1 LA CHICA, SU MADRE Y EL FUNERAL · Atreides asintió sin saber qué más decir. —Últimamente...

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— 37 — Atreides Helena se encontraba en su habitación de la Academia, eli- giendo su mejor gala para el funeral al que debía asistir aquella noche. Buscó un vestido negro, de elegantes bordados y hermosa falda de delicada seda negra. Se lo probó pero dudaba. Dudaba si realmente era adecuado (parecía más bien un vestido de noche) ya que siempre había tenido a su madre para que la ayudara en estas ocasiones… Decidió volverse a cambiar, recordaba que tenía un vestido azul os- curo que le había quedado francamente bien cuando se lo había probado por primera vez. Aparte se sentía más segura con él, se lo había regalado su padre cuando había sido elegida para venir a la Academia. 7, su peludo, se encontraba atareado recogiendo todos los vestidos que la chica ya se había probado, volviéndolos a meter en su armario entre exasperaciones. No parecía muy contento con el desorden. Se movía de un lado a otro de la habitación con su corta estatura (no mayor de un metro) y su redondez interfiriendo en el silencio del habitáculo mientras todos su pelos se encrespaban al ver un nuevo vestido depositado en el suelo. Dos golpes sonaron en su puerta y el peludo la abrió casi automáti- camente lo que provocó que la Helena se pusiera rápidamente una toalla sobre su cuerpo desnudo. Loki Auguste cruzó el umbral, con sus ojos grandes mirando a su compañera de clase. El chico iba con su ropa de costumbre, un jersey que le quedaba varias tallas mayor, con sus manos completamente ocultas por las 1 LA CHICA, SU MADRE Y EL FUNERAL

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Atreides Helena se encontraba en su habitación de la Academia, eli-giendo su mejor gala para el funeral al que debía asistir aquella noche. Buscó un vestido negro, de elegantes bordados y hermosa falda de delicada seda negra. Se lo probó pero dudaba. Dudaba si realmente era adecuado (parecía más bien un vestido de noche) ya que siempre había tenido a su madre para que la ayudara en estas ocasiones…

Decidió volverse a cambiar, recordaba que tenía un vestido azul os-curo que le había quedado francamente bien cuando se lo había probado por primera vez. Aparte se sentía más segura con él, se lo había regalado su padre cuando había sido elegida para venir a la Academia.

7, su peludo, se encontraba atareado recogiendo todos los vestidos que la chica ya se había probado, volviéndolos a meter en su armario entre exasperaciones. No parecía muy contento con el desorden. Se movía de un lado a otro de la habitación con su corta estatura (no mayor de un metro) y su redondez interfiriendo en el silencio del habitáculo mientras todos su pelos se encrespaban al ver un nuevo vestido depositado en el suelo.

Dos golpes sonaron en su puerta y el peludo la abrió casi automáti-camente lo que provocó que la Helena se pusiera rápidamente una toalla sobre su cuerpo desnudo.

Loki Auguste cruzó el umbral, con sus ojos grandes mirando a su compañera de clase. El chico iba con su ropa de costumbre, un jersey que le quedaba varias tallas mayor, con sus manos completamente ocultas por las

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mangas. Su pelo no había crecido un ápice desde que Atreides lo recordaba, siempre corto.

La chica cruzó una mirada asesina con 7 pero éste no se dio por aludi-do mientras se volvía a atarear metiendo los ropajes en su lugar.

—¿Aún no estás lista? —preguntó Loki—. El funeral empezará en menos de una hora.

Atreides bufó. “¿Acaso el chico no veía que aún no lo estaba? ¿Cómo se podía ser tan tonto?”, pensó la chica guardándoselo para sí.

—Aún me queda un poco, Loki. Si me disculpas…Loki la observó detenidamente, lo que hizo que a Atreides se le rubo-

rizaran los mofletes.—Danvor no parece que lo haya podido superar. Está como ausente

desde el asesinato de Fork —informó Loki rompiendo la tensión del mo-mento—. Creo que deberías ser tú la que le ayudara a superarlo.

Atreides asintió sin saber qué más decir.—Últimamente te estás preocupando mucho por nosotros, Loki

—dijo la chica—. Gracias.Loki hizo un atisbo de sonrisa que se quedó en una mueca en su cara

y abandonó la habitación sin mediar más palabras.7 tiró de la toalla de Atreides mientras ella seguía embobada mirando

la puerta. El peludo tenía un lazo azabache en su mano, el mismo que la chica había estado buscando desesperadamente un rato antes.

—Gracias 7 —agradeció Atreides—. Con él y el vestido seguro que estoy bien. Pero hay alguien que nos lo podrá decir seguro.

El peludo miró sin comprender a su amiga y compañera.La Helena tocó el colgante azulado de su cuello y pareció concentrar-

se durante unos instantes. Éste se iluminó mientras una figura fantasmal emergía en la habitación.

7 se asustó tanto que se lanzó debajo de la cama mientras tiritaba de puro terror.

—Mamá —saludó Atreides sonriente—. Me alegro de verte.El ente era una hermosa mujer que bien podría haber sido Atreides a

una edad adulta. Su pelo largo y moreno, su sonrisa arrebatadora, parecía muy joven para tratarse de una mujer que había sido madre.

—Atreides —saludó el ente sonriente—. ¿Qué sucede? —preguntó un poco preocupada.

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—Ha ocurrido algo, madre. El maestro de un amigo ha muerto y debo ir a su funeral esta noche. ¿Qué podría decirle para consolarlo?

—¿Tú estás bien? —preguntó la madre Helena.—Sí, madre. Estaba muy lejos cuando pasó. En una misión... —Atrei-

des recordó los sucesos con los Liruzzi pero decidió que no tenía tiempo

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para contarle todo a su madre—. El maestro de mi amigo Danvor fue ata-cado por un Elemental de Fuego.

—Siento oír eso, hija. Pero debes saber que la vida en Kizo es peli-grosa... con todo lo del Muro —dijo casi para sí la madre—. Debes estar con él, animarle y hacer que olvide lo sucedido. El tiempo acaba por cerrar todas las heridas. Tendrías que escucharle, dejar que hable y que suelte todo el miedo y pena que lleva dentro.

Atreides sonrió. En verdad su madre parecía que entendía la situación y que sabía como llevarla.

—Quizás sea mejor que me vaya. Sabes que en la Academia el contac-to conmigo podría acarrearte problemas con tus profesores —dijo entriste-cida la madre—. ¿Realmente estás bien?

—Sí. No te preocupes —Atreides pugnó por no llorar. No quería que su madre supiera lo que la echaba de menos.

La figura de la madre Helena se fue difuminando hasta que solo que-dó un resquicio de su luminosidad.

—Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti.Y se fue. Atreides se enjugó las lágrimas como pudo. Debía acabar de arreglarse

cuanto antes. No quería hacer esperar a Danvor.

La comitiva llevaba el féretro de Fork por los pasillos de la Academia. Todo el clan Aldaleon se desplazaba junto a él, haciendo que el último viaje del cuerpo del insigne maestro Aldaleon fuera entre los suyos como lo hubiera deseado en vida.

Wanda Aldaleon caminaba ausente con los ojos enrojecidos de los lloros de todo el día. Leonidas Helena la acompañaba consolándola y obli-gándola a caminar cuando se paraba. Detrás de la pareja unos Orfeo veni-dos directamente del Senado cargaban el féretro, y a sus lados los alumnos Elementales del clan Aldaleon caminaban con absoluto silencio y respeto. Aún más atrás venían el resto de profesores y el alumnado que había que-rido asistir al sepelio.

Brisea, como directora en funciones tras la desaparición de Varialt, recitaba unas extrañas plegarias que seguramente tenían más valor para los vivos que para el fallecido. Su voz era armoniosa, triste pero hermosa.

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La comitiva siguió caminando trazando una ruta hacia el interior de la Academia, hasta su mismo corazón donde numerosas capillas para cada uno de los clanes descansaban en una enorme sala de techo abovedado.

La capilla del clan Aldaleon estaba rodeada de fuego impidiendo el paso a la mayoría de la agrupación. “Solo los Aldaleon pueden entrar en su interior”, pensó Atreides sorprendida.

Camaron, Berto, Maze y el mismo Danvor levantaron el féretro, re-sueltos a entrarlo en la capilla. No miraron atrás y ninguno de ellos dudó cuando el fuego se apoderó de ellos al traspasarlo. El resto de los alumnos Aldaleon cruzaron el muro en llamas y dejaron al resto de la comitiva fuera, para que entonaran los clásicos cantos de despedida durante lo que restara de funeral. Muchos lloraban durante los cantos y Atreides se sorprendió con lágrimas cayendo por su mejilla. Sentía el dolor que irradiaba en el ambiente. Loki puso una mano en el hombro de Atreides y ésta, sintien-do por primera vez el contacto de su compañero, se fundió en un abrazo mientras sollozaba.

Loki se sorprendió pero no dijo nada. Era la primera vez que permitía un contacto tan directo con alguien que no fuera de su clan. Y sonrió sor-prendido al ver que lo soportaba.

En otro lugar Junco sonrió contento y asombrado. Helio Brisea miraba desde la oscuridad a Wanda. Notó en su corazón

diferentes punzadas de dolor cada vez que se abrazaba con Leonidas o le daba un beso.

“Maldito… has aprovechado mi ausencia para apoderarte de ella, en-gañarla…”, maldijo en silencio el joven Brisea. Se sorprendió cerrando el puño con fuerza provocándose a sí mismo sangre en la palma de la mano al clavarse las uñas.

El chico recordó el tiempo en el que él y Wanda habían sido pareja. Desde que habían formado grupo en la Academia se habían hecho insepa-rables, habían crecido juntos, vencido criaturas de la Oscuridad en equipo y sus primeros besos…

Leonidas cruzó su brazo alrededor de la cintura de la chica Aldaleon y ésta le agarró su mano con fuerza mientras sus sollozos llenaban el ambien-te junto a los de tantos otros.

Helio notó como dentro de sí los celos y el desamor se hacían pa-tentes con una fuerza inusitada. A punto estuvo de descargar todo aquel

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sentimiento en un torbellino Arkhánico que se llevara a toda la comitiva. Al contenerse la ira pasó a la frustración y sus ojos enrojecidos estallaron en lágrimas de impotencia.

Se sentó en el frío suelo de piedra y decidió abandonarse a sí mismo hasta que el mal rato pasara. Si es que llegaba a pasar alguna vez…

Brisea se encontraba en su despacho, aún un poco tocada por la des-aparición de Fork. Recordó al viejo maestro, en tiempos muy joven, el pri-mer alumno de su hermano Aldaleon. “Fue uno de los primeros que llegó a Kizo… su desaparición marcará el final de esta era.”

Dos golpes en su puerta la sacaron de su ensoñación, del recuerdo.—Pase —dijo la directora en funciones ante la puerta cerrada.Midiana Helena, la representante del Senado, cruzó el portal con su

elegante armadura plateada con el signo de la rana sabia del Senado y su pelo rubio recogido en una larga coleta.

—Midiana. ¿Qué te trae por aquí? —se levantó Brisea haciéndole una breve reverencia.

La Helena aceptó la reverencia con otra y sacó un pergamino que no tardó en tenderle a la directora.

—Verás que como directora en funciones tienes que estar de acuerdo con este evento a no ser que te consideres digna para el cargo que estás instruyendo —informó Midiana.

—¿Elecciones para el puesto de director de la Academia? —se sor-prendió Brisea—. No lo esperaba tan pronto, me alegra que Phalantas aceptara mi petición.

—¿Lo pediste? —Midiana enarcó una ceja—. Creía que estabas con-tenta con tu nuevo cargo.

Brisea se sentó en su silla y ofreció otra a la representante del Senado.—No es que no quiera ser directora... Es que sencillamente no creo

que uno de los grandes Arkhanos deba ser quien rija la Academia. —La Elemental de Aire cruzó una cómplice mirada con su invitada—. Con-sidero que si el mundo quiere evolucionar o avanzar nosotros debemos relegarnos a un segundo plano. Somos los primeros pero no por ello los más importantes.

—Es muy loable por tu parte relegarte de esa manera. Debo entender entonces que no participarás en las elecciones...

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—No lo haré.—¿Y sabes qué candidatos están dispuestos a presentarse? —preguntó

Midiana con la vista fija en los ojos de la Elemental.—Sé que la profesora Morgana Alauri estará como candidata…Midiana ensanchó una sonrisa en su cara. —No creo que tenga ninguna posibilidad de ganar... —La Helena

observó la reacción de la actual directora pero ésta no dijo nada.— Bueno, puedes contar conmigo como futura candidata también —declaró la repre-sentante del Senado para sorpresa de la Elemental.