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El Mollete Literario Enero 15, 2016, Número 29, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Carlos Ramírez pág.12 Secretaría de Cultura En busca del Malraux mexicano o del vigilante de museos

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El Mollete LiterarioEnero 15, 2016, Número 29, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Carlos Ramírez pág.12

Secretaría de CulturaEn busca del Malraux mexicano

o del vigilante de museos

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Enero 2016El Mollete Literario

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición

[email protected]

Consejo EditorialRené Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Mathieu Domínguez PérezDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete LiterarioSecretaría del buen dormir Por Luy

Índice3

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Un buen-día, señor ZarcoPor “Laargos”

Letras TorcidasPor César Cañedo

CosmonautasPor Samuel Enciso

Luy, 35 años de labor artística y contandoPor José Luis Rojas

Flora y fauna del abandonoPor Luis Flores Romero

Secretaría de CulturaEn busca del Malraux mexicanoo del vigilante de museosPor Carlos Ramírez

¿Transición hacia dónde? La nueva Secretaría de CulturaPor Paul Martínez

Stephen King. La caja de herramientasPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Memoria de un personaje que no existePor Ulises Casal

CaerPor Luis Villalón

Escuché vocesPor Canuto Roldán

Oltre l’oblioPor Ximena Cobos

editorial

“Mi misión es matar el tiempo y la de éste matarme a su vez. Se está bien entre asesinos”.

Emil Cioran

Sorprender al 2016, la meta de la Secretaría de Cultura

L legó el 2016 y con él la nueva Secretaría de Cultura, una apología al sector en México que por tantos años ha sido tratado como un mal

negocio, contrastante con la economía del mexicano.Si bien se espera que proporcione el empuje que

artistas mexicanos han esperado por décadas, su co-mienzo no es ave de buen augurio debido a las con-tradicciones en el decreto signado por el mandatario.

Mientras que el actual secretario crea un programa de trabajo y lo presenta, queda cuestionarse si se trata de un primer intento por “evolucionar” o de prisas por ganar adeptos ante la grave crisis de inseguridad en el país, aunada a la financiera, que golpea a todos los sectores, entre ellos la cultura misma.

Pese a ello, lo que se desea con la transformación Conaculta-Secretaría de Cultura es que no sea una institución que solamente gestione recursos o reparta ideologías, sino que desafié al futuro.

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A René Avilés

Z arco, Pancho, ¿dónde está tu representación pétrea? Ya no queda nada más de ti en esa

otrora Plaza de la Información, ahora despojada de ti y de ese otro muro que detrás te hacía sombra. ¿Acaso será que para evitar crear nuevos monumentos a recientes periodistas han optado por la desaparición forzosa? Pero, si tú eras sólo una estatua, ¿representabas, “For-tún”, algún peligro opositor todavía?

Sí, sé que esa no es la única arcilla en tu honor. En parajes lejanos al centro del centralismo tienes otras tantas escul-turas, plazuelas, todas en tu memoria, a las cuales gente que se cree colega tuya va de forma arbitraria a montarte vene-rantes guardias de cuerpo ausente.

¿Y?, poco importan las que están allá, en lo recóndito. Esta, derribada

Un buen-día, señor Zarco

Por “Laargos”

ahora, era la que, entre otras tantas es-cenas capitales, vio hace no tanto encau-zarse hacía Reforma —la pasarela de los inconformes— las consignas de hordas que, al sentirse en primavera, lanzaban flores con mesiánico aire hippie revival.

Se ha de hallar tu paradero.

***La teoría de la abducción no cruzó mi mente aquella noche en la que descu-brí con asombro que Plaza Zarco esta-ba deshabitada, no de los pernoctantes que han hecho de ella su hogar, uno tan oscuro que raya en lo tétrico, sino de la imagen del periodista y constitu-yente Francisco Zarco (1829-1869), cu-yas espaldas eran resguardadas por un maloliente muro en recuerdo a Manuel Buendía (1926-1984), oficiante al que por pasarse de listo en su red privada le dieron cuello.

La explicación que al instante validé fue que, con eso que el cambio de nom-bre está en boga, simplemente alguien con un pulgar mucho más influyente que el de un likero cualquiera había re-suelto retirar el inmobiliario y renom-brar el lugar, o hacerlo conocer desde ahora como Antigua Plaza de…

Magnifiqué, sin detener la marcha, el hecho de tu ausencia. Aplaudí en mis adentros coagulantes de bilis que por fin alguien hubiese decidido evidenciar tu fal-ta, a ninguno de ellos les interesa realmen-te proteger los monumentos históricos ni mucho menos la libertad de expresión.

También consideré que tal acto po-dría ser visto como una evidencia sutil del amordazamiento, e incluso lo apre-cié como un desestabilizador, deto-nante necesario que sacudiría muche-dumbres minoritarias. Por otra parte, la destrucción de canonizadas efigies

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Enero 2016El Mollete Literario

ofrendadas a la secularización me se-dujo y resultó, en sí sola, loable.

***No hay más Franciscos Zarcos. En la ac-tualidad no se dan, ni en probeta, niños que con escasos 14 entren como merito-rios a la sección de traductores del Minis-terio de Relaciones Exteriores y sean al poco tiempo nombrados oficiales mayo-res. Esto de la especie extinta no lo digo sólo porque ya no exista dicha depen-dencia, hecho que imposibilita de tajo la hazaña; sino porque encomendar en nuestros días faenas similares a un púber se consideraría una violación a los dere-chos universales del mozalbete, cuyos in-tereses han de ser otros, distintos, como el óptimo funcionamiento de su Wi-Fi.

Es cierto, la vida de Zarco fue tan acelerada que ni tiempo le dio para presenciar más de una nevada en su natal Duran-go, peregrinó. Hijo de un desta-cado coronel liberal de nombre Joaquín, atestiguó de primer orden las tribulaciones de un país que en los tardíos años de la década de los cuarenta del siglo antepasado, mientras acumulaba más y más Ejecuti-vos a la lista, perdió inmensas extensiones territoriales de árida resequedad.

Su debut literario fue en El Álbum Mexicano en 1849, tras haber rechazado un puesto en la legación de Washington e inclinarse por la vocación de escritor público. No obstante, fue hasta el si-guiente año que concentró sus esfuerzos en la prensa, dando a conocer al mordaz-satírico “Fortún”, que lo mismo fue un entusiasta divulgador y defensor del libe-ralismo que un meditabundo apologista o un excepcional exponente del costum-brismo que plasmó en sus estampas los actuares del connacional que a mediados del XIX se esforzaba en ser parte de la civilidad moderna.

Haya sido en El Demócrata, diario creado para oponerse a la candidatura presidencial de Mariano Arista; en El Siglo Diez y Nueve, propiedad del gran impresor Ignacio Cumplido, o bien, en el fugaz Las Cosquillas: Periódico Retozón, Impolítico y de Malas Costumbres, que él mismo fundó, Francisco Zarco, “el exal-

tado” como le decían, al tiempo que es-cribía parábolas, estudios morales y ar-tículos inspirados en refranes, alimentó la tensión que llevó al General Arista a dimitir en enero de 1853.

Aunque las multas, censuras, rece-sos y persecuciones eran cotidianos en el quehacer editorialista del duranguen-se, éstas aumentaron una vez que Anto-nio López de Santa Anna fue requerido nuevamente para apaciguar los mares de la nación. El control de imprenta, amparado bajo la llamada Ley Lares, tuvo tal fuerza que Zarco, quien tam-bién era diputado suplente por el estado de Yucatán, se vio obligado a abandonar la prensa durante dos años.

La transacción de La Mesilla calen-tó los ánimos, en Ayutla se fraguó por

Después su balanza se inclinó por el servidor público. Otra época de ca-taclismos patrios llegó, la Guerra de Reforma (1858-1861); la alianza tripar-tita internacional en contra a las deudas aplazadas por Juárez, de quien Francis-co Zarco fue aliado jefe de Gabinete, y el colmo de colmos, la instauración del Segundo Imperio (1864-1867). El ave-jentado “Fortún”, quien había estado siete meses encarcelado en Veracruz, no cabía en el mismo país que Maximiano, Carlota y Miramón, por eso se exiló a Nueva York, donde reportó sobre polí-tica a varios diarios de habla hispana.

La República Restaurada, esa que no era tan parecida a la República de las Letras que él hubiera deseado triunfa-ra, fue un hecho que le tocó vivir poco.

Víctima de una complicación respiratoria que caló hondo en su exhausto organismo de 39 años, Francisco Zarco, quien concentró su concepción de li-teratura en el pronunciamiento que dio al recibir la presiden-cia del Liceo Hidalgo y que se reproduciría en las páginas de revista La Ilustración Mexicana, calló para siempre.

***A nadie le interesa desaparecer símbo-los de nada, el deber dicta preservarlos, lustrarlos, que no ilustrarlos, remode-larlos, hacerlos turísticos. Los bellos e inverosímiles sitios de la suave patria se han de admirar con propio ojo y jamás de habladas.

La plácida plaza es y seguirá siendo lo que es, Zarco nunca la abandonó, está ahí, por el momento envuelto en plástico transparente. La luz del sol me hace caer en la cuenta que tanto el muro hecho añi-cos como la maquinaria de esos hombres trabajando, dotan al paraje de un tono cenizo aún más acentuado que el previo.

Al contemplarlo de cerca, cual ataúd abierto, me imagino que Francisco Zar-co decidió acostarse un rato, esperar el buen-día en que el ahuizote vuelva a parir lo ha de haber cansado. Para qué tomarse el tiempo de susurrarle al oído que nada pasa dos veces, que no vol-verá a nacer. No reirá, no, es sólo una estatua.

No hay más Franciscos Zarcos. En la actualidad no se dan, ni en probeta, niños que con escasos 14 entren como meritorios a la sección de traductores del Ministerio de Relaciones Exteriores y sean al poco tiempo nombrados oficiales mayores. (...)

Encomendar en nuestros días faenas similares a un púber se consideraría una violación a los derechos

universales del mozalbete.

meses un Plan, una olvidada Revolu-ción triunfante. Francisco Zarco volvió a la palestra con periódico en ristre y desde El Siglo Diez y Nueve llamó a los capitalinos a firmar el acta de adhesión a dicho plan en la Alameda, donde, el 13 de agosto del 55, una enardecida con-gregación destruyó la imprenta de El Universal en repudio a Santa Anna, “Su Alteza Serenísima”, quien abandonó la Silla Grande y el país tres días después.

Sobrevino una racha de entusiasmo. “Fortún” no abandonó a su lector-oyen-te, pero lo trasladó a cuadros alejados del costumbrismo, localizados en el Congreso Constituyente del que ha-bría de salir la jacobina Carta Magna de 1857. Ahí, Zarco jugó un doble papel: como diputado que era de Durango par-ticipó en la configuración de los nuevos artículos, en especial en el décimo terce-ro que abordaba la libre expresión de las ideas; asimismo, fue el cronista que dio a conocer al pueblo los pormenores de tal evento político.

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Enero 2016El Mollete Literario

Por César Cañedo@[email protected]

sTo c id arsL et ra

Es en ese mensaje milenarioque mira al cielo sin

Ahora llévate también estas palabras que fueron dichas en

No será contigo

Reclamo y páramo de verdes

Memorias, sueños, prismas que

Temblor en el silencio olfatigado

Surcar agua cloral para cansarme de

Desfragmento la noche en que te fuiste

Reconstruyo

Quiero romper aquello que tuvimos

Saciarme de palabras y

Ripios, tristezas, célibes infértilescánticos que nunca

Porque en este momento me desgarro

y ya

quema tanto tu ausencia en esta hoja

Nunca tuve un poema

vanidad en intentos fracasados

limitado en el verso, que de tanto temorsiente que

Tú ya no.

Fragmentos de una ausencia amorosa Ejercicio de olvidar

Tantas treguas de paz hemos vertidoy nada evitará el derrumbamiento.Jamás había perdido por acumulación de retiradas. La tarde huele a todo lo que olvido. Un hombre y su bastón dan un paseoy el parque los recibe indiferentemientras las barras se cargan de aspiradores de bíceps,barbados exhibientes de sus brazosque quieren en una tardesoñar la fuerza que resbala al empujar con brío los metales fijadosy enmarcados al viejo sicomoro que en la banca sin ganas nos sombreaba.Huele a viril sutil como tu ausenciay el silencio ejercita las miradasde torsos vellocinos que no puedenpenetrar el dolor que me has legado.Quiero abrazarme a sus músculosy recibir un golpe o un lamento, soñar que entienden mi lenguajey no el callado repetir esfuerzoque los cautiva y los mantiene absortos. Hinchado el abandono y las espaldassujeto a la rutina para entoncesen seis repeticiones sin descansoolvidarte de lleno y ser uno con ellosque parece, en rituales masculinos,que entienden de mi luto y lo compartencada vez que un dolor de tanto esfuerzose asoma por su ojos en los míos.

Poesía

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cue

nto

Por Samuel Enciso

Cosmonautas

A terrorizados, Roger y Samantha ven cómo su nave explota en medio de la negrura del espacio,

por encima del cráter del satélite en el que hicieron tierra hace semanas.

Las estrellas lejanas parecen un cua-dro, en conjunto con el impresionante y enorme planeta que con la luz que refleja les ilumina los desencajados rostros a tra-vés de sus cascos ya un poco desgastados.

Hay suficientes nubes ligeras por enci-ma de ellos para que la nave haya dejado un rastro burlón de su último e inexplica-ble viaje kamikaze.

—Debió elevarse al menos 500 unida-des —dice Roger con un tono que parece tan surreal como lo que contemplan.

Samantha asiente. Está temblando y rechina los dientes. Apenas puede enten-der por qué Roger parece tan tranquilo. Pero, por otra parte, es inútil hacer pre-guntas obvias. Es inútil preocuparse. Es inútil enojarse. O llorar.

Ya están muertos. No hay diferencia alguna.

Así que se miran a los ojos. El vidrio del casco bellamente iluminado por los destellos del planeta y los restos de la nave que caen como fuegos artificiales. La certeza se les transforma en un miedo que pasa por tres fases: una negación irracio-nal, luego viene el miedo natural y al final el miedo resignado.

Están entrenados para no sentirlo, pero lo sienten. Siguen siendo humanos, no importa cuánto haya avanzado la ge-nética que les permite el viaje espacial con mayor facilidad y, de hecho, los hace más adaptables a la soledad. Pero es sólo para el caso de que la misión vaya conforme a lo previsto, no para cuando las naves cobran vida y se autodestruyen de forma espectacular.

¿Hay precedentes? No de la nave, pero sí de un accidente similar al suyo. Está el caso de la expedición a Limur-3, donde la flota fue engullida por una insospechada supernova. “Mal día para la ciencia”, ha-bía dicho el Director de la NASA, Meeraz

Thorn, dando vuelta a la hoja rápidamen-te. Tampoco era como si valiera la pena la-mentarlo. De igual forma que Roger y Sa-mantha, estaba acabado. El astronómico presupuesto fue superado por el astronó-mico fenómeno. “Todos los cálculos eran correctos”, constaba su veraz declaración, “La tripulación y el equipo estaban en per-fectas condiciones. El viaje inmediato y la ubicación marcaron el final del proyecto. No fue un error humano. Fue un acciden-te imprevisto. Una muy desafortunada coincidencia”.

Aquello bastó para los entendidos y para algunos cuantos que no lo eran tanto. La nación y el mundo lloraron. Los reli-giosos lo tomaron como augurio de que las deidades no querían que dejáramos nuestro hogar. El único efecto pragmático que el incidente produjo fue que la explo-ración interestelar tripulada sufriera un freno de casi cien años.

—Prepare la bitácora, teniente —le dice Roger a Samantha—. Tal vez aún po-damos transmitir alguna señal... Pero no esperemos nada de vuelta.

Samantha no responde. En cambio comienza a sufrir espasmos violentos y su boca espumea. Roger la sacude, pero sabe también que se ha perdido. Es el efecto de su píldora letal. Inmediato. Horrible y efectivo.

Roger siente algo que no ha sentido nunca. El miedo real vuelve. La soledad lo llena todo de pronto.

El planeta rojizo se levanta en el hori-zonte como un ojo maldito que lo conde-nará al infierno.

La base está a unos veinte metros de distancia de donde se han quedado para observar la tragedia. Fue mientras dormían que tuvieron que ponerse de nuevo sus tra-jes al escuchar el ruido de la nave. Primero se ubican, se desprenden del sueño alarma-dos y de inmediato, ya que han dormido juntos, se dan cuenta que algo va mal.

—¿Qué fue eso? —Pregunta Roger con los ojos muy abiertos.

Samantha ya se levanta y corre hacia

los páneles traslúcidos del corredor que lleva a los controles.

—Es la nave, capitán. La han derribado.Roger se levanta como un resorte, ima-

ginando enormes alienígenas hostiles y de color rojo que han volteado la nave como un montón de civiles desobedientes en ple-na revolución. Luego elimina esa imagen de la cabeza, sabiendo que es una tontería.

—Tiene marcas en la base —dice Sa-mantha—

—¡¿Qué has dicho?! —Dice Roger mientras mete su cabeza en el casco—. ¡Deja de mirar y corre a ponerte tu traje!

Roger recorre la base hacia la salida. Pasa por dos pasillos de paredes blancas, alargados y completamente cerrados. La luz rojiza del exterior se mantiene afuera por obra de la iluminación de leds planta-dos en el suelo y las gruesas capas del mate-rial que los aísla. Apenas sale, se encuentra con la nave que parece ser arrastrada lejos de él. Pero no alcanza a ver ninguna marca.

En ese momento llega Samantha, ya enfundada en su traje y no se detiene a contemplar lo que pasa. Su instinto es más fuerte y corre hacia la nave sin pensar en los peligros. Pero avanza apenas unos pa-sos cuando los motores se encienden y los propulsores expulsan la incandescencia del combustible. Samantha sale despedi-da hacia atrás unos cuantos metros, pero nada le pasa y se levanta en cuanto puede. Roger la ayuda.

La nave se eleva dejando en el suelo las marcas de su pesado trayecto, una conside-rable extensión de roca carbonizada y un par de astronautas absolutamente anonadados.

***Cuando Samantha cae a causa del ve-

neno, se queda haciendo movimientos es-pasmódicos en el suelo, Roger la mira con cierto desprecio.

“Cobarde”, piensa. Pero es que a él le gusta un tanto el planeta Steklov-9LZ y el satélite sin nombre al que han llegado. Y, de todos modos, ¿qué esperaba? ¿Una despedida romántica bajo el atardecer alienígeno?

La misión, de alguna manera y a pesar de todo, ha sido un éxito. Después de esos casi cien años de oscurantismo en cuanto al espacio se refería, la humanidad volvió nuevamente sus ojos al cielo y la econo-mía estaba en un buen momento, por lo que la tecnología que hacía posible el viaje interestelar inmediato recuperó el estatus

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de prodigio y se deshizo del que lo hacía una maldición para la especie.

Roger y Samantha eran los primeros astronautas, después de la tripulación de Limur-3, en probar de nuevo el viaje in-terestelar. Les llamaron Space-Benders, que sonaba mucho mejor que solamente Voyagers, como sus antecesores.

En las dos semanas varados en el Sa-télite recopilaron información, hicieron observaciones. Miraron en dirección al Sol e incluso a la Tierra y la fotografia-ron allá a mil 500 años luz de distancia. Observaron también, y muy de cerca, el exoplaneta similar a la Tierra, en el que les había sido imposible aterrizar a causa de la trayectoria de su caprichosa nave, pero concluyeron que la vida allí era más que factible, aunque quizás la gravedad fuera un poco inadecuada para los humanos en su forma actual.

Una nimiedad. La adaptación ya no de-pendía de los caprichos de la naturaleza.

Toda esa información ya no regresaría al día siguiente. Roger estaba encargado de enviarla, pasara lo que pasara. Pero ahora tardaría precisamente mil 500 años en llegar a su destino a través de las on-das de radio y el Comando en la Tierra no sabría qué había pasado con ellos. Sería hasta después de múltiples generaciones que todos sabrían la verdad.

Después de llevarla a la cama donde dormía, Roger observa a Samantha duran-te un segundo. No le ha quitado el traje espacial, pero no pretende hacerlo. Es una imagen tétrica, como un barco en el fondo del mar y, sin embargo, le recuerda que no ha estado solo y que aunque nadie entien-da qué ha pasado, todo es real.

“Qué pensamiento tan extraño”, se dice Roger.

—Ni que lo digas —dice Samantha—. Aunque por alguna razón a mí no me pa-rece correcto.

Roger da un paso atrás. Samantha no se ha movido ni un milímetro, pero él la ha escuchado claramente.

El susto lo paraliza un instante. ¿Acaso le está jugando una broma de mal gusto? Sólo hay una manera de comprobarlo. Así que avanza lentamente, como si movién-dose despacio le causara un retraso a la verdad, cualquiera que ésta fuese.

Pero Samantha yace inmóvil, con la boca sucia y el cabello alborotado dentro de su casco. Tiene los ojos abiertos por mala fortuna, vacuos, ahora efectivamen-

te inyectados en sangre. Casi duele verla. Está exactamente como la levantó.

“No sabía”, piensa Roger, “que la lo-cura se apoderara de uno tan rápido en el espacio”.

Roger se quita el casco y hace una guardia silente de 15 minutos junto al cuerpo de la que hasta hacía poco había sido su copiloto y amiga. Luego se va a atender el informe. Lo enviará a través del más fino radio que se ha construido.

Bitácora:Día 17 del aterrizaje en el Satélite Único de Steklov-9LZ.Teniente Samantha Wagner fallecida al in-gerir su píldora letal. Nave Space-Bender IX destruida en accidente de causas todavía desconocidas. Envío este mensaje con toda la información recopilada en la misión inmedia-tamente después del accidente. El Viaje Inter-estelar Inmediato es posible y el que escribe recomienda que las generaciones subsecuen-tes se aventuren a distancias intergalácticas.

—Piénsalo, Roger —es la voz de Sa-mantha, justo detrás de él, un susurro que le eriza los cabellos.

El miedo que siente es tan primario que orina dentro del traje. Ni siquiera se atreve a voltear la cabeza porque sabe lo que verá. Tiene las manos sobre el escri-torio plegable frente al que está sentado. Dentro del traje están sudando.

—¿Qué les vas a decir? —continúa la voz--. En mil 500 años el lugar de donde vienes estará tan muerto como yo. Ríe de manera escalofriante.

—¿De verdad crees que esa masa in-forme y sin dios que llamas humanidad sobrevivirá a las jaulas que ha creado para sí misma? ¿Crees que las distancia abismal que has logrado sortear para llegar a este también muerto rincón de los espacios in-finitos significa algo?

Roger grita y golpea el escritorio.—¡Jódete! —le dice a la voz—. ¡No

eres real!Entonces Roger se separa de la mesa y

se levanta, completamente aterrorizado y así mismo se da vuelta.

Samantha está a cinco pasos de él. Aún tiene el casco puesto y su mirada es aún más horrible de lo que había imaginado Roger.

—¡¿Quién eres?! —Balbucea—. ¡¿Qué eres?!

—¡Soy! —contesta Samantha, usando la fuerza de mil voces.

—Toma tu píldora, Roger —continúa Samantha—. Te sentirás mejor. Te lo pro-meto. Deja que allá abajo se ocupen de sus asuntos los que no han visto otra tierra que la que ilumina la estrella que te vio nacer. Tomará más tiempo, pero conoces su destino porque es igual al tuyo.

Y los recuerdos de Roger que le ha-blan de los que lo enviaron a las estrellas le hablan al mismo tiempo del dolor y la demencial e inútil búsqueda de un fin. Sus recuerdos lo hacen un hombre que viene de un tiempo perdido. Con la Tierra tan lejana, la perspectiva de insignificancia es clara e ineludible. Espantosa.

—Ven a mis brazos, Roger. Sabes quién soy. Has sabido desde el principio que los hombres y mujeres de tu mundo valen tanto como el polvo que pisas.

Samantha, avanza lentamente hacia él y se quita el casco.

Roger sabe que es imposible por el poco tiempo que ha pasado, pero puede percibir el fétido olor de la muerte y sabe que todo ha terminado al ver a la demen-cial criatura aproximándose.

—Los muertos te esperan, Roger. Los de tu pasado y los que te siguen. No hay diferencia alguna.

Samantha extiende su mano y pone el dedo índice en la frente de Roger, quien emi-te un grito de horror, pero se apaga de inme-diato porque todo lo que siente es placer. Se ha transformado todo en nervios receptores del más absoluto deleite. Ya no es Roger. Ya no es nada. Tan sólo existe.

Samantha se separa de Roger, pero él no se puede mover. Sus rodillas tiemblan y cae al suelo como si no tuviera huesos, toda su piel parece estar tan sensible que podría sentir el ala de una mosca cayendo sobre su mano y su mente es un remoli-no de todas las imágenes reconfortantes, felices, eróticas o graciosas que ha experi-mentado. Ni siquiera puede hablar.

Samantha se aproxima a la computa-dora en la que Roger escribía y la apaga.

—Tendrás una muerte envidiable —le dice—. Tu amiga la habría tenido, pero fue demasiado impaciente.

Se acerca de nuevo a Roger. Éste co-mienza a recuperar fuerzas, y trata de es-capar de la mano de Samantha.

—¿Por qué te resistes? Todos se resis-ten. Qué desperdicio de energía.

Cuando lo vuelve a tocar, Roger siente horror de todos modos. Morir es morir aun-que te guste. Y por Dios... ¡cómo le gustó!

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Enero 2016El Mollete Literario

E n 2015 el caricaturista Oscar Manuel Rodríguez Ochoa, mejor conocido como Luy, cumplió 35

años en su labor artístico-periodística y fue reconocido por un número impor-tante de organismos a nivel internacio-nal por haber ganado diversos certáme-nes, con lo que encumbró su trayectoria como profesional del trazo.

En una entrevista de El Mollete Lite-rario, Luy dio a conocer la lista de re-conocimientos, premios y galardones obtenido por él en 2015:

1. Reconocimiento internacional por parte de “RNA PHK Internatio-nal News Agency” de Moscú, Rusia, por sus trabajos difundidos en dicha corporación mundial.2. Premio especial en el festival internacional “Minhai Eminescu”, efectuado en Rumania.3. Reconocimiento internacional por parte de la “Agencia Mundial de Prensa”, de Nueva York y Grupo Empresarial ABC, de Barcelona.4. Cuarto lugar en el certamen in-

ternacional de cartón “Toros sí, to-reros no”, en la categoría de “Premio del público”, organizado en México.5. Premio en la Séptima bienal china Jiaxing International Cartoon 2015, celebrado en China.6. Reconocimiento internacional por parte de Corporativo Mundial Business Group Corporate Word, de Miami, Florida.7. Premio en la 6TH. Cartoonale de Geus, de Bélgica.8. Finalista en la 8ª. International Biennal of Caricature “Masters of Caricature” Plovid, en Bulgaria.9. Seleccionado en la Graphic humor exibition “Humoralia”, de Croacia.10. Seleccionado en el International Cartoon Festival Ymittos, de Grecia.

Al preguntarle a Óscar Rodríguez qué otros reconocimientos ha recibi-do, comentó que obtuvo el premio especial en la séptima Bienal Interna-cional del Humorismo, realizada en

A continuación, una selección de sus más relevantes caricaturas:

Premiado el la “7TH. Jiaxing International Cartoon Biennale 2015” (China).

Luy, 35 años de labor artística y contandoPor José Luis Rojas

la Habana, Cuba, en 1991. También fue premiado en el certamen inter-nacional de caricatura “Encuentro de dos mundos”, realizado en México en 1992.

El caricaturista de El Mollete Litera-rio indicó que en 1995 fue galardonado en la segunda Exhibición Internacional de Caricatura realizada en Tehrán, Irán. Además, obtuvo el tercer premio en el Festival Internacional del Humor, reali-zado en Bulgaria, en 2005.

También fue reconocido, dijo, en la bienal internacional Aydin Dogan Vakfi efectuada en Turquía, en el año 2000. En México ha obtenido cientos de pre-mios y reconocimientos, y sus cartones se han publicado en 230 países de los cinco continentes, mediante tres mil quinientos medios informativos en los cuales ha colaborado tanto de manera particular como a través de 80 agencias internacionales.

Entre otros cargos ha ocupado la dirección general de la Agencia Inter-nacional Mundo de las Caricaturas de Nueva York y del “Círculo mundial de profesionales de la caricatura, el dibujo y la ilustración” de Miami, Florida.

Además, ha sido director y conduc-tor de los programas “Monos, moneros y monerías” y “A Corazon abierto”, trans-mitidos por Magnitud radio y el Punto Crítico Radio. Director y profesor titular de los cursos de caricatura y de dibujo artístico, impartidos en el Club de Pe-riodistas de México, A.C.

Finalista en “Humoralia, Graphic Humor Exhibition” (Ucrania), 2015.

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Enero 2016El Mollete Literario

Participante en el Certamen nacional e internacional de periodismo 2011 (México). Publicado en el diario “El Universal”, 1990.

Seleccionado en “Caneva Ride” premio “Toni Zampol” (Italia), 2015.

Publicado en el diario “El Universal” 2008.Premiado en el primer certamen internacional “Encuentro de dos mundos” (México).

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Enero 2016El Mollete Literario

Flora y fauna del abandono

Por Luis Flores Romero

La niña de los hospitalesDescalza, impredecible, silenciosa reco-rre los pasillos. Alguien la dejó ahí hace mucho, alguien la dejó en todos los lu-gares donde se congregan los enfermos, los que oscilan entre moribundos y re-vividos. Entra sigilosa y blandísima a las habitaciones de los convalecientes. El aire de ahí adentro es más aire; la niña lo respira, inmune al mal olor. No les dice nada, ellos no la miran, sólo sienten su presencia como se siente un hormigueo en la nuca. Los huéspedes casi siempre están cansados o dormidos, catatónicos o en coma. La niña de los hospitales

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

sabe escuchar una canción que brota de los órganos de los enfermos. Una músi-ca difícil brota de las células enfermas, del tanque de oxígeno, de la sutura re-ciente. La niña escucha atenta la melo-día de los cuerpos descompuestos. Al final, se acerca al rostro del paciente y lo besa. Con ese beso ocasiona que él abra al fin los ojos o los cierre para siempre.

Cactáceas fotográficasDespués de algunos años, un día deci-des ver de nuevo las fotos donde ella y tú sonríen. Ella y tú cabían en todas las imágenes, incluso en las que sólo

aparecía uno de los dos. Cuando en las fotos se ve una ventana, la ventana re-fleja el cielo y el cielo aparece retratado de forma indirecta. Así tú aparecías en las fotos de ella y ella en las tuyas. Así lo percibiste cuando ella y tú se refle-jaban no sólo en los retratos, sino en todo los lugares, en todos sus silencios. El tiempo ha transcurrido, revisas esas fotos y encuentras que un cactus creció en cada una de ellas. En donde estaban sus rostros observas un color verde frío y duro; algo que tiene vida, una impen-sable vida en medio de la desolación. En el momento en que ustedes dejaron de

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crecer juntos, comenzaron a crecer las cactáceas. Tienes las manos espinadas de tanto acariciar esas fotografías. Tie-nes los ojos espinados.

Roedores invisibles del temorEl miedo se materializa en roedor, los roedores hacen del miedo su bandera. Las personas diagnosticadas con dicho mal afirman que los miedos se incre-mentan cuando fijan su atención en es-tas criaturas. Primero perciben un leve cosquilleo en la parte superior de la es-palda: son los roedores que inspeccio-nan su hogar. El cosquilleo se expande por todos los órganos. Cuando llega al cerebro, los temores inundan la vida de los dolientes; la marcha de los roedores controla los ruidos mentales: anhelos, memorias, ideas. Roen la alegría, las ga-nas de vivir. Usted en este mismo ins-tante puede percibir un levísimo movi-miento en su espalda; son las patitas de un roedor. Concéntrese en esa sensación y, al cabo de algunas horas, una plaga de roedores invisibles crecerá dentro y fuera de su cuerpo.

El antiárbolEn mi casa poníamos el antiárbol de navidad. No tenía patas, sus hojas arti-ficiales estaban tristes o rotas, su tronco artificial jamás habría de enderezarse. Teníamos que improvisarle una base para mantenerlo de pie. Un diciembre lo enterramos en una maceta; el antiárbol no quiso echar raíces y nosotros tam-poco quisimos que lo hiciera; nos daba temor pensar que, de haber enraizado, tendríamos que verlo durante todas las estaciones. Hubo navidades en que lo amarrábamos a un banquito o lo atorá-bamos entre un sillón y otro. Era un ser extraño, como un monstruo deprimido, un puercoespín viejo, sordo, ciego, que no molestaba salvo por su apariencia y su desánimo. Porque no había esferas, siempre lo adornábamos con lo que te-níamos a mano: envolturas de comida chatarra, piezas de un ajedrez incom-pleto, pequeños juguetes inservibles, papeles doblados en forma de avión o de barquito. Cada año lo notaba menos verde, más torcido, más complejo. La felicidad en las casas muchas veces se acrecienta en temporada navideña, el

árbol es símbolo de alegría. En mi caso, en mi casa, quitar el árbol era el símbo-lo de alegría. Por eso lo conservábamos, por eso nos gustaba y lo queríamos. Nos hacía sonreír y nos daba paz al guardar-lo en una caja que colocábamos en el anaquel de las cosas viejas. El siete de enero era para nosotros el verdadero día de navidad.

La aves del hubieraEntre las aves carentes de vuelo, desta-can las aves del hubiera. A diferencia de las gallinas, los pingüinos o las avestru-ces, de las cuales se sabe que sus ances-tros sí volaban, las aves del hubiera nun-ca han volado, ni ellas ni sus ancestros. Sus alas siempre han cumplido la fun-ción de revolotear, de extenderse como si un buen día pudieran emprender un viaje por las nubes. Son la falsa prome-sa del vuelo, la ilusión del paisaje visto desde arriba, la frustración de pertene-cer a la tierra cuando se tiene la anato-mía de aéreas criaturas. Con una cierta mirada de fracaso, las aves del hubiera trazan ficticias trayectorias de su ficticio vuelo. Aunque no se mueven nunca de su sitio, sus alas se saben el cuento de todos los lugares imposibles.

Yerbajos al final de la jornada El suelo de regreso tiene esa mala maña de entorpecer los pasos de los fastidia-dos. Fue un día difícil: hubo poco di-nero, mucho trabajo, discusiones absur-das. Alguien que no está quisimos que estuviera, y otros que estuvieron no que-ríamos mirarlos. Es como si el día lunes

de un burócrata viudo se nos metiera hasta en los huesos. Como si los relojes estuvieran en nuestra contra. Como si los recuerdos malos formaran un insec-to pegajoso que no nos deja en paz. Con estos síntomas emprendemos nuestro viaje para volver a casa. Las calles están llenas de yerbajos, del pavimento surge una cantidad angustiosa de vegetación indeseable. Nuestros pies ahí se enredan y nuestro camino se enmaraña. Siempre ocurre así en días como éstos: nuestros zapatos se cansan y bostezan; el suelo pantanoso les provoca náuseas, sueño, lentitud. Esas hierbas nacen del fastidio, de nuestro día francamente malo. Esas hierbas dificultan nuestra caminata, no quieren que avancemos y quizás lo hacen por amor. Nos miran tan enfer-mos de lo cotidiano, tan efímeros, que desean detenernos para saber si arbori-zamos como Dafne. Nuestras agujetas dicen sí, de pronto se desatan y parece que nosotros nos atáramos al piso. Nos inclinamos para anudarlas y encontra-mos dos raíces que luchan por anudarse a la tierra.

Esas hierbas nacen del fastidio, de nuestro día

francamente malo. Esas hierbas dificultan nuestra caminata, no quieren que

avancemos y quizás lo hacen por amor. Nos miran tan

enfermos de lo cotidiano, tan efímeros (...).

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Por Carlos Ramírez

Secretaría de Cultura

E l mecanismo más eficaz del con-trol social es el de la educación, y dentro de ella la cultura. Por

eso hay que pasar por un tamiz histórico la reciente decisión del gobierno federal de crear la Secretaría de Cultura como un desprendimiento de la Secretaría de Educación Pública.

El fondo de la decisión aparece, pa-radójicamente, en la superficie: reforzar uno de los mecanismos ideológicos del viejo régimen priísta: el control cultural. En 1976, al revisar su ensayo México: una democracia bárbara, el escritor comunis-ta José Revueltas estableció la categoría del Estado mexicano: no un Estado to-talitario como la URSS o Cuba, sino un “Estado ideológico, total y totalizador”, es decir, un Estado que dominaba por las ideas y no por la policía, aunque al final el autoritarismo no vacilaba en usar los recursos coercitivos de la represión.

La cultura en México es el recuento y revalidación cotidiana de las tradiciones; sin embargo, el sistema político se cons-truyó desde 1808 bajó el dominio de las ideas, de la ideología. A lo largo de más de dos siglos, el elemento cohesionador de la sociedad mexicana ha sido el pen-samiento histórico o la historia oficial. En 1964 el politólogo Gabriel Almond rea-lizó una encuesta en cinco países sobre los valores sociales y la cultura cívica, y

encontró que en México había dos insti-tuciones que jugaban el papel articulador de realidades y deseos: el Presidente de la República y la Revolución Mexicana, ésta como el elemento cultural de forta-lecimiento del poder central del sistema.

El pensamiento histórico como re-ferente inflexible en la construcción de México ha sido el alma no sólo de la política cultural sino de la ideología oficial. La izquierda socialista —de me-diados del siglo XIX en su versión anar-quista y socialista utópica hasta la fe-cha— ha sido incapaz de construir una ideología cultural diferente a la oficial. El pensamiento intelectual tampoco ha hecho algo para revertir ese proceso de dominación social: los principales inte-lectuales liberales del siglo XIX fueron funcionarios o legisladores, pocos en realidad reflexionaron sobre el porfiris-mo y la Revolución Mexicana se asentó como una ideología cultural: de valores.

El primer posicionamiento intelectual independiente en el siglo XX comenzó en 1958 cuando un grupo de escritores apo-yó a los líderes sindicales magisteriales y ferrocarrileros —que militaban en el Par-tido Comunista Mexicano— reprimidos por el gobierno para tumbarlos de los liderazgos de sindicatos de empresas pú-blicas. Pero aún ahí los intelectuales no se atrevieron a romper con la ideología

de la Revolución Mexicana, que lo mis-mo justificaba los asesinatos en tiempos de Obregón y Calles, que los radicalis-mos estatista de Cárdenas, y después el desarrollismo con alto costo social y el populismo echeverrista.

Como ruptura intelectual aunque no política hay que registrar el movimiento estudiantil de 1968: de agosto a noviem-bre se publicaron ocho desplegados de intelectuales en apoyo a los estudiantes, de crítica al autoritarismo del Estado y de exigencia de espacios democráticos en el sistema —el mismo sistema, no una transición—. La primera ruptura política y sistémica la hizo Octavio Paz en 1970 con su ensayo Posdata, en el que plantea el dilema entre democracia y dictadura y planteó la construcción de otro régimen diferente al PRI. Otros intelectuales plantearon la misma en-crucijada, pero se colocaron dentro del sistema en 1969 en un documento de varios articulistas intelectuales que apo-yaban la precandidatura presidencial de Emilio Martínez Manatou, secretario de la Presidencia. La de Paz significó la apertura de un carril político e ideológi-co diferente al priísta, e inclusive llegó a plantear en 1985 el fin histórico del PRI.

Más que ruptura, de 1958 —por el efecto político de la Revolución Cubana en México— a la reforma política de 1978

En busca del Malraux mexicano o del vigilante de museos

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que llevó al Partido Comunista Mexicano al parlamento, se estableció una disiden-cia tolerada y a veces hasta estimulada desde el poder como mecanismo de le-gitimación. Sin el apoyo de intelectuales, en 1988 inició ya la madurez política al plantearse la oposición un objetivo de al-ternancia partidista en la Presidencia de la República, abandonando su función de oposición leal o simbólica de contra-peso. La comunidad cultural se dividió en grupos, pero todavía hasta la fecha en función de posicionamientos del Estado y del gobierno y no como construcción de nuevas alternativas.

El valor ideológico como cultura política dominante y de dominación y control sociales se agotó en 1979 con el arribo —casi simultáneamente con el del PCM al congreso— de una nueva élite dirigente tecnocrática educada en los Estados Unidos. Varios intelectuales progresistas —Héctor Aguilar Camín y Carlos Fuentes, sobre todo— avalaron el cambio cultural que trajo consigo el tratado de comercio libre. Y los intelec-tuales progresistas prefirieron regresar a sus musas que debatir la derrota del pensamiento histórico.

El ciclo neoliberal ha necesitado de una lobotomía ideológica en la educa-ción, la cultura y la historia. Y los in-telectuales fueron sometidos ya no por la represión o los cargos públicos sino por las becas otorgadas por el Estado a la creación intelectual.

EDUCACIÓN Y DOMINACIÓN IDEOLÓGICALa educación fue un factor de construc-ción de la conciencia nacional. Primero por las ideas dominantes y luego ya con la conquista de la estructura educativa. La Constitución de 1824 excluyó alguna particularidad para la educación y le dejó esa tarea al Congreso —artículo 50— para promover espacios educativos a autores y a las humanidades. La Constitución de 1857 sólo estableció —artículo 3— que “la educación es libre”. Y la Constitución de 1917 apenas amplió la educación a la exigencia de laicidad, gratuidad en insta-laciones públicas y control gubernamen-tal a contenido de programas de estudio.

Los liberales de mediados del siglo XIX y los porfiristas de finales del mismo

XIX entendieron en valor de la educación en la conformación de una ideología co-hesionadora nacional; sin embargo, los liberales tuvieron poco tiempo y poca profundidad en la exploración de me-canismos más estrictos; en cambio, los porfiristas trabajaron el perfil de la edu-cación en sus objetivos modernizadores en los espacios de la enseñanza, la ciencia y el pensamiento positivista. La revolu-ción no la hicieron los maestros sino que éstos en realidad participaron como ase-sores de los revolucionarios. A diferencia de los liberales, los revolucionarios sí se percataron de que el único mecanismo de cohesión de legitimidad política era la ideología y ésta debiera de construirse desde la niñez a través de la educación.

El primer concepto político que de-finió el papel ideológico de la educación fue el de la laicidad; vía constitucional, el Estado nacido de la Revolución Mexicana le cerró las puertas al conservadurismo y al papel activo de la iglesia católica con-tra el pensamiento libre, una muy mo-desta etapa de Ilustración. En el fondo, los revolucionarios tenían pocos cargos reales contra la iglesia y el pensamiento conservador religioso pero vieron en la ideología y en la educación el camino de consolidación de dominios culturales. Los liberales del siglo XIX votaron sin de-bates la Constitución de 1857 en la parte definitoria de “en el nombre de Dios”.

En estructura burocrática de la Re-volución Mexicana, el área educativa se movió en el espacio de la Instrucción Pú-blica hasta el año de 1920 en que el presi-dente Obregón, estimulado por el filóso-fo José Vasconcelos, definió la Secretaría

de Educación Pública. Vasconcelos notó la potencialidad de la educación en la li-beración de las conciencias y empujó un vasto programa educativo que se recuer-da en uno de sus programas principales: la edición en tirajes de millones de los autores clásicos de la cultura universal. Y en función de un programa revolucio-nario, el presidente Cárdenas instauró la educación socialista en cuanto a valores humanos solidarios y populares, no en términos marxistas.

El espacio de la cultura en la buro-cracia gubernamental apenas fue inicia-do y mantenido por poco tiempo por Justo Sierra al darle a la Secretaría de Instrucción Pública el apellido de Bellas Artes: 1905-1917. En términos cultu-rales, sólo Vasconcelos empujó proyec-tos especiales más allá de la educación, aunque su filosofía humanista e india en la propuesta de la raza cósmica impulsó de manera muy intensa la filosofía.

En los años de los gobiernos de la Revolución Mexicana pocos presidentes le otorgaron atención a la cultura y muy pocos asignaron la cartera educativa a intelectuales de humanidades: el poeta Jaime Torres Bodet con Avila Camacho y López Mateos, el novelista Agustín Yá-ñez con Díaz Ordaz y el historiador Jesús Reyes Heroles con Miguel de la Madrid. Hubo casos más pragmáticos: Calles fue secretario de Educación al abandonar el poder en 1928, los políticos Porfirio Muñoz Ledo y Manuel Bartlett ocuparon esa cartera y el tecnócrata Ernesto Zedillo despachó desde el escritorio de Vascon-celos, y los demás fueron burócratas de paso por el edificio de la SEP.

Los gobiernos priístas operaron sobre la ideología como el marco de operación de la educación y la cultura; los intelec-tuales se movieron de la creación literaria y científica a la actividad política crítica y disidente, pero sin romper con la ideolo-gía oficial del régimen. La capacidad de dominación del Estado y la concepción del Estado desde el marxismo como re-presentante de la clase proletarias facilitó el discurso priísta: el debate final sobre la conciencia se daba en la cultura, no en las protestas como la del 68 exigiendo apenas espacios democráticos.

Ante un sector privado ajeno a cual-quier promoción cultural y un sector uni-

Los gobiernos priístas operaron sobre la ideología como el marco de operación de la educación y la cultura; los intelectuales se movieron

de la creación literaria y científica a la actividad

política crítica y disidente, pero sin romper con la

ideología oficial del régimen.

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[email protected]

@carlosramirezh

versitario copado por mafias burocráticas ajenas a la cultura, la cultura en México quedó al garete. Y los intelectuales cultura-les no pudieron romper el cordón umbili-cal con el gobierno y con el Estado y ahora sobreviven más de las becas y promocio-nes de la venta de sus servicios culturales.

CULTURA: MUSEOS, FERIAS Y PIRÁMIDESLa creación de la Secretaría de Cultu-ra en 2015 fue sacada de la manga del tercer informe presidencial y se aprobó por todos los partidos en el Congreso sin debatir su realidad. A diferencia del fascismo español en el que la palabra cultura obligaba a los militares a sacar sus pistolas, en México la invocación de la cultura es una especie de expia-ción política: se obtienen perdones sin necesidad de armas ni represiones. Sin embargo, los espacios de la dependencia cultural estarán acotados por el hecho de que la cultura debe ser la administra-ción de los instrumentos y no la fabrica-ción de la ideología.

Francia y España quisieron construir un Estado cultural con ministerios espe-cíficos para la cultura, pero su fracaso ha sido previsible: administran museos, vi-gilan leyes de protección de riqueza his-tórica y operan como ventanilla de entre-ga de vales en formas de becas y se meten en las luchas burocráticas por el poder. La Secretaría de Cultura de México será una estructura burocrática que no podrá absorber a las oficinas públicas respecti-vas ni tendrá la fuerza para construir un federalismo cultural. Las universidades públicas que manejan presupuestos para ferias y cultura nunca cederán el poder económico de esas tareas.

El tema de cultura aparecía como un pasivo en el gobierno del presidente Peña Nieto después del incidente de su campaña en la feria del libro de Guada-lajara donde no pudo citar a tres autores favoritos. Pero el problema no era de bi-bliografía; México ha tenido presidentes de amplia cultura y quizá sólo uno con maderas de escritor: José López Portillo, pero el saldo de su sexenio mostró que el escribir o leer libros no garantiza la pe-ricia en el manejo del poder del Estado.

El Consejo Nacional de Cultura y las Artes (Conaculta) fue fundado en el

gobierno de Salinas de Gortari como un espacio administrador de fondos de apo-yo a la creación artística; pero su saldo es más bien deficiente: muchas becas, poca creación novedosa y destrucción del patrimonio artístico. El titular de esa oficina Rafael Tovar fue designado como primer secretario de Cultura del gobier-no federal sin haber presentado pública-mente un programa de trabajo integral y de largo plazo. Al final de cuentas, los fondos para el sector educativo han sido absorbidos por la burocracia magisterial.

Nadie esperaba a un Malraux mexi-cano, a partir de la experiencia francesa también fracasada: André Malraux era uno de los intelectuales revolucionarios más reconocidos por su apoyo a los re-publicanos españoles y a los comunistas de China, pero a la hora de su trabajo político e ideológico no supo lidiar con la revolución juvenil de 1968 que atro-pelló el prestigio del general De Gau-lle en la segunda guerra mundial y en la liberación de Francia, y lo llevó a la derrota en un plebiscito que lo obligó a renunciar. La Secretaría de Cultura de México nació en medio de un deterio-ro de la actividad intelectual, de la baja producción cultural y de la dispersión de artistas. La vida intelectual en Mé-xico fue activa en la segunda mitad del siglo XX por la dinámica de las comu-nidades culturales en pugna contra el sistema priísta y luego entre los propios grupos culturales por su relación con el régimen. De 1951 a 1972 se dio un choque cultural de intelectuales con el autoritarismo oficial y de 1972 a la fecha los gobiernos priístas y panistas prefi-rieron sacar a los intelectuales de sus agendas políticas y de poder. La muerte de Octavio Paz, Carlos Fuentes y Car-los Monsiváis —de 1998, 2010 y 2012, respectivamente— terminó por liquidar el activismo intelectual como detonador de inquietudes sociales y las dos revistas

mensuales y los pocos suplementos se-manales actuales han carecido de fuerza para regresarle el poder social a la cultu-ra. Las universidades públicas han con-vertido las actividades culturales en ne-gocios privados de grupos dominantes.

En este contexto la creación de una Secretaría de Cultura ni siquiera ajusta cuentas del presidente Peña Nieto con los intelectuales por sus desencuentros, además de que los grupos intelectuales han perdido interés en la sociedad y en los medios. Ciertamente que la cultu-ra puede reactivar el dinamismo social de los mexicanos, pero los intelectua-les más prestigiados hasta la fecha se la pasan quejándose con pesimismo de la realidad sin producir textos que agi-ten las conciencias y atraigan el interés de los lectores. Y los críticos prefieren firmar desplegados de apoyo a Andrés Manuel López Obrador y no participar en el debate de las ideas.

Si el Estado es la única institución con capacidad para financiar las activi-dades culturales, necesita como corres-pondencia que existan movimientos culturales capaces de detonar explo-siones culturales. El problema ha sido la, polarización: ahora la cultura no es buscadora de ideas sino disidente y opositora, activista sin reflexión y hasta antisistémica rayando en lo anarquista, aún en aquellos creadores que reciben la beca con una mano y con la otra procla-man el Estado fallido.

La nueva Secretaría de Cultura será, así, una oficina más grandota para la ges-tión de apoyos económicos, pero sin una conceptualización de lo que necesita la cultura mexicana para rescatar su pasa-do, afianzar su presente y cuando menos abrir caminos desafiantes del futuro.

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Por Paul Martínez@sparringloto

[email protected]

¿Transición hacia dónde? La nueva Secretaría de Cultura

L as instituciones pretenden por principio regular, organizar, pro-mover y reconfigurar los valores

sobre los que se construyen. Esta carac-terística, presente siempre, hace que la creación de las mismas se vea acompa-ñada de una ineludible controversia.

La creación de una secretaría de Es-tado no queda exenta de esto. Cuando se trata de una Secretaría de Cultura, parecería lógico pensar que la discu-sión giraría sobre las posibles políticas culturales que esta nueva institución vendría a detener o impulsar. Pero una vez revisando las opiniones más fre-cuentes, es fácil darse cuenta de que en realidad la discusión se ha zanjado en las posibles consecuencias administra-tivas y quizás políticas que el funcio-namiento de la nueva secretaría desen-cadenará.

Aunque en principio ha sido presen-tada como una propuesta que vendría a remover la vida cultural del país dadas sus atribuciones, también se ha dicho, oficialmente, que no afectará las políti-cas y los procesos culturales que actual-mente se llevan a cabo. Se afirma, en la voz oficial, que la nueva secretaría to-mará los presupuestos, bienes y funcio-nes del Conaculta, agregando algunas que actualmente realizan tanto el INAH como el INBA, institutos que se han de-jado sin modificar, y que según se dice sólo se adecuarán a la nueva secretaría

para no “duplicar” funciones. Esto da pie a la primera situación

controversial, antes de su creación ya se contaba con instituciones que orga-nizaban y dirigían las políticas, el re-cientemente desaparecido Conaculta y los todavía en funciones INAH e INBA. Entonces podríamos preguntarnos ¿era necesaria la creación de una secretaría de Estado que cumpla con estás funcio-nes? ¿Qué implicaciones tendrá en las políticas culturales del país la creación de esta secretaría?

La primera pregunta parece respon-derse a través de la historia. La propues-ta de una Secretaría de Cultura no es nueva, el antecedente más cercano lo podemos situar a finales de los ochen-tas, sin que llegará a concretarse, pero que dio como resultado la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), instituto que repre-senta el mayor de los cambios, ya que con la creación de la Secretaría de Cul-tura desaparece al menos en el aspec-to administrativo debido a que, según las propias declaraciones del Presiden-te de la República, las funciones y los funcionarios no tendrían una variación considerable, declaración que ha sido confirmada con el nombramiento de Rafael Tovar y de Teresa como el nuevo secretario de Cultura, mismo que ocu-paba el cargo de director del Conaculta. Asimismo la infraestructura, los bienes

propios y bajo custodia, y el personal a cargo del Consejo, quedaron a cargo de esta nueva institución. ¿Si nada va a cambiar, para qué cambiar?

Esto nos lleva directamente a la se-gunda pregunta que planteamos, ¿qué implicaciones puede tener la creación de la Secretaría de Cultura para las polí-ticas culturales del país?

Por principio, y así se ha declarado públicamente, no tiene ninguna impli-cación práctica, se trata simplemente de un proceso de transición mediante el cual se trasladan las funciones del Cona-culta a la nueva secretaría. Es en el plano administrativo donde recaen los mayo-res cambios, de entrada, al convertir al Conaculta en una secretaría de Estado se estarían elevando las políticas culturales del país, al mismo nivel en importancia, que las de seguridad, las de salud, las de educación, y las otras 14 secretarías. En el papel la seguridad tendría la misma importancia que la cultura para el des-empeño del gobierno federal.

No hay que ser un experto para dar-nos cuenta de que si bien, la nueva Se-cretaría de Cultura podría acceder a tan-tos recursos como lo hace la Secretaría de Seguridad, en la práctica esta posibi-lidad es casi nula. Es incluso un hecho que la nueva dependencia comenzará sus funciones ejerciendo un presupues-to menor al que ejerció su antecesor, el Conaculta. Así pues, me pregunto nue-

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vamente, ¿para qué elevar con el discur-so si en la práctica nada cambia?

Ahora bien, tampoco sería justo esta-blecer un juicio sin antes esperar a que la nueva secretaría entre en acción, aunque por los signos que se nos han dado, pa-rece que no deberíamos esperar mucho de esta transición, hay que dar cuando menos el beneficio de la duda. Mientras tanto, sólo nos queda especular.

EspecularEl término nos viene dado del latín, spe-culari: reflexionar en un plano exclusi-vamente teórico, hacer conjeturas sobre algo sin el conocimiento suficiente. Con la información incompleta y a veces contradictoria que se puede conseguir acerca de la nueva Secretaría de Cultura, no podemos emitir una opinión sólida, sería ingenuo y poco inteligente afirmar que sucederá esto o aquello, sin embar-go, esta no es razón suficiente para no emitir una opinión que puede o no ser acertada, pero que de cualquier manera ilumine el fenómeno al que nos acerca-mos. Así pues, especulemos.

¿Qué podría suceder una vez que entre completamente en operaciones la Secretaría de Cultura?

a) Que la Secretaría de Cultura se convierta en un órgano reformador.

Aunque se ha afirmado y reafirma-do que no se trata de engrosar la buro-cracia ni de entorpecer los proyectos que actualmente se realizan, parece cuando menos una consecuencia lógi-ca, que al pase de lista que tendrá que realizar la nueva secretaría se dé una suerte de reforma, en la que aquellos que anteriormente estaban regidos por los lineamientos del Conaculta tengan que pasar a revisión por par-te de esta nueva institución para ser revalidados. Ahora bien, aunque se ha insistido en que la entrada en fun-ciones de la secretaría no afectará los procesos actuales, resulta casi ingenuo pensar que así será, pues de qué servi-ría un cambio nominal si no se acom-paña la transición con acciones que empoderen a la nueva institución. Así, aunque podemos asegurar que habrá afectaciones nos es imposible calcular el grado y la forma en que estás modi-ficarán la vida cultural del país.

b) Que la nueva secretaría termine por centralizar las políticas cultura-les del país.

De nueva cuenta podemos vol-ver un poco hacia lo que se ha dicho de manera oficial, se nos ha presen-tado la Secretaría de Cultura como una institución que “democratizará” el acceso a la cultura y abrirá espa-cios para los artistas.

Si bien es cierto que ya existe una sensible centralización en lo que a políticas culturales se refiere, en parte como consecuencia de que los centros culturales y neurálgicos del país coinciden con los centros políticos, la existencia de diversas instituciones podría verse como un contrapeso ante esta centralización, desaparecer el Conaculta para pro-mover una Secretaría de Estado da la impresión de que en efecto se trata de reagrupar y reorganizar las políticas culturales, desde el centro mismo del poder, si bien es cierto que al convertirse en Secretario de Estado, el titular de la extinta Co-naculta se ve liberado de tener que comparecer ante, precisamente otro secretario, el de Educación, aho-ra estaría justamente debajo de la Presidencia de la República, es de-cir, bajo el centro mismo del poder. Nuevamente pregunto ¿qué impli-caciones tendrá esto en las políticas culturales del país? Todavía nos es imposible dar una respuesta afirma-tiva, sin embargo de entrada parece ser que se trata de nuevo de un mo-vimiento con tinte reformista y cen-tralizador, de carácter más político que efectivamente cultural.c) Que con la nueva secretaría se du-pliquen las funciones y se engorde la burocracia.

Es una conducta común en el país que los gobiernos en la admi-nistración promuevan cambios no-minales para las instituciones exis-tentes, o que incluso se promueva la creación de nuevas instituciones para solventar las necesidades que los mismos gobiernos generan, de pagar favores políticos y permitirse colocar a sus hombres de confianza al frente de estas “nuevas” institu-

ciones. El caso de la Secretaría de Cultura parece no pertenecer a este tipo de instituciones, en principio porque no es evidente la necesi-dad del Ejecutivo de tener control sobre quienes estaban al frente del Conaculta, sencillamente porque de hecho ya eran sus hombres de con-fianza. Así pues, podríamos pensar que efectivamente no se engordará la burocracia y que la nueva secre-taría funcionará sobre la misma in-fraestructura en que anteriormente funcionaba el Conaculta.

También se ha dicho que una de las tareas de la nueva secretaría será la de detectar la duplicación de fun-ciones, es decir, se encargará de ve-rificar que lo que ya realiza el INAH o el INBA no se tenga que realizar también por parte de la Secretaría de Cultura. Sin embargo en el decreto oficial se puede ver que algunas de las tareas que realizará la nueva de-pendencia son evidentemente tareas que ya realizan tanto el INAH como el INBA, por ejemplo la facultad de emitir opiniones sobre el patrimonio histórico y la de planear y organizar los programas de educación artística que se imparten en los institutos que funcionan en el país. ¿Para qué crear una institución que duplique fun-ciones, pensando que se debe evitar esta duplicidad?Así, a modo de conclusión en espera

de que la secretaría entre en funciones, queda la impresión de que se trata más de un movimiento político y con carác-ter reformista. Queda, eso sí, el benefi-cio de la duda a la que sólo el tiempo y las acciones que la secretaría emprenda darán una respuesta objetiva.

La nueva dependencia comenzará sus funciones ejerciendo un presupuesto menor al que ejerció su antecesor, el Conaculta. Así pues, me pregunto nuevamente, ¿para qué elevar con el discurso si en la práctica nada cambia?.

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Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

S tephen Edwin King es uno de los escritores norteamericanos más prolíficos, autor de 50 novelas de

terror y fantasía —30 de ellas adaptadas al cine y a la televisión— y 350 millones de ejemplares vendidos. Actualmente vive en Bangor, estado de Maine, con su esposa, la también escritora Tabhita Spruce, aunque posee otras propieda-des, en las que reside temporalmente.

Nacido en Portland en 1947, su in-fancia fue bastante dura. Su padre aban-donó a la familia cuando King tenía dos años y su madre sufrió para criarlo, a él y a su hermano mayor. Trabajó para pagar sus estudios y cuando se licenció, obtu-vo un certificado para enseñar lengua y literatura. Se casó en 1971 con su actual esposa y la pareja vivió en un remolque, hasta que en 1974 se publicó su primera novela Carrie. Por aquel tiempo, y du-rante una década, King tuvo problemas con el alcohol. Esta adicción le sirvió para perfilar el personaje principal, Jack Torrance, de su tercera novela, El res-plandor, publicada en 1977.

En 1999, King fue atropellado por un coche mientras caminaba por el arcén de una carretera y arrojado a una zanja. Le operaron cinco veces en diez días y, poco a poco, fue retomando su trabajo, a pesar de los fuertes dolores que pade-cía en la cadera. En aquel tiempo, estaba terminando un ensayo Mientras escri-bo, a modo de pequeña autobiografía,

en la que cuenta cómo fueron sus inicios y expresa sus recomendaciones para to-dos aquellos que quieran dedicarse a la literatura. La obra se publicó en el año 2000 bajo el título On writing.

De su contenido se han escrito nu-merosos extractos en forma de manua-les o decálogos para escritores, algunos de los cuales se pueden leer en los enla-ces que figuran al final de este artículo. Aquí, nosotros, hemos resumido parte del capítulo Caja de herramientas, en la que el autor expone los requisitos bá-sicos que él considera necesarios para todo aquél que pretenda escribir una novela. El primero de todos es la con-creción: “Cuando escribas, quita todo lo que no sea la historia”.

El vocabulario Es la herramienta más importante, tu pan de cada día. Y no te compliques la vida. Utiliza lo que tengas, el vocabula-rio de la calle, sin ningún sentimiento de culpa o inferioridad. Elige palabras sencillas y cortas, por ejemplo, “sueldo” en lugar de “retribución”. Buscar pala-bras complicadas por vergüenza de usar las normales es lo peor que le puede pasar a tu estilo. La escritura presenta cierta complejidad, pero el vocabulario no se aleja demasiado del de los libros infantiles. Si consideras que tus lectores se pueden ofender con el verbo “cagar”, di “hacer del vientre” o “hacer sus nece-

sidades”, pero no “ejecutar un acto de excreción”. No se trata de fomentar las palabrotas, pero sí el lenguaje directo y cotidiano.

Hay escritores con un léxico enor-me; algunos se asemejan a esos persona-jes que no fallan una sola respuesta en los concursos de vocabulario de la tele y que serían capaz de escribir un párrafo como éste: “Las cualidades de correo-so, indeteriorable y casi indestructible eran atributos inherentes a la forma de organización de la cosa, pertenecientes a algún ciclo paleógeno de la evolución de los invertebrados que se hallaba fue-ra del alcance de nuestras capacidades especulativas” (H.P. Lowecraft, En las montañas de la locura). ¿Qué te parece?

La gramática Es el segundo requisito que hay que co-nocer para ser escritor. Y no digas ahora que no tienes tiempo, que escribir es divertido, pero que la gramática es un coñazo. Los principios gramaticales de la lengua materna, o se asimilan oyendo hablar y leyendo, o no se asimilan. Si quieres recordar sus reglas, cómprate un buen manual. Cuando empieces a ho-jearlo, te darás cuenta de que lo sabes casi todo, sólo hace falta desoxidar la broca y afilar la hoja de la sierra.

Los elementos indispensables de la escritura son dos: los sustantivos y los verbos. Con ellos, se construyen las fra-

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ses. Y éstas deben organizarse de acuerdo con las reglas de la gramática. Infringir-las sería romper o dificultar la comuni-cación, salvo si te sobra talento: “Según consta desde antiguo, a veces los mejo-res escritores se saltan la retórica”, dice William Strunk, autor de un excelente manual de estilo The elements of style. No obstante, añade a continuación: “A menos que estés seguro de actuar con acierto, harás bien en seguir las reglas”.

Pero cómo estarlo sin una noción rudimentaria de cómo se transforman las partes de un discurso en frases co-herentes. La respuesta es obvia: No se puede. Al menos, has de saber que los sustantivos son palabras que designan, y los verbos, palabras que actúan. Si los juntas, obtienes una frase: “Las piedras explotan”, “Jane transmite”, “Las mon-tañas flotan”. Pues bien, a no ser que seas un genio, trata de construir frases cortas. La simplicidad de la construc-ción nombre-verbo es útil porque te dará seguridad y evitará que te pierdas en el laberinto de la retórica. ¿A que a Hemingway no le fue mal con las frases simples?

A pesar de la brevedad de su manual de estilo, William Strunk encontró es-pacio para exponer sus manías en cues-tión de gramática y usos lingüísticos. Odiaba las expresiones “el hecho de que” o “por el estilo de”. Prefería utili-zar “alumnado” en lugar de “cuerpo de alumnos”. Su famosa regla 17 no ha per-dido valor cien años después: “La escri-tura vigorosa ha de ser concisa. La frase no debe contener palabras superfluas ni el párrafo, frases innecesarias. Esto no significa que haya que utilizar siempre frases cortas, omitir los detalles o tratar los temas a la ligera, sino que cada pala-bra diga algo”.

La voz pasiva Stephen King también tiene sus fobias (“en aquel preciso instante”, “al final del día”), pero sobre todo arremete contra el uso de la voz pasiva. La voz pasiva es una afición propia de escritores tími-dos, igual que los enamorados tímidos tienen predilección por las parejas pasi-vas. La voz pasiva no entraña peligro, no obliga a enfrentarse a una acción pro-blemática. Y también, de los escritores

inseguros que creen que la voz pasiva confiere autoridad e incluso majestuo-sidad. Escribe el tímido o el inseguro: “La reunión ha sido programada para las siete”. Levanta la cabeza, yergue los hombros y toma las riendas: “La reunión es a las siete”. Y punto. ¿A qué suena mejor?

El abuso de la voz pasiva le da ga-nas de gritar. Queda fofo, demasiado indirecto y a menudo enrevesado: “El primer beso siempre será recordado por mi memoria como el inicio de mi idilio con Shayna”. Este individuo, además de tímido e inseguro, es un cursi, seguro que Shayna no le aguanta mucho tiem-po. “Mi idilio con Sayna empezó con el primer beso. No lo olvidaré”. Así está mucho mejor, a pesar de repetir la pre-posición “con”. Partida la frase en dos, la idea original es mucho más fácil de entender, y nos hemos librado de la maldita voz pasiva.

Los adverbios terminados en -mente Igual que la voz pasiva, los adverbios terminados en —mente parecen hechos a la medida del escritor tímido que tie-ne miedo de no expresarse con claridad, de no transmitir la imagen que tiene en la cabeza. Es como el diente de león, uno en el jardín hasta hace bonito, pero como no lo arranques, al día siguiente encontrarás cinco, al otro cincuenta y a partir de ahí, lo tendrás “completa-mente”, “avasalladoramente” cubierto de dientes de león. Entonces los verás como lo que verdaderamente son, malas hierbas que ya no podrás cortar.

Examinemos la frase “cerró firme-mente la puerta”. ¿Es necesario el “fir-memente”? Aunque, en este caso, no está del todo mal, es preferible actuar sobre el texto precedente para informar al lector de cómo el personaje cerró la puerta que no acudir al adverbio para transmitir la sensación de “portazo”. En general, si el relato está bien construido, el contexto de la narración indicará el modo en que se produce la acción y lec-tor sabrá entenderlo, sin necesidad de acudir a términos como “lentamente”, “alegremente”, “tristemente”, que en la mayoría de los casos son superfluos, si no redundantes.

Verbos de atribución Los verbos de atribución (que la RAE denomina “verbos declarativos” o “verba dicendi”) del diálogo sirven para asig-nar el discurso al personaje y van pre-cedidos del guión largo. Los más usados son: decir, pensar, exclamar, replicar, aclarar, preguntar, responder, criticar, murmurar, etc. Sin embargo, Stephen King es partidario de utilizar solo uno: “decir”. Es un adepto del “dijo” hasta en los momentos de crisis emocional, pero sólo si hace falta. Si se sabe quién habla, el verbo de atribución sobra, otro ejem-plo de la regla 17: “Omitir palabras innecesarias”.

Hay autores que plantan el adverbio para modificar los verbos de atribución en el diálogo, quizá para que el lector entienda mejor lo que quieren expresar. Es una mala práctica que sólo debe usar-se en ocasiones muy especiales. Veamos tres ejemplos:

—¡Suéltalo! —exclamó amenazado-ramente.

—Devuélvemelo —suplicó lastimo-samente.

—No seas tonto, Jekyll —dijo des-pectivamente Utterson.

En estas tres frases, “exclamó”, “su-plicó” y “dijo” son verbos de atribución de diálogo (o declarativos). En los tres casos, el adverbio sobra, no aporta in-formación, salvo quizá en el tercero. Si tu relato está bien narrado, es probable que el lector sepa cómo lo dijo, sin ne-cesidad de acudir al adverbio. Ahí está el talento del escritor.

También hay escritores que intentan esquivar la regla antiadverbial inyectan-do esteroides al verbo de atribución:

—¡Suelta la pistola, Utterson!—graznó Jekyll.

—¡No pares de besarme! —jadeó Shayna.

—¡Qué puñetero! —le espetó Blil. No caigas en ello. La mejor manera

de atribuir diálogos es “dijo” a secas. Por fácil que parezca un idioma, siempre está sembrado de trampas. Sólo te pido que te esfuerces al máximo. Ten presen-te que escribir adverbios es humano, pero escribir “dijo” es divino.

Texto publicado en http://serescritor.com/stephen-king-la-caja-de-herramientas/#sthash.

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Memoria de un personaje que no existePor Ulises [email protected]@gmail.com

Ruge el revolver cerca del rostrocomo rose de un rasguño recíproco,donde se registra el rastro de un recuerdoque retó al reloj resucitar.

Raro en un rival revertir la rimacomo recurso para resignarse,es ridículo rendirse como rey,robar un ruido a la razón,recorrer tu reino como rehénde tu recuerdo,rodear con rabia un rango,recostarte a reconstruir un rompecabezas sin remedio.Tanto respeto con rigorruboriza el rostrorojo como el rubí.

La raíz de un robleno es como una red en un río donde se va a remar.Ningún refrán reemplaza una buena reflexión.Releva en la retaguardia de tu reinoal romántico redentor que se refleja en tu ropero,rezar un rosario no resucita ni una rosa,no te recluyas en un ruegono te rasgues las rodillas,tu respuesta resplandece en el relámpago que te reclama respeto a lo que remedia la razón,

Régimen

Corazón

En la boca me cabe su corazón,el corazón es un grito,un cometa de sangre,el corazón es un enigmay se pinta en la paredpara hablar de los recuerdoscomo una sobredosis de placer...

En el pecho no cabe la bocaporque tiene sangre de otro corazón.

Poesía

tu recompensa es no rendirte,la receta es rechazar la rutina,regalarte una revolución bajo la ropa,retar a los relojesy reclamar tu resplandorcon tanto regocijoque seas un rayo que se registre en los radares,que seas resplandorno sólo ruido.

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L levo mucho tiempo atrapado, no sé, esclavo de la ineptitud de mi cuerpo, encadenado por

mi mente atrofiada, tirado sobre la es-palda, con las ideas repitiéndose, cícli-cas, incapaces de elevarse y alcanzar la majestuosidad de lo improbable, un divagar en círculos, círculos imperfec-tos, pero eternos al fin y al cabo. Tengo mucha flojera incluso para desesperar-me, quizá es apatía, una apatía enlu-tada de comodidad, de una serenidad con tufo agrio, irritante como una úlce-ra péptica bañada en ácido muriático, en Kentucky Fried Chicken. No quie-ro esforzarme pese a verme enterrado en una agonía pasiva, un ensueño de fracasos y muertes milimétricas, las cé-lulas pudriéndose una a una, con pe-reza, arrastrándose y bostezando en el limbo. Los relojes han sido sometidos y las funciones sinápticas se agazapan en los rincones más cálidos del brotar de la sangre, un fluir sereno, un nirva-na doloroso. Extraño que me amarren y me peguen, extraño gritar y sufrir y la cara empapada de sus propias secre-ciones, me extraño y te extraño, y tener anécdotas e historias con orden crono-lógico, una línea horizontal, altibajos, un electrocardiógrafo, y los latidos a destiempo, una bella sinfonía rabiosa, un relato erótico, y esperar la muerte en una avenida de Polanco, junto a un charco de vómito color salmón…, ocre. Estoy harto de mi predictibilidad, enfermo y asmático, quiero una mar-cha fúnebre punk. Esperándote aquí, es curioso como el tiempo se dilata cuando la muerte está tan próxima, cada segundo se expande en un mon-tón de pensamientos incoherentes, digo coherentes, un vergonzoso esfuer-zo de la mente por justificar su inalte-rable existencia entregada al placer de la comodidad, un poema pretencioso e insípido fraguado por la torpe mente de un anciano ora ansioso, ora som-noliento. Soy el plagio de una novela de Simone de Beauvoir que nunca leí, que me empalagó con antelación, aquí, recostado en el suelo, siempre bocarri-ba y los huesos rotos, me burlo de mi propio reflejo aún persistente en la me-

moria, enclaustrado por mis desechos corporales y los hubiera de la adoles-cencia, soy un desperdicio, al igual que tú, es mejor aflorar un poco de orgullo a dejarse ir con el sabor de la incapa-cidad cubierta de miedo y ansiedad. Sólo me queda coleccionar el dolor, tan tangible, dolor físico, por supuesto, me resulta algo distante imaginar una emoción, ser presa de un sentimiento iracundo, estar a favor o en contra de cualquier opinión; ¡Qué fastidio!, tal vez entregarme a la vanidad de cal-cular bajo qué circunstancias hallarán mi cadáver, en qué grado de putrefac-ción se encontrarán mis órganos, qué tipografía utilizarán en el informe fo-rense, un tipo de fuente Mistral dotaría de elegancia al texto, me parece. Creo que tengo hambre, no sé, no apetezco poder moverme, quiero ser un yonqui, practicar sexo anal con una monja, vio-larla, que me entierre un crucifijo en el área hepática, desperdicié mi vida. Si volviera a empezar lo haría igual otra vez, tengo miedo, estoy cerrado, mo-riré como viví, una mentira desabrida, nunca quise matar a nadie, no sé, debió ser gracioso verme caer por las escale-ras, ¿dónde estás? El miedo no existe, tampoco la muerte, productos de mi mente estática, del insoportable ahora con su perpetuidad maciza, inmuta-ble, ese buscar adjetivos para tratar de explicarme lo rotundo, ahora, no hay más, bocarriba, solo, la cadera rota, sin fuerzas, ahora, no sé, nadie quien pue-da escucharme, hambriento, arrepenti-do, esperando, no sé, ahora, todo, aho-ra , la muerte no existe, son los papás. ¿Llevo mucho tiempo atrapado?

RCAE

Por Luis Villalón

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Por Canuto Roldá[email protected]

Escuchévoces

M ás bien tus gemidos como frases breves de animal. Tus ojos, pude imaginar, eran dos

charcos de ceniza y piedra. Volví a ce-rrar los míos para así poder ignorarte. Pero estabas igual en lo oscuro de mis párpados, en las manchas de luz roja y ambarina al interior de mis párpados.

Escuché también voces mientras el humo escapaba por mis narices. Las posibilidades de que vinieran a tocar la puerta y me encontraran en ese estado eran inciertas. Escuché voces riéndose de mí.

Voces que parecían más bien ruinas.Afuera los cedros hacían sonar el

frío. Ladré para espantar al perro de la calle. Ladré para hacerles saber que sí, allí estaba yo gritando, rodeado de agua-cates, borregos y humo.

Ladré para hacerles saber cuánto me desagradaba ese silencio en la mirada,

esa mancha de un fuego viejo al que no dejaron consumirse en pleno.

Señor, noche, silencio, no eres sino una soledad que nos circunda. No eres sino una cicatriz entre mis

piernas, una marca erecta que busca encajarse en otros para disfrutar a ra-tos de esa sombra de poder, esas go-tas de luz que se derraman en cada temblor de mi garganta. Serpiente que busca anidar entre mis fauces para ha-cerme sibilar sus rezos, sus súplicas de ambición que quieren sacudirme hasta el espasmo.

Señor, noche, silencio, no eres sino un fantasma al que va zurcido mi ape-llido, mis recuerdos, mi propia voz que quiere deslizarse por tus oídos, tu cue-llo, tu pecho, tu ombligo. Eres la oscu-ridad del trino, esta voz de las entrañas, tu cuerpo cubierto de pelo, tu piel ani-mal, tu piel adictiva. Eres la descarga eléctrica que me hace dormir en paz a ratos, la liquidez de mi frente, la marea de mis pensamientos que me ahogan y se alzan contra mí.

Afuera las zorras aúllan como si tu-vieran hondas heridas, y no hacen sino prevenir a sus pequeñas presas de que se vienen acercando. Recé para expulsar el miedo de mi lengua, recé para conju-rar demonios y devorarlos poco a poco, a sabiendas que cada noche regresarían a atizar el frío de este cuerpo quebrado, blanquecino, terregoso.

Entonces abrí los ojos y vi también los tuyos, oscuros como si la noche fue-ra el humo de una incendiada vida. Abrí los ojos y cada pequeña cosa se repetía como un eco, ¿qué patrón guía a los re-cuerdos?, ¿qué ritmo hace que un sueño se presente otra vez como una canción de fondo?

Entonces abrí la boca también y moví la lengua para dejar escapar un gemido lento,

arrastrándose como si fuera un dis-creta lamidita de agua en las paredes. Mi ansiada playa vertical se desbordaba hasta inundar la casa. Mi lengua afe-rrándose a la conquista de esa fuerza penetrante. Tu lengua hurgando entre mis tierras, ¿hasta dónde llegarías para atarme a este ritmo estéril?

Luego me vi en el espejo de tu espal-da, en el espejo de tus muslos, en el es-pejo de tus nalgas, en el espejo de nada más que un oleaje que nos había empu-jado a estas orillas, sin historia concreta, sin plegarias ni gritos, sin respuestas.

Señor, noche, silencio, tus palabras se han ido volviendo un dedicado cin-celar que yo apretujo entre mis labios y mis piernas para darle la velocidad, el ritmo, la lubricidad deseada.

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Por Ximena Cobos

Para Santa I.V.V

S ofía e Isela eran dos ciudades al puro estilo de Calvino. Misteriosas mujeres de cuerpos delgados y edades diferentes. La primera, habitante de

30 ayeres, cansada de un pasado lleno de agitaciones se volvió pasiva y protectora. La segunda, ganadora reciente de un cuarto de siglo entre sus manos, llevaba una vida exitosa y un mundo de apariencias que la dotaban de bondades. Pedazos de tierra fértil localizados en el mismo meridiano, seres anhelantes de movimiento; ajenas a lo estático y la rutina, llenaban en su cabeza —retacada de autorreproches, tareas y demás compromisos— una lista de lugares por visitar donde habrían de encontrarse sin planearlo. Para Isela Nápoles ocupaba el primer sitio, para Sofía el segundo.

Cómo y cuándo se conocieron en realidad es lo de menos, un detalle simple que se aclarará más adelante; su amistad tenía cerca de seis años y había iniciado en el final del caos que habita-ra Sofía durante largo tiempo. Isela, en-tonces, conoció los mejores momentos de su amiga, vio el aterrizaje forzoso de un viaje lleno de turbulencia y cómo su vida poco a poco cuadraba en tranqui-lidad resuelta y planes cumplidos pian pianito —no sin una que otra cagadera de por medio—. La de ella, en cambio, fulguraba en vilo y esto se descubría año con año para la mayor del combo disparejo.

Nápoles, hoy Sofía viaja por fin a Nápoles, Lisboa tendrá que esperar, se dice desde adentro…

Sin embargo, Isela no sabe que to-mar ese avión para su amiga significa una dulce decepción en un sueño cum-plido. Sofía, por su parte, ignora que para Isela vivir en Nápoles desde hace un año ha implicado una historia que

llenaría todos los huecos que lleva ano-tando meticulosamente en su memoria sobre la vida de su amiga. Pero alguien le había dicho en los últimos meses a Sofía, con una constancia desesperante, que ya no había más casualidades…

¿Isela la llamó?… no… tenía tres meses sin noticias y, actitud de señora preocupona, quizá comenzó a pensar lo peor en todas las posibilidad del si-lencio; así que tomó el teléfono y, como mejor pudo averiguar, marcó decidida-mente ese número guardado en el iden-tificador de casa. Luego de cuatro in-tentos y sin saber qué hora era en aquel lado del mundo, por fin escuchó su voz de sinusítica. Casi le grita y se suelta en regaños, pero enseguida Isela le dijo que tomara un vuelo, que ella lo pagaría.

Isela siempre fue una persona re-servada con los detalles de su vida, su amiga jamás creyó que todo se debiera a la situación en que se habían conoci-do, pues ella era hermana del entonces bastante más entrado en años novio de Isela, tan pequeñita en ese entonces. Al contario, sospechaba que aquella chi-ca guardaba más verdades importantes que la duda de si hablaba o no italiano o simplemente se conocía unas pala-bras necesarias, dónde estaba su padre y por qué ya no usaba ese auto que,

Oltre l’oblio

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

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duda más o duda menos, se habría comprado ella misma.

De aquellos primeros años a Sofía siempre le quedó la idea de haberla visto hacerse gran-de, en el uso más extenso de la palabra. Aun-que Isela poco compartiera de sus labios cada logro, Sofía sabía que llegó a graduarse bastan-te a tiempo, obtuvo un empleo importante en CDH a donde iba a recogerá de vez en cuando para desayunar y platicar algunas boberías; co-noció entre aquellas charlas que Isela asistía a congresos, donde se codeaba con la gente que en su medio gozaba de renombre; ganó uno que otro premio por sus trabajo sobre trata de personas, y obtuvo años y experiencias así como ocultó emociones y verdades. En suma, para Sofía, Isela estaba enmarcada en reali-dades numerables, pero buenas. Era una es-tudiante de calidad que gustaba de continuar preparándose, no bebía, drogas ni pensarlo y amores… vivía lo que su amiga consideraba hechos normales: san valentines celebrados, fechas de aniversario no olvidadas, peluche como obsequios, apodos cursis y envolturas rimbombantes con su detalle culto.

No obstante, desde que la conoce, siempre ha creído en ella como una mujer admirable, profesionalmente admirable. No es que como persona no mereciera reconocimiento, sino que significaba diferente en la vida para Sofía, pues con cada charla, iba hallando piezas para reconstruir el ser de Isela, el rompecabezas de aquella mujer que siempre le pareció tan dis-tinta a su persona de altibajos, resistencia van-dálica a medias, espíritu hippie, decepciones maternas y apariencia de muchacho. Quizá fue la libertad y el desempacho con que siempre habló de su propia vida dolida de adicciones, sexo como si no hubiera mañana, bisexuali-dad entre bromas y detalles vergonzosos de sus amoríos; borracheras de fines de semana completos y visitas a la cárcel en domingo, lo que le dio la confianza a Isela para contar historias que su amiga escuchaba con una risa desbordada, pero que reunía con sorpresa y cierto miedo de que la vida fuese predecible, repetición de actos en cabeza ajena, espiral de actores diferentes…

Sí, Isela era un caos; siempre fue un caos que se le revelaba a Sofía con llamadas ebrias a las 12 de la noche mientras manejaba y ha-blaba por teléfono para preguntar por un hotel decente. Un caos pequeñito de cuentos que hi-cieron que Sofía reconociera un par de drogas en común hasta que Isela habló de marihuana abiertamente. Pero lo más desconcertante que jamás le dijo es que, con la vida de su ami-ga, las entendió como mujeres que cometen

el mismo equívoco sufriente una y otra vez, determinadas absurdamente por los años y la madurez que se les atañe a las edades. Le sirvió de prueba de que su propio caos no fue sim-plemente una falla generacional, que los berri-dos de sus amigas a la par de la escritura de las peores líneas de su juventud drogada, musical y fanatista, eran hechos repetibles. Pinche ar-quetipo irrompible, pinche mal sabor de boca nada más de ir viendo una y otra vez que ni las mujeres más preparadas pueden saltarse los envistes humillantes de la vida, los destinos de sus madres sobajadas, mártires de una socie-dad hibrida y contradictoria.

Los embarazos, los abortos, las recaídas en relaciones terribles, los malos tratos, uno que otro golpe de la pareja guardado bien debajo de la vergüenza, la cruda moral, los besos a lo pen-dejo, los agarrones a lo más pendejo todavía, las historias de penes pequeños y “esto no me había pasado nunca”; todo lo revivía a la luz de las char-las desenfadadas que sostenía con Isela, con cierta incredulidad y sensación de absurdo, pero entre-gando una gran sonrisa para su amiga, guardando secretos como lo hiciera ella.

En aquel vuelo Sofía tuvo tiempo suficien-te para construirse una mínima certeza: Ver la ciudad desde arriba, ver el cielo a la altura del cielo y que aún quede un más arriba que no puedes mirar es como narrarle tu vida a alguien más pequeño y escuchar su turno en silencio, mirando de nuevo hacia abajo con el vértigo como si fuera la primera vez... Y si nada eran ya coincidencias, lo único que esperaba en aquel momento, cuando aterrizó el avión y su amiga estaba ahí, parada en un aeropuerto, flaca como la recordaba y no como se había ido, con su sonrisa cansada y su vaso de café; era que tuviera una historia quién sabe cuán-tos metros sobre el nivel del mar; una historia italiana como El Tigre y la nieve… sin detalles a la Argento pero sí a la Antonioni, una mezcla de Bertolucci y Benigni… que fuera en suma, el final de la montaña rusa que escuchó como recordando el olvido, es decir, sus propios errores, dolores, huesos rotos, tragos amargos y ganas de impedir que todo le pasara a Isela, aunque sin saberlo ya le iba pasado. Espera-ba, descendiendo del avión, que en aquel año hubiera ocurrido lo que no le quedó más re-medio que esperar con paciencia de madre, y entonces Isela estuviera tan en paz como para recorrer ese Nápoles tan parecido a la Ciu-dad de México, como al inicio de su amistad, cuando bajaba de su avión privado a la misma edad que hoy tenía Isela o quizá un año más, un año menos… Cómplices en el descanso de exabruptos.