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1 LA OBLIGACIÓN LEGAL DE ALIMENTOS. APROXIMACIÓN A SU REGIMEN JURÍDICO. 1 Lic. Daimar Cánovas González Profesor Asistente, Facultad de Derecho, Universidad de la Habana. Presidente de la Cátedra de Estudios Jurídicos del Instituto Superior de Tecnologías y Ciencias Aplicadas. [email protected] 1. Definición y naturaleza jurídica. La obligación alimenticia es una obligación sui generis, que por varias razones está sometida a un régimen jurídico especial, que la sustrae de la disciplina común a todas las obligaciones, ya sea por su constitución, modalidades de cumplimiento, causales de extinción, entre otras circunstancias. Si bien existe consenso en la mayoría de sus rasgos definitorios, muchas veces se identifican términos para nada sinónimos como obligación alimenticia y obligación legal de dar alimentos, en ocasiones con caracteres bien diferenciados. El Código de Familia, en su artículo 121, define los alimentos como “… todo lo que es indispensable para satisfacer las necesidades de sustento, habitación y vestido, y en el caso de los menores de edad, también los requerimientos para su educación, recreación y desarrollo”. Más que una definición de la obligación alimenticia, es una definición de su objeto, o mejor, de los fines a los que se aplica la prestación objeto de la obligación. En ello la legislación cubana sigue el camino de su antecedente en el artículo 142 del Código Civil español, con ligeras variaciones. De modo semejante se pronuncia el artículo 372 del Código Civil argentino, que se refiere a la “… subsistencia, habitación y vestuario correspondientes a la condición del que la recibe, y también lo necesario para la asistencia en las enfermedades”. La obligación legal de alimentos puede definirse como aquella que existe entre uno o varios sujetos deudores, a quienes se denomina alimentantes, con otro o varios sujetos acreedores, llamados alimentistas, quienes están unidos en relación matrimonial o de parentesco, corriendo a cargo de los primeros la realización de una prestación que ha de proporcionar a éstos últimos lo necesario para la satisfacción de sus necesidades vitales, expresión en la que se puede resumir las distintas especies de gastos a que hace referencia el Derecho positivo. 2 1 Publicado en, OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la Caridad (coordinadora), Ensayos sobre Derecho de Obligaciones Libro Homenaje al Profesor Dr. Humberto José Luis Sánchez Toledo, Tirant lo Blanch, Valencia, 2012, pp. 55-96. 2 Se sigue en líneas generales la definición aportada por JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, “La regulación española de la obligación legal de alimentos entre parientes” en, Anuario de Derecho Civil, tomo LIX, fascículo II, abril de 2006, p. 745. En el mismo sentido, pero de forma afirmativa, como derecho a alimentos y no como obligación, se pronuncia ROCA I TRÍAS, E., “Las relaciones familiares básicas: los alimentos” en, ROCA I TRÍAS, E. (coordinadora), Derecho de Familia, 3 ra edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 1997, p. 39.

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LA OBLIGACIÓN LEGAL DE ALIMENTOS. APROXIMACIÓN A SU REGIMEN JURÍDICO.1 Lic. Daimar Cánovas González Profesor Asistente, Facultad de Derecho, Universidad de la Habana. Presidente de la Cátedra de Estudios Jurídicos del Instituto Superior de Tecnologías y Ciencias Aplicadas. [email protected]

1. Definición y naturaleza jurídica. La obligación alimenticia es una obligación sui generis, que por varias razones está sometida a un régimen jurídico especial, que la sustrae de la disciplina común a todas las obligaciones, ya sea por su constitución, modalidades de cumplimiento, causales de extinción, entre otras circunstancias. Si bien existe consenso en la mayoría de sus rasgos definitorios, muchas veces se identifican términos para nada sinónimos como obligación alimenticia y obligación legal de dar alimentos, en ocasiones con caracteres bien diferenciados. El Código de Familia, en su artículo 121, define los alimentos como “… todo lo que es indispensable para satisfacer las necesidades de sustento, habitación y vestido, y en el caso de los menores de edad, también los requerimientos para su educación, recreación y desarrollo”. Más que una definición de la obligación alimenticia, es una definición de su objeto, o mejor, de los fines a los que se aplica la prestación objeto de la obligación. En ello la legislación cubana sigue el camino de su antecedente en el artículo 142 del Código Civil español, con ligeras variaciones. De modo semejante se pronuncia el artículo 372 del Código Civil argentino, que se refiere a la “… subsistencia, habitación y vestuario correspondientes a la condición del que la recibe, y también lo necesario para la asistencia en las enfermedades”. La obligación legal de alimentos puede definirse como aquella que existe entre uno o varios sujetos deudores, a quienes se denomina alimentantes, con otro o varios sujetos acreedores, llamados alimentistas, quienes están unidos en relación matrimonial o de parentesco, corriendo a cargo de los primeros la realización de una prestación que ha de proporcionar a éstos últimos lo necesario para la satisfacción de sus necesidades vitales, expresión en la que se puede resumir las distintas especies de gastos a que hace referencia el Derecho positivo.2

1 Publicado en, OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la Caridad (coordinadora), Ensayos sobre Derecho de

Obligaciones – Libro Homenaje al Profesor Dr. Humberto José Luis Sánchez Toledo, Tirant lo Blanch, Valencia, 2012, pp. 55-96. 2 Se sigue en líneas generales la definición aportada por JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, “La

regulación española de la obligación legal de alimentos entre parientes” en, Anuario de Derecho Civil, tomo LIX, fascículo II, abril de 2006, p. 745. En el mismo sentido, pero de forma afirmativa, como derecho a alimentos y no como obligación, se pronuncia ROCA I TRÍAS, E., “Las relaciones familiares básicas: los alimentos” en, ROCA I TRÍAS, E. (coordinadora), Derecho de Familia, 3

ra

edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 1997, p. 39.

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Se utiliza esa denominación por considerarla de mayor precisión. Razón lleva el vigente Código de Familia cuando titula el capítulo De la obligación de dar alimentos, y no como hace el Código Civil español De los alimentos entre parientes, pues dicha obligación no existe solamente entre sujetos vinculados por algún tipo de parentesco, también entre personas unidas por relación jurídica conyugal (artículo 123). Sí se hace expresa referencia a la fuente de tal obligación, cuestión que se abordará con posterioridad, pues si bien la obligación alimenticia que regula el Código de Familia viene impuesta por la propia ley, puede ésta tener origen en un acto jurídico, como puede ser un contrato, o estar contenida en una disposición testamentaria. Se utiliza, además, el vocablo alimentos para ser fieles a la tradición jurídica que entiende incluidos dentro de ellos todo lo necesario para la subsistencia del alimentista, aunque su sentido profundo sea más amplio que el literal. Merece hacer una pausa la exclusión en la letra del artículo 121 del Código de Familia de los gastos de asistencia médica, gastos que sí están explícitamente incluidos en los textos legales español, argentino y venezolano (artículo 284 de éste último), por ejemplo. Quizás el legislador de 1975 consideró que en una sociedad donde se garantiza el acceso de todos a los servicios de salud en forma gratuita no tenía sentido tal exigencia. No obstante, hay que reconocer que si bien los servicios de salud son gratuitos, ciertos medicamentos, aunque no alcanzan los precios de los productos de las grandes transnacionales farmacéuticas, pueden representar para la población de menores ingresos una carga considerable, que los legitima a exigir alimentos. De ahí que el anteproyecto de nuevo Código de Familia sí los incluya en el artículo 186, que se refiere a las necesidades de conservación de la salud. Puede distinguirse, pues, una obligación de dar alimentos en sentido general, la obligación legal de alimentos, y dentro de ella, una obligación de alimentos en sentido estricto. La obligación de dar alimentos tiene como fin la satisfacción de las necesidades vitales, cualquiera que sea su fuente, por lo que es posible ubicar en ella tanto la prevista legalmente, como la establecida mediante pacto. Se plantea que la obligación de alimentos “… es el deber que tiene una persona de suministrar a otra los recursos que ésta requiere para subsistir”.3 La obligación legal de alimentos es, pues, una especie de ese género más amplio, que se caracteriza por la existencia de parentesco o matrimonio entre acreedor y deudor, además de estar expresamente dispuesta por la ley. Por su parte, la obligación alimenticia en sentido estricto tiene como fundamento la situación de necesidad en el alimentista: que “… quien reclama el derecho a recibir alimentos, se encuentre en una situación de no poder proveer por sí mismo a su mantenimiento. La obligación de prestar alimentos surge cuando ésta situación se produce, es

3 GRISANTI AVELEDO DE LUIGI, Isabel, Lecciones de Derecho de Familia, 14

ta edición, Vadell

Hermanos Editores, Caracas, 2007, p. 61. El Tribunal Supremo español se pronunció en sentido similar, en sentencia de 8 de marzo de 1962, al afirmar que es el “… deber impuesto jurídicamente a una o varias personas de asegurar la subsistencia de otra u otras…”.

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independiente de las causas que la originaron y no exige que el alimentista se encuentre en situación de indigencia total”.4 En el ordenamiento jurídico cubano es posible realizar esta distinción entre obligación legal alimenticia y obligación alimenticia en sentido estricto. Los requisitos para la exigencia de la obligación están consignados en el artículo 122, pero obsérvese que para los hijos menores de edad, se dispone que la reclamación procede “… en todo caso”, mientras que para los cónyuges y el resto de los parientes es necesario que carezcan de recursos económicos y estén impedidos de obtener los alimentos por sí mismos, sea por razón de edad o enfermedad. En el primer caso se trata de una obligación alimenticia en sentido lato, mientras que en el segundo hay obligación alimenticia strictu sensu, que sólo se justifica cuando existan esas especiales circunstancias. En relación a la naturaleza jurídica de la obligación de dar alimentos, son tradicionales dos tesis fundamentales. Para la tesis patrimonialista, sustentada por MESSINEO, el derecho alimentario tiene esa naturaleza y, por tanto, es perfectamente transmisible.5Aunque la obligación alimenticia se cumpla en muchas ocasiones a través de una pensión monetaria, y aun cuando se preste en especie, es perfectamente evaluable en dinero, la mayoría de los ordenamientos jurídicos consagra su intrasmisibilidad (artículo 487 del Código Civil de Perú, artículo 151 del Código Civil español y 132 del Código de Familia cubano), lo que hace que se aparte del régimen general de los derechos patrimoniales. Por el contrario, otros autores como CICU, sostienen la naturaleza extrapatrimonial de la obligación alimentaria. “El derecho del alimentista no constituye un elemento activo de su patrimonio porque no es este elemento algo de lo que se pueda disponer, un valor que aumente el patrimonio y sirva de garantía a los acreedores; no constituye siquiera un interés patrimonial o individual del alimentista al que la ley otorgue protección, sino un interés de orden superior y familiar. Inversamente el débito por alimentos no constituye para el obligado un elemento pasivo de su patrimonio, ya que su importe no se toma en cuenta cuando se valúa la entidad económica del patrimonio del deudor”.6 Rebasando esas posiciones extremas, cabe afirmar que el derecho a alimentos tiene una naturaleza sui generis, que tiene un evidente contenido patrimonial, pero asociado a una finalidad personal o extrapatrimonial que depende del interés superior de la familia. Ese interés superior es el que imprime a la obligación alimenticia sus caracteres más específicos, que la distancian del régimen general de las obligaciones, reconocido en el Código Civil, al que no obstante hay que

4 ROCA I TRÍAS, E., op. cit., p. 40.

5 Cit. pos., CHUNGA CHÁVEZ, Carmen, “Comentario al artículo 472” en, A.A.V.V., Código Civil

comentado, tomo III Derecho de Familia (segunda parte), 1ra

edición, Gaceta Jurídica, Lima, 2005, p. 226. 6 Cit. pos., DE RUGGIERO, Roberto, Instituciones de Derecho Civil, Volumen segundo, Derecho de

Obligaciones, Derecho de Familia, Derecho Hereditario, traducción de la 4ta edición italiana,

Editorial Reus, Madrid, 1931, pp. 696-697.

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acudir supletoriamente, ante la ausencia de norma especial (artículo 8 y Disposición Final Primera del Código Civil).

2. Antecedentes históricos. Si bien el deber estatal de alimentar a indigentes y menesterosos se cumple desde la antigüedad, pues en Roma eran conocidos repartos de harina, aceite y trigo con esta finalidad asistencial,7 ello no constituye propiamente un antecedente de la obligación legal de dar alimentos al no existir entre los sujetos las relaciones que fundamentan su existencia, ni concederse en todo caso el ejercicio de una acción para su exigencia. PLATÓN refiere que en Atenas estaba sancionada por la ley la obligación de los padres de mantener y educar a la prole, regulándose para los descendientes similar obligación en prueba de afecto y reconocimiento para con sus ascendientes.8 En el Derecho Romano clásico se desconoce la institución. En el Derecho quiritario, que relegaba al hijo y a la mujer a la condición de cosa, era impensable la existencia de la obligación legal alimenticia, que supone el reconocimiento de derechos incondicionados a estos sujetos; sólo con la influencia del cristianismo es que se establece tal obligación a favor del cónyuge y de los hijos. La patria potestad, que en su origen no se limitaba a los hijos no emancipados, concedía el ius vitae et necis sobre las personas sometidas a ella y, por tanto, no generaba obligaciones para el pater familiae, situación a la que puso fin el emperador Constantino.9 Es en el declinar del imperio, que pasa de las relaciones de patronato y clientela a las relaciones familiares, atribuyéndose tal derecho a los hijos y nietos, y cónyuges, en forma sucesiva, llegando en el siglo II después de Cristo a alcanzar a los descendientes emancipados y ascendientes. En la época justinianea se extiende a los hermanos, incluidos los hermanos naturales.10 En el Derecho germánico, si bien la obligación no derivaba mayormente de la ley, se le reguló como consecuencia de la constitución de la familia. En particular, en el Derecho de los longobardos, se reconoció la obligación del padre de sustentar a los hijos naturales, aunque también como consecuencia de otras relaciones, como la existente entre el donante y el donatario, en el caso de las donaciones universales.11

7 DEL CASTILLO, Conrado, Los alimentos en el derecho vigente, 1

ra edición, Jesús Montero Editor,

La Habana, 1953, p. 11. 8 Cit. pos., DE LA OLIVA DE CASTRO, Andrés, voz “Alimentos” en, DE CASSO Y ROMERO, Ignacio y

Francisco CERVERA Y JIMÉNEZ-ALFARO (directores), Diccionario de Derecho Privado, tomo I, 1ra

edición, Editorial Labor, Madrid, 1950, p. 310. 9 PUIG PEÑA, Federico, “Alimentos” en, Nueva Enciclopedia Jurídica, tomo II, Editorial Seix,

Barcelona, 1950, pp. 586-587. 10

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 744. 11

BONET RAMÓN, Francisco, Compendio de Derecho Civil, tomo IV Derecho de Familia, 1ra

edición, Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1960. P. 693.

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El Derecho Canónico desenvuelve la institución ampliamente. La reguló primeramente en el seno de la vida monacal, entre cuyos miembros se da el lazo de la fraternidad espiritual, extendiéndola consecutivamente a la familia legítima, la ilegítima, la adoptiva, así como a la relación entre bautizante y bautizado. El Derecho intermedio sí reconoce la institución, pero no derivada del parentesco, sino del vasallaje. El vasallo tenía la obligación de alimentar a su señor, y en caso de incumplimiento podía incluso perder el feudo, asumiendo en ocasiones el señor una obligación similar a la de su vasallo, con lo que no siempre tenía el carácter recíproco que hoy se predica de ella. El Fuero Real de Castilla establece con propiedad la obligación de los hijos de alimentar a sus padres y hermanos que caigan en estado de pobreza, mientras que en las Siete Partidas se estatuye el deber de padres e hijos de prestarse alimentos de forma recíproca, ampliando la protección a los abuelos y los demás ascendientes.12 La Ley de matrimonio civil de 1870 en España regula ya la institución en sus caracteres actuales, en sus artículos 63 y 72-79, preceptos que en gran medida sigue el Código Civil español de 1888, vigente en Cuba en materia familiar hasta 1975, y antecedente inmediato de nuestro Derecho positivo, que regula la obligación legal de alimentos del artículo 121 al 136 del Código de Familia, algunos de los cuales fueron modificados por el Decreto Ley 84, de 20 de enero de 1984, que suprimió entre nosotros la adopción simple.

3. Fuentes y ubicación sistemática. El problema de las fuentes de las obligaciones es uno de los más tratados, sin que se haya llegado hasta el momento a criterios uniformes al respecto. Cada autor, en cierta medida, se siente deudor de la legislación que toma como referencia, y pocos se sustraen al influjo que ofrece la claridad de los preceptos. El Código Civil cubano no dedicó precepto alguno a las fuentes de las obligaciones, pero sí reguló las diferentes causas de la relación jurídica, entre las cuales hay que incluir indudablemente a la obligación. La doctrina familista al abordar la problemática de las fuentes de la obligación alimenticia ha dado respuestas quizás en exceso simples, si tenemos en cuenta las reflexiones que se han dado desde el siglo anterior en el Derecho Civil patrimonial.13 La generalidad de los autores consigna como fuentes a la ley, el

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La Ley 2da

, título 19 de la Partida IV y V, así como el título 33 de la Partida VII conceptualizaban los alimentos como lo necesario para comer, beber, vestir, calzar, casa donde habitar y lo que fuese preciso para recobrar la salud. La Partida VI, título 19, Ley

2da, extendió el deber de alimentos

a otros ascendientes distintos de los padres. DEL CASTILLO, Conrado, op. cit., p. 12. 13

Fuente de las obligaciones son “… los hechos de los cuales el Derecho Positivo hace brotar estas peculiares relaciones jurídicas”. OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C. y Teresa DELGADO

VERGARA, “Fuentes de las obligaciones” en, OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la Caridad y Teresa DELGADO VERGARA, Teoría General de las obligaciones: comentarios al Código Civil cubano, 1

ra

reimpresión de la 1ra

edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2005, p. 46.

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acuerdo de voluntades o convención y el testamento.14 En primer lugar, habría que precisar que dichas fuentes lo son de la obligación alimenticia en sentido amplio, como género, y no de la obligación legal de dar alimentos, tal como ha sido definida supra. En segundo lugar, el contrato o convención por el cual se establezca un derecho alimentario a favor de determinada persona, va a estar determinado por la autonomía de la voluntad de las partes y, en tal caso, la obligación alimenticia podría tener unos caracteres absolutamente distintos a los establecidos por ley, por lo que su estudio se realizaría dentro del régimen común a todas las obligaciones. A ello hay que añadir que tal pacto de alimentos tendría que darse necesariamente entre sujetos que no estén obligados legalmente a ello, pues de lo contrario sólo se estaría conveniando la modalidad concreta en que se ejecutaría la prestación del obligado, no constituyendo el contrato su verdadera fuente.15 En el supuesto del testamento, el mismo puede contener efectivamente, disposición a través de la cual se le atribuya a determinada persona la titularidad sobre un derecho de alimentos, sea a través de una institución de legado, o de la imposición de una carga modal a un heredero o legatario. El Código Civil español contiene disposición expresa al respecto, al establecer en su artículo 879 que el legado de alimentos “… dura mientras viva el legatario, si el testador no dispone otra cosa”. En cuanto a la fijación de la cantidad de la pensión, en caso que el testador no lo haya hecho, si acostumbró en vida a satisfacer la obligación alimenticia, se entenderá legada la misma cantidad, salvo que resulte desproporcionada en relación con la herencia.16Se trata en este caso de una fuente distinta de la obligación, pues como puede constatarse, ella se prolonga más allá de la subsistencia de las condiciones para su exigencia por toda la vida del legatario, aplicándose supletoriamente estas reglas para el caso del beneficiario de la carga modal. El Código de VÉLEZ SARSFIELD, por su parte, abunda en su artículo 3.794 en el contenido de tal legado, que comprende “… la instrucción correspondiente a la condición del legatario, la comida, el vestido, la habitación, la asistencia en las enfermedades hasta la edad de 18 años, si no fuese imposibilitado para poder procurarse alimentos. Si lo fuese, el legado durará la vida del legatario”. Nótese que si bien se trata de la obligación alimenticia en sentido amplio, su duración está condicionada a la persistencia de las circunstancias personales y económicas,

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CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, “Parentesco, alimentos, derecho de visitas” en, A.A.V.V., Derecho de Familia, tomo segundo, 1

ra edición, Rubinzal Culzoni Editores, Santa Fe, 1982, p. 347;

BELLUSCIO, Augusto César, Manual de Derecho de Familia, tomo 2, 1ra

reimpresión de la 7ma

edición, Editorial Astrea, Buenos Aires, 2004, pp. 485-486. 15

CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, op. cit., p. 347. DORAL, por su parte, entiende que el elemento común a toda obligación alimenticia no es la posibilidad de exigencia legal, sino el estado de necesidad en el alimentista: “… no son, en tal caso, verdaderas deudas alimenticias aquellas que, amparándose en un pacto, incluso cuando sea contraprestación, no se basan en una necesidad vital”. DORAL, José Antonio, “Pactos en materia de alimentos” en, Anuario de Derecho Civil, tomo XXIV, fascículo II, abril-junio de 1971, p. 323. 16

ROYO MARTÍNEZ, Miguel, Derecho Sucesorio Mortis Causa, Primera Parte, s.ed., Facultad de Derecho - Universidad de La Habana, La Habana, 1991, p.263.

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tenidas en cuenta en el alimentista, hasta el punto de que al cesar la situación de necesidad, se extingue como consecuencia el legado (artículo 3.732).17Se regula aquí una obligación alimenticia con fuente en un acto mortis causa y que requiere de los mismos presupuestos que la obligación legal de alimentos, pero es esencialmente distinta, pues aquella comienza justo cuando termina ésta. En su condición de obligación personalísima, la obligación alimenticia se extingue con la muerte, mientras que el legado de alimentos justamente será adquirido con el fallecimiento del testador. Cuestión distinta es la relativa a la fuente de la obligación legal de alimentos. A primera vista, la propia denominación ofrece la respuesta. Dicha solución, no obstante, se ha revelado como engañosa para todas aquellas obligaciones que la doctrina ha llamado tradicionalmente como legales. En efecto, si la fuente de la obligación es el hecho del cual ésta nace, no puede ser la ley uno de estos hechos. En todo caso, no pueden equipararse como fuente la ley y los contratos o los delitos, por ejemplo, pues tanto los contratos como los delitos sólo producen tales efectos en la medida en que la ley los reconoce o establece.18La ley es fuente indirecta de toda obligación porque ella le atribuye a un hecho determinado la cualidad de producir la relación jurídica obligatoria, convirtiendo a este hecho en fuente directa de tal relación. El rótulo bajo el cual se regula la obligación legal de alimentos en el Código Civil español (De los alimentos entre parientes), hace pensar en el parentesco, o mejor, en el hecho que le da origen, como la fuente de la obligación alimenticia. Debe recordarse que el Código Civil cubano, por su parte, no regula directamente las fuentes de las obligaciones, sino que en el Libro Primero incluye las denominadas causas de la relación jurídica, que son causas igualmente de la relación jurídica obligatoria y, por tanto, responden a lo que los autores han venido denominando fuentes. Si la obligación legal alimenticia estuviese ligada exclusivamente al parentesco, podría considerarse que su fuente es el acontecimiento natural, en tanto acontecimiento no dependiente de la voluntad humana que produce determinado efecto jurídico.19 Pero ello no es del todo exacto si se tiene en cuenta lo estipulado en el artículo 123 del Código de Familia, pues mientras que en los apartados 2 y 3 la obligación existe entre personas unidas por vínculos de parentesco, el apartado 1 se refiere a los cónyuges, entre los cuales no hay relación de parentesco, no obstante pertenecer a la misma familia. Si por fuente de la obligación legal de dar alimentos se entiende el vínculo jurídico existente entre alimentista y alimentante y que le sirve de sustrato, entonces lo

17

ZANNONI, Eduardo A., Manual de Derecho de Sucesiones, 4ta edición actualizada y ampliada,

Editorial Astrea, Buenos Aires, 1999, pp. 687-688. 18

“… si la ley es la fuente general indirecta y necesaria de toda relación jurídica obligatoria cualquiera sea la fuente específica y directa de ésta, si la señalamos como fuente de las obligaciones, ya nada más hay que hablar y nos quedaríamos sin considerar las fuentes directas, para no confundir el género con la especie…”. OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C. y Teresa DELGADO VERGARA, op. cit., p. 48. 19

Idem., p. 51.

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será la relación familiar, que incluye tanto a los parientes como al cónyuge. Si, por el contrario, será fuente el hecho jurídico que hizo nacer para el sujeto activo el derecho a reclamar los alimentos, entonces será el acontecimiento natural tratándose de parientes (artículo 48 del Código Civil) o el acto jurídico, el matrimonio que ha dado inicio a la relación conyugal (artículo 49 del mismo cuerpo legal).20 La ubicación sistemática de la regulación legal de la obligación alimenticia ha variado en las diferentes legislaciones. El Código Civil español incluye el título relativo a la obligación alimenticia luego del dedicado a la paternidad y la filiación, dando la impresión de que dicha obligación es consecuencia de la patria potestad, aunque el artículo 110 aclara que “El padre y la madre, aunque no ostenten la patria potestad, están obligados a velar por los hijos menores y a prestarles alimentos”. Similar posición adopta el Código Civil venezolano, que incluye el título VIII del Libro Primero, De la educación y de los alimentos, siguiendo al relativo a la patria potestad. Incluso, en opinión de un comentarista de ese cuerpo legal “… el deber legal de alimentos propiamente dicho, respecto de los hijos no termina – antes bien comienza – con la cesación de la patria potestad…”.21 Posición contraria sigue el Código Civil italiano de 1942, que consagra el penúltimo título del libro sobre personas y familia a los alimentos, precediendo al que dedica a los actos del estado civil. El Código de Familia vigente en Cuba ubica la obligación de dar alimentos dentro del título III, Del parentesco y de la obligación de dar alimentos y, por tanto, también con total independencia de la patria potestad. Esta independencia es ratificada por el artículo 96, a tenor del cual “… la privación o suspensión de la patria potestad no exime a los padres de la obligación de dar alimentos a sus hijos”. La relación estrecha entre parentesco y alimentos es puesta de relieve por el principal cuerpo legal cubano en materia familiar, si bien no puede perderse de vista que puede esta obligación nacer también del matrimonio.

20

Ese es el criterio seguido por PÉREZ GALLARDO y NÚÑEZ TRAVIESO, para quienes la ley es la fuente indirecta de la obligación alimentaria, mientras que las fuentes directas serían los hechos o actos jurídicos causantes. PÉREZ GALLARDO, Leonardo B. y Belkis C. NÚÑEZ TRAVIESO, “Una visión reflexiva acerca del derecho de alimentos a favor del concebido” en, MESA CASTILLO, Olga (coordinadora), Temas de Derecho de Familia, 1

ra edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2001,

p. 101. 21

LÓPEZ HERRERA, Francisco, Derecho de Familia, tomo I, 2da

edición actualizada, Banco Exterior – Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2007, p. 141. Aunque la expresión resulta gráfica para subrayar la independencia entre obligación de dar alimentos y patria potestad, no es del todo exacta, o al menos, es necesario precisar su sentido. Antes del arribo del menor a la plena capacidad de obrar sí existe obligación de dar alimentos, y este deber no se encuentra subsumido en el que relaciona en primer orden el artículo 85 del Código de Familia; de hecho, ante el padre incumplidor no se exige el cumplimiento de los deberes inherentes a la patria potestad, sino la obligación de dar alimentos, aunque el padre eventualmente puede ser privado o suspendido de la patria potestad. No obstante, la afirmación es totalmente cierta en tanto, hasta la mayoría de edad de sus menores hijos, los padres no tienen obligación alimenticia strictu sensu, pues no se fundamenta en la situación de necesidad en el alimentista.

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4. Fundamento de la obligación alimenticia. El fundamento de la obligación legal de dar alimentos no ha sido un punto en que la doctrina se haya mostrado especialmente concorde. Preguntarse por el fundamento de esta obligación es adentrarse en el por qué de su existencia y, un poco más allá, por su lugar entre los otros remedios que el Derecho ofrece para solucionar una situación de necesidad o penuria económica. Responder al menos sucintamente a estas interrogantes es el cometido del presente epígrafe. La doctrina más tradicional ha visto como fundamento de la obligación alimenticia el derecho a la vida, como derecho inherente a la personalidad en el cual el ordenamiento jurídico tutela aquellos medios tendentes a su preservación.22Dado que la vida humana no es posible sin la satisfacción de unas necesidades mínimas, la obligación alimenticia busca precisamente esa satisfacción. Razones de estricta sistemática jurídica hacen rechazar semejante posición: si de los derechos inherentes a la personalidad se predica su carácter absoluto o erga omnes,23 o sea, constituyen un haz de facultades ejercitables frente a cualquier sujeto, no se explica cómo el deber de alimentos corre a cargo sólo de los parientes o el cónyuge, y no de cualquier sujeto. Tampoco puede perderse de vista el hecho de que los alimentos incluyen los gastos necesarios a la educación en el caso de los menores de edad, siendo así que, con este contenido específico no se está protegiendo estrictamente la vida del alimentista, sólo se le busca colocar en mayor ventaja para que pueda satisfacer por sí mismo sus necesidades vitales.24 De especial interés resulta aquel sector doctrinal que vincula la obligación alimenticia con los derechos hereditarios, de modo que dicha obligación no sería más que un anticipo de los derechos sucesorios de los cuales es titular el alimentista. Tal posición conduciría a un argumento circular, pues ciertamente muchos han visto en la obligación de dar alimentos el fundamento último de los derechos de los legitimarios, e incluso de los sucesores ab intestato, cuya protección en vida del causante no es suficiente y que, por ende, debe extenderse más allá de la muerte.25A ello hay que sumar el hecho de que el alimentista no ha de ser necesariamente heredero del alimentante, pues la obligación alimenticia se extiende a los hermanos, por ejemplo, que no adquirirían cuota hereditaria alguna de concurrir con descendientes, ascendientes o el cónyuge supérstite del causante. No se colacionan tampoco los alimentos recibidos del causante, pues

22

ROCA I TRÍAS, E., op. cit., p. 39. 23

DÍAZ MAGRANS, María Milagrosa, “La persona individual” en, VALDÉS DÍAZ, Caridad del Carmen (coordinadora), Derecho Civil Parte General, 2

da reimpresión de la 1

ra edición, Editorial Félix Varela,

La Habana, 2006, p. 135. 24

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 746. 25

MARRERO XENES, Minerva y Leonardo B. PÉREZ GALLARDO, “El Derecho de Sucesiones. Delimitación conceptual. Principios que le informan” en, PÉREZ GALLARDO, Leonardo B. (coordinador), Derecho de Sucesiones, tomo I, 1

ra edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004,

pp. 15-16.

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los mismos constituyen pago de una obligación previamente establecida en la ley, y no beneficio concedido con ánimo de liberalidad (artículo 530 del Código Civil). Otro fundamento que ha sido esgrimido con insistencia es la relación de parentesco existente entre alimentante y alimentista. Sostiene PUIG BRUTAU que esta obligación se funda en “… la relación de próximo parentesco que ha de existir entre alimentista y obligado”.26Aunque antes se ha apuntado que el parentesco es fuente de la obligación legal de dar alimentos, en todo caso no es la única fuente y, por lo tanto, tampoco podría ser el único fundamento de la obligación. Habría que colocar siempre junto al parentesco, el matrimonio. Incluso se ha resucitado una figura que parecía destinada a desaparecer, al invocar el cuasicontrato existente entre procreantes y procreados como fundamento de la obligación alimenticia. La noción de cuasicontrato como hecho voluntario de una persona que hace nacer obligaciones para ella o para otros sujetos, si bien puede ser útil para explicar la obligación alimenticia entre padres e hijos, de ninguna manera explica la obligación existente entre otros parientes como los hermanos, pues el deber nacería entre ellos a pesar de no intervenir ellos de ninguna forma en la creación del vínculo que los une.27 En cambio, la posición predominante en la doctrina, que se comparte plenamente, es la solidaridad familiar como base de la institución objeto de análisis. La familia es una comunidad de personas unidas no sólo por relaciones jurídicas como pueden ser el parentesco o el matrimonio, sino por vínculos afectivos, por una comunidad de intereses que hacen que intervenga allí donde uno de sus miembros no tiene aptitud para proporcionarse por sí mismo los medios de subsistencia: si el desenvolvimiento de cada persona es asunto que en principio sólo compete a sí misma, hay que tener en cuenta que el camino de la vida puede estar jalonado por obstáculos como el fracaso laboral, la enfermedad, o la misma edad, que hacen poner a cargo de la familia más próxima la satisfacción de las necesidades vitales de éstas personas.28 En sentido opuesto, se ha querido ver en la obligación alimenticia un fundamento publicístico. Los autores que apoyan esta posición describen la existencia de un cierto officium publicum, “… un deber jurídico general del Estado de cuidar, en los límites de lo posible, de que cada uno de los ciudadanos esté provisto de los medios indispensables para la satisfacción de las necesidades de la

26

PUIG BRUTAU, José, Fundamentos de Derecho Civil, tomo IV, 2da

edición, Editorial Bosch, Barcelona, 1985, pp. 281-282. 27

DÍAZ PAIRÓ, Antonio, Teoría general de las obligaciones, volumen II, 2da

edición, Editorial Temis, La Habana, 1945, pp. 7-17. 28

Se sigue el criterio de la solidaridad familiar por ser inclusivo de las relaciones a partir de las cuales puede surgir esta especial relación jurídica obligatoria. En la doctrina española pueden citarse DÍEZ PICAZO, Luis y Antonio GULLÓN, Sistema de Derecho Civil, volumen IV, 2

da reimpresión

de la 8va

edición, Editorial Tecnos, Madrid, 2002, p. 47;

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existencia”.29No obstante, no es posible en modo alguno identificar la obligación de dar alimentos con las prestaciones que realiza el Estado con vistas a satisfacer las necesidades vitales de los destinatarios. En el caso de las pensiones derivadas de la seguridad social, las mismas son consideradas ingresos propios del trabajador, al estar en relación directa con el vínculo laboral del beneficiario, sin depender de una estricta situación de penuria económica, pues se tiene derecho a ellas con independencia de la solvencia patrimonial del trabajador. Tampoco puede asimilarse a las pensiones derivadas de la asistencia social, pues aunque éstas últimas proceden sólo cuando hay imposibilidad de satisfacer las propias necesidades por sí mismo, careciendo de otro tipo de ingreso, el sujeto obligado siempre es el Estado, lo que la constituye en una obligación esencialmente distinta de aquella que sujeta a parientes y cónyuge, no sólo por su naturaleza pública, sino por sus caracteres que son radicalmente distintos. La obligación alimenticia tiene su lugar propio dentro de los instrumentos que arbitra el ordenamiento jurídico para garantizar a los sujetos el sustento mínimo al que tienen derecho según su idéntica dignidad personal. Habrá que determinar, pues, cómo se relaciona con los sistemas de seguridad social y asistencia social antes referidos. La relación entre estas instituciones no ha sido la misma desde la codificación decimonónica en Europa hasta la actualidad. Hasta casi mediados del pasado siglo XX se consideraba que la obligación alimenticia era sustitutiva de las prestaciones socioasistenciales, de modo que sólo el que careciere de parientes o cónyuge con aptitud para hacerse cargo de su subsistencia podía acudir a la beneficencia de las instituciones públicas y privadas que la prestaban.30En España, la situación cambia radicalmente con la Constitución de 1978, que en su artículo 50 proclama que “… los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica de los ciudadanos durante la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio”. De esa forma, se reconoció explícitamente la compatibilidad y complementariedad de la obligación legal de alimentos y el régimen de asistencia social.31En el caso de la Constitución cubana vigente, el artículo 48 establece que la protección mediante la asistencia social se concede en favor de “… los ancianos sin recursos ni amparo y a cualquier persona no apta para trabajar que carezca de familiares en condiciones de prestarle ayuda”, precepto que debe interpretarse de

29

LACRUZ BERDEJO, José Luis, SANCHO REBULLIDA, Francisco de Asís, LUNA SERRANO, Agustín, DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, RIVERO HERNÁNDEZ, Francisco y Joaquín RAMS ALBESA, Elementos de Derecho Civil, IV Familia, 2

da edición, Editorial Dykinson, Madrid, 2005, p. 19.

30 SÁNCHEZ ROMÁN, Felipe, Estudios de Derecho Civil, tomo V, volumen 2, 2

da edición, Sucesores

de Rivadeneyra, Madrid, 1912, p. 1125. 31

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op cit., p. 752. No obstante, algún sector de la doctrina española viene afirmando exactamente lo contrario, al concebir la obligación alimenticia como subsidiaria de las obligaciones públicas. DÍEZ PICAZO, Luis y Antonio GULLÓN, op. cit., pp. 48-49 y ROCA I TRÍAS, E., op. cit., p. 41.

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forma incluyente, de forma que permita la aplicación del régimen de asistencia social a favor de personas que, aun contando con parientes con aptitud económica para prestarles ayuda, ésta no sea de la entidad suficiente para satisfacer sus necesidades básicas. La posición que se viene sosteniendo es el carácter preferente que tiene la obligación alimenticia frente a los deberes de asistencia pública que corresponden al Estado; ello sin perjuicio de que cuando la pensión alimenticia resultare insuficiente, puede el alimentista de forma simultánea exigir la correspondiente prestación de asistencia social al Estado. Ni la existencia de una modalidad de pensión de seguridad social impide la reclamación de alimentos a los parientes o cónyuge cuando la mentada pensión no resulte suficiente para satisfacer las necesidades mínimas vitales, ni la obligación de dar alimentos fijada por resolución de tribunal competente obstaculiza la obtención de prestación de asistencia social, en las mismas circunstancias. Hace mucho tiempo, en sentencia de 12 de septiembre de 1923, el Tribunal Supremo de Cuba había dejado establecido en esta materia, que debía recorrerse por entero la “… escala de protectores…”, el orden de prelación entre los parientes obligados a dar alimentos, antes de convertir al alimentista en una carga pública.32Por su parte, la sentencia de la Sala 3ra del Tribunal Supremo español, mucho más reciente, de 4 de diciembre de 1992, falló en contra del Estado español que había denegado ayuda pública una anciana que percibía de sus parientes pensión alimenticia ínfima, al establecer que “… la obligación civil del alimentista (…) no libera, en modo alguno, a la Administración del cumplimiento del mandato contenido en el artículo 50 de la Constitución”. La relación propuesta entre estos distintos deberes públicos, por una parte, y la obligación legal de dar alimentos, por otra, responde mejor a las exigencias de justicia, al garantizar los recursos mínimos de subsistencia a las personas necesitadas, así sea combinando varios regímenes, y a la necesaria economía de gastos en la gestión estatal, en momentos en que muchos gobiernos, en el Norte y en el Sur, recortan sus presupuestos en aras de situar los recursos allí donde verdaderamente son necesarios. Esta posición es coincidente con la que se ha sostenido desde el Derecho Público, al afirmarse que “… probablemente la asistencia familiar haya de prevalecer sobre la asistencia pública, pero, desde luego, ha de ceder preferencia ante las medidas de seguridad social”.33

32

Vid., DEL CASTILLO, Conrado, op. cit., p. 43. 33

ALMANSA PASTOR, José Manuel, Derecho de la Seguridad Social, 7ma

edición, Editorial Tecnos, Madrid, 1991, p. 36. El Tribunal Central del Trabajo español ha tenido oportunidad de pronunciarse en el mismo sentido: “Si el Código Civil preceptúa en el artículo 146 que la cuantía de los alimentos será proporcional al caudal o medios de quien los da y a las necesidades de quien los recibe, en el caso presente la cuantía será nula, es decir, el derecho a alimentos carece de un contenido económico, por lo que la situación de los demandantes es equivalente a la de las personas que no tienen familiares, ya que no es el llamamiento a determinadas personas lo que enerva el derecho a la pensión solicitada, sino la posibilidad de obtener con base a los artículos 143 y 146 del Código Civil, tanto por el llamamiento como por la posibilidad que tenga el obligado a satisfacerlos”.

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5. Presupuestos de la obligación alimenticia. La doctrina también ha denominado a los presupuestos de la obligación alimenticia como condiciones para el surgimiento de la misma, o requisitos para su existencia.34Cualquiera que sea la denominación que se les dé, con ella se hace referencia a aquellas circunstancias que de modo necesario han de estar presentes para que nazca la obligación legal de dar alimentos. En primer lugar, hay que situar la existencia de un familiar legalmente obligado a prestar alimentos, o sea, que frente a una persona que se en encuentre en estado de necesidad exista alguien unido a ella por vínculos de parentesco o matrimonio que esté obligado a satisfacer la deuda alimenticia. La ley establece de forma explícita entre qué sujetos existe la obligación de dar alimentos. El Código de Familia regula en el artículo 123 quiénes están recíprocamente obligados a darse alimentos, en el que incluye al cónyuge, ascendientes y descendientes, así como los hermanos. Sólo las personas unidas por estos tipos de relación familiar están legalmente obligadas, constituyendo una relación numerus clausus, lo que no excluye que en relación a otros miembros del grupo familiar exista un deber moral, sin posibilidad de exigir judicialmente su cumplimiento. No obstante, cierto sector de la doctrina francesa ha querido derivar algún efecto jurídico aun del simple deber moral de alimentos, configurándolo como una obligación natural, de modo que si bien no puede ser exigido su cumplimiento, tampoco puede este deudor repetir lo pagado (artículo 103 del Código Civil cubano).35El único efecto de este deber moral de alimentos entre parientes sería la imposibilidad de exigir lo que por ese título ya se haya prestado, aún cuando se haya hecho en la errónea creencia de que le eran debidos legalmente. De no ser así, no habría obligación natural, sino una prestación realizada donandi causa. Los sujetos legalmente obligados a dar alimentos a tenor del Código de Familia vigente no resultan excesivos si se repasa la extensión de dicha obligación en otras legislaciones. El Código Civil venezolano en su artículo 285 la extiende hasta el tercer grado de consanguinidad en la línea colateral, en posición idéntica a la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (artículo 368). Por su parte, los códigos civiles de Italia y Francia incluyen entre los parientes obligados a los parientes afines al alimentista (artículos 433 y 434, así como 206, respectivamente). Esta solidaridad entre parientes por afinidad no debe resultar extraña en nuestro Derecho, pues ha de recordarse cómo entre las cargas de la comunidad matrimonial de bienes se encuentran el sostenimiento de la familia así como los gastos en que se incurran en la educación y formación incluso de los

34

LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., p. 142. 35

JOSSERAND, Louis, Derecho Civil, tomo I, volumen II La familia, traducción de Santiago CHUNCHILLOS Y MANTEROLA, 1

ra edición, Ediciones Jurídicas Europa-América – Bosch y Cía.

Editores, Buenos Aires, 1952, p. 304; PLANIOL, M. y G. RIPERT, Tratado Práctico de Derecho Civil Francés, tomo II, traducción de M. DÍAZ C. y E. LE RIVEREND B., Editorial Cultural, La Habana, 1946, p. 21.

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hijos de uno de los cónyuges (artículo 33.1 del Código de Familia). Así, el cónyuge del padre de un menor de edad contribuirá con la mitad de la obligación alimenticia que corresponde a favor de éste último, que es su pariente por afinidad. El segundo de los presupuestos es el estado de necesidad en el alimentista.36Este puede definirse como la situación en la que se encuentra el alimentista que carece de los recursos necesarios para satisfacer por sí mismo sus necesidades y las de aquellos que dependen de él. El estado de necesidad o situación de penuria, como le denominan otros autores, es un concepto relativo, que si bien ha de atenderse para su determinación a criterios objetivos, no puede prescindirse de las circunstancias específicas del alimentista.37Las necesidades del alimentista van a depender, en última instancia, de su edad, salud, y otras condiciones personales, que pueden hacer que dos personas perciban idénticos ingresos y, no obstante, se encuentre una en situación de necesidad y otra no. Cuestión distinta es la referencia que se hacía en el Derecho español, antes de la reforma del Derecho de Familia de 1981, a la situación social de la familia. No se pueden sostener hoy día esos criterios clasistas, que pretendían, y lograban en ocasiones, crear un estado de necesidad “artificial”, porque el status en que se encontraba el presunto alimentista no era el adecuado a su rango y por ello podía exigir alimentos. En todo caso, la diferencia que la situación económica de la familia puede introducir en la obligación alimenticia no se realiza ya a través de una referencia a la clase social del alimentista, sino a las posibilidades económicas del alimentante, que en la medida que disponga de mayores recursos podrá ser obligado al pago de una cuantía mayor, si se satisficiese la obligación a través de una prestación monetaria (artículo 127 del Código de Familia).38 Otro aspecto debatido es la posibilidad de una persona de exigir alimentos cuando cuenta con bienes suficientes pero sin que los rendimientos de los mismos alcancen a la satisfacción de sus necesidades. Es la clásica distinción entre ingresos y capital, en la cual PERAL COLLADO terciaba argumentando que la existencia de capital improductivo no justificaba la pensión alimenticia, “… si puede disponer de aquel y subvenir de momento a sus necesidades”.39 Evidentemente, sirven más a la satisfacción de las necesidades vitales las rentas, frutos o intereses que se perciban, pero igualmente ha de atenderse al capital pues el alimentista primero tiene que agotar todo su patrimonio, aun cuando la

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PERAL COLLADO, Daniel A., Derecho de Familia, 1ra

edición, Facultad de Derecho – Universidad de La Habana, La Habana, 1978, p. 166. 37

GRISANTI AVELEDO DE LUIGI, Isabel, op. cit., p. 63. 38

“… debe tenerse en cuenta que, aunque a los efectos de determinar si una persona debe o no considerarse necesitada es preciso tomar en cuenta su condición social (…), en ningún caso puede pretenderse que alguien está en esa situación por el simple hecho de carecer de medios adecuados para ocupar el rango o la posición social a que aspira o que cree le corresponde: esos aspectos triviales o superficiales no deben ni pueden ser tomados en cuenta a los efectos de medir su estado de necesidad”. LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., p. 143. 39

PERAL COLLADO, Daniel A., op. cit., p. 166.

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venta de los bienes de los cuales es titular tenga que realizarse en condiciones desventajosas.40En el contexto de la sociedad cubana, no obstante, esta posición debe ser matizada, en tanto puede el alimentista ser titular de bienes cuya enajenación a título oneroso no es libre o simplemente no está permitida a favor de sujeto distinto al Estado, por el precio oficial correspondiente (es el caso de las viviendas de residencia permanente o de las tierras de los agricultores pequeños). Puede entonces poseer el alimentista bienes de los cuales no pueda obtener fruto alguno ni enajenar, y entonces sí se encontrará en la situación de necesidad que justifica la obligación alimenticia. En la doctrina argentina se ha sostenido la irrelevancia del motivo por el cual se reclama alimentos, de la causa en virtud de la cual el alimentista ha llegado al estado de necesidad, siguiendo el texto del artículo 370 del Código Civil de esa nación, pues el interés público comprometido en la conservación de la vida y la solidaridad familiar deben imponer esa solución.41Razones de justicia aconsejan adoptar posición distinta. La situación de necesidad en la que se encuentra el alimentista debe ser fortuita, no debe ser imputable al propio alimentista, pues las consecuencias de sus actos imprudentes se harían recaer injustamente en sus parientes o cónyuge. En todo caso, el alimentista debe ser persona que esté imposibilitada de trabajar, siendo el ejercicio de una profesión u oficio el modo ordinario por el cual se obtienen los recursos económicos que permiten el propio sostenimiento. Nótese que se trata de un sujeto imposibilitado para trabajar, no que efectivamente no trabaje, aun cuando tenga la aptitud para hacerlo. “… a fin de evitar el mantenimiento de parásitos sociales que pretenden vivir „una buena vida‟ a costa de otros, se trata de que el alimentista no haya causado negligentemente su propia situación de necesidad y que haya hecho lo posible por salir de ella”.42 La solución que se propone tiene la desventaja de no estar apoyada en texto alguno del vigente Código de Familia. El artículo 122, que se refiere a quiénes tienen derecho a exigir alimentos, sólo menciona la carencia de recursos propios y la no aptitud para obtenerlos por sí mismo, sin distinguir en cuanto al origen de la situación de penuria. El artículo 187 del anteproyecto del nuevo Código de Familia mantiene además la redacción actual, sólo añadiendo al fiscal “… en cuanto a las personas que representa”, sin una adecuada sistematicidad, pues entonces habría que añadir a padres y tutores, por el mismo motivo. El Código Civil español sí explicita que la obligación alimentaria no surge en relación a los hermanos cuando la situación de necesidad le fuese imputable al alimentista (artículo 143.II). Con respecto al resto de los obligados se pronuncia al abordar las causas de extinción de la obligación alimentaria, al disponer que la obligación cesará por mala conducta del acreedor alimentario o su falta de aplicación al trabajo que, de estar presente antes de constituirse la obligación, hará que la misma no surja, en vez de extinguirse.

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PUIG PEÑA, Federico, op. cit., p. 582. 41

CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, op. cit., p. 352. 42

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 766.

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No debe olvidarse que este segundo presupuesto de la obligación alimenticia, lo es sólo cuando nos referimos a ella en su sentido estricto, pues en la obligación legal de alimentos en sentido amplio, aquella a la que tienen derecho los hijos menores, no es necesaria la presencia de este requisito, pues se les debe alimentos “en todo caso” (artículo 122.1), lo que reconoce PERAL COLLADO, al dejar constancia que dicho requisito debe exigirse incluso al hijo mayor de edad que demanda alimentos.43 Por último, no puede preterirse la imprescindible capacidad económica en el alimentante. Como la necesidad económica del alimentista, es ésta también una categoría relativa, una cuestión de hecho que ha de quedar probada y debe ser apreciada por el tribunal de instancia. El obligado debe tener recursos económicos suficientes como para satisfacer sus propias necesidades y aquellas de las personas que dependen de él, para pasar luego a solventar las del alimentista. No basta, pues, la demostración de los medios del alimentante, debe igualmente tenerse en cuenta que la satisfacción de las propias necesidades y las de la familia depende de la edad, la salud, el sexo, la extensión de la familia, entre otras circunstancias. Puede que los ingresos periódicos del alimentante no sean suficientes para cumplir con la obligación alimentaria. ¿Podrá ser forzado entonces a enajenar bienes improductivos para así satisfacer la pretensión de su familiar necesitado? La generalidad de la doctrina se pronuncia a favor de la posibilidad del tribunal para realizar la venta forzosa de los bienes del deudor: “… la autoridad judicial, según las circunstancias, podría obligar a esa persona a vender sus bienes improductivos, a fin de invertir el precio en otros bienes productores de renta utilizable a los efectos de sufragar la pensión de alimentos; o incluso el propietario de los bienes improductivos podría ser obligado a venderlos y a dedicar su precio al pago de los alimentos que requiera el familiar que se encuentra en estado de necesidad”.44En semejantes términos, el Dictamen 257, contenido en el Acuerdo 8, de 27 de enero de 1987, del Consejo de Gobierno del Tribunal Supremo Popular, dejó establecido que, “… declarada judicialmente una pensión y no pudiendo hacerse efectiva mediante embargo de salario, nada se opone a que se ejecute por los trámites que establece el Libro Tercero de la Ley de Procedimiento Civil, Administrativo y Laboral, mediante embargo de bienes hasta donde éstos alcancen, con las excepciones que determina el artículo 463 de la referida Ley de Procedimiento”. Puede incluso que el demandado carezca de ingresos periódicos, y de bienes contra los cuales pueda dirigirse el acreedor. Al no existir en el país un recurso legal para obligar al trabajo, - pues reconoce la Constitución el trabajo como un derecho, un deber y motivo de honor, pero no como un deber jurídico en sentido estricto, sujetando a sanciones su incumplimiento (artículo 45)-, el alimentante que

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PERAL COLLADO, Daniel A., op. cit., p. 166. 44

LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., p. 168.

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no tiene vínculo laboral no está liberado por ello del cumplimiento de la obligación, pero tampoco puede ser compelido a dedicarse a alguna actividad remunerada. No obstante, hay que hacer excepción cuando el alimentista es menor de edad, pues en tal caso se estaría cometiendo el delito previsto y sancionado en el artículo 315.1 del Código Penal, bajo la rúbrica de “Otros actos contrarios al normal desarrollo del menor”, en virtud del cual “… el que no atienda o descuide la educación, manutención o asistencia de una persona menor de edad que tenga bajo su potestad o guarda y cuidado…” incurre en sanciones de privación libertad, multa o ambas. Nótese que incluso la protección del menor no es total, pues puede el padre estar obligado al pago de la pensión alimenticia a pesar de estar privado de la patria potestad, en cuyo caso no incurriría en la conducta tipificada, si se tiene en cuenta el principio de legalidad que rige en materia penal.

6. Caracteres. El análisis de los presupuestos de la obligación alimentaria conduce directamente a las características que definen a esta obligación, tal como es regulada por el Código de Familia, como medio más directo de captar la especial naturaleza de la que está revestida, que la distingue del resto de las obligaciones, que la constituye en una obligación sui generis. En primer lugar, es una obligación de orden público, pues las normas que la rigen no pueden ser derogadas o modificadas en virtud de la autonomía de la voluntad de las partes. Escaso atisbo de principio tan esencial al Derecho Civil patrimonial se encuentra sólo en el artículo 129 del Código de Familia, que faculta al obligado a satisfacerlos a su elección pagando la pensión fijada por el tribunal o manteniendo en su propia casa al alimentista. Debe añadirse, que dados los estrechos vínculos entre obligación alimentaria y prestaciones sociales a cargo del Estado,45cualquier espacio que se abra a la autonomía de los sujetos pudiera imponer al Estado cargas excesivas, existiendo familiares con posibilidad de suplir estas necesidades. Se trata de una obligación personalísima e intransmisible, en tanto es un derecho y una obligación inherentes a las personas del deudor y acreedor, cuyo ejercicio no es admisible por un tercero. No es posible, en efecto, el ejercicio por un acreedor del alimentista de la acción subrogatoria a la que se refiere el artículo 111, inciso f), del Código Civil, pues la acción para reclamar alimentos tiene su fundamento en las estrictas necesidades del alimentista, a cuya satisfacción propende. Al constituir una obligación personalísima sólo subsiste en las personas de alimentista y alimentante, por lo que la muerte de cualquiera de ellos provocará su extinción (artículo 135, apartados 1 y 2 del Código de Familia). De la inherencia personal de la obligación alimentaria se desprende como consecuencia su inalienabilidad. No es posible su transmisión mortis causa, pues al cesar con la muerte de alguno de los sujetos, no es posible obligar a los

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Vid. epígrafe 4.

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causahabientes del alimentante a sufragar los alimentos, ni los pueden exigir los sucesores del alimentista. No obstante, han de entenderse incorporadas al patrimonio del alimentista las cuotas vencidas, devengadas pero no hechas efectivas, por lo que estas mensualidades podrán ser exigidas por sus herederos e, inversamente, tendrán que ser satisfechas por los sucesores del alimentante, si éste ha fallecido sin haberles dado cumplimiento. Como consecuencia, pueden los acreedores del alimentista en este caso ejercitar la precitada acción subrogatoria, pues queda incorporada esta acción a su patrimonio bajo el régimen común de las obligaciones civiles.46Igualmente, está vedada la posibilidad de la cesión inter vivos del crédito, por expresa prohibición del artículo 260 b) del Código Civil, aunque es perfectamente transmisible el derecho al cobro de las mensualidades ya devengadas. En estrecha relación con la anterior característica está la irrenunciabilidad de la obligación alimentaria. Esta propiedad debe aplicarse, sin embargo, a la obligación en sí misma considerada, tal como refrenda el artículo 132 del Código de Familia, que relaciona irrenunciabilidad e intransmisibilidad. Toda renuncia al derecho de alimentos estará sancionada con la nulidad absoluta, por contravenir disposición de Derecho imperativo. Las pensiones alimenticias devengadas sí pueden ser renunciadas, al menos de forma tácita, si el sujeto legitimado no ejercita la acción correspondiente para su exigencia, como concreción del artículo 5 del Código Civil, que consagra el principio de la renunciabilidad de los derechos. Como efecto propio de la irrenunciabilidad hay que situar la imposibilidad de compensarla con una obligación del alimentista, tal como expresamente veta el artículo 303 b) del principal cuerpo de Derecho Civil cubano. La expresión usada parece incluir también a los créditos no cobrados, pues sin más distinciones relaciona los créditos “relativos a la obligación de dar alimentos”. A pesar de ello, la exclusión de semejante regla de los créditos alimentarios devengados se justifica por haber transcurrido un período de tiempo desde que se tuvo la posibilidad de exigirlos, lo que hace presumir que la necesidad que fundamenta su existencia no está presente con la misma fuerza. Si no se ha acudido a la pensión alimenticia para satisfacer las necesidades vitales del alimentista, cabe admitir un régimen jurídico de mayor flexibilidad, con el que se manifiesta conteste la doctrina.47 Se trata de una obligación recíproca, por lo que los que hoy son acreedores de la obligación alimenticia, pueden posteriormente ocupar la posición de deudores y viceversa. De ahí la denominación que muchas veces recibe esta institución, como derecho-deber de alimentos. Las mismas personas a quienes la ley reconoce la facultad de reclamar los alimentos de encontrarse en estado de necesidad, pueden, de alterarse dichas circunstancias, ser obligados a prestarlos a favor de sus parientes o cónyuge: “… la reciprocidad es potencial, por supuesto no actual,

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BELLUSCIO, Augusto César, op. cit., p. 488. 47

Idem., p. 489; CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, op. cit., p. 350; LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., pp. 180-181; GRISANTI AVELEDO DE LUIGI, Isabel, op. cit., p. 74. En la doctrina nacional, comentando el artículo 151 del Código Civil español, se pronuncia a favor de la compensabilidad de las pensiones vencidas y atrasadas, DEL CASTILLO, Conrado, op. cit., p. 20.

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pues supone un planteamiento contrario a la lógica entender que quien esté en una situación de necesidad que le haga acreedor de alimentos frente a otra persona (que por definición debe estar en mejor posición patrimonial que él) sea a su vez deudor de alimentos de ésta (…) no se puede estar a la vez en una situación de suficiencia y la vez de insuficiencia patrimonial…”.48 Algunos comentarios merece todavía este último rasgo comentado. Los principios reconocidos por el Código de Familia (artículo primero) hacen impensable reducir la reciprocidad de la obligación alimenticia sólo a los parientes, como se hace en la doctrina argentina al amparo del artículo 367 de su Código Civil, pues el matrimonio se funda en Cuba en la igualdad de derechos entre los cónyuges y, por tanto, podrán los alimentos ser exigidos tanto por el marido como por la mujer. Por otra parte, en otros ordenamientos existen ejemplos de prestaciones alimenticias que no son recíprocas, como en el Código Civil español, que en el artículo 269, 10 obliga al tutor a procurar alimentos al tutelado. Su regulación por separado en aquel cuerpo legal se justifica por no ser una obligación alimentaria entre parientes, regulada a partir del artículo 142, pero en el Código de Familia es significativo que la expresión se cambie por “… cuidar de los alimentos del tutelado…”, lo que debe traducirse como el deber de exigir los alimentos a quien esté obligado a satisfacerlos. Comúnmente se confunde la reciprocidad con una necesaria correlación existente entre el orden de prelación del concurso de alimentantes y del concurso de alimentistas. Esta parece ser la inspiración para que los artículos 124 y 126 prevean un orden tan semejante, posición que, sin apreciables variaciones, sigue el anteproyecto de nuevo Código de Familia en los artículos 189 y 191. Sin perjuicio de las consideraciones que se ofrecerán con posterioridad, basta subrayar que la reciprocidad no implica necesariamente tal reglamentación, pues en modo alguno significa que el primero de los llamados a cumplir la obligación tenga preferencia para la exigencia, cuando así le corresponda. La reciprocidad se reduce a la posibilidad de ser llamado a satisfacerlos o a exigirlos, sin tener en cuenta la posible concurrencia de otros parientes o el cónyuge. Lo contrario sería una interpretación demasiado exigente e irracional. ¿Por qué entonces, si los derechos sucesorios son igualmente recíprocos, no se llama en el mismo orden a descendientes y ascendientes? Otro de los caracteres que define la obligación alimenticia es la no solidaridad que se predica de ella. En caso de pluralidad de sujetos obligados, no es posible que se le exija el cumplimiento a uno sólo de ellos, pues la prestación ha de distribuirse de acuerdo a su respectiva capacidad económica, como haya fijado la autoridad judicial o hayan decidido de común acuerdo los obligados. El Tribunal Supremo español ha declarado en consecuencia la obligación alimenticia como “mancomunada y divisible”, en sentencia de 12 de abril de 1994, con la consecuencia de que el alimentista no pudiese reclamar la totalidad de la pensión a cualquiera de los obligados, sino a todos ellos. Puede constatarse cómo no

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JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 756.

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estamos en presencia de una mancomunidad ordinaria, donde los derechos de cada copartícipe se presumen comunes, sino que directamente se hace depender la participación individual de la capacidad patrimonial de cada uno. Con carácter excepcional, el artículo 125 del Código de Familia establece que, en caso de urgente necesidad y por circunstancias especiales, “… el tribunal podrá obligar a una sola de ellas a que los preste provisionalmente, sin perjuicio del derecho de ésta a reclamar de los demás obligados la parte que les corresponda”. La generalidad de los autores señala como característica la condicionalidad de la obligación de dar alimentos, en el sentido de estar sometida a la doble condición suspensiva del estado de necesidad en el acreedor y la capacidad económica en el deudor.49 Pero el carácter condicional puede ser puesto en duda si se tiene en cuenta que la condición es un elemento accidental del negocio jurídico, que hace depender el nacimiento o la extinción de sus efectos de un acontecimiento futuro e incierto (artículo 53.1 del Código Civil). En este caso no se trata de una condición en sentido propio, sino de los presupuestos para la existencia de la obligación alimenticia, que actúan en todo caso como una especie de conditio iuris, pues nos encontramos “…ante elementos que forman, por voluntad del ordenamiento, parte del supuesto de hecho requerido para dar lugar al desencadenamiento de los efectos jurídicos”.50 La obligación alimentaria es variable, en tanto la cuantía de los alimentos puede modificarse si cambian las necesidades del alimentista o las posibilidades del alimentante. El Código de Familia reconoce esta propiedad en el artículo 128, de la que se deriva el hecho de que el proceso sumario de alimentos carezca de efectos de cosa juzgada material en cuanto a la obligación misma en su existencia, sus modalidades y su extensión, si la modificación de las circunstancias con posterioridad a la firmeza de la sentencia lo amerita. Para CADOCHE DE AZVALINSKY “… los vaivenes de las posibilidades del alimentante y de las necesidades del alimentado provocan consecuentemente la revisión del modo y la amplitud del cumplimiento de esta obligación”.51No puede asimilarse la variabilidad de la obligación alimenticia con la cláusula rebus sic stantibus, pues viene establecida por el propio legislador y no se fundamenta en alteraciones extraordinarias e imprevisibles de las circunstancias que han sido tomadas por los sujetos para el nacimiento de la obligación, que además que no tiene un origen contractual.52 La referencia a la variabilidad de la obligación de dar alimentos hace necesario traer a colación una antigua clasificación de los alimentos, a partir de la cual se distinguía entre alimentos civiles y alimentos naturales, siendo así que los alimentos civiles se le debían al cónyuge y los parientes legítimos y naturales,

49

LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., p. 177. 50

DÍEZ PICAZO, Luis y Antonio GULLÓN, Sistema de Derecho Civil, volumen I, Introducción. Derecho de la Persona. Autonomía Privada. Persona Jurídica, 7

ma edición, Editorial Tecnos, Madrid, 1990,

p. 560. 51

CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, op. cit., p. 348. 52

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 775.

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mientras que los alimentos naturales le correspondían a los parientes ilegítimos. Los primeros eran los que se debían de acuerdo a la posición social de la familia, mientras que lo segundos sólo tenían en cuenta los auxilios necesarios para la vida.53La distinción carece hoy de interés en el ordenamiento jurídico cubano, pues ha desaparecido la discriminación de los hijos por razón de su nacimiento (artículo 65 del Código de Familia). La legislación vigente hace depender la cuantía de la pensión alimenticia, tanto de las necesidades del alimentista, como de las posibilidades del alimentante, con lo que pueden ser calificados todos como alimentos civiles (artículo 127 del Código de Familia). La finalidad a la que se destina el cumplimiento de la prestación alimentaria - la satisfacción de las necesidades vitales del alimentista - hace que su exigencia no pueda estar sometida al efecto del tiempo, de modo que mientras existan los presupuestos básicos de la necesidad en el acreedor alimenticio, las posibilidades del deudor, así como la relación de parentesco o matrimonio entre uno y otro, puede ser ejercitada la acción, por lo que deviene imprescriptible (artículo 132 del Código de Familia). Así, aunque la madre, por ejemplo, no hubiese reclamado alimentos en nombre de su menor hijo durante sus diez primeros años de vida, podrá no obstante ejercitar la acción correspondiente mientras subsistan las condiciones para su exigencia. Si prescribirá, en cambio, la acción para reclamar las pensiones no percibidas por el transcurso de tres meses (artículo 133 del Código de Familia, en correspondencia con el artículo 118 del Código Civil, relativo a las obligaciones periódicas). El fundamento de término de prescripción tan breve hay que encontrarlo en la presunción de que la inactividad procesal del alimentista es indicio de que la situación de necesidad que tiene como base la obligación alimenticia no existe o al menos está momentáneamente disminuida. La jurisprudencia argentina, ante la ausencia de un pronunciamiento expreso de la legislación al respecto se refiere a que “… la inactividad procesal del alimentario crea la presunción judicial, sujeta prueba en contrario, de su falta de necesidad, y determina por lo tanto, la caducidad del derecho a cobrar las cuotas atrasadas”.54 No es posible la reclamación de prestaciones alimentarias más allá de los tres meses de prescripción, pues aun rige entre nosotros el principio in praeteritur non vivitur, conforme al cual la obligación alimenticia debe ser cumplida oportuna e inmediatamente, pues si no se cumple se pierde su finalidad. Si la persona está legitimada para exigir alimentos pero no lo hace, ha vivido y por tanto no necesita de los alimentos para el pasado, sólo para el futuro. En una bella imagen, DE

RUGGIERO plantea que la obligación alimenticia “… se extingue y renace cada día, esto es, se extingue por el pasado y resurge por el futuro”.55De ahí que el artículo 130 del Código de Familia vigente establezca que la obligación de dar alimentos

53

DEL CASTILLO, Conrado, op. cit., pp. 24-25. 54

Fallo plenario de las Cámaras Civiles de Buenos Aires, que reseña CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, op. cit., p. 349-350. 55

DE RUGGIERO, Roberto, op. cit, p. 700. En la doctrina patria este principio es explicado por DEL

CASTILLO, Conrado, op. cit., pp. 23-24.

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será exigible desde que el alimentista los necesitare, pero no se abonarán sino desde la fecha en que se interponga la demanda. Ya se apuntaba que como consecuencia del carácter personalísimo de la obligación de dar alimentos, el acreedor del alimentista no puede ejercitar la acción subrogatoria y dirigirse contra su deudor. Por tanto, tampoco el propio acreedor puede satisfacer su crédito contra el derecho de alimentos del que sea titular su deudor. La inembargabilidad de la obligación alimentaria no está expresamente reconocida en el Código de Familia, pero la Ley de Procedimiento Civil, Administrativo, Laboral y Económico la reconoce en su artículo 463.6. La disposición se justifica por la peculiarísima naturaleza de esta obligación, que aunque situada en la esfera jurídica del alimentista, no integra su patrimonio bajo el régimen común al que están sometidos los derechos de crédito. No pueden olvidarse, además, las consecuencias que traería la embargabilidad de la prestación, pues continuaría el alimentista en la situación de necesidad, situación que lo legitimaría para exigir nuevamente alimentos al obligado, que podrían ser embargados también, lo que conduciría a un círculo vicioso contrario a la finalidad que se persigue en la institución.56 La obligación alimenticia tiene además el carácter de privilegio. Dicha circunstancia viene refrendada por el artículo 307.1 del Código Civil, cuyo inciso a) sitúa en el primer orden entre los créditos privilegiados a los correspondientes a los parientes para el cobro de alimentos. Por su parte, el artículo 134 del Código de Familia otorga el mismo carácter al crédito del tercero no obligado que ha satisfecho la pensión alimenticia fijada por el tribunal, para exigir el rembolso al obligado a prestarlos, por lo que no es un rasgo exclusivo del crédito del alimentista, sino que se extiende a éste último supuesto, que ha de ser incluido igualmente en el primer orden de la prelación de créditos reconocida en la legislación civil. La obligación alimenticia es una obligación alternativa, como modalidad de las obligaciones múltiples, en tanto el deudor o alimentante está legitimado para cumplir con una prestación entre varias, pues la realización de cualquiera de ellas extingue la obligación.57El artículo 129 del Código de Familia permite que el obligado a dar alimentos elija entre satisfacerlos pagando una pensión o recibiendo y manteniendo en su propia casa al alimentista, salvo que una disposición legal, judicial o algún motivo serio lo impidan. Por último, cuando la prestación alimentaria se traduce en una prestación de dar periódicamente cierta cantidad de dinero, que es la forma que normalmente adopta, tiene carácter de deuda de valor. Puede calificarse de obligación pecuniaria de valor pues “… el dinero no es el objeto directo de las obligaciones, sin embargo, éste es el medio de solventarlas, en ellas se lleva a cabo la

56

LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., p. 177. 57

OJEDA, Nancy de la C., “Clasificación de las obligaciones” en, OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C. y Teresa DELGADO VERGARA, op. cit., p. 108.

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traducción en dinero de aquello que se debe…”, que en este caso es la satisfacción de las necesidades vitales del alimentista.58Como efecto típico de este tipo de vínculo jurídico, la doctrina admite que estas prestaciones deben ser actualizadas a fin de cubrir las secuelas de la devaluación del poder adquisitivo de la moneda, de ahí que pueden estar sometidos a cláusulas de estabilización que aseguren el mantenimiento de su valor. En sentencia de 14 de febrero de 1976, el Tribunal Supremo español constata que la pérdida de valor de la moneda supone un aumento de las necesidades del alimentista, no porque éstas aumenten en sentido estricto, sino porque el poder adquisitivo de las pensiones alimenticias abonadas se reduce y el alimentista para satisfacer iguales necesidades tendría que hacer erogaciones mayores.59Esta circunstancia justifica la variación de la pensión alimenticia, en los términos del artículo 128 del Código de Familia.

7. Los sujetos de la obligación alimenticia. Los sujetos de la obligación alimenticia han sido denominados tradicionalmente como alimentante y alimentista. El alimentista es la persona que tiene la facultad de exigir la prestación alimenticia de otro sujeto, titular de un derecho de crédito que se fundamenta en la situación de necesidad y en la relación de parentesco o matrimonio que lo une con el alimentante. Este último es la persona que, unida por los vínculos familiares señalados con el alimentista, tiene la capacidad económica suficiente para satisfacer dicha prestación.60 El carácter recíproco de la obligación alimenticia hace que el legislador regule en un solo precepto los sujetos obligados a darse alimentos, incluyendo al cónyuge, ascendientes y descendientes, y hermanos (artículo 123 del Código de Familia). Sólo entre ellos existe la obligación alimenticia. En la búsqueda de una síntesis mayor, se abordan éstos de acuerdo al orden de prelación que para el concurso de alimentantes establece el artículo 124 del Código de Familia. Aunque normalmente la obligación de dar alimentos recae en un solo sujeto, en ocasiones se convierte en una relación jurídica pluripersonal, cuando varias personas se colocan en la posición de acreedor o deudor. Se produce así el concurso de alimentantes cuando existe un sujeto en situación necesidad, y varias personas están en la obligación de suministrarle alimentos. Puede ser que el llamado en primer lugar haya fallecido o no exista, por ser el alimentista soltero, o que su patrimonio no sea suficiente para satisfacer las necesidades del alimentista, y en

58

Idem., p. 119. 59

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 776. 60

La denominación utilizada es la que recoge unánimemente la doctrina y la legislación, con escasas excepciones como la de BELTRÁN DE HEREDIA Y ONÍS. Este autor considera más correcta desde el punto de vista gramatical la denominación de alimentario para el acreedor y alimentista para el deudor, haciéndola corresponder con otras parejas de términos en distintas relaciones obligatorias como las de arrendador/arrendatario, donante/donatario y comodante/comodatario. BELTRÁN DE HEREDIA Y ONÍS, Pablo, “Comentario al título VI” en ALBALADEJO, Manuel y Silvia DÍAZ

ALABART (directores), Comentarios al Código Civil y compilaciones forales, tomo III, volumen 20, 2

da

edición, EDERSA, Madrid, 1982, p. 7.

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esos casos el deber puede recaer simultáneamente en varios sujetos: padres, hijos y hermanos, siempre en un riguroso orden de prelación, que no depende la de la autonomía de la voluntad, pues está impuesto imperativamente por ley. En relación a los cónyuges, esta obligación viene a reforzar el deber de socorrerse mutuamente establecido en el artículo 25 del mismo cuerpo legal, deber que es precisado en el número 27 que se refiere a la obligación de “… contribuir a la satisfacción de las necesidades de la familia que han creado…”. La obligación alimenticia entre estos sujetos se encuentra en la mayoría de los casos velada por el deber más amplio del auxilio mutuo y, de hecho, mayormente se pondrá de manifiesto ante una situación de crisis en la convivencia matrimonial. Atrás han quedado definitivamente las disposiciones que discriminaban a la mujer que vivía separada de su marido, pues se afirma explícitamente la subsistencia de los deberes, aunque no se tenga un hogar común. No tiene sentido en la sociedad contemporánea la discusión dada a finales del siglo XIX en España en torno a la existencia de la obligación alimentaria sólo intra domus, en el domicilio del marido.61 No afectará, pues, la mera separación de hecho a la obligación de dar alimentos que tienen los cónyuges entre sí. Por el contrario, el divorcio sí causará la extinción del vínculo obligacional, al desaparecer uno de los presupuestos de la misma. Ello no quiere decir que no pueda exigir el excónyuge necesitado la pensión por desequilibrio económico que se reconoce en el artículo 56 del Código de Familia, para el caso del divorcio. No es esta una especie de la obligación alimenticia objeto del presente estudio, pues en un caso falta el estado de necesidad (artículo 56.1 que no es incompatible con la capacidad para trabajar y, por tanto, para satisfacer por sí mismo sus propias necesidades), y en el otro, no subsiste, a pesar de persistir el impedimento, si el excónyuge necesitado ha contraído nuevo matrimonio. Seguidamente sitúa el Código de Familia a los ascendientes (artículo 124.2). Estos están obligados con independencia del vínculo matrimonial que pueda existir entre ellos, así como del hecho que el parentesco por consanguinidad haya nacido de la generación natural o de la adopción. En todo caso, la demanda habrá de dirigirse contra el ascendiente de grado más próximo, sólo cuando estos no existen o no tuviesen capacidad económica se pasará a los grados más remotos. Recuérdese que la obligación de alimentos en cabeza de los ascendientes reviste caracteres distintos, en dependencia de la cualidad de los sujetos. Si se trata de padres en relación con sus hijos menores, no será requisito para la existencia del vínculo obligatorio, la necesidad económica de éstos últimos, mientras que en cualquier otro caso sí es será presupuesto imprescindible la llamada “situación de

61

Se cita al respecto un trabajo de OTTO Y CRESPO, aparecido en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, de 1862. Cit. pos., DORAL, José Antonio, op. cit., p. 315. La jurisprudencia cubana, en sentencia 124 del Tribunal Supremo de Cuba, de 21 de junio de 1947, había establecido que “… carece de acción para reclamar pensión por alimentos fuera de la casa conyugal la mujer casada que vive por su voluntad separada del marido, sin haber justificado que sea éste el culpable de tal situación”.

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penuria”, sean los padres en relación con hijos mayores de edad, u otros ascendientes distintos. La reclamación de alimentos a los ascendientes exige evidentemente que la filiación esté determinada con relación a ellos, que pueda ser demostrada a través de la certificación de nacimiento correspondiente. La cuestión es conflictiva al tratarse de menores de edad, pues el interés superior del niño exige que el ordenamiento jurídico atienda preferentemente a la satisfacción de sus necesidades. Es interesante la disposición que incluye en su artículo 367 la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de Venezuela, que en sus incisos b) y c) reconoce la procedencia de la obligación de alimentos cuando la filiación resulte de declaración explícita y por escrito del padre o confesión de éste, o cuando a consideración del juez el vínculo filial resulte de un conjunto de circunstancias y elementos de prueba que, conjugados, constituyan “… indicios suficientes, precisos y concordantes”. La ausencia de una norma semejante en Cuba, hace que la filiación deba quedar demostrada fehacientemente con el título de legitimación correspondiente. Ese aspecto resulta relevante si se le reconoce la posibilidad al concebido de exigir alimentos a su progenitor, en aplicación directa del artículo 25 del Código Civil, que lo tiene por nacido para todos los efectos favorables a condición de que nazca vivo. Las posibilidades de reclamación se facilitan enormemente si el hijo fue concebido constante matrimonio. Aun cuando el matrimonio se disuelva con anterioridad al parto, el hijo nacería dentro de los trescientos días siguientes a la extinción del matrimonio y, por tanto, operaría en su favor la presunción de paternidad reconocida en el artículo 74.2 del Código de Familia. Así, aunque la filiación no estuviese legalmente determinada, dicha determinación se produciría con certeza posteriormente, pues el cónyuge sólo puede objetarla a través del ejercicio de la acción de impugnación correspondiente (artículo 78 del Código de Familia). En ese sentido se pronuncia la sentencia 79, de 18 de mayo de 1995, del Tribunal Provincial Popular de La Habana al sostener que el tribunal de instancia “… con total acierto fijó una pensión alimenticia para el concebido a los efectos de satisfacer la necesidad vital de su sustento, que aun cuando todavía se encuentra en el claustro materno, de hecho fue engendrado por los padres durante su unión matrimonial…”. Mayores dificultades presenta la exigencia de los alimentos para el concebido en la unión matrimonial no formalizada. Allí la indeterminación de la filiación existe hasta tanto se produzca el reconocimiento o se ejercite la acción filiatoria destinada a ese fin. Sólo el reconocimiento podría producirse con anterioridad al nacimiento del menor. Incluso la posibilidad reconocida a la madre de imputar la paternidad (artículo 48 de la Ley del Registro del Estado Civil), sólo procede en el momento de la inscripción del nacimiento del menor, no antes. Otro pareció ser el criterio de los redactores del proyecto de nuevo Código de Familia, que una versión del mismo del año 1995, legitimaron en el artículo 109 a la madre para reclamar alimentos a favor del concebido en contra de su padre, aunque el hijo no hubiese sido engendrado dentro del matrimonio formalizado, sin perjuicio de la

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acción para impugnar la filiación que pudiese ejercitar el padre con posterioridad al nacimiento.62 Se coincide con PÉREZ GALLARDO y NÚÑEZ TRAVIESO en que la solución era desacertada técnicamente.63 Aun más, puede afirmarse que resultaba peligrosa y absurda. Era peligrosa, porque se imponía la obligación alimentaria a un sujeto que estaba imposibilitado de demostrar la inexistencia del vínculo filiatorio con el concebido. Absurda e incoherente si se tiene en cuenta que en la imputación, la sola declaración de voluntad de la madre no es suficiente para establecer la relación filiatoria, pues la negación de la paternidad por el imputado lo impedirá al menos momentáneamente; sin embargo, sí sería suficiente para obligar a un tercero con un vínculo que es consecuencia o efecto propio de la relación jurídica que por sí misma no tiene aptitud para establecer. Afortunadamente, dicho precepto ha desaparecido en la última versión del proyecto del año 2006, a la que ha tenido acceso el autor. En tercer lugar, ubica el artículo 124 de la ley sustantiva familiar a los descendientes. Los descendientes sólo tendrán a su cargo la que se ha denominado obligación de dar alimentos en sentido estricto, cuya existencia depende del estado de necesidad patrimonial en el alimentista. A los efectos del cumplimiento de tal obligación es intrascendente el estado civil que los padres hayan tenido en el momento de la concepción, pues puede ser impuesta tanto a hijos matrimoniales como no matrimoniales, en exacta correspondencia con la igualdad de derechos que proclama el artículo 65 del Código de Familia. De igual forma, serán sujetos de la obligación alimenticia tanto los hijos naturales, como los adoptivos y sus descendientes, al existir en Cuba sólo la adopción plena, que rompe totalmente los vínculos con la familia consanguínea de origen, creando lazos no sólo entre adoptante y adoptado, sino con el resto de los parientes y cónyuge del adoptante.64 Tampoco están obligados todos los descendientes por igual, pues el artículo 124.3 dispone que la reclamación debe dirigirse contra los descendientes de grado más próximo. Por tanto, en caso que el ascendiente alimentista tenga descendientes con diferente grado de proximidad con capacidad económica para satisfacer sus necesidades, tendrá que dirigir su reclamación contra el descendiente de grado más próximo, excluyendo al más remoto. En otras legislaciones no se ha seguido este criterio. En virtud del artículo 287 del Código Civil venezolano de 1942, entre los descendientes la prelación se regulaba por el orden en que serían llamados a

62

PÉREZ GALLARDO, Leonardo B. y Belkis C. NÚÑEZ TRAVIESO, op. cit., p. 105. 63

Idem., p. 107. 64

La adopción plena es aquella que “… confiere al adoptado la condición de hijo del o de los adoptantes. Esta especie de adopción crea, además, parentesco entre el adoptado y los miembros de la familia del adoptante; entre el adoptante y el cónyuge y la descendencia futura del adoptado y entre los miembros de la familia del adoptante y el cónyuge y la descendencia futura del adoptado”. GRISANTI AVELEDO DE LUIGI, Isabel, op. cit., p. 420. En Cuba rige la adopción plena desde el Decreto Ley 76, De la adopción, los hogares de menores y las familias sustitutas, de 29 de enero de 1984, que modificó el texto del Código de Familia en esta materia.

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la sucesión de la persona con derecho a alimentos. Podía, por tanto el alimentista reclamar alimentos simultáneamente a su hijo y a sus nietos, hijos de otro hijo premuerto. En el Derecho vigente español, el párrafo final del artículo 144 del Código Civil establece que “… se regulará la graduación por el orden en que sean llamados a la sucesión legítima de la persona que tenga derecho a alimentos”. Se produce así una especie de derecho de representación en la obligación alimenticia, siguiendo la antigua regla ubi emolumentum succesionis ibi onus alimentorum. Se hacen corresponder así los llamados a la sucesión intestada con el orden de prelación ante el concurso de alimentantes: quien por derecho de representación sucedería al causante, ocupando el lugar de su ascendiente, podría ser obligado a pagar la deuda alimentaria. La solución parece equitativa, pero no debe olvidarse que el testador, salvo la presencia de herederos especialmente protegidos, puede alterar el orden sucesorio o designar herederos distintos, pero no puede modificar el orden de prelación que contempla el Código de Familia para la concurrencia de alimentistas o alimentantes. En última instancia, nuestro ordenamiento no contiene precepto semejante, por lo que en ningún supuesto concurrirán alimentantes descendientes en grado diferente. En el último lugar incluye la ley a los hermanos. No distingue la ley la edad del hermano obligado, aunque evidentemente éste ha de contar con la capacidad económica necesaria para satisfacer las necesidades del alimentista. Si existe tal capacidad, porque el alimentante tuviese bienes suficientes, es intrascendente la presencia de capacidad de obrar, pues la existencia de la obligación no depende de la voluntad del sujeto, al no tratarse de un acto voluntario del deudor. Finalmente, no se distingue entre hermanos de consanguinidad natural o adoptiva, sean de uno o doble vínculo, porque no hay pronunciamiento expreso de la ley en ese sentido; tampoco existe distinción entre hermanos matrimoniales o no matrimoniales, al ser consecuencia de la abolición de la distinción entre los hijos por el nacimiento (artículos 124.3 y 65 del Código de Familia). La inclusión de los hermanos en la prelación de deudores, en su formulación actual, puede remontarse hasta la Ley de Matrimonio Civil española de 1870, que en su Exposición de Motivos afirmaba que “… el estrecho vínculo que entre los hermanos existe hace que se consideren como miembros de una misma familia y hasta la moralidad pública se resentiría, al ver a un individuo sumido en la miseria, entretanto que su hermano viviese en medio del fausto y la opulencia”.65 Si bien la relación de sujetos obligados concluye en los hermanos, según el artículo 123 del vigente Código de Familia, en otros ordenamientos se extiende la obligación hacia otros parientes. El Código Civil venezolano extiende la obligación alimenticia hacía tíos y sobrinos, parientes por consanguinidad en la línea colateral tercer grado, ante la ausencia de otros parientes o su falta de capacidad patrimonial, siempre que el alimentista sea de edad avanzada o entredicho. Otros códigos incluso hacen derivar la obligación alimentaria del parentesco por afinidad.

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DEL CASTILLO, Conrado, op. cit., p. 40.

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Ha servido de modelo al respecto la legislación francesa, pues el Código Civil de Napoleón en sus artículos 206 y 207 consagraba la obligación recíproca de hijas e hijos políticos, en relación con su madre y padre políticos, limitándola al primer grado en la línea recta. En Latinoamérica, el Código de Familia boliviano incluye entre las personas obligadas a la asistencia familiar al yerno y la nuera, y suegro y suegra (artículo 15. 40 y 50), precisando el artículo 17 que sólo estarán obligados en la medida de la estrictamente necesario. Ya se apuntó que el Código de Familia cubano no reconoce la obligación entre afines, pero indirectamente puede corresponder a uno de los cónyuges el sostenimiento de los hijos del otro, al menos en parte, al constituir una carga de la comunidad matrimonial de bienes (artículo 33.1).66 La situación de concurso de alimentantes tiene claras implicaciones procesales. Cuando existe pluralidad de sujetos obligados, la demanda ha de establecerse contra todos los deudores, como consecuencia de la mancomunidad que se predica de la deuda alimentaria. Lo contrario sería afirmar que la obligación alimenticia es solidaria, lo que iría en contra de la letra del artículo 125 del Código de Familia. La jurisprudencia española ha reafirmado ese criterio; en especial la sentencia del Tribunal Supremo español, de 5 de noviembre de 1996, deja esclarecido que fijar la deuda de uno de los alimentantes “… supone entonces, inexcusablemente, fijar simultáneamente el porcentaje de la deuda del otro, lo cual exige, para no producir indefensión a esa otra parte, y para evitar sentencias contradictorias, traer a todos los deudores conjuntamente al proceso como partes demandadas”. En cambio, cuando los posibles alimentantes no estén situados en el mismo orden prelacional, una antigua sentencia del propio alto tribunal hispano, de 6 de junio de 1917, se pronunció porque “… no era necesario establecer procedimientos sucesivos, entre los distintos obligados a prestar los alimentos, sino que puede dirigirse la acción contra cualesquiera de los comprendidos en cada escala, con tal que se justifique que los llamados antes que él carecen de los medios necesarios para satisfacerlos”. Ahora bien, si ciertamente no hay nada que objetar a la prelación establecida por el artículo 124 del Código de Familia para el concurso de alimentantes, no puede decirse lo mismo del artículo 126. Éste regula la prelación para el caso de concurso de alimentistas, y para ello sigue igual criterio que el artículo 124, al que se remite expresamente. En otro lugar se adelantaba que ello es producto de una pobre comprensión de la reciprocidad de la obligación alimenticia, que sólo significa que quien hoy está obligado a dar alimentos, mañana, llegada una situación de necesidad, puede entonces reclamarlos a quien hoy se los presta.67 Ello no quiere decir que si estaba en primer lugar en la prelación de los alimentantes, tenga necesariamente que ocupar el primer orden entre los alimentistas. La reciprocidad se predica de la obligación en sí misma considerada y no de la posición que ocupe un sujeto concreto en una hipotética situación concursal.

66

Vid., epígrafe 5 del presente trabajo. 67

Vid., epígrafe 6.

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Razones más profundas avalan la tesis contraria al orden de prelación del artículo 126, que sigue con bastante fidelidad el artículo 191 del proyecto de nuevo Código de Familia. En el artículo 124 se trataba del llamamiento para ocupar la situación jurídica de deber en la obligación alimenticia, y por ello es lógico que se guarde el mismo orden que en otras situaciones semejantes. Nótese que el artículo 148 del mismo cuerpo legal, referido a la delación de la tutela de los mayores de edad, se pronuncia en sentido semejante, con ligeras variaciones en cuanto a los ascendientes, que resultan divididos en órdenes distintos. El concurso de alimentistas es justamente la situación inversa: constituye la norma que legitima a un sujeto para reclamar alimentos con preferencia a otros con igual derecho a recibirlos, que lo coloca en esa particular situación jurídica de poder. La norma que contiene el artículo 126 es, además, contra natura. Va contra el orden natural de los afectos que el alimentante se vea compelido a cubrir las necesidades de su cónyuge y sus ascendientes, y sólo entonces la de sus descendientes. Véase la diferencia con las disposiciones que se contienen a partir del artículo 514 del Código Civil, reguladoras de los llamados órdenes sucesorios, que siguen la línea natural de los afectos en los parientes, al conceder derechos preferentes a los descendientes, ascendientes, y por último a los colaterales. Un intento de enmendar la situación creada se nota en el segundo párrafo del artículo comentado, al establecer la preferencia de los hijos sobre el cónyuge, de ser éstos los sujetos concurrentes. Además de imperfecta en el orden formal, pues rompe la unidad del precepto, la solución es parcial, pues no resuelve las situaciones de concurso que involucren al cónyuge y ascendientes, o a ascendientes y descendientes, situaciones en las que, increíblemente, habrá que preferir a los primeros. Es de desear una nueva redacción en la cual la regulación del concurso de alimentistas gane en autonomía y precisión.

8. Formas de cumplimiento. Como rasgo característico de la obligación de dar alimentos se señala su carácter alternativo. El artículo 129 del Código de Familia ofrece la posibilidad al alimentante de elegir entre recibir y mantener en su propia casa al alimentista, y pagar la pensión que fije el órgano jurisdiccional, las que constituyen las posibles formas en que se da cumplimiento a esta obligación. Se denominan alimentos propios a los que recibe el acreedor en el domicilio del deudor, que de esa forma lo sustenta, mientras que reciben el nombre de alimentos impropios los que recibe el alimentista a través de una pensión periódica, fijada por el tribunal.68 El hecho que la elección de la forma de cumplir la obligación alimenticia corresponda al alimentante, no es más que una aplicación concreta del principio de favor debitoris, tan esencial al Derecho de Obligaciones. Conforme al mentado principio ante la duda en torno a la existencia o a la extensión de una obligación, la

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LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., p. 172; DE RUGGIERO, Roberto, op. cit., p. 696.

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misma debe ser resuelta a favor del deudor, negando su existencia o restringiendo sus efectos.69Se busca, por tanto, a través de este principio, que el interés del acreedor se satisfaga de la forma menos gravosa para el deudor. Es el alimentante quien debe determinar cuál es la forma de cumplimiento de la obligación, de modo que el alimentista ha de atenerse a su decisión, sin que pueda imponerle una opción u otra.70La solución se corresponde, además, con las reglas generales de las obligaciones alternativas, en que la elección en principio corresponde al deudor u obligado (artículo 244 del Código Civil). Por supuesto que la facultad de elección correspondiente al alimentante tiene límites, no es en modo alguno absoluta. El artículo 129 del Código de Familia dispone que la forma de prestar los alimentos en sentido propio, “… sólo procederá si no se afectan disposiciones relativas a la guarda y cuidado del alimentista y no existen impedimentos de orden moral o material”. El caso más claro es del menor de edad, que se encuentra bajo la guarda y cuidado de uno de los padres. Entonces el padre que no ostenta la guarda y cuidado no tendrá más opción que satisfacer la obligación alimenticia a través de una prestación periódica, en la forma que se ha denominado impropia. Así dispone el artículo 59 del Código de Familia que el sostenimiento de los hijos menores es obligación de ambos padres “… aun cuando no tengan la patria potestad sobre ellos, o estos no estén bajo su guarda y cuidado…”. Puede asimismo el órgano jurisdiccional determinar que la obligación alimenticia se cumpla de forma impropia, si así lo estima conveniente o lo encuentra justificado. Así, por ejemplo, en caso de cónyuges que no conviven por largo tiempo, cuando uno de ellos se encuentra en situación de necesidad, y el otro, aun sin disolver el vínculo, ha iniciado una nueva relación de pareja. Salta a la vista la conveniencia de que se imponga la pensión alimenticia, como prestación pecuniaria, y no de forma distinta. Pueden constar también antecedentes de violencia doméstica que hagan aconsejable la imposición del deber sin necesidad de que exista convivencia entre deudor y acreedor.71

69

DÍAZ PAIRÓ, Antonio, Teoría general de las obligaciones, volumen I, 2da

edición revisada, Editorial Temis, La Habana, 1945, p. 34. 70

DELGADO ECHEVERRÍA sostiene la tesis contraria, al afirmar que cuando el alimentante tenga que ser demandado, pierde el derecho de opción y deberá satisfacer la obligación en los términos en que se establezca en la sentencia. DELGADO ECHEVERRÍA, Jesús, “Comentario al artículo 149” en, PAZ-ARES RODRÍGUEZ, Cándido, DÍEZ PICAZO PONCE DE LEÓN, Luis, BERCOVITZ, Rodrigo y Pablo SALVADOR CODERCH (directores), Comentario del Código Civil, volumen I, Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 537. El texto del artículo 129 del Código de Familia no hace pronunciamiento en relación con el momento en que debe el deudor elegir, por lo que hay que entender que la elección puede ser realizada antes de la interposición de la demanda, o en el propio proceso en que se ventile tal pretensión. 71

DEL CASTILLO cita abundante jurisprudencia prerrevolucionaria que limita la facultad del deudor de elegir la forma en que se cumple la obligación , entre la cual cabe destacar la sentencia 1, de 12 de enero de 1938, del Tribunal Supremo de Cuba, que niega la opción al demandado por alimentos cuando silenció y puso en duda la condición de hijo suyo del alimentista, mientras que la sentencia 20 de la Audiencia de La Habana, de 24 de enero de 1953, en criterio avanzado para la época, sostuvo que el interés del hijo alimentista ha de prevalecer frente a los deseos, intereses o elección de los padres. DEL CASTILLO, Conrado, op. cit., pp. 53-58.

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Razones de índole material pueden igualmente llevar al tribunal a imponer una forma determinada de cumplimiento. Piénsese en las condiciones de hacinamiento en que puede vivir una familia, en tal envergadura que pueda obstaculizar no sólo el libre desarrollo de los integrantes del núcleo familiar receptor, sino del propio alimentista. El déficit habitacional existente en el país, igual que fundamenta un régimen jurídico peculiar en materia inmobiliaria, no puede ser obviado por el juzgador al decidir la modalidad de pago de la prestación que impondrá al alimentante. Una justa ponderación merece igualmente la colisión entre el derecho del alimentista y otros valores sociales, también merecedores de tutela. Los conflictos generacionales muchas veces provocan el cese de la convivencia; pero la libertad del alimentista de fijar su residencia en otro lugar no puede conducir a la imposición al alimentante de la prestación en dinero como forma de cumplimiento. Hay abundante jurisprudencia española que corrobora esta opinión, forzando al alimentista a aceptar otra forma de pago distinta de la solicitada. La sentencia de la Audiencia Provincial de Valladolid de 19 de octubre de 1998, en el caso de un padre que elige satisfacer la prestación alimenticia a través de la convivencia con su hija, afirma que “… cuando se es mayor de edad, sus concepciones vitales no puede imponerlas, ni llevarlas a cabo en contra o a costa de la opinión del resto de sus familiares. La opción que ha manifestado de abandonar el domicilio familiar no puede reprochársele. Pero en cuanto no se ha acreditado que sus padres se hayan opuesto de modo rotundo a su vuelta al mismo (…) no pueden imponerse a los mismos el pago de una pensión, cuando es posible que la obligación alimenticia aquellos la puedan cumplir en su propio domicilio”. En el mismo sentido se pronunció la Audiencia Provincial de Córdoba, en sentencia de 29 de junio de 2002: “… puede también optar, bien por reintegrarse al domicilio paterno y recibirla allí en especie, bien por vivir de manera independiente, pero, naturalmente, si lo hace, no puede al mismo tiempo pretender que el padre quede obligado a pasarle ninguna pensión del carácter como la que pide”.72 La posibilidad del concurso de alimentantes hace pensar en múltiples variantes para satisfacer las necesidades del alimentista, a través de la combinación de distintas modalidades de pago. Puede uno de ellos satisfacer la obligación in natura, en el sentido propio, y el resto contribuir a través de una prestación periódica expresada en dinero. Se puede llegar incluso a establecer un cumplimiento sucesivo por parte de los obligados, en correspondencia con un régimen semejante de guarda y cuidado.73

72

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., pp. 778-779. 73

La guarda y cuidado alternada es aquella que permite “… alternar períodos iguales de convivencia de uno y otro progenitor con el hijo menor”. VELAZCO MUGARRA reseña que las opiniones favorables sostienen su mayor justeza y equidad, al permitir a ambos padres compartir la dirección y asistencia, mientras que sus detractores apuntan que afecta la estabilidad del menor y el buen desarrollo de su personalidad. VELAZCO MUGARRA, Miriam P., La guarda y cuidado de los menores sujetos a la patria potestad, 1ra edición, Ediciones ONBC Organización Nacional de Bufetes Colectivos, La Habana, 2008, p. 177.

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9. Extinción de la obligación alimenticia. Las causas de extinción de la obligación alimenticia vienen consignadas en el artículo 135 del Código de Familia. Puede afirmarse que la obligación se extingue cuando falta alguno de los presupuestos para su exigencia y, en algunos ordenamientos, como sanción a una conducta reprochable por parte del alimentista. Los apartados 1 y 2 del precitado artículo 135 reconocen como causas de extinción la muerte del alimentante y la muerte del alimentista. En ambos supuestos falta uno de requisitos de la obligación alimenticia. La muerte del alimentista produce la extinción de la obligación, pues falta la persona en situación de necesidad legitimada para pedirle. El mismo efecto produce la muerte del alimentante, al no existir la persona con capacidad económica para satisfacer las necesidades del deudor, que hasta ese momento venía ocupando esa posición en la relación jurídica. Estas causas de extinción, además, se fundamentan en el carácter personalísimo de la obligación alimentaria, que impiden su transmisibilidad inter vivos, pero también mortis causa (artículo 132 del Código de Familia). Un análisis más profundo requieren las mensualidades devengadas pero no percibidas. No hay más remedio que seguir la línea que se ha venido sosteniendo hasta el momento, en el sentido de separar el régimen legal de la obligación alimenticia en sí misma, de aquel que corresponde a las pensiones no satisfechas. Si las pensiones alimenticias deben pagarse por mensualidades anticipadas, el artículo 131 de la misma disposición normativa establece que al fallecimiento del alimentista “… sus herederos no estarán obligados a devolver lo que éste hubiere recibido anticipadamente”. Como consecuencia, los herederos del alimentista podrán reclamar al alimentante aquellas mensualidades que éste último no haya pagado al fallecimiento del primero, pues están integradas en su herencia de forma plena.74 Similares efectos a la muerte probada tiene la muerte presunta, no así la ausencia declarada judicialmente. Si el declarado ausente es el alimentante, dicha circunstancia no afectará la existencia de la deuda alimenticia, pues el representante legal que hubiese designado el órgano jurisdiccional deberá asumir la obligación con cargo al patrimonio del declarado ausente (artículo 33.2.3 del Código Civil vigente). En cambio, si el ausente fuese el alimentista, la obligación debe ser suspendida, pues se desconoce el paradero del mismo y, por tanto, se desconocen sus necesidades, siendo así que la obligación de dar alimentos tiene su fundamento precisamente en la satisfacción de las necesidades del alimentista.

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LÓPEZ HERRERA, Francisco, op. cit., pp. 185-186.

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El apartado 3 del citado precepto contiene como causal de extinción la pérdida de la capacidad económica del alimentante para satisfacer simultáneamente las necesidades del alimentista y las propias o las correspondientes a las personas que dependen económicamente de él. Los efectos de esta falta de capacidad económica dependerán del momento en que se manifieste, como presupuesto que es de este especial vínculo jurídico; si aparece cuando comiencen las necesidades en el alimentista será un impedimento para que la obligación alimentaria nazca, exonerando con ello al posible alimentante. Si aparece en un momento posterior, podrá ser calificada como causa de extinción. Como puede apreciarse en la parte final del artículo comentado, es posible que el alimentante tenga a su cargo el sostenimiento de otras personas, por las cuales le sea imposible asumir una obligación adicional. En tal caso, la incapacidad patrimonial del alimentante sería una causa de justificación que lo exonere en relación con tal alimentista, no una causal de extinción. La extinción de la obligación por esta causa sobrevendría cuando el deudor tuviese a su cargo sólo los alimentos de una persona o cuando el reclamante tenga preferencia en relación con los que ya dependían económicamente del alimentante. Teóricamente, esta última situación no debería producirse, pues debe notarse que el Código menciona no las necesidades de cualquier alimentista sino las del “… cónyuge e hijos menores y de los mayores de edad incapacitados a su abrigo”. Pero, justamente, la regulación del Código de Familia para el concurso de alimentista puede conducir a soluciones claramente injustas. En virtud del artículo 126, si el último reclamante fuese un ascendiente, podría extinguir la obligación existente entre el demandado y sus descendientes, si nos atenemos a la letra de la ley. Debe prevalecer, en cambio, una interpretación que atienda a los valores familiares que subyacen en la norma, a las finalidades de la institución, por encima de lo que podría calificarse como “error obstativo” del legislador. Se está ante una prueba más de la desacertada opción hecha en sede de concurso de alimentistas, al no existir correspondencia entre un precepto y otro. Pero, ¿hasta qué punto es posible exigirle al alimentante que reduzca su nivel de vida ordinario para atender las necesidades de sus parientes? Algún autor ha sostenido la inexistencia de un fundamento legal para obligar al alimentante a “… bajar el tono social en que se encuentra”.75 Tal posición es insostenible desde el punto de vista ético y lógico. Es moralmente inaceptable, pues se negaría con ello la solidaridad familiar sobre la que se construye la obligación alimenticia, adquiriendo ésta unos rasgos demasiado relativos y mudables de familia en familia, que tampoco convienen a la seguridad jurídica a que aspira el Derecho. Es ilógica porque haría inútil como causa de extinción la insuficiencia patrimonial del alimentante, que podría liberarse a capricho de sus deberes para con sus parientes o cónyuge. En último lugar, el artículo 135 del Código de Familia contempla el cese de la obligación alimenticia cuando a su vez haya concluido la causa que hizo nacer tal

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PUIG PEÑA, Federico, op. cit., p. 581.

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obligación. Se utiliza una expresión tan general, que puede perfectamente incluirse en ella la contemplada en el artículo 135.4, relativa al arribo a la edad laboral. En ambos casos se da fin a la prestación alimenticia porque ha desaparecido la situación de necesidad, que es uno de los presupuestos de su existencia, sino el más importante. Esta situación de penuria económica puede desaparecer tanto porque se haya adquirido la aptitud para trabajar por el arribo a la edad reconocida para ello, como porque se haya salido de cualquier otra situación que legitimaba su exigencia, como pueden ser la recuperación de la plena capacidad de obrar, la sanación de una enfermedad limitante, o la adquisición de bienes suficientes para satisfacer sus necesidades. El Código Civil español de 1888 se refiere al hecho de que alimentista “… pueda ejercer un oficio, profesión o industria, o haya adquirido un destino o mejorado de fortuna, de suerte que no le sea necesaria la pensión alimenticia para su subsistencia” (artículo 152.30). En el artículo 135.5 del Código de Familia, se encuentra al operador ante un precepto que trata de encerrar en una fórmula general todas aquellas circunstancias que excluyen la situación de necesidad, distintas de la adquisición de la capacidad laboral. La cuarta causa de extinción que reconoce al Código de Familia es el arribo a la edad laboral del alimentista, siempre que “… no estuviese incapacitado ni incorporado a institución nacional de enseñanza que le impida dedicarse regularmente al trabajo remunerado”. La situación de necesidad exigida para el surgimiento de la obligación legal de dar alimentos implica la incapacidad del sujeto para proporcionarse el sustento por sí mismo, pues de lo contrario, aunque existiera penuria económica no se estaría legitimado para la exigencia de los alimentos. De ahí que, cuando el alimentista arriba a la edad de diecisiete años, en principio se considera que adquiere la denominada capacidad jurídica laboral, que no se reduce a la edad, sino que exige del individuo requisitos adicionales, como una determinada madurez física y psíquica (artículo 26 del Código de Trabajo).76Si bien la legislación nacional reconoce la excepcional posibilidad de que menores de diecisiete años concerten contratos de trabajo, no constituye para ellos un deber y, por tanto, pueden exigir de sus parientes el cumplimiento de la obligación alimenticia. Se recoge como excepción a la extinción de la obligación alimenticia por el arribo a la edad laboral el vínculo a institución de enseñanza que impida el trabajo remunerado. La redacción del precepto ha suscitado encontradas polémicas en el ámbito nacional, por la falta de claridad en relación a la definición de lo que ha de entenderse por institución educacional que impida dedicarse regularmente al trabajo remunerado. La obligación “… debe cesar tan pronto el alimentista abandone o sea separado de sus estudios que en la institución nacional de enseñanza le impedía dedicarse regularmente al trabajo remunerado, o transfiera su incorporación o pueda incorporarse, en la misma institución nacional de enseñanza o en otra de similar, a un tipo de curso o en un horario que le permita

76

VIAMONTES GUILBEAUX, Eulalia, Derecho Laboral Cubano – Teoría y Legislación, 2da

edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2007, pp. 93-97.

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continuar, hasta terminar, los estudios de la especialidad o especialización que cursaba al arribar a la edad laboral y al propio tiempo no le impida dedicarse regularmente al trabajo remunerado”.77De esta manera, si el alimentista arriba a la edad laboral y no ha concluido sus estudios, la obligación alimentaria continuará hasta su finalización, siempre que dichos estudios no puedan ser realizados por otra modalidad que permita el trabajo remunerado. Las mayores dificultades se presentaron en el pasado reciente, con la situación de la enseñanza universitaria. En la educación superior se combinan diferentes modalidades que incluyen al curso regular diurno o presencial, el curso para trabajadores, semipresencial, y la enseñanza a distancia. Dada la existencia de tres modalidades de estudio, la adquisición de la personalidad jurídica laboral traerá consigo automáticamente la extinción de la obligación de dar alimentos, pues sería posible el comienzo de los estudios superiores de forma que no obstaculice el vínculo laboral. Quien inicia su formación superior sin posibilidades económicas para el sustento propio, tendrá que depender de sus parientes más próximos, que asumirán dicha responsabilidad de forma voluntaria, pues nada les será exigible a título de alimentos. Esta posición resulta reforzada por lo establecido en el Decreto Ley 268, de 26 de junio de 2009, modificativo del régimen laboral, cuyo artículo 11 autoriza a los estudiantes con diecisiete o más años edad de los cursos regulares de los niveles medio superior y superior para “… incorporarse al trabajo y percibir el salario que les corresponde por los resultados del trabajo que realicen”. Interesante solución ofrece la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de Venezuela, que en el inciso b) del artículo 383 prevé la posibilidad de que el órgano jurisdiccional extienda hasta los 25 años la obligación de dar alimentos, cuando el alimentista esté cursando estudios que le impidan dedicarse al trabajo remunerado. Con ello se garantiza a la vez la formación del menor y se protege el patrimonio del alimentante, que sólo puede ser obligado hasta el momento en que el alimentista arribe a los 25 años. Ahora bien, en tiempos de crisis económica se disparan índices como los de desempleo, de especial incidencia en materia de alimentos. La mera posibilidad de obtener por sí mismo los medios de subsistencia, en tanto aptitud para ejercer profesión u oficio, no es en sí causa de extinción de la obligación alimenticia, pues es posible que se posea tal aptitud y no se logre efectivamente la subsistencia porque no encuentra trabajo, o porque se trata de subempleo o trabajo temporal, o incluso porque el vínculo laboral del que se disfruta no alcanza a satisfacer las necesidades básicas, con una real y efectiva independencia económica. En palabras de JIMÉNEZ MUÑOZ, “… dada la realidad laboral actual, la mera conclusión de la formación del alimentista no extingue el derecho a alimentos si no hay una verdadera independencia económica; no obstante, ello será siempre que el mismo sea diligente en la búsqueda de un trabajo que le permita tal independencia económica”.78La sentencia de 19 de octubre de 1998 de la Audiencia de Valladolid

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PERAL COLLADO, Daniel A., op. cit., p. 173. 78

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 784.

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sostuvo que “… no surge la obligación alimenticia cuando quien la reclama está capacitado para trabajar y cuando no ha demostrado haber buscado trabajo sin encontrarlo”. Por su parte, refiriéndose en específico a los graduados de nivel superior, el más alto foro español sostuvo en sentencia de 1ro de marzo de 2001 sostuvo que “… dos personas, graduadas universitariamente, con plena capacidad física y mental y que superan los treinta años de edad, no se encuentran, hoy por hoy, y dentro de una sociedad moderna y de oportunidades, en una situación que se pueda definir de necesidad, que les pueda hacer acreedores a una prestación alimentaria; lo contrario sería favorecer una situación pasiva de lucha por la vida, que podría llegar a suponer un ‘parasitismo social”. Para ser consecuentes con la definición ofrecida de las causas por las que cesa la obligación alimentaria, hay que añadir entre ellas la extinción del vínculo jurídico entre alimentista y alimentante que fundamenta su existencia. No basta con la necesidad en el alimentista o la capacidad patrimonial en el alimentante, se requiere además la relación conyugal o de parentesco entre ellos. Si desaparecen los lazos matrimoniales o de parentesco, también lo hará el derecho a los alimentos y la correspondiente obligación.79 El vínculo conyugal, según el artículo 43 del Código de Familia, puede cesar además de con la muerte, con la sentencia o escritura de divorcio, o con la resolución judicial que lo declare nulo, en cuyo caso se borrarán sus efectos también para el pasado, salvo la aplicación de la doctrina del matrimonio putativo. La pensión que pueda corresponder a uno de los excónyuges en caso de divorcio no se identifica con los caracteres propios de la obligación alimenticia, pues no está vinculada a una situación de necesidad en el excónyuge beneficiario y cesará cuando éste contraiga nuevo matrimonio.80En cuanto a los que estuvieron unidos en matrimonio reconocido, mientras duró la unión no existía vínculo legal alguno que fundamentase la reclamación, y cuando el pronunciamiento judicial reconoce la existencia del matrimonio, tiene al mismo tiempo efectos extintivos.81 Puede extinguirse también la relación de parentesco existente entre alimentista y alimentante. Siquiera la muerte es capaz de destruir los vínculos de parentesco. El ordenamiento jurídico sólo reconoce como forma de extinción del parentesco, al menos a los efectos de la obligación alimenticia, a la adopción. El artículo 99 del Código de Familia consigna expresamente que la adopción extingue “… los vínculos jurídicos paterno-filiales y de parentesco que hayan existido entre el adoptado y sus padres y los parientes consanguíneos de éstos últimos”. Sin embargo, la extinción de los efectos del parentesco con la adopción no puede ser plena, pues al menos subsistirá éste a los efectos de mantener vigente el impedimento matrimonial de parentesco con la familia consanguínea de origen (artículo 5.1 del Código de Familia). En todo caso, aprobada judicialmente la

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“La obligación alimentaria familiar deriva del vínculo familiar que existe entre el deudor y el acreedor de alimentos. Si tal vínculo desaparece (…) se extingue la obligación alimentaria familiar”. GRISANTI AVELEDO DE LUIGI, Isabel, op. cit., p. 80. 80

Vid., epígrafe 7. 81

MESA CASTILLO, Olga, Derecho de Familia – Módulo 2, 2da

reimpresión de la 1ra

edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, p. 81.

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adopción, se extinguirá la obligación alimenticia entre el adoptado y los miembros de su familia consanguínea natural, anudándose la relación ahora con la familia adoptiva. El Código de Familia guarda silencio con respecto a la posibilidad de que cese la obligación alimenticia por indignidad del alimentista. En cambio, tanto el Código Civil español como el argentino hacen un paralelo entre las causales de desheredación y extinción de la obligación alimenticia. El artículo 152.40 del Código Civil español establece que no puede exigir alimentos el alimentista que haya cometido alguna falta contra el alimentante de las que dan lugar a la desheredación, sea o no heredero forzoso. Entre los motivos que la doctrina cita para la desheredación y, por tanto, para la extinción de la obligación alimenticia, están el abandono, la prostitución o la corrupción de los hijos por los padres, el atentado contra la vida del alimentante, sus descendientes o ascendientes, la acusación calumniosa del alimentante; el empleo de fraude, violencia o amenazas para que al alimentante otorgue testamento o lo revoque, o para que dicho acto no sea otorgado. Igualmente, se contemplan la negativa anterior del alimentista a prestar alimentos al ahora alimentante, el haber sido privado de la patria potestad por incumplimiento de los deberes inherentes a ella, entre otros.82 Nótese que la extinción de la obligación alimenticia no se hace depender de la desheredación efectiva del alimentista en testamento, sino que basta con la mera posibilidad de la desheredación.83Este caso, más que un supuesto de extinción de la obligación alimentaria, es de exclusión de la misma entre estos sujetos, porque si bien el alimentista no podrá reclamar alimentos de ese alimentante, sí podrá hacerlo contra el resto de los obligados. La naturaleza propia de la incapacidad por causas de indignidad hace que el testador pueda perdonarlas expresa o tácitamente, por lo que también el alimentante tendrá esa posibilidad, siempre que los presupuestos de necesidad económica, posibilidad del deudor y vínculo matrimonial o de parentesco estén aún presentes. El Código de Familia no reconoció esta causal de extinción en el artículo 135, siendo consecuente con el destierro de la desheredación en el ámbito sucesorio. En sede sucesoria el legislador prefirió la protección a ultranza de los herederos especialmente protegidos, privando al testador de la posibilidad de sancionar comportamientos moralmente reprochables de sus legitimarios. Como allí, en la obligación de dar alimentos la mejor solución sería el equilibrio entre la facultad del alimentante de extinguirla cuando existan motivos de indignidad taxativamente señalados en la ley, sin perjuicio de la protección que merece el alimentista, núcleo de la regulación en la materia.84Una variante en el logro de este objetivo es la empleada por el artículo 485 del Código Civil de Perú, que establece que el

82

JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 785. 83

CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, op. cit., p. 362. 84

PÉREZ GALLARDO; Leonardo B., “Los herederos especialmente protegidos. La legítima. Defensa de su intangibilidad cualitativa y cuantitativa” en, PÉREZ GALLARDO, Leonardo B. (coordinador), Derecho de Sucesiones, tomo II, 1

ra edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, pp. 233-235.

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alimentista indigno sólo puede reclamar lo estrictamente necesario para subsistir, con independencia de la capacidad económica del alimentante. Otra variante puede ser aplicar las causas de indignidad sólo a determinados alimentistas, como la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de Venezuela, según la cual esta causal de extinción no se aplica cuando el alimentista es niño o adolescente (artículo 383). Dentro de la indignidad del alimentista algunas legislaciones también incluyen la situación de necesidad, cuando ha sido provocada por el propio alimentista producto de su mala conducta (artículo 152.50 del Código Civil español). Se sitúan en este caso las personas que han perdido su empleo por causas que le son imputables, como indisciplinas reiteradas o la comisión de un delito.85En contra, la mayoría de la doctrina argentina, siguiendo el texto del artículo 370 del Código Civil de aquella nación, se manifiesta por la irrelevancia del motivo que llevó al alimentista al estado de necesidad, pues “… el interés público comprometido en la conservación de la persona humana, y superiores razones de solidaridad familiar inspiran esta solución”.86Ante el silencio del Código de Familia, hay que inclinarse por la exclusión de la obligación alimenticia en este supuesto. Si bien no hay un precepto concreto que lo establezca como causa de cesación, tampoco hay un precepto que lo excluya al estilo del artículo 370 del Código Civil argentino. Es, además, la solución más consecuente con la definición del estado de necesidad que trae la principal ley en materia familiar, en el artículo 122.2: cuando, careciendo de recursos económicos, los sujetos “…estén impedidos de obtenerlos por sí mismos, por razón de edad o de incapacidad”, por lo que cualquier otro origen del estado de necesidad será necesariamente irrelevante. En este aspecto el Código Civil peruano también aporta una solución intermedia, al disponer el artículo 473 que “… si la causa que lo redujo a ese estado fue su propia inmoralidad, sólo podrá exigir lo estrictamente necesario para subsistir”.

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Ya la sentencia de 12 de julio de 1904 del Tribunal Supremo español aplicó esta causal en un supuesto en que el hijo dejó voluntariamente una colocación, fue despedido de otra y llegó a faltar gravemente al padre, no obstante lo cual pretendió reclamar alimentos. JIMÉNEZ MUÑOZ, Francisco Javier, op. cit., p. 786. 86

CADOCHE DE AZVALINSKY, Sara Noemí, op. cit., p. 352; BELLUSCIO, Augusto César, op. cit., p. 486.