H oy me toca am i , y pienso d ivertir a los vecinos

de Olmedo con un espectáculo todo de mi inv en

ción : fi n és corona b i t opus . Mandé alzar un teatro ,en e l cual , con la ayuda de Dios , haré representar

por mis di sc ípul os una de mis tragedias , intitula

da L os pasa ti empos deMuley Bugen tuj, rey de Ma

rra cees . Se ej ecutará con el mayor prime r , porque

los muchachos los hay que declamam como

ás céleb res comediantes de Madrid . Son todos

de honradas familias de Peñafiel y Segov ia ,y los tengo en mi casa a pupilaje . ¡Excelentes re

presentantes ! ¡Verdad es que les he en señado yo !

nación parecerá acuñada en e l cuño del

ut i ta dz'

cam. En cuanto a la tragedi a , no

o hablar de ella, puesto que la has de oír ,

privarte del placer de la sorpresa , y sólo

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diré sencillamente que dejará extáticos a todos losespectadores . Es un o de aquellos asuntos trágicos

que ponen toda e l alma en conmoción , por las t e

rrib les imágenes de la muerte que ofrecen a la fan

tasia. Yo siempre he sido de la opini ón de Arist ó

teles : que es necesario excitar e l terror. ¡Ah , si yo

m e hubiera dedicado al teatro , nunca saldrían a

él sino héroes sanguinarios y príncipes asesin os , y

me bañaría siempre en sangre ! ¡En mis tragedi as

se vería morir n o sólo a los primeros personaj es ,sino hasta las mi smas guardi as ! ¿ Qué digo hastalas mi smas guardia s

? ¡Har ía también degollar al

apuntador ! En f in , sólo m e agrada lo terrible ; éste

es todo mi gusto . De esta manera, los —poemas de

esa especie se levantan con el aplauso de la mu

ch edumb re , mantienen el luj o de los comediantes

y hacen célebre el nomb re de los autores .»

Acababa de pronunciar estas palab ras , cuando

vimos sali r del pueblo y entrar en la llanura un

gran gentío de un o y otro sexo . Eran los dos es

posos , acompañados de sus amigos y parientes , e

iban precedidos de diez a doce tocadores de ins

t rumen t os, que tañían todos a un tiempo, hac i en

d e un concierto muy rui doso . Sali óles al encuentro

Diego y di óse a conocer. Inm ediatamente resona

ron por el campo los gritos de alegría con que fué

recibido del acompañamiento, corriendo todos a

ab razarle y procurando cada uno ser e l primero .

N o tuvo poco que hacer en corresponder a todas

las demostrac iones de amor y cumplimientos que

le hi cieron . Sofocáb an le a abrazos todos los de la

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rruecºs mató por v ía de di versión cien esclavºs a

flechazos; en e l segundº hi zº degollar treinta of i

ciales portugueses que unº de sus capitanes había

hechº prisionerºs ; finalmente, en el tercero , aquel

mºnarca, cansadº de sus muj eres , pegó él mismopºr su mano fuegº a un palacio aisladº dºnde es

taban encerradas y, juntamente con él , las reduj otºdas a ceni za. Los esclavos moros y lºs ºficiales

pºrtug ueses estaban representadºs pºr unas fig u

ras de mimbre, y e l palacio , que era de cartón , se

aparentaba abrasado pºr un fuego artificial . Este

incendi o , acºmpañado de lastimosos gritºs que pa

t eciam salir de en mediº de las llamas , dió fin a la

tragedia y cerró el teatro de un a manera pat é t i cá

y di vert ida. R eson arºn en tºda la llanura lºs vi vas

y los aplausºs con que fué celebrado un drama de

t an ingeniºsa invención, lo que acredi tó el buen

gustº del poeta y su singular aciert º en la elección

y ºportunidad de lºs asuntºs.

Creía yo que ya nada había que ver después de

L os pasa ti empos de Muley - Bugen tuf, pero engañé

me . Anunc iárºnn ºs un nuevº espectáculº lºs timl

bales y trºmpe tas . Era éste la distribución de lºs

premios , pºrque Tomás de la Fuente , para mayºr

sºlemni dad de la fiesta, a tºdºs sus discíp ulos ,así pupilos comº los que n º lo eran , les había hecho

trabaj ar varias compºsiciones , y en aquel d ía se

habían de repartir los premiºs a los más sºb resa

li en t es, cons istiendo aquéllºs en ciertos librºs que

el mismo preceptor , a cºsta suya, había idº a com

prar a Segovia . De repente , pues , se dej arºn ver

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en el teatrº dos bancºs largºs de escuela y un ar

mari º º estant e llenº de libros pequeñºs encuader

nadºs cºn aseº . Entonces tºdºs lºs actºres se pre

sentarºn en la escena y fºrmarºn un semicírculo

delante de l señºr Tºmás , e l cual se dejaba ver contanta gravedad y autoridad cºmº pudiera un pre

fecto de colegi º . Tenía en la mano la lista de lºs

nombres de los que debían ser premiados . Entre

gósela al rey de Marruecºs , quien se pusº a leerla

en alta voz , llamando unº por un o a lºs nombradºs

para recibir el premiº . Cada cual iba cºn respetoa recibir un librº de la mano del pedante , in cli

nándºse prºfun damente al ir y volver cuando pá

saban delante del monarca marrºquí . Jun t am en t e

con e l libro , se los cºronaba a tºdºs cºn una guir

nalda d e laurel , y después se iban sentandº en uno

de lºs dºs bancºs , para que fuesen v istºs, aplau

didos y admiradºs de tºdºs , pero par ticul armente

de sus madres , amigºs y parientes . Pºr más cui

dadº que pusº e l preceptor en que tºdºs quedasen

cºntentºs , n o lo pudo cºnseguir , pºrque, ºb ser

vándºse que la mayºr parte de lºs premiºs habían

tocadº a lºs pupilºs , comº regularmente se acºs

tumb ra , las madres de lºs ºtros di scípulºs lo lle

varºn muy a mal , se alborotaron y acusarºn almaestrº de parcialidad; y tanto , que una fiesta

tan glºriºsa y tan alegre hasta aquel punto faltó

pºcº para que se acabas e tan desgraciadamente

cºmº el banquete de los Lapi t as.

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presiºnes que nº puedº dej ar de ofrecerle un cuar

t º en mi casa. Además de esto me suplica le busque

una buena cºnveni encia, cosa de que m e encargo

c ºn gusto y con esperanza de que no me será muy

difícil colºcar a usr—cd v en t ajºsamen t e .»

Acepté la generºsa oferta de Meléndez , con t an

t o mayor gustº cuanto veía que mi di nero se i b a

por instantes acabandº; pero n º le fui gravoso lar

gº tiempº . Pasados ºchº días , me di j o que acababa

de proponerme a un caballerº amigo suyo que n e

c esi t ab a un ayuda de cámara, y que , según tºdas

las señas , n o se me escapar ía esta cºnveniencia .

Con efecto , habiéndose dej adº v er el t al caballerº

en aquel mismº momento , (<Señor —le dijº Melén

dez mostrándome a él éste es“

el mozº de q1ucn

hablamos pºcº ha, de cuyo proceder m e cºnst i tu

yº por fiadºr cºmo pudi era del míº mismº .» Miróme atentamente e l caballero , y respºndió que l e

gus taba mi fisºnomía y que desde luego me reci

bía en su servicio . <<Sígame —añadi ó que yº le

ins truiré en lº que deberá hacer .» Diciendo est e ,

se despidi ó del mercader y me llevó cons igº a la

call e Mayºr , frente por frente de San Felipe e l

Real . Entramºs en un a casa muy buena, dºnde él

ºcupaba un cuarto , subimºs unos cincº o se i s es

c alon es y m e intrºduj o en un aposento cerrado

cºn dºs buenas puertas, en la primera de las cua

les había una rej illa de hi errº para v er a los que

llamaban . Pasamos después a ºtra pieza, donde

tenía su cama , cºn otros varios muebles más asea

dºs que preciosºs .

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Si mi nuev º amo me había mi rado bien en casade Meléndez , tambi én yo le examiné a él despuéscºn particular atención . Era un hºmbre de unºs

cincuenta añºs , de aspecto frío y serio . Pareci óme

de buena índºle y no formé mal conceptº de él .H ízome muchas preguntas acerca de mi fami lia ,y satisfechº de mis respuestas , <<Gi l Blas — me

dij o yº contemplº que eres un mozo de gran

juic io y me alegrº mucho de que me sirvas ; y por

tu parte—

espero que estarás cºntento cºn tu acº

modo . Te daré seis reales al dí a para que comas yt e vistas , sin perjui cio de algunos provechos quepodrás tener cºnmigº . Yº no soy hºmbre que démucha mºlestia a los criadºs ; nunca cºmº en casa,sino s iempre con mis am igºs. Pºr la mañana nº

tienes que hacer mas que l impiarme bien lºs v es

tidos ; lo restante del día t e queda libre y puedeshacer lº que quieras ; basta que pºr la nºche t e re

tires a casa tempranº y me esperes a la puerta de

mi cuarto . Esto es tºdº lº que exij º de ti .» Des

pués de hab erme'

dadº esta instrucción sacó seis

reales del bºlsillº y me los entregó , para empezar

a cumplir nuestro ajuste . Salimºs los dos jun tºs,cerró él mismº las puertas , llevóse cºnsigo la llavey me dij º : eN o tienes que seguirme y puedes irte

adºnde t e diere la gana; pero ¡cuidadº que t e en

cuen tre en la escalera cuandº vuelva a casa pºrla nºche !» Diciendº esto

_

se marchó y me dejó que

dispusiese de m i como mejor se me antoj ase .

aVamos clarºs , Gi l Blas— me di je entºnces a mimismº que nº te era posible encºntrar amº me

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jºr. Tú sirves a un hºmbre que pºr limpiar lºs vestidos , hacerle la cama y barrer su cuarto p or la

mañana t e da seis reales cada día y libertad dehacer después lº que qui si eres, ni más ni menºs

que un estudiante en tiempº de vacaciºnes . ¡A fe

que no será fácil hallar otra cºnveni encia igual !

Ya nº me admiro del hi pº que tenía por venir a

Madrid; sin duda era presagiº de la fºrtuna quem e esperaba.» Pasé tºdº e l día en andar de calle

en calle, viendº muchas cºsas que me cogían de

nuevº y que no me daban pºca ºcupación . Por la

noche cené en un a hosteria pºcº di stante de nues

t ra casa, y prºntamente me retiré al sitiº donde

e l amo me había mandadº le esperase . Llegó tres

cuartºs de hºra después y se mºstró cºntentº de

mi puntualidad . bien !— me dij o ¡Esº me

gusta ! Yº qui erº criadºs que sean exactºs en ha

cer lo que les mandº .» Dicho estº abrió las puer

tas del cuarto , cerrólas, y comº n os hallábamos a

obscuras , echó yescas y encendió una vela . Ayudé le

después a desnudar, y luegº que se metió en la

cama encendí por su : mandato un a lamparilla que

había en la chimenea, cºgí la . vela y llev é la a la

antesala, dºnde me acosté en un catre . Al d ía si

guiente se levan tó entre nueve y di ez de la ma

ñana , cepi llé sus vestidºs , di óme m is seis reales y

despi di óme hasta la nºche . Salió fuera de casa ,sin descuidarse de cerrar bien las puertas , y hé t ele

aquí que unº y otro nos separamºs para el resto

del d ía .

Tal era nuestra v ida , que a m i me parecía muy

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observar bien tºdos sus pasos , y si descubría queverdaderamente era un enemigº de l Estado , aban

don arle enteramente ; perº al mi smo tiempº me

pareció que la prudencia y lº bien halladº que estaba cºn él pedían

"

que caminase cºn e l mayºr

tiento y circunspección en pºner pºr ºbra lº quehabía determinado , sin asegurarme antes de la

verdad . Cºmencé, pues , a exami nar todas sus ac

c iºn es y movimientos , y para sondearlºs mejor ,<<Señor —le dij e un a noche mientras le estaba des

nudando n o sabe un hºmbre cómo ha de vivi r

para librarse de malas lenguas . El mundo e stá

perdido y nºsºtros tenemos un ºs vecinos que no

valen un demoni º . ¡Malditas bestias ! N o creerá su

merced cómo hablan de nosºtrºs .» GY bien , Gi l

Blas— me respondi ó ¿qué es lº que pueden de

c i r ?» señor— repliqué a la murmuración

nunca le falta asunto ! Encuén t ralos º los sueña

hasta en la misma virtud . ¿N º es bueno que nuestrºs vecinos tienen aliento para decir que nºsotrºs

somos gente peligrosa y que la Cºrte debe vigilarnuestra cºnducta ? En un a palabra : dicen que su

merced es espía de l rey de

a lcé lºs oj os y le mi ré cºn cuidado , cºmº Alejan

d ro a su médi co , para nºtar e l efecto que prºdu

c ía lo que . a cab ab a de decirle . Parec ióme que se

turbaba algún tanto , lo cual cºnfirmaba pºde”

samen t e las cºnj eturas de la vecindad. N ºt é que

pocº después se quedó pensativo y cabizbajo , y

este tampocº lo interpreté muy“

favºrablemente .

Así estuvº pºr un breve ratº ; perº luego , cºmº

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quien vuelve en si , m e dij o en un tonº y con re s

trº muy tran quilo : <<G i l Blas , dej emºs a los veci

nºs que di gan lº que quieran; nuestra quietud nº

ha de depender de sus malignas expresiºnes . Nºhagamos casº de lo que dicen los hombres mien

tras nº demos motivo a que lo digan .»

Acºstóse después cºn mucho sosiego y yº hicelo mismo , sin saber qué pensar . Al día siguiente ,cuando íbamos a salir de, casa , oímºs llamar reciº

a la puerta de la e scalera . Acudió con prontitud el

amo , y mirandº por la rej ill a v ió a un hºmbre

bien vestido , que le dij o : ( Señºr caballero , yº soy

a lguacil y v engo de parte del señºr cºrregidºr a

decir a usted que su señºría desea hablarle dºs pa

labras .» m e quiere e l señor

respºndi ó mi am º . (E sº es lº que nº sé — replicóe l alguacil perº vaya usted a su casa y prestºlo sabrá .» ((Yº le beso las manos al señor corregidºr— repus o su merced yo nº tengº nada que

v er con su señºría .» Diciendº estas palabras cerró

enfadadº la segunda puerta , y cºmen zándºse a

pasear pºr el cuartº en ademán de un hºmbre , se

gún lº que a m i me parecía , a qui en había dado

mucho que di scurrir e l recadº del alguacil , me pusº

en la manº mis seis reales y me dij o : <<Amigo Gi l

B las, tú puedes irte a pasear a dºnde quieras , que

yo n o t e h e menester .» Persuad íme al oír estº quetenía miedo de que le prendiesen y que pºr esº no

quería salir.D ejé le , pues , y para v er si m e engañab a en mi sºspecha, me escondí —eu paraj e desdedºnde pºdía ºbservar si salía º nº . Habría tenido

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paciencia para man tenerme allí tºda la mañana si

él mismº no me hubiese aliviadº de este trabaj o ,pues al cabº de una hora le vi salir y presentarseen la calle con un desemba

'

razo y un aire de con

fianza que dej ó confundida mi penetración . Sin

embargo , nº me deslumb raron estas apariencias ;antes bien m e hicierºn entrar en mayor descon

fi anza. Parec ióm e que tºdº aquello podía muy bien

ser con estudio , y aun casi llegué a creer que se

había detenidº en casa aquel tiempº para recºger

sus j oyas y dinero , y que prºbablemente ib a a pcn erse en salvo huyendº . Perdí la esperanza de v er

le más , y aun estuve perplej o en si iría aquella no

che a esperarle en la puerta de la escalera : t an per

suadi do estaba de que saldría aquel día de Madrid

para librarse del peligro que le amenazaba . Sin

embargo, n º dejé de ir a esperarle , y quedé a dmi

rado de verle volver cºmº acºstumbraba. Acostó

se sin la menor muestra de cuidado ni inquietud ,

y pºr la mañana se levantó y vi stió con la mayºr

sereni dad .

N o bien acabó de vestirse , cuando llamaron de

repente a la puerta . Fué él mismº a mirar por la

rej illa qui én llamaba . Vi ó que era el alguacil del

d ía anterior; pregun tóle qué se le ºfrec ía , y e l a l

guac i l respºndió que abriese al señor corregidºr.

Al ºír este nombre temible se me heló tºda la

sangre . Había ya cobradº un endiablado miedo , y

más que páni cº terrºr, a toda esta casta de pájarºsdesde que tuve la desgracia de caer en sus manos ,y en aquel momentº hubiera queri dº hallarme cien

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asegurar que ninguna se iguala cºn la m ía . Sºy na

turalm en t e tan perezºsº y holgazán, que no valgº

para ni ngún empleo ni ocupación . Si qui siera cano

nizar mis vicios , dándoles e l nºmbre de v ir tudes,d iría que mi pereza era un a indºlen c ia filºsófica ,un rasgº de] entendimiento desengañado de lº que

e l mundº sºlicita y busca cºn tantº ardºr; pero

debo cºnfesar de buena fe que sºy haragán y pere

zo so de nacimiento ; tanto , que si me viera preci

sado a trabajar para comer, creo que me dej ar ía

mºrir de hambre . En este supuesto , a fin de pasar

un a vida que se acomodase cºn mi humºr, por n o

tener la molestia de cuidar de mi hacienda, y mu

chº más por no haber de lidi ar con adm ini strado

res ui mayordomos , cºnvertí en dinerº contante

tºdº mi patrimoni o , que consistía en muchas po

ses iºnes cºnsiderables . Cincuenta mil ducadºs en

ºrº hay en este cofre , lo que basta y aun sºbra para

lo que puede vivir, aun que pase de un siglo, pues

no llegan a mil los que gasto cada año y cuentº ya

di ez lustros de edad . No me da cui dado lº v eni de

rº , porque , gracias al Cielo , no adolezcº de alguno

de aquellºs tres vicios que cºmúnmente arruin an alºs hombres : sºy pºcº inclinadº a comilonas y me

riendas , juego pºco , por mera di versión , y estoy

ya muy desengañado de las muj eres . N º temº que

en mi vej ez me cuenten en e l númerº de aquellºs

viej ºs lascivos a quienes las mozuelas venden sus

mentidos e interesadºs favores a precio de oro .»

y qué dichºso es usted !— exclamó el co

rregidºr Ten ían le , cºntra tºda razón , pºr un

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espia , persºnaje que de ni ngún modº pºdía con

veni r a un hombre de su carácter . Prosiga usted ,

dºn Bernardo , en v iv ir cºmº ha v iv ido hasta aquí .

Tan lejºs e staré de turbar sus días tranquilºs yserenºs , que desde luegº lºs envidio y me declaro

por su defensor. P ídole a usted su amistad y yºle ofrezcº la m ía .» señor !— exclamó mi amº ,

penetradº de tan atentas cºmo apreciab les palabras Admitº el preciºsº dºn que vuestra señºr ía

me ºfrece . Su amistad es cºmplementº de mi feli

cidad .» Después de esta cºnversación , que el algua

ci l y yº oímºs desde fuera , e l cºrregidºr se despi

dió de mi amo , que nº hallaba expresiones con quemani festarle su agradecimiento . Yº de mi parte ,por imitar a mi amo y ayudarle a hacer los hono

res de la casa , harté al alguacil de prºfun das cºrtasias , aun que en el cºrazón le mi raba con aquel

tedio cºn que tºdº hºmbre de bien mira a un cor

chete .

CAPITULO II

De_

la admiraci ón que causó a Gil Blas el encuentrocon el capi tán Rolando y de las cosas curiosas que

le contó aquel bandolero.

Luegº que dºn Bern ardo de Castelblanco hubodespedidº al cºrregidºr, acompañándole hasta la

call e , vºlv ió prºn t afn en t e a cerrar el cofre y tºdaslas puert as que le resguardaban . Hecha esta di ligencia, salió de casa , muy placenterº por haberse

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granjeado t an importante ami stad, y yº n o menºsalegre por v er aseguradºs ya mis seis reales . La

gana que tenía de cºntar esta aventura a Melén

dez me ºbligó a en cami narme a su casa; pero a l

e star ya cerca de ella me encºntré cºn el capitán

Rºlandº . Nº puede explicar lº sºrprendi dº queme quedé cºn este encuentro ni pude menºs de

estremecerme y temblar a su vista. El también me

cºnºció . L legóse a m i gravemente, y conservando

tºdavía su aire de superiºridad me mandó que lesigui ese . Ob edec í1e temblando , y en el caminº i b a

di ci endº“ entre m i mismo : e¡Pºb re de mí ! ¡Ahºra

querrá que le pague tºdo lo que le debº ! ¿Adónde

me llevará ? Puede que tenga en esta villa alguna

cueva ºbscura . ¡Diablo ! ¡Si ta l creyera , en este mi smº momentº le haría ver que n º tengº gºta en lºs

pies !» Cºn estos pensami entºs i b a andando tras

de él , muy atentº a observar el sitiº donde pararía , cºn intentº de huir de él a carrera tendida

pºr pocº sºspechºsº que me pareciese .

Presto me sacó Rolando de este cuidadº y des

v an ec i ó tºdº mi temºr. Entrose en una famºsa

taberna; seguíle ; mandó traer del mejor“vino

_y

dispuso se hiciese cºmi da para los dos. Mientras

tanto , nºs metimºs en un cuarto , y así que el

capitán se vió solo cºnmigo, me habló de esta

suerte : (S in duda, Gi l Blas , que estarás muy ad

mirado de verte aquí con tu antiguo cºmandante ;perº más te admirarás cuando hayas ºído lº que

t e vºy a cºntar . El d ía que te dej é en la cueva y

marché con mis compañeros a Mansilla a vender

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en la refriega y v end imºslºs en Mansilla cºn los

demás que conducíamos . Vºlv imºn os después a

nuestro subterráneo , adonde llegamºs el día si

guiente poco antes de amanecer . No quedamos

pºcº atóni tos de v er levantada la trampa , y mu

chº más de encºntrar a Leonarda amarrada fuer!

temente en la cºcina . Cºn t ónºs en dºs palabras

tºdº lº acaecidº y nos admiramos muchº de que

hubieses podi do engañarnos ; nunca t e hubiéramoscreído capaz de jugam ºs semej ante petardº y t e

perdºnamºs e l chasco en gracia de la invención .

Luego que desatamos a la cºcinera le di orden de

que nºs compusiese bien de cºmer . Entre tanto

fuimºs a la caballeriza a cuidar de lºs caballºs , y

encontramos casi expirando al viej º n egro , que en

veinticuatrº horas nº había probadº bocado m

vistº persona alguna que le socorriese . Deseaba

mºs darle algún aliviº ; pero había perdidº ya del

todº el conocimiento , y n ºs pareció un caso tan

desesperadº e l suyo , que , a pesar de nuestra bue

na voluntad, desamparamos a aquel miserable ,

que estaba entre la vida y la muerte . No pºr eso

dejamºs de sentarnos a la mesa , y después de ha

b er a lmorzadº grandemente , nºs retiramºs a nuestros cuartos , dºnde estuvimos durmiendo o des

cansandº tºdº el día . Cuandº despertamos , nos

dij o Leonarda que ya había muertº Domingo . L le

vamos el cadáver a la covacha donde t e acorda

ras que dºrm ías, y allí le hicimºs el funeral cºmº

si hubiera tenidº el honºr de ser un º de nuestrºs

cºmpañeros .

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»Al cabo de cincº o seis días sucedió que , hab ien

d e hecho una salida , encontramos muy de mañana,a la entrada del bosque , tres cuadrillas de la SantaHermandad , que al parecer nos estaban esperan

de para dar sºbre nºsotros . Al prºnto no descu

brimos mas que una . N o la temimos , y aunque

superiºr en númerº a nuestra tropa , la a t a camºs;

pero al tiempo que estábamos peleando cºn ella ,las ºtras dos , que habían hallado mºdo de mante

n erse emboscadas , se echarºn de' repente sobre

nºsotros y n ºs rºdearºn de manera que de nada

n ºs sirvió nuestro valºr . Fuén ºs necesariº ceder

al númerº de los enemigºs . Nuestrº teniente y dosde

' nuestros camaradas murierºn en la función .

Los ºtrºs dos y yº , cercados pºr todas partes ,nos vimos precisados a rendim os ; y mientras las

dºs cuadrillas nos llevaban presos a León , la ter

cera fué a cegar y destruir la cueva , que fué descubierta del modo siguiente : atravesando e l b os

que nu labradºr del lugar de Luyego , volvien do

a su casa , vió pºr casualidad alzada la trampa de

la cueva , que dejaste abierta el mismo día que t eescapaste con la señora , y sºspechó que aquéllaera nuestra habitación , y no teniendo valºr para

entrar en ella , se contentó con observar bien sus

contºrnos ; y para acertar mejºr con e l sitio , des

cºrt e/zó ligeramente algunos árbºles vecinºs y ºtrºs

más , de trecho en trecho , hasta estar fuera del

bºsque . Pasó después a León , dió parte de aquel

descubrim ientº al corregidºr , cuyo gozo fué muchº mayºr pºr cuanto estaba inf orm ado de que

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su hi j o había sidº rºbadº pºr nuestra cºmpañía .

El cºrregidºr hizo juntar tres cuadrillas para pren

dem os , y les dió pºr guía al labradºr que había

descubiertº el subterráneo .

»Mi llegada a la ciudad de León fué un grande

espectácul º para todos sus vecinos . Aunque yº hubiera sido un general portugués hecho prisionerº

de guerra, n º habría sidº mayor la curiosidad cºn

que tºdºs cºrrían y se atropellaban por verme .

es— decían aquél e s e l capitán y el te

rrºr de tºda esta tierra ! ¡Merecía ser a t enaceadº ,

y nº menºs sus dºs cºmpañerºs !» Presen táronn ºs

a l cºrregidºr, que desde luegº comenzó a insul tar

me . lº ves , malvado— me dij o e l Cielo ,cansado de tus delitos , te ha entregadº a mi jus

t i c ia !» <<Señor — le respºn dí es ciertº que he cº

metido muchºs ; pero a lº menºs n º tengo que

acusarme de haber quitado la vida al hij o de vues

t ra señºría. Si vive , a m i me lo debe , y me parece

que este servicio es acreedºr a algún reconoc im i en

tº .» in fame !— replicó ¡Sin duda que esta

ría bien empleado un prºceder generºsº con h ºm

bres de tu carácter ! Y aun cuandº yº t e quisiera

perdonar, ¿m e le permi tiría, por ventura, la obliga

ción de mi empleo ?» Dicho esto , n ºs mandó meter

en un calabozo , donde n º dej ó pudrir a mis com

pañerºs. Salieron de él al cabo de tres días , para

representar un papel un pocº trágicº en la plaza

Mayor. Pºr lo que toca a mi , estuve tres semanas

enteras en la cárcel . Tuve por ciertº que se d ila

taba mi supliciº para que fuese más terrible , y,

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sus virtudes y milagros . Cºn todo ese , amigo rníº— continuó Rolando yo quierº descubrirte mi

corazón . N º me gusta el ºficio que he tºmadº .

Pide un a cºnducta demasiadamente delicada y

misteriºsa , que sólo da lugar a sutilezas y rape

serías . ¡Oh y cuánto echº de menos mi antigua y

noble profesión ! Cºnfiesº que es más segura ,la

nueva , pero es más gustosa y divertida la otra , y

yo sºy amante de la alegría y de la libertad . Vºy

viendº que tengo traza de exºn erarm e de este em

pleo y desapare cer el día menos pensado , para re

tirarme a las montañas que están en el n ac imi en

t o del Taj o . Sé que hay allí cierta madriguera, ha

b i tada pºr una valerosa trºpa llena de catalanes

determinados cuyo nombre sºlo es su mayor elº

gi º . Si me qui eres segui r, iremºs a aumentar el

númerº de aquellºs grandes hºmbres . Me brindan9011 el empleo de segundº capitán de tan ilustre

cºmpañia,y haré que t e reciban en ella , aseguran

d ºles que diez veces te h e vistº combati r a mi

lado,y ensalzaré hasta las nubes tu valºr. Habla

ré mejor de ti que un general de un oficial cuando

le quiere adelantar; perº me guardaré bien de to

mar en boca la pieza que nos jugaste , porque estº

te haría sospechºso , y así , no diré palabra de la

aventura consabida . Ahora bien— añadió ¿ es tás

prºntº a seguirme ? Esperº tu respuesta .»

(C ada un º tiene sus inclinaciones— respondí a

R ºlandº usted es inclinado a las empresas ar

duas y peligrosas y yº a un a vida tranquila y

sosegada .» te en t i endº !— mc interrumpió

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Aquella señºra cuyo amor te hizo hacer lo que

emprendiste la tienes todavía muy dentro del cº

razón,y sin duda que en su amable compañía gº

z as de aquella vida cómoda y gustos'

a a que t e

llama tu inclinación . Confiesa con sinceridad que ,después de haberle rest i tuido sus muebles , estáis

comiendº juntos los doblones que recogisteis y re

basteis de la cueva .» R espond i le que estaba muy

equi vocado , y para desengañarle , en pºcas pala

bras le cºnté tºda la histºria de la señora , con tºdolº demás que me había sucedido desde que me es

capé de su cºmpañía . Al fin de la comida me v ol

vió a hablar de lºs señºres catalanes y me cºnfesó

que estaba resueltº a ir a juntarse cºn ellos , v ol

v i éndºme a dar ºtro tiento para persuad irme a que

abrazase aquel partido . Pero viendo que no 10 pc

día con segui r , m e miró con un aire fiero y me di j o

con cierta seriedad feroz : que tienes un cora

zón tan v i l y bajº que prefieres tu servil cºndicióna l honor de entrar en la cºmpañia de unos hom

bres valerosos , t e abandºno a la villanía de tus

ruines inclinaciºnes ! ¡Olvida enteramente que me

volviste a cncon t rar hoy , y jamásme tomes en bºcacon persona viviente de este mundo , porque si lle

go a saber que algun a v ez has hablado de

¡Ya me conoces , y no t e digº más !»'Al decir est e ,

llamó a l tabernero , pagó la comida y nºs levantamos de la mesa para ir cada cual pºr su camino .

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CAPITULO III

Deja Gi l Blas a don Bernardo de Castelb lanco

y entra a servir a un elegante .

Salimos de la taberna, y cuando nos estábamºs

despidiendo uno y ºtrº pasaba mi amo por la cálle . Vi óme , y ºbservé que más de un a v ez se v ol

vió a mirar cºn cui dado al capitán . Pare c ióme que

le había sºrprendi dº verme en cºmpañia de seme

jante sujeto . A la verdad , la traza de Rolando nº

excitaba ideas'

muy favºrables de sus costumbres .

Era un hombre muy alto , carilargo , de nariz agui

leña , y aunque no de desgraciada figura , tenía no

sé qué trazas de un grandísimº bribón .

N º me engañé en mi sospecha . Cuando dºn Ber

nardo se retiró a casa pºr la nºche , le hallé muy

prevenido contra la catadura del capitán y pro

pensº a creer tºdas las proe'

zas que yo le pudi era

cºntar de él si me hubiera atrevido a referirselas.

(<Gi l Blas— me dij o ¿quién era aquel pajarracº

cºn quien te v i poco ha ?»R espon d i le que era un

alguacil y me imaginé que quedaría satisfecho cºn

esta respuesta. Pero me hizo otras muchas pregun

tas ; y cºmo me viese perplej º en las respuestas ,porque m e acordaba de las amenazas de Rºlando ,cºrtó de repente la conversación y m et ióse en la

cama. La mañana siguiente , luegº que acabé de

hacer las haciendas ºrdi narias, me entregó seis du

cados en lugar de seis reales y me di j o : <<Toma ,

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das sus deudas ; y cuando esto no , se les cargan

lºs génerºs a t an subido precio , que aunque no se

cºbre más que la cuarta parte de las partidas

siempre queda ganan cioso el mercader que sabe

su oficio . El mayordomo de don Matías es amigo

m íº ; vamºs a buscarle , que él es quien te ha de

presentar a su amo , y puedes estar seguro de que ,

pºr respetº m io , h ará de ti particular estimación . »

Mientras íbamos cam inando a casa de dºn Matía s ,me dij o el mercader : <<Paré ceme muy conveniente

que estés infºrmado del carácter de l mayordomº .

Llámase Gregºriº Rºdríguez y, aquí para entre

lºs dºs, es un hºmbr e nacido de l pºlvo de la ti e

rra , y sintiéndºse con talento para el manej o e co

nómi co , siguió su inclinac ión y se ha enriquecidºarrui nandº dºs casas cuyas rentas manejó . Te pre

vengo que es hombre muy vanº y gusta mucho

de que lºs demás criados se l e humillen . A él han

de acudir todos lºs que pretendan alguna gracia

del amo . Si algunº cºnsigue a lgº sin su participa

ción , siempre tiene prontºs mil artificios para ha

c er que se revºque la gracia º que le sea entera

mente inútil. Ten est e presente para t u gobierno .

Haz tu cºrt e al señºr Rºdríguez aun más que a tu

mismo amo y no perdºnes d iligencia alguna para

conservarte siempre en su favor . Su am ist ad . t e

será de gran prºvecho ; te pagará puntualmente tu

salario , y si lºgras merecer su cºnfianza no —se

contentará con esto , porque tiene muchos arbitriºs

para dar en qué ganar . Dºn Matías es un mozº que

sólº piensa en divertirs e y nada cuida de lºs in te

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reses de su casa . Mira ahora si puede haberla me

j ºr para tal mayºrdºmo .»

Luegº que llegamos a la casa , preguntamos si

pºdiamºs hablar al señºr Rodríguez ; respondi éron

n ºs que si y que le encºntraríamºs en su cuarto .

Efectivamente , le hallamos en él , y estaba cºn un

labrador que tenía en la manº un talego de terliz

lleno , a lo que parecía , de dinero . El mayordomo ,

que me pareció más pálido y amarillo que un a don

c ella cansada de su estado , se levantó apresurado

y corrió cºn lºs brazos abiertos a recibir a Me lén

dez . El mercader abrió también los suyos y se

abrazaron est rech ísimamen t e , en cuyas demºst ra

c iºnes de amor había pºr lo menos tanto artificio

cºmº verdad . Después de esto se trató de m i . R º

dr íguez me examinó de pies a cabeza y me dij ocºn mucha afabilidad que yo era el m i sm isim o que

convenía a don Matías y que él tomaba a s u cargº

presentarme a este señor . L e sign ificó e l mercader

lo muchº que se interesaba por m i y suplicó al

mayordomo que m e tºmase baj o su protección , y

dej ándºme cºn él , se retiró , despidiéndose cºn mu

chos cumplimientos . Luego que salió , me dij o R º

drígue z : <<Yo te presentaré al am o después que hayad espachado a este pobre labradºr.» Acercóse al

paisano , y tomándole el t alego , le dijo : <<Veamossi están aquí lºs quinientos doblones .» Con tólºs

por su mano , y hallándolos justºs dió su recibºal labrador y le despidió . Guardó luego lºs dºb lº

n es en el talego y , vueltº a m i , <<Ahºra podemos

i r— me dij o— a v er al amo , que se estará v ist i en

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do , porque no se levanta hasta mediodía y ya es

cerca de la una .»

Con efecto , acababa entonces de levantarse don

Matías . Estaba en bata, repan t igado en una silla

poltrona, con una pierna sobre un bra zo de la silla ,y era su ocupac ión estar picando un cigarro . H a

b lab a con un lacayo que hacía oficio de ayuda de

cámara interinamente . <<Señor— le dij o el mayor

domo aquí está este mocito , que tengo e l gusto

de presentar a vuestra señoría para reemplazar al

criado que se sirvió despedir anteayer . Su fiador

es Meléndez , el mercader de vuestra señoría . Ase

gura que es un mozo de mérito , y yo creo que

vuestra señoría estará contento con él y se dará

por bien servido .» <<Basta que tú me lo presentes— respondi ó su señoría — para que le reciba ; yo le

declaro desde luego mi ayuda de cámara y queda

ya evacuado este negocio . Rodr íguez , hablemos de

otra cosa, pues has venido cuando i b a a mandar

que te llamasen . Te voy a dar un a mala nueva,mi amado Rodríguez . Anoche estuve muy desgra

ciado en el juego ; perdí cien doblones que llevaba

en el bolsillo v otros doscientos sobre m i palabra .

Ya sabes lo necesario que es a personas de mi

condición pagar cuan to antes este género de deu

das . Estas son propiamente las que e l honor n os

obliga a satisfacer con pun tualidad; las otras , basta

que se paguen cuando se pueda . Es preciso , pues ,que me busques en el día doscientos doblones yse los envíes a la condesa de Pedrosa .» <<Señor— respondió e l mayordomo más fácil es decir

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No bien acababa de decir estas palabras , colérico y enoj ado , cuando , al irse e l mavordomo , en

t ro en su cuarto otro señorito mozo , llamado don

Antonio Centelles . tienes , ami go ?— preguntó

éste a mi amo Parece que estás de mal humor ;v eo en tu semblante un cierto no sé qué que me

lo hace sospechar. ¡Sin duda que t e ha puesto así

el br uto que acaba de salir de aquí !» <<Es cierto ,

—respondi ó don Matías Es mi mayordomo , y

siempre que viene a mi cuarto me da un mal rato .

No sabe hablar sino de mis negocios , y repite mil

veces que me como mis rentas y me engullo e l ca

pital . ¡Gran bestia ! ¡Como si fuera él qui en lo per

di ese !» aAm i go— respondió don Antonio en e l

mismo caso me hallo yo . Mi mayordomo no es más

mirado que e l tuyo . Cuando el grandísimo gana

pan , en fuerza de mis repetidas órdenes , m e trae

alg ún dinero , no parece sino que me da lo que es

suyo ; me dice que me pierdo y que todas mis ren

tas están embargadas . Véome precisado a tomar

la palabra para cortar la conversación .» ((Pero lo

peor de todo es— dij o don Matías— que n o pode

mos vivir sin estas gentes y que para nosotros es

éste un mal necesario .» <<Convengo en eso— respon

dió Gentelles ¡Pero aguarda un poco— prosigui ó ;reventando de risa que ahora ahora me ocurre

un pensamiento muy gracioso y nunca imaginado !

Podemos hacer cómicas las escenas serias que cad a

día representamos con estos hombres y que nos

sirva de diversión lo mi smo que nos apesadum

bra . H agámoslo de este modo : yo pediré a tu ma

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yordomo e l di nero que hayas meneste r y tú pedi

rás al m ío el que yo necesite . Dejarémosles decir

todo lo que quieran y nosotros les oiremos con

oídos de mercader. Al cabo del año , tu mayordo

mo m e presen tará sus cuentas y el mío t e dará las

suyas . De esta manera , yo sólo oiré hablar de tusgastos , tú sólo tendrás noticia de los míos y v erás

cómo n os divertimos . »

A esta ingeniosa invención se siguieron mi l chis

tosas agudezas que alegraron a los dos señoritos ,y un o y

,otro las llevaron adelante con mucho a l

b orozo . Interrumpió Gregorio Rodríguez su alegre

conversación entrando en la sala acompañado de

un vej ete , t an calvo que apenas se le descubría un

cabello . Quiso despedi rse don Antonio , y dij o :

don Matías, que presto n os volveremos a

ver ! Quiero dej arte con 'estos señores , con qui enes

quizá. tendrás que tratar negocios import antes .»

n o !— respondió mi amo ¡Estate aquí , que

tú.en nada n os estorbas ! Este buen viej o que ves

es .un hombre muy de bien , que m e presta di nero

a un v einte por ciento .» e¿Cómo a un vei n te por

ci en to — replicó Centelles como admirado ¡A fe

que has sido afortunado en caer en tan buenas

manos ! Yo compro el dinero a peso de oro , porque

ningun o me lo quiere prestar menos de a treinta y

tres_por ciento .» usura !— exclamó entonces

el usurerísim o viej o ¿Tienen alma esos b r ib o

nes ? ¿Creen , por ventura, que n o h ay otro mun

do ? ¡Ya n o extraño que se declame tanto contra

as personas que prestan a interés ! E l exorbitante

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precio a que venden sus empréstitos es lo que n os

desacredi ta a todos , qui tándonos la honra y la re

put ac ión ; yo , a lo menos , sólo presto puramente

por servi r a los que se valen de m i , y si todos mis

compañeros siguieran mi ej emplo , n o estaríamos

t an desacredi tados . ¡Ah , si los tiempos presentes

fueran t an felices como los pasados , t endría yo

e l mayor gusto en abri r mi bolsa y ofrecérsela a

vuestra señoría sin el más mínimo interés, pues ,aun en medio de mi pobreza , casi tengo escrúpulo

de prestar mi dinero a un mi serable veinte por

ciento ! Mas , ¡oh Dios ! , parec e que e l di nero se ha

vuelto a enterrar en las entrañas de la tierra ; ya

no se encuentra un ochavo , y su escasez m e 0 i

ga a ensanchar un poco las estrechas reglas de mi

moralidad . ¿Cuánto di nero ha meneste r vuestra se

preguntó volviéndose hacia mi amo . ((Dos

cientos doblones», respondió éste . <<Cuatrociento s

traigo en un talego— di j o e l usurer'

o contaré la

mitad y se la en t regará a vuestra señoría .» Al

mismo tiempo sacó de debaj o de la capa un tale

go de terli z , que me pareció ser e l mismo que

aquel labrador acababa de dej ar con quinientos

doblones en e l cuarto de Rodríguez . Luego m e

ocurrió lo que debía pensar de aquella mani obra,y vi por experiencia la mucha razón con que Me

léndez me había ponderado lo di estro que era el

mayordomo en hacer su negocio . El viej o abrió

el talego , vació los doblones sobre una mesa y

púsose a contarlos . La vista de toda aquella can

tidad encendió la codi cia de mi amo . <<Señor Di

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,,Concluído este negocio , se despidi ó e l viej o dedon Matías , y éste le dió un estrecho abrazo , di c i éndole : la vista, señor Dimas ; soy todo de us

ted ! N o sé cierto por qué son tenidos por bribones

todos los de su oficio . Yo por m i j uzgo que son

unos entes muy necesarios al Estado , el consuelo

de mil hij os de familia y el recurso de todos los

señores.

que gastan más de lo que permiten sus

rentas .» <<Tienes razón— dij o entonces Gentelles

los usureros son un os hombres de bien que mere

cen ser muy estimados y honrados ; y yo quiero

abrazar también a éste , que se contenta con un

veinte por ciento .» Diciendo esto , se acercó al v i e

j o para ab razarle , y los dos elegantes , para di ver

tirse , se lo enviaban recíprocamente un o a l otro

como si fuera un a pelota . Después de haberle bien

zarandeado_le dejaron ir con el mayordomo , que

merecía mej or aquellos zarandeos y aun alguna

cosa más .

Luego que salió Rodríguez con el testaferro de

sus maldades , envió don Matías a la condesa de Pe

drosa la mitad de aquel din ero , por mano de un

lacayo , que estaba conmigo en la antesala , y la

otra mitad - la metió en un bolsillo de seda y oro

que llevaba ordinariamente en la faltriquera . Con

t en t ísimo de verse con tanto dinero , dij o muy ale

gre a don Antonio : ((Y bien, ¿ en qué hemos de pasar

el día de hoy ? P ensémoslo un poco y tengamos

entre los dos consej o privado .» me place— respondi

_

ó Cen t elles que eso es ser hombre de

juicio ! Conferenciemos , Cuando i ban a t ra

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tar de lo que habían de hacer, entraron otros dos

señoritos , poco más o menos de la misma edad de

mi amo , esto es, de veintiocho a treinta años , un o

de los cuales se llamaba don Alej o Segui er y e l otro

don Fernando de Gamboa . Luego que se vieron juntos , los cuatro comenzaron a darse tantos abrazos

como si en diez años n o se hubieran visto . Después

de esta ceremoni a , don Fernando , que era de geni o

muy alegre , dirigiendo la palabra a don Matías y a

don Antonio , ((Y bien , señores— les dij o ¿dónde

pensáis comer hoy ? Si n o estái s convidados , os

quiero llevar a una casita de los cielos , donde be

b eré i s un v in i to de losdioses . Anoche cené en ellay no salí hasta las cinco o seis de la mañana .»

hubiese yo tenido la misma prudencia— exclamó mi amo pues así n o hubiera perdido

m l dinero !»

¿Yo—= dijo Gentelles— quise tener anoche un a nue

va diversión , porque la variedad es madre del gus

to . Llev óme un amigo a casa de un o de aquellos

ri cot es que hacen su negocio manej ando los del

Estado : un asentista . En el adorno de la casa se

veía magnificencia y elección de muebles exqui si

tos ; la mesa , bien cubierta y servida; pero descu

b ri en los amos de la casa cierta ridiculez que m e

divi rtió extremadamente . El dueño , aunque de na

cim iento bajo y de educación grosera , afectabamodales a lo grande . Su mujer , aunque era fea de

gana , creía ser una Venus , y además decía mil

necedades , sazonadas con un acento vizcaíno queles daba un gran realce . Fuera de eso , estaban sen

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t”

iídos a la mesa cuatro o cinco niños con su ayo .

Considerad ahora cuánto me divertiría aquella cena

casera .»

(P ues yo , señores— dij o donAlej o Segui er cené

con una com ed i an t a : con Arseni a . Eramos seis de

mesa : Arsenia , Florimunda , un a niña amiga suya ,maja de profesión, el marqués de Zenet e , don Juan

de Moncada y vuestro servidor . Pasamos la noche

en beb er y en decir galanterías . Pero ¡qué noche !

Es verdad que Arsenia y Florimunda no son de las

más discretas ; pero ¿qué importa ? Su desembarazo

suple la falta de talento . Son unas criaturas tan

alegres , vivarachas y divertidas , que las prefiero

a las muj eres juiciosas .»

C A P I T U L O I V

Hace amistad Gi l Blas con los cri ados de los elegantes; secreto admirab le que éstos le enseñaron para

lograr a poca costa la fama de hombre agudo, y sin

gular juramento que a instancia de ellos h i zo en

una cena.

Prosiguieron aquellos señoritos charlando de esta

manera hasta que don Matías , a quien yo entre

tanto ayudaba a vestir, se halló en disposición'

de

poder salir de casa . Díjome entonces que le_

si

gui ese , y todos los cuatro elegantes tomaron jun

tos el camino de la casa a donde había ofrecido

llevarlos don Fernando de Gamboa . Comencé , pues ,

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di versión el verlos y oírles . Su carácter , sus pen

sam i en t os y sus expresiones me di vertían comple

tamente . ¡Qué viveza ! ¡Qué chistes ! ¡Qué agude

zas ! Me parecían unos hombres de di ferente especie . Cuando se sirvieron los postres , les pusimos

muchas botellas de los mejores vinos de España ,y levantados los manteles , n os retiramos los cria

dos a otro cuarto, donde había mesa para nos

otros .

Tardé poco en conocer que los caballeros criados

de mi cuadrilla eran hombres de mucho mayor mé

rito de lo que yo m e había imaginado . N o se con

tentaban con imitar los modales de sus amos ; afec

t ab an'

hab lar e l mismo lenguaj e , y los bellacos lo

hacían tan a la perfección , que , a reserva de un

cierto a ireci llo de nobleza que n o sabían remedar ,e n todo lo demás parecían los mismos . Admirá

bame su desenvoltura y desembarazo , pero mu

cho más me admir aba su prontitud y la agudeza

de sus dichos ; tanto , , que absolutamente desesperé

llegar nunca a parecerme a ellos . El errado de don

Fernando , en v i sta de que su amo era el que rega

laba a los nuestros , hacía los honores del banquete ,y llamando al dueño de la casa, le di j o : <<Patrón ,

tráigan os acá di ez botellas del vino más generoso

que tenga, y , según usted acostumbra, cárguelo en

la partida del que bebieron nuestros amos .» ((Con

mucho gusto— respondi ó él pero , señor Gaspar,ya sabe usted que el señor don Fernando me está

debiendo muchas comi das . Si por medi o de us ted

pudiera cobrar algún — respondió

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e l criado ¡N o paséis cuidado por lo que se ¡9 8

debe ! Yo salgo fiador de que las deudas de mi amo

son como plata quebrada . Es verdad que algunos

acreedores han hecho embargar nuestras rentas ;pero mañana haremos que se levante el secuestro

y seréis pagado de todo el importe de la cuenta ,sin examinarla .» Trájon os el vino , n o embargante

el secuestro , y bebimos poderosamente mientras

llegaba e l día de que éste se alzase . Eran de v er

los brindis que continuamente nos hacíamos unos

a otros , llamándonos recíprocamente por los n om

bres de n uestros am'os . El criado de don An tonio

llamaba Gamboa al de don Fernando , y el de don

Fernando llamaba Cen telles al de don Antoni o , y

a m i me llamaban S i lva . Poco a poco n os fuimos

todos emborrachando bajo estos nombres postizos ,ni más ni menos como lo habían hecho nuestrosseñores amos baj o los suyos propios .Aunque en la realidad n o brillaba yo tanto como

mis camaradas , sin embargo , no dejaron de mos

t rarse bastante contentos conmigo . <<Amigo Silva—me dij o uno de los menos t artan íudos espero

que haremos de ti algo bueno . Veo que tienes fon

do e ingenio , pero n o sabes aprovecharte de él . El

miedo de hablar mal t e acobarda; n o t e atreves a

hacerlo por temor de decir algún despropósito .

Con todo eso , ¿ cuántos pasan hoy en el mun do por

hombres agudos e ingeniosos sólo porque se arries

gan a decir cuanto se les viene a la boca ,.aunque

digan t al v ez cien disparates ? Cali f i caráse de una

doble v iveza de espíritu tu mismo atolondrami en

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t o . Aunque di gas mil desatinos , como entre ellos

se t e escape algún di cho agudo , se olvidarán las

otras necedades y sólo se tendrá presente y se ce

leb rara la tal agudeza, haciéndose concepto supe

rior de tu singular mérito . Esto y n o más hacen

nuestros amos , y esto y no más debe hacer todo

aquel que aspire a la reputación de hombre de in

geni o y chi stoso .»

Sobre que yo n o aspiraba a otra cosa , e l medio

que me enseñaban para consegui rlo me pareció t an

fácil y practicable , que juzgué n o debía despre

ciarle . Comencé a prob arle inmediatamente , y no

ayudó poco el vino que había bebido para que no

me saliese mal aquella primera prueba . Quiero de

cir que desde luego comencé a hablar a di estro y

siniestro , y tuve la fortuna de mezclar entre mil

extravagancias algunas agudezas que me granjea

ron grandes aplausos . L len óme de gran confianza

este primer ensayo . Aumenté con tragos la char

lat an ería para que me ocurriese algún concept i llo ,

y quiso la casualidad que n o se malograsen mis

esfuerzos .

<4A hora bien— me dij o el que me había dado la

importantísima lección ¿no con oces tú mismo

que ya empiezas a c iv i li zart e ? Aun n o ha dos ho

ras que estás en nuestra compañía y ya eres un

hombre muy diferente del que eras ; cada d ía i rás

mejorando . Ya estás viendo y palpando qué cosaes esto de servir a caballeros y personas de di stinción . In'sensiblemente eleva y enn oblece el ánimo ;efecto que no se experimenta sirviendo a clase baja

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cer , y mientras ellos se divertían con las damas

de buen humor , nosotros nos holgábamos con las

criadas , que n o eran menos j oviales que sus amas .

En fin , nos separamos todos luego que se mostró

la aurora , y cada un o se retiró a descansar .

Mi amo se levantó a mediodía , como acostum

braba . Vist ióse , salió , seguí1e y entramos en casa

de don Antonio Centelles , donde encontramos a un

ta l don Alvaro de Acuña . Era un hombre ya entra

do en años y disoluto de profesión . Todos los mo

zuelos que querían ser elegantes se ponían en sus

manos y acudían a su escuela . Formáb alos a su

gusto , enseñándolos a lucir en e l gran mundo y a

malgastar sus caudales . Don Antonio n o necesitaba

de esta lección , porque ya se hab ía comido el suyo .

Luego que se abrazaron los tres , dij o Centelles a

mi amo : (<A fe , don Matías , que no podías haber lle

gado a mej or tiempo . Don Alvaro h a veni do para

llevarme a casa de un particular que ha convidado

hoy a comer al marqués de Zen et e y a don Juan

de Moncada, y yo quiero que tú seas del convite .»

((Pero ¿ cómo se llama ese preguntó don Ma

tías . <<Se llama Gregorio N ori ega— respondió don

Alvaro y en dos palabras te diré lo que es este

mozo . Es hij o de un j oyero rico que ha i do a né

goc iar en pedrería a los países extranj eros , y a l

partir le ha dej ado el goce de una gran renta .

Gregorio es un pobre tonto , propenso a comer y

gastar todo su dinero haciendo e l elegante y que

revienta por parecer hombre ingenioso y agudo , a

pesar de la naturaleza, que no le ha concedi do esta

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gracia . Púsose en mis manos para que le dirigiese;

yo lo hago a mi modo , y en verdad que le llevo en

buen estado , pues e l fondo de su caudal está. ya

medio consumido .» <<Eso es lo que yo no dudo— in

t errumpi ó Cen t elles y espero v erle presto en e l

hospital . ¡Vamos , don Matías , conozcamos a ese

hombre y ayudémosle a que acabe de arrui narse !»

<<Vengo en ello— dij o mi amo porque tengo gran

gusto en dar en tierra con la fortuna de esos se

ñori tos plebeyos que quieren homb rearse y con

fundi rse con nosotros . Como , por ejemp lo , nadahe celebrado tanto como la ruina del hij o de aquelasentista a quien e l juego y la vanidad de quererfigurar con los grandes obligaron a vender su mis

ma casa .» — replicó don Antonio Ese tal n o

merece le tengan lástima , porque n o es menos né

c io ni menos presumido en su miseria que lo era

en su prosperidad .»

Partieron , pues , mi amo , Centelles y don Alvaro

a casa de Gregorio Noriega . Moji cón , criado de

Centelles , ,y yo fuimos tambi én tras de ellos , muypersuadi dos

'

los dos de que nos esperaba una gran

bucólica y ambos también muy contentos de coope

rar por nuestra parte a la destrucción de aquel

pobre mentecato . Al entrar en su casa vimos mu

cha gente ocupada en di sponer la comida , y nos

dió en las narices un olor de cocina que anunciaba

al olfato el recreo que tendría luego el paladar .

Acababan de llegar el marqués de Zen et e y don

Juan de Moncada . Dejóse v er después el dueño de

la casa, que desde luego me pareció un solemn ísi

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mo majadero . Afectaba inútilmente e l aire y mo

dales de los elegantes ; pero era una fe ísima copia

de aquellos hermosos originales , o , por mej or de

cir, un atolondrado que se esforzaba por ostentar

despej o y desembarazo . Figurémon os un hombre

de este carácter entre cinco buf ones de profesión

empeñados únicamente en burlarse de él y en ha

cerle gastar cuanto tenía . aSeñores— dij o don Alva

ro después de los primeros cum plimientos éste

es e l señor Gregorio Noriega , que , sobre mi pala

bra , presento a ustedes como un o de los más caba

les y perfectos caballeros . Posee mil bellas prendas

y es un j oven muy cul to . Escojan ustedes lo que

qui si eren : es igualmente hábil en todas las facul

tades , desde la lógica más alta y sutil hasta la más

pura y delicada ortografía .» señor , eso ya es

demasiado !— interrumpió Gregori o , son riéndose sin

ninguna gracia Yo si , señor don Alvaro , que po

di a decírselo a usted , porque usted si que es aque

llo que se llama un pozo de ci encia .» ¿¡Por cierto

replicó don Alvaro que mi ánimo n o fué buscarm e una alabanza t an aguda y di screta; pero en

verdad, señores , que el nombre del señor Gregorio

haré. un gran ruido en el mun do .» aYo— di j o don

Antoni o— l o que admiro en él , aun más que su or

tograf ía , es . el acierto en la elección de las perso

nas con quienes trata . En lugar de buscar comer

ci an t es, sólo gusta de tratar con caballeros , sin

dársele nada de lo mucho que esta comunicación

le ha de costar. Tiene unos pensamientos t an n o

bles y elevados , que me admi ran . Esto es lo que

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bien la vida que hacían los señores . R espond i le

que, aunque era nueva para m i , no desconf iab a

de hacerme a ella con el tiempo .

Efectivamente fué así , porque tardé muy poco

enacostumbrarme . De reposado y j uicioso que an

tes era, pasé de repente a ser vivaracho , a t olon

drado y zumbón . Di óme la enhorabuena de mi

transformación el criado de don Antonio y me dij o

que para ser hombre ilustre no m e faltaba m as

que tener lances amorosos . R epresen t óme que esta

era una cosa absolutamente necesaria para formar

un j oven completo, que todos nuestros camaradas

eran amados de alguna persona linda y que él t e

n ía la fortun a de que le mirasen con buenos oj os

dos señoras de distinción . Creí que mentia aquel

bellaco , y le dij e : <<Amigo Mopcón , no se puede

negar que eres buen mozo y agudo ; pero no a l

canzo cómo han podido prendarse de un hombre

de tu condición dos señoras disting uidas en cuya

casa no estás .» dificultad, por cierto !— res

pond ió Moji cón Ellas ni aun siquiera saben

quién yo soy . Estas conquistas las he hecho usan

do de los vestidos de mi amo , y la cosa pasó de

esta suerte ! Vest íme de señor , imité bien los mo

dales de tal y fuime al paseo . Hice gestos y cor

t esías a todas las que encontraba , hasta que t ro

pecá con una que correspondió a mis expresivas

muecas . Seguila y logré también hablarle . Tomé el

nombre de don Antonio Centelles , pedí una cita ,hice a lg1mos esguinces, insté , convino a l fin en el lo ,etcétera. Hijo mío , así me he gobernado yo para

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lograr tales fortu nas ; y si tú las quieres tener , si

gue mi ej emplo .»

Era mucha la gana que yo tenía de hacerme

homb re ilustre para que dej ase de poner en prác

tica este consejo , y más cuando tampoco sentíaen m i gran repugnancia en tentar alguna empresa

de amor. Resolví , pues , di sfrazarme de señor para

buscar amorosas aventuras . N o quise vestirme en

nuestra casa porque n o se advirt iese ; pero escogí

en el guardarropa el mejor vestido de mi amo , hiceun paquete y llev é le a casa de cierto b arb eri llo

amigo m ío , donde podía disfrazarm e libremente .

Vest íme allí lo mej or que pude , ayudándome el

barbero; y cuando nos pareció que ya no cabía

más , me encaminé hacia el prado de San Jerón imo , de donde estaba bien persuadido a que n o

volvería sin haber encontrado alguna fortun a ; pero

no tuve necesidad de ir tan lej os para hallar una

de las más brillantes .

Al atravesar una calle excusada, vi salir de unacasa pequeña y entrar en rm coche que estaba a

la puerta una señora ricamente vestida y muy her

mosa . Paréme a mirarla y la - saludé de manera

que pudo bien conocer que no me había di sgus

tado , y ella por sí me hizo v er que merecía mi

atención más de lo que yo pensaba , porque levan

tó disimuladamente e l velo y descubrió un mo

mento la cara más linda y graciosa del mundo .

Fuése en esto e l coche, y yo quedé en la calle sor

prendido de aquella aparición . qué hermosura !— me decía yo a m i m i smo ¡Cáspita ! ¡N o

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me faltaba otra cosa para acabar de trastornarme !

¡Si las dos señoras que aman a Moji cón son t an

hermosas como ésta ; di go que es el ganapán más

dichoso de todos los ganapanes ! Estaría yo loco

con mi suerte si mereciese servir a una dama como

é sta .» Mientras hacía estas reflexiones , volví ca

sualmen t e los_

oj os hacia la casa de donde había

visto salir a aquella linda persona , y vi asomada a

la rej a de un cuarto baj o a un a viej a que me hizo

señas de que entrase .

Fuí volando a la casa, y en un a sala muy decen

temente amueblada encontré a la venerable y di

simulada viej a, que , t en i éndome cuando menos por

algún marqués , me saludó con mucho respeto y

me dij o : <<Sin duda , señor, que vuestra señoría ha

b ra formado mal juicio de una mujer que , sin te

ner él honor de conocerle, le ha hecho señal paraque entrase en su casa; pero juzgará más fav orab lemen t e de m i cuando sepa que no lo hago asi

con todos y que vuestra señoría m e parece algún

señor de la corte .» ((N O se engaña usted, amiga — le

interrumpí , avanzando la pierna derecha y ladean

do un poco el cuerpo sobre el costado izqui erdo

Soy , sin vanidad, de una de las mejores casas de

España .» <<Bien se conoce — prosiguió la vieja y

a cien leguas se echa de ver . Yo , señor , tengo gran

gusto , lo confieso , en servir de algo a las personas

de circunstancias , y éste es mi flaco . Habiendo

observado desde mi rej a que v uestra señoría mi

raba con mucha atención a aquella señoraque aca

baba de salir de aquí , me atrevo a suplicarle me

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t a ahora ninguna he tropezado de esa especie .»

<<Pues bien— repuso la viej a venga vuestra se

ñoría mañana a esta misma hora y satisfará ese

deseo .» <<No faltaré— respondí y veremos si un

caballero mozo y gallardo pierde esa conqui sta .»

Volví a casa del b arb eri llo , sin empeñarme en

buscar otras aventuras hasta v er el éxito de la pre

sente . El sigui ente día , después de haberme vesti

do a lo señor , fuí a casa de la viej a un a hora antes

de la que ella m e había señalado . tSeñor — m e

dij o vuestra señoría ha venido muy puntual , a

lo que le estoy verdaderamente agradecida , aun

que és verdad que e l motivo lo merece bien . H e

visto a nuestra vindica , y las dos hemos hablado

mucho de vuestra señoría . En cargóme que nada

le di j ese de esto; pero h e cobrado tanto amor a

vu estra señoría , que no puedo menos de decirle

que ha quedado muy prendada de su persona y

que será un señor afo rtu nado . Hablando aquí entre

los dos , la tal viudi ta es un bocado muy apetitoso .

Su marido vivió poco tiempo con ella; fué un re

lámpago su matrim onio y se puede decir que casi

tiene el mérito de un a doncella .» Sin duda que la

buena viej a quería hablar de aquellas doncellas

putativas que saben vivir en el celibato sin echar

nada de menos .

Tardó poco nuestra heroína en llegar a casa de

la viej a , en coche de alquiler como e l d ía anteri or ,pero vestida con ricas galas . Luego que se dej ó -v er

en la sala salí al encuentro , dando principio a mi

papel por cinco o seis profundas cortesias a lo e le

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gante ,acompañadas de garbosas contorsiones . Acer

cándome después a ella con mucha familiaridad , le

dij e : <<Reina m ía , aquí tiene usted a sus pies , en

este caballerito mozo , una de las más difíciles conquistas ; pero desde

.

que tuve ayer la dicha de ver

esos bellos oj os , astros de l más hermoso cielo , ni

un solo instante se ha borrado de mi imaginación

e l vivo retrato de t an perfecto origin al , de mod o

que enteramente ofuscó e l de ciert a duquesa que

ya comenzaba a poseer mi corazón .» ((Sin duda— respondió ella quitándose e l velo— que e l triunfo

es muy glorioso para m i ; mas ni por eso es muy

pura mi alegría , porque un señorito de vuestra

edad es natur almente inclinado a la var iedad y a

la mudanza , siendo tan dificultoso de fijar comoe l azogue o e l espíritu volátil .» <<Reina m ía — le re

pli qué si a usted le place, dejemos a un lado lofuturo y pensemos sólo en lo presente . Usted es

bella; yo la amo . Emb arquémonos sin reflexión

como lo hacen los marineros ; n o miremos a los pé

ligros de la navegación ; pongamos solamente los

oj os en los placeres que la acompañan .»

.Diciendo esto , m e arroj é precipitadamente a los

pies de mi º

n ínf a y , para imitar mej or a los e le

gan tes , le supliqué y aun importuné de un modo

urgente que me hiciese fe liz . Parec ióme algún tanto

conmovida con mis instancias ; pero juzgando sinduda que aun n o era tiempo de acceder a e llas ,m e alejó de si con cierto car iñoso enoj o , d i c i éndome : *Deténgase vuestra señoría , que me parece un

poco atrevido y me temo que sea aún más liberti

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no .» señorita !— exclamé yo ¿Será posible

que usted aborrezca a un hombre a qui en aman

las mujeres de la primera tij era ? ¡Solamente a las

vulgares y aldeanas pareceri mal esas tachas !»

ya es demasiado !— repuso ella ¡Ya no

puedo más, y así , me rindo a razón t an poderosa !

Veo que con los señores són inútiles los espantos y

reparos; es preciso que un a pobre mujer ande la

mitad del camino . ¡Vuestra es ya la victoria !— añadi ó , aparentando un a especie de v ergii enza ,

como si padeciera mucho su pudor en aquella con

fesión Vos , señor, me habéis inspirado afec tos

que j amás he sentido por nadie . Sólo m e falta sa

b er quién es vuestra señoría para determi narme a

escogerle por amante . Téngole por un señor, y porun señor de nobles y honrados pensamientos . Contodo eso , n o estoy muy segura, y aunque …me con

fieso inclinada a su persona , no acabo de resol

verme a hacer único dueño de mi amor y mi te r

nura a un desconocido .»

Acordém e entonces del ingenioso modo con que

e l criado de don Antonio había salido de otro apur o

semejante, y queriendo yo , a ej emplo suyo , ser

tenido por mi amo , di j e a mi viuda : (¿N o tengo reparo de manifestaros mi

'

nombre y apelli do , pues

no es tan obscuro que me av ergi í en ce de confesar

lo . ¿Habéis oído hablar alguna v ez de don Matías

de Silva ?» <<Sí , señor— respondió ella y aun di ré

también que en cierta ocasión le v i en casa de un aamiga mía .» Turb óme un poco , a pesar de mi descaro , esta inesperada respuesta; pero serenando

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ofrecía también que quizá podía ser una de las

chuscas más ladinas y refinadas . Con todo eso , me

inclinaba más a mirar la cosa por la mej or parte

que por la peor, y así , me mantuve firme en e l

buen concepto que había formado de la dama.

Habíamos quedado de acuerdo , cuando n os des

pedimos , en que n os volveríamos a v er el d ía si

guiente ; y con la esperanza de estar t an vec ino

a l colmo de mis deseos , me recreaba yo en pensar

que era infalible su logro .

Ocupado de t an risueños pen samientos llegué acasa de l barbero . Mudé de vestido y fui en busca

de mi amo , que sabía estaba en cierta casa de jue

go . H a llé le , con efecto , j ugando , y conocí que ga

naba , porque no era de aquellos jugadores serenos

que se enriquecen o arrui nan sin mudar de sem

b lan t e . Mi amo era burlón , y aun insolente , cuan

do le daba bien ; pero si perdía no había quien le

aguantase . L ev an t óse muy alegre del j uego y se

dirigió a l corral de la calle del Príncipe . Seguíle

hasta la puerta de l teatro , y allí m e puso en la

mano un ducado , diciéndome : “Toma , Gi l Blas ,

que quiero que entres a la parte en mi ganancia .

Vete a divertir con tus amigos , y a media noche

i rás a buscarme a casa d e Arseni a, donde he de

cenar en compañía de don Alej o Segui er .» Diciendo

e sto , en t róse en e l teatro , y yo me quedé di sou

rri endo en qué gastar mi ducado según la in t en

ción del donador; pero tardé poco en resolverme .

Presen t óse en aquel punto Clarín , criado de dori

Alej o , y llev é le conmi go a la primera taberna, don

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d e estuvimos bebiendo y d iv i rt i éndonos hasta me

d i a noche . Desde allí n os fuimos a casa de Arse

nia , donde Clarín debía también hallarse , hab i éndosele dado la misma orden que a m i . Ab rión os la

puerta un lacayuelo y n os hizo entrar en una sala

baja , donde estaban dos criadas ,la una de Arse

ma y la otra de Florimunda , riéndose ambas a carc ajada tendida , mientras sus dos amas se estaban

d ivirtiendo en el cuarto principal con nuestros amos .

La llegada de dos mozos de buen humor que sa

lían de cenar b ien n o podía desagradar a aquellas

d amiselas , que acababan también de acomodarsec on las sobras de una cena , y cena de comedian

t as. ¡Pero cuál fué mi admiración cuando en una

d e aqu ellas criadas reconocí a mi viudita , a mi

a dorable viuda , que yo había tenido por un a mar

quesa o condesa ! Ella también me pareció n o me

n os sorprendida de v er a su querido don César deRibera convertido de elegante en lacayo . Sin em

bargo , nos miramos un o a otro sin turbarnos , yaun n os dió a entrambos t al tentación de risa , que

no pudimos reprim i rla ; después de lo cual , Laura—

que éste era el nombre de mi princesa retiran

d oma aparte mientras Clarín hablaba con la com

pañera , m e alargó con gracia la mano , diciéndomeen v oz baja : usted , señor don César !Dejém onos de quejas y , en vez de ellas , hagámonos

amistosos cumplimientos . Usted hizo su papel alas mil maravillas y yo no representé desgraciadamente el m ío . ¿Qué le parece del lance ? ¡Vaya ,c onfiese usted que me tuvo por un a de aquellas

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damas que a veces se div ierten en imitar a las quehacen por oficio lo que ellas por burla !» <<Es v er

dad— le respondí pero , reina m ía , seas lo que

fueres, sabete que , aunque he mudado de forma ,no he mudado de parecer. Admite benignamentemi cariño y permite que acabe el ayuda de cámara

de'

don Matías lo que tan felizmente comenzó don

César de Ribera .» e¡Qui ta allá !— r epuso ella Ten

por cierto que t e amo m ás en tu propio original

que en el retrato de otro . Tú eres entre los hombres

lo mismo que yo entre las mujeres ; ésta es la ma

yor alabanza que puedo darte . Desde este mismo

punto t e recibo en el número de mis apasionados .

N o necesitamos ya de la v iej a para nada; puedesvenir aquí con libertad , porque nosotras , las da

mas de teatro , v iv imos sin sujeción, mezcladas con

los hombres . Convengo en que esto no a tod os pa

rece bien; pero el público se ríe , y nuestro oficio ,como tú sabes, es sólo divertirle .»

N o pasó la conversación más adelante porque

no estábamos solos . H ízose general ; fué v iva , a le

gre , festiva y llena de agudezas y de equívocos

nada difíciles de entender . L a criada de Arseni a,mi adorada Laura , superó a todos , mostrando más

ingeni o y más agudeza que v irtud . Por otra parte ,nuestros amos y las comedian tas reían arriba tan

descompuest amen t e , que se conocía no ser su con

v ersaci ón más seria n i más circunspecta que la

nuestra. Si se hubieran escrito todas las bellas cc

sas que se dij eron aquella noche en . casa de Arsen i a , creo que se habría compuesto

“un libro muy

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Comieron todos en casa de Ségui er , y después

de comer se pusieron a jugar, para divertir el

tiempo hasta la hora de la comedia . Enton ces fue

ron todos al teatro del Príncipe , donde se repre

sentaba la nueva tragedia intitulada L a rei na de

Cartago . Acabada la representación, volvieron jun

tos a cenar donde habían comido , y toda la con

v ersac ión se la llevó la tragedia que acababan de

o ír y los actores que la representaron . ¿En cuanto

al drama— di j o don Matías hago poco aprecio de

é l , porque encuentro a Eneas más frío e insulso

que en la En ei da ; pero es preciso confesar que se

representó divi namente . Veamos lo que nos dice

e l señor don Pompeyo , porque sospecho que n o se

ha de conformar con mi sentir.» eSeñores— respon

dió aquel caballero sonr iéndose v eo a ustedes

t an pagados de sus actores y t an hechizados par

t i cularmen t e de sus actrices , que n o me atrevo a

c onfesar que en este punto no concuerdan nuestras

opiniones .» dicho— interrumpió burlándose

d on Al ej o porque aquí sería mal recibida la vues

t ra ! Haces bien en respetar las actrices a presen

c ia de los panegiristas de su reputación . Nosotros

vivimos y bebemos todos los días con ellas , somos

defensores de l primor con que representan , y si

fuere menester daremos testimonio de ello .» ((N º

lo dudo— interrumpió e l pariente y también pudieran ustedes darlo de su vida y costumbres , se

g ún l a familiaridad con que me parece las t ra

t an .» duda que serán mejores vuestras comed ian t as de dij o entonces zumb ándose el

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marqués de Zen e t e . <<Sí , ciertamente— respondió

d'

on Pompeyo valen algo más que las de Madrid ;por lo menos hay algunas en quienes n o se nota

e l más mínimo defecto .» <<Esas tales— replicó e l

marqués— pueden contar con vuestras certifica

ciones .» <<Yo— repuso don Pompeyo— no tengo trato

alguno con ellas ni con curro a sus reuniones , y así

puedo j uzgar de su mérito sin preocupación ni parc ialidad . Pero , de buena fé— prosiguió ¿ estáis

verdaderamente persuadidos de que en vuestro

teatro tenéis un a compañ ia excelente ?» par

diez !— respondió e l marqués Yo solamen te de

f i endo un número muy corto de los actores y echo

a”

un lado a todos los demás . Pero n o me negaréis

que es admirable la pr imera dama que representa

e l papel de Dido . ¿N o lo representa con toda la

nobleza , con toda la majestad y con todo e l agrado

que nos figuramosl

en aquella desgraciada reina ?

¿Y n o habéis admirado e l arte con que interesa

al espectador en sus afectos , haciéndole sentir aquellos mismos movimientos diversos que excitan en

ella las diferentes pasiones ? Parece que se arroba

o que se exhala cuando llega a lo más delicado ypatético de la declamac ión .» <<Convengo— respon

dió don Pompeyo— en que sabe conmov er y enter

n ecer ; esto quiere decir que representa bien , pero

no que carezca de defectos . Dos o tres cosas m e

chocaron en ella . Por ej emplo : si quiere expresarun afecto de admiración o de sorpresa , vuelve y

revuelve aquellos ojos de un modo t an violento ytan fuera de lo natural , que verdaderamente dice

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muy mal en la majestuosa gravedad de una prin

cesa. Añádase a esto que con engrosar la v oz , que

tiene naturalmente dulce y delicada , forma un so

nido bronco bastante desapacible . Fuera de eso ,

en más de un lugar de la tragedia hacía ciertas

pausas que alteraban u ofuscaban el sentido , dan

do motivo para sospechar que no comprendí a bien

aquello mismo quedecía . Sin embargo , qui ero más

bien suponer que estaba distraída que acusarla de

falta de inteligencia .» (<A lo que v eo— dij o don

Matías al censor v os n o os atreveríais a compo

ner versos en alabanza de nuestras cómicas .»

digái s eso !— respondi ó don Pompeyo Antes bien ,

descubro en ellas un gran talento a través desus defectos , y aun diré que m e encantó la quehizo papel de criada en el entremés . ¡Qué natura

lidad la suya ! ¡Con qué gracia se presentó en las

tablas ! Cuando tiene que decir algún chi ste , le sa

zona con cierta risi t a taimada llena de m i l gracias ,

que le añaden infini ta sal. Podrá quizá noté rsele

de que alguna vez se deja llevar algo de su viveza

y que pasa los lími tes de un desembarazo come

dido; pero n o hemos de ser tan rigurosos . Yo sólo

quisiera que se corrigiese de una mala costumbre

que ha tomado . Muchas veces , en medi o de un a

escena y en pasaj e serio , interrumpe de improvi

so la acción por dejarse llevar de un a loca gana

de reír que le da . Dirásem e , acaso , que entonces es

precisamente cuando más la aplauden los del pa

tio . ¡Grande aprobación , por ci erto !» qué nos

di ce usted de los comediantes ? - interrumpió el

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les place , esos aplausos del vulgo . Frecuentemente

los da muy fuera de tiempo y contra toda razón ,

y por lo común aplaude menos el verdadero m é

rito que el falso , como nos lo enseña Fedro por

medio de una fábula ingeniosa . Perm i t idme que o s

la cuente : Jun tóse en un a gran plaza de cierta ciu

dad todo el pueblo para ver las habilidades que

hacían un os charlatanes titiriteros . Entre ellos ha

b ía un o que se llevaba los aplausos de todos . Este

bufón , al acabar otros varios juegos de man os ,quiso cerrar la función dando al pueblo un és

pectáculo nuevo . Dejóse ver solo en e l tablado ;cub ri óse la cabeza con la capa ; agachóse , y cc

men zó a remedar e l gruñido de un cochinillo , con

tanta propiedad , que todos creyeron que verdade

ram en t e tenía escondido debaj o de la capa algún

marran i t o verdadero . Comenzaron todos_

a gritar

que se quitase la capa; h ízolo así , y viendo que

n o tenía cosa alguna debaj o de ella , se renovaron

los aplausos y la grande algazara del populacho .

Un lugareño que estaba en el auditorio , chocan

dole mucho aquellas importunas expresion es de

necia admiración , gritó pidiendo silencio , y dij o :

<<Señores , sin razón se admiran ustedes de lo que

hace ese bufón . No ha hecho el papel del marran i t o

con tanta perfección como a ustedes les parece .

Yo lo sé hacer mucho mejor que él; y si alguno lo

duda , no tiene mas que concurrir a este sitio ma

ñan a a la misma hora .» El pueblo , preocupado ya

en favor del charlatán ,se juntó al día siguiente ,

aún en mucho mayor número que el anterior, más

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para silbar al paisano que por divertirse en ver lo

que había prometido . Dejáron se v er en e l teatro

los dos competidores . Comenzó e l buf ón y fué másaplaudido que lo había sido nunca . Si guióse des

pués el labrador ; aga chóse cubierto con su capa ,tiró de la orej a a un m arran i t o que llevaba escon

dido debaj o del brazo , y e l animalito empezó a

dar unos gruñidos muy agudos . Sin embargo , e l

auditorio declaró la victoria por e l pantomimo y

atolondró al paisano con silbidos . No por eso se

turbó ni corrió e l buen lugareño ; antes bien , mos

trando el Iechon c i llo al auditorio , — dij ocon mucha socarron ería ustedes no me han sil

bado a m i , sino a l marrano ! ¡Miren ahora qué bue

nos jueces son !» ¿Primo— dijo don Alej o en v e r

dad que t u fábula pica que rabia. Con todo eso ,

a pesarde tu Iechon c i llo , nosotros nos mantenemos

en lo dicho . Mudemos de asunto— prosigui ó

porque éste ya me empa laga . ¿Conque tú estás ré

suelto a marchar ' mañana , sin hacer caso del gran

gusto que tendría yo en di sfr utar por más tiempo

de tu amable compañía ?» ((También quisiera yo

— respondió su pariente — gozar más despacio de la

tuya , pero no puedo . Ya t e dij e que vine a la cortea cierto negocio de Est ado . Ayer hablé al primerministro , mañana tengo que volver a verle y un

momento después me es preciso partir en posta

para rest i tuirm e a Lisboa .» <<Cát at e un portugué shecho y derecho - replicó Seg ui er y según todas

las señas , nunca vendrás a establecerte en Madrid.»

¡Creo que no— respondió don Pompeyo Tengo

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la fortun a de que me quiere el rey de Portugal y

estoy bien hallado en su Corte . Pero ¿ creerás tú

que,n o obstante la bondad con que me di stingue ,

faltó poco para que saliese desterrado para siem

pre de sus dominios ?» ¿ ¿Cómo así ?— l e replicó don

Alej o ¡Cuén t anoslo , por tu v ida !» ((Con mucho

g usto — respondi ó don Pompeyo y al mi smo

tiempo os contaré también la historia de mis sucesos .»

CAPITULO VII

H istoria de don Pompeyo de Castro.

<<Ya sabe don Al ej o— prosiguió don Pompeyo

que desde mis más tiernos años me incliné a las ar

mas; y como en España gozábamos una paz octa

viana, tomé el partido de i r a Portuga l . De allí paséa Africa con e l duque de Braganza, que me em

pleó en su ej ército . Era yo un seg undo de los me

nos ricos de España, lo que m e puso en precisión

de distinguirme con hazañas que mereciesen la

atención del general . Hi ce mi deber , de modo que

e l duque me adelantó y me puso en paraj e de con

t inuar en e l servicio con honor . Después de una

larga guerra,“cuyo fin no ignoran ustedes , me de

di qué a seguir la Corte , y Su Majestad , por los

buenos informes que dieron de m i los generales ,m e gratificó con un a pen sión considerable . Agra

decido a la; generosidad del monarca, n o perdí oca

sión de manifestar mi reconocimiento . Pon íame en

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mi opin ión cuando ella se dej o v er, con un aireverdaderamente noble y majestuoso . Sin embargo ,n o era lo que yo había pensado .

<<Caballero— m e di j o— a vi sta del paso que acabo

de dar en vuestro favor, sería inútil querer oculta

ros los tiernos afectos que habéis excitado en mi

corazón . N o penséis que éstos me los inspi ró e l

gran mérito que habéis mostrado hoy a vista de

toda la Corte , no por cierto ; este mérito no hi zo

mas que precipitar su manifestación . Os he vistomás de un a v ez , me h e in formado de quién sois y

el e logio que m e han hecho m e ha determinado a

segui r mi inclinación . Pero n o os lisonjeé i s prosi

guió ella— creyendo que habéis hecho la conquistade alguna duquesa . Yo no soy mas que la viuda de

un simple oficial de guardi as del rey ; lo único que

puede hacer gloriosa vuestra victoria es la prefe

rencia que os doy sobre uno de los mayores señores

del reino . El duque de Almeida me ama y hace

cuanto puede para ser correspondido , pero no lo

consigue y sólo admito sus obsequios por vani dad .»

»Aunque estas palabras me di eron a entender

que trataba con una chusca amiga de aventuras

amorosas , no dej é de mostrarme agradecido a mi

estrella por este encuentro . Doña Hortensia —

que

así se llamaba estaba en la flor de su juventud y

su extremada hermosura m e encantaba . Fuera de

esto , me ofrecía ser dueño de un corazón que se

negaba a las pretensiones de un duque . ¡Gran

triunfo para un caballero español ! Arrojéme a los

pies de Hortensia para rendirle gracias por sus fa

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vores. Dl]616 cuanto podía decirle un hombre apa

sionado ,y creo que quedó muy satisfecha de las

vivas expresiones con que le aseguré de mi fidelidad y gratitud. Separámon os, quedando ambos los

mayores amigos del mundo , después de haber convenido en vernos todas las noches que n o pudiese

venir a su casa el duque , tomando ella a su cargo

avisarme muy puntualmente . A sí ' lo hizo , y yo

vine a ser el Adoni s de aquella nueva Venus .

»Pero los placeres de esta v ida duran poco . A

pesar de las precauciones que tomó Hortensia para

que nuestra amistad n o llegase a noticia de mi

competidor, n o dej ó de saber éste todo lo que nosimportaba tanto que ignorase . En t eróle de ello

una criada descontenta , y aquel señor , natural

mente generoso , pero altivo , celoso y arrebatado ,se indi gnó sobremanera de mi audacia . L a ira y

los celos le turbaron la razón , y , siguiendo sólo lo

que le dictaba su enojo , determin ó tomar venganzade m i de un modo infame . Una noche que estaba

yo en casa de Hortensia me esperó a la puerta

falsa del jardín, en compañ ía de sus criados , arma

dos todos de garrotes . Luego que salí hizo que se

arrojasen a m i aquel los canallas y les mandó que

me matasen a palos . fuert e !— les decía

¡Muera a garrotazos ese temerario , que con esta

infamia quiero castigar su insolencia .» Apenas dij o

estas palabras , cuando todos me asaltaron , y me

dieron tantos palos , que me dejaron tendido entierra, sin sentido . R e t i ráron se después con su amo ,

para quien aquella cr uel escena había sido el más

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divertido espectáculo . Permanecí e l resto de la

noche en el estado en que me dej aron, has ta que

al romper e l día pasaron junto a m i algunas per

sonas que , observando que todavía respiraba , tu

vieron la caridad de llevarme a casa de un c i ru

j ano . Por fortuna, se advi rtió que n o eran morta

les los golpes , y tuve también la de caer en manos

d e un hombre hábil que me curó perfectamente

en dos meses . Al cabo de este tiempo volví a pi e

sentarme en la Co rte , donde proseguí en e l mismo

método que antes , pero sin volver a entrar en casa

d e Hortensia, la cual tampoco hiz o por su parte

d iligencia alguna para que nos v iésemos , porque a

e ste solo precio le había perdonado el duque su

infidelidad .

»Como todos sabían mi aventura y ninguno me

t en ia por cobarde se admi raban de verme t an se

reno como si n o hubiera recibido la menor a fren

ta, sin saber qué di scurrir de mi aparente indi ferencia . Unos creían que , a pesar de mi valor, la

calidad del agresor me conten ía y m e obligaba a

tragarme e l ultraj e ; y otros , con mayor funda

mento , n o se fiaban en mi silencio y miraban como

un a calma engañosa la sosegada situación que apa

rentaba . El rey pensó , como éstos , que yo no era

hombre que olv idase un agravi o sin tomar satis

facción de él y que no dejaría de vengarme cuan

do encontrase oportunidad. Para averiguar si ha

b ía adivinado mi pensami ento , me hiz o entrar und ía en su gabinet e y me di j o : ((Don Pompeyo , ya sée l lance que t e sucedió , y confieso que estoy ad

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ción t an presto ; dame tiempo para pensar y encon

trar algún medio que os esté bien a los dos.»

señor !— exclamé yo , no sin alguna conmoción

¿Pues a qué fin m e obligó vuestra majestad a des

cub rirle mi secreto ? ¿Qué medio puede

(S i no encuentro alguno que te dej e satisfecho

interrumpió e l rey podrás ej ecutar entonces lo

que tienes pensado . No pretendo abusar de la con

fianza que me has hecho ; no sacrificaré tu honor ,y en esta conf ormidad puedes vivir muy tran

qui lo . »

»Andaba yo discurriendo qué medios podi a bus

c ar el rey para componer amigablemente este né

goc i o , y he aqui cómo lo dispuso . Habló a solas a

mi enemigo y le di j o : <<Duque , tú has ofendido a

don Pompeyo de Castro y no ignoras que es un ca

ballero ilustre a quien yo estimo y que me ha ser

vido bien . Es preciso que le des satisfacción .» <<Se

ñor— respondió e l duque no se la negaré . Si está

quej oso de mi proceder, pronto estoy a darle sa

t i sfacc ión con las armas .» <<Es muy diferente la que

debes dar— replicó el rey Un español noble co

noce muy bien las leyes del pundonor para querer

medir su espada noblemente con un cobarde ase

sino . N o puedo darte otro nombre, n i tú podrás

borrar la baj eza de una acción tan vil lana sino

presentando tú mismo un palo a tu enemigo y

ofreciéndote a que él te apalee por su mano .» a¡San

t o cielo !— exclamó mi enemigo Pues qué , señor ,

¿quiere vuestra majestad que un hombre de mi

clase se degrade y humille delante de un caballero

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27 9

particular hasta llevar con paciencia algunos pa

los ?» ((N o llegará ese caso— respondi ó el rey Yo

obligaré a don Pompeyo a darme palabra de que

n o t e tocará; sólo exij o que le pidas perdón de tuviolencia , presentandole e l palo .» aSeñor— replicó

e l duque eso es pedirme demasiado y prefiero

e l quedar expuesto a las ocultas asechan zas de su

e noj o .» <<Aprecio tu vida — repuso el monarca y

quisiera que este asunto n o tuviera funestas résult as . Para terminarlo con menos disgusto tuyo ,seré yo solo testigo de dicha satisfacción , que t e

mando des al español .»

»Necesitó e l rey de todo su poder para conseguir

que el duque se suj etase a un paso tan hum illan

te , pero al fin lo logró . Env ióme después a llamar

v con tóm e la conversación que había tenido con

m i enemigo , preguntándome al mismo tiempo si

me contentaria yo con la satisfacción en que am

b os habían conveni do . R espon di le que sí y di pa

labra de que , lej os de ofenderle . ni aun siquiera

tomaría en . la mano e l palo que me presentase .

Dispuestas así las cosas, concurrimos el duque y

yo al cuarto del rey cierto d ía y a cierta hora , y

su majestad se cerró con nosotros en su gabinete .

—dij o al primero conoced vuestra falta ymereced el perdón !» Dióm e entonces sus disculpas

mi contrario y presen t óm e el bastón que t en ia en

la mano . aTomad , don Pompeyo , ese bastón— me

di jo el rey—

y n o os detenga mi presencia para

tomar venganza de vu estro honor ul trajado . Yo os

levanto la palabra que disteis de n o mal tratar al

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duque .» ¡N o , señor r espondí— º basta que se haya

sujetado a ser apaleado por m i . Un español ofen

di do no pide mayor satisfacción .» ¿Pues bien— ré

puso el rey ya que los dos os dais por sat isfe

chos , podréis ahora tomar libremente e l partido

que se acostumbra entre caballeros , según el pro

ceder regul ar. Medi d vuestras espadas para termi

n ar él duelo .» es lo que y o deseo vivamente— di jo el duque con voz alterada y descompues

ta porque sólo eso es capaz de consolarme del

vergon zoso paso que acabo de dar !»»Dichas estas palabras , se retiró , colérico y ab o

chorn ado , y dos horas después me envió a decir

que m e esperaba en cierto sitio retirado . Acudiallá y le encontré dispuesto a reñi r en forma . Te

n ía unos cuarenta y cinco años y no le faltaba des

t raza ni valor, pudi éndose deci r con verdad que

era igual el partido . 4Veni d , don Pompeyo— me

di j o y terminemos de una v ez nuestras cont—i en

das . Uno v otro debemos estar airados; v os, por

el modo con que os traté , y yo por haberos pedi doperdón .» Diciendo esto , echó precipitadamente

mano a la espada, y tanto , que no me di ó tiempo

para responderle . Ti róme dos o tres estocadas con

la mayor presteza , pero tuve la fortuna de parar los

golpes . Acomet íle después y conocí que reñía con

un hombre t an diestro en defenderse como en aco

meter; y no sé lo que hubiera sido de m i a n o ha

b er tropezado é l y caído de espaldas cuando se

defendía retirándose . Detúv eme así que le vi en

tierra y le dije se levantase . c¿Por qué razón me

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y qué remordimi entos siento a l oírlo ! ¡Con qué dolor y con cuánta v ergíi enza se me presenta a la

memoria e l ultraj e que os h ice ! Paré ceme ahora

muy ligera la satisfacción que os di en el gabinete

del rey . Quiero repararla de un modo más publi

co , y para borrar enteramente la infamia , os ofrez

co una sobrina mía, de cuya mano puedo dispo

ner; es una heredera rica, que aun no ha cumplido

qui nce años , y todavía más hermosa que j oven .»

»Di a l duque todas aquellas gracias que me po

d ía inspirar e l honor de enl azarme con su fami lia ,y pocos días después m e casé con su sobrina . Toda

la Corte se congra tul ó con aquel personaj e por ha

ber labrado la fortuna de un caballero a quien

había cubierto de ign ominia . Desde entonces acá ,

señores míos , vivo con el mayor gusto en Lisboa .

Mi esposa me ama y yo la amo . Su tío me da cada

día nuevas pruebas de ami stad y puedo preciar

me de que merezco un buen concepto a l rey ; y

prueba de su estimación es la importancia del ne

goc i o que de su orden me ha traído a Madrid .»

C A P I TU L O V I I I

Por qué accidente se ve precisado Gi l Blas a buscar

nuevo acomodo.

Esta fué la historia que contó don Pompeyo y

que oímos el criado de don Alej o y yo , aunque nos

mandaron que nos retirásemos antes que la prin

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c ipiase . H i c imoslo así, pero nos quedamos a la

puerta de la sala , que de propósito dejamos en t or

nada , y pudimos oír todo lo que dijo , sin perderuna sola palabra . Prosigui eron después bebiendoaquellos señores y se separaron antes del día , por

que como don Pompeyo había de hablar por la

mañana a l min istro , era razón que le di esen tiem

po de reposar algún tanto . El marqués de Zen et e

y mi am o se despidi eron de aquel caballero , abra

zándole y dejándole con su parien te .

Nosotros , por esta v ez , nos acostamos al ama

necer , y al día siguiente mi amo me honró dándo

me otro nuevo empleo . (<G i l Blas— me dij o toma

papel , tinta y pluma para escribir dos o tres car

t as que quiero d ictarte , pues t e hago mi secreta

rio .» — di j e entre rn í ¡Esto se llama acre

cen t am i en t o de encargos ! ¡Lacayo para ir detrás

de mi amo a todas partes , ayuda de cámara para

ayudarle a vestir y secretario para escribirle las

cartas , dictándome su señoría ! ¡El Cielo sea loado

por todo ! ¡Voy, como la triforme Hécate , a representar tres muy di stintos personajes !» (T ú n o sa

bes— prosiguió mi am o— qué fin llevo en escribir

esta s cartas . Voy a decirtelo ; pero sé callado , por

que t e va la vida en ello . A cada paso tropiezo

con gentes que m e apestan alabándose de sus fé

li ces galan t eos, y yo quiero sobrepuj ar a su vanidad , para lo que he pensado llevar siempre en e l

bolsil lo varios billetes fingidos de diferentes damas

y leérselos cuando ellos hagan necio alarde de sus

triunf os . Esto m e divertirá un rato y seré más di

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choso que todos mis compañeros , porque ellos so

li c i t an esas fortunas sólo por tener e l gusto de pu

b li carlas, y yo tendré el gusto de referi rlas sin losmalos ratos que trae con sigo e l pret enderlas. Pero

tú— añadió— procura desfigurar tu letra , mudando

la forma de manera que los papeles no parezcan

escritos de un a misma mano .»

Tomé , pues , pluma, ti nta y papel para ob ede

cer a don Matias , quien me dictó un billete en los

términos S i gui ente s : aAn oche faltaste a tu palabray n o te dej aste v er en el sitio concertado . ¡Ah

don Matías , no sé qué podrás decir para disculpar

t e ! Grande ha sido mi error, pero bi en has casti

gado mi van idad y la ligereza con que creía yo

que todas las diversiones , y aun todos los nego

cios del mundo , debían ceder al gusto de v er a

Doña Cla ra de Mendoza .» Después de este billete

m e hizo escribi r otro como de una dama que pos

ponía a un gran señor por amor a su persona; y

ot ro , en fin , en el cual otra dama le decía que ,

si estuv iera segura de su di screción , harían junt os e l v iaj e de Cite rea . No contentándose con hacerme escribir unos billetes tan bellos , m e obligaba a

que los firmase con e l nombre de varias señoras

muy distingui das . N o pude menos ' de decirle que

la cosa me parecía demasiadamente delicada , pero

me respondió secamente que nunca me metiese en

darle consej os mientras no m e los pidiera . Vime

precisado a callar y obedecerle . Acab óse de v es

tir, ayudándole yo ; metió los billetes en e l bolsillo

y salió de casa . Seguíle y fuimos a la de don Juan

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b lan t e airado— son enteramen te falsos , en partien

lar e l de doña Clara de Mendoza, de que tanta os

tentaci ón hacéis . N o hay en España señorita más

recatada y honesta que ella . Dos años ha que la

obsequi a un caballero que no os cede en n a c im i eñ

to ni en prendas personales y apenas h a podido

conseguir de ella los más inocentes favores , siendo

así que se puede lisonj ear de que , si fuera capaz

de conceder alguno , a ningún otro sino a él se los

dispen saría .» qui én os d ice lo contrario ?— re

pli có mi amo en un ton o burlón Yo n o me apar

to de que es un a señorita muy honesta . Yo también

soy muy honesto caballerito . Conque debéis creer

que nada pasaría que no fuese hon est ísimo .»

eso ya pasa de raya !— interrumpió don Lope—4 .

Dejémonos de chanzas . Vos sois un impostor y

j amás doña Clara os dió cita para de noche . No

puedo tolerar que manchéis su reputación . Tam

poco a m i m e permite ahora la prudencia deciros

lo demás .» Y diciendo estas palabras miró con

arrogancia a los concurrentes y se retiró con un

aire que anunciaba las malas consecuencias que

podría'

t en er aquel negocio . Mi amo , que teni a bas

tante valor para un señor de su carácter , hiz o

poco caso de las amenazas de don Lope .

tonto ! — exclamó dando un a carcajada ¡Los ca

b alleros andantes sólo defendían la sin par hermo

sura de sus damas ; pero éste quiere defender l a

sin pa r hon esti dad de la suya , lo que me parece

empeño todavía más extravagante !»

L a retirada de Velasco,a la que en vano quiso

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oponerse Moncada, n o descompuso la fiesta . Los

caballeros,sin parar la atención en ello , pros1gu1e

ron alegrándose y no se separaron hasta el am a

n ecer. Mi amo y yo n os acostamos a las cinco de

la mañana . El sueño ya m e rendía y hab ía hechoánimo de dormir bien , pero echaba la cuenta sin la

huéspeda , o , por mejor decir, sin nuestro portero , el

que una hora después m e vino a despertar y a decirme que estaba a la puerta de la ca lle un mozo

que preguntaba por m i . ( ¡Ah , maldito portero !— di j e bostezando , entre enfadado y dormido

¿N o consideras que sólo ha un a hora que me acosté ?Di a ese hombre que estoy durmiendo y que vucl

v a más tarde .» eDi ce — respondi ó el portero— que

tiene precisión de hablarte luego luego , porque es

cosa urgente .» Lev an t ém e a estas palabras , po

ni éndome solamente los calzones y un a a lm i lla , y

echan do mil pestes fuí a v er lo que me queria e l

mozo que me buscaba . <<Am igo— le dij e ¿ qué ne

goc i o tan urgente es el que m e proporciona la hon

ra de verte tan de mañana ?» <<Una carta— respon

di ó— que tengo que entregar en mano propia al

señor don Matías y es preciso la lea cuanto antes .

Su conteni do es de la mayor importancia , y así ,t e ruego que m e lleves a su cuarto .» P ersuadido de

que debía de ser alguna cosa de grande consecuen

cia , me tomé la licencia de ir a despertar a miamo . <<Perdone vuestra señoría — le di j e— si le v en

go a interrumpir el sueño ; pero la

di antres me dijo enfadado . <<Se

ñor — dijo entonces el mozo que me acompaña

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b a es una carta de don Lope de Velasco . que

debo entregar a usía .» In corporóse don Matías,

tomó el billete , leyóle y dij o con mucho sosiego

al criado de don Lope : (¡Hijo , yo nunca me levan

to hasta medi odía aunque me conviden para la

mejor diversión del mundo . ¡Mira ahora si me le

van taré a las seis de la mañana para ir a reñir !

Dile a tu amo que , como me espere hasta las doce

y medi a en el sitio que me di ce , seguramente nos

veremos en él; dale esta respuesta .» Y diciendo

esto v olv ióse a echar y tardó muy poco en que

darse de nuevo dormido .

A las once y media se levantó y vistió con gran

di sima pachorra. Sali ó de casa , di ciéndome que por

aquella v ez m e dispensaba de seguirle ; pero yo no

pude resistir a la curiosidad de ver en lo que para

b a aquel negocio . Fuime tras de él a lo largo hasta

el prado de San Jerónimo , donde vi a lo lej os a don

Lope de Velas co, que le estaba esperando . Escondi

me donde sin ser v isto pudi ese observar a los dos,y v i que se juntaron y que un momento después

comenzaron a reñir. Duró mucho la pendencia, pe

leando uno y otro con mucha destreza y con igual

valor; pero al fin se declaró la v ictoria por don Lope ,quien de un a estocada pasó de parte a parte a mi

amo, dejándole tendi do en tierra y huyendo muy

satisfecho d e haberse v engado . Corrí acelerado a

don Matías ; ha llé le sin sentido y casi muerto , es

pec táculo que me en tern ec ió tanto, que n o pude

menos de echar a llorar por ver un a muerte parala cual , sin pensarlo , había yo serv ido de instru

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con algún dinerillo , no me di prisa a buscar nueva

conveniencia; por otra parte, me había hecho muy

delicado sobre este particular . Ya n o gustaba deservir a gente común y plebeya , y aun entre lanoble quería examinar bien antes el empleo que

me querían dar. Aun el mejor no me parecía so

brado para mí , persuadido de que todo era poco

para quien había servido a un caballero rico , mozo

y elegante .

Esperando a que la fortuna me ofreciese un a

casa cual yo me imaginaba merecer, juzgué no po

día emplear mej or mi ociosidad que en dedicarme

a obsequi ar a la bella Laura, a quien no había vis

t o desde el día en que nos desengañamos los dos

t an graciosamente . No me pasó por el pensamiento

volver a vestirme a lo don César de Ribera . Sería

un a grande extravagancia d isfrazarm e ya con aquel

traj e, y más cuando mi propio vestido era bastante

decente , pudiendo pasar por un término medio en

tre don César y G i l Blas , sobre todo hallándome

bien calzado , peinado y afeitado con ayuda de mi

amigo el barbero . En este estado fuí a casa de Ar

seni a , y encontré a Laur a sola en la misma sala

donde en otra ocasión le había hablado . Exclamóluego que me vió : milagro es éste ? ¿Eres tú ?

¡Paré ceme que sueño , porque t e creí muerto o que

te habías perdido ! Hace siete u ocho días que t e

di j e podías venir a verme; mas , a lo que veo , n o

abusas de la libertad que t e conceden las damas .»

Discu1pém e con la muerte de mi amo y con las

ocupaciones a que dió lugar, añadiendo muy cor

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t esan am en t e que aun en medio de ellas tema siem

pre muy presente en el corazón y en la memoria a

mi amada Laura . ( Siendo así— me dij o ella se

acabaron ya las quejas , y te confesaré que tambiént e h e tenido yo muy presente . Luego que supe la

desgracia de don Matías , me ocurrió un pen sam i en

t o , que acaso n o te desagradará . Días ha que oí

decir a mi ama que se alegraría de encontrar un

mozo que supiese de cuenta s y gobierno de un a

casa , para ser su mayordomo y. llevase razón del

d inero que se le entregara para el gasto de ésta .

Inmediatamente puse los oj os en tu señoría,pare

c i éndome que serías e l más a propósito para este

empleo .» ((También me parece a mí— respondí yo

que le desempeñaría a las mil maravillas . H e leído

las Econ omi as de A ri stó teles , y , por lo que toca a

llevar una cuenta , ése ha sido siempre mi fuerte .

Pero , hij a m ia — añadí una sola dificultad me

impide entrar a servir a Arsenia .» d i f i cul

replicó Laura . ((Hé jurado— repuse — n o ser

vir j amás a gente común , y lo peor es que lo juré

por la lagun a Estigia . Si el mismo Júpiter no se

atrevió a violar este juramento , mira tú cuán todeberá respet arle un pobre criado .» ( ¿A quién llamas tú gente común ?— replicó Laura con mucho

despego ¿Por quiénes tien es tú a las comedian

t as ? ¿Paré cet e que son por ahí algunas ab ogad i llaso algunas procuradoras ? ¡Sabete , amigo m ío , que

las comedian t as son nobles y arch in ob les por los

enl aces que contraen con los primeros personajesd e la Corte !» ((Siendo así— le d ije cuenta conmi

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go , hij a m ía , para ese empleo que m e destinas ;pero con tal que no m e degrade ni me haga valer

menos de lo que soy .» tengas miedo de eso !

— repuso Laura Pasar de la casa de un elegantea la de una heroína de teatro es hacer e lmismo pa

pel en e l gran mundo . Nosotras estamos en un a

misma línea con las personas de la primera distin

ción ; e l mismo aparato de cuarto , la mi sma mesa,y , en realidad , es menester que se n os confunda

con ellos en la vida civil . Con efecto— añadió si

se“

consideran bien un marqués y un comediante ,en e l discurso de un d ía vienen casi a ser un a mis

ma cosa. Si e l marqués , en las tres cuartas partes

del d ía , es superior al comediante , el comedi ante ,en la otra cuarta parte , supera mucho más al mar

qués, porque representa el papel de emperador o

de rey . Esta , a mi v er , es un a compensación de

nobleza y de grandeza que nos iguala con las per

sonas de la Corte .» ((Así es, por cierto— respond'

s in d uda que estáis a ni vel unos con otros . Los cc

mediantes no son ya gentuza , como pensaba yo

hasta aquí , y me has metido en gana de servir a

un gremio tan distinguido y tan honrado .» ((Me ale

gro— repuso ella y no tienes mas que volver de

aqui a dos días . Me tomo este tiempo para ir pre

parando a mi ama a fin de que te reciba. Le hablaré

en tu favor; puedo algo con ella y me persuado que

lograré que entres en casa .»

Di las gracias a Laura por su buena voluntad ,

asegurándole quedaba sumamente reconocido a sus

finezas , con expresiones tales que no podía dudar

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le . así, Laura ? — exclamó ella ¿Qui én t edió noticia de t an bello mozo ? ¡Ya estoy viendo

que me irá muy bien con é l !» Y volviéndose a m i :cQuerido— me dij o tú eres e l que yo buscaba y

el que verdaderamente me acomoda . Sólo tengo

que decirte una palabra : estarás contento conmigo

si me sirves bien .» R espondi le que haría cuanto estuviese de mi parte para agradarla en todo . Viendo

que estábamos acordes, me despedí prontamente

para ir a buscar m i hatillo y volver a tomar pose

si ón de la nueva casa .

CAPITULO X

Entra Gi l Blas a servir demayordomo en casa de

Arsenia; informes que le da Laura de los comediantes.

Era poco más o menos la hora de la comedia'cuando mi nueva ama me dij o la siguiese al teatro

en compañía de Laura . Entramos en el vestuario ,y allí , quitándose e l vestido que llevaba , se puso

otro magnífico para presentarse en la escena . Así

que empezó la representación, me llevó Laura a

un sitio desde donde podíamos oír y ver perfecta

mente . Desagradóme la mayor parte de los repre

sen tan t es, sin duda porque ya estaba predispuesto

cont ra ellos en virtud de lo que le había oído a don

Pompeyo . Con todo eso , fueron muy aplaudi dos ,

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aunque algunos me hicieron acordar de la fábula

d el Iechon ci llo .

Tenía Laura gran cuidado de i rm e d i c i endo el

nombre de los comediantes y comed i an t as conf or

me iban saliendo al teatro : y n o contenta con n om

b rarlos, hacía un retrato satírico de cada uno .

((Este— decia — es un atolondrado ; aquél , un inso'

lente ; aquella melindrosa que ves , cuyo aire es más

descarado que gracioso , se llama R osarda y fué

muy mala adquisición para la compañía. ¡Más v aldria que se marchara con la que se está formando

de orden del virrey de Nueva España y v a a salir

inm ediatamente para América ! Mira bien aquel ast ro luminoso que acaba de presentarse , aquel bello

sol que va caminando a su ocaso : llámase Casilda ,y si cada uno de los amantes que ha tenido la

hubiera con t rib uido con un a piedra labrada para

fabricar un a pirámide , como dicen que en otro

tiempo lo h izo cierta reina de Egipto , podría haber

erigi do un a que llegase al tercer cielo .» En fin , a

cada cual fué pegando Laura su parchec i t o . ¡Quémala lengua ! ¡N i aun a su misma ama perdonó !

S in embargo de esto— conf ieso mi flaqueza

estaba yo apasionado de ella, aunque su carácter,moralmente hablando , nada tenía de bueno . De

todos decía mal , con tanta gracia , que me gustaba

hasta su misma malignidad . En los intermedios se

levantaba para ir a v er si Arseni a n ecesi t ab á algo ,y en v ez de volver prontamente

, se entretenía tras

del teatro a recoger los requiebros y lisonjas quele decían los hombres . Una vez la segu í para ob

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serv arla y vi que tenía muchos conocidos . Not éque tres comedi antes , uno en pos de otro , la detu

vieron para hablarle , y observé que gastaban demasi ada fam iliar idad . No me agradó esto mucho ,y por la primera v ez de mi vida comencé a expe

rimen t ar lo que eran los celos . Volv íme m i sitio

tan pen sativo y melancólico que Laura lo echó de

ver luego que volvió . tienes , G i l Blas ? — m e

preguntó admirada ¿Qué negro humor se apo

deró de ti desde que t e dej é ? Muestras un semb lan

t e triste y sombrío que no sé a qué atribuirlo .»

((Y lo peor es , reina m ía , que es con sobrada razón —le respondí Me parece que andas algo suel

ta, y esto me da que pensar a m i más que a ti mi

sentimiento . Yo mismo acabo de verte muy alegre

y divertida con los Al oír esto , dij o

ella , soltando una grandísi ma carcajada : ( ¡Vamos

claros , que es gracioso el motivo de tu pesadum

bre ! Pues qué , ¿de tan poco te espantas ? ¡Eso es

un a friolera ! Y si estás algún tiempo con nosotrosverás otras mi ] lindezas . Es menester, hij o mío ,que te vayas haciendo a nuestras mañas . Entre

nosotros no se gastan hazañerías ni mucho menos se

usan celos . En la nación cómica , los celosos se lla

man ridículos , y así , apenas se en cuentra un o . Pa

dres , maridos , hermanos , tíos , primos , todos son la

gente más bien avenida del mundo , y muchas veces

ellos fn i smos son los que establecen sus fami lia s .»

Después de haberme exhortado a no sospechar

mal de ninguno y a n o inqui et arm e por nada de

cuanto viese , m e declaró que yo era el feliz mortal

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acostumbrado a hacer e l papel de héroe , los trata

b a también sin cumplimi ento , brindaba a su salud

y hacía los honores de la mesa . fe— dij e entre

mí— que cuando Laura me dij o que un marqués

y un comediante eran iguales parte del día , pudo

añadir que aun lo eran mucho más por la noche ,pues la pasan bebiendo juntos toda ella !»

Arseni a y Florimun da eran naturalmente a le

gres . O curri éron les mil di chos chistosos , y algo más ,mezclados con favorc ill os y monerías muy celebra

das por aquellos rancios pecadores. Mientras m i

ama conversaba inocentemente con uno , su am i

ga , que se hallaba entre los dos , no hacía cierta

mente e l papel de Susana con ellos . Yo estaba considerando atentamente aquel retablo— que , a la

verdad , tenía muchos atractivos para un mozo de

mi edad— cuando se sirvieron los postres . Enton

ces puse en la mesa botellas de licores con sus co

pas correspondi entes y me retiré a cenar con L au

ra , que me estaba esperando . ((Y bien , Gi l Blas— me di j o ¿qué te parece de esos señores que has

visto ?» ((Sin duda — le respondí son los cortej os

de Arsenia y de Florimunda .» ((Te engañas— replicó

ella son mi os viej os volu'

ptuosos que galantean

a todas sin fi j arse en ninguna . Se contentan sólo

con un poco de agrado, y son tan generosos que

pagan bien los leves fav ores que se les conceden .

Florimunda y mi ama están ahora si n amantes ,a Dios

'

gracias ; hablo de aquellos amantes que qui eren alzarse con la autoridad de maridos y que sean

para sí solos todos los gustos de la casa , porque

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el gasm de olla . Yo soy de Opin ión que una

de juicio debe huir de todo lo que huele a

eño particular. ¿A qué fin suj etarse a ning unola domine ? Más vale ganar poco a poco a lha

que comprarlas de un a v ez a costa de tan im

pertinente suj eción .»

Cuando Laura est ab a de hum or de parlar , lo que

le acontecía casi de continuo , nada le costaban las

palabras : tanta era la soltura de su leng ua . L os se

ñores y los comedi antes se retiraron al fin con Flor imunda , acompañándola hasta su casa .

Luego que salieron , me dió diez doblones mi

ama , diciéndome : (Toma , Gi l Blas , ese dinero parae l gasto . Mañana vienen a comer cinco o seis de

mis compañeros y compañeras ; procura regalarn os

bien .» tSeñora— le respondí con diez doblones

me atrevo a dar una suntuosa comida aunque sea

a toda la cuadrilla cómica .» es eso de cua

dri lla?— repuso ella ¡Mira cómo hablas ! N o se

debe llamar cuadrilla , sino compañía . Se dice muy

bien una cuadrilla de bandidos o de holgazanes ;puede decirse una cuadril la de autores o de poe

tas , ¡pero guárdate de volver a decir cuadrilla de

c omediantes ! La nuestra es compañía,y, sobre

todo , los actores de Madrid merecen bien que a sucuerpo se le dé este nombre .» Pedí perdón a mi

ama de haber usado de una expresión tan poco

respetuosa , suplicándole di sculpase mi ignorancia

y protestando que siempre que hablase de los se

ñores representantes de Madrid colectivamente di

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CAPITULO XI

Del modo como vivían entre si los comediantes ycómo trataban a los autores de comedias.

Al día sigui ente , muy de mañana , salí a campa

ña , para dar principio a mi empleo de mayordo

mo . Era vigilia , y por orden de mi ama compré

buenos pollos , conejos , perdi ces y otras fri oleras

d e semejante especie . Como los señores cómicos n o

están contentos de los ritos de la Iglesia , con respecto a ellos n o observan con mucha puntualidad

sus mandami entos . Llevé a casa más comida de la

que bastaría para alimentar a doce personas hon

radas los tres días de Carn est olendas . La cocinera

tuvo bien en qué divertirse toda la mañana . Mien

tras ella cuidaba de aderezar la comida , se levantó

Arseni a de la cama y se sentó al tocador, donde

estuvo hasta mediodía . Llegaron entonces los se

ñores comedian tes Ricardo y Casimiro . A éstos se

siguieron dos com edi an t as, Constanza y Leonor ;un momento después se dej ó ver Florimun da , acom

pañada de un hombre que tenía toda la traza de

un caballero majo : el cabello peinado a la última

moda, un sombrero con un ala levantada y su

penacho de plumas en figura de ramillete , calzo

nes ajustados , ropilla bordada con flores de oro y

medio desabrochada, por donde se descubría unaf in ísima camisa guarnecida de ricos encajes , guan

tes y pañuelo de Cambray deli cadísimo , metidos

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para quitarse vein te años por lo menos . Fuera deeso, es el hombre más pagado de sí mismo quequizá se encontrará en toda España . Pasó los ocho

primeros lustros de su v ida en una completa ign o

rancia , y para hace rse sabio encontró después un

cierto preceptor que le enseñó a deletrear en griego

y en latín . Aprendió de memoria una mu ltitud de

cuentos y chistes , que a fuerza de repetirlos se h a

llegado a persuadir de que son suyos efect iv amen

t e . H ácelos veni r a la conversación aunque sea

arrastrándolos por los cabellos , y se puede decir de

él que luce su entendimiento a costa de su memo

ri a . Finalmente , se d ice que es un gran actor , y locreo piadosamente ; pero te confieso que nunca me

ha gustado . Algunas veces le oigo declamar aquí ,y , entre otros defectos , es muy visible el de un a

pronunciación tan afectada y con un a voz tan.

trémula, que da cierto aire antiguo y ridículo a su

declamac ión .»

Tal fué e l retrato que la señora Laura me hizo

de aquel histrión honorario , de quien puedo decir

con verdad que n o h e visto mortal de un aspecto

más orgull oso en todos los días de mi vida. Quería

hacer también e l chistoso y discreto , sacando de

su mollera dos o tres cuentos que n os encaj ó en

tono grave y bien estudiado . Por otra parte , las

comedi an t as y comediantes , que ciertamente n o

habían venido a callar, tampoco estuvieron mu

dos . Comenzaron a hablar de sus camaradas au

sentes a la verdad de un modo poco caritativo ;pero esto es menester perdonárselo tanto a los co

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medi antes como a los autores . Acaloróse un poco

la_

conv ersac i ón a expensas del prój imo .

sabido , amigas— dij o Casimiro e l nuevo pasaj ede

.nuestro compañero Cesarino ? Compró esta ma

ñan a un par de medi as de seda , cintas y enca jes ,haciendo después que un paje se los llevase al en

sayo como de parte de cierta condesa .» bri

b on ada ! — exclamó el señor Ven t olería con cierta ri

sita vana y m ofadora En mi tiempo se usaba

más realidad . Ning uno pensaba en semej antes fic

ciones . Es verdad que aun las damas de mayor

distinción nos ahorraban la ruindad y e l trabajo

de inventarlas , pues tenían el capricho de ir ellas

mismas en persona a comprar lo que nos regala

b an .» — repuso Ricardo en el mismo tono

que ese capricho aun n o se les ha pasado ! Y si fue

ra lícito decir todo lo que uno sabe en este pun

Pero es fuerza callar ciertos lances , part i cu

larm en t e cuando tocan a personas de su posición .»

(S eñores— in terrumpió Florimunda suplico a us

tades dejen a un lado esos lances y buenas fortunas , puesto que todo e l mundo las sabe , y hable

mos algo de nuestra Ismen i a . H e oído que se le

ha escapado aquel señor que gastaba tanto con

ella .» ((Es muy cierto— respondió Constanza y

aun diré más : también a caba de perder un rico

mayordomo , a quien sin remedio hubiera dejadosin cam isa . L o sé originalmente . Su mensajero hizoun qui d pro que , llevando al señor un billete que

era para el mayordomo y al mayordomo una carta

que escribía al señor .» ((Dos grandes pérdidas»,

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añadió Florimun da . a¡0 h !— replicó prontamente

Constanza Por lo que toca a la del señor, es

poco importante , pues ya había consumido casi

toda su hacienda; pero e l mayordomo ahora co

m en zab a su carrera. N o ha pasado aún por la adua

na de las coquetas , y así , es una pérdida muy digna

de llorarse .»

A esto , poco más o menos , se reduj o la conver

sac ión ant e s de comer, y sobre e l mismo asunto

continuó durante la comida . Y como nunca aca

haría yo si hubiese de referir cuantas especies se

tocaron , todas de murmuración o de fa tuidad , e l

lector llevará a bien que las suprima , para contarle

e l modo con que fué recibido un pobre diablo de

autor que llegó a casa de Arsenia hacia e l fin de la

comida .

Entró nuestro lacayuelo donde estaban c om i en

do,y en voz alta dij o a mi ama : ((Señora , ahí está

u n hombre con la camisa sucia y lleno de cazoa

rri as hasta el cogote, que , con perdón de ustedes ,tiene traza de poeta , y dice que desea hablar a

usted .» (Hazle subir— respondió Arsenia ¡Nada

de cumplimientos , señores— añadi ó que es un

autor !» Efectivamente , era un o que había com

puesto cierta tragedia admitida por la compañ ia

y traía e l papel que había de representar mi ama .

Llamáb ase Pedro de Moya . Al entrar, hizo cinco

o seis profundas cortesias a los concurrentes , sin

que ninguno de ellos se levantase ni siquiera le

saludase . Solamente Arsenia le correspondi ó con

un a simple inclinación de cabeza . Fuése acercan

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para echarles a perder . Tengo bien conocidos a

esos pobres diablos y por eso mi smo sé que si lostratáramos de otra manera presto se olv idarían delo que son y nos perderían el respeto . Trat émoslos ,

pues , como esclavos , y no temamos que les apure

m es la paciencia . Si , enfadados , se ret iraren de

nosotros algún tiempo , n o durará mucho; la manía

de escribir les hará presto volver a buscam os , y

darán gracias a Dios si nos dignamos de represen

tar sus obras .» ( Tienes mucha razón— d ij o enton

ces Arseni a solamente perdemos aquellos auto

res cuya fortuna labramos con nuestra habilidad ,

pues luego que los hemos acreditad o y puesto en

paraje de que tengan que comer se dan a la ocio

sidad y ya n o quieren trabajar; pero al f in —la

compañía se con sire la y el público tiene menos que

padecer . »

Aplaudieron todos este parecer y quedaron en

que los autores , a pesar de lo mal que los trataban

los comedi antes,siempre les estaban muy obli ga

dos , porque les eran deudores de todo lo que t e

nian . Así los abatían los h i striones , haciéndolos i n

feri ores a ellos y ciertamente n o podían despre

c ia rlos más .

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CAPITULO XII

Toma Gi l Blas inclinación al teatro, entregase en

teramente a los pasatiempos de la vida cómica ydentro de poco se disgusta de ella .

Los convidados se quedaron hablando sob remesa

hasta que llegó la hora de ir al teatro , y entonces

marcharon todos a él . Segui los y v i también la co

media que se representó aquel día, la que me g ustó

de man era que hice ánimo de n o perder n inguna .

Así m e fuí insensiblemente acostum brando a los

actores : a tanto llega la fuerza de la costumbre .

L leváb anme particularmente la atención aquellos

que hacían más gestos y daba n más gritos en las

tablas , y n o era yo el ún ico de este gusto

N o m e causaba menos agrado la discrecron de

las piezas que el modo de representarlas . Algunas

verdaderamente me embelesaban; sobre todo aque

llas en que se dejaban v er a un mismo tiempo en

el teatro todos los cardenales o los doce pares de

Francia . Sab ia de memoria muchos pasos de aque

llos incomparables poemas . Acuérdome de que en

dos d ias aprendí toda entera un a comedia famosa ,in titulada La rei na de las flores . La rosa era la

reina , que tenía por con f iden t a a la v ioleta y por

escudero al jazmín . N o había para m i obras mejores que las parecidas a éstas , persuadido de que

daban mucho honor a nuestra nación .

N o me contentaba con adorn ar mi memoria con

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los trozos más selectos de estas bellas producc io

n es dramáticas , sino que también me apliqué a

perfeccionar el gusto , y para consegui rlo con acier

t o , escuchaba con la mayor atención e l parecer de

los comedi antes . S i alababan un a pieza , yo la é s

timaba, y despreciaba todas aquellas de que les

o i a hablar mal . Pare c iame que eran t an i n t e ligen

tes en piezas teatrales como los d iaman t ist as en

piedras preciosas . Sin embargo , observé que la tra

gedia de Pedro de Moya fui muy aplaudida , aun

que ellos habían pronosticado que todos la silba

rían . Pero n o bastó esta experiencia para que su

crítica se m e h iciese sospechosa, y antes qui se

creer que el público carecía de gusto y discerni

miento que dudar de la i nf alib i li dad de la compa

ñía . N o obstante , m e aseguraban todos que ordi

nariamen te eran recibidas con aplauso aquellas co

medi as nuevas de que los actores formaban mal

concepto y , por el contrario , si lb adas casi todas

las que ellos más celebraban. Decíanme que era

regla general suya hablar siempre mal de las obras ,y me citaban mil ej emplares de algunas que ha

b ían desmentido sus decisiones . Todo esto fué me

n ester pa ra que al cabo me desengañase .

N o se me olvidará jamás lo que sucedió un d ia

en que se representó un a comedia nueva . H ab iales

parecido a los comedi antes fría y fastidi osa , adelan tándose a pronosticar que e l audi torio n o la

veria con clui r. Con esta preocupación representaron la primera j ornada, que mereció grandes aplausos. Admi rólos mucho esto . Representaron la se

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señores ya viej os de que hablé antes , concur rían a.

ella varios elegan tes y n o pocos hij os de familia, queen contraban en los usureros todo el dinero que hab ían menester para arrui narse . Alguna vez recibían

también a ciertos agentes de quienes se serv ían ,

los cuales , en v ez de ser pagados por su trabajo ,

les pagaban a ellas por que se dejaran servir .

Florimunda vivía pared por medio de Arseni a,y todos los d ias comían y cenaban juntas . Estaban

las dos tan unidas , que causaba admi ración a las

gentes v er tanta armonía entre cort esanas y se

cre ia que tarde o temprano se rompería su amistad

por algún ob sequi an t e ; pero conocían ma l a t an

perfectas am igas , porque era muy íntima su unión ;en lugar de ser celosas , como las demás mujeres ,hacían vida común. Gustaban más de repartir en

tre si los despoj os de los hombres que de di sputar

se neciamente sus amorosos suspiros .

Laura, a ej emplo de estas dos ilustres compañe

ras, aprovechaba también e l tiempo , n o dej ando

malograr lo más florido de sus años . H ab íame ella

dicho que v ería mi l lin dezas y no me engañó . Con

todo eso , yo no hacía el celoso , por haberle prome

t ido que procuraría adoptar el espíritu de la com

pañia . Disimulé por algún tiempo , contentándome

con preguntarle e l nombre de los suj etos con quie

n es la veia a solas en conversación; pero siempre

me respondía que era un t io o un primo carnal

suyo . ¡Oh y cuánta multitud de parientes t en ía !

Su familia debía de ser más num erosa que la del

rey Priamo . Mas n o era negocio de atenerse ún i

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3 !l 'l

camente a su inf inita parentela : hacia tamb i én sus

sa lidas fuera del árbol gen ealógico y no se olv ida

b a de ir de cuando en cuando a representar e l pa

pel de señora v iuda en casa de la v ieja de antaño .

En fin , Laura —por dar a l lector un a idea cabal de

su persona— era tan j oven, tan linda y tan alegre

como su ama , excepto que ésta di vert ía al pueblopúb licamente y la criada sólo lo hac ia en secreto .

Yo cedí al torrente , y por espacio de tres semanas

me entregué a todo género de placeres y pasat i em

pos; pero debo decir que en m edi ó de e llos me sen

t ía atormentado de crueles remordimi entos , efecto

de mi educación, que llenaban de amargura todas

mi s delicias . N o triunfó la disolución de tan salu

dab les remordimi entos ; a l contrario , eran mayores

cuanto más m e abandonaba a mis desórdenes . Co

menzaron éstos a causarme horror, gracias a mi

natural complexión . d esv enturado !— me de

c ía yo a m i mismo ¿Es esto lo que esperaba de

ti tu fami lia ? ¿N o t e bas taba haberla engañado

tomando otra carrera que la de preceptor ? El v er

te precisado a servir, ¿ t e di spensa de cumplir con

las leyes de h ombre de bien ? ¿Paréce t e que t e pue

de servir de algún provecho vivir entre gente t an

viciosa ? En unos reina la envidia , la ira y la ava

ri ci a ; el pudor v la v ergi i enza están desterrados de

otros ; éstos se entrega n a la intemperancia y a la

pereza ; aquéllos , al orgullo y a la insolencia. ¡Esto

se acabó ! ¡N o quiero v ivir más con los siete pecados

capitales !»

FIN DEL TOMO PR IMER O

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Pági nas .

CAPÍTULO XII .— Delmodo poco gustoso con que fué inte

rrumpida la conversaci ón de la señora y de Gil BlasCAPÍTULO XIII. — Por qué casuali dad sale Gi l Blas de lacárcel y a dónde se encami nó despuésCAPÍTULO XIV. Reci b imi ento que le hi zo en Burgos doñaMenc

_

ia

CAPÍTULO XV . De qué modo se vist i ó Gi l Blas, del nuevoregalo que le hi zo la señora y del equipaje en que sali óde BurgosCAPÍTULO XVI. — Donde se ve que ni nguno deb e fi arsemucho de la prosperidadCAPÍTULO XVII , — Part i do que tomó Gil Blas de resultas

del triste suceso de la casa de posada

LIBR O SEGUNDO

CAPÍTULO I.— Entra Gil Blas por cri ado del li cenciado Cc

di llo; estado en que éste se hallab a y retrato de su ama .

CAPÍTULO II . — Qué remedios sumi ni straron al canónigohab iendo empeorado en su enfermedad, lo que resultóy qué dejó a Gi l Blas en Su testamento.

CAPÍTULO III . — Entra Gi l Blas a servir al doctor Sangredoy se hace famoso médi co.

CAPÍTULO IV.— Prosigue Gil Blas ejerci endo la Medi ci na

con tanto acierto como capacidad . Aventura de la sor

t i ja recob radaCAPÍTULO V.

— Prosigue la aventura de la sort i ja; dejaGil Blas la Medi cina y se ausente de ValladolidCAPÍTULO VI . — A dónde se encaminó Gi l Blas después quesali ó de Valladoli d y qué especie de homb re se incorporó con é l

CAPITULO VII . — Historia del manceb i llo b arb eroCAPÍTULO VIII . — Encuentro de Gil Blas y su compañerocon un hombre que estaba mojando mendrugos de panen una fuente y conversaci ón que con é l tuvi eron .

CAPÍTULO IX .— Estado en que encontró Diego a sus pa

ri entes y cómo Gil Blas se separó de é l después de hab er part i cipado de ci ertas diversiones

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LIBRO TERCERO

CAPÍTULO I.— Llegada de Gi l Blas a Madrid , y primer

amo a qui en si rvió alli .CAPÍTULO II . — De la admi raci ón que causó a Gi l Blas el

encuentro con el capitán Rolando y de las cosas cu

ri eses que le contó aquel bandolero.

CAPÍTULO III . — Deja Gil Blas a don Bernardo de Castelblanco y entra a servir a un elegante .

CAPÍTULO IV.— Hace Gi l Blas amistad con los criados de

los elegantes; secreto admirable que éstos le enseñaronpara lograr a poca costa la fama de hombre agudo ysingular juramento que a instanci a de ellos hi zo en una

cena .

CAPÍTULO V.— Vese Gil Blas de repente en lances de amor

con una hermosa desconocida .

CAPÍTULO VI . — De la conversación de algunos señores sob re los comedi antes de la compañía del teatro del

PríncipeCAPÍTULO VII . — Historia de don Pompeyo de Castro.

CAPÍTULO VIII .— Por qué accidente se ve precisado Gi l

Blas a buscar nuevo acomodoCAPÍTULO IX .

— Del amo a qui en Gi l Blas fué a servir des

pués de la muerte de don Mat ias de Si lvaCAPÍTULO X .

— Entra Gi l B las a servir de mayordomo en

casa de Arseni a; informes que le da Laura de los co

medi antesCAPÍTULO XI . — Del modo como vi vi an entre si los come

di antes y cómo trataban a los autores de comedi as.

CAPÍTULO XII . — Toma Gi l Blas incli naci ón al teatro, en

tregase enteramente a los pasatiempos de la vida có

mi ca y dentro de poco se di sgusta de ella

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LIBROS DELA NATURALEZA

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profesor en el Museo Nacional de Ci enciasNaturales . Un volumen de 96 páginas , 42 di e.b ujes y 6 lámin as fuera de texto , con 13 fotograb ados en papel estucado .

La vida de la Tierra, por J . Dan ti n Cereceda ,

profesor en e l Instituto de San Isidro de Madri d . Un volumen de 96 páginas , 21 dibujos!y 6 láminas fuera de texto , con 10 fot ograb ados en papel estucado .

El mundo alado, por A ngel Ca brera , profesoren el Museo Nacional de Ciencias Naturales .

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Madrid y en el Museo Nacional de CienciasNatura les . Un volumen de 96 págin as , 43 dib ujes y 6 láminas fuera de texto , con 10 fot ograb ados en papel estucado .

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El mundo de los insectos, por An ton i º de Zulueta , profesor en e l Museo Nacional de Ciencias Naturales . Un volum en de 96 páginas ,4 1 dibuj os y 6 lám inas fuera de texto , con

12 fotograbados en papel estucado .

Los animales salvajes, por An gel Ca brera , pro

f esor en el Museo Nacional de Ciencias Naturales . Un volumen de 96 págin as, 24 dibuj osy 6 láminas fuera de texto , con 10 fot ogra

bados en papel estucado .

Peces de mar y de agua dulce, por An gel Ca

brera , profesor en el Museo Nacional de Ciencias Naturales . Un volumen de 96 ' páginas ,40 dibujos y 6 láminas fuera de texto , con 1 1fotograbados en papel estucado .

La vida de las plantas, por J . Dan ttn Cereceda ,

profesor en e l Instituto de San Isidro de Madri d . Un volumen de 96 páginas , 3 1 dibujosy 6 láminas fuera de texto , con 1 1 fotograb ados eu papel estucado .

Los animalesmicroscópicos, por An gel Ca brera ,

profesor en e l Museo Nacional de CienciasNaturales . Un volumen de 96 págin as, 42 dibujos y 6 láminas fuera de texto , con 10 fotograbados en papel estucado .

La vida de las f lores, por J Dan ttn Cereceda ,

profesor en el Insti tuto de San Isidro de Ma

drid . Un volumen de 96 págin as, 31 dibuj osy 6 lám inas fuera de texto , con 11 fot ograb ados en papel estucado .

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Aventuras del capi tan Oorcoran, por Alfredo Aaaollant .— Uutomo . Cuatro pesetas cincuenta céntimos .

I cazador de c i ervos, por Fenimore CooperCada uno cuatro pesetas .

Los ti radores de rli le, por Mayne Reid .— Un tomo. Cuatro pe

setas.

La leia del tesoro, porRoberto L . Stevenson .- Un tomo Oua

tro pesetas.

De la Ti erra a la Luna, por Juli o Verne . Un tomo. Treepesetas cincuenta céntimos.

Los mercaderes de pi eles, por Ballantyne .— Uu tomo Cinco

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Salvado del mar, por Ki ngston .— Uu tomo . Cuatro pesetae

La mari na mercante, por Marryat .— Un tomo . Cinco pemtal .

El j i nete si n cabeza. porMayne Be id .— Dos tomos. Cada uno

cinco pesetas.

Dos años al pi e del mi a…, por Dana .— Un tomo. Tres pesetas.

El último mohi cano, por Fenimore Cooper.— Doe tomoe . Cada

uno tres pesetas.

Alrededorde la Luna, por Julio Verne . Un tomo. Tree pesetas.

La i sla de coral, por Ballantyne.— Uu tomo. Tree pesetas cin

cuenta céntimos.

Rob inson Crusoe, por Defoe .— Doe tomos. Cada uno tres pe

Aventuras de Román Kalbri s, porMalot .— Un tomo. Tree peº

setas.

Prºpi edad del Rey, por Marryat .— Dos tomos. Cada uno tree

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A lo largo del Amazonas, por Ki ngston. Dos tomos. Cadauno tres pesetas.

El Rob i nson sui zo, por ! yes.— Un tomo. Cuatro peseta .

Via jes de Gulliver, por Swi ft .— Un tomo . Tres pesetas.

El matador de leones, por Gérard .— Un tomo. Tree peseta.

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