03 en mi pueblo todos somos iguales

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El Heraldo Hispano 29 de Octubre de 2014 Página 7 ¿CUÁLES DIFERENCIAS? EN MI PUEBLO TODOS SOMOS IGUALES “El 12 de octubre se celebra en España y Latinoamérica el Día de la Hispanidad, conmemorando la fecha en que se descubrió América, en el año de 1492. Han transcurrido más de quinientos años desde aquel día, que marcó el inicio de una nueva era en la historia de la humanidad: el encuentro de dos culturas totalmente distintas…” Así empezaba la clase de Estudios Sociales, allá en el pueblo, esta parte de nuestra historia; sin embargo de niños no lográbamos entender a cuáles diferencias se referían nuestros maestros, si ahí en aquella aula humilde de nuestra escuela, niños mestizos e indígenas éramos tratados con igualdad y respeto. Si hasta el nombre de nuestro pueblo es una armonía étnica: San Luis Jilotepeque, San Luis Rey de Francia y Xilotepeq de la voz maya, “Tierra de maíz”. Y cómo íbamos a entender de “cuáles diferencias” nos hablaban, si no había Internet, ni mucho menos celulares que nos distrajeran. Lo único que nos interesaba era jugar trompo o aprovechar el recreo jugando descalzos fútbol con una pelota plástica, en aquel campo lleno de pequeñas piedras. No existían aún los juegos electrónicos; y cuando empezaron a aparecer, nuestros recursos económicos nos impedían tener acceso a éstos. Pero para qué queríamos esos juegos, si el “sacarrín” o los “veintiunos” en la cancha de básquet eran suficientes para entretenernos y compartir momentos emocionantes. Uno de mis mejores recuerdos de la infancia es que a mi mejor amigo, Rigo Pérez, lo convencí de aprender a manejar bicicleta a pesar de un problema en su pierna; él, en cambio, me enseñó cómo se tejen las atarrayas de pescar, con un improvisado aparato fabricado con partes de bicicleta. Seguimos creciendo y aún no entendíamos a qué se referían los profesores con aquello de “culturas distintas”, si veíamos a nuestros padres compartir el templo católico o evangélico, tomados de la mano elevando plegarias o entonando cánticos cristianos a todo pulmón. Ambos se apoyaban en las buenas y en las malas, porque eso sí, si había fiesta todos estaban invitados; y si había “velorio”, todos asistían a presentar sus condolencias a la familia doliente, apoyando con lo que podían. Y a propósito de difuntos, el 1 y 2 de noviembre, el cementerio de la localidad se veía repleto de paisanos “encalando” las tumbas y colocando flores a quienes se nos adelantaron en el camino, mientras que los niños con gran emoción volábamos nuestros barriletes o “lunas”, como se les conoce en mi terruño. Una de las actividades más esperadas en el año era la feria patronal del pueblo, que se celebra en el mes de agosto, precisamente en honor a San Luis. Cada quien disfrutaba, a su modo, de esta ocasión: todos presenciábamos con gran respeto las ceremonias mayas y participábamos de los actos culturales y sociales. Los jóvenes íbamos entusiasmados a los bailes amenizados por los grupos musicales o a las “discos”, que empezaban a ponerse de moda por aquel entonces. Como en una ocasión, un conjunto musical nos quedó mal, nos tocó improvisar, con un equipo de sonido, la música y recuerdo que fue uno de los bailes más alegres en los que he estado. Si no llevábamos pareja, no era problema; las chicas que no iban acompañadas de su novio, eran materia dispuesta para la danza. Las fiestas de fin año eran tan especiales: no podíamos esperar para lucir los estrenos. En las calles, grandes y pequeños nos reuníamos a quemar cohetillos o los famosos “cachinflines” que, en más de una ocasión, alcanzaron a darnos un buen susto o quemaron la ropa nueva que con tanto esfuerzo nos habían comprado papá y mamá. Algo que, hasta la fecha, sigue siendo tradicional es que en cualquier hogar que visitamos, allá en el pueblo, nos ofrecen tamal o quesadilla con café, alimentos que no pueden faltar en la época. A la media noche del 24 de diciembre y del 31 de enero, nos lanzamos a las calles para ofrecer un abrazo fraternal, acompañado de los mejores deseos para el año que viene, a todos los paisanos que encontramos. Ahora de adulto, he logrado entender a qué diferencias se refería el profesor de historia. Esas divisiones que solo han provocado guerras, tristeza y luto en todo el mundo. Viejos amigos nos reunimos en el pueblo año con año para algunas de las fechas especiales que les mencioné. Compartimos anécdotas de la niñez, conversamos de la familia, de nuestro trabajo actual y de los proyectos de vida de cada uno. Seguimos viéndonos con la misma igualdad y respeto de aquel entonces y nuevamente nos preguntamos: “¿Cuáles diferencias?, si en mi pueblo todos somos iguales… "La población indígena, que está conformada por aproximadamente el setenta por ciento de los habitantes, es una de las pocas comunidades mayas que conservan el idioma poqomam y las mujeres continúan usando el traje típico..."

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El Heraldo Hispano 29 de Octubre de 2014 Página 7

¿CUÁLES DIFERENCIAS?EN MI PUEBLO TODOS SOMOS IGUALES

“El 12 de octubre se celebra en España y Latinoamérica el Día de la Hispanidad, conmemorando la fecha en que se descubrió América, en el año de 1492. Han transcurrido más de quinientos años desde aquel día, que marcó el inicio de una nueva era en la historia de la humanidad: el encuentro de dos culturas totalmente distintas…” Así empezaba la clase de Estudios Sociales, allá en el pueblo, esta parte de nuestra historia; sin embargo de niños no lográbamos entender a cuáles diferencias se referían nuestros maestros, si ahí en aquella aula humilde de nuestra escuela, niños mestizos e indígenas éramos tratados con igualdad y respeto. Si hasta el nombre de nuestro pueblo es una armonía étnica: San Luis Jilotepeque, San Luis Rey de Francia y Xilotepeq de la voz maya, “Tierra de maíz”. Y cómo íbamos a entender de “cuáles diferencias” nos hablaban, si no había Internet, ni mucho menos celulares que nos distrajeran. Lo único que nos interesaba era jugar trompo o aprovechar el recreo jugando descalzos fútbol con una pelota plástica, en aquel campo lleno de pequeñas piedras. No existían aún los juegos electrónicos; y cuando empezaron a aparecer, nuestros recursos económicos nos impedían tener acceso a éstos. Pero para qué queríamos esos juegos, si el “sacarrín” o los “veintiunos” en la cancha de básquet eran suficientes para entretenernos y compartir momentos emocionantes. Uno de mis mejores recuerdos de la infancia es que a mi mejor amigo, Rigo Pérez, lo convencí de aprender a manejar bicicleta a pesar de un problema en su pierna; él, en cambio, me enseñó cómo se tejen las atarrayas de pescar, con un improvisado aparato fabricado con partes de bicicleta. Seguimos creciendo y aún no entendíamos a qué se referían los profesores con aquello de

“culturas distintas”, si veíamos a nuestros padres compartir el templo católico o evangélico, tomados de la mano elevando plegarias o entonando cánticos cristianos a todo pulmón. Ambos se apoyaban en las buenas y en las malas, porque eso sí, si había fiesta todos estaban invitados; y si había “velorio”, todos asistían a presentar sus condolencias a la familia doliente, apoyando con lo que podían. Y a propósito de difuntos, el 1 y 2 de noviembre, el cementerio de la localidad

se veía repleto de paisanos “encalando” las tumbas y colocando flores a quienes se nos adelantaron en el camino, mientras que los niños con gran emoción volábamos nuestros barriletes o “lunas”, como se les conoce en mi terruño. Una de las actividades más esperadas en el año era la feria patronal del pueblo, que se celebra en el mes de agosto, precisamente en honor a San Luis. Cada quien disfrutaba, a su modo, de esta ocasión: todos presenciábamos con gran respeto las ceremonias mayas y participábamos de los actos culturales y sociales. Los jóvenes íbamos entusiasmados a los bailes amenizados por

los grupos musicales o a las “discos”, que empezaban a ponerse de moda por aquel entonces. Como en una ocasión, un conjunto musical nos quedó mal, nos tocó improvisar, con un equipo de sonido, la música y recuerdo que fue uno de los bailes más alegres en los que he estado. Si no llevábamos pareja, no era problema; las chicas que no iban acompañadas de su novio, eran materia dispuesta para la danza. Las fiestas de fin año

eran tan especiales: no podíamos esperar para lucir los estrenos. En las calles, grandes y pequeños nos reuníamos a quemar cohetillos o los famosos “cachinflines” que, en más de una ocasión, alcanzaron a darnos un buen susto o quemaron la ropa nueva que con tanto esfuerzo nos habían comprado papá y mamá. Algo que, hasta la fecha, sigue siendo tradicional es que en cualquier hogar que visitamos, allá en el pueblo, nos ofrecen tamal o quesadilla con café, alimentos que no pueden faltar en la época. A la media noche del 24 de diciembre y del 31 de enero, nos lanzamos a las calles para ofrecer un abrazo fraternal, acompañado de los mejores deseos para el año

que viene, a todos los paisanos que encontramos. Ahora de adulto, he logrado entender a qué diferencias se refería el profesor de historia. Esas divisiones que solo han provocado guerras, tristeza y luto en todo el mundo. Viejos amigos nos reunimos en el pueblo año con año para algunas de las fechas especiales que les mencioné. Compartimos anécdotas de la niñez, conversamos de la familia, de nuestro trabajo actual y de los proyectos de vida de cada uno. Seguimos viéndonos con la misma igualdad y respeto de aquel entonces y nuevamente nos preguntamos: “¿Cuáles diferencias?, si en mi pueblo todos somos iguales…

"La población indígena, que está

conformada por aproximadamente

el setenta por ciento de los habitantes,

es una de las pocas comunidades mayas

que conservan el idioma poqomam y

las mujeres continúan usando el traje

típico..."