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DIRECTORIO Enero 2020
Año 8, número 87
Director José Luis Barrera Mora
Editor
Luciano Pérez
Coordinador Gráfico Juvenal García Flores
Web Master
Gabriel Rojas Ruiz
Consejo Editorial Agustín Cadena
Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva
Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández
Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:
Director
Juvenal Delgado Ramírez
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Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023
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ÍNDICE
EDITORIAL 3
IMAGEN DEL MES ILUSO
Juan Antonio Mojica 5
EL CHAVA FLORES A cien años de su nacimiento José Luis Barrera 6
A CIEN AÑOS DE LA ERA
DEL JAZZ
Luciano Pérez 12
MÁS MINIFICCIONES
De Los turbios femeninos
Adán Echeverría 19
EL ÁRBOL MALDITO
(SEGUNDA PARTE)
Beatriz Oliva Pérez Peña 22
LAS NUEVAS EXPERIENCIAS
Peter Handke 30
FEDERICO FELLINI
José Luis Barrera 34
ALGUNAS PROSAS
Luciano Pérez 41
SOBRE LOS AUTORES 44
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Iniciamos año, e inicia-
mos década. Estamos
ya en unos nuevos a-
ños veinte. Los de hace
un siglo, los de la era
del jazz, fueron maravi-
llosos, de los más fruc-
tíferos de la historia,
aunque concluyeron en
1929 con la pesadilla
de la depresión, el fa-
moso crack financiero
propiciado por inversionistas ambiciosos, que querían tener más de lo que ya tenían. Y
ahora no sabremos si habrá maravillas en los nuevos veintes, pero parece indudable que
continuarán más que nunca los inversionistas con sus pretensiones de dominio y poder. No
hubo nada maravilloso ni en los años cero ni diez del siglo XXI, así que no cabe esperar algo
mejor ahora.
Se dirá que los avances tecnológicos son la felicidad, y que gracias a ellos nunca
hemos estado mejor que ahora, y por eso un candidato presidencial prometió que, si él
ganaba, cada mexicano tendría una Tablet, de manera que ningún indigente se perdería los
movimientos de la Bolsa de Nueva York. No sabemos si esa Tablet nos sería vendida o
regalada, porque ese candidato no ganó, pero al tratarse de un candidato neoliberal no cabe
duda que hoy estaríamos, de hecho todo el país, endeudados con él. De modo que ningún
indigente tiene manera de saber cómo van los negocios neoyorquinos, mismos que, como
acabamos de mencionar, llevaron al crack, del que más tarde surgiría la Segunda Guerra
Mundial.
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Es ya 2020, y lo comenzamos en Ave Lamia celebrando en el centenario de su
nacimiento a una figura emblemática de la cultura popular mexicana, a Chava Flores, cuyo
ingenio nos hizo cantar de otra manera, es decir, cantar de asuntos nuestros, propios de las
vecindades del entonces llamado Distrito Federal, sobre todo en sus famosos sábados, y
también donde Pichicuás y Cupertino jugaban canicas, y donde los gorrones se aparecían
en todas las fiestas para comerse de todo sin costo alguno. Y cerraremos el año recordando
a un eminente filósofo y luchador social alemán, sin el cual Karl Marx no habría logrado
realizar su magna obra: son los doscientos años del nacimiento de Friedrich Engels. Será
buena oportunidad para sacar del olvido sus libros, que fueron muy leídos durante décadas.
Y a mitad del año recordaremos la Noche Triste, cuando los aztecas prácticamente ya
habían derrotado a los invasores españoles echándolos fuera de Tenochtitlan. Muchos de
los hispanos que huían se hundieron con el tesoro que llevaban, parte del cual fue hallado
cuando unas obras de la Línea 2 del Metro en el siglo pasado, y que seguramente algún
presidente se quedó con él, pues no se supo qué fue de todo lo encontrado. Ya nada se
habla de esto, pero Ave Lamia, desde el 2012 en que fue fundada, tiene buena memoria.
Que sin ésta no sabríamos nada de lo que fuimos antes. También en este año 2020
recordaremos los cincuenta años del inicio de los setentas. 1970 fue año de futbol en
México, y en el mundo fue el de la aparición a título póstumo del disco y la película “Let it be”
de The Beatles, que ya habían desparecido. ¡Quédate con nosotros, lector, que nos la
pasaremos bien!
Loki Petersen
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ay cronistas
que se saben
las historias
más añejas, obra de una
gran labor de estudio e in-
vestigación. Nos cuentan
las cosas de acuerdo a lo
que han leído y visto en ar-
chivos documentales. Mu-
chos de los hechos que na-
rran, sólo podían ser relata-
dos de esta manera, ya que
nadie que hubiera vivido
aquellas épocas, podría ha-
ber estado en la actualidad
para contárnosla de propia
voz. Esos a los que me re-
fiero aprovechan los docu-
mentos dejados por los an-
cestros para saber los suce-
sos de antaño y cómo eran
las calles, así como la vida
cotidiana de los habitantes
de otros tiempos. Hay otros
que no se dedican a investí-
gar, sino a narrar la vida de
su tiempo, dejando los do-
cumentos para que las fu-
turas generaciones puedan
saber sobre los usos y cos-
tumbres, la fisonomía y la
actividad de otra época. E-
so hicieron muchos de an-
taño, como por ejemplo
Bernal Díaz del Castillo en
la época de la Conquista, y
desde ese aquellos años
hasta la actualidad, ha habi-
do muchos más que dan
testimonio de los años que
les toca vivir. Lo importante
es que los segundos no tie-
nen que presumir erudición
para narrar la cotidianidad y
así dar cuenta de lo que pa-
H
Chava Flores, a cien años de su nacimiento
José Luis Barrera
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sa y cómo pasa, ya que en-
tre más popular se cuente
es mejor, y don Salvador
Flores Rivera, tenía la pri-
mera cualidad para hacer e-
sa labor, luego de haber na-
cido y vivido en el barrio de
la Merced, uno de los más
añejos y emblemáticos de
nuestra gran urbe. Y por si
fuera poco, durante su vida
se la pasó cambiando de
residencia de una a otra co-
lonia de la Ciudad de Mé-
xico. Muy a su estilo, a ese
respecto dijo en una entre-
vista para El universal:
“…No puedo explicarme por
qué era tan discriminatorio
que en el Castillo de Cha-
pultepec solamente dejaran
vivir a los presidentes. Pero
de una cosa estoy seguro.
Si en ese Castillo hubieran
dado oportunidad de que mi
padre rentara un cuarto con
baño y cocina, ¡ahí también
hubiera vivido!".
De su vida trashu-
mante recopilaba vivencias
que luego plasmaba en
canciones. Esa es la se-
gunda de las virtudes: verlo
de manera festiva y cho-
carrera, muy a la manera en
que los mexicanos vivimos
el día a día. Y no conforme
con narrar la vida de modo
ameno, aprovechaba para
darle rienda a su amplio co-
nocimiento de los albures
para irlos intercalando (diría
metiendo, pero corro el ries-
go de que don Chava regre-
se de su tumba para rever-
tírmela) entre sus crónicas
musicales. Y esta es por su-
puesto una tercera y gran
cualidad.
Otra gran cualidad de
Chava Flores es que era un
gran observador y contaba
a detalle hasta los aspectos
que pudieran pasar des-
apercibidos por obra de la
costumbre, algo así como
los abuelos que tenían el
gusto de relatarnos sobre el
tiempo que les tocó vivir. E-
sos viejos memoriosos que
tienen una necesidad de re-
memorar sus mejores años,
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se vuelven cronistas familia-
res en cuyas palabras po-
demos alimentar la imagina-
ción para remontarnos a a-
quellos años que no nos to-
caron vivir. Y vaya que él es
sin duda el abuelito de una
ciudad cuya fisonomía ha
cambiado demasiado, a la
par de sus costumbres y rit-
mo de vida. Nos cuenta de
cuando la Ciudad de Mé-
xico tenía ese entrañable
ambiente provinciano, con
sus bondades y sus vicios,
pero estos últimos no vistos
con desagrado, sino como
una forma de ser del mexi-
cano, en donde hay mucho
desorden y mucha incultura,
pero también mucha festivi-
dad y mucho ingenio. Cha-
va Flores me dejó claro que
los mexicanos no somos or-
denados como los japone-
ses, o los alemanes, pero
tenemos siempre la broma
a flor de labios, la parranda
como motivación y la pala-
brota como arma discursiva
elocuente.
Puedo decir que no
hay canción de Chava Flo-
res que no me guste, y las
más me hacen reír aunque
las haya escuchado con an-
terioridad; pero hay una en
tono serio que me fascina y
me hace retroceder en el
tiempo y casi vivir aquellos
años en que mi padre y mi
madre vivieron su juventud.
La canción Mi México de a-
yer, es una breve pero pro-
funda crónica de esa Ciu-
dad que comenzaba a cre-
cer. De hecho Chava Flores
en tono nostálgico nos ha-
bla respecto al desarrollo
que ya asomaba en aquella
época:
“Estas cosas hermosas,
porque yo así las vi,
ya no están en mi tierra, ya
no están más aquí.
Hoy mi México es bello
como nunca lo fue,
pero cuando era niño
tenía mi México un no sé
qué.”
Chava Flores veía la
cotidianidad de su entorno
como algo digno de ser
contado, y gracias a ello,
podemos saber cómo era la
vida de una barrio popular
de la Ciudad de México en
aquellos años. Por supues-
to muchas de esas narra-
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ciones pueden ser muy ac-
tuales, pero otras, que ya
no se volverán a ver, las sa-
bemos, gracias en gran par-
te, a esta crónica burlona
del autor de: Sábado Distr-
ito Federal, La interesada,
Pichicuas y Cupertino, La
boda de la vecindad, Los fri-
joles de Anastasia, El chico
temido, La esquina de mí
barrio y muchas otras, tan-
tas en las que se conjuga la
broma, el albur y las viven-
cias del propio compositor.
Por ejemplo, utilizan-
do una de las más famosas
frases del albur, desarrolla
una historia de un perso-
naje respetado y temido en
su barrio, no sin dejar por
supuesto de lado el albur:
“Yo soy el chico temido de la
vecindad
soy el pelón encajoso que te
hace llorar
Me llamo José Boquitas de la
Corona y del Real
yo soy del barrio el carita, las
chicas,
los chicos, me dan mi lugar.
Siempre me verás vistiendo
mi saco café
tiene sus ojales blancos y atrás
de piqué
si tú me cuentas los pliegues
verás que siempre uso tres
te echo de menos pelona
con tus medias rosas, tu falda
ye-yé.
Mi novia ya no es Virginia,
Quintina, ni Paz
ahora saco a Excrementina, la
saco a pasear
Es muy robusta del pecho, a
Prieto se la quité.
Es prima de Juan Derecho
caifán de los nuevos
huevos La Merced. Te hacía un
muchacho decente,
le dije al Caifán, pero eres
meco
y me sacas de quicio rufián.
Eres el mismo Satán, eres
como la tía Justa
que empuña la fusca mi
pelafustán.
Yo soy el chico temido, ya
llegó su tren
cuida a tu chico con vida, tu
papá ya bien,
besitos a los pelones y besitos
por allá
que te atropelle la dicha
y te saque pedazos de
felicidad.”
Otra de las cancio-
nes en las que con ingenio
va entretejiendo otra de sus
historias, pero ahora recor-
dando los nombres tan pe-
culiares (y hoy tan poco co-
nocidos) de la panadería
tradicional mexicana:
Concha divina, preciosa chilindrina de trenza pueblerina, me gustas al amar. Ven dame un bísquet de siento en boca y lima chamuco sin harina, pambazo de agua y sal.
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La otra semana te vi muy campechana pero hoy en la mañana panqué me ibas a dar. Deja esos cuernos para otros polvorones, Que sólo son picones de novia en un volcán Si me haces pan de muerto, te doy tu pan de caja, te llevo de corbata, de oreja hasta el panteón. Allí están los gusanos pa' tus preciosos huesos, nomás no te hagas rosca que te irá del cocol. A mi chorreada la quiero ver polveada, todita apastelada, aquí en mi corazón. Concha querida, te ves entelerida, pareces monja juida, tú que eras un cañón. Te di tu anillo, tu casa de ladrillo y ahora, puro bolillo, me sales con que no. Quieres de un brinco tu pan de a dos por cinco, ganancia en veinticinco y tus timbres de pilón. Gracias a Chava Flo-
res, conocimos cómo eran
las bodas, los quince años y
hasta los velorios en las ve-
cindades de antaño. Y por
supuesto hacía visible la vi-
da cotidiana de los barrios
que eran invisibilizados por
las clases medias preten-
ciosas y las clases altas
quisquillosas, que sólo te-
nían ojos para el desarrollo
que estaba llegando. Pero
Chava Flores tampoco tuvo
empacho en narrar ese cre-
cimiento de la Ciudad, le
dedicó canciones al Metro:
“…Al bajar a los andenes
escuché esta cantaleta:
─ al mirar llegar los trenes
no se aviente para entrar.
Si en diecisiete segundos
no ha podido, ni se meta,
ni se baje a la banqueta
que se puede rostizar…”
O cuando el Paseo
de la Reforma fue ampliado:
“…Vino la reforma, vino la
reforma,
Vino la reforma a Peralvillo.
ora si, las lomas, ya semos
vecinos,
¡ya sabrás mamón lo que es
bolillo!”
Ni los gorrones con
su itacate, ni los antes pun-
tuales aguaceros que se
caían en mayo, ni las pul-
querías con sus puestos de
comida afuera, ni los sue-
ños de grandeza del mexi-
cano pasaron desapercibi-
dos a la vista de don Cha-
va, quien nació un 14 de e-
nero de 1920, en el número
66 de la Calle de la Sole-
dad, en pleno barrio de la
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Merced. Su vida fue pre-
caria y se tuvo que desem-
peñar en diversos trabajos
desde los doce años. En
1952 debutó como compo-
sitor con los temas: Dos ho-
ras de balazos (que retrata
un enfrentamiento entre po-
licías y ladrones) y La ter-
tulia (en el que denota su
gusto por la bohemia). Tam-
bién tuvo un breve paso por
el cine en donde actuó en
seis películas, escribió un li-
bro llamado Relatos de mi
barrio que apareció en
1988. En 1981 anunció su
retiro ─debido a que ya no
podía cantar más─ en el
Teatro Ferrocarrilero donde
se despidió del público en-
tre lágrimas y ovaciones,
cantando:
“…Pero del chorro de voz
sólo me quedó el chisguete…”
Falleció el 5 de
agosto de 1987, sin ser
nunca rico, cosa que decía
tampoco le interesaba en
demasía, lo que le ganó
aún más el respeto del pú-
blico. No obstante dejó un
epitafio que aparece en su
tumba del Panteón Jardín:
“Si volviera a nacer quisiera
ser el mismo, pero rico, na-
da más para ver qué se
siente”.
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propósito de que
hemos llegado a
la década de los
veintes, bueno será recor-
dar los verdaderos años
veinte, los únicos que pue-
de haber en la historia de la
humanidad, que con acierto
bautizó el escritor estado-
unidense Francis Scott Fitz-
gerald, él mismo un emi-
nente representante de la é-
poca, como la Era del Jazz.
En aquellos años dos paí-
ses fueron el foco de aten-
ción universal: los Estados
Unidos y Alemania. Y tres
fueron las ciudades doradas
y adoradas: Berlín, París y
Nueva York.
Fitzgerald describió
bien lo que fue aquel tiem-
po : “Fue una era de mila-
gros, una era de arte, una
era de excesos y una era
de sátira”. Aquellos que fue-
ron niños en la Primera
Guerra Mundial, se hicieron
jóvenes en los veintes, y fue
la juventud, por primera vez
en la historia, la que marcó
el estilo, algo que sólo se
repetiría en los años sesen-
ta. Los jóvenes bailaron
charleston, tomaron todo ti-
po de bebidas, y las mucha-
chas fueron vistas abierta-
mente por primera vez to-
mando y fumando en pú-
blico. Fueron ellas las que
le dieron su imagen a la
época, y se les llamó fla-
ppers, y le metieron miedo
a la sociedad conservadora.
Una famosa flapper, quizá
la más típica, fue la esposa
de Fitzgerald, Zelda Sayre,
A
A cien años de la era del jazz
Luciano Pérez
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una originaria de Alabama
que decidió que la vida no
era sufrir y trabajar, sino
bailar y andar en todo tipo
de escándalos, y también
escribir.
¿Y qué hay del jazz
mismo? En un principio la
palabra, en el caló negro,
significaba, como después
la palabra rock and roll, el
coito, la relación sexual.
Luego fue baile, y terminó
siendo un género musical.
Fueron sólo negros (no le
temamos a la expresión) los
que en los inicios del jazz
tocaron y gustaron éste, pe-
ro los blancos no tardaron
en también hacerse devo-
tos. Y pronto la juventud es-
tadounidense urbana (los
del campo siguieron con su
folk country) se dejó poseer
por el jazz como por un de-
monio. En algún otro nú-
mero de Ave Lamia habrá
que hablar más a fondo
sobre el jazz.
También merece un
artículo completo otro acon-
tecimiento artístico de aque-
llos años: el cine. Todos i-
ban a deleitarse con la gra-
cia de Chaplin y otros cómi-
cos, y a admirar a Rodolfo
Valentino, Gloria Swanson y
Clara Bow. Las películas e-
ran mudas, y en ellas se
forjaron muchas jóvenes
que luego en los años trein-
ta se convertirían en gran-
des estrellas: Bette Davis,
Joan Crawford, Greta Gar-
bo, Marlene Dietrich y otras.
Y ya que mencionamos a
esta última, asomémonos
un poco a lo que sucedía en
Alemania.
El fin del imperio ale-
mán y la llegada de la Re-
pública de Weimar desata-
ron todos los instintos que
la severidad prusiana había
reprimido. Los alemanes se
excedieron más que los es-
tadounidenses, y pronto
Berlín se convirtió en un pa-
raíso de sexo, alcohol y dro-
gas. Y también se incre-
mentaron las luchas políti-
cas. A principios de 1920 un
antiguo soldado del Kaiser
se unió en Munich al Parti-
do Nacional Socialista de
los Trabajadores Alemanes
(NSDAP); él estaba dotado
de una violenta y atractiva
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oratoria: Adolfo Hitler. Pron-
to se apoderó del partido, y
en 1923 organizó un golpe
contra el gobierno de Bavie-
ra, que el ejército logró a-
plastar. Hitler fue detenido,
procesado y condenado a
prisión. Aquí escribió su li-
bro “Mi lucha”, aparecido un
año después, mismo en que
el futuro Führer fue libera-
do. Tomó la decisión de ya
no buscar el poder median-
te la violencia, sino de ma-
nera legal, lo que lograría
en la siguiente década.
Pero Alemania vivió
más que nada una intensa
actividad cultural, desde la
escuela del Bauhaus, don-
de las artes visuales eran
enseñadas, hasta los estu-
dios UFA de Berlín, donde
la Garbo y la Dietrich harían
sus primeras películas. En
1923 Arnold Schönberg dio
a conocer la dodecafonía,
poniendo a Alemania en la
vanguardia de la música
abstracta. El teatro de Ber-
toldt Brecht llenó los esce-
narios con crudas y alegres
canciones políticas. Georg
Grosz, Otto Dix y Max
Beckmann, entre otros, le
dieron lustre a la plástica
germana con sus temas
despiadados. Y la literatura
tuvo un esplendor que logró
calidad de universal, algo
que no había ocurrido des-
de la época de oro de Goe-
the y Schiller. Tan sólo
mencionar a Thomas Mann
y a Franz Kafka da una idea
de la calidad privilegiada de
las letras alemanas. Fue en
1924 que apareció “La mon-
taña mágica”, una novela
del primero mencionado,
una epopeya moderna don-
de los instintos desafían a
las convenciones.
Kafka murió casi des-
conocido en 1924, y su obra
corrió el riesgo de perderse,
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pero su amigo Max Brod la
rescató para nosotros, y el
mundo quedó asombrado
cuando fueron apareciendo
“El proceso” (1925), “El cas-
tillo” (1926) y “América”
(1927), novelas donde la
angustia, la compasión y el
desamparo asedian, ator-
mentan y a la vez deleitan
al lector. Otros buenas o-
bras literarias del periodo
fueron: “Sin novedad en el
frente” (1929) de Erich Ma-
ria Remarque; “Tormentas
de acero” (1920) de Ernst
Jünger; “El lobo estepario”
(1927) de Hermann Hesse;
“Los últimos días de la hu-
manidad” (1920) de Karl
Kraus; “Berlin Alexander-
platz” (1929) de Alfred Dö-
blin…
Y ahora volvamos a
los Estados Unidos, pues
hubo ahí también un es-
plendor literario como el de
Alemania. En 1920 aparece
“A este lado del paraíso”, de
Fitzgerald, quien por su mo-
dernidad superó pronto a o-
tra novela de ese mismo a-
ño, “Calle principal”, de Sin-
clair Lewis, de factura más
tradicional. En los dos años
siguientes, Fitzgerald volvió
a asombrar a todos, cada
vez con más insistencia en
la locura de la época: en
1921 los cuentos de “Fla-
ppers y filósofos” y en 1922
con la novela “Hermosos y
malditos” (esta última, fue
expresión de la vida demen-
cial que llevaban el autor y
Zelda). A mitad de la déca-
da los mejores escritores
estadounidenses decidieron
que no estaban a gusto en
su país, y se fueron a Eu-
ropa, principalmente a Pa-
rís. Ahí estaba, como ma-
trona de ellos, Gertrude
Stein, autora de una curiosa
novela, “Ser norteamerica-
nos”, de 1925, que algunos
consideran ilegible. Y ahí
surgió un grande, Ernest
Hemingway, que en 1926
publicó “El sol también se
levanta” y en 1929 “Adiós a
las armas”, y ambas nove-
las causaron furor. Como
también causó furor otro ex-
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patriado, el tantas veces
mencionado Fitzgerald,
cuando en 1926 apareció el
que es considerado su me-
jor libro, “El gran Gatsby”.
Años después Hemingway
evocaría estos años locos
parisienses en su memoria
“París era un fiesta”. Y
Woody Allen quiso evocar
también este tiempo en su
magnífica película “Media-
noche en París”.
Una curiosa y extra-
vagante figura que fue muy
vista en París, y luego en
Italia, fue la del poeta de
Idaho Ezra Pound, quien en
la década anterior ya había
publicado en Londres bue-
nos libros de poesía. Pero
fue en los veintes cuando
dio inicio a su titánica tarea
de los “Cantos”, que conti-
nuaría a lo largo de déca-
das, pero cuyos primeros
frutos se dieron entre 1925
y 1928, y sorprendió al
mundo literario por la mane-
ra difícil de expresarse que
proyecta Pound en esos
Cantos; todos estaban de a-
cuerdo en que eran hermo-
sos, pero pocos atinaban a
entender lo que querían de-
cir.
Hubo otros buenos
novelistas, pero en particu-
lar son de llamar la atención
dos: John Dos Passos,
quien con “Manhattan
Transfer”, de 1925, quiso
evocar a Nueva York, ya
meta de todos los cosmopo-
litismos posibles, y una dé-
cada después expresó lo
que fueron los años veinte
con su valiosa trilogía
“USA”. El otro es William
Fauilkner, un fuera de serie,
quien en 1929 publicó una
novela todavía más asom-
brosa que todo lo publicado
por los que hemos mencio-
nado: “El sonido y la furia”,
donde varias personas na-
rran los mismos hechos
desde su punto de vista, de
tal manera que parece que
nadie está hablando de lo
mismo, y de que ocultan al-
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go. Salvo el loco, que es el
único que dice la verdad de
lo que pasó.
Los años veinte estu-
vieron llenos de aconteci-
mientos, como en 1926 la
fundación de la ciencia fic-
ción por obra de Hugo
Gernsback, un género nue-
vo que tendría un desarrollo
mayor en las décadas por
venir. Pero hubo algo que le
dio un carácter especial a la
década, y que es por lo que
muchos hoy no dejan de
recordarla: el auge del cri-
men. Fue a principios de los
veintes que surgió esa figu-
ra conocida como gangster,
y hubo de dos tipos, los ir-
landeses y los italianos. Pe-
ro pronto estos últimos, me-
jor conocidos como la Ma-
fia, fueron ganando el terre-
no a los primeros, en medio
de amarga lucha por el ma-
nejo del narcotráfico, el jue-
go, la prostitución y el alco-
hol, que había sido prohibi-
do por la Ley Seca en 1920
y que propició un intenso
contrabando y distribución
de todo tipo de bebidas. Ha-
bía dos grupos de mafiosos:
los de Nueva York, encabe-
zados por Vito Genovese y
Frank Costello, sicilianos,
que para 1925 dejaron a
cargo de todo a otro paisa-
no, que logró gran fama,
Lucky Luciano. El otro gru-
po era el de Chicago, a car-
go de Johny Torrio, el cual,
también en 1925, le dio su
lugar a un napolitano que
pronto se haría célebre, Al
Capone.
Y hubo otras cosas
más, pero todo eso lo recor-
daremos a su tiempo. Por
ahora tenemos que cerrar
este artículo recordando
dos libros cuya publicación
señaló que la literatura ya
no podía ser como antes,
que algo había cambiado
en definitiva. En 1921 apa-
reció la novela “Ulises”, de
James Joyce, y en 1922 el
poemario “La tierra baldía”
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de T.S. Eliot. Ambos siguen
teniendo vigencia en la ac-
tualidad. La novela de Joy-
ce fue un escándalo, no só-
lo por su desenfado, sino
por las complicaciones de
lenguaje que contiene, lo
que dificulta la lectura para
mucha gente. Un desafío
para los que todo lo quieren
fácil. Nunca se había escrito
antes nada parecido . Y el
poema de Eliot demostró
que la poesía no es sólo de-
cir cosas bonitas y conmo-
vedoras (muchos creen que
esa es la función de tal gé-
nero literario), sino la de
reunir una serie de alusio-
nes y asociaciones que no
admiten un lector perezoso,
porque se trata de que el
mundo grecorromano, el
medieval, el renacentista,
continúen vivos en la época
moderna, como si el tiempo
nunca hubiera transcurrido.
Que de hecho, así es. ¡Feli-
ces años veintes! Los de
antes, no los de ahora…
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1.- Pensar causa fie-bre
odas las noches
Alejandra salía de
su cuarto para me-
terse a bañar y pasaba car-
gando su ropa interior, con
la toalla al hombro, frente a
mi novia y yo que estaba-
mos sentados en la sala.
Cerraba la puerta del baño
y tras unos minutos de es-
pera la casa se llenaba del
rumor de agua corriendo.
Entonces yo perdía la cor-
dura. Veía a mi novia sin
escucharla. Mi mente se ha-
bía colgado de la toalla, o
de las pantorrillas de mi cu-
ñada, y se había introducido
al baño con ella. Mi novia
intentaba besarme aprove-
chando que estábamos so-
los, y una enorme erección
se dibujaba al pensar en ca-
da gota que se deshacía
sobre el cuerpo desnudo de
Alejandra.
― Estás hirviendo.
― Hace mucho calor.
― ¿Te sientes mal?,
parece que tienes fiebre,
¿quieres que te traiga algo?
― Agua, solo agua, por
favor.
Pero ningún líquido hu-
biera sido suficiente para la
sed que me mordía. La tor-
tura duraba apenas veinte
minutos. Al abrirse de nue-
vo la puerta del baño, yo
sacaba con rapidez mis de-
dos de la vagina de mi no-
via, ella se acomodaba la
falda, y Alejandra salía ves-
tida siempre con ropa li-
gera, y la toalla alrededor
de la cabeza. Algunas gotas
aun se apreciaban deteni-
das en su cuerpo, perlándo-
le el cuello y el escote. Yo
quería, con la mirada, acari-
ciar su fresca vagina limpia
y olorosa a mango.
Así pasaron los años.
Mi novia se volvió mi espo-
sa y Alejandra se embarazó
T
Más minificciones De Los turbios femeninos
Adán Echeverría
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de un tipo que nadie cono-
ció jamás; pero ni el hecho
de volverse madre, han lo-
grado quitarme de la mente
la imagen diaria de ella cru-
zando frente a mí para me-
terse a bañar. Quién quita si
algún día… ahh, quién qui-
ta.
2.- Una mujer de
enormes ovarios
La convención nacional de
pueblos originarios se anun-
ció con bombo y platillo. Los
carteles cubrían las capita-
les del país, y las comuni-
dades así como las asocia-
ciones indigenistas ajusta-
ban sus agendas, redacta-
ban manifiestos y hurgaban
en sus cajas de ahorro para
obtener los patrocinios ne-
cesarios que les permitiera
enviar a los jóvenes más
sobresalientes de sus co-
munidades.
Nunca se les ocurrió
que la escena sería la de un
mundo globalizado. El lista-
do de oradores para la inau-
guración incluía a varias fi-
guras juveniles del mercado
de la música y del arte que
nada tenían que ver con los
pueblos originarios.
De esta forma la con-
vención parecía la asisten-
cia a un concierto patrocina-
do por alguna firma comer-
cial y los jóvenes interesa-
dos en dejar escuchar su
voz, siempre trazada desde
las minorías, apenas eran el
colofón folklorista que el go-
bierno pensaba presumir al
mundo.
Noemí Tuz, de raza
maya, tuvo el uso de la pa-
labra. Se había ganado esta
oportunidad al ser galardo-
nada el año anterior con el
premio nacional de poesía
indígena. Al subir al estrado
obvió el discurso preparado,
y rechazó tajantemente que
los hayan invitado a un e-
vento disfrazado de conven-
ción de pueblos originarios,
para ser testigo de la pre-
sentación de programas
que en nada apoyaban la
vida de las comunidades a
las que representaba.
Al terminar el discurso,
las caras largas de las auto-
ridades, representadas por
el secretario de goberna-
ción y cortesanos, en repre-
sentación del presidente de
la república, no se hicieron
esperar. Noemí bajó del es-
trado, caminó con firmeza
hacia la salida, se despidió
tirando las hojas de su dis-
curso al aire, y abandonó el
recinto.
La reprimenda de parte
del gobierno no se hizo es-
perar. La prensa obvió el
acto y días después la per-
secución contra las comuni-
dades y agencias indigenis-
tas comenzó. Los apoyos
para el campo se vieron re-
ducidos, las becas a los jó-
venes se congelaron, las
escuelas en lenguas origi-
narias fueron cerradas, re-
portándose como en “rees-
tructuración”.
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Noemí Tuz fue deteni-
da, acusada de infanticidio,
la prensa documentó la his-
toria de un antiguo amante,
usado para testificar que e-
lla había recurrido al aborto,
cuando el producto contaba
14 semanas de gestación.
Los ríos continúan su
derrotero de luz, agua y mú-
sica. Los pájaros no cesan
su trinar y las flores del
campo asombran con su
belleza. Pasos adelante, la
ciudad se come las socie-
dades humanas, haciendo-
les olvidar la naturaleza.
3.- En el río Agua te
apedreé
El Agua había crecido como
cada año. El poblado, la co-
marca toda, sufrió la inun-
dación.
Beto y Paula subieron
al techo para sobrevivir la
crecida, llevando consigo
algunas de sus pertenen-
cias, lo que pudieron en-
contrar de comida y, como
todos los demás vecinos,
"la roca final" que por déca-
das, consciente de las in-
contables inundaciones, fue
adoptada por los lugareños
debido al abandono en que
las autoridades siempre los
tenían.
Los días pasaron y el
imparable llanto de los ni-
ños que también permane-
cían a resguardo en otros
techos, así como los mos-
cos, la humedad agobiante,
los rayos del sol que apare-
cía tímido, así como el tufo
de los cadáveres se hizo in-
soportable.
Beto y Paula siempre
supieron que hacer. Em-
barazada le era difícil mo-
verse con rapidez. El ali-
mento al fin se agotó junto
con la esperanza de ser
rescatados.
Paula y Beto se pusie-
ron en pie decididos. Abra-
zados se dieron un largo
beso y ella se acostó en el
techo, extendió las manos
todo lo que pudo, tensando
los músculos presa de te-
rror, para que Beto dejara
caer “la roca” sobre su crá-
neo.
Luego Beto cogió la so-
ga, amarró la misma piedra
a sus dos piernas, sentado
cerca de la orilla, se cer-
cioró que los nudos no pu-
dieran desatarse, y tiró la
piedra al río. Vio la soga co-
rrer aprisa hasta hundirse y
él mismo se arrojó a la cre-
cida lodosa del Agua.
.
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a estaba ansiosa
por llegar a ver al
árbol, pero afor-
tunadamente no estaba blo-
queado, todavía era de día
y podría tomar algunas fo-
tos y compararlas. Y al lle-
gar al árbol, mi sorpresa es
que estaba igual de her-
moso que antes, no podría
creer lo que pasó, no tenía
otra explicación más la de
que había alucinado; no ha-
bía otra razón, y me bajé a
tomar más fotos, y en eso
empezó a llover y fui por mi
impermeable, pero en cues-
tión de segundos ya estaba
yo en medio de una tormen-
ta.
De nuevo rayos y
truenos al por mayor, el a-
gua caía a cántaros pero no
me importó; saqué mi cá-
mara y cuando me disponía
a tomar la foto, ya no era el
árbol, era el de la noche pa-
sada. ¿Qué sucedió? No
me quise quedar con las
ganas y me acerqué para
verlo.
Este no era el mismo
lugar, el pasto estaba creci-
do, olía a hierba podrida, y
cuanto más me acercaba,
más me sorprendía, porque
corrían ratas alrededor del
árbol, el cual no tenía hojas,
estaba pelón, y había ara-
ñas en los troncos y tam-
bién serpientes. ¡No podía
ser! ¿Qué pasó o qué me
pasó?
En eso, cayó un rayo
muy fuerte que hizo que se
alumbrara el árbol; al ha-
cerlo, vi a un hombre ahor-
cado que colgaba del árbol
y me espante aún más. Se-
guía lloviendo, y seguían
cayendo truenos, y no me
pude resistir y me acerqué
hasta el hombre y descubrí
que era Ernesto. Después
ya no supe de mí hasta el
otro día. Amanecí en una
cama de hospital.
─ ¿Qué pasó?
Se acercó una enfer-
mera:
─ Buenos días, seño-
ra, ¿cómo se siente?
Y
El árbol maldito (Segunda parte)
Beatriz Oliva Pérez Peña
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─ ¿Qué hago aquí,
qué me pasó?
─ La encontraron en
la mañana tirada junto a un
árbol que está en la entrada
del pueblo, desmayada; su
auto estaba abierto y tenía
una cámara en las manos.
¿No sabe qué le pasó?
─ No sé, lo más se-
guro es que me desmayé.
Pero tuve un sueño, más
bien una pesadilla muy real,
¡qué cosa más extraña! Pe-
ro ¿cree que ya me pueda
ir?
─ Sí, nada más le to-
mo los signos vitales y ya.
Tenga mucho cuidado con
lo que come, lo más seguro
es que fue algún alucinó-
geno que luego tienen los
alimentos.
─ Quizá es lo más
seguro. Muchas gracias, se-
ñorita.
─ Ya chequé sus sig-
nos y está bien, nada más
tiene un poco baja la pre-
sión. Llegué a desayunar, le
informo que su auto está en
el estacionamiento del hos-
pital, ahí pusimos su cá-
mara. Tenga sus llaves.
─ Gracias, señorita.
No puede ser, ¿qué
me pasaría? Nunca había
tenido esos desmayos. Lle-
gué a mi casa y al entrar
sonó mi celular.
─ Hola, Evelyn. ¿Có-
mo estás?
─ Mal, muy mal, te
tengo pésimas noticias.
─ ¿Qué ocurre?
─ Ayer en la noche
se suicidó Ernesto, ser a-
horcó en la regadera.
─ ¡No, no, no, no
puede ser! ¡No puede ser!
¿Por qué, si iba progresan-
do mucho?
─ Pues sí, pero ya
ves que también estaba
muy enfermo, sus herma-
nos y yo ya estamos prepa-
rando el funeral, ojalá pue-
das asistir. Te mando la di-
rección por mensaje.
─ Sí.
Y colgué, estaba ate-
rrada, probablemente fue u-
na premonición, por eso tu-
ve esa visión. Tenía que ir
al funeral, me bañe, me
vestí de negro y me fui a la
ciudad. Cuando pasé por el
árbol no lo quise ver, me
seguí de largo, pero aún te-
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nía la curiosidad de saber lo
que había pasado.
Llegue al velatorio y
nada más di el pésame a
Evelyn, a sus hermanos y
familiares. Estuve unas dos
horas, la verdad no quise
quedarme, estaba impacta-
da y triste también, fue mi
esposo por varios años.
Al salir de la fune-
raria me acordé que había
quedado de verme con
Claudia en mi casa para ir a
comer, le tenía que explicar
lo que había sucedido. Le
marqué a su celular pero no
me contestó, entonces volví
al pueblo. Al llegar a la en-
trada, poco antes de donde
el árbol me frené; pero no,
tenía que verlo de nuevo,
así que seguí avanzando.
Cuando llegué, la señora a
la que le había preguntado
la otra vez por la propiedad
estaba tratando de cortarlo
con un hacha, con fuerza y
coraje. Me frené y bajé para
acercarme.
─ Señora, ¿qué le
pasa, por qué está tratando
de quitar ese árbol?
─ Este árbol esta
maldito, mi hijo pasó por a-
quí y lo mató.
─ Pero señora, cómo
un árbol va a matar a su hi-
jo, cómo cree
─ ¡Este árbol tiene u-
na maldición, quien come
de su fruto se muere, los a-
sesina! Antenoche mi hijo
se estrelló aquí!, una de sus
ramas le atravesó el cuer-
po, además de caerle otra
en la cabeza. ¡Está maldito,
lo voy a destruir!
Cuando vi las manos
de la señora ya estaban
sangrando de tanto esfuer-
zo que había hecho con el
hacha y el árbol no tenía ni
un rasguño, dirigí la mirada
a su casa y estaba la puerta
abierta.
─ Señora, tenga cal-
ma.
Ella tiro él hacha, se
hincó en el suelo y comen-
zó a llorar amargamente.
Se puso las manos en la
cara y se manchó de san-
gre, se vio muy impresio-
nante.
La levanté y la llevé a
su casa. Le hice un té, pero
la pobre mujer no dejaba de
llorar. Me fui a mi auto, te-
nía que llegar a mi casa
porque de seguro Claudia
ya estaba ahí. En eso, sin
esperarlo, comenzó a llover.
No era tan tarde, pero el
cielo se obscureció, y como
la otra vez en cuestión de
segundos empezó la tor-
menta. Ya no me importó
mojarme.
Estaba a punto de
llegar cuando mire hacia el
árbol. Estaba igual que an-
teriormente, pero no me im-
portó. Ya no sabía qué pen-
sar, lo más seguro es que
me estaba volviendo loca.
Di dos pasos y un auto se
derrapó por la lluvia y se es-
trelló en el árbol. Se oyó un
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fuerte quejido y me acerqué
para ver al conductor y au-
xiliarlo. ¡Era Claudia!
─ ¡Ayúdame, por fa-
vor!
─ ¡Claudia, Clau-
dia!.¡Espera, voy a pedir a-
yuda!
Fui por mi teléfono,
llamé a la ambulancia y me
volví a acercar a Claudia,
pero ya había muerto. Vi
hacia el árbol y le empecé a
gritar como si fuera una per-
sona:
─ ¡Estás maldito,
maldito! ¿Por qué te llevas
a mis seres queridos? ¡Llé-
vame a mí, yo fui quien a-
rrancó tus frutos! ¡Yo, no
ellos!
Y lo empecé a pa-
tear, y a pegar, y me caí al
suelo y me puse a llorar.
En eso llegó la am-
bulancia y me preguntaron
qué había pasado, les ex-
pliqué todo detalladamente.
─ Señora, está usted
en shock tómese esta pas-
tilla para que se tranquilice.
─ ¿Qué no entiende?
¡Era mi amiga, me iba a vi-
sitar y se estrelló en ese
maldito árbol!
─ Calma, señora,
calma.
─ Es increíble, dos
personas muertas casi el
mismo día. ¿Qué pasa?
Probablemente la maldita e-
ra yo, jamás debí de haber-
me acercado a ese árbol, a
este pueblo, por eso la fruta
se pudrió, debí imaginárme-
lo. Es verdad, está maldito.
─ Ya, señora, está
hablando barbaridades, es-
tá muy impresionada.
─ No, es verdad, no
se acerquen, aléjense de a-
hí, se pueden matar, los
puede matar el árbol.
En eso me desmayé,
y cuando desperté estaba
de nuevo en la cama de un
hospital, conectada a un
suero. En eso vi a mi jefe
que estaba junto a mí, sen-
tado en una silla. Yo ape-
nas podía hablar, y cuando
vio que me desperté se
acercó hacía mí.
─ ¡No, jefe, no me to-
que, no lo quiero maldecir,
no se acerque!
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─ No, Ana, cómo cre-
es, ya llevas tres días aquí,
te tuvieron que poner suero
porque ya llevabas dos días
sin comer. Qué bueno que
ya despertaste. No tienes
ninguna maldición, a Clau-
dia le fallaron los frenos y
con la lluvia se derrapó y
por eso chocó. Y en cuanto
a tu ex esposo, era suicida
y si no atentaba contra su
vida un día, lo haría en otro.
─ No es verdad, no,
no, de todos modos aléjese.
Me tengo que ir a vivir a o-
tro lado, ya no voy a re-
gresar, ya no voy a volver a
ese lugar. Pobre Claudia,
no se merecía morir así, y
ni siquiera pude ir a darle su
último adiós.
─ Me da pena que
creas en esas cosas, tú que
eres tan escéptica, tan sen-
sata y razonable. Según sé
estabas muy contenta en tu
casita de ese pueblito.
─ Sí, pero desde que
llegué ahí me han pasado
cosas malas, y todo por ese
maldito árbol, en mala hora
intenté escribir un artículo
sobre eso.
─ Pues yo no puedo
obligarte a que vuelvas allá,
pero siento que estas co-
metiendo un error.
─ Error sería regre-
sar, ya no voy a volver.
─ Bueno, pues nada
más te dejé tu cámara en tu
auto, que está en la pensión
de acá enfrente. Y aunque
yo sé que le agarraste tirria
al árbol, me gustaría ver las
fotos que le tomaste, por fa-
vor.
─ Cuando le tome las
fotos creí que el árbol era
de admirarse. Apenas me
den de alta, de inmediato le
llevo la cámara a la edito-
rial.
─ Te voy a mandar a
mi secretaria para que te a-
yude en lo que necesites.
─ No, no es necesa-
rio, yo puedo hacerlo sin a-
yuda, de verdad.
─ Está bien, como
quieras, te veo mañana.
La enfermera me lle-
vó mi bolsa, y cuando la a-
brí, vi que ahí seguían las
llaves del departamento, y
aunque viví en él muy ma-
los momentos, era una bue-
na opción para mudarme.
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─ Una señora de
nombre Evelyn le trajo esta
ropa para que se cambiara,
de hecho vino hace un día,
y me dijo que le comentara
que no se preocupara por
nada.
─ Sí, señorita, mu-
chas gracias. ¿Ya me pue-
do ir?
─ Ya está dada de
alta, por favor cuídese mu-
cho y coma bien.
Al salir, me dirigí di-
rectamente a la editorial a
dejar la cámara. Llegué con
el jefe de fotografía y le di la
memoria para que bajara
las fotos del árbol y se las
mostrara al jefe y entonces
me dijo:
─ Hola Ana, ¿a qué
dices que le tomaste fotos,
y a qué hora?
─ A un árbol, como al
medio día.
─ Pues aquí no es-
tán, sólo hay las de unas ra-
mas grises y es en la no-
che. ¿Estás segura de que
esta es la memoria?
En eso moví su mo-
nitor hacia mí y efectiva-
mente estaban las fotos del
árbol, pero eran las del ár-
bol maldito en la noche. Era
increíble, cada vez me con-
vencía de que eso era algo
paranormal, que era algo
maligno.
─ No puede ser, no
puede ser, esas no son las
fotos que yo tomé, ya estoy
harta, esto está llegando al
límite.
─ Pues esto no se
puede publicar, pero si
quieres se las muestro al je-
fe, que no sé qué te vaya a
decir, porque como que no
están muy bonitas, enton-
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ces… ¡Hey, hey, oye, oye,
¿adónde vas?
Me salí abruptamen-
te de la editorial y me subí a
mi auto, ya estaba decidido,
me iría a vivir al antiguo de-
partamento y ya jamás re-
gresaría al pueblo, ni si-
quiera por mis cosas.
Me iba acercando al
edificio y vi mucho movi-
miento: bomberos, patrullas
ambulancias, algo había pa-
sado. Me estacioné, y le
pregunté a un policía:
─ ¿Qué pasó, señor,
por qué hay tanto movi-
miento?
─ Es que explotó un
tanque de gas en un depar-
tamento y el incendio se ex-
tendió a todo el edificio. Por
desgracia hay muchos falle-
cidos.
─ ¿Y qué edificio es?
─ Es el que está en
la esquina de esta calle.
─ ¡ Es donde yo vi-
vía!
─ Ay, señora, qué
pena. ¿Tenía algún familiar
ahí?
─ No, pero les tenía
aprecio a mis vecinos. ¡Ya
es demasiado!
Me fui caminando
muy despacio a mi coche,
como zombi. Me senté y me
puse a pensar que ya era
mucho, no podía permitir
que la gente que estuviera
cerca de mí muriera trágica-
mente, y todo por ese mal-
dito árbol; me fui a una ga-
solinera y llené un tambo
que siempre traigo por cual-
quier emergencia. Estaba
yo muy enojada. Todavía
no anochecía, eran como
las cinco de la tarde y me
dirigí al pueblo a terminar
con todo eso.
Llegué y ahí estaba
el árbol de hipócrita, lucien-
do hermoso. Yo sabía que
apenas oscureciera sería
todo lo contrario, sus ramas
simularían manos picudas
queriéndome atrapar, las
alimañas rodearían su tron-
co; habría ratas, arañas,
serpientes, y el pasto cre-
cido apestaría a podrido Pe-
ro no lo iba a permitir, lo ro-
cié con gasolina completa-
mente; tomé una estopa y
la encendí, y se la aventé.
Temía que no le pasara na-
da, pero no fue así, se pren-
dió y comenzó a arder y se
escuchaba como si alguien
se lamentara, eran gritos,
no era mi imaginación, se
oían lamentos.
Me subí a mi auto y
vi cómo el árbol se consu-
mía poco a poco, Por pri-
mera vez me dio gusto ver
arder algo, hasta pensé que
era un glorioso espectáculo,
y no me dio miedo el pensar
que se podría extender has-
ta donde yo estaba. Total, si
yo moría ya no habría más
muertes. No sé si llovió o
no, pero sé que me quede
dormida. Descanse plácida-
mente, como ya hacía días
que no lo hacía.
Desperté al otro día,
eran las ocho de la mañana
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y como siempre el día era
hermoso. Tuve miedo de
volverme a ver el árbol,
pensando que ahí estaría
de nuevo sin un rasguño;
pero no fue así, afortunada-
mente solo estaban sus ce-
nizas. Qué hice para que no
renaciera su maldad, no lo
sé, pero lo logré.
En eso me tocaron la
ventanilla, de hecho me es-
pantaron y vi que era la se-
ñora que auxilié, baje el vi-
drió y le pregunté:
─ ¿Que tal, señora,
en qué la puedo ayudar?
—Ya me ayudaste
mucho, solo vengo a darte
las gracias, por fin nos libra-
mos de esta pesadilla.
─ Señora, espere,
¿usted sabe por qué ese ár-
bol causaba tanto daño?
¿Qué pasó que…
Y me interrumpió.
─ Créeme, es mejor
que no lo sepas, te aterrori-
zarías más de todo lo que
has visto: El mal ya se con-
sumió gracias a ti.
Y se retiró. Me quedé
satisfecha, ya no quise sa-
ber más. Encendí mi auto y
tomé un camino incierto, y
que el destino me llevara le-
jos, muy lejos, donde no hu-
biera árboles.
.
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Las nuevas experiencias
Peter Handke
(Premio Nobel de Literatura 2019)
1966
en Bayreuth
antes de una representación de la ópera “Tristán e Isolda”
me encontré en un estacionamiento
por primera vez
una moneda
en una de las máquinas de ahí
lo cual fue para mí una nueva experiencia
y me sentí orgulloso
y me pregunto:
“¿cuándo he cerrado una vez una puerta con una sola mano?
¿y cuándo comí por primera vez una hormiga en un pedazo de pan?
¿y bajo qué circunstancias he visto salir humo del agua por primera vez?
¿y dónde hice más aire con una bolsa de celofán?
¿y cuándo envié por primera vez una carta vía express?”
Una vez
¿en qué año?
desperté
en un espacio extraño
y me di cuenta por primera vez
de que estaba en un espacio.
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Una vez
¿en qué lugar?
alguien me gritó: “¡rápido, rápido!”
en un camino
y yo le grité: “¡sí, sí!”
y entonces corrí
y luego llegué
y me di cuenta de que por primera vez
llegué más pronto al correr.
1948
en la frontera entre Austria y Baviera
en un lugar bávaro público
“¿en qué casa de qué número?”
vi sobre una cama
bajo una sábana
atrás de unas flores
por primera vez
un hombre que estaba muerto.
En Austria
más tarde
¿cuándo?
no sé
¿bajo qué circunstancias?
mamá me vio desde lejos
¿cuán lejos?
lejos de mí
parada en la mesa de planchar
me avergoncé
ahí conocí por primera vez
la vergüenza
desde lejos de la mesa.
1951
en el verano
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mientras yo
(en el funeral de la abuela, a la que habíamos sepultado, me mandaron a casa por unos
cigarros)
en el vacío
y quieto espacio
entré adonde la muerta
había estado hace tres días
en capilla ardiente
y en el quieto
vacío espacio
vi un pequeño charco en el suelo
ahí tuve
por primera vez en la vida
angustia ante la muerte
se dice que entonces
corre algo frío por la espalda
y como defensa me dije algo
en son de reproche
para alejar esa angustia.
Más tarde
después de un peligroso error
por primera vez hubo un error no peligroso:
Coca Cola en la nieve
bajo el campanario de la calle alpina:
vi por primera vez en una película
la orden MANOS ARRIBA
de alguien con un arma en la mano:
vi por primera vez
un maniquí con lentes
por primera vez no tuve
(como debí hacerlo)
algo más que decir.
Ya me pregunto:
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¿cuándo por primera vez oí de alguien que pueda tomar un paraguas en la muerte?
Hoy
(aunque pude decir “veo que es como la primera vez”)
veo
y NO por primera vez
una imagen
de un representante de la autoridad
perseguir
y NO por primera vez
leí sobre eso
y apalear tanto a alguien
hasta que quedó listo
para expresar
que él no había sido apaleado
pero verdaderamente
vi por primera vez hoy
en la calle en la que vivo
ante el HOTEL ROYAL
sobre la acera
un gran trapo para limpiar zapatos tirado
y vi en un solo día
por primera vez
el interior de una escalera mecánica
y vi por primera vez
un pez atrapado en el puño de un rey
y vi POR PRIMERA VEZ
el café en la taza
abruptamente desbordarse
en el mantel blanco del TREN TRANSEUROPA.
(Tomado de: Peter Handke,“Prosa Gedichte Theaterstücke Hörspiel Aufsätze”, Suhrkamp
Verlag, 1969. Traducción de Luciano Pérez)
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xisten dos tipos de
cine: el que sirve
para distraer y el
que sirve para pensar, y
aunque no me niego a ver
las películas que sólo propi-
cian distracción, mi gusto
mayor está sin duda en las
películas, incluso cómicas,
que dejan algo para refle-
xionar y seguir rememoran-
do en la mente. Y ahora
que comenzamos otra dé-
cada, me corresponde ha-
blar de un director de cine
que para muchos es incom-
prensible y para otros, un
director genial (incluidos los
snobistas que sólo les gusta
fanfarronear). Hablo de Fe-
derico Fellini, quien en este
mes conmemoraría sus cien
años de nacido.
Originario de Rímini,
en la región de Emilia-Ro-
maña, nació el 20 de enero
de 1920, en el seno de una
familia de clase media. Sus
padres fueron Ida Barbiana,
la típica ama de casa de a-
quellos años, y su padre
Urbano Fellini, un represen-
tante de licor, dulces y co-
mestibles. Federico fue el
mayor de tres hijos, y de
acuerdo a lo que declaró de
manera constante en las
entrevistas, se fugó de su
casa paterna a los ocho a-
ños para unirse al circo.
Desde su infancia mostró
vivo interés por las películas
de Chaplin y los cómics hu-
morísticos norteamericanos
que años después influye-
ron en su obra, lo cual tam-
bién admitió en diversas o-
casiones.
Federico estudió en
el Liceo Classico Giulio Ce-
sare, donde descubrió su
talento para el dibujo; sentía
admiración por el dibujante
estadounidense Winsor Mc-
Cay, creador del personaje
de cómic Little Nemo. Su ta-
lento como caricaturista le
consiguió un empleo en el
Cine Fulgor, cuyo promotor
le encarga los retratos de
los actores para anunciar
las películas. En 1938 co-
mienza a publicar viñetas
en el periódico y en la revis-
ta humorística "420” de Flo-
rencia y también en La Do-
menica del Corriere.
E
Federico Fellini (1920 ─ 1993)
José Luis Barrera
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En 1941 tiene breve
un paso como escritor para
la Ente Italiano Audizioni
Radiofoniche (EIAR). La e-
tapa de Fellini en la radio
marca el debut del maestro
en el mundo del espectácu-
lo y el inicio de la relación
afectiva y artística con Giu-
lietta Masina, con quien
contrajo matrimonio en oc-
tubre de 1943. El 22 de
marzo de 1945 tuvieron un
hijo, Pier Federico, que fa-
lleció tan sólo doce días
después de su nacimiento.
Durante la etapa del
neorrealismo, en 1945 se
produce el primer encuentro
de Fellin i con Roberto Ro-
ssellini y comenzó su con-
tribución a la película más
representativa del cine Ita-
liano de posguerra: Roma
città aperta (“Roma ciudad
abierta”) de 1945. Fellini
también escribió guiones
para otros directores reco-
nocidos como Alberto La-
ttuada, Pietro Germi y Luigi
Comencini entre otros.
Después de colabo-
rar en los guiones de algu-
nos films de Rossellini: Pai-
sà (“Camarada”, 1946) y
L'amore (“El amor”, 1948); y
debutar en la dirección junto
a Alberto Lattuada con Luci
del varietà (“Luces de varie-
dades”. 1950), realiza en
1951 su primera película en
solitario:
Lo sceicco bianco
(“El jeque blanco”), protago-
nizada por el cómico Alber-
to Sordi y escrita por Miche-
langelo Antonioni y Ennio
Flaiano. Durante el rodaje
de esta comedia entre satí-
rica y burlesca, con presen-
cia de notas del neorrealis-
mo imperante en la época,
Fellini conoció a Nino Rota,
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el músico que lo seguiría
por el resto de su carrera.
Además, en esta película se
pueden distinguir en cierne
los futuros temas recu-
rrentes del genio felliniano:
la gran urbe trepidante y las
turbas remolinantes y dis-
frazadas, la playa, la sátira
del conformismo social y re-
ligioso, etc.
La película trata de
una joven pareja de recién
casados (Iván y Wanda)
que llegan a Roma con la
intención de conseguir la
bendición del papa Pio XII,
pero Wanda decide ir en
busca del “Jeque Blanco”;
un personaje de fotonovela
a semejanza de Rodolfo
Valentino, aprovechando la
cercanía del hostal donde
se hospedan con las ofici-
nas de la editorial que publi-
ca la revista; pero como el
protagonista en ese mo-
mento se encuentra traba-
jando a orillas del mar,
Wanda va a encontrarlo. Su
entrevista con el famoso
“Jeque Blanco” va resultar
algo más que decepcionan-
te, y mientras tanto en Ro-
ma, Iván desesperado trata
de hallar pretextos para o-
cultar a su familia la des-
aparición de Wanda y apla-
zar la audiencia con el pa-
pa. Wanda a 40 kilómetros
de Roma e Iván en una fre-
nética búsqueda en una ur-
be bulliciosa, en pleno des-
file de bersaglieri (cuerpo
de infantería del ejército ita-
liano), llegando hasta la no-
che cuando en la calle apa-
recen mujeres que inducen
a la tentación. En tanto
Wanda, extenuada, se acer-
ca al Tiber como último re-
curso. Aquí aparece un ca-
meo de Giulietta Masina,
interpretando el breve papel
de Cabiria, una prostituta de
gran corazón que después
sería la protagonista de su
propia película en 1957: Le
notti di Cabiria (“Las noches
de Cabiria”).
Así como Giulietta
Masina se convirtió en su
musa absoluta y en el per-
sonaje físico y sobre todo
emocional que fascinó al
público de medio mundo en
titulos dorados del cine Ita-
liano, otro actor que apare-
ce constantemente en sus
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filmes es Marcello Mastroia-
nni, quien estudiaba inter-
pretación en la misma es-
cuela que Massina, y que
fue gran amigo del director.
De hecho, Mastroianni apa-
rece en algunas de sus pe-
lículas más importantes,
siempre interpretando el pa-
pel principal (entre ellas “La
Dolce Vita” y “Ocho y me-
dio”). Fellini trabajó también
con actores como Anita Ek-
berg, a quien lanzó a la fa-
ma, Sandra Milo, los ya ci-
tados Sordi y Fabrizi, Anouk
Aimée, Claudia Cardinale,
Richard Basehart, Sylva
Koscina, Freddie Jones y
Roberto Benigni.
Vendría después, en
1954, una de sus más fa-
mosas películas y que le a-
brió las puertas a la fama
internacional y premiada
con el Oscar por mejor pelí-
cula de habla no inglesa,
así como el León de Plata
de Venecia: La strada es u-
na producción de Dino De
Laurentiis y Carlo Ponti. Es-
ta película trata de una jo-
ven que, trabajando para un
artista ambulante muere, y
su madre toma a su otra hi-
ja Gelsomina (una genial
Giulietta Masina) para ven-
derla al mismo artista Zam-
panò (Anthony Quinn). Pe-
se al carácter violento de
Zampanò, la muchacha se
siente atraída por el estilo
de vida en la calle (la stra-
da), sobre todo cuando su
dueño la incluye como parte
del espectáculo. Pero pese
a que ella aprende rápida-
mente el oficio de artista y
demuestra gran talento, no
se siente apreciada por
Zampanò y en un momento
decide abandonarlo y volver
a casa. Sin embargo Zam-
panó la encuentra y la obli-
ga a regresar con él. Enton-
ces deciden trabajar en un
circo itinerante, donde Zam-
panò tendrá problemas con
el bufón (Richard Basehart)
a quién conoce de tiempo
atrás. En una pelea entre
ambos, Zampanò hiere al
bufón con un cuchillo y es
detenido. Mientras Zampa-
nò se encuentra en la cár-
cel, Gelsomina aprende la
importancia de tener un pro-
pósito en la vida y aunque
varios de los personajes
que se encuentra por el ca-
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mino le ofrecen que se una
a ellos, Gelsomina demos-
trará su lealtad a Zampanò
hasta el final.
Vendrían algunas o-
tras geniales películas y en
1960, filma la película que
marca su encumbramiento
definitivo, y que además
marca el alejamiento del
corte neorrealista de sus
anteriores películas, y su
coqueteo con el simbolis-
mo: La dolce vita es una
película carente de una es-
tructura tradicional en su
trama, muestra una serie
de noches y mañanas a lo
largo de la Via Veneto de
Roma, vistos desde el pun-
to de vista de su personaje
principal, un escritor de cró-
nicas sociales llamado Mar-
celo Rubini. La película
puede ser dividida en un
prólogo y siete episodios
principales, cortados por un
intermedio y un epílogo. Ru-
bini es un galán mujeriego
que no puede ocultar su vi-
cio por las mujeres, lo cual
se denota desde el prólogo,
cuando él se distrae de su
trabajo de reportero para in-
tentar hacer contacto con
un grupo de mujeres en tra-
je de baño, de quienes in-
tenta conseguir su número
telefónico. Pero tal vez el
más famoso es el episodio
dos, cuando aparece Anita
Ekberg interpretando a una
famosa actriz de nombre
Sylvia, y con la que Marce-
lo; después de una discu-
sión de ella con su novio, se
pasa toda una noche pa-
seando por los callejones
de Roma, culminando con
la famosa escena en la que
ambos personajes se bañan
en las aguas de la Fontana
de Trevi. Pero no sólo esta
escena ha trascendido al
tiempo, ya que el personaje
interpretado por Walter
Santesso, de nombre Papa-
razzo, quien es el fotógrafo
que acompaña Rubini, da el
nombre a los actuales fotó-
grafos faranduleros que an-
dan por el mundo en busca
de una foto que resulte va-
liosa en este medio fútil.
La película se es-
trenó en el Festival de Cine
de Cannes donde fue galar-
donada con la Palma de
Oro de 1960 y en los Pre-
mios Óscar de 1960 se hizo
con el Óscar al mejor dice-
ño de vestuario (obra del
director artístico Piero Ghe-
rardi) y fue candidata a los
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premios a la mejor direc-
ción, al mejor guión original
y a la mejor dirección artís-
tica.
Entre las muchas a-
nécdotas de la película está
aquella noche del 5 de no-
viembre de 1958, en una
fiesta en la que estaba pre-
sente Anita Ekberg, Aïché
Nana (1936 - 2014) realizó
un streptease en el restau-
rante Rugantino, del Tras-
tévere, al término de la ce-
lebración del cumpleaños
de la aristócrata, periodista
y escritora Olghina di Robi-
lant. Esta escena la recrea-
ría Ekberg en la escena pa-
ra la película “La dolce vi-
ta”. Las fotos fueron publi-
cadas en L'Espresso. Felli-
ni se inspiró en este acon-
tecimiento y en las historias
que le contaba Secchiaroli,
que aparece en la película
en forma del personaje Pa-
parazzo.
Después de esta pe-
lícula, la fama de Fellini va
en aumento y su talento es
cada vez más apreciado,
entonces en respuesta al
prestigio que se gana con
los espectadores y la críti-
ca, en 1963 entrega otra o-
bra de arte, que para mu-
chos críticos cinematográfi-
cos es una de las mejores
películas en la historia ci-
nematográfica mundial: O-
tto e mezzo, con Marcello
Mastroianni, Claudia Cardi-
nale y Anouk Aimée como
actores principales, y en
donde el tema principal de
la película es la crisis crea-
tiva de un afamado artista y
el consecuente confronta-
miento con las expectativas
de productores periodistas y
amigos, que urgen otro ge-
nial trabajo. Pero a su vez
también se enfoca en la cri-
sis existencial de un hom-
bre que para soportar el pe-
so de la vida se refugia en
los recuerdos y las fanta-
sías oníricas, en donde fi-
nalmente Guido Anselmi
(Mastoriani) encuentra la
inspiración para su nueva
película. Empieza a recor-
dar los principales aconteci-
mientos de su vida, y a las
mujeres de las que ha esta-
do enamorado y que ha
perdido. Alrededor del per-
sonaje central se van entre-
tejiendo varias historias con
los habituales personajes
fellinianos concentradas en
el balneario.
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La película consiguió
un gran éxito internacional
y obtuvo el Óscar a la me-
jor película extranjera. El
hecho de ser una película
autobiográfica fue reconoci-
do y negado, según el hu-
mor de que estuviera el
propio Fellini. La película
suponía el número ocho y
medio en su filmografía,
porque ya había rodado an-
teriormente siete películas,
"y media", considerando
sus colaboraciones en las
de creación colectiva con o-
tros renombrados directo-
res: L'amore in città (1953),
en la que el episodio dirigi-
do por Fellini se titula “A-
gencia matrimonial” (Agen-
zia matrimoniale), y “Bocca-
ccio 70” (1962), en la que
Fellini aporta el episodio ti-
tulado Las tentaciones del
doctor Antonio.
Describir una por una
las películas de Fellini sería
una labor de un sinnúmero
de engorrosas páginas, por
lo cual se tiene que tomar
una decisión de las más
emblemáticas o que más se
recuerdan de manera per-
sonal, y por lo tanto sólo de-
jo estas películas como re-
ferencia de la grandeza del
director. Pero no podemos
omitir otras que reforzaron
su prestigio, como: Le notti
di Cabiria (“Las noches de
Cabiria”) de 1957, Giulietta
degli spiriti (“Giulietta de los
espíritus/Julieta de los espí-
ritus”) de 1965, Satyricon de
1969, Amarcord de 1973,
Casanova de 1976, y Prova
d'orchestra (Ensayo de or-
questa) de 1979.
Por supuesto que Fe-
llini es uno de los directores
más reconocidos por los
que gustamos del buen cine
(conocido hoy como “cine
de autor”), y aunque su ge-
nio es indudable, vale la pe-
na quitarle algunas etique-
tas snobistas para que más
gente se acerque y disfrute
de su deliciosa producción
cinematográfica.
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1.- Hesiodus
uién supo
más acerca
de los dio-
ses? Un pastor. Por eso yo
quiero llevar a mis ovejas al
Río del Consulado, y ahí
con mi zampoña evocar e-
popeyas de los titanes, que
debieron vencer a los olím-
picos, para que Tifón fuese
nuestro dios y no Zeus. Pe-
ro nada de esto pudo ser,
porque el Departamento del
Distrito Federal abolió el río,
para que miles de autos pa-
saran raudos donde mis o-
vejas, que tienen sed y
quieren saber, escucharían
mis cantos como si pacie-
sen estrellas en Ascra.
2.- Heraclitus
El tiempo, que es niño, jue-
ga con las damas. Y éstas,
que no pierden el tiempo,
montan al niño y luego lo
nombran caballero. El tiem-
po, alguna vez caballo para
las damas, luego llegó al
ajedrez como logos, para
montar a la reina y lograr
que le confirmase, camino
arriba y camino abajo, su
rango en la caballería o en
el hipódromo, que son uno
y lo mismo.
3.- Abeja Reina
Abeja Reina lectora de Ovi-
dio, no del amor sino del
destierro, que nos hemos
ido lejos, con los bárbaros,
con quienes estamos mejor,
porque nadie nos ama.
“¡Nadie me ama!”, exclama
la reina, y el dístico cae, por
obra y gracia de su mano
de miel y de langosta. Ella,
la que clama en el desierto,
porque el hijo al que lleva-
ron a Egipto fue hecho pe-
dazos, no por Herodes, ni
¿Q
Algunas prosas
Luciano Pérez
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por Faraón, ni por Diablo.
¡El creador de Behemot y
Leviatán lo hizo!
Por fortuna, estamos
lejos de eso. Abeja Reina
sigue leyendo las penalida-
des de Nasón junto al negro
mar, ahí donde el petróleo
de Ploesti desemboca para
tirarse, para perderse; nada
importa, porque nadie, NA-
DIE nos ama. Abeja Reina
piensa un rato en Ulises, y
ahora peina hexámetros,
larga cabellera en el exilio.
Los bárbaros aquí dicen
BARA, BARA como en Te-
pito, y quien entiende eso
no aspira a la docencia, tan
sólo sabe que ya no hay pa-
ra qué pararse temprano e
ir al trabajo, ni luchar a la
grecorromana en el metro
(la medida) de Ciudad de
México.
No es tan malo el
destierro, pero abeja quiere
picar. ¿Acaso no fue Eros
picado por una? Y Eros es
Eris, lo sabemos todos,
aunque nos quejemos de
que no se nos ama, y de
que la medida (el metro) de
las cartas de “Las Tristes”
tiene que ser ajustada a la
pena que sienta uno, y a
veces uno está contento
con su tristeza. Y la reina,
que es fan ovidiana, ha de-
jado de leer el Arte y los
Remedios, para hundirse
nada más que en el Ponto.
Porque nadie ama…
4.- Las Torres
A la pisana torre quiero ir,
como el mariscal alemán, y
observar la luna, la vaca y
el gato. Si las escaleras no
me marean, por supuesto.
Si mi corazón resiste subir
hasta la terraza y ver el co-
lor de los astros. Pero ni si-
quiera puedo subir a la torre
latina, en el centro de mi ca-
pital. Dos o tres veces fui,
cuando podía, y vi hacia
abajo el reino de Liliput, y
en la esquina de San Juan
y Madero los coreanos ad-
vertían contra el código de
barras, ese mismo que el
Diablo, según Luca Signo-
relli, le aconsejó al Anticris-
to imponer en todos los co-
mercios del mundo. ¿Y la
torre de Babel? Nemrod
quiso alcanzar a Dios y des-
tronarlo, hacerlo huir de Me-
sopotamia y del mundo. Pe-
ro no llegó, y tampoco yo, y
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sé que el ziggurat me ma-
rearía mucho, más que la
torre del mariscal, más que
la latina de la capital de A-
náhuac…
5.- Cuando Sibila muera
De tan pequeña, de tan di-
minuta, tendrá que morirse
Sibila. No sabemos si ya
fue así. Los niños juegan,
corren y preguntan, mas al
parecer ella ya no respon-
de. O ya no se le oye. Qui-
zá más bien no tiene por
qué hablar. ¿Y ahora quién
dirá lo que ha de venir? Los
oráculos lo mismo orientan
que desorientan, dicen más
de lo que no viene al caso y
menos de lo pertinente. Tal
vez por eso Sibila se hizo
vieja y baldía, tal vez por e-
so empequeñeció. En la
cueva de Cumas hay un va-
cío, porque ahora que el fu-
turo ha llegado, ya no se
necesita saber de lo que
vendrá. Simplemente, por-
que ya vino. No hay más, y
cuando muera Sibila, si no
es que ya murió, las mari-
posas habrán de llevarla
por un rústico camino hacia
el Orco, por quien juramos.
6.- Asís
Lícito me es acudir a Asís
para provecho de mis pala-
bras. No para buscar com-
pasión, pues dura es la mu-
chacha y duro el destino;
sino que los dísticos des-
granen su metro según Ale-
jandría entre los romanos.
Que si el aroma es todo
Calímaco, a Roma le perte-
nece el caudal de alusio-
nes. ¡No hay cabida para
lector perezoso, ese no es
mi semejante! Mimesis de
Propercio son las memorias
que como de Cintia tene-
mos, de esas memorias a
las que llamé alguna vez
Yucatán y la Santa María.
Amor fue la dureza, como
mísero que soy y que he si-
do. ¡En Asís la riqueza es
toda verso!
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Llegando ya al segundo mes del 2020 y a otro número que
promete cosas buenas. El triple ocho; el gran tetrakis
pitagórico, que es el número que apadrina a esta revista
(todo comenzó en octubre, el antiguo mes ocho, cuyo
nombre actual lo ostenta). Sea por lo que sea este año
seguiremos trabajando para llenar de contenido de calidad
las páginas de esta revista y seguir agradando a nuestros
lectores.