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Homilética 1 Homilética 1 es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la Palabra de Dios. Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente. Se dan principios básicos de la comunicación para hablar en público y ser un orador elocuente. 1. El Tema Del Sermón MANUAL DE HOMILÉTICA por Samuel Vila INTRODUCCIÓN Por muchos años hemos sentido en los países de habla española la necesidad de un libro que enseñara a los jóvenes creyentes que desean tomar parte en el ministerio de la Palabra el modo de preparar y ordenar un sermón. El buen deseo de testificar de las verdades del Evangelio, la misma piedad o el fervor religioso, con ser virtudes indispensables para la predicación eficaz, no son suficientes. Es necesario presentar las verdades evangélicas, sobre todo a los nuevos oyentes, de un modo claro y lógico, que persuada sin fatigar las mentes. Para ello se necesita orden, disposición y clara enunciación de la plática o sermón. Es cierto que el Espíritu Santo ha usado a veces para realizar su obra de salvación sermones muy deficientes, carentes de lógica y débiles en argumentación. Tal es el caso del sencillo sermón que ganó al que después fue famoso predicador Spurgeon. Pero éstos son casos excepcionales, en los cuales Dios ha querido llenar por una manifestación especial de su gracia lo que faltaba al instrumento humano: Tales ejemplos no son, sin embargo, motivo alguno para menospreciar el arte de la Homilética, pues la preparación de sermones es un verdadero arte que requiere estudio y adiestramiento, con la particularidad de que, por moverse en la más alta esfera de la vida humana, merece más que cualquier otro arte tal trabajo y esfuerzo. La cuidadosa preparación del sermón no es, empero, suficiente sin el poder o fuego del Espíritu Santo, que no siempre es el fuego del entusiasmo humano que se expresa con enérgicos gestos y grandes gritos, sino aquella unción de lo Alto que da al sermón ese algo inexplicable que no se adquiere por medios humanos pero lleva a los corazones de los oyentes la impresión de que el mensaje es de Dios, porque es Dios mismo revelándose al corazón del que escucha la Palabra. Si ambas cosas vienen unidas en el sermón, el predicador no podrá menos que ver de su siembra espiritual abundantes frutos para vida eterna. Hay que evitar ambos extremos. El predicador que descuida la preparación de sermones, confiando imprudentemente en la inspiración divina, se encontrará frecuentemente con que no tendrá mensaje alguno para dar, y tendrá que sustituir rápidamente la falta de inspiración por una charla sin sentido que cansará a sus oyentes, pues el Espíritu Santo no suele otorgar premio a la holganza. Y el predicador que sólo confía en su arte y en sus cuartillas bien escritas, puede hallarse falto de la unción santa y descubrir con sorpresa que su palabra no llega a los corazones. Por esto el autor, desde los días de su llamamiento al Ministerio hace 38 años, ha sentido la falta de un buen Manual de Homilética en lengua española, y más de una vez hablando con otros pastores ha expresado su extrañeza de que alguien bien capacitado para la tarea no lo haya dado a luz durante todo este tiempo. No podemos menos que recordar el afán con que devorábamos el brevísimo librito Ayuda del predicador, del Dr. Enrique Lund, y más tarde en la Revista Homilética la sección "Consejos", del mismo tutor, en aquellos días de nuestra adolescencia, cuando todavía no teníamos acceso a la literatura escrita en lengua extranjera. Más tarde, vimos con gozo la publicación del libro Tratado sobre la predicación, del Dr. Broadus. Pero la mejor obra escrita para un ambiente extranjero no responde plenamente a las necesidades del predicador de habla hispana; sobre todo para el que no ha tenido el privilegio de pisar las aulas de un Seminario o Colegio Bíblico. A la obra de Broadus, con ser interesantísima como exposición teórica, le faltan ejemplos prácticos, bosquejos, con los cuales el profesor en el Seminario suele demostrar a los

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Curso de Homiletica del Seminario Reina Valera

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Homilética 1

Homilética 1 es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la

Palabra de Dios. Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente. Se dan principios básicos de la comunicación para hablar en público y ser un orador elocuente.

1. El Tema Del Sermón

MANUAL DE HOMILÉTICA por Samuel Vila

INTRODUCCIÓN

Por muchos años hemos sentido en los países de habla española la necesidad de un libro que enseñara a los jóvenes creyentes que desean tomar parte en el ministerio de la Palabra el modo de preparar y ordenar un sermón. El buen deseo de testificar de las verdades del Evangelio, la misma piedad o el fervor religioso, con ser virtudes indispensables para la predicación eficaz, no son suficientes. Es necesario presentar las verdades evangélicas, sobre todo a los nuevos oyentes, de un modo claro y lógico, que persuada sin fatigar las mentes. Para ello se necesita orden, disposición y clara enunciación de la plática o sermón.

Es cierto que el Espíritu Santo ha usado a veces para realizar su obra de salvación sermones muy deficientes, carentes de lógica y débiles en argumentación. Tal es el caso del sencillo sermón que ganó al que después fue famoso predicador Spurgeon. Pero éstos son casos excepcionales, en los cuales Dios ha querido llenar por una manifestación especial de su gracia lo que faltaba al instrumento humano: Tales ejemplos no son, sin embargo, motivo alguno para menospreciar el arte de la Homilética, pues la preparación de sermones es un verdadero arte que requiere estudio y adiestramiento, con la particularidad de que, por moverse en la más alta esfera de la vida humana, merece más que cualquier otro arte tal trabajo y esfuerzo.

La cuidadosa preparación del sermón no es, empero, suficiente sin el poder o fuego del Espíritu Santo, que no siempre es el fuego del entusiasmo humano que se expresa con enérgicos gestos y grandes gritos, sino aquella unción de lo Alto que da al sermón ese algo inexplicable que no se adquiere por medios humanos pero lleva a los corazones de los oyentes la impresión de que el mensaje es de Dios, porque es Dios mismo revelándose al corazón del que escucha la Palabra. Si ambas cosas vienen unidas en el sermón, el predicador no podrá menos que ver de su siembra espiritual abundantes frutos para vida eterna.

Hay que evitar ambos extremos. El predicador que descuida la preparación de sermones, confiando imprudentemente en la inspiración divina, se encontrará frecuentemente con que no tendrá mensaje alguno para dar, y tendrá que sustituir rápidamente la falta de inspiración por una charla sin sentido que cansará a sus oyentes, pues el Espíritu Santo no suele otorgar premio a la holganza. Y el predicador que sólo confía en su arte y en sus cuartillas bien escritas, puede hallarse falto de la unción santa y descubrir con sorpresa que su palabra no llega a los corazones.

Por esto el autor, desde los días de su llamamiento al Ministerio hace 38 años, ha sentido la falta de un buen Manual de Homilética en lengua española, y más de una vez hablando con otros pastores ha expresado su extrañeza de que alguien bien capacitado para la tarea no lo haya dado a luz durante todo este tiempo.

No podemos menos que recordar el afán con que devorábamos el brevísimo librito Ayuda del predicador, del Dr. Enrique Lund, y más tarde en la Revista Homilética la sección "Consejos", del mismo tutor, en aquellos días de nuestra adolescencia, cuando todavía no teníamos acceso a la literatura escrita en lengua extranjera.

Más tarde, vimos con gozo la publicación del libro Tratado sobre la predicación, del Dr. Broadus. Pero la mejor obra escrita para un ambiente extranjero no responde plenamente a las necesidades del predicador de habla hispana; sobre todo para el que no ha tenido el privilegio de pisar las aulas de un Seminario o Colegio Bíblico. A la obra de Broadus, con ser interesantísima como exposición teórica, le faltan ejemplos prácticos, bosquejos, con los cuales el profesor en el Seminario suele demostrar a los

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alumnos sobre la pizarra la aplicación práctica de los principios y reglas del libro de texto. Lo propio se puede decir de otros volúmenes que tratan de la predicación.

Tenemos que rendir un tributo de reconocimiento y aprecio a la labor del misionero D. Nicolás Bengston, que fue el primer profesor que inició al autor en los estudios de Homilética. Varias de las reglas y bosquejos que aparecen en el presente libro fueron aprendidos de sus labios en el Seminario Bautista de Barcelona.

Asimismo el reverendo pastor D. Ambrosio Celma, que inició al autor en la Homilética de Vinet, y los consejos prácticos de Spurgeon. De todos ellos podemos decir que, «difuntos, aún hablan».

El pastor sudamericano M. E. Martínez ha sido, después del Dr. Lund, el primero que ha publicado reglas de Homilética acompañadas de ejemplos prácticos, en la introducción de su libro Luces para predicadores; pero es muy poca la Homilética que puede darse en 18 páginas que emplea para tal enseñanza.

No faltan en castellano volúmenes de bosquejos y sermones de buenos autores, aunque no tantos como quisiéramos ver traducidos a nuestra lengua; sin embargo, creemos que es más importante para el predi-cador novel aprender a preparar él mismo sus bosquejos que tenerlos en abundancia de otros predicadores. Un bosquejo propio se predica con mayor fuerza y claridad que el sermón ajeno, a menos que el predicador sepa adaptarlo y desarrollarlo muy bien, vistiéndolo con su propio lenguaje e ideas.

Por esto creemos será de verdadera utilidad la presente obra y que tendrá amplia acogida, a juzgar por la que ha tenido la revista de carácter homilético El Cristiano Español, en cuyas páginas han visto ya la luz algunos capítulos, la cual cuenta con un número muy considerable de suscriptores en varias repúblicas de Sudamérica además de los de España.

Si con la publicación de este modesto volumen de Homilética podemos ayudar a los creyentes que sienten la vocación de anunciar el Evangelio, y mediante estas instrucciones dadas a los predicadores algunas almas pueden comprender más fácilmente el mensaje de salvación, no dará el autor por vano este trabajo realizado con gran esfuerzo en medio de muchas otras abrumadoras tareas. Sirva ello de disculpa a las deficiencias que el libro pueda tener y de estímulo a otros compañeros en el Ministerio de la predicación y enseñanza para producir alguna obra similar, más amplia y completa.

Samuel Vila - Tarrasa (Barcelona), junio de 1954

I El tema del sermón

La primera cosa para preparar un buen sermón es tener un mensaje definido. Antes de proceder a la preparación de un sermón, todo predicador debe responderse esta sencilla pregunta: ¿De qué voy a hablar?

Mientras el predicador no pueda contestar claramente tal pregunta, no debe seguir adelante. Ha de tener un tema y debe saber con precisión cuál es. Sólo puede estar seguro de que lo sabe cuando pueda expresarlo en palabras. Si el tema está entre la bruma, también lo estará todo lo que le pertenece: su introducción, su arreglo, su prueba y su objeto.

El tema debe ser la expresión exacta del asunto, o la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar? Nunca debe escogerse un tema por ser bonito o sonoro como fase, sino que ha de expresar claramente el objeto que el sermón persigue. Todo predicador, para preparar bien su sermón, debe responder a la pregunta: ¿Por qué voy a hablar de este tema? ¿Qué fin deseo lograr?

El tema no sólo ha de abarcar o incluir lo que se va a decir, sino que ha de excluir todo lo que no tenga que ver con el asunto.

En toda preparación para el público, las primeras palabras que se escriban deben ser la expresión exacta del tema, o sea, la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar?

COMO ENCONTRAR UN TEMA

El mensaje debe venir como una inspiración especial de Dios, y el predicador debe estar pidiendo mensajes a Dios para sus oyentes. Pero no es de esperar que venga siempre como una inspiración profética, sino que él mismo debe afanarse en buscarlos de diversas maneras.

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Spurgeon dice: "Confieso que me siento muchas veces, hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto es la parte principal de mi estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensando sobre tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y después sepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando mi navegación a grandes distancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces de un faro para poder dirigirme al puerto suspirado. Yo creo que casi todos los sábados formo suficientes esqueletos de sermones para abastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo, ni suelo hacerlo. Naturalmente, porque no da lugar a ello el hallazgo de otros mejores."

El predicador puede recibir la inspiración de un mensaje:

a) Reflexionando sobre las necesidades espirituales de sus oyentes.

Debemos advertir al predicador novel acerca del peligro de sermones particulares dirigidos a una familia o a un individuo de la iglesia. Si tiene algo que decir a un individuo, dígaselo particularmente, pero no desde el pulpito, que es la cátedra de toda la Iglesia, y no debe sacrificarla a las conveniencias particulares de unos pocos. Además, se expone a que sus insinuaciones sean comprendidas por otros hermanos, como dirigidas a aquélla u otra persona y ello produciría murmuraciones, o podría ocurrir que la misma persona comprendiera demasiado bien el mensaje y se ofendiera con razón por la falta de tacto del predicador. Pero cuando el predicador siente que la mayoría de la iglesia adolece de algún defecto o necesita una exhortación especial, hágala sin temor, pensando en su alta responsabilidad como siervo de Dios.

El célebre Spurgeon dice en su libro Discursos a mis estudiantes: "Considerad bien qué pecados se encuentran en mayor número en la iglesia y la congregación. Ved si son la vanidad humana, la codicia, la falta de amor fraternal, la calumnia u otros defectos semejantes. Tomad en cuenta cariñosamente las pruebas que la Providencia plazca sujetar a vuestros oyentes, y buscad un bálsamo que pueda cicatrizar sus heridas. No es necesario hacer mención detalladamente, ni en la oración ni en el sermón, de todas estas dificultades con que luchen los miembros de vuestra congregación." El autor quisiera añadir aquí: Que sientan vuestros miembros culpables, probados, afligidos o castigados por la mano del Señor, que vuestra palabra desde el pulpito es adecuada a su necesidad; que es bálsamo para sus heridas; pero sin empeñaros vosotros en rascar la Haga para que penetre más la medicina. Confiad esta tarea al Espíritu Santo. Dejad tan sólo caer vuestro mensaje como la nieve que se posa suavemente sobre los secos prados, y permitid a Dios hacer el resto.

b) En sus lecturas devocionales de la Biblia.

El predicador no debe alimentar a otras almas manteniendo la suya a escasa dieta. Sin embargo, éste es el defecto de muchos predicadores excesivamente ocupados. La lectura devocional diaria, personal o en familia, proporcionará al predicador temas y le hará descubrir filones de riqueza espiritual en lugares insospechados. Anote cuidadosamente las ideas que surjan en tales momentos.

c) Leyendo sermones de otros predicadores.

El predicador no debe ser insípido bajo la pretensión de ser original, ni debe fiar tampoco en las despensas de otros para alimentar su propia familia. Ambos extremos son malos. El predicador debe tener tiempo para leer sermones de buenos predicadores, no sólo en el momento en que necesita algo con urgencia para preparar su mensaje, sino en otros momentos cuando no le interesa preparar ningún sermón, sino alimentar su propia alma. Es muy posible que si espera el momento de tener que preparar su propio sermón no encuentre nada adecuado y tenga que emplear horas y más horas repasando libros de cubierta a cubierta, mientras que si hubiera empleado un poco más de tiempo en el cuidado de su propia alma, los mensajes adecuados para las de los demás le habrían venido sin esfuerzo, y quizá sacrificando para ello menos tiempo que el que en el momento del apuro se ha visto obligado a emplear. Siempre los mejores mensajes del predicador son aquellos que primero han hecho bien a sí mismo. Cualquier sermón o idea que el predicador considere útil para sus oyentes debe anotarla cuidadosamente en su "Libreta de sugestiones", indicando el volumen y página donde podrá volver a encontrar tal idea expuesta detalladamente.

Thomas Spencer escribió así: "Yo guardo un librito en que apunto cada texto de la Biblia que me ocurre como teniendo una fuerza y una hermosura especial. Si soñara en un pasaje de la Biblia, lo apuntaría; y cuando tengo que hacer un sermón, reviso el librito, y nunca me he encontrado desprovisto de un asunto."

Usando de nuevo una de las figuras de Spurgeon, diremos que: "Cuando se quiere sacar agua con una bomba que no se haya usado por mucho tiempo, es necesario echar primero agua en ella, y entonces se podrá bombear con buen éxito. Profundizad los escritos de alguno de los maestros de la predicación, sondead a fondo sus trabajos y pronto os encontraréis volando como una ave, y mentalmente activos y fecundos."

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d) En sus visitas pastorales.

Muchas veces la conversación con personas inconversas, o con miembros débiles de la Iglesia, hacen sentir al pastor alguna necesidad espiritual común a muchos de sus oyentes. A veces aun el texto que responde a tal necesidad es dado durante la conversación. Debe apresurarse a anotarlo en la misma calle, al salir de tal visita. Si espera a hacerlo podría borrarse de su memoria. Cuando el mensaje es sugerido en tal forma predíquelo con confianza y con la persuasión de que es Dios quien le ha dado su palabra, con la misma seguridad que lo haría un profeta del antiguo tiempo.

e) En la consideración de las cosas que le rodean

El predicador debe ser un atento observador de la naturaleza y de los hombres. Todo lo que ve y oye debe archivarlo cuidadosamente en su memoria por si alguna vez pudiera serle útil como ilustración de un sermón. Y a veces una ilustración provee el tema de un sermón. Spurgeon cuenta de un predicador que descubrió el tema de un magnífico sermón en un canario que vio cerca de su ventana con algunos gorriones que lo picoteaban sin compasión con ánimo de destrozarlo, lo que le hizo recordar Jeremías 12:9: "¿Es mi heredad de muchos colores? ¿No están contra ella aves en derredor?" Meditando sobre este texto, predicó un sermón sobre las persecuciones que ha de sufrir el pueblo de Dios. Otro día encontró un tema en el hecho de un tizón que cayó del hogar al estrado un domingo por la tarde en que necesitaba un tema para sermón, lo que le indujo a predicar sobre Zacarías 3:2. Dos personas vinieron después a decirle que habían sido convertidas por este sermón.

Es necesario, no obstante, que los sermones surgidos de tales observaciones prácticas sean verdaderos sermones, llevando un plan y un mensaje espiritual, y no una larga y detallada exposición del incidente que, no por interesar mucho al predicador, ha de interesar en la misma medida a los que no han sido afectados por la idea o sugerencia, la cual debe ser puesta solamente como introducción, pero no ocupar el lugar del sermón.

f) Pidiéndolos a Dios en oración.

Spurgeon dice: "Si alguien me preguntara: ¿Cómo puedo hacerme con el texto más oportuno? Le contestaría: Pedidlo a Dios."

Harrington Evans, en sus Reglas para hacer sermones, nos da como la primera: "Pedid a Dios la elección."

Si la dificultad de escoger un texto se hace más dura, multiplicad vuestras oraciones; será esto una gran bendición.

Es notoria la frase de Lutero: "Haber bien orado, es más de la mitad estudiado." Y este proverbio merece repetirse con frecuencia. Mezclad la oración con vuestros estudios de la Biblia. Cuando vuestro texto viene como señal de que Dios ha aceptado vuestra oración, será más precioso para vosotros, y tendrá un sabor y una unción enteramente desconocidos al orador frío y formalista, para quien un tema es igual a otro. Y, citando a Gurnal, declara: "Cuánto tiempo pueden los ministros sentarse, hojeando sus libros y devanándose los sesos, hasta que Dios venga a darles auxilio, y entonces se pone el sermón a su alcance, como servido en bandeja. Si Dios no nos presta su ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta. Si alguno tiene necesidad especial de apoyarse en Dios, es el ministro del Evangelio."

g) Evitad la repetición.

El predicador, al buscar su tema, debe tener presentes sus temas anteriores. Dice Spurgeon: "No sería provechoso insistir siempre en una sola doctrina, descuidando las demás. Quizás algunos de nuestros hermanos más profundos pueden ocuparse del mismo asunto en una serie de discursos, y puedan, volteando el calidoscopio, presentar nuevas formas de hermosura sin cambiar de asuntos; pero la mayoría de nosotros, siendo menos fecundos intelectualmente, tendremos mejor éxito si estudiamos el modo de conseguir la variedad y de tratar de muchas clases de verdades. Me parece bien y necesario revisar con frecuencia la lista de mis sermones, para ver si en mi ministerio he dejado de presentar alguna doctrina importante, o de insistir en el cultivo de alguna gracia cristiana. Es provechoso preguntarnos a nosotros mismos si hemos tratado recientemente demasiado de la mera doctrina, o de la mera práctica, o si nos hemos ocupado excesivamente de lo experimental."

EL TEMA Y EL TEXTO

¿Debe predicarse sobre temas o sobre textos? ¿Debe elegirse primero el tema y después el texto, o viceversa?

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Es imposible responder a estas preguntas de un modo concreto dando reglas absolutas. En algunos casos, cuando el predicador tiene un tema definido, sintiendo que debe predicar sobre aquel asunto; el tema precederá a la elección de texto. Pero en otros casos, cuando el tema es sugerido como resultado de meditación personal de la Sagrada Escritura, será el texto el que precederá y sugerirá el tema al predicador.

¿Es fácil encontrar textos para predicar? Permítasenos citar otra vez a Spurgeon, quien dice: "No es que falten, sino que son demasiado abundantes; es como si a un amante de las flores se le pusiera en un magnífico jardín con permiso para coger y llevarse una sola flor; no sabría cuál coger que fuera mejor. Así me ha pasado a mí —dice el gran predicador— al tratar de buscar un texto para un sermón. He pasado horas y horas escogiendo un texto entre muchos lamentando que hubiera tan sólo un domingo cada siete días."

¿Cómo llegar a determinar el texto que se debe escoger, sobre todo cuando no se tiene antes escogido el tema del sermón? Se puede establecer esta regla, también de Spurgeon: "Cuando un pasaje de la Escritura nos da como un cordial abrazo, no debemos buscar más lejos. Cuando un texto se apodera de nosotros, podemos decir que aquél es el mensaje de Dios para nuestra congregación. Como un pez, podéis picar muchos cebos; pero, una vez tragado el anzuelo, no vagaréis ya más. Así, cuando un texto nos cautiva, podemos estar ciertos de que a nuestra vez lo hemos conquistado, y ya entonces podemos hacernos el ánimo con toda confianza de predicar sobre él. O, haciendo uso de otro símil, tomáis muchos textos en la mano y os esforzáis en romperlos: los amartilláis con toda vuestra fuerza, pero os afanáis inútilmente; al fin encontráis uno que se desmorona al primer golpe, y los diferentes pedazos lanzan chispas al caer, y veis las joyas más radiantes brillando en su interior. Crece a vuestra vista, a semejanza de la semilla de la fábula que se desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba. Os encanta y fascina, u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del Señor. Sabed, entonces, que éste es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y estando ciertos de esto, os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis descansar hasta que, hallándoos completamente sometidos a su influencia, prediquéis sobre él como el Señor os inspire que habléis."

FORMULACIÓN DEL TEMA

Una vez elegido el texto, es indispensable concretarlo en un tema, si no se posee ya de antemano.

El tema es el resumen del texto y del sermón concretado en una corta sentencia. Ha de ser, por tanto, no solamente la esencia del texto, sino el lazo de unión de los diversos pensamientos que entrarán en el sermón. Hay una gran ventaja en poseer un tema para el arreglo del sermón. Se ha dicho que el tema es el sermón condensado, y el sermón es el tema desarrollado.

El tema fomenta la unidad del discurso, y si los argumentos, explicaciones y aplicaciones son adecuados, permanece el tema como nota dominante sobre la mente.

El tema ayuda para dar intensidad y firmeza al sermón y mantener el discurso dentro de los límites razonables. Por esto es preferible tener el tema limitado y bien definido y no demasiado amplio.

Predicar un sermón sin tema, es como tirar sin blanco.

EL TEMA Y EL TITULO

Una vez escogido el tema, o sea, el asunto sobre el cual desea el servidor de Dios predicar a una congregación, debe formular dicho tema en un título. Muchos predicadores y libros de Homilética confunden el tema con el título. Al autor le ocurrió esto por un tiempo. A veces, y hasta cierto punto, no existe diferencia entre ambas cosas, pero a veces el título no es más que la puerta del tema o asunto, el cual no puede ser expresado plenamente por el título, por dos motivos:

a) Porque el título del sermón ha de ser exageradamente breve, y por tal razón no puede a veces contener todos los pensamientos o partes que el predicador desea desarrollar en su tema.

b) Porque, sobre todo en estos tiempos de abundante publicidad, ha de ser el título del sermón especialmente chocante y atractivo, para despertar la atención e intrigar al público. Esto pone al predicador en el peligro de formular su tema en un título que se aparte del asunto del cual realmente quiere tratar. En otras palabras: que sirva tan sólo de excusa o motivo para llamar la atención y no de verdadera base al mensaje. En tal caso se expone a que el público, sintiéndose defraudado, pierda confianza al predicador.

El Dr. J. H. Jowett dice: "Tengo la convicción de que ningún sermón está en condiciones de ser escrito totalmente, y aún menos predicado, mientras no podamos expresar su tema en una sola oración gramatical breve, que sea a la vez vigorosa y tan clara como el cristal. Yo encuentro que la formulación de

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esa oración gramatical constituye la labor más difícil, más exigente y más fructífera de toda mi preparación. El hecho de obligarse uno a formular esa oración desechando cada palabra imprecisa, áspera o ambigua, disciplinando el pensamiento hasta encontrar los términos que definan el tema con escrupulosa exactitud, constituye uno de los factores más vitales y esenciales de la hechura del sermón. Y no creo que ningún sermón pueda ser esbozado, ni predicado, mientras esa frase no haya surgido en la mente del predicador con la claridad de luna llena en noche despejada".

Es afortunado el predicador que puede encontrar un título que, al par que suficientemente interesante, breve y sugestivo, para ser puesto en la pizarra de anuncios, en el boletín de la iglesia o en la prensa pública, sea a la vez tan expresivo y completo que no necesite una segunda formulación del tema para uso del predicador, sino que título y tema se confundan en una sola cosa, abriendo la puerta al predicador para una eficaz y fructuosa exposición de alguna de las grandes verdades del Evangelio.

Conviene que el tema o el título que se formule sea intrigante, de modo que despierte el deseo de conocer lo que se oculta detrás del mismo, o sea, a ver cómo lo desarrollará el predicador. Observad cuan intrigantes son los títulos de ciertas novelas y películas mundanas. Debemos imitar en ello hasta cierto punto a los hijos de este siglo, que son "más sagaces que los hijos de luz", pero sin caer en exageraciones. En Norteamérica, donde los temas son generalmente anunciados por medio de un cartel en las afueras de las iglesias, pueden observarse muchos títulos de sermones ingeniosísimos.

UN PENSAMIENTO CONCRETO

El tema ha de ser corto, pero claro y expresivo. Un tema largo pierde toda su gracia y atractivo. Cierto predicador anunció el siguiente tema “Las opiniones falsas que los hombres se forman acerca de los juicios de Dios permite sobre nuestros prójimos y las opiniones rectas que se deben formar sobre tales juicios». Con el anuncio de tal tema, el predicador casi podía haberse ahorrado el sermón. "El peligro de juicios erróneos" habría sido mucho más acertado para este mismo asunto, porque este tema no detalla lo que el predicador va a decir, sino que despierta interés por saber lo que dirá.

Cuando el sermón es textual el tema debe ser tan dependiente del texto que ha de contener el principal pensamiento del mismo.

EJEMPLO: Para Rom. 12:2: "Alistados contra lo que nos rodea".

Cuando es para un sermón expositivo o sea, para la exposición de un pasaje o historia bíblica, el tema debe hacer énfasis sobre algún asunto del pasaje, que sea la clave y base de la historia y su aplicación.

EJEMPLO: Sobre Juan 9:25: "La confesión del ciego".

"La historia del ciego" sería un tema demasiado vago.

Poner por tema a Lucas 15:7: "El hambre del alma", sería más adecuado que "El hambre del Hijo Pródigo". ¿Por qué? Consideremos ambos temas. En el primer caso la palabra "confesión" es un juicio y comentario del predicador que da base para un buen sermón acerca del deber de confesar nosotros a Cristo. En cambio, "El hambre del Hijo Pródigo" no introduce nada nuevo. Es cosa harto sabida que el pródigo tenía hambre física, pero al decir "Hombre del alma", nos permite aplicar el texto al caso espiritual.

El tema ha de ser una expresión completa que una las múltiples ideas de un texto.

He aquí algunos ejemplos de temas adecuados:

1) Sintéticos:

"La dádiva de Dios a nosotros y la nuestra la El": Tit. 2:14.

"El tentado pecador y el tentado Salvador": Hebr. 2:18.

2) De frases escriturales:

"Las fuentes de salud": Is. 12:3.

"Traerá el hombre provecho a Dios": Job 22:2.

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"¿A quién iremos?": Juan 6:58.

3) Paradójicos:

"Deberes que resultan privilegios": Sal. 119:54.

"Religión sin hacer la voluntad de Dios": Mateo 7:21.

"La eficacia de virtudes pasivas": Apoc. 1:9.

"Luz el resultado de la vida": Juan 1:4.

"El gozo de la abnegación": 2.° Crón. 29:27.

"Maravilla en sitio peligroso": Luc. 8:25.

"Lo incomprensible en el testimonio cristiano"; Hech. 4:20.

Recomendamos al lector leer estos textos y considerarlos a la luz del tema. Aunque no damos el sermón correspondiente a cada uno de estos temas, pues esto es tarea de próximos capítulos, verá cómo el tema le despierta ideas sobre cada texto.

DESARROLLO DEL TEMA

Una vez que el predicador ha concretado el asunto y el objeto de su sermón en una frase que se llama tema, la cuestión inmediata es cómo debe tratar el asunto para lograr el objeto que se propone. ¿Qué cosas tiene que decir y en qué orden ha de ir expresándolas? A este efecto transcribimos literalmente lo que dice el Dr. Herrick Johnson en su libro El Ministro Ideal:

"El tratamiento del asunto significa plan, plan de algún género que agrupa todo para formar un organismo, que colocará las partes en orden hacia un clímax, y presentará una sucesión natural y ordenada que excluya todo lo que no sea a propósito, y que haga que las diferentes líneas vayan creciendo en color, según convergen al foco ardiente, que es la exhortación final. Esto es esencial para la eficacia del sermón. En la misma medida que el plan sea claro, comprensivo y acumulativo, el sermón hará mayor impresión a los oyentes."

Y Spurgeon dice: "Nuestros pensamientos deben ser bien ordenados según las reglas propias de la arquitectura mental. No nos es permitido que pongamos inferencias prácticas como base, y doctrinas como piedras superiores; ni metáforas como cimiento y proposiciones encima de ellas; es decir, no debemos poner primero las verdades de mayor importancia, y por último las inferiores, a semejanza de un anticlímax, sino que los pensamientos deben subir y ascender de modo que una escalera de enseñanza conduzca a otra, que una puerta de raciocinio se comunique con otra, y que todo eleve al oyente hasta un cuarto, digámoslo así, desde cuyas ventanas se pueda ver la verdad resplandeciendo con la luz de Dios. Al predicar, guardad un lugar a propósito para todo pensamiento respectivamente, y tened cuidado de que todo ocupe su propio lugar. Nunca dejéis que los pensamientos caigan de vuestros labios atrabancadamente, ni que se precipiten como una masa confusa, sino hacedlos marchar como una tropa de soldados. El orden, que es la primera ley celestial, no debe ser descuidado por los embajadores del Cielo.'

Esto requiere por lo regular una gran cantidad de trabajo. Con alguna frecuencia un plan relampaguea en la mente como una inspiración, y el sermón se formula en pocos instantes, por lo menos en forma de bosquejo o esqueleto; pero la inteligencia de ordinario no trabaja con rapidez eléctrica, y sólo después de un trabajo duro el bosquejo va alcanzando su forma satisfactoria. A veces hay una lucha larga con la oscuridad y confusión de ideas. El pensamiento parece nadar en el caos, apareciendo una idea aquí, otra allá, sin conexión, o se presentan ideas muy buenas pero que no vienen a propósito para el tema y hay que rehusarlas o diferirlas para un sermón de otro tema. Sin embargo, el trabajo persistente y la meditación sacará el orden del caos y por fin un número considerable de las ideas surgidas durante la meditación serán aptas para entrar en un plan armónico basado en el tema y su texto.

Tal vez el predicador se sienta inclinado en alguna ocasión a renunciar al uso de un plan, por razón de la dificultad en prepararlo. Parece tanto más sencillo seguir adelante diciendo buenas cosas, formulando argumentos y lanzando exhortaciones que no tienen mucha relación entre sí, sino que cada una engarza con la otra por la frase final, que da origen a otro párrafo con ideas totalmente diferentes.

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Esto puede admitirse en la conversación, cuando nos dedicamos a «anunciar el Evangelio» a otras personas. Pero en el pulpito nunca. Los oyentes no recibirán una impresión tan profunda y perdurable del sermón si éste no sigue un plan mejor que un simple conjunto de buenas ideas.

Es verdad que Dios se ha servido a veces de los medios más humildes para realizar su gran obra de salvación de almas, y sermones sin orden lógico no han sido siempre sin fruto, pero tal modo de proceder no es aconsejable en modo alguno cuando puede haber un propósito y una ordenación clara del sermón. Una aglomeración de pensamientos buenos puede compararse a una turba que trata de apoderarse de cierta fortaleza; puede tener éxito en algunas ocasiones, pero no podrá obrar jamás con la eficacia de un ejército en el que cada hombre ocupa su lugar.

Un plan es necesario en todas las cosas: un arquitecto no principia a edificar sin antes haber trazado un plano; un ingeniero civil no lanza sus brigadas al azar sobre las montañas sin haber antes ideado por dónde debe pasar el camino que se propone construir. El predicador no debe lanzarse a trazar el camino que se propone hacer llegar hasta el mismo corazón de sus oyentes, sin plan, excepto en casos especiales en que tal preparación haya sido de todo punto imposible, y la inspiración del Espíritu suple la imposibilidad del predicador; pero aun en tales casos de improvisación, los predicadores convenientemente educados o experimentados suelen recibir la inspiración en forma de un plan rápidamente concebido y en cuyo desarrollo puede notarse el poder de lo Alto. La misma ayuda y poder puede notarse en el desarrollo de un sermón formulado con más tiempo y oración, la cual el estudio de ningún modo puede ni debe suplir.

¿De qué maneras puede formularse el plan de un sermón una vez decidido el asunto o tema que se va a tratar?

A continuación ponemos un gráfico que lo demuestra, a la vez que ilustrará y aclarará muchas de las instrucciones teóricas de este libro.

EXPLICACIÓN DEL BOSQUEJO GRÁFICO

La sencilla figura de un trompo dibujado en la pizarra nos ha servido muchas veces para ilustrar a estudiantes de Homilética el desarrollo que conviene dar a cualquier sermón.

La cabeza del trompo representa el tema, del cual parte la introducción; y el desarrollo consiguiente va ampliando y robusteciendo el argumento hasta llegar a la conclusión, la cual es presionada por cada pensamiento del sermón. Todos ellos pesan sobre la punta que deseamos clavar en las conciencias de nuestros oyentes, determinando su decisión por Cristo o su resolución de poner en práctica la amonestación del predicador sobre el tema que sea.

En el presente gráfico, y contando con la habilidad de un buen dibujante, hemos ampliado y completado la ilustración.

El tema o asunto lo representamos por una nube que se forma como consecuencia de la necesidad espiritual que el predicador apercibe, como ensombreciendo la vida de sus oyentes. Dicha nube produce un rayo que ilumina la mente del predicador: Es el texto apropiado a tal necesidad, el cual origina un título adecuado e interesante.

Del mismo modo que antes de la caída de un chaparrón se producen muchos relámpagos innocuos, así surgen en la mente del predicador temas y textos que no llegan a satisfacerle. Aparece, por fin, el más acertado de todos, el cual, rompiendo la nube, da lugar a una lluvia de pensamientos. Si la mente del predicador ha sido bien preparada con una disciplina homilética, aunque caigan éstos dispersos y confusos serán encauzados por los canales de un plan bien dispuesto; de este modo todos aquellos pensamientos aprovechables entrarán, en su lugar y momento debido, en el cauce del río, que es la argumentación del tema.

El río es finalmente una corriente poderosa que se lanza por la catarata de la conclusión. Obsérvese cómo en el interior de ésta aparece la recapitulación, que consiste en una mención breve de los argumentos principales del sermón. No todos los sermones necesitan una conclusión recapitulativa, pero siempre tendrá lugar un breve resumen, sea en la forma detallada que indica el gráfico o de un modo más general.

Obsérvese cómo el río que representa el caudal de pensamientos de un sermón puede venir de los montes de la imaginación del predicador en dos formas diversas. Atropelladamente, como un chorro de frases e ideas sin distribuir (dejando en el ánimo de los oyentes la impresión de haber escuchado «un montón de cosas buenas», pero sin ser capaces de definir el curso que han seguido tales pensamientos), o bien, relacionados el uno con el otro, en la forma escalonada y ordenada que aparece en la supuesta red de canales de la izquierda.

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Del mismo modo que un caudal de agua es mucho más eficaz cuando es bien distribuido para regar la tierra y hacerla producir sus frutos, porque el líquido elemento en vez de pasar inútilmente se esparce y empapa los surcos, el sermón bien ordenado es mucho más susceptible de quedar retenido en las memorias y corazones de los oyentes que el sermón no homilético, desordenado y confuso, por abundante que sea el don de palabra del predicador, e imponente el griterío y los ademanes con que fuera pro-nunciado.

Tanto en el gráfico como en todos los bosquejos del libro hemos adoptado, para las divisiones, los signos que suelen usar la generalidad de los predicadores. Así, los puntos principales son indicados por números romanos: I, II, III, IV. Las subdivisiones, por cifras: 1.°, 2,°, 3.°, 4.°, etc. Y las subdivisiones secundarias, por letras: a), b), c), d), etc.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Sermones Textuales

En líneas generales, el sermón bíblico puede ser catalogado en tres clases:

TEXTUAL, el que se limita a exponer y explicar un texto bíblico.

TEMÁTICO, el que se basa sobre un tema o asunto.

EXPOSITIVO, es el que comenta un pasaje bíblico, narración o parábola de la Sagrada Escritura.

Estas tres clases se subdividen en muchas otras según el carácter o procedimiento que se adopte para el arreglo del sermón, como tendremos ocasión de ver.

Empezaremos hablando del sermón textual por ser el más fácil, sobre todo en su forma simple o ilativa.

DIVERSOS USOS DEL TEXTO

La costumbre de basar el sermón evangélico sobre un texto bíblico es muy antigua y en gran modo recomendable. El texto bíblico da autoridad divina al sermón.

Permítasenos, empero, decir que los textos bíblicos suelen ser usados en tres formas por los predi-cadores:

a) Como punto de partida para el sermón. Algunos predicadores hacen uso del texto como de una especie de plataforma desde la cual se lanzan a hablar sin acordarse del lugar de donde vinieron. Los que usan así su texto como excusa y no como base del sermón muestran tener poco respeto a la Palabra de Dios y no serán estimados por una congregación de creyentes espirituales y fervorosos.

b) Como punto de socorro o apoyo. Otros predicadores dicen su texto y predican sin orden pensa-mientos más o menos buenos, pero que por lo general no tienen mucha relación con su texto. Cuando el predicador se ve perdido, regresa al texto, lo repite y vuelve a lanzarse al mar de su palabrería, en otra dirección muy diferente que la primera vez, usando como excusa de su nueva disertación alguna otra palabra del mismo texto, pero el oyente que piensa lógicamente no puede ver ninguna relación ni conexión entre esta segunda parte del sermón y la primera. Las congregaciones sometidas a la tortura de esta clase de sermones nunca tienen una idea clara de lo que se propone decirles el predicador y les es muy difícil recordar otra cosa que sus frases sueltas del sermón.

c) Como verdadero texto y fundamento del sermón. En las formas que vamos a analizar.

I. Sermón textual ilativo.

El método más sencillo para preparar un sermón textual es el de comentar el texto palabra por palabra. Hay textos muy buenos para esta clase de sermones, pero no todos sirven para tal desarrollo, y muchos textos no pueden ser tratados de modo alguno en esta forma simple, pues darían como resultado un galimatías de ideas sin orden lógico.

EJEMPLO 1º.

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Sobre 1.a Timoteo 1:15

Después de formular un tema que concrete el mensaje del texto, como:

"EL FIEL MENSAJE" o "NOTICIA SIN IGUAL", puede desarrollarse diciendo:

Introducción. — La necesidad de verdad que tiene el mundo habiendo habido tantas enseñanzas de error. Afortunadamente hay un mensaje de parte de Dios que puede con razón ser llamado:

I. Palabra fiel. — Expónganse los motivos que tenemos para creer en la fidelidad de la Sagrada Escritura, como son su enseñanza inigualable, profecías cumplidas, fidelidad y pertinacia de los primeros propagadores del Cristianismo, etc.

II. Digna de ser recibida de todos. — Puntualícese la necesidad que todos los hombres tienen de salvación y, por tanto, de hacer caso del llamamiento de Dios. (Resístase la inclinación que pueda sentir el predicador novato a explicar en este segundo punto el plan de salvación, pues esto ha de venir después. Hasta aquí no hay que hablar más que de la veracidad y necesidad del mensaje.)

Pásese luego al tercer punto diciendo: ¿En qué consiste tan gloriosa noticia que todo hombre necesita conocer?

III. Que Cristo Jesús vino al mundo. — Cristo significa "ungido", elegido de Dios para una misión especial. Jesús significa "Salvador". Háblese de las repetidas promesas que Dios hizo de enviar a un Ser de tal naturaleza a través de los tiempos desde que el primer hombre pecó. (Resista también aquí la tentación de explicar cómo Cristo nos salva, reservándolo para el punto que sigue.)

IV. Para salvar a los pecadores. — Su venida habría sido de poco provecho a la Humanidad si no hubiera llegado a realizar el objeto de ella, si se hubiera limitado a ser un Maestro y no llegara a efectuar la salvación por su muerte redentora. Ilústrese con alguna anécdota de alguien que se haya sacrificado por un prójimo.

V. De los cuales yo soy el primero. — Esta confesión de parte de cada hombre es indispensable para poder recibir el beneficio inmenso de este glorioso mensaje de indulto. Diga a los oyentes, personalizando ya el asunto: "Quizá no seas el más grande pecador del mundo, pero eres el primero, por cuanto ninguno hay más cercano y que te interese tanto salvar como tu propia alma inmortal."

Nótese el orden lógico de este texto, que empieza con un preámbulo acreditando la certeza de la fe cristiana y termina con una aplicación personal.

Otro texto notable que viene lógicamente ordenado es Juan 10:27 y 28, el cual, por referirse a una metáfora —la del Buen Pastor—, requerirá una explicación y aplicación especial.

EJEMPLO 2º.

LOS PRIVILEGIOS DEL REBAÑO DE CRISTO

Introducción. — Referirse a la adecuada figura del Pastor que con frecuencia ocurre en la Biblia.

I. "Mis ovejas oyen mi voz". — Explíquese quiénes son tales ovejas.

II. "Yo las conozcan". — El privilegio y la responsabilidad que implica la omnisciencia de Cristo.

III. "Y me siguen". — Defínase lo que significa seguir a Cristo, imitarlo, obedecerle, etc.

IV. "Yo les doy vida eterna". — Considérese la grandeza de esta promesa.

V. "Y no perecerán para siempre". — Una seguridad preciosa de la que no debemos abusar.

VI. "Ni nadie las arrebatará de mi mano". — Hágase observar la seguridad y consuelo que esta frase del Salvador ofrece en horas de tentación.

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No deben ser tratados en forma expositiva simple sino aquellos textos que contienen en sí mismos un orden lógico y progresivo, es decir, que van de lo general a lo particular y de lo menos importante a lo más apremiante.

Obsérvese este mismo orden en Juan 3:16 y Lucas 19:10.

II. Sistema textual analítico.

Puede añadirse fuerza a las ideas del texto si se concreta en una frase que las defina de un modo sugestivo, es decir, formulando una especie de tema para cada parte del texto.

EJEMPLO 3º.

LA PROMESA DEL LADRÓN ARREPENTIDO

Lucas 23:43

I. Seguridad preciosa. — "De cierto, de cierto te digo".

II. Invitación admirable. — "Estarás en el Paraíso".

III. Compañía gratísima. — "Estarás conmigo".

IV. Promesa sin dilación. — "Estarás hoy".

En este método se da prominencia más bien al pensamiento que a las palabras del texto, y no hay tanto peligro de que se siga tan solamente un tratamiento verbal del mismo, es decir, una mera repetición de lo que el texto dice: porque estos epígrafes analíticos sugieren al predicador nuevas ideas.

EJEMPLO 4º.

UNA INVITACIÓN EVANGÉLICA Isaías 45:22.

I. Un medio fácil. — "Mirad".

II. Un objeto divino. — "A Mí".

III. Una invitación amplia. — "Todos los términos de la tierra".

Veamos otro bosquejo en forma analítica sobre uno de los temas expuestos anteriormente, con un poco de desarrollo por medio de subdivisiones:

EJEMPLO 5.°

LOS PRIVILEGIOS DEL REBAÑO DE CRISTO

Juan 10:27

I. Son pueblo especial. — "Mis ovejas".

a) Expresa posesión: "Mis". Hemos sido comprados por El. 6) Expresa carácter: "ovejas", no lobos.

II. Son pueblo atento. — "Oyen mi voz".

a) Tienen oídos espirituales.

b) Distinguen las voces mundanas y las del diablo de la del Buen Pastor.

III. Pueblo amado. — "Yo les conozco".

a) Jesús los discierne.

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b) Jesús los aprueba.

c) Jesús los vigila.

IV. Pueblo obediente. — "Ellas me siguen".

a) Abiertamente reconocen a su Pastor ante el mundo.

b) Personalmente le obedecen.

III. Sistema analítico invertido.

Algunos textos pueden ser tratados provechosamente de diversos modos por medio de la inversión de términos, o sea, variando el orden de las frases que entran en el texto.

EJEMPLO 6º.

PRIVILEGIO QUE ENTRAÑA GRAN PELIGRO

Tomando Efesios 4:30, pondríamos por título:

I. Un gran beneficio. — "Sellados por el Espíritu".

II. Una gran esperanza. — "El día de la redención".

III. Un gran requerimiento. — "No contristéis al Espíritu".

O bien puede compararse la condición del creyente a la del esclavo hebreo, que esperaba el Jubileo para obtener la libertad, y formular el bosquejo de esta otra forma:

EJEMPLO 7°

PRIVILEGIO QUE ENTRAÑA GRAN PELIGRO

I. Un gran acontecimiento futuro. — "El día de la redención". (Se refiere a la liberación de todos los males en la gloriosa Venida de Cristo.)

II. Un privilegio presente. — "Sellados". O sea, escogidos en lista para el día de la gran libertad.

III. Un gran requerimiento. — "No contristéis al Espíritu". Nos haríamos indignos de tan gloriosa es-peranza si viviéramos mundanalmente.

Obsérvese que en ambos bosquejos hay un progreso de pensamiento hacia el objeto primordial del texto, que es exhortar a los creyentes a vivir a la altura de nuestra soberana vocación.

IV. Sistema analítico-expositivo.

El sistema analítico se emplea con gran provecho en textos largos, o sea, porciones formadas por varios versículos, de los cuales se toma, no cada palabra o frase para exponerla a considerarla, sino las que convienen al plan general del sermón según el tema bajo el cual se comenta.

Esta clase de sermones se llaman expositivos, y aunque trataremos de ellos ampliamente en otros capítulos, damos aquí estos ejemplos para mostrar cómo se aplica a ellos el método analítico la inversión de términos. No es posible la formulación homilética de sermones expositivos si no es por el método analítico, ya que se trata de pensamientos diseminados en un largo pasaje y no de un solo texto que se divide en partes. Por esta razón, sin las frases analíticas que relacionan sus partes con el tema, no tendrían sentido las frases escriturales que se escogen para comentar.

EJEMPLO 8º.

LA RELIGIÓN GENUINA

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Ezequiel 31:19-21

I.Su autor. — "Yo Jehová".

II.El cambio que produce. — "Corazón y espíritu nuevos".

III.La obediencia que demanda. — "Para que anden y guarden".

IV.La bendición que da. — "Serán mi pueblo".

EJEMPLO 9º.

DIOS, EL TODO EN LA VIDA DEL CREYENTE

Salmo 73:24-26

I.Su guía en la vida (vers. 24 a).

II.Su sostén en la muerte (vers. 24 b).

III.Su porción para siempre (vers. 26).

Nótese cómo en el primer bosquejo todo el desarrollo giró alrededor de la palabra religión y en el segundo en la persona de Dios. Esta es la ventaja de tener un tema que une y da cohesión al sermón.

En ambas porciones bíblicas hay muchas más palabras y frases interesantes que tientan al expositor a comentarlas, pero para que el discurso siga un plan deben tomarse solamente aquellas que tienen relación con el tema y desarrollarlas con la suficiente extensión para que el conjunto forme el sermón interesante y edificante que deseamos dar a nuestros oyentes.

En el desarrollo del ejemplo 9 aparece dentro del texto bíblico el vers. 25, el cual puede ser citado, y hasta comentado, durante el desarrollo del vers. 26, explicando que a veces, con motivo de las tribulaciones con las cuales Dios prueba a sus hijos, el creyente es tentado a sentirse solo, abandonado de la Providencia y llevado a pronunciar con ironía y amargura la pregunta del versículo 25; pero, basado en la gloriosa esperanza del vers. 24, se cambia la amargura en confianza, hasta poder llegar a decir en un sentido ponderativo, no con signos interrogantes sino de admiración, la pregunta "¡A quién tengo yo en los Cielos!" Este cambio del interrogante al admirativo puede estar basado en el poder y sabiduría de Dios que observamos en la Naturaleza, o en las promesas de la Biblia, y también en ambas cosas. Para ello podemos presentar a los oyentes ejemplos científicos o citas bíblicas.

Pero en este comentario el vers. 25 debe entrar, no en el orden en que lo hallamos en la Biblia, sino como un desarrollo del vers. 26; o sea, después de haber explicado la primera parte del texto que dice: "Mi carne y mi corazón desfallecen", para terminar con el clímax optimista "Mi porción es Dios para siempre". Esto es: tanto en los días malos como en los días buenos.

Si tratáramos de explicar el 25 antes del 26, resultaría una regresión de pensamiento el tener que decir: "Mi carne y mi corazón desfallecen", después de haber declarado: "Fuera de Ti nada deseo en la tierra." Pero el esqueleto del sermón, basado en su título "Dios, el todo en la vida del creyente", nos ayuda a rectificar el vaivén de contrastes propio de la poesía hebrea, para construir un mensaje escalonado, que empieza por la guía divina que comenzamos a recibir desde nuestra infancia, y termina en una preciosa seguridad para todo tiempo y circunstancia.

Vamos a poner el ejemplo de un texto tratado en las tres formas que venimos explicando:

EJEMPLO 10º.

LA POBREZA DE CRISTO, NUESTRA RIQUEZA

2ª. Corintios 8:9

MÉTODO ILATIVO:

I. Siendo rico. II.

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Se hizo pobre. III.

Para que por su pobreza fuésemos enriquecidos.

MÉTODO ANALÍTICO: I.

I. Su incomparable riqueza original.

II. Su extrema pobreza a que voluntariamente se sometió.

III. La inmensa riqueza que con esto nos proporcionó.

Nótese cómo en ambos casos se expresa lo mismo, pero el segundo bosquejo es más sugestivo para el predicador.

MÉTODO ANALÍTICO-INVERTIDO:

I.La incomparable riqueza original de Cristo. — "Siendo rico". El Cielo y el Universo le pertenecen.

II.La incomparable riqueza moral de Cristo. — "La gracia". Dios no es solamente rico en poder, en ciencia, en gloria, etc., sino que lo es en amor. "Dios es amor". Ilústrese con ejemplos de la Naturaleza y de la Biblia.

III.El gran motivo que le movió. — "Por amor de nosotros". Compadecido de nuestra miseria. Ilústrese con ejemplos de pecado y desgracia en este mundo.

IV.El admirable método que adoptó. — "Se hizo pobre". Confírmese e ilústrese con ejemplos de los cuatro Evangelios.

V.La inmensa riqueza que con ello nos proporcionó. — "Fuésemos enriquecidos" con una paz y gozo presentes, y las riquezas del Cielo por siglos sin fin.

Obsérvese que en los dos primeros bosquejos hemos tenido que omitir frases muy importantes del texto, como son: "la gracia" y "por amor a nosotros", porque no venían en el versículo en el orden lógico que convenía, mientras que en éste, gracias al método analítico y a la inversión de términos, hemos hallado la manera de incorporar estos buenos pensamientos al bosquejo, sin dejar de formar un conjunto lógico y ordenado bajo un plan.

Es natural que en el desarrollo de los dos primeros bosquejos la idea de la gracia o amor del Salvador habrá de entrar y el predicador tendrá ocasión de exponerla en sus puntos II y III, pero ello será en el curso de la explicación sin poder formar una división especial, que no correspondería con las otras.

Es indispensable usar el método analítico para poder invertir los términos de un texto, pues sin la frase que analiza y completa la idea del texto, el predicador no podría dar razón del porqué de la inversión o cambio de orden de las frases que entran en el texto.

Supongamos que el lector hallara en algún libro de sermones un bosquejo bíblico formulado en esta forma:

I. Siendo rico.

II. La gracia.

III. Se hizo pobre.

IV. Para que fuésemos enriquecidos.

Sentiría que el punto segundo rompe la relación entre el primero y el tercero; pero la definición de la gracia como "riqueza moral de Cristo", une perfectamente el segundo punto con el primero y prepara el terreno para el tercero.

V. Sermón textual-sintético.

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Denominados así aquellos sermones basados sobre un solo texto para el desarrollo de los cuales el predicador no sigue las mismas palabras del texto, ni en forma ilativa, ni tampoco por medio de frases analíticas, pero todas derivadas del texto y relacionadas con éste.

EJEMPLO 11º.

Sobre Juan 6:37 y bajo el tema:

SEGURA INVITACIÓN

Como introducción puede decirse: Jesús no puede echar a nadie fuera, de los que vienen a El, y las razones lógicas son:

1. Sería en contra de su promesa.

2. En contra de su oficio.

3. En contra de su corazón.

4. Sería en contra de su deseo, y

5. Anularía la obra de gracia iniciada por el Espíritu Santo en el corazón que se siente constreñido a acudir a Cristo.

Resumen: Puedes acudir, pues, con confianza.

EJEMPLO 12º.

Sobre Mateo 9:9 y bajo el tema:

SIGÚEME

Introducción. — Describir gráficamente el caso de la vocación de Mateo, con cierto aire de misterio, sin citar el nombre sino dejándolo adivinar a los oyentes.

Debe hacerse notar que todo el cambio fue realizado por una sola palabra. A nosotros nos cuesta a veces miles de palabras convencer a personas hasta hacerles tomar una resolución quizá trivial. En

este

caso una sola palabra bastó para determinar una decisión trascendental que cambió toda una vida. Tras esta introducción puede procederse al desarrollo del sermón formulando estas tres divisiones:

1. ¿Quién es el que dice esta palabra?

2. ¿Qué implica seguir a Cristo?

3. Resultados de seguir a Cristo.

EJEMPLO 13º.

Sobre Lucas 24:34, bajo el tema:

PADRE, PERDÓNALOS

Pueden formularse estas cuatro divisiones:

1. ¿Quién suplicó esto?

2. ¿Por qué pide esta clemencia?

3. La ocasión en que la pide.

4. Lo que aprendemos de esta súplica.

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Pero si se hacen las divisiones de tal modo que formen proposiciones u observaciones resulta aún más interesante y sugestivo el bosquejo. Se puede entonces decir:

1.Es la primera oración jamás oída de tal índole en la tierra. Es la cruz de Cristo que introduce tal oración.

2.Es el Hijo de Dios venido del cielo que ora así por sus verdugos. La idea de perdón ha venido del Cielo.

3.Es el reflejo de su hermoso carácter.

a) Su ternura.

b) Su clemencia.

c) Benigna disposición.

d) Amor.

e) Nobleza.

f) Abnegación.

4. Es la prueba de que es el Redentor.

a) Desde la misma cruz procura el perdón para los más indignos.

b) Lo obtiene en virtud de su sacrificio.

5. Estas palabras dejan ver a Cristo en calidad de Mediador.

Nótese el argumento con que defiende: «No saben».

Conclusión. — Esta oración proclama que la única manera para salvarnos es por la clemencia divina, por gracia.

Obsérvese que en ambos bosquejos hay una gradación de pensamiento de lo general a lo particular, dentro del texto, pero sin sujetarse a la letra del mismo.

El sermón textual-sintético, más que ningún otro de los que hasta aquí hemos estudiado, reclama subdivisiones. Este bosquejo queda muy seco con sólo las cuatro divisiones principales, mientras que tratado por proposiciones resulta muy sugestivo.

Aunque debemos tratar de las subdivisiones del sermón en otro capítulo más adelante, pondremos aquí un bosquejo completo con sus subdivisiones para dar una idea más clara del sermón textual-tópico.

EJEMPLO 14º.

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

Mateo 5:44

I. Quién lo manda.

1. Jesús, el que tiene toda autoridad.

2. El que lo practicó en su vida.

3. El que lo practicó en su muerte.

4. No hubiera podido ser sugerido por la Naturaleza.

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II. A quién lo manda.

1.A los discípulos, seguidores, imitadores, que tienen el deber de seguir sus pisadas.

2.A los redimidos, los que le deben el inmenso favor de la vida eterna; favor obliga.

3.A los perdonados, los que eran a su vez enemigos.

III. Por qué lo manda.

1.Es agradable a Dios, Padre de todos los hombres.

2.Es una señal segura de ser hijos de Dios.

3.Es indispensable para asemejarnos a Cristo y prepararnos para la vida de amor en el Cielo.

IV. Ventajas de cumplir este mandato.

1.Impide que perjudiquemos a otros.

2.Nos libra a nosotros mismos de los peligros del odio. (Donde las dan, las toman.)

3.Convierte a los enemigos en amigos.

Será el mejor medio para ganar almas para Cristo, y si son hermanos, para ayudar a elevarles a una vida superior.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Sermones Temáticos

Sermón temático es la exposición de un asunto o tema bíblico, sin seguir las líneas de un texto determinado, sino el conjunto de enseñanza o doctrina que se encuentra en la Biblia sobre dicho tema.

Una vez determinado el asunto sobre el cual el predicador desea hablar, escogerá una porción bíblica adecuada

al mensaje, y es preferible si tiene también su texto, desde el cual procederá al desarrollo del sermón; pero dicho texto

formará la base, no el esqueleto del sermón, como en los anteriores ejemplos.

Supongamos que el predicador desea hablar de la necesidad de evangelizar y formula el sugestivo tema de:

"Por qué predicamos el Evangelio".

Podrá tomar como texto Marcos 16:16, o Romanos 1:16, pero no se ceñirá a dichos versículos, aunque usará

uno de ellos como texto y lo citará más de una vez en apoyo de su tesis; pero podrá formular el bosquejo tópico en esta

forma:

¿POR QUÉ PREDICAMOS EL EVANGELIO?

I. Porque Cristo lo mandó. Es, pues, un deber de todo cristiano agradecido.

II. Es el beneficio mayor que se puede hacer a individuos y naciones. (Pueden citarse aquí muchos ejemplos

como prueba e ilustración.)

III. Es el único medio para lograr la salvación eterna de las almas.

Al explicar el punto segundo el predicador no versado en Homilética corre mucho peligro de adelantarse al

desarrollo de su tema diciendo que el mayor beneficio que recibe toda persona por la predicación es la salvación eterna

de su alma. Pero debe evitar cuidadosamente entrar en este terreno en el segundo punto, en el cual debe explicar tan

sólo los beneficios materiales que las personas reciben al aceptar a Cristo; de otro modo, no sabría qué decir al llegar al

tercer punto o tendría que incurrir en repeticiones fastidiosas. El asunto de la salvación del alma es el más importante y el más adecuado para el llamamiento final: déjese, pues, para el fin del sermón.

SERMÓN TEMÁTICO DOCTRINAL

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Es el que toma una idea o doctrina bíblica y la sintetiza o resume, aportando en su apoyo diversos textos

bíblicos, pero no todos los textos que hablan sobre tal asunto, ni un número excesivo de ellos.

Hay sermones que apenas son otra cosa que una serie de textos bíblicos engarzados. A la gente le gusta ver que los pensamientos del predicador están bien fundados en la Palabra de Dios. Puede observarse cómo el apóstol San Pablo

cita una vez y otra las Escrituras del Antiguo Testamento; por ejemplo, en apoyo de la tesis sobre la salvación por la fe,

que desarrolla en las cartas a los Romanos y a los Calatas, pero hay allí pensamientos originales que forman la carne de

la disertación. Alguien ha dicho que antes que escuchar sermones que son meros esqueletos de textos preferirán los

oyentes comprarse un diccionario bíblico de paralelos, evitando a un predicador que no se toma la molestia de pensar y

fía su discurso en la memorización de textos bíblicos.

En ningún discurso, ya sea simplemente tópico como el anterior, o de estudio bíblico como el que sigue, deben

emplearse más de dos o tres textos bíblicos, como máximo, en apoyo de cada una de las partes. Puede usarse más de un

texto para cada parte o división cuando el segundo y el tercero contienen alguna idea nueva que completa la idea de los

otros, pero en la mayoría de los casos un solo texto bien escogido será suficiente.

EJEMPLO 1º.

EL PROMETIDO MESÍAS

Introducción. — La promesa de un Redentor fue hecha a nuestros primeros padres desde el momento de la

caída; la Biblia va definiendo el carácter de este enviado sin igual que vendría a efectuar la liberación espiritual de la

Humanidad.

Desarrollo. — Notemos sus características:

I.Sería simiente de la mujer, lo que parece predecir su nacimiento virginal: Génesis 3:15.

II.Sería un descendiente de Abraham: Génesis 22:18.

III.Sería un descendiente de David: 2.° Samuel 7:13.

IV.Nacería en Belem Miqueas 5:2.

V.Horadarían sus manos y sus pies: Salmo 22:16.

VI.Sería contado entre malhechores: Isaías 53:9.

VI.Pero enterrado en rica tumba: Isaías 53:9.

VII.No quedaría en el sepulcro: Salmo 16:10.

Conclusión. — Cristo ha demostrado ser el Mesías prometido y como tal debe ser aceptado.

Como advertimos ya, el predicador encontrará muchos pasajes en que se declara que el Mesías sería hijo de

Abraham o de David, pero uno solo escogido y explicado es mejor que muchos mal explicados.

En un sentido general todos los sermones tópicos son sintéticos porque sintetizan o resumen alguna verdad o

doctrina que se halla distribuida en toda la Biblia, pero en el ejemplo "Por qué predicamos el Evangelio" la síntesis de

pasajes bíblicos no aparece tan clara como en éste del Mesías, por esto lo consideramos simplemente tópico, o de

desarrollo de un tema. Mientras que llamamos al segundo sermón, doctrinal, o de síntesis bíblica, porque desarrolla, no

una idea, motivo, apelación o exhortación, sino una doctrina, la del Mesías. Algunos llaman a los sermones sintéticos

sobre alguna enseñanza o doctrina espiritual, simplemente: Estudio Bíblico.

Con la ayuda de un buen diccionario de paralelos, o aun con la mera ayuda de las notas marginales de la

Biblia, es fácil componer buenos mensajes tópicos, de síntesis doctrinal.

Otras veces el bosquejo sigue una serie de consideraciones acerca de un tema, algunas apoyadas con texto y

otras sacadas de la experiencia.

Véase:

EJEMPLO 2º.

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LA ORACIÓN QUE DIOS ESCUCHA

Proverbios 15:29

I. Dios no escucha las oraciones de:

1.° Los que miran la iniquidad en sus corazones: Salmo 66:18.

2.° Los altivos y orgullosos: Lucas 18:11.

3.° Los faltos de caridad: Proverbios 21:13. 4.° Los que no atienden a la Palabra de Dios: Proverbios 28:9.

5.° Los egoístas: Santiago 4:3.

II. Dios escucha las oraciones de:

1° Los humildes: Lucas 18:13-14.

2.° Los rectos: Santiago 5:16.

3.° Los que permanecen en comunión con El: Juan 15:7.

4.° Los desamparados: Salmo 102:17.

5.° Los afligidos: Santiago 5:13.

6.° Los que buscan la Ciencia Divina: Santiago 1:15.

(Adaptado de Paul E. Holdcraft.)

He aquí otro ejemplo de bosquejo para sermón doctrinal basado en enseñanzas de la Biblia y de la experiencia

conjuntamente.

EJEMPLO 3.°

Tema: EL PECADO

I. Qué es el pecado.

1.Es trasgresión de la ley divina: 1.a Juan 3:4.

2.Es obediencia al enemigo de Dios y nuestro: Romanos 6:17, 18.

3.Es una prueba de ingratitud y desafecto al que merece todo amor y obediencia: Romanos 1:21.

4.Es una tendencia natural por herencia: Salmo 51:5.

II. Cómo se produce.

1. En el pensamiento. Cuando es:

1.° Consentido: Deuteronomio 12:19.

2.° Acariciado: Proverbios 16:30.

3.° Buscado: Génesis 6:5.

2. De palabra:

1.° Contra Dios; blasfemias: Levítico 24:15.

2.° Insultos contra los semejantes: Mateo 5:22.

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3.° Mentiras (sobre todo en perjuicio del prójimo): Jueces 12:22.

4.° Chismes y murmuraciones: Lev. 19:16.

3. De obra. Es todo acto prohibido por la ley divina, y las acciones conducentes a los mismos:

1.° Crimen y otras relaciones favorables al al mismo: Éxodo 20:13.

2.° Adulterio y actos de lascivia: Éxodo 20:14.

3.° Violencia de obra: Isaías 3:12.

III. Trágicas consecuencias del pecado.

1.Desasosiego en el alma; turbación de la paz interior: Isaías 48:22.

2.Aumenta las dificultades de la propia vida, ya bastante difícil a causa del pecado reinante. A veces con la

esperanza de mejorarlas (Ej.: el ladrón, timador, etc.): Proverbios 4:19.

3.Lleva el pecador a una pendiente peligrosa (la bola de nieve).

4.Induce a otros a pecar: 2.° Samuel 12:14.

5.Aparta el favor de Dios: Isaías 51:2.

6.Conduce al apartamiento definitivo, o sea, al infierno: Salmo 9:17.

IV. El remedio para el pecado.

1.Remedios ineficaces. Todos los que proceden de nosotros mismos o de invención humana:

a)Arrepentimiento sin fe en el Redentor.

b)Sacrificios y penitencias.

c)Dinero y ofrendas: Hebreos 8:20.

2.El remedio eficaz: LA OBRA DE CRISTO. Por ser infinito su Autor y el mismo Hijo de Dios.

3.Aplicación del remedio:

a)Por la fe: Efesios 2:8.

b)Con arrepentimiento: Hechos 3:19.

c)En novedad de vida: 2.a Corintios 5:17.

Este bosquejo es excesivamente largo, lo que obliga a tratar sus partes muy someramente. Cuando esto ocurre

en temas tales como el referido u otros, por ejemplo: la fe, el arrepentimiento, el amor de Dios, la salvación, etc.,

conviene definir el título del sermón un poco más y ceñirnos al mismo para evitar que el público desorientado llegue a

olvidar al final del discurso lo que se ha dicho al principio.

Podemos tratar el tema del pecado de un modo menos completo pero más expresivo y fácil de recordar a los

oyentes, tomando como texto Hebreos 3:13. De este modo, asociando la idea de "engaño" a la de "pecado", diremos:

EJEMPLO 4º.

EL ENGAÑO DEL PECADO

I.El pecado engaña en cuanto a su verdadera culpa. Pretende que Dios no le da importancia.

II.El pecado engaña acerca de las ventajas que por él se han de recoger.

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III.El pecado engaña acerca de los malos resultados de nuestros hechos.

IV.El pecado engaña en cuanto a las posibilidades de ser librados de él cuando nos plazca.

V.El pecado engaña en cuanto a su desastroso fin.

Búsquense textos bíblicos y, si es posible, alguna anécdota que ilustren estas afirmaciones y se obtendrá un

sermón breve y sugestivo que todos los oyentes podrán recordar con facilidad.

Asimismo, en lugar de tratar en un solo discurso de «la fe» en todos los aspectos, sería mejor tratar un día de:

«La fe como único medio de salvación», o concretándolo en un tema más breve, "Salvación por la fe", y en otro

discurso "Es poder de la fe", refiriéndonos, no al acto de fe por el cual recibimos a Cristo como Salvador, sino a la fe

constante que obtiene el cumplimiento de las promesas de Dios por medio de la oración.

Como quiera que nuestros públicos son generalmente mixtos, de personas inconversas y de creyentes, es permitido al

predicador, en un discurso sobre la salvación por la fe, referirse al final del sermón a la constancia de la fe que nos

permite vivir una vida victoriosa como creyentes, hasta el día que entramos en posesión de la promesa de salvación. Pero esto de un modo breve, sin extenderse en aquellas consideraciones que no son el objeto principal del sermón.

Asimismo, en un discurso para creyentes, refiriéndonos a la fe que obtiene victorias por la oración, nos es permitido

poner, quizá como primer punto de la disertación, que la primera bendición de Dios que alcanzamos por medio de la fe

es la salvación del alma, lo que nos permitirá dirigir una llamada a algún oyente no convertido que pudiera hallarse

entre la concurrencia, pasando inmediatamente a referirnos a las otras bendiciones de la vida de fe, con más detalle y

extensión.

Nunca hay que olvidar el propósito principal del sermón, que es, en el primer caso, atraer a los inconversos a

una fe definida en la obra redentora de Cristo, y en el segundo, alentar a los creyentes a una vida de fe.

Un sermón que abarque completamente los dos aspectos de la fe es imposible, pues todos los sermones deben

tener un propósito principal. Tratar de cazar muchos pájaros de un solo tiro es seguro método para no alcanzar ninguno.

Asimismo, un sermón que se extiende por igual en dos propósitos diversos no alcanzará ninguno; siempre debe tener un

propósito principal, aunque contenga alguna exhortación incidental de otro carácter, la cual debe procurarse relacionar

del mejor modo posible con el propósito principal.

SERMÓN TEXTUAL-TEMATICO

Uniendo lo que hemos aprendido acerca de los sermones textuales y los temáticos, encontraremos que algunos textos se

prestan para la construcción de sermones temáticos con la ayuda de otros textos de la Biblia, pero siguiendo un

desarrollo muy similar al sermón textual.

En los sermones de esta clase hay por lo general una palabra clave que viene a constituir el tema del discurso.

Otros textos bíblicos en los cuales ocurre la misma palabra o idea, son preciosos auxiliares para ilustrar las

subdivisiones de tal discurso, aunque otras partes pueden ser ilustradas también con ejemplos o circunstancias de la

experiencia humana, y no por un texto bíblico.

Debe evitarse cuidadosamente el uso de textos ilustrativos con profusión excesiva. Nunca deben tomarse textos

por la simple razón de que la palabra o idea clave concurre en ellos. Un sermón no es una concordancia de analogías bíblicas. De acuerdo con este principio, jamás deben formularse subdivisiones para poder encajar textos favoritos en un

sermón, sino que los textos deben buscarse después de haber formulado las subdivisiones, con el exclusivo objeto de

ilustrar el pensamiento que tenemos en mente.

Obsérvense estas instrucciones en el siguiente

EJEMPLO 5º.

BUSCANDO AL SEÑOR

Isaías 55:6

I. Qué significa buscar al Señor.

1.° Es buscar el conocimiento de El: Juan 1:18, 2.a Corintios 4:6, Juan 17:25-26 y Mateo 11:27.

2.° Es buscar su favor: Efesios 2:3 y 1:6.

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3.° Es buscar su imagen: Génesis 1:27, Efesios 4:22-24.

4.° Es buscar su comunión: Colosenses 1:21, 2.a Corintios 6:16 y Juan 14:23.

5.° Es buscar su presencia y goce por la eternidad: Mateo 5:8, 1.a Juan 3:2, Apocalipsis 21:3-7 y 22:3-4.

II. Cómo debe buscarse al Señor.

1° Conscientes de nuestra absoluta necesidad de El y de los privilegios arriba mencionados.

2.° Con sinceros deseos de tenerle: Salmo 42:1, 43:1 e Isaías 26:8-9.

3.° Por medio de la oración: Mateo 7:7 y 6:6.

4.° Con una búsqueda perseverante.

III. Cuándo debemos buscar al Señor. 1° Mientras vivimos. 2." Mientras gozamos de salud.

3.° En nuestra juventud.

4.° Mientras dura el día de la gracia.

I.Su generosa oferta.

1° Tendrá misericordia.

2.° Dará abundante perdón: Isaías 55:7.

3.° Nos renovará: Vers. 10 y 11.

(Adaptado de Charles Simeón.)

Obsérvese que algunas de las subdivisiones tienen textos ilustrativos y otras no. El mensaje es tan evangélico

que fácilmente podrían hallarse textos para cada una de sus subdivisiones, pero los puntos III y IV son tan sencillos que

no necesitan textos para su ilustración, y el aplicarlos a cada subdivisión haría el discurso demasiado largo y pesado.

Hay casi demasiados en la primera parte.

Quizá podrían suprimirse textos en las primeras secciones y poner otros en las últimas. Como un ejercicio

práctico para el estudiante, vamos a poner citas bíblicas adecuadas a estas últimas secciones, pero en desorden, para que

el estudiante las coloque en el lugar que a su juicio corresponden: Isaías 55:7. Eclesiastés 12:1. Isaías 65:6. Job 7:4-6.

Eclesiastés 7:2. Salmo 111:2. Lucas 11:9.

Notemos que cuando se citan varios textos para un mismo punto, éstos no están puestos en cualquier orden,

sino que hay entre ellos un desarrollo de pensamiento. Por ejemplo, en la subdivisión 1.a "Es buscar el conocimiento de

El", podemos empezar diciendo, de acuerdo con Juan 1:18, que la búsqueda del Desconocido Invisible ha sido la gran

incógnita de la Humanidad; pero no es tanto porque Dios se haya ocultado como porque el diablo ha cegado las mentes

de los hombres para no ver a Dios en sus obras. Aquellos que reciben a Cristo son empero los que verdaderamente

descubren a Dios según Juan 17:25-26, ya que Dios tiene que ser buscado más con el corazón que con la mente. Por

esto son las personas más sencillas y sinceras, y no los sabios de este mundo, quienes le encuentran más fácilmente

(Mateo 11:27). Quien busque este supremo conocimiento lo hallará, por muy humilde e ignorante que sea.

Relacionando estos textos auxiliares, el oyente se siente suavemente introducido en ellos por la argumentación

lógica del predicador. Nada hay peor que tratar de ilustrar un sermón con una retahíla de textos bíblicos sin conexión.

Es necesario desarrollar el tema de modo que los textos caigan a propósito, como llaves que se aplican a sus cerraduras.

Por otro lado, hay que tener gran cuidado en no caer en el peligro de desarrollar los textos ilustrativos

demasiado extensamente, de modo que resulten nuevos sermones. Al desarrollar el subtítulo antes referido con cuatro

textos ilustrativos, no debe olvidar el predicador que el tema del sermón es "BUSCANDO AL SEÑOR" y que "El

conocimiento de Dios" es sólo un punto subsidiario del argumento principal, que es: la necesidad y conveniencia de

buscar a Dios, y que para este punto subsidiario no debe emplear el predicador más que unos breves minutos. Por

consiguiente, las frases con las cuales una estos cuatro textos deben ser concisas e incisivas.

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Cuando al estudiar una subdivisión le ocurran al predicador una superabundancia de pensamientos, hará bien

en anotarlos para otro sermón, que en este caso podría ser sobre el tema "EL MAYOR DESCUBRIMIENTO DE

TODOS", o bien "UN CONOCIMIENTO FELIZ", pero de ningún modo debe tratar de hacer de cada subtítulo un

nuevo sermón, hasta hacerse cansado al auditorio.

Con el ejemplo del punto primero el estudiante podrá ver fácilmente la relación que existe entre los textos de

los subtítulos 3.°, 4.° y 5.°.

Los subtítulos del punto 3.°, por ser tan breves y simples, convendría ilustrarlos con alguna anécdota, lo que

daría variedad al sermón.

Véase ese otro bosquejo de sermón textual sintético tomado de un famoso predicador, sin textos ilustrativos, lo

que requerirá mayor número de anécdotas.

EJEMPLO 6.°

EL ARREPENTIMIENTO

Isaías 55:7

I. «Necesidad de la conversión».

Algunas personas dudan de tal necesidad, pero ésta resulta evidente teniendo en cuenta:

1.° La naturaleza de Dios. — ¿Cómo puede un Dios Santo consentir el pecado o perdonar a pecadores que

continúen en su iniquidad?

2.° La naturaleza del Evangelio. — Las Buenas Nuevas no son una proclamación de tolerancia del pecado,

sino una liberación de él.

3.° Los antecedentes del Evangelio. — Tenemos muchos ejemplos de perdón en la Sagrada Escritura otorgado

a personas que cambiaron de vida, pero ninguno de perdón concedido a quienes persistieron en el mal camino.

4.° El propio beneficio del pecador requiere que abandone el pecado, ya que de otro modo éste dejaría sentir

sus efectos.

II. «La naturaleza de la conversión».

1.° Tiene que abandonar su "camino". Esto significa:

a) Su camino natural, en el cual corre de por sí, según su propia tendencia.

b) Su camino habitual, al cual está acostumbrado.

c) Su camino preferido, en el cual encuentra los placeres del pecado.

d) El camino ancho por donde van muchos.

2.° Debe dejar o abandonar tal camino. Pues no basta:

a) Reconocer que es malo.

b) Lamentarse de seguirlo.

c) Resolverse a dejarlo alguna vez.

d) Andar con más cuidado en él.

3.° El pecador debe dejar también "sus pensamientos".

Esto significa sus opiniones y nociones propias antiescriturales:

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a) Con respecto a Dios; su ley; su Evangelio; su pueblo.

b) Respecto al pecado; al castigo; a la persona de Cristo; o a su propia persona.

c) Respecto a su propio orgullo, negligencia, desobediencia y desconfianza.

III. El Evangelio de la conversión.

1.° Una promesa segura: "Tendrá de él misericordia".

2.° Un perdón completo: "Será amplio en perdodonar".

Esta amplitud proviene del Calvario, donde todo el pecado fue expiado. En virtud de tal obra Dios puede

ser extraordinariamente generoso para con el pecador de conciencia despierta, sin faltar a su justicia.

Conclusión. — Oh, que el pecador considere la necesidad de un cambio total de pensamiento en lo interior, y de conducta exterior. Si no es completo y radical sería vano. Total y terrible ruina será la consecuencia de seguir en el

mal. Que sea ésta la hora crucial de tu vida. Dios dice "vuélvete". ¿Qué te impide hacerlo?

(Adaptado de C. H. Spurgeon.)

Manual de Homilética por Samuel Vila

Subdivisiones del sermón

Concretando lo dicho en los capítulos anteriores, podemos definir la gestación de un sermón en la siguiente forma:

1. El predicador recibe la inspiración del asunto sobre el cual ha de hablar como un mensaje especial de Dios para sus oyentes; como respuesta a sus continuas oraciones pidiendo a Dios la inspiración de mensajes apropiados a las necesidades espirituales de su público.

2. Encuentra el texto adecuado que define el mensaje. (A veces la inspiración del mensaje viene con el texto, sobre todo si el predicador es un asiduo lector de la Palabra de Dios.)

En otros casos querrá predicar sobre una doctrina bíblica y usará, no uno, sino muchos textos en su apoyo, escogiendo como texto del sermón el que mejor defina el mensaje o doctrina que desea exponer.

3. Concentrará el mensaje en una frase corta que se llama tema.

4. Lo definirá en varias proposiciones o divisiones principales, ya sea usando las palabras o frases más prominentes del texto (sermón textual ilativo), o siguiendo un plan lógico formulado en su mente acerca de los pensamientos que el texto le sugiere (sermón textual-tópico), o bien formará un plan que no tiene nada que ver con las palabras del texto sino con algún mensaje o doctrina bíblica, para el cual el texto le sirve solamente de introducción (sermón tópico).

5. Escribirá una introducción que despierte la atención y el deseo de los oyentes para escuchar el desarrollo del mensaje. Acerca de esta parte breve pero importantísima del sermón hablamos en un capítulo especial.

Hasta aquí tiene formulado el plan o esqueleto del sermón. Aunque el esqueleto es el armazón o apoyo del cuerpo, no constituye el cuerpo en sí, necesita la carne y los órganos que lo completen. Así el sermón con sólo sus divisiones principales no conseguiría el objeto de salvación o edificación de los oyentes. Algunos de los mismos puntos principales no serían ni siquiera comprendidos por los oyentes si no fueran acompañados de una explicación.

El estudiante habrá notado cómo algunos de los bosquejos que dimos en el capítulo I, que se refiere a las diversas formas de sermón textual, los acompañamos de subdivisiones para hacerlos más comprensivos, mientras otros más claros o simples los dejamos en esqueleto, sin dar de ellos más que las divisiones principales.

El objeto de las subdivisiones es ampliar el sentido de las divisiones principales para que el pensamiento sea más claro y detallado.

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Por lo tanto, las subdivisiones deben ser únicamente el desarrollo de la división principal sin salirse de ella y, sobre todo, sin tratar de explicar lo que ha de exponerse más tarde en alguna otra división.

Tomando el bosquejo que hemos tenido en el capítulo I, página 20, podremos desarrollarlo en esta forma:

EJEMPLO 1º

Tema: LLAMAMIENTO EFICAZ

Mateo 9:9

Introducción. — Explicar la historia de Mateo de un modo vivo y dramático. Haciendo énfasis en la prontitud con que Mateo siguió a Cristo. Puntualícese lo que dijimos en la introducción del anterior bosquejo: que una sola palabra bastó para cambiar la vida de este hombre, pero:

I. ¿Quién es el que hace el llamamiento?

1. El Hijo de Dios venido como hombre a la tierra.

2. El amante Salvador que desea salvar a todos.

3. El Divino Maestro.

4. El que sabe lo que hay en el hombre.

5. El que tiene toda autoridad para invitar y aun mandar.

II. ¿A quién dirige esta exhortación?

1.A un hombre avaro y entrometido en negocios mundanos.

2.A uno despreciado de todo el mundo por su carácter y conducta.

3.A uno a quien el dinero no había podido satisfacer.

Aplicación: ¿No hay muchos así hoy día y entre los oyentes?

III. ¿Qué significa seguir a Cristo?

1. Seguir su instrucción, sus enseñanzas.

2. Imitar sus prácticas: oración, asistencia al culto, caridad, etc.

3. Acompañarle en sus sentimientos y propósitos.

4. Dejar la compañía que no sigue a Jesús.

5. Dejar la ocupación que, por no corresponder con el carácter o métodos de Cristo, no puede ejercerse siguiendo a Jesús.

Aplicación: A las posibles circunstancias de los oyentes (sin entrar en detalles que pudieran tener un carácter personal para alguno de los asistentes, lo que sería fatalmente erróneo y contraproducente. Dejemos al Espíritu Santo aplicar la Palabra).

IV. Resultados de seguir a Cristo.

1. Cambio total de vida. No se avergonzó de seguir al Señor.

2. Procuró que otros tuviesen contacto con Cristo.

3. Generosidad. "Convidó a muchos".

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4. Recibió uno de los más altos cargos que Cristo podía dar a los mortales, el ser apóstol.

5. Ha sido un medio de bendición por medio de su Evangelio no sólo a sus contemporáneos, sino a todas las generaciones de creyentes.

Conclusión. — ¿No quieres seguir a Cristo hoy y servirle como Mateo para gozar de sus beneficios y ser bendición a muchos?

Las subdivisiones de los dos primeros puntos principales tienen que ver con la historia de Mateo y no requieren aplicación especial a los oyentes; sin embargo, al desarrollar las subdivisiones del primero, el predicador debe pensar en las almas que necesitan un Salvador, al igual que lo necesitó Mateo, y debe hablar con entusiasmo y convicción, aunque lo hará solamente refiriéndose a Mateo, sin hacer invitaciones especiales a los oyentes, pues tales invitaciones sólo en casos excepcionales pueden hacerse en el primer punto del sermón. Sin embargo, debe contar la historia de Mateo, pensando en la impresión que hará en el ánimo de los oyentes inconversos lo que está describiendo como de paso, acerca del amor y deseo del Señor Jesucristo de salvar a los pecadores.

Al terminar el desarrollo de las cuatro subdivisiones del punto segundo puede hacerse una aplica-ción personal, diciendo: ¿No te hallas satisfecho y feliz? Cristo te invita, etc.

En el tercer punto casi olvidamos a Mateo, pero no nos apartamos del temía, porque, sin duda, Mateo haría todas estas cosas, sobre todo la 5.

a, que está bien declarada en la narración evangélica.

En las cinco subdivisiones del punto cuarto puede observarse una clara gradación que nos permite terminar hablando de la recompensa que Cristo otorga a los que le siguen.

Las subdivisiones deben, pues:

1. Explicar lo que no sea bien claro en la división principal.

2. Demostrar y probar que lo afirmado en la división principal es la verdad.

Algunas veces las subdivisiones son respuestas a las preguntas de las divisiones principales, cuando el método de preguntas ha sido usado al hacer el plan general del sermón.

Veamos un ejemplo de ello en este bosquejo sobre Judas:

EJEMPLO 2.°

Tema: LA GRAN TRAICIÓN

Lucas 22:48

I. ¿Quién comete el gran pecado? «JUDAS». ¿Quién era? Explíquese la dignidad que Jesús le había dado.

Lo que había experimentado en la compañía de Jesús.

Aplicación: Háblese de la dignidad que el hombre ha recibido sobre todos los seres de la Creación, y sobre del privilegio de haber conocido a Cristo por el Evangelio, mientras millones de seres humanos se hallan en la oscuridad e ignorancia espiritual.

II. ¿En qué consiste este pecado? "ENTREGAS".

1. Expóngase lo horrendo del crimen. (Abuso de confianza, rechazamiento del amor y advertencias dirigidas durante la última cena.)

2. ¿Cuál es su intento o propósito? (¿El dinero? ¿El rencor por la reprensión en Betania?)

Aplicación: Jesús dice que el que no es con El es contra El. Aquel que no lo acepta, le entrega; el que no le confiesa, le niega.

III. ¿Contra quién lo comete? "AL HIJO DEL HOMBRE".

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1. Al único hombre puro que había habido.

2. Al amante Salvador.

3. Tu Maestro.

4. Al que conoce todas las cosas.

Aplicación: Todo esto es Jesús para cada alma.

IV. ¿Cómo lo realiza? "CON UN BESO".

1. Una señal de amistad.

2. Acto de descarada hipocresía.

Aplicación: Muchos serán condenados por sus actos de religiosidad hipócrita. ¿Serás tú uno de ellos?

EJEMPLO 2º

Tema: AMOR AGRADECIDO

Lucas 7:36 al 50

Las divisiones principales de este tema pueden ser:

I. Origen de este amor.

II. Su manifestación.

III. Su resultado.

Detallándolo por medio de subdivisiones, sería:

I. Origen de este amor.

1.No era egoísta ni carnal. No iba a reportarle ningún provecho material a la pecadora, pues todo el mundo sabía cuan santo y puro era el Divino Maestro y cómo condenaba el pecado (Mateo 6:26).

2. Era promovido por la fe (vers. 50).

a)La pecadora creía en el amor salvador de Jesús. Había perdonado los pecados del paralítico hacía poco en la misma ciudad (Lucas 5:20). ¿No querría perdonar a ella también?

b)En su poder para perdonar. Los fariseos lo ponían en duda, pero ella no. Tenía sus razones. (Expónganse éstas, basándose en los relatos evangélicos.)

II. ¿Cómo se manifestó este amor al Salvador? 1. En un santo valor, porque:

a)La casa donde entró esta pecadora no era la suya.

b)Los invitados a la mesa eran de categoría superior.

c)El caballero a quien se acercó era un alto personaje a quien todos llamaban el Señor.

d)El papel que iba a desempeñar en una fiesta era inoportuno y ridículo.

2. En lágrimas de corazón quebrantado, promovidas por:

a)Su pena y arrepentimiento por lo pasado.

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b)Un humillante servicio personal.

a)c) Expresiones del más humilde efecto. Besar los pies.

c)Una actitud paciente ante la crítica. No se levantó a discutir con el fariseo. El amor a Cristo da paciencia.

III. Su resultado.

1. De parte del mundo, desprecios, burlas, insultos. No debemos extrañar que así ocurra siempre.

2. De parte del Señor:

a)Perdón completo. "Tus muchos pecados". No una parte de ellos, ni un tanto de su culpabilidad dejando el "reato" para ser expiado aquí o en el purgatorio.

b)Gratitud y elogio de Quien más valor tienen.

Notemos que hubo para la pecadora:

1.° Un momento de prueba ante la crítica.

2.° Un momento de satisfacción y esperanza cuando oyó la defensa del Señor.

3.° Un momento de gozo supremo cuando escuchó la palabra de perdón (vers. 48).

c) Confirmación y adoctrinamiento (versículo 50).

1.° Jesús quiso que supiera la razón de su perdón: la fe que había puesto en el poder salvador de Cristo. No era ocasión para revelar aún la doctrina del Calvario; pero, sin duda, la conoció más tarde la pecadora y le hizo amar aún más a su Salvador.

2.° Quiso que descansara en la seguridad de su salvación. "Ve en paz", no a cumplir penosas penitencias.

Conclusión. — ¿No quieres amar a Cristo, confesarle con valor y sufrir el desprecio del mundo para obtener en cambio tan grandes beneficios?

Veamos otro bosquejo:

EJEMPLO 4º

Tema: LA ELECCIÓN DE MOISÉS

Hebreos 11:24-26

Introducción.—Puede hacerse de dos maneras:

1.a De carácter narrativo, refiriendo la historia bíblica, o

2.a Argumentativa, diciendo a vía de Introducción:

En varias ocasiones de la vida se nos presenta la necesidad de hacer elecciones que deciden nuestro Porvenir, pero la principal de todas es aquella que tiene que ver con nuestra salvación y el porvenir eterno de nuestra alma. Moisés es un ejemplo de abnegación y del poder que un hombre puede recibir Por la fe en Dios cuando se decide a perderlo todo Por amor a El.

I. Lo que Moisés rehusó.

1. La dignidad de príncipe. Muchos han arriesgado mucho para gozar tal triunfo.

2. Los placeres de la corte. Seguramente eran muy atractivos.

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3. Las riquezas. Las había gozado y sabía el bien material que significaban.

II. Lo que eligió.

Sufrir con el pueblo de Dios. Esto en un tiempo cuando estaban oprimidos por un déspota.

Compartir el desprecio que sufría su pueblo, la burla de sus enemigos; quizás en parte motivado por la esperanza que tenía de un libertador prometido a los padres, el Mesías, la Estrella de Jacob. Por esto el apóstol lo llama "el vituperio de Cristo".

III. El principio decisivo de su elección.

La fe. Por medio de la fe inculcada por su piadosa madre, Dios le enseñó:

1. A valorar lo mundano. Por eso consideraba las riquezas de Egipto como:

a) No satisfactorias. ¿Lo son hoy?

b) Inciertas (ilústrese con alguna anécdota).

c) Perjudiciales en su influencia. Descríbanse imaginativamente las luchas de conciencia del joven piadoso en una corte corrompida. El resultado fue decidir la huida antes que fuera cogido demasiado fuertemente en los lazos del pecado.

2. A mirar a la remuneración. Esta podía tener dos aspectos:

a)La promesa de libertad y salida de Egipto anticipada por los patriarcas Jacob y José (Génesis 49 y 50:24).

b)La ciudad con fundamentos que esperaban los patriarcas (Hebreos 11:9-16). El Cielo.

Ambas cosas parecían lejanas e improbables y de la segunda tenían menos detalles y garantía que las que tenemos nosotros después de la Venida de Cristo.

Su fe, empero, le hizo valorar estas cosas lejanas por encima de lo presente y tangible. ¿No lo hará con nosotros?

DIVISIONES AMPLIADAS O EXPLICADAS

Para predicadores noveles o muy ancianos, cuando empieza a fallarles la memoria, no será suficiente un bosquejo con escuetas divisiones y subdivisiones, sino que necesitará un poco de desarrollo escrito. Aconsejamos, empero, que éste sea lo más conciso posible para no llevar al predicador a la tentación de leer el sermón palabra por palabra, lo que siempre resta vigor a la alocución, atando al predicador a un manuscrito. El lector encontrará numerosos

ejemplos de bosquejos de esta clase en nuestro

volumen de Sermones escogidos, donde publicamos solamente dos, sobre inauguración de templos, transcritos palabra por palabra, y cuarenta y ocho sobre diversos temas en esta forma condensada, ocupando

cada bosquejo a lo más tres páginas, y una, aproximadamente, de anécdotas.

Aquí nos limitaremos a transcribir un ejemplo exprofesamente escogido de otro autor.

EJEMPLO 3º

Tema: EL YUGO DE CRISTO

Mateo 11:29-30

Introducción. — El capítulo del cual seleccionamos este ejemplo empieza con el mensaje enviado por Juan a Cristo y la respuesta de Este (vers. 3-6). Cristo ensalza el carácter de Juan (vers. 7-11) y censura al pueblo por su menosprecio, tanto del ministerio de Juan como dej suyo propio, mostrándoles los vanos pretextos que presentan para justificarse. Finalmente profetiza la ruina de Corazín, Bethsaida y Capernaum, y concluye con esta afectuosa invitación a tales oyentes desaprensivos, que bien pueden ser tomados como tipo de la Humanidad entera. Consideremos:

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I. El yugo que nos impone.

El yugo es un instrumento puesto sobre el cuello del buey por el cual éste queda sujeto a ciertas restricciones de parte del labrador que le conduce y de su compañero o compañeros de labor. Cristo usa esta figura para aplicarla a la religión; e implica:

1) El yugo de su doctrina. — Esto significa la sujeción de nuestra mente a su enseñanza. La recepción con humildad de las misteriosas doctrinas del Cristianismo, como la encarnación del Verbo Divino, la Redención, la Resurrección, etc. Tales doctrinas eran tropezadero a los judíos y locura a los gentiles, mas a los creyentes son sabiduría y potencia de Dios.

2) El yugo de sus leyes. — Cristo no abolió la ley moral, sino que la explicó, espiritualizó y amplió. "Amad a vuestros enemigos" (véase Mateo 5:7). No hay verdadero discipulado sin obediencia: «Vosotros sois mis amigos», etc. "Si me amáis, guardad mis mandamientos."

3) El yugo de la cruz de Cristo. — «Si alguno quisiere ser mi discípulo tome cada día su cruz, etc.» Esto implica mucho: pública profesión de Cristo, negación de sí mismo, si es necesario abandono de amigos, esposa, hijos, casas, bienes, y aun de la misma vida, por causa de Cristo.

II. La lección que nos enseña.

"Aprended de Mí". Esto significa tanto la doctrina que enseña como las reglas que nos impone y los sacrificios que demanda.

Tenemos que aprender de El:

1) Escuchando sus palabras. — El es el Profeta Supremo prometido a Israel de quien se dijo: "A El oíd." Mandato divino enfatizado nuevamente por Dios en Su bautismo.

2) Imitando su ejemplo. — Es nuestro modelo perfecto. No nos impone ningún deber que El mismo no haya cumplido en su vida ejemplar. El abrió la senda y nosotros tenemos que seguir sus pasos.

3) Adoptando su mente y espíritu. — "Que soy manso y humilde de corazón". Debemos compartir la mansedumbre y humildad de Cristo, pues: "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El." La verdadera humildad suprime el orgullo e imparte un carácter dócil y amable.

III. La bendición que promete.

"Hallaréis descanso para vuestras almas". El reposo corporal es dulce e indispensable. ¡Cuánto más el descanso del alma! Esta promesa incluye:

1) Descanso de la servidumbre del pecado. — No existe labor más severa o cruel, ni acompañada de mayor miseria, que la del pecado. Esclavitud de Satanás. Vasallaje de su maldito imperio.

2) Descanso de la inquietud interior. — "Los impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta". "No hay paz, dice mi Dios, para los impíos, sino temor y constante recelo"; pero "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios". Por esto el alma puede cantar:

Oí la voz del Salvador

Decir con tierno amor:

Ven, ven a Mí, descansarás,

Cargado pecador.

Tal como era, a mi Jesús,

Cansado, yo acudí,

Y luego dulce alivio y paz,

Por fe, de El recibí.

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3) Eterno reposo en el Cielo. — Queda un reposo para el pueblo de Dios. De los trabajos, conflictos, tristezas, cruces, sufrimientos, etc. Reposo constante y eterno (Apoc. 14:13). Para persuadir a los pecadores a aceptar esta invitación observad:

IV. El motivo que aduce.

"Pues mi yugo es fácil y ligera mi carga". Así, es:

1) Contrastado con el yugo del pecado. — ¿Qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales os avergonzáis? El yugo del pecado está lleno de amargura y su paga es "muerte".

2) Comparado con las prácticas religiosas del paganismo. — Por lo general están llenas de crueldad. Tales sistemas religiosos se hallan escritos con la sangre de sus adoradores. Niños inmolados, viudas quemadas, torturas de los faquires y santones. El yugo de Cristo, en cambio, está lleno de misericordia, bondad, paz y pureza.

3) Comparado con las prácticas de la dispensación judía. — Aunque de divino origen, como Dispensación preliminar a la Cristiana, era, sin embargo, lo que Pedro llama: "Yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido llevar." Por sus numerosos servicios, sacrificios, purificaciones, oblaciones, etcétera, y por la severidad de su ley moral: "Ojo por ojo y diente por diente."

4) El yugo de Cristo es, en cambio, fácil por sí mismo. — Nada irracional, nada degradante u opre-sivo se encuentra en su doctrina. "Sus mandamientos no son penosos". Amar a Dios, creer en Jesús, obedecer las leyes divinas y la dirección del Espíritu Santo; ser lleno de frutos de bondad, etc.

5) Es fácil por la ayuda que al aceptarlo nos es otorgada. — «Yo estoy con vosotros todos los días», promete Cristo al partir. Su presencia infunde fortaleza y consuelo por su Santo Espíritu. (Cítense ejemplos de mártires.) "Bástate mi gracia" fue dicho a un hombre que pasó muchas tribulaciones en el servicio de Cristo, el cual pudo por su parte exclamar: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece."

Aplicación: Exhortad al esclavo del pecado acerca de la necedad y locura de continuar en su penosa vida de pecado.

Invitadle a probar el suave yugo de Cristo.

Animad a los discípulos de Cristo a "seguir al Cordero por dondequiera que fuere", imitando sus virtudes.

(Trad. de Sketches and Skeletons of

Sermons, por J. Burns, D.D.)

Nótese en este ejemplo de un gran maestro varios rasgos que hemos señalado en la parte teórica de este manual:

1.° El sermón es en su planteamiento de carácter textual ilativo.

2.° El exordio o introducción es del contexto. El doctor Burns tiene una preferencia especial por las introducciones contextúales. Permítasenos decir que éstas son siempre las más fáciles y ricas en ense-ñanza, pero no las recomendamos en todos los casos. El predicador que teniendo que -dirigirse a un mismo auditorio le diera siempre introducciones del contexto llegaría a hacerse monótonamente pesado. Como explicaremos en el capítulo VIII, hay otras formas de introducción más atractivas para despertar vivamente el interés del público desde el mismo principio del mensaje.

3.° Este sermón es, empero, en su desarrollo, un sermón textual-analítico, porque hay una frase en cada división principal que analiza, o presenta en otras palabras que las del propio texto, la verdad que expresan las frases textuales una tras otra.

4.° La conclusión, o aplicación, como lo denomina el Dr. Burns, es múltiple, conteniendo tres puntos. Ello es posible por tratarse de un texto largo y un sermón bastante extenso. Un texto más breve, raramente permite varias conclusiones.

5.° Digamos, finalmente, que este bosquejo, de un autor clásico y maestro de Homilética del siglo pasado, resulta demasiado extenso para nuestra época moderna. El predicador de nuestro tiempo que quisiera adaptarlo literalmente podría dar muy poco desarrollo a cada parte. Esto ocurre también con

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nuestro propio volumen de Sermones escogidos, preparado para predicadores noveles en tiempos de persecución, cuando los fieles se reunían por las casas, llenos de fervor espiritual, y no se sentían muy satisfechos si el sermón se circunscribía a una sola hora. Era necesario, pues, extender el mensaje por toda clase de ramificaciones en cada punto y enriquecerlo con muchas anécdotas. Pero ello da posibilidad al predicador actual a escoger lo mejor. Siempre es preferible en un bosquejo ajeno que nos proponemos adaptar, que haya exceso de material, que falta, para poder escoger y omitir lo menos interesante, dando paso a pensamientos propios basados en aquellos puntos o proposiciones que más nos han llamado la atención. El autor tiene que confesar que ha adaptado muchos sermones de Spurgeon en sus 45 años de predicador, pero omitiendo las nueve décimas partes del material, conservando tan sólo las divisiones principales y algunos pensamientos clave.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Buscando material para el sermón

Muchas veces, los estudiantes de Homilética han dicho que ocurre con los bosquejos como con el huevo de

Colón. Son muy fáciles cuando se ven escritos en la pizarra, pero lo difícil es que a uno se le ocurra el plan a

desarrollar, y una vez obtenido éste, queda la dificultad de llenarlo con ideas interesantes. ¿Cómo lo haremos para hacer

surgir ideas acerca de un texto en nuestras mentes?

La primera y más sencilla de las formas es sometiendo el mismo a un bombardeo de preguntas prácticas.

Supongamos que el texto es Romanos 1:16. Antes de proceder a ningún plan sobre este texto, el estudiante

puede preparar copioso material sometiéndole a las siguientes preguntas:

Sobre el texto en general.

¿Cuándo fueron escritas estas palabras? ¿En qué población? ¿Por quién? ¿A quiénes fueron dirigidas? ¿De qué

estaba hablando el escritor? ¿Qué objeto se proponía al escribir este texto?

Respecto a las palabras.

¿Por qué dice no me avergüenzo? ¿Por qué dice potencia? ¿Qué significa salud? Búsquense otros textos donde

salud significa salvación.

EJEMPLO: Hechos 4:12. Romanos 10:10. Hebreos: 14. Hebreos 2:3. 1.a Pedro 1:5. Judas 3.

¿Quién era el judío? ¿Quién era el griego? ¿Por ué nombra dos pueblos?

Respecto a las frases.

¿Cuántas hay en este texto? ¿Dónde hallaré aclaración sobre la palabra salud? ¿Dónde hallaré aclaración de

que el Evangelio es poder?

En la Biblia: Zaqueo. La pecadora. El carcelero e Filipos.

En la historia: Recuérdese algún caso o anécdota. ¿Qué otros textos extienden la invitación a "todo aquel"?

Juan 3:16.

Respecto a sí mismo.

¿Peco yo de avergonzarme? ¿Recuerdo algún caso que lo haya hecho?

¿He dudado del poder de Dios para convertir a alguien?

¿He de buscar primero los que están más cerca los que están más lejos en mis trabajos? ¿Me indicaré sólo a

una clase?

Respecto a los oyentes

¿Qué verdades he de inculcar a los creyentes? . Las que me he aplicado a mí.

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¿Y a los no creyentes? La realidad de un Evangelio que se ha demostrado tan poderoso.

La necesidad de creer para tener salvación.

La inutilidad de las obras para salvar. Lo que hacían los judíos.

La inutilidad de buscar a Dios en la filosofía natural sin revelación.

ARREGLO DEL BOSQUEJO

Puedo hacerlo de dos modos: Por el método textualilativo o por el temático.

Si lo hago temático, ¿sobre qué palabra lo basaré?

Hay tres frases en el texto que sugieren interesantes temas, los cuales son:

1.° No me avergüenzo.

2.° Del Evangelio de Cristo.

3.° Porque es potencia de Dios.

Y pueden formularse así:

1.° El deber de no avergonzarse.

2.° l Evangelio, poder de Dios.

3.° Salvación para todo hombre.

Respecto a las ilustraciones.

¿Qué puntos conviene ilustrar? Especialmente: "avergüenzo" y "poder".

Respecto a la introducción.

¿Cómo haré el exordio? De dos maneras:

1.a Relacionándolo con el proyecto del viaje a Roma.

2.a Explicando el humilde origen del Evangelio y su triunfo sobre el mundo judío y gentil.

Qué luz echa el contexto sobre el texto?

El vers. 14 ilustra la disposición de Pablo para anunciar el Evangelio a todo el mundo. La absoluta depravación

descrita en el vers. 21 al 32 ilustra el poder del Evangelio para salvar a tan corruptos pecadores.

El vers. 18 declara la necesidad de la salvación.

La respuesta a todas estas preguntas ofrece muchísimo material para hacer un buen sermón. Probablemente

más que el que el estudiante podrá incluir en una sola disertación y puede ya proceder arreglo del bosquejo en alguna de

las indicadas es formas.

EJEMPLO 1."

EL DEBER DE NO AVERGONZARSE Romanos 1:16

Introducción. — Siempre ha sido difícil confesar a Cristo, en otros tiempos a causa de la persecución; y día en

que este motivo de temor ha casi desparecido, la obra de Dios es detenida por temores mucho menos fundados: el de la

opinión pública, posible pérdida en los negocios, de prestigio o de fama.

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El apóstol tenía en contra suya motivos de toda índole; sin embargo, está dispuesto a avanzar en vez de

retroceder. Consideremos:

I. De qué no se avergonzaba el apóstol. — Del Evangelio, Buena Nueva del perdón de Dios. ¿Qué motivos aparentes tenía para avergonzarse?

1º. Era una religión nueva, sin tradición.

2º. Despreciada de los sabios y poderosos de su tiempo.

3º. Perseguida en muchas partes: Hechos 28:23.

4º. Profesada por los más pobres y humildes: 1.a Corintios 1:27.

5º. No siempre honrada por sus mismos seguidores: 1.a Corintios 6:6.

6º. Vilipendiada y calumniada de muchas maneras.

II. Por qué no se avergonzaba. — A pesar de todo lo dicho, no tenía temor ni vergüenza de esta doctrina, porque era

poder de Dios:

1º. Para persuadir y convencer: Hebreos 4:12.

2º. Para dar salvación: Romanos 8:1.

3º. Para regenerar y transformar: 1.a Corintios 6:11.

4º. Para dar herencia eterna: Juan 1:12. Por eso era el Evangelio su mayor gloria: Gálatas 6:14.

EJEMPLO 2º

SALVACIÓN PARA TODO HOMBRE

Romanos 1:16

Introducción. — El mensaje del Evangelio es universal. No conoce fronteras ni razas. Las religiones paganas

solían tener un carácter nacional, pero el Cristianismo es para el mundo entero. No podía ser de otro modo por ser de

Dios.

Nadie lo comprendió mejor que el apóstol San Pablo cuando luchó para desligarlo de los prejuicios nacionales

del judaísmo (Romanos 9:30 y 31). Es un mensaje universal.

I. Por su origen. — "De Dios".

1º. Dios es Creador de todos: Hechos 17:26.

2º. Dios es Señor de todos. En El no cabe parcialidad: Hechos 10:36.

3º. Quiere ser Padre de todos: Juan 1:12.

II. Por su maravilloso carácter. — «Poder de Dios».

1.° Otras religiones han sido impuestas por medios humanos.

a) Por la espada (El Islam).

b) Por la influencia política (Budismo y Shintoisismo).

c) Por humana persuasión (Filosofía platónica, Confucionismo).

2° El Cristianismo lo fue por:

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a) Milagros evidentes: Hebreos 2:4.

b) Operaciones del Espíritu Santo. No sólo en los tiempos apostólicos, sino en nuestros días. Su obra

regeneradora no ha sido estéril en ninguna raza ni pueblo. (Ilústrese con anécdotas misioneras.)

III. Por su admirable medio de adaptación.—"A todo aquel que cree."

El método por el cual Dios quiere regenerar y salvar a las almas está al alcance de todos: 1.° De los indoctos

como de los sabios. 2.° De los pobres, sin que los ricos se hallen

excluidos.

3.° De los enfermos e inválidos como de los sanos, pues no requiere esfuerzo físico. No podía haber medio tan

adecuado como la fe. No hay otro más sencillo; sin embargo, no hay otro que honre más a Dios e influya más

en el propio carácter humano.

IV. Por lo universal de la necesidad que suple. — "Al judío primeramente y también al griego".

1.° Incluye las dos clases religiosas en que desde el punto de vista judío se hallaba dividida la Humanidad. El

apóstol demuestra que ambas se hallaban debajo de pecado (Romanos 3:21-31).

2.° El se consideraba deudor de todos: Romanos 1:14. ¿No lo somos nosotros también?

3.° En nuestros días podemos aplicar la designación de:

a) Judíos, a los que tienen fe y conocimiento de Dios, pero equivocados.

b) Gentiles, los ateos y paganos.

Los primeros se hallan muy cerca del Reino, pero están igualmente expuestos

a perecer si rechazan el divino mensaje.

Conclusión. — ¿Permitirás que el Evangelio salve a otros y no a ti? (Mateo 8:11).

EJEMPLO 3.°

EL EVANGELIO, PODER DE DIOS

Romanos 1:16

Introducción. — Hay una diferencia esencial entre el Cristianismo y las religiones humanas. Estas proceden de

los hombres y necesitan apoyarse en el poder humano (Mahometismo, Budismo, Catolicismo), pero el Evangelio ha

triunfado a través de todos los poderes humanos. Ni cadenas, ni potros, ni circos, ni hogueras han podido detener ni

impedir el anuncio de la Buena Nueva. Porque:

I. El Evangelio es poder de Dios.

1. No es de carácter físico. Dios ha intervenido raramente con poder físico en la era cristiana para que la

prueba de la fe fuese perfecta.

2. Pero en su triunfo el Evangelio ha demostrado poder espiritual, pues muy pronto habría desaparecido de la

tierra de no ser un poder sobrehumano.

a) A causa de su humilde origen: Un carpintero de Nazaret, doce pescadores y y artesanos.

b) Por tener a tantos poderes en contra.

Sin embargo:

a) Triunfó rápidamente en los primeros siglos. (Dicho de Tertuliano: "Somos de ayer y llenamos el

mundo".)

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b) Por los admirables frutos que ha producido en todos los tiempos.

II. Es un poder benéfico. — «Dar salud».

1. Hay en el mundo poderes que tienden a la destrucción: los vientos, el fuego, el rayo. Dejados los elementos

de la Naturaleza a su arbitrio, al acaso, sin ser ordenados y controlados por un Poder Supremo, darían como

resultado inevitable el caos. Este Poder se ha hecho tan evidente como benéfico en el orden físico. ¿No lo será

en el orden moral? ¿Ha de triunfar el mal moral en el Universo?

2. El Evangelio es este poder moral que el mundo necesitaba.

a) Para persuadir y redargüir de pecado.

b) Para transformar los individuos: 2.a Corintios 6:11.

c) Para sostener y dar valor en las pruebas y en la muerte: Filipenses 4:13.

III. Es un poder que debe ser recibido y asimilado.

Los vientos, la electricidad, son poderes latentes en la Naturaleza, pero que deben ser asimilados por medio de

aparatos adaptados a sus leyes (molino de viento, dínamo).

El medio o conducto para obtener toda bendición divina es la fe.

1. Fe en Cristo como Hijo de Dios.

2. Fe en la eficacia de su Obra Redentora.

3. Fe en su disposición para salvar inmediatamente y de un modo completo.

4. Fe en sus infantiles promesas para el tiempo y la Eternidad. Se ha comparado la fe al conmutador eléctrico

que trae la poderosa corriente de todos sus bienes y beneficios al que hace uso de ella.

IV. Es un poder suficiente para alcanzar a los más alejados como a los más cercanos.

1. Al judío.

2. Al griego.

(Véase apartado 3.° del punto IV del Ejemplo 2.°.)

En estos tres bosquejos sobre un mismo texto hay mucho material que puede ser intercalado con provecho del

uno y al otro. Por ejemplo: En la exposición que se hace del Evangelio como poder en el punto II del Ejemplo 2.° hay

algo que puede ser dicho en el apartado 2.° del Ejemplo 3.°, y viceversa; pero el sermón debe ser preparado con algún

plan, haciendo énfasis sobre un asunto especial, y no debe pretenderse decirlo todo en un solo sermón. Con trabajo y

esfuerzo puede ampliarse cualquier bosquejo de modo que llene todo el tiempo del sermón, y con frecuencia más del

que disponemos, sin necesidad de salirse del plan del sermón.

Se ha dicho que los dos elementos indispensables Para la composición de un sermón son: material y plan. A

veces puede tenerse mucho material sin plan, otras veces se tiene un magnífico plan sin que de momento aparezca todo

el material que podemos y debemos usar, pero éste va viniendo poco a poco, ando lugar a los puntos subsidiarios si

tenemos un buen bosquejo de puntos principales y deseos de trabajar sin cansarnos hasta obtener un adecuado menaje

para las almas, fácil de comprender y retener por su lógica ordenación.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Sermones Expositivos

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Se llama sermón expositivo al que toma como texto un largo pasaje bíblico. Los antiguos padres de la Iglesia llamaban a tales sermones "Homilías"; de ahí la palabra "Homilética", que se aplica al arte de preparar sermones religiosos.

Los sermones expositivos pueden estar basados sobre:

Un capítulo de la Biblia. Una historia o parábola.

Una serie de versículos que desarrollan un pensamiento especial.

Tomar todo un capítulo de la Biblia para un sermón, meramente por seguir la división de capítulos, no es recomendable. Hay capítulos que sirven para tal objeto porque contienen un solo mensaje, pero hay otros que contienen materias tan diversas que, al querer comentar todo el capítulo, además de exponerse el predicador a predicar un sermón demasiado largo, corre el riesgo de que por la diversidad de materias borre con las últimas la impresión de las primeras sobre la mente de los oyentes. Solamente en una serie de estudios bíblicos en los cuales venga comentándose algún libro de la Biblia es admisible predicar sobre capítulos, y aun en tales casos es necesario no sujetarse a tal división, sino a los asuntos que se tratan en cada capítulo, predicando un sermón sobre aquel grupo de textos que desarrollan un asunto. Esto es bastante difícil, especialmente en las epístolas de San Pedro y de San Juan y también en algunas porciones de las cartas de San Pablo. En todo caso debe procurarse agrupar aquellos textos que presentan un lazo de relación entre sí por alguna palabra o idea común, como tendremos ocasión de ver. No obstante, se encuentran bastantes capítulos en la Biblia que ofrecen material para un solo sermón.

SERMONES NARRATIVOS

La mayor parte de los sermones expositivos suelen basarse sobre historias bíblicas o parábolas.

Lo primero que tiene que hacer el predicador para preparar un sermón de esta clase es leer el relato con suma atención, anotando los hechos que más le interesen o contengan alguna aplicación práctica.

1. Formule preguntas relacionadas con el hecho, como, por ejemplo: ¿Por qué pronunció Jesús esta parábola? Probablemente hallará la contestación en el contexto.

¿Qué enseñanzas hay para los creyentes? Trate de aplicar en los detalles o en la totalidad del pasaje.

¿Qué enseñanzas hay para los creyentes? Trate de aplicar el pasaje a su propio corazón y piense en las necesidades espirituales de su congregación a la vez del pasaje leído.

2. Anote las palabras principales de la narración busque su significado espiritual. Por ejemplo: Si se trata de la parábola del sembrador, las palabras clave serán: sembrador, semilla, terreno, espinas, pedregales, aves, enemigo. Pregúntese y responda qué significado puede tener cada una de ellas en el terreno espiritual.

Si se trata de una historia del Antiguo Testamento como, por ejemplo, la de Naamán, las palabras clave serán: lepra, profeta, criados, rey, Jordán, limpio, etc. Y, aplicando el sistema de preguntas, tendremos:

¿Qué es la lepra? ¿Qué representa la lepra? ¿Quién era el profeta? ¿A quién puede representar? Y así a cada uno de los personajes. Además puede preguntarse: ¿Qué aprendemos de la conducta del profeta? ¿Y de la del rey? ¿Y de los criados? ¿Y de la sirvienta? Con las respuestas a todas estas preguntas tendremos bastante material acumulado para un sermón, pero estará desordenado.

Antes de entrar en las aplicaciones del sermón, se procura referir la historia en un lenguaje vivo y dramático, sobre todo si hay en la congregación personas que nunca la han oído.

Al explicar la historia puntualice los detalles sobre los cuales quiere basar aplicaciones espirituales, por ejemplo: Lo incurable de la lepra, pues después tendrá que decir que el pecado es una enfermedad incurable; el error de Naamán acudiendo a una alta recomendación, pues ello le servirá para combatir la mediación de los santos; la sencillez del método de curación recomendado, pues luego tendrá que hablar de lo sencilla que es la salvación por la fe, etcétera. Pero resista la tentación de explicar la aplicación mientras cuenta la historia.

Después podrá formular la aplicación en la siguiente forma o parecida:

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EJEMPLO 1º

Tema: EL ERROR DE NAAMAN

2ª Reyes 5

I. La terrible enfermedad del pecado.

a) Aplíquese a grandes y pequeños.

b) Es inherente al hombre caído.

c) Trae infaliblemente un desastroso fin.

II. El remedio infalible: El sacrificio de Cristo.

a) Advertido por el testimonio personal.

b) Definido por los servidores de Dios.

III. Métodos erróneos para conseguirlo,

á) No por dinero. Véanse Mateo 10:8; Hechos 8:20; 1ª Pedro 1:18.

b) No por influencia: Juan 2:4; 1.a Timoteo 2:5.

c) Considerar otras cosas tan buenas o mejores que lo que Dios ha revelado. Abana, Pharphar —religiones humanas, moralidad.

IV. El método indispensable.

á) Escuchar el mensaje con humildad.

b) Creerlo de corazón.

c) Obedecer sin excusas y de un modo completo.

Se pueden hacer también sermones expositivos yendo directamente a las aplicaciones del hecho sin referir la historia. Dicho método es recomendable cuando el tiempo es muy limitado y se está hablando exclusivamente a creyentes que conocen la historia sobradamente, pero el primer método es más recomendable si el predicador es un buen narrador y sabe poner colorido a la historia, refiriendo detalles que no están en la narración bíblica, pero que pudieron ocurrir con toda probabilidad.

El autor tuvo el privilegio de oír al Dr. Billy Graham predicar en Winona Lake ante unas 20.000 personas, la mayoría de las cuales eran cristianas, sobre la conocidísima historia de Daniel en el foso de los leones. El gran orador pintó con tan vivos colores el desespero del rey, accionando con las dos manos, cogiéndose con ellas la cabeza, en contraste con la tranquilidad de Daniel que suponía escogiendo al león más gordo y haciéndolo acostar para reclinar su cabeza sobre el mismo como almohada, que todos nos deleitamos escuchando una historia conocidísima como si fuera nueva. Lo más admirable del caso es que supo componer el sermón de tal forma que, sin forzar las aplicaciones de la historia, contenía un claro mensaje evangelístico, y cuando hizo un llamamiento final, unas 300 personas acudieron a la plataforma, muchas de ellas llorando, para testificar su aceptación de Cristo como Salvador personal.

Sin embargo, el predicador debe tener mucho cuidado, sobre todo si es joven y novel en el arte de predicar, de no forzar su imaginación de tal modo que pinte la historia con colores extraños, añadiendo detalles inverosímiles. Hay que evitar describir a Noé, como hizo cierto predicador, a la puerta del Arca leyendo la Biblia.

He aquí otro bosquejo sintético de un sermón narrativo sobre una historia bien conocida del Nuevo Testamento.

EJEMPLO 2º

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EL HALLAZGO DEL RICO PUBL1CANO DE JERICO.

Lucas 19:9

I. Impedimentos.

1. Una dificultad popular: Publicano.

2. Una dificultad moral: Pecador.

3. Una dificultad financiera: Rico.

II. Ventajas.

1. Tenía un gran deseo de ver a Jesús.

2. Hizo un gran esfuerzo para verle.

3. Tenía voluntad de obedecer a Jesús.

III. Resultados.

1. Una gran confesión.

2. Una gran restitución.

3. Una grande verdad proclamada (vers. 20).

(C. L. Trawin)

Este esqueleto requerirá una introducción adecuada, según se explica en el capítulo VIII de este libro, y que se redondee cada punto, explicando lo que era el publicano; así como, usando un poco la imaginación, conviene referirse a los pecados de Zaqueo, hágase notar la paradoja de que en los asuntos humanos la mayor dificultad es la pobreza, pero en los espirituales suele ser la riqueza.

La parte de aplicación evangélica a los oyentes debe basarse muy bien en el último subtítulo y en texto en que se apoya. De esta manera el sermón terminará del modo propio y lógico de los sermones avangelísticos, con una invitación a los pecadores y la llamada al corazón.

EJEMPLO 3º

LIBERACIÓN DEL LAGO CENAGOSO

Salmo 40:1-6

I. El lago cenagoso es el mundo.

a) El pecado ha atascado nuestros pies desde nuestra misma infancia. Nos hundimos en acciones y palabras malas y la muerte física y espiritual nos amenaza. ¿Qué podemos hacer?

b) Tratar de salvarnos a nosotros mismos: Tarea inútil.

c) Clamar al que puede salvarnos: "Oyó mi clamor".

II. Cristo es el Salvador poderoso que levanta al caído.

La encarnación del Verbo, es Dios «inclinándose», bajándose para acercarse al pecador.

III. Su salvación es firme y segura. — "Puso mis pies sobre peña". Vers. 2.

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IV. El Salvador se complace en guiar a los salvados por el camino que El anduvo. "Enderezó mis pasos".

V. Pone en sus labios una canción nueva.

La vieja era: "¡Ay! ¡Ay! ¡Socorro!" La nueva es: "Alabanza a nuestro Dios" (Apocalipsis 5:9).

VI. Resultados del proceso de salvación.

a) Verán esto muchos.

b) Temerán.

c) Esperarán en Jehová.

La imaginaria historia de un hombre hundiéndose en el cieno ha de ser solamente una ilustración, y sería un pecado contra el respeto que nos merece la Biblia decir que ocurrió literalmente al rey David. Evidentemente, el autor no tiene en vista nada más que su experiencia moral.

Siempre al añadir detalles a las historias bíblicas debemos proceder con sumo cuidado para distinguir lo que está referido en la Biblia y lo que es imaginación del predicador. Nunca deben darse tales ideas como si fuesen de la Biblia, sino que debemos distinguirlas con un "probablemente...", "podemos suponer...", "es posible que...", "podía ocurrir que...", y nunca hacer una afirmación concreta que no se halle contenida en las Sagradas Escrituras. La primera cualidad del predicador es ser veraz.

MÉTODO ANALÍTICO

El sistema mayormente empleado en la clase de armones llamados expositivos es el método simple, que consiste en comentar versículo por versículo, este sistema, generalmente usado por los predicadores sin estudios, es también empleado por los grandes expositores de la Palabra de Dios. ¿La razón? pues que es el método que permite sacar más provecho de la porción que se estudia, ya que con él se analiza cada frase, cada sentencia, cada palabra, sin dejar nada por exprimir en consideraciones y comentarios.

El predicador sencillo lo encuentra maravilloso. No hay que preparar sermón alguno, ni bosquejo, con este sistema, sino tan sólo meditar cada versículo. Cuando se han terminado los pensamientos referentes a una frase se procede a la siguiente; sin embargo, este sistema puede hacerse muy pesado a los oyentes, sobre todo si éstos no son personas muy fervorosas, y el predicador es pobre de expresión y de conocimientos.

Pero puede resultar maravilloso si el predicador sabe ir de un texto a otro del modo debido, pues también este método más sencillo tiene su arte y sus reglas.

Al exponer así la Sagrada Escritura es necesario no pasar bruscamente de un texto al siguiente o de una frase a otra del mismo texto, sino que conviene relacionarlos.

a) Por contraste. Por ejemplo, si estamos comentando del Evangelio diremos: "El Señor nos declara en la frase anterior tal o cual cosa; ahora nos dice esto", haciendo notar la relación, diferencia o avance de pensamiento que hay entre ambas frases.

b) Por inferencia de lo no expresado, pero que se adivina o trasluce en el pasaje entre líneas. Las frases más diversas pueden ser relacionadas de esta forma si el predicador es un pensador ágil. Rogamos al lector que lea el pasaje Juan 5:37 al 45. A primera vista le parecerá que el discurso de Cristo cambia completamente de sentido en cada texto de la porción leída. Puede, naturalmente, comentarlo así, separadamente, haciendo como un pequeño sermón para cada texto. Sin embargo, por buenos que sean tales sermoncitos resulta desorientador para la mente de los oyentes oírlos juntos uno tras otro sin conexión alguna entre sí.

Pero puede darse cohesión a estos pensamientos, al parecer tan diversos, preparando un sermón expositivo bajo un tema en la siguiente forma:

EJEMPLO 3º

LAS CREDENCIALES DE CRISTO

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Juan 5:36 al 45

Vers. 36. — El Señor está hablando del testimonio de Juan, a quien los judíos enviaron a preguntar si era él el Mesías (véase Cap. 1; 19). Pero éste, en lugar de testificar de sí mismo, habló en favor de Cristo (Cap. 1, vers. 29). Los judíos orgullosos no lo creyeron, sino tan sólo algunos pocos discípulos; por esto Jesucristo les señala en cuanto a sí mismo un testimonio superior, el de Dios.

Vers. 37. — Ahora bien, la pregunta que ellos y cualquiera se haría es: "¿Pero qué garantía tenemos de que Dios ha señalado a un humilde artesano de Nazaret como el Mesías?" Si pudiéramos ver a Dios, oír su voz haciéndonos tal declaración, bien, pero no hay tal cosa como esto. A este escepticismo alude la segunda parte del versículo.

Vers. 38. — Dado el modo en que Dios se revela al mundo, el que no tiene el Espíritu de Dios en el corazón no sabe percibir el mensaje de Dios en boca de sus mensajeros. Esto observamos cada día en nuestros servicios religiosos y ocurría igualmente en los días de Cristo. Sólo los que viven más cerca de Dios descubren y entienden por intuición espiritual lo que Dios quiere revelar a sus almas, por medio de sus siervos.

Vers. 39. — Pero las profecías de la Sagrada Escritura son un testimonio evidente, aun para el que no tiene la intuición espiritual, con tal que tenga buena voluntad. Por eso Cristo les invita a escudriñarla, para que se persuadan de que lo que las Sagradas Escrituras dicen acerca del Mesías que había de venir, estaba cumpliéndose en su persona.

Vers. 40. — El resultado de tal estudio sería la vida eterna, pero no por el mero hecho de leer la Biblia como un libro mágico, sino solamente en el caso; que como resultado de tal estudio naciera en ellos la fe sincera que les hiciera aceptar a Cristo de un modo libre y espontáneo.

Vers. 41. — Este reconocimiento no aprovecha al mismo Cristo, ya que aquel a quien adoran las criaturas celestes no necesita la poca gloria que podemos darle.

Vers. 42. — Pero El se goza de ver el amor de Dios reflejado en el corazón de los hombres hechos a su imagen. Cuando falta este amor todo está perdido.

Vers. 43. — La locura humana consiste, empero, esto precisamente:

a) Rehúsa glorificar a Dios y da la gloria a criaturas humanas (santos, papa, héroes, ídolos nacionales, etc.).

Vers. 44. —

b) Este gran error es fomentado por el humano orgullo, que procura obtener el honor para sí o para su grupo. (Mucho del honor que se da a los santos canonizados en cada época es fomentado por el orgullo patriótico, de orden religioso, etcétera. Ejemplo: Juana de Arco y muchos otros.)

Vers. 45-47. — La Palabra de Dios será, empero, el juez infalible que juzgará a los que se han extraviado de tal modo. ¡Qué desengaño para los judíos cuando se den cuenta de que les condena aquel a quien ellos idolatraban como su gran legislador y Caudillo!

¡Qué desengaño para muchos católicos cuando la bendita Virgen María pueda hablarles, no según la ilusión de los que hoy pretenden tener visiones, sino según ella es y piensa en verdad, lo cual conocemos por las enseñanzas del Evangelio!

Conclusión. — Nadie sino Cristo tiene credenciales divinas. Aceptémosle y dejémonos guiar sólo por El.

Cualquier predicador inteligente sabrá desarrollar estos puntos mucho más allá de lo aquí sugerido; pero el breve comentario que damos ofrece la clave para unir y relacionar estos versículos entre sí, hciéndolos la base de un sermón compacto. Nótese, empero, que para hacerlo así es indispensable tener un tema, y el de Las credenciales de Cristo es el mejor que corresponde a este pasaje.

Supongamos que el capítulo a comentar es 1.a Pedro 1. También allí hay materiales diversos.

¿Cómo vamos a unirlos? En algunos casos es casi imposible, hay una brecha insalvable entre versículo y versículo; entonces convendrá agrupar el texto, o el grupo de textos que sigue, bajo otro título, y así

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sucesivamente, formando tantos sermones como pasos infranqueables encontramos entre versículo y versículo.

El análisis de 1.a Pedro 1, nos da cuatro temas.

I. La esperanza de los peregrinos: Vers. del 1 al 9.

II. El misterio escondido a los profetas: Vers. 10 y 12.

III. Exhortación a la santificación: Vers. 13 al 22.

IV. Permanencia de la Biblia: Vers. 23 al 25.

Tratemos ahora de desarrollar algunos de estos mas.

EJEMPLO 4º

LA ESPERANZA DE LOS PEREGRINOS

1º. Pedro 1, del 1 al 9

Vers. 1. — El apóstol Pedro parece dirigirse a sus propios discípulos que creyeron a la palabra en el día de Pentecostés. Los comentadores difieren si el calificativo de extranjeros se refería a su calidad tales, como judíos de la dispersión en el mundo gentil, o a la condición de extranjeros en que nos hallamos situados todos los cristianos en un mundo que no conoce al Señor ni obedece sus leyes.

Vers. 2. — Si somos extranjeros entre el mundo por haber sido elegidos por la presencia de Dios para ser sus hijos. Sin embargo, tal presciencia implica nuestra voluntad de obedecer a su Palabra. Es por tal obediencia que nos es aplicada la virtud de sangre de Cristo, y cuando crecemos en la vida cristiana la gracia y la paz nos es multiplicada.

Vers. 3. — Cuántos motivos tenemos, por lo tanto, para alabar al Señor por su grande misericordia que nos ha hecho nacer de nuevo, haciendo brotar en nuestros corazones una esperanza que es viva porque se asienta sobre un hecho comprobado: la Resurrección de Jesucristo.

Vers. 4. — Esta esperanza es la de que somos herederos de una herencia que tiene estas dos preciosas condiciones, imposibles de hallar en este mundo:

a) No se pasa ni marchita como todo lo que vemos.

b) No puede ser dañado ni contaminado por el pecado. Si hubiera la menor posibilidad de que el pecado pudiera entrar en el Cielo alguna vez, sería desde ahora un motivo de pesar para los creyentes.

Vers. 5. — Esta herencia está reservada en los cielos para aquellos que somos guardados en la virtud de Dios aquí en la tierra. Es decir, el que guarda la herencia en los Cielos, guarda a los herederos sobre la tierra para que no perdamos nuestra posesión celestial, sino que obtengamos aquella salud, o sea, liberación, de todos los males que tendrá lugar en el postrimero tiempo.

Vers. 6. — Es tan gloriosa esta esperanza que produce gozo aun en la aflicción, como ha sido el caso de muchos mártires y piadosos cristianos afligidos. (Cítese algún ejemplo.) Pues ante su grandeza y duración toda aflicción aquí resulta sin importancia y breve. Es un gran consuelo en las aflicciones saber:

a) Que serán por poco tiempo.

b) Si son necesarias. No nos gusta padecer inútilmente, y ésta es la tragedia de los mundanos que no conocen la promesa de 2.

a Corintios 4:17.

Vers. 7. — El apóstol nos define la principal razón Por la cual la tribulación puede hacerse necesaria en esta vida: Para que nuestra fe probada, como el oro, sea purificada de tal modo que, en el día de Cristo, el Supremo Juez no encuentre en nosotros sino motivos de alabanza, gloria y honra. Es decir, todo oro puro y ninguna escoria.

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Vers. 8. — El apóstol recuerda que este Señor Jesucristo, cuya manifestación esperan sus lectores e hijos en la fe, nunca había sido visto por ellos; sin embargo, su fe es firme en El. Con tal motivo les admira. Podemos figurarnos a los creyentes diciendo gran apóstol: "¿Qué privilegio tuviste tú de convivir con El, de andar en su compañía y oír las paladas de su boca?" Y el apóstol respondería: "¡Qué privilegio tenéis vosotros que sin haberle visto le amáis! Mi fe no tiene importancia ni mérito alguno, la vuestra tiene mucho más valor en su presencia." véase Juan 20:29.

Por esto el gozo espiritual de los creyentes en el Señor tiene esta doble cualidad:

a) Es inefable. Es decir, no se puede expresar con palabras.

b) Glorificado. Propio de la gloria. De la misma clase que el que disfrutaremos en la Gloria, con la sola diferencia que aquí lo experimentamos a gotas, en momentos de especial emoción religiosa, y allí lo tendremos a torrentes.

Vers. 9. — ¿Cuándo será esto? Cuando llegaremos al objetivo o meta de nuestra carrera. Vale, pues, la pena pasar tribulaciones durante el peregrinaje o prueba a que nos hallamos al presente sometidos.

EJEMPLO 5º

EL MISTERIO ESCONDIDO A LOS PROFETAS

1.a Pedro 1:10-12

Vers. 10. — La palabra "salud", o salvación, en el versículo anterior, sugiere al apóstol una serie de consideraciones sobre el tema de la salvación profesada en el Antiguo Testamento. Tenemos aquí una revelación de lo interesante que era para los mismos profetas el anuncio de los sufrimientos del Mesías, como en Isaías 53.

Vers. 11. — Era una cosa extraordinaria para ellos como judíos que aquel "Siervo de Jehová", que tenía que "rociar a muchas gentes y delante del cual los reyes cerrarían sus bocas", hubiera de padecer todo lo que se dice a continuación. Sin embargo, así ha sido.

Vers. 12. — El Evangelio es una dispensación peculiar de nuestro tiempo. Este texto y otros de la Sagrada Escritura nos muestran que una cosa es el privilegio de los cristianos y otra el de los hombres fieles del Antiguo Testamento, aunque formarán una misma compañía con los creyentes, pero proba-blemente aquéllos como "amigos del esposo". Véase también Hebreos 11:40. La presente época de la Gracia, aunque más difícil quizá que ninguna para el ejercicio de la fe, es la más bienaventurada para los fieles de Dios.

Todo en el Antiguo Testamento es una preparación de los propósitos de salvación revelados en el Nuevo.

Vers. 12. — Esta salvación, con la maravilla de la encarnación del Divino Verbo, y los frutos de ella, como son los milagros de la gracia en la transformación de pecadores, y el amor, heroísmo y consagración de los creyentes, son cosas tan admirables, por lo que glorifican a Dios y confunden a Satanás, que los mismos ángeles fieles lo miran día tras día alborozados y gozosos. Véase Lucas 15:10.

¿No nos sentimos privilegiados de ser protagonistas de Dios en este sublime espectáculo? ¿No procuraremos esmerarnos para actuar con la máxima perfección?

MÉTODO SINTÉTICO

Cuando el comentario abarca un capítulo fecundo, de las epístolas o de los salmos, por ejemplo, será conveniente para agruparlos bajo un tema omitir los textos que no se avienen al plan propuesto, haciendo la selección solamente de los que entran en el plan lógico del sermón.

Este método es aún más sugestivo que el explicar un versículo tras otro, y el público lo aprecia más, porque le permite recordar el mensaje muchísimo mejor.

Supongamos que se trata de exponer el capítulo 4 de Filipenses. El predicador puede agrupar los pensamientos principales de dicho riquísimo capítulo bajo un tema general, del siguiente modo:

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EJEMPLO 6º

SIETE PRIVILEGIOS DEL CREYENTE

1. Gozo constante: Vers. 4.

2. Liberación absoluta de cuidados: Vers. 6.

3. Paz abundante: Vers. 7.

4. Amigo siempre presente: Vers. 9.

5. Contentamiento que nunca fracasa: Vers. 11.

6. Poder todo suficiente: Vers. 15.

7. Una inagotable provisión para cada necesidad: Vers. 19.

Del mismo modo puede trazarse el conocido Salmo 23 bajo el tema:

EJEMPLO 1°

PRIVILEGIOS DE AQUEL CUYO PASTOR ES JEHOVA

1. Toda necesidad suplida: Vers. 1-3.

2. Todo temor expulsado: Vers. 4.

3. Todo deseo satisfecho: Vers. 5-6.

El mismo pasaje que comentamos antes por el sistema analítico, versículo tras versículo, puede ser tratado por el sistema sintético desde el punto de vista de los privilegios, usando solamente aquellos textos que corresponden al tema, en la siguiente forma:

EJEMPLO 8º

LO QUE GANAMOS POR LA FE EN CRISTO

1.a Pedro 1:3-8

1. Nuevo nacimiento: Vers. 3.

2. Una esperanza viva garantizada por un hecho innegable: Vers.

3. Una herencia gloriosa (Vers. 4), cuyas características son:

a) Incorruptible.

b) Incontaminable.

c) Reservada en los cielos.

4. Seguridad de los herederos: "Guardados por la virtud de Dios": Vers. 5.

5. Gozo inefable y glorificado: Vers. 8.

6. Recompensa y honores en la aparición de Cristo: Vers. 7.

El pasaje de Hechos 4, que refiere la actitud de los apóstoles cuando salieron de la cárcel, puede ser usado provechosamente para una reunión de oración, bajo el tema:

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EJEMPLO 9º

EL PODER DE LA ORACIÓN

I. Calidad de esta oración apostólica.

1. Tenía un motivo especial: Vers. 24.

2. Fue hecha con fe en el poder y providencia de Dios.

3. Fue unánime: Vers. 24 y 28.

4. Se apoya en palabras de la Sagrada Escritura: Vers. 25-26.

I. Resultado de dicha oración.

1. Los discípulos llenos del Espíritu Santo: Versículo 31.

2. Dios levantó un defensor entre sus mismos enemigos: Cap. 5:34.

3. Recibieron valor para testificar, según pidieron: Cap. 4:33.

4. Desarrolló la actividad y los frutos de la misma: Cap. 5:42.

Obsérvese cómo las divisiones de este bosqueje abarcan más allá de la porción principal que señalamos como texto, entrando en el capítulo 5, que con en materias muy diversas que deben omitirse como la mentira de Ananías y Safira; pero leyendo ambos capítulos puede observarse que el final del la continuación de la misma historia del 4, y 1o que importa es presentar a los oyentes todos aquellos datos que pueden apoyar la tesis del tema, o sea, el poder de la creación.

Para hacer buenos sermones expositivos de cualquier pasaje de las Sagradas Escrituras es necesario buscar una línea de pensamiento que engarce los principales textos como en una especie de collar d perlas. Será la manera de que la gente las retenga todas y no pierda ninguna. Si se las ofrecéis sueltas no recibirán tanta edificación espiritual, ni podrán recordar tan bien el sermón.

Supongamos que el comentario que queremos hacer es sobre el 2.° capítulo de 1.a Juan. Este es

un capítulo difícil de unir en una sola línea de pensamiento, pues el estilo de San Juan no sigue un argumento continuo, como algunos capítulos de las epístolas de San Pablo, sino que varía constantemente sin embargo, puede hallarse aquí un lazo de conexión en la persona de Jesús, y podremos decir que el ca-pítulo nos presenta:

EJEMPLO 10º

SIETE ASPECTOS CONSOLADORES DE CRISTO

1. Jesús, abogado con el Padre: Vers. 1.

2. Jesús, la propiciación por nuestro pecado: Ver. 2.

3. Jesús, nuestra luz: Vers. 8.

4. Jesús, dador del Espíritu Santo: Vers. 20, 27.

5. Jesús, el Hijo de Dios: Vers. 20, 23.

6. Jesús, el prometido: Vers. 25.

7. Jesús, el que ha de venir: Vers. 28.

Cada uno de estos puntos puede desarrollarse con preciosas enseñanzas acerca de la persona de Cristo. Claro está que este método no nos permite comentar otras enseñanzas muy importantes que el mismo capítulo nos ofrece acerca de los jóvenes y de la necesidad de vivir separados del mundo. Para esto debiéramos tratar los versículos 12 al 17 bajo otros temas como "La victoria contra el pecado" o "Vanidad de

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las cosas presentes". Pero no pueden mezclarse estos temas con el estudio de la persona de Cristo que nos ofrecen los otros textos escogidos, y el mensaje queda así más compacto y es más fácil de recordar.

Si el capítulo objeto de nuestro estudio fuera el 3.° de la misma epístola de Juan, el mejor lazo de Unión para relacionar muchos textos sería la persona del creyente. Así podríamos decir que el capítulo nos Presenta:

EJEMPLO 11º

SIETE GRANDES HECHOS RESPECTO A LOS CREYENTES

1. Los creyentes son hijos de Dios: Vers. 1, 2.

2. Los creyentes serán como Cristo cuando El venga: Vers. 2.

3. Los creyentes no practican el pecado voluntariamente: Vers. 5, 6, 9 y 10.

4. Los creyentes han pasado de muerte a vida: Vers. 14.

5. Los creyentes tienen confianza ante Dios: Versículos 19 al 21.

6. Los creyentes tienen el privilegio de recibir respuesta a la oración: Vers. 22.

7. Los creyentes tienen el don del Espíritu Santo: Vers. 24.

El orden en que presentamos estos puntos es tal como se hallan en el capítulo. Algunos predicadores prefieren presentarlos así, tratándose de sermones expositivos de largo texto, para facilitar a los oyentes la recomposición del sermón con una mera lectura del texto bíblico, sin tomar notas; pero otros prefieren presentarlos en un orden lógico.

Arreglado en esta segunda forma, el bosquejo debería ser así:

1. Los creyentes son hijos de Dios: Vers. 1 y 2.

2. Los creyentes han pasado de muerte a vida: Vers. 14.

3. Los creyentes tienen el don del Espíritu Santo: Vers. 24.

4. Los creyentes no practican pecados voluntarios: Vers. 5, 6, 9 y 10.

5. Los creyentes tienen confianza en Dios: Versículos 19, 21.

6. Los creyentes tienen el privilegio de recibir respuesta a la oración: Vers. 22.

7. Los creyentes serán como Cristo cuando El vuelva: Vers. 2.

Este segundo método facilita la comprensión y buen recuerdo del sermón porque lleva a los oyentes por la mano con el mismo orden en que tienen lugar los privilegios del cristiano en la vida real.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Ordenación del sermón

El orden es la base y secreto del sermón, como indicamos en el capítulo II.

El arreglo del esqueleto será la base de dicho orden.

No podemos clasificar un montón de cartas si no tenemos a mano un archivador, y los mejores pensamientos de un sermón no podrían ser ordenados si carecemos de un bosquejo bajo cuyas divisiones

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principales podemos agrupar los pensamientos que la meditación del tema y las diversas lecturas que he-mos hecho relacionadas con el mismo han traído a nuestra mente.

Es necesario que dichos puntos principales vayan sucediéndose en valor creciente e interés. O sea, dicho negativamente: Que no se ponga lo que es de más peso primero, y que lo mismo las frases que los argumentos vayan disminuyendo en fuerza de modo que los más débiles vengan al fin. De esta manera no se puede mantener el interés de la gente ni hacer impresión sobre los oyentes.

El lector atento habrá podido observar un orden evidente en los bosquejos que hemos dado en otros capítulos, y lo habrá notado también en otros bosquejos y en los sermones que haya oído de buenos predicadores. Esta lección tiene, empero, por objeto hacer resaltar este carácter esencial del sermón, para lo cual daremos estas sencillas reglas:

1.Lo general tiene que preceder a lo particular personal. Por ejemplo: Si tratamos de describir la universalidad del pecado, nunca diremos: "Tú y yo somos pecadores, todos los hombres del mundo lo son", sino al contrario: "Todos los hombres son pecadores, tú yo lo somos también."

2.Si hay que relacionar algo presente con lo ausente, se toma lo ausente primero. Por ejemplo: El Señor, en Lucas 13, habla de "aquellos galileos", pero después dice: "Si vosotros no os arrepintiereis, pereceréis igualmente", aplicando el ejemplo de los ausentes a los presentes.

3.Si se trata de un asunto donde entra el elemento tiempo, no se debe invertir el orden, sino tomarlo en el de pasado, presente y futuro. Tenemos el ejemplo en Hebreos 13:8. No tendría la misma fuerza y belleza este pasaje si dijera: "Jesucristo es el mismo por los siglos, hoy y ayer." Parece que esta regla cae por su propio peso; sin embargo, algunos predicadores faltan a ella con frecuencia.

4.Si hay tales elementos como manifestación, causa y resultado, es natural que para tener orden lógico principie por causa, luego manifestación y por último resultado.

5.Siempre debemos poner como en el último lugar aquel punto que lleve a la decisión importante que se desea producir por medio de un sermón.

Estas reglas generales para las divisiones principales se aplican igualmente a las subdivisiones, y algunas de ellas aun a las mismas frases del sermón. por ejemplo, si tomamos como tema:

EJEMPLO 1º.

UN CORAZÓN QUEBRANTADO

Salmo 51:17

Poniendo las subdivisiones en esta forma:

I. Cómo se produce el quebrantamiento de corazón.

II. Por qué se recomienda un corazón quebrantado.

III. En qué consiste un corazón quebrantado.

Se observará una falta de orden que impide asimilar y retener la verdad.

Pero si colocamos los puntos en este orden:

I. En qué consiste un corazón quebrantado.

II. Por qué es indispensable y se recomienda un corazón quebrantado.

III. Cómo se produce el quebrantamiento de corazón.

Notaremos que este segundo bosquejo nos permite explicar el asunto de un modo lógico y seguido, pasando de un punto a otro y terminando con aplicaciones prácticas. Sería una insensatez tratar de explicar cómo se produce o se realiza una cosa sin antes saber lo que tal cosa es; por esto el orden conveniente es el segundo.

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El orden del bosquejo debe abarcar no solamente los puntos principales sino extenderse del modo más escrupuloso y perfecto posible en las subdivisiones, pues traería la confusión igualmente a las mentes de los oyentes si se faltara a esta regla al explicar los detalles más ínfimos del sermón.

Veamos éste.

EJEMPLO 2º

LA PUERTA ESTRECHA

Mateo 7:13-14

Introducción. — Explicar la costumbre que había antiguamente de hacer puertas estrechas en ciertas ciudades o fortalezas para facilitar su defensa, y puntualizar el inconveniente que ello ofrecía a los hombres de regular estatura y a ciertos animales de carga como el camello (Mateo 19:24).

También las calles y caminos eran más estrechos en aquellos tiempos, especialmente los que conducían a ciertas fortalezas. En todos los casos el camino ancho era el más transitado.

Jesús nos exhorta a porfiar, a entrar por el lugar más difícil y a andar por el camino menos atractivo.

I. Qué significa porfiar.

1º Empeñarse en un propósito.

2º Apartar los obstáculos (como se hacía quitando la carga al camello cuando ésta subía a la altura de la cabeza).

3º Agacharse y aun doblegar la rodilla.

4º Desoír los consejos de los que pretenden que la entrada es imposible, o arguyen que no hay peligro fuera.

II. Por qué hemos de porfiar a entrar por la puerta estrecha.

1º Por causa del insidioso peligro que el camino ancho tiene en sí.

a) Es atractivo a la carne y popular, mientras que el estrecho parece solitario.

b) Por la naturaleza estamos acostumbrados al camino ancho.

c) Lleva a la perdición.

2º Porque el camino estrecho es el único de felicidad y vida.

a) Es imposible encontrar felicidad en el camino del mal.

b) Sólo la regeneración concede parte en el Reino de Dios (San Juan 3:3).

3. Porque la vida eterna, que es la meta del camino estrecho, merece todo esfuerzo.

Ejemplo: Ilústrese con el ejemplo de que todo lo que es digno de ser alcanzado cuesta esfuerzo. Por ejemplo: Música, pintura, ciencias, etc.

a) Esta vida significa liberación de la condenación.

b) Dulce comunión con Dios.

c) Eterna felicidad y gloria.

4º Porque habrá un día cuando no será posible entrar aunque se quiera (Luc. 13:24-25).

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Este bosquejo es bastante completo aunque no tiene más que dos divisiones, porque éstas contienen bastantes subdivisiones, con abundante material.

Podría hacerse el bosquejo en otra forma transformando en título el punto primero:

"POR QUÉ HEMOS DE PORFIAR A ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA"

Y en divisiones de primer orden los cuatro puntos principales de esta división.

Pero esto dejaría fuera del sermón aquella descripción de la palabra porfiar que nos es una buena preparación para que los oyentes entiendan mejor las consideraciones más importantes y prácticas del segundo punto.

Siempre los puntos principales deben ser una preparación del que le sigue.

Veamos ahora lo que ocurre con las subdivisiones cuando se hallan desordenadas.

Suponga el estudiante que hallara este mismo bos-[uejo redactado en la siguiente forma:

I. Qué significa porfiar.

4º Desoír los consejos de los que pretenden que la entrada es imposible o arguyen que no hay peligro afuera.

3º Agacharse o doblegar la rodilla.

1º Empeñarse en un propósito.

2º Apartar los obstáculos.

El punto 4º parece ser tan bueno para empezar como el 1º, pero si empezamos por éste no podremos poner el 1º y se nota que la entrada es demasiado brusca.

Por otra parte, el punto 4º nos permite hacer aplicaciones prácticas referentes a los que tratan de persuadirnos de que no hay peligro para nuestras almas, permaneciendo fuera del Evangelio de la gracia de Dios, y siempre conviene que las exhortaciones prácticas vengan al final, ya sea del sermón o en sus divisiones principales.

La falta de orden se observa de un modo muy especial entre el segundo y tercer punto y se nota también que el 3º no puede ir detrás del 4º El único lugar que le conviene es el 1º

Supongamos que las subdivisiones del 2º punto las encontramos en el siguiente orden:

I. Por qué hemos de porfiar para entrar por la puerta estrecha.

3º Porque la vida eterna, que es la meta del camino estrecho, merece todo esfuerzo.

4º Porque habrá un día cuando no será posible entrar aunque se quiera.

2º Porque el camino estrecho es el único de felicidad y vida.

1º Por causa del insidioso peligro que el camino ancho tiene en sí.

También aquí el punto 3º parece tan bueno como el 1º para empezar, pero debemos tener en cuenta que el camino ancho es el que está siguiendo actualmente el pecador y, por lo tanto, es antes que todo lo demás.

El punto 4º salta a la vista que tiene que ser último porque se refiere a una cosa final, la condena-ción y desespero del pecador.

El 2º tiene que ir inmediatamente después del 1º porque se refiere a algo presente: la paz y felicidad de la vida cristiana, mientras que los puntos 3º y 4º tienen que ver con la vida venidera; por lo tanto, es natural que se expongan después.

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Veamos ahora las subdivisiones de segundo orden.

Si bajo la subdivisión:

1º Por causa del insidioso peligro que el camino ancho tiene.

Ponemos:

b) Por la naturaleza estamos acostumbrados a andar por camino ancho.

c) Lleva a la perdición.

a) Es atractivo y popular, mientras el estrecho parece solitario.

Encontramos desorden, aunque también aquí el punto b) parece tan bueno como el o) para empezar; pero observemos que el punto a) se refiere a algo general, mientras que el b) tiene que ver con lo particular y personal, y tal ordenación contradeciría la primera de las cinco reglas que hemos dado al principio de este capítulo.

El punto c) debe ir en último lugar porque es lo final y patético.

Si bajo la segunda subdivisión:

2º Porque el camino estrecho es el único de felicidad y vida, decimos:

b) Sólo la regeneración concede parte en el Reino de Dios.

a) Es imposible encontrar felicidad en el camino del mal.

Notaremos la misma falta de orden porque primero es el camino del mal y la falta de felicidad que en él encontramos y después la regeneración y su fruto, el acceso a Dios.

Si bajo la subdivisión tercera:

3º Porque la vida eterna, que es la meta del camino estrecho, merece todo esfuerzo, decimos:

c) Esta vida significa eterna felicidad y y gloria.

b) Dulce comunión con Dios, a) Liberación de la condenación.

Habremos faltado a las reglas tercera y cuarta, pues es evidente que lo primero que encuentra la gracia de Dios en nosotros es pecado y condenación; que produce, ya en esta vida y se perpetuará en la venidera, es: dulce comunión con Dios; y lo último permanente será la felicidad eterna.

En todo bosquejo debe notarse un avance en los puntos como un escalón que lleva a otro.

Cualquier predicador puede notar que un sermón desordenado no mantiene en el auditorio el mismo grado de interés que un sermón cuyos puntos llevan del uno al otro de un modo lógico, claro y racional. Por esto es importantísimo aprender de memoria y tener en cuenta las cinco reglas dadas al principio de este capítulo.

Manual de Homilética por Samuel Vila

La introducción al sermón

Se ha dicho que las dos partes más importantes del sermón son la introducción y la conclusión. En la introducción obtenemos la atención de los oyentes. En la conclusión llevamos al auditorio al punto decisivo, que es el objetivo de todo sermón, y "lo que bien empieza, bien acaba", por lo menos con cierta probabilidad. Un auditorio bien dispuesto desde el principio escuchará con mayor atención al predicador y sacará mayor provecho de todo el contenido del sermón.

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¿Cómo empezar de modo que se gane el interés y la simpatía de los oyentes?

VENTAJAS Y PELIGROS DEL HUMORISMO

Muchos predicadores modernos, sobre todo en Norteamérica, han tomado la costumbre de contar un chascarrillo que despierta la hilaridad. Como sería difícil hallar chascarrillos que se ajustaran al tema del sermón, la mayor parte de las veces tales introducciones no son sino una especie de bufonada con la cual el predicador trata de hacerse simpático a los oyentes, procediendo después a la parte seria y espiritual.

Aun grandes predicadores usan este método, el cual no es de censurar cuando el predicador sabe hacerlo con mesura y verdadera gracia. Lo malo son las burdas imitaciones de semejante proceder.

Hay predicadores que poseen un carácter tan simpático que no les «cae mal» este modo de despertar la atención de sus oyentes; sus maneras y su sonrisa natural son el marco adecuado de tales chascarrillos inocentes. Pero ¡ay! del predicador que trate de hacerse "gracioso" sin serlo por naturaleza. Se hará soberanamente ridículo y despreciable a la concurrencia a la cual trata de interesar o cautivar con sus ridiculeces. Por esto los predicadores noveles deben comprender que lo que es permisible en un gran predicador, no lo es siempre a los que no poseen la fama, la autoridad o las dotes personales le aquel a quien vanamente tratan de parodiar.

El predicador que trate de ensayar este método, por el afán de hacerse gracioso, sino por el decidido y serio propósito de ganar la atención de los oyentes, debe andar con mucha cautela sobre ese terreno resbaladizo y no exagerar al principio sus frases graciosas, sino procurando, discretamente, conocer la opinión que ellas han merecido a las personas más sensatas de su auditorio. Las opiniones pueden diferir a este respecto, pues hay personas excesivamente serias o pesimistas que siempre juzgarán mal una broma desde el pulpito, y otras que quisieran hallar en el pulpito casi tanta diversión como en un circo. El predicador sensato no tardará en comprender cuál es el verdadero sentir de la generalidad de sus oyentes, pero el que se cree a sí mismo gracioso, puede pasar mucho tiempo sin darse cuenta de que en lugar de atraer repele y se hace ridículo por sus sandeces.

Aunque consideramos estas advertencias extraordinariamente importantes, no es de esta clase de introducción que tenemos que hablar en esta lección, sino de la introducción del sermón propiamente dicha.

DESPERTANDO EL INTERÉS

Se ha dicho con razón que nunca debemos empezar a servir la mesa de la predicación sin despertar el apetito de los oyentes. Nunca debemos empezar a exponer enseñanza, doctrina o exhortación sin haber antes hecho pensar a nuestros oyentes: "Hoy sí que vamos a tener un buen sermón." "Parece que va a ser grandemente interesante lo que el predicador va a decirnos hoy."

Para esto, no basta con anunciar desde el principio que vamos a predicar sobre un tema muy im-portante, pues cuando habremos usado esta expresión media docena de veces como introducción a nuestros sermones los oyentes ya no encontrarán interesante que lo digamos otra vez. El único medio para despertar el interés es hacer una introducción tan interesante que ponga a los oyentes en favorable disposición para escuchar el resto del sermón.

I. Una de las mejores formas de introducción, siempre que exista tal posibilidad, es la referencia a un hecho actual, a un incidente que se ha publicado en los periódicos. Sin embargo, esta clase de introducción ofrece dos peligros:

1º Que la introducción tenga poca o ninguna relación con el tema y aparezca forzada y fuera de lugar.

2º Que el predicador, sobre todo si es más intelectual que un verdadero servidor de Dios, predique, no la Palabra, sino sus propios comentarios a los sucesos del día. Tal introducción debe ser siempre solamente una excusa para entrar en materia, un medio para llamar la atención de los oyentes, pero no el verdadero tema del sermón, el cual ha de ser siempre Jesucristo, su obra y sus enseñanzas. No tenemos otro tema los predicadores cristianos; de otro modo, el predicador tendría honradamente que dimitir de su cargo de predicador cristiano y hacerse conferenciante de club. Algunos predicadores harían un gran servicio a la obra de Dios si tomaran tal decisión.

II. Otro método de introducción es explicar el origen del propio sermón. Esta es una introducción extraordinaria, de la que no se debe abusar. El público tolerará que el predicador le cuente sus experiencias íntimas de vez en cuando, sobre todo si nota en el mismo un sentimiento de sinceridad. Pero se hace ridículo y petulante el que está contando con frecuencia cómo Dios le inspiró el sermón. El auditorio se

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apercibirá muy pronto de si el predicador está haciendo una sincera confesión o está jactanciosamente presentándose como una especie de profeta.

III. Puede empezarse algunas veces con una ponderación de la verdad o doctrina que nos proponemos exponer. Como todas las demás clases de introducciones, ésta es buena cuando no se abusa de ella, o que se alterna con muchas otras.

IV. A veces resulta necesario empezar el discurrir con una introducción sacada del contexto. La ocasión en que fueron dichas las palabras del texto, las circunstancias que rodeaban a la persona que las pronunció o escribió, etc.

Supongamos ahora que el tema a desarrollar sea Mateo 11:28: "Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados y Yo os haré descansar." El predicador puede formular la introducción de las siguientes maneras:

1. Del contexto. Leyendo atentamente los versículos 20 a 27 de este capítulo, encontrará que Jesús hizo en aquella ocasión una severa amonestación a las ciudades de Corazín y Bethsaida, y asimismo una oración de alabanza al Padre por haber escondido las cosas del Reino de los Cielos a los sabios y enten-didos y haberlas revelado a los humildes, terminando con las solemnes palabras: "Todas las cosas me son entregadas de Mi Padre, y nadie conoció al Hijo sino el Padre, y nadie conoció al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar."

El predicador puede empezar explicando en vigorosas frases los sentimientos del corazón de Cristo ante la incredulidad y dureza de corazón de aquellos privilegiados habitantes de Galilea, del gozo de Cristo mismo al ver que algunos habían comprendido las doctrinas del Reino y Su misión divina, como fue con el apóstol Pedro y otros. Cristo se ve a sí mismo como el único recurso para las almas entenebrecidas y perdidas en sus pecados y ardorosamente parece exclamar: "Puesto que es así, puesto que estáis en el profundo abismo de las tinieblas y del dolor humano y puesto que Dios ha enviado un Mediador Omnipotente para levantaros de vuestra condición caída y revelaros los sublimes misterios del Reino de Dios: No desaprovechéis tan precioso privilegio. Venid a Mí, etc."

2. Del autor del libro. El predicador puede también formular una buena introducción a este gran texto diciendo: "Había una vez un hombre que estaba terriblemente fatigado por el peso de sus pecados", pasando a contar muy brevemente la conversión de Mateo, y añadir: "A este publicano debemos el haberse conservado las palabras que mayor consuelo han producido a la Humanidad": "Venid a Mí, etcétera."

3. Por un incidente personal. El predicador podría despertar interés para la enseñanza de este precioso texto si pudiera contar, por ejemplo, de un modo gráfico y vivo, de un hombre o mujer a quienes ido venir muy cargados, supongamos con un gran haz de leña, y lo feliz que fue tal persona cuando supo poner su carga sobre otro, quizás el marido o un hijo que salió en su auxilio. Pero tal ilustración carece de interés si el predicador no puede decir que es un incidente de su propia experiencia, y por su honradez como servidor de Dios y como cristiano no puede permitirse hacer tal afirmación si no fuera cierta.

4. Haciendo referencia a un hecho de actualidad; por ejemplo, el descubrimiento de la bomba atómica. Bien podríamos empezar diciendo que "desde que se descubrió tal artefacto la Humanidad está viviendo con una pesada carga de temor sobre su corazón" de ahí empezar a desarrollar la doctrina del texto.

5. Por una ponderación del propio texto. En tal caso, diríamos: He aquí unas palabras misteriosas que nadie se ha atrevido a pronunciar. Palabras que serían una terrible blasfemia en labios de un simple mortal; ni Sócrates, ni Platón, ni Buda, ni Confucio, ni ninguno de los grandes maestros de la Humanidad ha soñado siquiera en arrogarse la facultad de auxiliar personalmente a todo el mundo. Todos ellos se tan limitado a dar consejos para el buen vivir; pero he aquí Uno que se levanta en medio de los siglos y exclama: "Venid a Mí, etc." ¿Quién era el que tales palabras pronunció? ¿Tenía autoridad para hablar de esta forma?, etc.

LIMITES DE LA INTRODUCCIÓN

La introducción no debe ser excesivamente larga, se trata de preparar solamente el interés del auditorio, y es un peligro decir en el exordio lo que tiene que ser expuesto en el sermón. Igualmente lo es el divagar tanto con frases ampulosas y huecas en esta primera parte del sermón que, en lugar de despertar interés- el público lo pierda por cansancio. Spurgeon cuenta de una señora que decía de su predicador: "Cuando nuestro pastor prepara la mesa está tanto tiempo haciendo ruido con los cuchillos y tenedores que cuando llegan las viandas ya se ha perdido el apetito."

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A veces sirve bien, a modo de introducción, una referencia al asunto tratado el domingo anterior; no una repetición o resumen del sermón anterior, sino una mera referencia, quizá por contraste. Por ejemplo: "El domingo pasado hablamos de la fe, hoy tenemos otro asunto no menos importante, el de las obras." "El domingo pasado se habló del Juicio, hoy de lo que sigue al Juicio, o sea, el Reino Eterno de los redimidos", etc. Pero esta introducción no es de las más interesantes y sería pueril hacerla si no existe una verdadera relación de continuación o de contraste con el tema del domingo anterior.

Entre las ilustraciones de carácter personal está la de referir algo de interés que el predicador ha visto y que sus oyentes desconocen, como un monumento, una obra de arte, una costumbre indígena. Pues ello sirve muy bien para cautivar la atención. El doctor Torrey dice que ha usado como introducción de un sermón que ha predicado un sin fin de veces, y con el cual ha ganado millares de almas, la descripción de un cuadro que vio en una galería de pinturas de Europa; de modo que acostumbraba decir que su viaje a Europa había quedado bien pagado por el interés despertado por ese medio. Al público siempre le gusta aprender, y por esto el predicador que viaja o lee mucho se hará cada vez más interesante, si es un buen observador y sabe almacenar en su mente, aquellos incidentes que pueden servirle como introducción o ilustración de sus sermones. Para el uso de tal clase de material el predicador debe, empero, hacerse cargo de que sus oyentes no han estado con él y la narración debe ser clara y detallada, pero omitiendo cuidadosamente aquellos detalles que no tienen referencia al tema u objeto que se propone.

Cierto predicador empezaba con frecuencia sus sermones sobre diversos temas refiriéndose al monumento a Colón en Valladolid, donde aparece el león de Castilla arrancando del escudo español la palabra "Non" y dejando el "plus ultra". El predicador refería en tonos muy patéticos el sentir de los antiguos que creían que el Estrecho de Gibraltar era el fin del mundo, y así escribieron en el escudo de Castilla la frase "Non plus ultra" ("No más allá"), hasta que por la ayuda de la reina de Castilla, Colón descubrió que existía un más allá, el Nuevo Mundo.

Esta ilustración puede ser usada provechosamente como introducción, a causa del interés que despierta; pero es necesario recordar que su carácter es naturalmente introductivo y, por consiguiente, una vez presentada la ilustración, no se puede acompañar de consideraciones concluyentes tales como: del mismo modo, Cristo, el que es llamado el León de Judá, nos ha hecho evidente la existencia de un mundo más allá y nos ofrece una gloriosa esperanza de la "vida eterna", pues tales frases son más adecuadas para el final que para el principio del sermón. Por eso, si queremos usar una ilustración como ésta para introducir el sermón, no podemos agotar desde el principio las consideraciones naturales a que se presta, sino decir: "Los hombres piensan que no existe nada más allá de la muerte. Como los antiguos, han puesto sobre el escudo de sus vidas la marca del león plus ultra». ¿Pero puede conformarse el corazón con tan triste esperanza? ¿Será verdad que no existe nada más allá de la tumba?"

Si el predicador trae sus afirmaciones conclusivas al principio del sermón, la gente considerará ocioso seguir el curso del mismo, pero si formula preguntas de capital interés, poniéndose en el terreno del escéptico, se despertará el interés para saber cómo va a responder el predicador a tales preguntas y cautivará la atención hasta el final. Entonces, en muchas mejores condiciones de mente y espíritu de parte de los oyentes, podrá dejar caer la conclusión: "Ciertamente, Cristo ha venido a darnos una gloriosa esperanza y la tenemos asegurada por tales y tales pruebas", las que habrán sido expuestas antes en el curso del sermón.

Hay predicadores que empiezan a lanzar exhortaciones al arrepentimiento y a la conversión desde la introducción misma. No puede hacerse mayor equivocación que ésta. Aun cuando muchos de los oyentes hayan asistido mil veces a los cultos y conozcan el Evangelio tanto como el mismo predicador, éste ha de desconocerlo al preparar el sermón y hablarles como si fuera la primera vez que lo oyeran. En primer lugar, porque es posible que entre los oyentes haya uno o muchos que se hallen en semejante situación, y en estas personas hay que pensar sobre todo. En segundo lugar, porque a los mismos oyentes antiguos no les gusta oír un sermón desordenado, en el cual se dicen las últimas cosas al principio, sino que escuchan con mucho mayor deleite un discurso que empieza y sigue en un orden lógico.

Manual de Homilética por Samuel Vila

La conclusión del sermón

Si empezar bien es importante, no lo es menos terminar bien y terminar a tiempo.

Hay predicadores que no encuentran la manera de terminar y divagan repitiendo exhortaciones de carácter más o menos semejante, hasta que el público, en lugar de sentirse conmovido por tales llamamientos, sólo desea angustiosamente que el predicador ponga fin a su perorata.

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"Di lo que tengas que decir y termina cuando lo hayas dicho", es el consejo de todos los maestros en la predicación.

¿Pero cómo se tiene que terminar?

MÉTODO RECAPITULATIVO

Una de las mejores formas y más comunes es haciendo una recapitulación de los puntos principales del sermón. Esto no significa volver a explicar dichos puntos, sino simplemente mencionarlos para dar lugar con énfasis a un pensamiento final que será el llamamiento o exhortación. Esta clase de recapitulaciones suelen iniciarse con un:

"Puesto que..."

Supongamos que el sermón ha sido sobre: "Los privilegios del rebaño de Cristo", que tenemos en la página ? Una mención de tales privilegios, seguida de una exhortación de poner la fe en Cristo para poder gozar de los mismos, será una buena conclusión.

Lo propio diremos sobre el bosquejo del Salmo 23 del que le sigue, que lleva por título «Lo que ganaos por la fe en Cristo».

En cambio, el bosquejo «El poder de la oración», basado en Hechos 4 y 5, no permite una conclusión basada en los puntos principales, que son: "Calidad; la oración apostólica y resultados de la misma", habrá que buscar otra fórmula de recapitulación basada en los subtítulos y no en los puntos principales. Por ejemplo: "Si nuestras oraciones son definidas, tienen un motivo especial, si son unánimes con nuestros hermanos y hechas con fe apoyándonos sobre las promesas de la Sagrada Escritura, recibiremos, sin duda, los mismos privilegios y recompensas que obtuvieron aquellos discípulos: gozo y valor y, por encima de todo, el don del Espíritu Santo."

La forma recapitulativa no es indispensable en todos los sermones. Podemos terminar también el comentario de Filipenses 4 diciendo: "En vista de los grandes privilegios del creyente y ante la realidad de las cosas que Dios nos ha prometido, ¿quién no querrá ser como el apóstol San Pablo? ¿Por qué hemos de serlo? ¿Qué nos hará desistir de tal propósito? ¿Será el temor a la pobreza o al menosprecio? Lo había sufrido el apóstol (vers. 12). Pero las riquezas de Cristo superan a cualquier pérdida y la compensan mil veces. No dudemos, pues, en entrar y marchar con paso firme por el camino de fe."

En el bosquejo del gráfico la recapitulación se ciñe a las subdivisiones del punto II porque son las de carácter activo, o sea, las que dependen de la voluntad del oyente; dicha mención puede ser corroborada por una breve alusión a los resultados que se describen en las subdivisiones del punto III. Pero en otros bosquejos la recapitulación puede ser una breve mención de todas las divisiones principales del sermón. Jamás debe ser una mención de todas las divisiones y subdivisiones, pues resultaría excesivamente largo y perdería por ello toda fuerza y vigor, viniendo a resultar más bien una repetición del sermón, lo cual debe evitarse a toda costa.

VARIEDAD Y VIVACIDAD

La conclusión no debe ser estereotipada y monótona. No hay nada que produzca peor efecto a los oyentes que ver que el predicador se inclina a leer las palabras finales del sermón.

Se le dispensará al predicador la necesidad de mirar al bosquejo en otras partes del sermón, pero la conclusión es el punto culminante de su mensaje, y es en este momento cuando el predicador ha de hablar con la mayor solemnidad o el mayor ardor, según la naturaleza o carácter del sermón. Es entonces cuando su corazón ha de desbordarse de tal modo que el auditorio sienta que el predicador está, no leyendo unos pensamientos escritos en su oficina, sino, bajo el impulso del Espíritu Santo, tratando de hacer penetrar la palabra en los corazones.

Por esto hay que evitar, en este momento más que nunca, el pronunciar frases vagas y de poco sentido. Todo predicador ha notado que generalmente hay más facilidad de expresión al terminar el sermón, pero de ningún modo ha de confiarse a su facilidad de palabra en ese momento solemne y decisivo. Tiene que llevar algunas frases bien estudiadas, que concreten el mensaje y lo hagan incisivo en el corazón de los oyentes; sin embargo, no debe imitarse a éstas. Si el Espíritu Santo le inspira nuevos pensamientos expóngalos sin temor, pero cuidando de que no sean simples repeticiones de lo ya dicho, sino pensamientos tajantes, más fuertes que todos los usados en el curso del sermón y penetrantes hasta partir el alma. Evítese la excesiva extensión. La conclusión nunca debe exceder de unos pocos minutos. Es difícil fijar cuántos de un modo

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exacto, pues depende del carácter del propio sermón; pero lo que debe evitarse es que sea la conclusión en sí misma un nuevo sermón en miniatura.

Tampoco debe ser una repetición de lo dicho en otros sermones. Hay predicadores que en cada conclusión usan argumentos muy similares como el de: mañana podría ser demasiado tarde para aceptar a Cristo. Está bien que en cada sermón se haga énfasis sobre la necesidad de tomar una decisión inmediata, pero si las frases son estereotipadas e idénticas para todos los sermones, el predicador se hará muy pesado y el público temerá verle llegar al final, por el fastidio de escuchar lo que ya se sabe e memoria.

LOS LLAMAMIENTOS

No queremos terminar sin decir una palabra sobre la cuestión de los llamamientos. No estamos en contra del sistema cuando el ambiente es propicio el predicador tiene la convicción de que hay entre el auditorio "oyentes maduros", es decir, con bastante conocimiento del Evangelio para comprender en el paso que van a dar, faltándoles solamente la decisión. En tales casos el llamamiento puede ser una verdadera bendición del Cielo para tales almas, pero insistir e insistir hasta provocar decisiones inmaturas de personas que ignoran los principios esenciales del Evangelio, además de ser insensato para el predicador, puede resultar en perjuicio de tales almas, ya que tales personas pueden venir a considerarse convertidas por medio de un acto mecánico que no afectó su corazón y que nada tiene que ver con el nuevo nacimiento. Es verdad que algunas veces estos oyentes, acudiendo a los cultos, llegan a comprender más tarde aquella fe que profesaron inconscientemente, pero también puede ser motivo a algunos para que dejen de asistir a los cultos, avergonzados por las burlas de sus compañeros no convertidos, ya que no existe en ellos fundamento sólido para saber defender su fe y llevar el oprobio de Cristo. Y en otros casos pueden dar lugar al endurecimiento, en un falso concepto de conversión, siendo causa de que se introduzcan en la iglesia miembros no regenerados.

Recuerdo el caso de una persona a la cual felicitaban los creyentes por haberse levantado manifestando aceptar a Cristo, la cual respondió: "No, yo no entiendo de estas cosas, pero me daba lástima aquel pobre señor que nos pedía que nos levantásemos con tanta insistencia."

Evitemos tanto la frialdad como los excesos en este momento solemne del sermón; pues ni la excesiva insistencia ni la gritería extremada son señales evidentes de la inspiración del Espíritu Santo. Es al final, más que en otro momento del sermón, cuando debemos movernos enteramente bajo su santa influencia; dejémonos, pues, conducir por El, pero recordando que el Espíritu Santo jamás ha inducido a nadie a empalagar a la gente, sino que es su gran propósito y objeto llevar las almas a Cristo, o, por lo menos, dejar en ellas tan favorable impresión que vengan a ser inexcusables si no se convierten.

Se ha dicho con verdad que una conclusión fastidiosa puede significar una piedra de tropiezo para el corazón mejor impresionado por el mismo sermón. Es preferible que queden los oyentes con deseos de oír más, cuando el sermón ha sido bueno, que no que las buenas impresiones recibidas se borren por una inclusión desafortunada y desastrosa.

Podríamos resumir lo dicho en los siguientes

CONSEJOS PRÁCTICOS

1.° Sea cualquiera la forma de conclusión que uses, hazla adecuada al conjunto del mensaje. Que no a un nuevo sermón, sino la aplicación práctica de las verdades expuestas anteriormente.

2.° No uses frases estereotipadas en la conclusión; de cada sermón.

3.° Sé breve. No describas círculos y más círculos, como un aeroplano en descenso, repitiendo las mejores frases del mismo sermón y añadiendo nuevos materiales. Desciende en línea recta, en picado, desde las alturas de tu disertación al mismo corazón de los oyentes. Que nadie tenga que decir lo que aclaró cierta labradora escocesa acerca de un buen sermón de conclusión interminable: "El pastor llegó casa en un viaje magnífico, pero tenía los caballos desbocados y no los pudo parar."

4.° Acentúa el lado positivo más que el negativo, la conclusión. Durante el curso del sermón puedes tener que tratar con el lado negativo, pero no termines con imprecaciones, lamentaciones ni expresiones desalentadoras. El mensaje del Evangelio es siempre mensaje de esperanza. Levanta los corazones a lo positivo, a lo bueno, a lo sublime de las promesas de Dios, por grave o solemne que haya sido el sermón. Una conclusión neurasténica es la peor conclusión de un sermón.

5.° Haz la conclusión personal, pero no excesivamente personal.

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6.° Nunca distraigas la atención ni debilites la fuerza de la conclusión con una apología. En la introducción puede alguna vez el predicador pedir excusas por su dificultad en hablar el idioma, su falta de tiempo para preparar el mensaje o su incapacidad para tratar el asunto; pero esto jamás es permisible en la conclusión. Si el sermón ha sido bueno, tal apología demuestra pedantería y orgullo por parte del predicador. Si ha sido mediocre, sólo servirá para recalcar los defectos del propio sermón y desvalorizar lo bueno que en él haya podido haber.

La conclusión del segundo libro de los Macabeos produce una impresión penosa y es la mejor prueba de la no inspiración de tal apócrifo. Pero mucho más que en un escrito, es contraproducente toda apología al final de un discurso hablado.

Termina el mensaje con la mayor dignidad, y encomienda al Santo Espíritu de Dios lo que tú no has podido o sabido hacer, aun en aquellas ocasiones en que, por el motivo que sea, sientas en tu conciencia que fue un fracaso el sermón, comparado con otros tuyos o con lo que hubieses querido que fuera. Ten presente que esta experiencia ocurre no sólo a los predicadores mediocres (éstos generalmente quedan más satisfechos de sus propios sermones que lo que debieran quedar), sino a los más grandes predicadores. Resuelve en tu corazón en tales casos prepararte mejor otra vez. Tal resolución, hecha en el mismo pulpito al terminar un sermón deficiente, ha sido la génesis de otro sermón poderoso, en muchos casos, y en la propia experiencia del autor de estas páginas.

7.° Evita las expresiones humorísticas en la conclusión. Ya hemos indicado con qué limitaciones y prudencia debe hacerse uso de tales expresiones al principio o en el curso del sermón, pero no es permitido de ningún modo al final. Como dice Reinold Niebuhr en un artículo titulado "Humor y Fe": "Puede haber risa en el vestíbulo del templo, y el eco de la risa en el templo mismo; pero solamente fe y oración, y no risa, en el lugar santísimo", que es la conclusión del mensaje.

8.° Abstente de cualquier acto que distraiga la atención. Un gesto exagerado: quitarse y ponerse las gafas, levantar un himnario, o el accidente de caerse una hoja de los apuntes, no son incidentes tan graves en el curso de un sermón; pero debe hacerse todo lo posible para evitarlos al final. Algo semejante debe decirse del hábito de mirar al reloj de bolsillo o pulsera que tienen algunos predicadores. Unos porque, no sabiendo qué decir, les convienen cerciorarse de que el sermón no ha sido demasiado corto, y otros porque, teniendo demasiado material, temen excederse del tiempo. Huelga decir que la impresión que producen estos últimos en el auditorio (el cual suele darse perfecta cuenta de la situación en ambos casos) no es tan desastrosa como la que causan los primeros, pero aun en este último caso, más perdonable, esta sencilla acción puede ser perjudicial para muchos espíritus superficiales. Es conveniente que haya en las capillas un reloj, bastante grande, colocado en la parte posterior, jamás de cara al público, para que el predicador pueda seguir el curso del tiempo sin que el auditorio se aperciba. A falta de tal reloj, es buena precaución por parte del predicador poner su propio reloj sobre el pulpito en el momento de empezar, evitando hacerlo durante el curso del sermón, y menos al final.

LA IGLESIA EN LA CONCLUSIÓN

Los diáconos y miembros de cada Iglesia deberían ser educados acerca de la solemnidad de la conclusión. A veces son estos mismos los que contribuyen a distraer la atención sin darse cuenta de ello, haciendo preparativos para la terminación, tales como abrir las puertas, repartir himnarios para el himno final, preparar las bolsas para la ofrenda a la vista del público, etc.

Otras veces, miembros más entusiastas que discretos intentan corroborar el "éxito" del sermón susurrando exhortaciones o alabanzas acerca del mismo a personas inconvertidas, o lo que es todavía peor, incitándolas a levantarse. Nada más equivocado. Tales momentos han de ser solamente de atención y oración silenciosa por parte de los fieles de la iglesia.

Algunas veces el autor se ha sentido tentado a detener el sermón y pedir misericordia a las personas que en aquellos solemnes momentos se les ha ocurrido levantarse para ir al patio o salir del templo, a pesar de ver que el sermón estaba terminando y no corrían peligro de perder ningún tren.

Y no diremos nada del desastre que significa un bebé que rompe a llorar o se inquieta durante los cinco minutos finales del sermón. Algunos predicadores tienen la costumbre de pararse y aguardar en silencio hasta haber pasado tal interrupción. Siempre es desagradable tener que hacer esto, por lo que cuesta recoger de nuevo la atención del auditorio. Ello es posible cuando se dispone todavía de muchos minutos, pero es casi imposible al final. En ese período del sermón, atención distraída es atención perdida. Por esto los miembros debieran conjurarse en ayudar al pastor: Los diáconos, atajando del modo más discreto y rápido cualquier perturbación. Los creyentes en general, bajando sus cabezas para orar, sin volverlas de un lado para otro para ver si se levanta alguien. Nada puede perjudicar tanto las decisiones como esta curiosidad imprudente. Sabemos cuan grato es para el creyente fervoroso, que está oando por un despertamiento, "ver" decisiones; pero ¡más sensato limitarse a "oírlas" de labios del testificante o en la

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respuesta del pastor, y será siempre mucho más gozoso para su propia conciencia haber mudado a tales decisiones con oración que estorbarlas con actitudes inconvenientes.

Es necesario hacer énfasis sobre estos detalles en las reuniones de iglesia, para el mejor orden y provecho en los cultos, sobre todo en los evangelísticos.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Clases de estudio Bíblico

Hemos dicho que para la preparación de un sermón desde el pulpito no conviene tomar todo un capítulo, sino un hecho, parábola o porción que pueda ser conectada con alguna línea de pensamiento. La razón es que cuando el predicador habla él solo desde el pulpito le conviene presentar un mensaje compacto y no excesivamente extenso.

Pero hay otro método de instrucción, llamado Clase Bíblica, en la cual no sólo el predicador, sino los oyentes, pueden tomar parte, y aunque ello excede los límites de la Homilética, por lo importante que es para los pastores e instructores cristianos, no queremos dejar de ofrecer algunas sugestiones sobre dichos estudios.

Se recomienda para la Clase Bíblica que todos los oyentes tengan su Biblia en la mano y, si el número de asistentes lo permite, estén sentados formando círculo.

En las clases bíblicas no deben usarse los sermones textuales, sino expositivos o tópicos, desarrollando estos últimos a base de textos bíblicos.

ESTUDIO DE LA BIBLIA POR LIBROS

Pero es también recomendable en esta clase de reuniones el estudio de la Biblia por libros y capítulos. En tal caso cada asistente debiera conocer de antemano el capítulo o porción que se va a estudiar, aún es mejor si se han distribuido preguntas escritas que despierten interés en el estudio. Dichas preguntas o sugestiones pueden ser formuladas particularmente por el instructor para cada capítulo o libro, o bien utilizar las siguientes sugestiones de carácter general:

a) ¿Quién escribió el libro?

b) ¿A quién fue escrito?

c) ¿Cuándo fue escrito?

d) Motivo por el cual lo fue.

e) Circunstancias de aquellos para los cuales fue escrito.

f) ¿Qué referencias nos da el libro de la vida y carácter del autor?

g) ¿Cuáles son las principales ideas del libro (o enseñanzas)?

h) ¿Cuál es la verdad central del libro?

i) ¿Cuáles son las características del libro?

j) Que cada alumno haga una división analítica del libro comparándola con la división que traiga el Director.

k) Puntualícense las enseñanzas o aplicaciones espirituales que ocurren en cada sección.

El estudio será todavía más provechoso si en lugar de preguntas generales puede usarse un bosquejo formulado por algún buen expositor de la Biblia. Hay libros interesantes y también cursos bíblicos que pueden servir de ayuda al respecto. Como ejemplo ofrecemos a continuación uno de los estudios bíblicos por libros que se publicaron en nuestra revista El Cristiano Español. De una forma similar a la indicada, y

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usando los mismos epígrafes que ponemos en mayúsculas, pueden estudiarse, no solamente los otros libros del Pentateuco, sino casi todos los libros de la Biblia.

Éxodo.

EL NOMBRE "Éxodo" nos indica el contenido de este libro, la salida de Israel de Egipto. Israel vuelve a su tierra prometida. Éxodo contiene la maravillosa e importante historia, empezada en Génesis, asumiendo una forma nacional, más bien que personal o familiar, y narrando los pasos que condujeron al establecimiento de la teocracia hebrea. En este hecho histórico vemos la figura de las verdades fundamentales de toda salvación. Podemos llamar a Éxodo "el libro de la salvación". Empieza con la oscuridad del yugo egipcio y termina con la nube de la gloria de Dios en el tabernáculo.

ÉXODO Y LOS CRISTIANOS. — El viaje de los israelitas de Egipto a Canaán es un símbolo de la peregrinación del cristiano.

1. Egipto = el reino de Satanás, el mundo del cual tenemos que salir.

2. Desierto = La condición del creyente que ha dejado la vida antigua, pero que todavía no ha encontrado la plenitud de la vida nueva en Cristo.

3. Canaán = La vida del creyente que encontró en Cristo la vida abundante y victoriosa.

LLAVES DEL LIBRO llamamos a los versículos de cada libro, que nos dan el conjunto del contenido del mismo, p. ej.:

3:7-8... aflicción en Egipto... librado... sacado a buena tierra.

12:13... la sangre os será por señal... Lo fundamental de la salvación.

19:4-6... os he traído a Mí... para ser un especial tesoro sobre todos los pueblos.

TIEMPO. — Entre Génesis y Éxodo hay un espacio de tres siglos y medio, sobre el cual no leemos nada en la Biblia. En este tiempo creció la familia Jacob (70 personas, Éxodo 1:5) y se hizo nación numerosa (1:7).

LA PRINCIPAL FIGURA de Éxodo es la de Moisés. El nos es presentado como representante de la ley y del antiguo pacto (Juan 1:17). Mirando su historia podemos dividirla en tres partes de 40 años cada una. 40 años de alta educación humana. Se hizo un varón poderoso.

40 años de educación divina en la quietud del desierto. Allí se hizo varón humilde y sencillo. 40 años ejerciendo su alta profesión y experimentando cómo Dios puede utilizar poderosamente a un hombre humillado.

Nótese la importancia de la primera educación que recibió en su más tierna juventud en la casa paterna. Después de muchos años de estar en el palacio egipcio, se recordó de su Dios y de su pueblo (Hechos 11:24-26). El fue hecho salvador, guía y mediador de Israel.

DIVISIÓN DEL LIBRO. — Podemos dividirlo en tres partes:

1. Israel en Egipto: Cap. 1-15:21.

a) Opresión por los egipcios. Por medio de ella, Dios preparó al pueblo para salir de la tierra rica de Gosén.

b) Nacimiento y educación de Moisés. Dios preparó al salvador y guía.

c) Plagas en Egipto, Pascua y salida. Dios preparó al enemigo para dejar ir al pueblo.

2. Experiencias en el camino del desierto: Capítulo 15:22, cap. 18.

Mará, Elim, codornices, maná, agua de la peña, victoria sobre Amalec. El Señor, que sacó a Israel de Egipto, también los mantenía, protegía y guiaba.

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3. Israel al pie del monte Sinaí: Cap. 19-40. Mandamientos de Dios, Alianza entre Dios y el

pueblo, plan del tabernáculo, becerro de oro, construcción del tabernáculo. Los salvados, para permanecer con el Señor, necesitan:

a) la ley, que es la norma de la voluntad de Dios; y

b) el sacrificio, cuya sangre limpia simbólicamente de las transgresiones de la ley.

CRISTO EN EL ÉXODO.— Toda salvación de Dios es hecha por Jesucristo. Por lo tanto, es todo este "libro de la salvación" un símbolo de Cristo.

1.El cordero de la pascua: Cristo el cordero de Dios: Juan 1:29, 1.a Cor. 5:6-8, 1.

a Ped. 1:18-19.

2.Aarón: Cristo nuestro sumo sacerdote: Hebreos 5:5 y 9, 7:11.

3.El mar Bermejo: La muerte de Cristo nos libra de la vida antigua: 1Cor. 10:2.

4.El maná: Cristo es el pan vivo que descendió del Cielo: Juan 6:31, 35.

5.El tabernáculo: Cristo habitó entre nosotros: Juan 1:14, Hebr. 9:23-24. Exteriormente no ofrece ningún atractivo: Filip. 2:6-8. Pero por dentro todo es precioso, de oro fino con los colores de la gloria: Col. 2:3 y 9.

No sólo el tabernáculo entero, sino también los objetos en él nos hablan de Cristo:

La puerta (única): Juan 10:7.

Altar del holocausto: El lugar de la expiación: Hebr. 9:13-14, 10:12; Apoc. 13:8.

Fuente de metal: El lavacro de la regeneración: Tito 3:5.

Mesa de los panes: "Yo soy el pan de vida": Juan 6:35, 48, 50, 51.

Candelero: "Yo soy la luz del mundo": Juan 8:12, 1:9.

Altar de perfumes: La oración sacerdotal de Cristo: Juan 17.

El arca conteniendo la ley de Dios, y la cubierta con los querubines, tenían que ser rociadas con la sangre del sacrificio. Cristo, con su propia sangre, entró una vez a la presencia de Dios: Hebr. 9:12-14. El cumplió la ley y la cubrió con su sangre. La ley que pidió la muerte del pecador está satisfecha por el sacrificio expiatorio de Cristo.

EL MENSAJE DE ÉXODO es doble. Habla del minio del Señor y de la redención. Su dominio se nota en sus palabras, órdenes, mandamientos, juicios, su santidad, y también en su bondad y cuidado todas las necesidades de su pueblo. Por todo el libro pasa el hilo negro del pecado del pueblo y de personas individuales. Pero Dios, en su inmensa gracia, presenta un recurso de salvación por la sangre del sustituto y abre a su pueblo pecador el camino a su trono de gracia.

Todos los libros de la Biblia pueden ser estudiados de una forma similar, buscando en ellos, por encima de sus datos históricos, profundas enseñanzas morales y espirituales.

ERRORES A EVITAR

Dos errores que el director de un Grupo de Estudio Bíblico debe evitar con gran cuidado son: Por un lado, darlo como un sermón de predicación monopolizado, y por el otro, convertirlo en una clase de Seminario, limitándolo a los datos históricos, cronológicos o analíticos sin especial mención de la enseñanza espiritual. Jamás hay que olvidar que ésta tiene primordial importancia en la Iglesia, tratándose de libros de la Sagrada Escritura, cuyas mismas narraciones históricas fueron escritas: «para nuestra enseñanza y admonición» (1.

a Cor. 10:11); pero quedará mejor fijada la verdad en la mente y resultará mucho más

interesante y efectiva si, en lugar de ser administrada en dosis concentradas de incesante exhortación, va acompañada del estudio histórico, y analítico y aun geográfico, que permita al estudiante conocer bien la procedencia y motivo de tales enseñanzas que surgen del texto, ora por ejemplo histórico, o por simbolismo.

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En este último caso hay otros extremos que conviene evitar. Uno es el de forzar la imaginación para encontrar en todo detalle del Antiguo Testamento símbolos y figuras de las doctrinas del Nuevo. Hallamos esta tendencia de un modo exagerado en los escritos patrísticos. Orígenes, por ejemplo, veía un símbolo de la cruz hasta en la forma de cortar el cordero pascual. Un simbolismo ingenuo y sin base no resultaría edificante a un público de nuestro siglo.

El extremo opuesto es prescindir de toda aplicación simbólica, con lo que el Antiguo Testamento se convierte en una simple y árida narración histórica con ligeros matices éticos. El predicador moderno que asume tal actitud despreciando todo simbolismo, debería empezar por suprimir del Nuevo Testamento varias epístolas como Romanos, Corintios y Hebreos, mejor que todo debería dejar el ministerio cristiano de su iglesia en manos de alguien que crea en la Biblia desde el principio al fin. Otro error funesto es el de introducir en los estudios, para hacer gala de erudición, discusiones hechas de carácter crítico acerca de los documentos originales de la Sagrada Escritura, códices y variantes, pseudo-autores, etc. Spurgeon decía con mucha razón: "Nunca divulguéis el error tratando de combatirlo." El pastor necesita estar bien orientado sobre tales asuntos, pero no para llevarlos al público, sino para poder responder a cualquier pregunta al respecto.

Si una de tales cuestiones surgiera en la clase de estudio Bíblico o en la Escuela Dominical, lo más conveniente es responderla de un modo general y breve e invitar al interpelante a una conversación más extensa en particular. Tal invitación debe ser hecha, si es en la clase, alegando falta de tiempo, aún mejor si puede soslayarse y hacerla más tarde en privado, a fin de no levantar sospechas en aquellas a quienes no interesan o no convienen tales tesis, ora por su limitada cultura o por su delicada condición espiritual.

Recordamos el caso de un joven pastor de un pueblo rural, recién salido del Seminario, que, con pretexto de "instruir a la juventud de la Iglesia", empezó una serie de clases de estudio bíblico en las cuales trataba de deslumbrar a sus oyentes llenando pizarra con textos griegos y hebreos, y acabó por arruinar la fe de muchos con sus discusiones críticas, totalmente impropias e inadecuadas a la condición intelectual y espiritual de los sencillos fieles a quienes se dirigía.

Fervorosamente exhortamos a los estudiantes bíblicos y predicadores en cuyas manos venga a parar el presente Manual de Homilética, a evitar y aun a huir de tales peligros, procurando la edificación espiritual de sus oyentes por encima de todo otro motivo.

ESTUDIO DE LA BIBLIA POR CAPÍTULOS

Tanto o más sugestivo que el estudio por libros es el estudio por capítulos, ya' que de este modo se puede entrar con más detalle en cada asunto. Como quiera que éstos puedan repetirse en el curso del libro, debe hacerse énfasis sobre verdades nuevas cuando se repita un mismo asunto. Esta recomendación es especialmente importante para los libros doctrinales, o sea, las epístolas y los libros proféticos del Antiguo Testamento.

He aquí una serie de sugestiones de aplicación general:

a) Defínase el tema del capítulo o asunto principal de que trata, en una sola frase.

b) Principales personajes del capítulo.

c) La verdad o doctrina más destacada del capítulo.

d) La mejor lección del capítulo.

e) El mejor versículo del capítulo. (Sugiérase que cada uno aprenda de memoria el versículo elegido.)

El predicador puede terminar haciendo énfasis sobre las principales lecciones del capítulo, y lo hará con mucho más provecho si los asistentes han tenido ya que estudiarlo para responder a las anteriores preguntas.

Estas preguntas pueden ser usadas para clases elementales, incluso de niños.

Para clases entre personas más adelantadas en conocimientos bíblicos y experiencia espiritual, puede usarse la siguiente serie de preguntas o sugestiones:

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a) Cítense uno por uno los principales hechos del capítulo y las enseñanzas que contiene cada uno de ellos.

b) Señálense los errores a evitar (con referencia a la conducta de personajes que aparecen en el capítulo o amonestaciones que contiene).

c) Nótense las cosas dignas de imitación.

d) Principales enseñanzas. (No de hecho como se señala en el apartado a), sino por precepto.)

e) ¿Cuál de estas enseñanzas puede considerarse interesante discusión?

f) Preséntense copiados cada uno de los versículos principales por su enseñanza espiritual.

g) Declárese cuál es la verdad o doctrina que se destaca en el capítulo.

Para clases todavía más adelantadas pueden usarlas siguientes sugestiones:

a) Léase el capítulo en dos o tres versiones diferentes (de Valera, Moderna, Católica, etc.) y cítense por escrito las principales variantes y declarando cada uno cuál prefiere, teniendo en cuenta no sólo la elegancia del lenguaje sino la verdad doctrinal, según se desprende del conjunto de la Biblia.

b) Búsquense los pasajes paralelos de la referencia y cítese la diferencia entre ellos.

c) Déle la fecha aproximada de los hechos a que se refiere el capítulo.

d) Haga cada alumno un bosquejo o análisis del capítulo.

e) Cite cada uno los textos aptos para un sermón textual y formule sus principales divisiones.

f) Señálense las frases o palabras más importantes.

g) Puntualícense las lecciones más importantes e indíquese de ellas cuál es, en el concepto del alumno, la principal.

h) Cítense los lugares o ciudades que se nombran en el capítulo, y dese una breve historia de ellos según aparece en otras partes de la Biblia.

i) Dificultades en el capítulo, si las encuentra.

El principal peligro en las clases de estudio bíblico es que, con el pretexto de hacer preguntas sobre el texto o exponer verdades aprendidas en el mismo, algunos de los concurrentes se aparten del tema y hagan perder el tiempo con frivolidades. El predicador o director necesita mucha táctica y firmeza para obligar a concretar y ceñirse al asunto.

Por esto un método recomendable es hacer que los participantes traigan sus sugestiones por escrito y usar el director, en la clase próxima, un resumen de las mejores y más sugestivas respuestas de cada uno. Los concurrentes se sienten interesados y halagados al observar que se ha hecho caso de sus pensamientos, los cuales son expuestos por el director mucho más concretamente que si cada uno tomara la palabra por sí. Para aportar más interés a la reunión, puede, empero, el predicador sugerir una exposición verbal de aquellas sugestiones que haya notado como de más valor, limitándose a citar él mismo las menos interesantes, pero que merezcan ser citadas.

Para completar el estudio puede aportar algunos pensamientos propios o sacados de algún buen comentador como Meyer, Carroll, Ryle, etc., sobre el capítulo citado.

Se ha dicho con razón que el buen predicador no sólo debe saber estudiar él mismo la Biblia sino hacer que otros la estudien, y éste es el objeto de las clases de estudio bíblico. Los grandes discursos desde el pulpito aportan mucha luz y dan mejor comprensión a los oyentes acerca de las verdades bíblicas, pero no estimulan suficientemente el estudio personal. Deslumbrados por su arte y elocuencia, se sienten, por lo general, los oyentes incapaces de estudiar la Biblia como lo ha hecho el predicador, y ello convierte a los miembros de la Iglesia en oyentes de inferencias religiosas, más bien que estudiantes; la Palabra de Dios. Aunque la predicación desde pulpito será siempre el medio indispensable de enseñanza y el más

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eficaz para ganar a los inconversos, las clases de estudio bíblico estimulan más el don de cada uno y fomentan de un modo extraordinario la vida espiritual. Por esto son muy recomendables para los creyentes o miembros de iglesias angélicas.

Manual de Homilética por Samuel Vila

El uso de ilustraciones

Las imágenes son para el discurso lo que las ventanas para una casa: hacen entrar la luz del argu-mento en las mentes más obtusas, a quienes las ideas abstractas resultan pesadas y a veces incompren-sibles.

El ejemplo de Jesús nos autoriza y estimula para el empleo de ilustraciones en la predicación. Hasta la cara de los pequeños se ilumina cuando el predicador empieza a contar alguna anécdota para ilustración de su sermón.

Pero, aun cuando las ilustraciones son de tan grande utilidad, no se debe abusar de su uso. Hay sermones que resultan enflaquecidos por un exceso de metáforas o anécdotas. Dicho uso excesivo puede hacer que la gente preste demasiada atención a las anécdotas y olvide los argumentos y exhortaciones del sermón. Debemos recordar que nuestro objeto no es entretener o divertir a las personas sino hacerles sentir las verdades espirituales. Volver el espíritu de nuestros oyentes del objeto principal del sermón para fijarlo en imágenes complacientes puede resultar perjudicial.

Las anécdotas han de ser usadas únicamente en los lugares apropiados y deben ser ellas mismas adecuada ilustración del argumento que se viene exponiendo. No hay nada peor en un sermón que una anécdota colocada forzadamente en algún lugar que no le corresponde. Si no tenemos ninguna anécdota bien adecuada e ilustrativa no usemos ninguna. Es mil veces preferible un sermón con pocas o ninguna anécdota que un sermón repleto de ilustraciones que o encajan con el argumento.

ANÉCDOTAS HUMORÍSTICAS

No está proscrito el uso de anécdotas humorísticas; al contrario, éstas son las más gratas y mejor recordadas; pero debe tenerse sumo cuidado en que no traspasen el límite del humor; que no sean chabacanas o triviales. El pulpito es un lugar sagrado a los oyentes que acuden a escuchar la Palabra de Dios esperan recibir pensamientos dignos y de acuerdo con el propósito a que está destinado.

Un ejemplo de anécdota humorística, pero adecuada, es la del salvaje que acudió acongojado al misionero porque su perro había devorado algunas hojas de la Biblia, y al decirle éste que la pérdida no era tan considerable porque podía ofrecerle otra Biblia por poco dinero, el salvaje replicó que lo que sentía no era la pérdida del libro, sino del perro, ya le había observado que este libro tiene la virtud de hacer volver mansas a las personas, y temía que dicho efecto se produjera en su magnífico perro cazador.

COMO REFERIR ANÉCDOTAS

Lo más esencial en las anécdotas es el modo en que son contadas. Una anécdota excelente puede producir muy poca impresión a los oyentes si es contada con indiferencia. El buen narrador de anécdotas debe mostrarse él mismo interesado en lo que cuenta y mantener el interés del auditorio contando los incidentes de la anécdota por orden sin adelantarse a revelar el "final" del caso, para que se mantenga latente el espíritu de sorpresa. Adelantar un solo detalle de una anécdota puede estropearla completamente, pues la gente ya no escucha con interés cuando conoce el desenlace.

Evítese, por lo tanto, el anunciar desde el principio el final de la historia; por ejemplo:

Hay una anécdota muy ilustrativa acerca de la fe. Se trata de un niño que es invitado a lanzarse en los brazos de su padre desde el balcón de una casa que está ardiendo. El niño, azorado, no distingue al padre en la oscuridad de la estrecha calle, pero el padre puede ver al niño a la luz de las llamas que salen de las ventanas altas del edificio, y por fin éste se decide a dar un salto en el espacio vacío confiando en la palabra del padre, para encontrarse pronto a salvo en los fuertes brazos de éste.

Al explicar esta anécdota hay que hacer vibrante el caso, poniendo algunas pinceladas que hagan a los oyentes ver en su imaginación la casa ardiendo y el angustioso movimiento del vecindario. Es indispensable, asimismo, referir en forma de diálogo la conversación que tendría lugar entre padre e hijo,

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hasta que el público dé un suspiro de alivio al oír cómo el niño cayó sano y salvo en los brazos de este último.

Evítese absolutamente decir: "Lo que estoy diciendo acerca de la fe tiene mucho parecido con el caso de un niño que fue salvado por su padre, el cual le invitaba a lanzarse a sus brazos desde el balcón de una casa que estaba ardiendo." Este modo indiferente de explicar la anécdota no da una impresión viva del caso y suprime totalmente el elemento de sorpresa al anunciar desde el principio que el niño fue "salvado" por su padre. Procúrese que la gente no sepa si el niño fue salvado o pereció entre las llamas hasta que oigan el final.

Sin embargo, la anécdota no debe ser contada con tantos detalles hasta el punto de convertirla en una larga historia que haga olvidar a los oyentes la parte argumentativa del sermón. Dense solamente aquellos detalles que puedan aumentar el interés de la narración, y ninguno más.

COMO INTRODUCIR LAS ANÉCDOTAS

Parece de poco interés, y sin embargo es muy importante, la forma de empezar a referir la anécdota. Hay predicadores que tienen siempre una misma forma: "Recuerdo haber leído..." A la gente no le interesa si el predicador ha leído la anécdota o la oído contar. Y todavía es peor cuando el predicador dice: "Recuerdo haber leído en un libro...", es todavía menos importante para el público si lo ha leído en un libro o en una revista. Evítense cuidadosamente en los sermones estas frases ociosas el sermón resultará más corto e interesante. Es mucho mejor empezar diciendo: "En cierta ocasión ocurrió tal o cual cosa", o bien: "Existía en el país tal o cual." Este detalle no es ocioso, pues la gente le gusta que le cuenten historias verdaderas y la referencia de donde tuvo lugar el incidente, cuando es posible darla, aumenta el interés del caso.

ANÉCDOTAS PERSONALES

En mayor medida se acrecienta el interés del público cuando el predicador puede contar algún caso vivido por él mismo. Los grandes predicadores tienen generalmente un arsenal de incidentes de su vida que usan como ilustraciones de sus sermones.

Sin embargo, debe evitarse cuidadosamente la pedantería al referir tales casos y el uso excesivo del pronombre personal. Procúrese sustituirlo tanto como se pueda por el plural, si en el hecho han in-tervenido varias personas, pues ello dirá mucho en favor de la modestia del predicador.

Otro peligro al contar anécdotas personales es el de referir casos triviales o poco ilustrativos, por el prurito de hablar el predicador de sí mismo. Un incidente que al que lo ha vivido puede parecerle muy chocante e interesante, puede resultar intrascendente y aburrido para el que lo oye contar. Pero nunca lo será para un auditorio inteligente, si el caso ilustra verdaderamente el argumento o contiene una evidente lección moral o espiritual.

DISTRIBUCIÓN DE LAS ANÉCDOTAS

Las anécdotas deben ser bien distribuidas. Es magnífico el sermón que puede tener una anécdota para ilustrar cada uno de sus puntos principales. Es mucho mejor si la anécdota puede ser puesta al final del punto; pero no siempre es posible. Muchas veces se nos ocurren anécdotas que ilustran un punto secundario o una frase del sermón. Evítese, empero, poner una anécdota para ilustrar una simple frase, si ésta no es muy importante y contiene la esencia de un punto del sermón. En tal caso parece puesta solamente para dar lugar a la anécdota. Tiene que ser la anécdota para el sermón, y no viceversa.

¿Pueden usarse dos anécdotas para ilustrar un mismo pensamiento?

Sí, pero de ningún modo deben ser contadas una tras de otra. El poder del Evangelio para transformar las almas puede ser bien ilustrado por la antes referida anécdota del salvaje y su perro, y también por algún caso de conversión, por ejemplo el de "El borracho de nacimiento", quien después de convertirse, vendiendo periódicos en una taberna, fue invitado por sus antiguos compañeros, y al negarse a beber le arrojaron la cerveza en la cara diciéndole: "Si no por dentro, por fuera." El hombre, arremangando un brazo, les mostró sus fuertes músculos y dijo que en otro tiempo habría empezado una pelea, pero ahora no hacía sino perdonarles y así se limitaba a enjugarse la cara, encomendándoles a la gracia y misericordia del Señor.

Si contásemos la segunda anécdota inmediatamente después de la primera mientras aún se conserva el sentimiento de hilaridad en el auditorio, se perdería totalmente el sentido de importancia de esta segunda. Pero si después de contar la primera decimos: tenía razón el pobre salvaje, pues ciertamente Dios

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es todopoderoso para transformar a las almas haciendo de los leones corderos, pues como dice el apóstol, si alguno está en Cristo, nueva criatura es, etc; el público estará preparado por estas sencillas frases para oír la historia del bebedor convertido, lucho más que si pasásemos de la primera anécdota a la segunda con un simple: "También recuerdo el caso de un hombre totalmente entregado a la bebida, etc."

Spurgeon dice: "Es feliz el predicador que encuentra una anécdota para el final de su sermón, una historieta o ejemplo que haga viva y patente la enseñanza del mismo." Este es el hermoso ejemplo que hallamos al final del Sermón del Monte, sin la parábola del hombre que edificó su casa sobre la peña.

COMO ARCHIVAR ANÉCDOTAS

Para disponer de anécdotas ilustrativas y adecuadas es necesario tenerlas archivadas de antemano, ora en el cerebro, quien posea tan privilegiada memoria, o en un índice. Rebuscar libros y revistas en busca de anécdotas en el mismo momento de preparar el sermón es una pérdida de tiempo que ningún predicador ocupado puede permitirse, y en la gran mayoría de los casos no da resultados satisfactorios. Por esto es aconsejable tener un índice bien clasificado.

La clasificación de anécdotas no es tarea sencilla y no puede darse acerca de ello una norma fija, ya que cada predicador suele tener sus peculiaridades de pensamiento, pero puede servir de pauta la clasificación siguiente:

CRISTO. — Ilustraciones sobre su: Amor. Sacrificio. Sustitución. Perdón.

PECADOR. — Ejemplos de: Degradación moral. Ignorancia. Resultado del pecado.

SALVACIÓN. — Medio o condiciones para obtenerla: Arrepentimiento. Fe. Abandono de impedimentos. Peligros de la indiferencia y tardanza. Su valor. Su alcance.

BENEFICIOS DEL CRISTIANO. - Seguridad de la salvación. Cuidado y protección divina. El Cielo. Lechos de muerte de creyentes.

FRUTOS DEL CRISTIANISMO. — Pasivos: Humildad. Verdad. Paciencia. Gratitud. Obediencia. Etc. Activos: Testimonio. Mayordomía cristiana. Filantropía.

ORACIÓN. — Condiciones: Fe. Santidad. Sinceridad. — Respuestas: Inmediatas. Diferidas.

BIBLIA. — Su influencia sobre individuos. Sobre naciones. Ejemplos de amor a la Sagrada Escritura. Informes acerca de la Biblia.

ATEÍSMO. — Ilustraciones sobre lo razonable de la fe. Resultados del ateísmo.

ROMANISMO. — Papas. Intolerancia. Imágenes, purgatorio. Indulgencias. Etc.

Puede reservarse una o varias páginas de una libreta para cada título según las probabilidades que existan de hallar anécdotas sobre cada clasificación, nótese el título, y si éste no es bastante definido, añádase una frase que sintetice o recuerde la anécdota y a continuación el libro o revista y página donde se encuentra. (El libro Enciclopedia de Anécdotas e Ilustraciones, recientemente publicado por Editorial CLIE, contiene un plan clasificación de anécdotas que puede ser seguido o imitado, al archivo de nuevas anécdotas, además de las 1.314 que tiene el referido volumen).

A menos de sernos muy familiar una anécdota y haberla contado muchas veces (lo que debe evitarse cuando se habla a un mismo público), es conveniente tenerla cada vez de nuevo, a fin de poder referirla con

la necesaria seguridad de detalle y vivacidad de estilo.

Manual de Homilética por Samuel Vila

El estilo de la predicación

Hay muy diversas formas de tratar un texto o pasaje bíblico como hemos visto, y cada predicador suele aplicar a su estudio y desarrollo su estilo personal.

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Al decir estilo, no nos referimos aquí al estilo oratorio propiamente dicho, o sea: las frases y figuras retóricas peculiares de cada uno, sino a la forma de tratar el texto o el pasaje al componer el sermón.

ESTILO NARRATIVO

Es decir, saben narrar historias y hacer vivir ante las mentes de sus oyentes las ideas que existen en su cerebro. Son poetas y artistas por naturaleza. Regularmente los poetas en el pulpito lo son también en su estudio y a ellos debemos muchas de las buenas poesías evangélicas.

Todo predicador debiera poseer este arte en cierta medida, aun cuando jamás llegue a escribir un verso. El espíritu poético y una imaginación exuberante son cualidades casi imprescindibles en el predicador.

Sin embargo, un buen predicador, y sobre todo los que son poetas, deben procurar no dejarse llevar demasiado lejos por este estilo, de modo que, pintando y floreando el sermón, se olviden de que el objeto esencial del mismo es enseñar, convencer y edificar. Deben también velar para que sus figuras retóricas no sean tan exageradas que se hallen fuera el alcance de la mente y conocimiento de sus oyentes, y éstos salgan sin saber lo que ha dicho el predicador; o que, aun siendo comprensible, resulte, por ocupar demasiado tiempo en florida retórica, muy pobre el sermón en contenido espiritual. La narración agradable y las altas figuras poéticas son como la sal y el colorido del sermón, pero del mismo modo que nuestro paladar repudia un manjar salado y nuestros ojos sufren a la visión de colores demasiado subidos, las mentes de los oyentes, sobre todo si se trata de personas sencillas, sufren literalmente por lo que puede llamarse "deslumbramiento intelectual", al verse obligados a escuchar continuamente frases de alto contenido poético en un sermón.

Otros predicadores tienen una facultad extraordinaria para el

ESTILO CONSIDERATIVO

Saben ver inmediatamente los diversos aspectos; una verdad, las aplicaciones que pueden sacar de una palabra o frase de la Sagrada Escritura, de modo que las divisiones y subdivisiones de un texto salen fácilmente de su mente y de su pluma. Es ésta también una facultad preciosa en el predicador. Spurgeon la poseía en grado sumo, no careciendo tampoco el don narrativo y hasta cierto punto poético.

La facultad considerativa sabe cavar hondo en el texto o pasaje leído como tema, y desentraña sus tesoros con facilidad. Lo observa todo, lo ve todo, en la forma de una palabra, el orden con que viene detrás de otra, cualquier detalle, cualquier matiz del texto le ofrece materia para un sermón. El conocimiento de las lenguas originales Hebreo y Griego favorece la facultad considerativa en el predicador. Pero muchos la poseen de un modo innato, sin haber estudiado jamás en un Seminario, como ocurrió con el propio Spurgeon, que careció de tal oportunidad.

El estilo considerativo es el más propio para la edificación de los creyentes. Pero este estilo expone, no demuestra, no razona; dando por sentada la verdad, la desenvuelve, y se acerca al corazón a ofrecerla, retirándose triste si la mente la rechaza. Tal fue el estilo de Cristo al hablar a las multitudes ignorantes por medio de parábolas y por las grandes afirmaciones de sus admirables discursos. Este suele ser asimismo el estilo de muchos creyentes sencillos, que han recibido la verdad de Dios sin preguntarse el porqué, y apenas son capaces de comprender que otras personas tengan necesidad de razonar.

Pero el uso constante de este estilo, en toda clase de sermón y en todo período de cada sermón, es un defecto en un buen predicador. Cristo usó los estilos narrativos y considerativos cuando hablaba con cierta clase de oyentes, pero con sus astutos enemigos que vinieron a acecharle con preguntas capciosas en el templo, no dejó de emplear admirablemente la argumentación y la lógica.

ESTILO ARGUMENTATIVO

Algunos predicadores son especialistas en este estilo. Tienen en cuenta la mente de sus oyentes al formular su mensaje. Saben que la apelación última ha de ser al corazón, pues «ningún pecador se convierte por la cabeza, sino por el corazón» como se ha dicho con verdad; pero la mente puede ofrecer obstáculos al corazón que debieran ser removidos para que éste no halle excusa al recibir el llamamiento final.

El estilo argumentativo es el más propio para reuniones de evangelización en el presente siglo escéptico. Este estilo no significa siempre la presentación de pruebas o evidencias de la religión cristiana, aunque éstas tienen una parte muy notable en tal clase de estilo, sino que el estilo argumentativo se halla también en la predicación dirigida a los creyentes, cada vez que apelamos a un argumento lógico, a un motivo por el cual debiera hacerse tal o cual cosa.

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La facultad de razonar y hacer razonar es el don más precioso de todo predicador. Debemos tener en cuenta que no solamente razonan los sabios, sino también las personas más sencillas. "Convencer es vencer", se ha dicho con razón, y aun cuando no siempre los "vencidos" por la fuerza del argumento se rinden a la verdad para aceptar a Cristo, o para servirle como ellos mismos comprenden que debieran, es una gran cosa quitar los obstáculos a la mente; y abrir a los oyentes el camino de su deber de modo que se hallen «sin excusa» si no han andado por el mismo.

Los predicadores amantes de este estilo debieran tener, empero, en cuenta al hablar en tonos argumentativos, no sus propias mentes, sino las de sus oyentes. Muchos predicadores fallan en el camino del éxito por causa de este gran defecto: Olvidan su auditorio cuando razonan. No tienen en cuenta que el mozo tendero, la criada y el barbero que se sientan en los bancos y no han pisado nunca las aulas de un Seminario o Universidad no tienen las mismas dudas que los sabios y eruditos; sin embargo, tienen sus dudas propias. Buscar cuáles son éstas, y responderlas, es el gran deber del predicador evangélico, y a esto debe dedicar sus esfuerzos y los conocimientos de su cultura un tanto superior a la de sus oyentes.

Por otra parte, debe abstenerse cuidadosamente de despertar, haciendo gala de su sabiduría, otras dudas que aquellos oyentes nunca han tenido. Spurgeon decía: "No seáis el instrumento del error esparciéndolo al tratar de combatirlo" El predicador que sabe ponerse al nivel de las mentes de sus oyentes cuando predica, será estimado y popular. Sería muy buena cosa para todo predicador entablar conversación durante la semana con oyentes de diversos niveles de cultura de su iglesia y hacerles explicar lo que recuerdan acerca del sermón del domingo. Algunos tendrían grandes sorpresas al hacer esto, pero aprenderían mucho acerca de cómo deben predicar en ocasiones próximas.

El estilo argumentativo no se aplica solamente a los discursos propiamente apologéticos, sino que puede ser empleado en cualquier clase de predicación o exhortación. El apóstol San Pablo emplea abundantemente este estilo, con diversidad de motivos. Tanto cuando habla a los eruditos de Atenas como cuando defiende su propio apostolado, o al exponer la salvación por gracia en la carta a los Romanos, el estilo del apóstol es argumentativo, diferenciándose con esto notablemente de los demás escritores del Nuevo Testamento.

A fin de dar una idea de lo expuesto acerca de la diversidad de estilos, vamos a insertar tres bosquejos concebidos en las tres indicadas modalidades basadas sobre un mismo texto. Supongamos que éste es "Creced en la gracia y conocimiento de nuestro Señor Jesucristo", 2.

a Pedro 3:18.

EJEMPLO 1º

Estilo narrativo, metafórico o poético

EL MAYOR FENÓMENO DE LA ESPIRITUAL

CREACIÓN. 2.a Pedro 3:18

Introducción. — El predicador describirá con frases poéticas el crecimiento de una planta, mencionando el sol, la luna, los vientos, el rocío; con expresiones metafóricas, llamará, quizás, al sol "el astro rey" o "el rubicundo Apolo", si es un poco pedante, y al rocío "perlas de la mañana". Se referirá a la seda de los pétalos y al embriagador perfume de los capullos en flor. Luego dirá:

1.° El creyente es una planta espiritual.

a) Ha recibido la vida de Dios; no puede dársela a sí mismo.

b) Es regado por los arroyos de la Palabra Divina.

c) Recibe los vivificantes influjos del Espíritu Santo.

d) Es azotado por los vientos de la adversidad para que sea fortalecido.

2.° El creyente debe crecer.

a) Para desarrollarse y subir a un nivel moral más alto que las personas que le rodean, a fin de ser distinguido como testigo de Cristo.

b) Debe dar frutos de trabajo activo.

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c) Debe dejar tras de sí perfume de santidad.

d) Debe cobijar bajo la sombra de su carácter benéfico a los cargados y sedientos que andan por el camino de la vida.

Conclusión. — Sólo así compensará los afanes del gran Hortelano de la vida que le ha colmado de beneficios, y será una bendición en el árido desierto de ese mundo de pecado. ¿Lo eres tú? ¿No quieres crecer más?

EJEMPLO 2º

Estilo considerativo

NECESIDAD DE PROGRESO EN LA VIDA ESPIRITUAL.

2.a Pedro 3:18

PIGMEOS O GIGANTES EN LA FE

Introducción. — Dios ha dado a todos los seres el poder de la vida, pero por razones diversas de alimentación, ejercicio o mal estado de cierta glándula interna unas personas alcanzan estatura y fortaleza física muy superior a otras. Del mismo modo hay diversidad de niveles espirituales en los hijos de Dios. Por ser esta vida una escuela de prueba para la eternidad, ha de ser nuestro mayor deseo alcanzar el grado máximo dentro de las circunstancias en que Dios nos ha puesto. Por consiguiente, nos conviene considerar a la luz de nuestro texto:

I. ¿QUE ES CRECER EN LA GRACIA?

1.° Es crecer en fe y amor a Dios. Los discípulos dijeron: "Auméntanos la fe", que no es credulidad, sino confianza en las promesas de Dios, ello hace sentirnos más cerca de El, en una intimidad amorosa y agradecida.

2.° Es aumentar nuestro conocimiento de su Palabra; de sus propósitos y deseos. No un mero conocimiento intelectual de historias o frases bíblicas, sino de experiencias personales con Dios andando a la luz de su palabra.

3.° Es un aumento en sentimientos similares a los de nuestro modelo, Cristo, quien nos exhorta a ser perfectos como nuestro Padre que está en los Cielos, a renglón seguido de ordenarnos amar aún a nuestros enemigos.

4.° Es, resumiendo los tres puntos anteriores, un aumento en santidad, de aborrecimiento al mal y acercamiento a todo lo bueno y a todo lo grato y agradable a la voluntad de Dios.

II. MODOS DE CRECER.

1.° Por la meditación de la Palabra de Dios. El salmo 119 es un exponente de la eficacia de la palabra divina para el crecimiento espiritual. Cítense los versículos 11, 105, 128, 165 u otros (no un número excesivo).

2° Por la oración. Las personas más elevadas espiritualmente han sido hombres y mujeres de oración que vivieron en la presencia de Dios. Cítense ejemplos.

3.° Por la actividad. Como el ejercicio desarrolla y fortalece nuestros músculos, el tomar parte activa en la obra de Dios desarrolla nuestra vida espiritual.

4.° Por la abnegación. Es el aspecto doloroso de la actividad o de la inactividad forzada por enfermedades o pruebas que Dios nos permite, las cuales queman la escoria y desarrollan nuestras virtudes espirituales, si sabemos interpretarlas y aceptarlas como corresponde a hijos de Dios.

III. RAZONES PARA CRECER.

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1.° Ningún padre se conforma con tener hijos enanos. Su desarrollo en todos los aspectos es su gozo; así nuestro Padre que está en los Cielos se complace en nuestra superación moral, que ha de habilitarnos para las glorias y deberes celestiales de nuestro eterno porvenir.

2.° En tanto estamos, empero, en el mundo, donde Cristo tiene su iglesia militante. Como los cristianos fieles eran el gozo y gloria de Pablo, lo somos nosotros de Cristo, cuando andamos según su voluntad. Cada acto de abnegación y de fe es una bofetada al rostro de Satanás y una demostración de que el Hijo de Dios no ha fracasado en su propósito de atraer las almas por su sacrificio (Juan 12:32).

a) La honra de Cristo en la iglesia local, donde otros aprenden de su ejemplo.

b)En el mundo, por la atracción que ejerce sobre los inconversos. Cítense ejemplos.

3.° La vida de un cristiano fiel no es en modo alguno una vida triste, pesarosa o llena de temor. Las personas más consagradas a Cristo se caracterizan por una sonrisa celestial que brilla en sus rostros, y sus días no transcurren en vano. Sienten en lo más íntimo de su alma la satisfacción de vivir una vida que vale la pena y esto mismo les da felicidad.

4.° Tanto los evangelios como las epístolas están llenos de la doctrina de un más allá que ha de ser la contrapartida de la vida presente, empezando en las Bienaventuranzas y terminando en las glorias del Apocalipsis. Por esto el apóstol Pedro, tras una enumeración de las virtudes cristianas que ha sido llamada: la gradería de la santidad, concluye con la afirmación: "Porque haciendo estas cosas no caeréis jamás; y así os será otorgada una entrada amplia y abundante en el Reino eterno de nuestro Señor Jesucristo" (2.

a Pedro

1:10-11).

Conclusión. — Si mantenéis latente en vuestros corazones el propósito de crecer en la gracia, o sea, superar vuestro nivel espiritual, y con oración usáis as métodos indicados: Meditación de la Escritura, ración, actividad y abnegación, sometiendo vuestra ida a la voluntad de Dios, creceréis verdaderamente en la gracia, para gozo de vuestra propia alma, para el bien de los que os rodean y para la gloria e Dios, obteniendo, no una admisión vergonzante en 1 Cielo, como tizones arrebatados del incendio, sino na "abundante entrada en el Reino eterno".

EJEMPLO 3º

Estilo argumentativo

EL SECRETO DEL CRECIMIENTO CRISTIANO

2.a Pedro 3:18

Introducción. — El crecimiento es un imperativo en el orden de la Naturaleza. Va unido a la vida en del mundo vegetal, animal y mental; asimismo en el reino de la Gracia.

I. El crecimiento de la gracia es un deber cristiano.

1.° Porque es mandado por Dios.

a) Dios tiene autoridad para mandarnos crecer, porque es autor de la vida.

b) Dios no fuerza nuestro crecimiento en gracia, caridad o bondad, porque somos libres; nuestras acciones buenas no tendrían valor alguno si fueran forzadas.

c) Pero nos rodea de condiciones que favorecen nuestro crecimiento.

1) De carácter positivo: La Sagrada Escritura, los cultos, el ejemplo de personas más santas, sus beneficios y favores, respuestas a la oración, etcétera.

2) de carácter negativo: Las contrariedades que sirven para reforzar nuestro carácter y hacer nuestra fe de mejor calidad. Una fe sin prueba no sería fe, sino credulidad interesada.

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II. El crecimiento es ley en toda vida sana.

a) En la Naturaleza, como en la gracia, o ganamos o perdemos. La planta que no crece se mustia.

b) Si faltamos a las leyes de la Naturaleza poniendo una planta fuera de los rayos del sol, enfermará. Asimismo si nos alejamos de los medios de gracia.

III. La falta de crecimiento en gracia es el mayor perjuicio para nosotros mismos.

a) El agua que no corre se corrompe. Así el creyente estancado e inactivo.

b) La planta que se mustia produce frutos ácidos. Si no vivimos en la plenitud de la vida los frutos serán agrios y displicentes, haciéndose desagradables a los que nos rodean.

c) La falta de frutos sanos a gloria y honor de Dios nos acarreará pobreza en el día de la recompensa (2.

a Pedro 1:11).

Conclusión. — Para vosotros, cristianos, que lleváis el nombre de Cristo, es éste un privilegio que no puede ser recibido o rehusado según plazca, sino un deber vital. La palabra de Dios lo presenta como una prueba de ser discípulos de Cristo. Examinémonos a nosotros mismos para ver si estamos avanzando o retrocediendo, creciendo para la gloria de Dios o perdiendo nuestro primer amor y entibiándonos hasta tener que ser rechazados de su boca. Jamás Dios lo permita.

Creemos que el estudiante habrá encontrado pensamientos útiles en cada uno de los tres métodos, a la vez que habrá descubierto cuánta riqueza puede desentrañarse de un mismo texto.

Obsérvese cómo el primer método es pintoresco, pero sin carecer de enseñanza; el segundo es explanatorio y edificante, y el tercero es autoritario y conminatorio.

Hemos presentado los tres bosquejos bien distintos porque estamos tratando del estudio del estilo en este capítulo; pero no queremos significar que todo sermón habrá de hacerse en un estilo determinado y seguir el mismo estilo en todo su desarrollo, sino que el mejor predicador será el que sepa manejar y sacar partido de los diversos estilos que a veces pueden basarse alternadamente en un mismo sermón.

(1) Este bosquejo fue modificado y considerablemente ampliado en la cuarta edición, para adaptarlo al gráfico que ilustra la construcción esquemática de sermones.

Manual de Homilética por Samuel Vila

La preparación del sermón

El valor espiritual del mensaje evangélico consiste en el contenido del sermón, pero a los ojos de mucha gente ni el plan homilético, ni el valor de los argumentos importa tanto como la habilidad del predicador en pronunciarlo.

Se dice que Whitefield era más popular que profundo, mientras que Wesley era más profundo que popular. ¿Por qué? Whitefield se destacaba en la elocución de sus mensajes. No se explica de otro modo el hecho de que conmoviera a grandes multitudes, que se deshacían en lágrimas, ante sermones que, al leerlos hoy día, nos parecen muy vulgares y sencillos.

CONTENIDO Y EXPRESIÓN

Mucha gente, si tuviera que elegir entre un predicador que habla bien y uno que presenta magní-ficos sermones homiléticos, elegiría el primero y le conceptuaría como gran predicador, por más que su exposición homilética dejara mucho que desear. Por tal motivo, el predicador que quiere tener éxito y ser útil en la Obra, tiene que preparar muy bien sus mensajes, no solamente desde el punto de vista homilético, sino también en el de su expresión.

Debemos hacer notar que un sermón sin preparación homilética es mucho más fácil de ser presentado con aires de grande oratoria que un sermón homilético. La ordenación del sermón: sus divisiones subdivisiones son una gran ayuda para preparar un mensaje sustancioso y capaz de permanecer

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en la memoria de los oyentes durante mucho tiempo; pero el orden impuesto en la preparación del sermón resulta una restricción insoportable para ciertos oradores en el momento de ser pronunciado. De ahí que algunos que gozan del inapreciable don de la facilidad de palabra, caigan en el lamentable exceso de confiar a ella todo el éxito y suban al pulpito sin la reparación adecuada, o con una preparación insuficiente. Un rato de meditar sobre un texto o pasaje e la Biblia les parece bastante para pronunciar un sermón, el cual consiste en un conjunto de frases altisonantes, en un constante ir y venir sobre las contadas ideas sugeridas durante la breve meditación y en repeticiones diversas del mismo concepto, un resumen, un discurso de altos vuelos y quizás en algunos casos magnífica expresión, pero sin contenido. El público recuerda durante la semana que pasaron un rato muy agradable el domingo, oyendo "frases bien redondeadas, dichas con galas de oratoria y facilidad de expresión, pero no puede recordar qué mensaje dio el predicador, ni en qué consistió el sermón, aparte de algún pensamiento suelto que se pegó a la memoria.

Sin embargo, este orador huero puede ser mucho más apreciado que el que acude al pulpito con un mensaje sustancioso y bien preparado, contenido dentro de un voluminoso pliego de notas, a las cuales tiene que atenerse a cada momento; que se ve obligado a hacer pausas para reanudar la lectura del bosquejo, o se detiene para buscar textos en la Biblia que no lleva preparados de antemano. Por bueno que sea el mensaje de tal predicador nunca será popular como el que posee facilidad de expresión.

Pero ni uno ni otro serán verdaderamente eficaces. El predicador ideal es el que puede unir el contenido con la expresión, el fondo con la forma, lo que llamaríamos el alma del sermón con su cuerpo, que es la forma de ser pronunciado.

Pero ¿cómo conseguirlo? Aparte de los dones naturales, la respuesta es solamente una: Trabajo, trabajo y trabajo.

EL MAYOR PELIGRO: LA INDOLENCIA

La tendencia dominante en nuestros días es no dar suficiente tiempo a la preparación de sermones. El predicador es generalmente un hombre excesivamente ocupado. Si se trata de un predicador laico, será, naturalmente, una persona más inteligente que sus oyentes, y lo más probable es que por la misma razón muchas actividades necesarias de la vida reclaman su tiempo y le quedan pocas horas para la Obra de Dios; sin embargo, la ama y quiere ocuparse de ella; sus hermanos menos privilegiados en cultura o inteligencia se lo reclaman y él no quiere eludir su deber; pero el resultado es que prepara sus mensajes con excesiva prisa; tiene que repetir una y otra vez sus ideas favoritas, porque carece de otras, y no realiza la labor eficaz para su Maestro, que por sus dones naturales podría llevar a cabo, y siempre está en su corazón hacer, hasta que el curso de su edad le incapacita para las actividades de su profesión y tiene más tiempo, en su senectud; pero..., ¡ay!, tampoco posee la lucidez de mente y los ánimos de sus años viriles.

Por esto, y a pesar de la controversia que existe entre diversos sectores cristianos sobre este punto, es todavía oportuna la recomendación apostólica a "desembarazarse de los negocios de la vida" (2.

a Timoteo

2:4) aquel que siente una vocación especial para el ministerio. Es verdad que ello impone una carga al pueblo de Dios y esto es siempre sensible para la conciencia delicada y consagrada al Señor que tiene que recibir tal ayuda, pero es la mejor manera para que el servidor de Dios pueda hacer una obra totalmente eficaz.

Con tal privilegio entra, empero, el predicador en una gran responsabilidad. ¿Dedicará a su obra real y efectivamente el mismo tiempo que empleaba para sus negocios u oficio manual antes de entrar en el Ministerio?

Hay predicadores, lo sabemos, que dedican mucho más tiempo a la Obra de Dios que el que dedicarían a un trabajo secular, pero el peligro es grande para algunos otros. Ningún obrero hay más libre que el predicador del Evangelio. Ningún sobrestante o encargado viene a controlar su trabajo. Excepto las cuatro o cinco horas a la semana que aparece ante sus oyentes en la iglesia, apenas nadie sabe en qué ocupa las demás. Pero es terriblemente responsable delante del Señor por ello.

El peligro de la indolencia, en lo que se refiere a la preparación del sermón, existe tanto en los predicadores excesivamente ocupados como en aquellos que, por ministrar en iglesias muy pequeñas a personas de cultura limitada, les parece innecesario preparar sus sermones con gran esmero. ¿Para qué? — se dice el predicador, entristecido—, si tampoco apreciarán mi esfuerzo estos pobres oyentes míos. Con ello olvida la advertencia del Señor: "El que es fiel en lo muy poco, también en lo demás es fiel" (Lucas 16:10). El predicador rural que estudia y predica bien sus mensajes, sin descuidar, naturalmente, la obra personal, no solamente será más apreciado por su congregación, por ruda que sea, sino que se está haciendo a sí mismo apto para superiores deberes que el Señor puede confiarle después de haberse mostrado fiel en lo poco.

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El Dr. Andrés W. Blackwood, profesor de Homilética del Seminario Teológico de Princeton, dice: "Por lo menos durante los cinco primeros años un predicador joven debe dedicar de 15 a 20 horas a la preparación de su sermón principal del domingo, y un número poco inferior a los mensajes de edificación para creyentes." Uno de los más grandes predicadores de nuestra época declara que durante años ha venido empleando aproximadamente una hora de preparación por cada minuto de duración de su sermón. Pocos predicadores se entregan hoy día a una preparación tan cuidadosa de sus mensajes, pero estos ejemplos son dignos de ser tenidos en cuenta.

CUATRO MÉTODOS DE PREDICACIÓN

Hay cuatro maneras de predicar un sermón, cada una de las cuales tiene sus ventajas y desventajas:

1.a Predicación sin notas. — A esta clase de predicación nos hemos referido al describir el

predicador que se prepara insuficientemente. Pero nadie crea que éste sea el caso de todos los predicadores que suben al pulpito sin notas. Algunos predicadores de privilegiada memoria pueden predicar sin notas sermones homiléticos y sustanciosos, debido a la esmerada preparación que han hecho del tema por días y semanas. No improvisan de ningún modo, aunque lo parezca; sino que llevan en la mente el plan del sermón con todos sus puntos y sus frases más importantes.

No obstante, están libres para ampliar y añadir cualquier idea oportuna que se les ocurra en el momento de la elocución.

Alexander Maclaren nos dice que acostumbraba tener fija en la memoria la primera y las últimas cuatro frases del sermón, así como sus divisiones principales. Con muchas horas de estudio, llenaba su mente de aquellas verdades que deseaba comunicar a sus oyentes y dejaba a la inspiración del momento la forma de expresarlas. Pero, como puede verse, el famosísimo predicador y escritor no subía en modo alguno al pulpito sin la debida preparación. Este es el procedimiento ideal para predicar, pero pocos predicadores son capaces de adoptarlo, por la extraordinaria capacidad mental que requiere.

2.a Memorización del discurso. — Algunos predicadores dotados de buena memoria pero faltos del

valor y habilidad que requiere el método anterior, han adoptado el sistema de aprender el sermón de memoria. En Francia, durante el siglo xvii, grandes oradores católicos romanos alcanzaron fama por sus sermones dichos de memoria. Pero pocos oradores son capaces de tal hazaña memorística. Por lo demás, aun cuando el predicador, por poseer buena memoria y facilidad de palabra, pueda dar con este sistema una impresión bastante parecida a la predicción sin notas, el público se apercibirá que no habla con entera libertad, sino encadenado a un manuscrito, que no porque no aparece en el pulpito se hace menos evidente. Un tropiezo en la dicción, el error de una palabra que es necesario rectificar, etcétera, bastan para ponerle en evidencia ante la congregación, y cuando ésta se apercibe de que no está inventando el sermón sino recitándolo, por bueno que este sea, menospreciará al predicador y sospechará, aunque no sea cierto, que la lección aprendida de memoria no es suya, sino de otro.

3.a Lectura del sermón. — Parece bastante raro, pero es cierto que algunos predicadores han alcanzado

fama predicando sermones leídos. Este procedimiento es, naturalmente, el más eficaz para pronunciar sermones gramaticalmente perfectos y ricos en contenido, pues el manuscrito puede ser pulido a la perfección, evitando pérdida de tiempo en repeticiones enojosas, a lo que tan expuesto se halla el predicador que habla sin notas y con poca preparación. Predicadores como Hooker, Taylor, Newman, Liddon, Farrar, Jonathan, Edwards, Shanning, Bushnell, Jorge A. Bordón y otros se han ganado la estima de multitudes leyendo sus sermones, pero ¡qué modo de leer!

El presidente de la Universidad de Harward solía enviar a sus estudiantes a la capilla donde predicaba Van Dyke para que aprendieran el arte de hablar en público. Ciertamente, Van Dyke tenía un manuscrito con el sermón escrito palabra por palabra, pero todo el mundo sentía que, además de en el papel, estaba el sermón escrito sobre su mente y su corazón. De vez en cuando, este maestro de multitudes bajaba la cabeza, quizás al principio de un párrafo, pero la mayor parte del tiempo se mantenía mirando a sus oyentes frente a frente. Se adivinaba que habría podido predicar el mismo sermón de haber traído al pulpito sólo sus puntos principales o principios de párrafo y que sólo una extremada precaución le inducía a tomar el sermón entero.

En cambio, el lector ordinario de sermones se hace siempre monótono, por buenos que sean los pensamientos que expone, y ¡no digamos nada del mal lector, el cual resulta insoportable!

El método de llevar todo el sermón escrito al pulpito no es recomendable en todas las ocasiones por las razones siguientes:

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En primer lugar, porque el predicador confiado en su manuscrito puede descuidar aquella asimilación del sermón que permitía a Van Dyke leerlo sin leer.

En segundo lugar, el temor de apartarse de la perfección gramatical del escrito le impide lanzarse a expresar ideas sugeridas en el mismo momento de la predicación. Estas son, sin embargo, las mejores, muchas veces, y en todos los casos las que pueden expresarse con mayor facilidad y elocuencia.

No argüiremos nada en contra del método desde el punto de vista de impedir la acción del Espíritu Santo, porque éste puede inspirar al predicador tanto en el pulpito como en el gabinete de estudio, pero lo cierto es que no parecerá a los oyentes tan inspirado por Dios lo que ven leer, como lo que oyen de labios de un predicador que, con la vista fija en el auditorio, pronuncia las palabras con la actitud de un verdadero profeta del Señor.

Según el antiguo dicho "la mujer del César no sólo debe ser honrada, sino también parecerlo", el servidor del Señor no solamente debe ser real y verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo, sino que debe dar la sensación de que lo es en todas sus actividades. Un sermón realmente bajado del Cielo, obtenido con mucha oración, puede perder gran parte e su eficacia al ser pronunciado por su predicador monótono, o exaltado con exceso, quizá por correr parejas su corto juicio con su sincero fervor espiritual. Tanto el sermón recitado de memoria como el sermón leído, por bueno que sea, pierde mucho cuando el público se da cuenta de que no son espontáneos.

4.a Predicación por bosquejo. — La mayoría de los predicadores usan este método porque reúne

las ventajas de los tres anteriores sin caer en sus inconvenientes. Este sistema exige menos horas de preparación y no requiere tanto esfuerzo nervioso y mental en el pulpito como los dos primeros sistemas mencionados, ni corre tanto peligro de monotonía como el del método tercero.

Las notas breves, al par de ser un gran auxilio para la memoria, no imponen ninguna barrera al predicador, como ocurre con el sermón escrito palabra por palabra. Si el predicador sabe cómo hacer las notas y cómo usarlas, podrá mirarlas tan discretamente que el público apenas se dé cuenta de ello. Prácticamente, empero, pocos predicadores saben hacerlo sin delatarse ante el público.

Un predicador experimentado puede usar notas extensas, especialmente cuando por su edad empieza a fallarle la memoria. Su experiencia en la predicación le permitirá usar sus notas con bastante libertad, por amplias que sean, y añadir o quitar de ellas del modo más natural, sin que el público lo note. Pero un predicador novicio difícilmente puede hacer esto, y es un triste espectáculo verle tembloroso y atado a notas extensas, obligado a mirarlas a cada momento y arrastrándose, por así decirlo, sobre un extenso manuscrito, cuando se halla en la edad de volar.

El uso de notas extensas, que un excesivo temor induce a considerar como necesarias en los primeros tiempos a algunos predicadores, puede convertirse en hábito vicioso cuando ya no las necesite realmente. El profesor Blackwood, antes citado, afirma que la extensión ideal de las notas para un buen sermón de 35 a 40 minutos no debiera exceder de dos cuartillas de letra grande y clara. Sería una equivocación tratar de ceñirse a tal espacio escribiendo en letra pequeña, porque su lectura se haría entonces más difícil y llamaría todavía más la atención de los oyentes, siendo en tal caso preferible usar más cuartillas.

Las notas no deberían contener sino palabras clave, que sean como señales para el predicador en un camino que debe haber recorrido ya varias veces dentro de su mente, de suerte que una palabra o una corta frase sea suficiente para recordarle todo un argumento.

COMO PREPARAR UN BUEN SERMÓN

Un predicador al cual se preguntó cuál de los cuatro métodos anteriormente descritos usaba para su predicación, respondió con aplomo: "Uso los cuatro la vez", y explicó:

"Primero formulo un plan de sermón con su tema, texto, introducción, puntos principales y aplicación conclusión, lo que me ocupa generalmente una sola cuartilla."

"Luego escribo el sermón palabra por palabra en unas 20 ó 30 cuartillas; lo reviso cuidadosamente, tanto como el tiempo me lo permite, quitando de aquí añadiendo allá. A menudo cambio ideas de lugar, usando tijeras y goma."

"Cuando la obra me parece completa y bastante perfecta, trato de memorizarla, predicando el sermón mentalmente muchas veces en mis horas de desvelo y alguna que otra vez a las sillas de mi escritorio. Hago esto, primeramente, con el sermón entero a la vista, subrayando sus frases clave."

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"Luego vuelvo a condensar el sermón en un nuevo bosquejo de una o dos cuartillas."

"A la vista de este segundo bosquejo, trato de traer a la memoria el sermón entero; pero a fin de recordar textualmente sus mejores frases, repito la lectura del sermón escrito un par de veces, poco antes de subir al pulpito."

"Traigo al pulpito el bosquejo últimamente formulado y procuro prescindir de él tanto como puedo, sin rehuir los pensamientos que el Espíritu Santo suele inspirarme a la vista de los oyentes, siempre que ellos no me lleven demasiado lejos del plan primitivo del sermón; en tal caso los consideraría pensamientos del diablo y no del Espíritu Santo, para destruir el sermón que Dios me dio en mi estudio en respuesta a la oración."

Esta es la manera ideal de preparar un sermón. El predicador que practique este plan no estará mucho tiempo ocioso, pero será un predicador cada vez más elocuente y eficaz.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Elocuencia y retórica

Se llama retórica, en un sentido general, al arte de componer y pronunciar una buena pieza oratoria. En este aspecto todo lo que hemos venido diciendo es una ayuda a semejante arte, el cual incluye tanto el contenido como la expresión de un mensaje oral.

Pero en un sentido más particular se llama retórica o elocuencia a la forma externa del sermón, que se obtiene mediante la selección de adecuadas imágenes, y de frases reiteradas en formas diversas, que dan amenidad y fuerza a las ideas. En el sermón elocuente las ideas se graban en la memoria por el embeleso que causa a la mente la variedad de imágenes con que el predicador las presenta.

La homilética, o sea, la buena ordenación del sermón, es útil y necesaria para la buena comprensión, retención y efectividad del mensaje. Pero la homilética, por referirse tan sólo al contenido básico, al esqueleto del sermón, es seca de sí misma. Lo mismo ocurre con su hermana gemela, la lógica, que es grata a las mentes profundas, a los buenos pensadores, pero que no todos los oyentes saben apreciar del modo debido. Podríamos decir que, si la homilética es el esqueleto del sermón y la apologética los nervios y la sangre del cuerpo oratorio, la retórica es la carne y los músculos. Es decir, lo que o redondea y lo llena, prestándole estética, color y amenidad. Una de las características o virtudes de la oratoria es la de fijar los conceptos en la mente de los oyentes, por una reiteración de adecuados sinónimos que prestan a las ideas nuevos y variados matices. Esta variedad de imágenes y de frases bien redondeadas agrada al intelecto y entona el espíritu, del mismo modo que una música de armónicos y variados tonos recrea el sentido acústico.

Todos los predicadores debieran someter su mente a la provechosa práctica de leer trozos selectos de literatura; no para imitar al pie de la letra, aquellas celebridades literarias, antiguas o modernas. Nada ridiculiza más al predicador novato que el defecto de la pedantería, del que pronto se darán cuenta sus gentes cultos, por más que ello parezca acreditarle de sabio a los ojos de unos cuantos admiradores ignorantes, como aquella oyente que decía de su pastor: "Debe haber dicho cosas muy profundas porque no he entendido ni una palabra del sermón."

El aumento de la cultura en estos últimos tiempos hace, y hará cada vez más, que en todas las congregaciones cristianas se encuentren oyentes capaces de darse cuenta de si el predicador está usando un estilo superior a sus posibilidades oratorias, y hasta de identificar al autor a quien éste está remendando, quizá sin darse cuenta.

Sin embargo, el joven predicador debe leer literatura selecta, para ir enriqueciendo poco a poco su propio vocabulario y habilitar su mente para poder emplear frases propias, bien redondeadas, que den expresión a sus propias ideas con una rica variedad de imágenes.

Todo predicador debe familiarizarse con trozos de oratoria ejemplar, como el famoso discurso de Donoso Cortés en las Cortes Españolas, acerca de la Santa Biblia; así como obras clásicas de los maestros del Siglo de Oro de nuestras letras. Obras dramáticas como El condenado por desconfiado, o La vida es sueño, de Lope de Vega, son especialmente útiles a tal objeto por su carácter teológico. No recomendamos a los predicadores emplear mucho tiempo en la lectura de novelas profanas, aun cuando pueden ser útiles también para enriquecer su vocabulario y su sintaxis, ya que las horas de un servidor de Dios son demasiado preciosas para ser empleadas de este modo; pero el predicador del Evangelio necesita

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aumentar su cultura por los medios más eficaces y que le roben menos tiempo (Recomendamos como ejercicio de oratoria la lectura de un pequeño libro del doctor J. F. Rodríguez titulado El ángel de la bondad, consistente en quince mensajes radiofónicos, todos ellos expresados en un lenguaje altilocuente. Es común y propio entre los predicadores utilizar dicho estilo en algún párrafo selecto del sermón; pero el doctor Rodríguez lo emplea en esta obrita casi desde la primera línea hasta la última. Por esto puede ser un ejercicio muy útil a los estudiantes de homilética leer en alta voz esta serie de breves sermones, una y otra vez, hasta que consigan hacerlo de un modo corrido y con la más perfecta entonación).

Vamos a exponer de modo muy breve los diversos recursos oratorios y figuras de lenguaje más comunes.

1.° La metáfora.

La Biblia es el mejor modelo de este estilo retórico por ser propio de los pueblos orientales y particularmente del hebreo. Las gentes primitivas se veían obligadas a este recurso a causa de la pobreza de su lenguaje. Así, por ejemplo, la palabra "cuerno" era usada para denotar fuerza; "monte" significaba soberbia; "carne", los sentimientos ruines y pecaminosos del ser humano; "llave", control o acceso, etc. De este modo las ideas abstractas o desconocidas eran expresadas o aclaradas mediante otras deas familiares al oyente, aplicando las cualidades de lo conocido a lo desconocido. Esto se observa no solamente en las metáforas directas como las antes citadas, sino también a las comparativas, de las que nos ocuparemos a continuación. Obsérvese un bello uso de metáforas en pasajes bíblicos como el de Isaías 10:1-20; 11:1-9; 18:1-7 y muchos otros.

El libro de Job está saturado de bellas imágenes que hablan a la mente con más elocuencia que todos los razonamientos. Es, esencialmente, un diálogo razonado con imágenes.

Jesucristo usó abundantemente este lenguaje, no lamente en sus grandes parábolas, sino también en sus discursos, como puede observarse en Mateo 5:13-26; 7:7-20; etc.

El uso de la metáfora, aunque no con tanta abundancia como en los tiempos bíblicos, se practica todavía en el estilo oratorio. En ella encuentran fuerza y belleza de expresión los mejores autores modernos. Es de admirar el siguiente párrafo de estilo metafórico que nos ofrece Donoso Cortés en su discurso sobre la Biblia:

... "El Génesis es bello como la primera brisa que refresco a los mundos, como la primera aurora que se levantó en el cielo, como la primera flor que brotó los campos, como la primera palabra amorosa que pronunciaron los hombres, como el primer sol que apareció en Oriente. El Apocalipsis de San Juan es triste como la última palpitación de la naturaleza, como el último rayo de luz, como la última mirada de un moribundo. Y entre este himno fúnebre y aquel idilio, se ven pasar unas en pos de otras las generaciones, etc." El autor de este Manual no está completamente de acuerdo con el juicio que le merece el Apocalipsis al eximio autor, ya que en el Apocalipsis vemos, particularmente en sus últimos capítulos, el albor de un nuevo día para la Humanidad redimida; pero prescindiendo del fondo no podemos menos que admirar la bella y apasionada oratoria del famosísimo discurso del gran literato español, que cantó como nadie las excelencias de la Biblia.

2.° La metáfora comparativa.

Es la forma retórica más abundante en el texto bíblico, sobre todo en la poesía hebrea, en la cual aparecen dos términos: Uno principal que se quiere realzar, ilustrado por otro secundario, más familiar y más fácil de comprender. Obsérvese la vivacidad de expresión y de significado en las siguientes metáforas bíblicas comparativas:

"Como el agua fría al alma sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras" (Prov. 20:25). "Como zarzillo de oro en nariz de puerco, así es la mujer hermosa y faltada de razón" Prov. 11:22). "La esperanza que se prolonga es tormento del corazón, mas árbol de vida el deseo cumplido" (Proverbios 13:12).

En vez de muchas metáforas para un solo concepto, puede a veces usarse una misma metáfora para diversos casos. Un ejemplo de ello lo hallamos en los primeros párrafos de un mensaje radiofónico del doctor J. F. Rodríguez sobre la paternidad. Helo aquí:

"No solamente es padre el que transmite su sangre a otra persona que se llama su hijo. Todo el que promueve una empresa se considera padre de la mima. Así, Stephen Douglas es el padre de la doctrina llamada "soberanía popular", en los Estados Unidos. Hipócrates es padre de la Medicina; Homero, de la

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épica; Esquilo, de la tragedia; Herodoto, de la historia; Rabelais, del ridículo; Aristófanes, de la comedia; Jefferson, de la democracia; Abraham, de la fe; Atanasio, de la ortodoxia, y Satanás, de la mentira".

3.° La antítesis.

Esta forma literaria consiste en poner en comparación dos cosas enteramente opuestas para hacer resaltar aquello que se propone exaltar. Este estilo es muy adecuado para aplicarlo a sucesos tales como el nacimiento de Cristo, su resurrección o su ascensión. Véase, por ejemplo, este trozo de Fray Luís de Granada, que pone en contraste la gloriosa preexistencia de Cristo con su encarnación.

"¡Oh venerable misterio, más para sentir que para decir; no para explicarlo con palabras, sino para adorarlo con admiración y silencio! Qué cosa más admirable que ver aquel Señor a quien alababan las estrellas de la mañana, aquel que está sentado sobre los Querubines y que vuela sobre las plumas de los vientos, que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tierra, cuya silla es el cielo y estrado de sus pies la tierra, ¡que haya querido bajar a tanto extremo de pobreza, naciese, le pariese su madre en un establo y le acostase en un pesebre!".

Obsérvese en este trozo cómo la metáfora es usada a cual antítesis. Lo mismo que en el pasaje bíblico siguiente:

"Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros; para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en El" (2.

a Cor. 5:21).

4.° La interrogación y la admiración.

Hallamos en la Biblia abundantes ejemplos de estas formas de expresión como puede observarse particularmente en libro de Job, los Salmos y la carta a los Romanos. (Véanse Job 7:17-21; 15:1-16 y 38; Salmos 22 y 74 y Romanos 3, 8, 9 y 11.) El predicador moderno que predica con énfasis, deseando que el mensaje llegue al corazón de sus oyentes, no podrá menos que hacer uso de tales formas incisivas de expresión, de las cuales no debe abusar hasta parecer un charlatán callejero, pero que no debe rehusar en lugares apropiados de su mensaje. Los predicadores fríos, o pagados de sí mismos, parecen avergonzarse de aquellas formas de lenguaje que enfatizan las ideas. Tal es su afán de no salirse de tono.

5.° Figuras de reiteración.

Estas son muy frecuentes en la Biblia y suelen ser usadas también por los predicadores modernos más elocuentes, como hemos tenido ocasión de ver en el famoso discurso de Donoso Cortés. Debe pro-curarse, empero, que la reiteración tenga algún motivo y sentido, no una simple repetición. Es necesaria que la reiteración sea formulada mediante un sinónimo adecuado que añada nueva luz y color a la inicial expresión de la idea. Esto es lo que observarán nuestros lectores en el antedicho famosísimo discurso sobre la Biblia, desde el principio hasta el fin.

Véase otro ejemplo de Miguel de Unamuno en su libro Del sentimiento trágico de la vida:

"Una y otra vez, durante mi vida, heme visto en trance de suspensión ante el abismo; una y otra vez heme encontrado sobre encrucijadas en que se me abría un haz de senderos, tomando uno de los cuales renunciaba a los demás, pues que los caminos de la vida son irreversibles, y una y otra vez en tales únicos momentos he sentido el empuje de una fuerza consciente, soberana y amorosa. Y ábresele a uno luego la senda del Señor".

Vemos cómo la reiterada expresión "una y otra vez" embellece este párrafo poniéndole énfasis, y cómo su belleza oratoria es aumentada por algunas oportunas hipérboles. Nótese que podía el autor usar esta expresión al principio y luego enumerar todas sus experiencias. Se hubiera entendido lo mismo y hasta hubiera ganado en brevedad; pero carecería el poder que le daba insistencia de la palabra "una otra vez" al principio de cada una de las frases. Consideremos este otro párrafo del mismo libro del famoso catedrático de Salamanca:

"Hay que creer en la otra vida; en la vida eterna; el más allá de la tumba, y en una vida individual y personal; en una vida en la que cada uno de nosotros sienta su conciencia, y la sienta unirse, sin confundirse con las demás conciencias, en la Conciencia suprema, en Dios. Hay que creer en esa otra vida para poder vivir ésta y soportarla y darle sentido y finalidad".

6º Figuras de reiteración al comienzo de las partes de la cláusula.

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Un ejemplo de esta oratoria lo tenemos en el discurso de Anatole France ante los estudiantes de Buenos Aires:

"Creo en el amor; creo en la belleza; creo en la justicia; creo, a pesar de todo, que en esta tierra el bien triunfará del mal y los hombres creerán en Dios... ¡Soñad! Si en el sueño no hay ciencia, no hay sabiduría. ¡Soñad! Vuestros sueños no serán vanos. La Humanidad, tarde o temprano, realiza los sueños de los sabios. ¡Soñad! No temáis la justicia, amad la verdad".

Como puede verse, todo el bellísimo efecto de este párrafo se debe a la repetición de la palabra creo, cuatro veces en el primer párrafo, y de la palabra ¡soñad!, tres veces en el segundo.

Observamos un breve párrafo de este estilo en el antes citado libro del doctor J. F. Rodríguez:

"Hablemos de algo que parece irse de la tierra; hablemos de algo que parece morir bajo el peor odio constante de los egoísmos, las violencias y el materialismo que impera en esta edad del siglo xx. Hablemos de la bondad".

O este otro párrafo de su sermón radiofónico "El privilegio de llorar":

"Dios nos ha dado emoción porque en El mismo debe existir un caudal de ésta. Nos dio lágrimas porque El también llora; nos dio alegría porque El se alegra; e hizo posible la tristeza en nosotros porque su corazón se entristece."

"Abraham lloró por Sara; lloró José cuando se arrepintieron sus hermanos, lloró Jeremías la condición apóstata de su patria, lloró David la ruina de Absalón, lloró Pedro su dolorosa caída, lloró la pecadora a los pies del Señor, lloraron reyes la pérdida de sus tronos. Y lloró nuestro Salvador, consagrando las lágrimas como un privilegiado cristiano".

He aquí un bello párrafo, también del doctor Rodríguez, con una reiteración basada en diversos aspectos de una misma persona, Cristo: "Nuevamente nos hallamos ante el Maestro. Ante Maestro con letra mayúscula. Nos hallamos ante el divino Rabí y Salvador Jesucristo."

7°. Reiteración al final de los períodos.

A veces, la palabra que se repite puede ser colocada al final de cada período, produciendo también un interesante efecto de reiteración. He aquí un ejemplo de un autor cubano:

"Percibimos por hábito, imaginamos por hábito, sentimos por hábito, decidimos por hábito, y nuestro carácter es el conjunto de nuestros hábitos".

Obsérvese en este ejemplo cómo la frase final redondea y concluye el párrafo; expresando la aplicación general de las afirmaciones anteriores que concluyen todas con la palabra hábito.

8º. Al principio y al fin de los períodos.

Esta forma es más rara, pero puede observarse ejemplo que se hace incisivo por medio de preguntas:

"¿Quién quitó la vida a su propia madre? ¿No fue Neron? ¿Quién hizo expirar con veneno a su maestro? El mismo Nerón. ¿Quién hizo llorar a la Humanidad? Sólo Nerón".

En este párrafo la clave del énfasis es el propio nombre. Pero la palabra Nerón es presentada de formas diversas, mediante "fue", "el mismo" y "sólo".

Es esta variedad de formas, al par que las preguntas, lo que da belleza al párrafo.

9.° Comenzar una frase con la palabra o idea con que terminó la anterior.

He aquí un ejemplo de esta forma retórica en la segunda epístola de San Pedro, cap. 1, vers. 5-7:

"... vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, mostrad en vuestra fe virtud, en la virtud ciencia, en la ciencia templanza, en la templanza paciencia, en la paciencia temor de Dios y en el temor de Dios amor fraternal y en el amor fraternal caridad..."

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O este otro del apóstol San Pablo:

"Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se resucitará en incorrupción".

"Se siembra en deshonra, se resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder; se siembra cuerpo animal, resucitará en cuerpo espiritual; hay cuerpo animal y cuerpo espiritual... Cual el terrenal, tales también los terrenales, y cual el celestial, tales también los celestiales; y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos la imagen del celestial" (1.

a Cor. 15:42-44 y 48-49).

Podemos observar en todos estos ejemplos cómo la retórica, cuando es fruto de una convicción sincera (como ocurre en el caso de los escritores apostólicos), no es una simple música de palabras, sino una reiteración que sale de dentro del corazón y enfatiza las verdades que se procura expresar.

10º. Relación de la homilética con la elocuencia.

Como hemos dicho al principio, la homilética parece ser enemiga de la elocuencia, ya que la ciencia homilética frena, detiene, marca senderos al predicador y le obliga a volver al camino cuando éste ha alcanzado fogosamente su imaginación tras un bello párrafo oratorio. Pero la verdad es que la homilética representa el mejor apoyo de la oratoria.

Volviendo a la comparación que expresábamos al principio, diremos que la homilética es tan útil y esencial a la oratoria como el esqueleto lo es del cuerpo. ¿Qué sería, en efecto, nuestro cuerpo, sin el esqueleto que lo sostiene? Un montón informe de carne sin belleza ni estética alguna. Así son los sermones que el autor ha tenido a veces que sufrir, escuchándolos de labios de predicadores fogosos y bien intencionados, pero faltos de los necesarios cocimientos de homilética. Hablaban, gritaban, gesticulaban y se entusiasmaban diciendo "cosas buenas"; pero la gente decía después, en nuestro expresivo catalán: "Saps lo mateix quan ha comencat com uan ha acabat" (Sabes lo mismo cuando empieza que cuando acaba). Porque lo cierto es que el mismo predicador no sabía por dónde andaba. Lo curioso del caso es que tales predicadores escriben a veces sus bosquejos y los traen al pulpito. Pero son bosquejos disparatados, sin orden lógico alguno, no forman un esqueleto ordenado, siguiendo un plan; sino que son un conjunto de frases de las que ellos mismos se han enamorado y las escriben como punto I, punto II, punto III del bosquejo, aun ando no tengan relación lógica entre sí. Solamente les sirven para alargar el sermón, saltando de una frase a otra; no para dar al mensaje un sentido planificado.

Algunas veces hemos recomendado a algunos predicadores enamorados de la retórica, pero faltos de homilética: "Ponga una cinta magnetofónica en operación y escúchese a sí mismo, después, a solas, procure seguir el hilo de su propio sermón y verá que no puede. Se dará cuenta de los saltos de pensamiento que se ha visto obligado a hacer por falta de plan."

Sin embargo, hemos tenido que decir a otros: "No se limite a presentar un esqueleto en el pulpito, pues la gente espera y necesita algo más." Hay predicadores hábiles para escribir un buen bosquejo, pero que son incapaces de revestirlo con la carne y los músculos necesarios para darle cuerpo.

Debemos decir que abundan más los predicadores del primer ejemplo que del segundo, sobre todo entre la raza latina, ya que nuestra idiosincrasia es de gente habladora. Al famoso orador Emilio Castelar daba placer oírlo, pero se dice que la Cámara de los Diputados temblaba cuando se ponía en pie, pues nadie sabía cuándo iba a terminar. Es mucho peor con los malos "Castelares" que conocemos.

El discurso oratorio es un arte de buena proporción. Es necesario revestir de carne el esqueleto en cada una de sus partes; pero no con exceso en ninguna de ellas ni tampoco en su totalidad. En el cuerpo oratorio, como en el cuerpo humano, es peor cuando el exceso es parcial que cuando es total.

Recordamos a un predicador que a veces (no siempre) traía al pulpito bosquejos bastante aceptables, y cuando anunciaba su plan, o nosotros lo preveíamos, esperábamos oír un buen mensaje. Pero ocurría, por lo general, que ponía tanta carne en el primer punto o en los dos primeros; es decir, hablaba tanto, extendiéndose en frases retóricas (que muchas veces poco tenían que ver con el mensaje), que al llegar a los últimos puntos, los mejores y que más se prestaban a una enseñanza espiritual, tenía que apresurarse por el imperativo del reloj, a fin de evitar que algún diácono impaciente apretara desde el vestíbulo el botón eléctrico que iluminaba el letrerito del pulpito que decía: "Su tiempo ha terminado"; y así nos dejaba contristados y vacíos.

En cambio, hemos oído de otro predicador joven y de tendencia modernista, quien se limitaba a leer muy lentamente, con muy poco comentario y pasaba un martirio, haciéndolo pasar también a sus oyentes, con su hábito de mirar a cada momento su reloj de pulsera para cerciorarse de que ya faltaban pocos

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minutos para la hora de terminar. ¡Y las manecillas se movían tan lentamente...! No hay que decir que, aunque no le faltaba inteligencia, sus defectos eran la pereza y su falta de fuego espiritual.

El predicador debe cultivar el arte de la retórica y mantener un verdadero arsenal de frases bellas en el archivo de su mente; pero, sobre todo, debe llevar un plan bien estudiado, sobre el cual aplicar aquellas frases hermosas que ha tenido ocasión de pensar durante el estudio del sermón.

EJERCICIO PRÁCTICO

Vístanse con frases retóricas adecuadas los siguientes bosquejos homiléticos:

EJEMPLO 1º

LA MANO DE DIOS

Salmo 19:1 y Juan 10:27-29

Introducción. — Hacer notar el gran número de veces que la expresión "mano" aparece en la Biblia, y que en su mayoría se refieren a Dios.

La figura es adecuada, porque cualquier idea de nuestra mente la realizamos con nuestras manos. La expresión hiperbólica «mano» significa facultad de poder. No podemos imaginarnos a Dios como un hombre, pero nos ayudará a comprender a Dios (es decir, lo que El es, lo que hace y se propone) el estudio de esta gráfica expresión en la Biblia.

I. Las manos de Dios son GRANDES.

«Los cielos cuentan la gloria de Dios y la expansión denuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1).

Hay billones de estrellas en el Universo, pero no circulan sin ton ni son. El .Universo se habría destruido a sí mismo si la fuerza que mueve los astros fuera un impulso ciego e ininteligente. Lo que llamamos leyes de la Naturaleza, demuestra un Legislador. Por esta razón los astrónomos pueden predecir el eclipse, o el paso de un cometa dentro de un centenar de años, con la precisión de día, hora y minuto. (En cada uno de los puntos de este breve comentario hay lugar para bellas frases oratorias.)

II. La mano de Dios es SABIA.

«La diestra de Jehová hace maravillas» (Salmo 118:16).

Considérese el "computador electrónico" del cerebro humano, comparándolo con el complicadísimo instrumento inventado por la ciencia del hombre. Obsérvese:

a) Su pequeño tamaño comparativo.

b) Su material: células de carne, en vez de voluminosos aparatos de metal, plásticos, cristal, cartón, etc.

c) Sus variadísimas disposiciones y los numerosos órganos del cuerpo que controla.

De nada podemos decir: "Es imposible, contando con el poder y sabiduría de Dios." (Nueva oportu-nidad para poner párrafos que realcen y aclaren los pensamientos esenciales de este apartado.)

III. La mano de Dios es PODEROSA.

"Con mano fuerte y con brazo extendido" (Deuteronomio 5:13).

Lo que para el hombre es completa imposibilidad es sencillísimo para los recursos de Dios. Ilústrese comparando los recursos de un troglodita y los del hombre civilizado, haciendo observar cómo los avances de la civilización tienen como base las leyes sabias de la Naturaleza. El poder del hombre no es sino una débil consecuencia y reflejo del poder y sabiduría de Dios. (Aplíquese a esta lógica, seca por sí misma, los recursos de la elocuencia para revestir también esta parte del mensaje con belleza oratoria.)

IV. La mano de Dios puede ser RESISTIDA.

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Los átomos y moléculas del Universo entero obedecen dócilmente a la voluntad del Todopoderoso; pero no es así con los seres espirituales. Dios tiene servidores convencidos de su sabiduría y amor (los ángeles), no robots. Compárese Isaías 53:1-2 con el vers. 3.

La mano que nos creó con imponderable sabiduría y poder y nos redime del poder de Satanás no ha anulado nuestra voluntad. Podría aplastarnos, pero nos respeta; respeta nuestro yo malo, lo redime y colabora con nosotros en la formación de un nuevo carácter apto para el Reino de los Cielos. Esto nos lleva a declarar que:

V. La mano de Dios es DELICADA.

¿Habéis visto la mano de un escultor? Podría sacar kilogramos de piedra de un solo golpe y saca miligramos. ¿Habéis visto la de un cirujano? Nosotros cortaríamos nervios y tendones, venas y arterías; él sabe por dónde tiene que hacer pasar su bisturí y hasta dónde tiene que llegar.

En el terreno espiritual leemos: "Fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar..." (1.

a Cor. 10:13). Su obra en nosotros sigue por toda la vida y proseguirá hasta el más allá. "Y

conoceremos y proseguiremos en conocer a Jehová" (Oseas 6:3). "...Ahora conozco en parte, entonces conoceré como soy conocido..." (1.

a Cor. 1:13).

Por esto, imitando a nuestro Padre, Señor y Modelo, nuestra mano debe ser delicada con nuestros hermanos. Un pastor sabio que tiene que reprender procurará no ofender al culpable, pero tampoco quiere dejar "pus de pecado". Se siente obligado a implorar: "¡Soy un ministro tuyo, Señor, dame sabiduría!"

VI. La mano de Dios debe ser ACEPTADA.

Nos ponemos en las manos del médico. Así debemos hacerlo en el terreno espiritual (Santiago 4:10 y Job 34:32). Sólo así daremos a Dios la ocasión de manifestar su gloria en nosotros. (Revístase también esta parte con bellos y sinceros párrafos oratorios.)

VII. La mano de Dios es PROTECTORA.

La diestra que nos ha creado, nos cuida y nos moldea, también nos guarda (Juan 10:27-30). Obsérvense en este pasaje dos manos unidas en el mismo: unas invisibles, las otras tangibles; si bien forman parte de un cuerpo glorificado (Juan 20:27).

Una razón porque Dios no puede abandonar a los suyos se halla en Isaías 49:16. Lo que era mera hipérbole en cuanto a Israel es realidad en nuestro caso, sus manos horadadas son testimonio perenne de su amor. ¿Cómo podría olvidarnos si le costamos tanto?

VIII. Una última hipérbole GLORIOSA: Is. 62:2-3.

Es una referencia a los gruesos anillos de los monarcas orientales. El pueblo redimido del Señor será un día como "diadema de Reino" en la mano de Dios. (Véase Efesios 1:12.)

Conclusión o recapitulación.

Somos moldeados hoy por la mano fuerte, sabia, poderosa y delicada de nuestro Creador y Redentor para que podamos venir a ser un día ejemplo y motivo de alabanza, cuando seremos presentados "a principados y potestades en los cielos"; "a los 99 justos" de la parábola. Es decir, a multitudes de millones de millones de seres inteligentes que no han necesitado redención ni transformación por gracia, las cuales pueblan, indudablemente, el insondable Universo de Dios.

Demos gracias por estas sabias manos y sometámonos a ellas, para que podamos un día ser por ellas elevados a las alturas de su propia gloría (Juan 17:24).

EJEMPLO 2º

LOS DOS PARAÍSOS

Génesis 2:8-18 y Apocalipsis 21:1 a 22:6

La Biblia empieza con un paraíso y acaba con otro. Ambos son lugares de felicidad. El primero fue preparado para el hombre natural; el segundo, para un hombre redimido.

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Los escépticos se burlan del relato del Edén. Dicen que es un mito hebreo. Pensémoslo serenamente.

Hay un Ser en gran manera inteligente, según se observa en la Naturaleza, el cual estuvo durante siglos preparando las condiciones de la tierra para poner en ella toda clase de seres vivos y, por fin, el hombre, el único que puede comprender, admirar y agradecer las obras de su Creador. Si el hombre era la obra cúspide de la Creación, si el mundo había sido preparado para él, ¿no es natural que fuera introducido en alguna especie de museo donde pudiera aprender más pronto y fácilmente lo que le convenía acerca del hogar que iba a habitar? (Gen. 2:9). Un hijo de Dios, por su inteligencia y espíritu, no podía ser tratado como un irracional. Las pinturas rupestres prueban que el hombre troglodita era mucho más que un bruto. Por otra parte, la historia antigua está llena de tradiciones del Paraíso: la "Edad de Oro" de los poetas clásicos, el "Jardín de las Hespérides", etc. Todas coinciden en que se perdió.

Pero la Biblia termina con otro paraíso recobrado para el hombre, muy superior en todos sus aspectos. Es muy interesante considerar sus contrastes:

I. EL PRIMERO ERA TERRENAL.

Se detalla su emplazamiento en el Asia Occidental. Estaba, por lo tanto, expuesto a las vicisitudes de la tierra y fue destruido, según parece, por el Diluvio.

EL SEGUNDO PARAÍSO ES CELESTIAL.

Se detalla su emplazamiento en el Asia Occidental.

Se detalla también su situación, nada menos que "el Cielo de Dios"; el lugar más elevado del Uni-verso (Apoc. 21:2). De allí desciende hacia la tierra. (Posiblemente la eleva, arrancándola de la órbita solar para llevar consigo al globo terráqueo renovado por fuego.) (Compárese 2.

a Pedro 3:12-13 y Apocalipsis

21:26.)

II. HABÍA NOCHE.

Esta es necesaria a causa de la fragilidad de nuestros cuerpos, que requieren descanso; pero significa casi media vida perdida.

En el segundo no hay noche, porque no hay sol; Dios mismo es su lumbrera (Apoc. 22:5). La actividad es, sin descanso y sin cansancio. El gozo, las alabanzas y las recepciones de los que traen a este bendito lugar "la gloria y honor de todas las naciones" del Universo es incesante (Apocalipsis 21:26).

III. ENTRO SATANÁS (Génesis 3:1).

El gran enemigo de Dios, envidioso de la felicidad de nuestros padres, introdujo en su alma pura la desconfianza y la ambición, los dos grandes males del mundo. ¿Por qué se pelean los hombres? Satanás ha manejado siempre la Humanidad tirando a su placer estas dos riendas.

En el segundo, Satanás es excluido (Apoc. 20:10). Ello significa que no habrá más pensamientos de desconfianza hacia Dios y hacia el prójimo, ni más ambición, pues no habrá pecado.

IV. ENTRO EL DOLOR (Génesis 3:17).

La condición del mundo parece que fue variada después de la caída y a causa de ella (Rom. 8:20-22). "Espinas y cardos" en la tierra, instintos feroces en los animales, bacterias que producen enfermedades de las que parece se van produciendo nuevas formas. El dolor aumenta a medida que progresa el pecado. No somos más felices que los patriarcas, a pesar de que les aventajamos en tantas cosas.

En el segundo, el dolor será quitado. Todos los motivos de dolor moral y físico desaparecerán: A la muerte, la enfermedad, la pobreza y el pecado se les llama "las primeras cosas", considerándolas sólo como un triste recuerdo del pasado (Apoc. 21:4).

V. ENTRO LA MALDICIÓN (Génesis 3:14).

El único que tiene poder para convertir su palabra en realidad, tuvo que pronunciar sentencia de mal. Nadie más que El puede hacerlo (Salmo 109:28). Es una osadía para simples humanos el pretender

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lanzar maldiciones, y más en la Era cristiana (San Mateo 6:44 y Romanos 12:14). En muchos aspectos permanecen todavía los resultados de la maldición divina en el mundo.

En el segundo no habrá maldición, pues no existirá ningún motivo para ella entre seres perfectos. La última maldición habrá sido pronunciada contra los réprobos y será la final en el Universo.

VI. HUBO VERGÜENZA (Génesis 3:10).

El hombre no puede sufrir a Dios ni a su palabra cuando hace el mal. (Cítense los ejemplos de Caín huyendo de la presencia de Jehová, y de Joacín que mando el libro de la Ley.) Por esto el cristiano debe evitar el pecado, por ser templo de Dios mediante el Espíritu Santo.

En el segundo Paraíso habrá confianza (Apocalipsis 22:4). A pesar de vivir en la presencia de Dios no tendrá temor de su omnisciencia, porque nada podrá ser hallado reprochable en sus felices habitantes. Debemos empezar aquí a vivir esta clase de vida.

VII. SE CERRO LA ENTRADA.

Dios no quitó inmediatamente el paraíso de la tierra, pero lo cerró (Gen. 3:22-24). Era para los primeros pecadores un testimonio de la felicidad perdida.

El segundo paraíso está siempre abierto (Apocalipsis 21:25). Esto maravilló a Juan, acostumbrado a ver ciudades antiguas cuidadosamente amurállalas y cerradas. Pero no hay peligro de que entren enemigos en la ciudad celestial. Sus puertas abiertas son símbolo de libertad.

VIII. TUVO FIN (Génesis 3:24).

No sabemos cuánto duró la felicidad del primer paraíso, pero es de suponer que fue muy breve, ya que el primer hijo de Adán nació ya fuera del Edén.

El segundo no tendrá fin (Apoc. 22:5). Se ha dicho fue sólo lo eterno de la felicidad es felicidad. Cuanto más preciosa y grata es una cosa, peor resulta el perderla. Lo mejor del cielo es que será nuestro hogar por la eternidad.

¿Tenemos lugar en el segundo paraíso? Está allí nuestro tesoro y nuestra esperanza. Cualquier clase e bien fuera de éste es un engaño y ha de venir ser pronto una desilusión.

Conclusión.

El cielo, para muchos, ilusión mística, es la única realidad verdadera por ser eterna. Cristo afirmó su existencia con su autoridad sin igual (Juan 14:2). Pensándolo racionalmente, no hay Imperio sin capital, como no hay cuerpo sin cabeza. El Universo no puede estar sin un centro. Cristo nos asegura que tan elevado y bendito lugar será nuestra habitación eterna si nos unimos a El por la fe. Vino a abrirnos las puertas del Paraíso superior con su muerte expiatoria; es el segundo Adán (Rom. 5:18-19). Su mayor satisfacción en la misma cruz fue ofrecer al ladrón moribundo inmediata entrada al nuevo Edén. ¿Está el Cielo abierto para ti?

Estos dos bosquejos se prestan en su desarrollo a altos vuelos oratorios; y son sólo dos ejemplos de una infinidad que pueden ser encontrados por los predicadores mediante un estudio atento de las Sagradas Escrituras.

Nuestro consejo es que se lleve al pulpito un bosquejo similar a éstos; es decir, el argumento del sermón, con una síntesis de las consideraciones principales de sus diversas partes; pero no un escrito completo conteniendo las lucubraciones oratorias a que pueden dar lugar estos pensamientos en el transcurso de la exposición del mensaje. Resultará mucho más espontáneo si se dejan las bellas frases retóricas a la inspiración y emoción del momento. Sin embargo, el predicador no debe esperar que la ins-piración se produzca en el pulpito de un modo mágico. Esto no es confiar en que «el Señor dará el mensaje», sino simplemente un mal consejo de la pereza.

Además de confeccionar el bosquejo argumentativo, el orador debe predicar el mensaje mentalmente (o en voz alta como hacen algunos en su despacho), y allí extenderse en frases oratorias, que no llevará en el papel, pero sí en la mente. Debe pensar o pronunciar estas frases de todo corazón en la presencia del Señor antes de presentarse a decirlas a la congregación, y dejar a la emoción del momento escoger las más adecuadas entre las diversas que, como oraciones de alabanza, de reconocimiento, de

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admiración y de gratitud y fe, haya pronunciado en su mente o con sus labios en la soledad, quizás en la misma cama, pensando en su sermón o sermones de a semana.

Solamente entonces podrá estar seguro, al subir al pulpito, de que tiene algo que decir a su congregación, y que el Espíritu del Señor, que le acompaña, le «recordará las cosas» que el Señor le ha dicho en su despacho en meditación y oración. Y las frases oratorias saldrán, no de un modo artificial porque están en el papel, sino real y, efectivamente, de su corazón.

Manual de Homilética por Samuel Vila

La elocución del sermón

Muletillas. — El predicador que no se ciñe estrictamente a un manuscrito, sino que predica con un simple bosquejo o sin él, se ve obligado a construir en el mismo pulpito muchas frases del sermón. Muchas de ellas habrán sido pensadas de antemano durante el estudio y volverán a la mente del predicador por asociación de ideas, pero muchas tendrán que ser improvisadas en el mismo momento de la predicación, y si el predicador no viene muy bien preparado, encontrará dificultad en formular las frases con la rapidez requerida. En tal caso corre gran peligro de introducir palabras de significado vago, que se avienen a toda clase de conceptos y se llaman "muletillas", o sea, apoyos que permitan al predicador descansar un instante para buscar las palabras que le conviene hallar. Hay personas que se hacen insoportables por el gran abuso de muletillas que usan en la misma conversación, y no menos pesado se hace el orador que cae en el hábito de usar alguna de tales muletillas con excesiva frecuencia durante la predicación. He aquí una lista de las

MULETILLAS MÁS USUALES

"Precisamente", "verdaderamente", "ciertamente", "sencillamente", "de cierto", "en verdad", "grandemente", "oportunamente", "maravillosamente", "amigos míos", "queridas almas", "queridos hermanos", "en vista de esto", "en razón de lo dicho", "¿entendéis ahora?", "sabemos, pues", "compréndelos", "podemos pensar", "podemos estar seguros", podemos "afirmar", "podemos creer", "es necesario suponer", "en conciencia", "con toda verdad", "con toda certeza", "es innegable", "lo cual".

A veces se convierte en muletilla la repetición frecuente de un texto bíblico o de la línea de un himno. Hay predicadores que no pueden terminar un sermón sin tratar de demostrar la absoluta perdición de la insuficiencia humana por medio de la frase de Isaías: "Todas nuestras injusticias son como trapos de inmundicia", o bien: "Pasóse la siega, acabóse el verano y nosotros no hemos sido salvos." Frases que a causa de su alto simbolismo resultan incomprensibles para el oyente nuevo y, por lo tanto, debieran evitarse, si no hay la oportunidad de explicar la figura.

Spurgeon fue advertido por un crítico, quien cada domingo dejaba sus observaciones escritas sobre su púlpito, del gran abuso que hacía de las siguientes líneas del himno:

Ningún precio traigo a ti,

Mas tu cruz es para mí.

Spurgeon reconoció la verdad de la crítica y nos dice que se esforzó en no abusar de una estrofa tan apropiada y de gran significado, pero que al ser repetida en tantos de sus sermones había llegado a perder gran parte de su valor para sus habituales oyentes.

En las oraciones, las muletillas más corrientes y la propia mención del nombre del Señor, que algunas veces se repite de un modo realmente abusivo, resultando, sin darse cuenta, un quebrantamiento del tercer mandato del decálogo.

Otros recurren a una muletilla más larga añadiendo algún adjetivo al nombre del Señor como "Padre de misericordia", "Padre amantísimo", "Señor todopoderoso", expresiones que repiten docenas de veces en unos minutos.

Todas las palabras y frases que hemos citado, y muchas más que podríamos añadir, son correctas y útiles usadas alguna vez en el lugar que les corresponde, pero se convierten en fastidiosas muletillas tan pronto como se hace de ellas un uso abusivo. El predicador debe velar sobre sí mismo para evitar tales hábitos viciosos, y debe aun enseñar a sus miembros a evitarlos si es posible.

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PRONUNCIACIÓN Y ENTONACIÓN

A la corrección de estilo sigue en importancia la buena elocución, o sea, la correcta pronunciación y entonación del sermón.

Spurgeon dice al respecto:

"Empieza a hablar con calma y sin levantar excesivamente la voz desde el principio. Ya vendrá la ocasión de hablar con calor en el curso del sermón. Sin embargo, principia con aire decidido, como el que está seguro de que tiene algo importante que comunicar, y asegúrate de que el volumen de voz es suficiente para que los que están sentados en los últimos bancos puedan oír desde la primera palabra."

Aspira profundamente en las pausas, para que la falta de aire no te obligue en los párrafos largos a apresurarte y bajar la voz.

Articula las palabras distintamente. Procura corregir los defectos de pronunciación regional. Los ingleses tienen sus propios defectos regionales. En cuanto a nosotros, podemos notar: las vocales abiertas, en los predicadores catalanes; la z en lugar le s y la falta de terminación de muchas palabras, entre los de origen andaluz. Tanto unos como otros pueden, con perseverancia y esfuerzo, lograr hablar buen español. No es excusa el origen regional del predicador para no esforzarse a tal respecto. Todos deben esforzarse en conseguir la pronunciación correcta y completa.

Acostúmbrate —dice el Dr. Blackwood— a poner las pausas en el lugar que les corresponde. Tanto en textos bíblicos como los propios párrafos del sermón resultan mucho más comprensibles para los oyentes si el predicador los pronuncia con las pausas adecuadas. Haz la prueba con los siguientes textos, pronunciándolos, primero de corrido o como tienes por costumbre, y luego poniendo atención a las pausas según se indica.

Mateo 11:28

"Venid a Mí (pausa) todos los que estáis trabados y cargados (pausa) y Yo os haré (ligera pausa) descansar."

Juan 4:8

"Dios es (pausa) amor." Nótese la diferencia en el texto tan breve si se pronuncian las tres palabras de corrido sin hacer la pausa que se indica, si se pone antes del verbo "es". En tal caso la solemne frase perderá sentido, porque, sobre todo los oyentes de los últimos asientos, la percibirán como "dioses amor", expresión sin significado alguno.

Juan 5:24

"De cierto, de cierto os digo (pausa): El que cree en Mí (pausa ligera) tiene (pausa) Vida Eterna (pausa) y no vendrá (pausa ligera) a condenación (pausa), mas pasó (pausa ligera) de muerte a vida".

Isaías 1:18

"Venid luego (pausa ligera), dirá Jehová (pausa), y estemos (pausa ligera) a cuentas (pausa). Si vuestros pecados fueren (pausa ligera) como la grana (pausa), como la nieve (pausa ligera) serán emblanquecidos (pausa); si fueren rojos (pausa ligera) como el carmesí (pausa), vendrán a ser (pausa) como blanca lana."

Hágase la prueba de alterar las pausas aquí señaladas y se verá cómo se empeora la dicción y, por ende, la buena comprensión del oyente.

En las pausas marcadas como ligeras la voz debe mantenerse pronunciando la última sílaba más larga que las demás, mientras que en las pausas normales debe detenerse la voz en la forma acostumbrada cuando hallamos una coma en el escrito.

Al pronunciar frases muy solemnes y de amonestación y en todas las de alabanza a Dios, citas de la Sagrada Escritura, etc., la atención a las pausas es de gran importancia. En el calor del discurso y de la argumentación el predicador no podrá prestar tanta atención a las pausas; pero si está habituado a observarlas de un modo correcto al hablar despacio y con solemnidad, lo hará instintivamente al hablar aprisa. El sentido común, más que las reglas, ha de ser su guía al respecto. Si no se detiene sino en las

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puntuaciones propias de la peroración, puede privar a su público de parar atención a ciertas palabras principales y producir la desagradable sensación de que está recitando su discurso como aprendido de memoria. Si, por el contrario, hace sus frases demasiado cortas o pone las pausas en lugar indebido, corre el peligro de hacerse pesado a los oyentes, dando la impresión de un niño que empieza leer. Predicadores bastante cultos producen a veces esta impresión cuando, pretendiendo hacerse solemnes, en el algún período del sermón apelan al curso de las frases cortas. El público inteligente: se da cuenta a la legua de cuando las frecuentes pausas y frases cortas son naturales y tienen como razón la solemnidad del mensaje, o cuando obedecen simplemente a la falta, de palabras o a la vanidad del predicador.

VELOCIDAD EN LA DICCIÓN DEL DISCURSO

¿Qué es preferible en el predicador, la predicación rápida, o la dicción lenta y pausada?

No puede darse regla fija al respecto, porque su conveniencia depende de muchos factores. En primer lugar el temperamento del predicador. Hay predicares a quienes por su carácter les caería mal la predicación pausada. Parecería un fingimiento, para los que conocen al predicador en la intimidad. Otro factor determinante de la velocidad es la clase de sermón y los diversos períodos del mismo, ningún predicador sensato pronunciará su sermón desde la primera frase hasta la última a la misma velocidad, ya que con ello daría la sensación de que está recitando. Como indicamos en la cita de Spurgeon, es necesario empezar a paso moderado y aumentar naturalmente la velocidad al hablar con mayor vehemencia. Cuando lleguéis a alguna frase que seáis que el oyente recuerde bien, parad el ritmo del discurso y pronunciad aquella frase con calma, o da una sensación de alivio a la mente de los oyentes, sobre todo si el predicador es fogoso y ya ha hablado largo rato a gran velocidad. Spurgeon acostumbraba hablar a razón de 140 palabras por minuto según su taquígrafo. La predicación por la radio suele hacerse a razón de 120. Estos datos se refieren a palabras de lengua inglesa. Las palabras españolas suelen ser más largas, y el número de ellas es inferior, excepto en predicadores muy fogosos. La predicación por la radio suele ser más regular que la del pulpito, debido a que la ausencia del auditorio priva al orador del entusiasmo que produce un público atento.

La actitud y el gesto

Spurgeon dedica dos capítulos de su obra más popular sobre la predicación, al estudio y crítica del gesto en los predicadores. Pero creemos que no es necesario hacerlo con tanta extensión en este libro. Con decir que debe suprimirse todo gesto raro o ridículo y cultivar la naturalidad, está dicho todo lo esencial.

El gesto ridículo suele producirse por las siguientes causas:

1.a El temor. El predicador se siente objeto de todas las miradas y busca alivio en alguna acción,

llevado por su nerviosismo.

2.a La dificultad para encontrar la palabra adecuada. Un predicador levantaba la cabeza e introducía

dos dedos en el cuello de la camisa, paseándolos alrededor, cada vez que sentía dificultad para hallar una palabra. Otros practican la fea costumbre de rascarse la cabeza, dando la falsa sensación de hallarse atormentados por parásitos. A los más les sobreviene una tos seca, forzada, artificial, que, al ser repetida constantemente por un predicador que no padece catarro ni tuberculosis, denuncia a la vista de todos que el motivo está en la mente y no en los bronquios del orador.

3.a El simple hábito, sin razón determinante alguna, es muchas veces suficiente para crear y

perpetuar un gesto ridículo en ciertos predicadores.

He aquí algunos de los principales:

GESTOS Y ACTITUDES IMPROPIAS

a) Balancear el cuerpo de un lado a otro del púlpito en un movimiento que Spurgeon llama de péndulo.

b) Levantar las hojas de una punta de la Biblia, rozándolas con el dedo, como si estuviera buscando el número de una página que no encuentra.

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c) Romper la Biblia a puñetazos a cada pensamiento pronunciado con énfasis. Lutero tenía tal hábito de golpear el pulpito, que se muestra todavía en Eisenach una gruesa plancha de madera que rompió "golpeando un texto".

d) Ponerse una mano en el bolsillo y para aliviar la tensión nerviosa mover algún objeto escondido en el mismo, una llave, calderilla, etc. Lo más desastroso de este hábito es cuando el predicador produce ruido con dichos objetos, distrayendo la atención de los oyentes. Hace medio siglo había un pastor en Barcelona que era notable por esta perniciosa costumbre, que todos sus buenos miembros lamentaban, pues con ello distraía la atención y producía una impresión muy desagradable a los nuevos oyentes, como si quisiera hacer ostentación del dinero que llevaba en el bolsillo.

é) Colocar ambas manos en la cintura, en la actitud que en el lenguaje vulgar se denomina "en jarras", parece un gesto demasiado vulgar y excesivamente ridículo; sin embargo, algunos oradores han llegado a adoptarlo en ciertos momentos de nerviosismo.

f) Levantar la palma de la mano izquierda y mirarla fijamente como si en ella estuviese escrito el sermón, es un gesto ridículo en el que han incurrido varios predicadores. Spurgeon cuenta de uno que tenía además la costumbre de tocar el centro de la mano con el índice de la derecha como si tratara de horadarla.

g) Pasar el dedo meñique sobre las pestañas cuando falla la memoria ha sido costumbre de muchos predicadores importantes, pero debe evitarse si se convierte en hábito.

h) Levantar ambas manos a un tiempo es una actitud que no tiene nada de grotesco si no es exagerada. Rafael pintó a San Pablo en esta actitud, predicando en Atenas, pero puede resultar ridícula si se repite con exceso. Es más natural levantar una sola mano con el índice en alto y moverla al compás de la frase. Pero aun esta acción tan natural, si se repite constantemente y no sólo en los momentos adecuados, que son al pronunciar consideraciones sentenciosas, resulta petulante.

Este mismo gesto, tan común en los buenos predicadores y el más adecuado para muchos períodos del sermón, resulta empero inadecuado en una exhortación muy vehemente, para la cual es más propio levantar las dos manos.

i) Una acción no permisible en ningún caso, pero en la cual han caído algunos predicadores, es la de cerrar el puño o a veces ambos puños y levantarlos en alto como si amenazaran con ellos a la concurrencia.

j) Apoyarse sobre la Biblia, extendiendo el cuerpo hacia adelante como para lanzarse sobre los oyentes, era una actitud característica y común de Juan Knox, que resultaba natural y adecuada para el vehementísimo reformador (véase el último grabado sacado de un dibujo de la época), pero que de ningún modo conviene a un predicador moderno si no es en un momento de gran emoción, que no en todos los sermones ha de producirse.

LA RIGIDEZ

Hay muchos predicadores que por temor a caer en gestos ridículos apenas gesticulan al predicar, ateniéndose en una pose rígida, calculada y fría, que en nada ayuda a la comprensión del sermón, ni habla mucho en favor de la misma sinceridad del predicador. Se cuenta a este propósito de un predicador anglicano, el cual preguntó a un popular dramaturgo:

—¿Cómo es que diciéndoles la verdad de Dios el pueblo no acude a escucharme y concurre en masa oír a usted que sólo representa farsas imaginarias?

A lo que respondió, muy acertado, el actor teatral:

—Es muy sencillo: Usted habla de la verdad como si fuese mentira, y yo presento la mentira como si fuese verdad.

La gesticulación es muy útil en el sermón para dar énfasis y comprensión al mismo, siempre que se practica acertadamente y con moderación.

GESTOS INOPORTUNOS

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Una de las peores calamidades gesticulatorias del predicador es el gesto inoportuno. Parece imposible, pero algunos predicadores han adolecido de este defecto. El gesto no corresponde con la frase o pensamiento en el mismo momento que se pronuncia.

Spurgeon refiere de un evangelista que pronunciaba las palabras "Venid a Mí todos los que estáis trabajados, etc." con el puño levantado, y ponía énfasis en la última frase del texto "yo os haré descansar", con una enérgica evolución del puño en alto. Es fácil comprender el efecto contraproducente de este gesto tan poco adecuado a la frase que pretendía subrayar.

El predicador debe estar alerta sobre sí mismo para desarraigar cualquier hábito impropio, tanto de fraseología como de acción. Como todos los hábitos, es muy fácil suprimir un gesto ridículo al principio, pero cuesta mucho si se hace viejo. Cada predicador debe tener advertidos a sus íntimos de que le avisen si observan en él algún hábito anormal, y procurar corregirlo inmediatamente.

Que ningún predicador se deje empero intimidar por el temor de incurrir en gestos inadecuados, que sea natural, que exprese las cosas como las siente, accionando según sea su costumbre en la conversación, excepto en frases de exhortación sentenciosa que raramente ocurren en la conversación vulgar.

El predicador es un servidor y un profeta de Dios y no un actor; por lo tanto, no debe, como éste, exagerar el gesto. Ningún gesto es malo si es suyo, es decir, algo natural de su persona en el hablar común. Solamente en el caso de un gesto muy desacertado, cuando corre el peligro de repetirlo para toda clase de frases convirtiéndose en hábito, es que debe mirar de corregirlo. Pero como esto ocurre a los predicadores con excesiva frecuencia, por esto son necesarios estas advertencias y el estudio del gesto en los seminarios y escuelas bíblicas.

COMO CORREGIR EL GESTO Y LA DICCIÓN

En ciertos colegios de predicadores se corrigen los defectos del orador sometiéndole a la crítica de sus compañeros, en la siguiente forma:

El profesor distribuye hojas que contienen una descripción de todos los juicios posibles que puede merecer el predicador a sus oyentes, y cada estudiante subraya de la lista lo que le parece aplicable al compañero predicador, el cual puede ver la impresión que ha causado a la mayoría de sus oyentes por medio de las hojas referidas.

Juicio crítico del predicador X.

Actitud general: ¿Descuidada? ¿Tiesa? ¿Cabeza atrás? ¿Inclinado adelante? ¿Manos en los bolsillos? De puntillas? ¿Movimiento oscilante del cuerpo?

Actitud con respecto a los oyentes: ¿Pretenciosa? De superioridad? ¿Indiferente? ¿Egoísta? ¿Absorbido en el sermón?

Expresión facial: ¿Dura? ¿De estatua? ¿Cruza el entrecejo? ¿Muecas con la boca? ¿Enseña los dientes?

Los ojos: ¿Fijos en el espacio? ¿Mira a menudo el techo? ¿Al suelo? ¿Los fija en alguna puerta, ventana u otro objeto del local?

Primeras palabras del sermón: ¿Demasiado altas de tono? ¿Demasiado fuertes? ¿Demasiado débiles? Demasiado rápidas? ¿Indistinguibles? ¿Con expresión de enfado? ¿De timidez?

Voz: ¿De garganta? ¿Nasal? ¿Chillona? ¿Monona? ¿Normal?

Alientos: ¿Respira poco? ¿Incluye demasiadas palabras entre respiración y respiración? ¿Queda sin aliento? ¿Rompe la frase para respirar?

Volumen: ¿Insuficiente para la sala? ¿Insuficiente al principio? ¿Excesivo al final? ¿Demasiado débil al final? ¿Baja la voz al final de párrafo?

Tono: ¿Demasiado alto al empezar? ¿Monótono? ¿Soporífico? ¿Olvida los cambios de tono?

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Velocidad: ¿Demasiado aprisa al principio? ¿Demasiado despacio en general? ¿Poca variación de velocidad en el curso del sermón? ¿Poca variación entre discurso y discurso?

Fraseología: ¿Frases demasiado largas? ¿Ídem cortas? ¿Pausas impropias?

Pronunciación: ¿Correcta? ¿Erres demasiado fuertes? ¿Ídem débiles? ¿Con sonido de G? ¿Faltas entre B y V? ¿Vocales abiertas? ¿L demasiado pronunciadas con la lengua apretada al paladar? ¿Omite por provincialismo consonantes al final de palabras? (ejemplo: Madrí por Madrid). ¿Las sustituye por otra letra? (ejemplos: Madriz por Madrid; R por L, en curto por culto, arto por alto; J o X por Y, en cuyo, cayado, coyuntura (cuxo, caxado, cojuntura o coxuntura).

Énfasis: ¿Lo pone equivocadamente en palabras que no lo requieren? ¿Deja de ponerlo en palabras que lo necesitan? ¿Demasiado énfasis para ganar tiempo? ¿Demasiado poco, a estilo de recitación?

Gestos: ¿Poco movimiento? ¿Excesivo? ¿Empieza a gesticular demasiado pronto? ¿Demasiados gestos iguales? ¿Demasiado mover la mano de arriba a abajo? ¿Gestos espasmódicos impropios? ¿Demasiado índice doctoral? ¿Uso normal y correcto del índice? ¿Puño apretado? ¿Movimientos de charlatán con ambas manos?

El estudio de las observaciones de los oyentes sobre una lista semejante es muy útil al predicador, por lo que recomendamos a los que nunca han pasado por esta prueba en un Seminario se sometan a ella poniendo esta lista en manos de la esposa o de amigos íntimos, de percepción aguda y buena comprensión.

Sin embargo, queremos repetir con Spurgeon: «No se deje el lector intimidar por estos detalles temiendo a cada paso el ridículo. Corríjase de algún defecto grave si tiene de ello necesidad; pero olvide los juicios del público al dar el mensaje de Dios. "La vida es más que el alimento y el cuerpo más que el vestido", dice Jesús. Del mismo modo, la parte espiritual del mensaje es más que estos detalles. Predicadores correctos en sus maneras pueden ser muy pobres espiritualmente o en contenido del sermón, y predicadores cargados de defectos de expresión han sido grandes profetas de Dios. Pero si es posible alcanzar ambas cosas, mayor será nuestra eficacia y más alto el crédito de la gloriosa causa que defendemos. Tratemos de servir a nuestro adorable Señor con los mejores dotes que El mismo nos ha concedido y usémoslas del modo más adecuado y eficaz posible.

Manual de Homilética por Samuel Vila

Filosofía de la elocuencia por D. Antonio de Capmany

Prólogo

Si por la palabra Elocuencia hemos de entender el arte de exaltar el patriotismo, moderar las costumbres, y dirigir los intereses de la sociedad, es preciso confesar que los antiguos llevan grandes ventajas a los modernos; o por decirlo mejor, son hoy nuestra admiración, ya que no pueden ser nuestro modelo. Pero si ceñimos su sentido primitivo y general a la Elocución, a cuyos efectos debieron su crédito y autoridad los caudillos antiguos, y los primeros oradores su triunfo, habremos de convenir en que las lenguas vulgares, aunque menos ricas, flexibles, y harmoniosas que la griega y romana, han producido escritores, iguales a los de aquellos tiempos en la nobleza, gracia, y colorido de la expresión, cuando no superiores en la elevación, grandeza, y verdad de las ideas. Y como éstas permanecen siempre inalterables, podemos apreciarlas mejor que la dicción, que se desfigura, o se pierde en las traducciones.

En muchos oradores de la antigüedad leemos los pleitos comunes de nuestros abogados: pretensiones privadas, hechos domésticos, agravios personales, pruebas legales, lenguaje ordinario, detalles prolijos, capaces de hacer bostezar a quien no sea juez, parte, o patrono. Sólo las plumas de Salustio y Tácito saben hacer interesantes las cosas más menudas, y dar grandeza a los hechos mas pequeños, no por la expresión con que los visten, sino porque siempre los presentan con relacion a la política, y a las revoluciones del Imperio Romano. Confesemos, pues, que sólo un ciego entusiasta de todo lo que no se piensa, dice, y hace en su tiempo puede encontrar dignidad, hermosura, e interés en la mayor parte de aquellas causas forenses, que no podían conmover sino al que temía o esperaba de la sentencia de sus juicios. Nuestros Tribunales Supremos, los de Francia, e Inglaterra producen Magistrados sabios y celosos, que en defensa de la justicia, de la propiedad civil del hombre, y del derecho de la Soberanía han hecho

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brillar la eficacia y gravedad de la elocuencia. Pero estos hombres viven con nosotros, hablan nuestra lengua, tienen nuestros defectos; y esto basta para no ser leídos, ni celebrados.

Los antiguos se miran en perspectiva; no son de carne y sangre a los ojos de la imaginación. Con el transcurso de los siglos han depuesto todo lo grosero, y sólo ha quedado lo espiritual: el individuo en abstracto. Así alma, genio, espíritu, numen, talento son los signos con que se los representa la posteridad, ésta que halla héroes a los hombres que nunca lo fueron para su ayuda de cámara. Si pudiésemos leer el diario de la vida privada de Alejandro, Demóstenes, César y Cicerón, ¿cuántas flaquezas, miserias, y ridiculeces veríamos, que la historia civil abandono a la mordacidad de los contemporáneos? Todos los sabios, políticos, y conquistadores empiezan a crecer a los cien años de enterrados, porque la muerte de los ofendidos, rivales, o envidiosos, sepultando en el olvido todo lo pequeño y personal de los famosos varones, deja sólo el hombre público con lo grande, ruidoso, o importante de sus dichos y acciones.

Pido que estas reflexiones se me perdonen en obsequio de la verdad, y defensa de nuestro siglo, que muchos detestan con la misma justicia que celebran a los pasados. Por cuatro osados sacrílegos, cuatro impíos por vanidad, dignos de no hallar asilo ni sustento sobre la tierra, no se debe amancillar la gloria de una edad ilustrada, que acaso formará la época mas memorable en los fastos de los conocimientos humanos. Borremos de la lista de los Sabios a los que quieren pervertirnos; pero demos honor a los que con sus luces y doctrina nos llenan de beneficios.

La Cátedra sagrada ha recobrado en España sus antiguos derechos: la persuasión evangélica, la sencillez apostólica, la energía profética, y la decencia oratoria, apesar de la obstinación de los esclavos de la costumbre, que fundan el amor de la patria en el de sus ridiculeces. Tan feliz, revolución, obrada en este mismo siglo mas se debe a los excelentes modelos que siempre desengañan y enseñan, que a las amargas críticas, que irritan el corazón sin ilustrar el entendimiento.

Como hoy los ministros de la palabra del Señor tienen presentes los ejemplos escogidos; esta obra que solo trata de la elocuencia en general relativamente a las calidades de la expresión oratoria, no comprehende en particular los principios fundamentales del santo ministerio del púlpito. Algunos varones apostólicos, que poseían el celo y ejercicio que yo no conozco, y jamás sabría definir, han establecido los preceptos, y señalado los caracteres precisos para los que aspiran al oficio de predicador. Pero si me es lícito añadir aquí alguna reflexión, afianzada en las observaciones y ejemplos de este Tratado, sólo diré a los jóvenes que se consagran a tan grave profesión, que prueben antes las fuerzas de su entendimiento, que se habitúen a continuos ejercicios; y entonces verán que en el alma sucede lo mismo que en el cuerpo, en el cual las partes mas ejercitadas son siempre las más robustas. Entonces conocerán, que el talento oratorio se ha de sacar de su propio caudal: porque sin ingenio no se inventa, sin imaginación no se pinta, sin sentimiento no se mueve, y nadie deleita sin gusto, como sin juicio nadie piensa.

Mas si entramos a considerar el plan de esta obra, vuelvo a decir, que el principal fin que se propone es la análisis de los rasgos magníficos y dichos sublimes, que en todos tiempos y países han granjeado o sus autores el renombre de elocuentes. Así me ciño precisamente a los principios generales de la elocución oratoria, como puntos adaptables al gusto, uso, e interés de un mayor número de lectores, y dejo por impertinentes las otras partes de la retórica. Ésta se enseña en las aulas, y en éstas se forman los retóricos; pero los hombres que han dominado a los demás con la fuerza de su palabra, se han hecho en el mundo entre la pasión de emular la gloria de los ilustres oradores, y la necesidad de seguir su ejemplo para defender la virtud, la verdad, o la justicia.

Declarado ya el objeto de este Libro, resta ahora dar razón de su título, nuevo acaso para algunos, y para otros oscuro. El alma debe considerar en las cosas que la deleitan la razón o causa del placer que siente; y entonces los progresos de este examen purifican y perfeccionan los del gusto. Hasta aquí la elocuencia se ha tratado entre nosotros, por preceptos mas que por principios; por definiciones mas que por ejemplos; y mas por especulación que con sentimiento; o diciéndolo de otra manera: cuando muchachos tenemos elementos clásicos para trabajar la memoria, y después ninguna luz para guiar el talento cuando hombres.

A este último fin una retórica filosófica; que es decir, la que diere la razón de sus proposiciones, analizase los ejemplos, combinase el origen de las ideas con el de los afectos; en una palabra, que ejercitase el entendimiento y corazón de los lectores, es sin duda la más necesaria, y la única que nos falta.

Yo conozco que el título de este Libro no puede llenar un hueco tan grande; pero entre tanto suplirá la parte más común y usual, hasta que otro, en quien concurran luces mas extensas, perfeccione la obra general con mejor pulso y felicidad que yo he desempeñado la mía.

Una obra de la naturaleza que propongo arredraría a muchos de los que ahora sin vocación genial emprenden lo que es superior a su capacidad, sin duda porque ignoran el poder de sus fuerzas hasta haberlas comparado con las de los gigantes. Pues así como todo el mundo presume entender de política, y

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de probidad, porque entre nosotros no se enseña en las aulas, del mismo modo todos creen poseer la elocuencia, porque se enseña mal. En efecto algunos hombres dotados de facilidad, fuego, y copia natural para dominar a muchos, en quienes las frías lecciones de la clase habían extinguido el talento, han creído que ser locuaz era lo mismo que ser elocuente. Tal vez esta opinión vulgar ha nacido del capricho y puerilidad de muchas reglas y ejercicios clásicos, que a ciertos escritores han hecho desconocer el sentimiento puro, el gusto simple y natural, sofocándolo con una infinidad de gustos fantásticos, hijos de las falsas impresiones que dejan las cosas, cuando se contemplan desde el punto de vista que les quita su buen efecto.

Con esto no intento graduar de inútil el estudio del arte, si sólo concluir, que mientras éste no prometa más luz y otro fruto, lean los que quieran admirar el ingenio los excelentes escritos, y no leyes mal fundadas. ¿Que preceptos pueden ser preferibles a la meditación de los insignes modelos? Éstos, como dice un ilustre literato, siempre iluminan, cuando aquellos muchas veces dañan: además los preceptos de ordinario se olvidan, y sólo quedan los ejemplos. Así los que han pretendido que la elocuencia era toda hija del arte, o no eran elocuentes, o fueron muy ingratos con la naturaleza; porque el corazón humano ha sido el primer libro que se estudió para moverle y cautivarle, y los grandes maestros fueron el segundo.

Algunos han dicho que el gusto en la elocuencia era de opinión, y que la belleza en este arte, como en todos los de ingenio, era arbitrario, era local. Yo creo que la razón y el corazón del hombre, así como su interés, siempre han sido los mismos: la diversidad de los climas puede alterar o graduar la sensibilidad física, determinar cierto género de vida, y las costumbres que de ella nacen; pero solo la educación pública, o por mejor decir, la forma del gobierno, puede variar, o depravar los sentimientos morales, y hasta la idea de la hermosura real.

Aún entonces no será variable la elocuencia, sino el estilo, por razón de los juicios diferentes, que de las cosas se forman los hombres modificados por estas circunstancias, ya de costumbres, ya de clima, o legislación. La elocuencia es una, y los estilos muchos: y quien reflexione sobre el de los Orientales, verá que es tan contrario a la naturaleza, como la misma esclavitud que los degrada. El hombre libre es sencillo, claro, y conciso; y hasta en el salvaje reluce lo sublime con lo natural.

La elocuencia puede variar en las calidades secundarias que siguen el genio de las naciones, y hasta el carácter de los individuos, mas no en sus principios fundamentales, que son del gusto íntimo del hombre, como son: verdad, naturalidad, claridad, precisión, facilidad, decencia, etc.

Todas las naciones han tenido sus pintores, mas sólo los de la antigua Grecia siguieron la naturaleza, y si es posible, la perfeccionaron haciéndola bella. De la harmonía de las proporciones compusieron la hermosura constante del arte, aunque sin poder uniformar los pinceles; porque tanto los artistas como los escritores, aun de un mismo pueblo, siempre se han diferenciado en el estilo, que hablando con propiedad, no es mas que la expresión del genio o carácter de los autores, que cada uno deja estampado en sus producciones: así leemos lo dulce o lo duro de uno o lo rápido o lo templado de otro, lo vehemente o lo patético de éste, lo enérgico o lo grave de aquel. En fin los vemos a todos elocuentes sin parecerse unos u otros. Si Rafael pinta la Transfiguración, Miguel Ángel representa el juicio: cada uno pinta su genio, y ambos son grandes y sublimes.

Cuando considero la elocuencia con otro respeto, veo que no es para muchachos; pues como suponga un caudal de ideas grandes, el conocimiento del hombre moral, y una razón ejercitada, tres cosas de que carece y es incapaz su corta edad, no estimo por racional el método común de anticipar la retórica al estudio de la filosofía. A este inconveniente han añadido los retóricos el de escribir en latín: y acaso es esta otra de las causas del poco, o ningún fruto de sus libros. ¿Pues qué atractivo puede tener para los muchachos, que quieren explicarse a poca costa, el estudio de la elocuencia en una lengua muerta, que no entienden, o entienden mal? Además, cuando todas las circunstancias difíciles de reunir concurriesen para formar un latino elocuente, éste lo sería del mismo modo en su propio idioma. Por lo común se observa que los que blasonan de excelentes latinos, son fríos, oscuros, o insípidos cuando escriben en romance.

El método más útil y prudente sería que los jóvenes retóricos cultivasen, y ennobleciesen con elocuentes composiciones su lengua patria, ésta que hoy la nación ha consagrado a la santidad del púlpito, y gravedad del foro. Imitemos a los Romanos: estos se dedicaron a escribir exclusivamente en su propia lengua; y entre ellos sólo un pedante compuso en la griega, sin embargo de tener ventajas conocidas para poseerla con más facilidad y perfección que nosotros la latina. La harmonía riqueza, y majestad de nuestra lengua la hacen digna de emplearse en todos los asuntos que puedan hacer honor a las letras, y a la patria.

Con respeto a la utilidad común, y a dilatar el distrito de nuestra propia lengua sale esta obrita en castellano. Pero espero que en el siglo décimo octavo, y en un libro que trata la elocución oratoria por un término nuevo, y con principios más luminosos de los que se solían leer en nuestras obras, me disimularán los anticuarios alguna vez la frase, y también la nomenclatura, desconocida en el siglo de los Olivas, y los Guevaras.

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El lenguaje del tiempo de Elizabeth en Londres, y de Carlos IX en París dista mucho del que hoy en el Parlamento de la Gran Bretaña, y en los Templos de Francia mueve, enternece, e inflama los ánimos. Sólo entre nosotros hay hombres, panegiristas de los muertos para despreciar cobardes a los vivos, cuyo gusto rancio halla en muchos libros viejos y carcomidos enérgico lo que sólo era claro, correcto lo que sólo era puro, preciso lo sucinto, sencillo lo bajo, numeroso lo difuso, fluido lo lánguido, natural lo desaliñado, sublime lo enfático, y propio lo que hoy es anticuado.

Es menester distinguir los tiempos, las costumbres, el gusto, el estado de la literatura, y la calidad de los escritores. Todas las lenguas han seguido este progreso, y de estas vicisitudes han sacado la variedad, y de ella su riqueza; pues si aún la sintaxis se altera cada cien años para acomodarse al gusto, ¿qué sera el estilo? El autor que no quiere pasar por ridículo debe adoptar el de su siglo. En éste vemos que toda la Europa ha uniformado el suyo; y aunque cada nación tiene su idioma, traje, y costumbres locales, los progresos de la sociabilidad han hecho comunes las mismas ideas en la esfera de las buenas letras, el mismo gusto, y por consiguiente un mismo modo de expresarse. Únicamente los Turcos, que viven solos en Europa, conservan el lenguaje de su fiero Othman en testimonio de su barbarie, y la disciplina de Selim para descrédito de sus armas. En fin como yo no escribo para gramáticos, y fríos puristas, sino para hombres que sepan sentir y pensar, siempre que estos me entiendan, y aquellos me muerdan, mi libro no sera un trabajo perdido.

Cuando esta Obra no enseñe completamente la oratoria, a lo menos indica por el análisis de los ejemplos que propone el verdadero carácter de los trozos elocuentes. Cuando no enseñe a componer un discurso perfecto y entero en la invención de sus lugares, y disposición de sus partes, acostumbrará con la luz de muchas observaciones y principios naturales sobre el gusto o y sentimiento a discernir los efectos de la sólida elocuencia.

Si todos los hombres no tienen necesidad, aptitud, o proporción de ser oradores, tienen muchos de ellos en las diferentes posiciones de la fortuna, y estados diversos de la vida civil ocasiones de acreditar con el imperio de la palabra su mérito, su puesto, su poder, o su talento. Así no creo, que ni al que se destina a persuadir a los demás, ni al que le conviene ser persuadido no les aproveche siempre conocer el arte con que en todos tiempos y países se ha obrado este prodigio: ya en boca del Profeta que amenaza, o del Sacerdote que edifica, del triunfador que aterra, o del esclavo que enseña sufriendo; ya del magistrado que defiende las leyes, o del caudillo que alienta sus tropas; del héroe que excita a ser grande, o del sabio en fin que enseña a ser hombre.

Hasta aquí ha sido moda, o fórmula bibliográfica de modestia decir los autores en los prólogos mil males de sus obras; mas yo que he visto, que ni ellos ni sus libros nada han ganado con esta depresión anticipada pocas veces sincera, y siempre voluntaria yo que se que ningún escritor se puede hacer querer del público si primero no se, muere, abandono mis yerros, y hasta las erratas al examen y censura de aquellos, que por su pereza, timidez, o incapacidad tienen más ejercitado el talento odioso y pequeño de tachar las cosas malas, que el de producir por si las buenas.

En una obra que trata del gusto en la elocución oratoria, he procurado quitar de la vista del lector toda la aridez y uniformidad de las retóricas, la mayor parte hasta hoy escritas para niños: a mas de esto las imágenes de que está revestida son de bulto, a fin de deleitar la atención, y amenizar en lo posible lo didáctico. Los ejemplos me parecen escogidos en la fuerza de la expresión, elevación de los pensamientos, y grandeza e importancia de los asuntos. En fin los he buscado casi todos de un estilo vehemente, elevado, o patético, porque la expresión fría, templada, o tranquila no me parece la de los grandes movimientos, que han hecho siempre victoriosa a la elocuencia.

Tal vez se echaran menos algunos tropos, que más pertenecen a la gramática que a la retórica, y ciertas figuras, como la sinonimia y la paranomasia, muy socorridas, la primera para las cabezas estériles de cosas ) y la segunda para los versificadores. Últimamente como se trata aquí de un arte de ingenio, y no de memoria, en las definiciones hay poco latín y menos griego, y en las materias muchos principios y pocas divisiones; porque dejo las etimologías a la ciencia de los filólogos, y la clasificación sistemática al método de los botánicos.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Calidades del talento oratorio

El que quiera a un tiempo instruir, mover, y deleitar, ¿qué conocimiento no es menester que tenga del corazón humano, de su propio idioma, y del espíritu del siglo? ¿Qué gusto para presentar siempre sus ideas con un aspecto agradable? ¿Qué estudio para disponerlas de modo que hagan la mas viva impresión en el

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alma del oyente? ¿Qué delicadeza para distinguir las situaciones que deben tratarse con alguna extensión, de las que para ser sensibles les basta ser manifestadas? ¿Qué arte, en fin, para hermanar siempre la variedad con el orden y la claridad?

El hombre elocuente huye de la aridez del estilo didáctico; pues no basta que un pensamiento sea magnífico, profundo, o interesante: debe ser felizmente expresado. La hermosura del estilo sólo consiste en la claridad y colorido de la expresión, y en el arte de exponer las ideas.

Pero hay gran diferencia entre un hombre elocuente, y un hombre elegante. El primero se anuncia con una elocución viva y persuasiva, formada de expresiones valientes, enérgicas, y brillantes, sin dejar de ser exactas y naturales: el segundo, por una noble y pulida exposición del pensamiento, formada de expresiones castigadas, fluidas, y gratas al oído. Aquel, cuyo fin es persuadir en el discurso, se vale de lo vehemente y sublime, dedicándose sobre todo a la fuerza de los términos, y al orden de las ideas; el hombre elegante, corno aspira a deleitar, sólo busca la gracia de la elocución, esto es, la hermosura de las palabras y la colocación de la frase. En fin la elegancia podrá formar facundos decidores; mas sólo la elocuencia hará oradores eminentes.

Un escritor puede ser diserto, esto es, puede hacer un discurso fácil, claro, puro, elegante, y aun brillante, y no ser con todo esto elocuente, por faltarle el fuego y la fuerza. El discurso elocuente es vivo, animado, vehemente y patético quiero decir, mueve, eleva, y domina el alma así, suponiendo en un hombre facundo nervio en la expresión, elevación en los pensamientos, y calor en los afectos, haremos un escritor elocuente.

El arte oratorio, como observa un hombre de gusto, consiste, mas que en otra cosa, en el estudio reflexivo de los mejores modelos, y en un ejercicio continuo de componer: ejercicio que hace fructificar el trabajo mas que una ostentación de reglas, la mayor parte arbitrarias.

Dos cosas parece que concurren para formar un orador, la razón y el sentimiento: aquella debe convencer, éste mover y persuadir. La elocuencia al fin estriba sobre estas dos disposiciones naturales, que son como las raíces del árbol. Pero los verdaderos oradores son muy pocos, porque son muy raros los hombres dotados de aquella penetración, extensión, y exactitud de entendimiento, necesarias para distinguir lo verdadero y hacerlo evidente: porque en fin, son muy raras las almas delicadas, que se dejen herir vivamente de los objetos de sus meditaciones, y que puedan transmitir al corazón del oyente los sentimientos de que están penetradas.

Del modo de ver las cosas depende mucho la fuerza o debilidad de sentirlas, y por consiguiente de expresarlas. Las ideas adquiridas por una reflexión lenta y fría en el retiro del estudio, son menos vivas y fuertes que las que nacen del espectáculo del mundo. Sería, pues, un prodigio hallar un ciego de nacimiento elocuente.

Supuesto el talento, acompañado de la luz, de la experiencia y nobleza de los sentimientos, es muy importante al orador escoger siempre dignos asuntos. Por eso algunos, si el asunto es vago e indefinido, hablan mucho, y nada dicen: otro a si es árido y muy estrecho, se exilan agotando menudencias: otros, si es endeble y frívolo, se ven forzados a cubrirle con el adorno de florecitas, que se marchitan en sus mismas manos. En una palabra, el genio de la elocuencia no se acomoda sino a objetos sublimes, o a lo menos interesantes para los hombres, y siempre desprecia la insípida verbosidad, y la pompa vana de las palabras.

Para ser elocuente, a un ingenio elevado le bastan objetos grandes; pues hasta Descartes y Newton, que no fueron oradores, son elocuentes cuando hablan de Dios, del tiempo, del espacio, del universo. En efecto, todo lo que nos eleva el alma o entendimiento es materia propia para la elocuencia, por el placer que sentimos de vernos grandes. También, y por la misma causa, lo que nos anonada a nuestros ojos es digno de la oratoria. ¿Pues qué cosa mas capaz de elevarnos humillándonos, que el contraste de nuestra pequeñez con la inmensidad de esta morada?

La verdadera elocuencia necesita los socorros de todas las artes y ciencias. De la lógica saca el método de raciocinar, de la geometría, el orden y encadenamiento de las verdades, de la moral el conocimiento del corazón y de las pasiones del hombre, de la historia el ejemplo y autoridad de los varones insignes, de la jurisprudencia el oráculo de las leyes, de la poesía el calor de la expresión, el colorido de las imágenes, y el encanto de la harmonía.

Sabiduría

A muchos escritores, por otra parte fecundos, les falta un fondo de sabiduría, sin cuyo tino, o no se piensa, o se piensa mal. Otros solo cuidan de decir cosas lindas, sin advertir que lo esencial para hablar bien consiste en decir cosas buenas: porque para ser elocuente no basta hablar como orador, es menester

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pensar como filósofo. Digámoslo mejor: no basta al orador formarse sobre el gusto de los grandes modelos, si carece de aquella filosofía necesaria para caminar con firmeza, distinguir la verdad de su sombra, y exponerla con acierto y dignidad.

Nada desluce mas la gloria de la elocuencia que algunos discursos igualmente vacíos de ideas, que de razón y exactitud: los unos tejidos de paralogismos brillantes, que emboban la multitud, y hacen reír a los sabios: los otros llenos de pensamientos triviales, de expresiones vulgares, y de lugares comunes, ya gastados con el continuo uso.

Para poseer el mérito de la elocución y de las ideas, es necesario unir como Platón, el arte de escribir con el de pensar bien. Unión rara; pero que el mismo Horacio encarga, cuando señala la sabiduría como la fuente de escribir bien. ¿El mismo Platón en su Gorgias no dice, que el orador debe poseer la ciencia de los filósofos? ¿Aristóteles después no nos demuestra en su Retórica, que la verdadera filosofía es la guía secreta en todas las artes?

Un orador, dotado de este tacto filosófico, ahondando las verdades mas comunes, sabe sacar de ellas nueva sustancia; y mezclándola con sus propios pensamientos, produce verdades nuevas que expresa con fuerza, mas sin violencia; porque el que piensa naturalmente, habla con facilidad. En fin, como hombre apasionado a la verdad, se propone manifestarla a los que la ignoran, y hacerla amable a los que la aborrecen. Pues de ordinario el que no tiene unas luces muy extensas y profundas, y una valiente fortaleza de entendimiento, suele ser un ciego partidario de las preocupaciones, o el débil eco de la opinión.

Este pulso filosófico, que dio a Salustio, Tácito, y Lucano el temple fuerte de sus plumas, se forma de la profundidad de las ideas, de la elevación de los sentimientos, y de la independencia de las preocupaciones de los hombres. Pero esta filosofía tiene dos bases: una fuerza de razón para profundizar hasta los principios de las cosas, y levantarse a los conocimientos más perfectos de que el hombre es capaz; y una sabiduría de razón, que conteniéndola en los límites prescritos al entendimiento humano, le liberta de los errores cansados por el orgullo, y el amor fatal de la singularidad.

Gusto

Del sentido del gusto, aquel don de discernir los alimentos, ha nacido la metáfora, que por la palabra gusto expresa el sentimiento de lo hermoso y defectuoso en todas las artes. Éste es un discernimiento profundo, que se anticipa a la reflexión, como el de la lengua.

¿Qué se necesita para cultivar y formar este gusto intelectual? El hábito, como para el gusto físico. Es menester, pues, ejercitarse en ver igualmente que en sentir, y en juzgar de lo bello por la inspección, como de lo bueno por el sentimiento. Éste pide ejercicio y objetos de comparación; porque el que no haya visto otros templos que las Pagodas del Indostán, y nunca San Pedro del Vaticano, ¿cómo podrá distinguir lo miserable de lo suntuoso, lo disforme de lo bello, lo monstruoso de lo regular?

Con el hábito y las reflexiones se llega a adquirir el gusto, esto es, el buen discernimiento, esta vista fina y delicada. Así un hábil pintor se arroba delante de un cuadro al ver a la primera ojeada mil gracias y primores, que no perciben tipos ojos vulgares, pero que podrán distinguir con la continuación de ver. Una vista exquisita es un sentimiento delicado, por el cual se perciben cosas de que es imposible dar razón. ¿Cuántas hermosuras hay en un paisaje o en un discurso, que sólo se deciden por el gusto, el cual se puede llamar microscopio del juicio, pues hace visibles las más imperceptibles perfecciones?

En el escritor como en el pintor el buen gusto supone siempre un gran juicio, una larga experiencia, una alma noble y sensible, un entendimiento elevado, y unos órganos delicados. Por esto saben distinguir los géneros y las situaciones: son patéticos, sublimes, majestuosos, graciosos como y cuando es menester.

Pero siempre que refinamos y hacemos demasiado dispendioso el gusto, lo corrompemos: por ejemplo, cuando preferimos lo costoso, sutil, y afectado a lo fácil, sólido, y natural. Se corrompe unas veces por una extremada delicadeza, que hace a un escritor capaz de ser herido de ciertas cosas, que el común de los hombres no siente. Entonces esta delicadeza conduce al espíritu de discusión, porque cuanto más se utilizan los objetos, más se multiplican. Otras veces se corrompe el gusto por un amor desenfrenado de encarecer, adornar, y abrillantar.

Esta corrupción empezó entre nosotros en el siglo pasado: desgracia que ordinariamente subsigue a una edad de perfección. Entonces el que tiene talento y quiere brillar, no se humilla a imitar, quiere criar por sí. Para esto es forzoso que tome sendas extraviadas, apartándose de la naturaleza que habían seguido sus antecesores. Y como todo lo que se aparta de lo bueno, ha de ser necesariamente malo, el buen gusto se pierde conforme el público se inunda de extravagancias ingeniosamente monstruosas.

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¿Qué era, pues, este mal gusto entre nosotros, sino una falsa idea de delicadeza, energía, sublimidad y hermosura? De modo que se depravó hasta tal punto, que el escritor medía su mérito por la dificultad de explicarse, y el lector por la de entenderle. Y si lo juzgamos por el trabajo y la obscuridad del estilo, que ha sido más de cien años la moda o manía general, ¿cuántos escribieron sin entenderse a sí mismos?

La mayor parte de aquellos escritos abundan de todo, menos de juicio y de razón. Se deshacían aquellos hombres por parecer ingeniosos a costa de la verdad y del sentimiento: por parecer, no grandes, sino gigantes. En fin se morían por asombrarnos, y sin duda lo han conseguido. ¡Qué profusión! ¡que prodigalidad de paranomasias y equívocos pueriles, de antítesis nominales, de paradojas indefinibles, de hipérboles colosales, de alegorías monstruosas, de sentencias engalanadas, de pensamientos falsos, de enigmas indescifrables, de metáforas forzadas, de retruécanos violentos, de epítetos relumbrantes, de ponderaciones misteriosas, de frases afiligranadas, de agudezas que pierden sus puntas en las nubes, y de otros mil rasgos y follajes que no tienen nombre, ni número!

¿Para qué definir el mal gusto? Vedlo aquí. Pinta un autor panegirista la victoria de un justo combatido de los infernales espíritus, y dice: Escapó libre de las asechanzas del demonio, derribando con la imperiosa piedra del sufrimiento, con la áspera honda del ayuno, y con el alto chasquido de la oración en la soberbia frente de las alistadas legiones la gigante montaña de las numerosas fatigas.

De un capitán que se hizo a la vela para la India, dice otro: Empezó en fin la nave, flecha con alas despedida del arco del puerto, a penetrar todo el cuerpo del agua, todo el corazón del mar.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Ingenio

Muchos autores han escrito del ingenio: la mayor parte lo han considerado como un fuego, una inspiración, un entusiasmo divino, tomando las metáforas por definiciones. Po r vagas que estas sean, vemos que la misma razón que nos hace decir que el fuego es caliente, y poner en el número de sus propiedades el efecto que causa en nosotros, habrá hecho dar el nombre de fuego a todas las ideas y sentimientos, propios para agitar e inflamar vivamente nuestras pasiones.

Pero estas metáforas sólo son aplicables a la poesía y elocuencia: mas si damos a esta palabra ingenio la rigurosa definición sacada de su misma etimología, veremos que deriva del latín gignere, engendrar, producir: y como supone invención esta calidad, pertenece a todas las especies de ingenios. Lo nuevo y singular en los pensamientos no basta para merecer el nombre de ingenio, es menester además, que estas ideas sean grandes, o sumamente interesantes a los hombres. En este punto se diferencian las obras de ingenio de las originales, pues éstas sólo tienen el carácter de la singularidad.

Por otra parte no debemos entender simplemente por ingenio el de la invención en el plan de una obra, sino también el de la expresión. Los principios del arte de bien decir son aún tan obscuros e imperfectos, hay en este género tan pocas reglas fijas, que el que no es realmente inventor, no adquiere el renombre de grande ingenio.

El ingenio del orador somete todo el universo al imperio de su palabra. Pinta toda la naturaleza con imágenes, y hace hablar el mismo silencio: despierta los sentimientos por medio de las ideas, y excita las pasiones en lo íntimo, del corazón humano. Lo bello recibe bajo su pluma nueva hermosura, lo tierno nueva suavidad, lo fuerte nueva vehemencia, lo terrible nuevo horror; en fin el ingenio del orador se quema sin consumirse.

No se pregunte, pues, ¿qué es el ingenio? el que tiene alguna semilla de él lo siente. el que no la posee jamás conocerá sus prodigios, que no hablan al que no puede imitarlos. Aquel que quisiese saber si alguna chispa de este fuego voraz le anima, lea las peroraciones de Cicerón pro Plancio, pro Sextio, pro Fenteyo. Si sus ojos se enternecen, si siente palpitar su corazón, si quiere ser predicador, tome a Massillon y trabaje. Entonces el ingenio de éste encenderá el suyo: como él creará por sí mismo, y después en el templo otros le restituirán las lágrimas que estos grandes maestros le habían hecho derramar. Mas si la ternura y calor de la palabra de estos hombres le dejan tranquilo y tibio, si sólo halla agraciado lo que debía arrebatarle, no pregunte dónde está el ingenio, este don sublime, que la especulación de las definiciones no puede explicar a quien no puede sentirlo.

Nadie crea que el ingenio consista en la extensión de la memoria: este error ha dimanado de muchos entendimientos vulgares, que porque tienen el cerebro moblado de pensamientos ajenos, se quieren anivelar con los hombres que piensan por sí. El docto que no tiene mas que memoria, viene a ser el obrero

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subalterno que va a las canteras a escoger el mármol, y el hombre de ingenio es el escultor, que hace respirar la piedra bajo la forma de la Venus de Cnido, o del Gladiador romano.

El ingenio puede suplir a la memoria; nunca ésta al ingenio. Cervantes produjo su Don Quijote sin haber historia real de tal héroe, ni de tales hechos; y Cornelio a Lapide con toda su maravillosa erudición, no hubiera hecho una página de Massillon, o Bossuet.

Sin embargo es menester un gusto severo para moderar el vuelo del ingenio, y el ímpetu de la imaginación; mas sin obedecer tampoco a la regla de aquellas almas flemáticas e insensibles, que quisieran arrancarle a la elocuencia los rayos que vibra. Todo lo que está lleno de verdad y razón puede respirar alguna vehemencia; pero precaviendo siempre la ridiculez de aquel declamador, que amontonando palabras se enardece puerilmente, representando a sangre fría lo patético.

La elocuencia escrita, privada del auxilio de la acción, no necesita de menos moción que la pronunciada. Las Verrinas, y la segunda Philippica de Cicerón fueron compuestas sólo para la lectura; sin embargo son acaso lo más fuerte y penetrante que tiene la elocuencia. Porque el orador muchas veces es un hombre apasionado, que no debe seguir los pasos lentos y acompasados del disertador. La verdad, hermoseada con la novedad de la expresión y gracias del estilo, gana todos los votos de los oyentes.

Digamoslo de una vez: el hombre de ingenio, cuando escribe de objetos que le hacen una viva impresión, no puede dejar de comunicar a su estilo los movimientos de su alma. Por esto todos los autores ordinariamente pintan su carácter en sus escritos. En una palabra, no hay elocuencia fría: y si contemplamos el hombre de ingenio, éste se distingue de los demás hombres de talento, en quanto todo lo que dice y hace lleva consigo un gran carácter.

Imaginación

La mayor parte de los que hasta hoy han tratado de la imaginación, han restringido o extendido demasiado la significación de esta palabra: pero para definirla exactamente, tomémosla en su etimología del latín imago, imagen.

La imaginación, pues, consiste en una combinación o reunión nueva de imágenes, igualmente que en una correspondencia o cotejo exacto de ellas con el sentimiento que se quiere excitar. Si este ha de ser el terror, entonces la imaginación cría los esfinges, anima las furias, hace bramar la tierra y vomitar fuego a los cielos: si la admiración o el encanto, entonces cría el jardín de las Hespéridas, la isla encantada de Armida, y el palacio de Atlante. Así diremos que la imaginación es la invención en materia de imágenes, como lo es en materia de ideas el ingenio.

De estas observaciones se sigue, que la imaginación es aquel poder que cada uno tiene de representarse en su entendimiento las cosas sensibles. Esta facultad intelectual depende originalmente de la memoria: pues vemos los hombres, los animales, los montes, los valles, los ríos, los mares, los cielos y sus fenómenos. Estas percepciones entran por los sentidos, la memoria las retiene, y la imaginación las rompone. Por esto los Griegos llamaron a las Musas hijas de la memoria.

No podemos negar que en la antigüedad la imaginación tuvo una suprema influencia sobre los escritores, los quales, nacidos bajo de un cielo dulce, hablaban lenguas favorables a la harmonía: tenían además una física animada, y una mitología, que era verdaderamente una galería de pinturas. Su mundo metafísico estaba poblado de seres sensibles, sus filósofos eran poetas, y su religión vivificaba la naturaleza.

Sin embargo los antiguos no agotaron todo el copioso manantial de la imaginación, del cual mucho podemos sacar nosotros: pues todos los escritores notables estan llenos de ideas nuevas, y de imágenes brillantes que las expresan. Porque hay tantas diversidades posibles en las pinturas de la naturaleza como combinaciones en los caracteres de la imprenta: verdad que dimana de que cada hombre debe pintar los objetos del modo que los ve.

En muchos escritores se halla imaginación, y falta gusto, que por otra parte le es tan necesario. Este defecto se debe atribuir a la incoherencia de las figuras, a la ignorancia de los buenos modelos, y principalmente a la manía de quererlo pintar todo.

La imaginación, siempre que no se abusa de ella, es una de las bases del gusto: es necesaria al escritor que compone y al orador que conmueve; porque la fría razón, cuando no va acompañada, apaga el gusto en un escrito ameno y en el alma del oyente.

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Con todo el orador no puede dejarse poseer tanto de la imaginación como el poeta, cuyos defectos sólo son escusables en un poema escrito con calor. Aquel en los lugares en que el oyente necesite de deleitación, y en los intervalos del discurso que se hayan de llenar de pinturas fuertes, podrá criar nuevos seres, nuevos objetos para hacerlas más vivas y más visibles.

Cuando el orador ha de presentar una pintura o descripción para aterrar, la imaginación sabe que los mayores retratos, aunque sean los menos correctos, son los más propios para causar una fuerte impresión. Entonces, por ejemplo, preferirá las erupciones de fuego, humo y ceniza del monjibelo a la quieta y pura luz de las lámparas del sepulcro. Si se trata de expresar un hecho sencillo con una imágen brillante, de enunciar, supongamos la discordia levantada entre los ciudadanos, la imaginación representa la paz, que sale llorosa de la ciudad tapándose los ojos con la oliva que ciñe sus sienes.

La imaginación activa que forma los poetas es hija del entusiasmo, que según esta voz griega, es una emoción interna que agitando el entendimiento, transforma el autor en la persona que hace hablar: pues el entusiasmo propiamente no consiste sino en las imágenes y movimientos. Entonces el autor dice precisamente las mismas cosas que diría el personaje que representa; así la imaginación ardiente, pero discreta, no amontona figuras incoherentes, como la de aquel que dijo de un hombre gordo de persona y de potencias: La naturaleza fabricando los muros de su alma, mas cuidó de la vaina que dé la hoja. En esta frase hay imaginación, pero desarreglada y grosera; y además la aplicación es falsa, porque la imagen de muro no tiene conexión con la espada.

Lo mismo sería decir: el navío entró en el puerto a rienda suelta. Tampoco una Princesa desesperada debe decir en cierto drama a un Emperador: El vapor de mi sangre subirá a encender el rayo que los dioses tienen fraguado para resolverte en polvo. ¿Quién ignora que el verdadero dolor no se explica con metáforas tan forzadas y tan falsas?

Si la imaginación es mas permitido a la poesía que a la elocuencia, es porque el discurso oratorio debe apartarse menos de las ideas comunes y generales. Y como el orador en algún modo habla el lenguage del mundo, la imaginación, que es lo esencial en la poesía, es lo accesorio en la oratoria.

En la elocuencia como en todas las artes la bella imaginación es siempre natural, la falsa la que amontona cosas incompatibles, y la fantástica la que pinta objetos que no tienen analogía ni verosimilitud. La imaginación fuerte profundiza los asuntos; la floja los toca superficialmente; la suave se extiende sobre pinturas agradables, la ardiente acumula imágenes sobre imágenes; y la prudente emplea con discreción todos los diferentes caracteres, admitiendo rara vez lo extraordinario, y siempre desechando lo falso.

La memoria cargada de hechos, imágenes, y espectáculos diferentes, y continuamente ejercitada, engendra la imaginación, que por lo que se observa, nunca es tan fuerte como desde los treinta hasta los cincuenta años: tiempo en que las fibras del cerebro han adquirido toda su consistencia, la misma que no puede dejar de comunicarse a las verdades o errores que el entendimiento haya adoptado. A esto se añade el concurso de muchas causas físicas, que contribuyen a fortificar la imaginación: los libros la excitan, los espectáculos del mundo la encienden, y el suelo natal la exalta. Por más que se diga, alguna diferencia ha de haber entre las eternas nieves de la Laponia, y el dulce cielo de las fortunadas márgenes del Betis.

La imaginación algunas veces es tan necesaria como la razón al hombre que ha de persuadir a los demás; porque en un discurso, no solo es menester decir verdad para contentar al entendimiento, mas también revestirla de imágenes, para hacerla interesante a la imaginación de los oyentes.

Si tuviésemos por oyentes o lectores puras inteligencias, u hombres mas racionales que sensibles, para agradarles bastaría exponerles sencillamente la verdad, y entonces el orador no se distinguiría del geómetra. Pero como en la mayor parte de los discursos se habla a hombres que no quieren oír sino lo que pueden imaginar, que creen no conocer sino lo que pueden sentir, y que no se dejan persuadir sino por medio de la moción, se hace en algún modo necesario que el que habla se valga del auxilio de las imágenes, las cuales poniendo a la vista los objetos, sostienen la atención, y evitan el enfado.

Cuando un orador de una imaginación fuerte está dorado de ingenio, tiene en su mano el imperio de los corazones; porque en general una pasión viva lleva mucha ventaja para persuadir, por la razón que no se puede imaginar vigorosamente, sin pintar del mismo modo. Además los signos característicos de las pasiones en un hombre apasionado tiranizan luego los sentidos de los que escuchan, y el orador que ha subyugado la máquina, con facilidad subyuga la razón: eloquio victi re vincimur ipsa.

Ésta es la causa porque Cromwel y otros capitanes famosos, sin tener el don de la elocuencia se han hecho obedecer con tanto imperio de sus secuaces y sus tropas: pues como en ellos la elocuencia de los gestos suplia la de las palabras, tenían el aire de Demóstenes, y fueron tenidos por tales.

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Entre los rasgos de imaginación de los grandes ingenios hay algunos que hieren a los hombres de todos los siglos y países: tal es en Homero la alegoría de la cadena de oro con que Júpiter arrastra los hombres: tal el combate de los Titanes en Hesíodo: tal el discurso patético del occéano personificado por Camoës en su Lusiada.

Para dar alguna idea del poder de una imaginación sublime y agaraciada, ponemos aquí este trozo brillante de una pluma que pinta la historia: Yo abro los fastos de la historia, y de repente los muertos salen de la nada. Todo se rebulle, todo se apiña al rededor de mí. ¡Qué población! ¡qué rumor! Los desiertos se hermosean, las antiguas ciudades vuelven a levantarse al lado de las nuevas; las generacianes amontonadas unas sobre otras salen triunfantes de la noche del sepulcro; y los monumentos de su grandeza, salvados del furor de la barbarie, parece que tremolan a su aspecto. Oigo la voz de Catón tronando contra los vicios; miro a Bruto, y a su hijo inmolados; soy testigo del suspiro de Tito, y acompañó Cipión al capitolio. No me digan que Atenas, y Roma fueron: esta triste idea me desalienta. Digan que Atenas, y Roma han mudado de latitud: que la primera se ha trasplantado a las orillas del Sena, Cartago sobre el Támesis, Lacedemonia al pie de los Alpes, y la opulenta Tiro a las aguas del nebuloso Texel.

¡Qué teatro aquel donde los hombres de todos los siglos y climas se hallan congregados, hablan, obran, y hacen cada uno su papel sin embarazo ni tumulto! ¡Qué grande y magestuosa me parece la tierra después que el hombre halló el secreto de pintar el pensamiento, de inmortalizar el alma de los insignes varones, y de hacer resonar sus hazañas de uno a otro polo mil años después de muertos! ¡Cuánto ha crecido desde esta época nuestra globo! Parece que veo el tiempo detenido por la mano del hombre en su rápida carrera. Su ingenio lo aprisiona para siempre el espacio, y manda a Clio que levante una punta del velo, de este velo fúnebre y opaco que la muerte tenía corrido entre la generación presente y las generaciones pasadas.

Sentimiento

El sentimiento, que se distingue de la sensación, en cuanto ésta es una impresión material dependiente de nuestras necesidades físicas, y el otro una afección suave del ánimo, relativa al hombre moral, es, según algunos, un movimiento interno y pasajero que precede en nuestra alma con mayor vehemencia, y más fuerte actividad.

El sentimiento siempre ha sido el alma de los rasgos fuertes y patéticos, quiero decir, de aquella elocuencia que engrandece y enternece el alma. Por esto se observa, que ni los sentimientos se excitan, ni las pasiones se pintan si el orador no es susceptible, o está poseído de ellas: pues para hacer una pintura fiel, y causar una moción cierta, debe el que habla estar conmovido de los mismos afectos que pretende inspirar, y hallar en sí mismo el modelo.

Además, no basta que el orador en general sea susceptible de sentimientos, sino le anima

el mismo que se propone excitar. Todo lo que se medita sin fuerza se produce con languidez, lo que se concibe con limpieza se enuncia con claridad; y asimismo se expresa con calor lo que se siente con entusiasmo: porque las palabras con tanta facilidad nacen de una idea clara, como de una moción viva.

Se conoce cuando el orador es buen o mal pintor de los afectos, por el modo con que los expresa. Toda frase ingeniosamente tejida prueba más ingenio que sentimiento; porque el hombre agitado de una pasión, enteramente poseído de lo que siente, no se ocupa en el modo de decirlo; antes bien toma muchas veces la expresión mas simple, y siempre la más natural.

Todos los rasgos afectuosos, tiernos, y profundos están llenos de sencillez, ya sea en la frase, ya en la dicción. Al contrario un ingenio destituido de afectos, siempre hará que el orador, perdiendo de vista lo simple y natural, convierta los sentimientos en máximas, que mas nos demuestran el estudio del que piensa, que la facilidad del que siente. Este no sutiliza, ni generaliza sus ideas para sacar de ellas consecuencias, y reflexiones sentenciosas.

Sin embargo de cuanto hemos dicho, es menester confesar, que aunque la pasión que anima al orador deba ser viva, no siempre es absolutamente necesario que sea por su naturaleza semejante a la que pretende excitar. Nuestra alma, como observa un ilustre escritor tiene dos móviles, por cuyo medio puede ponerse en acción, y son el sentimiento, y la imaginación: el primero tiene sin duda la mayor fuerza; mas la segunda puede muchas veces suplirlo. Por esto un orador, sin estar realmente afligido, hará derramar lágrimas al auditorio, y aun a sí mismo: del mismo modo que un actor, poniéndose en lugar del personaje que representa, agita y enternece los espectadores con la relación animada de las desgracias que no ha padecido, pero que tal vez le parece que siente. Por la misma razón muchos hombres de una imaginación vehemente pueden inspirar el amor de las virtudes que no tienen.

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Si la imaginación suple el sentimiento, no es por la impresión que hace en el orador, sino por la impulsión que da a los afectos de los oyentes. El efecto, del sentimiento es más reconcentrado en el que habla, y el de la imaginación es más propia para comunicarse a los demás: y si la moción de ésta es mas violenta, también es mas corta, pero la del sentimiento es más profunda y constante.

Lo que se busca en los discursos patéticos es que el orador no haga ingeniosos sus personajes, y que en ellos no halle sino lo mismo que precisamente inspira la pasión cuando es extremada. Entonces la pasión se fija en una idea, calla, y vuelve a ella casi siempre por exclamación, o admiración. Deben ser más bien rasgos cortos, que discursos seguidos lo que profiera: los primeros se miran como erupciones del sentimiento caliente y recién exaltado, y los segundos como partos de la reflexión tibia y tranquila.

En el primer caso siempre se expresa más de lo que se habla, y esto nunca se expresa con mayor eficacia que con la acción, o con el mismo silencio. El orador hábil llena estos intervalos de la reticencia, aquí de una exclamación, allí de un principio de frase, aquí de algunos monosílabos, allí de algún énfasis: porque la violencia del sentimiento, cortando la respiración y perturbando el cerebro, suele separar las palabras, y aun las sílabas. El alma pasa entonces de una idea a otra, y empezando la lengua una multitud de discursos, ninguno acaba.

Véase como el caballero Sydnei, recién encerrado en un calabozo para ir el día siguiente al suplicio, se pica una vena con un alfiler, y con su sangre escribe a su mujer este terrible billete: Querida esposa, tu oráculo se ha cumplido... me han condenado a muerte como rebelde; mas yo muero inocente y digno de ti. Huye de esta tierra cruel, que devora sus habitantes. Consuélate.... tu esposo no muere todo entero.... su alma te aguarda mas allá del sepulcro.

La esposa, después de haber implorado inútilmente la gracia del feroz ministro, y de verse combatida por las impuras solicitaciones de este árbitro de la vida de su marido, que a precio tan caro se la prometía, le dice: ¡Bárbaro! de mi oprobio espera tu clemencia el premio! Tú quieres ser adúltero para ser justo.... Yo no tuve mas que un padre: tampoco tendré mas que un esposo. ¡Esposo mío!.... ¡qué has de morir, y yo puedo salvarte! Yo lo puedo.... Yo he de padecer el odio de mi patria, o he de merecerlo. Oh! ¡tentación terrible! Ídolo de mi vida cree.... muere virtuoso que yo viviré desgraciada, pero no infame.

La simplicidad es el carácter del sentimiento; y para que se vea que lo que nos mueve es más la situación del que habla, o la naturaleza del asunto, que las palabras, léase aquí lo que oyó y vio un autor, que lo refiere, y el efecto que pueden causar cuatro palabras sencillas y comunes. Una labradora, que había enviado su marido a una aldea vecina, recibe la noticia que le habían asesinado en el camino. El día siguiente, dice el autor, estuve en casa del difunto, donde vi una pintura, y oí un discurso, que no he olvidado. El muerto estaba tendido en una cama, con las piernas desnudas colgando fuera de ella: la viuda desmelenada y sentada en el suelo, tenía abrazados los pies del cadáver, y bañada en lágrimas, con una acción que las arrancaba a todo el mundo, le decía: Ah! cuando yo te envié, no pensaba que estos pies te llevasen a la muerte. ¿Una mujer de otra esfera hubiera sido mas patética? No: la misma situación le hubiera inspirado el mismo discurso. ¿Pues qué es menester para hablar con la elocución del sentimiento? Decir lo que todo el mundo diría en semejante caso, y lo que nadie oiría sin experimentarlo luego en sí mismo.

La simplicidad, que es el carácter de la expresión de los afectos, tiene un cierto sublime, que todos conocemos y nadie puede definir: y esto es lo más precioso de estos discursos, tan poco pulidos y aguzados, y aun mismo tiempo tan penetrantes. Esta simplicidad, y este sublime se ven y se sienten en estas palabras que decía un padre a su hijo: Dí siempre verdad. A nadie prometas lo que no quieras cumplir: te lo ruego por estos pies que calentaba con mis manos cuando estabas en la cuna. ¡Qué recuerdo tan dulce! ¡qué imagen tan tierna!

Oigamos la sencilla y fuerte respuesta de un Jefe de Salvajes a los Europeos, que querían hacer transmigrar su nación. Nosotros, dice, hemos nacido en esta tierra, y en ella están enterrados los huesos de nuestros padres. ¿Diremos a los huesos de nuestros padres, levantaos, y venid con nosotros a una tierra extraña? Antíloco anuncia a Aquiles la muerte de Patroclo su amigo: cubierto del polvo del combate, y con un semblante lloroso se llega al héroe, y le da la triste noticia en tres palabras de la mayor viveza. Patroclo, dice, ha muerto: se pelea por su cadáver.... Héctor tiene sus armas. ¡Qué sencilla expresión! ¡qué sublime sentimiento!

Estas delicadezas tan frecuentes en los pasajes más sencillos, se escapan al común de los lectores: porque, como dice un autor, se puede asegurar que hay mil veces más personas capaces de entender un geómetra que un poeta: la razón es, que hay mil hombres de buen juicio por uno de buen gusto, y mil de buen gusto por uno de gusto delicado.

La elocuencia de los afectos es un talento concedido por la naturaleza a pocas personas. Del ingenio podrá depender el arte de convencer, mas no el de persuadir; el de seducir, mas no el de mover: acaso el

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ingenio solo formará un retórico sutil, pero únicamente un corazón sensible y grande hará un hombre elocuente; porque aquel que se penetra vivamente de lo patético y sublime, no está muy lejos de expresarlo.

Esta disposición de la elocuencia tierna, que forma la unción del estilo, no comprehende las calidades brillantes de la elocución, ni la harmonía entre el tono y el gesto, de la cual nace la elocuencia exterior aquí tratamos de aquella elocuencia interna de aquella, que abriéndose paso con una expresión sencilla, y a veces inculta, hace poco honor al arte y mucho a la naturaleza; de aquella en fin sin la cual el orador no es más que un declamador.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Tratado de la elocución oratoria

Después de los principios generales y fundamentales de la elocuencia, que son sabiduría, gusto, imaginación, ingenio, y sentimiento del orador, falta tratar particularmente de las calidades y reglas de la expresión, sin la cual estas cinco cosas no pueden ponerse en acción, ni ser de uso alguno.

La voz elocución es genérica, en cuanto significa la manera de expresar los pensamientos; pero la elocución oratoria es una palabra que especifica y caracteriza el arte de hablar según las reglas de la retórica, las cuales no deben ser otras que las de la naturaleza, dirigidas por el gusto y la razón.

La elocución es pues de una necesidad tan absoluta al orador, que sin ella se halla incapaz de producir sus ideas; y todos sus demás talentos, por grandes que sean, le son enteramente inútiles. De la elocución sacó su denominación la elocuencia: así vemos que aquella ha decidido siempre del mérito de los oradores, pues es la que forma las diferencias de estilos, y constituye todo el valor y fuerza del discurso.

En la elocución se pueden considerar dos partes: la dicción, y el estilo. La primera es más relativa a la composición y mecanismo de las partes del discurso, como son pureza, claridad, harmonía, de que nace la elegancia, número, corrección, y propiedad. La segunda contiene aquellas calidades más particulares, más difíciles, y más raras, relativas al ingenio y talento del orador: sus virtudes son método, orden, perspicuidad, naturalidad, facilidad, variedad, precisión, nobleza.

Parte primera

De la dicción

Como se compone la oración de periodos, los períodos de miembros, los miembros de incisos, los incisos de palabras, y las palabras de sílabas, aquí trataremos por su orden de todas estas partes, que forman la dicción oratoria.

I. Composición

De las sílabas

Dos cosas complacen al oído en el discurso, sonido, y número; el primero por la naturaleza de las palabras, esto es, por la composición de las sílabas, cuya menor o mayor melodía nace de la acentuación de las letras, y de su concurso y trabazón; el segundo por la coordinación y número de los términos, o medida de los incisos.

Para analizar bien el placer que resulta de una sucesión de sonidos, es menester antes descomponerla en sus partes y elementos. Las frases se componen de palabras, y éstas de sílabas que se forman o de simples vocales, o de vocales y consonantes juntamente; mas como entre estas dos especies hay algunas más o menos fáciles de pronunciar, mas o menos sordas, más o menos rudas, la combinación de estas consonantes y vocales forma la mayor o menor dulzura, la mayor o menor aspereza de una sílaba. Por esto la lengua española, que tiene la hermosa mezcla de consonantes y vocales dulces y sonoras, se puede llamar la más harmoniosa de las vulgares.

Pero primeramente es menester evitar la continuada melodía y consonancia de sílabas, o palabras demasiado cercanas, que forman el vicio del sonsonete, cuando el autor no castiga la composición. En uno, que se nos ha querido poner por modelo, leemos: El autor no fue prudente en no querer que sus faltas

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enmiende y defienda el que las siente. Otro, por falta de atención, o de un oído sensible, dice: Estos ecos lejos suenan. En este caso la prosa siempre será pobre, insípida y monótona, porque el placer del oído debe provenir de los intervalos disonantes, esto es, de la variedad del acento y pronunciación.

En segundo lugar, se pide tino para que no se encuentre en las letras el desagradable concurso de muchas vocales de una misma especie: por ejemplo: oía a Aurelio: leía a Ausonio: vaya hacia Europa, etc. Este vicio literal se llama cacafonía, a que es siempre muy propensa nuestra lengua, si no se maneja con cuidado, consultando el oído, que es el mejor juez y la única regla.

En tercer lugar debemos precaver, en cuanto sea posible, el concurso duro de muchas consonantes rudas y fuertes, como en estas expresiones: error remoto: trozos rojos: sus sucios sucesos. El tino en esta materia consiste en saber interpolar las palabras, invertirlas, o escoger otras que formen una frase mas fluida y sonora.

De las palabras

Todo discurso se compone de palabras, cada palabra expresa una idea: luego parece que el orden gramatical de estos signos en la oración habrá de seguir el natural que en su filiación llevan las ideas. Pero aunque las reglas lógicas de la gramática general prescriban este orden con más severidad, las leyes oratorias, cuando buscan la elegancia, precisión y energía, permiten la transposición, que en unas lenguas puede ser más libre que en otras, y en todas tiene siempre más licencia en la poesía. Sin embargo hay ideas, que por su correlación y calidad no pueden invertir la coordinación en la frase: como se puede ver en la que deben guardar ciertos nombres. Como: sin padre ni madre: los hombres y los brutos: dos años y dos meses: en su enfermedad y muerte, etc.

¿Quién ignora que en el orden de estas palabras se ha de guardar la prioridad de tiempo, lugar, calidad, cantidad? Con todo eso en escritos muy serios, y llenos de ingenio se descubren a veces estos defectos, que la prosa condena por graves, cuando otras excelentes virtudes del escritor, o la delicadeza del número oratorio no los hacen disculpables.

Por otra parte todas las palabras, siendo unos signos representativos de las ideas, deben guardar aquella progresión siempre dependiente del orden de los objetos que abrazan, como: herida grave, cruel, atroz: objeto triste y horroroso: acomete, desbarata, aniquila; pero los adverbios, conjunciones, y otras partículas absolutas y neutras deben colocarse donde prescribe el uso, o el diferente carácter de las lenguas; aunque la armonía oratoria puede alguna vez alterar este orden, como sucede con los nombres superlativos, y esdrújulos positivos, que ordinariamente preceden al sujeto: así diremos: atrocísima maldad, intrépida amazona.

Seríamos minuciosos y demasiado prolijos, si nos detuviésemos aquí sobre las comunes y menudas reglas del mecanismo del lenguaje: basta una sana lógica para hacernos advertir el cuidado que exige el orden didáctico, solamente en el raciocinio usual y ordinario, y cuan fácil es invertir el sentido de nuestras expresiones más naturales, siempre que creamos poder hablar con corrección, sin poseer la filosofía de la gramática, la primera que el hombre civil debe estudiar; porque así como fue menester pensar para instituir el arte de la palabra, después no ha sido menos necesario saber hablar para fijar reglas al arte de pensar.

De los incisos

El inciso o coma es aquella parte de una cláusula o miembro, en la que no se cierra el sentido de una proposición: por ejemplo: Si con tantos escarmientos, si con la vista de la muerte, si con la pintura del abismo, no.... Este es un miembro con tres incisos, que dejan pendiente la inteligencia de la oración. Hay otros incisos que cierran el sentido por sí solos; por ejemplo: Deleitaba a todos, movía a muchos, instruía a pocos. Esta oración entera, y compuesta de tres incisos, completa el sentido total, del modo que cada inciso circunscribe el suyo parcial. Hay en fin otros incisos, cuya frecuente colocación divide cada palabra de por sí; así diremos: Era ambiciosos cruel, pérfido, vengativo.

De los miembros

El miembro es aquella parte del período, en que la oración como manca o abierta tiene suspenso el sentido general, e imperfecta la enunciación de la vida. Ejemplo: Si la religión es tan necesaria a los hombres, si hasta los pueblos más salvajes no han podido subsistir sin ella; ¿cómo vosotros.....? Aquí vemos dos miembros, pero no tenemos todo el cuerpo de este discurso.

Sin embargo hay otros miembros, que forman un sentido perfecto por sí solos, cuando enlazan así muchas proposiciones independientes unas de otras. Éstas sólo se distribuyen y encadenan para amplificar la idea principal en el discurso, el cual, aunque se componga de muchas cláusulas cerradas, no necesita de

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ninguna en particular. Por ejemplo: El paso del Granico hace a Alejandro dueño de las colonias griegas; la batalla de Isso pone en su poder a Tiro y Egipto; y la jornada de Arbela le sujeta el orbe entero.

Del período

El período es aquella oración que se encierra dentro de un círculo o espacio, circunscrito por muchas frases u miembros perfectos. Los hay de dos miembros, de tres aun de cuatro.

El período se divide en dos partes: la primera, que es la proposición, suspende el sentido: y la segunda, que es la conclusión, cierra y acaba el sentido abierto y comenzado.

En el período bimembre, tanto la proposición como la conclusión son simples. Ejemplo: Siendo la patria la que nos ha dado el nacimiento, la educación, y la fortuna, debemos como buenos ciudadanos sacrificarnos por ella. En los períodos trimembres la proposición abraza comúnmente los dos primeros miembros, y la conclusión el tercero. Ejemplo: 1.º Antes que la guerra destruya esta provincia, 2.º y que la bárbara soldadesca nos robe nuestros hogares,3.º vámonos, amada familia, a buscar el reposo en otro clima. En los cuadrimembres algunas veces la proposición abraza los tres primeros, y la conclusión el último. Ejemplo: 1.º Si el vicio es tan alhagüeño, 2.º si el corazón del hombre busca siempre lo que le lisonjea , 3.º y si la virtud es hoy mirada como demasiado amarga y austera, 4.º ¿por qué tanto héroes, llenos de opulencia, de deleites, y de gloria, lo han sacrificado todo por abrazarla?

En otos períodos de cuatro miembros se distribuyen los dos primeros en la proposición, y los dos últimos en la conclusión. Ejemplo: 1.º Aunque el impío dude de su autor, 2.º y blasfeme contra el que lo ha criado todo, 3.º nunca podrá apartar la vista de las obras que no son de los hombres; 4.º antes su misma duda depone contra su incredulidad.

II. Elegancia

Esta voz se deriva, según algunos, de la palabra eligere, escoger, pues solo esta latina puede ser su verdadera etimología: en efecto todo lo que es elegante es escogido.

La elegancia de un discurso no es la elocuencia, sino una de sus calidades; pues no consiste solo en el número y armonía, sino también en la elección y corrección de las palabras.

Un discurso puede ser elegante sin ser por esto bueno; porque, como ya hemos dicho, la elegancia no es mas que el mérito de la dicción: pero un discurso no podrá llamarse absolutamente bueno si no es elegante. Sin embargo algunas veces el orador mueve y convence sin elegancia, sin número, y aun sin armonía, porque el punto principal en materia de elocuencia consiste en que la elegancia nunca perjudique la fuerza: así es que el hombre que ha de persuadir a los demás, debe en ciertos casos sacrificar la elegancia de la expresión a la grandeza del asunto, o vigor del pensamiento.

Además hay lenguas mas favorables unas que otras a la elegancia, y muchas que jamás podrán adquirirla. Ya terminaciones duras o sordas, ya la frecuencia o el concurso áspero de consonantes, ya la escabrosa trabazón de partículas, y de verbos auxiliares, multiplicados a veces en una misma frase, ofenden el oído de los mismos nacionales. Pero nuestra lengua, rica y majestuosa cuando es bien manejada, corre con fluidez, pompa y desembarazo; al contrario, cuando se maneja mal, desaparece todo este mérito, como en la siguiente oración: No ha podido dejar de ser menester que ella haya de convenir en ello. Una expresión tan áspera y difusa al mismo tiempo, corta la concisión, la redondez de la frase, y la fuerza del pensamiento.

La elegancia puede dividirse en pureza de lenguaje, claridad y armonía.

Pureza

La corrección y exactitud sea calidades constitutivas de la pureza del lenguaje: la primera consiste en la observancia escrupulosa de las reglas de la gramática, y de las palabras que el uso legitima; la segunda consiste en evitar las expresiones y voces anticuadas, las cláusulas mutiladas o a medio cerrar, y la frase o inversión de los poetas, que dislocan y cortan el enlace de las palabras, cuya licencia, necesaria para el número y la rima, no es permitida al orador.

No hemos de confundir la pureza del lenguaje con el purismo: afectación minuciosa, que estrecha y aprisiona el ingenio. Todos los puristas son ordinariamente fríos, secos, y descarnados en sus escritos.

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La corrección mira también a la exacta coordinación de las palabras y expresiones, y al encadenamiento natural de las voces que forman el hilo y sucesión de las ideas. Estas virtudes componen la construcción en general, una de las partes del discurso, cuyos defectos en esta regla, tan esencial a la limpieza de la locución, se llaman solecismos.

Aunque miramos la corrección por una virtud tan necesaria, el orador no debe ser de tal modo su esclavo, que llegue a extinguir la vivacidad del discurso: entonces las faltas ligeras son una feliz licencia. Si es vicio ser incorrecto, también es gran defecto ser frío, y alguna vez vale más faltar a la gramática que a la elocuencia, esto es, vale más ser inexacto que lánguido.

Claridad

Ésta es una virtud gramatical, que depende enteramente de las reglas de la corrección, y de la propiedad de las palabras; por consiguiente de la breve y limpia enunciación del pensamiento.

La claridad, esta ley fundamental, tan olvidada de los mismos escritores que se hacen oscuros por querer ser profundos, consiste, no sólo en huir de las construcciones equívocas, y de las frases demasiado cargadas de idea, accesorias a la idea principal, sino también, en evitar las agudezas sutiles, cuya delicadeza no es perceptible a todos los que el orador debe con su lenguaje mover, enternecer, y arrastrar. Despreciemos siempre este arte fútil y pueril de hacer parecer las cosas más ingeniosas de lo que en sí son. Las agudezas siempre serán ridículas en los asuntos susceptibles de elevación y vehemencia, que piden cierta fuerza y un colorido vivo, porque les quitan su nobleza y vigor sin hermosearlos.

Armonía

Entre las virtudes de la elegancia contamos la armonía, otro de los adornos más indispensables del discurso oratorio. La armonía, propiamente hablando, es la grata sensación que resulta de la simultaneidad con que muchos sonidos acordes hieren el órgano del oído. Por esto un célebre hombre ha observado, que abusamos de esta palabra armonía para explicar los efectos de la melodía, que no es mas que aquel placer que resulta de la sucesión de muchos sonidos. En efecto cuando oímos un discurso, oímos sucesivamente el sonido de cada sílaba, de cada palabra, frase, y período y porque la pronunciación no puede alterar este orden. Pero sirvámonos de la voz generalmente adoptada por los retóricos, y definamos la armonía por la idea que despierta la palabra melodía.

Hay oídos insensibles a la armonía musical: así no es de admirar que los haya también a la armonía del lenguaje; pero en uno y en otro caso el arte no puede corregir un defecto de la naturaleza.

La armonía del lenguaje resulta en primer lugar del valor silábico de las palabras que componen una frase; quiero decir, de sus largas y breves, de tal modo combinadas, que precipiten o detengan la pronunciación a voluntad del oído. Como en estos ejemplos: Rápida bola, aquí corre: mártir constante, aquí detiene.

En segundo lugar, resulta de la calidad de las palabras; no entiendo por esta voz lo que caracteriza la nobleza o bajeza, la energía o flojedad de ellas, porque éste no es un objeto directo de la retórica, sino aquella diferencia material en que las considera la prosodia, relativamente a lo agudo o grave, lento o rápido, áspero o dulce de su sonido.

Últimamente hay en las lenguas otro principio de armonía, y es el que resulta de la coordinación de las palabras, y aun de los miembros de una misma frase: ésta se puede llamar armonía oratoria, en lugar que la que dimana del valor silábico de las voces es una armonía gramatical, que depende únicamente de la lengua; pero la primera resulta en parte de la misma lengua, y en parte del modo con que se maneja; porque si no tenemos facultad para mudar las palabras ya creadas, la tenemos alomenos hasta un cierto punto para disponerlas del modo más armonioso.

El primer género de armonía oratoria es una preciosa calidad del genio de nuestra lengua, que aunque no admite la licencia de la inversión griega y latina, no deja de adoptar cierta libertad para cortar alguna vez el orden más simple y natural de las ideas. Pero siempre condena las transposiciones violentas, y sólo autoriza aquella inversión necesaria para dar al discurso más armonía, claridad, y energía. Descompóngase un período de Cicerón o de Flechier, las palabras y el sentido serán los mismos, pero la armonía desaparecerá.

Esta coordinación de las palabras, de que trataremos más adelante, contribuye no tan solo a hermosear un pensamiento, si también a darle mayor fuerza. Pero algunas veces de puro buscar la armonía, se prefiere lo accesorio a lo principal, trastornando el orden natural de las ideas. Como el que dice: La muerte y el terror del numantino, siendo su orden natural: el terror y la muerte.

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Hablando con rigor, no se puede usar de esta licencia sino cuando las ideas que se invierten son tan cercanas la una a la otra, que se presentan casi a un mismo tiempo al oído y al entendimiento. Sin embargo en el estilo fuerte, cuando se trata de pintar cosas grandes o terribles, es menester alguna vez, si no sacrificar, alomenos alterar la armonía.

Las antiguos eran extremadamente delicados sobre esta calidad accesoria del discurso, y entre otros principalmente Cicerón. Esta atención a la armonía de ningún modo contradice al género patético, en el cual las ideas fuertes y grandes dispensan de buscar los términos. Aquí sólo se trata de la disposición mecánica de las palabras, y no de la expresión en si misma, que es dictada por la naturaleza, al paso que la otra es arreglada por el oído.

Pero cuando la coordinación armónica de las palabras no puede conciliarse con la coordinación lógica, ¿qué partido podrá elegir un orador? Deberá entonces, y según los casos sacrificar ya la armonía, ya la corrección la primera, cuando quiera herir con las cosas, y la segunda cuando mover con las palabras; pero estos sacrificios siempre serán leves y muy raros.

En fin a muchos parecerá increíble la diferencia que causa en la armonía una palabra más o menos larga al fin de una frase, una cadencia masculina o femenina, y algunas veces una sílaba más o menos en el espacio de un miembro o inciso. Dice un autor: Todos la aborrecían, y la despreciaban los más. Esta final monosilábica es dura e ingrata: inviértase, y remataremos la frase con cadencia mas fluida y sonora, diciendo: Todos la aborrecían: los más la despreciaban.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

III. Número oratorio

Número oratorio se llama aquella melodía que nace de la medida y composición de las partes del discurso; pues a mas de la acentuación y coordinación de las palabras, la armonía exige otra condición no menos necesaria, y consiste en no poner notable desigualdad entre los miembros de un mismo período, en evitar los períodos excesivamente dilatados, y las frases muy ahogadas; porque el discurso no ha de hacer perder el aliento, ni volverlo a tomar a cada instante. En fin consiste en saber interpolar los períodos sostenidos y llenos con los que no lo son, para que sirvan de descanso al oído.

Pero la afectación, o sujeción violenta, enemigas de toda hermosura, no lo son menos en esta materia. El uso y el oído, mejor que un estudio penoso, podrán facilitar este tino delicado: y sobre todo una atención profunda en los grandes modelos enseñará más que todas las reglas. El escritor ejercitado percibe por una especie de instinto musical la sucesión armónica de las palabras, del modo que un lector diestro ve de una ojeada las sílabas que preceden y las que siguen.

El siguiente ejemplo nos podrá dar una idea de la fluidez del número oratorio, la que nace de la igualdad, discreta distribución, y armonía de los miembros del discurso. La ruina de Tiro por Alejandro, y la situación feliz del promontorio, la infancia de la Italia, y las turbulencias de la Grecia acantonaron la industria mercantil en la plaza de Cartago, señora de las riquezas, y las navegaciones. Esta oración, verdaderamente llena, corriente, y bien sostenida de períodos sonoros, perdería mucha parte de este mérito, si dijésemos, v. gr. Acantonaron la mercantil industria en Cartago, señora de las navegaciones, y las riquezas.

Pero aunque el discurso elegante siempre consta de una cadencia numerosa, ni tiene medida determinada como la poesía: así el escritor discreto evita que su prosa tome el ritmo riguroso de la versificación; pues se observa que toda prosa grata y sonora contiene muchos versos de cierta medida; más el orador que sabe interpolarlos y distribuirlos, comunica al discurso la hermosura y melodía del poeta sin darle su monotonía.

Otras veces, por no faltar al número se añade o repite una palabra que el genio gramatical de la lengua tal vez desecha. Alomenos el carácter usual del idioma castellano admite pocas repeticiones de partículas, que cortan casi siempre la fluidez de la base. En este ejemplo: El fomento de las ciencias y artes, la medida que falta en las últimas palabras quita el número y cadencia armónica a la frase; así diremos: El fomento de las ciencias y las artes. La repetición del artículo las, completa el número que busca el oído para no ser ofendido. Siguiendo el genio de nuestra lengua diremos sin perder el número: Fue para su consuelo y satisfacción. Pero sacrificando la corrección gramatical a la armonía diremos: Perdió su honor y su fortuna, repitiendo el pronombre su.

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IV. Propiedad de la dicción

Siendo principalmente la palabra y el ejercicio de esta preciosa facultad, lo que distingue al hombre del bruto, y aun de sus semejantes, la perfección del lenguaje merece el trabajo más serio, y pide las investigaciones más profundas. Sin embargo debemos confesar, que el examen demasiado escrupuloso de las menudencias gramaticales, siempre comunicará al discurso una sequedad y monotonía cansada. Con esto no pretendo justificar los pretextos de la pereza, y de la suficiencia presuntuosa de los que se creen privilegiados para escribir con propiedad y sin trabajo de su parte.

Como la propiedad de los términos es el carácter distintivo de los grandes escritores, su asunto, digámoslo ahí, debe estar anivelado con su estilo. Esta virtud es la que demuestra el verdadero talento de escribir, no el arte fútil de disfrazar con vanos colores las ideas comunes. De la propiedad de los términos nacen la concisión en los asuntos de controversia, la elegancia en los de amenidad, y la energía en los grandes y patéticos.

Pero, si alguna ves es verdad, que el cuidado prolijo de hablar con propiedad exacta corta el vuelo al ingenio, y enerva el vigor del talento, es cuando emprendemos escribir en una lengua muerta, o fundamentalmente desconocida. Entonces es cuando, perdiendo el tiempo en indagar, pesar y medir cada palabra, se amortigua la actividad del entendimiento más fecundo: entonces es imposible que el discurso no descubra la sujeción y el embarazo de la composición.

Preparémonos, pues, por un estudio serio y profundo de nuestra propia lengua; y las cosas se nos manifestarán al entendimiento con sus signos representativos. Entonces, únicamente ocupados del objeto que se propone, desplegaremos toda la riqueza de la elocución con aquel lucimiento y manejo que dan la facilidad y exactitud, adquiridas en el lenguaje.

Esta exactitud y propiedad tan necesarias dependen del conocimiento fijo y riguroso de la significación directa de cada palabra. Así es sumamente importante aprender a discernir las diferentes ideas parciales, que pueden encerrarse en el sentido general de una misma vez, distinguiendo en ella las ideas accesorias de la principal; asunto que vamos a tratar en el siguiente artículo.

Términos sinónimos

A la propiedad de la dicción pertenece la elección de estas palabras comúnmente llamadas sinónimos. El discurso carecerá de precisión y energía siempre que el pensamiento se anegue entre aquella profusión de palabras análogas, que quitan la rapidez, y por consiguiente la fuerza a la expresión.

La delicada diferencia o gradación que se halla entre los sinónimos, esto es, el carácter particular de estas voces que se asemejan como hermanas por una idea general y común a todas, las distingue una de otra por alguna idea accesoria y particular a cada una de ellas. De aquí viene la necesidad de elegirlas con acierto e inteligencia, colocándolas oportunamente para hablar con toda exactitud: calidad tan rara como preciosa en un escritor que quiere hacer sólido lo que en otros sólo es brillante.

Esta feliz elección, totalmente opuesta a la vana verbosidad, enseña a decir siempre cosas; enemiga del abuso de las palabras, hace el lenguaje inteligible; juiciosa en el uso de los términos, castiga y fortifica la expresión; rigurosamente exacta, destierra las imágenes vagas y generales, y todos estos correctivos indefinidos como, casi, a modo de, a poca diferencia, con que se contentan los entendimientos perezosos y superficiales. En fin es forzoso decir, que el espíritu de discernimiento y exactitud es la verdadera luz que en un discurso distingue al hombre sabio del hombre vulgar.

Para adquirir esta exactitud, el escritor elocuente debe ser algo escrupuloso en las palabras, hasta llegar a conocer que las que se llaman sinónimos no lo son con todo el rigor de una semejanza tan perfecta, que su sentido sea en todas un enorme; pues examinándolas de cerca se echa de ver luego que esta semejanza no abraza toda la extensión y fuerza de su significado; que solo consiste en una idea principal que todas incluyen indefinida y generalmente; pero que cada una diversifica a su modo por medio de una idea secundaria o accesoria, que constituye su carácter propio y particular. ¿Quién dirá que las palabras excitar, incitar, provocar se pueden usar indistintamente para una misma idea. Lo mismo digo de estotras miedo, temor, timidez: lo mismo de espantoso, asombroso, horroroso.

Por cierta idea mal entendida de riqueza caen muchos en esta pródiga ostentación de palabras: otras veces la incertidumbre e indecisión que padecen sobre el valor específico y propiedad de ellas les obliga a multiplicarlas para poder hallar entre muchas la que buscan. A la primera causa digo, que no es el valor numeral de las voces el que enriquece al lenguaje, sino el que nace de su diversidad, como la que brilla en las obras de la naturaleza; y a la segunda añado, que el que habla o escribe no tiene aquel pulso cierto y fino que pide el rigor filosófico de la elocución.

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Cuando las palabras varían sólo por los sonidos, y no por la mayor o menor energía, extensión, precisión o simplicidad que las ideas tienen, en lugar de hacer rico al discurso, mas le empobrecen fatigando la memoria: esto es confundir la abundancia con la superfluidad, y hacer, como quien dice, consistir la magnificencia de un banquete en el número de los platos y no de los manjares. En fin respeto que entre las diferentes palabras que pueden hacernos sensible un pensamiento, sólo una es la propia, todas las demás, siendo de diverso grado de valor, debilitan o confunden la buena expresión.

Para poseer esta virtud tan esencial en el arte de comunicar sus pensamientos, es necesario un profundo conocimiento de la lengua en que se habla o escriba. El que carezca de esta virtud, usará, por ejemplo, de las palabras avenir, acomodar, reconciliar, sin advertir, que sólo se avienen las personas discordes por pretensiones u opiniones; que sólo se acomodan las que han tenido intereses, o diferencias personales; en fin, que sólo se reconcilian aquellas, que por malos servicios se habían hecho enemigas. He aquí tres actos de conciliación en general (y sólo en esto son sinónimos) pero con distintos fines y en distintas circunstancias.

Lo mismo digo de esotras voces estado, situación; la primera dice alguna cosa habitual y permanente, y la segunda la indica accidental y pasajera. Así podríamos decir: Ni el estado de padre de familias pudo mudar la situación de su fortuna. ¿Quién no ve igualmente la diferencia entre placer, gusto, deleite, delicia? Entre socorro, ayuda, auxilio? Y así de otros innumerables, que incluyen acciones, motivos y objetos deferentes, aunque abracen una idea común. Para manifestar esta diferencia, dice un escritor de cierto personaje: El vivía con austeridad, pensaba siempre con rigor, y castigaba con severidad.

Voces facultativas

Como los términos propios no son mas que aquellos signos, orales que el uso ha destinado para representar: precisamente las ideas que se quieren expresar, la exactitud del lenguaje depende también de la buena o mala elección de las voces técnicas o facultativas en cada arte o ciencia. Por falta de este conocimiento, cierto orador comparando las primeras operaciones de un hombre justo, que pelea contra las tentaciones del vicio, con las de un General de ejército antes de dar batalla, dice: El buen General debe en primer lugar registrar los soldados. Sólo los cirujanos registran, mas los Generales revistan.

Cada ciencia cada profesión tiene su vocabulario peculiar cuyo conocimiento es mas necesario de lo que se cree al buen escritor; pues como las palabras no son signos naturales, sino convencionales de las cosas, significan lo que los hombres han querido, habiéndolas destinado para un objeto, y no para otro; aunque con el tiempo el uso constante haya aumentado las diversas acepciones de una misma voz, de cuyo discernimiento depende hoy la precisión y la claridad.

¿Quién negará que el número tan corto de escritores correctos no provenga del descuido e ignorancia de una parte tan esencial de la elocución?

Para que se vean las diferentes acepciones de una misma palabra, la voz columna es un término propio de arquitectura, pero la física lo ha adoptado para expresar una columna de agua, una columna de aire, etc. Después la táctica le ha abrazado para significar ciertas maniobras y formaciones, columna de infantería, marchar en columna, formar en columna, etc.

Para hablar con propiedad debemos huir de los términos vagos y generales del lenguaje común y usual, siempre que queramos introducirnos en alguna profesión particular que tiene su idioma propio. Por ejemplo: medio es una voz general para significar la parte que está a igual distancia de dos extremos de cualquiera cuerpo u espacio; pero sería impropio decir: La caballería rompió el medio del ejército, en lugar de rompió el centro: palabra que tiene una aplicación determinad en las formaciones militares. Lo mismo podemos decir de esotra voz general lado, que en la formación de un batallón se expresa por costado, y en la de un ejército por ala.

También pertenece a esta clase la impropiedad accidental de aquellas palabras, digámoslo así, ya añejas, que casi en todas las facultades están desterradas, y se han substituido insensiblemente por otras nuevas a medida de los progresos de la cultura y mudanza de las cosas y de los gustos en cada siglo. Hoy se haría ridículo el escritor que dijese, no salgamos de la profesión de las armas, peones por infantes; tropa aparejada por formada; cuernos por alas; hileras por filas; cabos por jefes; expugnación por sitio; gobierno por mando; presidio por guarnición; pláticas por conferencias, etc.

Si sólo en el arte militar hay tanto que observar para no apartarse de un lenguaje puro, claro, y propio, ¿cuánto podríamos advertir sobre la política, náutica, física, medicina? ¿Cuánto sobre la filosofía racional, que multiplicando y subdividiendo las ideas, ha mudado o multiplicado las voces o las acepciones de las ya recibidas? Así no diremos hoy el entendimiento, sino la mente de la ley: las partidas, sino las partes del mundo; disciplinas, sino conocimientos humanos; barbarería, sino barbarie de una nación; discreción, sino discernimiento de lo bueno, etc. Y como esta gran diversidad de diccionarios técnicos compone la lengua

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científica de una nación, el escritor elocuente, ya que no pueda poseer todas las profesiones, debe a lo menos no ignorar su lenguaje.

Con el diccionario general y familiar, y difusos circunloquios, es verdad, podríamos tratar casi todos las objetos del entendimiento humano; pero entonces el físico no se distinguiría del herrero, ni el astrónomo del pastor. Además de esto, como el escritor no puede perder de vista la elegancia y la precisión, los rodeos y el desenlace que suele padecer el lenguaje común en materias científicas, hacen el estilo flojo y bajo, y casi siempre vaga la expresión. Por ejemplo, quiero encarecer dos propiedades del oro, y digo con una enunciación fluida y redonda: La ductilidad y maleabilidad del oro aumentan su estimación. Pero con el lenguaje común diré sin número ni concisión: La facilidad y disposición que el oro tiene de ser tirado y amartillado aumentan su estimación.

Nadie puede exigir al escritor mas docto que sea a un mismo tiempo táctico, físico, arquitecto, náutico; pero la fuerza y nobleza de expresión piden el lenguaje de tales, cuando describe o compara alguna acción marcial, los arcanos de la naturaleza, los fenómenos celestes, las proporciones en las artes, y los progresos de la navegación.

Tampoco pretendo que el orador hable con la ostentación científica de un disertador que quiere brillar, o de un profesor que dogmatiza; ni que se interne en los secretos y en la teórica más fina de cada arte y ciencia. Bastará que use siempre de los términos de una acepción más general y conocida, pero siempre peculiares de la materia; y aun esto solamente en los símiles, comparaciones, paralelos, alegorías, emblemas, etc. que siempre han de conservar el lenguaje del objeto de donde se sacan, el cual debe ser por esto de los más generalmente conocidos. Pues se haría ininteligible y ridículo el orador que olvidándose de que habla a la mayor parte de los hombres, hiciese demasiado científicas sus expresiones, mayormente las metafóricas, que no emplea por necesidad sino para adorno. Sería ridículo y oscuro el que dijese: la explosión de su ira, la oscilación de su conciencia el movimiento retrógrado de los estudios pudiendo decir con más claridad y propiedad: el desahogo de su ira, los latidos de su conciencia, la decadencia de los estudios.

En fin pertenecen a la impropiedad de la dicción aquellas palabras, que aunque tengan una misma significación general, el uso y la exactitud las aplican a distintos objetos, pero comprehendidos bajo de una misma idea. Aunque estas palabras instituto, estatuto, institución, regla, ordenanza abracen una misma idea general, y que en siglos antecedentes se sirviesen de ellas indistintamente la mayor parte de nuestros escritores, el uso actual les ha dado la siguiente determinación así diremos hoy: los institutos religiosos, los estatutos de la academia, las instituciones sociales, la regla de San Agustín, las ordenanzas de la infantería.

Serían innumerables los ejemplos que podríamos presentar en prueba de que cada siglo determina una parte de la lengua a medida que las costumbres y los conocimientos se alteran, depuran, o multiplican.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

V. Elección de las palabras

Del arte del artífice saca su estimación la materia más común: así podemos decir que las palabras no tienen otro valor que aquel que se les da. Y como ellas son los signos representativos de muestras ideas, deben nacer de éstas, porque ordinariamente las buenas expresiones están unidas a las cosas, y las siguen como la sombra al cuerpo. Sería, pues, un grande error creer que se hubiesen de buscar fuera del asunto: lo que importa es saberlas escoger, y emplear cada una en su lugar.

Sin embargo el orador no debe atormentarse disputando con cada palabra, y con cada sílaba: trabajo y delicadeza infructuosa, que no puede dejar de apagar el calor del sentimiento y de la imaginación.

Palabras figuradas

Es una maravilla ver como unas palabras que se hallan en boca de todo el mundo, y que en sí no tienen hermosura alguna particular, adquieren de repente cierto lustre que las hace del todo diferentes, manejadas con arte y aplicadas a ciertas acciones. La palabra relampaguear, como efecto de la acción de inflamarse el rayo, es un término propio y sencillo; mas cuando el poeta la usa para expresar la vista airada de un hombre, dice: sus ojos relampaguean; y entonces parece que brillan con mas vivacidad.

Un elocuente historiador, pintando el estado del Asia después de la época del mahometismo, dice: El Asia abrumada por el poder arbitrario. y hollada de bárbaros conquistadores, se divide en vastas soledades:

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teatro de desolación, que no merece la vista de la historia. De las palabras abrumada, hollada, teatro, vista, colocadas aquí por un modo metafórico, ¿qué viveza, fuerza y brillantez no adquiere la expresión.?

Palabras enérgicas

La energía dice más que fuerza, y se aplica a los rasgos pintorescos, y al carácter de la dicción. Pero un orador puede reunir la fuerza del raciocinio, y la energía de la expresión; entonces las pinturas serán enérgicas porque las imágenes serán fuertes. La energía no es más que aquella representación clara y viva que nos pone los objetos a la vista por medio de ciertas imágenes, que siempre serán confusas, si no son presentadas con el término propio.

Del Mariscal de Turena dice un orador: Viéronle en la batalla de Dunas arrancar las armas de las manos de los soldados extranjeros encarnizados contra los vencidos con brutal ferocidad. En lugar de arrancar, podía decir quitar, y en vez de encarnizados enfurecidos. ¿Pero las dos últimas palabras tendrían la misma fuerza y energía que las primeras? ¿La palabra arrancar no nos demuestra la fuerza y tenacidad con que tenían empuñadas las armas, y por consiguiente el poder de quién los desarmó? Encarnizados, ¿no nos presenta la imagen de un lobo, que agarrado con la presa, se ceba en sus miembros? Esta feliz elección de las palabras es la más evidente prueba del vigor de los ingenios que saben dar cuerpo a las cosas que han de hacer la mayor sensación.

Otro célebre escritor, hablando de Nerón en sus últimos años, dice: Era un Príncipe cangrenado de vicios. Podía haber dicho infectado de vicios; pero ya es palabra menos enérgicas como más general, en cuanto no indica cierta enfermedad, ni una enfermedad terrible, irremediable, y sensible a la vista, la más propia para esta comparación de lo moral con lo físico. Podía haber dicho corrompido, palabra mas vaga, y que por lo mismo que dice mucho, nada expresarla aquí. En fin podía haber dicho lleno de vicios: palabra aún mas vaga e indeterminada, porque, además de no incluir en sí en mal sentido todas las cosas están llenas en la naturaleza hasta el espacio mismo, considerándole matemáticamente.

Moisés dice en su sublime cántico: Enviaste, Señor, tu ira, que los devoró como una paja. ¡Qué bella imagen! Una paja en un instante se consume: devorar es quemar aniquilando; devorar como una paja dice una acción instantánea: y este modo, y esta acción contra un ejército innumerable! El lenguaje humano no puede representarnos mas formidable y poderosa la ira de Dios.

Si para hacer impresión es menester hablar bien, para hablar bien es aún mas necesario encontrar aquella palabra que excite en el oyente todas las ideas que el orador concibió sobre su objeto.

Palabras fuertes

La expresión será fuerte, siempre que las palabras no sean generales, y de un sentido vago o muy extenso. Las más vivas y enérgicas son las propias para presentar las cosas, por ejemplo: la palabra dañar la honra, es mas general y vaga, y por consiguiente mas débil que estotra herir la honra. Lo mismo podemos decir de la palabra vencer, mas extensa y menos viva que derrotar, que incluye siempre la idea de victoria envuelta con gran pérdida, o general destrozo en las tropas: así diremos: Aníbal derrotó las legiones Romanas de Varron.

Si es cierto que la mayor parte de los hombres piensan mejor que hablan, ¿á qué, pues, lo atribuiremos sino a la dificultad de encontrar los signos mas sensibles de sus ideas? Por esto vemos que casi todos conocen el valor y mérito de la buena expresión de los grandes ingenios, y no son capaces de producirla: ellos son heridos, y no pueden herir.

Palabras definidas

Para hablar con fuerza y energía es necesario huir do las palabras indefinidas, que no siendo rigurosamente determinadas, dejan el sentido vago en algún modo, representando los objetos de una manera abstracta y demasiado genérica.

Dice cierto autor hablando de un Rey cuyas acciones debían ser como de tal: sublimidad de acciones remonte de pensamientos. ¿No es mas terminante, mas natural, y menos oscuro decir: las acciones sublimes nacen de elevados pensamientos? Los nombres sublimidad y remonte son abstractos, y por tanto muy espirituales para que su fuerza se haga sensible a todos. Además, su significación, no determinada por el artículo definido, es más extensa y vaga, y el pensamiento es muy oscuro por faltarle la asociación de ideas intermedias, que fijan mejor los objetos que el lector debe percibir.

Dice otro escritor del mismo siglo y gusto: Más crece el cedro en un día que el hisopo en un lustro, porque robustas primicias amagan giganteces ¿No era más claro, fácil y natural decir; porque el que ha de

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ser gigante nace ya con corpulencia? Las palabras primicia, y gigantez son abstracciones; en número plural componen una colección de abstracciones; y la supresión del artículo las forma una abstracción todavía mas general, y vaga.

Todas las expresiones vagas e indeterminadas hacen oscuro, fijo y lánguido el estilo; no persuaden, porque prueban poco; no mueven, porque no presentan objetos claro, y determinado; no deleitan en fin, porque se apartan de la naturaleza.

Pero como es más fácil hallar el género que la especie, por esto hay pocos escritores que, traigan la convicción con sus palabras, esto es, que empleen aquellas más propias, más particulares y características de las cosas para fijar sobre éstas toda nuestra atención. Si digo de Calígula: fue un Príncipe malo, nada digo, nada especifico; porque otros príncipes lo han sido sin serlo en tanto grado, ni del modo que Calígula. Si hablando de la fluidez del azogue, dijo: es una verdad notoria, digo poco; si: es una verdad visible, digo más, porque doy a un objeto espiritual, como es la verdad, materia y color; pero si digo: es una verdad palpable: no puedo decir más, porque entonces le añado cuerpo y solidez.

Epítetos

Los epítetos contribuyen en gran parte a la fuerza, energía, y nobleza del discurso, mayormente cuando son figura dos: ejemplo: Las manos triunfantes de Alejandro, los estandartes victoriosos del Imperio, encopetada estirpe, etc.

Los epítetos verdaderamente estimables son los que añaden alguna idea al sentido de la frase, de modo que suprimidos, ésta pierda gran parte de su mérito. Así vemos que unos añaden gracia, como éstos: la risueña aurora, las doradas mieses; otros dignidad, como augusta estirpe, venerable antigüedad; otros dan incremento, como poder supremo, valor intrépido, mar inmenso; otros dan cierta energía, corno: clamor profundo, combate encarnizado, luz moribunda; otros dan vehemencia como ladrón desalmado, tirano desapiadado otros ilustran y explican la cosa que acompañan, y le sirven como de definición, así decimos: moral evangélica, censura teológica, poder arbitrario, gloria eterna. En estos ejemplos el epíteto determina el sentido demasiado general y vago del sujeto.

Otros epítetos deben adecuarse rigorosamente a la cosa, formando, si puede ser, su atributo, como aquí: El piadoso Numa suavizó su pueblo con la religión. El temerario Carlos XII pereció en el peligro que buscaba. Los epítetos piadoso, y temerario son exactamente adaptados, el uno a la obra de instituir la religión, y el otro a la acción de exponerse un Rey como un gran granadero. Este feliz discernimiento en los epítetos constituye su congruencia con las acciones o situaciones de los sujetos que revisten. Si de Numa dijésemos: el justo Numa, y de Carlos XII: el generoso Carlos; aunque estos epítetos señalan calidades que cada uno de estos Príncipes poseía, cometeríamos notable incongruencia; porque los hechos que aquí se refieren no tienen relación a la justicia, ni a la generosidad.

En fin el epíteto debe siempre decir algo, porque si sólo tiene una conveniencia general y remota con la persona o cosa que acompaña, es inútil y embarazoso. Los epítetos de esta naturaleza hacen forzosamente el estilo laxo, frío, y afectado. Por lo que hablando de las guerras civiles de la Francia, por ejemplo, podremos decir: Estos dos partidos implacables se sustentaban con la sangre inocente del pueblo. Los dos epítetos añaden a la idea principal otras secundarias que nos caracterizan las circunstancias de aquellas guerras: como la de implacables, que demuestra la obstinación en no perdonarse, ni ceder las dos facciones; y la de inocente, que pinta el pueblo sacrificado a la ambición de los grandes. Pero diciendo: partidos crueles, sangre preciosa, diríamos una verdad, mas no la que caracterizase los tiempos y las cosas.

Para conocer el verdadero valor de un epíteto, véase si poniendo otro en su lugar, este diría más que el primero: siempre que expresase más, sería una prueba que el autor no encontró el epíteto característico del hecho o sujeto en aquella ocasión o circunstancia.

Si es verdad que los epítetos, son muchas veces el alma y la robustez del discurso, también le confunden y embarazan cuando se multiplican pródiga e indiscretamente.

Además un epíteto fuera de tiempo, y, puesto sin necesidad, debilita el vigor de la expresión, por ejemplo: Resistía las molestas injurias del tiempo como un duro mármol. El epíteto molestas es superfluo, porque las injurias lo son; también lo es el otro duro, porque no añade a la palabra mármol alguna idea que ella no encierre en sí misma. Lo mismo podemos decir de estotra oración: No pudo vencerla ni a fuerza de suspiros exálados, ni de lágrimas vertidas. Los epítetos exálados, y vertidas están puestos sin necesidad, y par tanto se han de mirar como ociosos y redundantes.

Palabras colectivas

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Para que el pensamiento conserve toda su extensión y fuerza en corto espacio, esta es, para decir con una palabra lo que no se puede expresar sino con muchas, usamos en ciertos casos del número singular en vez del plural. Así dice Moisés en su cántico: El Señor ha precipitado en el mar el caballo y el caballero.

Este singular, que abraza la totalidad de los caballos y de los jinetes, es mucho más enérgico que el plural; porque aquí es mucho más propio para demostrar la facilidad, prontitud, y aun instantaneidad de la sumersión no menos que de la innumerable caballería egipcia, que cubría inmensas llanuras.

Además el número singular indica un solo instante, un solo esfuerzo, un solo golpe de la diestra de Dios para consumar una obra, en que las fuerzas humanas necesitarían de la sucesión de repetidas victorias. El singular también expresa que Dios ha abismado un ejército entero como si hubiese sido un caballo y un jinete solos. Cuando Calígula, convencido de su impotencia, deseaba que el Pueblo Romano no tuviese mas de una sola cabeza, sin duda tenía la misma idea.-

Del mismo modo podemos decir: El hombre llegó a desconocer a su Criador. Este singular hombre forma un sentido mas universal, que no sólo incluye todos los hombres, mas en algún modo abraza la misma naturaleza humana. Así dice el Génesis: le pesó a Dios haber criado el hombre, esto es, la especie humana. Del mismo modo decimos: el pobre come el pan de lágrimas: el rico se sacia de delicias; como si dijésemos: todos los pobres; aun es más, el estado o condición de pobre, que abraza los pasados y presentes. Del mismo modo, y en el mismo sentido decimos: el soldado defiende las leyes: el labrador sostiene el estado.

Decencia

La majestad oratoria destierra de la elocución todas las palabras obscenas, todas las expresiones torpes e indecentes. La Perífrasis, u otro tropo bien manejado, pueden encubrir la idea, y suavizar la expresión. Es importuno triunfó de su resistencia, dice uno, en lugar de: la forzó.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Parte segunda

Del estilo

Antes de discurrir sobre los tres géneros del estilo oratorio, vamos a tratar de sus calidades generales, que forman la segunda parte de la elocución; y son: orden, claridad, naturalidad, facilidad, variedad, precisión y dignidad.

El estilo en general no es otra cosa que el aire o manera de enunciar las ideas; la que diferencia y caracteriza los escritores, como la fisionomía las personas. Así uno es fluido, y otro duro; uno conciso, y otro difuso; aquel claro, y éste oscuro, etc.

Todo estilo debe ser correcto, claro, preciso, y natural; pero el estilo oratorio; a más de esto, ha de ser fácil, variado, elegante, harmonioso, y congruente: calidades en que se cifra el talento del escritor, y por lo mismo más particulares, raras y difíciles.

El estilo, que es el alma de toda elocuencia, distingue al orador del filósofo, y del historiador, pues, como dice un célebre hombre, el filósofo debe sentir y pensar, el historiador pintar y sentir; mas el orador debe sentir, pensar y pintar. El raciocinio basta el primero, las imágenes al segundo; pero el tercero no puede pasar sin el sentimiento.

I. Orden

No basta mostrar al alma muchas cosas, si no se le muestran con orden. De este modo, acordándonos de lo que hemos oído, empezamos a imaginar lo que oiremos; y entonces nuestro entendimiento se complace, digámoslo así, de su capacidad y penetración.

Pero en el discurso en que no reina orden, el alma ve que el que ella quiere ponerle se confunde a cada instante. A este orden general de todo estilo, que hasta nuestros tiempos había sido poco observado casi de todos los escritores, se puede añadir la coordinación oratoria de las palabras, de donde la expresión saca cierta energía y aire de novedad, que no se pueden siempre definir.

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Coordinación oratoria

Nadie creyera el poder de un término puesto en término opuesto en este u esotro lugar de la frase. Esta feliz combinación de los signos de nuestras ideas comunica al estilo cierta viveza, cierta fuerza, que no nace ni de la propiedad, ni de las imágenes, sino del lugar que las palabras ocupan en el discurso.

En nuestra lengua el orden de las palabras sigue comúnmente, más que en otras, el de la generación de las ideas: orden apreciable para la claridad, y el mérito didáctico; y que cuando se observa con rigorosa uniformidad, hace lánguido el estilo. Pero las inversiones retóricas que admite la elocuencia, pueden quitar esta sujeción.

Ejemplo del orden natural: La justicia la verdad son los primeros oficios del hombre, y la humanidad y la patria sus primeros sentimientos. -Orden oratorio: Justicia y verdad: he aquí los primeros oficios del hombre; humanidad y patria: he aquí sus primeros sentimientos. -Orden natural: Vemos a los orgullosos Califas, cobardes sucesores de Mahoma, temblar en medio de su grandeza. - Orden oratorio: Vemos estos cobardes sucesores de Mahoma estos orgullosos Califas, temblar en medio de su grandeza. ¿Qué distinta fuerza, y energía tienen estas palabras justicia y verdad, y la otra, estos Califas, puestas por un modo demostrativo, o como emblemático en un lugar que llama la atención del lector?

Otras veces no se causa menor efecto poniendo una suspensión, aunque sea momentánea, para invertir el orden lógico que debieran seguir los miembros del discurso. Ejemplo de orden natural: Los Grandes benéficos y afables pueden gozar de las dulzuras de la sociedad, que son el mayor bien de la vida humana . -Orden oratorio: Los Grandes benéficos y afables pueden gozar del mayor bien de la vida humana; sí... de las dulzuras de la sociedad.

En fin hay términos que tienen su fuerza particular, y que por la misma razón deben ocupar en la frase un lugar distinguido, a fin de que causen un efecto mas sensible. En las quejas que Clytemnestra da al famoso Agamenón le dice: Esta sed de reinar inextinguible, el orgullo de ver veinte Reyes que te sirven y te temen, todos los derechos del imperio confiados en tus manos, ¡CRUEL, los sacrificas a los Dioses! Esta palabra cruel está de tal modo puesta en su lugar, que perderla su valor en otro cualquiera.

Véase la impresión que puede causar una palabra puesta en lugar señalado de esta frase: Romanos! ¡Qué fuerza no tuvo esta palabra en boca de César! apaciguó una legión. Dígase por un orden común y natural: ¡Qué fuerza no tuvo en boca de César esta palabra, Romanos! que apaciguó una legión!

¿Cuánto adorna y ennoblece al discurso este orden oratorio, que coloca las palabras en el lugar preciso, para que logren todo su efecto? ¿No se dá con esta ingeniosa discreción una forma nueva a lo que es muy común y muy antiguo?

II. Claridad

El hombre elocuente siempre huye de las expresiones afectadas, que embarazan y confunden el estilo. y de los discursos enredados y oscuros, que parece que dicen mucho, y al fin nada dicen.

Algunos, queriendo parecer profundos, se hacen oscuros, y no presentan a la razón un sentido perceptible. Todos los que quieren tratar la materia que no entienden, gastan una expresión oscura; porque nadie puede enunciar clara, limpia y distintamente sino las ideas que concibe con claridad, limpieza y distinción. Esta es la razón por que vemos en las composiciones de los jóvenes retóricos tanta confusión y oscuridad; pues pocos maestros han querido entender, que es imposible que escriban bien unos hombres que aún no han aprendido a pensar.

Otros también se hacen oscuros a fuerza de querer ser brillantes, cuando expresan con términos demasiado figurados y estudiados, lo que sólo pide natural simplicidad. Así los que sin haber estudiado los grandes modelos de la elocución, ni analizado el gusto puro y natural, pretenden distinguirse por un estilo brillante, se exponen a deslumbrarse a sí mismos; porque es fácil que juzguen del mérito de su obra por el trabajo que les cuesta.

Otra de las calidades principales del estilo oratorio en general es la perspicuidad, quiero decir, aquella enunciación limpia, despejada y luminosa que hace visibles nuestras ideas al mayor número de los oyentes. Esta calidad, pues, consiste en disponer de tal modo las ideas que concurren a probar una verdad o ilustrar una proposición, que se hagan, si es posible, comprensibles a todos.

Por esto el orador allanará los asuntos por sí arduos y profundos, formando, por decirlo así, una línea de comunicación entre sus pensamientos y la capacidad de los oyentes; porque el pensamiento muy nuevo o muy peregrino, es como la cuña, que nunca podrá penetrar por el lomo.

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Tampoco basta que las ideas sean claras y grandes: es menester además una expresión despejada y enérgica para comunicarlas. Y como los términos son signos representativos de nuestras ideas, éstas serán oscuras siempre que lo sean aquellos; quiero decir, siempre que su significación no sea exactamente determinada.

Generalmente todo lo que llamamos expresiones felices son los modos mas propios para producir limpiamente un pensamiento. Así podemos decir que casi todas-las reglas del estilo en general se reducen a la claridad. Pues si los equívocos son reputados en cualquiera escrito por un vicio capital, es porque lo equívoco de la palabra se extiende a la idea, y la oscurece oponiéndose a la viva impresión que causaría. Si se pide a un escritor variedad en el estilo, ligereza y rapidez en la frase; es porque los rodeos monótonos y uniformes fatigan la atención; y una vez entorpecida, las ideas y las imágenes se presentan menos claras y vivas al entendimiento, y hacen en nosotros una impresión muy débil. ¿Por qué se requiere precisión en el estilo, sino porque la expresión más corta, siendo propia, es siempre la más clara? Así todo lo que se le añade es siempre insípido y repugnante. ¿Por qué se exige pureza y corrección, sino porque ambas cosas traen consigo la claridad? ¿Por qué en fin los escritores que producen sus ideas con imágenes brillantes gustan tanto, sino porque haciendo más palpables y distintos sus pensamientos, precisamente los hacen más claros?

En fin este espíritu de claridad o perspicuidad no es otra cosa que el talento de saber acercar las ideas unas a otras, enlazar las más conocidas con las que lo son menos, y producirlas con las expresiones más precisas.

III. Naturalidad

El estilo natural nos encanta con razón, porque, como dice un insigne escritor, esperamos hallar un autor, y hallamos un hombre. La expresión más brillante pierde su mérito siempre que descubra el arte, porque este estudio nos manifiesta un escritor más ocupado de sí, que del asunto que trata; y como la afectación del estilo daña también a la expresión del sentimiento, padece necesariamente la verdad.

El mejor medio para conocer si el estilo tiene aquella naturalidad rara y preciosa es ponerse primeramente en lugar del autor y suponiendo que hubiésemos de producir el mismo pensamiento, ver si sin esfuerzo ni aliño lo enunciaríamos del mismo modo. Un hombre vulgar teniendo que producir un sentimiento noble, lo expresará con un adorno estudiado, porque sólo el hombre grande halla los sentimientos sublimes dentro de su alma. Por lo mismo los rasgos verdaderamente elocuentes, como ya hemos dicho, son los más fáciles de traducir, porque la grandeza de su pensamiento subsiste de cualquiera modo que se presente, y no hay lengua que se niegue a la expresión natural de un sentimiento sublime.

Pero aquí conviene que distingamos la naturalidad de la sencillez. Lo sencillo nace del asunto, y por consiguiente nace sin esfuerzo; y como sólo debe ser inspirado por el sentimiento, se opone a todo lo que exige reflexión. Así podremos decir, que todo pensamiento sencillo es natural; mas no todo el que es natural es sencillo: este es el que menos debe al arte; así no puede sujetarse a reglas.

Lo natural también pertenece al asunto, mas no se descubre sino con la reflexión, y sólo se opone a lo afectado. Por lo mismo este estilo puro y noble condena los equívocos, los retruécanos, las paranomasias, los reparos, las paradojas, todos los conceptos y sutilezas ingeniosas, enigmas misteriosos, y retorsiones que violentan la naturaleza y atormentan la razón.

IV. Facilidad

No basta que el estilo sea metódico, claro y natural; debe también ser fácil, esto es, no debe descubrir trabajo alguno. Entre las principales gracias de Cicerón se cuenta la facilidad de su estilo; donde si alguna vez se trasluce algún leve estudio, es en la colocación de las palabras para componer la armonía.

No hay cola mas opuesta al estilo fácil que el lenguaje figurado y poético, cargado de un enorme fárrago de metáforas y de continuos antítesis. Este es el más opuesto, principalmente a la elocuencia del pálpito, aquella que debe ser el tierno y sencillo lenguaje de un corazón penetrado de las verdades que va a predicar a los hombres.

V. Variedad

Si es menester orden en la expresión, no es menos necesaria cierta variedad, sin la cual el alma se fastidia y pierde la atención. Los hombres quieren ser movidos; así todos buscan objetos nuevos que varíen sus sensaciones. El perezoso negro se sienta al pie de un arroyo para divertir y ocupar la vista con la rápida

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sucesión de las ondas; y la agitación continua de la llama hace preferir el fuego de las chimeneas: por esto se dice muchos siglos ha, que la lumbre hace compañía.

No basta que una obra sea nueva en el plan, si es posible, debe serlo en todas sus partes. El lector quisiera que cada pasaje, cada período, cada línea, cada palabra le excitase una impresión nueva: así vemos que la elegancia, la corrección, y la misma armonía cansan; mas no cuando cada expresión presenta una imagen, o idea nueva.

Si la parte de una pintura que se nos descubre se pareciera a la que acabamos de ver, este objeto sería realmente nuevo sin parecerlo, y nunca nos podría deleitar. Mas como todas las hermosuras del arte, igualmente que de la naturaleza, solo consistan en el placer que nos causan, es necesario que sean variadas, para que el alma sienta nuevos gustos en las nuevas ideas que reciba. Por esto los que quieren instruir deleitando, modifican lo más que pueden el tono siempre uniforme de la instrucción.

Una larga uniformidad lo hace todo insoportable. La repetición de la misma palabra en un corto espacio del discurso, el mismo orden de períodos mucho tiempo continuado cantan en cualquiera escrito, del modo que los mismos números y cadencias fastidian en un poema. Por esto el que caminase todo un día entre dos calles uniformes de álamos se rendiría de tristeza; muy diferente de otro que atravesase los Alpes, siempre embelesado entre aquella variedad de deliciosas situaciones, y puntos de vista que encantan al caminante.

Hay estilos que parecen variados y no lo son; y otros que lo son y no lo parecen. El estilo matizado de florecitas y sentencillas, bordado de menudas sutilezas, de énfasis y antítesis imperceptibles embaraza al alma por su oscuridad y confusión: así como un edificio de orden gótico, por la variedad y enredo de sus laborcitas, y pequeñez de sus adornos es una fatiga para la atención, y para la vista un enigma.

Al contrario, el estilo tejido de frases claras, períodos llenos, términos nobles y sencillos, magníficas transiciones, y pensamientos grandes deleita a las personas de todos los siglos y países. Este estilo, por no salir de la misma comparación, es como la arquitectura griega, que parece uniforme y tiene las divisiones necesarias para ver precisamente todo lo que podemos sin fatigarnos, y lo que basta para tenernos ocupados.

Es menester que las grandes cosas tengan grandes partes: los gigantes tienen grandes brazos, los cedros grandes ramas, y los Alpes se forman de grandes montañas. El estilo noble en los objetos magníficos debe tener pocas divisiones, pero grandes: y esto comunica al discurso cierta majestad que no puede dejar de percibirla el alma.

Muchas veces el orador, queriendo hacer variado el discurso por medio de las contraposiciones, al paso que le pone cierta simetría, también le da una viciosa uniformidad. Pues algunos piensan a fuerza de situaciones contrarias animar un discurso por sí frío, disponiendo el principio de cada frase en oposición con el fin: defecto muy común en los autores de la baja latinidad.

Además, este estilo no es natural; porque le hallamos tan poca variedad, que cuando hemos visto una parte de la frase, adivinamos siempre la otra que sigue. Es verdad que hay en él palabras opuestas, pero opuestas de una misma manera: vemos una contraposición en la frase, mas siempre la misma; ¿y ésta tomada en general, no es una fastidiosa uniformidad?

Así como se observan en el estilo ciertas calidades esenciales y fundamentales, hay otras secundarias, y por decirlo así, accidentales que hoy distinguen más que nunca a los escritores, y son precisión y nobleza.

VI. Precisión

La precisión, hija de la exactitud y claridad de entendimiento, necesarias para no cargar de impertinencias el asunto, separa las cosas verdaderamente distintas, a fin de evitar la confusión que nace de la mezcla de las ideas: por consiguiente es una calidad apreciable en todos los asuntos, y que conviene a todos los géneros de estilos y de obras.

Las ideas precisas dan fuerza hasta al lenguaje común y ordinario, y le comunican cierto sublime: pues cuanto más simples y sensibles son las verdades, más precisión requieren. Dígalo la geometría, que por ser la ciencia más cierta y clara, busca el mayor rigor de la precisión.

Pero es menester que distingamos la precisión de la concisión: ésta mira a la expresión como la otra a las ideas; desecha los términos superfluos, condena los circunloquios inútiles, y siempre se sirve de las palabras más propias y vivas. En fin podemos decir, que así como el objeto de la precisión es la cosa que

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se dice, el de la concisión es la manera con que se dice: la primera se dirige al hecho, y la segunda abrevia su expresión.

La concisión debe reinar en las definiciones, en la argumentación, en las breves narraciones, sentencias, etc. porque lo difuso es tan contrario de lo conciso, como lo prolijo de lo preciso, y lo extenso de lo sucinto.

Últimamente para dar una breve idea de lo preciso, conciso, y sucinto, podemos decir, que a lo preciso nada puede añadírsele que no lo haga prolijo, y a lo sucinto nada quitársele sin hacerlo oscuro; pero lo conciso, siempre que se le quite o añada, quedará oscuro o difuso.

VII. Dignidad

No basta que la dicción sea decente: debe ser noble. El discurso oratorio respira siempre dignidad, desechando las locuciones bajas, populares o demasiado comunes.

Este vicio común a muchos escritores, célebres por otra parte, se nota palpablemente en estas expresiones: Estos mismos varones, que vemos hoy en los cuernos de la luna, pudiendo haber dicho con dignidad: que vemos hoy ensalzados, o bien en la cumbre de la fortuna, etc. Lo mismo diremos de estotra: el vicio señorea, la virtud anda por los suelos; pudiendo decir con más nobleza: la virtud está abatida, u hollada, etc.

Esta desigualdad, que se nota en muchos escritores antiguos muy acreditados, nació de que no querían castigar su estilo, o de que la poca delicadeza en las costumbres influía directamente en el lenguaje.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Artículo I. De los pensamientos

Como el estilo en general puede ser considerado por dos respetos diferentes, o por el modo más o menos feliz de expresar los pensamientos, de que hemos ya tratado, o por el de concebirlos y producirlos juntamente, le analizaremos aquí en este último sentido.

Para escribir bien es menester moblar la memoria de una infinidad de ideas accesorias al asunto que se trata; y en este concepto sólo carece de estilo el que carece de ideas. Por esto vemos muchos hombres que escriben con excelencia en un género, y en otro con infelicidad; no porque ignoren el aire de la frase, ni la corrección del lenguaje en general; sino porque están destituidos de ideas en aquella materia.

Los pensamientos vienen a ser el cuerpo del discurso, y la elocución su vestido; porque las palabras siendo para las cosas, sólo son destinadas para enunciar, y cuando más, para hermosear las ideas. Entonces las expresiones mas brillantes, si carecen de sentido, se han de mirar como sonidos vanos y despreciables.

Al contrario, un pensamiento puede ser sólido y grande aunque le falten los adornos porque lo verdadero, de cualquiera modo que se presente, siempre es estimable; así, cuando el orador ponga algún cuidado en las palabras, sea después de haberlo puesto él las cosas; pues aquellas no pueden ser propias y exactas, si no nacen de los mismos objetos que se tratan.

Pensamientos verdaderos

La primera y fundamental virtud de los pensamientos ha sido siempre la verdad, sin la cual los más nobles, o que lo parecen, son intrínsecamente viciosos. Y como las ideas vienen a ser las imágenes de los objetos, del modo que de las ideas lo son las palabras, y por otra parte los retratos sólo se llaman fieles en cuanto semejantes al original, todo pensamiento será verdadero cuando represente las cosas como son en sí mismas.

Aunque la verdad es indivisible, los pensamientos serán más o menos verdaderos, según la mayor o menor conformidad que guarden con los objetos. La entera conformidad constituye lo que llamamos exactitud del pensamiento, como la de un vestido perfectamente ajustado al cuerpo. Así todo pensamiento, para ser exacto ha de ser verdadero contemplado todas sus caras, y examinado desde todas las distancias.

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El pensamiento que sólo cuadra con el objeto por el lado que lo toma el autor, y a una distancia remota, nunca será sólido; porque a la verdad, hay pensamientos que deslumbran a primera vista, pero examinados de cerca desaparecen como el humo.

Para dar una prueba de cuan sujetos están al error aun los ingenios más eminentes, citaré algunos ejemplos del siglo en que la manía de los emblemas dispensó a muchos el pensar. Nace el valor, no se adquiere: patrimonio es del alma. Este pensamiento es falso. El hombre nace cobarde, porque nace endeble e ignorante. La experiencia de sus fuerzas, de su habilidad, o de su fortuna en los peligros le da confianza, y de ésta nace el valor: así la diferencia del soldado veterano al visoño no consiste en otra cosa. Por otra parte la necesidad hace al hombre valiente: tal defiende con intrepidez su casa, que no embestiría la agena. Hay héroes que fueron cobardes la primera mitad de la vida, y valientes la otra mitad. ¿Dónde está el valor innato? ¿Qué cosas no podríamos decir sobre esta sentencia magistral y otras innumerables, que cien autores repiten ciegamente, y cien mil lectores adoptan sin reflexión?

Es muy común, decir en elogios de algunos personajes ilustres: Sus generosas acciones eran hijas de la sangre que corría por sus venas. Para que este pensamiento fuese verdadero era menester antes examinar: 1.º Si todos los nobles obran generosas acciones. 2.º Si los que no lo son se hallan incapaces de ellas. 3.º Si la sangre del héroe no es la misma que la del porquero. 4.º Si la sangre puede tener alguna influencia en la moralidad de las acciones del hombre. 5.º Si la sangre es susceptible de honor o de infamia. 6.º Si la nobleza es otra cosa que una distinción civil, y no una calidad física o moral inherente al individuo. 7.º Si el concepto de la nobleza se hereda de otro modo que por la opinión pública, y por la memoria que de ella conserva el que la goza. 8.º Si cuando la nobleza fuese una virtud, no siendo sino su recompensa, las virtudes se propagan, y propagan por la generación. 9.º Si el noble es veraz, justo y generoso porque es noble, y no porque se acuerda que necesita de estas prendas para no perder el aprecio de su estado. 10. Si la buena opinión que formamos de la conducta de los nobles se funda en otra cosa que en la suposición de una crianza superior a la de la plebe. En fin si cuando la nobleza o sus efectos residiesen en la sangre, el hombre ya en edad de obrar virtuosamente, no la hubiera renovado muchas veces. ¿Quién no ve que esta expresión no puede ser mas que una metáfora, y que las metáforas prueban poco?

Hay otros pensamientos que cansan y fastidian por demasiado verdaderos, quiero decir, por comunes y triviales, como cuando leemos: Las pasiones tienen ciego al hombre.- La mayor victoria es vencerse a sí mismo.- La muerte acaba los males de este mundo: así de otros infinitos.

Pensamientos extraordinarios

Para que un pensamiento sea relevante, no hasta que sea verdadero en todas sus partes; a veces a fuerza de verdadero es insípido y trivial, como hemos visto en los tres últimos. Es menester que a más de la verdad, que contenta siempre al entendimiento, encierre alguna cosa que le hiera y sobrecoja por lo nuevo y extraordinario. La verdad es para los pensamientos lo que son los cimientos para los edificios: hacen la solidez y firmeza, mas no la magestad y hermosura. Porque, aunque la verdad desnuda se adapta para la instrucción al estilo didáctico, pide al orador, cuando se trata de mover y deleitar, cierto esplendor, cierta nobleza.

Dígalo este ejemplo: Los pobres Romanos vencieron a los ricos Asiáticos. Éste es un pensamiento verdadero, pero sencillo y ordinario. Para hacerle más relevante, y darle un aire de novedad, dice otro: La pobreza Romana pisó los cetros de oro del Asia. Véase estotro pensamiento verdadero, pero común: La virtud es de todos los puestos: este mismo le veremos menos ordinario y más brillante sin perder la verdad, diciendo: La virtud brilla igualmente cubierta del pellico que de la púrpura.

Pensamientos graciosos

Hay pensamientos que sacando todo su mérito de cierto carácter lleno de gracia y hermosura, son como aquellas pinturas que nos encantan por lo tierno, suave, y agraciado. No sin razón se puede aplicar a esta casta de pensamientos el molle, atque facetum, que Horacio da a Virgilio; y consiste en cierta gracia indefinible.

Así habla un autor moderno de una mujer hermosa, y sabia al mismo tiempo: Ella juntaba todos los embelesos de una mujer con todos los conocimientos de un hombre, y tenía el mérito cuando hablaba de hacer olvidar su hermosura.

Hablando del Emperador Trajano dice un escritor juicioso: El panegírico de Plinio desluciría a Trajano, si a fuerza de merecerle, no hubiese borrado el héroe la flaqueza de haberle oído.

Pensamientos delicados

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Hay otra especie de pensamientos, que a lo extraordinario y gracioso unen lo delicado. Cierto autor así habla de un sabio que murió en la extrema indigencia: Murió tan pobre, que no pudo dejar a sus hijos sino el honor de haber tenido tan virtuoso padre.

Pintado el estado de la Francia cuando Sully fue injustamente perseguido, dice otro escritor: las cosas habían llegado a tal punto, que las virtudes de un grande hombre no servían sino para hacer mas culpuble a su siglo.

Para encarecer la virtud de un áulico, dice otro en su elogio: Tuvo la dulce satisfacción de haber hecho la fortuna a sus amigos, y la gloria de no haberse acordado de la suya.

Pensamientos sublimes

Lo que principalmente hace elevado el discurso son los pensamientos sublimes, que no presentan al entendimiento sino cosas grandes. La elevación y grandeza roban nuestra atención, con tal que sean proporcionadas al objeto; porque es regla general, que se debe pensar confirme al asunto que se trata. ¿Quién referiría el incendio de Roma por Nerón con un estilo frío y sencillo?

Véase como habla Cicerón porque habla de Julio Cesar: El mayor presente que te ha hecho la nuturaleza es la voluntad de hacer bien, ya que de la fortuna recibiste el poder de hacerlo. No menos sublimidad tiene éste que se ha dicho en elogio de Carlomagno: El Imperio se mantenía por la grandeza del Emperador, que siendo hombre tan grande, fue todavía mayor Príncipe.

Véase la majestad de éste de Valerio Máximo, hablando de Pompeyo vencedor y restaurador de Tigránes: Le restituyó su primera dignidad, juzgando tan glorioso hacer como vencer Reyes.

De los Romanos en el siglo VIII, habla así un historiador: Los Romanos, cargados de la pompa de sus títulos, y vacios de gloria y de vigor, no eran más que la sombra de sí mismos. Él mismo habla de Tiberio de esta suerte: Del tercer César hablo, de este Tiberio, que desdeñó ver los hombres, sin tener valor para dejar de oprimirlos.

Pensamientos grandes

Comúnmente es grande un pensamiento, cuando decimos una cosa que nos hace ver otras muchas, y descubrir de un golpe lo que no podríamos esperar sino después de larga lectura.

Lucio Floro nos representa en pocas palabras el espectáculo de toda la vida de Scipión, cuando dice de su niñez: Éste será el Scipión que crece para destruir a Cartago. Parece que vemos un niño que crece y sube como un gigante para la grande empresa que algún día había de acabar.

Él mismo nos manifiesta el gran carácter de Aníbal, la situación del universo, y el poder de Roma, cuando dice: Aníbal fugitivo corría toda la tierra, buscando un enemigo al pueblo Romano.

De este mismo Aníbal dice un escritor moderno: Aníbal vencido en Zama, viendo a su patria aún entera recibir la ley del vencedor, la vuelve la espalda, huye, y va a perecer en Asia. Aquí descubrimos la dignidad de Aníbal, apartando la vista de un Imperio entero, como un padre la quita de un hijo que abandona; vemos la desolación de Cartago, desamparada del único hombre que podía salvarla. En fin parece que vemos, no un hombre, sino un gran río, que va a morir en el océano a mil leguas de su origen.

Estas ideas vastas nos agradan por la curiosidad que tenemos todos los hombres de percibir de una ojeada muchos objetos que se enlazan, pues no podemos tener el uno sin desear el otro; del modo que en la pintura no gustamos tanto de un jardín regular como de un paisaje, porque nuestra vista siempre quiere extenderse hasta el término más remoto.

El escritor elocuente se distingue, no sólo en la gracia, delicadeza y energía de la expresión, más también en la grandeza y profundidad de las ideas. Esta feliz reunión inmortaliza una obra; porque un idioma, además que insensiblemente se envejece, las locuciones más pulidas y selectas pasan a ser de las muy comunes, perdiendo con el tiempo que muda los gustos y las costumbres, aquella fuerza y frescura de colorido que las hacía agradables. Pero como la grandeza de los pensamientos es de todos los hombres, tiempos, y países, sólo ella es de todas las lenguas; sólo ella pueda sufrir una fiel traducción.

Las obras que han de pasar a la posteridad, mas deben fundarse en la elección y grandeza de las ideas, que en el gusto y elegancia del estilo. Las que posean este último merito, podrán lograr una aceptación más rápida, pero menos general; más brillante, pero menos durable; porque como casi todos los hombres, según lo prueba la experiencia mas han sentido que visto, y más han visto que reflexionado, la mayor parte son

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mas movidos de la hermosura de una expresión que de la profundidad de un pensamiento. Por esto en todos los países el siglo de los poetas ha precedido al de los filósofos.

Entre los pensamientos propios para agradar a todos los tiempos y pueblos se cuentan los sentimientos y las ideas admiradas en ciertos pasajes de Homero, Virgilio, Taso, etc. donde estos célebres escritores no se ciñen a la pintura de una nación o de un siglo en particular, sino de la humanidad entera.

Tales son las grandes imágenes que brillan en los símiles con que algunos insignes autores han enriquecido su elocución. Para ponderar la grandeza e impasibilidad de nuestro Dios, dice un escritor elocuente: Este Criador supremo de todos los seres, que con los mismos ojos ve perecer un insecto que un héroe, deshacerse un cometa que un átomo.

De la primera guerra púnica dice así una valiente pluma: Los Cartagineses, dueños de las costas del África, consiguieron luego hacer de la Sicilia un puente para pasar a Italia. ¡Qué grandeza de puente!

De las irrupciones de los Vándalos, y Suevos dice así otro: Son pueblos que transmigran, destruyen, y se sientan sobre ruinas; mas luego son empujados por otros extraños y enemigos suyos, como la ola impelida por la que sigue, huye y le cede su lugar. Otro ejemplo, pondremos para ver la grandeza de un símil, que pinta la aniquilación del Imperio de Oriente: Sólo diremos, dice el historiador, que ya en tiempo de los últimos Emperadores el Imperio reducido a los arrabales de Constantinopla, acabó como el Rhin, que cuando se pierde en el océano no es más que un arroyo.

En prueba de que en cualquier género hay hermosuras propias para agradar universalmente, escojo estas mismas imágenes y símiles, y digo: que la grandeza en las pinturas es la causa universal del gusto. En efecto, sea que el deseo habitual e impaciente dé la felicidad, que nos hace anhelar todas las perfecciones, nos haga agradables estos objetos grandes, de cuya contemplación parece que toman más ensanche nuestra alma, y nuestras ideas más fuerza y elevación; sea en fin por otra cualquiera causa, nosotros experimentamos, que la vista aborrece todo lo que la estrecha; que se halla oprimida en las gargantas de las montañas, o en el recinto de unas altas paredes; y que al contrario apetece una llanura inmensa, ya extendiéndose sobre la superficie de los mares, ya perdiéndose en un horizonte remoto.

Todo lo que es grande precisamente ha de deleitar la vista o imaginación de los hombres. Estas especies de hermosuras en las descripciones son infinitamente superiores a todas las demás, que dependiendo, por ejemplo, de la exactitud de las proporciones, no pueden ser ni tan vivas, ni tan generalmente sentidas, porque no tienen todas las naciones unas mismas ideas de proporción. En efecto, si se contraponen a las cascadas que el arte construye, a los subterráneos que excava, a los terraplenes que levanta, las cataratas del río de San Lorenzo, las profundas cavernas del Ethna, y las enormes masas de peñascos desordenadamente amontonadas sobre los Alpes, ¿quién no sentirá que el placer que produce esta prodigalidad, esta ruda magnificencia que la naturaleza pone en sus obras, es infinitamente superior al que resulta de la exactitud de las proporciones?

Para convencernos de esta verdad, un hombre suba de noche a la cumbre de una montaña para contemplar desde allí el firmamento. ¿Es la agradable simetría con que están distribuidos los astros lo que le arropa? No: porque aquí vemos la vía láctea sembrada de un número infinito de estrellas confusamente amontonadas, y mas allá se presentan vastas espacios. ¿De dónde proviene el placer que experimenta el contemplador? De la misma inmensidad de los cielos.

En efecto, ¿qué idea no nos debemos formar de esta inmensidad, cuando innumerables mundos inflamados no parecen sino puntos confusamente esparcidos en los espacios del éter? ¿Cuándo otros soles muchos millones de veces mayores que nuestro globo, y más retirados en los abismos del firmamento apenas son divisados? La imaginación entonces, que se arroja desde estas últimas esferas para recorrer todos los mundos posibles, ¿no ha de sumergirse en las vastas e inmensurables concavidades de los cielos, y elevarse con aquel arrebatamiento producido por la contemplación de un objeto, en que se ocupa el alma toda entera sin fatigarse?

Por eso la grandeza de estas decoraciones hizo decir en el género descriptivo, que la naturaleza era tan superior al arte; o, lo que es lo mismo, que dos grandes retratos son superiores a los pequeños.

Pensamientos fuertes

Pensamiento fuerte será siempre el que nos cause la más viva impresión, que puede nacer, o de la misma idea o del modo expresarla. Por esto la idea más común, siendo enunciada con vivas imágenes, podrá causarnos una fuerte conmoción.

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Así hemos de entender por fuerte todo lo que nos hace impresión viva pero como todo lo grande la causa también, para no confundir ambas cosas, es necesario comprehender por idea grande el pensamiento cuya impresión es más universal, y por consiguiente menos viva. Los axiomas del Pórtico y del Liceo, importantes a los hombres en general, y como tales a los Atenienses, parece sin embargo que no hacían en éstos la impresión de las arengas de Demóstenes; porque el oyente siempre será más movido de aquellas ideas más conformes con su situación presente, y por lo mismo más interesantes, que de las que, por la razón de ser grandes y generales, miran menos directa e inmediatamente al estado y circunstancias en que se hallan los hombres.

Por esta ciertos rasgos de elocuencia de la antigüedad, que entonces inflamaban las almas, y algunas arengas fuertes en que se debatían los intereses actuales de un estado, no son de una aceptación tan general como los descubrimientos de los políticos y filósofos, que convienen a todos los tiempos, países y gobiernos. En los papeles públicos lo vemos, por lo poco dudosas e interesantes que se nos hacen las relaciones de una guerra encendida en el Indostán, respecto de otra encendida en Italia.

En materia de ideas, la única diferencia entre lo fuerte y lo grande consiste en que lo uno es más viva, y lo otro más generalmente interesante. Así ¿cuándo decimos que una proposición es fuerte? Cuando se trata de un objeto que nos interesa. Por la misma razón no damos este nombre a las demostraciones de geometría, porque son unas proposiciones que no tocando a los oyentes personalmente, ninguno tiene interés ni corre peligro en no creerlas.

Cuando se trata de pinturas hermosas de estas imágenes o descripciones hechas para herir la imaginación, lo fuerte y lo grande tienen entonces esto de común, y es que no deben presentar sino objetos magníficos. Todo lo que por sí es pequeño, o que se hace tal por comparación con las cosas grandes, casi no nos hace impresión alguna. Toda la intrepidez de Hércules desaparece si le pintarnos al lado de Briareo, que poniendo una montaña sobre otra sube a escalar el cielo.

Mas si lo fuerte es siempre grande, lo grande no es siempre fuerte: dos cosas que sólo las reúnen las verdades de nuestra santa Religión. Así siguiendo el gusto poético, podemos decir, que una decoración del templo del sol, del himeneo de los dioses, o de la inmensidad de los cielos, puede ser grande, majestuosa, y aún sublime, mas nunca nos causará una impresión tan fuerte como la pintura del negro Tártaro. La pintura de la Gloria de los Santos asombra menos la imaginación que el juicio final de Miguel Ángel, porque parece que cuando se trata de lo terrible, la imaginación no tiene la misma necesidad de inventar: el infierno es siempre bastante formidable por sí. Luego parece que lo fuerte no es mas que el Producto de lo grande unido a lo terrible.

Determinada una vez la idea de lo fuerte, hombres no pudiéndose comunicar sus ideas sino por palabras, si la fuerza de la expresión no corresponde a la del pensamiento, por fuerte que éste sea, parecerá siempre flojo y débil, a lo menos a los que no están dotados de aquel vigor de entendimiento que suple a la languidez de la expresión.

Para causar una impresión fuerte es menester que el pensamiento se revista de una imagen, que, a más de su exacta propiedad, debe ser grande sin ser gigantesca, y noble sin ser hinchada.

Del tiempo de las guerras civiles de Roma habla así un historiador: Entonces fue menester arrancar a las provincias la sombra de libertad que les había quedado, y entregarlas a los Pretores, estos tigres sedientos de sangre y de rapiñas, precisados a volver a su patria cargados de crímenes y tesoros.

Del descubrimiento y conquista del nuevo Mundo, dice un observador: ¿Qué antiguo jamás hubiera concebido, que un mismo planeta tuviese dos emisferios tan diferentes, que el uno había de ser subyugado y como tragado por el otro después de una serie de siglos que se pierden en las tinieblas y abismos de los tiempos?

Del tremendo día del juicio universal habla así un moderno orador: O! Señor eterno, en el último día de los siglos, cuando el velo del firmamento será rasgado; cuando tu brazo invencible detendrá el sol en su carrera; cuando resucitadas todas las generaciones, dependerá el destino del género humano de una palabra de tu boca; ¿podremos ver sin terror las convulsiones de la naturaleza moribunda?

La excesiva grandeza de una imagen muchas veces hace ridículo el pensamiento (a lo menos en la oratoria) y siempre causa una impresión débil; porque habrá pocos hombres de una imaginación tan fuerte que puedan representarse, por ejemplo, los Alpes saltando como venados.

Con todas las imágenes en movimiento siempre serán las más sensibles. Esta pintura, siempre preferible a la de un objeto en reposo, excitando más sensaciones por su continuada sucesión, nos causa una impresión más viva y más durable. Menos nos mueve el mar en calma que una tempestad deshecha;

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menos el cielo sereno y sembrado de estrellas, que iluminado de relámpagos y agitado de nubes; menos una laguna cristalina, que un rápido torrente que arranca las árboles e inunda los campos. La acción y no el reposo, constituye la fuerza de nuestra alma. "En este océano de la vida, dice un autor, por donde navegamos de tantos modos, la razón es nuestra brújula, y las pasiones nuestros vientos. Tampoco Dios se muestra siempre en una perpetua quietud: el espíritu del Señor cabalga los aquilones y corre por la tempestad.

Pensamientos nuevos

Muchas veces los pensamientos no solamente gustan por la grandeza de la imagen, sino por su novedad, que sobrecogiendo en algún modo el ánimo del oyente, y fijando por lo mismo toda su atención a una idea, le deja tiempo para que haga en su imaginación la impresión más fuerte.

La resurrección de la carne es expresada por un orador con esta imagen nueva y viva: El sepulcro restituirá su presa. De un privado caído y perseguido en todas partes dice otro: Prófugo por la Europa parece que llevaba la persecución atado a su sombra. De un Monarca sabio dice otro escritor: Rey que ha hecho sentar la filosofía en el trono. A los hombres afectos a las cosas temporales dice un orador: Salid del tiempo, y aspirad a la eternidad. Para ponderar la grande antigüedad de Egipto, así se explica otro: Las pirámides de Egipto parece que hacen tocar al viajero los primeros siglos del mundo . Un astrónomo hablando de la revolución de los astros, de la de las estrellas más remotas de nuestro sistema, y del tardo período de los sistemas juntos, dice: Estos tiempos son tan enormes, tan cercanos a lo infinito, que se podrían llamar momentos de la eternidad. Dice un historiador hablando de Oriente: En todas las historias del Asia no hallamos un pasaje que manifieste una alma libre, sino el heroismo de la esclavitud.

Toda la impresión en estas locuciones viene de la novedad de unir ciertas palabras, que nunca se habían visto juntas: la presa del sepulcro, salir del tiempo, atar la sombra, sentarse la filosofía, tocar como con las manos los siglos, dar momentos a la eternidad, y heroísmo a la esclavitud, todas estas expresiones no pueden dejar de sorprender por su novedad.

Pensamientos variados

Hay otra especie de pensamientos, que a más de lo grande y nuevo, incluyen la variedad, otro de los principales placeres que experimenta la imaginación del oyente en las pinturas y descripciones. Si, por ejemplo, la vista o pintura de una grande laguna nos es agradable, la de un mar sin límites y en bonanza nos agrada aún más; porque esta inmensidad es origen de un placer nuevo, aunque su uniformidad, por hermoso que sea este espectáculo, luego nos enfada.

Pero si la tempestad personificada vuela con las alas del Aquilón envuelto en negros nublados, y precipitada desde el Sur, lleva arrolladas por delante las fuidas montañas del océano, ¿quién duda que la sucesión rápida y variada de las formidables pinturas que representa el trastorno de los mares, nos haba a cada instante impresiones nuevas en nuestra imaginación? Mas si la noche se agrega para aumentar los horrores de esta misma tempestad, y las montañas de agua, cuyas cumbres cierran el horizonte, se iluminan de repente con la repetida reverberación de los relámpagos, ¿quién duda también que este mar oscuro mudado en un instante en otro mar de fuego, no forme por esta variedad unida a la grandeza y novedad, una de las pinturas más propias para asombrar nuestra imaginación?

En este género descriptivo todo el arte se reduce a no ofrecer a la vista sino objetos en movimiento, y aun a herir muchos sentidos juntos, si es posible. La pintura del bramido de las olas, del silbido de los vientos, y del estruendo de los rayos, ¿cómo dejará de aumentar nuestro terror secreto, y el deleite que al mismo tiempo sentimos de ver el mar enfurecido?

Pensamientos brillantes

Hay otra especie de pensamientos que anuncian la corrupción de la verdadera elocuencia, y consisten en ciertas expresiones breves, vivas y brillantes, sólo agradables por lo agudas; cuya impresión depende en parte de lo nuevo y atrevido, y en parte de lo ingenioso y oscuro de la frase.

Estos pensamientos no son condenables en sí mismos; lo sin sólo por la afección y el abuso: pues si se pueden considerar como ojos del discurso, al cual alguna vez dan gracia y viveza, todo un cuerpo no debe estar embutido de ojos. En este caso se dañan y sofocan recíprocamente, como sucede a los personajes de una pintura, que por su multiplicidad confunden la composición.

Además, como estas suertes de pensamientos, cuya hermosura proviene de cierta viveza y novedad, separados entre sí forman cada uno un sentido completo; sucede que el discurso, sin conexión y como desenlazado, saca un estilo cortado y muy conciso, siempre opuesto al número, fluidez, y armonía oratoria.

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Véase el de este escritor, que ciertamente no carecía de ingenio: A nadie deberás comodidad sino a los libros. Son una comida que satisface y no harta. Son una visita que despedirás cuando quisieres. Unos enseñan a vivir; otros enseñan lo que se ha de vivir. Todo lo que te doctrina te vivifican. Podemos decir que estos pensamientos brillantes hacen lo que las chispillas entre la espesura del humo.

Además es difícil derramar sentencias con tanta prodigalidad, y tener mucha delicadeza discernimiento en su elección; y casi imposible que entre un número excesivo no se hallen muchas triviales o falsas, insípidas o pueriles, y a veces ridículas. Tan necesarios son el buen gusto y el juicio para sazonar las producciones del ingenio y la invención.

Esta profusión de sentencias sueltas, al paso que dejan uniforme el estilo, lo hacen fastidioso mayormente cuando los períodos terminan en una especie de agudeza: así vemos que en las obras formadas por este gusto es insoportable una lectura larga y seguida. Muchos escritores ingeniosos, temiendo que un pensamiento bello por sí mismo, no haga toda su impresión, se esfuerzan en presentarlo por todas las caras por donde puede ser visto, y adornarle con todos los colores que puedan hacerle agradable.

El mismo pensamiento, así repetido y producido con diversa expresión, se gasta; y aun con todo y muchos no satisfechos de haber dicho bien una cosa la primera vez, tanto hacen que nunca la dicen bien. Por otra parte, aun cuando los pensamientos sean hermosos y sólidos en sí, cansan el alma por su profusión. Hay escritores, que queriendo hacer brillantes sus pensamientos, los oscurecen, y otros los hacen imperceptibles a fuerza de una expresión demasiado delicada. Estas especies de pensamientos delgados y enfáticos escapan a la penetración del oyente, saltando las ideas intermedias, indispensables para hacer concebir lo que ofrecemos. Estos pensamientos que ordinariamente son expresados con una frase oscura, sutil, y afectada, forman un estilo abominable. ¿Qué quiso decir aquel autor, cuando por hacerse brillante dijo: Es de tan extraño linaje la envidia, que ensangrienta en los motivos de la piedad las tiranías del odio? Compárese este depravado gusto de echar sentencias con el pulso juicioso de otro escritor que mide y pesa las cosas. Los bienes mas son de los que saben pasar sin ellos, que de los mismos que los poseen. - Hay males inevitables; y todo lo que puede el hombre justo, es no merecer los suyos.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Artículo II. Del estilo oratorio considerado en sus tres géneros

Hombre elocuente es el que sabe decir las cosas pequeñas con sencillez, las grandes con moción y grandeza, y las medianas con cierta templanza. Esta atención de parte de los oradores produjo en la elocución, pública los tres géneros, que los retóricos llaman estilo sencillo, sublime, y mediano.

Estilo Sencillo

Este género, cuyo carácter principal consiste en la claridad, precisión, y sencillez, conviene con más propiedad a la narración y prueba del discurso oratorio; porque es un estilo, que desechando toda afectación y compostura, condena en general los adornos, y sólo admite los sencillos y naturales. A la verdad no es una hermosura viva y brillante; antes como modesta y suave saca su mayor realce de la misma negligencia y desaliño que a veces le acompañan. Cierta sencillez en los pensamientos, cierta elegancia y pureza en el lenguaje, que más se dejan gustar que conocer, componen todos sus adornos, sin necesitar de la pompa y composición de las figuras.

La sencillez es la partija ordinaria de la elevación de los sentimientos, porque como consiste en mostrarse tal como uno es, las almas nobles ganan siempre en ser conocidas. Por esto mismo no podemos entender por estilo sencillo una frase baja, grosera, y demasiado vulgar; ésta nunca fue digna de la majestad oratoria, que busca a veces lo sencillo, pero jamás lo humilde.

El estilo sencillo, aunque perfcto en su género, y lleno de ciertas gracias a veces inimitables, puede ser más propio para instruir, probar, y aún deleitar, que para producir aquellos efectos grandes de admiración y terror que constituyen la fuerza y calor de la elocuencia: una hermosura sencilla tendrá naturalidad, tendrá su gracia particular, mas nunca cosa grande que arrebate.

El estilo que por su igualdad deja tranquilo al orador, nunca conmoverá ni inflamará el alma del oyente: pues como la persuasión va derechamente al entendimiento, y la moción al corazón, no todos los que se dejan persuadir se dejan mover. Las verdades se proponen a los primeros para que las conozcan, sacando de los principios las conclusiones; a los segundos para que las amen, empleando a este fin el juego de los

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afectos. Las de la primera especie pueden necesitar de pruebas largas y dificiles; mas las de la segunda raras veces las necesitan, y aún entonces deben ser fáciles y breves; porque se prueba muy bien con principios que una cosa es verdadera, pero para hacerla amar, es necesario hacer sentir que es amable.

Uno de los motivos por que casi siempre nos agrada lo sencillo, es por ser lo más natural, y en la que nada puede el arte. Sin embargo es el estilo más difícil de acertar, porque precisamente entre lo noble y lo bajo, y tan cerca de lo último, que es muy dificultoso no rozarse con el. Oígase la sencillez y claridad de esta narración, en que un escritor habla de las guerras del último Triunvirato: Lépido queda sólo en Roma: Antonio parte con Octavio al encuentro de Bruto y Casio, y los halló en aquellos parajes, donde se combatió tres veces por el imperio del mundo. Bruto y Casio se dan la muerte con una precipitación que no es excusable; y este paraje de su vida no se puede leer sin compadecer la República que dejaron así desamparada.

Hay también otro estilo cuya simplicidad saca su fuerza y hermosura de los sentimientos tiernos y profundos: oígase al afligido Príamo echado a los pies de Aquiles, después de haberle éste quitado la vida a su hijo: Aquiles, acuérdate de tu padre que tiene la misma edad que yo, y ambos suspirarnos con el peso de los años. Ah! tal vez es acometido por los vecinos enemigos suyos, sin tener a su lado quien pueda librarse del peligro.... Mas si ha oído decir que tú vives; su corazón se llena de esperanza y de gozo aguardando el momento en que vuelva a ver a su hijo... ¡Qué diferencia de su suerte a la mía! Yo tenía mis hijos, y los he perdido todos.... Cincuenta contaba alrededor de mí cuando llegaron los Griegos, y el único que me restaba, hoy acaba de perecer por tu mano al pie de los muros de Troya. Vuélveme su cuerpo, recibe mis presentes, respeta a los dioses, acuérdate de tu padre, y lastímate de mí... mira a lo que estoy reducido.... ¿Ha habido Monarca más humillado, hombre más digno de compasión? Estoy a tus plantas, y beso tus manos teñidas con la sangre de mi hijo.

En este discurso no se descubre ni la pompa de las figuras, ni la ostentación de sentencias, ni la afectación del sentimiento, sino la verdad, la ternura, y la naturalidad, que cada uno fuera capaz de hallar como el mismo Homero. En otra parte nos pinta la sagrada Escritura un joven Príncipe en la hora de morir. He dicho: en medio de mis días voy a morir, y he buscado el resto de mis años.... He dicho,: yo no veré más a mi pueblo, y mis ojos cansados de volverse hacia al cielo, se han cerrado.

En el estilo sencillo la elevación y majestad siempre estén en el asunto, porque la grandeza de un pensamiento dispensa el artificio de una relevante expresión. De aquí viene que el carácter dominante de los Libros sagrados es la sencillez: calidad correspondiente a la grandeza de les asuntos. Pues si, a pesar de esta sencillez de la Escritura, hay pasajes hermosos y brillantes, es evidente que esta hermosura y brillantez no provienen de una elocución estudiada, sino del mismo fondo de las cosas que allí se tratan.

¡Qué majestad y simplicidad al mismo tiempo no encierra el primer pasaje del Génesis? Al principio crió Dios el cielo y la tierra? ¿Qué hombre, habiendo de tratar cosas tan grandes, hubiera empezado como Moisés? ¿No se conoce que es el mismo Dios quien nos instruye de una maravilla, que no le admira, porque es muy inferior a su poder? Un hombre común habría hecho los últimos esfuerzos para corresponder con la pompa de las expresiones a la grandeza y dignidad del asunto. Mas la Sabiduría eterna, que jugando ha hecho un mundo, lo refiere sin conmoverse.

Al contrario: los Profetas, que se proponen el fin de hacernos admirar las maravillas de la creación, hablan de esta obra en un tono muy diferente. Luego las distintas circunstancias, que determinan el intento del que escribe o habla, son las que pueden decidir del estilo que se debe adoptar para tratar un mismo asunto.

Estilo sublime

Si como algunos creen, lo sublime consistiese en una dicción cargada de epítetos ociosos, y en pinturas frías y triviales de los objetos que se nos deben imprimir, en vano buscaríamos alma y vida en la elocuencia, cuyo mérito no depende de vanos adornos. Mas si entendemos por sublime un estilo lleno de calor, y de grandes imágenes, entonces veremos que no tiene necesidad del curso uniforme de los períodos, ni de una elegancia cadenciada.

El género sublime es un estilo rico, lleno de grandeza, de vehemencia, fuego, y energía, y por esta razón el que constituye la verdadera elocuencia, la dominadora de los ánimos en Atenas y Roma, donde fue tanto tiempo árbitra en las deliberaciones públicas; la que arranca las lágrimas, y el consentimiento, robando la admiración y los aplausos.

Un discurso puede ser elegante, claro, preciso, abundante, y no ser por esto elocuente. Tampoco es necesario que en todo el discurso reine exclusivamente, lo sublime para darle este carácter y nombre; basta que el orador mezcle con tal discreción los tres géneros en los asuntos que corresponden a cada uno de ellos, que el sublime reluzca sobre todos, y nazca del objeto principal del discurso.

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Como el verdadero estilo sublime consiste en un modo de pensar noble, elevado, grande, y valiente, supone siempre en el que habla una alma llena de altas ideas, de sentimientos generosos, y de cierta arrogancia. Esta elevación de pensamientos casi siempre es hija de la magnanimidad, o de la fuerza: así vamos en las arengas, y dichos de los grandes Príncipes y Capitanes insignes de la antigüedad un lenguaje verdaderamente heroico.

Habiendo Eucrates prevenido a Sila que su vida, tan odiosa a innumerables familias Romanas, peligraba después que renunció la dictadura, le responde el arrogante Sila: Me queda el nombre, y éste me basta para mi seguridad, y la del pueblo romano. Este nombre detiene todos los atentados, hiela todos los brazos, y aterra la ambición. Sila respira aún, y le rodean los trofeos de Cheronea, Orchomena, y Signion. Cada ciudadano de Roma me tendrá continuamente delante de sus ojos; hasta en sus sueños se le aparecerá mi terrible imagen bañada en sangre, y leerá su nombre en la tabla de los proscritos.

Parece que la esencia de lo sublime, como hemos visto, no consiste en decir cosas pequeñas con un estilo remontado y florido, sin cosas grandes con una expresión simple y natural. La grandeza debe estar en el asunto, y por esta causa el trabajo de buscar la expresión relevante. ¡Qué sublime inscripción la del sepulcro de los trescientos Lacedemonios, que se sacrificaron en la garganta o paso de Thermópiles! Caminante, ve a decir a Esparta que hemos muerto aquí por obedecer a sus santas leyes.

Oígase a Esdrubál, que enviado a Roma para estipular la paz entre las dos Repúblicas, y preguntado, ¿por qué dioses, después de haber Cartago quebrantado tantos juramentos, se podría jurar este nuevo tratado? responde: Por estos mismos dioses, que se vengan tan severamente de los perjuros. ¡Qué expresión tan digna de las derrotas y arrepentimiento de los Cartagineses!

¡Qué sublime y simple expresión la del Salmista cuando dice: Los cielos cuentan la gloria del Señor y el firmamento publica la obra de sus manos!

DIVISIÓN DEL SUBLIME

Lo sublime en todas las cosas es lo que hace en nosotros la impresión más fuerte, por la razón que siempre envuelve un sentimiento profundo de admiración o respeto, nacido de la terribilidad de los objetos, por sus circunstancias o caracteres.

Sublime de imagen.- Como el efecto de esta impresión proviene a veces de dos causas diferentes, podemos distinguir aquí dos especies de sublime: el uno de imagen, y el otro de sentimiento. Al primero pertenecen aquellas sensaciones profundas de una admiración o estupor secreto, causado por la grandeza de las cosas. Así lo vemos en la naturaleza, donde los objetos que excitan sensaciones más fuertes son siempre las profundidades de los cielos, la inmensidad de los mares, las erupciones de los volcanes, etc. por razón de las grandes fuerzas que en ella suponen, y por la comparación que involuntariamente hacemos de estas mismas fuerzas con nuestra debilidad al tiempo de observarlas. En la contemplación de unas cosas por sí formidables, ¿qué hombre no se sentirá poseído del más tímido y profundo respeto?

Ésta es, pues, la causa, porque siempre merecerá el nombre de sublime el pincel que nos represente los Titanes en el campo de batalla, y no el que nos retrate las Gracias en el tocador de Venus. Cuando contemplamos los juegos de los amores, sentimos la suave y halagüeña impresión de unos objetos graciosos: mas cuando miramos las actitudes y brios de los hijos de la tierra poniendo a Ossa sobre Pelión, tocados de lo grande y formidable de este espectáculo, comparamos sin querer nuestras fuerzas con las de los gigantes; y convencidos entonces de nuestra imbecilidad nos sentimos embargados de un terror secreto, que nos pasma y complace. Efecto tan natural, que los niños, como necesitan siempre sensaciones fuertes que les ocupen, ansian por cuentos de ladrones, redivivos, y otros objetos medrosos.

Un astrónomo, sintiendo cuan mezquina, poco digna de la Majestad adorable del Creador parecería la fábrica del universo, si estuviese encerrada en los estrechos límites de este montón de tierra por donde arrastramos, dice: Ensanchemos nuestro entendimiento retirando los limites del universo. Mas allá del vasto anillo de Saturno donde millones de tierras como la nuestra se perdieran de vista, descubro un espacio infinito sembrado de manantiales de fuego; allí, otros globos mucho más enorme que el nuestro ruedan con círculos mayores por rutas más asombroso, y con movimientos más variados. Cuanto más me avanzo, más me alejo de alejo de los confines del mundo. En vano me hundo en el espacio: Por todas partes millones de cielos me rodean.... mi imaginación se rinde bajo el peso de la creación.

¡Otro elocuente escritor así apostrofa a las inteligencias celestiales. Mundos planetarios! Celestiales Jerarquías, vosotros os anonadáis delante del ETERNO, Vuestra existencia es por él, el ETERNO es por sí. Él es quién es: sólo él posee la plenitud de ser, y vosotros no poseéis sino su sombra. Vuestras perfecciones son arroyos y el SER infinitamente perfecto es un océano, es un abismo, en que el Cherubin no osa mirar.

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Pero cuando por boca de Moisés Dios dice: Sea la luz, y la luz fue (1)

vemos entonces una imagen divinamente sublime, semejante a otras muchas de los escritores sagrados, que refiriendo con tanta sencillez como frescura los mayores portentos, manifiestan cuanto les ocupaba la verdad, y cuan poco su propio individuo. Pues cuando se trata de Dios es sublime el decir, que él quiere, y la casa es. Para criar la luz en todo el universo ha bastado que Dios hablase; aún es demasiado, ha bastado que quisiese: la voz de Dios es su voluntad.

Por otra parte esta imagen es verdaderamente sublime, porque mayor pintura que la del universo repentinamente iluminado no la hay; lo es en otro respeto, porque no nos pueden dejar de imprimir un sentimiento secreto de terror, a que necesariamente asociamos la idea de omnipotencia del Criador de un tal prodigio; idea que, sin querer, nos llena de un profundo respeto, y rendimiento hacia el Autor de la luz.

Yo confieso que todos los hombres no serán movidos por esta grande imagen, porque todos no podrán representársela con la misma vivacidad; pero si de lo conocido subimos a lo desconocido, para ver toda la grandeza de esta imagen, represéntese cualquiera la de una cuando a las tinieblas se agrega la espesura de los nublados, y que a la luz repetida y momentánea de los relámpagos se vean los mares, las olas, las campiñas, las selvas, las montañas, los valles, y el universo entero desaparecerse y reproducirse, digámoslo así, a cada instante. Si no hay hombre a quien esta imagen no asombre, ¿qué terrible impresión no hubiera sentido aquel que careciendo de toda idea de luz, hubiese visto el primer instante en que dio de repente la forma y los colores al mundo? ¡Qué admiración! qué terror! qué humilde respeto al que había criado tan gran portento!

Finalmente esta imagen debe gran parte de su valor a la brevedad de la expresión; porque cuanto más corta es ésta, al paso que causa una impresión más repentina, y menos prevista, aumenta la admiración y el pasmo. Dios dijo: Sea la luz, y la luz fue: todo el sentido de la frase se desenvuelve, digámoslo así, en esta última palabra fue, pues como su pronunciación es casi tan rápida como el efecto de la luz, y no supone sucesión de actos ni de tiempo, presenta de pronto la mayor pintura que el hombre puede imaginar.

Sublime de sentimiento.- Si en lo físico lo grande supone grandes fuerzas, y éstas, como hemos visto, nos atemorizan; en lo moral también lo grande, esto es, la grandeza y fuerza de los caracteres, constituye lo sublime. No es Tirsis caído a los pies de su amante, sino Scévola con la mano puesta en el brasero, lo que inspira un tímido respeto, una terrible admiración. Así todo gran carácter producirá este profundo y secreto sentimiento; tal es el efecto causado por la confianza que Ayax tiene de sus fuerzas y valor, cuando envuelto entre las tinieblas con que Júpiter ha cubierto el campo de batalla para proteger los Troyanos al favor de la oscuridad, levanta los ojos al cielo, y en una actitud de dolor y desesperación, dice: Gran Dios! vuélvenos la luz, y pelea después contra nosotros. Esta confianza y audacia pasma los corazones más intrépidos.

Este género de sublime reluce siempre en ciertos rasgos heroicos de las almas grandes y llenas de fortaleza, porque nacen del corazón y no de una reflexión fría y mesurada. Este sublime, que casi enteramente depende de una situación que inspire estos sentimientos, se expresa con locuciones sucintas, y discursos concisos; pues pierde su fuerza cuando se extiende a razonamiento.

Oigamos a Calístenes, que encerrado en una jaula de hierro, con las narices, orejas y pies cortados de orden de Alejandro, responde a su amigo Lysímaco, que le visitó compadeciendo su desgracia: Cuando me veo en una situación que pide valor y fortaleza, parece que me hallo en mi lugar. A la verdad, si los Dioses me

hubiesen echado sobre la tierra sólo para el deleite, en vano me habrían dado una alma grande e inmortal.

Sublime fue el dicho de aquel esclavo, cuando atado a un árbol, y no acabando de morir a los repetidos saetazos que le enderezaba su vencedor, éste levantó la espada para quitarle la vida de un golpe, y en esta actitud el paciente le dice: Detente.... prosigue, no te avergüences, tendrás mas tiempo de aprender como muere un hombre.

Terrible es el discurso que Armida, vencida y prisionera en un combate por su antigua amante Raynaldo, Capitán de los Cruzados en Siria, dirige a este General, cuando atormentada de los celos, la indignación, y el despecho, le dice: Sin duda tu gloria quedaría deslucida, si no viese el mundo atada a tu carro una mujer, engañada antes por tus juramentos, y aquí rendida por tu fuerza.... En otro tiempo yo te pedí la paz y la vida.... hoy sólo la muerte puede aliviar mi dolor.... mas ésta no te la pido a ti. Bárbaro! La misma muerte sería para mí horrorosa, si fuese menester recibirla de tu mano.

El dolor de un hombre hace más impresión que el de una mujer, y el de un héroe es más patético que el de un hombre ordinario. Oigamos al Tasso que recurrió a esta fuente del sublime. Jerusalén es tomada: en medio del saqueo Tancredo divisa a Argante rodeado de un tropel de enemigos, que iban a quitarle la vid; corre a librarle de las manos de la soldadesca, cúbrelo con su broquel, y se lo lleva fuera los muros de la

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ciudad, como víctima que reserva para sí. Caminan juntos, llegan al Tancredo prepara sus armas, y el terrible Argante, olvidando el riesgo y la vida, suelta las suyas, y vuelve los ojos llenos de dolor y sobresalto hacia las torres de Jerusalén incendiadas. ¿En qué piensas? le dice Tancredo. ¿En qué llegó tu hora? Si esta reflexión causa tu acobardamiento, es ya tarde. Pienso, responde Argante, en esta deplorable ciudad, antes reina de la Palestina, y ahora cautiva y asolada; cuya ruina en vano me he esforzado a retardar; pienso en que tu cabeza, que sin duda el cielo me reserva, no basta a su venganza y la mía.

No es menos sublime la respuesta de Poro Rey de India, vencido por Alejandro, y hecho su prisionero. El Macedón le hace traer a su presencia, y le pregunta, ¿cómo quiere ser tratado? Como Rey, responde impávido.

Estilo Patético.- Al género de estilo que acabamos de tratar pertenece la moción de los afectos, porque lo patético y lo sublime se identifican. El oyente se halla bien con todas las cosas que le mueven, y en algún modo crece con la grandeza de los objetos: halla delicioso el terror, y dulce la misma tristeza. Las pinturas lastimosas, los discursos tiernos, y los espectáculos más horrorosos ablandándole, y estremeciéndole, le dan un continuo testimonio de la sensibilidad de su corazón, y de la bondad de su alma. El que se enternece se siente siempre mejor que antes: llora, y sus mismas lágrimas le dan buena opinión de sí mismo: se horroriza, y no sabe apartar la vista del objeto de su horror, porque no sabe dejar de ser hombre.

El primer precepto en esta materia es estar herido antes de herir a los demás; y para conseguirlo es necesario que el orador penetre profundamente el asunto que trata, se convenza plenamente de su objeto, sienta toda su verdad e importancia, se grabe fuertemente la imagen de las cosas que quiere emplear para mover al oyente, y las pinte con tanta naturalidad como energía.

Parece que basta hoy los que mejor han conocido los verdaderos principios del arte sublime de inspirar las pasiones han sido los grandes hombres en la guerra y la política. Las pasiones reunidas, y avivadas con el amor de la libertad, más que la habilidad de los ingenieros, hicieron las célebres y porfiadas defensas de Sagunto, Cartago y Numancia.

Alejandro fue sin duda el genio más excelente entre todos los grandes Capitanes de la antigüedad para inspirar los afectos. Idos, ingratos, huid, cobardes, dice a las tropas Macedonias que querían desampararle: sin vosotros subyugaré el universo; y Alejandro hallará soldados donde encuentre hombres. ¿Qué vergüenza no les infundiría?

¿Qué vergüenza y emulación al mismo tiempo, no inspiraría a sus soldados el heroico denuedo de Enrique IV de Francia en la batalla, cuando al ver sus tropas desordenadas y fugitivas, corre a ellas, y al tiempo de irse a meter en lo más espeso de los escuadrones enemigos, les grita: Volved la cara: y si no queréis pelear, alomenos me veréis morir?

Los discursos fuertes y vehementes siempre son proferidos por hombres apasionados. El ingenio en esta ocasión no puede suplir el sentimiento, porque el que no ha probado una pasión ignora su idioma. Las pasiones deben ser miradas como la semilla productiva de los grandes pensamientos: ellas son las que mantienen una perpetua fermentación en nuestras ideas, y fecundan en la imaginación las que serían estériles en una alma tibia. Las pasiones en fin siempre serán el alma del discurso elocuente, pues le dan la fuerza que necesita para arrebatarlo todo.

Con el movimiento de los afectos un hombre elocuente puede arrancar a sus oyentes de aquella inercia, digámoslo así, contraria a la acción del espíritu, y haciendo interesante la materia que propone, levanta al hombre de su pereza e indolencia, tan naturales cuando las cosas no les tocan de muy cerca.

Así el que quiera dominar a los demás, inspirándoles la pasión de que está animado, aprovecha con sagacidad, una veces la propensión o disposición favorables que halla en los ánimos, otras la situación en que varias circunstancias ponen a los hombres, otras en fin las mismas preocupaciones que los gobiernan. Todo discurso que pinte los horrores del despotismo inflamará hoy los corazones en Filadelfia, los dejará tibios en Hispaban.

En la situación en que estaban las tropas de Cartago antes de empezar la batalla del Tessino, ¿qué confianza y valor no les inspiraría este discurso de Aníbal? Compañeros, los Romanos deben temblar, no vosotros. Pasad la vista por este campo de batalla; y no veréis retirada para los cobardes: todos perecemos hoy si quedamos vencidos. ¿Pero qué prenda más segura del triunfo? ¿Qué señal más visible de la protección de los dioses, que el habernos colocado entra la victoria y la muerte?

El poeta que se aprovechó para mover la compasión y la tristeza de la situación de Herminia, bien conocía el poder que tienen en nuestros corazones muchas veces los discursos más tiernos y suaves. Esta Princesa desgraciada, desposeída de su trono, y abandonada del infiel Tancredo su amante, se refugia en

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una aldea, donde toma el destino de pastora. Una tarde de julio, mientras las ovejas descansaban a la sombra, se entretiene grabando unos caracteres amorosos en la corteza de los cipreses; en ella delinea la historia y las desventuras de su pasión, y al recorrer los rasgos que su mano acaba de formar, se desmaya, y bañada en lágrimas, dice: Árboles confidentes de mi llanto, conservad la historia de mis penas. Si algún día viniese un amante fiel a reposar bajo vuestra sombra, su compasión se encenderá al leer mis tristes aventuras, y dirá sin duda: ah! el amor y la fortuna muy mal pagaron tanta constancia y fidelidad.

Las pasiones nunca se conmoverán, a menos que no sea por sí manifiesta y claramente demostrada la cosa de donde se quieren sacar: en vano nos esforzaríamos a excitar la voluntad al amor a odio de un objeto que no conocemos. Pera como el ánimo del oyente suele estar prevenido contra la fuerza descubierta, el orador sagaz sabe insinuarse tranquila y como furtivamente a fin de moverle y doblarle con más facilidad.

Aunque parece que las pasianes deben reinar por intervalos en aquellos pedazos de la composición en que es menester mover y persuadir; sin embargo el lugar más propio de su imperio es el de la peroración, que podemos llamar el foco común, donde se reúnen todos los rayos del discurso para tomar mayor actividad. Aquí es donde el hombre elocuente, para acabar de subyugar los ánimos, y arrancarles sus últimos sentimientos, emplea tumultuariamente, según la importancia y naturaleza de las cosas, ya lo más tierno, ya lo fuerte de la elocuencia.

El buen orador huye de toda ostentación y estudio, antes bien, mostrando cierto desaliño, cierto desorden, cierta perturbación, nos dice, que está vehementemente poseído del entusiasmo del la pasión; y este tumulto imita propiamente la naturaleza agitada, que busca sin rodeos la salida más corta y pronta para su desahogo.

En este concepto no habíamos aquí de aquella falsa elocuencia, tan fácil de enseñar como de practicar; quiero decir, de figuras amontonadas, de grandes palabras, que no dicen nada grande, de movimientos afectados, que no llegan al corazón porque no nacen de él. Antes bien siendo la verdadera elocuencia la efusión de una alma sencilla, fuerte, sensible y grande al mismo tiempo, sin estas calidades ¿cómó se formará un orador excelente?

La moción de las pasiones, por cuyo medio se hiere al corazón derechamente, es el arte más maravilloso que inventó la necesidad, y perfeccionó la oratoria: arte que parecería muy difícil a los fríos raciocinadores, si hubiésemos de dar aquí una definición rigorosa de todas las pasiones, con la enumeración exacta de todas sus especies.

Los retóricos cuentan hasta diez y siete: los filósofos no concuerdan en esta opinión ni con los primeros, ni consigo mismos. El corazón humano es un océano inmenso, lleno de tan diversas agitaciones, que no hay piloto, que pueda señalar todas sus tormentas.

Pero podemos decir que las más frecuentes y conocidas entre nosotros son: el amor, el odio, el deseo, la ira, la indignación, la desesperación, la vergüenza, la emulación, la venganza en la clase de fuertes; y en la de suaves, la clemencia, la confianza, el gozo, la tristeza, la compasión, el temor, y la esperanza; aunque estas dos últimas son los dos móviles del hombre, sea civil, sea salvaje, el cual naturalmente perezoso, sólo se mueve para huir de los males, o buscarse los bienes.

La oratoria, según la idea que forma de estas pasiones, nos las representa indiferentes en sí mismas, y sólo en su objeto, y por diversas causas o situaciones, la pinta honestas o criminales. Por ejemplo: el valor saca su bondad o malicia del carácter de quien posee: si es virtud en un Horacio, en Cromwel es un vicio; y la confianza de César, laudable en el Rubicón, es vituperable en el Senado.

Las pasiones, pues, son excelentes, por ejemplo: cuando se nos hace esperar lo que debe ser verdadero y digno objeto de nuestras esperanzas, temer los males que nos amenazan, aborrecer las acciones que la virtud y la religión condenan, amar la verdad y la justicia, respetar la probidad, desear el honor y la felicidad, admirar el heroísmo, emular la gloria de las buenas acciones, y avergonzarnos de la bajeza y fealdad de las nuestras, compadecer la inocencia oprimida, indignarnos contra la imprudencia y la iniquidad, perdonar al delincuente arrepentido, etc.

Así diremos que la oratoria se sirve de las pasiones útiles, ya para fortificarlas más, ya para reprimir o borrar las perniciosas. Por ira divina para excitar en nosotros el amor de la virtud, y el odio del vicio; el amor de la patria en Bruto para curarnos de los males de la ambición; la compasión y las lágrimas de Ana Bolena en el suplicio, para disponernos contra el amor criminal. Por este medio la elocuencia puede corregir las pasiones en el corazón humano combatiéndolas allí unas con otras; porque el orador las dirige, no las sufoca.

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Pero como las pasiones son muy diferentes en los hombres; a quienes un mismo objeto puede agradar por lados distintos o contrarios, por esto los oradores hábiles han distinguido siempre con mucha discreción la edad, el sexo, la índole, la capacidad, el interés, y la clase de los oyentes, así como el gusto del siglo, las preocupaciones de la nación, y la forma de su gobierno. Pues quién duda que las diferentes posiciones, tiempos, y países no dispongan el hombre a dejarse impresionar de unas pasiones a objetos primero que de otros? Ésta es sin duda la razón por que algunos pasajes elocuentes de los más famosos oradores de la antigüedad, que entonces inflamaban una República, hoy dejan tibios y tranquilos a los lectores.

Los objetos de las pasiones en la oratoria deben ser siempre cosas grandes; las unas por su naturaleza, como las divinas, las celestes, el bien de la humanidad, la salud de la patria, la vida del ciudadano, el triunfo de la virtud, la defensa de la justicia, etc. Otras son grandes por convención humana, como los honores, las riquezas, la pobreza, la prosperidad, la reputación, etc.

El bien de la humanidad nos hará concebir una justa indignación contra las costumbres Romanas en esta valiente pintura del tiempo del lujo y de su corrupción. Ábranse los anales de las naciones, y veremos a los Romanos arrastrados de la voz del deleite, sacrificar sus semejantes, no digo al interés de la patria, sino a su diversión y sensualidad. Hablen aquellos viveros, en que la bárbara glotonería de los poderosos abogaba los esclavos para pasto de los peces, a fin de que criasen una carne mas delicada. Habla aquella isla del Tíber, adonde la crueldad de los amos enviaba los esclavos viejos y enfermos a parecer por el suplicio del hambre. Hablen también los fragmentos de aquellas soberbias arenas, en que están grabados los fastos de la barbarie humana; en que la nación más civilizada del universo inmolaba millares de gladiadores al placer que produce la vista da un combate adonde corrían con ansia las mismas mujeres donde este sexo delicado y dulce, que criado entre el lujo y el regalo, parece que sólo podía respirar ternura, refinaba la inhumanidad, hasta exigir de los atletas heridos, que al tiempo de espirar cayesen en una postura gentil y graciosa.

III.- Estilo templado

La nobleza, la amenidad, y la elegancia son calidades principales del estilo templado que guardando cierto medio entre el sublime y el sencillo, tiene menos fuerza y calor que el primero, y más abundancia y brillantez que el segundo; por esta razón admite los adornos del arte, y toda la hermosura del gusto.

En este estilo, que propiamente es un género adornado y florido, puede la oratoria ostentar su pompa y majestad. Llámanse adornos en el sentido retórico aquellas locuciones, y modos figurados, que al paso que dan cierta gracia al discurso, le hacen más insinuante y persuasivo.

El orador no habla sólo para hacerse entender, pues en este caso le bastaría decir las cosas con sencillez y claridad; habla también para mover, convencer, y deleitar. Este deleite no puede entrar en el corazón, y después en el entendimiento, sin pasar primero por la imaginación del oyente, a la cual es necesario hablar su idioma. Por eso dice Quintiliano, que el placer ayuda a persuadir, porque el oyente está dispuesto a creer verdadero todo lo que encuentra agradable.

No basta que un discurso sea claro, inteligible, lleno de razones y pensamientos sólidos; algunas veces es menester, según la materia, y sus circunstancias, que reluzca en él cierta gracia, hermosura y esplendor, de que se forman los adornos. Esta habilidad distingue a un hombre facundo de un hombre elocuente. El primero, quiero decir, el que se explica con claridad, facilidad, y gracia, dejará los oyentes tibios y tranquilos, cuando el segundo les excite sentimientos de admiración y ternura, los cuales mira Cicerón como efectos de un discurso enriquecido de lo más brillante de la elocuencia, ya sea en los pensamientos, ya en las expresiones.

En este estilo entra aquel género de elocuencia, digámosla así, de aparato, cuyo fin principal es el deleite de los oyentes, o lectores; como son los discursos académicos, las arengas públicas, las dedicatorias, cumplimientos, y otras piezas semejantes, donde es más permitida la pompa del arte.

Sin embargo es menester, aún en este género de asuntos, que los adornos se usen con gusto, discreción y sobriedad; y alomenos que sean variados y modificados con maestría. Pues si esto es verdad en materias de puro aparato y ceremonia ¿cuánto más en las discursos que tienen por objeto asuntos grandes e importantes? Cuando se trate del honor, de los bienes, del reposo, de la vida de los ciudadanos, de la salud de la república, y de la salvación de almas, ¿será lícito al orador o escritor ocuparse en su propia reputación, solamente con el fin de hacer brillar su ingenio? No quiero decir con esto, que en los asuntos de esta importancia se desechen las gracias y hermosuras del estilo, sino que los adornos sean más serios, modestos, y sólidos, y que nazcan más bien de la misma sustancia de la materia que del ingenio del orador, cuya compostura debe ser noble, grave, y varonil.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

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Parte tercera

De la exornación de la elocuencia

Llaman los retóricos exornación aquella compostura, que naciendo de la gracia de los tropos, y nobleza de las figuras, ilustra y enriquece al discurso; aunque los adornos cuando son demasiado exquisitos, tienen el inconveniente de corromper la elocución.

Así diremos que el orador, cuando piensa más en los atavíos que en las cosas, prefiere su gloria personal al bien de su causa. La bondad, la importancia, o la grandeza del asunto es lo que interesa a los oyentes, y debe captar su benevolencia. Lejos de ganarla el orador con su presunción, crea que nunca persuadirá mejor que olvidándose a sí mismo. Si cuando escribe, premedita los tropos y figuras, jamás compondrá bien; debe cometerlas sin advertirlo, pues le han de nacer, por decirlo así, bajo la pluma, y producirlas por una especie de instinto oratorio, hijo del continuo ejercicio.

Artículo I.- De los tropos

Los tropos son unas figuras, por cuyo medio se da a una palabra aquella significación que no es precisamente la suya propia. Estas figuras se llaman tropos del griego trope, esto es, vuelta, o conversión; pues cuando tomamos un término en sentido figurado, le volveremos, digámoslo así, para hacerle significar lo que no significaba en su sentido recto. Velas en sentido propio no significan los navíos, porque sólo son una parte de la nave; no obstante algunas veces decimos: cien velas, por cien navíos, tomando la parte por el todo.

Uso y efectos de los tropos

Uno de los efectos principales, y mas frecuentes de los tropos es el de dispertar una idea principal por medio de otra accesoria. Per eso decimos: cien fuegos, por cien casas: mil almas, por mil personas: el acero, por la espada; la pluma, por el estilo del escritor, etc.

Los tropos dan mayor energía a la expresión. Cuando estamos vivamente heridos de un pensamiento, raras veces nos explicamos con sencillez, porque el objeto que nos ocupa se nos presenta con las ideas accesorias que le acompañan; y entonces pronunciamos el nombre de las imágenes que se nos imprimen. Así naturalmente recurrimos a los tropos, con los cuales hacemos más sensible a los demás lo que nosotros mismos sentimos. De aquí vienen estos modos de hablar: está inflamado de cólera; está embriagado de deleites; vive encenagado en el vicio; nos aja la reputación; todos caen en error, etc.

Los tropos hacen hermoso y agradable el discurso; porque como las expresiones son otras tantas imágenes, divierten y alagan a la imaginación. También dan mayor nobleza, porque las ideas comunes a que estamos acostumbrados, no excitan en nosotros aquel sentimiento de admiración y sorpresa que arroban el alma.

En estos casos recurrimos a las ideas accesorias que visten con gallardía a las comunes. Todos los hombres mueren igualmente: veis aquí un pensamiento común. Pero si decimos: La muerte no perdona ni la choza del pobre, ni el palacio de los Reyes, tendremos un pensamiento hermoso y noble.

Los tropos sirven para modificar las ideas duras, desagradables, tristes, o indecentes, de que veremos ejemplos hablando de la perífrasis.

Como todas las lenguas son estériles en su diccionario, los tropos en cierto modo las enriquecen, unas veces multiplicando el uso de una misma palabra; y otras dándole nueva significación, ya sea uniéndola con las que no podía juntarse en su sentido propio, ya sea usándola por extensión o semejanza. En fin sirven los tropos para poner en alguna manera delante de los ojos las imágenes, que nos sugirió la viveza con que sentimos lo mismo que queremos explicar. Así decimos: corre como el viento -duerme como una piedra- se deja arrastrar del torrente de sus pasiones. Todas estas expresiones son dictadas por los movimientos naturales de nuestra imaginación.

Vicios de los tropos

Los tropos que no producen los efectos que acabamos de indicar, son defectuosos. A más de ser claros y fáciles, deben presentarse naturalmente, y no emplearse fuera de tiempo, y de lugar.

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No hay cosa mas ridícula en cualquier género de escritos que la afectación e incongruencia. La es decir: subminístrame licor etiope, en lugar de, tráeme tinta; y estotra expresión: el consejero de la hermosura, por decir: en el espejo. Semejantes locuciones bajas, violentas, e impertinentes son hijas de una imaginación sin gusto ni juicio.

No se deben, pues, usar los tropos, sino cuando ellos mismos se presentan naturalmente a la imaginación, o nacen de la misma materia; cuando las ideas accesorias los llaman, o los pide la decencia: entonces agradan, porque se buscan sin la mira de agradar. Este lenguaje hermosea al discurso, porque Podemos decir que da alma a los vegetables, vida a los sensibles, a los vientos alas, y cuerpo a los pensamientos.

I.- Tropos de dicción

Metáfora

La Metáfora es la transposición del sentido propio de una palabra en otro que no le conviene, sino por una comparación que el entendimiento hace de los dos. Cuando decimos, la luz del entendimiento, la palabra luz, que en su sentido propio nos hace ver los cuerpos, aquí puesta por translación, representa aquella facultad de percibir y conocer, que alumbra a nuestra razón para formar sanos juicios. Así decimos a la lógica llave de las ciencias; por ser ella, del modo que la llave abre las puertas, la que nos abre la entrada a los demás conocimientos.

La metáfora se distingue de la comparación en cuanto ésta se sirve siempre de términos que indican la asimilación entre dos cosas; así decimos de un hombre colérico: está como un león. Mas cuando decimos simplemente Juan es un león, entonces no es comparación sino metáfora, porque aquella es implícita, quiero decir, está en el espíritu, y no en los términos.

Cuando las metáforas guardan regularidad no es difícil hallar la conveniencia de comparación, pues se extienden tanto como ésta; mas cuando la comparación es traída de mucha distancia, la metáfora no es regular.

No hay duda que muchas veces las metáforas deleitan a la imaginación, dando a las expresiones mucha más energía que si nos sirviésemos de los términos propios. En efecto, ¿cuánta más energía tiene esta expresión: está sepultado en un profundo sueño, que estotra: está muy dormido? Por metáfora decimos también: la flor de la juventud: la ceguedad de los idólatras: el hilo del discurso, etc.

Éste es el tropo que da más gracia, fuerza y brillantez al discurso: y si no, obsérvense los más excelentes pasajes, y se verá que las expresiones más nobles y magníficas casi todas son metafóricas, porque éstas son el lenguaje de la imaginación.

Como siempre gustamos de ver, las metáforas bien colocadas, son otras tantas imágenes que al paso que deleitan el alma, dan ensanches, por decirlo así, a nuestra reflexión. Dice un moderno: El Asia, CUNA del género humano. Qué viveza! qué magnificencia! Podía haber dicho: el Asia, ORIGEN del género humano; esto es ya común y flojo. Otro dice: El valor en ciertas circunstancias es la ESPADA del vicio, o el ESCUDO de la virtud. Podía haber dicho de un modo ordinario y sencillo: El valor en ciertas circunstancias AYUDA al vicio, o DEFIENDE a la virtud. ¡Qué valentía y acción tiene estotra expresión! En Turquía la cimitarra es el INTÉRPRETE del Alcorán; por decir simplemente, que en Turquía la religión se prueba con las armas en la mano.

Vemos, pues, que la metáfora tiene la ventaja particular de brillar por sí sola en el discurso más lucido; y que sustituyendo lo figurado a lo simple, difunde una rica variedad, ennoblece las cosas más comunes, y deleita a la imaginación por la ingeniosa valentía de traer del mundo físico objetos extraños, en lugar de los signos usuales y ordinarios.

El uso de las metáforas es tan general y frecuente, que a causa de la imperfección de las lenguas en la esfera de la metafísica, casi todas las ideas intelectuales se han de explicar con expresiones figuradas, esto es, con palabras, cuyo sentido propio representa cosas materiales.

No hemos de entender por estas palabras, sólo aquellas en que la metáfora es evidente, como en éstas: una casa triste; un jardín alegre; un discurso frío; sino aún las que miramos por más simples y perceptibles. En cualquier paraje que se abra un libro podemos observar que casi todo el lenguaje está regido de expresiones metafóricas.

Vicios de la metáfora

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Las metáforas son viciosas cuando se sacan de materias bajas, como la de aquel que dijo del diluvio: fue la lexía de la naturaleza. Cuando son forzadas, y traídas de muy lejos; cuando su analogía no es natural, ni la comparación bien sensible, como la del que dijo: Bañaré mis manos en las ondas de tus cabellos; y la del otro: ¿Quién en el bajel de la envidia embarca su fortuna?

Pueden entrar en esta clase las metáforas que se sacan de objetos poco conocidos, o demasiado científicos; como la del que dijo: desde el apogeo de su prosperidad, por decir, desde la altura o colmo de su prosperidad.

Las que, no conviniendo sino al estilo poético, se introducen en el discurso oratorio, como cuando cierto poeta dice: armónicos partos de la ira, a los sonidos: y las doradas madejas de la aurora, al resplandor del alba.

Las que se sacan de objetos indecentes, o torpes por su naturaleza o aplicación maliciosa; como la del que dijo: con la muerte de Scipión quedó castrada la República; pudiendo haber dicho: quedó huérfana. De la virginidad de MARÍA en su parto portentoso dice otro: Virgen, que sin perder la flor nos diste el fruto.

Otras veces se puede suavizar lo duro, o muy nuevo de una metáfora, mudándola en comparación, por ejemplo: el Ganges viene a ser como una lágrima del océano; o bien añadiéndole algún correctivo, como en ésta: el arte, por decirlo así, está ingerto en la naturaleza.

Cuando hay muchas metáforas seguidas, y cada una forma el sentido completo, y una frase perfecta, no es siempre necesario que se saquen del mismo objeto principal, a menos de que se quiera hacer una alegoría. Así podemos decir: la agricultura, y el comercio son dos pechos que alimentan el estado: sobre estas dos bases descansa el edificio social. Aquí vemos que el término de comparación de la primera frase es sacado de las madres que crían, y el de la segunda de la arquitectura.

Son viciosas las metáforas que se toman de objetos opuestos, o términos incoherentes de comparación, esto es, que excitan ideas que no pueden ligarse, como si dijéramos: un torrente que se enciende, en lugar de, que arrebata -tomó la espada, y la esgrimió como un león, pudiendo decir, como un Cid.

Así será bien dicho: el puñal de la envidia, y no el puñal sino el opio de la pereza; porque el puñal, y la envidia tienen esto de común entre sí; el uno hiere el cuerpa, y el otro el alma. La pereza es pasiva, es una inacción, y por esto es comparable al sopor causado por el opio. Dice un poeta: saqué esta antorcha de Marte, por decir, esta espada, ¿Qué conveniencia tiene la antorcha que alumbra con la espada que corta? ¿Y qué necesidad hay de nombrar los objetos físicos y naturales con rodeos y signos metafóricos, sean o no congruentes? La metáfora sirve para hacer en algún modo visible lo invisible, y como palpable lo espiritual: ¿qué cosa, pues, más visible, y palpable que una espada? ¿Qué palabra me representará con más viveza un álamo que la voz propia álamo; una bala que la voz propia bala? ¿Cómo he de entender que el aspid de metal es el arcabuz?

Como cada lengua tiene sus metáforas particulares que no tienen uso en otra, sería cosa ridícula emplearlas indistintamente: vemos, pues, que los latinos dicen: cuerno derecho, cuerno izquierdo a lo que nosotros llamamos alas de un ejército.

En fin las metáforas son viciosas cuando con su profusión confunden el discurso que deberían hermosear. Siempre se usarán con discreción, aún en aquellas cosas que por sí las piden: el asunto debe traerlas, no la violencia, ni la ridícula manía de hacer el estilo siempre metafórico.

En este estilo dice cierto autor en la dedicatoria de su libro a una Reina: Las olas de mi temor, y el huracán de mi indignidad no sumergieron la nave de mi razón que navegaba al puerto de vuestra clemencía. ¿Qué necesidad hay aquí de hacer alegórica esta idea? ¿No sería más clara, natural, y expresiva si fuese simple? En fin cuando no fuese impertinentes ¿qué comparación tiene un huracán con la indignidad, una nave con la razón del hombre? Que el temor, siendo ura turbación del ánimo, se compare con las olas agitadas: que la clemencia, que ampara los culpables, se compare con el puerto que abriga las naves, está muy bien: ¿mas el asunto exigía que se comparase? ¡Cuán fácil es a los que no pesan las expresiones en la balanza del juicio y buen gusto ostentar su ingeniosa e impertinente fecundidad!

Léase por última prueba de la manía de las metáforas vanas, oscuras, y violentas, lo que otro escritor del siglo pasado, época de la depravación del gusto, dice de Semíramis. Ésta, pues, matrona, que sólo nació mujer para no hallar de qué morir, encaneciendo a la llama de su fragilidad cuantos laureles, huyendo de las libiezas del olvido, aspiraron a las inmunidades de su frente. Veis aquí una alegoría que no tiene más que hinchazón y tinieblas, afectación e incoherencias. Parece que sólo la locura, o una fuerte fiebre podía inspirar tales delirios.

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Synecdoche

La palabra synecdoche significa comprehensión, concepción. En efecto por medio de ella se hace concebir al entendimiento más o menos de lo que significa en su sentido recto la palabra de que usamos. Este tropo se comete de muchos modos.

1.º Tomando un individuo en lugar de muchos, como cuando decimos: el soldado defiende el estado: el enemigo embiste: el romano victorioso: o al contrario, tomando el número plural por el singular: así se dice: los Ambrosios, los Cicerones, los Platones, los Plutarcos.

2.º Cuando se toma la parte por el todo, como cuando decimos: cien velas, por cien navíos; las olas, por el mar; cien cabezas, por cien individuos; el Nilo, por el Egipto. Así dice un autor: los Califas de Damasco vieron correr el Ganges y el Tajo bajo su imperio por decir, dominaban desde la India, hasta España. Los Partos llevaron sus estandartes hasta las provincias Romanas; por decir, llevaron sus ejércitos. Y al contrario cuando tomamos el todo por la parte: brillan las lanzas, por las puntas de ellas.

3.º Tomando el género por la especie; así decimos: Oh! necios mortales! nombre que conviene a todo ente sujeto a morir; en lugar de: Oh! necios hombres! También tomando la más por lo menos como: las criaturas lloran, por decir: los pequeñuelos de pecho.

4.º La especie se toma por el género, como cuando decimos deshonesta a una persona viciosa: es un caballo, por decirle a un hombre que es un animal, diciendo lo menos por lo más.

5.º La materia se toma por la obra, como el acero, por la espada; la plata, por la moneda: y al contrario la obra se toma por la materia; así decimos: un buen libro, por la bondad de su asunto, o estilo.

6.º Los antecedentes se toman por consecuentes, como: Pedro se cansó de vivir, pues murió: fuimos Godos, por decir, el imperio Godo se acabó: fue Numancia, esto es, quedó destruida. Y al contrario los consecuentes por antecedentes, como: los graneros rebosaron, por la buena cosecha: la Siria fue regada de sangre de Cristianos, por la mortandad de la guerra de los Cruzados: el Norte se arma, por amenaza una guerra. Pertenecen aquí otras expresiones delicadas, como ésta en elogio de un sabio, que murió tan bien como había vivido: su fin no fue indigno de su vida.

Sin embargo no es siempre permitido tomar un nombre por otro indistintamente; pues además de que las expresiones figuradas deben ser en algún modo autorizadas por el uso, alomenos el sentido literal que se quiere dar a entender, ha de presentarse naturalmente al entendimiento sin ofender la razón, ni los oídos acostumbrados al rigor y pureza del estilo figurado. Si de una armada compuesta de treinta navíos, se dijese, de treinta popas, se cometería una synecdoche dura y ridícula. Cada parte no se toma por el todo, ni cada género por la especie, ni cada especie per el género, etc. Sólo el uso da este privilegio a una palabra, y no a otra.

Metonimia

La palabra metonimia significa transposición, o mutación de un nombre en otro; en cuyo sentido este tropo comprehende a todos los demás; pero los retóricos le restringen a los usos siguientes:

1.º Tomando la causa por el efecto, como: sol fuerte, por calor fuerte; vivir de su trabajo, por vivir de su salario, o de lo que trabaja. Aquí pertenecen los inventores de algún arte, por los efectos de la invención: como Ceres, por el trigo; Baco, por el vino, Marte, por la guerra. También los autores por sus obras, como: léase a Cicerón, a Virgilio; otras veces se toma la causa instrumental por los efectos que produce; como: tiene buena pluma, por decir escribe bien; tiene buenas manos, por decir trabaja bien.

2.º El efecto se toma por la causa, como cuando decimos: la pálida muerte, por la palidez que causa en los cadáveres; por lo mismo decimos: la ciega herejía, la pesada vejez.

3.º Se toma el continente por el contenido, como cuando decimos: arde el consejo, por la casa del consejo: comió un buen plato, por decir, un buen manjar: implora al Ciclo, es decir a toda la Corte de los Santos y Ángeles. Asimismo decimos: el Oriente es esclavo, por los pueblos que habitan en aquellas regiones: toda la tierra le aclama, por decir, todos los hombres, etc.

4.º El contenido por el continente, como: San Pedro, por su Templo: también decimos: una pieza de Bretaña, de Holanda, de Gante, tomando el lugar de la fábrica por el artefacto.

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5.º Por la misma regla el Liceo se toma por la doctrina o secta de Aristóteles, porque la enseñaba en aquel sitio; el Pórtico por la de Zenón: la Academia, por la de Platón. Así diremos muy bien: Cicerón formó su alma en el estudio del Pórtico y de Liceo.

6.ºEl signo se toma por la cosa significada corno: el cerro por la dignidad Real; la tiara por el Pontificado; el capelo por el Cardenalato; la toga por la Magistratura; las armas por la milicia; las águilas por el Imperio; la oliva por la paz; la palma por la victoria ,etc.

7.º El nombre abstracto por el concreto, como cuando la guardia se toma por el guarda; la esperanza por la cosa esperada: así decimos: Dios es mi esperanza; mismo modo: Juan es mala compañía, por decir mal compañero.

8.º Las partes del cuerpo, que se miran como asiento de las pasiones, o de los sentimientos, se toman por los sentimientos mismos. Así decimos: tiene un gran corazón, por un gran valor: tiene mucho seso, por mucho juicio; no tiene entrañas, por decir: no tiene compasión, etc.&c.

Metalepsis

LA metalepsis es una especie de metonimia, por la cual expresamos lo que se sigue para hacer entender lo que precede; o al contrario: este tropo abre como la puerta para pasar de una idea a otra, o por decirlo mejor, es un continuo juego de ideas accesoria, que se llaman la una a la otra.

La partición de bienes se hizo a los principios por suerte, y como ésta precede a la partición: de aquí ha provenido, que suerte se toma por partija, esto es, el antecedente por el consecuente. Dice un escritor, pintando la disolución de Roma cuando, perdió las costumbres: Un histrión dio herederos a los descendientes de los Scipiones y Emilios, haciendo entender por un consecuente decorosa y disfrazado un antecedente, que envuelve la idea de una torpe bajeza. ¡De qué socorro no son los tropos para la pluma que sabe manejarlos!

Pertenecen a la metalepsis estos modos de hablar: él olvida los beneficios, esto es, no los corresponde: acuérdase Vmd. de nuestro trato, esto es, cumplale Vmd. Señor, no os acordéis de nuestras faltas, esto es, no las castiguéis; yo he vivido ya bastante, por decir, ya me llama la muerte.

La metalepsis también se comete cuando, suprimiendo muchas ideas intermedias, pasamos como por grados de una significación a otra. Así se dice: Pedro no verá muchos Agostos, esto es, no vivirá muchos años: Juan tiene muchas navidades, esto es, tiene mucha edad.

Antonomasia

La antonomasia es una especie de synecdoche, por la cual ponemos un nombre común en lugar de un nombre propio, o al contrario.

En el primer caso queremos dar a entender, que la persona, o cosa de que hablamos es la más excelente sobre cuantas comprehende el nombre común; y en el segundo queremos significar, que aquel de quien hablamos se parece a los que tienen su nombre, célebre por alguna virtud o algún vicio.

Los nombres de Apóstol, Rey, Filósofo, Poeta, Orador son comunes; sin embargo la antonomasia, haciéndoles particulares, los hace equivaler a nombres propios.

Así cuando los antiguos dicen: el Filósofo, entienden a Aristóteles; cuando los Griegos y los Latinos dicen el Poeta, entienden los primeros a Homero y los segundos a Virgilio; por lo mismo cuando unos y otros dicen, el Orador, entienden los segundos a Cicerón, y los primeros a Demóstenes. En fin cuando nosotros decimos el Rey, entendemos el que nos gobierna, y cuando el Apóstol, a San Pablo.

Los adjetivos, o epítetos son nombres comunes por sí, y aplicables a diferentes objetos; mas entonces la antonomasia los hace particulares. Así llamamos a ciertos Príncipes famosos, el Conquistador, el Sabio, el Prudente, el Piadoso: al modo que los teólogos cuando dicen del Doctor Angélico entienden a santo Tomás, y a San Buenaventura cuando nombran el Doctor Seráfico.

A la segunda especie de antonomasia se refiere la acepción del nombre propio por algún epíteto o nombre común: Sardanápalo fue un Príncipe sumergido en los deleites; así decimos de un hombre muy sensual: es un Sardanápalo. Nerón fue un Príncipe cruelísimo, así de cualquiera que muestre gran crueldad, se dice. es un Nerón. Del mismo modo se dice: es un Catón de aquel que posee austeras virtudes: es un Mecenas del que protege los literatos.

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A esta segunda especie se refiere también la acepción del nombre gentílico por algún atributo característica de aquella nación: así se dice: es un Francés, esto es, un hombre ligero: es un Alemán, es decir, un hombre flemático: es un Inglés, por un hombre meditabundo.

Últimamente pertenece a esta especie la aplicación del nombre patronímico a los descendientes de un linaje, como cuando decimos: Romúlides a los Romanos; Dardánides a los Troyanos; Sarracenos a los Moros, y Otomanos a los Turcos, etc. De la propia suerte adaptamos a las divinidades paganas los nombres de los lugares de su primitivo o más famoso culto, o de su fabuloso nacimiento, y decimos: el Tebano por Hércules, el Capitolino por Júpiter, Citerea por Venus, Delia por la Luna. Igualmente tomamos el nombre de la patria por el de sus más famosos hijos, o el de alguna ciudad por el de los Prelados que la han ilustrado: así decimos el Nebrisense por Antonio de Nebrija; el Niceno por San Gregorio de Nyssa; el Abulense por el Tostado, Obispo de Ávila, etc.

Onomatopeya

Este tropo se comete por la elección de aquellas voces que imitan el sonido natural de lo mismo que significan: así decimos: el graznido del cuervo, el maullido del gato, el mugído del buey, etc. También se comete cuando formamos palabras que imiten el ruido de objetos inanimados, como son el silbido de las balas, el chisporroteo de la leña, el estampido del rayo, etc.

Catacresis

Unas veces se comete la Catacresis, cuando nos servimos para expresar una idea del signo propio de otra que tenga una analogía más próxima con la primera; o cuando la lengua carece de término peculiar y determinado para representarla.

En el primer caso, que se llama modo extensivo, decimos: cabalgar un caballo, y cabalgar una caña; dar un escudo, y dar un consejo; construir un navío, y construir un templo; las hojas de una higuera, y las hojas de un libro, una columna de mármol, y una columna de infantería, etc. En el segundo caso decimos platero al que trabaja en plata como en oro; y herrar un caballo, aunque las herraduras sean de plata, etc.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

II.- Tropos de pensamiento

Alegoría

La alegoría, compuesta de una continuada metáfora, es un discurso que al principio se presenta bajo de un sentido propio, que parece otra cosa totalmente distinta de la que queremos dar a entender, si bien sirve al fin de comparación para dar la inteligencia de otro sentido que no expresamos.

La metáfora junta la palabra figurada con el término propio; así decimos: el fuego de tus ojos; aquí la voz ojos se toma en su sentido propio; a diferencia de la alegoría, donde todas las palabras desde la primera tienen un sentido figurado, o por mejor decir, todos los términos de un discurso alegórico forman desde el principio un sentido litera, mas no el que se quiere, ni se debe entender. Pues éste solamente se descubre al fin, cuando las ideas accesorias, descifrando el sentido literal riguroso, lo aplican oportunamente por semejanza. Las de esta especie se llaman alegorías puras; para cuyo ejemplo léase ésta: Veamos esta tierna yedra cuan estrechamente se abraza con la majestuosa encina: de ella saca su sustancia, y su vida depende de la de este robusto bienhechor: ¡Grandes de la tierra! vosotros sois el apoyo de los pobres que os buscan. La semejanza de los Grandes descubre y caracteriza aquí la alegoría.

Hay otra especie de alegoría, llamada mixta por estar entretejida de voces, unas propias, y otras transferidas, que viene a ser un compuesto de metáforas análogas al objeto, principal. Un historiador, pintando el estado de la Alemania después del atentado de Cromwel en Inglaterra, dice: La Alemania, mezclando el estaño de los publicistas con el azogue de los herejes, presentaba a la espada de las discordias civiles un espejo, que detenía el brazo levantado del odio y la ambición. Aquí las palabras propias son Alemania, publicistas, herejes, discordias, odio, y ambición, y las transferidas, o figuradas en comparación de aquellas, son estaño, azogue, espada, espejo, y brazo. Pero al fin todas juntas forman un espejo moral y sus efectos.

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Toda alegoría conservará en la continuación, del discurso aquella imagen de donde saca las primeras expresiones; quiero decir, que una alegoría debe sostenerse hasta el fin por imágenes análogas a la que es el archetypo, de toda la figura.

Si el navío, por ejemplo corriendo una tormenta ha de representar la república combatida por la guerra civil, es menester que a la imagen principal de navío naufragante sigan las demás que acompañan las partes y movimientos de una nave, la furia de los vientos, y la braveza de las olas; pues la alegoría siempre acaba con el mismo género de translación por donde empieza. El que principiase por una inundación, y finalizase por un incendio, el que por un león, y acabára por un terremoto, formaría ciertamente una figura monstruosa.

Es muy natural hablar con metáforas, porque la imaginación, que tuvo gran parte en la formación de las lenguas, ayuda mucho a la enunciación de las ideas, presentando al entendimiento objetos palpables. Pero no es muy natural tejer el discurso con una continuada metáfora, esto es, con una alegoría dilatada: porque ésta es una composición de mucho estudio, una cadena de muchos eslabones, que dependen hasta el último del primero que los liga a todos.

El sentimiento y la razón, dos principales instrumentos de la elocuencia, no han de dejarse poseer de la imaginación, de tal manera que ésta los sufoque. Ciertas alegorías breves, llenas de alma, y pedidas por el mismo asunto, son tolerables, como rasgos rápidos de un ingenio que pinta de una pincelada. Pero la alegoría dilatada es un plan previsto; cuando por el contrario, la elocuencia ha de ser como no pensada

En la pintura del renacimiento de la buena filosofía dice un autor: Después de tantos siglos que los hombres divagaban entre las tinieblas de la escuela, Descartes dio el hilo, Newton las alas para salir del laberinto.

Aludiendo también a las fábulas del Dragón de Cadmo, y la Vía láctea, dice otro: La agricultura con los frutos de la tierra produce los hombres, y con los hombres las riquezas. No siembra los dientes del Dragón para parir soldados que se devoren; antes derrama la leche de Venus, que puebla al cielo de una innumerable multitud de estrellas.

Además, como la alegoría es una serie de objetos comparados, y es casi imposible que la comparación sea difusa y exacta al mismo tiempo, sucede que queriendo comparar todas las partes y circunstancias del objeto principal, no se halla perfecta analogía, y sí se halla, a veces el asunto no la merece: porque ¿quien creerá que todos los objetos sean dignos de presentarse con una metáfora?

Es trabajo frío y pueril el circunstanciar demasiado la alegoría. De los dos objetos de que se forma sólo se deben comparar las principales relaciones que tienen entre sí, siempre las más excelentes, las más grandes, las más conducentes al fin del orador que desprecia lo minucioso.

Pongamos, por ejemplo, la alegería de un navío comparado con la república. Entre estros dos objetos principales, en sacando del navío el Capitán, comparable con el que está revestido de la suprema autoridad; la brújula, comparable con las leyes; las olas del mar con las facciones; los vientos con los ambiciosos, etc. todo lo demás, como la quilla, el triquete, el bauprés, el farol, ¿con qué se compararán que no sea menudo, pueril, y ridículo?

De la alegoría pura nacen los proverbios, las parábolas, los apólogos, y los enigmas, que son otras tantas especies de alegorías.

PROVERBIOS.- Los proverbios tienen a primera vista un sentido propio, que es el verdadero; mas no el que se quiere dar a entender. Por otra parte tienen poca dignidad, y comúnmente pertenecen al estilo ínfimo y familiar; así decimos: el que tiene tejado de vidrio no tire piedras a su vecino. - A río revuelto ganancia de pescadores, etc.

PARÁBOLA.- Las ficciones que se producen como otras tantas historias para sacar de ellas alguna moralidad, son parábolas, o fábulas morales, como las de Esopo. Pero en la parábola todos los sujetos que se introducen son racionales; en lo que se distingue de la fábula.

Aunque la párabola es una especie de alegoría, parece que ambas se distinguen por sus objetos; pues las máximas morales lo son de la primera, y los hechos históricos de la última. Ambas en fin son una especie de velo enigmático, que el escritor de ingenio puede hacer más o menos transparente.

El estilo parabólico lisonjea la imaginación, y excita la curiosidad: así capta al pueblo que gusta de todo lo que le mueve y ocupa. Cristo tomó las parábolas como instrumento poderoso para introducir su doctrina indirectamente, esto es, con más suavidad en el corazón del pueblo judío.

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APÓLOGO.- El apólogo es una moralidad que se oculta bajo el velo simbólico de una narración fingida, pues viene a ser otro disfraz que cubre las verdades con una ficción moral, para que hallen después la entrada más libre. Comúnmente desengañan con mucha dulzura y viveza. Un Rey, dice Plutarco, creyendo que el oro hacía las riquezas extenuaba sus vasallos en el trabajo de las minas: todo parecía, y los habitantes recurrieron a la Reina. Ésta mandó hacer secretamente panes, frutas y manjares de oro, y los hizo servir en la en la mesa de su marido. Su vista le alegró mucho, pero luego sintió hambre y pidió de comer. No tenemos más que oro, respondió la Reina; porque como los campos están incultos, y nada producen, se os sirve lo único que nos queda y llena vuestro gusto. El Rey entendió la advertencia y se corrigió.

ENIGMA.- Es una especie de alegoría, que oculta artificiosamente el objeto a que conviene, siendo éste al mismo tiempo el que se propone adivinar. Los enigmas son semejantes a los problemas: fórmanse por una dificultosa cuestión de las contrariedades del sujeto, haciéndole oscuro y difícil de descifrar; al contrario de las demás alegorías, que se presentan de modo que puedan aplicarse sin dificultad.

Pero como la elocuencia y los oradores ya han desaparecido de un país, cuando la verdad necesita de salir envuelta en figuras; por eso el enigma siempre ha reinado entre los Orientales, cuyo estilo alegórico es la prueba más constante de la influencia que el despotismo tiene en la expresión de los esclavos. Dícese que un gymnosofista Indio inventó el juego del ajedrez para advertir a su Nabab las obligaciones y peligros de su puesto.

Ironía

Por medio de la ironía damos a entender lo contrario de lo que decimos; y a este fin nos valemos de términos enajenados de su sentido propio y literal: v. gr. quiero decir con disimulo, que aquel es un mal poeta, diré que es otro Virgilio.

Las ideas accesorias son de un gran uso para conocer la ironía: el tono de la voz del que habla, y mucho más el conocimiento del demérito y carácter de la persona de quien se habla sirven para descubrir la ironía mejor que las mismas palabras que la componen.

En el discurso contra Pisos, que vendía por moderación y desapego a los honores el no haber triunfado de Macedonia, dice así Cicerón: ¡Qué infeliz es Pompeyo, por no haberse aprovechado de tu consejo! ¡Oh! ¡qué mal ha hecho en no haber abrazado tu filosofía! Pues ha cometido la locura de triunfar tres veces. Yo me avergüenzo, oh Craso! de tu ardiente ambición, hasta hacerte decretar por el Senado la corona laureada, después que concluiste la más horrorosa guerra. Oh! necios Camilos, Curios, Fabricios! Oh! insensato Paulo! ¡Oh rústico Mario!

Perífrasis

Así como la frase es aquella expresión o modo de hablar, o por mejor decir, aquel encadenamiento de palabras que hace un sentido finito o infinito; la perífrasis, o circunlocución es la aglomeración de muchas voces que expresan lo que se podría decir con menos, y a veces con una sola. A este modo decimos: el vencedor de Darío, por Alejandro: el descubridor de un nuevo mundo, por Colón: el apóstol de las Gentes, por San Pablo, etc.

Nos servimos de la perífrasis, unas veces para no ofender el pudor, disfrazando la torpeza, o poca decencia de un pensamiento, como en este caso: el importuno triunfó de su resistencia, por no decir, la violó: otras para no irritar el amor propio del oyente, suavizamos la dureza de alguna proposición que ceda en demasiado elogio nuestro. Entonces la modestia dicta que usemos de los rodeos más suaves, como, el del célebre Príncipe de Orange, cuando, preguntado por una señora ¿cuál era el primer General de aquel tiempo? responde el Marqués de Espinola es el segundo, por no decir, que él era el primero.

Aquí pertenece la litote, por la cual se dice menos para hacer entender más, como en esta expresión: el héroe necesitaba de otro panegirista, por decir que no fue bien celebrado.

Sirve la perífrasis para ilustrar lo oscuro, donde son de un gran uso las definiciones, que se pueden mirar como otras tantas perífrases. así en vez de decir solamente: la posteridad, se puede amplificar de este modo: la que juzga en el sepulcro los sabios y los Reyes, y pone cada cosa en su lugar.

A esta segunda especie pertenece la paráfrasis, que viene a ser una glosa o comentario de la proposición, pues volviendo el autor a tomar el discurso, se extiende, y explica su mente, añadiendo reflexiones, circunstancias, o deducciones que ilustren más la materia.

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La paráfrasis explica y desentraña el primer pensamiento, añadiéndole otros, y la perífrasis no hace más que substituir una palabra, o una expresión, sin alterar la sustancia. Es muy noble y delicado este modo oratorio de amplificar y esclarecer un pensamiento sin aquel magisterio pedantesco y tono dogmático, hijo del mal gusto y sequedad de la escuela. De cierto filósofo insigne dice un escritor: fue discípulo de Descartes, como Aristóteles lo había sido de Platón; añadiendo sus ideas a las del Maestro. Esta última cláusula es la paráfrasis, porque explica el sentido en que aquí se considera el discipulado de Aristóteles.

En otra parte dice otro del favor que recibían las letras entre los antiguos: Los protectores se bajaban a igualarse con los protegidos, y Horacio escribía a Mecenas; que es decir, al mayor Grande del mayor Imperio. La distancia de Horacio a Mecenas no sería bien conocida y ponderada sin la última cláusula comenta las dos antecedentes.

De otro dice una elocuente pluma: colmado de riquezas y honores se bailaba cada día más infeliz que antes; esto es, sentía que la vida pesa mucho al hombre que ya no espera, ni desea.

Volvamos a los diferentes usos de la perífrasis. Nos valemos en fin de este tropo para exornar el discurso, a que contribuyen mucho las descripciones, que siempre representan el pensamiento con colores más graciosos y nobles, y con la variedad de las pinturas que recrean la imaginación.

Para decir sencillamente: El sol nace anunciado del alba, ahuyentando la noche, y alegrando las criaturas, dice un ingenioso escritor: Ya vienen anunciándole rayos de fuego, que envía de precursores. El incendio aumenta, el Oriente se cubre de llamas; y los melodiosos coros de las aves saludan su deseado arribo. Luego las eminentes cimas de los montes aparecen doradas, y las descolladas copas de las encinas empiezan a relumbrar. Un punto resplandeciente asoma, corre toda la faz del horizonte, llena todo el espacio; y el velo de las tinieblas se rasga y cae. Entances toda la naturaleza abre los ojos para ver al padre de la vida.

Por decir sencillamente: la lengua griega, dice uno: esta lengua con que Homero hizo hablar a los Dioses, y Platón a la sabiduría. Pero la perífrases son superfluas, siempre que no dan al discurso más nobleza y fuego; son inútiles, siempre que no dan al discurso más nobleza y fuego, son inútiles, siempre que no presentan alguna cosa nueva, o no añaden idea alguna accesoria para quitar el discurso la languidez o la oscuridad: finalmente son viciosas, siempre que sean oscuras, demasiado hinchadas o sutiles, y que no sirven ni para claridad, ni para adorno.

Después de una expresión viva, noble y sólida la perífrasis es una vana pompa, y estéril abundancia. Cuando el entendimiento es herido de una idea felizmente expresada, no gusta de hallarla otra vez bajo de imágenes menos fuertes y hermosas, que no le presentan cosa nueva ni interesante.

Quejándose el padre de los tres Horacios de la huida de su hijo, le responde Julia: ¿qué querías que hiciese contra tres? Morir, responde el padre, o buscar en la desesperación la última fortuna. El autor de este paraje, después que le hizo decir morir, debía haberse parado es esta sublime y breve respuesta, y no añadirle la última frase, que le quita el vigor, y la nobleza.

Hipérbole

Cuando estamos penetrados vivamente de alguna idea, y los términos comunes nos parecen poco fuertes para expresar lo que vamos a decir, nos servimos de palabras, que tomadas literalmente, exceden la verdad, y representan lo más o lo menos para significar algún exceso en lo grande, o en lo pequeño.

El oyente rebaja de la expresión lo que es menester rebajar, formándose una idea más conforme a la nuestra que la que podíamos excitarle por medio de palabras propias. Así para dar a entender la ligereza de un caballo, decimos: es más veloz que el viento; y ha un siglo que camina, se dice para explicar la lentitud con que viene una persona.

Muchos hipérboles leemos en la sagrada Escritura, como en el Éxodo cap. 3 donde dice: Yo os daré una tierra por donde corran arroyos de leche y miel, por decir, una tierra fértil. En el Génesis: Yo multiplicaré tus hijos como los granos del polvo de la tierra, por decir, tendrás una prole muy numerosa y dilatada.

De cuatro modos se puede aumentar una cosa con el hipérbole: 1.º Por demostración, como: Pedro es un Cicerón. 2.º Por semejanza: Pedro es como un Cicerón. 3.º Por comparación: Pedro es más que Cicerón. 4.º Tomando el abstracto por el concreto: Pedro es la misma elocuencia.

Véase como un historiador moderno pinta la Grecia para encarecer a Corinto: Corinto, llave que abría y cerraba el Peloponeso, era la ciudad de mayor importancia en que la Grecia era un mundo, y las ciudades naciones enteras. Otro escritor, hablando de las conquistas de Alejandro, dice: Fueron tan rápidas, que el

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imperio del universo mas bien pareció galardón de la carrera, como en los juegos olímpicos, que no fruto de la victoria.

Hablando de los excelentes artistas de Grecia dice otro: Atenas produjo los Praxiteles y los Fidias, de cuyos cinceles salieron Dioses, capaces de bacer en algún modo disculpable la idolatría de los Atenienses.

Pero son impropios de la oratoria aquellos hipérboles, que no contentándose con lo verosímil, pasan hasta lo imposible: estos nunca dicen lo que es la cosa; y no sólo no dicen lo que pudiera ser, sino que se arrojan a lo repugnante. Estas excesivas ponderaciones son más permitidas a la imaginación poética, que puede alguna vez sacar la naturaleza de sus quicios; como cuando dice aquel poeta: Al pie de una corriente lloraba Galatea de sus divinos ojos por lágrimas estrellas. Esta expresión es afectada, y repugnante a la verdadera elocuencia, donde la grandeza o importancia de los asuntos dictan al orador pensamientos grandes, pero naturales. Léase este epíteto a la memoria de Carlos V. Por túmulo todo el mundo, por luto el cielo, por bellas antorchas pon las estrellas, y por llanto el mar profundo. Aquí se descubre un violentísimo esfuerzo para juntar en la imaginación distancias tan enormes, y extremos tan repugnantes a la verosimilitud, y aun a la comprehensión humana.

De estos encarecimientos colosales se forma el lenguaje de los enamorados, esclavos, y aduladores. Pero la expresión del orador en un asunto alto puede ser alta, más no tanto que se pierda de vista Mas tolerables son aquellos hipérboles, que por una especie de gradación van levantando, o bajando el pensamiento hasta su último término, sin dejar estos inmensos intervalos que saltan las imaginaciones desarregladas.

Silepsis

La silepsis oratoria es una especie de metáfora o conspiración, por cuyo medio un mismo término recibe dos acepciones en la misma frase, una en sentido propio, y otra en el figurado.

Un autor para explicar que Aquiles, principal motor del incendio de Troya, ardía en amor de Andrómaca, dice: ardía con más llamas de las que había encendido. Aquí la palabra ardía tiene el sentido propio respeto al incendio que puso en Troya y el figurado respeto a la pasión ardiente que tenía por Andrómaca. Pero como quiera que este tropo juega mucho con las palabras, pide bastante circunspección para huir de toda afectación ingeniosa.

También corresponde a este género de translación una misma frase dos veces figurada, esto es, cuando en el primer sentido pertenece a un tropo, y en el segundo a otro. Leemos, por ejemplo: es menester mortificar la carne: en esta expresión, la carne se toma por el cuerpo humano, y como tal por las pasiones que en él se encierran y en este sentido se comete la synecdoche; mortificar es una palabra metafórica que aquí significa abstenerse de todo deleite sensual.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

II. De las figuras

Aunque es muy común y frecuente en el lenguaje ordinario del hombre civil el uso de las figuras, no por eso la retórica, que las expone y clasifica, deja de considerarlas como uno de los recursos más poderosos de la elocución oratoria.

Ningún arte ha inventado las figuras: lo confieso. La naturaleza las dicta desde que hay hombres que tienen necesidad de persuadir a los demás, o interés en engañarlos: la naturaleza las dicta, vuelvo a decir, en el tumulto de las pasiones. Nadie duda de la moción natural del tratante en una feria, del llorón e importuno mendigo en una puerta, y del rústico que riñe su pleito. Todo esto es verdad: mas aunque sea natural tener pasiones, y por consiguiente conocer su idioma, el orador tranquilo, que siempre defiende la causa ajena, y que ha de imitar con nobleza y regularidad los movimientos inspirados en las almas groseras por la pasión atropellada, necesita del arte que pule, rectifica, y proporciona para la elocuencia pública lo que la naturaleza agitada produce tosco y superabundante en los debates e intereses particulares.

Las figuras, pues, son unos modos de hablar, que no sólo expresan el pensamiento como las demás frases ordinarias, sino que lo enuncian de una manera particular que las caracteriza. Éstas, oportunamente empleadas, dan fuerza, nobleza, y hermosura al discurso; porque a más de expresar el pensamiento como las otras locuciones, tienen la ventaja de una gala particular que las distingue entre las frases sencillas, a fin de despertar la atención y deleitar los ánimos.

Pero aunque las figuras vienen a ser el lenguaje de la imaginación o de las pasiones, no son ellas solas las que forman toda la hermosura del discurso: tenemos muchos ejemplos en diferentes géneros de estilos,

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donde todo el mérito nace de un pensamiento expresado sin figura. Hablando un político de Carlos XII de Suecia, que algunos han querido comparar con Alejandro, dice: Carlos no fue Alejandro, pero hubiera sido el mejor soldado de Alejandro.¿Cómo quieres ser tratado? le pregunta Alejandro a Poro, que acababa de hacer prisionero: como Rey, responde. Aquí hay grandeza y sublimidad, y no hay figura.

Así diremos que hay infinitos modos de hablar con gracia y nobleza, que sacan su mérito del pensamiento, y no de la expresión. No por eso las figuras, cuando no son impertinentes ni forzadas, dejan de hermosear el discurso; antes la misma sustancia del pensamiento recibe más viveza, fuerza, y esplendor.

División de las figuras

Los retóricos distinguen dos clases de figuras, unas de dicción, y otras de sentencia. Las de la primera especie son tales, que siempre que se mude el orden, o quite el número de las palabras, desaparece su forma figurada, y la frase queda en su estructura simple y gramatical. Las de la segunda especie al contrario, son inalterables aunque se muden las palabras, porque como quiera que su efecto dimane de la naturaleza de los pensamientos, y del aspecto con que los presenta la imaginación, pertenecen a todos los estilos y a todos los idiomas.

I. Figuras de dicción

Repetición

Se llama repetición cuando comenzamos todos los incisos o cláusulas del discurso con una misma palabra, por ejemplo: Scipión rindió a Numancia; Scipión destruyó a Cartago; Scipión en fin salvó a Roma de la ruina de las llamas. Véase otro: Si deseas los honores, si buscas la felicidad, todo lo hallarás en la virtud. De la constitución de Grecia habla así un historiador: La Grecia, siempre sábia, siempre sensual, y siempre esclava, en todas sus revoluciones no experimentó sino mudanzas de Soberanos.

Esta figura es muy propia para expresar el carácter de las pasiones vehementes que como fijen el alma fuertemente a un objeto, y no le dejen ver otros, repiten muchas veces las palabras que lo representan. ¡De su esposo tanta falsedad! (exclama una mujer abandonada) ¡De un esposo tanta malicia! ¡De un esposo tanta crueldad!

Esta figura pueda también cometerse por repetición de palabras de un sentido demostrativa, que avivan más la idea de la misma cosa que se explica. Por ejemplo: Parece que los primeros hombres perdieron de vista el derecho de la naturaleza: de aquí nacieron nuestros errores, nuestros delitos, nuestras calamidades, nuestros enemigos, nuestras guerras. Cada nuestro renueva y aviva la idea de lo que vemos, sentimos, y experimentamos en la presente constitución moral y política en que vivimos.

Otro, hablando del suicidio de Catón, dice: Este Catón, este filósofo, este patriota no supo hacer su muerte provechosa a su patria. La repetición del pronombre este cada vez despierta y fija de nuevo nuestra atención al sujeto de que se habla; como si se diere a entender, cuando se dice este Catón; este, de cuya virtud tenemos tan alta idea; este filósofo, un hombre que hemos oído celebrar por tan sabio, este patriota, un Romano el más amante de su patria, no supo serle útil en la última hora.

Esta figura es admirable para insistir fuertemente en una prueba, o inculcar alguna verdad. Por ejemplo, para probar que la poesía fue el primer lenguaje de los sabios, dice uno: En verso se enseñaron los primeros principios de la Religión; en verso se escribieron las primeras leyes de los hombres; en verso se entonaron las primeras alabanzas a la Divinidad; en verso hablaron los primeros teólogos, los astrólogos, e historiadores: como si dijera: en verso, en lo que no creéis, o que dudáis, sí, en verso.

A esta figura pertenecen la conversión, la complexión, la conduplicación, o traducción, la reiteracion, y la gradación, las cuales son otras tantas repeticiones modificadas, o figuras por adición de una misma palabra.

Conversión

La conversión es una repetición puesta al fin de los miembros o períodos como cuando dice Cicerón: ¿Lloráis la pérdida de tres ejércitos del pueblo? los destruyó Antonio. ¿Sentís la muerte de nuestros ciudadanos más ilustres? os los robó Antonio. ¿Veis hollada la autoridad de este orden? hollola Antonio.

Complexión

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La complexión abraza las dos figuras antecedentes, porque contiene la repetición al principio y al fin de la cláusula. Por ejemplo: ¿Quién quitó la vida a su mismo madre? Sólo fue Nerón? ¿Quién hizo espirar por el veneno a su propio preceptor? Sólo Nerón. ¿Quién hizo gemir la humanidad? El mismo Nerón.

Conduplicación

Es aquella duplicación de una misma palabra en el principio de una frase. Por ejemplo: Temía, temía sí, no la muerte, sino la tremenda eternidad. Así dice otro autor: No, no cede jamás el héroe, si no es por generosidad.

Cométese también esta figura, cuando una misma dicción o expresión es final de una frase, e inicial de otra que sigue; como cuando Cicerón dice a Herennio: Osas aún presentarte hoy a su vista, traidor a la patria! Traidor a la patria, ¡te atreves hoy a ponerte delante de ellos! Mueve grandemente la impresión duplicada de una misma palabra.

De la beneficencia y modestia de Marco Aurelio, así habla su panegirista: Los pueblos invocaban a Marco Aurelio, y Marco Aurelio los consolaba en sus desgracias. Todos adoraban a Marco Aurelio, y Marco Aurelio huía de sus inciensos.

Traducción

Esta figura es la muchedumbre de finales; como cuando ponemos una misma dicción en todos los casos, modos y tiempos ligeramente variados: así dice Cicerón: Llenos están todos los libros, llenas las expresiones de los sabios llena de ejemplos la antigüedad.

Reiteración

La reiteración es la posición de una misma palabra al principio y fin de la frase: como es ésta: crece el amor del dinero, cuanto el mismo dinero crece. Y en otra: los hombres desde el atroz derecho de la guerra se armaron contra los hombres; esto es, la fuerza se destruyó por la fuerza. En una frase común podía haberse dicho: los hombres se armaron unos contra otros, destruyendo una fuerza con otra. ¿Pero cuánta más viveza y vigor tiene la primera expresión?

Otras veces se hace la reiteración de un modo que parece vicioso, pero dispuesto con arte hace un grande efecto: como por ejemplo: este hombre, es verdad, juntó el valor y la constancia; pero por falta de sabiduría degeneraron en sus manos este valor y esta constancia. Este modo es muy propio para encarecer o rebajar más las cosas.

Gradación

La gradación es aquella progresión de palabras que enlazadas, de dos en dos, suben como por escalones hasta la que es el término de su incremento; como en ésta: Numa fundó las costumbres Romanas en el trabajo, el trabajo en el honor, y el honor en el amor de la patria. Y en otra: el fin de la guerra debe ser la victoria, el de la victoria la conquista, el de la conquista la conservación.

Esta figura tiene dos respetos: en cuanto a las palabras pertenece a la clase de figuras de dicción, y en cuanto al pensamiento a las de sentencia.

Conjunción

Esta figura, que parece la más frívola y pequeña, ocupa un gran lugar en la locución natural. Un hábil artista todo lo aprovecha, porque para él todos los instrumentos son útiles y nobles.

Así las conjunciones, aunque la parte más pequeña de la oración, se hacen grandes cuando se multiplican en ciertos lugares: sirven entonces para insistir más y más en aquellos objetos de que el alma del orador está toda íntimamente ocupada, mas no violentamente poseída; porque en este caso suprimiría las partículas y palabras conjuntivas, y formaría la figura contraria, llamada disolución.

Así se explica una doncella Israelita en la mortandad de su nación ordenada por Amán: ¡Qué mortandad por todas partes! Se asesinan a un mismo tiempo los niños, y los ancianos, y la hermana y hermano, y la hija, y la madre, y el hijo en los brazos de su padre.

Disolución

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Esta figura opuesta a la conjunción, suprimiendo las partículas copulativas, expresa con más rapidez la viveza, o abundancia de los sentimientos.

Como en esta figura no se ligan las palabras, parece que el que habla tiene mucho más que decir: desátanse, por decirlo así, los nudos a la oración, mas no se corta el hilo. Así habla un autor de ciertas tropas: huyeron, se precipitaron, se perdieron. De la última acción de Bruto dice así: Un político: Bruto quiere libertar a Roma, asesina a César, levanta un ejército, acomete, pelea, se mata. Una Princesa despechada dice así: A Dios: puedes partir. Yo me quedo en Epiro: renuncio la Grecia, Esparta, su imperio, mi familia.

Hasta aquí hemos tratado de las figuras cometidas por adición o reduplicación de palabras, que sin ser necesarias al pensamiento, le comunican cierta fuerza y nobleza, cuando se manejan sin afectación pueril, y con sobriedad: ahora trataremos de las que se cometen por supresión de palabras.

Relación

Esta figura consiste principalmente en una coordinación de palabras, que colocadas con cierto arte y orden simétrico, se corresponden mutuamente las unas a las otras, y por esta especie de concierto y cadencia lisonjean la atención.

Como cuando Cicerón dice de Pompeyo: Hizo brillar en la guerra su valor; en la administración su justicia; en la embajada su prudencia. Igualmente dice otro orador del Vizconde de Turena: Hombre grande en la adversidad por su fortaleza, en la prosperidad por su modestia, en las dificultades por su prudencia, en los peligros por su valor, y en la religión por su piedad. Esta figura bien manejada es excelente para la elegancia y fluidez del estilo.

Final semejante

Esta figura se comete cuando en el final de muchas frases se encuentran palabras casi semejantes en el número y acentuación de las sílabas: como cuando de César dice Cicerón: No sólo a su voluntad los ciudadanos asistieron, los aliados lisonjearon, los enemigos obedecieron, mas hasta los vientos, y las tempestades respetaron.

Como la afectación del estudio lo hace todo vicioso, y estas especies de figuras disimulan poco el artificio, nos valdremos sobriamente de estos adornos, sobre todo cuando se trata de herir, enternecer, horrorizar, o inflamar al oyente con la vista de los males que le amenazan, o de los bienes que espera.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

II. Figuras de sentencia

Antítesis

El antítesis es aquella oposición de palabras o frases de un sentido contrario entre sí: como aquello de Cicerón: Venció al pudor la lascivia, al temor la osadía, a la razón la locura.

Esta figura, más aguda que sólida cuando la contrariedad no cae sobre las frases o miembros enteros, sino sobre las palabras, es fastidiosa si es uniforme, y violenta si es dilatada...Los antítesis, a más de la contraposición mecánica de las palabras, deben ser cortos y sentenciosos para adquirir aquel aire de naturalidad siempre enemigo de la continua disonancia nominal, o mejor sonsonete pueril. Deben más bien estribar sobre los pensamientos, que jugar sobre la oposición de los términos.

Algunas veces da mucha gracia a la contrariedad del pensamiento la oposición del atributo con el sujeto. Así dice uno: La elocuencia arrebata los corazones con suave fuerza y delicada violencia; como si dijese: con una suavidad, que hace lo que la fuerza, y una delicadeza, que hace lo que la violencia: también diremos: Los malos autores son los que ostentan una estéril abundancia; esto es, una abundancia vacía de cosas, aunque llena de palabras.

También cometen algunos la antítesis por la conjunción de dos contrariedades en una misma frase; como ésta: ¿Pueden por ventura buscar la paz en la guerra los que desean siempre la guerra en la paz?

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Pero de cualquier manera que se use esta casta de contrastes, nunca darán fuerza ni nobleza a la expresión. Además este estilo no es natural, porque la naturaleza, que produce las cosas con desorden, no afecta un contraste continuo ni arreglado; tampoco pone todos los cuerpos en movimiento, y menos en un movimiento forzado.

Usa de las partes más principales de la oratoria, y la más difícil es ocultar el arte. ¿Pues hay casa que más lo descubra que el contraste continuo de las palabras? La contraposición más natural y agradable es la del sentimiento, la de las imágenes, y situaciones. Este contraste es uno de los caracteres más brillantes del ingenio: es en fin el arte de imprimir en el alma sensaciones extremas y contrarias, excitando una conmoción mezclada, ya de pena y placer, ya de amarguras y dulzura, ya en fin de gozo y horror.

Véase como espira un fanático e intrépido escandinavo en el calor de la batalla: Yo muero, y siento en morir una profunda dulzura. Dos ninfas divinas me levantan, y me presentan una deliciosa bebida en el cráneo sangriento de mi enemigo.

Oigamos como habla Marco Antonio al pueblo romano a vista del cadáver de César recién muerto: Oh! Espectáculo funesto! ¡Veis aquí lo que nos resta del mayor de los hombre! ¡Mirad a este Dios vengador, que idolatrabais, y a quien adoraban postrados sus mismos asesinos! ¡Veis aquí el que habiendo sido vuestro apoyo en la guerra y en la paz, el honor de la naturaleza, y la gloria de Roma, una hora antes hacía temblar toda la tierra!

Así pinta un escritor el suplicio de Foción por los Atenienses: Vieras luego a este héroe, que marchaba a la prisión para oír su última sentencia, con el mismo semblante que cuando salía entre las aclamaciones del pueblo a tomar el mando del ejército o volvía triunfante de vencer sus enemigos: toma en fin el veneno con serenidad; bendice al que le presenta la copa; y volviendo los ojos hacia su hija, con una débil y moribunda voz, le dice: No te acuerdes de esta injuria sino para perdonarla.

En un paisaje de Pousin se ven unas pastorcillas bailando al son de una gaytilla, y un poco desviado un sepulcro con esta inscripción: Yo vivía también en la deliciosa Arcadia. El prestigio del estilo de que tratamos consiste algunas veces en una palabra que aparta nuestra vista del objeto principal, y muestra de lado el espacio, el tiempo, la vida, la muerte, o alguna otra idea grande o melancólica, que corta las imágenes alegres.

Admiremos, dice un autor, la extensión de los conocimientos humanos desde la astronomía hasta la insectología; admiremos las obras de la mano del hombre desde el navío hasta el alfiler. ¡Qué grandeza en las distancias!

Véase como Cicerón realza la injuria de Verres Pretor de Sicilia, hecha a los derechos del ciudadano Romano, cuando condenó a Gabio al suplicio de cruz, propio de los esclavos, con la malicia de mudar el lugar del patíbulo transfiriéndole, a un sitio que da vista al estrecho de Mesina. Tú te jactaste delante de todo el pueblo de que colocabas el patíbulo en aquel lugar para que un hombre, que se llamaba ciudadano Romano, pudiese ver desde lo alto de la cruz la Italia y su propio domicilio... Tú escogiste esta vista de la Italia, para que muriendo entre las agonías del suplicio, tuviese también en el dolor de ver que sólo había el corto espacio del estrecho entre los horrores de la servidumbre y las dulzuras de la libertad.

Otro contraste de situaciones tiernas pone un elocuente escritor, cuando hablando de la fortaleza, nos dice: En la adversidad y humillación verás brillar la fortaleza: me parece que veo a Sócrates bebiendo el veneno, a Fabricio sufriendo su pobreza, a Scipión muriendo en el destierro, a Epitecto escribiendo entre cadenas, y a Séneca mirando con tranquilidad sus venas abiertas.

¡Qué poder no tienen los gestos y las actitudes! ¿A la vista de un cuadro no nos alegramos, entristecemos, enternecemos, horrorizamos? Figurémonos pintado el pasaje de la Iliada, en que Homero nos representa a Júpiter sentado en la cumbre del Ida, y al pie de este monte a los Troyanos y Griegos, que envueltos en las tinieblas, con que aquel Dios cubrió el campo, se matan unos a otros en el calor del combate sin que los mire; antes con el rostro sereno tiene la vista vuelta hacia las inocentes campiñas de los Etíopes que se sustentan de leche. ¡Qué contraste tan bello y tan agradable, no de palabras, sino de situaciones! ¿Esta pintura no nos ofrece a un mismo tiempo el espectáculo de la miseria y de la dicha de la turbación y del sosiego, del crímen y de la inocencia, de la

(2) fatalidad de los mortales, y de la grandeza de

los Dioses?

Paradiástole

La paradiástole, o separación, llamada así porque separa las cosas que parecen unidas, saca la contrariedad de aquellas palabras cuyo sentido nos parece semejante; pero esta figura las contrapone por

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una inmediata modificación o gradación que las distingue realmente; como aquello: fue constante sin tenacidad, humilde sin bajeza, intrépido sin temeridad.

Disparidad

Aquí entra por contrario la disparidad en las sentencias, como aquello: el que fue cobarde para vengar su propio honor, ¿cómo tendrá valor para defender al amigo? El que no supo ser humilde cuando la fortuna le castiga, ¿cómo lo será en medio del poder y la riqueza?

Reflexión

La reflexión o conmutación es una contrariedad del pensamiento por una inversión del último con el primero; como cuando se dice: debemos comer para vivir; no vivir para comer. Dice otro: un héroe es hombre fuerte; mas todo hombre fuerte no es héroe.

Endíasis

La endíasis es la contraposición de dos expresiones, que por la incongruencia de su propiedad, se excluyen una a otra: pero después de unidas con cierto enlace artificioso, se ajustan y conforman en el pensamiento común; como es esto: Con las letras peleamos, y con las armas enseñamos que los Reyes son sagrados sobre la tierra.

Cométese también esta figura cuando del atributo precedente formamos el sustantivo siguiente; por ejemplo: Las órdenes Militares hicieron religioso al valor, y valerosa la religión.

Esta figura peca en pueril, porque casi siempre descubre alguna afectación.

Paradoja

Como el orador habla para hacerse inteligible a todos, debe evitar estos monstruosos pensamientos de una verdad apretada de dificultades, donde se ponen la repugnancia o imposibilidad de una proposición que se contradice así misma.

Los espíritus acostumbrados a lo maravilloso llaman sutileza a todo lo que arguye grande esfuerzo y violencia. Un escritor puede hacer brillar estas fanfarronadas del ingenio en una epigrama, donde casi siempre se perdona, digámoslo así, la nada que dice, por el modo con que la dice.

Véase lo que escribe un poeta ingenioso: Mi vida vive muriendo: si viviese moriría, porque muriendo saldría del mal que siente viviendo. Pero en la verdadera oratoria es el discurso el que nos habla, no su autor.

Por último, como por medio de esta figura se afirman y niegan de una misma cosa los dos contrarios, los retóricos conocieron muy bien su naturaleza, cuando la llamaron: un rasgo delicadamente loco, que mezcla con la razón cierto aire de absurdo.

Hay con todo ciertos rasgos mas ingenjosos que sólidos, capaces de picar la curiosidad, pon el esfuerzo que el entendimiento del oyente hace cuando a las ideas que por su sentido general y absoluto se excluían, aplica una acepción alusiva y apropiada a las circunstancias de las cosas. Hablando de las costumbres de República de Esparta, donde las leyes parece que refundieron a los hombres, dice un historiador: Allí había ambición sin esperanza de mejor fortuna; había sentimientos naturales, y no había marido, hijo, ni padre. Aquí el contraste juega sobre una oposición de ideas, y no sobre una vana y simétrica disonancia de palabras.

Finalmente sobre la naturaleza y efectos de las figuras de contrariedad podemos decir, que dos cosas en oposición se realzan la una a la otra: así cuando un hombre pequeño se pone al lado de otro grande, ambos al parecer aumentan lo que son.

No hay duda que el alma se sorprende de no poder conciliar lo que ve con lo que ha visto: pero también esta especie de pasmo y admiración forman el placer que encontramos en todas las hermosuras de oposición. Lucio Floro, hablando de los Samnitas, con las mismas palabras que describen la destrucción de estos pueblos, hace ver la grandeza de su valor y obstinación, cuando dice: sus ciudades fueron de tal modo destruidas, que es difícil mostrar hoy el sitio de lo que fue materia de veinte y cuatro triunfos.

Dubitación

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La dubitación se comete cuando por la gravedad, oscuridad, o complicación del asunto dudamos, vacilamos, o por decirlo así, titubeamos, ya preguntando, ya refutando sobre la preferencia de dos o más cosas que se deben seguir o proponer.

Cicerón nos da bastantes ejemplos en sus oraciones, como en aquella donde dice: ¿Qué debo hacer, Jueces? Si callo, me confirmaréis reo; si hablo, me reputaréis mentiroso. En la oración por Roscio Amerino dice: ¿Qué eximinaré primero? o de dónde partiré? ¿Qué auxilio he de pedir? o de quiénes puedo esperarlo? ¡De los Dioses inmortales, o del pueblo Romano, ¿Imploraré vuestra fe vosotros, que tenéis, la suprema autoridad?

Suspensión

La suspensión, o sustentación se comete cuando mantenemos suspensos algún tiempo los ánimos de los oyentes sin declararles nuestro último pensamiento, que siempre debe ser inesperado, hasta después de haberles tenido en una atenta expectación, y estimulándoles los deseos de satisfacer o aquietar sus juicios. Pues acercándoles siempre el objeto que excita su curiosidad, se les aleja en algún modo para moverla con más viveza, hasta que cayendo instantáneamente el velo, sale el personaje siempre diferente del imaginado.

Esta disposición del alma, que la impele siempre a diversos objetos, la hace gustar de todos los placeres que nacen de la sorpresa: sentimiento que deleita no menos por el espectáculo que por la prontitud de la acción; pues el alma ve una cosa que no esperaba, o de un modo que tampoco esperaba.

Una cosa podrá suspendernos, o por maravillosa, o por nueva, o por impensada; y en este último caso el sentimiento principal se une con el accesorio que resulta de la inespectación de la misma cosa. Así es menester que el pensamiento se vaya desenvolviendo por sus grados, hasta que después de cierta impaciencia del oyente se descorra el velo.

La sorpresa en fin puede ser producida por la misma cosa, o por el modo de presentarla; pues la vemos más grande o más pequeñas de lo que es en realidad, o diferente; también la vemos con la idea accesoria, ya de la dificultad de haberla hecho, ya del tiempo o modo con que se ha hecho, ya de cualquiera otra circunstancia.

Suetonio nos describe los crímenes de Nerón con tal frescura y sequedad, que nos indigna, haciéndonos creer que no siente el horror de su pintura; pero repentinamente muda de tono, y dice: El universo habiendo sufrido a este monstruo catorce años, al fin lo abandonó. Esta cláusula produce en el oyente diferentes especies de sorpresa; ya por la súbita mutación de estilo del autor; ya por el descubrimiento de su diferente modo de pensar, ya por el efecto de expresar en tan pocas palabras una de las mayores revoluciones de los anales del mundo. Pues ¿cómo no se movera y deleitará la imaginación recibiendo un número tan grande de sensaciones nuevas?

Un célebre orador, hablando de la Reina Enriqueta de Inglaterra, proscrita y fugitiva, dice: En sus últimos años daba humildes gracias a Dios por dos grandes favores; el uno por haberla hecho Cristiana; el otro... Señores, ¿qué esperáis? Acaso por haber restablecido los negocios del Rey su hijo? No; por haberla hecho Reina desgraciada. Un éxito tan inopinado no puede dejar de sobrecoger el ánimo.

Un elocuente escritor nos demuestra el origen de la esclavitud personal de los hombres, manteniéndonos en una suspensión, sostenida hasta el fin con más vivo interés, y nos dice: ¿Cómo ha sido posible, que entre unos entes tan perfectamente semejantes, ora sea en la forma, ora en las necesidades, y en la inteligencia, el uno fuese amo y el otro esclavo? Esta monstruosidad, que degrada a la especie humana, me horroriza: si buscamos su principio, no hallaré cual fue el hombre que empezase a declarar a otro esclavo suyo, ¿Empezó este abuso por los delincuentes? No, sin duda. (y el autor da sus razones) ¿Empezaría por los locos, quiera decir, por estos hombres destituidos de inteligencia y de razón? Tampoco (y prosigue el autor probándolo) ¿Sería por fin la guerra, o aquel atroz derecho de la muerte? ¿La espada levantada sobre el cuello del vencido? ¿Aquello: yo he pedido quitarlo la vida, o entregarle a la ferocidad de la victoria, no obstante la dejo vivir, le cargo de cadenas; luego es mio? Mucho menos. (y lo prueba el autor) ¿Lo diré en fin? ¿Acabaré mis reflexiones sobre este derecho tan indecoroso a la humanidad? El orgullo, separando las costumbres primitivas y sencillas, separó las afecciones; que fue lo mismo que corromper las costumbres, alterando luego las ideas, y después las palabras. El señor se volvió bárbaro, y el esclavo vil: y la civilización que debió unir estos individuos, mas los dividió: así vemos al esclavo bestia de carga en Tartária, y eunuco en Constantinopla.

Gradación

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La gradación no sólo es figura de dicción, cuando el encadenamiento progresivo está en las palabras, sino que aquí la consideramos como figura de sentencia, cuando la frase o pensamiento que sigue da incremento a la precedente, añadiendo mayor fuerza y viveza a la expresión.

La fuerza que en sí trae esta figura es excelente para grabar una verdad sin violencia ni estrépito, y pintar en pocas palabras todo el retrato de una persona, de las revoluciones de un estado, o de la grandeza de un acontecimiento.

Véase lo que dice Cicerón contra Verres: Atentado es maniatar un ciudadano, es una maldad azotarle, y casi un parricidio darle muerte: ¿que diremos de clavarle en una cruz?

Hablando un orador de la muerte del célebre General de Francia Mauricio de Sajonia, dice: Su muerte fue una calamidad para la Francia, una época para la Europa, y una pérdida para el género humano.

Otro, pintando los pasos con que se introdujo la corrupción política en los estados, dice: Las sociedades en su nacimiento reconocieron desde luego caudillos, laboriosos al principio por necesidad, ricos después con el trabajo, corrompidos en fin con la abundancia.

Un célebre historiador habla así de los primeros descubridores del nuevo Mundo: Estos Europeos intrépidos despreciaron los riesgos, rompieron los obstáculos, y vencieron la naturaleza. El mismo en otra parte, para pintar todas las revoluciones del Imperio Romano desde Diocleciano hasta Augusto, dice: El Imperio de Roma se desmiembra, se divide, se deshace, bambonea y cae.

Otro elocuente escritor, con la fuerza de una progresión rápida de imágenes cortas y en movimiento, nos pone a la vista la acción del asesinato de un Déspota de Oriente: El esclavo asalta el trono: con un puñal y un instante lo derriba al tirano: éste cae, rueda, y viene a espirar a sus pies. Aquí se ve que la energía casi es inseparable de la concisión.

Hay otra gradación, que sólo está en el pensamiento, no por las ideas que despierta las palabras, pues éstas no tienen entre sí un sentido incremental, sino por el lugar que estas mismas palabras reciben del arte cuando las pone en una especie de progresión relativa Así dice un escritor: Newton, este Newton, el inmortal Newton hubo de confesar la ignorancia del hombre.

La palabra Newton repetida cien veces no adquiriría mayor valor; pero repetida en cierto lugar, y de cierta manera, realza la opinión de la persona que representa. El pronombre éste saca su fuerza no de sí mismo, sino el lugar que ocupa, pues engrandece la idea simple que llevamos formada por la primera palabra Newton: el atributo inmortal levanta mas esta misma idea ya grande por la posición relativa de aquellas dos palabras. Múdese la coordinación de la frase, y desaparecerá la gradación que hace toda su fuerza.

Otro historiador hablando del respeto que causó a las Potencias de Europa Enrique IV, de Francia, cuando quedó pacífico poseedor de la Corona, dice: Un hombre puesto en su lugar, Rey, un Enrique se presenta, y todos callan. Aquí las palabras, hombre, Rey, Enrique, consideradas por sí solas, no encierran ningún incremento; pero en la gradación que siguen, la segunda realza la primera, y la tercera a la segunda por una idea enfática que incluye aquella correlación de atributos de un mismo sujeto, que al parecer no guardan su orden natural; y es como si dijéramos: Un hombre que había nacido para Rey; un Rey que sabía serlo, y más que todo el mérito personal de Enrique: esto fue lo que puso en silencio a toda la Europa.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Comunicación

Esta figura se comete cuando el orador consulta a sus oyentes, amigos, contrarios, o jueces sobre lo que debe deliberar, pero siempre en asuntos arduos e importantes.

Así dice Cicerón contra Verres: Aquí pido, Jueces, vuestro consejo para que me digáis lo que debo hacer: mas el mismo silencio que guardáis, me está diciendo, que no será otro vuestro consejo que el que podría darme la necesidad.

El mismo Cicerón en la oración a favor de Quincio, dice: Espero, Jueces, vuestro dictamen.... En fin ¿qué podríais ver en este asunto? A la verdad, siendo vuestra bondad y prudencia tan notorias, casi adivinaría vuestra respuesta a mi consulta.

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Descripción

Esta figura, que es un retrato o pintura retórica, representa los hechos de que hablamos, como si actualmente pasaran delante de nosotros; y haciendo ver en algún modo lo que se refiere se viene a dar el mismo original por la copia.

Es muy propia para grandes movimientos, y sobre todo para el idioma de las pasiones; porque estas ponen el objeto presente al que lo ama, aborrece, teme, o desea: y copiando su expresión, esta pintura la transmite al alma de los oyentes con la misma moción de que el orador está agitado.

Esta figura posee toda la belleza de la energía, la cual no tanto consiste en ciertos términos muy expresivos, cuanto en las palabras y rasgos que dan alma, vida y movimiento a las cosas que por sí no lo tienen; bien que esto no se puede conseguir sin el colorido de las metáforas o imágenes. La sagrada Escritura nos subministra una infinidad de ideas y expresiones admirablemente enérgicas; como cuando da a los vientos alas y manos a los ríos para aplaudir la venida del SEÑOR: cuando personifica la misericordia, la ira, la verdad, la justicia; o bien cuando hace hablar los rayos y los truenos en el libro enérgico de Job.

Sea ejemplo de una descripción metafórica, el rompimiento de la guerra entre dos naciones: Véanse estas dos naciones abandonadas de la amistad: la paz, arrojada por la discordia del centro de sus opulentas ciudades, desampara a sus perversos hijos, y huye a buscar asilo en las cuevas silvestres de las fieras. Armada del yelmo y lanza, y con el furor en los ojos, viene corriendo Belona. A su aspecto todo se hiela, o inflama; y el trueno sepultado entre la pólvora de los arsenales se agita, y lúgubremente ronca: había, y al momento el viejo trémulo y decrépito ciñe la espada al único objeto de sus esperanzas; había, y la mano que ayer cultivaba el olivo, hoy empuña un acero homicida, y va a sembrar por todas partes el horror y la consternación; habla, y las artes llorosas abandonan sus oficinas, y van a trasplantar a otros climas más tranquilos la gloria, la felicidad, y la abundancia.

Esta figura adquiere más fuerza cuando ponemos todos los verbos en el tiempo presente, como en el ejemplo citado y en el que sigue; porque entonces parece que la acción y la cosa pasan actualmente delante de nosotros.

Pinta un autor la toma y saqueo feroz de una ciudad con una descripción, no metafórica, sino enérgica por la propiedad de los términos, y elección de casos y situaciones. Abre la ciudad las puertas, y al instante vieras arder las casas y los templos; oirás el estrépito de los edificios que se desploman, y un clamor universal de los ayes de sus moradores. Por acá huyen unos titubeando; allá otros se dan los últimos abrazos; vieras llorar los niños, gritar las madres, gemir los viejos que tuvieron la desgracia de vivir hasta este día; vieras saquear las casas y lugares sagrados; hallarás las plazas llenas de despojos y cadáveres; aquí un ciudadano cargado de cadenas marcha delante del vencedor; allí una madre desesperada lucha para arrancar a su hijo de entre las manos del brutal soldado.

Un célebre orador en elogio de un Príncipe nos describe y pinta los efectos de la batalla de Fontenoy y la vista del campo, no la acción del combate, como en la descripción antecedente. ¡Oh jornada de Fontenoy! Día de nuestra grandeza! La Francia venció a vista de su Soberano, y tres naciones huyeron. Los destrozos de quince mil hombres estaban esparcidos por aquella llanura, y reinaba un silencio medroso en el campo de batalla. Se veían muertos amontonados sobre muertos, vencedores sacrificados encima de los vencidos guerreros mutilados, hombres moribundos, y otros aún más infelices por no poder morir; y entre profundos gemidos y gritos agudos, la sangre, el horror, todas las heridas, todo género de muertes.

Estas especies de descripciones circunstanciadas son precisas en aquellas pinturas en que se representan muchos personajes; cuyas actitudes se imprimen y ocupan la atención. Por tanto, en ésta como en otras cosas conviene consultar la naturaleza, estudiarla, y tomarla por maestra; de modo que cada uno en sí mismo la verdad de lo que se dice, y halle en su propio interior los afectos que expresa el discurso. Así es menester representar con tanta fuerza de imaginación todas las circunstancias del suceso, o partes del objeto que vamos a describir, como si fuesemos sus espectadores nosotros mismos.

Pero en este género el orador sólo debe, decir lo necesario, huyendo de la enorme profusión de aquel poeta que emplea cien versos para describir una tormenta. ¿Qué diríamos de aquel que para pintar un jardín describiera cada flor en particular?

Para que todas las descripciones no sean melancólicas, pondremos aquí una risueña pintura de la ciudad de Cnido: La ciudad está situada en un valle, sobre el cual los Dioses han derramado a manos llenas sus beneficios; donde se goza de una eterna primavera, y no se respira el aire sin respirar el deleite. La tierra afortunadamente fértil se anticipa a todos los deseos; los árboles se doblan con el peso de la abundancia; los vientos soplan en aquel sitio sólo para derramar el espíritu de rosas y jazmines; y las aves cantan sin cesar de modo que los mismos bosques te parecerían armoniosos: los arroyos van murmurando por la llanura; un suavísimo calor hace abrir todas las flores, y los jardines parecen encantados; Flora y

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Pomona los tienen a su cargo; sus Ninfas los cultivan, los frutos renacen bajo la mano que los coje, y las flores suceden a los frutos.

Léase esta noble y brillante pintura del hombre cultivando las artes. Veamos al hombre sometiendo a su voz la misma naturaleza: ya de una pincelada muda un lienzo ingrato en una perspectiva encantadora; ya con el cincel o buril en la mano anima al mármol, y hace respirar el bronce; ya con el plomo y la escuadra levanta palacios a los Reyes, y templos a la Divinidad. Por otra parte, la tierra fertiliza. da por su mano laboriosa, lo vuelve liberalmente su sustancia; la oveja le tributa todos los años su rico vellón, y el gusano de seda para vestirle hila su preciosa trama. El metal se amolda, y la piedra se ablanda entre sus dedos; el corpulento cedro y la robusta encina caen a sus pies, y toman una nueva forma. En fin el hombre por los progresos de la navegación establece como unos puentes de comunicación entre los dos hemisferios, y juntando ambos continentes, logra pasar de un polo al otro de la tierra.

Aquí pertenece el estilo pintoresco; porque como las imágenes son la parte mas viva de las descripciones, el que sabe usar de estos rasgos cortos y vivos, hiere la imaginación y con ésta a todos los sentidos. Las imágenes son otras tantas pinceladas valientes y pasajeras que dan a la imaginación todo el encanto del colorido: en esto se distinguen de las pinturas, que son verdaderos retratos fijos para ser contemplados despacio y parte por parte. La pintura es un plan previsto y detallado; la imagen es siempre fuerte y simple: así este género de descripciones son breves y vivas. Cicerón nos explica en dos líneas la cólera de Verres: Encendido de crímenes y de furor se presenta en la plaza: ardían sus ojos, y la cólera estaba pintada en su rostro. Otro describe en cuatro palabras la muerte de un amigo: Hiélase su trémula lengua suspira, me tiende el brazo, cierra el ojo y muere.

Cornelio Tácito pinta con igual energía y viveza de colores la crueldad de Domiciano mirando los mismos suplicios que mandaba ejecutar:: Nerón a lo menos, ordenaba las atrocidades, y apartaba la vista; pero la presencia de Domiciano aún es más cruel para los reos que los suplicios: se cuentan y apuntan hasta nuestros suspiros, y el rostro del tirano enardecido, no de vergüenza, sino del horror de su delito, hace más visible la palidez de los moribundos.

Distribución

La distribución es aquella división o subdivisión del asunto cuándo se distribuye en todas sus partes, y se presenta por todos los lados precisos para comentar unas proposición, esclarecer más la materia, y satisfacer sin trabajo la atención del oyente. De este modo distribuye un orador su proposición breve y general en las principales partes que encierra, cuando dice: Los hombres han abusado de todo: de los vegetables para sacar los venenos; del hierro para asesinarse; del oro para comprar las iniquidades; de las artes para multiplicar los medios de su destrucción; y de la brújula para ir a esclavizar sus semejantes.

Para mayor claridad de todas las especies de distribución, veamos como la desempeña un elocuente escritor: Dícese que Sócrates inventó la moral; más otros antes que él la habían puesto en práctica: Arístides fue justo antes que Sócrates hubiese definido la justicia: Leónidas había muerto por su patria antes que Sócrates hubiese prescrito el patriotismo: Esparta era sobria antes que Sócrates hubiese hecho el elogio de la sobriedad; la Grecia abundaba en varones virtuosos antes que Sócrates hubiese dicho en qué consistía la virtud.

En alabanza de un gran Canciller de Francia dice un orador así: Todos los que mueren son honrados con lágrimas: el amigo con las del amigo; el esposo con las de la esposa; el hijo es llorado por su padre; y el hombre grande por el género humano.

Brevedad

Esta figura es aquella rigurosa concisión con que ponemos una sucesión de hechos, o un plan de varias cosas haciéndolas pasar con rapidez delante de los ojos. Aquí se suprimen todas las partículas, y hasta las palabras que no son absolutamente necesarias para representar la idea principal. Esta figura es excelente para la narración simple y precisa.

Un político refiere brevemente las últimas acciones de la vida de Bruto, cuando dice: Bruto quiere libertar a Roma de la tiranía: asesina a César, levanta un ejército, ataca, combate a Octavio y se mata.

Será segundo ejemplo esta breve narración de las revoluciones políticas del Egipto. Fue este Egipto la primera escuela del universo, madre de la filosofía y de las artes, conquista de Cambises y de los Griegos, triunfo de los Romanos, despojo de los Árabes, y presa de los Turcos.

Diálogo

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Esta figura, llamada sermocinacio, es propiamente un discurso dramático, en que introducimos dos o más personas comunicándose entre sí sus pensamientos, o dirigiendo sus sentimientos y votos, ya a una de ellas o a los espectadores, ya al cielo, a la naturaleza, etc.

Por medio de estos interlocutores el orador tiene más libertad para referir un hecho, reprehender el vicio, celebrar la virtud, y dar un colorido tanto más vivo al discurso, cuanto aquí se presenta de más cerca la naturaleza.

Oigamos aquel coloquio entre las madres de los inocentes y los soldados de Herodes. Clama una: ¿Por qué, compañera, me dejas desamparada? Ven, dice la otra, vamos a morir también con nuestros hijos. A los niños, responden los verdugos, no a vosotras buscamos. Qué! exclaman las madres, los niños todavía inocentes han pecado?

Un elocuente escritor nos inspira de esta suerte el amor de la patria: La patria pregunta a cada ciudadano, ¿qué harás tú por mí? El soldado responde, yo te daré mi sangre: el Magistrado, yo defenderé tus leyes: el Sacerdote, yo velaré sobre tus altares: el pueblo numeroso desde los campos y talleres grita, yo me dedico a tus necesidades, te doy mis brazos; el sabio dice, yo consagro mi vida a la verdad, y tengo valor para decírtela.

Cierto orador en el elogio fúnebre de uno de los dos primeros Magistrados del Reino, dice: El vicio decía a sus hijos: hijo mío, el hombre justo ha muerto; el flaco y el infeliz exclamaban, ha caído nuestro apoyo .

Sentencia

Es una máxima general que no tiene lugar fijo en el discurso: las sentencias instruyen por su naturaleza; y para que agraden deben ser felizmente expresadas, oportunamente colocadas, y muy interesentes o nuevas.

Dice un sabio escritor: En el rico, y en el poderoso no hay otra cosa envidiable sino el privilegio que tienen de disminuir los males de la sierra. En otra parte dice otro: Uno de los artes más importantes y difíciles es olvidar el mal que se ha aprendido. En estos dos pensamientos nada hay trivial, nada falso: defecto muy común a los escritores sentenciosos. Cuando la idea fundamental de la sentencia es conocida y vulgarizada, y la materia pide su aplicación, el orador ya que no inventa la cosa, debe inventar la frase para que de esta suerte parezca nuevo el pensamiento.

Aunque las sentencias adornen muchas veces el discurso, y se adapten muy bien a los escritos morales y panegíricos, suelen tener el inconveniente de cortar su enlace descosiendo, digámoslo así, el estilo. Por esto los oradores elocuentes las usan pocas veces en su forma propia y natural, que ordinariamente es fría, y por lo mismo incompatible con el lenguaje del sentimiento.

El escritor que junta la elocuencia con el gusto y la filosofía, distingue el estilo sentencioso, que enseña y encanta, del discurso tejido de sentencias, que documentan y cansan.

A mas de que la sequedad y el orden didáctico de las sentencias juntas destruyen la redondez y elegancia oratorias, es necesario saber discernir lo natural de lo forzado, lo verdadero de lo falso, lo sólido de lo pueril, los pensamientos sustanciosos de los juegos nominales.

El modo delicado de ser sentencioso sin decir sentencias, y de enseñar sin dogmatizar consiste en saberlas mezclar o incorporar en el raciocinio de la proposición o narración particular; de modo que se les haga perder la generalidad sin alterarles su sustancia. Antes bien fundidas en el discurso hacen vivo el estilo sin volverlo uniforme. Entonces al oyente no le prescriben máximas estériles y vagas especulaciones, sino la práctica de ellas en personas y sucesos que le presentan una lección experimental.

Un escritor en elogio de un sabio profesor, dice: Nuestro Doctor obtuvo una cátedra de jurisprudencia, cuyo cargo desempeñó como hombre que no lo había solicitado. Podía haber dicho secamente y con magisterio: El que solicita un empleo no lo sabe desempeñar. De otro dice: Fue muy poderoso para que no fuese adulado y aborrecido. Podía haber dicho en su forma natural esta máxima: El poder en los hombres los atrae la adulación y el odio.

Hablando de otro sabio escribe un orador: La fortuna le había concedido una nueva ventaja para ser grande hombre, pues lo había hecho nacer pobre. En este ejemplo y oración está fundida esta sentencia: La pobreza hace grandes a muchos hombres.

Pintando a un gran Magistrado en la vida pública y privada, dice otro en su elogio: Daguessau aceptó los honores como ciudadano, los mantuvo como sabio, y los dejó como héroe. Aquí están incorporadas estas

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máximas: el ciudadano debe servir a la patria: el sabio no se envanece con los honores, y el héroe huye de ellos. Hablando de Sully, que abandona la Corte en medio de los desórdenes del Reino, dice: No pudiendo impedir más tiempo el mal, no le queda otra gloria que la de no ser su cómplice.

Epifonema

Esta figura llamada aclamatio en latín, es una especie de corolario, o deducción sentenciosa que sacamos de la proposición antecedente: en fin viene a ser un epílogo que reduce a una sentencia breve la ilación de la materia que se trata.

Podemos mirarla como fruto de la reflexión; pues pide un delicado pulso, y conocimiento del orden físico y moral de las cosas, para saber juntar en una consideración grave y admirativa todo el espíritu de una serie de pasajes extensamente referidos.

La aclamación se distingue de la sentencia pura, en cuanto ésta es un documento directo independiente de otra proposición, y como tal no tiene lugar señalado en el discurso; y la otra es una máxima que cierra la oración o el periodo de donde se saca, y a cuyo texto se aplica, por modo de confirmación, reflexión, admiración, etc.

Un sabio historiador dice: Algunos salvajes matan los huerfanillos para que no perezcan de hambre y de miseria: tanto pierde el hombre por no estar civilizado.

Otro escritor político, haciendo el elogio de Augusto, dice: Todo el universo sojuzgado no contribuyó tanto a su gloria, y seguridad de su vida, como el perdón de Cinna, y la equidad de sus leyes: ¡cuán preferibles son en el héroe las virtudes sociales al valor!

Tácito nos dice: Se asegura que Tiberio siempre que salía del Senado exclamaba. 0h! hombres hechos para la esclavitud! El mismo enemigo de la libertad se cansaba de una paciencia y servidumbre tan bajas.

Un célebre orador, hablando del Duque de Sully, perseguido y después desterrado por sus émulos, dice: En fin sus ojos se cansan de ver tantos males; renuncia sus empleos, abandona para siempre la Corte retirándose a sus estados; sale de París, y lo escoltan más de 300 caballeros: éste es el triunfo de la virtud que parte para el destierro.

Siempre que no hay novedad, interés, o grandeza en estas sentencias ilativas, cansan la atención del lector, y quitan la gracia al discurso. Pues las sentencias vagas, triviales, oscuras o frías son propias de cualquier pedante moralizador, que quiere hacer reflexiones sobre todo.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

Interrogación

La interrogación de que tratamos, no es una pregunta dirigida a cierta persona para que fije nuestra indeterminación; sino la que se dirige a la consideración de los oyentes o lectores, la que habla a su alma, agita sus pasiones, no para arrancarles la respuestas sino el consentimiento o la admiración.

Esta figura encierra una especie de convencimiento disimulado con la pregunta, que no suponiendo respuesta contraria al modo afirmativo con que el orador propone su pensamiento, no es mas que una llamada que despierta la atención a fin de hacer la prueba más fuerte, y más generalmente recibida.

Viene a ser la interrogación la que confirma y sella el pensamiento, o todo el discurso: Por esto se debe solamente emplear en aquellas cosas tan claras, tan probadas, o tan probables, que no supongan disentimiento, repugnancia, ni casi duda en el oyente; antes en algún modo la interrogación le presume inclinado a seguir la proposición del orador. Y como en esto se lisonjea la vanidad, el gusto, o la buena opinión que el oyente tiene de la rectitud de su juicio, o sensibilidad de su alma, siempre sale victoriosa esta figura, que por otra parte da fuerza, viveza, y calor al discurso.

En la creación del mundo un naturalista elocuente pide nuestra admiración de esta manera:¿Qué inteligencia sondeará las profundidades de este abismo? ¿Qué pensamiento nos representará el poder que llama las cosas que no son como si fuesen? ¿Admiraremos bastantemente a un Dios, que quiere que la luz sea, y la luz es?

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Después de haber sostenido un orador, que la palma heroica más pertenece a los hombres pacíficos que a los guerreros, lo confirma con ejemplos fortificados con la interrogación. ¿Qué diremos, sigue, de aquellos grandes hombres, que por no haber manchado sus manos en la sangre de sus semejantes, se han con más razón inmortalizado? ¿Qué diremos del Legislador de Esparta, que después de haber disfrutado del placer de reinar, tuvo valor de volver el cetro al legítimo heredero, que no se lo pedía? ¿Qué diremos del Legislador de Atenas, que supo guardar su libertad y su virtud en la Corte misma de los tiranos, y sostuvo a la cara del más opulento que el poder y las riquezas no hacen al hombre feliz.? ¿Qué diremos del mayor de los Romanos, de aquel modelo de Ciudadanos virtuosos? Haremos afrenta al heroísmo, negándole este título a Catón?

Un elocuente escritor después de haber referido los desórdenes y males de las guerras civiles de Roma, dice: ¿Cuál era la fuerza civil, cuál la ley promulgada, capaz de poner freno a las depredaciones? ¿Qué poder tendría la sanción de la magistratura y de las leyes, donde todas las voluntades conspiraban en menosprecio y detestación del orden? En medio de una ciudad inmensa, depósito de las rapiñas de un Imperio universal, las leyes moderadas del sabio Numa podían recobrar su antiguo vigor? ¿Podían ser de algún uso? ¿Podían prometer algún efecto?

Cuando se eslabonan dos o tres interrogaciones al fin de la frase, como en el ejemplo último, se redobla la fuerza en confirmación del pensamiento del orador, y la impresión en el alma del oyente, a quien no se le da tiempo de discernir, ni dudar.

Sujeción

Esta figura es la misma interrogación acompañada cada vez de una respuesta. En alguna ocasión el orador se pregunta y responde a si mismo, como cuando Cicerón en la oración por Celio dice: ¿No llamaríamos enemigo de la república al que violase sus leyes? Tú las quebrantaste. ¿Al que menospreciase la autoridad del Senado? Tú la oprimiste. ¿Al que fomentase las sediciones? Tú las excitaste.

Cierto orador así previene a su auditorio: ¿Sufriré la nota de falso adulador? ¿Celebraré las victorias de este conquistador, y callará las atrocidades que oscurecieron su gloria? No, señores. ¿Compararía al malvado con un modelo de virtudes? Mucho menos: todo lo sacrificaré a la verdad.

Alguna vez pregunta el orador a una persona, y sin aguardar respuesta redobla la interrogación, como hace el mismo Cicerón contra Verres: ¿Con qué convención defiendes a este reo? ¿Haciendo el elogio de la frugalidad, no llamas las iniquidades de la avaricia? ¿Hubo por ventura alguno más perverso, y disoluto? ¿Le pintarás tal vez como un varón fuerte? ¿Pero se encontrará otro más perezoso, o indolente? ¿Celebrarás la docilidad de sus costumbres? ¿Quién más contumaz? ¿Quién más soberbio?

Otras veces preguntamos a una persona, y la hacemos dar respuesta. Éste es el modo de confutar y probar con más fuerza; porque siempre se ponen en boca del contrario las respuestas que tenemos de antemano destruidas; y como de esta suerte le dejamos su defensa y la libertad de la palabra, y al fin se rinde a nuestras refutaciones, el oyente queda satisfecho, e inclinado sin repugnancia a nuestra causa.

Por medio de la sujeción un moderno escritor arguye contra un suicida. ¿Tú quieres abandonar la vida? Sí, me dices, porque te cansa el vivir tanto. Yo quisiera saber si aún has empezado. Qué! fuiste enviado a la tierra para vivir en inacción? Parece que me dices que estás demás, y eres de poca utilidad. ¿Pero el cielo no le impone con la vida algún cargo que cumplir? ¿Qué respuesta, o infeliz! tienes prevenida para el juez supremo cuando te pida cuenta del tiempo? Tú me dices: la vida es un mal: ¿Hallarás en el orden de las cosas un bien que no esté rodeado de males? La vida, repites, es un mal para el hombre de bien siempre perseguido: ¿pero no sabes que tarde o temprano es consolado? y que la virtud no aguarda el premio acá en la tierra? A este tenor sigue admirablemente las reflexiones.

Anticipación

La anticipación se comete cuando el orador, adelantándose a las objeciones del contrario, y allanando la dificultad que el auditorio encuentra, él mismo anticipa los reparos, que luego satisface con las razones que luego expone.

Cicerón en la oración contra Verres se anticipa diciendo: Si alguno de vosotros, o de los que están aquí presentes acaso se admira de que, habiéndome tantos años ejercitado en los juicios públicos siempre para defender a muchos, y jamás para condenar a alguno, ahora cambiada de repente la voluntad, haya bajado al oficio de acusador; podrá reconocer el motivo de mi nueva determinación y justificar mis sentimientos, creyendo que no puedo en esta causa ser el primer actor. Después continua dando los motivos de esta novedad.

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También se comete esta figura por una especie de premonición a los oyentes, para que no les ofenda e indigne la libertad con que se dice la cosa, o bien la grandeza o incredibilidad de esta misma cosa. Un elocuente escritor en honor de Descartes dice: Todo en este discurso será consagrado a la verdad y a la virtud. Acaso habrá hombres en mi nación que no perdonarán el elogio de un filósofo vivo; mas Descartes murió, y ha ciento y quince años que no existe: yo no temo, pues, ofender el orgullo, ni irritar la envidia.

Invocación

La invocación, conocida bajo el nombre de apóstrofe, se comete cuando el orador corta o tuerce el hilo recto del discurso dirigiéndoles a otros objetos, como a Dios, a la naturaleza, a la patria, a los vivos, a los muertos, a los ausentes, y hasta las criaturas inanimadas e insensibles, a fin de arrebatar al oyente, que no puede dejar de tomar partido, mezclando interiormente sus afectos con los del que habla.

Esta figura siempre es fuerte, llena de vehemencia y calor para causar una grande moción. ¿Pues cómo no será terrible y patética la oración en que se llama al cielo, la naturaleza, la tierra, los difuntos a que sean jueces o censores formidables de nuestras acciones?

Cicerón en defensa de Milón hace este patético y magnífico apóstrofe: A vosotros imploro, esforzadísimos varones aquí presentes, que derramasteis generosamente vuestra sangre por la salud de la República. A vosotros invoco, Centuriones, Legionarios, que arrostrasteis los peligros como hombres y como ciudadanos. Vosotros todos, espectadores, guardias armadas, presidentes de este juicio, ¿sufriréis que se arroje de la ciudad, que se destierre y abandono un hombre virtuoso?

Un escritor moderno hace el siguiente apóstrofe para confundir un Ateísta: Naturaleza! Madre universal! tu testimonio y socorro imploro: despliega tus tesoros, descubre tus maravillas al incrédulo para que por tus obras tribute al Autor Supremo el debido amor, admiración, y reconocimiento. Tierra que le alimentas, aguas que fertilizáis los campos, aire que le inspiras la vida, huracanes y truenos que purificáis la atmósfera, llenadle de un terror sublime. Flores que esmaltáis los prados, hiervas que le dais la salud, fuentes que parís los ríos, árboles que le defendéis de las injurias del sol, pregonad que un Dios eterno e infinito es su Criador y el vuestro.

Otro arguyendo contra la tiránica opulencia de los ricos, que no sabiendo contribuir a la felicidad del pueblo rústico, aumentan su miseria, se introduce así: Acércate, y verás cuantos millares de hombres viven y mueren en la aflicción, en la miseria y desamparo sobre la misma tierra que fertilizan con sus brazos y sudores para mantener la opulencia. 0h! espectros de los pobres, que murieron en la abjección y la amargura, salid cubiertos de horror delante de este recazo cruel y orgulloso! Levantad vuestras manos laboriosas, vengadoras de la humanidad ultrajada, y acusadle a la faz del cielo y de los vivientes de su dureza, e indolencia.

Un elocuente escritor en elogio de la virtud así invoca a los muertos: Manes ilustres de los Fabricios y Camilos! imploro vuestro ejemplo. Decidme, ¿con qué arte dichoso hicisteis a Roma señora del mundo, y por tantos siglos floreciente? Glorioso Cincinalo, vuela otra vez triunfante a tus rústicos hogares; seas el modelo de tu patria, y el terror de sus enemigos; guarda para ti la virtud, y deja el oro a los Samnitas.

Concesión

Es una figura con que a los contrarios, a las objeciones presupuestas en los oyentes, o a la opinión común concedemos aquellas conclusiones, reparos, o respuestas, que nunca pueden destruir nuestra causa, si sólo contradecirla, para que de este modo salga siempre triunfante.

Por ejemplo, concederemos al ambicioso que es loable el amor de la gloria; mas no el de la gloria vana y funesta a los hombres. Concederemos al ardiente ciudadano que el amor de la patria es noble; pero que no debe fundarse en el odio de las demás naciones. A otro en fin le concederemos que las riquezas son útiles; mas no cuando son mal empleadas, etc.

Un ingenioso orador, hablando de los bienes y males del oro, quiere conceder los primeros, y probar que son contrapesados por los últimos de esta manera: El oro, decís vosotros, excita los talentos; lo concedo: ¿mas cuántos corazones corrompe antes? Convengo en que anima la industria; ¿mas esta industria no es el taller del lujo, y éste un contagio que infecta a un Reino? Tampoco niego que el oro ha hecho conocer muchas naciones volviéndolas comunicables; ¿mas cuánta sangre de sus desgraciados naturales se ha derramado para descubrirlas, y quererlas civilizar? ¿Cuántas guerras nuevas han nacido en Europa para conservarlas esclavas o aliadas?

Por último ejemplo veamos lo que dice un célebre escritor en este pasaje: Tema demasiado la muerte el impío, el sacrílego, el pecador cargado de delitos; mas no el que ha vivido la vida del justo. Estremézcase

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de la sombra de la muerte aquel que nunca ha sentido un remordimiento; mas no el que siempre ha llevado una vida de compunción y penitencia. Horrorícese a la vista de la muerte aquel que ha fundado todas sus esperanzas en una vida sensual, frágil, y terrena; no aquel que esperando gozar en la bienaventuranza, sabe que el fin de esta vida es principio de otra mejor.

Exclamación

La exclamación es cierto vuelo que toma el discurso, cuando exalta con más actividad y prontitud los sentimientos de admiración, indignación, odio, gozo, tristeza, compasión, etc. expresando lo grande, lo nuevo, o lo raro de una cosa por medio de la interjección, o sin ella, como se verá en los ejemplos siguientes.

Cicerón termina así la relación que acaba de hacer del suplicio de un ciudadano Romano. Oh! nombre dulce de libertad! Oh! derecho ilustre de nuestra ciudad! Oh! Leyes Porcia, y Semproniana! Oh! Tribunicia potestad, tantas veces deseada, y en otro tiempo restituida al pueblo Romano!

Por medio de esta figura pueden jugar todos los afectos: así hablando de un rico limosnero, mueve la benevolencia el que dice: Oh! manos siempre abiertas para dar! Oh! corazón benéfico y compasivo! Oh! caridad inflamada en amor de los hombres!

Palabras de sobresalto y horror son las del Apocalipsis, cuando el Profeta dice: Ay! Ay1 ¡Babilonia, ciudad grande, poderosa ciudad, tu condenación ha venido en un momento! Mueve a compasión de un joven condenado injustamente a muerte un escritor, diciendo: Oh! silencio de la inocencia oprimida! Oh! justo, que ruegas al Cielo por los que te condenan! De un avaro podemos decir: Sed execrable del oro! Codicia cruel, y desapiadada!

Imprecación

La imprecación es otra de las figuras vehementes de que usa la oratoria alguna vez, cuando el terror, o el temor ha de dominar los ánimos.

En un libro de los Reyes leemos el siguiente rasgo lleno de horror y energía: Montes de Gelboé, jamás caigan sobre vosotros ni el rocío, ni la lluvia. Jamás sobre vuestras faldas haya un campo, cuyas primicias se ofrezcan al Señor.

En boca del afligido Job leemos una imprecación llena de dolor y abatimiento: Perezca el día en que nací, y la noche en que se dijo: un hombre es concebido.

Corrección

Es aquella figura por la cual corregimos, o retractamos una proposición con otra siguiente, que la realza, rebaja, suaviza, o cohonesta. Dice Cicerón en la oración de Murena: Cuando todas estas cosas, ciudadanos; ciudadanos digo, si son dignos de tal título unos hombres que así piensan de su misma patria....

Dice otro de cierto General: Intrépido y constante guerrero; no, temerario y obstinado te llamará la posteridad. Dice en otro paraje: La codicia y el cebo de la predominación siempre se han disputado el cetro; digamos mejor, el yugo de la sociedad.

Otro orador en el elogio de Descartes dice: ¿Qué honores le tributaron en vida? Qué estatuas le levantaron los de su patria? Qué hablamos de honores, y de estatuas! Olvidamos que se habla de un grande hombre? Hablemos mas bien de persecuciones, de envidias y calumnias.

Hay otras castas de corrección más ligeras y delicadas, que sirven como de suplemento, o adición al pensamiento general. De Carlomagno dice un político: Formó admirables leyes; y aún hizo más, las hizo ejecutar. De otro dice: Fue protector magnífico de las artes; mas de las artes útiles.

Licencia

Esta figura se comete cuando el orador, asegurado de su justicia, y del poder de su palabra, se abroga la libertad de proferir con magisterio y sin respetos la verdad o importancia de una cosa, que puede desagradar, u ofender a los oyentes. Desde que los oradores no gobiernan las Repúblicas, hoy esta figura sólo tiene ejercicio en el púlpito, donde la santa voz de la verdad truena sin respetos humanos.

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De esta suerte dice Cicerón en la Philippica III: Vosotros, Padres Conscriptos, es cosa dura el pronunciarlo, pero me veo forzado a decirlo; vosotros, digo, disteis la muerte a Servio Sulpicio.

Otro elocuente escritor en elogio del primer Magistrado de la nación, dice: El carácter de la verdadera grandeza es la simplicidad: yo me atrevo a decirlo a este siglo fastuoso, porque la voz de una generación que pasa, y que mañana no -será, no debe sofocar la de la verdad que es eterna.

Filosofía de la elocuencia por D.Antonio de Capmany

http://www.seminarioabierto.com/homiletica32.htm

31/12/2006 13:44:08