14 - Hume, David - Tratado de La Naturaleza Humana Acerca Del Entendimiento.

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Autor. David Hume

Sección I Acerca Del Origen De Nuestras Ideas Todas las percepciones del espíritu humano se reducen a dos clases distintas, que llamaré IMPRESIONES e IDEAS. La diferencia entre ellas reside en el grado de fuerza y vivacidad con que afectan al espíritu y penetran en nuestro pensamiento o conciencia. Podemos llamar impresiones a aquellas percepciones que penetran con mayor fuerza y violencia; y bajo este nombre abarco todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones en tanto aparecen por primera vez en el alma. Con ideas quiero significar las imágenes débiles de aquellas en el pensamiento y el razonamiento, tales como, por ejemplo, todas las percepciones provocadas por la presente exposición, excepto aquellas que se originan en la vista y el tacto, y el placer o fastidio inmediato que pueda ocasionarnos. Creo que no será preciso emplear muchas palabras para explicar esta distinción. Cada uno percibirá fácilmente por sí mismo la diferencia entre sentir1 y pensar. Las diferencias usuales de grado entre ambos se distinguen sin dificultad, aunque no es imposible que en algunos casos se aproximen considerablemente uno al otro. Por ejemplo, en el sueño, en un estado febril, en la locura, o en cualquier emoción muy violenta del alma, nuestras ideas pueden aproximarse a nuestras impresiones. Por otra parte, a veces sucede que nuestras impresiones son tan débiles y tenues que no podemos distinguirlas de nuestras ideas. Pero a pesar de esta estrecha semejanza en algunos casos, son en general tan radicalmente diferentes entre sí, que nadie puede sentir el menor escrúpulo en clasificarlas bajo distintas categorías y asignar a cada una un nombre particular para señalar esa diferencia.° Existe otra división entre nuestras percepciones que será conveniente observar y que se extiende tanto a nuestras impresiones como a nuestras ideas. Según esta división, hay percepciones SIMPLES y percepciones COMPLEJAS. Las percepciones o impresiones e ideas simples son las que no admiten distinción o separación. En las complejas, por el contrario, pueden distinguirse partes. Aunque un color, un sabor y un olor peculiares son cualidades que se encuentran unidas en una manzana, es fácil percatarse de que no son lo mismo, sino que se puede al menos distinguirlas unas de otras. Habiendo otorgado, por medio de estas divisiones, un orden y disposición a nuestros objetos, podemos aplicarnos ahora a considerar con más precisión sus cualidades y relaciones. La primera circunstancia que me llama la atención es la gran semejanza que presentan nuestras impresiones e ideas en todo sentido, excepto en el grado de fuerza y vivacidad. Las segundas parecen ser, en cierta forma, el reflejo de las primeras, de modo que todas las percepciones del espíritu son dobles y aparecen tanto como impresiones cuanto como ideas. Cuando cierro los ojos y pienso en mi cuarto, las ideas que me formo son las representaciones exactas de las impresiones que he sentido, y no hay circunstancia alguna que no se encuentre en unas y en otras. Si paso revista a mis otras percepciones, siempre encuentro la misma semejanza y representación. Pareciera que las ideas e impresiones siempre se corresponden unas con otras. Esta circunstancia me parece notable y ocupa mi atención por un momento. En una indagación más minuciosa descubro que me he dejado llevar demasiado lejos por las apa-riencias, y que debo hacer uso de la distinción de las percepciones en simples y complejas para

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restringir el alcance de la observación general de que todas nuestras ideas e impresiones son semejantes. Observo que muchas de nuestras ideas complejas jamás han tenido impresiones que les correspondieran, y que muchas de nuestras impresiones complejas jamás son reproducidas exactamente por ideas. Puedo imaginarme una ciudad como Nueva Jerusalén, con aceras de oro y muros de rubíes, aunque jamás haya visto nada semejante. Por otra parte, he visto París, ¿pero acaso he de afirmar que puedo formarme una idea de esa ciudad que represente perfectamente todas sus calles y edificios en sus proporciones justas y reales? Así, pues, advierto que, si bien existe en general una gran semejanza entre nuestras impresiones e ideas complejas, la regla de que son copias exactas las unas de las otras no es universalmente verdadera. A continuación podemos considerar qué sucede con nuestras percepciones simples. Después del más minucioso examen de que soy capaz, me atrevo a afirmar que la regla se cumple aquí sin excepciones, y que para toda idea simple hay una impresión simple que se le asemeja. Asimismo, para toda impresión simple hay una idea correspondiente. La idea de rojo que nos formamos en la oscuridad y la impresión que afecta nuestra vista a la luz del sol, difieren sólo en grado, no en naturaleza. Es imposible probar por medio de una prolija enumeración que otro tanto ocurre con todas nuestras impresiones e ideas simples. Cada uno puede disipar sus dudas sobre este punto pasando revista a todas las que desee. Pero si alguien negase esta semejanza universal, no se me ocurre otro modo de convencerlo que solicitarle nos señale una impresión sim-ple para la que no exista una idea correspondiente.2 Si no responde a este desafío, como seguramente sucederá, podemos formamos una conclusión basada en su silencio y en nuestra propia observación. Encontramos, pues, que todas las ideas e impresiones simples se asemejan unas a otras; y como las complejas se forman a partir de ellas, podemos afirmar en general que estas dos especies de percepciones se corresponden exactamente. Habiendo descubierto esta relación, que no requiere un examen más extenso, mi curiosidad me lleva a investigar algunas otras de sus cualidades. Consideremos ahora cuál es su status existencial y cuáles de ellas son causas y cuáles efectos. El examen exhaustivo de esta cuestión es el tema del presente Tratado y por tanto nos contentaremos aquí con sentar una proposición general, a saber, que todas nuestras ideas simples en su primera aparición derivan de impresiones simples que se corresponden con ellas y que ellas representan exactamente. Al buscar fenómenos que verifiquen esta proposición, los encuentro sólo de dos clases, pero en cada clase los fenómenos son obvios, numerosos y concluyentes. Primero me aseguro por un nuevo examen de lo ya afirmado, es decir, de que cada impresión simple va acompañada de una idea correspondiente y cada idea simple de una impresión correspondiente. De esta conjunción constante de percepciones semejantes concluyo inmediatamente que hay una estrecha conexión entre nuestras impresiones e ideas correspondientes, y que la existencia de las unas ejerce una influencia considerable sobre la existencia de las otras. Tal conjunción constante, en un número infinito de casos, no puede surgir nunca del azar sino que prueba claramente la dependencia de las impresiones respecto de las ideas, o de éstas, respecto de aquellas. Para saber en qué sentido se establece la dependencia, considero el orden de sus primeras apariciones, y descubro por la

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experiencia constante que las impresiones simples siempre preceden a las correspondientes ideas, pero nunca a la inversa. Para dar a un niño la idea de escarlata o de naranja, de dulce o amargo, le presento los objetos o, en otras palabras, le hago sentir estas impresiones; pero no cometo el absurdo de intentar producir en su espíritu las impresiones provocando en él las ideas. Nuestras ideas no producen al aparecer las impresiones correspondientes; no percibimos ningún color ni sentimos ninguna sensación por el mero hecho de pensar en ellos. Por otra parte, constatamos que cualquier impresión, ya sea del espíritu o del cuerpo, es constantemente seguida por una idea que se le asemeja y que sólo se diferencia de ella por el grado de fuerza y vivacidad. La constante conjunción de nuestras percepciones semejantes es una prueba convincente de que unas son las causas de las otras; y la prioridad de las impresiones prueba con igual validez que nuestras impresiones son causas de nuestras ideas, y no nuestras ideas de nuestras impresiones. Para confirmar esto consideraré otro fenómeno simple y convincente, el cual consiste en que toda vez que por algún accidente se halla obstruido el funcionamiento de las facultades que hacen surgir ciertas impresiones cualesquiera, como cuando alguien nace ciego o sordo, no sólo faltan las impresiones sino también las correspondientes ideas, de modo que jamás aparece en el espíritu el menor rastro de unas u otras. Esto es cierto no sólo en el caso en que los órganos sensoriales están totalmente destruidos, sino también cuando jamás se han ejercitado en la producción de una impresión particular. No podemos formamos una idea exacta del gusto de un ananá sin haberlo probado. Existe, sin embargo, un fenómeno contradictorio que probaría que no es absolutamente imposible que las ideas precedan a las impresiones correspondientes. Creo que se admitirá sin dificultad que las varias ideas distintas de colores que penetran por los ojos, o las de los sonidos, que son transmitidas por el oído, son realmente diferentes unas de otras, aunque a la vez se asemejan entre sí. Ahora bien, si esto es verdad respecto de los diferentes colores, otro tanto sucede con los distintos matices de un mismo color, cada uno de los cuales produce una idea distinta, independiente de las demás. Pues si negásemos esto, sería posible, por la gradación continua de los matices, pasar insensiblemente de un color a otro totalmente desemejante; y si no admitimos que los matices intermedios sean diferentes, no podemos negar, sin incurrir en un absurdo, que los extremos sean idénticos. Supongamos entonces que una persona ha gozado de la vista durante treinta años y ha adquirido un perfecto conocimiento de toda clase de colores, excepto de un determinado matiz de azul, que nunca ha tenido ocasión de ver. Si se le presentan todos los matices de ese color, excepto el mencionado, en una escala que descienda gradualmente del más oscuro al más claro, es evidente que percibirá un vacío allí donde falta ese matiz, y advertirá en ese lugar una distancia mayor que la que existe en los demás casos entre los colores contiguos. Entonces me pregunto si es posible para él suplir esa deficiencia con su propia imaginación y producir la idea de ese matiz particular, aunque nunca le haya sido transmitido por los sentidos. Creo que muy pocos negarán esta posibilidad, y esto puede servir como prueba de que las ideas simples no siempre derivan de las impresiones correspondientes, aunque el caso es tan extraordinario y singular que apenas merece ser observado y no se justifica que en función de él alteremos nuestra máxima general. Aparte de esta excepción, no estará de más señalar aquí que el principio de prioridad de las impresiones respecto de las ideas debe ser entendido con otra restricción, a saber, que así como

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nuestras ideas son imágenes de nuestras impresiones, también podemos formarnos ideas secundarias que son imágenes de las primarias, como surge de este mismo razonamiento. Esto no es, hablando con propiedad, una excepción a la regla, sino más bien una explicación de ella. Las ideas producen nuevas ideas como imágenes de sí mismas, pero como se supone que las ideas primarias derivan de impresiones, se mantiene la legitimidad de la afirmación de que todas nuestras ideas simples proceden, mediata o inmediatamente, de sus correspondientes impre-siones.3 Esto es, pues, el primer principio que establezco en la ciencia de la naturaleza humana, y no debemos despreciado en razón de su aparente simplicidad, porque es preciso destacar que la presente cuestión respecto de la precedencia de nuestras impresiones o ideas es la misma que causó tanta conmoción al ser formulada en otros términos, cuando se debatía si existen ideas innatas o si todas las ideas se derivan de la sensación y la reflexión. Podemos señalar que, con el objeto de probar que las ideas de extensión y color no son innatas, los filósofos no hacen sino mostrar que nos llegan a través de los sentidos. Para probar que las ideas de las pasiones y deseos no son innatas, observan que hemos experimentado anteriormente dichas emociones en nosotros mismos.4 Ahora bien, si examinamos cuidadosamente esos argumentos, descubriremos que no prueban nada, excepto que esas ideas son precedidas por otras percepciones más vivaces de las cuales derivan y a las cuales representan. Estero que esta clara exposición de la cuestión eliminará todas las disputas en torno a ella y hará que este principio resulte más útil para nuestros razonamientos de lo que parece haber sido hasta ahora. Notas ° Empleo aquí los términos impresión e idea en un sentido distinto del usual, y espero que se me permita esta libertad. Tal

vez estoy restituyendo a la palabra idea su sentido original, que fuera falseado por Locke al utilizarla para designar todas

nuestras percepciones. No debe entenderse que con el término impresión quiero expresar la manera en que nuestras

percepciones vivaces se producen en el alma, sino meramente las percepciones mismas, para las cuales no existe, que yo

sepa, un nombre particular, ni en inglés ni en ningún otro idioma.

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Sección II División Del Tema Puesto que, al parecer, nuestras impresiones simples son anteriores a sus correspondientes ideas y las excepciones son muy raras, el método parece exigir que examinemos nuestras impresiones antes de considerar nuestras ideas. Las impresiones pueden dividirse en dos clases: las de la SENSACIÓN y las de la REFLEXIÓN. Las de la primera clase surgen en el alma originariamente por causas desconocidas. Las segundas se derivan en buena medida de nuestras ideas, y en el siguiente orden. Una impresión afecta primeramente nuestros sentidos y nos hace experimentar calor o frío, sed o hambre, o algún tipo de placer o dolor. El espíritu produce una copia de esta impresión, que permanece cuando la impresión se ha esfumado, y a esta copia le llamamos idea. Cuando esta idea de placer o dolor vuelve a presentarse en el alma, produce otras nuevas impresiones de deseo y aversión, esperanza y temor, que pueden ser llamadas con propiedad impresiones de la reflexión, porque derivan de ella. Estas, a su vez, son copiadas por la memoria y la imaginación y se transforman en ideas, las que acaso hagan surgir otras impresiones e ideas. De modo que las impresiones de la reflexión preceden únicamente a sus correspondientes ideas, pero son posteriores a las de la sensación y derivadas de ellas. El análisis de nuestras sensaciones atañe más bien a los anatomistas y filósofos de la naturaleza que a los moralistas y por tanto no será efectuado aquí. Y como las impresiones de la reflexión, es decir, las pasiones, deseos y emociones, que son las que merecen principalmente nuestra atención,5 derivan en su mayoría de ideas, será necesario invertir el método que a primera vista parece más natural y, a fin de explicar la naturaleza y principios del espíritu humano, examinar detalladamente las ideas antes de referirnos a las impresiones. Por este motivo he decidido comenzar por las ideas.

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Sección III Acerca De Las Ideas De La Memoria Y La Imaginación Constatamos por experiencia que cuando una impresión ha estado presente en el espíritu, vuelve a aparecer en él como idea, y esto puede acontecer de dos maneras diferentes: o bien en su nueva aparición conserva una medida considerable de su vivacidad primitiva y es algo en cierto modo intermedio entre una impresión y una idea, o pierde enteramente esa vivacidad y constituye entonces una idea perfecta. La facultad por la cual reiteramos nuestras impresiones del primer modo se llama MEMORIA y la otra IMAGINACIÓN. Es evidente a primera vista que las ideas de la memoria son mucho más vivaces y fuertes que las de la imaginación y que la primera facultad da a sus objetos colores mucho más definidos que los empleados por la segunda. Cuando recordamos cualquier suceso pasado, la idea de éste irrumpe en el espíritu en forma compulsiva; mientras que en la imaginación la percepción es débil y carente de vigor, y el espíritu no puede sin dificultad conservarla durante un cierto tiempo de manera constante y uniforme. Hay, pues, una diferencia apreciable entre una y otra especie de ideas. Pero de esto nos ocuparemos luego con más detalle.° Existe otra diferencia no menos evidente entre estas dos clases de ideas, pues si bien ni las ideas de la memoria ni las de la imaginación, es decir, ni las ideas vivaces ni las débiles, pueden aparecer en el espíritu si no han sido precedidas por las impresiones correspondientes que les preparan el camino, la imaginación no está obligada a conservar el orden y la forma de las impresiones originarias, mientras que la memoria está en cierto modo limitada en este respecto y no puede introducir variación alguna. Es evidente que la memoria conserva la forma original en que se presentaron los objetos y que toda vez que nos apartamos de aquélla al recordar algo, ello se debe a algún defecto o imperfección de esa facultad. Un historiador puede considerar conveniente para el desarrollo de su narración relatar como anterior a otro un suceso que es en realidad posterior; pero si es fiel a los hechos, se percatará de esa alteración del orden y por ese medio restituirá la idea a su posición correcta. Lo mismo sucede con nuestros recuerdos de aquellos lugares y personas que hemos conocido anteriormente. La función primordial de la memoria no consiste en conservar las ideas simples sino su orden y posición. En una palabra, este principio se apoya en tantos fenómenos comunes y vulgares que podemos dispensarnos de insistir más sobre él. La misma evidencia refirma nuestro segundo principio acerca de la libertad de la imaginación para transponer y alterar las ideas. Las fábulas con que tropezamos en poemas y novelas lo hacen incuestionable. En ellas la naturaleza se encuentra totalmente distorsionada y no se mencionan sino caballos alados, dragones que arrojan fuego y monstruosos gigantes. Esta libertad de la fantasía no nos causará extrañeza si consideramos que todas nuestras ideas son copias de impresiones y que no existen dos impresiones que sean absolutamente inseparables. Por último, dicha libertad es una consecuencia obvia de la división de las ideas en simples y complejas. Toda vez que la imaginación percibe una diferencia entre ideas puede separarlas fácilmente. Notas ° Parte III, sección V.

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Sección IV Acerca De La Conexión O Asociación De Ideas Como todas las ideas simples pueden ser separadas por la imaginación y unidas de nuevo a su antojo, nada resultaría más inexplicable que las operaciones de esa facultad si no estuviera guiada por algunos principios universales que le otorgan cierta coherencia consigo misma en todo tiempo y lugar. Si las ideas estuvieran totalmente aisladas e inconexas, sólo el azar las reuniría. Es imposible que las mismas ideas simples constituyan regularmente ideas complejas, como sucede habitualmente, sin que exista entre ellas algún lazo de unión, cierta cualidad asociativa que hace que una idea introduzca naturalmente a otra. Este principio unificador de las ideas no debe considerarse como una conexión inseparable, porque tal restricción ha sido ya excluida de la imaginación. Tampoco debemos concluir que sin dicho principio el espíritu sea incapaz de unir dos ideas entre sí, porque nada es más libre que esa facultad. Sólo debemos considerarlo como una fuerza suave que por lo general prevalece y que es la causa por la cual, entre otras cosas, las lenguas tienen entre sí tal grado de correspondencia. La naturaleza, en cierto modo, señala a cada uno aquellas ideas simples que pueden fusionarse más adecuadamente para constituir una idea compleja. Las cualidades de las que surge esa asociación y por las cuales el espíritu es conducido de este modo de una idea a otra, son tres, a saber: SEMEJANZA, CONTIGÚIDAD en tiempo y lugar, y CAUSA y EFECTO. Creo que no será indispensable demostrar que estas cualidades producen una asociación entre las ideas y que ante la aparición de una de ellas introduce naturalmente otra. Es obvio que en el curso de nuestro pensamiento y en el fluir constante de nuestras ideas, nuestra imaginación se desliza fácilmente de una idea a otra que se le asemeja, y que esta cualidad constituye por sí sola un vínculo y conexión suficientes para la fantasía. Es asimismo evidente que, como los sentidos, al cambiar sus objetos, se ven constreñidos a hacerlo regularmente y a aprehenderlos en el orden de contigüidad en que se dan, la imaginación adquiere entonces por la fuerza de la costumbre el mismo método de pensamiento y recorre las distintas partes del espacio y el tiempo al concebir sus objetos. En cuanto a la conexión operada por la relación de causa y efecto, tendremos luego ocasión de examinarla a fondo y por tanto no insistiremos sobre ella en este momento. Bastará con observar que no hay relación que produzca una conexión más fuerte en la fantasía y haga que una idea evoque más fácilmente a otra que la relación de causa y efecto entre sus objetos. Para comprender estas relaciones en todo su alcance, debemos considerar que dos objetos se conectan en la imaginación, no sólo cuando uno se asemeja estrechamente a otro, es contiguo a él o es su causa, sino también cuando entre ellos se interpone un tercer objeto que tiene con ambos alguna de estas relaciones. Esto puede extenderse considerablemente, pero al mismo tiempo observamos que con cada nuevo distanciamiento se debilita considerablemente la relación. Los primos en cuarto grado están relacionados por causalidad, si se me permite la expresión, pero no tan íntimamente como los hermanos y mucho menos que padres e hijos. En general, podemos observar que todos los vínculos sanguíneos dependen de la relación de causa y efecto, y se los considera cercanos o remotos según el número de causas relacionantes interpuestas entre las personas.

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De las tres relaciones mencionadas, la de mayor alcance es la de causalidad. Puede considerarse que dos objetos están en tal relación tanto cuando uno es causa de cualquier acción o movimiento en el otro como cuando el primero es causa de la existencia del segundo. Pues como tal acción o movimiento no es sino el propio objeto considerado desde una cierta perspectiva, y como el objeto continúa siendo el mismo a través de las distintas situaciones, es fácil imaginar cómo las influencias que los objetos ejercen unos sobre otros pueden conectarlos en la imaginación. Podemos ir más allá y señalar que dos objetos están conectados por la relación de causa y efecto no sólo cuando uno produce una acción o movimiento en el otro, sino también cuando tiene el poder de producirlos. Podemos observar que ésta es la fuente de todas las relaciones de interés y deber, en virtud de las cuales los hombres se influyen recíprocamente en la sociedad y están su-jetos a los lazos del gobierno y la subordinación. Un amo es alguien que en razón de su situación, surgida de la fuerza o del convenio, tiene el poder de dirigir en ciertos respectos las acciones de otro hombre, a quien llamamos siervo. Un juez es alguien que en todos los casos de litigio entre miembros cualesquiera de una sociedad puede determinar por su sola opinión la posesión o propiedad de algo. Cuando una persona está investida de algún poder, no se requiere otra cosa para ejercerlo que un acto de la voluntad, y esto se considera en todos los casos corno posible y en muchos como probable, especialmente tratándose de la autoridad, cuyo acatamiento por el súbdito constituye un placer y una ventaja para el superior. Estos son, por tanto, los principios de unión o cohesión entre nuestras ideas simples, que reem-plazan en la imaginación a la conexión inseparable por la cual están unidas en la memoria. Aquí nos encontramos con una especie de ATRACCION que, según puede constatarse, tiene en el mundo espiritual efectos tan extraordinarios como en el natural y se manifiesta en formas tan distintas y variadas como este último. Sus efectos son conspicuos en todas partes, pero en cuanto a sus causas, son en su mayor parte desconocidas y deben reducirse a cualidades originales de la naturaleza humana, que no pretendo explicar. Nada es más necesario para un verdadero filósofo que refrenar el deseo exacerbado de indagar las causas, y habiendo establecido una doctrina cualquiera sobre la base de un número suficiente de experimentos, debe contentarse con ello cuando ve que un examen ulterior lo conduciría a especulaciones oscuras e inciertas. En tal caso orientará mucho mejor su investigación aplicándose a examinar los efectos y no las causas del principio establecido. No hay entre los efectos de esta unión o asociación de ideas ninguno tan notable como esas ideas complejas que son el tema corriente de nuestros pensamientos y razonamiento y que generalmente derivan de algún principio de unión entre nuestras ideas simples. Estas ideas complejas pueden dividirse en relaciones, modos y sustancias. Examinaremos brevemente cada una de ellas por orden y añadiremos algunas consideraciones acerca de nuestras ideas generales y particulares, antes de abandonar el tema presente, que puede ser considerado como la parte elemental de esta filosofía.

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