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11. El mito de la dialéctica Hemos de estudiar ahora algo más a fondo la estruc- tura y el mecanismo del sistema sobre el que Marx y Engels basaron su actuación. Marx y Engels bautizaron a su filosofía con el nombre de «Materialismo Dialéctico», 10 que ha tenido la des- afortunada consecuencia de sembrar la confusión entre el gran público en 10 que a los conceptos marxistas se re- fiere, ya que en esta etiqueta ni la palabra dialéctica ni la palabra materialismo son utilizadas en su sentido or- dinario. La «dialéctica» de Marx y Engels no es el método de argumentación socrático, sino el principio de cambio idea- do por Hegel. La «dialéctica» de Platón es una técnica para llegar a la verdad mediante la reconciliación de dos afirmaciones opuestas; la «dialéctica» de Hegel es una ley que también implica contradicción y reconciliación, pero a la que Hegel imagina operando no sólo en los procesos de la lógica, sino también en los del mundo de la naturaleza y en los de la historia humana. El mundo está en constante transformación, dice Hegel; pero sus 215

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11. El mito de la dialéctica

Hemos de estudiar ahora algo más a fondo la estruc­tura y el mecanismo del sistema sobre el que Marx yEngels basaron su actuación.

Marx y Engels bautizaron a su filosofía con el nombrede «Materialismo Dialéctico», 10 que ha tenido la des­afortunada consecuencia de sembrar la confusión entre elgran público en 10 que a los conceptos marxistas se re­fiere, ya que en esta etiqueta ni la palabra dialéctica nila palabra materialismo son utilizadas en su sentido or­dinario.

La «dialéctica» de Marx y Engels no es el método deargumentación socrático, sino el principio de cambio idea­do por Hegel. La «dialéctica» de Platón es una técnicapara llegar a la verdad mediante la reconciliación de dosafirmaciones opuestas; la «dialéctica» de Hegel es unaley que también implica contradicción y reconciliación,pero a la que Hegel imagina operando no sólo en losprocesos de la lógica, sino también en los del mundo dela naturaleza y en los de la historia humana. El mundoestá en constante transformación, dice Hegel; pero sus

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cambios tienen un factor común: todos pasan por unciclo de tres fases.

El primero de estos ciclos, llamado por Hegella tesis,es un proceso de afirmación y unificación; el segundo,la antítesis, es un proceso de ruptura y negación de latesis; el tercero, la síntesis, constituye una nueva unifica­ción que reconcilia la antítesis con la tesis. Estos ciclosno son simples repeticiones periódicas que dejan al mun­do en la misma situación: la síntesis constituye siempreun avance respecto a la tesis, ya que combina en una uni­ficación «superior» los mejores rasgos de la tesis y laantítesis. Así, según Hegel, la unificación que la Repú­blica de Roma en sus primeros tiempos representa fueuna tesis. Esta primera unificación la logran grandes pa­triotas del estilo de los Escipiones; pero a medida quetranscurre el tiempo el patriota republicano adquiere uncarácter diferente: se convierte en la «individualidad co­losal» de la época de César y Pompeyo, una individuali­dad que tiende a destruir el Estado a medida que elorden republicano empieza a debilitarse bajo la influen­cia de la prosperidad. Es la antítesis que se opone a latesis. Finalmente, Julio César vence a sus rivales, tam­bién individualidades colosales, e impone a la civilizaciónromana un nuevo orden de carácter autocrático, unasíntesis que realiza una unificación más amplia: el Impe­rio Romano.

Marx y Engels hicieron suyo este principio y proyec­taron sus efectos en el futuro, cosa que Hegel no habíahecho. Para ellos, la tesis es la sociedad burguesa, unifi­cación llevada a cabo a partir de la desintegración delrégimen feudal; la antítesis es el proletariado, productode la industria moderna pero desgajado, por la especia­lización y degradación, del cuerpo central de la sociedadmoderna y vuelto finalmente contra ella; la síntesis serála sociedad comunista, que nacerá como resultado delconflicto entre la clase obrera y las clases propietarias ypatronales y de la conquista por los trabajadores de lasinstalaciones industriales, y que creará una unidad supe·rior al armonizar los intereses de toda la humanidad.

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Pasemos ahora al aspecto materialista del MaterialismoDialéctico marxista. Hegel era un idealista filosófico:consideraba los cambios históricos como etapas por me­dio de las cuales algo llamado Idea Absoluta lograba suprogresiva auto-realización en el mundo material. Marxy Engels, según sus propias palabras, dieron la vuelta aHegel de modo que por primera vez lo pusieron sobresus pies.

«Para Hegel -escribe Marx en Das Kapital- el proceso delpensamiento, al que él convierte incluso bajo el nombre de Ideaen sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto lasimple forma externa que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es,por el contrario, más que lo material traducido y transpuesto ala cabeza del hombre.»

Marx y Engels afirmaron que todas las ideas teníancarácter humano y que cada una de ellas ligada a algunasituación social específica, producto a su' vez de la rela­ción del hombre con específicas condiciones materiales.

Pero, ¿qué significa exactamente eso? Muchas perso­nas sencillas, que del marxismo sólo saben lo que hanoído, creen que significa algo sumamente sencillo: estoes, que la gente siempre actúa en función de motivacio­nes económicas y que todo 10 que la humanidad pienseo haga es susceptible de explicarse sobre tal base. Esaspersonas creen haber descubierto en el marxismo la clavede todas las complejidades de las actividades humanas,hallándose así en situación -cosa todavía más satisfacto­ria- de poder minimizar las relaciones de los demásseñalando que sus motivaciones son puramente dinera­rias. Si los que así piensan tuvieran que justificar susafirmaciones y fueran capaces de razonar filosóficamente,sólo podrían apoyarse en alguna variante del «mecanicis­mo»; según esta e9cuela, los fenómenos de conciencia,a los que acompaña una ilusión de albedrío, son comouna especie de fosforescencia, o bien generada por unaactividad mecánica, o bien paralela a esta, pero en ambos

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casos incapaz de influir sobre ella. El hecho de prestarsea estas falsas interpretaciones ha constituido una de lasprincipales desgracias del marxismo ya desde la época enque Engels tuvo que advertir a Joseph Bloch a este res­pecto que «muchos de los nuevos marxistas» (de 1890)estaban escribiendo «muchas cosas peregrinas».

Marx y Engels rechazaron lo que ellos llamaban «elmecanicismo puro» de los filósofos franceses del si­glo XVIII. Según afirma Engels, se dieron cuenta de queresultaba imposible aplicar «las leyes de la mecánica a losprocesos de la naturaleza química y orgánica», donde, apesar de que siguen conservando una validez limitada,esas leyes de la mecánica son efectivamente «relegadas asegundo término por otras leyes diferentes y superiores».Asimismo, en el caso de la sociedad, dice Engels en otrade sus cartas, «no es que la situación económica sea lacausa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramentepasivos».

¿Qué ocurre entonces? ¿En qué sentido es cierto quela economía determina las relaciones sociales y que lasideas se derivan de éstas? Si las ideas no son «efectospasivos», ¿cuál es la naturaleza y alcance de su acción?¿Cómo pueden operar sobre las condiciones económicas?¿Cómo podrían contribuir las teorías de Marx y Engelsa la realización de una revolución proletaria?

La verdad es que Marx y Engels nunca desarrollaronde forma muy elaborada su propio punto de vista. Aun­que lo importante y sugerente de su posición es la ideade que el espíritu humano puede dominar su naturalezaanimal mediante la razón, lo cierto es que se las arregla­ron para que mucha gente creyera que sus opiniones eranlas diametralmente opuestas: en suma, que el género hu­mano es irremediablemente víctima de sus apetitos. Marxabandonó la filosofía propiamente dicha al terminar losfragmentos de las Tesis sobre Peuerbacb; aunque era suintención escribir un libro sobre la dialéctica una vez con­cluido Das Kapital, no vivió lo suficiente para poder em­pezado. Engels intentó en su madurez exponer las líneasgenerales del marxismo: primero en el Anti-Duhring, que

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Marx leyó y aprobó, y luego en un breve ensayo sobreFeuerbach y en extensas cartas dirigidas a diversos co­rresponsales y escritas después de la muerte de Marx.Pero Engels, que ya había confesado en su juventud cuan­do estudiaba filosofía con el mayor entusiasmo sus pocasaptitudes naturales para esta disciplina, sólo esbozó elesquema de un sistema. Y si reunimos todos los escritosde Marx y Engels sobre el tema, tampoco obtendremosuna visión de conjunto satisfactoria. Max Eastman hapuesto de manifiesto, en su importante estudio Marx,Lenin and the Science 01 Revolution, las divergenciasexistentes entre las afirmaciones que Marx y Engels hi­cieran en distintas épocas. Sidney Hook, en un libro ex­traordinariamente inteligente pero menos penetrante enel aspecto crítico, Towards the Understanding 01 KarlMarx, ha tratado de solventar las incoherencias, de pre­cisar las vaguedades y de formular un sistema presenta­ble. La cuestión que aquí nos interesa señalar es el con­siderable cambio de acento de la filosofía marxista desdela primera a la última fase de su elaboración. Si leemosLa Ideología Alemana, escrita durante 1845 y 1846 -yen la que se da entrada a un elemento satírico-- sacare­mos la impresión de que todo 10 que el hombre piensae imagina se deriva de sus necesidades más vulgares; encambio, si leemos las cartas de Engels de los años 1890,escritas cuando la gente que se interesaba por el marxis­mo empezaba a plantear preguntas fundamentales, laimpresión es totalmente distinta: nos encontramos aquícon el serio esfuerzo de un hombre que, en plena madu­rez, intenta formular su concepción de la naturaleza delas cosas.

«El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debidoen el aspecto económico es cosa de la que en parte tenemos laculpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos quesubrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre dis­poníamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida impor­tancia a los demás factores que intervienen en el juego de accio­nes y reacciones.»

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Veamos ahora cómo Engels veía estas «interaccionesrecíprocas».

La primera imagen que nos viene a la mente al oírhablar de la concepción marxista de la historia -unaimagen de la cual, como dice Engels, tanto Marx comoél son en parte responsables- es la de un árbol cuyasraíces fueran los métodos de producción, cuyo troncoestuviera formado por las relaciones sociales y cuyas ra­mas (o «superestructura») fuera el derecho, la política,la filosofía, la religión y el arte, quedando la verdaderarelación de las ramas con el tronco y las raíces ocultaspor las hojas «ideológicas». Pero esta imagen no se co­rresponde con el pensamiento de Marx y Engels. Las acti­vidades ideológicas de la superestructura no son, a sujuicio, ni puro reflejo de la base económica ni tampocosimples fantasías ornamentales. La concepción marxistaes mucho más complicada. Cada uno de esos comparti­mento s superiores de la superestructura -derecho, po­lítica, filosofía, etc.- trata siempre de liberarse de sudependencia respecto a los intereses económicos y de for­mar un grupo profesional que será en parte indepen­diente de los prejuicios de clase y cuyas conexiones conlas raíces económicas pueden llegar a ser extremada­mente indirectas y oscuras. Tales grupos pueden influirseentre sí o incluso reaccionar sobre la base socio-econó­mica.

Engels trata en una de sus cartas de aclarar su pensa­miento mediante ejemplos tomados del derecho. El de­recho sucesorio tiene evidentemente una base económica,ya que lógicamente se corresponde con diferentes etapasdel desarrollo de la familia; sin embargo, resultaría muydifícil probar que la libertad testamentaria en Inglaterrao las limitaciones a este mismo derecho en Francia sedeben en su totalidad a causas económicas. Ahora bien,estas diferentes legislaciones influyen sobre el sistemaeconómico, ya que afectan a la· distribución de la riqueza.(Observemos, de pasada, que en El Problema de la Vi­vienda, sección 3, II, obra publicada en 1872, Engels

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da una interpretación más «materialista» de la evolu­ción de los sistemas legales.) Marx, en los borradores delos Elementos fundamentales para la crítica de la PolíticaEconómica, había ya intentado analizar la difícil conexiónentre el arte y las condiciones económicas. Las épocasdel más elevado desarrollo artístico no coinciden, segúnMarx, con el desarrollo superior de la sociedad. El granarte -la épica griega, por ejemplo- no es necesariamen­te producto de una época superior de desarrollo social.En cualquier caso determinado, cabe descubrir las razo­nes por las cuales un tipo particular de arte ha florecidoen un momento dado; la ingenuidad de los griegos, queno conocían la imprenta, su cercanía a la mitología pri­mitiva en una época en que no se había descubierto elpararrayos y era todavía posible asociar el rayo con la irade Zeus, el encanto pueril de la infancia de la sociedad:todo ello hace que su arte sea «en ciertos aspectos unanorma y un modelo inalcanzables». La dificultad estribasólo en descubrir las leyes generales de conexión entre losdesarrollos artístico y social. Uno diría que Marx tropezócon grandes obstáculos para aclarar el caso específicoantes citado, y que su explicación dista mucho de sersatisfactoria. La dificultad estriba en que no llega aaclarar por qué la época del pararrayos es un período dedesarrollo social «superior» al de la épica de Hornero.Que Marx estaba investigando este asunto lo demuestraotro pasaje del mismo trabajo:

«La desigual relación entre el desarrollo de la producción mate­rial y el desarrollo, por ejemplo, artístico. En general, el conceptode progreso no debe ser concebido de la manera abstracta habi­tual. [El subrayado es mío.] Con respecto al arte, etc., esta des­proporción no es tan importante ni tan difícil de apreciar comoen el interior de las relaciones práctico-sociales mismas. Por ejem­plo, de la cultura. Relación de los Estados Unidos con Europa.Pero el punto verdaderamente difícil que aquí ha de ser discutidoes el de saber cómo las relaciones de producción, bajo el aspectode relaciones jurídicas" tienen un desarrollo desigual. Así, porejemplo, la relación del derecho privado romano (esto es menosválido para el derecho penal y el derecho público) y la producciónmoderna.»

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Pero este manuscrito es sobre todo importante -aligual que los fragmentos de las Tesis sobre Peuerbach­porque indica que, aunque Marx se dio perfecta cuentade la importancia de ciertos problemas, nunca pudo real­mente ocuparse de ellos a fondo. En cualquier caso, aban­donó este tipo de análisis y nunca lo reanudó.

Marx y Engels nunca llegaron a aclarar sus ideas acercadel papel de la ciencia dentro de su sistema. Por unaparte debían de suponer que su propio trabajo era cien­tífico y creer en sus repercusiones sobre la sociedad; porotra, se veían obligados a admitir su afinidad con las otrasideologías de la superestructura. En el prefacio a suCrítica a la Economía Política (texto distinto del frag­mento mencionado anteriormente), Marx dice que al estu­diar las transformaciones derivadas de las revolucionessociales

«hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurri­dos en las condiciones económicas de producción y que puedenapreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y lasformas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; enuna palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquierenconciencia de este conflicto y luchan por resolverlo».

Las ciencias naturales, en consecuencia, no formanparte de las excrecencias ideológicas de la superestruc­tura, y poseen una precisión de la que estas últimascarecen; precisión que también pueden llegar a alcanzarlas ciencias sociales. Con todo, en la misma época en queMarx y Engels desacreditaban al «hombre abstracto» dePeuerbach, señalaban en la Ideología Alemana que «in­cluso esta ciencia natural 'pura' adquiere tanto su fincomo su material solamente gracias al comercio y a laindustria, gracias a la actividad sensible de los hombres»;más tarde Marx afirma en Das Kapital que «en economíapolítica, la libre investigación científica tiene que lucharcon enemigos que otras ciencias no conocen», ya que «elcarácter especial de la materia investigada levanta contraella las pasiones más violentas, más mezquinas y más re­pugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del

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interés privado». En el Anti-Diihring, Engels defiendemuy débilmente la precisión de la ciencia. En el caso deaquellas ciencias que, como la mecánica y la física, sonmás o menos susceptibles de tratamiento matemático,observa Engels, se puede hablar de verdades definitivas yeternas, aunque incluso en las propias matemáticas hayauna gran margen de inexactitud y de error; en las cienciasque se ocupan de organismos vivos, las verdades inmu­tables -todos los hombres son mortales o todos los ma­míferos hembras tienen glándulas mamarias- son sim­ples perogrulladas; en las ciencias que Engels llama«históricas» la precisión resulta aún más difícil: <<unavez pasada la era del hombre primitivo, la llamada Edadde Piedra, la repetición de las situaciones constituye laexcepción y no la regla; y cuando tales repeticiones seproducen, jamás se dan exactamente bajo las mismas con­diciones». Aunque «excepcionalmente» se pueda recono­cer «la correspondencia interna entre las formas socialesy políticas de una época, ello sólo ocurre, como reglageneral, cuando tales formas están anticuadas y próximasa extinguirse». Por último, en las ciencias que se ocupande las leyes que rigen el pensamiento humano -la lógicay la Dialéctica- la situación no es mejor.

Con respecto a la política, los intereses de la doctrinamarxista exigen que el valor de las instituciones se halleen función de la clase a que pertenezcan. Sin embargo,hay momentos en que Marx y Engels se ven forzados aadmitir que en determinadas situaciones una instituciónpolítica puede poseer algo parecido a un valor absoluto.Uno de los primeros postulados del marxismo es que elEstado sólo tiene significado y existencia como instru­mento de dominación de clase. Sin embargo, Marx nosólo demuestra en El 18 Brumario que el gobierno deLuis Bonaparte expresó durante algún tiempo ·la situa­ción de equilibrio existente entre diversas clases de lasociedad francesa, s~no que además Engels, en el Origende la Familia, afirma que

«sin embargo, por excepción, hay períodos en que las clases en

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lucha están tan equilibradas que el Poder del Estado como me­diador aparente adquiere cierta independencia momentánea respec­to a una y otra. En este caso se halla la monarquía absoluta delos siglos XVII y XVIII, que mantenía a nivel la balanza entre lanobleza y el estado llano; y en este caso estuvieron el bonapar­tismo del Primer Imperio francés, y sobre todo el del Segundo,valiéndose de los proletarios contra la clase media y de ésta contraaquéllos.»

y sin embargo, Marx y Engels nunca mostraron es­cepticismo alguno acerca de su propia teoría de la revo­lución social, ni tampoco dudaron de que los objetivosque se derivaban de esa teoría terminarían por alcanzarse.Tampoco se preocuparon mucho de aclarar por qué supropia «ideología», que se proclamaba abiertamente unaideologoía de clase elaborada para apoyar los intereses delproletariado, poseía un tipo especial de validez.

¿Dónde comienza y termina tal validez?, podría pre­guntarse hoy el lector de Marx y de Engels. ¿Cómopodremos determinar hasta qué punto una ley u obra dearte, por ejemplo, es producto de una ilusión engañosade clase o posee una mayor aplicación general? ¿En quémedida y en virtud de qué condiciones reaccionan lasideas de los seres humanos sobre su base económica? Laúltima palabra de Engels al respecto (en una carta de 21de septiembre de 1890 a Joseph Bloch) es su afirma­ción de que, aunque el factor económico no es «el únicodeterminante», sin embargo, «el factor que en últimainstancia determina la historia es la producción y la repro~ducción de la vida real» [Las cursivas son de· Engels] .Pero ¿cómo dar cuenta entonces del valor de un sistemajurídico o de una cultura literaria más allá de su propiaépoca? Sin duda alguna, el Imperio Romano «en últimainstancia», entró en un impasse económico. Pero ¿acasolos juristas romanos y Virgilio desaparecieron con el finde Roma? ¿Qué significa «en última instancia»? Induda­blemente, no hubiera habido Eneida sin Augusto; peroresulta igualmente cierto que .tampoco hubiera existidola Eneida tal como la conocemos sin Apolonio de Rodas,predecesor alejandrino de Virgilio; y ¿hasta qué punto

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Virgilio no es, a su vez, un principio de vida culturalen las formas sucesivas de sociedad? ¿Es la «últimainstancia» última en el tiempo o última en el sentidocompletamente distinto de constituir el móvil funda­mental de la conducta humana?

Quizás nosotros mismos podamos aclarar la dificultadseñalando que, si bien las razas o clases que se muerende hambre son incapaces de crear cultura alguna, tanpronto como prosperan esas razas y clases se ponen encomunicación a través de las fronteras de los países y dela clases y colaboran en una tarea común; que la ruinaeconómica de una sociedad arrastra fatalmente consigoa los individuos que la componen, pero que los resultadosde su trabajo común pueden sobrevivir y ser asumidos ycontinuados por otras sociedades, cuyo punto de partidaserá precisamente el nivel alcanzado por la sociedad pre­cedente antes de entrar en su decadencia. Pero Marx yEngels no aclararon la cuestión. Marx, que había estu­diado derecho romano, empezó a ocuparse del problema,como demuestran las citas antes indicadas. Pero ¿porqué no siguió adelante? ¿Por qué, en una palabra, tantoél como Engels se contentaron, en su estudio acerca de larelación entre la voluntad consciente creadora del hombrey su lucha relativamente ciega por la subsistencia, congeneralizaciones tan pobres como la de que «los hombreshacen su propia historia, pero no la hacen a su libre ar­bitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sinobajo aquellas circunstancias con que se encuentran direc­tamente, que existen y transmite el pasado» (Marx: El18 Brumario de Luis Bonaparte, 1852); o de que «1oshombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahorano con una voluntad colectiva y con arreglo a un plancolectivo» (Carta de Engels dirigida el 25 de enero de1894 a Hans Starkenburg)?

La tentativa más completa de Engels para formularel concepto se encu.entra en su ensayo de 1886 sobreLudwig Peuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana:

«Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los

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rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios con laconcienciay la voluntad de lo que hacen; y el resultante de estasnumerosas voluntades, proyectadas en numerosas direcciones, yde su múltiple influencia sobre el mundo exterior es precisamen­te la historia. Importa, pues, también lo que quieran los muchosindividuos. La voluntad está movida por la pasión o por la re­flexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven directamente aéstas, son muy diversos. Unas veces, son objetos exteriores; otrasveces, motivos ideales: ambición, 'pasión por la verdad y la justi­cia', odio personal, y también manías individuales de todo género.Pero, por una parte, ya veíamos que las muchas voluntades indi­viduales que actúan en la historia producen casi siempre results­dos muy distintos de los perseguidos -a veces, inluso contra·rios- y, por tanto, sus móviles tienen también una importanciapuramente secundaria en cuanto al resultado total. Por otra parte,hay que preguntarse qué fuerzas propulsaras actúan, a su vez,detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en lascabezas de los hombres se transforman en estos móviles. Est'lpregunta no se la había hecho jamás el viejo materialismo.»

Engels contesta que esa fuerza propulsora es la «luchade clases por la emancipación económica». Pero él nuncase hace la pregunta de cómo los «móviles ideales» puedena su vez influir en el progreso de la lucha de clases.

El punto crucial de la cuestión es que Marx y Engdshabían aceptado como supuesto previo un pie forzado-la dialéctica hegeliana- que les impedía plantearse es­tos problemas en los términos en que acabamos de estu­diarlos. Desde el mismo instante en que incluyeron ladialéctica dentro de su sistema semimaterialista, admitie­ron en su seno un elemento de misticismo.

Los comienzos de Marx y Engels fueron idealistas.Creyeron que habían hecho descender a Hegel a la tierra;y ciertamente nadie hasta entonces había trabajado tandeliberada y enérgicamente como ellos para desacr<;ditarlas ilusiones fútiles de los hombres, para restregar en susnarices las miserias humanas, para dirigir la inteligenciahumana a los problemas prácticos. Y sin embargo, sumismo e insistente esfuerzo -que un inglés o un francésnunca hubiera considerado necesario- traiciona sus con­tradictorias predisposiciones. En realidad Marx y Engelsarrastraron siempre consigo una buena dosis de ese idea-

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lismo alemán que creían estar combatiendo. El jovenMarx, que satirizaba a los médicos que creían que el almapodía purgarse con una píldora, seguía estando presenteen la dialéctica materialista.

Las abstracciones de la filosofía alemana, que nos pue­den parecer toscas o carente s de significado cuando sonformuladas en inglés o en francés, al ser expresadas enalemán con la solidez gráfica de sus palabras en mayúscu­las, nos dan casi la impresión de dioses primitivos.· Sonalgo substancial, y sin embargo, constituyen un génerode entes puros; son abstractos, y sin embargo nutren. Supoder de santificar, consolar, embriagar y transmitir unespíritu bélico tal vez sólo tenga paralelo con las cancionesy la épica antigua de otros pueblos. Es como si las anti­guas deidades tribales del Norte se hubieran convertidoprimero al cristianismo, conservando no obstante su auto­afirmada naturaleza pagana, y luego, cuando la teologíacristiana fue desplazada por el racionalismo francés die­ciochesco, se hubieran colocado la máscara de la razónpura. Pero no por hacerse menos antropomórficas dejaronestas abstracciones de ser creadoras de mitos. Los alema­nes, que han hecho tan poco en el campo de la obser­vación social y que han producido tan escasas novelas odramas sociales de valor, han conservado y desarrollado,sin embargo, un asombroso genio para la creación demitos. El Ewig-Weibliche (Eterno Femenino) de Goethe,el Kategorische Imperativ (Imperativo categórico) deKant, el Weltgeist (Espíritu universal) con su Ideede Hegel han dominado la mentalidad alemana y rondadoal pensamiento europeo, cerniéndose desde los cieloscomo grandes divinidades legendarias. Karl Marx descri­be, en el pasaje anteriormente citado la Idea de Hegelcomo un «demiurgo»: este demiurgo siguió acompañandoa Marx incluso después de creer que había conseguidodeshacerse de él. Marx conservó su fe en la tríada deHegel: Tesis, Antítesis y Síntesis. Esta tríada no era sinola Trinidad de la teología cristiana, que la había tomadoa su vez de Platón. Se trata, en suma, del triángulomítico y mágico que desde los tiempos de Pitágoras (e

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incluso antes) ha sido considerado símbolo de seguridady de poder, y que probablemente extrae su significadode su analogía con los órganos genitales masculinos. «Lafilosofía -escribió Marx en cierta ocasión- es respectoal estudio del mundo real lo que el onanismo es respec··to al amor sexual»; sin embargo, nunca dejó de insistiren utilizar la dialéctica para el estudio del mundo real.Verdaderamente, el uno-das-tres y el tres-en-uno de laTesis, la Antítesis y la Síntesis ha influido de un modotan grande en los marxistas que sería imposible justificarracionalmente este hecho. (Resulta casi sorprendente queRichard Wagner no compusiera una ópera sobre la dia­léctica; aunque cabe ver algo de ello en las relacionesentre Wotan, Bruhilda y Sigfrido del ciclo de los Nibe­lungos;)

La Dialéctica se halla profundamente enraizada en todala obra de Marx, quien permaneció fiel a ella toda suvida. La dialéctica conformó la técnica de su pensamientoy su estilo literario. Su método para formular ideas fueuna secuencia dialéctica de paradojas, de conceptos quese transformaban en sus contrarios, y contiene muchoselementos de auténtico hechizo. La utilización de la dia­léctica resulta muy evidente en los primeros escritos deMarx, donde algunas veces es enormemente eficaz y otras,en cambio, artificios a y aburrida:

«Lutero venció, efectivamente, a la .servidumbre basada en ladevoción porque la sustituyó por la servidumbre basada en laconvicción. Acabó con la fe en la autoridad porque restauró laautoridad de la fe. Convirtió a los curas en seglares porque con­virtió a los seglares en curas. Liberó al hombre de la religiosidadexterna porque erigió la religiosidad en el hombre interior. Eman­cipó de las cadenas al cuerpo porque cargó de cadenas el corazón.»

Pero la dialéctica continuó siempre presente en su obra,llegando a su punto culminante en la frase del Das Ka­pital acerca de la expropiación de los expropiadores.

Más tarde, Marx dedicó mucho tiempo al estudio delas matemáticas superiores, donde, como dijo a Lafargue,«volvió a encontrar el movimiento dialéctico en su forma

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más lógica y más sencilla». Engels, por su parte, estudiómatemáticas, física, química y zoología en su esfuerzo porprobar que el proceso dialéctico regulaba el mundo de lanaturaleza. Los rusos han realizado desde la Revolucióninvestigaciones y especulaciones en este sentido; y con lapropagación del marxismo en el campo político, este tipode esfuerzo ha ido ganando terreno en otros países. Cabecitar como ejemplo el caso de los eminentes científicos in­gleses J. D. Bernal y J. B. S. Haldane, los cuales hantratado de demostrar que la dialéctica opera en física yquímica y en biología, respectivamente. La actitud decada cual hacia este tipo de pensamiento está determi­nada, naturalmente, por su inclinación hacia la metafísicapura. Para quienes ha resultado siempre difícil aceptarla inevitabilidad de los sistemas metafísicos y tienden aconsiderar en general a la metafísica como la expresiónpoética de individuos de gran imaginación que piensanpor medio de abstracciones en lugar de a través de imá­genes, las concepciones de los materialistas dialécticosno parecen muy aceptables. Aunque ciertamente propor­cionan una formulación dramática a la dinámica de deter­minados cambios sociales, es evidente que no pueden seraplicadas a otros.

No ha sido difícil para los críticos de Engels -quetomó algunos de sus ejemplos de la Lógica de Hegel­hacer ver que se pasa de la raya cuando afirma que «lanegación de la negación» (esto es, la acción de la antítesiscontra la tesis) se demuestra en matemáticas por el hechode que la negación de la negación de a es al, «es decir,la magnitud positiva original, sólo que en un grado supe­rion>. Evidentemente, la negación -a no es al sino a;para obtener al no hace falta negar nada: basta simple­mente con multiplicar a por a. Ciertamente Engels admiteque ha de establecerse la primera negación para que lasegunda «sea o llegue a ser posible». Pero cuando, comoen este caso, el materialista dialéctico tiene que fijar suspropias condiciones para llegar a resultados dialécticos,¿qué queda de su pretensión de que la Dialéctica esinherente a todos los procesos de la naturaleza? Lo mis-

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mo ocurre con «el paso de la cantidad a la cualidad»,principio hegeliano cuyo funcionamiento Marx creyó des­cubrir tanto en la transformación a través de un procesogradual de! artesano medieval en capitalista como en lastransformaciones de los compuestos de las series de car­bono mediante la acumulación de moléculas. El profesorHook, en su artículo sobre «Dialéctica y Naturaleza»,publicado en el segundo número de Marxist Quarterly,señala que en el ejemplo de Engels relativo a la bruscatransformación del agua en vapor o hielo a determinadastemperaturas, para diferentes observadores tal transfor­mación se producirá en un momento diferente y tendrádiferente carácter: en el caso de alguien para quien elagua se halla oculta en un radiador, la transición inme­diata perceptible, marcada quizá por un estornudo, seríael descenso de la temperatura de la habitación desde elcalor al frío; ¿y quién sabe si el agua vista a través deun microscopio, que descubre los electrones de que secompone, haría desaparecer la ilusión de que, en el mo­mento de ebullición, el agua empieza a transformarse des­de e! estado líquido al gaseoso?

Otro tanto ocurre con los ejemplos que ofrecen Bernaly Haldane. Después de todo, los diversos descubrimien­tos aducidos por Bernal fueron realizados sin intervenciónninguna del pensamiento dialéctico, 10 mismo que la Ta­bla Periódica de Mendeliev, que tanto impresionó a En­gels como ejemplo de cualidad determinada por la canti­dad y que no debían nada a la antítesis y a la síntesis; yresulta difícil ver qué salen ganando tales descubrimien­tos con su encuadramiento en la dialéctica. En el casode uno de estos descubrimientos, la teoría de la re!ativi­dad, e! propio Einstein ha expresado su opinión de quela obra de Enge!s no tiene «ningún interés especial nidesde e! punto de vista de la física actual ni desde e! de lahistoria de la física». En otro de los ejemplos de Bernal,la teoría freudiana de los deseos reprimidos, desde luegoe! ciclo dialéctico se halla muy lejos de ser inevitable. Elinstinto es la tesis; la represión, la antítesis; la sublima­ción, la síntesis: ¡excelente! Pero 5upongamos que el

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paciente se vuelve loco en lugar de sublimar la represión;supongamos que se suicida: ¿dónde está entonces la re­conciliación de los contrarios de la síntesis o la progresiónde lo inferior a lo superior? Es cierto que en algunosterrenos los cambios se suceden por una acumulaciónque nos parecen cambios de cualidad. También puedeser verdad que, como dice J. B. S. Haldane, la transfor­mación del hielo en agua continúe siendo un fenómenomisterioso. Pero ¿cómo confirma esto la existencia deuna trinidad dialéctica? Al clasificar el profesor Haldanelos procesos de mutación y selección en tríadas, no su­ministra con ello más pruebas en favor de esa Trinidadque cuando Hegel ordena todos sus argumentos en trespartes, Vico clasifica todo en tríadas (tres clases de idio­mas, tres sistemas jurídicos, tres clases de gobierno, etc.)o Dante divide su poema en tres partes con treinta y trescantos cada una.

En una interesante controversia aparecida en la revistatrimestral marxista Science and Society, el profesorA. P. Lerner, de la London School of Economics, aducecontra el profesor Haldane el argumento, bastante obvio,de que sus esfuerzos, hasta ahora inútiles, para aplicar ladialéctica a la biología no son sino un esfuerzo puramentegratuito para hacer ingresar su ciencia en la iglesia mar­xista no han dado resultados. El profesor Haldane replica,sin embargo, que al verse «forzado» por una editorialestatal de Moscú a formular la teoría mendeliana de laevolución en función de la dialéctica, descubrió que elmétodo dialéctico de razonamiento le resultaba de granayuda en sus trabajos de laboratorio. Haldane no llegahasta el punto de pretender que el resultado de sus in­vestigaciones «no hubieran podido lograrse sin el estudiode Engels»; se limita simplemente a afirmar que «no selograron sin ese estudio». Muy lejos de «padecer», talcomo lo sugiere el profesor Lerner, «un irresistible im­pulso emotivo de abrazar la dialéctica», el profesor Hal­dane, que combatió en la defensa de Madrid (como hacesaber al lector en su primer artículo), explica que eseproceso le llevó «unos seis años, y que, por lo tanto,

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pleará la dialéctica a menos que esté persuadido (comolo estoy yo y como no lo está el doctor Lerner) de suutilidad para la comprensión de los hechos biológicos yaconocidos y para el descubrimiento de otros nuevos».Haldane agradece al profesor Lerner «su estimulantecrítica ... Pero la crítica más valiosa sería la que proce­diera de investigadores que trabajaran en mi misma acti­vidad científica y aceptaran los principios marxistas».

«Espero que ningún estudiante ... empleará ... a menosque esté persuadido (como lo estoy yo y como no lo estáel doctor Lerner) de su utilidad para la comprensión, et­cétera ... Pero la crítica más valiosa sería la que procedie­ra de investigadores ... que hubieran aceptado los princi­pios ... » ¿Dónde hemos oído ya estas expresiones? ¿Noson las de un converso al buchmanismo o al catolicismoromano?

La dialéctica es, por tanto, un mito religioso, desem­barazado de la personalidad divina y ligado a la hi..;toriade la humanidad. «Odio a todos los dioses», había dichoMarx en su juventud; pero a la vez él mismo se proyec­taba en el personaje audaz del marinero que lleva laautoridad de los dioses en su pecho. En uno de sus artícu­los de la Rheinische Zeitung sobre la libertad de prensa,afirma que el escritor «adopta a su manera los principiosdel predicador religioso, adopta el principio: 'obedece aDios antes que a los hombres' en relación con los sereshumanos entre los que él mismo se encuentra confinadopor razón de sus deseos y necesidades humanas». Encuanto a Engels, pasó su etapa de muchacho bajo el púl­pito del gran evangelista calvinista Friedrich WilhelmKrummacher, que predicaba todos los domingos en Elber­feld, dejando a sus fieles estupefactos y llorosos. En unade sus Cartas desde el W upperthal cuenta Engels cómoKrummacher solía subyugar al auditorio con la lógicade sus terribles argumentos. Partiendo del supuesto pre­vio de la total «incapacidad del hombre para querer elbien por su propio esfuerzo y más aún para realizarlo»,el predicador deduce que Dios tiene que proporcionar al

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difícilmente puede considerarse como un flechazo». «Es­pero -prosigue- que ningún estudiante de biología em­hombre tal capacidad; y dado que la voluntad de Dioses libre, la atribución de dicha capacidad será arbitraria;de donde se sigue que «los pocos elegidos serán bencle­cidos nolentes volentes, mientras que los demás seráncondenados para siempre. '¿Para siempre?', solía inquirirKrummacher, para contestar a continuación: '¡Sí, parasiempre!'» Aquellos sermones impresionaron enormemen­te al joven Engels.

Karl Marx identificó su propia voluntad con la antí·tesis del proceso dialéctico. «Los filósofos no han hechomás que interpretar de diversos modos el mundo, perode lo que se trata es de cambiarlo», escribe en sus Tesissobre Peuerbach. La voluntad había tendido siempre adesempeñar un papel de fuerza sobrehumana en la filo­sofía alemana; esa voluntad es rescatada por Marx eincorporada al materialismo dialéctico, donde transmitesu impulso y fuerza de arrastre a sus ideas revoluciona­rias.

Para un hombre activo y resuelto como Lenin, pudoconstituir una fuente suplementaria de energía la convic­ción de que la historia estaba a su favor, de que eraseguro que lograría sus objétivos. La dialéctica, de estemodo, simplifica toda la perspectiva: concentra la com­plejidad de la sociedad en un dualismo de protagonista yantagonista, y da plena seguridad no sólo de que el re­sultado final de la lucha será con toda certeza el triunfo,sino que resolverá además para siempre todas las luchas.En consecuencia, el valor real de la tríada dialéctica esel constituir un símbolo de la periódica insurrección delas nuevas fuerzas vitales en ascenso contra las fuerzasviejas y estériles, de los instintos sociales de cooperacióncontra los instintos bárbaros y anárquicos. Es un adelantorespecto al punto de vista al que sustituye -«¡Abajo eltirano, viva la libertad! »-, ya que concibe el progresorevolucionario como un desarrollo orgánico enraizado enel pasado, en cuya preparación participan las propiasfuerzas reaccionarias y en el que, en vez de realizarse la

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simple sustitución de un bando por otro, se combinan losrecursos de ambos.

Sin embargo, la conversión a la fe en un poder divinono produce siempre efectos vigorizantes. Marx trató envano de eliminar la providencia:

«La Historia no hace nada -afirma en La Sagrada Familia-,no posee ninguna inmensa riqueza, no libra ninguna clase de lu­chas. El que hace todo esto, el que posee y lucha, es más bienel hombre, el hombre real, viviente; no es, digamos, la Historiaquien utiliza al hombre como medio para laborar por sus fines--como si se tratara de una persona aparte---, pues la Historiano es sino la actividad del hombre que persigue sus objetivos.»

Pero en la medida en que considera que el proletariadoes el instrumento elegido de la dialéctica y que su victo­ria está predestinada, Marx acepta el supuesto de unpoder extrahumano. En la Alemania de la Edad Media,explicaría Marx a los cartistas ingleses en un discusopronunciado en 1856, existía un tribunal secreto llamado«Vehmgericht» «para vengarse de las iniquidades cometi­das por las clases gobernantes. Si alguna casa aparecía mar­cada con una cruz roja, el pueblo sabía que el propietariode dicha casa había sido condenado por Temis-Hoydia.Todas las casas de Europa están marcadas con la mis­teriosa cruz roja. La Historia es el juez; el agente ejecutorde su sentencia, el proletariado». Hay, pues, un tribunalsuperior, yla clase trabajadora se limita a actuar comoverdugo de sus veredictos. Existe una entidad no per­sonal llamada «Historia» que actúa por cuenta propia yque terminará llevando a buen fin la epopeya humana,con independencia de 10 que unos y otros puedan hacer.La doctrina de la salvación a través de las obras es sus­ceptible de convertirse rápidamente, como 10 demuestrala historia del cristianismo, en una doctrina de salvaciónpor la gracia. Con demasiada naturalidad, el marxista, alidentificarse con la antítesis de la dialéctica -es decir,al profesar una fe religiosa-, adopta la mentalidad delpasajero de una escalera mecánica. La Voluntad Marxista,que un día decidió cambiar el mundo, se transforma en

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la fuerza invisible que suministra la energía motriz quehace funcionar la escalera mecánica; basta con situarseen el peldaño inferior para que la escalera mecánica lelleve a uno hasta arriba; tal es la bendita condición dela síntesis. Sólo hay otra situación concebible: que alguienquiera descender por esa misma escalera; y entonces oquedará en el mismo lugar o retrocederá. Sin embargo,hay en el marxismo un vigoroso elemento moral que haceque este símil de la escalera resulte demasiado mecánico;en efecto, el hombre que asciende está seguro de su pro­pia honradez, aunque no se mueva ni para ganar un pel­daño, mientras que el que tiene la desgracia de caminaren sentido contrario, pese a que abrigue las mejoresintenciones, está sentenciado -como el condenado delPastor Krummacher- a ser arrastrado, no sólo en últi­ma posición hacia la síntesis, sino también hacia laignominia y el tormento inevitables. Así, los socialde­mócratas alemanes de la II Internacional, al dar porhecho el seguro advenimiento del socialismo, terminaríanpor apoyar una guerra imperialista que despojaría a laclase trabajadora de todas sus libertades; así, los comu­nistas de la III Internacional, al abandonar la historiaen manos del demiurgo dialéctico, aceptarían el despo­tismo de Stalin mientras éste cortaba las raíces mismasdel marxismo ruso.

Karl Marx, con su rigurosa moral y su punto de vistainternacionalista, había tratado de poner a la voluntadgermánica al servicio de un movimiento que habría dellevar al género humano hacia la prosperidad, la felici­dad y la libertad. Pero este movimiento, en tanto queimplique, bajo el disfraz de la dialéctica, un principiosemidivino de la historia al cual sea posible delegar laresponsabilidad humana de pensar, decidir y actuar (y enestos momentos estamos viviendo una época de decaden­cia del marxismo), presta su ayuda a la acción represivadel tirano. La corri6nte original de la vieja Voluntad ger­mánica, conservada en Alemania como legado patriótico,fue canalizada como filosofía del imperialismo alemán y,finalmente, del movimiento nazi. Las dos ramas -la

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rusa y la alemana- tiraron por la borda tanto lo buenocomo lo malo del cristianismo. El demiurgo del idealismoalemán nunca fue un dios de amor, ni tampoco recono­ció jamás la imperfección humana: no ensalzó la humil­dad propia o la caridad hacia el prójimo. Karl Marx, consu rigor de Antiguo Testamento, no hizo nada por hu­manizar sus efectos. Aunque deseaba una humanidadunida y feliz, aplazó ese objetivo hasta tanto no se logra­ra la síntesis. Mientras llegara ese momento, no creía enla fraternidad humana. Se hallaba más cerca de lo quenunca hubiera podido imaginar de la Alemania imperia­lista a la que tanto detestaba. Después de todo, los nazisalemanes -agentes también de una misión histórica­creen igualmente que la humanidad será feliz y perma­necerá unida cuando sea totalmente aria y esté completa­mente sometida a Bitler.

No obstante, las concepciones de Marx y Engels re­presentaron en su día -pese a que algunas veces quedeneclipsadas por el mito de la dialéctica y pese a que puedaparecer que la insistencia en los problemas que planteanlas reduce a la desintegración- un punto de vista deimportancia revolucionaria y todavía pueden admitirsecomo parcialmente válidas en nuestra época. Disociémos­las de la dialéctica y tratemos de expresarlas, con pala­bras nuestras, en su forma más general:

«Los habitantes de los países civilizados, en la medida en quehan sido capaces de actuar como seres creadores y racionales, hanluchado para conseguir una disciplina y unos objetivos que pu­dieran aportar orden, belleza y salud a sus vidas; pero en lamedida en que continúan divididos en grupos, interesados enhacerse daño mutuamente, están limitados por barreras ineludi­bles. Sólo a partir del momento en que tengan conciencia de di­chos conflictos y comiencen a liberarse de ellos podrán iniciar elcamino que les lleve hacia un código de ética, un sistema políticoo una escuela artística verdaderamente humanos y distintos de losimperfectos y tarados que ahora conocemos. Pero la corriente delas actividades humanas se orienta siempre en esta dirección. Cadauno de los grandes movimientos políticos que rompe las barrerassociales significa una fusión nueva y más amplia del elementoasaltado y absorbido, y del factor agresivo en ascenso. El espíritu

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humano sigue abriéndose paso contra la voraz presión animal, paraformar unidades cada vez mayores de seres humanos, hasta que,finalmente, nos demos cuenta, de una vez para siempre, de que laraza humana es una y que no debe hacerse daño a sí misma. En­tonces podrá fundarse sobre esta realización una moral, una socie­dad y un arte más profundos y abarcadores de lo que en laactualidad el hombre puede imaginar.

»Y aunque es cierto que ya no podemos recibir de Dios leyesque trasciendan las limitaciones humanas, y aunque también esverdad que no podemos ni siquiera pretender que las construc­ciones intelectuales del hombre tengan una realidad independientedel conjunto específico de condiciones terrenales que han estimu­lado a ciertos individuos a elaboradas, cabe, sin embargo, afirmaren favor de esta nueva ciencia de cambio social, por rudimentariaque todavía sea, que es más verdaderamente universal y objeti­va que cualquier otra teoría anterior de la historia. Pues la cienciamarxista se ha desarrollado como respuesta a una situación en laque finalmente resulta claro que para que la sociedad pueda sub­sistir de alguna manera tiene que organizarse sobre nuevos prin­cipios de igualdad; por ello nos hemos visto obligados a formularuna crítica de la historia desde el punto de vista de la necesidadinminente de un mundo liberado de nacionalismos y de clases.Si nos hemos comprometido a luchar por los intereses del proleta­riado, es porque queremos trabajar por los intereses de la huma­nidad en su conjunto. En ese futuro, el espíritu humano, repre­sentado por el proletariado, se desplegará para formar esa unidadmás amplia cuya contemplación teórica es ya posible.»