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S T A F F M O D E R A D O R A S

sooi.luuli

Ladypandora

Angeles Rangel

T R A D U C T O R A S

sooi.luuli

Shybi-Lacombe

angiefunes

Maia8

caami

vero aquino

Dannita

angiefunes

val_277

dulipasia

CrisCras13

Im_Rachell

Jhos

Nessiea

Lexiia_Rms

C O R R E C T O R A S

Bibliotecaria70

Eneritz

Vericity

Ladypandora

MaarLopez

LilikaBaez

Angeles Rangel

amy_andrea

R E VI S I Ó N &

R E C O P I L A C I ÓN

Angeles Rangel

D I S E Ñ O

Hanna Marl

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Índice SINOPSIS

PRÓLOGO: El final de todo

CAPÍTULO 1: Catorce días antes

CAPÍTULO 2: Toco a la puerta

CAPÍTULO 3: Travis no escucha muy bien

CAPÍTULO 4: Puedo Jugar al Juego Lanzamiento de Herraduras

CAPÍTULO 5: La mascota que huyó

CAPÍTULO 6: Conocí un chico con un arma

CAPÍTULO 7: Maximus

CAPÍTULO 8: Por caminos separados

CAPÍTULO 9: Un pop en la cima otra vez

CAPÍTULO 10: Cuerpos, sangre y coches en llamas

CAPÍTULO 11: Noventa kilómetros por hora en una carretera sin salida

CAPÍTULO 12: Tomamos una decisión

CAPÍTULO 13: El Hotel Renner

CAPÍTULO 14: Las verdaderas damiselas se rescatan solas

CAPÍTULO 15: La guerra para terminar todas las guerras

CAPÍTULO 16: Duermo junto a un chico

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CAPÍTULO 17: Una indeseada correspondencia

CAPÍTULO 18: Comienza la operación Rescate de Travis

CAPÍTULO 19: Angelique

CAPÍTULO 20: El único Bebedor bueno es el Bebedor muerto

CAPÍTULO 21: El fin de todo

Extracto de la siguiente novela Death Day, Black

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Sinopsis

los dieciséis años Lola es una temeraria. Le gusta hacer novillos,

besuquearse con el chico malo, Everett James y robar autos. ¿La

razón detrás de todas sus travesuras rebeldes? Porque puede.

¿Pero qué puede hacer una chica contra una horda de vampiros asesinos?

Con la ayuda de su padre a veces sobrio, su mejor amigo Travis y

Maximus, el misterioso extraño que apareció de la nada para salvar su

vida, Lola debe lograr lo que el resto de la raza humana no ha podido

lograr como secuela de la amplia masacre mundial: sobrevivir.

¿Pero cómo sobrevives cuando todo lo que conoces ha sido destruido… y la

persona en la que pensaste que podías confiar termina siendo la más

peligrosa de todas?

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«La muerte es cuando los monstruos se adueñan de uno.»

Salem's Lot, STEPHEN KING

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Prólogo

El final de todo

Traducido por sooi.luuli Corregido por Eneritz

uedo oler la sangre. Tiene gusto a metal y cierro la boca con fuerza,

apretando los dientes, hasta que me duele la mandíbula. Aún así,

su aroma invade mis fosas nasales, dulce y fétida, como una

manzana que ha sido dejada fuera para que se pudra al sol. Mi estómago

tiene retortijones, una reacción instintiva a lo que el olor de la sangre ha

llegado a significar: la muerte.

Un Bebedor ha estado en el hotel. Puedo ver las marcas de sus garras que

transitan por la carpintería de la recepción principal. Lo poco que quedaba

de muebles en el vestíbulo ha sido completamente destruido, como si el

Bebedor hubiera entrado en alguna especie de rabia ciega, destruyendo

todo a su paso.

Él estaba equivocado. No todos los Bebedores se fueron. Al menos quedaba

uno. Uno que sabía dónde se estaba ocultando. Uno que esperaba a que

finalmente atacara.

Con el corazón en la garganta cruzo el vestíbulo y me muevo deprisa por

las escaleras, gritando sus nombres con cada paso.

La alfombra fría y verde amortigua mis pasos mientras me apresuro por el

pasillo, pasando puerta tras puerta hasta que llego a la que quiero. La

abro de un tirón con tanta fuerza que casi caigo sobre el colchón, pero

recupero el equilibrio a tiempo.

El olor de la sangre aquí es más fuerte. No hay duda de eso. No hay motivo

que me convenza de que estoy imaginando cosas.

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Las sombras siguen atrayéndose. Mis palpitaciones fuertes cuentan los

segundos mientras escaneo la muy oscura habitación. Conozco cada

rincón, cada rincón de este pequeño espacio y lo atravieso sin compasión.

Mis dedos rozan el vestidor de madera, que alberga mi escasa colección de

ropa. No me molesto en abrir los cajones. Lo que estoy buscando no está

aquí. Pero está en algún lugar. La sangre no miente.

Maldiciendo, llorando, suplicando por sus vidas me tropiezo por el pasillo y

escaneo habitación tras habitación tras habitación, gritando, hasta que mi

voz está ronca.

Cuanto más me adentro en el hotel más oscuro se vuelve, hasta que estoy

yendo a ciegas, usando las paredes de soporte. Cuando veo la luz

floreciendo de los bordes de una puerta al final del último pasillo mis

rodillas casi se desploman del alivio. Los he encontrado y están

escondiéndose, justo como deberían haberlo estado. Sanos y salvos. Una

risa jadeante se abre camino más allá de mis labios. Me he preocupado

hasta el extremo para nada. Excepto que el aroma de la sangre es más

fuerte que nunca, y no puedo sacudirme la terrible sensación de miedo

que amenaza con ahogarme.

Abro la puerta e instantáneamente me cubro los ojos, cegada por la luz

después de andar tanto tiempo en la oscuridad. Por unos segundos todo lo

que veo son dos figuras borrosas. Una tendida sin vida en el suelo y la otra

inclinada sobre ella.

Mi visión se vuelve a enfocar como una lente de cámara. Enfocándose

lentamente alrededor de los bordes antes de hacerse espiral hacia el

centro hasta que todo está claro. Claro como el cristal. Y todo lo que veo

es quién está en el piso. Y veo quien está inclinado sobre él. Y veo lo que

he elegido pasar por alto durante mucho tiempo.

—¿Está muerto? —Mis palabras salen planas. Sin emoción. Es una

pregunta retórica. Sé que está muerto. Nadie puede perder tanta sangre y

sobrevivir. Se filtra por el suelo de azulejo, alcanzando la puerta, y me veo

obligada a adentrarme en ella mientras atravieso la habitación.

El superviviente se gira para mirarme y mi aliento da un silbido para teñir

el aire de sorpresa y traición. No había pensado... Nunca me hubiera

imaginado... Pero la sangre no miente y su rostro está cubierto con ella.

—Tú —susurro con agonía—. ¿Cómo pudiste ser tú?

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Su boca se abre y se cierra. Rápido, muy rápido, pero veo el destello

delator de plata antes de que lo pueda ocultar. Extiende su mano hacia mí.

Una súplica silenciosa. La sangre gotea de sus dedos.

—Esto no es lo que parece —dice rápidamente—. Lola, no lo entiendes.

Déjame explicarte.

—¿No es lo que parece? —repito torpemente—. Eres uno de Ellos. Eres

un... un... Bebedor. Eres un monstruo. —Mi voz se espesa con las

lágrimas—. Y lo mataste.

No dice nada. Sus ojos revolotean a mi mano izquierda.

El arma. Se ha convertido en una parte de mí, que casi olvidé que la tenía.

Inmediatamente la levanto y apunto con la boca centrada. Su rostro se

vuelve pálido. Da un paso atrás, entonces se detiene. Se queda en silencio.

—Házlo entonces. Solo hazlo, Lola. Si piensas que podría haber hecho esto

ya estoy muerto.

—No —miro hacia el cuerpo en el piso—. Él es el único que está muerto.

Apunto con el arma hacia el centro muerto de su pecho. Apunto justo a su

corazón negro.

—Lola, te am...

Aprieto el gatillo.

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Capítulo 1

Catorce días antes

Traducido por sooi.luuli Corregido por Eneritz

abía una vez una hermosa chica. La preciosa chica tenía dos

padres que la amaban y una hermana mayor que la adoraba.

Tenía un Golden retriever llamado Buddy que sabía todo tipo de

trucos. Vivía en una perfecta casa, en una perfecta calle, en un perfecto

vecindario. La hermosa chica tenía puras A's en la escuela y quería ser

veterinaria cuando creciera. Era capitana del equipo de fútbol de la

escuela y del equipo de porristas. Tenía un atractivo novio llamado Todd y

siempre estaba muy, muy feliz.

Sí, esa chica no soy yo. Mi nombre es Lola. Mis padres están divorciados.

Mi hermana mayor no me puede ver ni en pintura y mi perro fue

atropellado por un auto hace dos semanas.

Después de mi gran D mi madre se mudó al otro lado del país, a California

y se casó seis meses después con un tipo que monta una motocicleta y

tiene un fu Manchu (para quienes no saben qué es eso, es un bigote

realmente estúpido). Decidí quedarme con mi padre en Birdsbordo,

Pennsylvania.

Vivíamos en un edificio de mierda en el lado equivocado de la ciudad. Mi

hermana mayor se fue con mamá a California y no he escuchado nada de

ella desde entonces. Nunca he tenido novio. No hago deportes. La última

vez que tuve algo parecido a una A fue en séptimo grado en inglés, y eso es

porque me sentaba al lado de Patricia Clark, la chica más inteligente de

toda la escuela.

Pero esta historia no es sobre mí. Esta historia es sobre ellos. Los

Bebedores.

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Nadie sabe de dónde vinieron. No exactamente. Nuestro gobierno culpó a

los terroristas. Los terroristas culparon al gobierno. El gobierno culpó a los

fanáticos religiosos. Los fanáticos religiosos culparon a los pecadores. Los

pecadores culparon a los hippies. Los hippies culparon a los propietarios

de los SUV's de alto consumo de gasolina. Los propietarios de los SUV's de

alto consumo de gasolina no culparon a nadie por el hecho de que fueron

los primeros en morir. Resulta que los SUV's de alto consumo de gasolina

no pueden ir muy lejos antes de quedarse sin gasolina.

Vaya usted a saber.

Personalmente, soy de la opinión de que los Bebedores siempre han estado

aquí. Al acecho en las sombras. Esperando el momento oportuno.

Esperando el momento justo para atacar.

Con la suficiente curiosidad, decidieron destruir la humanidad un martes

a mediados de agosto. Un día común como cualquier otro. Sin vacaciones

de las que hablar. Nada que hiciera significante el día. No hasta entonces.

Ahora lo llamamos el Día Final, pero antes de eso era simplemente el viejo

martes, el diecisiete de agosto.

Desearía poder decir que estaba haciendo algo crucial el día en el que el

mundo se vino abajo. Salvando una vida. Buscando una cura para el

cáncer. Rescatando a un gato de un árbol. En lugar de eso estaba robando

un auto.

—Lola, ¿estás segura de que quieres hacer esto? —Travis, mi mejor amigo

y socio renuente en el crimen, se asomó por la parte superior del

contenedor en el que nos apiñábamos y agachábamos—. Creo que es una

mala idea.

Lo miré de reojo. Alto y delgado con el brillante cabello rojo, ojos marrones

y los dientes torcidos, Travis no había ganado exactamente la lotería de los

genes. Era un friki de primer orden, pero era mi friki y por eso toleraba su

comportamiento de gallina de mierda. La mayor parte del tiempo.

—No seas un p... miedoso —dije, modificando mi elección de palabras en el

último minuto. Travis estaba tan tenso que cualquier maldición lo enviaría

justo al límite. Alcancé la grava entre nosotros y acaricié su mano de

manera tranquilizadora—. Está bien. No es como si fuéramos a llevar el

auto a algún lado. Solo vamos a hacerlo arrancar.

—¿Pero por qué?

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—Porque podemos. —Era mi nuevo mantra para todo. ¿Por qué robamos

uno de los cigarrillos de papá y lo fumamos detrás del apartamento,

incluso aunque me ponía enferma? Porque puedo. ¿Por qué cubrimos de

papel higiénico la casa de Missy, la porrista, incluso aunque solíamos ser

mejores amigas? Porque puedo. ¿Por qué me besuqueo con el chico malo,

Everett James, en el vestuario de hombres en la escuela, incluso aunque

apestaba besando e intentaba tocar mis pechos? Porque puedo.

—Vamos —dije, agarrándolo del brazo y levantándolo—. Tenemos que

irnos ahora, antes de que las luces de la calle se enciendan.

El auto al que había decidido manipular los cables para que encendiera

sin la llave se encontraba en una tranquila calle residencial a diez

manzanas de mi apestoso complejo de apartamentos. Aquí las aceras

estaban libres de basura y cada césped frente a las casas de imitación

estaba cortado a la perfección. Incluso el contenedor de basura en el que

se escondían olía bien. Como la comida china y Febreze. Tomé una

profunda inhalación mientras lentamente salíamos a la calle y mi

estómago vacío gruñó en respuesta.

—¡Shhh! —siseó Travis.

—No puedo evitarlo si me estoy muriendo de hambre.

—¡Qué! Acabamos de comer, como hace media hora.

—No comí mucho —protesté.

—¡Comiste dos hamburguesas con queso, una gran fritura extra y un

batido!

Le di un codazo en las costillas.

—¿Qué eres tú, la policía de la comida? Sabes que tengo un metabolismo

rápido.

Él murmuró algo que sonó sospechosamente como “cerda” antes de que

cerrara su boca. Dejé pasar el insulto. Tengo cientos de problemas, pero la

imagen corporal no es una de ellas. Estoy más que contenta con mi

estatura en relación al peso. Siempre he sido capaz de comer lo que sea

que quisiese sin tener que preocuparme por la adicción extra de kilos.

Suerte, supongo. Esa soy yo. La Reina de la Suerte.

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Sacando mi teléfono del bolsillo trasero de mis jeans, lo consulté una vez

más. Fue sorprendentemente fácil averiguar en internet cómo manipular

los cables para encender un auto. Un sitio incluso tenía paso por paso

instrucciones completas con imágenes.

—¿Tienes el destornillador y los pelacables? —le pregunté a Travis.

Alargó su mano para darle una palmadita a la mochila naranja que se

había colgado a los hombros.

—De acuerdo —dije, haciendo crujir mis nudillos—. Hagámoslo.

Hace dos semanas habíamos elegido el auto. Pertenecía a un hombre que

vivía en la tercera casa de la izquierda, un hacendado de dos niveles con

pequeños gnomos escalofriantes esparcidos por todo el césped. De acuerdo

a su buzón de correo su apellido era Sr. Livingston. Manejaba un Toyota

Corolla 2003 negro. De acuerdo a Kelly Blue Book tenía treinta y cinco

millas por galón y era una elección de seguridad superior. Lo que sea que

el infierno significara.

Lado a lado Travis y yo caminábamos por la acera, haciendo todo lo

posible para vernos como dos adolescentes normales dando un paseo a las

ocho y media de la noche de un jueves. Desde algún lugar del otro lado de

la calle un perro ladraba. Una mujer gritó y el perro se calló. A mitad de

camino de la entrada del Sr. Livingston un auto se detuvo detrás de

nosotros. Sentí a Travis tensarse y apreté mi agarre en su brazo. Las luces

del auto brillaban mientras se movía de par en par en el otro carril y salía

disparado, con los neumáticos chirriando.

—Idiota —dije.

—¿Crees que saben lo que estamos haciendo? —preguntó Travis con

nerviosismo. El pobre chico ya sudaba la gota gorda. Apreté su brazo.

—Cálmate. Esto será divertido.

—¿Divertido? —chilló—. ¿Crees que robar un auto es divertido?

Suspiré.

—¿Necesito recordarte que estuviste de acuerdo con esto hace alrededor de

un mes? Y además, no vamos a robar. Solo vamos a... hacerlo arrancar. No

es como si fuéramos a llevarlo a algún lado. —Probablemente no, agregué

en silencio.

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—¿Qué si nos atrapan?

—Entonces asumiré toda la culpa, así como te dije ayer. Y antes de ayer. Y

el día anterior a ese. Tú sabes, Travis, que si no querías venir no tenías

que hacerlo. No te estoy retorciendo el brazo o algo así.

—Uh —dijo él—. En cierto modo lo estás.

Miré hacia donde mis dedos estaban haciendo pequeñas marcas rojas en

su piel e inmediatamente lo dejé ir.

—Oh. Lo siento.

Se frotó el brazo y se las arregló para darme una sonrisa débil.

—Está bien. Estás un poco nerviosa también, ¿eh?

—No estoy nerviosa —me burlé—. Esto va a ser fácil.

—Sí, eso es lo que todos los que están sentados en la cárcel dijeron

también.

Le disparé La Mirada. Él puso La Cara pero dejó de hablar. Pasamos la

entrada del Sr. Livingston, así como lo planeamos y fuimos a la siguiente

calle antes de que nos diéramos vuelta y volviéramos. Dos adolescentes.

Dando un paseo. Vestidos de negro. Aquí nada sospechoso.

El Toyota estaba ubicado justo en la mitad de la calzada baja y ligeramente

inclinada. Me escabullí hacia el lado del conductor y Travis se inclinó por

encima de mi hombro derecho, su aliento caliente en mi cuello.

—De acuerdo —dije, sobre todo para mí—. De acuerdo. El primer paso es

entrar al auto sin hacer sonar la alarma. Travis, entrégame la cuña y la

percha. —Extendí mi mano de manera expectante. Flexioné mis dedos—.

¿Travis? ¡Travis!

—No creo que esté cerrado con seguro —susurró.

—Por supuesto que está cerrado. ¿Qué idiota no le pone seguro a su auto?

—No estamos en el lado oeste, Lola. Nadie aquí le pone seguro a su auto.

Apreté los dientes y conté hasta tres.

—Travis, solo dame el maldito trozo de madera y...

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En su lugar, Travis pasó por al lado y abrió la puerta. Sus dientes se

exhibieron blancos en la oscuridad insidiosa.

—¿Ves? —dijo triunfante—. Te lo dije.

Le di un golpecito con mi cadera para sacarlo del camino.

—Como sea. Entonces el Sr. Livingston es un idiota. No es como si él...

¡demonios! —maldije.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué es? ¿Alguien está viniendo? —Travis se aplastó

contra el costado del auto y se dejó caer al piso. Habría sido divertido si no

estuviera tan enojada.

—¡Dejó las llaves en el encendido! —Estúpidos yupis del lado este. Ellos

merecían que sus autos fueran robados.

—Qué mal —dijo Travis, sin intentar disimular su alivio. Se puso de pie e

intentó agarrar mi codo. Saqué mi brazo del alcance.

—No —dije de manera obstinada—. No vamos a irnos.

—Lola... si estás pensando lo que creo que estás pensando...

—Creo que dijimos que íbamos a robar un coche —interrumpí—. Y eso es

exactamente lo que vamos a hacer. Ahora entremos.

—¿Entrar? —se quedó boquiabierto—. Uh uh. De ninguna manera. Tú

dijiste que solo íbamos a manipular los cables para hacerlo arrancar, no

conducirlo. Lo prometiste.

Sentí un irracional impulso de ira. Esto no estaba resultando para nada

como pensé que lo haría. Se suponía que irrumpiríamos en el coche, lo

haríamos arrancar y marcharíamos al atardecer como unos Bonnie y Clyde

contemporáneos. ¿Por qué? Porque puedo.

Excepto que el auto no estaba cerrado con el seguro, las estúpidas llaves

estaban en él y mi compañero en el crimen se había vuelto un cobarde.

Haciendo girar mi largo cabello detrás de mi hombro, me deslicé

suavemente en el asiento delantero y giré la llave. El auto arrancó con un

suave ronroneo y mi enojo se volvió adrenalina. Bombeaba a través de mis

venas, un punto más alto que lo que cualquier estúpido cigarrillo podría

darme.

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Bajando la ventanilla me asomé y le sonreí a Travis, que me miraba con la

boca abierta de incredulidad.

—¿Quieres dar un paseo, cariño? —dije con mi mejor acento sureño.

—No.

—Entra, Travis. —No era una solicitud.

—Vamos a ir a la cárcel —gimió antes de corretear por la parte trasera del

auto y más o menos caer en el asiento del pasajero. Sonreí

imprudentemente mientras ponía el auto en reversa y comenzaba a

deslizarme por el camino de entrada.

—No ponen a los estudiantes de puras A's con estudiantes de becas

completas de Princeton en la cárcel, mi amigo. Estás a salvo.

—Tampoco quiero que vayas a la cárcel —dijo.

Le eché un vistazo. Su rostro estaba blanco como un papel y tenía sus dos

manos apoyadas contra el tablero de mandos, pero lo estaba haciendo.

Estaba aquí. Suspiré. Demonios.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras le daba golpecitos a los

frenos y deslizaba el auto en la posición de tracción en el fondo de la

entrada—. ¿Lola? ¿Qué nos va a pasar?

—Conducimos un auto robado, ¿o no? —dije, más allá del descontento—.

Ahora vamos a ponerlo de nuevo. Sano y salvo. Puedes añadirlo a tu...

Un gran estrépito del interior de la casa interrumpió la mitad de la frase.

Con el corazón desbocado, empujé el auto de vuelta a donde estaba antes

y apagué el motor. Travis y yo nos encorvamos en nuestros asientos. Vi el

blanco de sus ojos brillar mientras giraba la cabeza para mirarme.

—¿Qué fue eso? —siseó.

—¿Por qué me estás preguntando a mí?

—Tenemos que salir de aquí. Tenemos que huir. Tenemos que alejarnos y

nunca decirle a nadie una palabra de esto.

Chupé el interior de mi mejilla, considerando nuestras opciones antes de

decir:

—No podemos irnos.

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—¿Por qué no?

—Porque, tonto, si abrimos las puertas las pequeñas luces se encenderán

y él sabrá que estamos aquí afuera. —No era algo que había pensado hasta

este minuto. Supongo que parte de mí siempre imaginó que el Sr.

Livingston de la calle Turner 233 no estaría en casa cuando intentáramos

robar su auto. Una presunción estúpida, ya que si él se iba las chances

eran que se habría llevado su auto.

Me incorporé lo suficiente como para ver el frente de la casa. Ninguna de

las luces estaba encendida, lo cual era raro, porque sabía que había

escuchado caer algo en el interior. Tal vez tenía un perro. O un gato

gigante. Tal vez no estaba en casa.

—¿Qué estás esperando? Basta con desactivar las luces —dijo Travis.

Di una profunda respiración. Realmente había estado esperando evitar

esta parte.

—En cierto modo... uh... no sé cómo.

—Lola —dijo en una voz extrañamente tensa—. ¿De qué estás hablando?

Oh chico.

—Nunca antes he conducido exactamente un auto y no sé dónde está el

encendido —admití. Honestamente, era un milagro que lo hubiera hecho

llegar a la entrada sin chocar contra algo.

Travis debería haber estado feliz.

Silencio. Y entonces...

—¿QUÉ?

—¡Cállate! —Encontré su boca en la oscuridad y le pegué mi mano. Era

bueno que estuviera oscuro el interior del auto de tal manera que Travis

no podía ver que mi rostro era del color de un tomate—. En realidad no

estaba planeando llevarlo a ningún lado —dije—. ¿Ahora vas a estar

tranquilo?

Él sacudió la cabeza, lo cual tomé como un “sí” y lentamente retiré mi

mano.

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—Estás loca —dijo en el segundo en que su boca estaba descubierta—.

Absolutamente loca. Me dijiste que conseguiste tu licencia de conducir

hace seis meses.

—Mentí. Ni siquiera tengo mi permiso.

—Ni siquiera... Sin permiso... Una locura... —continuó balbuceando

palabras sin sentido mientras yo echaba otro vistazo a la casa a

hurtadillas. Aún sin luces. Eso me decidió. El Sr. Livingston o estaba

dormido o no estaba en casa. Una mascota debe haber tirado algo, lo que

explicaba el fuerte ruido. Estábamos fuera de peligro.

—Vamos —dije. Abrí la puerta y la cerré silenciosamente detrás de mí,

sosteniendo el mango por tiempo extra de tal manera que ni siquiera

hubiera un clic mientras la regresaba a su lugar. La luz del interior del

auto se encendió, justo como pensé que lo haría. Le eché un vistazo a

Travis, una clara señal de que era hora de marcharnos.

Travis, siendo Travis, fue gateando a través de la guantera y salió de la

puerta del lado del conductor. Aterrizó con fuerza sobre sus manos y

rodillas. Agarrando su codo, lo levanté. Se sacudió el polvo y se enderezó,

aún enojado, pero al menos siendo capaz de hablar coherentemente de

nuevo.

—Te odio —dijo sucintamente.

—¿Dónde está tu mochila? —pregunté, ignorándolo. Su cabeza giró

mientras intentaba mirar por encima de su hombro. Suspiré—. La dejaste

en el coche, ¿no?

—Cállate —masculló.

—Ve a agarrarla. Yo estaré atenta. Luego vamos a... ¿escuchaste eso? —

interrumpí con un fruncimiento de ceño. Ladeé mi cabeza a un costado y

cerré los ojos, intentando fijar el punto de la dirección del sonido.

—¿Escuchar qué? No escuché nada.

—Sonaba como... un grito en busca de ayuda —decidí. Mis ojos se

abrieron. Le fruncí el ceño a Travis—. ¿En serio no escuchaste eso?

—Te dije que no escuché...

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Pero Travis nunca terminó lo que iba a decir cuando un grito

espeluznante, de la talla de lo que nunca había escuchado fuera de una

película de terror, atravesó la noche.

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Capítulo 2

Toco a la puerta

Traducido porShybi-Lacombe Corregido por Eneritz

as oído eso? —le pregunté a Travis.

—Tenemos que lla… llamar a la policía —tartamudeó,

luciendo físicamente enfermo. No lo culpo. Yo me sentía un

poco mareada. Un ser humano no hace un ruido como ese a

menos que esté en algún serio aprieto.

—¿Y decirles qué? ¿Estábamos a punto de robar el coche de un tío cuando

le oímos gritar? De ninguna manera —dije, sacudiendo la cabeza—. Eso es

una tontería.

Travis se tambaleó de un lado del camino de entrada y se sentó en

cuclillas.

—Mala idea —dijo para sus adentros—. Sabía que esto era una mala, mala

idea. Patético, hombre. Realmente patético.

—¿Y si llamamos a tu mamá? —sugerí.

Genuino terror llenaron los ojos de Travis.

—De ninguna manera. Por supuesto que no. Prefiero ir a la casa yo mismo.

—Está bien —le dije—. Vamos a hacerlo. Vamos. Voy llamar a la puerta

principal y te vas por atrás y mirarás en las ventanas. No podemos tan

solo irnos sin hacer nada.

Travis podría haber sido un gallina, pero era un gallina que sabía del bien

y el mal.

—Prefiero robar el auto —dijo con tristeza.

—¿H

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—Salvar la vida de un chico de un psicoasesino con hacha es mucho más

cool que robar un coche. Vamos a ser famosos. El Sr. Livingston

probablemente nos dé un premio o algo así. —Con cientos de billetes de

dólares bailando frente a mis ojos, comencé a caminar hacia la puerta

principal. No estaba lejos de la calzada y la acera de piedra estaba

iluminada con las luces de tierra, por lo que era fácil navegar. Oí un fuerte

suspiro y luego el ruido de las zapatillas arrastradas de Travis en cuanto

me alcanzó.

—Esta es una mala idea —dijo—. ¿Qué si realmente hay un asesino en

serie o ya sabes, un ladrón o algo así?

—Entonces usaré mi celular y llamaré a la policía.

—¿Por qué no llamar a la policía ahora?

—Porque estamos aquí. —Y lo estábamos.

La puerta principal se alzaba frente a mí, con un silencio burlón para

seguir adelante y demostrar mi valentía. Levanté mi puño para golpear.

Vacilé. Miré a Travis.

—Da la vuelta hacia atrás y ve si se puedes ver algo.

Me miró como si estuviera loca.

—¿Tú no sabes la primera regla para no perder la vida por un asesino loco

con un hacha? Nunca te separes.

Dado que Travis era el gurú de películas de terror, me decidí a tomar su

palabra por él.

—Si alguien abre ésta puerta —le dije por el rabillo de mi boca—, y si me

tira al interior es mejor que cuides mi espalda. ¿Entiendes?

—Lo tengo.

Sentí su mano presionando tranquilizadoramente mi hombro y di un

profundo suspiro.

¿Por qué llamas a una extraña puerta después de que acabas de escuchar

gritos provenientes del interior, Lola?, preguntó el lado racional de mi

cerebro.

Porque puedo, dijo la parte temeraria. Llamé a la puerta.

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Capítulo 3

Travis no escucha muy bien

Traducido por Shybi-Lacombe Corregido por Eneritz

a puerta se abrió silenciosamente bajo el peso de mi puño. Salté

hacia atrás como un escaldado gato y choqué con Travis que salió

volando hacia un macizo de flores. Debía de haber aterrizado en uno

de los gnomos de jardín espeluznantes porque lanzó un totalmente

vergonzoso chillido agudo antes de ponerse en pie y tambalearse detrás de

mí. De la tenue luz del techo podía ver la suciedad que manchaba su

mejilla izquierda y los trozos de hierba que se aferraban a su cabello.

Llegó y le arranqué media petunia por detrás de la oreja y rodé los ojos.

—Nunca serás un buen espía —le dije.

—Eso es porque no quiero ser un espía —rechinó—. ¡Quiero ser un

contador!

—Es lo mismo. —Me encogí de hombros.

—¡No es lo mismo en absoluto! Es lo más lejano... de.... oh. —La voz de

Travis se perdió a lo lejos—. Hola —terminó débilmente.

Me di la vuelta y traté de no mirar. Allí, de pie en la puerta abierta, estaba

el hombre más grande que jamás había visto.

No era de gran anchura. Más bien, era grande por todas partes, de la

forma de esos luchadores que están en la televisión, los que golpean unos

a otros con sillas y hacen un montón de ruidos roncos. Tenía el pelo

blanco rubio y peinado hacia atrás con la cara con un poco de un tipo de

aceite. Una chaqueta de cuero, totalmente PETA no aprobada, envolvía su

cuerpo superior y vino todo el camino hasta las rodillas. Anillos de oro

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brillaban en sus manos cuando se cruzó de brazos frente a este barril del

tamaño del pecho y dijo:

—¿Te puedo ayudar?

Sorprendentemente, fue Travis quien se recuperó primero.

—Nosotros… uh… oímos un extraño… uh… ruido y solo estábamos… uh…

—¿Por qué no estás en tu casa? —El hombre intervino, entrecerrando los

ojos azules que eran solo unos pocos tonos más oscuros que el hielo.

Cuando la boca de Travis se abrió y se cerró como un pez en busca de

aire, me hice cargo.

—¿Dónde está el Sr. Livingston? —le pregunté en voz alta.

—Yo soy el Sr. Livingston —dijo el hombre. Sonrió, mostrando unos

dientes blancos brillantes que hizo que yo instintivamente me apartara.

Estaba tratando de mirarle a los ojos, para demostrarle que no tenía miedo

a pesar de que sus puños del tamaño de jamones podrían hacer algún

daño grave a mis órganos internos, pero por alguna razón que físicamente

no estaba funcionando, puse la mirada en esos ojos azules de hielo

durante medio segundo antes de que algo en mi cerebro se cortara y

tuviese que mirar un segundo lejos. Dentro de unos segundos mi cabeza

estaba palpitando para vencer a la banda y mi estómago estaba haciendo

grasosos vuelcos. La sonrisa del hombre se ensanchó.

—¿Les gustaría entrar a la casa? —preguntó, haciendo un gesto amplio

con un brazo del tamaño de un tronco—. Tú y tu compañero no tienen

buen aspecto.

—¿Qué? —jadeé—. Por supuesto que no vamos a entrar, ¿Nos toma por

unos completos…?

—Nos encantaría entrar —dijo Travis.

—¿Qué? —le dije de nuevo, aunque esta vez salió más como un grito

ahogado. Traté de agarrar el brazo de Travis, pero él lo sacudió librándose

con sorprendente fuerza y se dirigió directamente a través de la puerta.

—Travis Robert Callahan, ¡saldrás de aquí en ESTE MINUTO! —grité tras

él.

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El hombre de la chaqueta de cuero se echó a reír, me guiñó un ojo azul y

me dijo:

—Él se ha ido ahora, niña.

No me gustaba la forma en que dijo “ido”. No fue un ido de se ha ido la

tienda y va a tener razón sino tipo ido de “desaparecido”. Fue un él se ha

trasladado a un país diferente y nunca lo volverás a ver, tipo de

desaparecido. Di un paso cauteloso hacia atrás. Los ojos del hombre se

entrecerraron. Fue un movimiento leve, casi imperceptible. Me retiré un

paso más.

Su labio superior se curvó.

—¿No quieres entrar en la casa con tu amigo? —dijo.

Me di cuenta de que su sonrisa era un poco más forzada ahora. Él casi

parecía... confundido. Como si no pudiera entender por qué no había

seguido a Travis a la casa.

—Ven aquí —lo desafié, abriendo mis brazos—. ¿Me quieres? Ven a por mí.

No le gustaba eso. Una bota cruzó el umbral. Me preparé, lista para correr,

pero con un siseo de dolor echó sus pies atrás. Pequeños rizos de humo se

arremolinaban del cuero del dedo.

—¿Qué diablos...? —Respiré, mirando la bota. Chasqueó los dientes como

un perro salvaje y otra vez brilló en la luz de la luna. Esta vez vi por qué.

Plata. Tenía los colmillos de plata.

Retrocedí con un gritito de alarma y aterricé con fuerza en mi trasero.

—Travis —exclamé con desesperación cuando me puse de pie—. ¡TRAVIS,

SAL DE AQUI! —Mi corazón latía como un tambor dentro de mi pecho. No

podía creer lo que estaba viendo. No quería creerlo.

Sonriendo lascivamente, el hombre se pasó la lengua por el labio superior

en un gesto provocador que me revolvió el estómago.

—Mejor corre a casa, pequeña niña —dijo—. No puedes salvar a tu valioso

Travis ahora.

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—¿Quién eres tú? —exigí. Estuve a punto de decir qué eres tú, pero me

detuve justo a tiempo. Tómelo con calma, Lola. No es más que un monstruo

con dientes falsos. Cálmate.

—He pasado por muchos nombres. He tenido muchas cosas. Entra —me

intentó convencer, con sus ojos azules llenos de astucia—. Entra y te diré

todo lo que quieras saber.

De hecho, di un paso adelante antes de detenerme. Una parte de mí

realmente quería ir a él. Ese era su poder, me di cuenta con un

estremecimiento. Crear una acción como una mera sugerencia.

Forzar una idea. Por eso Travis había ido de tan buena gana a la casa. En

su mente, no había habido una elección.

—Voy a llamar a la policía. Voy a llamar a la policía y ellos van a venir a

arrestarte.

Saqué mi teléfono de mi bolsillo y marqué 9-1-1. El hombre se encorvó

contra el lado del marco de la puerta y me miró con expresión aburrida.

—¿Hola? —le dije cuando oí el clic de alguien responder a mi llamada—.

Tengo que informar de… Um… ¡un secuestro! En… uh… 233 Turner

Street. Hay un hombre aquí y creo que es peligroso y…

La risa me cortó. Se carcajeó a través del teléfono, erizando hasta los

cabellos de la parte posterior de mi cuello. La risa de una mujer, de tono

alto y cruel. Cuando la risa se detuvo susurró una palabra antes de que la

línea se cortara.

Corre.

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Capítulo 4

Puedo Jugar al Juego Lanzamiento de

Herraduras

Traducido por angiefunes Corregido por Bibliotecaria70

orrí. Dejé a mi mejor amigo y corrí por mi vida. Los gritos me

perseguían. Parecían venir de todas las casas por las que pasaba.

Horribles, destruidos gritos desgarrando por ayuda, por

misericordia, por muerte. Me mantuve alejada de la calle y corrí a través

de los patios traseros ajenos. Me agaché debajo de las ropas tendidas y

trepé sobre las vallas, pelando mis rodillas y rasgando mis manos aparte

con astillas. Guardé el dolor, el miedo y el terror en algún rincón lejano y

polvoriento de mi mente y permití solo un pensamiento dando vueltas

alrededor de mi cabeza. Un objetivo: llegar a casa, obtener a papá y a

Travis.

A mitad del camino a través de un patio pulcramente cuidado escuché el

portazo de la puerta trasera y me lancé a un grupo de arbustos justo a

tiempo. Incapaz de hacer nada más que esconderme en silencio, vi como

una mujer vestida de rojo saltó fuera de un lado del porche y entró

corriendo por el césped.

Algo le estaba persiguiendo. Algo rápido. Algo oscuro. La agarró del brazo y

la hizo girar como si fuera una muñeca de trapo, golpeándola en un lado

de su propia piscina. Ella se desplomó en el suelo, inmóvil, a diez metros

de donde me escondí detrás de un rosal.

Por arriba la luna cambió libre de las nubes con las que habían estado

unidas, lo que permite un hilo de luz plateada bañe a la mujer caída y lo

vi, vi incluso cuando apreté los ojos con fuerza y me tapé la boca para

evitar gritar, no estaba vestida con ropa de color rojo.

C

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Estaba vestida con sangre.

Lo que había perseguido a la mujer se detuvo y olfateó el aire. Era humano

pero no humano. Una chica pero no una chica. Podría haber ido a mi

escuela. Ella podría haberse sentado a mi lado en clase de matemáticas.

Su pelo, castaño, liso y barrido sobre un hombro, era normal. Su ropa,

pantalones de mezclilla y una sudadera gris, podrían haber sido usados

por cualquier adolescente en todo el mundo. Pero sus penetrantes ojos

azules... y la sangre que goteaba por su barbilla... Eso era lo más lejos de

lo normal a lo que podía llegar.

Su cabeza se giró hacia mí. Esos ojos antinaturales buscando los

arbustos, recorriendo sin prisa hacia atrás y adelante a través de mi

escondite. Yo contuve la respiración. Solo tienes que ir adentro, rogué en

silencio. Solo tienes que ir adentro y dejarme en paz.

—Te huelo pequeño humano —dijo ella en voz cantarina—. Hueles como

azúcar, especias y algo muy bonito.

Mi pie derecho estaba acalambrado. Flexionaba los dedos de mis pies,

luchando contra los pinchazos. El pequeño movimiento casi me hizo

perder el equilibrio.

Vacilé a la derecha y logré sostenerme.

Mis dedos rozaron algo duro. Algo de metal. Lentamente, en silencio, lo

saqué de la tierra y lo apreté contra mi pecho. Una herradura. Del tipo

grande y pesado que la gente lanza en un hoyo de arena. No, no es una

herradura. Es un arma.

—Quiero jugar un juego. —La chica hizo pucheros. Le dio un codazo a la

mujer ensangrentada. Suspiró—. Y ahora he roto mi juguete. ¡Sal, sal,

donde quiera que estés! Me comprometo a ser mucho más cuidadosa

contigo. —Comenzó a caminar en un gran círculo, errante. Cuando se alejó

de mí ataqué.

Sosteniendo la herradura con fuerza en la mano derecha me lancé a sus

piernas, justo debajo de las rodillas. Bajó instantáneamente, abrí la

herradura sin pausa, golpeando su cabeza una y otra vez nuevamente

hasta que la sangre salpicó hacia arriba, cubrió mi rostro y pecho. Ella

trató de defenderse, pero la sorpresa y el temor saludable de no querer

morir me había dado la ventaja.

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Me senté a horcajadas sobre su cintura, sujetándola por debajo de mí. Con

una fuerza que desafía la lógica se las arregló para darse vuelta y sus

uñas, limando afiladas, rastrillando y azotando por mi mejilla.

Los cortes quemaban como si alguien hubiera derramado ácido en ellos y

grité, pero no me detuve. No me podía detener. El instinto se había hecho

cargo y era más animal que humana mientras luchaba por mi vida.

Destrocé su nariz, luego su mandíbula. Sus ojos se abrieron y metí mi

pulgar hasta la empuñadura en el izquierdo, como la Sra. Hamilton nos

había enseñado a hacer en defensa propia.

La chica aulló como un animal salvaje y empujó sus caderas, tratando de

quitarme de encima, pero me aferré a ella con la certeza de que si no la

dejaba fuera de combate, o peor, no saldría con vida de este patio trasero.

—Voy a matarte por esto —gruñó ella, atravesándome con la mirada de su

ojo bueno. Sus dientes chasquearon a un centímetro de mi cara y agarró

mi cabello. Arrancó un trozo del mismo por las raíces y lo escupió en la

hierba junto a ella.

—Lo siento. Lo siento. —Seguí repitiendo las mismas palabras una y otra

vez, sin darme cuenta que estaba llorando hasta que salían todas

ahogadas. Lancé la herradura de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. Tantas

veces que perdí la cuenta. Cuándo la chica se relajó y su cabeza cayó hacia

atrás, con la boca abierta, los ojos cerrados, salté sobre mis pies, lista para

correr. Pero algo me detuvo. Algo tiró de mí.

Miré a la chica que había golpeado con una especie de fascinación

horrorizada. Con su boca abierta pude ver sus colmillos. Al igual que los

del hombre eran de plata y parecían como dagas, ligeramente curvados y

afilados mortalmente. Me pregunté si eran naturales, si eran reales, o si la

chica era solo parte de un culto loco que había decidido atacar a todo el

pueblo.

La herradura cayó al césped con un suave golpe. Lentamente me arrodillé

junto a la cabeza de la chica y me acerqué con una mano temblorosa.

Si tan solo pudiera tocar los colmillos... Si tan solo pudiera sentirlos...

Realmente eran muy hermosos. La forma en que brillaban a la luz de la

luna... No se parecía a nada que hubiera visto antes.

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Mis dedos rozaron un colmillo y sucedió en un instante. Un segundo la

chica estaba inmóvil y al siguiente ella tenía sus dientes cerrados sobre mi

mano y movía la cabeza de un lado a otro como un perro con un molesto

hueso.

Grité y caí hacia atrás. Ella me soltó la mano y la apreté contra mi pecho,

esperando verla devastada más allá de la reparación, pero el único daño

visible eran dos pequeños pinchazos de sangre donde sus colmillos habían

entrado en la piel. Pero, quemaba.

Oh, Dios, mi brazo entero estaba en llamas, yo estaba gritando y la chica

se reía.

Ella se levantó de un salto, ágil como un gato, y se acercó a donde yo

estaba rodando en el polvo, frenéticamente tratando de apagar el fuego

invisible que estaba consumiendo mi cuerpo centímetro a centímetro.

—Cu-cu1, te tengo —se rió antes de que sus labios se curvaran en una

mueca mortal y ella se inclinó sobre mí, un depredador acorralando a su

presa.

Miré a sus ojos, brillando con malicia. Miré su cara, una cara que se había

curado en cuestión de segundos.

Y yo sabía que iba a morir.

1 Cu-cu bebé: Cuando se esconde la cara para divertir a un bebé.

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Capítulo 5

La mascota que huyó

Traducido por Maia8 Corregido por bibliotecaria70

a sabes que dicen que antes de que mueras, tu vida pasa por

delante de tus ojos? Sí.

Eso no me pasó a mí.

Me quedé perfectamente inmóvil mientras la chica trazaba una sola uña a

través de la mejilla y la enganchaba bajo mi mandíbula, empujando hasta

que sentí una gota de sangre gotear en mi cuello, caliente y pegajosa.

Ella se miró de nuevo, esta vez más fuerte, perforando otro, agujero en mi

piel como si fuera una especie de hombre piñata y mi sangre fuera el

dulce.

—¿No vas a gritar? —Sus labios hicieron un puchero infantil—. El otro

gritó. Y tú no eres divertida. Quiero un juguete nuevo.

Eso lo hizo. El dolor en mi brazo me había embotado, reemplazado la ira

que ardía al rojo vivo.

Aparté su mano de mi cara y me puse de pie. Dejó que me levantara, un

renovado interés brillando en sus ojos azules de hielo.

—No soy un juguete —le dije con fiereza—. ¡Soy un ser humano! Y no se

puede ir por ahí matando a la gente. Los policías van a estar aquí pronto

y...

—Oh, policías estúpidos. —Ella agitó su mano con desdén—. We se hizo

cargo de ellos hace mucho tiempo.

¿Y

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Me acordé de la risa que oí en el otro extremo de la llamada al 9-1-1 y me

estremecí.

—¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto?

—¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto? —repitió en

una parodia de tono alto de mi propia voz—. Siempre las mismas

preguntas inane. Seres humanos estúpidos —dijo mientras empezaba a

dar vueltas a mí alrededor—. Tan dentro de sus pequeñas burbujas.

Bueno y siento tener que decir que la burbuja acaba —chasqueó sus

dedos—, de explotar.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunté.

—¿Mi nombre? —dijo sorprendida por la pregunta—. Angelique. ¿Cuál es

el tuyo?

—Lola.

Tenía la cabeza inclinada hacia un lado mientras lo pensaba otra vez.

—Lola... eso me gusta. Te queda bien, creo. Y eres luchadora. Tan

diferente de todos los demás. Allthey ruega y suplica y llora y llora. —

Entornó los ojos—. Estoy segura de que puedes imaginar que se pone

bastante molesto después de un tiempo. Pero tú... tú, mi querida Lola, no

has rogado ni una vez. ¿Quieres ser mi mascota? —Se le iluminó la cara—.

¡Oh, por favor, di que sí! Por favor. ¡Nos divertiremos mucho juntas! No he

tenido mi propia mascota durante años y años.

Lo que yo quería era que está loca pesadilla terminara. Quería despertar a

salvo en una cama de hospital, víctima de una descarga eléctrica por ser

tan estúpida como para tratar de puentear un coche. Quería que Travis y

mi padre estuvieran allí. No quería saber nunca lo que se sentía al apalear

a alguien en la cabeza con una herradura. Quería que Angelique no

hubiera existido nunca.

—Claro —le dije, fingiendo una sonrisa brillante—. Voy a ser tu mascota.

¿Qué tengo que hacer?

Angelique juntó las manos, extasiada como un niño con un juguete

nuevo.

—Esto va a ser muy divertido. Y Mona va a ponerse tan celosa. ¡Solo tienes

que esperar hasta que te vea! Por supuesto que voy a tener que cambiarte

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esa ropa y hacer algo con tu pelo. Tinte de rubio, tal vez. ¿Es tu color

natural?

Levanté un mechón de mi cabello negro hasta la cintura y asentí.

Sus colmillos brillaron mientras sonreía.

—Excelente. Ahora solo tengo que...

—Angelique —sonó el rugido de un hombre a través de la noche y todo el

cuerpo de Angelique se puso rígido.

—Oh Drats —suspiró ella—. Él me encontró y ni siquiera estoy en el sector

correcto. Va a estar tan enojado conmigo.

—¿Quién va a estar enojado contigo? ¿Y cuántos de ti hay?

Tenía los labios fruncidos.

—Mi creador, duh. ¿Prométeme que no irás a ninguna parte? Solo tardaré

unos pocos minutos.

—Yo-uh-no. No, no voy a ir a ninguna parte. Me quedaré aquí junto a la

muerta.

—¿Está muerta? —La mirada de Angelique escaneó el cuerpo desplomado

aún al lado de la piscina.

—Eso es muy malo. Ella no durará mucho tiempo, ¿verdad? No es que

importe ahora que tengo mi propia mascota.

—Esa soy yo —le dije, de alguna manera poniendo una débil sonrisa.

Angelique se inclinó cerca y muy cuidadosamente, muy suavemente, me

besó en la mejilla.

—Ahora no vas a ninguna parte, porque entonces tendría que encontrarte

y torturarte y no sería nada divertido en absoluto. Para ti, al menos. —Ella

me guiñó un ojo.

—Ni soñaría en hacerlo —mentí.

Más rápido de lo que mis ojos podían seguirla desapareció en la casa. Me

quedé congelada durante medio segundo, como un ciervo atrapado delante

de los faros de un coche, antes de que mi cerebro arrancase y huyera,

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saltando por encima de la valla de madera que separaba el patio trasero

del siguiente como alguna clase mundial de valla.

No estaba tan lejos de mi apartamento. Un par de calles, cuatro a lo sumo.

Era difícil medir la distancia cuando todo estaba tan oscuro. Cogí mi

teléfono móvil sin perder el paso y miré la hora. 21:32. ¿Había realmente

solo pasado una hora desde que Travis y yo nos encontramos al lado del

contenedor de basura?

Travis. ¿Qué le había pasado? ¿Estaba todavía en la casa del Sr.

Livingston? ¿Dónde estaba el Sr. Livingston? Debido a que el hombre que

abrió la puerta seguro que no era él.

Corrí pasando casa tras casa. Un dolor sordo estaba creciendo en mi lado

izquierdo, recordándome que no había hecho mucha actividad física

últimamente.

Traté de no pensar en lo que significaría que llegase a casa y mi padre no

estuviera allí. Lo que significaría que no hubiera nadie allí.

Mi pie se enganchó en algo. Una manguera, dejada fuera al regar el

césped. Pasé volando a través del aire, con los brazos extendidos, el pelo

levantándose de mi cara, completamente ingrávido... y luego el suelo

estaba corriendo demasiado rápido y caí mal en mi lado derecho, lo

suficiente para golpear el aire fuera de mis pulmones. Como un camarón

hervido me acurruqué en posición fetal y gemí en la hierba, usándola para

amortiguar mi sollozo de dolor.

No podía respirar. No podía ver. No podía pensar. El pánico amenazó con

abrumarme y luché, sabiendo que si lo dejaba consumirme ahora se

convertiría en una de esas llorosas y mentes idiotas de los que Angelique

había hablado. Traté de concentrarme en tomar una respiración profunda.

Solo un buen aliento que llenase mi cuerpo y extinguiese la horrible

sensación de ahogarme fuera del agua.

Cuando el aire llenó mis pulmones, finalmente dolían, más de lo que había

anticipado.

Apreté los dientes contra el dolor y me tambaleé de pie. Tenía que seguir

adelante. Tenía que correr. La idea de lo que pasaría si Angelique me

sorprendía fue el comienzo del salto que necesitaba. No quería terminar

como la mujer bañada en su propia sangre.

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Un hueco se abría entre el espacio abierto entre el lateral de las casas. Un

corto tramo de pavimento agrietado que daba paso a un campo cubierto de

hierba. Había llegado por fin al lado oeste de la ciudad. Los familiares

alrededores del sur eran un consuelo. Consideré atravesar por el bosque

hasta llegar al complejo de apartamentos, a continuación, desechando la

idea. Si monstruos como Angelique habían invadido las casas, no quería

saber qué se escondía en el bosque. Giré a la derecha y me tambaleé a lo

largo de la acera. La luna se había asomado detrás de las nubes otra vez,

iluminando el camino. Insté a mis piernas a ir más rápido, más rápido

todavía, hasta que estuve en un sprint contrarreloj.

El chico que apareció de repente frente a mí nunca tuvo una oportunidad.

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Capítulo 6

Conocí un chico con un arma

Traducido por Caami Corregido por bibliotecaria70

hocamos con la fuerza de la carga de dos trenes encontrándose y

caímos en una maraña de brazos y piernas. Vi sus ojos azul

oscuro, piel bronceada y el pelo tan negro como el mío antes de

separarnos, ambos respirando pesadamente. En un movimiento

demasiado rápido el chico había clavado mis brazos detrás de mi espalda y

me había empujado contra el costado de un almacén abandonado. Mi

barbilla rebotó dolorosamente en el oxidado revestimiento de metal y traté

de liberarme, pero el chico era demasiado fuerte. Me sostuvo con facilidad,

como un adulto que llevaba a un niño que se retorcía, a pesar de que no

tenía más de diecisiete o dieciocho años.

—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió, su boca tan cerca de mi oído que di

un vuelco.

—¿Qué estás tú haciendo aquí? —Contrarresté. Oh, Dios. ¿Y si él era uno

de ellos? Como Angelique y el hombre que se había llevado a Travis.

Yo había tenido la suerte de escapar dos veces, no estaba muy optimista

de tener una tercera vez. Y había estado tan cerca de casa. Otro bloque y

lo hubiera hecho.

Hoy realmente, realmente no era mi día. De hecho, estaba bastante segura

de que este día pasaría a la historia como uno de los días más apestosos

alguna vez existentes. Para todo el mundo.

El chico apretó mis muñecas un poco más fuertes.

—¿No sabes qué está pasando? —dijo—. ¿No sabes lo que hay ahí afuera?

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—Bueno, no —admití, tratando de no hacer una mueca de dolor—. En

realidad no. ¿Tú sí?

—Estás sangrando —dijo el chico. Sonaba sorprendido—. ¿Cómo has

llegado hasta aquí si estás sangrando?

Miré hacia abajo. Lo hacía. Debí haberme cortado cuando me tropecé con

la manguera. Justo por encima de mi rodilla derecha, mis pantalones

vaqueros estaban despedazados y la sangre había manchado el tejano azul

oscuro de un rojo tina. El corte se veía bastante profundo.

Flexioné mi pierna y me pregunté por qué no podía sentir nada.

—Me caí. Estaba huyendo de esos… esas cosas y me caí.

El muchacho me soltó y dio un paso atrás, dándome un poco de espacio

para respirar. Frotando mis brazos me volví hacia él. Me devolvió la

mirada, su rostro una máscara inexpresiva.

Tenía el pelo largo y un poco rebelde. No negro, ya que fue lo primero que

pensé, un poco caoba oscuro y un profundo marrón. Sus ojos eran azul

claro de un lago profundo. No podía leerlos. Ni siquiera podía empezar a

imaginar lo que estaba pensando, por qué se veía seriamente cabreado.

Pensarías que estaría feliz de encontrar a otro ser humano vivo. A menos

que…

—Muéstrame los dientes —le dije con mi mejor voz de chica dura—. Así

puedo asegurarme de que no eres uno de Ellos.

Una ceja se disparó.

—Tú primero —dijo.

Pegué mis labios a mis encías, dejando al descubierto que aún no habían

logrado estar completamente rectos. —Nh hayh plhta —le dije.

—¿Qué?

—No hay plata —repetí tímidamente.

Él inclinó la cabeza hacia un lado como si hubiera oído algo. Vi su cuerpo

tensarse y poner su mano en la cadera. Mis ojos se abrieron.

—¿Es eso un arma? —pregunté en voz baja.

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—Esto —dijo mientras sacaba el revólver negro de la funda y lo armaba—,

es una doble acción mag 44.

—Parece un poco pequeña —le dije dubitativa.

El chico se encogió de hombros.

—Dispara balas. Eso es todo lo que importa.

No estaba del todo convencida. Si una de esas cosas trataba de atacarme

otra vez quería algo grande para defenderme. Algo enorme. Como una

bazuca. Sin embargo, una pistola pequeña era mejor que no tener ningún

arma. Sobre todo si estaba de pie entre yo y la loca Angelique.

Agarré el brazo del chico. Incluso a través de la chaqueta de cuero negro

podía sentir la tirantez de los músculos. Mis dedos se clavaron, más

fuertes de lo que había pretendido. Él no hizo más que inmutarse, solo se

quedó mirándome en silencio con esos penetrantes ojos azules.

—Tienes que ayudarme —le dije desesperadamente—. Vivo justo ahí, en

los apartamentos High Garden y mi padre…

—No podemos hablar aquí —interrumpió él—. No es seguro. Sígueme.

Cruzó la calle y tuve que correr para ponerme a la par. Lo seguí a un

callejón estrecho que olía a basura. Tropecé más de una vez, aún no

acostumbrada a viajar en la oscuridad y con una maldición ahogada tomó

mi muñeca y me ordenó mantenerme o conseguiría perderme.

Fuimos por uno y otro callejón, luego de nuevo hasta que estaba tan

desorientada que no sabía si seguíamos estando en el lado oeste.

Finalmente se detuvo delante de una puerta gris indefinida y le dio una

patada con un golpe bien colocado de la bota.

La habitación detrás de la puerta era pequeña y agobiante y olía a orina.

Me arrastré y me puse contra la pared, con la mano tapándome la nariz,

mientras que el chico cerraba la puerta detrás de nosotros y metía algo en

frente de sí mismo. No podía ver lo que era. No podía ver nada. La

habitación era de un tono negro. Debería haber estado aterrorizada pero

me sentía extrañamente… segura.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

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—En la unidad de un almacén abandonado. —Hubo un clic y luego una

luz cegadora. Me miró y me tapé los ojos.

—¡Saca eso fuera de mi cara!

Bajó la linterna y apuntó al suelo, iluminando el espacio entre nosotros en

un resplandor amarillo suave y echándome sombra en la cara. Había un

escritorio de metal gris junto a mí, el tipo que puedes encontrar en

cualquier edificio de oficinas. Salté sobre él. Mis pies accidentalmente

golpearon el costado e hicieron un fuerte sonido metálico. Me encogí.

El chico reaccionó de manera un poco más violenta.

—Cierra la boca —dijo entre dientes, haciendo brillar la linterna en mis

ojos de nuevo—. ¿Quieres atraerlos aquí?

—No —dije en breve. Y luego, porque no era precisamente el mejor estado

de ánimo—, eres realmente un zoquete, ¿lo sabías? Esto no ha sido fácil

para mí tampoco y no estás exactamente haciéndolo más fácil.

Sus ojos se estrecharon.

—Déjame ver tu rodilla.

Antes de que pudiera decir otra cosa estaba arrodillado delante de mí y

lentamente enrollaba mi pantalón. Sus dedos rozaron mi piel desnuda y lo

único que podía pensar era, gracias a Dios me afeité esta mañana.

Una mano tomó mi pantorrilla, mientras que la otra lentamente tanteaba

los bordes de la herida. Oí una respiración tranquila antes de que se

balanceara sobre sus talones y me mirara.

—Es profundo —dijo.

—Lo sé.

—¿Cómo sigues caminando?

Enderecé mi rodilla y me incliné, estudiando el roce con sangre y los trozos

de hierba y la suciedad que se aferraba a la herida abierta. El aspecto era

bastante desagradable. Miré al chico. Bajo su bronceado, de repente se

veía pálido y el sudor brillaba en lo alto de su frente.

—¿No iras a desmayarte ni nada? —le pregunté—. ¿Le tienes asco a la

sangre? Hizo descomponer a mi amigo Travis. No puede soportarlo.

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Él me lanzó una mirada.

—La sangre no me da asco.

—Está bien —le dije con escepticismo—. Entonces, ¿Por qué te ves tan…?

—¿Alguno de ellos te mordió?

—¿Qué… yo no… que es… de que estás hablando? ¿Cómo sabía eso?

¿Cómo sabía que Angelique había hundido sus colmillos en mi mano como

una especie de vam…? No. Mi mente evitó la palabra. No estaba dispuesta

a usarla para explicar lo que estaba sucediendo. Todavía no.

El chico me puso de pie y me ordenó que me diera la vuelta.

Lo miré como si tuviera dos cabezas.

—No puedes hablar conmigo de esa manera. ¿Quién crees que eres?

Su respuesta fue simplemente agarrar mi cintura y me hizo girar hasta

que quedé frente al escritorio. Perdiendo el equilibrio, coloqué las dos

manos contra la parte superior de ella. Un grito sobresaltado se abrió paso

entre mis labios cuando me empezó a palpar, estilo policía.

—¿Qué estás… ¿cómo te atreves?... Me voy a…

—Cállate. —Sus dedos abatieron mi brazo derecho y presionó sobre la

parte superior de mi mano, justo donde me había mordido. Se quedó

inmóvil durante medio segundo, luego cogió la linterna que había puesto

en el borde de la mesa y la hizo brillar directamente sobre la marca de la

mordedura. Miré también, algo que tenía logrado evitar hasta ahora.

Casi esperaba ver mi mano supurar pus y sangre. Quiero decir, las bocas

humanas mantienen algunas de las bacterias más sucias en el planeta. Si

no hubiera estado corriendo por mi vida me habría dirigido a la oficina del

médico más cercano de ASAP.

Mi mano no dolía, sin embargo estaba herida por un buen rato. En lugar

de una pegajosa mano parecía perfectamente normal. Lo único diferente de

ella eran las dos cicatrices blancas espaciadas uniformemente entre mi

dedo índice y el pulgar. Dos cicatrices blancas en forma de medias lunas

exactamente donde Angelique había masticado como si fuera un tipo de

hueso.

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—Fuiste mordida —acusó el chico. Me soltó la mano y se alejó como si no

acabara de descubrir que tenía una especia de enfermedad mortal

contagiosa. Una sensación de inquietud revolvió mi estómago.

—¿Si? ¿Y qué? ¿Qué quieres decir? —dije, acunando el brazo defensivo

contra mi pecho. No pedí exactamente ser mordida, pero el chico estaba

actuando como si fuera mi culpa.

—¿Qué quiere decir? —Su risa resonó en la habitación, plana y sin sentido

del humor—. Significa que estás jodida.

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Capítulo 7

Maximus

Traducido por sooi.luuli Corregido por Vericity

ueno, eso no sonó muy prometedor.

Miré mi mano. Tanteé las cicatrices. Moví los dedos. Todo se

sentía bien. Todo se sentía normal. ¿No era eso algo bueno?

Reforcé mis brazos detrás de mí y miré a través de la habitación a donde el

chico estaba de pie, con sus ojos puestos en mi mano.

—¿Qué quieres decir con que estoy jodida? ¿Y quién eres tú, de todos

modos? —pregunté de manera suspicaz. Tardíamente me di cuenta que no

sabía nada de él. Quién era. De dónde venía. Cuál era su nombre. Todas

las preguntas que probablemente debería haber tenido respondidas antes

de permitirme estar encerrada en alguna olvidada unidad de

almacenamiento con él. En serio necesitaba trabajar en mis habilidades de

auto conservación.

—Déjame ver la marca de la mordida de nuevo —dijo, extendiendo su

brazo.

Solté un bufido.

—De ninguna manera, amigo. No hasta que comiences a hablar. ¿Sabes

qué está ocurriendo? ¿Sabes qué son esas cosas allí afuera?

—¿Qué crees tú que son?

—No lo sé. Por eso te pregunto. —Se encogió de hombros—. En cierto

modo eres realmente molesto, sabes eso, ¿no? —Sonrió débilmente—. Está

bien… Umm… ¿Alguna especie de culto en algún alboroto?

—No.

B

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—¿Una familia endogámica de asesinos del hacha?

Sus labios se curvaron.

—No.

—Oh, lo tengo. Son un grupo de vampiros asesinos empeñados en destruir

la raza humana.

—Y tenemos un ganador —dijo suavemente.

—Tenemos un… espera, no. No estaba hablando en serio. —Puse los ojos

en blanco—. Quiero decir, sabes lo que es el sarcasmo, ¿no?

Dirigió esos ilegibles ojos azul oscuro hacia mí y dijo:

—¿Tú sí?

—Inventé el sarcasmo —repliqué.

—Entonces debes saber que no estoy siendo sarcástico, ni siquiera un

poco, cuando digo que tu tercera suposición dio bastante en el clavo.

De hecho le creí. Por dos segundos. Entonces la ridiculez de lo que estaba

diciendo penetró y comencé a reír. Quiero decir, ¿vampiros? Un culto, eso

era fácil de creer. Incluso los asesinos del hacha o los adoradores de Satán

o algún experimento militar averiado. ¿Pero vampiros? ¿Al igual que los

vampiros que arden al sol, duermen en ataúdes, beben tu sangre? ¿Creía

que era una idiota?

—¿Es este alguna especie de… reality show o algo así? —dije con voz

entrecortada entre carcajada—. V-vampiros. ¡Tienes que estar tomándome

el pelo! —Me reí a carcajadas hasta que me doblé con las piernas cruzadas

en un esfuerzo por no avergonzarme más allá de la redención. No quería

ser esa chica. La que se hacía pis en sus pantalones en televisión.

—Me alegro que encuentres todo esto divertido —dijo el chico secamente.

—Oh, vamos —me burlé—. Realmente no esperas que te crea, ¿o sí? No

soy así de crédula. Deberías haber hecho todo esto con Travis. ¿Está él en

esto? Ese mocoso, ¡apuesto a que lo está!

Sonriendo, escaneé cada esquina de la unidad del almacenamiento, en

busca de las reveladoras luces rojas que pondría al descubierto las

cámaras ocultas. No vi nada, pero eso no significaba nada. Probablemente

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estaban en las paredes mismas, o en los diversos muebles de oficina que

estaban dispersas alrededor. Espiando una silla que se veía

sospechosamente fuera de lugar, agarré la parte posterior de ella y la llevé

hacia la luz. Agachándome, comencé a pasar mis dedos bajo el asiento, en

busca de cables.

—¿Necesitas algo de ayuda? —preguntó el chico de manera educada. Lo

ignoré.

Tenía que haber algo en alguna parte. Un alambre. Una luz. Un micrófono.

Algo.

Determinada a encontrarlo, decidida a probar que todo lo que había

soportado era un gran enorme engaño, di vuelta la silla hacia su costado y

bajé las manos y me puse de rodillas.

—¿De todas maneras, cuál es tu nombre? —gruñí mientras presionaba el

costado de mi rostro contra el piso e intentaba ver por debajo de la pata de

la silla.

—¿Mi nombre?

—Sí, tu nombre. Tienes un nombre, ¿no? —Un mechón de mi oscuro

cabello se deslizó por delante de mis ojos e impacientemente lo metí detrás

de mi oreja, deseando que hubiera recordado irme de casa con una banda

elástica alrededor de mi muñeca. Durante meses había estado queriendo

cortarme el pelo pero nunca lo había llegado a hacer. Mañana iba a hacer

de ello una prioridad.

El chico se acercó cuidadosamente a mis piernas y se arrodilló a mi lado,

equilibrándose con las puntas de sus pies.

—Mi nombre es Maximus —dijo.

Abandonando la silla, me desplomé de costado y soplé un mechón de mi

cabello, apartándolo de mi rostro.

—Maximus, ¿huh? Eso es casi tan malo como Lola.

—Dolor —dijo crípticamente.

—¿Qué?

—Eso es lo que significa Lola. Dolor. O dolor en plural, dependiendo de la

calidad de la traducción.

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Arrugué la nariz.

—Eso es una cosa rara para saber.

Maximus se equilibró con sus talones y se puso de pie. Me ofreció su mano

y la tomé sin pensarlo. Solo cuando estuve de pie y se negó a ceder su

agarre sobre mis dedos me di cuenta de lo que había hecho. Bastardo

furtivo.

Examinó mis nuevas cicatrices atentamente, acercando mi mano a su

rostro por un increíble y sorprendente momento que pensé que iba a besar

las media lunas de plata. Hasta que con un murmullo de disgusto dejó

caer mi mano como si fuera algo vil y se limpió las palmas de sus manos

de manera vigorosa en los costados de sus vaqueros.

—Estás infectada —espetó.

Estudié mi mano nuevamente.

—No —dije lentamente, sacudiendo la cabeza—. No lo estoy. No sé cómo se

curó tan rápidamente pero…

—Tu sangre está infectada. Ese es el por qué no puedes sentir dolor. Por

qué no puedes sentir ese corte en tu pierna. ¿Quién te mordió? —

preguntó, tomando un amenazante paso hacia delante y desplazándome

contra el escritorio.

Cuando mis pantorrillas chocaron con los cajones de metal, dejándome sin

ningún otro lugar al que correr, Maximus me atrincheró con sus brazos y

se inclinó hacia delante hasta que nuestros rostros estuvieron a pulgadas,

tan cerca que podía ver mi reflejo en sus pupilas. Me veía aterrorizada.

—¿Quién te mordió, Lola? —dijo suavemente—. Necesito saber.

Mi labio inferior tembló.

—No sé de lo que estás hablando. Nadie me mordió. No... no es real. Esto

es algún tipo de broma estúpida y ya no es divertido. Quiero que se

detenga. Ahora.

Sus dedos se curvaron alrededor de mis muñecas, fijándome en mi lugar.

Pequeñas pulsaciones de calor comenzaron a propagarse por mi brazo y

temblé, incluso aunque estaba lo más alejada al frío.

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—Esto no es una fantasía —susurró Maximus—. No es falso. Los

monstruos son reales y están aquí y no se van a ir. ¿Entiendes?

No quería entender. Entender significaría aceptar. Aceptar que Travis

estaba en verdadero peligro, si no peor. Aceptar que las mujeres que había

visto cubiertas de sangre estaban realmente muertas. Aceptar que la chica

que me había mordido era más que una actriz muy habilidosa y

escalofriante pagada para hacer una terrible broma.

—Angelique. —Mis hombros se hundieron—. Dijo que su nombre era

Angelique.

—Angelique —repitió Maximus. Hizo un sonido que sonó como una

maldición grosera—. Debería haberlo sabido. —Soltó mis muñecas para

golpear el escritorio con fuerza, haciéndome saltar. Murmurando algo que

no pude escuchar por completo, se alejó y comenzó a caminar de un lado

para otro por la longitud de la diminuta unidad. Su sombra era enorme en

el extremo opuesto de la pared. Se movía sinuosamente, formando ondas a

través de los muebles amontonados y las cajas sin etiquetar como algo

vivo.

Tomando una profunda respiración para calmar mis nervios

comprensiblemente exhaustos, me subí de nuevo al borde del escritorio y

crucé los brazos con fuerza sobre mi pecho. Era hora de algunas

respuestas y de algo de acción. No podíamos quedarnos aquí por siempre.

Yo no podía quedarme aquí por siempre. No cuando mi padre y Travis

estaban allí fuera... en algún lugar.

—Entooonces —dije, extendiendo la palabra mientras intentaba procesar

mis confusos pensamientos—, ¿cómo sabes tanto sobre lo que está

pasando, por así decirlo?

—Si vas a perder el tiempo haciendo preguntas también podrías preguntar

aquellas que valen la pena hacerlo.

—Mi profesor dijo que no había cosa tan estúpida como una pregunta

estúpida —dije, apenas arreglándomelas para contenerme de sacarle la

lengua.

Maximus emitió una corta carcajada.

—Tu profesor —dijo mientras se giraba para enfrentarme—, es un idiota.

Está bien, así que no estaba demasiado lejos de allí.

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—Bien. Aquí hay una pregunta para ti. ¿Exactamente qué son esas cosas

allí fuera?

—¿De vuelta a esto tan pronto? Vamos, Lola. Tienes que ser más

inteligente si sobreviviste a un ataque. Deslúmbrame con tu ingenio.

—No pueden ser vampiros. No pueden —insistí cuando él se quedó de pie

mirándome—. Es imposible.

—Retroceder en el tiempo es imposible. Volverte invisible es imposible.

Equilibrar la deuda nacional es imposible. ¿Las criaturas chupadoras de

sangre que han sido documentadas desde los comienzos del tiempo? No

son imposibles.

—Lo próximo que me dirás es que brillan en la luz del sol.

—No —dijo, dándome su primera sonrisa real—. Eso nunca.

No me gustó lo que esa sonrisa lenta y arqueada le hizo a mis entrañas.

Este no es un buen momento para estar deslumbrada por un chico extraño

que apenas conoces, regañó mi lado práctico. Pero qué ardiente... Ojos

azules... Cabello... Sonrisa... Gah gah..., suspiró mi chica femenina

interior.

—Así que en verdad me estás diciendo que esos allí fuera son vampiros —

dije, ordenándole a la chica femenina que se fuera.

—Prefieren ser llamados Bebedores, pero sí.

Mis ojos se estrecharon.

—OhmiDios. Angelique me mordió. Ella me MORDIÓ. ¿Voy a convertirme

en uno de ellos? ¿Voy a...

—No, no, y no —dijo, interrumpiéndome—. Dije que estabas infectada. No

dije que estuvieras cambiada. Usa tu cabeza, Lola. —Se golpeó el lado de

su sien y frunció el ceño—. Presta atención. No me gusta repetir. Angelique

te marcó. Tu sangre fue a ella, se volvió una parte de ella, lo que significa

que será capaz de sentirte incluso desde lo lejos. Incluso ahora ella podría

estar rastreándote. Cazándote.

—¿Qué? ¿Pero cómo...? —Sacudí la cabeza, intentando asimilar todo—.

Tiene que haber una manera de detenerla, ¿no? Quiero decir, no puede

encontrarme. No puedo dejar que me encuentre. —Las palabras salieron

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en una frenética carrera mientras recordaba el ardiente dolor. El miedo

asfixiante. La certeza de la muerte. No podía pasar por eso de nuevo. No lo

haría.

Maximus cerró la distancia entre nosotros en un largo paso y tomó mis

manos entre las suyas. Apretó mis dedos y le devolví el apretón,

arreglándomelas para encontrar una tranquila sensación de calma en su

toque.

—Detenlo —dijo suavemente, dándome una pequeña sacudida. Sus ojos

buscaron los míos, indagando profundamente en lugares que nunca dejé

que alguien mirara. Lugares que yo nunca observé—. No puedes darte el

lujo de entrar en pánico. No puedes estar asustada. Ni ahora, ni nunca.

Los Bebedores se alimentan de la sangre y de la debilidad. Ya les has dado

un gusto de lo primero, no dejes que tengan lo segundo.

—Pero dijiste que Angelique podía...

El cuchillo me silenció. Maximus lo trajo de la nada, o al menos eso

parecía. La larga hoja brillaba en la penumbra. Su mano izquierda, aún

sosteniendo la mía, tensa como un grillete haciendo clic en su lugar

cuando intenté alejarme. Tragué con fuerza.

—¿Qué estás haciendo? Baja eso antes de que hieras a alguien. —Antes de

que me hieras.

—Hay dos maneras de deshacernos de esas cicatrices. Matar al Bebedor

que te mordió... O cortarles la carne.

—¿Cortarles la carne? —repetí en una voz estrangulada que no sonó como

la mía—. ¿Estás loco? ¡No voy a dejar que te acerques con ese cuchillo!

Pasaron los segundos, cada uno más largo que el último. Contuve el

aliento, esperando ver lo que haría Maximus. Finalmente, con un pequeño

encogimiento, me soltó la mano y metió el cuchillo en su cinturón.

—Bien. Solo asegúrate de dormir con un ojo abierto porque tanto como

tengas esas —dijo, bajando explícitamente la vista hacia mis cicatrices—,

Angelique será capaz de encontrarte.

Oh mierda. Oh mierda oh mierda oh mierda. ¿Realmente iba a hacer esto?

¿Por qué? ¿Por qué en la tierra yo alguna vez, alguna vez haría esto? Me

había vuelto loca, decidí. Solamente una persona chiflada creería lo que

estaba comenzando a creer. Solamente una persona chiflada en realidad

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consideraría dejar que un completo extraño usara un cuchillo en ella

sacara las cicatrices de la mordida de un vampiro. Una mordida de

vampiro. Era ridículo. Era absurdo. Era...

—Bien —dije firmemente, empujando mi brazo hacia él antes de que

pudiera cambiar de opinión—. Hazlo. Sácalas.

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Capítulo 8

Por caminos separados

Traducido por aquinohermida Corregido por Vericity

aximus miró mi mano. Subió a mi rostro. Y de vuelta a mi

mano.

—¿Estás LOCA? —gritó. Yo retiré mi cabeza.

—Pero tú dijiste…

—¿Si te dijera que saltes de un puente, también lo harías? Jesús, María y

José —murmuró, sacudiendo su cabeza—. Eres un bicho raro, ¿verdad?

Me erguí.

—No soy rara. Fue tu estúpida idea y como pareces saber todo lo que está

ocurriendo, pensé…

—Oh, tú pensaste, ¿lo hiciste? —se burló—. ¿Pensaste que simplemente

me dejarías cortarte la mano? ¿Por qué no solo te zambulles en sangre y

desfilas desnuda por la calle? Al menos eso atraerá más rápido su

atención.

—Me voy —decidí abruptamente. Salté de la mesa y casi llegaba a la

puerta cuando Maximus se deslizó frente a mí y la bloqueó con su cuerpo.

Fijé la vista en su pecho, no confiaba en mí misma para mirarlo a esos ojos

melancólicos que tenía—. Sal de mi camino.

—Lola, puedo ver que te he molestado y me disculpo por ello. —Hizo una

pausa—. Pero no puedes irte.

Indignada por la orden, alcé mi barbilla y gruñí:

M

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—Escucha una cosa, amigo, tú no puedes decirme qué hacer, ¿entiendes?

Si me quiero ir, me voy. Ahora, muévete.

Cerré la mano en un puño y golpeé su pecho tan duro con pude. Fue como

si hubiera tratado de derribar un muro de piedra con mi meñique.

—No es seguro allá afuera. Tendrás que esperar hasta el amanecer.

—¿El amanecer? —exclamé—. No voy a esperar que el maldito sol

aparezca. ¡Necesito asegurarme de que papá está bien, lo que significa que

debes salir de mi camino!

—Si sales ahora no llegarás a la mañana —dice llanamente—. Te van a

despedazar.

Afirmé las manos sobres mis caderas y lo miré fijo.

—¿A ti qué te importa?

Por primera vez, la cubierta de arrogancia de Maximus pareció quebrarse.

Su boca se abrió, pero no salió ninguna palabra y sus cejas se juntan con

irritación y confusión.

—Yo… yo no sé por qué. Solo… no quiero que resultes herida.

—¿Y qué con todas esas personas allá afuera? ¿Mi padre? ¿Mi madre? ¿Mi

hermana? ¿Mi mejor amigo Travis?

Su expresión se volvió vagamente lastimera.

—Lola, probablemente todos ellos están…

—No —protesté—. No te atrevas a decirlo. No digas nada más, ¿me oíste?

No sabes de lo que estás hablando. Tú no sabes nada.

—Sé que si sales de aquí no sobrevivirás esta noche.

Era un riesgo que estaba decidida a aceptar para salvar a los que amaba.

Cruzando los brazos sobre mi pecho esperé en silencio a que saliera de mi

camino. Ambos sabíamos que él podía quedarse ahí para siempre. Solo

estaba dilatando lo inevitable.

Finalmente se movió a la derecha. Lo empujé y destrabé la puerta. Empecé

a abrirla, a salir hacia el frio aire de la noche y olvidar que Maximus

siquiera existió, pero algo me detuvo. Algo que no pude definir y aun así,

algo tangible.

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—Podrías… venir conmigo, ya sabes. Seguridad en el número y todo eso.

—No —dijo sin titubear—. No puedo.

Lo miré por encima de mi hombro. Su rostro parecía esculpido en granito.

Solo sus ojos mostraban algo de vida, mientras ardían en fría

desaprobación.

—Estás cometiendo un error —dijo.

—Quedarme aquí, cuando hay gente allá afuera que podría necesitar mi

ayuda… ese es el error.

Maximus buscó en el interior de su chaqueta de cuero y sacó algo.

—Toma esto —dijo, sujetando su arma. La miré sin decir nada.

—¿Qué haría yo con eso?

Él forzó la culata del arma en mi mano. Mis dedos se cerraron sobre ella

automáticamente.

—Cuando un Bebedor trate de arrancarte el corazón, dispara. Así de

sencillo. Dale entre los ojos o en el centro del pecho. En cualquier otra

parte solo lo lastimará, pero no lo matará. Si no estás segura de que está

muerto, solo sigue disparando hasta que lo estés.

—Como un video juego —murmuré, mirando hacia el arma. Nunca antes

había sostenido una. Era mucho más pesada de lo que había imaginado

que sería. Pesada e incómoda. ¿Cómo iba a acarrear la maldita cosa? Sin

más opción, la metí en mi bolsillo trasero izquierdo. Ahora, además de todo

lo demás, tenía que preocuparme de no terminar metiéndome un tiro yo

sola. Mejor eso, supuse, que dejarme completamente indefensa—. ¿Y qué

pasará contigo? —pregunto—. ¿No necesitarás un arma?

—Estaré bien —dijo.

Seguro que sí, escondido en algún depósito. Casi lo digo en voz alta. Casi.

Una idea me detuvo. La idea de que si Maximus se quedaba aquí, era

porque afuera no tenía nada por lo que valiera arriesgar su vida. Ni padre.

Ni madre. Ni hermana. Ni mejor amigo. Aclaré mi garganta y puse ansiosa

un pie delante del otro. Nunca fui buena para decir adiós.

Afortunadamente, Maximus tampoco.

—Aunque te vayas o no, aún así cierra la puerta —dijo ceñudo.

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Una leve sonrisa tocó mis labios, diciendo todo lo que no pude poner en

palabras. Un gusto conocerte. Gracias por el arma. Que tengas una linda

vida. Espero que no mueras. Y entonces, reuniendo el poco coraje que me

quedaba, di un paso hacia la noche.

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Capítulo 9

Un pop en la cima otra vez

Traducido por Dannita Corregido por Vericity

ada intentó matarme en el camino hacia el complejo de

apartamentos, lo que me pareció una buena señal. Mi sentido

temporal de la esperanza se desvaneció rápidamente, sin

embargo, cuando me encontré con el Sr. Jacobson, el portero. Estaba

apoyado contra ésta. Él había estado ahí durante los últimos veinticinco

años (algo que sabía porque hicimos que él lo soltara en una fiesta).

El vidrio que ocultaba su cabeza estaba manchado de rojo. Podría haber

estado durmiendo, si es que dormía con los ojos bien abiertos. Apartando

la mirada, lo rodeé completamente y me apresuré a entrar.

El vestíbulo estaba a oscuras. Traté de golpear los interruptores de la luz,

pero ni uno prendió. Debió haber sido cortada la electricidad, lo que

significaba que el ascensor no funcionaba, de nuevo traté pero nada pasó.

Subí las escaleras de dos en dos, haciendo el mayor esfuerzo por mantener

mis pasos lo más silenciosos posibles.

El aire apestaba a sudor, a cigarrillos y algo muy dulce. La Sra. Dobbs del

32C debió de haber estado fumando otra vez, me pregunté si todavía

estaba viva. Si alguno de ellos lo estaba. La gorda mujer gato cuyo nombre

no sabía, vivía al otro lado del pasillo del nuestro. El viejo Sr. Graham que

vivía dos pisos abajo todos los domingos sacaba una silla de jardín en el

centro de la sala para leer su periódico. Sue y Liwy, quienes se habían

casado en la primavera pasada, siempre me saludaban con la mano

cuando me veían.

Pensé en ellos, todos ellos, al pasar por sus puertas para llegar a la mía,

con la luz de mi teléfono celular para guiarme. Algunas de las puertas

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estaban entreabiertas, pero no miré dentro. No pude. La sangre que se

había filtrado desde sus habitaciones y manchaba la alfombra de color

beige a marrón opaco me decía todo lo que necesitaba saber.

Con mi corazón persistente en algún lugar cerca de mi garganta llegué a

mi propia puerta. Estaba cerrada, pero no con llave. El pomo giró

fácilmente bajo mi mano y contuve el aliento mientras caminaba en el

interior.

El aire salió de mi boca en un silbido de dolor cuando mis espinillas

chocaron con algo duro. Me tropecé, mis brazos se agitaron en el aire

tratando de coger un balance. El teléfono se resbaló de mi mano y cayó en

un estrepito sobre el suelo. Tendiendo mi mano a ciegas me las arreglé

para agarrar algo sólido y estabilizarme a mí misma.

Me tomó unos segundos para que mis ojos se acostumbraran a la

oscuridad. Cuando lo hicieron, me di cuenta de por qué me había

tropezado. Nada estaba donde debería haber estado. Los muebles habían

sido volcados. La televisión estaba rota. Los cajones del escritorio habían

sido desgarrados y los contenidos dispersos. El apartamento estaba

siempre un poco desordenado, pero esto… esto era un desastre.

—¿Papá? —susurré tan fuerte como pude—. Papá, ¿estás aquí?

Nada… Y luego…

Un pop tranquilo y familiar. Un pequeño silbido del aire. El sonido de

sorber.

Corrí por la sala como un rinoceronte loco, pateando las cosas de mi

camino mientras me alejaba de la puerta.

—Papá, ¿Dónde estás? ¿Papá? ¡PAPÁ!

Lo encontré en el armario de su dormitorio. Estaba desplomado junto a

una caja de zapatos y estaba usando una caja de cerveza para mantenerse

en posición vertical. Cuando abrí la puerta del armario, él bajó la cerveza

que acababa de abrir y entrecerró sus ojos hacia mí, sus ojos llorosos y

enrojecidos, fuera de foco.

—¿Aiko? Cariño, ¿eres tú?

—No papá —rechiné los dientes—. Soy Lola. Tu hija.

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Querer ayudarlo se volvió ira mientras me inclinaba sobre él y le arrancaba

la lata de cerveza de la mano. Todo el mundo estaba muerto y papá estaba

borracho. Por lo menos una de esas cosas era anormal.

—Papá, algo ha sucedido. Tienes que levantarte. No es seguro aquí.

—¿Aiko? —dijo de nuevo.

Empujé mi cabello hacia atrás y subí mi flequillo para que pudiera ver mis

ojos que eran grises en lugar de marrones y que no estaban sesgados en

las esquinas, como las de mi madre.

—No, no, Aiko. Lola. Soy Lola, papá.

—¿Lola?

—¡Sí! Ahora, vamos. —Lo agarré por el brazo y tiré de él. Se desplomó

hacia adelante y se levantó tambaleándose, balanceándose hacia adelante

y hacia atrás. Mi padre había empezado a beber antes de que mamá lo

abandonara. No sé si la bebida desencadenó el divorcio o el divorcio

provocó la bebida. No importaba, en realidad. De cualquier manera, los

resultados fueron los mismos. Él no era un verdadero borracho. Solo uno

descuidado y olvidadizo.

Nunca me había levantado la mano aún cuando sentía ira, ni siquiera su

voz, para el caso. Debería considerarme a mí misma como afortunada.

Sabía que otros niños no lo tenían fácil pero, ¿quién cocina la cena para ti

todas las noches de la semana cuando tu papá para en el sofá desde las

siete de la mañana?

Por otra parte, él había pagado un precio más caro que el mío. Perdió su

puesto de trabajo. A su esposa. Su familia. Todo lo que le quedaba era una

beligerante adolescente de dieciséis años, que no obedecía a su toque de

queda y que pensaba que los calientes autos cableados eran una aceptable

actividad extracurricular.

—Papá. —Toqué su brazo y se sobresaltó—. Papá, no creo que debamos

permanecer aquí. No es seguro. Debemos tratar de llegar a la estación de

policía.

Volvió la cabeza para mirarme. Su rostro estaba pálido. Había un corte

sobre su ceja izquierda que se había secado dejando costras de sangre en

ella. Parpadeó una vez, dos veces y su mirada se centró en mí.

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—Lola, pensé que ellos también te habían capturado —dijo.

El abrazo fue inesperado y extraño. Le devolví el abrazo indecisa,

acariciando su hombro antes de retroceder.

—Estoy bien. Estaba en el lado este cuando empezó. Con Travis. Volví

corriendo aquí y apareció un chico. Maximus. Parecía saber mucho sobre

lo que está pasando. Me dio esto. —Saqué la pistola y la extendí. Los ojos

de mi padre se abrieron.

—¿Un arma? ¿Por qué un chico te dio un arma? ¿Está cargada?

—Eso espero.

Dio unos pasos hacia adelante y la activé.

Tomé su brazo y lo guié hasta el borde de la cama. Se sentó con un

suspiro y miró abajo hacia sus manos.

—Pensé que te tenían también —repitió en voz baja.

Me agaché delante de él.

—No me atraparon, papá. Estoy aquí. Estoy bien. ¿Has oído hablar de

mamá o Gia? ¿Tienes su teléfono celular? —Su cabeza se sacudió hacia un

lado.

—No. No. Me olvidé de cargarlo. No… no hay electricidad. El televisor no

funciona. La radio. La computadora. No pude… no pude alcanzarlos. —

Cerró los ojos—. Todo el mundo estaba gritando tan alto. Oí portazos.

Alguien entró aquí. Derribaron todo. Rompieron todo. Me escondí en el

armario, pero… No sé qué está pasando. Lola, ¿qué está pasando?

—Está bien. Todo va a estar bien. —Lo calmé como si fuera un pequeño y

asustado niño, haciéndome reconsiderar lo que tenía que hacer. Si los

Bebedores ya habían pasado por aquí tal vez la mejor idea sería

simplemente quedarnos aquí hasta el amanecer. Abastecerse de

suministros. Tratar de dormir. Esperar y ver si la electricidad volvía. No

era un plan perfecto, pero seguro que sonaba mejor que salir.

Tenía confianza de que a la luz del día las cosas tuvieran sentido. Una

parte de mí todavía no estaba lista para aceptar la explicación de Maximus

para lo que estaba sucediendo. Estaba segura que en algún momento los

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militares tendrían que aparecer. Estaba segura de que esto no estaba

pasando en todo el mundo.

Estaba tan equivocada.

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Capítulo 10

Cuerpos, sangre y coches en llamas

Traducido por angiefunes Corregido por LadyPandora

uerpos. Sangre. Coches en llamas. Había sido una masacre. Con

una mezcla de horror y morbosa fascinación miraba por la

ventana de mi dormitorio a la calle de abajo. Cuerpos esparcidos

por el pavimento como muñecos rotos, cuellos desgarrados y miembros

retorcidos en horribles ángulos. Un coche de policía se había estrellado a

través de la farmacia. El policía que lo había llevado hasta allí estaba

mutilado, casi irreconocible.

Hasta Barnabus, el gato gris que vivía en el callejón, no había sobrevivido

a la noche.

Trastabillé lejos de la ventana y me tapé la boca para contener el grito que

amenazaba con emerger libremente. Manteniendo la mano firme en su

lugar corrí al baño, me desplomé frente al retrete y me puse mala por

primera vez desde que mis padres me sentaron y me hablaron del gran S.

Papá todavía estaba durmiendo por su resaca.

Me di una ducha rápida, tan fría que al instante me aclaré la cabeza y me

puse unos vaqueros cortos y una camiseta lisa negra.

Anoche, antes de caer en un intranquilo sueño había preparado un bolso

de viaje verde que encontré en el fondo de mi armario y lo llené de cosas

que pensaba que serían útiles para un apocalipsis: ropa, un par de

zapatillas de deporte, protector solar, cepillo de dientes, pequeñas botellas

de champú y acondicionador, mantequilla de maní (que nunca venía mal),

baterías y todas las linternas que pude encontrar, que terminaron siendo

solo tres.

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También armé una maleta para papá. En la suya metí tantas botellas de

agua como podrían caber y cualquier alimento que no fuera perecedero. Yo

no era optimista, aunque estaba bastante segura de que ya que la

electricidad se había cortado el agua dejaría de funcionar en breve.

Cuando eso sucediera quería estar preparada. ¿Por qué morir

deshidratada cuando había un vampiro perfectamente dispuesto y listo

para rasgarte la garganta?

Vampiro. Bebedor. Como sea que se llamasen, ahora creía en ellos. ¿Cómo

no iba hacerlo cuando había mirado por la ventana y visto lo que habían

hecho con mis propios ojos? E incluso peor que los cuerpos despedazados

del exterior, más que los asesinatos sin sentido de personas inocentes, era

el conocimiento de que nadie iba a venir. Nadie iba a salvarnos. Ni la

policía. Ni el ejército. Ni tampoco la gente del servicio secreto del gobierno.

Lo que quería decir que estaba sucediendo por todas partes porque…,

¿cómo podría alguien simplemente sentarse y dejar que una ciudad entera

fuera arrasada? La respuesta era que no podían. Era que los únicos que

podían ayudarnos estaban luchando en otro lugar o ya estaban muertos.

Nadie iba venir a rescatarnos. Estábamos por nuestra cuenta.

—Papá, tienes que despertarte ahora. Tenemos que movernos. —Golpeé su

puerta y cuando no respondió, la abrí y lo sacudí para despertarlo.

Gimió y se cubrió los ojos contra la luz que entraba por las ventanas. Si

este fuera un día normal habría cerrado las persianas y dejaría que

volviera a dormirse. Pero este no era un día normal. No sabía si alguna vez

volvería a haber un día normal de nuevo.

—¿Papá? —Lo empujé.

—¿Qué mierda? —murmuró.

—Bueno... —Respiré hondo. Probablemente era mejor solo acabar con todo

de una vez—. Anoche los vampiros invadieron la ciudad. Todos están

muertos. Si queremos sobrevivir, tenemos que encontrar un lugar seguro

para escondernos antes de que oscurezca.

Eso sin duda llamó su atención. Se sentó de golpe y dijo:

—¿Qué? ¿Qué? Lola, ¿eres tú?

¿Esto otra vez? Menos mal que había arrojado toda la cerveza que encontré

anoche en el fregadero.

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—Sí, soy yo —dije con impaciencia—. ¿No te acuerdas?

—Yo... Sí. —Sus ojos fueron hacia el escritorio de la esquina de la

habitación que había sido volcado de lado—. Lo recuerdo. ¿Pero vampiros,

Lola? Eso... eso es imposible.

Me encogí de hombros.

—Ve a echar un vistazo por ti mismo.

Se arrastró hasta la ventana. Esperé junto a la cama. No necesitaba ver lo

que estaba mirando. Estaba impreso en mi cerebro; chisporroteaba en mi

memoria como una especie de marca caliente.

—Todas esas personas —susurró, sin dejar de mirar hacia fuera—. No lo

entiendo. ¿Quién podría haber hecho esto? ¿Dónde está la policía? — ¡Él

se dio la vuelta, con los ojos algo salvajes, su rostro con un tono un poco

más claro del albino—. ¿Has hablado con tú madre? ¿Tú hermana? ¿Están

todos bien?

—No lo sé. Anoche se me cayó el teléfono. No se enciende. —Y así como

así, todo mi contacto con el mundo exterior había sido cortado. Sin

teléfonos móviles. Sin teléfonos fijos. Sin Internet para enviar un correo

electrónico o un mensaje en Facebook.

Sin mensajes de texto. Siempre había dado por sentado la facilidad con

que podía ponerme en contacto con alguien, sin importa la distancia que

nos separaba.

Ahora no tenía manera de saber si mi madre estaba viva.

Mi padre se frotó la cara.

—Alguien vendrá. Alguien tiene que venir.

—Papá —susurré—. No queda nadie.

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Capítulo 11

Noventa kilómetros por hora en una carretera

sin salida

Traducido por val_277 Corregido por LadyPandora

uvimos que salir de la ciudad. Aparte de los cadáveres que había

por todas partes, que parecían sacados de una pesadilla,

simplemente tenía más sentido huir a una zona menos poblada.

Sobrevive al Apocalipsis 101: corre tan lejos de todo como puedas.

No sabía si la masacre en una noche de una ciudad de más de diez mil

personas cuenta como un apocalipsis. De todos modos había decidido

llamarlo así porque me gustaba la palabra, ¿y cómo más podría describir

lo que había pasado? ¿Cómo más se puede describir a la gente tirada en la

calle en charcos de su propia sangre? Hombres. Mujeres. Niños. Mascotas.

Nadie había escapado de los Bebedores. Nadie al parecer, pero yo y mi

padre sí.

Ya que eran las personas con menos probabilidades de sobrevivir a un

apocalipsis pensé que significaba que tenía que haber otros ahí fuera. Es

decir, si un borracho y una niña indefensa habían hecho su camino a

través de la noche, entonces tenía que haber otros supervivientes. Tenía

que haberlos.

Hicimos nuestra selección de coches. Muchos acababan de ser

abandonado en la calle, con las llaves puestas y los antiguos propietarios

muertos en el asfalto. Papá tomó un sedán Audi color azul marino, sobre

todo porque era el único coche que tenía un tanque lleno de gasolina y un

poco porque siempre había querido tener uno, pero nunca había tenido

dinero suficiente.

T

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Apilé todas nuestras cosas en la espalda mientras él cogía más agua

embotellada y baterías de la farmacia de enfrente.

—¿Lista? —dijo cuándo se sentó en el asiento del pasajero y se abrochó el

cinturón de seguridad.

—Primero tenemos que hacer una parada rápida.

—¿Qué? ¿Por qué? Eso no es parte del plan.

Sus nudillos se volvieron blancos cuando agarró el volante. Me esforcé al

máximo en no darme cuenta.

Papá nunca ha sido muy bueno ante situaciones de crisis. Todavía me

acuerdo de cuando mi hermana se cayó durante su partido de baloncesto

y se rompió el tobillo. Perdió los estribos antes de perder el conocimiento.

Y después está la vez que llegué veinte minutos tarde a casa desde la

escuela en quinto grado. Mamá tuvo que detenerlo físicamente de llamar a

la Guardia Nacional. Hasta ahora lo está llevando bastante bien, dadas las

circunstancias. Solo puedo esperar a que dure.

—Travis. Tengo que ver si está bien —le dije.

Papá arrancó el coche.

—¿Dónde está? ¿En su casa?

—Bueno... —Vacilé—. No exactamente.

—¿Qué quiere decir exactamente? —Fue poniendo voz de padre hasta una

octava—. ¿Dónde está, Lola?

Oh, muchacho. De verdad que era gracioso que a raíz de todo lo que había

pasado una parte de mí tenía miedo de decirle a mi padre dónde había

estado la noche anterior. ¿Qué iba a hacer, castigarme?

—Pensé que estaría bien ver si podía mover un coche al puente. Hablé con

Travis para llegar. Estaba en el lado este, en la calle Turner. Oímos un

ruido fuerte desde el interior y llamó a la puerta principal. Un hombre

contestó. Uno de ellos. Puso a Travis en una especie de trance y él entró

directamente.

—Lola —suspiró.

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—Lo sé, lo sé —dije apresuradamente—. Te prometo que no lo volveré a

hacer, pero no puedo irme sin él. Sé que es probable que no... No está

bien, pero tengo que comprobarlo, papá. Tengo que estar segura.

—¿Qué pasa si esa cosa sigue ahí? —preguntó con aprensión.

—Probablemente estará en el sótano o algo así. Maximus dijo que no podía

salir a la luz del día. —Esa mañana, yo le había hablado a papá de

Maximus. Eso y el arma que actualmente estaba sentada en mi regazo, lo

habían convencido finalmente de que los Bebedores eran reales. Los

cuerpos apilados del exterior no hacían daño.

Papá suspiró mientras ponía el coche en marcha y se alejaba de la acera.

Cuando llegamos a la calle principal y se dirigió a la izquierda, hacia el

lado este de la ciudad, di un suspiro de alivio y tranquilidad y me

desplomé hacia atrás, mirando por la ventana como papá conducía a

través del tráfico inmóvil.

Todo estaba destruido. Los escaparates rotos. Los autos fueron conducidos

a lo largo de las aceras. Un camión con un bote estaba volcado

completamente y estaba colgando medio dentro medio fuera de la

pastelería Petunia. Había incendios por doquier y me pregunté cuánto

tiempo llevaría que consumiera toda la ciudad.

¿Era eso lo previsto? ¿La destrucción total? Pero, ¿por qué? ¿Cuál era el

sentido? Yo solo sabía lo básico acerca de los vampiros gracias a las

películas. Que les quemaba la luz del sol, que eran alérgicos a la plata y

que bebían sangre. ¿Por qué, entonces, no había una sola víctima a la que

le faltara la sangre? Mutilado, arañado, desgarrado: sí. Vaciado de sangre:

no.

Se me revolvió el estómago y tuve que tragar vómito, pero me obligué a

estudiar los cuerpos sin vida mientras nos dirigíamos más allá de ellos.

Dos cosas me llamaron la atención inmediatamente. La primera es que

todas estas personas tenían que haber sido sacadas de sus casas. No

podía ser que todos en el pueblo hubieran salido a dar un paseo al

atardecer, cuando fueron atacados.

Y lo segundo, mucho más alarmante que lo primero, es que los cuerpos

parecían formar una especie de línea. Oh, ellos estaban esparcidos por

todas partes. Algunos en el césped. Otros tirados sobre la acera. Uno o dos

en la carretera. Pero casi todos tenían giradas las cabezas frente a las

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casas y los pies apuntando hacia la calle. ¿Una extraña coincidencia?

¿Una advertencia? ¿O algo completamente distinto? No había forma de

saberlo.

—¿Estás bien? —preguntó papá.

—¿Lo estás tú? —disparé de nuevo.

—No —dijo en voz baja—. Supongo que no.

Condujo el resto del camino en un tenso silencio. Cuando giramos hacia la

calle Turner, con sus casas pulcras y pequeños céspedes, pulcramente

segados, dirigí a papá a la dirección correcta. Se detuvo detrás del coche

del señor Livingston y apagó el motor.

—Para ahorrar gasolina —dijo.

Juntos nos bajamos y caminamos hacia la puerta principal.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó mi padre con voz

tensa.

Enderecé los hombros.

—Estoy segura.

Por segunda vez en menos de veinticuatro horas llamé a la puerta

delantera del Sr. Livingston. No sé por qué. El hábito, supongo. Pasaron

unos segundos. No pasó nada y me sentí como una idiota. ¿Qué había

esperado, que Travis abriera la puerta y dijera: “Hey chicos! me alegro de

verlos!”.

Papá me tocó el brazo.

—Lola, solo deberíamos…

La puerta comenzó a abrirse. Nos dimos la vuelta, con nuestras

expresiones igualmente nerviosas.

—¡Hey chicos! me alegro de verlos.

Mi boca se abrió.

—¿Travis?

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—Uh, sí. ¿Esperabas a alguien más después de que me dejaras aquí para

morir con un vampiro? Quién, por cierto, desde luego que no es el Sr.

Livingston. De hecho, creo que en realidad podría haberse comido al pobre

chico, lo que explicaría el olor que sube del sótano. Tu elección de coches

para robar fue impecable, Lola. En serio.

Definitivamente era Travis. Di un salto hacia adelante y envolví mis brazos

alrededor de él. Podría haber tenido reservas acerca de abrazar a mi padre,

pero con Travis tales cosas eran simplemente naturales.

Lo sentí temblar y apretó mis manos.

—Lo siento —le murmuré al oído—. Lo siento mucho, Trav. Nunca te

habría dejado, pero…

—¿Pero el vampiro malo y grande te asustó? —Terminó por mí—. No te

preocupes. Sabes que yo habría hecho lo mismo.

Busqué sus ojos. Parecía cansado, su ropa estaba arrugada, su pelo rojo

alborotado, pero estaba vivo. Era más de lo que me había atrevido a

esperar.

—Vamos. —Entrelacé mis dedos con los suyos y lo saqué de la casa—.

Tenemos un coche y suministros y nos dirigimos hacia las montañas hasta

que todo esto se solucione. —¡Qué fácil hice que sonara! Casi como si

estuviéramos tomando unas vacaciones divertidas.

—Hey Sr. V—dijo Travis mientras corríamos de regresó al coche—. Es

agradable ver que no está muerto.

Papá trató de sonreír. Salió más como una mueca. Nunca había entendido

el humor de Travis.

—Lo mismo te digo —dijo.

Dio cabida a Travis entre las bolsas de lona y cajas de agua. Se apretó en

sus largas piernas y brazos larguiruchos y se extendió claramente a través

del asiento de atrás.

—No te sorprendiste cuando te dije que ese tipo era un vampiro —dijo una

vez que se había retirado de la calzada y se dirigían hacia el este, hacia la

carretera interestatal.

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—Eso es porque no lo estaba. — Me retorcí alrededor de mi asiento y le

conté todo lo de mi encuentro con Maximus. Me escuchó en silencio, con

una expresión que no revelaba nada, lo que era un poco extraño, ya que

Travis era como un libro abierto.

—¿Y ahora te vas a las montañas? —me preguntó cuando terminé.

—Hay algunas cabañas allí en las que nos alojamos cuando yo era

pequeña —le dije. Las cabañas no daban mucho de qué hablar. Eran

pequeñas y la habitación estaba hecha de troncos. Pero estaban en medio

de la nada, lo cual era una gran ventaja y el arroyo que corría junto a ellas

proporcionaría agua fresca. Era un lugar tan bueno como cualquier otro

para pasar desapercibido.

—Sr. V, odio preguntar esto, pero... —Travis se apagó y tragó saliva, la

nuez de su cuello se movió.

Los ojos de papá lo miraron por el espejo retrovisor.

—Lo siento, Travis. No puedo —dijo.

—Lo entiendo —dijo Travis, a punto de llorar.

Me quedé en silencio. Yo sabía lo que Travis había querido preguntar y

también sabía por qué papá había dicho que no. Volví a mirar por la

ventana y traté de no pensar en los padres de Travis. Traté de no pensar

en cómo su madre siempre llamaba para comprobar que estuviera y como

ésto le volvía loco y, como siempre he pensado, pero nunca he dicho en voz

alta, lo afortunado que era por tener una madre que se preocupaba lo

suficiente como para llamar.

Las casas se diluyeron a medida que nos acercábamos a la salida de la

autopista interestatal. Ahora solo había unos árboles que se

arremolinaban juntos formando una larga línea de color verde. Ni Travis ni

mi padre dijeron nada más durante noventa minutos. ¿Quién se nos iba a

tirar encima? ¿La policía? Me mordí el interior de la mejilla para sofocar la

carcajada que amenazaba con escapar. Como si hubiera…

Ocurrió tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. Un segundo el coche

estaba por la carretera y al siguiente las ruedas estaban chirriando y papá

gritando, yo solo pude echar una fugaz mirada al cráter que había en

mitad de la tierra donde solía estar la carretera. Fui lanzada a un lado. Mi

cabeza se golpeó con fuerza contra la ventana. El air-bag de papá se

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desplegó. Sonó como una explosión. Oí gritar a Travis. El coche resistió

una vez antes de precipitarse a un lado de la carretera y en la cuneta.

Demasiado rápido. Estábamos moviéndonos demasiado rápido. Puse mis

manos delante de mi cara. El árbol estaba justo en frente de nosotros. El

coche nunca tuvo una oportunidad.

El choque me lanzó hacia adelante de mi asiento. Mientras volaba hacia el

parabrisas lo único que podía pensar era que a fin de cuentas, morir en un

accidente de coche no era la peor manera de irse.

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Capítulo 12

Tomamos una decisión

Traducido por dulipasia Corregido por LadyPandora

odo estaba negro.

Eso, más que cualquier otra cosa, me hizo tener pánico. Me rodeó

en olas que me empujaban al fondo y me ahogaban. Mi mente

tenía destellos de los últimos cinco segundos de mi memoria una y otra

vez, como una cinta de película rayada.

Frenos. Girar. Gritos. Volar.

Frenos. Girar. Gritos. Volar.

Frenos. Girar. Gritos. Volar.

A lo lejos, oí voces. Las palabras parecían distorsionadas. Mis oídos

zumbaban. Traté de concentrarme en lo que estaban diciendo. Necesitaba

algo, cualquier cosa que me distrajera de la oscuridad.

—... De la nada. No pude... a tiempo.

—¿Está... muerta? Oh, Dios, hay mucha... sangre.

—... ¿la movemos? ¿No hay problema... moviéndola?

—Yo... ¡No sé!

—Dejen de gritar. —Las palabras salieron de mi boca lentamente, como si

estuviera tratando de hablar a través de una melaza. Oí una inhalación

brusca. Un sollozo ahogado.

—Lola, estás viva. —Travis.

T

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—Todo va a ir bien, nena. ¿Me escuchas? Todo va a ir bien. ¿Puedes...

puedes mover algo? ¿Tus dedos? ¿Tus dedos de los pies? —Papá.

Por supuesto que podía mover los dedos. Podía moverlo todo. No estaba

herida. Nada me dolía. Pero no podía ver. ¿Por qué no podía?

—¡Travis, mira! Está moviendo los dedos. ¡Está moviendo los dedos!

Podría pensarse que acababa de ganar una medalla de oro en los Juegos

Olímpicos. Me senté y extendí la mano, mis impresionantes dedos

extendiéndose hacia lo que podía oír pero no ver. Alguien agarró mi mano.

Travis. Reconocería su agarre afeminado en cualquier lugar.

—Atravesé el parabrisas y estoy viva —dije, mi voz sonaba ronca, tanto que

parecía pertenecer a otra persona. Atravesé el parabrisas y estoy viva. Eso

era extraño. ¿Acaso no morían las personas cuando atravesaban

parabrisas? Puede que no. Tal vez solo se quedaban ciegos.

—Estás viva —dijo Travis. Me apretó los dedos. En el fondo oí un sollozo.

Papá. Todavía no era muy bueno en situaciones de crisis.

—Travis —susurré—. No puedo ver. ¿Por qué no puedo ver?

—Lola, tus ojos están cerrados.

Oh. Eso tenía sentido. Un torrente de color casi abrumador invadió mis

ojos cuando obligué a mis párpados a abrirse. Alejé la vista, lejos de la

chatarra de metal que se parecía vagamente a un coche, lejos del cristal

que lo cubría todo, lejos de la sangre que cubría el cristal. En lugar de eso

me miré a mí misma, examinando los cortes que atravesaban mi carne

como si hubiera estado envuelta en finas cintas rojas.

Me toqué la cara y no fue necesario echar un vistazo a mis dedos para

saber que estaban llenos de sangre. Podía sentir la sangre corriendo por

mis mejillas, deslizándose en las comisuras de la boca, goteando en mi

barbilla.

—Travis, deberías ir con mi padre —le dije, preocupada—. Sabes que la

sangre te provoca nauseas.

Sus ojos se arrugaron en las esquinas.

—Creo que lo superé. Lola, sin ofender ni nada, pero deberías estar

muerta. ¿Qué pasó?

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Era una buena pregunta. Creo que sabía la respuesta, pero no estaba

dispuesta a decirlo en voz alta. Todavía no. No cuando no estaba segura de

su reacción.

—No tengo ni idea —mentí—. Suerte, supongo. Ayúdame a levantarme,

¿quieres?

Travis me arrastró hasta estar en pie. Hojas de pino picaban mis dedos de

los pies y me di cuenta de que me faltaba un zapato.

—Toma —dijo Travis y me entregó una de mis camisetas que había

empaquetado—. Póntela.

Agradecida la agarré y la utilicé para limpiarme la cara y después los

brazos. Cuando terminé, la camisa blanca ahora era roja. La lancé a los

arbustos.

—Papá —grité—. Papá, está bien. Puedes volver ahora.

Él apareció instantáneamente detrás de una cercana arboleda. Era obvio

que había estado llorando. No se lo repliqué. Los hombres adultos también

lloran. Sobre todo cuando ven que su hija atraviesa un parabrisas.

—Lola. Lola. ¿Estás bien? Pensé que estabas muerta. Pensé... Oh, Dios

mío, es un milagro. Un milagro. —Sus brazos me envolvieron. Esta vez le

devolví el abrazo, porque podría perderlo a él tan rápido como él pensó que

a mí.

Se echó hacia atrás para estudiar mi cara y frunció el ceño.

—Pero toda esa sangre... Estaba tan seguro... ¿Te duele algo?

—Nada. —Le aseguré rápidamente.

Su ceño se profundizó.

—Me refiero a que a lo mejor es por la impresión. —Corregí—. Mi cuerpo

está en shock. Después dolerá. Mucho, seguramente.

—Tenemos aspirinas —dijo, como si un par de aspirinas fueran a

ayudarme si realmente sintiese el dolor que debería.

—Tus cortes están cicatrizando rápidamente —dijo Travis. No parecía tan

convencido por mis respuestas evasivas como papá.

Me encogí de hombros.

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—La sangre coagula en cuestión de segundos, Travis. Nos lo enseñaron en

la clase de salud, ¿recuerdas?

—Sí, pero…

—¿Qué hay de ti? —le dije, cambiando el tema—. Se ve un bulto muy

grande en tu cabeza. Y tú, papá. Tienes un corte en la frente.

—Conseguí salir antes de que el coche golpeara el árbol —dijo Travis,

frotando el considerable bulto que se había formado justo debajo de la

línea de su cabello—. Estaré bien.

Mis cejas se alzaron. Estaba impresionada. Por lo general, Travis estaba en

el suelo llorando por un médico si se cortaba con una hoja de papel. Huir

de vampiros sedientos de sangre había sido bueno para su confianza, al

parecer.

—Yo también estaré bien —dijo papá—. Pero el coche...

En conjunto, volvimos a evaluar los daños. No se veía bien. El coche no era

más que un montón arrugado de metal. Los suministros rescatables

habían sido apilados a un lado; tenía que ser obra de Travis. Eché un

vistazo a la carretera, frunciendo los ojos contra el sol. El coche se había

adentrado unas impresionantes 200 metros (más o menos, nunca fui

buena calculando grandes distancias) en el bosque después de haber

pasado la enorme zanja.

—Todo esto es culpa mía —dijo papá—. Si no hubiera ido tan rápido... Si

hubiera estado prestando más atención...

—No es su culpa, Sr. V. Alguien explotó el camino.

Así que realmente había una tremenda zanja en medio de la carretera. En

medio de la carretera justo donde estaba la salida de la interestatal. La

única salida que teníamos. Planearon esto, pensé. Lo planearon todo.

Consulté el reloj que Travis siempre llevaba en su muñeca izquierda.

—Es casi mediodía. Tenemos siete horas hasta que empiece a oscurecer.

Eso es un montón de tiempo para caminar de regreso a la ciudad, reponer

nuestras provisiones y conseguir otro coche.

—¿Volver a la ciudad? —Travis me miró como si acabara de sugerir salir

hacia Tombuctú—. ¿Estás segura de que es una buena idea?

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Fue un placer ver que a mi mejor amigo no se le hubiese ido todo el miedo.

—¿Qué otra opción tenemos? ¿Quedarnos en el bosque?

—Lola tiene razón —dijo papá—. Más de la mitad de nuestra comida y

agua fue destruida. Tenemos que conseguir más.

—¿Y después adónde vamos a ir? —preguntó Travis—. Ya vio cómo está el

camino. Y es el único para salir de aquí.

Un punto válido. Había otros caminos, por supuesto, pero ninguno se

dirigía al norte, a donde queríamos ir. Nerviosamente mordisqueé mi labio

inferior, tratando de pensar en otra idea.

—El antiguo Hotel Renner —dijo papá repentinamente. Su rostro se

iluminó. Estaba lo más feliz que lo había visto en las últimas semanas—.

Está después de la escuela primaria. Ha estado abandonado durante años.

Nadie irá allá.

Al instante pensé en Angelique y cómo Maximus había dicho que sería fácil

para ella rastrearme si estuviera cerca. Abrí la boca para protestar, pero

Travis tomó primero la palabra.

—Eso podría funcionar —dijo, rascándose la barbilla—. Por lo menos sería

una buena solución temporal hasta que encontremos algo mejor o llegue la

ayuda. Gran idea, Sr. V.

—Gracias —dijo papá, pareciendo complacido. Él me miró—. ¿Lola?

Les podría haber hablado de Angelique en ese mismo momento, pero algo

me detuvo. Tal vez era el hecho de que una chica normal no debería haber

sobrevivido al atravesar el parabrisas de un coche a ciento kilómetros por

hora. Una chica normal, sin duda, no podría haber conseguido levantarse

y estar ilesa. Sin embargo, yo había hecho ambas cosas, lo que quería

decir... bueno, no sabía lo que significaba. O por lo menos no quería

admitir lo que podría significar, no para mí misma y desde luego, no para

Travis y papá.

—Yo, uh, no creo que sea una buena idea. Sigo pensando que deberíamos

tratar de llegar a las montañas.

—¿Cómo podríamos hacer eso si la autopista está bloqueada? —preguntó

Travis—. El hotel es nuestra mejor oportunidad. Ha estado vacío durante

tanto tiempo que no creerán que alguien esté allí.

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—O esperarán que todos estén allí porque está vacío desde hace mucho

tiempo —señalé.

—Travis tiene razón —dijo papá—. Es nuestra mejor oportunidad.

Dos contra uno. Tenía un mal presentimiento sobre esto, pero… ¿qué

podía hacer? Admitir que uno de los Bebedores me había mordido, o

mantener la boca cerrada y seguirlos.

Frunciendo los labios, agarré mi bolso de lona, lo puse en mi hombro y me

dirigí a la carretera, dejando a papá y a Travis luchando para alcanzarme.

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Capítulo 13

El Hotel Renner

Traducido por CrisCras13 Corregido por MaarLopez

l hotel Renner solía ser nuestro pequeño reclamo de la fama de la

ciudad. Ya en los años sesenta o setenta (nunca prestaba mucha

atención en historia) la tierra en la que actualmente me asentaba

fue comprada por un banquero de Nueva York. Con sueños de crear un

hotel de clase mundial, invirtió millones de dólares en la construcción de

un estado de la técnica con doscientas habitaciones, con facilidad.

A los quince años, el hotel estaba en la quiebra y había estado

abandonado desde entonces. Parece que a la gente le gustaban mucho sus

hoteles en Nueva York y no veían ninguna razón para aventurarse en un

pequeño pueblo de paletos para gastar su dinero duramente ganado,

mientras que la gente de la ciudad no tenía ninguna razón para quedarse

en un hotel cuando vivían a cinco kilómetros por la carretera.

—Va a haber ratas y cucarachas —predije mientras caminábamos a través

del enorme campo de maíz que separaba el hotel de la ciudad—. Ratas

enormes con dientes afilados y largos bigotes que se abalanzarán sobre

nosotros mientras dormimos y nos destrozarán la garganta.

—Si estás intentando asustarme no va a funcionar —dijo Travis

suavemente.

Le miré.

—¿Por qué no? Odias las ratas.

—Prefiero hacerle frente a un centenar de ratas antes que una de esas

cosas de anoche.

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—¿Un centenar de ratas? —Arrugué la nariz—. Esas son muchas ratas.

Podrían arrastrarse sobre ti y llegar a tus globos oculares y trepar hasta tu

boca…

—Lola, es suficiente —dijo papá bruscamente.

Dejé de hablar. Papá no estaba tan genial y yo no quería aumentar su

nivel de estrés. Siendo forzado a ver a sus amigos y vecinos asesinados en

las calles, sus cuerpos desollados y enrojecidos por el sol como langostas

cocidas, había hecho eso por mí.

Nos habíamos quedado fuera de las casas tanto como pudimos cuando nos

acercamos a la ciudad por provisiones, pero no habíamos podido evitar los

cuerpos.

Estaban en todas partes.

Yo había tenido aún algún destello de esperanza de que no fuéramos los

únicos que sobrevivieron esa noche, pero había sido rápidamente

extinguido.

Si alguien estaba aún vivo además de nosotros tres, hacía tiempo que se

había ido.

Había una razón más para que papá estuviera estresado. Eran solo las

seis en punto. Bajo circunstancias normales era cuando llegaba a casa, se

sentaba en el sofá y abría la primera de muchas cervezas. Yo sabía que la

delgada línea de transpiración que brillaba en su frente no era por

caminar. Debería de haber guardado un par de cervezas. Fue una

estupidez por mi parte no hacerlo. ¿Prefería estar con alguien que estaba

un poco borracho o con alguien que estaba pasando a través de la

abstinencia? Aún recordaba vivamente, la vez que papá había intentado

dejar de beber de golpe. No era algo de lo que quisiera ser testigo de nuevo.

—Tengo que volver —dije.

—¿Qué? —dijeron papá y Travis al unísono.

—Yo, ummm, olvidé algo.

—Lola, el sol va a empezar a ponerse en una hora —dijo Travis—. No

sabemos cuándo van a aparecer. Puede que no tengan que esperar hasta

que esté completamente oscuro.

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—Y tenemos todo lo que posiblemente podemos necesitar —dijo papá

gesticulando hacia la pequeña montaña de suministros que había

acumulado en dos carretillas.

Encontré su mirada.

—Olvidé una cosa. No tardaré mucho. Sé exactamente dónde está.

Sus ojos inmediatamente bajaron al suelo y supe que él sabía a por qué

iba a regresar.

—Lola, yo…

—No —le detuve alzando una mano—. Está bien papá. Seré rápida. Lo

prometo.

Me di cuenta de que quería decirme que no fuera. Que olvidara la cerveza.

Pero no podía hacer salir las palabras.

—¿Qué está pasando?—preguntó Travis en voz alta.

—No es asunto tuyo —dije, golpeándole en el hombro.

—Eh, eso duele. ¿Por qué siempre haces eso?

—Volveré antes de que anochezca. ¿Dónde estarán? —pregunté.

Aún sin levantar la vista, papá murmuró:

—Habitación dos quince. Tú madre y yo nos alojamos allí. Es una

habitación muy bonita.

La sorpresa elevó mis cejas tan altas como podían.

—¿Lo hicieron? ¿Cuándo?

—Hace mucho tiempo. Antes de que tú y tu hermana nacieran.

Cuando éramos felices. No lo dijo en voz alta. Por supuesto que no. Pero

quedaron entre nosotros de igual modo, un recordatorio silencioso de que

mi hermana y yo habíamos destruido el matrimonio de nuestros padres.

—Habitación dos quince. —Me las arreglé para mostrar una sonrisa

forzada—. Lo tengo.

Travis agarró mi brazo derecho por encima de mi muñeca.

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—Lola, esta no es una buena idea. Lo que sea que hayas olvidado puedes

cogerlo mañana.

Le resté importancia.

—Voy a estar bien. —Y luego, en voz más baja para que solo él pudiera

oírla, dije:

—Cuida de mi padre, ¿está bien?

—De acuerdo —susurró en respuesta.

El bueno y digno de confianza de Travis. Impulsivamente me incliné hacia

él y le di un casto beso en la mejilla. Su boca se abrió y sus ojos se

ampliaron, pero no dijo nada. Girándome dejé que los tallos de maíz me

tragaran.

La única tienda de cerveza de la ciudad estaba en el lado oeste, el opuesto

al del Hotel Renner. Caminé rápidamente, dividiendo mi atención entre el

camino enfrente de mí y el sol que apenas se asomaba por encima de la

línea de los árboles.

Debería de haber cogido el reloj de Travis antes de irme para hacer un

seguimiento de la hora. Otro estúpido error. ¿Cuántos errores cometería

antes que se acabara? No podrían ser muchos más. Yo estaba, como se

dice, patinando sobre un hielo muy delgado.

Llegué a la calle principal y automáticamente giré a la izquierda. Solo cinco

manzanas y estaría en Bub’s Beer and Liquor. No sería la primera vez que

conseguiría cerveza para papá. Una parte de mí esperaba

desesperadamente que fuera la última.

Mi sombra empezó a crecer más y más, extendiéndose por la calle con

cada paso que daba. Incitada por el conjunto de ajustes fui de un paso

rápido a un trote, esquivando y saltando por encima de los cuerpos y los

vidrios rotos, como una especie de vallista de talla mundial.

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La tienda de cervezas apareció delante de mí. Las puertas correderas de

cristal fueron golpeadas y pasé a través de ellas, dirigiéndome ya hacia los

pasillos para elegir la bebida de papá. Cogí una caja del estante. El peso de

veinticuatro latas arrastró mi brazo hacia abajo y con una mueca me

enganché la voluminosa caja debajo del brazo y la sostuve firmemente

contra mi costado. No era ideal, pero tendría que hacerlo.

Por un segundo consideré uno de los autos que había volcados en la

esquina, pero rápidamente cambié de opinión. Un auto haría demasiado

ruido. Atraería demasiada atención.

Salí a la carretera.

El sol se había hundido detrás de la línea de los árboles y aunque no

estaba oscuro todavía, había una definitiva sensación de inminente

pesimismo.

Mi cabello volaba detrás de mí como una capa negra y por segunda vez me

maldije por no recordar coger una goma. Mañana. Volvería y las

conseguiría mañana. Si vivía tanto.

Cuando llegué a la calle principal y me precipité a través de ella, me

permití suspirar de alivio. No muy lejos ahora. No del todo lejos. Travis

había estado equivocado. Los Bebedores no podían salir hasta que

estuviera completamente oscuro.

Estaba todavía pensando en eso cuando algo agarró mi cabello y me hizo

caer de un tirón.

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Capítulo 14

Las verdaderas damiselas se rescatan solas

Traducido por vero aquino Corregido por Angeles Rangel

rimero vi los ojos. Me daban vueltas por encima, tan vibrantes en

su intensidad que tuve que alejar la mirada. Luego vino la voz.

Suave. Susurrante. Regodeándose.

—Linda, linda niña. Encontré una linda, linda niña. Corriste muy lento,

linda niña.

Un dedo helado bajó por mi mejilla. Lo añejo de un golpe. La voz lanzó una

risita.

—Oooh, una luchadora, ¿eh? A ver. Permíteme ayudarte.

Unas fuertes manos se enterraron en mis hombros y me puso de pie tan

rápido que mi cabeza quedó dando vueltas. Las manos me soltaron y me

tambaleé, agarrándome de un farol. Me sostuve del metal, miré alrededor

para estudiar a mi atacante mientras la bilis cuaja en mi garganta. Esto no

puede estar pasándome otra vez y pienso esperanzada ¡Todavía no es de

noche! ¡No es justo!

Este Bebedor era un hombre joven, esbelto y alto como un sauce. Su

cabello de un rubio pálido cortado justo para delinear el borde redondeado

de su cráneo. Su camiseta y sus jeans colgaban de él, demasiado grandes

para su porte enjuto. Sus ojos eran del mismo azul que los de Angelique.

Él sonrió y tendió su puño, levantando un dedo tras otro para revelar lo

que tenía guardado en la palma.

Una bola de mi cabello. El bastardo arrancó el cabello de mi cabeza.

Mientras lo veía acercar el cabello a su nariz e inhalar profundamente, se

lo ponían los ojos en blanco. Cuando su lengua asomó, el rojo oscuro

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contra la blanca palidez de la su piel, hice un sonido de disgusto y retiré la

mirada, el estómago revuelto. La risa aguda del Bebedor llenó el aire.

—Sé lo que eres —exclamé—. Y no te tengo miedo.

El Bebedor se adelantó, ligero como un gato. Su dedo índice se deslizaba

por mi brazo y no registré que me había cortado la carne hasta que se alejó

bailando y lamiendo la sangre de sus dedos.

—Mmmm. Sabe a fresas.

Me miraba expectante, una mirada febril, sin dudas a la espera de que yo

empezara a llorar o cayera de rodillas suplicando misericordia. Mi sangre

hizo un leve sonido de goteo cuando corrió por mi muñeca y cayó al

pavimento. El Bebedor lamió sus labios y empezó a rondarme, del mismo

modo que lo hizo Angelique cuando me tuvo acorralada la noche anterior.

—¿Dónde te habías estado escondiendo, chiquilla? —preguntó. La

comisura de su boca se curvó hacia arriba—. Inteligente, inteligente

chiquilla que duró tanto tiempo.

—¿Qué es lo que vas a hacerme? —dije, ignorando su pregunta. No quería

decir nada que pudiera delatar la ubicación de Travis o Papá.

—Oh chiquilla, las cosas que voy a hacerte… mejor no fijarse en eso ahora,

aunque, no cuando… ¿qué le pasa a tu brazo? —siseó él mientras se

agazapaba, los ojos azules escudriñando a izquierda y derecha—. No me

dijiste que ya estabas apartada. Pequeña perra engañosa.

Seguí su mirada hasta mi brazo y vi lo que le molestaba. Mis extraños

nuevos poderes de sanación estaban actuando de nuevo. Ante mis propios

ojos mi brazo dejó de sangrar y se curó, dejando solo una cicatriz rosa

claro.

—Así es —dije, aprovechando la oportunidad que él inadvertidamente me

estaba dando—. Ya estoy, ejem, apartada. Así que no puedes, eeh,

tenerme.

—¿Quién te mordió? —gruñó.

—Angelique.

—Angelique… pero… su mascota escapó. A menos que… —Se lanzó y

aferró mi mandíbula, forzando mi cabeza tan alto como pudo, lo que

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dejaba mi garganta totalmente indefensa—, a menos que la ovejita perdida

volviera a su rebaño.

—¿Dije Angelique? —jadeé—, quise decir Ángela.

—No —ronroneó, restregando su mejilla contra la mía—. No te equivocaste.

—Déjala ir.

Las tres palabras más dulces que nunca escuché.

—¡Maximus! —grité su nombre en cuanto estuvo a la vista. Sus ojos

estaban clavados con una intensidad mortal sobre el Bebedor, quien me

sostuvo cautiva. Creo que lloraba cuando vi el arma en su mano—.

Maximus, él va a…

—Cállate —dijo, sin siquiera mirarme.

El Bebedor me retorció toda hasta que mi espalda quedó contra su pecho.

Podía sentir su respiración en mi oído. Su olor me recordaba el

empalagoso aroma proveniente del departamento de Dobb.

Oh Dios, pensé vagamente mientras su brazo se cerraba sobre mi garganta

y apretaba. Está usándome como uno de esos escudos humanos que veo en

las películas. De esos que siempre reciben una bala del tipo bueno mientras

trata de dispararle al tipo malo. Estoy frita.

—Dije que la dejaras ir —repitió Maximus. Avanzó un paso hacia nosotros.

El Bebedor mostró sus dientes a dos centímetros de mi rostro y me

arrastró hasta atrás del farol.

—Buscadores, guardianes —gimoteaba—. Yo la encontré primero. La

quiero.

Maximus caminó otro paso. Esta vez el Bebedor reaccionó ajustando aún

más el agarre sobre mi cuello, hasta que jadeé por aire. Maximus se

detuvo.

—Le pertenece a Angelique —dijo calmadamente—. No puedes tenerla.

No iba a quedar mucho de mí si el Bebedor seguía asfixiándome. Yo

aspiraba el aire a través de la boca mientras mi visión se tornaba difusa.

Mis piernas pataleaban, sin darle a nada.

—¡Estás matándola! —Maximus ya no sonaba tan calmado.

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El brazo alrededor de mi garganta aflojó una fracción de centímetro. Caí

hacia adelante, resollando y jadeando. Mi cabello se enredaba sobre mi

rostro, cegándome por el momento. Maximus y el Bebedor seguían

intercambiando palabras, pero yo ya no los escuchaba. No, yo me

concentraba en el farol que tenía a medio metro, justo en frente, y trataba

de recordar qué otro consejito útil había aprendido en la clase de

autodefensa. Lástima que no había prestado más atención. La Sra.

Hamilton había tenido razón: nunca se sabe cuándo tienes que patearle el

trasero a un tipo.

La idea vino a mí repentinamente, como lo hacen todas las grandes (y

ridículamente locas) ideas. Si funcionaba le daría a Maximus un espacio

para disparar, mientras rezara para que el tiro no me diera a mí por error.

Si no funcionaba, lo más probable era que terminara con el cuello roto. No

eran buenas probabilidades, ¿pero qué más podía hacer? ¿Esperar que el

“Príncipe Azul” viniera a rescatarme? Simplemente no era esa clase de

chica.

Doblé los codos a los lados de mi cuerpo y flexioné las rodillas, sacando al

Bebedor de balance.

Curvando mi espalda con fuerza hacia adelante, avancé hacia el poste del

farol y frené dos centímetros antes de golpearlo, me sacudía violentamente

a los lados mientras a la vez inclinaba mi hombro izquierdo. Tomado por

sorpresa, el Bebedor salió disparado de encima de mí. El poste recibió su

aterrizaje.

Me alejé a rastras, gritando algo tan inteligente como:

—DISPARALE, DISPARALE, DISPARALE.

Maximus fue muy complaciente. Vi a través de mis dedos como le metía

tres tiros al Bebedor. Cabeza, corazón y estómago. El Bebedor trastabilló

hacia un costado y se derrumbó al frente sobre sus rodillas.

—¿Por qué? —consiguió gruñir.

Maximus caminó detrás de él y puso un pie entre sus omoplatos.

—La tocaste —dijo ásperamente, antes hundir el taco de su bota y el

Bebedor se volviera ceniza.

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—Ay, mierda —jadeé, mientras volvía a acurrucarme como una cobarde—.

Ay, mierda. ¿Qué ocurrió? ¿Qué hiciste? Él… desapareció. ¿A dónde se

fue?

—Se fue. Es todo lo que importa. Levántate, Lola. No podemos quedarnos

aquí.

Tomé la mano que me ofrecía, sin apartar la vista del lugar de la vereda

donde el Bebedor había simplemente… desaparecido. Sacudí la cabeza, y

miré a Maximus aturdida.

—Así que, ¿qué? ¿Estabas siguiéndome?

Los dedos de Maximus alcanzaron mi rostro. Retrocedí automáticamente y

su mano vaciló en el aire.

—Tu cabello está enredado —dijo con suavidad.

Contuve la respiración mientras él llevaba mi cabello detrás de mis

hombros, usando sus dedos para peinar lo más enmarañado. Por un

instante su pulgar se demoró sobre la curva de mi clavícula antes de

retirar su mano y aclararse la garganta.

—Los moretones en tu cuello ya están desapareciendo. Todavía no te

deshiciste de las cicatrices, por lo que veo.

Despejé mi garganta, también. Maximus lo había hecho con discreción. Yo

sonaba más bien como un motor que fallaba. Tan femenina.

—Ah, no. Todavía no. En realidad quería preguntarte al respecto.

Sus cejas se alzaron.

—Pregunta.

—Bueno… —¿cómo, exactamente, preguntas si te estás convirtiendo en

vampiro?—, la cuestión es….

Maximus me ofreció una de sus escasas sonrisas.

—No te estás convirtiendo en uno de ellos.

—¿No? —dije con alivio

—No. Considera tu sanación acelerada como un efecto colateral de la

mordida. Cuando las cicatrices desaparezcan, también lo demás lo hará.

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—Oh. —Miré hacia las marcas. Una cosita tan pequeña podía causar tanta

preocupación. Al menos ahora podía contarles a papá y a Travis cómo

había sobrevivido al atravesar el parabrisas.

—¿Qué estás haciendo aquí afuera, tan cerca del anochecer? —preguntó

Maximus, todos los signos de compasión desaparecieron tan rápido como

el cuerpo del Bebedor—. ¿Es que quieres morir?

—Claro que no —respondí indignada—. Para tu información he encontrado

un lugar perfectamente seguro dónde quedarme.

—Eso no existe.

—¿Qué cosa?

—Un lugar seguro —dijo él.

Me puse rígida.

—Nosotros tratamos de salir del pueblo, pero ellos deben haber detonado

alguna clase de bomba en el camino. No pudimos alcanzar la interestatal.

—¿Nosotros? —Su cabeza se inclinó a un lado.

Maldición. No pensaba decirle de la existencia de papá y Travis.

—Nada. Nadie. No importa. Me expresé mal. Me pasa cuando me pongo

nerviosa.

—No confías en mí. —Él lo decía como un hecho y tenía razón, por

supuesto, pero el breve destello de dolor que cruzó su rostro me tomó por

sorpresa.

—Yo… yo confío en ti —tanto como puedo confiar en cualquiera que lleva

más armas que Brad Pitt en una película de acción y perece saber mucho de

lo que está ocurriendo. Agregué silenciosamente.

—No deberías —dijo él, estudiándome de cerca—. Confiar en mí.

Era insoportable.

—Tengo que volver.

—¿Volver a dónde?

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—A Ren… maldición. ¿Cómo es que haces eso? ¿Estás con el gobierno? —

Mis ojos se estrecharon—. ¿FBI? ¿CIA? ¿GI Joe?

Otra sonrisa, ésta más larga que la anterior. Ignoré despiadadamente el

revoloteo en mi barriga que surgía como respuesta.

—Ninguno de los de arriba. ¿Así que el Hotel Renner, eh? No es una mala

elección, considerando las cosas. ¿Quién está contigo?

¿Por qué luchar contra lo inevitable?

—Papá y mi mejor amigo. —Algo en el tono arrogante de su voz llamó mi

atención, y agregué rápido—: Espera. ¿Sabes de otros supervivientes?

¿Dond... en el pueblo? —Iba a decir “Donde sea”, pero cambié de opinión

en el último segundo. Si el mundo entero había sido destruido, no quería

saber al respecto. Al menos no ahora. Como mamá solía decir: —Debes

concentrarte en las pequeñas cosas para ver todo el cuadro.

Se encogió de hombros.

—Siempre hay sobrevivientes. Ya sabes lo que dicen de las cucarachas,

¿Verdad?

Sacudí la cabeza. No era, para nada, una experta en cucarachas.

—Si el mundo fuera destruido por un holocausto nuclear, las cucarachas

sobrevivirían.

—¿Me estás comparando con las cucarachas? —pregunté con

escepticismo.

Sus blancos dientes destellaron en la oscuridad.

—¿Qué si lo hago?

—Entonces diría que estás chiflado. Esto no es ningún holocausto nuclear,

o guerra o algo.

—Ahí es donde te equivocas, Lola. —Dio un paso hacia mí, invadiendo mi

espacio personal. Lo dejé invadirme. Me gustaba ver su rostro de cerca.

Ver el color de sus ojos. La curva de sus labios. La rebeldía de su cabello.

—Esto es la guerra —dijo suavemente, tan suavemente que tuve que

inclinarme hacia él. Él inclinó su cuerpo hacia el mío. Estábamos

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físicamente tan cerca como dos personas pueden estarlo sin tocarse. Mi

aliento quedó atrapado en mi garganta, negándose a salir o entrar.

—¿Qué clase de guerra? —conseguí graznar.

—Una guerra que terminará con todas las guerras. —Sus ojos ardían en

los míos—. Una guerra para terminar con la raza humana.

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Capítulo 15

La guerra para terminar todas las guerras

Traducido por Im_Rachell Corregido por Angeles Rangel

na guerra para terminar la raza humana.

Las palabras resonaron en mi cabeza. Nuestros ojos se retuvieron

hasta que aparté la mirada; por encima de su hombro. Vi la caja

de cerveza que se había ido volando fuera de mi mano cuando el Bebedor

me agarró y pasé junto a Maximus para recogerla. Él me siguió silencioso,

como una sombra.

—¿Cerveza? —dijo mientras su mirada cayó en la caja que había

equilibrado contra mi cadera—. ¿Arriesgaste tu vida por cerveza?

Podría decir por el disgusto en su voz que cualquier momento especial que

pudo o no haber surgido entre nosotros se había ido. Enganchando la

cerveza un poco más arriba, apreté protectoramente mi brazo alrededor de

ella.

—No es para mí. Es para papá. Él la necesita para... quedarse dormido. —

Finalicé débilmente. Nunca antes he contado a nadie sobre los problemas

de alcoholismo de papá. Ni siquiera Travis. Él probablemente debería

haberlo notado cuando dejé de invitarlo a mi casa, pero Travis era

inconsciente sobre cosas como esa. Los problemas reales estaban más allá

de su alcance de comprensión.

—Para dormirse —repitió Maximus.

—Hey, si realmente es el fin del mundo un hombre tiene el derecho a

tomar unas cervezas, ¿no? Incluso podría tener una o dos para mí. —Dos

mentiras completas en una sola frase. Papá debería terminar la caja por la

mañana y yo nunca bebería cerveza de nuevo después de haber robado un

U

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sorbo de una tibia que debió haber dejado por ahí una tarde. Mi arcada me

golpeó en solo pensar en ello.

Maximus ahuecó la parte posterior de su cuello y miró al cielo donde los

últimos restos de la luz del día se desvanecían.

—Debemos irnos. Dame la cerveza. Yo la llevaré. —Tendió las manos y le

pasé la caja otra vez, agradecida de no tener que cargar con ella todo el

camino de vuelta al hotel.

—¿Así que supongo que esto significa que vendrás conmigo? —pregunté.

Era una pregunta retórica, ya que habíamos empezado a caminar.

Maximus la ignoró.

Al igual que con la mayoría de las cosas, el camino de vuelta fue mucho

más rápido. Llegamos al campo de maíz sin encontrar nada más de los

Bebedores, aunque podía oírlos, deslizándose en las sombras como

serpientes. Cada tanto, un agudo grito rasgaba el aire, enviando un

escalofrío por mi columna vertebral. Eché un vistazo hacia el lado de

Maximus cuando oí los gritos, buscando por algún tipo de reacción, pero

su expresión sombría de labios apretados, nunca vaciló. Solo cuando el

chillido muy agudo de un niño nos llegó lo hizo maldecir entre dientes y

vacilar.

—¿Estás bien? —dije vacilante cuando se detuvo y miró atrás hacia la

ciudad. Su pecho subía y bajaba con cada brusca inhalación. Sin pensar

en lo que estaba haciendo, envolví mis dedos alrededor de su brazo. Era

como coger granito.

Maximus se sobresaltó ante mi tacto y miró hacia abajo donde mis dedos

estaban extendidos a través de la manga de su chaqueta de cuero.

Ninguno de los dos se movió. Los tallos de maíz susurraban

silenciosamente mientras se cerraban en torno a nosotros, alejándonos del

mundo exterior.

Nuestros ojos se encontraron, gris oscuro contra azul profundo y

tormentoso. Por un loco momento de entumecimiento mental, pensé que

iba a inclinarse hacia adelante y besarme y me imaginé la forma en que

mis ojos se cerraban y cómo mis brazos se enroscaban alrededor de sus

hombros, como si hubieran pertenecido siempre allí y mis dedos se

enterrarían en su cabello.

Él se lamió los labios.

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Mis ojos se empezaron a cerrarse...

—Deja de quedarte atrás —gruñó—. No queremos ser cogidos a la

intemperie.

Mis ojos se abrieron de golpe. Se sintió como si alguien hubiera arrojado

un balde de agua fría sobre mi cabeza. Maximus arrancó su brazo libre y

se alejó hacia el maíz, dejándome de pie junto a mí misma como una

idiota. Murmurando mi propia maldición en voz baja, me apresuré tras él.

Maximus podría haber sido un idiota, pero era un idiota con un arma.

No me miró cuando me detuve junto a él y continuamos hacia el hotel en

un silencio sepulcral, ninguno de nosotros estaba dispuesto a ceder un

centímetro. El sol estaba sumergiéndose por debajo de la cordillera hacia

el oeste cuando llegamos al aparcamiento. O al menos lo que quedaba del

aparcamiento. El tiempo no había tratado al Hotel Renner y sus jardines

muy amablemente.

El hotel estaba delante de nosotros, un viejo, edificio descuidado, que se

hundía ligeramente a la derecha. Cuatro grandes columnas, el mármol

desconchado y agrietado, protegía la entrada. La puerta era una de esas

anticuadas puertas giratorias donde solo una persona podía ir a la vez.

Estaba sorprendida y aliviada de ver que todo el cristal seguía intacto. Di a

la puerta un empujón experimental.

Sin electricidad para ayudar a girar a su alrededor, la puerta no hizo tanto

como deslizarse unos centímetros.

—Fuera del camino —dijo Maximus.

Labios apretados y mirando, di un paso al costado.

Guiando con su hombro, arrojó su peso contra la puerta y la movió

fácilmente. Me lancé detrás de él y por poco evité tropezar con mis propios

pies cuando la puerta se giró con un zumbido agudo.

El interior del hotel no era mejor que el exterior, con la excepción de ser

más oscuro, por lo que el abandono y deterioro no eran tan visibles. El olor

de moho y polvo colgaba pesado en el aire, aunque tomaría el armario de

abuela sobre la sangre y carne quemada cualquier día de la semana.

Nuestros pasos resonaron sobre el suelo de madera mientras

caminábamos por el vestíbulo. Estaba vacío, las diferentes sillas y mesas

que alguna vez llenaron el espacio, fueron removidas hacía mucho tiempo.

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Estrechas astillas de luz de luna pasaban a través de las ventanas e

iluminaban todo en un suave resplandor plateado.

No escapó a mi atención que Maximus se quedó principalmente en las

sombras.

—¿Dónde están tu padre y tu amigo? —preguntó.

Me mordí el labio mientras me esforzaba por recordar en qué habitación

había dicho papá que iba a estar.

—Umm... Dos quince o dieciséis, creo.

—Tendremos que ir más arriba que eso.

—¿Más arriba?

El blanco de los ojos de Maximus brilló mientras los rodó.

—Los Bebedores son recelosos a las alturas. Van a subir si tienen que

hacerlo, pero prefieren quedarse cerca del suelo.

Demasiado para creer todo lo que vi en las películas.

—¿Cómo sabes tanto sobre ellos? —le pregunté mientras nos dirigíamos a

las escaleras. Maximus abrió un poco la puerta detrás de él y respondió

cuando se cerró detrás de mí, hundiéndose en el hueco de la escalera en la

oscuridad.

—Aprende a conocer a tu enemigo, Lola. Vivirás mucho más tiempo si lo

haces.

Aferrada a la barandilla de metal liso, hice una mueca a su espalda. O por

lo menos donde yo pensaba que su espalda estaba. Estaba demasiado

oscuro para asegurarlo.

—¿Qué significa eso? Es una pregunta simple. ¿Cómo sabes tanto sobre

ellos? ¿Los has visto antes? ¿Eres parte de algún secreto gubernamental?

¡AHH! —Mi chillido de sobresalto se hizo eco mientras mi pie derecho se

deslizó debajo de mí y me fui volando hacia adelante. Extendí los brazos,

preparándome para la caída, pero nunca llegó. En su lugar dos manos

fuertes y capaces cogieron mis hombros empujándome erguida. Jadeando,

me desplomé contra la pared. Se sentía fresco debajo de mi espalda y

apreté el lado de mi cara contra el ladrillo pintado mientras esperaba a que

mi ritmo cardíaco volviera a la normalidad.

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—¿Eres siempre así de torpe, o solo en situaciones de vida o muerte? —

preguntó Maximus secamente.

—Cá.lla.te.

Desde algún lugar por encima de nosotros vino el sonido de un portazo y el

repiqueteo de pasos.

Di una aguda respiración e instintivamente me moví hacia Maximus,

quien envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me jaló fuerte contra él.

—Vuelve a bajar y espera en la puerta —siseó en mi oído.

—¿Qué hay de ti? —Oí un clic tranquilo y luego sentí un roce de metal frío

contra mi brazo—. Oh, sí —dije, sintiéndome tonta—. Tienes un arma.

—Ve abajo y espera en la puerta —repitió. —Ahora, Lola.

—Pero...

El brazo alrededor de mi cintura dio un apretón amenazante.

—Está bien, está bien —refunfuñé—. Solo no... Mueras ni nada, ¿de

acuerdo?

—¿Estás preocupada por mí? —Maximus sonaba divertido.

Podía sentir mis mejillas volviéndose rojo brillante y de repente estuve

agradecida de que estuviera tan oscuro en la escalera.

—No. Estoy preocupada por lo que me sucedería si algo te pasara a ti.

Su risita envió de nuevo latidos fuertes a mi corazón, esta vez de una

manera no tan del todo desagradable.

—No tropieces en tu camino hacia abajo.

Hice otra mueca.

—Vi eso.

Mis ojos se ampliaron.

—Pero está tan oscuro, ¿cómo puedes...?

—Tengo una excelente visión nocturna.

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Levanté mi mano con un dedo en particular, apuntando por encima de los

demás.

—¿Puedes ver eso?

—Lola...

—Me voy, me voy —refunfuñé. Con cuidado, dando la vuelta caminé por

las escaleras y esperé junto a la puerta como Maximus había indicado. Se

fue en sentido contrario, corriendo silenciosamente por las escaleras y

fuera de la vista. Esperé ansiosamente en la oscuridad, retorciendo un

mechón de pelo una y otra vez alrededor de mi dedo mientras me esforzaba

por oír hasta el más mínimo ruido.

No tuve que esperar mucho. Se oyó un golpe sordo, como un portazo,

seguido de un grito agudo que sonaba sospechosamente como...

—¡¿Travis?! —grité por las escaleras.

—¡Travis! ¡¿Eres tú?!

—Lola —vino el gemido de respuesta—. ¡Lola, sácalo de mí!

Agarrando la barandilla subí dos escalones a la vez y estaba sin aliento en

el momento en que llegué al segundo nivel. Una linterna chocó contra una

esquina del rellano suministrando luz suficiente para ver el rostro

aterrorizado de Travis mientras permanecía sobre su estómago con

Maximus agachado por encima de él, tirando su cabeza hacia atrás con

una mano y usando la otra para sostener sus brazos fijos en su espalda,

en una posición que lucía francamente incómoda.

—Déjalo ir —jadeé hecha polvo. Seriamente necesitaba ponerme en mejor

forma—. Maximus, ese es mi amigo Travis. Déjalo ir, le estás haciendo

daño.

De mala gana Maximus soltó su agarre sobre Travis y se puso de pie.

—Tu amigo me cegó con la linterna y trató de golpearme con un bate de

béisbol.

Miré a Travis con nueva apreciación.

—¿En serio?

Mirando avergonzado, se encogió de hombros y dijo:

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—Sí. Te oí gritar, así que salí y cuando lo vi subiendo las escaleras pensé

que era, ya sabes, uno de ellos. ¿Quién es de todos modos?

—Él es el chico del que te hablé antes. El que sabe sobre los Bebedores.

Maximus frunció el ceño.

—¿Le dijiste sobre mí?

Asentí.

—No le digas a la gente sobre mí —dijo.

Rodé los ojos.

—¿Él es siempre así? —susurró Travis.

—Más o menos.

—Puedo escucharte —dijo Maximus.

—¿Dónde está papá? —pregunté.

Travis cambió de un pie a otro y rascó un lado de su cabeza.

—En la habitación que escogimos. Durmiendo. Él, uh, encontró una vieja

botella de vino en la planta baja del restaurant.

Travis no tenía que decir nada más.

Inclinándome hacia abajo, cogí la linterna y la apunté directamente a los

ojos de Maximus. Él maldijo y retrocedió, pero lo seguí incansablemente

hasta que lo tenía clavado en la esquina. Eso era todo. No más chica

agradable. No más respuestas vagas. Estaba lista para algunos hechos y

conocía justo al chico para dármelos.

—Iremos a una de esas habitaciones y no nos iremos hasta que me digas

cada pequeña cosa que sabes sobre lo que está pasando. ¿Lo pillas?

—Está bien —dijo tranquilamente.

—Y si no lo haces, Travis va a tomar el bate de béisbol y...

—Uh, ¿Lola? —interrumpió Travis.

— ¿Qué? —espeté.

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—Maximus dijo que está bien. Además él como que, uh, rompió el bate.

Giré la linterna hacia Travis quien entrecerró los ojos y echó ambas manos

en frente de su cara.

—Hey, cuidado —se quejó.

—Lo siento —apunté la linterna hacia el piso—. Travis, puedes venir

también si quieres.

—Vaya, gracias —murmuró.

—¿Y bien? —dije cuando él solo se quedó de pie ahí.

—¿Qué?

—¡Indica el camino, Travis! —¿Tenía que explicar todo?

Maximus se cruzó de brazos.

—¿Son ustedes dos siempre así?

—Cállate —dijimos Travis y yo al unísono. Intercambiamos una rápida

sonrisa y por un segundo, solo un fugaz, maravilloso segundo, se sintió

como si nada hubiera cambiado. Y entonces recordé que todos en el

pueblo estaban muertos o muriendo y el mundo estaba terminando y

estaba siendo perseguida por una chica vampiro sicópata y de repente no

me sentía con ganas de sonreír más.

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Capítulo 16

Duermo junto a un chico

Traducido por angiefunes Corregido por LilikaBaez

ravis nos llevó a la habitación de junto a la de mi padre. Estaba

escasamente decorada con una cama que había sido despojada de

sus sábanas y un tocador corrido contra la pared del fondo. Las

persianas estaban todavía intactas y Maximus las revisó dos veces para

asegurarse de que estaban cerradas. Me subí sobre el tocador y me

encorvé contra la pared. Estaba, me di cuenta cuando ahogaba un

bostezo, absolutamente agotada.

¿Cuándo fue la última vez que había dormido? ¿Ayer por la noche?

Escasamente. Una hora más o menos, a lo sumo, ¿y antes de eso? No

podía recordar.

—¿El agua funciona? —pregunté cuando Travis volvió a aparecer desde el

baño.

Él asintió.

—Está fría, sin embargo.

Desde el otro lado de la habitación Maximus soltó una risa amarga.

—Van a cortar las líneas de agua pronto. Toma una ducha mientras

puedas.

—Nos asearemos en la mañana —dije. No me gustaba la idea de ir a

dormir cubierta de sudor seco, pero no podía pensar en una posición más

vulnerable que estar desnuda en la ducha. ¿Qué haría si un Bebedor me

ataca? ¿Golpearlo con una esponja?

T

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Puse la linterna abajo y la apagué. Necesitaba, todos necesitábamos,

adquirir el hábito de conservar lo que teníamos. La habitación quedó a

oscuras y oí la ahogada inspiración de Travis, luego el chirrido del somier

oxidado mientras se sentaba en el colchón. Llevé las piernas hasta mi

pecho descansando la cabeza en mis rodillas y miré hacia donde pensaba

estaba de pie Maximus.

—Entonces cuéntanos todo —dije.

Se oyó un ruido muy tenue estallar, como una articulación expandida

seguida de un silencio, soltó un suspiro.

—¿Estás segura de que quieres saber? —preguntó Maximus.

—Queremos saber —respondió Travis por mí.

—Está bien. Lo qué está pasando ahí fuera, lo que ha pasado ahí fuera, no

es un acto de violencia al azar. Fue planeado y ejecutado hasta el más

mínimo detalle.

—Pero, ¿por qué? —Quería saber.

—Si vas a interrumpirme cada tres segundos ésta será una noche muy

larga.

—Sí, Lola, cállate —dijo Travis.

—Fue solo una simple pregunta —me defendí.

No podía ver la cara de Maximus, pero estaba casi segura de que estaba

poniendo los ojos en mí.

—No soy un psicólogo —dijo—. No puedo ver el interior de sus cabezas. No

sé por qué hacen lo que hacen, solo que lo están haciendo. Si quieres

saber, ve a preguntarle a uno de ellos.

Eso me calló.

—Son rápidos —continuó Maximus—. Más rápidos que cualquier otro ser

viviente sobre la tierra.

—¿Más rápido que un halcón peregrino? —interrumpió Travis con

escepticismo—. Porque, ya sabes, lanzados en una cacería pueden

alcanzar velocidades de más de doscientos kilómetros por hora.

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No pude evitarlo. Solté una risita. Sentí un ligero soplo de aire cuando

Maximus pasó sigilosamente y luego la puerta se cerró de golpe.

—¿Qué? —preguntó Travis—. ¿Qué dije?

—Es un poco... temperamental —decidí.

La voz de Travis se redujo a un susurro cuando dijo:

—Es un poco más que eso, Lola. ¿Estás segura de que puedes confiar en

él? Quiero decir, el tipo salió de la nada. No te ha dicho nada acerca de sí

mismo. Incluso podría ser uno de ellos por lo que sabemos.

La idea era tan absurda que me reí.

—Él no es uno de ellos, Travis.

—¿Cómo lo sabes?

—Mató a uno de ellos. Lo vi con mis propios ojos. Si fuera un Bebedor nos

estaría matando a nosotros en su lugar.

—¿Cómo lo hizo?

—¿Quieres decir, cómo mató al bebedor?

—Sí.

Mis dedos comenzaron a golpear ligeramente a lo largo del borde de la

mesa.

—Él le disparó tres veces y solo hizo poof. Desapareció, como si nunca

estuviera allí. Era un chico, o al menos eso parecía como un chico. No

mucho más mayor que tú o yo. ¿Crees qué...? —vacilé—. ¿Crees que solían

ser gente? ¿Al igual que nosotros?

—Tal vez —dijo Travis después de una larga pausa, pero no parecía muy

convencido—. Quiero decir, hace mucho tiempo o algo así. La gente no

hace esto a otras personas, Lola.

—La gente se mata entre sí todo el tiempo.

—No así.

—No —dije, recordando los cuerpos—. No así.

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El colchón chirrió de nuevo cuando Travis se levantó. Cruzó la habitación

y se sentó a mi lado en la mesa. Me recosté por él, descansando la cabeza

en su hombro. Él tomó mi mano. Nos quedamos en silencio por un tiempo,

solo dos chicos tratando de darle sentido a lo imposible.

—¿Lola? —dijo Travis finalmente.

—¿Qué? —murmuré.

—Siento lo de tu padre. Nunca supe... quiero decir, yo nunca... —Apreté

su mano.

—Está bien, Travis. No tienes que decir nada

Y no lo hizo. Era suficiente que él lo supiera. Que por fin, alguien más lo

supiera. Era divertido, irónico incluso, pero sentada en la oscuridad en un

viejo hotel abandonado de la mano de mi mejor amigo que creía había sido

devorado por un vampiro, sentía desvanecerse peso de mis hombros.

—¿Travis? —dije.

—¿Hmmm?

—Probablemente deberíamos dormir un poco.

Instantáneamente se incorporó de golpe y hubo nerviosismo en su voz

cuando dijo:

—¿Dormir? ¿Quieres decir que... eh... aquí? ¿Dormir juntos aquí? Porque,

ya sabes, puedes ir con tu papá. Eso probablemente sería lo mejor. Y yo,

uh, me quedaré aquí.

—Travis —suspiré—, eres una reina del drama a veces. La cama es lo

suficientemente grande para nosotros dos. Solo no intentes hacerme

cuchara o cualquier cosa mientras duermo, ¿de acuerdo?

Su piel se sentía caliente, donde todavía tocaba la mía.

—Bi-bien —tartamudeó.

—Solo piensa —dije, saltando de la mesa y aterrizando con un golpe

silencioso sobre la alfombra—. Si el mundo no se cayera a pedazos nunca

me hubieras metido en la cama contigo.

—Lola.

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Le sonreí y tiré de su mano, guiándolo hacia el borde de la cama. Él fue a

un lado y yo fui al otro. Nos subimos al colchón cautelosamente y a pesar

de toda mi arrogancia sentí el mismo aleteo de nervios bailando en mi

vientre que estaba segura estaban haciendo la Macarena en el de Travis.

No había ningún… sentimiento entre Travis y yo. No de ese tipo, al menos.

Sin embargo, nunca había dormido exactamente al lado de un chico antes

a menos que cuentes una fiesta de pijamas en tercer grado, que no lo hice

porque el chico en cuestión apestaba y se hurgó la nariz delante de todas

las chicas. Descansé boca arriba, crucé los brazos cuidadosamente a

través de mi pecho y cerré los ojos. Sorprendentemente, estuve dormida en

cuestión de minutos.

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Capítulo 17

Una indeseada correspondencia

Traducido por Jhos Corregido por LilikaBaez

obre los próximos días desarrollamos una rutina. Fue algo como

esto:

Amanecer. Levantarse, tomar una ducha fría.

Mañana. Trabajar en barricadas en nuestras habitaciones.

Tarde. Buscar en el pueblo por provisiones y sobrevivientes.

Noche. Reunirnos de nuevo en el hotel una hora antes de la puesta del sol,

ir a la cama.

Para el final de la semana teníamos un considerable acopio de ropa,

comida, linternas, baterías, y agua sitiados en el vestíbulo del hotel.

Todavía no habíamos encontrado ningún otro sobreviviente. Los cuerpos

se habían ido, tomados en medio de la noche y llevados solo Dios sabe

dónde. Solo la sangre quedaba, manchando la acera y brillando como

pintura roja sobre el césped temprano en la mañana.

Al tercer día papá había llevado un auto y tratado de ir por ayuda. Había

regresado cuatro horas después, desalentado y ebrio. Agujeros similares

en el camino existían en todos los puntos de salida, había explicado antes

de irse a su habitación y golpear la puerta.

La electricidad todavía estaba fuera de funcionamiento. La presión del

agua fue disminuyendo. Travis y yo habíamos discutidos tratando se

caminar a algún lado pero, ¿por qué habríamos de salir teniendo todo lo

que necesitábamos justo aquí? Además, ¿quién sabía lo que todavía había

allí? Sin televisión, computadoras o radio, nunca me había sentido más

fuera del mundo externo en mi vida.

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Maximus venía al menos una vez al día. Ignoraba a papá y a Travis, y

hablaba solo conmigo, cosa que no me importaba. A menudo traía su

versión de un presente en forma de cualquier arma o cuchillo y pasaba

una hora o así enseñándome cómo usarla. Pronto el gran árbol de roble

detrás del hotel fue acribillado con agujeros de balazos y me había

convertido en una tiradora bastante buena, algo de lo que estaba

extraordinariamente orgullosa. Los cuchillos eran una historia diferente.

Maximus todavía estaba reservado y bailaba alrededor de mis preguntas

con la experiencia de un caliente abogado, pero me las arreglé para

conseguir pequeños pedazos de él. Él estaba trabajando con unos pocos

selectos que estaban peleando contra los Bebedores. No, no podía

conocerlos. No, no podía unirme a ellos. Permanece en el hotel, decía

constantemente. Ese era el mejor lugar en el que podía estar por ahora.

Había sabido sobre los Bebedores por un tiempo, pero no podía decirme

cuánto, o cómo lo supo. Así mismo no podía descubrir de dónde vino y la

única vez que le pregunté sobre su familia dijo rotundamente:

—Muertos, todos están muertos.

Y no volví a preguntar de nuevo.

El clima era excepcionalmente caliente a mediados de Agosto. La única

cosa que no había sido capaz de encontrar durante mis excursiones

diarias era protector solar, y mi hermosa piel había pagado el precio.

Estaba entre rojo tomate y rojo langosta y mis hombros estaban pelándose

como locos. No era genial para mí, pero la vanidad era una de esas cosas

donde en verdad no puedes permitirte tener cuando el mundo está

terminando. Como el dinero, se había vuelto irrelevante.

En la mañana del treceavo día, ¿o era el catorce? Estaba comenzando a

perder la cuenta, desperté y extendí la mano para despertar a Travis como

normalmente hacía, excepto que ésta vez no había nada allí en el otro lado

del colchón.

De inmediato supe que algo estaba mal. Travis nunca había sido un

madrugador y nunca se habría ido sin despertarme. Sentí su almohada.

Estaba fría al toque, como si se hubiera ido hacía horas.

Rodando fuera de la cama volé a través de la habitación y abrí las

persianas, inundando la habitación con luz. Grite el nombre de Travis

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02

mientras miraba debajo de la cama, busqué en el baño, abrí la puerta del

armario. Nada.

—¡PAPÁ, PAPÁ ABRE LA PUERTA! ¡SOY YO! —golpeé su puerta con ambos

puños.

Como la mía había sido reforzada con cuatro pesadas cerraduras de acero.

La más grande la habíamos encontrado en la ferretería al otro lado de la

cuidad. Escuché a papá buscar a tientas para deslizarlas y la puerta se

abrió con un crujido. Me miró con los ojos nublados e inyectados en

sangre, cortesía de pasar tarde en la noche bebiendo lejos sus problemas.

—¿Qué ocurre? —arrastró las palabras.

Utilice ambos brazos para empujar la puerta todo el camino abierto y cayó

de espaldas con un sordo gruñido.

—Travis no está. ¿Vino aquí dentro? ¿Lo has visto? ¿Dónde está? ¿Travis?

¡TRAVIS!

Busqué en la habitación, empujando a un lado el colchón para mirar

debajo de la cama y abrí las persianas para mirar fuera de la ventana.

Papá gimió como un oso herido y se cubrió los ojos.

—Lola, ¿qué diablos estás haciendo? ¿Qué hora es?

Me volví hacia él, mi pecho pesando, mis manos dobladas en puños

descansaban apretadamente contra mis caderas.

—¿No me escuchaste? Travis se ha ido. Desperté y él se había ido.

Papá parpadeó y se frotó la frente, empujando la piel tensa.

—Yo… estoy seguro que hay una explicación perfectamente razonable.

¿Cómo qué? Quise gritar. De nosotros tres Travis era el más tímido. Nunca

habría dejado la habitación sin decirme a dónde iba. Diablos, nunca

habría dejado la habitación sin llevarme con él. Sin embargo solo…

desapareció.

Por alguna razón pensé en un episodio de 20/20 que había visto en la

Televisión una vez. Había tratado sobre una madre que estaba de compras

con su hija de cuatro años. Se había detenido en la sección de comida

congelada para recoger una bolsa de guisantes. Cuando giró de vuelta su

hija se había ido. Ella había descrito que sintió como si alguna parte de

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ella había sido llevada lejos y así es como me sentía. Como si alguien

hubiera venido en la mitad de la noche y se hubiera llevado uno de mis

riñones. Cortado fuera mi bazo. Llevado fuera de mi vida. Tomado una

parte de mí que estaba demasiado conectada, que debería haber sido

imposible de robar sin matarme primero. A lo mucho debería haber

despertado.

—Lola, sé lo que estás pensando —comenzó Papá. Mi mirada abrasadora

lo cortó. No estaba de humor para escuchar lo que un borracho tenía que

decir.

—Tengo que encontrar a Maximus. Él debería saber qué hacer —decidí.

Estaba a medio camino por el pasillo cuando la voz de papá me siguió,

más fuerte de lo que nunca la había escuchado.

—DETENTE JUSTO ALLÍ JOVENCITA.

Me detuve en seco, demasiado aturdida para moverme. Los pasos de papá

hicieron eco cuando pisoteó hacia mí y jadeé audiblemente cuando agarró

mi brazo y me giró alrededor para encararlo.

—¿Nos mantenemos juntos, me escuchas? —disparó. Una vena palpitando

rápidamente a través de su frente y estaba asombrada de ver sus ojos

húmedos con lágrimas.

—¿Papá? —dije con incertidumbre.

—Si Travis ha desaparecido lo encontraremos juntos. No voy a perderte

también. Lola.

No voy a perderte también. Como pensaba que había perdido a mamá y a

Gia. Tragué duro y por primera vez desde que podía recordar miré lejos de

él. ¿Qué tipo de persona no piensa en su propia madre y hermana? Había

estado tan preocupada preocupándome por mí misma, por papá y por

Travis que había olvidado que tenía otra familia. Justo como ellas se

olvidaron de ti, agregó una pequeña voz astutamente. Mis hombros se

pusieron rígidos. Era doloroso, pero cierto. Travis y papá, ellos eran mi

única familia ahora. No podía permitirme el lujo de pensar en nadie más. Y

Maximus, la voz condujo de nuevo. No te olvides de él.

—No nos podemos arriesgar a ir allí afuera sin un plan, incluso si es de día

—dijo Papá. Dejó ir mi brazo y miró a la derecha, donde estaba mi

habitación. Sus ojos se estrecharon.

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—¿Viste esto? —preguntó antes de recoger algo fuera de la puerta. Un

pedazo de papel. Un pedazo de papel que no había visto porque había

salido corriendo fuera de la habitación. Demasiado rápido. Leyó la nota en

silencio, cuando su rostro palideció y su mano tembló, lo arrebaté.

El escondite y la búsqueda están terminados. Quiero jugar un nuevo juego ahora. Encuéntrame en la secundaria en la oscuridad, Mascota. O enviaré a tu amigo hacia ti… en pedazos.

Xoxo

Angelique

—Lola, ¿qué significa esto? ¿Quién es Angelique? ¿Es esto para ti? ¿Es

esto sobre Travis? ¿Lola? Lola, ¿puedes oírme?

Girando la cabeza, me senté en el medio del pasillo y hundí la cabeza en

mis manos. La nota revoloteó en la alfombra junto a mí. No necesitaba

verla de nuevo. Cada palabra, cada letra ya estaba quemando en mi

mente. Mi boca se abrió y cerró, pero ningún sonido salió.

Angelique finalmente me había encontrado. ¿En serio había creído que no

lo haría? Y en lugar de llevarme, en lugar de matarme, había hecho algo

mucho, mucho peor. Se había llevado a Travis; dulce, impotente Travis,

quien ya había sido traumatizado por un Bebedor. Todavía no había

hablado sobre lo que había ocurrido esa primera noche en la casa del Sr.

Livingston y nunca lo había presionado, pero gritaba en sueños algunas

veces. Horribles gritos eran arrancados de sus entrañas y se deslizaban a

través de mí como un cuchillo y me dejaba despierta por horas tratando de

no imaginar qué tipo de torturas había sido forzado a soportar.

Por no decirle sobre Angelique, por no advertirle que era algún tipo de

imán de monstruos, había permitido que esto pasara. Mi culpa. Todo esto

era mi culpa.

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Papá se cernía sobre mí y continuaba haciéndome las mismas preguntas

una y otra vez. ¿Quién es Angelique? ¿Qué es lo que quiere? ¿Dónde se llevó

a Travis? No tenía ninguna respuesta para él. Incluso no tenía respuesta

para mí misma.

—Maximus —susurré.

Papá detuvo su charla. Sus cejas fruncidas juntas.

—¿Qué? ¿Qué dijiste?

Miré hacia él. Dentro de mi pecho, mi corazón estaba corriendo, pero de

repente mi cabeza estaba clara como una campana y supe qué era lo que

tenía que hacer.

—Necesitamos a Maximus.

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Capítulo 18

Comienza la operación Rescate de Travis

Traducido por Jhos Corregido por amy_andrea

o pudimos encontrar a Maximus. Pareció, que como Travis,

simplemente había… desaparecido. Como las horas comenzaron a

pasar, cado una trayendo la puesta del sol más y más cerca, el

hoyo en el fondo de mi estómago crecía más y más grande. Allí no había

preguntas, sabía lo que tenía que hacer. Solo que no quería hacerlo.

No quería caminar directo hacia mi muerte como el manso cordero

proverbial haciendo fila para ser sacrificado. ¿Pero qué elección tenía?

Angelique tenía a Travis. No se podía negar eso punto. No sé cómo me

encontró, o porque no me mató cuando tuvo la oportunidad, pero eso no

importa. Nada importa excepto conseguir a Travis de regreso. Esta vez no

iba a correr hacia otro camino.

Papá pasó todo el día tratando de hacerme cambiar de idea. Él gritó,

engatusó y cuando eso no funcionó me amenazó para aterrorizarme.

Finalmente levanté la mirada de la mesa donde había extendido todos los

regalos de Maximus y le rodé los ojos.

—¿En serio? Papá, voy. Para de gastar tu aliento. —Giré mi atención de

regreso a las armas. Había decidido llevar dos conmigo con una gran

cantidad de balas. Todavía estaba debatiéndome entre llevar o no un

cuchillo, ya que eran mayores las probabilidades de rebanar mi propio

pulgar antes de llevarlo a cualquier lugar cerca de Angelique.

La briza alborotó mi cabello y suspiré, inclinando el rostro hacia el claro

cielo azul. Si estaba yendo para enfrentar la muerte, quería pasar tanto

tiempo en la luz como pudiera, que era por qué había movido la Operación

Salvar a Travis fuera a las mesas de picnic detrás del hotel.

N

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Eran viejas y ruinosas, pero los recuerdos que había pasado creándolas

eran un bálsamo calmante para los nervios que rompían y bailaban en mi

vientre como cables con corriente.

¿Cuántas comidas familiares se habían celebrado aquí? ¿Cuántos niños

habían devorado hamburguesas de queso y suplicado por más salsa de

tomate para sus perros calientes? ¿Cuántas parejas se habían sentado

lado a lado, compartiendo risas e historias tontas?

—Lola, no puedes hacer esto. Es una locura. Ir fuera al anochecer es loco.

Sabes lo que esas cosas pueden hacer —dijo papá, enviando lejos mis

pensamientos felices.

—¿Qué quieres que haga? Solo abandonar a Travis? Sabes que no puedo

hacer eso.

Sus ojos me suplicaron que lo reconsiderada.

—Travis no querría que hicieras esto. El no querría que arriesgues tu vida

por él.

—¿En serio? —Mis cejas se dispararon—. Porque si los Bebedores vinieran

en medio de la noche y me secuestraran estoy segura como el infierno que

querría que él viniera a mi rescate.

—Eso es… eso es diferente —murmuró, cambiando incómodamente de

lado a lado.

Recogí una de las armas más pequeñas y la amartillé, bizqueando a lo

largo de la vista. No por primera vez me pregunté dónde había conseguido

Maximus su pequeño arsenal de armas.

Entre más pensaba sobre ello más convencida estaba que era parte de

alguna organización ultra secreta del gobierno. Tal vez él había sido

asignado a nuestra ciudad, o tal vez solo había estado pasando a través

cuando los Bebedores comenzaron su ataque. La razón de por qué estaba

aquí no importaba. Todo lo que importaba era que parecía ser la única

persona que sabía qué diablos estaba pasando, incluso si no me lo dijera.

—Voy a hacer esto con o sin tu aprobación, papá.

—Entonces voy contigo —dijo.

Dejé caer el arma sorprendida y golpeé sobre la mesa.

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—Absolutamente no. No serías capaz de hacer nada incluso si vienes. Solo

me distraerás. —Fuerte, pero cierto. Papá no había participado en ninguna

de las lecciones de defensa de Maximus. Él era peor con un arma que yo

con un cuchillo y eso era decir algo.

Cubriéndose el rostro con una de sus manos, papa se dejó caer en uno de

las bancas. La madera podrida crujió debajo de su peso pero se mantuvo,

miró abajo entre sus rodillas cuando dijo, más a sí mismo que a mí:

—Pensé que estábamos a salvo. Éramos demasiado cuidadosos cada

noche. No sé cómo nos encontraron. No sé por qué están haciendo esto.

La culpa era como un sarpullido en la piel. Una sarpullido que seguía

picando y picando, pero nunca podías deshacerte de él. Papá había

asumido (y lo deje continuar haciéndolo) que Angelique nos había elegido

al azar. ¿Cómo podía decirle, en especial ahora, que yo era la razón por la

que nos había encontrado?

Me habría deshecho de las cicatrices en mis manos días atrás, pero

egoístamente las había mantenido, sabiendo lo que podían hacer. Si no

fuera por mí Travis nunca habría sido llevado. No había duda de que tenía

que ir para traerlo de regreso, incluso si eso significaba tomar su lugar.

—Va a anochecer pronto —dije, sombreando con mis manos contra el sol

cuando se arrastraba a las montañas a lo lejos—. Debería ponerme en

marcha.

La secundaria estaba en medio de la ciudad. Era la uno de los edificios

más antiguos en la historia, pero renovaciones recientes le habían dado al

viejo ladrillo enorme una faceta moderna. No había planeado entrar

pisando a pie a través de las puertas principales (pintadas en marrón en

honor a los colores de la escuela) hasta el dos de septiembre cuando las

clases estaban programadas para comenzar. Las cosas cambiaron,

supongo. En especial cuando los demonios Bebedores de sangre atacaron.

—¿Tienes siquiera un plan? —preguntó Papá.

Si presentarme a la escuela y ofrecerme a mí misma a Angelique en

intercambio por Travis contaba como un plan, entonces, sí, tenía uno.

—Por supuesto que tengo un plan. No soy estúpida. Y sé cómo defenderme

sola. —Bueno, al menos uno de esas cosas era correcta. Esperaba.

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—No me gusta eso. —Papá se puso de pies y cruzó los brazos—. Podríamos

solo irnos. Encontrar una forma de dejar la ciudad. Tiene que haber otras

personas allí afuera. Gente que sepa lo que está pasando. Gente que

pueda ayudarnos a conseguir a Travis de regreso sin que tengas que

arriesgar tu vida.

—O —contesté—, es incluso peor allí afuera de lo que es aquí. No, papá. Lo

siento, pero voy a ayudar a Travis. Tengo qué. Y no puedes detenerme.

—Nunca he podido, ¿no? —dijo. Una triste sonrisa tiró uno de los lados de

su boca—. Bien, Lola. Esperaré por ti en el hotel pero si no estás de

regreso en una hora estaré yendo detrás de ti y ese geek.

No pude evitarlo. Me eché a reír.

—Su nombre es Travis.

—Lo sé. Él todavía es un geek. Nunca podré comprender por qué ustedes

dos se llevan tan bien, pero estoy feliz que él haya estado allí para ti Lola.

—Aclaró su garganta, dejó caer su vista y murmuró—. En especial cuando

tu familia no pudo estar.

Eso era lo más cerca de una disculpa por su comportamiento como incluso

hubiera venido antes.

—Sí, bueno, no era tu culpa que mamá se fuera a través del país.

—Sí —dijo simplemente—. Lo fue.

Un extraño silencio cayó entre nosotros.

Parte de mí estaba feliz de que papá estuviera finalmente tomando su

responsabilidad por sus acciones. La otra parte de mí estaba molesta de

que había tenido que marcharme a mi muy inevitable muerte para que él

lo hiciera. ¿Por qué no pude venir de una familia normal? ¿Una familia

donde los niños no tuvieran que ser adultos y los adultos no actuaran

como niños? Esto era él por qué necesitaba rescatar a Travis. No porque él

era mi mejor amigo, no porque eso era lo correcto a hacer, sino porque sin

él, no tenía nada. Papá tal vez había estado relacionado a mí por sangre,

pero Travis era mi familia verdadera. Y cuando tu familia está en peligro tú

haces todo lo posible para salvarlos, sin hacer preguntas. En especial si tú

eras la razón por la que ellos están en peligro en primer lugar.

Palmeando sus manos enérgicamente juntas, papá asintió hacia el sol.

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—Todo bien compañera. Es mejor que te vayas. Recuerda, no tienes por

qué hacer esto.

Como si fuera a echarme para atrás ahora. Examinando la mesa de picnic

una última vez seleccioné la más pequeña de las armas de mano y la

empujé en mi bolsillo trasero, recogí otra (la que Maximus me había dado

la primera noche que me reuní con él) y la sostuve flojamente en mi mano

derecha, justo como él me había enseñado.

—Te veo pronto papá.

Probablemente deberíamos habernos abrazado. Ésta era una de esas

ocasiones, pero ninguno de nosotros se movió hacia el otro, e incluso

pensé si eso significaba que yo era una persona horrible, estaba

secretamente agradecida.

Esperé hasta que papá se giró y se dirigió de regreso dentro del hotel antes

de caminar a través de los campos de maíz, siguiendo el sendero que

habíamos grabado en los tallos con nuestros emprendimientos diarios en

la cuidad.

Cuando Maximus apareció al borde del campo, como si hubiera estado

esperando por mí todo el tiempo, ni siquiera salté. Cayó a un paso junto a

mí, igualándome paso por paso mientras esos penetrantes ojos azules me

estudiaban de la cabeza a los pies.

—¿Por qué estas llevando un arma? —dijo casualmente, como si estuviera

preguntando por qué había decidido vestir una camiseta roja.

—Por esto. —Sin detenerme pesqué la nota de Angelique fuera del bolsillo

trasero de mis vaqueros y la extendí a él. La leyó en el lapso de unos pocos

segundos y supe que terminó cuando sus maldiciones llenaron el aire. La

arrugó en una bola de papel, la tiró al suelo y la molió debajo del talón de

su bota.

—Hey —me quejé—. Eso es mío.

En un parpadeo estaba frente a mí, sus manos en mis hombros, su rostro

en mi rostro, sus ojos quemando en los míos.

—Chica estúpida, ¿acaso tu vida significa tan poco para ti?

No pensé, solo reaccioné. Mi mano saltó y el arma estaba entre nosotros,

nivelada directo a su pecho. Para su crédito ni siquiera parpadeó.

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—Buenos reflejos —dijo, levantando las manos de mis hombros en un

gesto de rendición.

—Fui enseñada por el mejor. —Lentamente bajé el arma. Con un

movimiento de novato. Maximus estaba detrás de mí y tenía mi brazo

torcido detrás de mi espalda y el arma fuera de mi mano antes de que

tuviera tiempo para gritar.

—Nunca —susurró en mi oído—, bajes tus defensas. —Empujó mi brazo

arriba una poco más alto, lo suficiente para causar que una punzada de

dolor se disparara a través de mi hombro, antes de soltarlo.

Frotando mi hombro, me di la vuelta y lo fulminé con la mirada.

—¿Alguna vez te han dicho que eres un verdadero idiota?

—Todos los días desde que me conociste —dijo Maximus tranquilamente.

Algo brilló en esos ojos azul lago de su, ¿humor? ¿Afecto? Antes de que

sacudiera la mandíbula hacia el maizal y su expresión se hiciera

formidable—. Ahora gira y ve de regreso al hotel. Conseguiré a Travis para

ti.

—No. —Crucé los brazos—. Ya he tenido esta conversación antes con

papá, así que todo lo que estás haciendo es perder el tiempo. Si quieres

ayudarme entonces ven, pero no puedes detenerme. Nada puede.

Sus cejas se fruncieron para formar una V sobre el puente de su nariz.

—Eres la más obstinada, irracional, terca…

—Por favor, para —suspiré, sosteniendo arriba mi mano—. Todos esos

elogios están haciéndome marear.

Maximus trató, pero no pudo contener la sonrisa que levantó las esquinas

de su boca. Corrió una mano a través de su cabello, tirando al final,

mientras yo hice mi mejor esfuerzo por ignorar el pequeño revoloteo que

tiró de mi corazón. Maximus era simplemente demasiado malditamente

guapo para su propio bien. Y misterioso. E inteligente. Y guapo.

Aparté la vista, molesta conmigo misma. Aquí estaba yo a solo minutos

lejos de mi casi certera muerte y estaba comiéndome con los ojos a un

chico. Estúpidas hormonas adolescentes.

—Vamos —dije apresurada—. Vamos.

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Maximus fácilmente ajustó su larga zancada a la mía corta así que

caminamos lado a lado.

—No puedo garantizar tu seguridad —advirtió—. Angelique es muy

poderosa y tú la molestaste.

Expulsé un suspiro enfurruñado.

—¿Cómo sabes eso? ¿Cómo incluso sabes quién es ella? ¿Cómo sabes

cualquier cosa?

—El conocimiento es nuestra propia fuente de poder. —Su frente cepillo

contra la mía. Me pregunté si el contacto había sido accidental. Eso no

importa, me dije con severidad. Nada importa sino conseguir a Travis de

regreso y tratar de no morir en el proceso.

Alcanzamos la escuela más pronto de lo que me hubiera gustado. Me

detuve para mirar a las letras grabadas a través de la entrada principal.

PREPARATORIA FAIRHILLS

Se suponía que comenzaría mi último año en el otoño. Clases fáciles.

Prácticas de graduación. Entrevista para la universidad. Omitir el último

día. Todo llevado lejos en un parpadeo.

Maximus extendió y enlazó sus dedos con los míos. Esta vez

definitivamente no había nada accidental sobre ello.

—Quédate aquí, Lola —dijo suavemente—. Conseguiré a Travis.

—¿Cuál es el punto de sobrevivir si no peleas por ello? —pregunté.

Maximus giró la cabeza. Escaneando mi rostro, con una mirada

inescrutable. Finalmente, al parecer satisfecho con lo que vio, deslizó su

mano libre y me entregó mi arma.

—Bien entonces, vamos a patearle el trasero a algunos Bebedores.

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Capítulo 19

Angelique

Traducido por nessie Corregido por Angeles Rangel

as luces estaban encendidas en el interior de la escuela. Los

pasillos, la cafetería, cada salón de clases, incluso los baños

estaban todos iluminados con un brillo abrasador que hería mis

ojos. Me había acostumbrado a la oscuridad tan rápido que me había

olvidado de cómo el ojo humano debía ser tan débil que nos exige que cada

pequeño rincón esté iluminado como si fuera mediodía.

Lado a lado Maximus y yo dimos un paseo por el centro del pasillo

principal. Lo miré de reojo bajo mis pestañas. Como siempre, parecía

tranquilo. Confiado. Arrogante, incluso, si lo juzgara por el contoneo de

sus caderas. Me hubiera gustado sentir lo mismo.

En cambio mis palmas sudaban tanto que era difícil mantener un buen

agarre de la pistola que Maximus me devolvió y mi corazón latía tan fuerte

que era una maravilla que Angelique no nos oyera venir a un kilómetro de

distancia.

O tal vez lo hizo. Ella me tenía como una especie de presa de depredador

(gato y ratón). Uno que veía a su presa caminar, luego cuando comenzaba

a sentirse segura WHAM la destroza en pedazos con sus garras.

Pasamos por mi antiguo casillero. No puede evitar reducir la marcha frente

a él y pasar mis dedos por el frío metal. Tantos casilleros. Tantos

estudiantes. Tantos compañeros de clase y amigos y maestros. ¿Alguno de

ellos habrá sobrevivido?

El sonido de un portazo rebotó en el pasillo, atravesando el silencio

espeluznante.

L

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No pude evitarlo. Grité. Lo mismo pasó cuando vi una serpiente

deslizándose por la hierba. Alguien podría decirme que estaba allí, pero un

vistazo de su cuerpo retorciéndose y yo grité de todos modos.

Maximus reaccionó con un poco más de madurez. Envolviendo los brazos

alrededor de mi cintura me empujó detrás de él, protegiéndome con su

cuerpo.

—Quédate atrás —dijo lacónicamente, como si estuviera pensando en salir

corriendo por el pasillo por mí misma.

Silencio tenso, y luego...

Una risa.

Sonó a través de la sala, alegre y amenazante, todo al mismo tiempo. El

vómito se levantó en el fondo de mi garganta y me lo tragué

instintivamente, tratando de no probar el sabor. Angelique. Reconocería

esa risa en cualquier lugar. Después de todo, está en mis sueños cada

noche.

Alguien gimió. No fue sino hasta Maximus miró por encima del hombro,

que me di cuenta de que había sido yo. Sus ojos oscuros preocupados,

colocó sus dedos debajo de mi mandíbula, levantándome la barbilla hasta

que nuestros ojos se encontraron, los míos anchos y aterrorizados, los

suyos oscuros y solemnes.

—Vas a estar bien Lola —prometió—. Yo nunca dejaría que nada te

pasara.

El pánico rodó sobre mí como un nubarrón, apagando la luz que había

brillado en forma de coraje. Coraje yo no tenía. Coraje nunca había tenido.

—No puedo hacer esto —exclamé, sacudiendo la cabeza de lado a lado—.

No puedo. No puedo. Estoy muy asustada.

Maximus simplemente me estrechó en sus brazos y acunó mi cabeza

contra su pecho como si fuera un niño. Sus manos se deslizaron por mi

espalda, corriendo arriba y abajo en un gesto destinado a consolar y

tranquilizarme.

—Eres la más valiente de todos ellos —susurró en mi oído—. Siempre lo

has sido.

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—¿No es tan dulce? Esto trae lágrimas a mis ojos. —Una voz arrastrando

las palabras, espesa como la miel. Angelique. Estaba aquí. Nos había

encontrado.

Tiré librándome del abrazo de Maximus. Se agachó y giró, un peleador

natural, un asesino experimentado. Por desgracia, no era tan grácil bajo

presión.

La pistola en mi mano se resistió mientras era descargada. Grité y la tiré

lejos de mí. La bala que había disparado salvajemente en el aire zumbó

junto a la cabeza de Angelique por escasos centímetros antes de hacer un

surcó en la pared al final del pasillo.

—¡Perra! —exclamó, con los ojos azules como el hielo quemando—.

¡Podrías haberme acertado!

—Esa era la idea general —le dije con voz temblorosa.

Las manos de Angelique se movieron hacia abajo a los lados de su

apretado vestido rojo de lentejuelas, sus uñas negras brillaron bajo las

luces fluorescentes. Se había vestido sin duda para la ocasión, pensé

mientras la estudiaba. Un vestido largo hasta el suelo, su pelo castaño

brillante en rizos, labios rojos cereza. Si no lo sabía asumiría que ella iba a

la fiesta de graduación.

Me atrapó mirándola fijamente, la boca de Angelique se curvó en una

mueca, revelando los colmillos de plata que la marcaron como un

monstruo.

—No recuerdo haber escrito dos invitaciones —dijo ella, mirando a

Maximus que estaba junto a mí, todos los músculos de su cuerpo se

tensaron listos para saltar.

—Estoy arruinando la fiesta —dijo él.

—Eso no es muy agradable. —Angelique hizo un mohín. Dio un paso hacia

delante. Maximus hizo lo mismo. Me quedé clavada en el suelo, incapaz de

moverme mientras comenzaban a dar vueltas entre sí, sus ojos

encontrados con la intensidad mortal de dos lobos enfrentándose a matar.

Dispárale, rogué a Maximus en silencio. Solo mátala y acaba de una vez.

Pero cuando miré hacia abajo a sus manos vi que estaban vacías de

cualquier arma y mi pistola, la que yo había tirado tontamente lejos de mí

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como una idiota, estaba en el otro lado de Angelique, bien fuera de su

alcance.

Todavía tenía la más pequeña, pero yo no quería jugar todas mis cartas.

Todavía no. No hasta que supiera dónde estaba Travis.

—Tú la marcaste —dijo Maximus a Angelique, en voz tan baja que apenas

podía oír.

—Debí haberla matado como lo hice con el resto. —Angelique sacudió los

hombros en un pequeño gesto—. Pero era tan deliciosamente intencional.

Hubiera sido una pena no poder jugar con ella primero.

Maximus hizo un gruñido bajo en su garganta.

—Ella no es un juguete.

Una sonrisa se extendió lentamente por el rostro de Angelique y en ese

momento, incluso a pesar de que ella era toda maldad y fealdad, era

hermosa también.

—Ah, pero ella lo es Maximus.

¿Maximus? ¿Cómo sabía su nombre?

—No hay ninguna razón para que te involucres —continuó Angelique—. La

chica está aquí. Obviamente aceptó mis condiciones. Ella misma es débil.

¿Qué más hay que discutir?

—¿Dónde está Travis? —dije en voz alta—. ¿Está aquí? ¿Está bien? ¿Qué

has hecho con él?

Al unísono se detuvieron y se volvieron para mirarme. Maximus lucía

furioso. Angelique simplemente se rio y se juntó las manos.

—¿Ves? —Ella sonrió por encima de sus dedos—. Tan deliciosamente sin

miedo. No he tenido una mascota así en mucho tiempo, Maximus. Y para

encontrar una en la primera ciudad... ¿Por qué? ¡No tiene precedentes!

¿Encontrar una en la primera ciudad? ¿Qué significaba eso?

—¿Maximus? —le dije con incertidumbre—. ¿De qué está hablando?

—Oooo —susurró Angelique suspirando—. ¿No le has dicho? Niño malo,

malo.

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Maximus echó la cabeza hacia un lado, pero no antes de ver el destello de

culpa en su rostro.

—Nada —dijo—. No es importante. No importa ahora.

—Dime —insistí—. ¿Qué quiso decir con primera ciudad?

—Quería decir… —Ronroneó Angelique cuando Maximus permaneció en

silencio—, que tu patética ciudad es el Origen, querida. La primera. Una

prueba beta, si quieres. Para ver si se podía hacerlo. Para ver la rapidez

con que diez mil personas podrían ser sacrificadas. —Tenía la cabeza

inclinada hacia un lado y frunció el ceño—. Mucho más rápido de lo que

nunca esperaba. No es divertido en absoluto, en realidad. Ustedes no

dieron exactamente lo que se diría batalla.

La cabeza me daba vueltas.

—¿Quieres decir… el resto del mundo… que no están… no lo hiciste...

—¿Cortar abrirlos, beber su sangre y destruir sus casas? No —dijo ella

dulcemente—. Me temo que no. Oh, no estés tan abatida, querida. Lo

haremos. Esta noche, de hecho. Si diez de nosotros puede hacer esto en

una noche, imagínate lo que les podemos hacer a diez millones en una

semana.

¿Diez? ¿Todas esas personas muertas, todo un pueblo desaparecido, y no

había habido más que diez de ellos? Me tambaleé hacia atrás, tambaleante

bajo el peso de todo este nuevo conocimiento. Todos los demás... el resto

del mundo... Seguro. No destruido, no está muerto, todavía no, por lo

menos. Solo una ciudad. Mi pueblo.

Mamá. Mi hermana. Aún con vida. Alivio fluyó a través de mí, seguido

inmediatamente por una ira tan poderosa que temblaba.

—Tú sabías —acusé a Maximus, apuntándolo con mi dedo—. Sabías que

solo estaba pasando aquí. Podríamos haber... ¡podríamos haber escapado!

¡Podríamos haber escapado pero nos dijiste que nos quedáramos! —Escupí

las palabras como dardos envenenados. Maximus se estremeció y dio un

paso hacia mí, un brazo estirado.

—Lola, no lo entiendes, no habría hecho una…

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—No. ¡NO! Voy a recuperar a Travis y nos iremos. Vamos a ir a decirle a

todos lo que pasó aquí y tú —escupí, poniendo los ojos en Angelique—.

Vas a pagar por lo que has hecho.

Se pasó una uña por el labio inferior, dibujándolo mientras consideraba

mis palabras.

—¿Es así? —dijo ella, pensativa.

—Eso es exactamente así —le dije.

—Oh, pequeña mascota. —Ella chasqueó la lengua contra el paladar y

sacudió la cabeza—. Estoy tan terriblemente apenada, pero yo

simplemente no puedo dejarte hacer eso. Advertir al resto del mundo sería

malo para los negocios, ya ves. Arruina el elemento sorpresa y todo eso. Y

hemos estado trabajando muy duro en esta sorpresa.

Saqué el arma de mi bolsillo trasero y apunté justo en medio de su frente.

—A mi parecer, no tienes muchas opciones. Ahora pon las manos detrás

de la cabeza y de pie contra las taquillas o te pego un tiro muerto, te juro

que lo haré. —Por favor, no dejes que vea mis manos temblando.

—No soy muy aficionada a las amenazas —dijo antes de abalanzarse sobre

mi garganta.

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Capítulo 20

El único Bebedor bueno es el Bebedor

muerto

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l arma se disparó. Angelique chocó contra mí cuando curveé mi

dedo alrededor del gatillo, enviando la bala al techo. Yeso llovió

sobre nosotras y luces parpadearon locamente mientras

rodábamos por el suelo.

Sus dientes gruñeron a un centímetro de mi cara. Levanté el arma y llevé

la empuñadura contra el costado de su cabeza. Esquivó el golpe con

facilidad y golpeó mi pecho con su rodilla, sacando todo el aire de mis

pulmones. Sin aliento, agarré su cabello y tiré de él. Ella gritó y se giró,

rasguñándome. Sus uñas pasaron por mi mejilla y terminaron chorreando

sangre.

—Luchas. —Se quedó sin aliento cuando clavé mi codo en su garganta—.

Como una niña.

Su respuesta fue agarrar la parte de atrás de mi cuello y golpear mi cabeza

contra los casilleros. Los golpeé con un estrépito y caí a la alfombra,

aturdida temporalmente.

Respirando pesadamente, su cabello torcido y sus ojos como fuego azul,

Angelique se elevó ante mí.

—Estúpida mortal —escupió—. Debería arrancarte las entrañas y usarlas

como un collar. —Retiró una mano, extendiendo sus garras viciosas

mientras se preparaba para dar el golpe de muerte que haría separar mi

cabeza de mi cuerpo.

E

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Por tercera vez, un disparo sonó. Por fin dio en el blanco previsto. En

cámara lenta vi la boca de Angelique abrirse en shock. Su cuerpo se

sacudió como si fuera una marioneta y alguien más la estuviese moviendo

con hilos, jugando con sus brazos y enviándola a caer hacia delante en un

salto de cisne. Sangre vomitó su boca, duchándome en un aerosol rojo

pegajoso.

El arma se disparó de nuevo. Su estómago explotó hacia afuera cuando la

bala atravesó su espalda y salió por su pecho, haciendo un agujero del

tamaño de un puño en su hermoso vestido.

Angelique cayó a mi lado y por un instante nuestros ojos se encontraron.

Su boca se abrió y se cerró, tratando de forzar la salida de palabras que no

vendrían. Yo no dije nada. No hice nada. Estaba congelada, obligada a

mirar en un horrible silencio cómo la vida menguaba fuera de su cuerpo.

Entonces Maximus estaba entre nosotras, con sus manos agarrando los

hombros de Angelique y sacudiéndola.

—¿Dónde está el chico? —gritó—. ¿Qué has hecho con él?

Su cabeza cayó hacia un lado. Sangre corriendo por las comisuras de su

boca sonriente.

—Hotel... pero... demasiado tarde... siempre... demasiado tarde.

¿Travis estaba en el hotel? Levanté un brazo y me apoyé débilmente contra

los casilleros. Maximus soltó a Angelique. Se dejó caer sobre la alfombra

manchada de sangre. Sus ojos se cerraron, sus largas pestañas se

extendieron sobre sus mejillas blancas como abanicos de seda. Un último

y tembloroso aliento, levantó su pecho y salió en silencio por su boca antes

de que ella simplemente... se desvaneciera.

—Está muerta. —Las palabras sonaron huecas. Me tambaleé sobre mis

pies y luego me dejé caer, incapaz de soportar mi propio peso. Estaba

bastante segura que tenía algunas costillas rotas. Y también mi tobillo.

Cortesía de las marcas de mordeduras de Angelique en mi mano, el dolor

que debía haber sentido no era más que un latido sordo. Haciendo caso

omiso, me centré en Maximus.

Se puso de pie delante de mí, con la cabeza inclinada, mirando hacia el

lugar donde había caído Angelique.

—Lola, yo…

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—Guárdalo. No hay nada que puedas decir. Estoy cansada de tus secretos

y mentiras —le dije con amargura—. Dijiste que me protegerías, y en

cambio no has hecho otra cosa que herirme. Voy a encontrar a Travis y a

papá y nos iremos. No quiero verte nunca más, Maximus. —Las palabras

quemaron mi garganta como si fuera ácido. Las lágrimas amenazaban con

derramarse, pero las parpadeé fuera. No podía creer que me hubiera

gustado en realidad este tipo. Y todo el tiempo había estado mintiendo

acerca de... bueno, de todo.

—¿Sabías que iban a venir aquí? ¿Sabías que iban a hacer esto? —No eran

preguntas que quería hacer. Eran preguntas que tenía que, aunque estaba

aterrada de escuchar las respuestas.

—Sí —dijo sin dudarlo. Un lloriqueo escapó de mis labios—. Lola, no había

nada que pudiera haber hecho. Yo…

—¡VETE! —grité, golpeándolo con mis puños. Rebotaron inofensivamente

fuera de su pecho, que solo sirvió para aumentar mi furia por diez. Aún

cuando quisiera, no podría hacerle daño. Hijo de puta.

Él capturó mis muñecas con facilidad.

—Basta —ordenó, sus ojos azules parpadeando—. No lo entiendes. No

había nada que yo pudiera…

—Si dices que no había nada que pudieras haber hecho una vez más, voy

a matarte. ¿Me oyes, Maximus? ¡Te voy a matar! —Y en ese momento

realmente lo habría hecho. Él tenía suerte de que Angelique me había

quitado la única arma que quedaba de mi mano—. ¿Cómo pudiste permitir

que esto sucediera? —Lo miré fijamente, tratando de ver lo que había

pasado por alto. Tratando desesperadamente de averiguar dónde había

visto mal—. Todas esas personas... pudiste haber hecho algo... —Mi voz se

quebró. Me apoyé en los casilleros, derrotada.

—Solo vete —murmuré, girando la cabeza hacia un lado—. Déjame en paz.

No quiero volver a verte de nuevo.

Soltó mis muñecas.

—Tienes que quedarte aquí esta noche. Es muy peligroso salir a la calle.

—¿Qué te importa? —Sacudí la cabeza, ya no era capaz de creer cualquier

cosa que dijera—. No te podría importar menos si vivo o muero.

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Su risa era, oh, tan amarga.

—Me preocupo demasiado. Me has hecho olvidar cosas, Lola. Cosas que no

tienen ningún derecho a olvidarse. Desde el primer momento en que te

conocí has estado bajo mi piel como una enfermedad de la que no me

puedo purgar, arrastrándose dentro, infectándome poco a poco.

—Has estado viendo Lifetime ¿verdad? —dije secamente.

Maximus sonrió, rápido y fugaz.

—Voy a irme, si es lo que quieres.

—Eso es lo que quiero.

Sus labios se entreabrieron, como si quisiera decir algo más, pero con un

pequeño encogimiento de hombros, se giró y se alejó, dejándome sola con

mis pensamientos y una alfombra con una terrible necesidad de un

limpiador de manchas.

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Capítulo 21

El fin de todo

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e desperté al amanecer. Mis músculos estaban adoloridos de

dormir acurrucada en una bola dentro de armario del conserje

y estiré los brazos por encima de mi cabeza mientras caminaba

fuera de la escuela, haciendo una pausa solo para recuperar el arma que

Angelique había lanzado fuera de mis manos. Durante la lucha se había

deslizado por el pasillo y resbalado debajo del bebedero. Estaba un poco

empolvada, pero por lo demás estaba bien para usar.

La otra pistola, con la que había disparado primero y caído, no estaba en

ningún lugar visible. Supuse que Maximus la había agarrado cuando se

fue.

Maximus. Me negué a incluso pensar en su nombre y lo desterré de todos

los rincones de mi mente. No podía permitirme el lujo de pensar en él.

Ahora no. Tal vez nunca más.

¿Sabía que ellos iban a venir aquí?

Sí.

Empecé a correr. A pesar de estar agotada tanto física como mentalmente,

no reduje la velocidad mientras corría precipitadamente por la ciudad,

volviendo sobre mis pasos de la noche anterior. La necesidad de encontrar

a Travis, asegurarme que estaba bien, era como una droga bombeando a

través de mis venas, llenándome de una especie de energía frenética. No

paré hasta que pasé por las puertas giratorias del hotel.

El olor de sangre me golpeó inmediatamente. Tenía un sabor metálico en

mi lengua y cerré la boca fuerte, apreté los dientes juntos hasta que mi

M

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mandíbula dolió. Aun así, el aroma invadió mis fosas nasales, dulce y

maduro como una manzana abandonada pudriéndose al sol. Mi estómago

se encogió, una reacción instintiva a lo que el olor de la sangre había

llegado a significar: Muerte.

Un Bebedor había estado en el hotel. Podía ver las marcas de sus garras

corriendo por toda la madera de la mesa principal. Nuestra reserva de

suministros había sido destrozada. Los pocos muebles en el vestíbulo

habían sido completamente destrozados, como si el Bebedor hubiera

entrado en una especie de rabia sin sentido, destruyendo todo a su paso.

Con el corazón en la garganta, corrí por el vestíbulo y subí rápidamente las

escaleras, gritando por papá y Travis con cada paso.

La verde y dorada alfombra amortiguaba mis pasos mientras corría por el

pasillo, pasando por una puerta tras otra hasta que llegué a la que había

compartido con Travis. La abrí y me lancé a su interior, estuve a punto de

caer de boca en la cama. El olor de sangre era más fuerte aquí. No había

duda de ello. No tenía punto convencerme a mí misma que estaba

imaginando cosas.

Las persianas todavía estaban pulcramente bajadas. Mi corazón palpitante

contaba los segundos mientras buscaba en el oscuro cuarto, al igual que

había hecho hace menos de veinticuatro horas, pero esta vez estaba llena

de un temor más profundo.

La habitación estaba vacía. Fui a la de papá, revisé debajo de la cama, abrí

la puerta del armario, grité en el baño. También estaba vacía. Pero sabía

que tenían que estar aquí. En algún lugar. La sangre estaba demasiado

fresca para que ya se hubieran ido. No me dejé pensar en lo que tanta

sangre podría significar.

Maldiciendo, llorando, suplicando tropecé en el pasillo y busqué

habitación tras habitación tras habitación, gritando hasta que mi voz

sonaba ronca.

Cuanto más me adentraba en el hotel, más oscuro se volvía, hasta que

estaba corriendo a ciegas y usando las paredes para apoyarme. Cuando vi

el florecimiento de luz en los bordes de una puerta al final del pasillo, mis

rodillas casi se doblaron.

Los había encontrado y estaban escondiéndose, como deberían. Sanos y

salvos. Una risa sin aliento se abrió paso entre mis labios. Me había

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preocupado a muerte por nada. Excepto que el olor a sangre era más

fuerte que nunca, y no podía evitar la terrible sensación de miedo que

amenazaba con estrangularme con cada respiración jadeante.

—¡Papá, Travis, estoy aquí! Soy yo. Estoy de vuelta. —Abrí la puerta y al

instante me cubrí los ojos, cegada por la luz después de tanto tiempo

corriendo en la oscuridad.

Poco a poco mi visión volvió, reenfocando como la lente de una cámara,

volviendo la nitidez en los bordes antes de adentrarse en espiral hasta que

todo estaba claro. Claro como el cristal, porque vi quién yacía en el suelo

en un charco de sangre. Y vi quién estaba parado sobre él. Y vi, por fin vi,

lo que había elegido pasar por alto durante demasiado tiempo.

—¿Está muerto? —Mis palabras salieron planas. Sin emociones. Mi

pregunta era retórica. Sabía que Travis estaba muerto. Nadie podía perder

tanta sangre y sobrevivir. Se filtraba por el suelo de baldosa, alcanzando

todo el camino hasta la puerta y me vi obligada a pasar sobre ella mientras

caminaba hacia el cuerpo de mi mejor amigo.

Maximus levantó la vista y perdí el aliento con el golpe de traición. Incluso

ahora, frente a Travis tendido ensangrentado y muerto en el suelo, incluso

después de todo lo que había aprendido la noche anterior, no me había

permitido imaginar... nunca había pensado... pero la sangre no podía

mentir y la cara de Maximus estaba cubierta con ella.

—Tú —le susurré en agonía—. ¿Cómo pudiste?

Su boca se abrió y se cerró. Era rápido, tan rápido, pero vi el destello de

decirme sobre la historia de la plata antes de que pudiera ocultarlo. Alargó

la mano hacia mí en una súplica silenciosa. La sangre goteaba de sus

dedos.

—Esto no es lo que parece —dijo rápidamente mientras sus ojos iban de

mi rostro a Travis y viceversa—. Lola, no lo entiendes. Déjame explicarte.

—¿No es lo que parece? —repetí con voz apagada. Esperé a que el dolor

comenzara, pues aunque había renunciado a Maximus anoche, una

pequeña parte de mí todavía confiaba en él. Todavía creía en él. Quería

estar junto a él.

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Sin embargo, me sentía... entumecida. Fría. Distante, como si le estuviera

sucediendo a otra persona. Como si el mejor amigo de alguien más

estuviera muerto en el suelo en un charco de su propia sangre.

—Tú eres uno de ellos, Maximus. Eres un... un... Bebedor. Un monstruo.

—Mi voz temblaba de emoción—. Y mataste a Travis. Lo mataste.

La mirada de Maximus cayó a mi mano izquierda.

El arma. La había traído conmigo cuando entré en el hotel pero incluso

había olvidado que la sostenía. Tomando una respiración profunda y

temblorosa, la levanté y apunté. Por primera vez, mis manos no vacilaron.

Maximus retrocedió un paso y se detuvo. Se quedó inmóvil.

—Házlo, entonces. Te enseñé cómo hacerlo. Un disparo a la cabeza, uno al

corazón. Solo házlo, Lola. Si piensas que podría hacer esto, ya estoy

muerto.

—No. —Miré a Travis. Pobre, dulce, amable Travis. Sus ojos estaban

abiertos, mirando hacia el techo—. Él es el que está muerto. —Apunté el

arma al mortal punto en el pecho de Maximus. Apuntando justo en su

negro y mentiroso corazón. Esta vez no se lo perdonaría. Esta vez le haría

tanto daño como él a mí.

—Lola, te a…

Apreté el gatillo.

Fin…

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Extracto de la siguiente novela Death Day,

Black

o vienen por nosotros el primer día, ni el segundo, ni siquiera el

tercero. Es peor de esa forma, creo. Si voy a morir preferiría que

mi garganta estuviera degollada de oreja a oreja que tener mi

estómago abierto y mis intestinos fuera. Una muerte tan rápida y eficiente

como la caja de cinco artículos o menos del supermercado. Eso es lo mejor

que podemos esperar por ahora.

Como un gato jugando con un ratón se burlan de nosotros desde las

sombras, haciéndonos saber por el parpadeo de sus ojos diabólicos y el

deslizar de sus lenguas demoníacas que no se han olvidado. Ellos saben

que estamos aquí, acobardándonos en la vieja y olvidada gasolinera en la

interestatal 78. Saben cuántos somos. Saben exactamente cuánta comida

nos queda. Cuánta agua. Cuánta esperanza. Cuánta cordura.

El objetivo descansa en la mañana del cuarto día. Su diminuto cuerpo

contraído por el hambre y la desesperación, irrumpe a través de las

puertas y suplica por su vida en la oscuridad. Ellos la mandan de vuelta

hecha pedazos.

Estoy tentada a ir la próxima vez. ¿Qué tengo para perder? No

sobreviviremos a esto. Con una decisión impulsiva los he condenado a

todos. Lo sé. Mis compañeros lo han sabido. Los monstruos que esperan

ahí fuera lo saben. Si fuera una persona más noble me sacrificaría. Me

arrojaría a las llamas de mis pecados y esperaría que mi muerte

apaciguara a los demonios escondidos en la oscuridad.

Por desgracia para todos los demás, estoy demasiado lejos de ser noble.

Así que continuamos esperando. Esperamos todo el día y esperamos toda

la noche. Esperamos durante el resto de la comida y la última botella de

agua. Esperamos hasta que todos estamos demasiado débiles como para

estar de pie. Demasiado débiles para luchar, lo que es divertido, porque de

todas maneras nunca habríamos sido capaces de luchar contra ellos.

N

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Sin embargo, a veces te dejan. Es su entretenimiento; observar nuestros

débiles cuerpos gesticular frenéticamente mientras intentamos defender

nuestras gargantas. Estúpido. Somos tan estúpidos. Incluso ahora,

cuando nuestro número ha disminuido de billones a solamente cientos,

nos quedamos mudos como piedras.

Ellos dicen que los más aptos sobreviven, pero eso no es verdad. Los que

tienen suerte sobreviven. Y la suerte muere. Sin razón aparente. Nada de

lo que puedas hacer o decir prevendrá lo que te ocurrirá.

En el sexto día sé lo que tengo que hacer. Podría no morir noblemente,

pero estoy más que segura que no voy a morir como una estúpida.

—Voy a salir —le anuncio al grupo. Ellos me miran, sus cuerpos tiemblan

por la sed, el blanco de sus ojos se hincha de terror.

—¿Afuera? —dice Vivi, la más joven de todos—. ¿Por qué?

Me encojo de hombros. ¿Por qué no hacer nada? ¿Por qué acobardarse en

una gasolinera que huele a sudor rancio y a miedo? ¿Por qué salir para ser

hecha pedazos y exponerme como un pobre y estúpido objetivo?

Cada acción tiene una reacción igual y opuesta. Newton dijo eso. Un chico

inteligente ese Newton. Mi jodida y pobre idea fue la acción que me trajo

aquí. ¿Qué mejor acción podía haber que enfrentarme a la oscuridad? Las

probabilidades no me matarán en el acto. Por alguna extraña e insondable

razón parece que les gusto. Mi fuerte instinto de supervivencia los divierte.

O eso asumo.

—Esperen diez minutos —le digo a Vivi y al resto—. Entonces salgan por la

puerta trasera y corran a toda prisa. Es su mejor golpe.

Los extraños ojos de Vivi de color, uno azul y otro verde, se estrechan

hasta convertirse en rendijas, recordándome a una víbora. Y

recordándome que a pesar de su diminuto tamaño y juventud, esta

pequeña víbora te rasgará de pies a cabeza tan pronto como la mires.

—No —dice tercamente.

—Bien. —Me encojo de hombros nuevamente—. Hagan lo que quieran. —

No habrá discursos por mi parte. No voy a ir y llamarles “nenazas”. No soy

un líder. Ya no. Perdí ese título cuando nos traje aquí para morir.

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—No grites —susurra Vivi antes de fundirse en las sombras y desaparecer

detrás de una expositor volcado de patatas fritas.

No grites. Tal vez esa es una promesa que sea capaz de cumplir.

Crujo los nudillos. Giro mi cuello hasta que lo escucho crujir. Agarro el

puñal de mi cinturón y lo sostengo en mi mano derecha con ligereza. Sin

mirar atrás, salgo al encuentro de mi destino.

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¡Siguiente libro!

ola es uno de los últimos seres humanos que quedan. Escondida

por su padre cuando el primero de los Bebedores atacó, ahora es

un nómada, viajando de ciudad en ciudad devastada. Obligada a

robar lo que necesita para vivir durante las pocas horas preciosas de luz

que quedan, Lola se vuelve más desesperada y audaz durante el día.

Cuando una terrible decisión la pone a merced de aquellos que le

arrancaron todo, deberá apoyarse en la única persona en la que no puede

confiar para sobrevivir: Maximus, el Bebedor responsable de la muerte de

su mejor amigo.

#2 de la serie Death Day

L

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Jillian Eaton

ebo demasiado café. Me

encantan los patos y los

caballos. La lectura es

probablemente mi pasatiempo favorito.

Solía tener una ardilla como mascota

llamada Baby Clem. Estoy convencida de

que mi perro es en parte dingo. Más que

cualquier otra cosa en el mundo entero

me encanta escribir. Lo que empezó como

algo que solía hacer en clase de Algebra

(lo siento Sr. Given) se ha convertido en

una total obsesión. También me encanta conocer y charlar con otros

escritores y lectores, ya que sabemos qué hacemos que el mundo gire.

B

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