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1° Unidad: Evolución de la
Conducta Sexual Cultura
Matrística y Patriarcal.
Mauricio Duhalde Bertín
Matrón
“Cuando el patriarcado pastor llegó se produjo un encuentro violento entre la cultura patriarcal y la cultura matrística, que eran diametralmente opuestas. Mientras que en la cultura patriarcal había apropiación en la otra no la había; mientras que en la cultura patriarcal había signos de jerarquías, en la cultura matrística no hay signo de jerarquías; mientras que la cultura patriarcal estaba centrada en la guerra, la matrística no. […]
HUMBERTO MATURANA
"Nos han obligado a creer que la historia humana ha sido siempre así: gobernada por hombres guerreros más o menos poderosos según la fuerza de sus espadas y el poder de sus ejércitos. Hemos interiorizado una única versión de la historia llena de fronteras, emperadores y guerras. Nos han hecho creer, o nos hemos creído, que antes de la aparición de las catalogadas como primeras civilizaciones no había nada, que los seres humanos vagaban por ahí malviviendo y luchando contra la naturaleza hostil."
Marija Gimbutas (1921-1994)
PATRIARCADO
El patriarcado es un concepto utilizado por las ciencias sociales, en especial en la antropología y en los estudios feministas. Hace referencia a una distribución desigual del poder entre hombres y mujeres en la cual los varones tendrían preeminencia en uno o varios aspectos, tales como la determinación de las líneas de descendencia (filiación exclusivamente por descendencia patrilineal y portación del apellido paterno), los derechos de primogenitura, la autonomía personal en las relaciones sociales, la participación en el espacio público -político o religioso- o la atribución de estatus a las distintas ocupaciones de hombres y mujeres determinadas por la división sexual del trabajo.
“el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia.”
Marta Fontenla
algunas características del
patriarcado Está compuesto de usos, costumbres, tradiciones, normas
familiares y hábitos sociales, ideas, prejuicios, símbolos, e incluso leyes cuya enseñanza-aprendizaje asegura su transmisión de generación en generación.
Define los roles o estereotipos sexuales y por mecanismos de la ideología, los hace aparecer como naturales y universales.
Se ha presentado con diferentes formas en diferentes tiempos y lugares
Las mujeres están expuestas a distintos grados y tipos de opresión patriarcal, algunas comunes a todas y otras no.
Fue la primera estructura de dominación y subordinación de la Historia y aún hoy sigue siendo un sistema básico de la dominación, el más poderoso y duradero de desigualdad y el que menos se percibe como tal.
MATRIARCADO
Existe una tendencia de asociarlo con las rasgos definitorios del patriarcado y asignarle el mismo orden jerárquico como se hace en el caso del hombre, esta vez centrado la mujer.
Esta simplificación de la complejidad lleva a que muchos antropólogos se nieguen a afirmar que “exista” una tradición social centrada en la autoridad femenina.
Esa negación se debe a la falta de constatación fáctica que respalde este hecho.
Desde esa perspectiva podemos decir
que una cultura patriarcal y otra
matriarcal son lo mismo, con la única
diferencia que la figura de poder en una
es masculina y en la otra femenina.
Por lo tanto lo que es realmente opuesto
a una cultura patriarcal según Maturana es
una cultura Matristica
¿MATRISTICA?
En la cultura matrística hombres y mujeres
tenemos los mismos derechos, y tenemos
diferencias biológicas, pero no diferencias
sociales, se trata de una cultura de
colaboración
CULTURA MATRISTICA VS PATRIARCAL
CULTURA PATRIARCAL
Según Maturana los aspectos puramente patriarcales de la manera de vivir de la cultura patriarcal constituyen una red cerrada de conversaciones caracterizada por las coordinaciones de acciones y emociones que hacen de nuestra vida cotidiana un modo de coexistencia que valora la guerra, la competencia, la lucha, las jerarquías, la autoridad, el poder, la procreación, el crecimiento, la apropiación de los recursos, y la justificación racional del control y de la dominación de los otros a través de la apropiación de la verdad.
Así, en nuestra cultura patriarcal hablamos de luchar en contra de la pobreza y el abuso cuando queremos corregir lo que llamamos injusticias sociales, o de luchar contra la contaminación cuando hablamos de limpiar el medio ambiente, o de enfrentar la agresión de la naturaleza cuando nos encontramos ante un fenómeno natural que constituye para nosotros un desastre, y vivimos como si todos nuestros actos requiriesen del uso de la fuerza, y como si cada ocasión para una acción fuese un desafío
En nuestra cultura patriarcal vivimos en la desconfianza, y buscamos certidumbre en el control del mundo natural, de los otros seres humanos, y de nosotros mismos.
Continuamente hablamos de controlar nuestra conducta o nuestras emociones, y hacemos muchas cosas para controlar la naturaleza o la conducta de otros, en el intento de neutralizar lo que llamamos fuerzas antisociales y naturales destructivas, que surgen de su autonomía.
En nuestra cultura patriarcal no aceptamos
los desacuerdos como situaciones legítimas
que constituyen puntos de partida para una
acción concertada frente a un propósito
común, y debemos convencernos y
corregirnos unos a otros, y solamente
toleramos al diferente en la confianza de que
eventualmente podremos llevarlo a él o a
ella por el buen camino que es el nuestro, o
hasta que podamos eliminarlo o eliminarla
bajo la justificación de que está equivocado.
En nuestra cultura patriarcal vivimos en la apropiación, y actuamos como si fuese legítimo establecer por la fuerza bordes que restringen la movilidad de los otros en ciertas áreas de acciones que antes de nuestra apropiación eran de su libre acceso.
Más aún, hacemos esto mientras retenemos para nosotros el privilegio de movernos libremente en esas áreas, justificando nuestra apropiación de ellas mediante argumentos fundados en principios y verdades de las que también nos hemos apropiado.
Vivimos en la desconfianza de la autonomía de los otros, y estamos apropiándonos todo el tiempo del derecho a decidir lo que es legítimo o no para ellos en un continuo intento de controlar sus vidas.
En nuestra cultura patriarcal vivimos en la jerarquía que exige obediencia, afirmando que una coexistencia ordenada requiere de autoridad y subordinación, de superioridad e inferioridad, de poder y debilidad o sumisión, y estamos siempre listos para tratar todas las relaciones humanas en esos términos.
Así, justificamos la competencia como la manera de establecer la jerarquía de los privilegios bajo la afirmación de que la competencia promueve el progreso social al permitir que el mejor aparezca y prospere.
En nuestra cultura patriarcal estamos
siempre listos a tratar a los desacuerdos
como disputas o luchas, a los argumentos
como armas, y describimos una relación
armónica como pacífica, es decir, como la
ausencia de guerra, como si la guerra
fuese la actividad propiamente humana
más fundamental.
CULTURA MATRISTICA
La cultura matrística prepatriarcal europea, a juzgar por los restos arqueológicos encontrados en la zona del Danubio, los Balcanes y área Egea (Marija Gimbutas, 1982), debe haber estado definida por una red de conversaciones completamente diferente a la patriarcal.
No tenemos acceso directo a tal cultura, pero la red de conversaciones que la constituía puede ser reconstruida a partir de lo que es revelado en la vida cotidiana por aquellos pueblos que aún la viven, y por las conversaciones no patriarcales aún presentes en las mallas de la red de conversaciones patriarcales que constituye nuestra cultura patriarcal ahora.
Así, debemos deducir a partir de los
restos arqueológicos mencionados, que la
gente que vivía en Europa entre siete y
cinco mil años antes de Cristo, eran
agricultores y recolectores que no
fortificaban sus poblados, que no tenían
diferencias jerárquicas entre las tumbas
de los hombres y las mujeres, o entre las
tumbas de los hombres, o entre las
tumbas de las mujeres.
También podemos ver que esos pueblos
no usaban armas como adornos, y que en
lo que podemos suponer eran lugares
ceremoniales místicos (de culto),
depositaban principalmente figuras
femeninas.
Más aún, de esos restos arqueológicos se
deduce que las actividades culticas
(ceremoniales místicos) estaban centradas
en lo sagrado de la vida cotidiana en un
mundo penetrado por la armonía de la
continua transformación de la naturaleza
a través de la muerte y el nacimiento, bajo
la forma de una diosa en la forma de una
mujer o de una combinación de mujer y
hombre.
¿Cómo vivía este pueblo matrístico?
Los campos de cultivo y recolección no
eran divididos, nada muestra que se
pudiese hablar de la apropiación de ellos.
Cada casa tenía un pequeño lugar
ceremonial, además del lugar ceremonial
de la comunidad.
En la ausencia de la dinámica emocional de la apropiación, esos pueblos no pueden haber vivido en la competencia, pues las posesiones no eran elementos centrales de la existencia.
Además, como bajo la evocación de la diosa madre los seres humanos eran, como todas las criaturas, expresiones de su presencia, y por lo tanto, iguales, ninguno mejor que los otros, a pesar de sus diferencias, no pueden haber vivido en las acciones que excluían sistemáticamente a algunas personas del bienestar que surgía de la armonía del mundo natural.
El deseo de dominación recíproca no debe haber sido parte del vivir cotidiano de esos pueblos matrísticos.
El respeto mutuo debe haber sido su modo cotidiano de coexistencia en las múltiples tareas involucradas en el vivir de la comunidad.
El vivir en una red armónica de relaciones, como aquella que evoca la noción de la diosa, no implica operaciones de control o concesiones de poder.
Los niños de esa cultura matrística deben
haber crecido en ella con la misma
facilidad como nuestros niños crecen en
nuestra cultura, y para ellos ser
matrísticos en la estética de la armonía
del mundo natural, debe haber sido
natural y espontáneo.
No hay duda de que tienen que haber
habido ocasiones de dolor, de enojo, y
agresión, pero ellos como cultura, a
diferencia de nosotros, no vivían en la
agresión, la lucha y la competencia, como
aspectos definitorios de su manera de
vivir, y el quedar atrapado en la agresión
debe haber sido para ellos, por decir lo
menos, de mal gusto.
A partir de esta manera de vivir podemos inferir que la red de conversaciones que definía a la cultura matrística no puede haber consistido en conversaciones de guerra, lucha, negación mutua en la competencia, exclusión y apropiación, autoridad y obediencia, poder y control, bueno y malo, tolerancia e intolerancia, y justificación racional de la agresión y el abuso.
Al contrario, las conversaciones de dicha
red tienen que haber sido conversaciones
de participación, inclusión, colaboración,
comprensión, acuerdo, respeto y
conspiración
No hay duda, de que la presencia de estas palabras en nuestro hablar moderno indica que las coordinaciones de acciones y emociones que ellas evocan o connotan también nos pertenecen a nosotros ahora, a pesar de nuestro vivir en la agresión.
Sin embargo, en nuestra cultura reservamos su uso para ocasiones especiales, porque no connotan para nosotros ahora nuestro modo general de vivir, o las tratamos como si evocasen situaciones ideales y utópicas, más adecuadas para los niños pequeños del jardín infantil que para la vida seria de los adultos
“Recientes hallazgos arqueológicos indican que en la Europa neolítica se desarrolló una sociedad matrística (de “matriz”). No era una sociedad en que las mujeres dominaran a los hombres, sino una cultura en que hombres y mujeres eran copartícipes de la existencia”
Humberto Maturana
La “Vieja Europa”
“El término Vieja Europa se aplica a la cultura pre-indoeuropea, una cultura matrifocal y probablemente matrilineal, agrícola y sedentaria, igualitaria y pacífica. Contrasta agudamente con la cultura proto-indoeuropea que viene después, que era patriarcal, estratificada, pastoral, móvil, y guerrera, que se impuso en toda Europa excepto en algunas franjas del sur y del oeste de Europa, a lo largo de tres olas de infiltración desde las estepas rusas, entre el 4500 y el 2500 a.c.”
Marija Gimbutas, “Diosas y Dioses de la Vieja Europa”.
En los milenios VII, VI, y V a/c., los agricultores del Este de Europa desarrollaron un modelo cultural peculiar.
Este tiempo, es coincidente con la aparición de la agricultura y el progresivo sedentarismo, lo que ha venido a conocerse como Revolución Neolítica (el paulatino paso de las sociedades cazadoras-recolectoras hacia la agricultora) y en muchas regiones europeas coincidiría además, con la cultura megalítica (construcción de dólmenes, menhires y Cromlechs).
Durante el Neolítico se logro un mayor
control de la reproducción de plantas y
animales gracias al desarrollo de la
agricultura y la ganadería. Esto a su vez
sentó las bases materiales para el
surgimiento de densos asentamientos
sedentarios y un rápido crecimiento
demográfico
Estos pueblos no adoraban a belicosos dioses
guerreros (como los que se han apoderado de
la mitología calificada como Clásica) sino que
sus ritos y creencias seguían siendo herencia
del animismo paleolítico y, por tanto, muy
similares a los de las pocas culturas indígenas
actuales que se mantienen todavía al margen
de la sociedad industrial:
Las culturas más antiguas de la humanidad llegaron a la conclusión de que la vida surgía, se perdía y volvía a aparecer en un ciclo incesante (como les daban a entender las distintas fases de la luna, por ej.).
Entendieron que todos los elementos componentes de la naturaleza sin excepción (plantas, árboles, rocas, montes, agua, viento, sol, luna, estrellas, mar...) eran seres vivientes como el ser humano mismo, puesto que todos esos elementos tomaban parte de igual manera en el ciclo de vida, muerte y regeneración.
En el marco de este pensamiento animista,
concluyeron que la naturaleza en su conjunto
era una mujer/madre generadora de vida y
crearon la gran metáfora que ha marcado el
pensamiento del ser humano hasta nuestros
días. Hoy en día está plenamente
documentado que esta metáfora de
natura/mujer es patente en todo el arte
neolítico a través de miles y miles de imágenes
El Neolítico es la época en que se desarrollaron la agricultura y la cría de animales; ahora la antigua mitología lunar era experimentada en relación al ciclo de las cosechas, donde la gente veía las etapas luminosas y oscuras de la luna reflejadas en las fases fértiles y áridas de las estaciones. La semilla invisible plantada en la oscuridad del seno de la tierra se volvía visible en la forma de verdes tallos y luego en la cosecha que era recogida y transformada en comida por el trabajo de hombres y mujeres. La Gran Madre fue venerada en todo el mundo Neolítico.
Todo lo que era de la tierra, ya fuera roca
o fuente, árbol o fruta, grano o hierba, era
sagrado porque llevaba la vida de la Gran
Madre, ofrecida para el sostenimiento de
sus hijos. Ninguna especie era superior a
otra.
Las mujeres de la era Neolítica estaban relacionadas de cerca con el ritmo de la siembra y el recogimiento de la cosecha, porque participaban en el misterioso proceso por el cual la vida crecía en la oscuridad de su vientre y renacía como su hijo, y por lo tanto se creía que ayudaban mágicamente a la fertilidad de las cosechas, de los árboles y de los animales. Eran guardianas de la vida, sanadoras de la vida, entrenadas en el uso de hierbas y ungüentos y en el arte de decorar alfarería. Un complejo simbolismo relacionaba el ritmo lunar en el cuerpo de la mujer con el misterio lunar de la continua regeneración de la vida
Gracias al trabajo de recomposición del universo simbólico neolítico realizado por Marija Gimbutas, sabemos que la Diosa fue representada de muy diversas formas y adoptando diferentes roles. Así, al personificar la totalidad de la naturaleza, contenía en si misma atributos de fertilidad pero también de muerte, pues ambos aspectos son indisolubles de la vida misma. Podía ser representada como una mujer embarazada o dando a luz; podía representar la vida vegetal y la renovación cíclica de las estaciones; o podía representar la muerte o el renacimiento de los seres vivos.
La Diosa de la Vieja Europa también se
metamorfosea en numerosos animales que la
representan: la Diosa-pájaro (que une el cielo
y la tierra, la lluvia y los manantiales); Diosa
serpiente (símbolo de renovación cíclica como
indica su muda de piel); Diosa osa y Diosa
Cierva (símbolo maternidad); la diosa pez
(relacionada con el útero y el liquido
amniótico)…la lista es amplísima.
SOCIEDADES IGUALITARIAS Y
PACÍFICAS Los primeros asentamientos sedentarios del
neolítico europeo, a pesar de formar en muchas ocasiones poblaciones de miles de habitantes y estar asentadas en sitios vulnerables, carecían de muros defensivos.
Es más, no existen rastros de guerras durante siglos y aunque conocían la metalurgia no la aplicaban para fabricar armas.
Además en su arte colorido y naturalista, no se ha encontrado absolutamente ningún motivo militar.
Todos estos indicios permiten suponer el carácter pacifico de aquellos primeros europeos.
En aquellas primeras ciudades, algunas de hasta 20.000 habitantes, no hay indicios de jerarquización ni de castas sociales, pues en los yacimientos se ha constatado una uniformidad en las construcciones de las casas sin destacar unas sobre otras.
Tampoco hay indicios de jerarquización en los enterramientos, pues no se ha encontrado ningún ajuar más suntuoso que otro, teniendo además idéntica importancia el del hombre y el de la mujer.
Este último dato también es un indicio de una aparente igualdad entre los sexos que Marija Gimbutas denominaba Gylanía y que según ella tuvo como consecuencia una sociedad pacifica e igualitaria en la que floreció el arte y la arquitectura.
La muerte del viejo mundo
(La irrupción de la guerra y el patriarcado)
Los primeros episodios de civilización
patriarcal en la Vieja Europa, datan de
mediados del 4000 a.c., y se irán
desarrollando hasta el 500 a.c. cuando en
esa misma zona se concreta la civilización
actual, con reglas y leyes desarrolladas
que abarcan todos los aspectos de la vida
humana del contrato social moderno.
A partir del 4.400 a.C. Europa comienza a sufrir el ataque de pastores nómadas que trajeron consigo el final de la cultura neolítica de la Vieja Europa gradualmente en tres etapas: 4.400-4.200, 3.400-3.200 y 3.000-2800 a.c.
Los indoeuropeos en su conjunto parecen caracterizarse por un cambio de costumbres y hábitats: nueva religión masculina por su sociedad patriarcal con instituciones sociales y especialización social por la presencia de guerreros; sociedad guerrera y por tanto poblados fortificados en lugares altos y predominantemente estratégicos
Los saqueos más antiguos que se han
registrado arqueológicamente tuvieron lugar
en las cuencas bajas del Dniéper y el Danubio,
y su datación por radiocarbono está fechada
entre el 4300 y 4000 a.c. Es decir, ocurrieron
hace 6000 años
Los pueblos indoeuropeos invasores
constituían tribus guerreras bien organizadas,
que conocían el caballo y la metalurgia del
hierro.
Eran tribus organizadas según el sistema de
jefatura y descendencia patrilineal, y adoraban
a dioses guerreros masculinos. El hacha, el
puñal y la espada constituían los símbolos del
poder divino. Domesticaron el caballo y
aprendieron la metalurgia del bronce de los
caucásicos hacia el 3500 a/c, y aplicaron por
primera vez los metales y los animales para la
guerra.
Se produjeron las invasiones de bandidos indoeuropeos, de pueblos nómadas desconocedoras de la agricultura, que residían en zonas donde los recursos alimentarios habían sido abundantes. Pero tras sobrepasar sus límites y empezar a escasear y necesitados de pastos para alimentar a sus rebaños, atravesaron e invadieron territorios ajenos, en busca del codiciado alimento, saquearon, devastaron las codiciadas regiones y terminaron destruyendo gran número de pueblos y modificando la estructura social.
Fueron los arios, los luvianos, los aqueos, los kurgos, los hebreos, los dorios: las oleadas de migraciones que según Gimbutas asolaron Europa en tres fases: la ola nº 1 del año 4300 AC, la 2ª ola del año 3200 AC y la nº 3 del año 3000 AC.
Conquistaron otras regiones y destruyeron culturas de muchas regiones, en donde impusieron sus ideologías.
Y se generalizó el patriarcado por la fuerza de la violencia y la guerra: según Gimbutas la cultura patriarcal de los indoeuropeos supuso la destrucción de una cultura uniforme, matriarcal y pacífica, que había perdurado en toda la Europa antigua durante veinte mil años atrás, del Paleolítico al Neolítico
A partir de entonces se notan cambios
profundos en los registros arqueológicos:
aparecen muchas armas, pero desaparecen el
sistema de símbolos y el arte de la Antigua
Europa neolítica; se nota el hundimiento de la
agricultura y el auge de la ganadería, la
decadencia de las ciudades y el aumento del
nomadismo; la abundancia de los ídolos
masculinos y la desaparición de las
representaciones de la diosa
Y con el surgimiento de una sociedad jerarquizada, sobrevino la lucha por el rango jerárquico, por la hegemonía y por su mantenimiento, la rivalidad entre grupos e individuos, la obediencia jerárquica y el dominio masculino.
Los jefes, al haber adquirido el poder por medios violentos (no por vía matrilineal), su autoridad no estaba legitimada, ni tenía origen Divino, por lo que no serían reconocidos automáticamente. Consecuentemente tendrían que recurrir a la violencia para afianzar su autoridad; para conseguir sus fines; como mecanismo de promoción social; por rivalidad; para sofocar las luchas intestinas por el poder. Y se legitimó por tanto la guerra y los constantes
enfrentamientos.
“Y como en las batallas aumentaría la sangría demográfica, resultaría imprescindible muchos descendientes, por lo que las máquinas humanas femeninas estarían esclavizadas ocupadas (embarazadas) en satisfacer los deseos masculinos, para que los ejércitos pudiesen hacer frente al fenómeno cultural de la guerra.”
Francisca Martín-Cano.
Y así hasta ahora….
Gracias…