1966-Estudios de Arqueologia Alavesa 1

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ESTUDIOS DE ARQUEOLOGIA ALAVESA DIPUTACION FORAL DE ALAVA CONSEJO DE CULTURA 1

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ESTUDIOS DE ARQUEOLOGIAALAVESA

D I P U TA C I O N F O R A L D E A L AVA

C O N S E J O D E C U LT U R A

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DIPUTACION FORAL DE ALAVA

CONSEJO DE CULTURA

ESTUDIOS DE ARQUEOLOGIA ALAVESA

TOMO I

VITORIA 1966

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SUMARIO

LAS INVESTIGACIONES PREHISTORICAS EN LA PROVIN-CIA DE ALAVA

Enrique Vallespí Pérez

EXPLORACION DE AIZKOMENDI

José Miguel de Barandiarán

EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU (ALBAI-NA) Primera Campaña 1965 José Miguel de Barandiarán

V REUNION DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES AR-QUEOLOGICAS ARANZADI

SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

Ignacio Barandiarán Maestu

COMENTARIOS SOBRE TIPOLOGIA PREHISTORICA

José María Merino

EL HACHA DE DELICA Y LAS HACHAS DE METAL EN EL PAIS VASCO

Juan María Apellániz Castroviejo

NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

José Miguel Ugartechea

RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO NAVARRO Armando Llanos

NOTAS BREVES

Hallazgo de un hacha de piedra en las proximidades de Ali (Alava)

Sepulturas romanas? en Berroci (Alava)

Un enterramiento en la Sierra de Cantabria (Alava)

Una necrópolis romana en la Rioja Alavesa

Un nuevo silo en el oppidum de Iruña (Trespuentes. Alava)

Una necrópolis de incineración en los arenales de Garde-legui (Alava)

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La Diputación Foral de Alava, a propuesta de su Consejo de

Cultura, inicia con este primer volumen de Estudios de Arqueología

Alavesa la publicación, anual a ser posible, de los resultados de las

excavaciones e investigaciones arqueológicas que vienen haciéndose

en Alava y de cuantos trabajos se refieran a la arqueología de la

Provincia. Con ello, además de dar cuenta de la intensa labor reali-

zada y justificar la inversión de las subvenciones concedidas para la

misma, se facilitará su consulta y aprovechamiento a los que deseen

conocerla.

El Consejo de Cultura de la Diputación Foral de Alava agradece

la valiosa y desinteresada aportación de los colaboradores de este

primer volumen de Estudios de Arqueología Alavesa.

Vitoria, octubre de 1966.

PRESIDENTE DE LA DIPUTACION FORAL DE ALAVA

Y DE SU CONSEJO DE CULTURA

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Edita: Diputación Foral de Alava (Consejo de Cultura).

Imprime: Editorial Montepío Diocesano, San Antonio, 10. VITORIA.

Depósito Legal VI-917-966.

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LAS INVESTIGACIONES PREHISTORICAS EN LA PROVINCIA DE ALAVA

por Enrique José Vallespí Pérez

Excmos. e Ilmos. Srs., Sras. y Sres..: *

Las investigaciones prehistóricas vascongadas son un capítulo brillante de la

Prehistoria española y es tarea común de todos los prehistoriadores jóvenes documentar

debidamente el desarrollo histórico de estos descubrimientos y estudios. Pretendemos con

este trabajo presentar una visión ordenada de lo realizado en la provincia de Alava, cuyo

papel en la historia de las investigaciones vascas ha sido relevante y cuyo panorama tes-

timonia una admirable continuidad de trabajos desde los descubrimientos iniciales en 1831

hasta la actualidad.

Limitamos nuestro intento a la etapa prehistórica, hasta la Edad del Hierro, y a los

trabajos directos y publicados de base exclusivamente arqueológica, quedando fuera de

nuestro plan, por imposición metodológica, las etapas protohistórica y antigua y las apor-

taciones a nuestro estudio desde otras disciplinas afines, excluyendo también las referen-

cias alavesas en obras generales que no suponen un contacto directo con los materiales

provinciales.

Abrigamos la esperanza de que este primer panorama histórico de cierta amplitud

sobre las investigaciones prehistóricas alavesas, que ofrecemos ahora, puede servir de

pauta a un posterior estudio más acabado.

* Texto y notas de la lección de apertura del curso 1965-1966 en la Facultad de Filosofía y Letras, Sección de Vitoria, de la Universidad de Deusto, pronunciada por su autor en el acto aca-démico celebrado en el Salón de Sesiones de la Excma. Diputación Foral de Alava, el día 15 de octubre de 1965. El autor agradece al Vicedecano de la Facultad, Dr. D. Juan Ignacio Fernández Marco, S. J., la oportunidad de exponer el tema en tan solemne acto y asimismo expresa su reconocimiento a los Sres. D. Ignacio M. Barandiarán, S. M., D. Jaime Fariña y D. Armando Llanos, por el intercambio de ideas mantenido sobre los borradores del trabajo.

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LAS INVESTIGACIONES PREHISTORICAS EN LA PROVINCIA DE ALAVA

I. La etapa inicial: hasta 1915

1) El estímulo inicial: el descubrimiento de los dólmenes de Eguílaz y de Arrí-zala y su trascendencia.

En el año 1831 el descubrimiento casual del dolmen de Aitzkomendi, junto a Eguílaz, origina los primeros pasos en el estudio de la arqueología prehistórica alavesa. Un año después, la Excma. Diputación Foral de Alava elevaba «a la Academia» de Madrid la primera notificación del hallazgo, informe inicial al que siguió otro más completo, redactado, en el siguiente año 1833, por el alcalde de Salvatierra D. Pedro Andrés de Zabala y dirigido a la Academia de San Fernando de Madrid. En el informe de Zabala se notifica además la existencia de otro dolmen en las inmediaciones de Arrí-zala (el de Sorginetxe), que había sido descubierto por D. Federico Baráibar. Tras un silencio de doce años desde el último informe, la Comisión de Monumentos de Alava realizó en 1845 un reconocimiento del monumento de Eguílaz, reseñando la visita D. Ladislao de Velasco.

El descubrimiento trascendió así rápidamente del ámbito regional y en el mismo año 1845 se ocupaba de él, desde Sevilla, D. José Amador de los Ríos, en el siguiente año aparecían ambos dólmenes en una nota anónima del «Seminario Pintoresco», según el anterior informe de Zabala, y dos años después, 1847, Pascual Madoz recogía también la nota del hallazgo de Eguílaz en su famoso «Diccionario». Al mediar la cen-turia, la Academia de la Historia en 1852 y en el «Seminario Pintoresco Español» D. Manuel de Assas en 1857, volvían a ocuparse del ya afortunado sepulcro dolménico de Eguílaz (1).

Estos dos descubrimientos, además de ser los primeros de toda la llamada ahora Cultura Pirenaica española, son el estímulo inicial que pone en marcha el estudio de la prehistoria alavesa.

2) Los pioneros de la prehistoria alavesa: Ladislao de Velasco, Ricardo Becerro de Bengoa, Federico Baráibar y Julián de Apráiz.

En esta misma generación de alaveses que presenció el feliz descubrimiento de los dos dólmenes de Salvatierra, se perfilaron los primeros estudiosos de nuestra pre-historia provincial: D. Ladislao de Velasco, D. Ricardo Becerro de Bengoa, D. Federico Baráibar y D. Julián de Apráiz. Ellos son los pioneros de la prehistoria alavesa.

Velasco, Becerro de Bengoa y Baráicar, cubriendo con sus publicaciones de pre-historia alavesa un período exactamente de quince años (del 1867 al 81, ambos inclusive), constituyen así una generación cultural y será provechoso analizar sus rasgos ge-neracionales y la ambientación sociológica de su afición prehistórica. Enlazando con la fecha límite de las publicaciones de este grupo inicial se sitúa Julián de Apráiz, cuya

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aportación arqueológica desde 1882 a 1904 supone en realidad la continuidad en la labor y el enlace de lo finisecular con los comienzos del siglo XX.

Las fechas de las publicaciones y conferencias de estos autores sobre prehistoria alavesa matizan de este modo la segunda mitad del siglo XIX: Ladislao de Vlasco, tras su ya citado informe para la Comisión Provincial de Monumentos en 1845, inicia esta etapa bibliográfica en 1867, publicando, en un folleto para la misma entidad, nueva descripción del dolmen de Eguílaz y señalando la existencia de otros dos megalitos, los de Kapelamendi y Eskalmendi en Arrazua, el primero de ambos, por cierto, conocido desde hacía tiempo, según las referencias bibliográficas. La Comisión había visitado los dos dólmenes de Salvatierra en ese mismo año y volvería a reconocerlos dos años después, en 1869. En 1871 Amador de los Ríos se hacía eco nuevamente de los prime-ros dólmenes alaveses en sus «Estudios monumentales y arqueológicos. Las provincias vascongadas», y en ese mismo año, Becerro de Bengoa publicó en «El Ateneo» de Vito-ria el descubrimiento, que había realizado con Mantelli, de nuevos dólmenes en otra zonaalavesa, el valle de Cuartango, en Anda, Catadiano y Sendadiano. Seis años después, el mismo Becerro de Bengoa repetía su referencia a los dólmenes alaveses conocidos, en «El libro de Alava», publicado en Vitoria en 1876-77, en cuyo último año Ladislao de Velasco dedicaba a «Los dólmenes y antigüedades prehistóricas de Alava» su discurso de apertura de curso del Ateneo de la capital. Nuestra prestigiosa entidad alentaba como vemos el interés por estos descubrimientos arqueológicos desde sus salas de conferen-cias y sus revistas y el mismo Becerro de Bengoa publicaba en la «Revista de las Pro-vincias Euskaras» de 1879 sus provechosas prospecciones de los dólmenes de Salvatierra y Arrazua, con trabajos de excavación en el de Eskalmendi. En ese mismo año, Federico Baráibar escribía sobre el dolmen de Arrízala en el periódico bilbaíno «Irurak bat» y al año siguiente reiteraba Ladislao de Velasco sus referencias a los sepulcros dolménicos alaveses en su libro sobre «Los eúskaros en Alava, Guipúzcoa y Vizcaya». Un año des-pués, en 1881, una conferencia de Federico Baráibar en el Ateneo de Vitoria y un estu-dio de Becerro de Bengoa sobre «Los dólmenes celtas» alaveses, publicado en la revista «Euskalerría» de San Sebastián, cerraban dignamente la aportación bibliográfica de esta generación primera de arqueólogos alaveses (2).

Luego, y ligando con estos esfuerzos, la aportación de Julián de Apráiz logrará mantener, vivificado, este impulso inicial de la prehistoria alavesa, prolongándolo hasta el comienzo de nuestra centuria. En efecto, vemos cómo en 1882 la Comisión Provin-cial de Monumentos realizó nueva visita a los dos dólmenes de Salvatierra y Apráiz dejaba constancia de la efemérides en la revista «El Ateneo», el órgano de la fecunda institución vitoriana. Desde esta nota inicial de Apráiz hasta su trabajo de 1892, salva el

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vacío bibliográfico de esta década un artículo del consagrado literato D. Francisco Navarro Villoslada, publicado en la revista «Euskalerría» en 1888, con referencia a los dólmenes de Eskalmendi y Eguílaz, primordialmente una interesante descripción del primero. Después, desde 1892 será la labor personal de Apráiz la que mantendrá la bibliografía prehistórica alavesa hasta principios de siglo, en trabajos de primera mano.

En la revista «Euskalerría» y en los años 1892 y 93 publicaba Apráiz con «Los dólmenes alaveses» su aportación fundamental a la prehistoria de la provincia: prospec-ción de los dólmenes de Arrízala y Eguílaz y excavaciones en los de Cuartango, Kapela-mendi y Eskalmendi. En 1896 daba a conocer en la misma revista donostiarra su descu-brimiento de un nuevo ejemplar dolménico, el del Puerto de San Juan en la Sierra de En-tzia. Traspasando el umbral del siglo XX, clausuraba Apráiz en 1904 su aportación con un «Discurso sobre los dólmenes alaveses», pronunciado en las Fiestas de la Tradición y recogida en la revista «Euskalerría» del mismo año (3).

Con ello hemos alcanzado el primer lustro de nuestro siglo, cuando ya el interés por los descubrimientos dolménicos iba ganando nuevos adeptos entre los estudiosos y estudiantes alaveses. Así registramos en estos primeros años del siglo una visita de los PP. del Colegio de Murguía al dolmen de Gurpide (Anda), incluso con realización de catas y hallazgos en su depósito. Pero en lo bibliográfico hay un corte hasta 1914 (4), año en que D. Enrique de Eguren y Bengoa publica su tesis doctoral: «Estado actual de la Antropología y Prehistoria Vascas. Estudio Antropológico del Pueblo Vasco. La Prehistoria en Alava»; en la segunda parte de la tesis hace su estudio antropológico, incluyendo en él su análisis de la serie de cráneos del dolmen de Anda (Gurpide), y sigue luego un apéndice sobre «La Prehistoria en Alava», recopilando todo lo conocido en esa fecha, limitado a la serie dolménica (que aumenta con el dolmen de Igorita y el túmulo de Okina), a los hallazgos en la Dehesa de San Bartolomé, Trespuentes y Arceniega, y a las cuevas artificiales de Marquínez, Laño y Faido, a las que alude accidentalmente. Acom-pañando el texto con documentación gráfica, este bosquejo de Eguren constituye unoportuno inventario de los hallazgos prehistóricos alaveses hasta 1914 (5). Al año siguiente, Cristóbal de Castro incluía en su Catálogo de la Provincia de Alava, de la serie nacional del Catálogo Monumental de España, un capítulo sobre los dólmenes alaveses conocidos y diversas noticias de imprecisas huellas prehistóricas en el ámbito provincial (6).

Pero con ello hemos llegado ya a una fecha límite, pues la aparición de Eguren en la palestra de la prehistoria alavesa cierra la primera etapa, que hemos recorrido, de la historia de sus investigaciones, Los dos años siguientes a la publicación de la tesis de Eguren, verán la integración de este prehistoríador alavés y de los guipuzcoanos .Rvdo. D. José Miguel de Barandiarán y D. Telesforo de Aranzadi, en un equipo de investiga-

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ciones el más completo y eficaz de toda la prehistoria vascongada: el año 1916 «hace historia» ciertamente en el desarrollo de las investigaciones arqueológicas vascas, pues inicia su moderna prehistoria.

Pero conviene detenerse a contemplar el estado en que se encuentra la prehistoria alavesa al finalizar esta etapa inicial de sus investigaciones. En resumen, lo realizado desde 1831 a 1915 se concreta en el descubrimiento y publicación de los once primeros sepulcros megalíticos alaveses, distribuidos en cinco grupos geográficos: los dólmenes de Aitzkomendi y Sorginetxe en Salvatierra, los de Eskalmendi y Kapelamendi en Arra-zua, los de San Sebastián I y II, Gurpide y Sendadiano en el Cuartango, los del Puerto de San Juan e Igorita o Larrazábal N. en la Sierra de Entzia, y el túmulo de Okina. La-mentablemente, lo inevitable de los comienzos hace que el control de estos descubri-mientos no fuera lo completo que ahora desearíamos: no debió controlarse el rico ajuar de Aitzkomendi y quedó muy impreciso el reconocimiento de Kapelamendi y del dolmen de Sendadiano; se malograron o dañaron gravemente en la exhumación los abundantes restos humanos de Gurpide, los de San Sebastián II y los del Puerto de San Juan; y úni-camente se controlaron con más o menos suficiencia los restos humanos de Eskalmendi y San Sebastián I, los restos humanos y el ajuar de Okina y los ajuares de Sorginetxe y Gurpide. Esto no obstante, el interés intrínseco de estos descubrimientos dolménicos es tal, que supera con creces su mero valor en la historia de las investigaciones, convirtien-do estos trabajos en una fundamental aportación a nuestro acervo prehistórico alavés. Históricamente suponen además, no sólo el nacimiento de la prehistoria alavesa, sino el comienzo de la larga serie de descubrimientos megalíticos de la llamada Cultura Pirenaica española, situándonos en el origen mismo de los estudios prehistóricos vascongados y españoles en general.

Con arreglo a los hallazgos no dolménicos de esta etapa, no hubo un interés espe-cial y en las publicaciones de la época apenas podemos hacer otra cosa que espigar una serie de noticias, dadas a veces con carácter marginal y casi siempre impreciso. Pensar en otra cosa sería pedir a esta etapa inicial de los estudios una madurez que sólo es dable lograr con el paso del tiempo. Eguren, que tuvo el cuidado de recoger en su tesis estos escasos hallazgos no dolménicos, reseña únicamente las recolecciones efectuadas en la Dehesa de San Bartolomé, notificadas por Velasco y Apráiz, reproduciendo en su estu-dio los materiales líticos de esos lotes; asimismo, la recogida de tres hachas de piedra y algunos fragmentos cerámicos en Trespuentes, cerca del recinto romano de Iruña, rea-lizada por Baráibar y D. Lorenzo Elorza, materiales reproducidos también en el estudio de Eguren; también la recogida de otro ejemplar de hacha pulimentada en Arceniega, mencionada por don Pablo de Alzola y D. Darío de Areitio; y finalmente, una referen-cia a las cuevas artificiales de Marquínez, Laño y Faido, estudiadas por D. Luis Heintz

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en su tesis doctoral sobre espeleología alavesa. Insignificante es, pues, el balance de hallazgos no dolménicos de esta etapa y para confirmar simbólicamente esta pobreza, el ya citado «Catálogo Monumental de la Provincia de Alava» de Cristóbal de Castro, publicado precisamente en 1915, fecha límite que hemos escogido de esta etapa inicial de las investigaciones prehistóricas alavesas, en su capítulo primero, dedicado a «Mo-numentos prehistóricos» no megalíticos, no da otra cosa que imprecisas referencias a huellas prehistóricas en la provincia.

II. La segunda etapa: Desde 1916 a 1936

3) Los modeladores de la prehistoria alavesa: José Miguel de Barandiarán yEnrique de Eguren.

La formación en 1916 del grupo Aranzadi, Barandiarán y Eguren es sin ninguna duda el hecho más importante de toda la historia de las investigaciones prehistóricas vascas. Fue éste -como aclara el propio Barandiarán- el primer grupo que se propuso el estudio sistemático de su prehistoria, constituyendo el núcleo generador de casi todas las actividades de campo, institucionales y literarias de la prehistoria vasca hasta 1936, con una vigorosa continuidad tras la posguerra española, debida a la afortunada longevidad y admirable longanimidad en el trabajo de su principal hombre de acción, el sabio José Miguel de Barandiarán, venerable patriarca de nuestra prehistoria vascon-gada. Al admirable equipo Aranzadi, Barandiarán y Eguren debemos la creación de la moderna prehistoria del País Vasco. Fue -en afirmación de Maluquer- un equipo com-pletísimo, en el que no olvidaron la triple vertiente antropológica, etnográfica y ar-queológica de la prehistoria vasconavarra. Todos los especialistas están acordes en subrayar la trascendencia del equipo que historiamos. «Sus miembros recorrieron al efecto gran parte del país y descubrieron casi todo lo que conocemos de la prehistoria vasca. Excavaron diversos yacimientos y la literatura relativa a las investigaciones de esta época es mucho más rica que la de los tiempos anteriores», ha recordado el propio Barandiarán en 1952. Es efectivamente una etapa fecundísima. Limitándonos ahora anuestro ámbito provincial, veremos cómo -menos ligado Aranzadi por su propia espe-cialización y circunstancias, a la labor de campo en nuestra tierra- serán Barandiarán y Eguren los verdaderos promotores de la moderna prehistoria alavesa; Eguren circuns-cribirá preferentemente su labor arqueológica al ámbito provincial alavés y Barandiarán será indudablemente el magistral modelador de toda la Historia primitiva vasca.

La etapa comienza en 1917 bajo el nombre de este brillante investigador, joven profesor entonces del Seminario Conciliar de Vitoria, con su discurso inaugural

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del curso académico, pronunciado en dicho Centro sobre «Investigaciones prehistóricas en la diócesis de Vitoria», trabajo inicial de síntesis que constituye una oportuna puesta a punto de todo lo realizado hasta esa fecha. El panorama alavés que presenta es el siguiente: sin un solo hallazgo paleolítico ni mesolítico, la serie dolménica conocida aparece como la manifestación arqueológica más antigua del suelo alavés y tras esta importante serie megalítica siguen las cuevas artificiales y fosas en la roca del reborde meridional alavés del Condado de Treviño. Un escaso lote de hallazgos esporádicos de hachas pulimentadas (de la Dehesa de San Bartolomé y de Arceniega) cierra púdicamente este cuadro de nuestra prehistoria provincial en 1917 (7).

Al año siguiente, 1918, aparecen dos artículos de prehistoria alavesa en el «Bole-tín de la Real Sociedad de Historia Natural» de Madrid: un estudio de Eguren sobre algunas de las cuevas artificiales del reborde sur de la llanada, recogiendo la bibliogra-fía anterior y la opinión de Barandiarán sobre el particular, ampliando por su parte el estudio de la cuestión; y el descubrimiento y exploración del monumento sepulcral de Axpea, dolmen de Askorrigaña, cerca de Trespuentes, localizado por D. Marcelo Alon-so, en excursión conjunta con otros marianistas de Vitoria, acompañando al autor de la exploración y estudio del dolmen, el marianista D. Pedro Ruiz de Azúa (8).

A estos trabajos suceden sin interrupción cronológica hasta 1921 una fecunda serie de descubrimientos y estudios megalíticos, que logran ampliar considerablemente la extensión geográfica y numérica del inicial mapa dolménico alavés: en 1919 anuncia D. Andrés Aguirre su descubrimiento de tres dólmenes en el valle de Ayala, cerca de Añes (los de Las Campas occidental, Las Campas oriental y Las Campas de Oletar), y en el siguiente año, Aranzadi, Barandiarán y Eguren, al dar a conocer un nuevo grupo dolménico en la Sierra de Ataun-Borunda, comunican el descubrimiento efectuado porBarandiarán de dos dólmenes en la ladera alavesa de la Sierra de Elguea, los de Elguea I y II, en Elguea-Artia. En ese mismo año publica Barandiarán un estudio del arte rupestre en Alava y un año después, 1921, daba a conocer el citado equipo de prehistoriadores la existencia de cuatro nuevos dólmenes en la Sierra de Entzia, los de Leigaire N., Urkibi e Itaida S. y N., publicando su exploración de los tres primeros megalitos (9).

Después de este lustro tan fecundo, en 1923 publican Aranzadi, Barandiarán y Eguren un completo estudio de conjunto de las grutas artificiales de Alava y en el si-guiente año visitó D. Hugo Obermaier, invitado por los marianistas del Colegio de SantaMaría, de Vitoria, los yacimientos de Salbatierrabide, dolmen de Eguílaz y cuevas de la zona de Araya (10). Luego, la creación del Centro de Investigaciones Prehistóricas (C. I. P.) de la Sociedad de Estudios Vascos hace de 1925 un año memorable

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en los anales de la investigación prehistórica de nuestra provincia. Creado en Vitoria en este año, como resultado del ambiente arqueológico sembrado por la labor personal de Barandiarán y de su contacto, junto a Eguren, con el grupo de profesores marianistas de Vitoria, el C. I. P. trabajó con continuidad hasta 1936 y sus campañas sistemáticas de prospecciones, los descubrimientos logrados y su metódica notificación y pu-blicaciónen el «Anuario de Eusko-Folklore», órgano de la misma Sociedad, cons-tituyen la aportación más homogénea al estudio de nuestro pasado prehistórico. Y ade-más, debemos a ese Centro el depósito de los fondos iniciales del futuro Museo Arqueológico de Alava, por todo lo cual el Centro de Investigaciones Prehistóricas es, sin duda, el intento más serio y meritorio realizado de encauzar un estudio sistemático de nuestra arqueología provincial.

La trascendencia del acontecimiento invita a detallarlo con más detenimiento. El C. I. P. fue fundado por la Delegación alavesa de la Sociedad de Estudios Vascos, en una reunión celebrada al efecto el 25 de febrero de 1925 en la Sala-Museo de la Socie-dad, instalada en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria. Se nombró Presidente a Barandiarán, Secretario a don Constantino Díez y Vocales a Eguren, D. Luis Heintz, D. Tomás de Atauri, D. Marcelo Alonso y D. Pedro Lorentz; en resumen, las dos figuras promotoras de la etapa y el grupo de profesores marianistas del Colegio de Santa María de Vitoria, foco importante de entusiastas prospectores. Con su creación, el C. I. P. se proponía aunar los esfuerzos individuales de los investigadores, por una parte, y en el plano social fomentar estos estudios entre la juventud estudiosa y aleccionar al pueblo en el conocimiento y respeto de los restos arqueológicos. Respondiendo a esta doble finalidad científica y didáctica, la labor inicial de la entidad en su primer año de actua-ción se centró en el control y clasificación de los diversos materiales dispersos que habían ido aportando los descubrimientos realizados hasta entonces, y en la revisión metódica de los yacimientos conocidos. Los trabajos de campo en este primer año llevaron al reconocimiento de los dólmenes de Eskalmendi, Aitzkomendi y Arrízala, túmulos del alto Surbi y dólmenes recién descubiertos de Legaire S. y Berjalarán en la Sierra de Entzia. El control de materiales dispersos fue más interesante y por donación de sus poseedores quedó constituido e instalado un incipiente museo en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria; los fondos iniciales reunidos entonces comprendían los materiales procedentes de los dólmenes de Aitzkomendi y Axpea, del túmulo de Okina, del yacimiento de Surbi y de la Cueva de los Gentiles (Ilarduya-Salvatierra); hallazgos líticos de San Bartolomé, materiales del yacimiento de Salbatierrabide (El Prado-Vitoria), materiales romanos y finalmente un lote de hallazgos esporádicos de la región.

Tal es el balance de la fecunda labor del C. I. P. en su primer año de vida (11); en adelante, hasta la preguerra de 1936, todos los trabajos arqueológicos

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realizados en la provincia de Alava se deben a esta institución y a sus dos figuras más activas, Barandiarán y Eguren, y desde 1927, además, se mantendría información regular de los descubrimientos en los «Anuarios de Eusko-Folklore» de la Sociedad de Estudios Vascos, de la que nació nuestro Centro de Investigaciones Prehistóricas; en ese año 1927, una Sección de Prehistoria abierta en el Anuario recogería en sus páginas buena parte de los estudios realizados. Seguiremos a continuación el desarrollo cronológico de estas acti-vidades.

Pero antes hay que reseñar, para este mismo fructífero año 1925, un importante es-tudio sobre la prehistoria alavesa, elaborado con independencia de nuestro organismo re-gional; se trata de la tesis doctoral de D. Luis Pericot García, presentada en 1923, en la que, con el título de «La Civilización Megalítica Catalana y la Cultura Pirenaica», se lograba la primera gran síntesis científica de nuestra serie dolménica, estudiada a su escala ade-cuada, la totalidad del área cultural pirenaica (12).

Desde este importante estudio, se deberán al C. I. P., como hemos dicho, todas las actividades arqueológicas realizadas en nuestra provincia hasta su brusca interrupción por la guerra de 1936.

En 1927 y en la «Revista Internacional de Estudios Vascos», publica Eguren sus trabajos de exploración del dolmen de Aitzkomendi, se refiere también a los de Eskal-mendi y Kapelamendi y comunica el descubrimiento y exploración de dos nuevos dól-menes en la Sierra de Entzia, los de Legaire S. y Berjalarán N. (13). En ese mismo año, el «Anuario de Eusko-Folklore», que venía publicándose con toda regularidad en Vitoria desde 1921, introduce en su estructura una novedad muy importante, la creación de una Sección de Prehistoria con carácter fijo, para recoger los trabajos del C. I. P., y en ese mismo número de la revista aparece un estudio de Eguren sobre «Nuevas investigaciones prehistóricas en Alava», comunicando el descubrimiento de quince nuevos dólmenes: ocho en la Sierra de Badaya, descubiertos por Barandiarán, Eguren, Lorentz y Atauri; seis nuevos en Entzia (dólmenes de Murube, Zulanzo, Arrodanza, Larrazábal S., Los Pocicos y Berjalarán S.), descubiertos por Barandiarán, Eguren, Elorza y Heintz; y por último, el dolmen de Larrasoil en Salvatierra. Eguren notificó también en este trabajo unos hallazgos líticos y cerámicos efectuados en Araya (14).

Al año siguiente, 1928, realizaba el Laboratorio de «Etnología y Eusko-Folklore» exploraciones en Kutzemendi (Olárizu), Albaina y Sierra de Badaya, según una nota de Barandiarán en el «Anuario de Eusko-Folklore» de ese año, sin que se publicaran los resultados (15). Eguren, en el libro «Homenaje a D. Carmelo de Echegaray», publicado en San Sebastián en ese mismo año, daba a conocer unos lotes de materiales líticos de la Colección del Colegio de Santa María de Vitoria, procedentes de las prospecciones de Marcelo Alonso, varias piezas de sílex del túmulo de Okina y seis hachas

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pulimentadas de diversos lugares de la provincia (Ilarduya, dos ejemplares; Faido, La-puebla de Arganzón, Ullivarri-Gamboa y Arrízala). El mismo Eguren publicaba en el «Anuario de Eusko-Folklore» de 1929 su excavación, sin hallazgos, del dolmen de Larrasoil y los materiales líticos y cerámicos procedentes de Araya, que había notificado anteriormente (cinco hachas pulimentadas, una punta de flecha y un raspador de sílex, varios percutores y fragmentos cerámicos manufacturados), procedente todo de reco-lecciones en superficie y correspondiendo al parecer a un mismo conjunto. En ese mis-mo año publicó también Eguren, en la «Revista Internacional de Estudios Vascos», un trabajo sobre la Cueva de los Gentiles y sus alrededores arqueológicos (16).

En los años 1930 y 31 no aparece ningún aporte bibliográfico a la prehistoria alave-sa y en 1932 publica Barandiarán, en el «Anuario de Eusko-Folklore», su descubrimien-to y excavación de tres dólmenes en la Sierra de Gibijo (los de Ataguren, Santa Engracia y Lejázar) y en otro estudio en la misma revista lograba documentar ampliamente una serie de perduraciones, prehistóricas en la cultura vasca posterior, aprovechando en su trabajo una serie de ejemplos alaveses (17).

La Sección de Prehistoria del Laboratorio de Etnología y Eusko-Folklore, dirigida por Barandiarán, comunicaba en el «Anuario» los resultados de sus interrumpidas activi-dades: en 1933, la exploración de una necrópolis en Contrasta, y en el siguiente año, el descubrimiento y exploración inicial de estaciones de la Edad del Hierro en los alre-dedores del Santuario de Nuestra Señora de Oro y en La Hoya (cerca de Laguardia), y la continuación de los trabajos en el referido yacimiento de Lamikela en Contrasta (18).

En este mismo año 1934, Barandiarán cerraba esta etapa fecundísima con su se-gunda síntesis de la prehistoria vascongada, «El Hombre Primitivo en el País Vasco», publicada en San Sebastián con doble edición castellana y vascuence, brillante estudio de conjunto que patentiza el gran adelanto operado en la prehistoria vasca desde 1917. Ciñéndonos al marco alavés, la sistematización que presenta Barandiarán de los docu-mentos arqueológicos provinciales puede resumirse en el siguiente cuadro. Con una carencia absoluta de hallazgos paleolíticos, epipaleolíticos y protoneolíticos, la prehis-toria alavesa conocida se concreta en el Neolítico y las Edades del Metal: a un Neolítico pobremente representado por los hallazgos esporádicos de hachas pulimentadas de los alrededores de Vitoria, de Apodaca, Faido y Araya, y por los restos análogos de la Dehe-sa de San Bartolomé y de Arceniega; sigue un potente Eneolítico, con dos facies cultu-rales bien diferenciadas, la sepulcral dolménica, con su rica serie megalítica ya clásica, y la del hábitat en poblados que representan los yacimientos de Surbi (cerca de Araya) y Lamikela (cerca de Contrasta); un Bronce, expresado por los hallazgos de hachas de ese metal en Arceniega y probablemente también, por las sepulturas de

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incineración de Salbatierrabide. Finalmente, al Hierro, particularmente posthallstáttico, se refieren algunos estratos del yacimiento de Kutzemendi (Olárizu), el segundo estrato de Salbatierrabide y al parecer también, los estratos subyacentes de Santa Engracia (cerca de Laguardia), e Iruña. La síntesis aparece además remozada por los densos cono-cimientos etnológicos de Barandiarán, quien recoge también en su obra algunos mate-riales gráficos alaveses (19).

Tras este autorizado estudio de conjunto, sólo podemos anotar un artículo de Ba-randiarán notificando la existencia del dolmen de Elvillar, la «Choza de la Hechicera», en la revista «Vida Vasca» de 1936 y con referencia también a los de Eguílaz y Arrízala (20). El paréntesis impuesto por la guerra en nuestra provincia durará hasta 1943, año en que se reanuda la aportación bibliográfica sobre la prehistoria alavesa.

III. La etapa actual.

4) La vigorosa constante de José Miguel de Barandiarán y la actual generaciónde arqueólogos alaveses. El estado actual de las investigaciones prehistóricas en Alava.

Dos hechos marcan efectivamente el rasgo definidor de la etapa actual de nuestra prehistoria provincial: la continuidad de la labor de Barandiarán y la incorporación a las tareas prehistóricas de una nueva generación de arqueólogos alaveses. Un tercer rasgo, metodológico y doctrinal en este caso, completa el aspecto diferenciador de la etapa que vivimos. Nos referimos a la pujante ampliación del legado clásico de la prehistoria ala-vesa con nuevos aspectos inéditos u olvidados de su estudio: descubrimiento de indus-trias epipaleolíticas en Albaina por Barandiarán, enriqueciendo insospechado de nuestras culturas del Neolítico-Bronce y comprobación de la potencialidad de nuestra Edad del Hierro por Barandiarán y sus discípulos, la nueva generación de arqueólogos alaveses. Y rebasando nuestro ámbito prehistórico, el eficaz planteamiento del estudio de nuestra romanización por D. Gratiniano Nieto y la ampliación de nuestra arqueología alavesa hasta la época visigótica, por D. Pedro de Palol.

Por todo lo cual, no dudamos en afirmar que vivimos una etapa culminante en la historia de la investigación prehistórica provincial, que nos permitirá la renovación del cuadro clásico de la prehistoria alavesa y su incorporación homogénea a la amplia pro-blemática general. Paralelamente a este enriquecimiento doctrinal, destaca también la incorporación de las actividades arqueológicas alavesas al amplio cauce de los organismos nacionales. Pasemos ahora a glosar estos rasgos distintivos de la etapa, que acabamos de señalar.

La constante de Barandiarán es un fenómeno admirable y sin ninguna duda ha

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servido para vertebrar por sí sólo el conocimiento científico de la prehistoria alavesa y vasca en general. Ciñéndonos a su aportación alavesa de esta etapa, vemos cómo, iniciada desde el País Vasco francés en 1946, culmina en 1953 con su excelente síntesis de la prehistoria vasca, «El Hombre Prehistórico en el País Vasco», con toda seguridad, el mejor estudio de conjunto de que disponemos hasta ahora, para reincor-porarse seguidamente a sus entrañables tierras guipuzcoanas e intensificar desde aquí una aportación renovada a nuestra prehistoria alavesa, entre cuyas publicaciones desta-can los siguientes estudios: en 1946, una descripción del dolmen de Elvillar; 1947, el primer catálogo de nuestros yacimientos prehistóricos; en 1950 y 53, dos nuevos tra-bajos de síntesis, breve comunicación al Primer Congreso Internacional de Estudios Pi-renaicos, el primero y el de 1953, la fundamental aportación ya citada; finalmente, con sus más recientes trabajos publicados, consigue un extraordinario enriquecimiento del conocimiento de nuestras series dolménicas. Barandiarán polariza además en sus exper-tas manos la Delegación provincial de la Comisaría del Servicio Nacional de Excava-ciones Arqueológicas, dependiente de la Delegación de Zona del Distrito Universitario de Valladolid (21).

A esta continuada labor de Barandiarán, verdadera columna vertebral de la moder-na prehistoria vasca, viene a sumarse la integración de su discípulos a las tareas prehis-tóricas: una nueva generación de prehistoriadores, D. Domingo Fernández Medrano, D. Deogracias Estavillo y D. Jesús Elósegui; y tras ellos apunta ya una más joven genera-ción, representada por las interesantes aportaciones iniciales de D. Armando Llanos y del P. D. Juan María Apellániz, junto a otros entusiastas prospectores.

Fernández Medrano tiene el mérito de haber mantenido la representación de Vito-ria y Alava y de las provincias vascongadas en nuestros Congresos Arqueológicos Na-cionales, tempranamente iniciada por D. Emeterio Cuadrado en los Congresos del S. E. y continuada por Fz. Medrano desde el IV Congreso Nacional de 1955; ha publicado una Guía del Museo Arqueológico de Alava, en cuyo centro ha realizado una positiva labor de ordenación y catalogación de fondos, y es además un excelente conocedor del mapa arqueológico alavés, dando a conocer importantes descubrimientos y trabajos de excavación, en colaboración con Barandiarán en su mayor parte, en una serie de inte-resantes trabajos publicados entre 1948 y 1959 (22).

Deogracias Estavillo, aun limitando su campo de exploraciones a una zona más reducida, el enclave burgalés del Condado de Treviño, ha logrado dos aportaciones del mayor interés en el estudio de nuestra prehistoria provincial alavesa: las cerámicas del yacimiento de Pangua y la nutridísima serie de estaciones-talleres de la zona de Araico, que constituyen una notable ampliación del cuadro clásico de nuestras culturas prehis-tóricas alavesas. Estavillo ha publicado estos descubrimientos en 1947 y 1954 y 55 (23).

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A la labor de estos fecundos prospectores, hay que añadir la aportación de primera línea de tres trabajos de síntesis o catalogación de conjuntos, que vienen a sumarse a los ya citados de Barandiarán. Dos de estos estudios se refieren a nuestra serie dolménica: el libro de Luis Pericot sobre «Los Sepulcros Megalíticos Catalanes y la Cultura Pirenaica», publicado en 1950, actualizando brillantemente su estudio de 1925 (24); y el «Catálogo dolménico del País Vasco», publicación del Grupo de Ciencias Naturales «Aranzadi», de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, debida a Jesús Elósegui Irazusta y dada a conocer en 1953, que es, a nuestros efectos y sin ninguna duda, el trabajo más concien-zudo, sistemático y provechoso de la prehistoria de campo alavesa, y una aportación tras-cendental al estudio de los dólmenes vascos (25). El tercer estudio de conjunto a que nos referimos es una conferencia de D. Juan Maluquer de Motes, publicada en 1957, estruc-turando con vigorosa visión histórica el cuadro de nuestras culturas prehistóricas alavesas (26).

Completan este panorama de aportación de nuestros prehistoriadores al ámbito pro-vincial algunas contribuciones esporádicas, como la del Marqués de Loriana en 1943 (27) y de D. Juan San Martín en 1953 (28), y de noticiario (29), y el prometedor comienzo de una nueva generación de arqueólogos, representada por Armando Llanos, con su publicaciónen 1963 de un interesante estudio de conjunto de las pinturas rupestres esquemáticas alavesas, que había adelantado en 1961, y por el P. Juan María Apellániz, profesor del Seminario de Bilbao, quien prepara su tesis doctoral sobre dólmenes vascos, con trabajos de campo en nuestra provincia, uno de ellos publicado colaborando con Barandiarán en 1961. Llanos, D. Adolfo Eraso, D. José Antonio Agorreta y D. Jaime Fariña han publicado en 1958 los hallazgos arqueológicos de la Cueva de Obenkun; Llanos y Agorreta, en 1964, los hallazgos de la cueva sepulcral de Peña Rasgada, en el «Noticiario Arqueológico Hispánico» de Madrid. Y últimamente, también en 1964, la publicación, por el Consejo de Cultura de la Excma. Diputación Foral de Alava, de un estudio conjunto de Apellániz, Llanos y Fariña sobre cuatro cuevas sepulcrales, consigue una de las aportaciones más interesantes de la prehistoria alavesa (30). Resulta justo subrayar que esta intensificación actual de las publicaciones sobre prehistoria alavesa es posible por la amplia acogida de estos estudios en la serie de publicaciones del Consejo de Cultura de la Excma. Dipu-tación Foral de Alava y en las páginas del «Boletín de la Institución «Sancho el Sabio».

Los trabajos de campo mantienen también un momento muy activo en nuestra pro-vincia, con las excavaciones de Barandiarán en dólmenes de Laguardia en Eguílaz y en cuevas de Albaina, en donde la prensa diaria ha reseñado el sensacional descubrimiento de industrias epipaleolíticas estratificadas. Asimismo, los trabajos de Apellániz en dólmenes

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alaveses y en una cueva eneolítica, y la excavación por Llanos, D. José Miguel Ugartechea, Fariña y Agorreta, del yacimiento del Hierro de las Peñas de Oro, en Mur-guía (31). Completando la densidad del momento, la Sociedad Excursionista «Manuel" Iradier» y el Grupo Espeleológico Alavés intensifican sus rebuscas arqueológicas, de cuyas provechosas prospecciones dan constancia sus noticiarios (32).

Destacable también, en la etapa actual de las investigaciones prehistóricas en Alava, es la ordenación de las tareas provinciales a la totalidad del ámbito vasco, con el prestigioso aliento de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País y del Seminario de Investigaciones Arqueológicas del Grupo «Aranzadi» de San Sebastián; y la orde-nación también a los más amplios organismos nacionales, con la representación alavesa en los Congresos Arqueológicos Nacionales y la integración a la Comisaría del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas. La Universidad de Valladolid ha intervenido sistemáticamente en nuestra provincia, con una serie de excursiones arqueológicas diri-gidas por D. Gratiniano Nieto, que culminaron con su excavación parcial y publicación en 1959 del capital yacimiento romano de Iruña. Este interés de la Universidad valliso-letana por nuestra arqueología se mantuvo con un ilustre catedrático victoriano, D. Angel de Apráiz, renovándose esta participación desde 1957, con la dotación de la Cátedra de Arqueología y la adscripción a ella de la Delegación de Zona del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas, que ha realizado ya importantes campañas de campo prehistóricas, dirigidas por Barandiarán y Fernández Medrano y debemos además a su prestigioso Catedrático, D. Pedro de Palol, la ampliación sistematizada del estudio de la arqueología alavesa hasta su límite en la época visigoda.

Y como broche de oro, «Alma Mater» de la pujanza cultural alavesa, al mecenazgo institucional de nuestros altos organismos provinciales y locales debemos esta plenitud de nuestro momento arqueológico provincial. Providencialmente para laCultura alavesa, en la docta figura del Excmo. Sr. Presidente de la Diputación Foral de Alava, D. Manuel de Aranegui, están también los cargos rectores de otras dos fun-damentales instituciones de nuestra cultura: la Dirección de la Real Sociedad Vas-congada de Amigos del País, densa de historia, y la Presidencia del Patronato Alavés de Enseñanza Superior, que, a través de nuestra Facultad de Filosofía y Letras, ha venido a polarizar nuestro irrenunciable porvenir humanístico. En las sabias manos del Excmo. Sr. D. Manuel de Aranegui, a quien Dios guarde para el bien de Alava, está la segura garantía de la proyección hacia un futuro óptimo de las investigaciones arqueológicas en la provincia de Alava.

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NOTAS

1. Véanse estas referencias bibliográficas en JESÚS ELOSEGUI, «Catálogo dolmé-

nico del País Vasco», «Pirineos», Revista del Instituto de Estudios Pirenaicos, números 28-29-30, Zaragoza 1953, pp. 350-2, núms. 1 al 8 inclusive del repertorio bibliográfico. Quedan sin localizar los informes de la Diputación de Alava en 1832, de Zabala en 1833, de la Comisión de Monumentos de Alava (redactado por Velasco) y de Amador de los Ríos, en 1845, y de la Academia de la Historia en 1852. El informe de Zabala se recoge parcialmente en la citada nota anónima del «Semanario Pintoresco», cuya cita concretamos abajo; y este mismo informe de Zabala y el redactado por Velasco para la Comisión de Monumentos, se hallan aprovechados asimismo en el estudio de Assas en el «Semanario Pintoresco Español» de 1857, que también citamos a continuación. Será útil llegar a concretar estas citas bibliográficas. Por otra parte, la historia de estos descubrimientos dolménicos iniciales se ha venido relatando con mucha reiteración, y en la bibliografía referente pueden recogerse noticias complementarias y aclaratorias.

Como resultado de estas anotaciones críticas que hace Elósegui, las fichas biblio-gráficas concretas de las referencias dolménicas que relatamos en el texto al que se re-fiere esta nota, quedan ordenadas del siguiente modo: Anónimo, «Sepulcro céltico de

Eguílaz», en el «Semanario Pintoresco» de 1846. PASCUAL MADOZ, artículo «Eguílaz»,

en el «Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España», tomo VII, 1847, p. 448. MANUEL DE ASSAS, «Nociones fisionómicas-históricas de la Arquitectura en Espa-

ña», en el «Semanario Pintoresco Español», Madrid 1857, pp. 129 y siguientes. 2. Los estudios citados son, en el mismo orden cronológico del texto: LADISLAO DE

VELASCO, en el folleto «Sesión extraordinaria que para su reorganización celebró la

Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos bajo la presidencia del señor Go-

bernador de la Provincia», Vitoria, Abril 1867. JOSE AMADOR DE LOS RÍOS, «Estudios

monumentales y arqueológicos. Las provincias vascongadas», «La Revista de España»,

Madrid 1871. RICARDO BECERRO DE BENGOA, «Descubrimientos de nuevos sepulcros

celtas en Alava», «El Ateneo», Vitoria 1871, pp. 267-71; el mismo, «El Libro de Alava»,

Vitoria 1876-77. LADISLAO DE VELASCO, «Los dólmenes y antigüedades prehistóricas

de Alava», discurso pronunciado en la apertura de curso Ateneo de Vitoria, 1877. RICARDO

BECERRO DE BENGOA, «Alrededor de Vitoria», «Revista de las Provincias Eúskaras»,

Vitoria, tomo II, 1879, pp. 97-120. FEDERICO BARAIBAR, «El dolmen de Arrízala», en el periódico «Irurak-bat», Bilbao 25 agosto 1879. LADISLAO DE VELASCO «Los eúskaros

en Alava, Guipúzcoa y Vizcaya», Barcelona 1880. FEDERICO BARAIBAR, «Los dólmenes

de Alava». en la revista «Euskalerria» IX, San Sebastián 1881, pp. 207-8. RICARDO

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BECERRO DE BENGOA, «Los dólmenes celtas», en la revista «Euskalerria», SanSebastián 1881, pp. 153-58.

3. Los citados estudios de JULIAN DE APRAIZ son: «Una visita arqueológica», «El

Ateneo» núms. 12-13, tomo VIII, Vitoria 1882, pp. 189-90; «Los dólmenes alaveses»,

revista «Euskalerria», San Sebastián 1892, pp. 401-6 y 443-48, y 1893, pp. 48-51 y 75-80; «Un nuevo dolmen alavés», «Euskalerria» 1896, pp. 187-90; «Discurso sobre los

dólmenes alaveses», conferencia pronunciada en las Fiestas de la Tradición, publicada en «Euskalerria» 1904, pp. 311-15, 421-24 y 453-57. Otro trabajo de APRAIZ, «Cristia-nos o prehistóricos» en «Euskalerria» tomo XLIV, 1901, p. 116, señala hallazgos en la Dehesa de San Bartolomé, cuya datación prehistórica resulta incierta, y que ya discutió EGUREN en su tesis. Intercalándose entre estos trabajos de APRAIZ, está el citado de NA-VARRO VILLOSLADA, «De lo prehistórico en las provincias vascongadas», en la revista «Euskalerria» San Sebastián 1888, pp. 5-6.

4. Con la leve excepción de la noticia que, en 1912, dieron D. Pablo de Alzola y D. Darío de Areitio, del hallazgo de un hacha pulimentada en Arceniega, en la revista «Euskadi» núm. 14, p. 141.

5. ENRIQUE DE EGUREN Y BENGOA, «Estado actual de la Antropología y Pre-

historia Vascas. Estudio Antropológico del Pueblo Vasco. La Prehistoria en Alava».

Tesis presentada en la Universidad Central el día 23 de diciembre de 1913 para obtener el Grado de Doctor en la Facultad de Ciencias (Sección de Naturales). Bilbao, Imp. y Enc. de Eléxpuru Hermanos, Alameda de Mazarredo, 16. 1914.

6. CRISTÓBAL DE CASTRO, «Catálogo monumental de España. Inventario general

de los monumentos históricos y artísticos de la nación: Provincia de Alava» Madrid1915.

7. JOSÉ MIGUEL DE BARANDIARAN, en su discurso inaugural de curso pronunciado en octubre de 1917 en el Seminario Conciliar de Vitoria, publicado en Vitoria ese mismo año y reproducido en el «Boletín de la Sociedad Aragonesa de Ciencias Natu-rales» de Zaragoza, torno XVI, 1917, pp. 210-236, con el título de «Investigaciones

prehistóricas en la diócesis de Vitoria».

8. En el «Boletín de la Real Sociedad de Historia Natural» tomo XVIII, Madrid 1918: ENRIQUE DE EGUREN, «Avance al estudio de algunas de las cuevas artificiales de

Alava» pp. 546-47; PEDRO RUIZ DE AZUA, «Sepultura tardenoisiense de Axpea (cercade Trespuentes: Alava)», pp. 483-95.

9. ANDRÉS AGUIRRE, «Tres nuevos dólmenes en Alava», «Euskalerriaren alde»

San Sebastián 1919, pp. 413-16; TELESFORO DE ARANZADI, JOSÉ MIGUEL DE BARAN-DIARAN, ENRIQUE DE EGUREN, «Exploración de siete dólmenes de la Sierra de Ataun-

Borunda», San Sebastián 1920; JOSÉ MIGUEL DE BARANDIARAN, «El arte rupestre en

Alava», «Boletín de la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales», Zaragoza: marzo-abril 1920, pp. 81-84; ARANZADI,

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BARANDIARAN, EGUREN, «Los nuevos dólmenes de la Sierra de Entzia», Memoria pre-sentada a la junta Permanente de «Eusko-Ikaskuntza», San Sebastián 1921.

10. ARANZADI, BARANDIARAN, EGUREN, «Grutas artificiales de Alava», 1923. Lavisita de Obermaier fue reseñada por Eguren en la revista «Vida Colegial» del Colegio de Santa María de Vitoria (año II, septiembre de 1924 pp. 11-13); acompañaron a Ober-maier en las excavaciones Eguren y los profesores Marianistas, Pedro Lorenz, Constan-tino Díez, Marcelo Alonso y Fidel Fuidio.

11. Todas estas referencias proceden del prospecto-programa publicado en Vitoria 1925 por el Centro de Investigaciones Prehistóricas, con motivo de su creación, pros-pecto que produjo el «Anuario de Eusko-Folklore» 1927 pp. 1-2 del final.

12. Luis PERICOT GARCIA, «La civilización Megalítica Catalana y la Cultura Pi-

renaica», Barcelona 1925.

13. ENRIQUE DE EGUREN, «Dólmenes clásicos alaveses. Nuevos dólmenes en la

Sierra de Entzia (Encía)», en la «Revista Internacional de Estudios Vascos», San Se-bastián 1927, pp. 1-54.

14. «Anuario de Eusko-Folklore» 1927, tomo VII. Véanse: al comienzo del tomo la nota de la creación de una Sección de Prehistoria en el Anuario; y en la Advertencia de las pp. 1-2 del final, la reproducción del prospecto-programa de la fundación del Centro de Investigaciones Prehistóricas, que hemos citado en nuestra nota 11. El estudio de EGUREN, «Nuevas investigaciones prehistóricas en Alava», en las páginas 17-33 delfinal, en este mismo número del Anuario.

15. BARANDIARAN, en el «Anuario de Eusko-Folklore» 1928, tomo VIII, p. 5.16. ENRIQUE DE EGUREN: «Nuevos datos acerca de la Prehistoria en Alava. El

túmulo de Oquina», en «Homenaje a D. Carmelo de Echegaray (Miscelanea de estudios

referentes al País Vasco)», San Sebastián 1928, pp. 185-98; «El dolmen de Larrasoil.

Otros datos para el estudio de la Prehistoria alavesa» en el «Anuario de Eusko-

Folklore» 1929, tomo IX, pp. 107-117; «Las cuevas de la Leze y de Los Gentiles. El

yacimiento de Aliarán», en la «Revista Internacional de Estudios Vascos» 1929, tomo XX, núm. 2.

17. JOSÉ MIGUEL DE BARANDIARAN, «Los dólmenes de la Sierra de Gibijo (Ala-

va)» en el «Anuario de Eusko-Folklore» 1932, tomo XII, pp. 115-120. Y en el mismo tomo, pp. 101-110 su aludido estudio sobre las perduraciones prehistóricas, «Algunos

vestigios prehistóricos en la etnografía actual del pueblo vasco».

18. BARANDIARAN, «Trabajos del Laboratorio de «Etnología y Eusko-Folklore»,

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en «Anuario de Eusko-Folklore»: 1933, tomo XIII, y 1934, tomo XIV. 19. JOSÉ MIGUEL DE BARANDIARAN, «El hombre primitivo en el País Vasco», Co-lección Zabalkundea, n.º 3, San Sebastián 1934. Se publicó versión euskérica: Barandia-ran'dar, J. M., «Euskalerriko Leen-Gizona», Colección Egia Sorta, Núm. 1, Donostia (segúnreferencia de J. Elósegui).

20. JOSÉ MIGUEL DE BARANDIARAN, «La arquitectura dolménica en Alava», en la revista «Vida Vasca», Bilbao 1936, pp. 29-31.

21. La bibliografía de JOSÉ MIGUEL DE BARANDIARAN sobre prehistoria alavesa, en la etapa actual, se ordena del siguiente modo: «Catalogue des Stations Préhistoriques des

Pyrénés Basques», «Ikuska», Organo del Institut Basque de Recherches, I, Sare (Francia) 1946, pp. 24-40; «Sorginaren Txabola. La choza de la Hechicera. La hutte de la

Sorciére», en la misma revista y año, p. 43; «Contribución a un Catálogo de Cavernas

del País Vasco», «Ikuska», 8 al 13, 1948; «La Prehistoria en el Pirineo Vasco. Estado

actual de su estudio» en las «Actas del Primer Congreso Internacional de Estudios

Pirenaicos. San Sebastián 1950», Zaragoza, Instituto de Estudios Pirenaicos, 1952, pp. 209-218 y 3 mapas; «El Hombre Prehistórico en el País Vasco», Biblioteca de Cultura Vasca, núm. 42, Editorial Vasca Ekin, Buenos Aires 1953; «Una estación megalítica en

la Rioja», en el «Boletín de la Institución «Sancho el Sabio», Vitoria 1957, pp. 47-50;

«Excavaciones en dólmenes alaveses», «Zephyrus» IX, Salamanca enero-junio 1958, encolaboración con D. Fernández Medrano; y este mismo trabajo firmado también en colaboración con D. Fz. Medrano, se reprodujo en el «Boletín de la Institución «Sancho

el Sabio» de Vitoria, en el mismo año, tomo II, núm. 1 pp. 91-180, apareciendo el estu-dio algo enriquecido con nuevos datos e ilustraciones, con el título de «Excavaciones en

Alava»; «Trabajos de la Sección de Prehistoria en las jornadas Espeleológicas Vasco-

navarras (Gorbea 1959), en el «Boletín de la Institución «Sancho el Sabio», Vitoria 1959, pp. 23-25; «Excavaciones en dólmenes de Alava», en el «Boletín del Seminario de Arte y

Arqueología de la Universidad de Valladolid», tomo 27, 1961, pp. 379-86, en colabora-ción con Juan María Apelláriz; «Excavaciones arqueológicas en Alava en 1957 y 1958,

Dólmenes «Layaza» (Laguardia) y «San Sebastián Sur» (Catadiano), Caverna «Cavairada»

(Morillas), en el «Boletín de la Institución «Sancho el Sabio» tomo VI, Vitoria 1962, pp. 5-22; «Prospección arqueológica en «El Montico» (Albaina, Condado de Treviño)», Bol. cit., pp. 171-72; «Despoblado de «Oro» (Murguía, Alava)», Bol. cit. pp. 173-4.

22. DOMINGO FERNÁNDEZ MEDRANO: «Interesantes descubrimientos prehistóricos

en la zona de Laguardia (Alava)», en el diario «El Correo Español» de Bilbao 15 deseptiembre 1948, reproduciéndose el trabajo en la revista «Ikuska» 1948, pp. 77-78;«Memoria de la Sociedad de Amigos de Laguardia»,

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Laguardia 1948; «Guía sumaria y provisional del Museo Arqueológico de Alava», tiradaen multicopista, Vitoria 1948, reproduciéndose la parte de prehistoria hasta laromanización inclusive en la revista «Eusko-Jakintza» III, 1949, pp. 493-99; «Por los

campos de la Arqueología alavesa», en la revista «Vida Vasca», Bilbao 1949, pp. 82-7; en colaboración con BARANDIARAN, «Excavaciones en Alava», «Excavaciones en dól-

menes alaveses» y «Trabajos de la Sección de Prehistoria en las Jornadas Espeleoló-

gicas», ya citadas en nuestra nota anterior. 23. DEOGRACIAS ESTAVILLO: «La primera cerámica excisa de las provincias vas-

cas» en «Cuadernos de Historia Primitiva» II, núm. 1, Madrid 1947; «El Neolítico de

facies campinienses de Araico-Treviño. Contribución a la Prehistoria del País Vasco»,

comunicación presentada a la IV Sesión de los Congresos Internacionales de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas, celebrado en Madrid en 1954, publicada en las Actas, Zaragoza 1956 pp. 433-43. «Las industrias líticas de Araico» (Condado de Treviño) en«Zephyrus» VI, Salamanca enero-junio 1955, pp. 171-78.

24 LUIS PERICOT GARCIA, «Los Sepulcros Megalíticos Catalanes y la Cultura

Pirenaica», Segunda edición, Instituto de Estudios Pirenaicos, C. S. I. C. Barcelona 1950. 25. JESÚS ELOSEGUI, «Catálogo dolménico del País Vasco», Grupo de Ciencias

Naturales «Aranzadi», Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, publicación núm. 9, en la revista «Pirineos» núms. 28-29-30, del Instituto de Estudios Pirenaicos, C. S. I. C. Zaragoza 1953.

26. JUAN MALUQUER DE MOTES, «Las comunidades prehistóricas alavesas», con-ferencia pronunciada en Vitoria con motivo del Primer Curso de Arqueología y Arte, organizado por la Obra Cultural de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de la Ciudad de Vitoria y la Delegación de Excavaciones Arqueológicas. Publicada en el «Boletín de la Institución «Sancho el Sabio» I, 1957 pp. 51-64.

27. MARQUES DE LORIANA, «Dos nuevos hallazgos megalíticos en la provincia de

Alava», en «Archivo Español de Arqueología», XVI, Madrid 1943, pp. 208. 28. JUAN SAN MARTIN, «Dos nuevos dólmenes vascos», en «Munibe» San Sebas-

tián 1953, pp. 19-21. 29. E. CUADRADO, «Excavaciones arqueológicas en Alava durante 1951», en «Ar-

chivo Español de Arqueología», núms. 83 y 84 (Noticiario), Madrid 1951, pp. 252-53;

A. BELTRAN, «Acerca de dólmenes pirenaicos occidentales», en la misma revista, núms. XXV, 1952, 2.° Semestre, pp. 345-48; «La Sociedad «Amigos de Laguardia» en el «Boletín de la Institución Sancho el Sabio», I, Vitoria 1957, pp. 89-91.

30. Las publicaciones citadas del grupo de nuestros más jóvenes arqueólogos se ordena cronológicamente del siguiente modo: A. ERASO,

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LAS INVESTIGACIONES PREHISTORICAS EN LA PROVINCIA DE ALAVA

A. LLANOS, J. A. AGORRETA y J. FARIÑA, del Grupo Espeleológico «Manuel Iradier»,

«Contribución al estudio de la Cueva de Obenkun y del Karst de Bitigarra (San Vicente

de Arana, Alava)», en el «Boletín de la Institución Sancho el Sabio» II, núm. 2, Vitoria1958, pp. 311-26; JUAN MARIA APELLANIZ, colaborando con JOSÉ MIGUEL DE

BARANDIARAN, «Excavaciones en dólmenes de Alava», ya citados en nuestra nota 21;

A. LLANOS, «Algunas consideraciones sobre la cavidad de Solacueva y sus pinturas

rupetres», en «Munibe» San Sebastián 1961, 1.º, pp. 45-64; ARMANDO LLANOS, «Las

pinturas rupestres esquemáticas de la provincia de Alava», en «Estudios del Grupo

Espeleológico Alavés. 1962-63», Consejo de Cultura de la Diputación Foral de Alava, Vitoria 1963, pp. 109-119; ARMANDO LLANOS y JOSE ANTONIO AGORRETA, «La Cueva

sepulcral de los Moros o de Peña Rasgada», en el «Noticiario Arqueológico Hispánico

VI», Cuadernos 1-3, 1962, Madrid 1964, pp. 135-146 y láms.; JUAN MARIA APELLANIZ,ARMANDO LLANOS y JAIME FARIÑA, «Sobre algunas cuevas sepulcrales de Alava», en«Estudios del Grupo Espeleológico Alavés. 1963-64», Consejo de Cultura de la Dipu-tación Foral de Alava, Vitoria 1964, pp. 75-89; JUAN MARIA APELLANIZ CASTROVIEJO,«El túmulo no megalítico de Sendadiano y el dolmen de Gúrpide Norte de Catadiano

(Alava)», «Boletín de la Institución Sancho el Sabio» tomo VI, Vitoria 1962, pp. 59-75.31. La prensa diaria ha informado sobre estos trabajos de campo en curso de rea-

lización: E. DE SANTIMAÑE dos artículos en el periódico «El Correo Español. El Pueblo

Vasco» de Bilbao: «Nuevas excavaciones arqueológicas en Alava. Están siendo efec-

tuadas por el P. Barandiarán» miércoles 13 Octubre 1965, p. 7; y «Situada cerca de

Laguardia (Alava). Hallazgos de la Epoca del Hierro en la Cueva del Villar» (Exca-vaciones de Apellániz), domingo 17 Octubre 1965, p. 7; y FERNANDO BRUNA, un artí-culo en «La Gaceta del Norte» (Edición Alava), «Piezas de sílex y restos humanos:

últimos hallazgos en el dolmen de Eguílaz. Dentro de un mes terminará el desmonte y

comenzará la habilitación turística» jueves 21 Octubre 1965, p. 3 y un suelto en la p. 1.32. Véanse estas referencias en el «Boletín Sociedad Excursionista "Manuel Ira-

dier"», editado por la Obra Cultural de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de la Ciudadde Vitoria: «La prehistoria en Alava». Octubre 1950, p. 26; «Espeleología: Barandiarán

en Solacueva», Agosto-Septiembre 1961, pp. 3-4; «Grupo Espeleológico Alavés» Junio1963, pp. 7-8; «Arqueología: «Aranzadi» se reúne en Vitoria», Mayo-Junio 1964, p. 17.

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EXPLORACIONDE AIZKOMENDI

DESMONTE DE LA PARTE MERIDIONAL DEL TUMULO

por José Miguel de Barandiarán

Noticia del descubrimiento y de las antiguas excavaciones

Aizkomendi se llama el montículo o colina que comprende el dolmen de Eguílaz (Alava) y su túmulo. Se halla a 100 metros a la derecha de la carretera Irún-Madrid, en-tre los hitos kilométricos provinciales 29 y 30 (dirección Vitoria-Alsasua) y a 200metros al W. de Eguílaz. A 30 metros al Sur pasa la antigua cañada (Zalbide) que unía la sierra de Aratz con la de Entzia. Junto a su orilla N. se hallan Kruzamendi, Aizkomendi y

Morumendi, tres colinas semejantes entre sí (Fig. 1). La colina de Aizkomendi ha sido tierra cultivada o labrantía en otro tiempo y, en

parte, lo es todavía. Fue justamente un labriego quien descubrió, allá por los años de 1830 a 1831, la cámara del dolmen, al observar que la reja de su arado tropezaba con alguna peña y que, a su lado, la tierra removida se deslizaba hacia alguna oquedad pro-funda. Esta es la explicación que, acerca del descubrimiento, dan los actuales vecinos de Eguílaz. La misma explicación se la dieron a D. Enrique de Eguren y Bengoa, cuando exploraba este monumento en el mes de Agosto de 1925.

La noticia más antigua del dolmen de Aizkomendi se la debemos a D. Pedro Andrés de Zabala, alcalde de Salvatierra, que el 30 de Enero de 1833 envió a la Academia de SanFernando un informe en el que decía lo siguiente:

«El túmulo está construído en una planicie dilatada formando una pequeña mon-taña artificial con la piedra suelta y tierra con que se hallaba cubierto, formando alrededorun círculo perfecto que habrá ido extendiéndose con la cultura del terreno hasta su descubrimiento. El origen de éste fue debido a la casualidad de haberse escurrido a lo interior de la tierra que araba un labrador. Su concavidad, de 13 pies de largo y 10 de ancho contenía

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EXPLORACION DE AIZKOMENDI

en su ámbito huesos y calaveras hasta la altura de más de 5 pies desde su pavimento, colocadas las cabezas a la parte de Oriente y los pies al Poniente. Esta misma es la posición del sepulcro en su longitud, que se ve después de haberse descubierto en toda su circunferencia. La piedra que cubre el sepulcro, que se conoce haber sido de una pieza, tiene 19 pies de largo y 15 de ancho con el grueso de 2 ½ pies, sostenida a la altura de 10 a 11 pies de la superficie descubierta de la tierra (1), con otras de la misma especie de piedra blanca colocadas perpendicularmente, de anchura una de ellas de 16 pies y de7 a 8 las demás, y una de piedra arenisca, de 14 pies de anchura. Para refuerzo o sostén de éstas, hay además por la parte exterior otras de piedra caliza de igual altura y de 7 pies de anchura. La entrada a este sepulcro por el Oriente, principia a los 20 pies, poco más o menos, con un camino cubierto de 4 pies de ancho y 4 de alto, construído del mismo modo con piedras perpendiculares cubiertas con otras blancas ycalizas que se han ido soltando para descubrir el camino, en el que también se han hallado algunos huesos A poca distancia de este camino y en la misma línea al Oriente se encuentra tierra que parece quemada en un grueso de 3 pies o más, que sigue en distancia de 10 pies descubiertos hasta el día. Las calaveras y huesos hallados en el sepulcro indican una estatura de hombres regulares y de jóvenes de 10 a 12 años, sin que se conozca haber de mujeres o niños. Algunas de las calaveras y mandíbulas sueltas conservan sus muelas perfectas y de color natural. Las armas y cuchillos hallados son tres, dos de ellas como puntas de flecha o lanza, y una de figura de clavo sin cabeza, todas tres de cobre... La calidad de la piedra de que se compone el sepulcro no se halla a menos distancia que una hora de camino a la parte del mediodía en una peña elevada, y a igual distancia al norte la arenisca, sin que se pueda calcular que en otra parte más cercana se hallasen aquellas piedras, cuya conducción y colocación no es fácil concebircon qué clase de ingenio pudieron arrastrar y poner de la manera que se hallan, sin que en ellas se conozca haberse usado herramienta, labor de ninguna especie, sino todo natural como sale de una cantera, de las que las pudieron arrancar con palancas de madera, desprendiéndolas por las vetas o bancadas que se presentan a la vista».

D. Manuel de Assas, en El Semanario Pintoresco Español del 26 de Abril de 1857, decía esto: en la llanada de Alava a 5 leguas de Vitoria, y a poco más de 300 pies del pueblo llamado Eguílaz hay uno (dolmen) dentro de un tumulus, que fue descubierto en 1832». Y en el número del 17 de Mayo de 1857 de la misma revista, después del extrac-to del informe de D. Pedro Andrés de Zabala, copia el texto de otro informe (el enviado

(1) D. ENRIQUE DE EGUREN Y BENGOA dice acerca de la cubierta: «De su cubicación se ha obtenido un peso de 935 arrobas, o sea 10.752 kilogramos» (Estudio antropológico del

Pueblo Vasco, Pág. 106. Bilbao, 1914).

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EXPLORACION DE AIZKOMENDI

Mapa de situación del Dolmen de Aizkomendi.

hacia el año 1845 a la Comisión Central de Monumentos Históricos por la ComisiónProvincial de Alava) que dice así:

«Inmediata al pueblo de Eguilaz, distante 5 leguas de Vitoria, y colocada sobre el arrecife de Vitoria a Pamplona, se eleva una colina separada de las casas del pueblecito 337 pies, y 229 del camino. Practicado en ella un reconocimiento con el objeto de encontrar piedra para la carretera, y no habiéndola en la falda, se hizo otro en la cima de esta colina, encontrándose una gran cavidad, que reconocido se halló atestada de huesos, habiendo

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EXPLORACION DE AIZKOMENDI

entre ellos algunas armas. El número de cadáveres encerrados en este sepulcro debió ser considerable, viéndose todos hacinados y vueltos al oriente. Las armas consistían en una especie de lanzas, unas de filo de piedra y otras de cobre, y unos cuchillos corvos con uno o más agujeros en la parte opuesta a la punta. Había también varios corazoncitos con agujeros en su parte más ancha, presentando algunos en su alrededor dientes muy finos a manera de sierras, y siendo todos de pedernal muy duro. El sepulcro se encuentra en esta forma: sobre la cima de la indicada colina, que desde luego se conoce ser artificial, hay descubierto un cuadrángulo compuesto de 5 grandes piedras, 4 del género calizo, y la restante del silíceo. Su altura en el interior es de 12 ½ pies: la piedra que cubría el sepulcro era de una sola pieza al descubrirse; la que forma el costado del norte, que es silícea y la mayor de todas, tiene 10 ½ pies de latitud, por 2 ½ de espesor, y siendo su volumen de 1.653 pies cúbicos, y pesando el pie cúbico 4 arrobas, presenta el total del monolito la suma de 6.612 (1). Los costados de Norte, Sureste y Oeste están formados por 2 rocas calizas algo menores que la anterior. A la entrada del túmulo había una pequeña galería que terminaba en la cavidad del centro, viendose en ella todavía porción de tierras quemadas. ¿Fueron víctimas humanas las que allí se ofrecieron en holocausto a los manes de los guerreros enterrados en el sepulcro? El número de los cadáveres parece indicar haber perecido en una sangrienta lucha: la ferocidad de los celtas, sus terribles ceremonias, dejan entrever el origen de aquellas tierras. La masa de tierras aglomeradas sobre dicho sepulcro ascenderá tal vez, por un cálculo aproximado, a 142 de tierra sobre la cubierta. Este terreno se halla en la actualidad sembrado de trigo y es propiedad de D. Angel López de Menaaim».

D. R. Becerro de Bengoa, en su El libro de Alava (Vitoria, 1877), mencionó el dolmen de Eguílaz, como curioso monumento, y más tarde, en un trabajo titulado Alava

en la Euskal-Erria. Los dólmenes celtas, decía:«Algo de lo más curioso que encierra la comarca alavesa, respecto a los descono-

cidos tiempos de su primitiva historia, es la colección de esos monumentos megalíticos llamados dólmenes, y cuya construcción se atribuye al pueblo celta. De la raza primera pobladora tenemos aun vivo el monumento etnológico más antiguo de Europa: la lengua ibera o bascuence; de la raza invasora inmediata, del pueblo celta, nos quedan estos monumentos funerarios: los dólmenes. ...«El sepulcro celta más notable está en Eguílaz, a corta distancia de la vía férrea del Norte, entre la estación de Salvatierra y el apeadero de Araya, y a pocos pasos también de la carretera de Pamplona. Cuando se construyó esta carretera en 1831 creyeron los contratistas que podrían hallar piedra para rellenarla en una pequeña colina inmediata llamada

(1) Cubicación muy exagerada. (Nota de J. M. DE B.).

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Figura 1.-Situación de Aizkomendi (Dolmen de Eguílaz).

El Camposanto, sobre la que había tres cruces de madera, que aún se conservan a un lado, y al desmontar la tierra se halló este magnífico dolmen, dentro del cual había numerosos esqueletos hasta la altura de cinco pies, todos ellos con la cabeza a Oriente y los pies a Occidente. Las mandíbulas conservaban sus muelas de color natural, y los restos eran de hombres maduros y jóvenes, sin que hubiera ninguno de mujeres o niños. Las armas halla-das fueron tres, dos como en forma de flecha o lanza y una de clavo sin cabeza, todas ellas de cobre. Descubriéndose también una especie de camino o galería cubierta que iba desde el borde del montículo a la entrada. Esto resulta de la memoria que el alcalde de Sal-vatierra D. Pedro Andrés de Zavala remitió en Enero de 1833 a la Academia de San Fernando, acompañándola de varios huesos y las armas citadas. El diputado foral D. Diego de Arriola mandó adquirir para la provincia este terreno y el monumento, con objeto de que no fuera destruído.

»Componerse de seis enormes piedras, todas calizas, menos la de la pared del fondo que es arenisca. Tiene su entrada a Oriente y está rodeado de un

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EXPLORACION DE AIZKOMENDI

amplio montículo que lo oculta a la vista de cuantos pasan por sus inmediaciones» (1). D. Ladislao de Velasco, un año antes que Becerro de Bengoa, aseguraba que el des-

cubrimiento del dolmen de Eguílaz se remonta al año 1831; que la Comisión de Monu-mentos de Alava practicó un reconocimiento en el año 1845 y más tarde en el de 1867; que dicha Comisión redactó una Memoria relativa al monumento y que en ella consignaba los siguientes datos:

a) al abrir la carretera Vitoria-Pamplona en el año 1831, los rematantes practica-ron un reconocimiento en una colina próxima a Eguílaz con objeto de encontrar piedra;

b) a los cuatro o cinco pies hallaron una enorme piedra y una cavidad: era un gran sepulcro atestado de huesos y algunas armas;

c) D. Diego de Arriola, diputado a la sazón de Alava, mandó recoger las armas y demás objetos, remitiéndolos a Madrid, a la Academia; pero Velasco no pudo averiguar aquién dirigió aquel envío, de qué constaba ni cuál fuese aquella Academia;

d) vueltos hacia Oriente estaban los esqueletos, que después fueron quebrantados y dispersados;

e) las armas consistían en lanzas y hachas de filo de piedra y bronce y unos amanera de cuchillos curvos, o pequeños puñales con uno o más agujeros en la parte opuestaa la punta, de durísimos pedernales;

f) había también anillos de serpentina con cuatro caras o facetas; g) según el reconocimiento del año 1860, el sepulcro estaba al descubierto en el cen-tro

de una colina artificial: era de forma de un cuadrángulo compuesto primitivamente de seis piezas de piedra, cinco del género calizo y una del silíceo;

h) la cubierta, que era de una sola pieza, como las restantes piedras del sepulcro, cuando éste fue descubierto, «está hoy cual aquéllas rota»;

i) al despejar las tierras que cubrían el monumento y dejar a éste aislado, se ha for-mado un pequeño anfiteatro todo en torno;

j) la Diputación alavesa adquirió este terreno, y fue colocado un madero interior-mente, para impedir que las rocas se hundieran.

Mi inolvidable amigo D. Enrique de Eguren y Bengoa, en un trabajo titulado Los

dólmenes Clásicos Alaveses, copia párrafos de una carta que D. Julián de Apráiz escribió a D. Juan Vilanova en 1890. En ellos dice su autor que a derecha e izquierda del monu-mento, arrimados a dos losas o jambas de su entrada, existían dos enormes muros de con-tención hechos de grandes sillares con magnífico cemento; muros, que alcanzan como lamitad de altura del sepulcro. Dice también que D. Ladislao de Velasco, que

(1) EUSKAL-ERRIA, Septiembre-Diciembre de 1881, págs.. 153-155.

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había hecho colocar, allá por los años 45 ó 67, dos travesaños de madera, a modo de arcos de miedo, para asegurar la situación vertical de las losas, no tenía noticia de tales muros, ni el arquitecto D. Martín de Saracibar que había sacado en 1831 el dibujo del dolmen enviado porla Diputación a la Academia.

El amigo Eguren dice a continuación que no sabe qué ocurrió a los muros de que hablaba

Figura 2.-Croquis en planta del túmulo de Aizkomendi, del dolmen de Eguílaz.-T. Dolmen.-A. Cinturón central de

grandes pedruscos.-S. Corredor.-E. Cinturón periférico de cascajo.

muros de que hablaba Apráiz, pues en la visita que hizo a Aizkomendi en 1911 y durante suexploración de 1925 no los vio como tampoco vio vestigio alguno de la galería cubierta de que hace mención R. Becerro de Bengoa y, antes, Pedro A. de Zabala (1).

Sin duda hubo delante de la entrada del dolmen, por el lado oriental,

(1) «Revista Internacional de los Estudios Vascos», tom. XVIII, n.º 1, Págs. 1-54.

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una galería o corredor que medía 6 metros de largo, poco más de 1 de ancho y otro tanto de alto. Así lo vio el alcalde de Salvatierra D. Pedro Andrés de Zabala, según consta en su informe de 1833 que hemos copiado arriba.

En cuanto a los dos muros de contención que a la entrada del dolmen había visto Apráiz, y de los que Eguren confiesa no saber cuál habría sido su paradero, podernos decir que subsisten todavía intactos en los sitios en que los vio el primero (fot. 3, 6 y 8).

Hechos con grandes piedras sillares y cemento, parecen obras recientes, indudablemente posteriores al descubrimiento del monumento. Un relleno de tierras y piedras caídas al fondo alcanzado por las primeras excavaciones, colmó gran parte del hoyo crateriforme que rodea al sepulcro, cubriendo dichos muros y aun las losas laterales del dolmen hasta la mitad de su altura. Como Eguren se limitó a excavar el interior de la cámara, es na-tural que no viera las dos obras postizas, a la sazón ocultas a la vista.

La viga de madera que Velasco mandó colocar entre las dos mayores losas latera-les de la cámara fue sustituida por un rail de hierro en 1923, gracias a D. Serafín Ajuria. Esto obedecía, sin duda, a que se temía que dichas losas cayeran al interior del sepulcro cediendo al peso de la cubierta.

De las tres cruces de piedra que se veían antaño en el ribazo en que termina el tú-mulo por su lado meridional y oriental, ya no quedan más que los pedestales que hemos dejado donde estaban, después del desmonte efectuado durante el otoño de 1965.

Excavaciones de D. Enrique de Eguren

La mejor y la más amplía descripción que conocemos del dolmen de Aizkomendi

es la publicada por D. Enrique de Eguren y Bengoa en su ya mencionado trabajo Los

dólmenes Clásicos Alaveses de 1927. Fue él quien recogió del lenguaje papular el antiguo nombre Aizkomendi del dolmen de Eguílaz, si bien lo transcribió Aitzkomendi,

siguiendo en esto a los que de Aizkorri hicieron Aiztgorri, y de Aizpitarte formaron Aitzbitarte.

Después de comentar las noticias y los trabajos de los que le precedieron en el estudio de este monumento, señaló con muchos detalles la situación del mismo, des-cribió su forma y sus materiales con todas las medidas y datos que les concernían y reseñó minuciosamente la excavación que realizó en 1925 con la colaboración de varios profesores del Colegio de Santa María de Vitoria (entre los cuales hay que mencionar a D. Luis Heintz, D. Marcelo Alonso, D. Constantino Díez y D. Pedro Lorentz), de D. Tomás de Atauri y de D. Lorenzo de Elorza. Su labor principal fue remover la tierra que los antiguos excavadores habían dejado intacta en el fondo de la cámara. El resultado fue el hallazgo de varias falanges y fragmentos de huesos humanos, dientes de cuatro o cinco individuos adultos y algunos de niños; dientes,

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cuyas coronas se hallaban menos desgastadas que los procedentes de los dólmenes de las sierras vecinas. También aparecieron varios objetos cuyo inventario haremos más adelante.

Excavaciones de 1965

El desmonte

Habiendo acordado la Excma. Diputación Foral de Alava desmontar una parte de la mitad meridional del túmulo o colina Aizkomendi, a fin de que el dolmen pudiese ser visto de la carretera Madrid-Irún (fot. 5) que pasa a 100 metros del mismo, el Excmo. Sr. Gratiniano Nieto, como Director General de Bellas Artes, dió la oportuna autorización para efectuar la obra proyectada, indicando que los trabajos se hicieran bajo mi vigi-lancia.

Ateniéndome al proyecto presentado por el arquitecto de la Diputación alavesa D. Jesús Guinea y con la ayuda de D. Mario López de Guereña, aparejador de la misma Corporación, cuadriculé el campo donde había que hacer el desmonte tomando como punto cero el canto NW. de la cubierta del dolmen (Fig. 3). Con la ayuda de varios obreros que el contratista don Darío López de Araya había señalado para los trabajos, se abrió una gran trinchera de 64 metros de longitud que atravesara el túmulo. Una gran pala excavadora mecánica retiraba la tierra removida y examinada. Habiéndome per-catado de cómo estaba formado el montículo, sabía la pauta a seguir en lo que quedaba por desmontar. Así, en mes y medio de trabajos, fue allanada la parte meridional de Aizkomendi y se logró que el dolmen quedase visible de la carretera.

El dolmen

En el dolmen debemos distinguir la cámara y el corredor. La cámara, formada por 10 ortostatos y una cubierta, tiene planta cuadrangular que

mide 3 metros de largo y 2 de ancho en el interior. Su altura es de 3 metros (figs. 4 y 6). El ortostato del lado N. es de piedra arenisca; los demás, así como la cubierta, son

de piedra caliza. El primero ha tenido que ser traído de los bancos areniscos de más allá de Zalduendo, mientras que los demás deben proceder del lado de San Juan y Berezeka, sito en el flanco occidental de Mirutegui a distancia de un kilómetro del dolmen. La zona intermedia, ocupada por Eguílaz y pueblos aledaños, es de margas y cayuela.

El corredor no existe actualmente. Ya decía D. Pedro Andrés de Zabala en 1832 que el corredor fue derribado para explorar su interior, y añadía que en éste se hallaron algunos huesos. Hecho de varias losas verticalmente dispuestas y de otras que formaban su cubierta, medía 6 metros de longitud

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a partir de la entrada o lado oriental de la cámara en dirección Este, y 1 metro de ancho y otro tanto de alto. No llegaba, por lo tanto, hasta el borde del túmulo actual, como dijo Becerro de Bengoa; sino, en todo caso, hasta el borde del túmulo primitivo.

Actualmente el único vestigio del corredor es la solución de continuidad que el cinturón de piedras, existente alrededor del dolmen, presenta a modo de hueco o impron-ta que aquél dejara delante de la entrada (Fig. 2). Es una suerte de pasillo empedrado de siete metros de largo y uno y medio de ancho, contenido entre paredes o montones de piedra de 75 cm. de altura.

El túmulo

Ya hemos dicho que el túmulo forma un montículo de planta sensiblemente circu-lar, cuyo diámetro mide 64 metros y la altura, en el centro, algo más de 4.

Abrimos la trinchera en la dirección E.-W., y levantamos después las tierras y piedras que forman la mitad sur de todo aquel acervo de elementos heteróclitos. En el curso de estas operaciones pudimos apreciar mejor la estructura y los materiales utilizados por los prehistóricos así como el proceso de su formación (figs. 2, 5 y 6).

El túmulo parece hecho en dos etapas. Primero era una colina que comprendía un gran amontonamiento de tierra y de otro de bloques calizos en la base, la cual medía 30 metros en su diámetro. Después fue agrandado hasta los límites actuales con nuevas aportaciones de tierra menos compacta que la anterior, de pequeños grupos de piedras dispersos por toda la masa y de una amplia zona periférica de cascajos. Es, pues, un montículo de materiales heterogéneos. Así, la zona inmediata al dolmen (Fig. 3: I) es tierra removida en anteriores excavaciones; síguele una faja de informes pedruscos acumulados, interrumpida en el sector donde la atravesaba el corredor (Fig. 3: A); lo restante del túmulo es tierra arcillosa con algunos grupos de bloques calizos, ya mencionados, y hogares, hasta los 24 metros de distancia del dolmen (Fig. 3: II). Más allá es una ancha faja que comprende varias capas de tierra sobre las cuales se extiende otra de cascajo (figs. 2 y 3: E), circunstancia que nos hace pensar que este cascajal podría ser de reciente formación.

En todo el cuadrante que va de Sur a Este, entre la primera faja de pedruscos (Fig. 2: A) y la periferia incluyendo la tierra que hay debajo de la capa de cascajo (Fig. 2: E) existen numerosas zonas o círculos de tierra quemada, de cenizas y de carbones que des-de la superficie llegan hasta la base del galgal, como si se tratase de hogares alimentados con combustible de madera durante muchos siglos (Fig. 3: II, III y E).

Finalmente, en las bandas Z e Y, a 200 cm. bajo el nivel cero y en un

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espesor de 60 cm., existe una capa de bloques y cascajo que, empezando a 12 m. del dolmen, se prolonga hasta los 20 y que contiene fragmentos de huesos humanos, dientes y algunos pedernales tallados de los que volveremos a hacer mención.

Figura 7.-Aizkomendi: ajuar (tamaño natural).

Huesos y ajuar de Aizkomendi

El contenido del dolmen, según D. Pedro Andrés de Zabala, fue: numerosos hue-sos humanos (hasta la altura de 5 pies), 2 puntas de lanza o de flecha (ambas de cobre) y un punzón de lo mismo. Los huesos fueron dispersados y los objetos, según Becerro de Bengoa, fueron enviados a la Academia de San Fernando por el citado D. P. A. de Za-bala.

Según la Comisión Provincial de Monumentos de Alava, se hallaron en el dolmen, además de numerosos huesos (gruesa capa de 3 pies o más), «una especie de lanzas, unas de filo de piedra y otras de bronce, y unos cuchillos corvos con uno o más agujeros en la parte opuesta a la punta;... había también varios corazoncitos con agujeros en su parte más ancha, presentando algunos en su alrededor dientes muy finos a manera de sierras, y siendo todos de pedernal muy duro».

D. Ladislao de Velasco dice que el sepulcro estaba atestado de huesos y de algunas armas y que éstas consistían en lanzas y hachas de filo de piedra y bronce y unos a ma-nera de cuchillos corvos, o pequeños puñales con uno o más agujeros en la parte opues-ta a la punta, de durísimos pedernales, y que había, además, anillos de serpentina con cuatro caras o facetas.

D. Enrique de Eguren, en su ya citado informe, dice que al excavar

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el fondo de la cámara dolménica, halló varias falanges y fragmentos de huesos humanos, dientes de cuatro o cinco individuos adultos y algunos de niños; un cristal de roca, dos cuentas (de las que una es verdosa y la otra de color verde azulado) y una esferita de piedra, provista de un orificio excéntrico, todos en el interior de la cámara; en la superficie del túmulo, varios fragmentos de láminas y de raspadores de sílex, un percutor de ofita con caras desgastadas por el uso, un semianillo de cobre cuyos «extremos recurvados se adelgazan para terminar, uno frente a otro, en forma de cabeza de ave

Figura 8.-Aizkomendi- ajuar (tamaño natural).

Zancuda que tiene la punta del pico retorcida hacia arriba, y siete fragmentos o tiestos de barro.

Resultado arqueológico del desmonte de 1965

Encargado de hallarme presente y de vigilar el desmonte de 1965, pude observar la estructura de la parte desmontada y recoger, durante la operación, diversos objetos.

En todo el sector del túmulo comprendido entre dos líneas que parten del dolmen hacia S. y E., existían más de cuarenta hogares, de los que cada uno medía un metro o más de diámetro. Fuera de este sector había también zonas de carbón de un metro de espesor en 16K (entre 200 y 300 cm. De profundidad)

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EXPLORACION DE AIZKOMENDI

Figura 9.-Aizkomendi: ajuar (tamaño natural).

y en 21Z-A y B-200. Tomé muestras de carbón, para su análisis, en los hogares de 14K-350 y de 25G-240 (Fig. 3).

Fragmentos de huesos humanos (algunos quemados) y dientes de adultos (con la corona desgastada) y de niños los hay en una capa de pedruscos y de cantos rodados de las bandas Y, Z y A, entre los 200 y 300 cm. bajo el nivel cero. Parece ser una capa don-de fueron depositados algunos restos de incinerados, en una época posterior a la utiliza-ción del dolmen (figs. 3 y 5).

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EXPLORACION DE AIZKOMENDI

En la misma capa se hallaron los siguientes objetos de industria lítica: 2 láminas simples, una en 29Y-200 (Fig. 7: 1) y otra en 27Y-250 (Fig. 7: 2); 3 láminas retocadas, una en 27Y-200 (Fig. 7: 3), otra en 31Z-200 (Fig. 7: 4) y otra

en 27Y-250 (Fig. 7: 5), y fragmentos de otras dos (Fig. 7: 6, 7); 2 raspadores, uno de color azulado (Fig. 7: 8) en 27Y-210 y otro de color gris (Fig.

7: 9). Fuera de la capa de incinerados aparecieron los siguientes objetos:

5 láminas simples: una en 32Q-300 (Fig. 8: 1), otra en 27B-100 (Fig. 8: 2), otra en 43D-200 (Fig. 8: 3), otra en 49D-350 (Fig. 8: 4) y en 300-400 (Fig. 8: 5);

1 pedernal de borde denticulado en 26P-230 (Fig. 8: 6); 1 punta de sílex con retoques (de uso?) en un borde en 14H-150 (Fig. 8: 7); 1 raspador discoidal en 14H-200 (Fig. 8: 8); 1 gruesa lasca o hendedor de sílex en 14M-200 (Fig. 8: 9); 1 moledor de ofita con dos caras desgastadas en 3A-300 (Fig. 9: 1); 1 disco de hueso de cráneo humano (amuleto?) en 7Z-300 (Fig. 9: 2); 1 maza (?) de caliza, forma hemisférica, con surco en el lado convexo (Fig. 9: 3); 1 fragmento de cerámica de pasta negra (8 mm. gruesa) y de engobe rojo en un la-

do, en 31Y-300.

Nota final

El dolmen de Eguílaz, uno de los mayores y mejor conservados de cuantos cono-cemos en Vasconia, nos ha dado un material, cuya fecha no va, al parecer, más allá de la segunda época de nuestros dólmenes, contemporánea de la cerámica campaniforme y del principio del bronce. Esto no quiere decir que no estuviera utilizado antes, como ocurrió en otros dólmenes análogos de nuestro país (San Martín, San Sebastián).

Los hogares o sitios de fuego que, en gran número, aparecen en la parte sudoriental del túmulo, son para nosotros un dato que barruntábamos de otros dólmenes (Beotegui'ko-murkoa, en Ataun-Burunda, por ejemplo) y que revela una práctica que relacionamos con las ofrendas de luz y fuego perpetuada hasta hoy en las costumbres populares.

Atáun, 23 de Abril de 1966.

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Foto 1.-Aizkomendi visto del lado S-SW. La pista que conducía al dolmen ha desaparecido en el desmonte de

1965 (Foto A. Llanos).

Foto 2.-Dolmen de Aizkomendi, visto del E-SE., antes del último desmonte del túmulo (Foto A. Llanos).

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Foto 3.-Dolmen de Aizkomendi visto del S. E. Las cruces señalan los «muros de contención» (Foto Lafarque).

Foto 4.-Abriendo la trinchera NW-SE., en Aizkomendi (Foto A. Llanos).

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Foto 5.- Aizkomendi. Dol-

men visto desde el lado S.

a 20 m. de distancia. A la

derecha, restos de la

primera zona pedregosa

del túmulo.

Foto 6.- Aizkomendi. Dol-

men visto desde el lado S.

a 10 m. de distancia. Jun-

to al ortóstato de la dere-

cha el machón o contra-

fuerte que le pusieron los

excavadores del siglo pa-

sado. En primer término,

una piedra verticalmente

colocada en la base del

túmulo.

Foto 7.- Aizkomendi. Dol-

men visto del lado E., a 10

m. de distancia (Foto A.

Llanos).

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Foto 8.-Aizkomendi: Dolmen y corte del túmulo, vistos del lado Sur, a 100 m. de distancia, después del des-

monte (Foto A. Llanos).

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU (Albaina) PRIMERA CAMPAÑA 1965

por José Miguel de Barandiarán

Durante el verano de 1917 realicé, en compañía de D. Manuel de Lecuona, varias prospecciones en las lomas y barrancos comprendidos entre las localidades de Faido y Marquínez (Alava y Condado de Treviño). Poco más tarde publiqué en el Boletín de la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales (Zaragoza, Marzo-Abril de 1920) una reseña de aquellas excursiones y somera descripción de las grutas artificiales de aquella región con numerosos croquis, en planta, de las mismas (1). Seis años después, Aranzadi, Eguren y yo publicamos, en colaboración, un folleto titulado «Grutas artificiales de Alava» (2), donde fue incluída una descripción de las grutas que habían sido estudiadas en mi citada reseña, más la de otras de la misma comarca y de la región de Corro en Valdegobía. (Vid. fig. l).

Las exploraciones realizadas por nosotros no proporcionaron ningún dato seguro por el que pudiéramos barruntar la época inicial de estas cuevas, si bien algunas de Faido, de Albaina y de Laño parecían utilizadas en remotos siglos de la Edad Media.

Unos años más tarde un discípulo mío -D. Jesús Cerio- me hizo saber que había encontrado, junto a unas grutas artificiales de Albaina, fragmentos de huesos y de vasos de barro y pedernales. Esta noticia nos animó para efectuar una cata en aquel lugar el día 28 de Junio de 1928 (fig. 2). Los señores D. Enrique de Eguren, D. Pedro Lorentz, D. Esteban Pinedo, el ya citado D. Jesús Cerio y yo tomamos parte en aquella excavación. Tratábamos de conocer el relleno de un abrigo roqueño formado por un bancal en el flanco meridional del cerro de Charratu, en el paraje llamado

(1) JOSE MIGUEL DE BARANDIARAN, El arte rupestre en Alava. Zaragoza, 1920. (2) ARANZADI, BARANDIARAN, EGUREN: Grutas artificiales de Alava. San Sebastián, 1923.

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

El Montico. Este se halla a 2 km. de Albaina, a la izquierda del camino que va de aquel pueblo al término denominado Baratxa o La Tejera, que justamente se halla al pie de Charratu. El sitio de la cata está a seis metros al W. de la entrada de la gruta oriental de las cuatro de Charratu.

La pequeña excavación fue hecha con mucho cuidado, levantando capas de tierra cuyo espesor apenas alcanzaba 20 centímetros. Llegamos a profundizar hasta los 80 cm. Hasta los 20 cm. aparecieron fragmentos de vasijas o barro rojo fino con varias lascas de pedernal. Seguía debajo, hasta los 40 cm., una mezcla de cascos cerámicos, de masa roja unos y de masa negra otros, y un número de lascas de pedernal mayor que arriba. En la tercera capa, hasta los 60 cm., aparecieron restos cerámicos gruesos de masa negra, un canto rodado con señales de uso y varios pedernales tallados. En la cuarta capa, hasta los 80 cm., no apareció ningún tiesto; pero sí laminillas de pedernal retocadas.

Como no disponíamos de más tiempo en aquella ocasión para ampliar la cata, de-jamos esta labor para otra fecha más propicia. Pero esta fecha no llegó hasta este año en que he podido reanudar los trabajos que empezáramos en El Montico el año 1928.

En mi Catalogue des stations préhistoriques des Pyrénées Basques (IKVSKASare, 1946) incluí una noticia de este yacimiento, y señalé que los pedernales tallados de la capa inferior hasta entonces reconocida eran de traza neo-eneolítica. Añadí que dicho yacimiento cubría un abrigo artificialmente excavado en la roca; pero en la excavación de este año he observado que el abrigo cubierto por la tierra y por las capas del yacimiento no es artificial.

Aun cuando la cata de 1928 realizada en el abrigo de El Montico dió poco ma-terial, éste juntamente con la estratificación observada en su relleno, me hizo pensar que allí debió existir alguna población en época prehistórica, probablemente antes que fue-ran excavadas las grutas artificiales.

Esta suposición junto con la existencia de una cueva artificial vecina y de la pro-bable presencia de escombros acumulados en el relleno del portal por el cantero que trabajó en ella, me indujeron a juzgar como factible la determinación de la época en que fue abierta dicha cueva. Por eso fui allí este verano de 1965, treinta y siete años después de nuestra primera cata.

El día 5 de julio me trasladé a Albaina con D. Armando Llanos que me acompañó durante la primera semana de exploraciones. Debo manifestar mi agradecimiento por las facilidades y ayuda que me proporcionaron, al cura párroco de aquella localidad D. Gregorio Ordoño, al señor Alcalde y al inteligente seminarista D. Fernando Rejado.

El día 6 de julio empezamos nuestra campaña de excavaciones en El Montico. El escarpe meridional de la peña, cuya parte superior avanza a modo de alero, forma allí un abrigo bajo roca del que ya hemos hecho

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Mapa de situación de El Montico de Charratu.

mención arriba. En su muro se ve un nicho, semejante a una sepultura, abierto en la roca a 60 cm. sobre la superficie de la tierra o del relleno que existe al pie del mismo. A 6 m. al E. de este nicho se halla la entrada de la ya mencionada gruta artificial y entre estos huecos, pero a mayor altura, aparece el hueco de la puerta de una proyectada gruta que nunca fue terminada (fig. 3).

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

En la pequeña planicie que constituye la base del abrigo y aún más hacia oriente hasta la boca de la gruta artificial, hicimos nuestra excavación, la cual alcanzó más de metro y medio de profundidad en un campo de ocho

Figura 2.-Croquis de la región de El Montico.

metros de largo y tres de ancho (figs. 4 y 5). Cuadriculamos nuestra cantera, tomando como punto cero el ángulo inferior izquierdo del nicho sepulcral antes mencionado.

Hecha la primera cata, pudimos confirmar la existencia del yacimiento prehis-tórico descubierto el año 1928. Al remover la tierra en toda la extensión de la cantera, logramos apreciar en ella varios niveles arqueológicos superpuestos que vamos adescribir, señalando el material en ellos contenido.

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industria cerámica:

Industria Lítica:

1 (40 cm.).-Tierra oscura con intrincada maraña de raíces de árboles y de arbustos y con grandes bloques pétreos, sobre todo en 8B. Contiene los siguientes objetos:

Niveles arqueológicos

1 lasca con retoques abruptos en un borde (fig. 6: 1), 1 laminita simple de sílex (fig. 6: 2) y otra de sección triangular con muescas retocadas

(fig. 6: 3), 1 lasca retocada a modo de raspador (fig. 6: 4), 1 raspador en sílex amarillento (fig. 6: 6),

1 raspador cóncavo (fig. 6: 5), 1 disco de sílex tallado en ambas caras, semejante a una piedra de fusil (fig. 6: 7),

4 núcleos, 1 arrabil o moledor de piedra (fig. 7),

112 lascas informes de sílex;

106 fragmentos vidriados, de los que 5 son bordes (fig. 8: 1, 2, 3) y 2 asas (fig. 8: 4),

EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 3.

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Fig

ura

4.-P

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excavad

o e

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 5.-Corte del yacimiento en la banda 14 con señalamiento de sus niveles.

73 Tiestos rojos finos (fig. 8: 5, 6), de los que cuatro son bordes (fig. 8: 7, 8, 9, 10); cuatro tienen surcos paralelos (fig. 8: 11, 12, 13, 14); dos tienen líneas incisas finas (fig. 8: 15, 16); uno, surcos anchos (fig. 8: 17).

18 Tiestos negros, de los que uno (fig. 9: 1) no tiene desgrasante visible y otro lo tiene de hojitas de mica (fig. 9: 2); tres tienen engobe rojizo y uno es de color terroso oscuro (fig. 9: 3) y desgrasante de mica; tres son bordes con surcos o bandas incisas (fig. 9: 4, 5); cuatro con surcos paralelos (fig. 9: 6, 7, 8, 9);

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Vidrio:

Varios: fragmentos de vidrio irisado, de los que uno tiene banda en relieve (fig. 9: 10);

Hierro:

1 clavo de hierro (fig. 9: 11);

Huesos:

Varios trozos de cráneo humano.

II (30 cm.).-Tierra oscura, generalmente floja, con grandes piedras en el cuadro 14A, al parecer, caídas del marco de la entrada de la gruta. Contiene estos objetos de

Industria lítica:

1 lasca de sílex lechoso con muesca retocada (fig. 10: 1), 2 láminas simples (fig. 10: 2), 1 trozo de lámina de sección trapecial con retoques inversos en sus bordes, 1 lámina con pico lateral (fig. 10: 3), 2 raspadores frontales cortos (fig. 10: 4, 5),1 raspador discoidal (fig. 10: 6), 1 esfera de pedernal toscamente labrada de cuatro cm. de diámetro,

116 lascas de sílex informes, 1 bloque de cuarcita, 1 canto de ocre;

Industria cerámica:

12 tiestos de masa negra, de los que uno tiene marcas de factura a torno; otro es de masa negra con desgrasante de granos finos (fig. 9: 12) y dos tienen hojas de mica;

Huesos:

1 cráneo humano con otros huesos (clavícula, húmero, fémur, peroné, etc.) y dien-tes, todos muy corroídos.

III (25 cm.).-Tierra compacta oscura (en algunos sectores, gris) con numerosas lajitas de piedra desprendidas del escarpe. En 6A y 8A existe, en tierra gris dura, un hoyo lleno de tierra negra y huesos quemados (hogar?)

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

y una losa arenisca tiesa (30X3OX80 cm.) que podía ser piedra lateral del fogón. En esta capa aparecieron los siguientes objetos:

Industria lítica:

4 láminas simples, de las que dos son de sección triangular (fig. 11: 1, 2) y otras la tienen trapecial (fig. 11: 3, 3 bis),

1 laminilla (fig. 11: 4), 1 lámina con escotadura (fig. 11: 5), 1 laminilla de borde rebajado (?) (fig. 11: 6), 1 lasca con punta (fig. 11: 7), 2 puntas de borde rebajado (fig. 11: 8, 9), 2 puntas triangulares microlíticas con retoque abrupto en dos bordes, de los que uno lo tienen cóncavo (fig. 11: 10 y 11), 1 microlito triangular con retoques marginales finos en todos sus bordes por

ambos lados (fig. 11: 12), 1 microlito semilunar con retoque marginal fino en todo el borde del arco por una

cara (fig. 11: 13), 1 lasca de forma semilunar que parece tallada en su borde cóncavo (fig. 11: 14), 1 trapecio dudoso con un borde que parece rebajado (fig. 11: 15), 1 raspador frontal corto (fig. 11: 16), 2 raspadores discoidales microlíticos (fig. 11: 17, 18), 1 raspador cóncavo con muesca (fig. 11: 19),

Figura 6.- (Tamaño natural).

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 7.- (Tamaño natural).

1 raspador cónico (fig. 11: 20), 1 buril (?) (fig. 11: 24), 1 denticulado (fig. 11: 22), 8 núcleos de sílex,

200 lascas informes de pedernal;

Huesos:

Varios fragmentos de huesos humanos y otros, muy corroídos.

IV (20 cm.).-Tierra arenosa clara, en general; oscura en sectores de la base, con enormes bloques areniscos en 14A y en otros cuadros. Contiene los siguientes objetos:

Industria lítica:

9 láminas simples (fig. 12: 1-9), 1 lámina con retoques marginales parciales (fig. 12: 10), 1 lámina con escotadura retocada (fig. 12: 11), 1 lámina (base) de borde rebajado (fig. 12: 12), 1 laminita de borde rebajado en sílex negro, roto en ambos extremos (fig. 12: 13),

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 8.-(Tamaño natural).

1 punta lateral en truncadura (fig. 12: 14), 1 lámina de un borde rebajado y con retoques marginales parciales en el otro (fig. 12: 15), 1 punta de dorso rebajado (fig. 12: 16), 1 punta de borde rebajado (fig. 12: 17), 3 nódulos de sílex,

107 lascas informes de sílex,

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 9.- (Tamaño natural).

Figura 10.- (Tamaño natural).

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 11.-(Tamaño natural).

1 canto rodado, tallado en un extremo a modo de pico asturiense (Fig. 13: 1) 1 canto rodado, al parecer, utilizado (Fig. 13:2) 1 pico tallado en canto rodado de cuarzo (Fig. 13:3) 1 canto de hematites informe.

V (25 cm.).-Tierra de color ceniza, en general, con carbones y trozos de huesos en algunos sectores. Contiene los objetos siguientes:

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 12.- (Tamaño natural).

Industria lítica:

4 láminas simples (fig. 14: 1, 2), 3 láminas con retoques (fig. 14: 3, 4, 5), 1 lámina con escotadura (fig. 14: 6), 3 laminillas (fig. 14: 7, 8, 9), 1 laminilla de borde retocado (fig. 14: 10), 1 fragmento de lámina de borde rebajado (fig. 14: 11), 1 lámina de borde rebajado (fig. 14: 12),

3 láminas, de las que una ha sido obtenida de la superficie de un canto rodado (fig. 14: 13),

1 extremo de punta lateral en truncadura retocada (fig. 14: 14), 5 puntas de borde rebajado (fig. 14: 15, 16, 17, 18, 18 bis, 19),

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 13.- (Tamaño natural).

2 conteras de punta o de láminas de borde rebajado (fig. 14: 20, 21), 1 punta lateral en truncadura oblicua (fig. 14: 22),1 punta con una cara o dorso rebajado en sílex de color ceniza (figura 14: 23), 1 raspador en morro (?) (fig. 14: 24), 1 raedera (fig. 15: 1), 1 núcleo en canto rodado de sílex y otro núcleo de sílex con un borde tallado en forma

de filo (fig. 15: 2), al parecer utilizado como instrumento (?). 50 lascas de sílex informes.

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Figura 14.- (Tamaño natural).

VI (15 cm.).-Tierra arenosa clara en contacto con la roca del subsuelo. Contiene los siguientes objetos:

Industria lítica:

6 láminas simples (fig. 16: 1-6), 1 lámina con retoques marginales debidos al uso (fig. 16: 7),

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

1 fragmento de lámina de borde retocado (fig. 16: 8), 1 fragmento de lámina de borde rebajado (fig. 16: 9), 1 fragmento de lámina con escotadura retocada (fig. 16:10), 1 punta tosca de talla dudosa (fig. 16: 11), 2 puntas simples (fig. 16: 12, 13),

Figura 15.-(Tamaño natural).

1 fragmento de lámina o de punta de borde rebajado (fig. 16: 14), 1 punta de borde parcialmente rebajado (fig. 16: 15), 1 fragmento de punta de borde rebajado (fig. 16: 16), 1 perforador (?) de talla dudosa (fig. 16: 17), 1 barra de esquisto duro,

19 lascas de pedernal informes.

Epílogo

Con ser interesante el material hallado en Charratu durante esta primera campaña de excavaciones, no nos ilustra suficientemente para encuadrarlo con seguridad en esquemas clásicos o reconocidos como tales por los arqueólogos.

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Los tipos o formas de las piezas, su número y su acompañamiento o asociación nos hacen ver, en su conjunto, varios grupos que difieren entre sí, no sólo en cuanto a su situación estratigráfica -y cronológica-, sino también en cuanto a su contenido o aelementos que comprenden.

El primer estrato -el superficial-, con industria de piedra poco típica, contiene tiestos vidriados asociados a otros de masa fina roja, decorados o

Figura 16.-(Tamaño natural).

no con rayas incisas en su zona superior; mientras que, en la inferior, aparecen frag-mentos cerámicos negros, sin desgrasante visible o con hojuelas de mica y decoración enforma de surcos finos y de anchos canales que recuerdan los de la edad del hierro de Santitamiñe.

Síguele en profundidad otro estrato, cuyo ajuar comprende pocos elementos, entre los cuales hay un tiesto fabricado a torno.

El tercer estrato es más rico en cuanto a la industria de pedernal. Sus microlitos lo hacen asimilable al ajuar neolítico.

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EXCAVACIONES EN EL MONTICO DE CHARRATU

Los estratos inferiores contienen material mesolítico tal, que no habíamos encon-trado igual hasta ahora en Alava.

En lo que respecta a la excavación o apertura de la gruta y de la sepultura, bajo las cuales se halla el campo explorado por nosotros, no está clara todavía su época, si bien el relleno del yacimiento parece indicar que aquélla es posterior al Neolítico.

Esperamos que nuevas y más amplias excavaciones de este yacimiento y otros análogos nos aportarán datos más valiosos que nos esclarezcan los problemas que que-dan planteados después de esta primera campaña de exploración.

Atáun, 22 de Febrero de 1966.

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Foto 1.-El Montico. Vista de Charratu y las peñas de El Montico. Al pie de la peña, debajo de la cruz se halla el

yacimiento excavado (Foto Muñoz).

Foto 2.-El Montico. Peñas de Charratu. Al pie de la peña, debajo de la cruz, se halla el yacimiento.

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Foto 3.-El Montico-Sepultura mural. El ángulo señalado con la cruz, es el punto cero del campo cuadriculado

para la excavación del yacimiento.

Foto 4.-El Montico. Entrada (muy desfigurada y ensanchada) a la gruta sepulcral artificial del lado oriental.

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Foto 5.-El Montico. Gruta artificial y parte

del yacimiento, empezada ya la

exca-vación.

Foto 6.-El Montico. El hogar y la sepultura mu-

ral vistos del Este.

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Foto 7.-El Montico. Hogar junto al muro con su piedra lateral visto a 3 mts. desde el lado SW.

Foto 8.-El Montico. Una fase de la excavación.

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Foto 9.-El Montico. Vista general del yacimiento. A la derecha la gruta sepulcral artificial (Foto A. Llanos).

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V REUNIÓN DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONESARQUEOLÓGICAS « ARANZADI»

Un pequeño grupo de personas de nuestra región con

inquietudes arqueológicas, decidieron en el año de 1962

comenzar unas reuniones anuales rotativas -a través de

Alava, Guipúzcoa y Vizcaya- en las que se estableciese un

contacto real entre las personas que venían dedicándose

a trabajar principalmente en arqueología de campo.

Estas reuniones tendrían como fin primordial, el tratar de

los problemas generales que en las excavaciones se pre-

sentaban, colaborando así todos a su aclaración. Tam-

bién se pretendía evitar una dualidad de trabajo e

impulsar estos estudios con unas directrices comunes.

Todo esto se inicio agrupándose bajo el nombre de Insti-

tuto de Investigaciones Arqueológicas Aranzadi.

Desde aquella reunión celebrada en Lequeitio (Vizca-

ya) bajo la presidencia del infatigable investigador y

arqueólogo D. José Miguel de Barandiarán, han sido cin-

co las celebradas siguiendo este ciclo rotativo a través de

Alava, Guipúzcoa y Vizcaya. De estas reuniones ha naci-

do una colaboración interprovincial, que va dando unos

extraordinarios frutos, reflejados en el importante núme-

ro de excavaciones, descubrimientos y publicaciones que

en este lapso de tiempo se van realizando.

A pesar de ello y en la reunión celebrada en 1965 en

San Sebastián, se trató de ampliar el campo de estas

reuniones, para dar cabida en ellas a la discusión de

temas generales de problemática arqueológica regional.

Por ello se acordó que la próxima reunión a celebrar en

Bilbao en este año de 1966, se dedicase íntegramente a la

exposición de diversas ponencias sobre tipología. De a-

cuerdo con estas normas, y reunidos en la Excma. Dipu-

tación Provincial de Vizcaya, durante los días 18 y 19 de

Marzo, se presentaron diversos trabajos, cuyos textos se

recogen en esta publicación.

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SOBRE LA TIPOLOGIA

DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

por Ignacio Barandiarán Maestu, s. m.

Seminario de Prehistoria y Protohistoria

Universidad de Zaragoza.

Instituto de Investigaciones Arqueológicas

Aranzadi.

Introducción

No se vea, en las líneas que siguen, un intento de plantear nuevas ideas con vistas a la consecución de originales esquemas tipológicos del arte parietal cuaternario. Sólo pretendemos una simple exposición de conjunto de aquellos sistemas hoy más en uso, enplan de puesta al día y resumen del estado actual de nuestros conocimientos en estas cuestiones.

Los fines de una tipología aplicada a las muestras de arte parietal del llamado núcleo franco-cantábrico, son, como los de una tipología de un conjunto instrumental cualquiera, dos:

-señalar unos caracteres determinados de unos cuantos «tipos» e -intentar ensamblarlos en un marco cronológico concreto, indicando, de paso, suposible secuencia evolutiva. La tipología del arte rupestre parietal es, pudiera decirse, más importante que la

de una manifestación instrumental del hombre paleolítico pues ella será, en el fondo, casi la única forma posible de establecer su cronología.

Por otro lado en esta tipología del arte rupestre carecemos de algunos elementos, valiosas ayudas, que en el estudio de conjunto del ajuar lítico u óseo pueden ayudarnos auna más precisa determinación cronológica, a saber:

-un contexto geológico-estratigráfico (que, relativamente, puede señalarnos unas duraciones de tiempo más o menos largas; y, siempre, una sucesión indiscutible de los tipos: su aparición, desarrollo o perduración y desaparición...); a aquella fre-cuente estratigrafía horizontal sólo en los contados casos de superposición de figuras parietales podríamos oponer esta «estratigrafía vertical». -un contexto paleontológico (que nos indicaría la fauna y, por tanto, implicaciones interesantes de tipo climático); los animales representados

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en el arte parietal están sin duda condicionados por una previa selección de de-terminadas especies o individuos interesantes para su autor, quedando excluí-dos muchos otros que también existían; mientras que, por otra parte, no es segu-ro que se muestre en la repetición de sus representaciones la exacta proporción de esas especies en el momento en que vivió el artista que las reflejó en las paredes de las cuevas.

-un contexto cultural seguro. Así mismo, es difícil un estudio de tipo estadístico de estas manifestaciones artís-

ticas, porque:

a) No se conservan todas ellas, muy seguramente. b) Existen muchos puntos de indeterminación (casi siempre se dejan de lado, sin

abordarse, en bastantes de los esquemas hoy en uso) que se han comprobado en el ins-trumental lírico u óseo y que, con toda probabilidad, deben de darse también en las ma-nifestaciones parietales:

-existencia de variedades regionales, todavía no suficientemente determinadas. -honmomorfia, o cualquier tipo de desfase cronológico-cultural, de algunos tipos de representaciones.-influencia fuerte de la habilidad técnica o de los conocimientos de «escuela» que pueden enmascarar o deformar determinado modo de hacer artístico. -condicionamientos de tipo espiritual que acaso imponen unas convenciones de representación, motivos de significación, o simbología,... -un posible pluralismo (de mentalidades, cronología, temático,...) que ha de com-plicar, si no imposibilitar, todo tipo de estudio de conjunto, en forma estadística.

Esquema expositivo

He ordenado esta exposición (tras un acopio de datos en los esquemas tipológicos de arte cuaternario hoy más prestigiados) en dos partes que se completan mutuamente. En la primera repaso los métodos utilizados hoy para la determinación de esa tipología; en la segunda expongo someramente los principales esquemas de tipología: gran nú-mero de apreciaciones de estos esquemas quedan contenidas en la primera parte, de tal forma que, así, evitaré, para no alargarme excesivamente, entrar luego en ellas. Final-mente, preciso la posible cronología de los principales yacimientos del País Vasco.

Métodos de datación y tipología del Arte Parietal Paleolítico

Podemos partir del principio de que existe una cierta unidad de aspecto

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general entre todas las manifestaciones artísticas tradicionalmente enmarcadas en el ám-bito cronológico del Paleolítico Superior. «En cuanto a estilo, las pinturas parietales no difieren de la gran mayoría de las figuraciones incisas, dibujadas o esculpidas sobre las paredes de las cavernas o sobre piezas muebles» (1). Tal primera constatación puede ser-virnos de punto de partida para intentar un estudio previo de comparación, extrayendo el mayor número de datos cronológicos exactos posibles de todo ese cúmulo de representa-ciones artísticas.

Cierto que un buen número de las figuraciones rupestres se hallan hoy bastantedeterioradas o han desaparecido completamente. H. Breuil determina como factores de destrucción los siguientes (2):

a) acción de la gravedad que, acompañada por las oscilaciones térmicas, heladas, temblores de tierra, reducción de las superficies a arenas o polvo,... provoca un desprendimiento de bloques rocosos o un resquebrajamiento o desintegración de las zonas corticales de las paredes.

b) acciones químicas y orgánicas: sean la oxidación de las superficies, el ennegre-cimiento por polvos atmosféricos de origen orgánico, crecimiento de líquenes o musgos, perforación por microorganismos,... (3).

c) acciones de relleno que encubren las representaciones parietales y, caso de tratar-se de pinturas (según sea la naturaleza química del relleno), pueden borrarlas por completo.

d) acción del agua que por condensación (debida al contraste de temperatura con la superficie rocosa, y a las corrientes de aire) puede corroerla y por infiltración forma concreciones calizas que recubren las pinturas o grabados.

Trabajando sobre los materiales artísticos que hasta nosotros han llegado, pode-mos intentar su determinación tipológica y su posible línea evolutiva, a partir de la consideración de los aspectos siguientes:

1. Cronología absoluta

Por este camino apenas se obtiene más fecha concreta que la del momento

(1) M. ORNELLA ACANFORA, «Pittura dell'Etá Preistorica», Milán, 1960, pág. 35. A partir de ahora citaremos esta obra como ORNELLA 1960.

(2) ORNELLA 1960, págs. 57 y 58; H. BREUIL, «Quatre cents siécles d'art parietal Les ca-

vernes ornées de l'Age du renne», París-Montignac, 1952, págs. 29 a 31 (citada como BREUIL 1952). (3) J. CAMON AZNAR («Las Artes y los Pueblos de la España Primitiva», Madrid, 1954),

supone que de las pinturas realizadas «al pastel», es decir en seco, se conservan hoy muy pocas (Font-de-Gaume, Altamira,...) por no haber sido retenidas por las paredes de las cuevas cuando éstas estuvieran muy secas.

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Paleolítico Superior, en general, de un buen número de figuraciones. Para sostenerla, H. Breuil reunió ya en sus primeras síntesis clásicas una serie de argumentos defendiendo la datación paleolítica en cuestión; así, Esquemáticamente (4):

a) alteraciones de las paredes (bien sean pátinas por oxidación sobre los surcos de los grabados; bien concreciones calizas posteriores a las pinturas, grabados y bajorrelieves y que han necesitado mucho tiempo para formarse).

b) representaciones de animales hoy extinguidos o emigrados de estas latitudes a fines del Paleolítico Superior (rhinoceros, mamut, león, foca, reno, saïga, bi-sonte,...).

c) rellenos naturales o pisos estalagmíticos que se han superpuesto a las figura-ciones parietales más bajas. (Caso de un relleno arcilloso que cubría las figu-ras de La Mouthe; las capas de arena, gravas y manto estalagmítico sobre parte de los grabados de Les Combarelles; en los bajorrelieves de Isturitz; los graba-dos de Pair-non-Pair enterrados por niveles perigordienses,...).

d) seguridad de clausura de la caverna en tiempos superopaleolíticos (en Gargas se hunde la entrada a fines del Auriñaciense (5). La Mouthe tenía su boca ta-ponada por formaciones arqueológicas magdalenienses (6); «con posterioridad al Magdaleniense inferior, la cueva de la Peña de Candamo quedó cerrada por un cataclismo geológico y por lo tanto dejó de ser utilizada por los hombres prehistóricos»;...) (7).

Ahora bien, una determinada cronología para cada una de las manifestaciones es hoy imposible, por no poder aplicarse el sistema del C 14 de tan amplia utilización en la datación de los restos orgánicos paleolíticos.

(4) H. BREUIL, «L'Age des cavernes et roches ornées de France et d'Espagne», «Revue Ar-chéologique», XIX, París, 1912; lo completa J. CABRE en «El Arte rupestre en España», Ma-drid,

1915, págs. 109 a 119; otra exposición de lo mismo en BREUIL 1952, págs. 37 a 40. (5) H. BREUIL, «La evolución del arte parietal en las cuevas y abrigos ornamentados de

Francia», trad. por M. Pellicer, en «Caesaraugusta», 5, 1954 (del famoso trabajo «L'Evolution de l'art parietal dans les cavernes et abris ornés de France», que expuso en el XI Congreso de Prehis-toria de Francia, en París 1934 y desarrolló en una conferencia de 17 de Septiembre de 1934, en el Teatro de Périgueux; lo citaremos como Breuil 1934) pág. 11.

(6) M. ALMAGRO, «Prehistoria», Madrid, 1960, pág. 217. (7) F. JORDA, «Guía de la Cueva de la Peña de Candamo», Oviedo, 1960.

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En efecto, de los análisis realizados sobre las materias colorantes empleadas en es-tas pinturas «francocantábricas» (8) se deduce que (9):

a) apenas existe carbón u otra sustancia orgánica en la composición de las pin-turas hoy conocidas. Fundamentalmente se utilizaban materias minerales como colorantes naturales:

-el manganeso y sus compuestos para el negro (pirolusita, psilomela... ), -el hierro y sus óxidos para las tonalidades ocres o rojizas (oligisto, hema-

tites, limonita,...). También, en alguna ocasión, el grafito y el carbón vegetal y el negro de humo (?). Los óxidos de hierro y de manganeso, al combinarse con el carbonato cálcico y por acción del agua de las filtraciones, suelen dar las sales correspondientes (ferrito o ferrato cálcico, manganito o manganato cálcico) (10).

Esos colores serían aplicados o bien en seco (como lápices, en polvo, o sopla-dos) o en líquido, utilizándose, entonces, como disolventes posibles la médula o grasa animal, la albúmina de huevo, algunas resinas, el suero sanguíneo. En cualquier caso, los análisis químicos «no han dado resultados satisfactorios porque si una materia orgánica fue mezclada a los polvos minerales, ya ha sido destruida en el largísimo espacio de milenios transcurridos» (11). Por otro la-do, se ha llegado a dudar de la disolución en grasa (acaso en agua simple-mente?) pues, sobre la roca húmeda, formaría grumos y no haría cuerpo (12).

b) Aún en el caso de poderse realizar una recogida de carbón para su análisis, ha-bría de tenerse en cuenta:

-la gran dificultad por conseguir una mínima cantidad precisa para esos análisis radiogénicos (al menos 65 gr.) (13) sin dañar ninguna figura.

(8) Ciremos, entre otros, tras los antiguos estudios de Obermaier, las recientes precisiones de K. HERBERTS («Dokumente zur Malstoffgeschichte», Wuppertal, 1940), F. MARGIVAL («Pigments et

peintures dans l'antiquité préhistorique», 1959, París), M. ORNELLA (ORNELLA 1960, 54-56), E. PIETSCH («Altamira y la Prehistoria de la tecnología química», Madrid, 1964),... (9) ORNELLA 1960, 54-56; ALMAGRO 1960, 226-227.

(10) PIETSCH 1964, págs. 19 a 24.(11) ORNELLA 1960, pág. 56. (12) ALMAGRO 1960, págs. 226-227, con interesantes precisiones sobre la forma de aplica-

ción de los colores. (13) Según H. L. MOVIUS, en «Antiquity», XXIV, (1950), págs. 99-101 (citado por M. WHEELER,

«Arqueología de Campo», México, 1961, pág. 47).

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-la casi segura contaminación de las muestras tomadas, tanto tiempo al aire y en contacto con la atmósfera y diversos microorganismos que habrán altera-do su contenido en C 14.

En cuanto a la datación que Barghoorn y Movius (14) realizaron sobre muestras de carbón de Lascaux, recogidas en el suelo, y que dieron una fecha de 15.515 + 900 añosde antigüedad (o sea en el Magdaleniense I o II clásico francés), lógicamente (como concluyó Breuil) no debe tener mayor trascendencia para la datación de las figuras parietales por ignorarse si pueden ser o no coetáneas de éstas.

2. Relación con materiales de una estratigrafía determinada

Es, sin duda, la más firme base para todo serio intento de una tipología cro-nológica de las manifestaciones parietales, acudiendo a cualquiera de sus aspectos los principales sistematizadores (Breuil, Graziosi, Jordá,...). «Para intentar sobre bases documentales una clasificación de las varias fases artísticas del Paleolítico, creemos indispensable tomar como punto de partida aquellos documentos que son acompañados por los datos estratigráficos...y estableciendo las características del estilo, intentar reagrupar y subidvidir a base de ellos, en cuanto sea posible, el grandioso complejo de los documentos de arte parietal hasta hoy conocidos» (15).

De todas formas encierra algunas dificultades que no se pueden desconocer; espe-cialmente las derivadas de una excavación defectuosa o de una deficiente inter-pretación del medio estratigráfico en que fueron recogidas aquellas piezas artísticas que nos van a servir de guía en la determinación de unos tipos o formas estilísticas.

Así la exacta diferenciación entre lo perigordiense y lo auriñaciense clásico (pues sabemos que aquélla precisión sólo se hace general a partir de 1940) (16). Las antiguas excavaciones no son, en ocasiones, muy de fiar: sus publicaciones son incompletas, malas las descripciones o las reproducciones, las colecciones mismas están dispersas o revueltas o sin siglar. Se impondría, de ello, una previa tarea de eliminación de aque-llos tipos-guía que no fueran estrictamente de segura atribución cronológica (y en esto acaso no se ha cuidado demasiado).

Esta dificultad habrá que obviarla utilizando sólo para la clasificación y com-paración con las obras parietales aquellas esculturas, fragmentos rocosos

(14) H. L. MOVIUS, «Uber C14-Bestimmungen in Lascaux», «American Antiquity 17», 1951-52, págs. 50-51.

(15) P. GRAZIOSI, « L'Arte dell'Antica Etá della Pietra», Florencia, 1956, pág. 138. (16) A. LAMING-EMPERAIRE , «La signification de l'Art rupestre Paléolithique. Méthodes et

Applications», París, 1962, pág. 54.

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desprendidos del techo y grabados sobre placas o huesos «de los que sea garantizada suatribución cronológica» (17).

Dentro de estas formas de relación con materiales procedentes de una estratigrafía determinada hemos de valorar, sucesivamente: la presencia de un hábitat prehistórico enla cueva ornamentada y la posibilidad de relaciones de aquellos habitantes con los artistas prehistóricos; las piezas de arte mueble; los bloques ornamentados despren-didos de un friso parietal o del techo o bien las zonas bajas que se hallan recubiertos por más recientes estratos.

a) Presencia de una habitación en la cueva, señalada por niveles arqueológicos

fértiles, en relación con las gentes que ejecutaron las manifestaciones estéticas parie-

tales.-El Abate Breuil se muestra poco partidario de establecer unas relaciones sólidas entre un hecho y el otro: la habitación de una cueva y sus representaciones parietales; de todas formas, en alguna ocasión acepta argumentos en este sentido. Para Jordá, (y para un buen número de investigadores, sin embargo) es un sólido punto de partida sobre el que plantea la atribución de una determinada cronología en sus esquemas de arte cantábrico (p. e., en la datación de Altamira). A. Laming-Emperaire pone algunos reparos a este intento de relación: «la simple coexistencia en una cueva de figuraciones sobre las paredes y las bóvedas y de niveles arqueológicos no basta para establecer la contemporaneidad de las dos series de vestigios. La cueva ha podido ser habitada mucho antes o después de que los artistas hayan llegado a plasmar aquí sus obras. Para que sea posible establecer sus relaciones en el tiempo es preciso que ambas series presenten entre sí relaciones estratigráficas» (18). En cualquier caso, creemos dato a valorar y tener en cuenta, si no de forma decisiva, sí al menos como orientador de una posibilidad innegable, éste de la presencia de niveles arqueológicos en una cueva orna-mentada. De todas formas, Breuil, se muestra en ocasiones totalmente contrario a ese intento de relacionar lo que él denomina «Cueva-santuario» con la «Cueva-habitación»: «no hemos mencionado la presencia simultánea en una misma cueva de figuras parie-tales y de depósitos arqueológicos de tales o cuales períodos. Sin duda esta presencia puede dar lugar a inferencias, pero no son demostrativas de la contemporaneidad de una pared con tal o cual nivel, ni incluso con ninguno de ellos. En Altamira, ningún nivel arqueológico hasta hoy es más reciente que el Magdaleniense III; las hermosas figuras policromas se superponen ahí a los grabados de ese Magdaleniense III y les son, por tanto, posteriores. Ocurre lo mismo en Marsoulas (Haute Garonne). Para ambas cuevas parece que el hábitat haya cesado después del Magdaleniense III. Para las dos

(17) ORNELLA 1960, pág. 60. (18) LAMING-EMPERAIRE 1962, pág. 42.

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parece también que el abandono tras el Magdaleniense III, haya sido debido al peligro de desplome de la bóveda, anterior a las figuras pintadas; pero ambas han continuado siendo visitadas posteriormente, probablemente con fines ceremoniales, y los artistas hanseguido ahí su decoración y han ejecutado obras más y más bellas que representan para nosotros sus más extraordinarias creaciones» (19).

Por su lado, y enfrentándose claramente a la argumentación de Breuil, Jordá esta-blece relaciones de la densidad de población en las diversas etapas del Paleolítico Superiory de las manifestaciones artísticas consideradas como contemporáneas, llegando a la conclusión de que «durante dos etapas, el Solutrense superior y el Magdaleniense inferior, se llega a alcanzar en la región cantábrica un máximo de población y de actividad cultural». Al mismo tiempo constata «que las etapas iniciales de nuestro Paleolítico Superior están muy pobremente representadas, ya que el número de sus yacimientos apenas si llega a la mitad de los yacimientos solutrenses, por ejemplo. En las etapas siguientes al Magdaleniense inferior, la población desciende, pero no es tan escasa como en las etapas iniciales. Si tenemos en cuenta estas variaciones demo-gráficas, fácilmente podemos pensar en su posible repercusión en la serie de actividades culturales y, especialmente, en las artísticas. Por nuestra parte pensamos, claro está que sin carácter axiomático, sino simplemente como hipótesis de trabajo, que a una mayor densidad de población, debe de corresponder una mayor actividad cultural y, por consiguiente, una mayor actividad artística. Esta hipótesis nuestra puede que no sea verdad, no obstante se puede observar a través de la historia del arte que los máximos artísticos coinciden siempre con momentos de plenitud y expansión de los pueblos. Si tomamos la anteriormente dicho como punto de partida tendremos que pensar que durante el Paleolítico Superior cantábrico la actividad artística bien pudo concentrarse en aquellas etapas, Solutrense superior y Magdaleniense inferior, durante las que el número de yacimientos es mayor, así como también es mayor el número de hallazgos materiales y el espesor de los niveles arqueológicos» (20). De acuerdo personalmente, en general, y como punto de partida, con la idea de Jordá, pensamos con todo que algunas de sus afirmaciones se podrían discutir pues no siempre los hechos han de producirse con la simple mecánica que él plantea. Así, p. ej., cuando afirma que tales niveles presentes en la secuencia cantábrica «por sí mismos atestiguan este gran movimiento cultural al manifestársenos como los niveles más densos y gruesos...» O «que hemos de pensar que todo gran movimiento artístico necesita tener como base, en

(19) BREUIL 1952, pág. 37. (20) F. JORDA, «Sobre los ciclos del Arte rupestre cantábrico», en «Coloquio de Prehistoria

Peninsular, Bilbao, 1964», Madrid 1965, Págs. 301-302.

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primer lugar, una fuerte actividad cultural y, en segundo, una densa base demográfica. Nunca un pueblo en decadencia cultural y en regresión demográfica ha producido obras de arte» (21).

Para Jordá, durante «el solutrense superior y el magdaleniense inferior la regióncantábrica asistió a un amplio florecimiento de la actividad artística, especialmente ru-pestre. Esta hipótesis nuestra viene confirmada en parte por un hecho importante, que es el de que los yacimientos rupestres de mayor trascendencia para el estudio del arte cantábrico, como son Altamira, la Pasiega y Candamo, presentan niveles arqueológicos con restos culturales del Solutrense y Magdaleniense inferior, al mismo tiempo que otros no menos importantes como Hornos de la Peña, Castillo y Santimamiñe, ofrecen la secuencia auriñaciense-solutrense-magdaleniense inferior. En consecuencia, si las etapas señaladas como de mayor densidad demográfica se encuentran plenamente representadas enlos seis yacimientos citados no vemos el porqué de condenar al ostracismo artístico a laetapa Solutrense, sobre todo si tenemos en cuenta que estos solutrenses vivieron en las mismas cuevas y por lo tanto tenían el mismo santuario a su disposición» (22). De estaforma considera el investigador español, apoyándose en los estratos arqueológicos ober-vados en la boca de la cueva, que la mayoría de las figuras del yacimiento de la Peña de Candamo habrá que adscribirlas al Solutrense, pues «es más natural suponer que las obras de arte fueran obra de las gentes que vivieron cerca de la cueva que no de aque-llas cuya cultura no aparece ni en ella ni en la región próxima» (23).

Partiendo de este presupuesto de interrelación de la habitación y la ornamentación en las cuevas, presenta Jordá un cuadro estadístico de los 103 niveles arqueológicos que conoce en el Paleolítico Superior de la costa cantábrica, admitiendo, desde luego, «lafragilidad y relatividad de estos datos estadísticos». Son (24):

-del Auriñaciense..........................................8 ................... 7,66 % - del Gravetiense ..........................................8 ................... 7,66% -del Solutrense medio .................................5 ................... 4,85% -del Solutrense superior ............................ 20 ................. 19,41%

(21) F. JORDA, «Sobre técnicas, temas y etapas del arte paleolítico de la Región Cantábri-

ca», en «Zephyrus» XV, Salamanca, 1964, págs. 8 y 9.(22) JORDA 1964, pág. 9. (23) E. RIPOLL, «Los problemas del Arte rupestre español», I Symposium de Prehistoria

Peninsular, Pamplona, 1959, págs. 6-7 (he utilizado el avance de la ponencia, policopiador). (24) JORDA1964, pág. 7.

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-del Magdaleniense inferior…………….24 .................. .23,34 % -del Magdaleniense medio ....................... 2 ................... 1,94 % -del Magdaleniense superior…………….13 ................ .12,63 % - del Magdaleniense final .............................. 6 ................... .5,82 % -del Aziliense ..........................................16 ................. .15,53 %

Como paradigma, en Asturias la proporción muestra que por cada 3 niveles mag-dalenienses, existen 2 Solutrenses y 1 solo Auriñaciense. De ello deduce Jordá que: du-rante el Auriñaciense y el Gravetiense son en número muy reducido; en el Solutrense y Magdaleniense inferior se concentra la mitad del total de niveles arqueológicos del Can-tábrico; en el Magdaleniense medio hay un «bache demográfico que todavía no sabemos explicar»; en el Magdaleniense superior se opera una alza; con nuevo descenso en el Magdaleniense final que se supera, finalmente, en el Aziliense. Dejando a un lado ladiscusión de las posibilidades (en el campo de aplicación del método etnológico) de uti-lización de tales criterios, apuntamos dos dificultades que pueden restar valor a tal ar-gumentación. La primera, que acaso esa misma estadística no sea muy exacta en la atribución concreta a determinado estadio cultural de los correspondientes niveles estratigráficos (al menos no muy segura, por la reiterada escasez de piezas «típicas» y larepetida perduración en estadios posteriores de muchas de ellas). Esto se ha notado especialmente en las zonas orientales de la Costa Cantábrica (o sea en las provincias vas-congadas) donde, como nuevo obstáculo para el conocimiento de su secuencia cultural, se añade la dificultad de acceso, por su dispersión, a sus fuentes bibliográficas (exce-lentes, por otra parte) (25). De todas formas creemos que en esta región se nota una distinta proporción de los estadios del Magdaleniense, con respecto a lo observado porJordá en Asturias-Santander; en el sentido de abundar más los niveles del Magdale-niense Superior o Final que los del Magdaleniense Inferior (o III). Concretamente, precisando el cuadro estadístico de Jordá, creemos que el número de niveles del Magda-leniense Final es mucho más fuerte: en Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya pueden, con seguridad, señalarse en Berroberría, Urtiaga, Aitzbitarte IV, Atxeta y Santimamiñe, y, con alguna duda, en Lumentxa, Ermittia, Bolinkoba, Goikolau,... (26). La segunda, esa asociación de «demografía» y «cultura» y los intentos de extraer unas conclusiones de los supuestos «baches demográficos» (lo son si partimos de la secuencia francesa) cuando aún no se ve con excesiva claridad la problemática de las relaciones y personali-

(25) I. BARANDIARAN, «Paleolítico y Mesolítico en la provincia de Guipúzcoa», «Caesa-raugusta» 23-24, Zaragoza, 1964, pág. 23.

(26) I. BARANDIARAN, «Sobre el Magdaleniense Final en la Costa Cantábrica», «Caesarau-gusta», 25-26, Zaragoza, 1965. En posterior conversación, D. José Miguel de Barandiarán, exca-vador de todos esos yacimientos (a excepción de Berroberria), se mostró de acuerdo con tal deter-minación.

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dad segura del Paleolítico Cantábrico (en vías de próxima solución, desde luego, por los trabajos meritorios de J. González Echegaray y F. Jordá), al menos en las Provincias Vascongadas, y apenas se posee un cuadro de dataciones absolutas que permitan una relación más fundamentada y pondrían en claro, acaso, los complicados problemas cli-máticos que las figuraciones parietales o los conjuntos paleontológicos de la zona nos plantean (27).

Por su lado, la postura de H. Breuil sobre esos intentos de Jordá y en el concreto caso de la nueva cronología que éste propone para Altamira y, de rechazo, para otros conjuntos pictóricos policromos, es clara e irreducible: en esa cueva sus pinturas «son, sinninguna duda posible, más recientes que los depósitos arqueológicos», convirtiéndose Al-tamira, tras el abandono como hábitat en «lugar de culto, un santuario secreto, peligroso y de difícíl acceso» (28). Explayando su argumentación, manteniendo que su atribución por Jordá al Solutrense o Magdaleniense antiguo «es una afirmación puramente gratui-ta» en los puntos siguientes (29):

-no se conoce la base del relleno de Altamira y «es posible y probable que hayavarios niveles inferiores al Solutrense e incluso que hubiera habido otras entradas actualmente taponadas y desconocidas».

-un santuario no es un lugar de habitación.

-todos los santuarios polícromos (Font de Gaume, Marsoulas,...) le dan la impre-sión de ser de un período temporal corto: «ha bastado en Altamira un solo artista de genio para hacer todas las figuras polícromas».

-«no es verosímil que en una época de fuerte ocupación de Altamira, los frescos hayan sido ejecutados exactamente sobre hogares de las gentes de tal época; ha-brían seguramente sufrido por tal frecuentación».

-la misma ausencia de policromos en el Cantábrico (excepto una figura de El Castillo) indica «a pesar de la belleza de esas figuras, una débil demografía; vuelvo pues el argumento de M. Jordá Cerdá contra él mismo».

(27) Véanse, por ejemplo, E. RIPOLL 1959, págs. 7 y 8; J. GONZALEZ ECHEGARAY, «Las

Cavernas prehistóricas de Monte Castillo», Bilbao, 1962, págs. 80 a 82; y, muy recientemente, J. ALTUNA «Mamíferos de clima frío en los yacimientos prehistóricos del País Vasco», IV Sym-posium de Prehistoria Peninsular, Pamplona, 1965.

(28) BREUIL 1952, pág. 72.(29) H. BREUIL, «Théories et faits cantabriques relatifs au Paléolithique Supérieur et á son

art des cavernes», en «Munibe», 3-4, San Sebastián, 1962, págs. 355-356; el mismo artículo se ha publicado en el «Homenaje a Pedro Bosch Gimpera», México, 1963.

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Ciertamente la argumentación de H. Breuil tampoco posee bases suficientes obje-tivas (hay mucha implicación de presupuestos de interpretación y de esquema preelabo-rado en el que se intentan situar los hechos culturales) como para rebatir fundadamente, y con más fuerza, la posición de Jordá.

b) Arte mueble. -«La datación más segura, basada en la estratigrafía, es la que proporcionan los objetos de arte mobiliar «dentro» de un determinado estrato cultural datable» (30), cuando «las obras de arte mueble muestran un estilo idéntico a las figuras trazadas sobre las paredes de la misma cueva o de cavernas vecinas,... por cuanto que permitirán definirse de un modo preciso la cronología» (31).

Es, sin duda, la más sólida base para asegurar una cronología (por comparación) alas figuraciones parietales, y la que utilizan casi todos los sistematizadores, como argumento de partida: Breuil, Jordá,y, muy especialmente, Graziosi y Ornella-Acanfora.

Existen dificultades innegables:

a) la escasez de testimonios de arte mueble: bien por no haberse realizado, en lazona, muchas excavaciones (excepto para el Solutrense y para el Magdalenien-se V y VI, apenas, por ejemplo, hay restos en el Cantábrico) (32) o por ha-berse divulgado en forma parcial o deficiente; lo cual, «apesar de tanta abundancia de materiales, produce que la determinación cronológica de gran parte de ellos no ha sido realizada en forma satisfactoria ni ha sido aceptada por los especialistas; se debe esencialmente a la casi completa ausencia de datos estratigráficos seguros, relativos a las figuras rupestres» (33). Por otro lado, en el campo concreto de la pintura sobre objetos muebles (por la acción química del medio estratigráfico en que se hallaban), apenas se poseen otros documentos precisamente datados que las placas o cantos pintados del Parpalló y algún otro rarísimo ejemplar (en el Magdaleniense superior de Laugerie Basse un perfil de équido grabado finamente y pintado en ocre rojizo, sobre un fragmento de hueso ilíaco de reno,...).

b) la dificultad para precisar su exacta estratigrafía cuando proceden de ex-cavaciones mal realizadas o de hallazgos casuales (Breuil llega a dudar de la exacta atribución de algunas piezas grabadas sobre hueso de Altamira, recogidas en las excavaciones de Alcalde del Río,

(30) ORNELLA 1960, Pág. 35. (31) GRAZIOSI 1956, Pág. 136. (32) BREUIL 1962, Págs. 353-354(33) GRAZIOSI 1956, Pág. 135.

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y que son consideradas como piezas clave para la datación de buen número de representaciones parietales) (34).

c) la imposibilidad de profundizar en forma extremada en tal tipo de compa-raciones pues el aspecto temático no es seguro que en lo mueble y en lo pa-rietal obedezca a las mismas circunstancias; ni posiblemente es la misma la motivación de ambos.

d) el desconocimiento de los límites espaciales (si los hubo) entre los grupos cul-turales o las «escuelas» artísticas. Así no se pueden poner, sin más, enrelación materiales muy separados en el espacio y acaso también en el tiempo, aunque un «aire» o estilo general nos incline a su relación. Breuil, frente aJordá, Ripoll y Pericot (35), por ejemplo, niega la posibilidad de utilización, para un estudio de las manifestaciones parietales cantábricas, de las placas del Parpalló («no creo que esté justificada la mezcla de los problemas del Par-palló con el arte Cantábrico pues la enorme altiplanicie española apenas ha sido transitable a partir del comienzo del Solutrense hasta fines del Mag-daleniense V, el más frío de todo el Würm final») (36). La posibilidad de relación, como indiqué, será mucho más restringida para las manifestaciones parietales pintadas que para las grabadas.

En cualquier caso, creo que debemos hacer hincapié en la importancia del detenido examen de los ricos materiales de arte mueble de Limeuil, Laugerie, La Ma-deleine, Isturitz, Castillo, El Pendo u Hornos de la Peña,...y en la publicación de detallados corpus de arte mobiliar, con exacta descripción de los materiales y se-ñalando sus técnicas y medio estratigráfico (37). Sobre todo son de interés los de aquellos yacimientos, en cuya cueva o en proximidad se hallan manifestaciones parie-tales importantes (caso de El Castillo, Altamira, Hornos de la Peña, Gargas,...) (38).

(34) BREUIL 1962, pág. 356. De todas formas, Ripoll (RIPOLL 1959, pág. 5) ha pensado que las viejas dudas de H. Breuil sobre la atribución de tales materiales procedían, en el fondo, de no ajustar exactamente en sus propios esquemas estilísticos en tal forma que considera que «Alcalde del Río, que no tenía sobre ello ninguna idea preconcebida, vió bien la estratigrafía y supo anticiparse a su tiempo al interpretarla. Ahora tenemos dicha atribución confirmada en el Par-palló...».

(35) De Jordá y Ripoll, las obras citadas; de L. PERICOT, «Necesidad de una revisión de la

cronología del arte rupestre cántabro-aquitano» en «IV Congr. Intern. de C. Preh. y Protohist.», publicado en Zaragoza, 1956.

(36) BREUIL 1962, pág. 358. Ripoll (en RIPOLL 1959, Pág. 6) insiste en la búsqueda de paralelos entre el Parpalló y La Pileta.

(37) En la forma realizada en tantas memorias de excavaciones (por ejemplo, los materiales de El Pendo por J. CARBALLO, La Madeleine por L. CAPITAN-D. PEYRONY, Isturitz por SAINT-PERIER, La Colombiére por H. L. Movius,...; o en el importante trabajo de M. CHOLLOT-LEGOUX,«Collection Piette», París, 1964.

(38) BREUIL 1952.

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c ) Bloques desprendidos de las paredes o techos ornamentados.

d) Zonas ornamentadas cubiertas por niveles arqueológicos,-Uno y otro caso cons-tituyen bases muy importantes para una datación de esas figuras y, por extensión, de otras que se les consideren semejantes. Aquí, como en el caso del arte mueble, se carece casi por completo de testimonios de pintura. Breuil y Graziosi hacen especial hincapié en este método de datación; en España apenas hay casos aprovechables.

No abundan demasiado los bloques desprendidos de las paredes incluidos en una determinada estratigrafía (39). Tanto en este caso como en el de figuraciones cubiertas por unos estratos culturales, tendremos una cronología que parte de un término «ante quem» (40): las figuras en cuestión serán algo anteriores a la capa que las cubre; si son bloques desprendidos que cayeron al suelo, solo sabremos que su caída fue posterior al nivel sobre el que descansan; en ningún caso, poseeremos una argumentación para saber cuándo pudieron ser realizados, determinándose sólo que son anteriores al estrato que los cubre o los contiene, pero manteniendo siempre la inseguridad de cualquier más posible precisión.

Son especialmente importantes, en este sentido (41):

- bloques pintados o esculpidos de Sergeac, Bourdeilles, La Ferrassie,... (Abri-gos auriñacienses o perigordienses de la Vézère).

- grabados sobre bloques estalagmíticos de Teyjat (del Magdal. V o VI). -los frisos desprendidos de Roc de Sers (del Solutrense sup.), Angles-sur-Anglin (del Mag-dal. III),...

y además (42), las piezas de Pair-non-Pair (grabados parietales recubiertos por niveles perigordienses), Laussel (bajorrelieves humanos en el depósito Auriñaciense), Cap Blanc (con un depósito con hogares del Magdaleniense antiguo en relación con sus espléndidos caballos esculpidos), Fourneau du Diable (gran bloque esculpido con bóvidos, recu-bierto por estratos del Solutrense superior), Isturitz (con parte de sus bajorrelieves recu-biertos totalmente por los niveles del Magdaleniense inferior, pero no por los solutren-ses),... (43).

(39) ORNELLA 1960, pág. 36 (40) Especialmente BREUIL 1952, pág. 37; insisten en lo mismo, GRAZIOSI 1956 y OR-

NELLA 1960. (41) BREUIL 1952, pág. 37. (42) GRAZIOSI 1956, pág. 137; ORNELLA 1960, págs. 36, 38, 58; ALMAGRO 1960, pág. 228.

(43) A y G. SIEVEKING, «The Caves of France and Northern Spain», Londres, 1962, pág. 165. recogiendo las observaciones de E. Passemard, su descubridor, de que la parte inferior de la pata del reno más bajo también se hallaba parcialmente cubierta por los niveles del Solustrense.

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En cuanto a piezas con restos de pintura, debemos resaltar, especialmente, los ma-teriales de: La Ferrassie (en un Auriñaciense final, simples trazos de pintura negra), Abri Blanchard (fragmento desprendido con restos de figuras de dos bóvidos silueteadas en negro y con relleno en rojo, en el nivel Auriñaciense) y Abri Labattut (en el que, en una roca que descansaba boca abajo en un depósito del Perigordiense III, se conserva, en pintura roja, un perfil de ciervo con cuernos en perspectiva torcida, con indicación del ojo y las ramificaciones de los cuernos).

Quien con más rigor ha utilizado estos materiales procedentes de una estratigrafía cronológicamente determinable ha sido P. Graziosi. El autor italiano parte de la base de unos «documenti guida» y, con extraordinaria meticulosidad sigue esos datos, intentan-do, a partir de ellos, la formulación de un esquema del arte cuaternario.

En su sistemática, por otro lado, Graziosi (44) estudia separadamente (por respeto a los aspectos técnicos de la obra artística) los grabados, los bajorrelieves y la pintura: valorando cada una de tales manifestaciones estrictamente por los materiales (de arte mueble o bloques desprendidos y figuraciones parietales recubiertas por una estra-tigrafía) con los que coinciden técnica y estilísticamente.

a) Los grabados. -Dentro del núcleo auriñacogravetiense, y basándose especial-mente en elementos característicos, señala estos tres; la representación en forma alar-gada de las cabezas de los équidos (grabados de Pair-non-Pair, bajorrelieve del Abri Labattut); la visión en perspectiva torcida de los cuernos de los rumiantes (bisonte de La Gréze, ciervo pintado de Labattut) -los de cabra se figuran ya de frente o de perfil-; y la figuración de las patas en tal forma que cada una cubre la correspondiente del lado opuesto (La Grèze, Los Casares, cáprido Auriñaciense, de Belcayre,...) aunque, a veces, también se representen las cuatro. Son piezas muebles imprescindibles para la datación de los grabados perigordienses: el canto con caballo de Labattut, un hueso de frontal de équido con representación de cuarto trasero de caballo en Hornos de la Peña, y un canto con grabados de La Coloinbiére.

Para los grabados del complejo solútreo-magdaleniense, observa la seguridad con que se siguen las extremidades de los animales y la «manera de representar la base del cuerno del bisonte en directa continuación del ojo». Los «documenti guida» imprescin-dibles son: la figura zoomorfa de Roe de Sers, las del Fourneau du Diable (ambas del Solutrense final); los hallazgos de Laugerie Haute (con animales grabados de estructura

(44) GRAZIOSI 1956, págs. 143 a 148, 155..., 171...

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grosera, en el Solutrense, y bóvidos de perfil claro y bien proporcionado, en el Magda-leniense antiguo) y las figuraciones de Teyjat (45).

b) Los bajorrelieves. -«La mayor parte se han encontrado en relación directa con yacimiento «in situ», bien porque se trataba de fragmentos caídos de las paredes en el depósito o porque éste, como lo habíamos visto, recubría las paredes esculpidas, lo que ha permitido, al menos, una datación «ante quem» de aquellas figuras». Suelen estar en partes de las cavernas iluminadas por la luz del día o en abrigos, a diferencia de los grabados o las pinturas (sólo en los rarísimos casos de modelados en arcilla se localizan en las profundidades de la cueva). «Se debe precisamente a esta su ubicación en la cavidad luminosa, por lo que fueron habitadas ahí mismo por el hombre y pudieron así, constituirse depósitos arqueológicos». Por ello, el problema de la datación de tal grupo de representaciones, parece no existir: la mayoría se sitúan en estos momentos del Solu-trense o Magdaleniense antiguo. Son, por ejemplo, las de: Laussel, Terme Pialat, Abri du Poisson, Roc de Sers, Fourneau du Diable, Laugerie Basse, Chaire á Calvin, Isturitz, Bédeilhac, Cap Blanc, Commarque, Nancy, Solutré, Angles-sur-Anglin, La Magdeleine,... Y los bajorrelieves o modelados en arcilla del Tuc d'Audoubert o Montespan.

c) La pintura.-«Las determinaciones cronológicas relativas a los documentos pictóricos del arte parietal francocantábrico, son, si se quiere, todavía más complejas que las de aquellos referentes a los grabados». Para la pintura prácticamente faltan materiales en un yacimiento «in situ» (46). El mismo Graziosi, con su habitual pru-dencia, evita entrar en mayor precisión de evolución estilística o de cronología hablan-do simplemente de semejanzas externas (Santimamiñe, por ejemplo, es de un estilo de Niaux pero menos perfecto,...) sin acudir a los que considera «criterios tal vez excesi-vamente subjetivos,... porque no proceden de una concreta documentación».

3. Superposiciones

«Casi todas las cuevas decoradas contienen al menos algunas superposiciones, pero no son utilizables para el estudio de la evolución de los estilos más que cuando las mismas etapas se encuentran superpuestas en el mismo orden en varias cuevas o, al menos, envarios lugares de una misma cueva (Lascaux, Font de Gaume, Altamira)» (47). A veces no es preciso que,

(45) ALMAGRO 1960, pág. 254, recoge otros importantes documentos-guía para el conoci-miento del grabado solutrense: Isturitz, Badegoule, Solutré, Jean Blancs, La Cave, Klause (Ba-viera),...

(46) Salvo contadísimas excepciones de importancia como los dos bóvidos pintados en negro y rojo del nivel Auriñaciense del Abri Blanchard, con los que piensa Almagro (ALMAGRO 1960, pág. 241) se podrían relacionar caballos de Le Portel «y buen número de pinturas de Lascaux».

(47) LAMÍNG-EMPERAIRE 1962, pág. 44.

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materialmente, se superpongan las figuraciones: de dos situadas una junto a otra puede sospecharse cuál precedió a cuál.

Las superposiciones constituyen la base fundamental del esquema de Breuil. Ante ese «palimpsesto rocoso» que es una pared con figuras superponiéndose se precisa una larga práctica de atenta observación para saber determinar su sucesión. Es el gran espe-cialista francés quien ha planteado la forma de distinguir las representaciones más re-cientes (48):

-cuando son varios grabados, unos sobre otros, será más reciente quien corte a los anteriores; ahora bien, sucede muchas veces que el instrumento con que se ha realizado el dibujo (buril de sílex, normalmente) ha podido saltar de orilla a orilla del grabado anterior, el más antiguo, sin llegar a cortar su surco.

-cuando se trata de grabado sobre pintura, aquél corta a ésta; en el caso contra-rio es ésta quien recubre el surco grabado. De todas formas, en bastantes casos de esta asociación pintura-grabado prácticamente son dos técnicas las que se utilizan contemporáneamente para una misma figuración; en otros casos, es un retoque ulterior, completando detalles (una representación de herida o venablo, ojo,...).

-cuando se superponen pinturas, la intensidad misma de algunos colores (por ejemplo, el rojo que «es un color rico que tiende a trasparentarse a través del negro y a remontarlo») (49) puede enmascarar la antigüedad de una figura anterior, haciéndola parecer como la posterior. En cualquiera de los casos lapericia técnica del investigador es quien tiene que determinar los casos de superposición. Recientemente A. Glory ha comenzado a utilizar el examen de las figuraciones de Lascaux con lente binocular, obteniendo interesantes precisiones sobre algunas figuras en que se combinaban diversas técnicas de dibujo o pintura (50).

Del estudio de las superposiciones extrajo Breuil sus más importantes bases cro-nológicas; así de la visión de «las pinturas policromas que, tanto en el valle del Vézére (Font de Gaume) como en los Pirineos cantábricos (Altamira) se han hallado siempre superponiéndose a pinturas lineares o en tinta plana... ha podido concluir que la pintura policroma marcaba una fase adelantada de la expansión del arte magdaleniense» (51).

(48) BREUIL 1952, pág. 38; y, glosando puntos concretos, ORNELLA 1960, págs. 60-61. (49) BREUIL 1952, pág. 38. (50) A. GLORY, «La stratigraphie des peintures á Lascaux», «Miscelánea en Homenaje al

Abate H. Bieuil», tomo I, Barcelona, 1964. (51) LAMING-EMPERAIRE 1962, pág. 45.

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De todas formas, el procedimiento en cuestión encierra, también, sus dificultades:

a) No son muy numerosos los casos de superposición o, al menos, no lo suficien-te como para establecer una completa y segura secuencia o esquema evolu-tivo del arte parietal.

b) El más mínimo error deslizado en la apreciación de tal prelación de unas fi-guras con respecto a otras (debido a la escasez de ejemplares, arriba señala-da) puede conducir a importantes falsedades, sobre todo habiendo cuenta de la dificultad de determinación segura de muchas superposiciones. Así, por ejemplo, A. Laming-Emperaire (52) habiendo examinado con detenimiento Lascaux ha llegado a la conclusión de que muchas figuras pintadas en tinta plana y que se superponen a un esquema linear, no marcan realmente dos momentos diversos, dos estadios cronológicos en las formas evolutivas del arte parietal, sino, simplemente, dos etapas consecutivas (realización de un perfil linear global y pintura, luego, de la figura) en la ejecución de la misma obra.

c) Las superposiciones nos indican que la figura inferior es anterior a la que la cubre, pero no en cuánto tiempo, «nadie puede afirmar cuánto tiempo ha transcurrido entre la ejecución de la primera y de la segunda» (53). En efec-to, incluso «la idea de superposición no se opone necesariamente a la de contemporaneidad... las superposiciones en una pared carecen de espesor (lo que en una sucesión estratigráfica proporciona su margen cronológico) y pueden ser casi contemporáneas, separadas en el tiempo por la duración de una generación o por la realización de una obra» (54). En este sentido, llama tanto más la atención la postura de H. Breuil clasificando ordenadamente los estilos o técnicas artísticas en compartimentos estancos, casi exactamente coin-cidentes, cada uno, con los señalados por sus mismas subdivisiones de las industrias y culturas superopaleolíticas (55). El hecho, por ejemplo, de que los policromos de Altamira se superpongan a figuraciones clasificadas por él como del Magdaleniense III, ¿en qué se opone a que esos policromos pue-dan ser también incluidos en el mismo estadio cultural, simplemente poste-riores en años a aquellas figuras típicas?

(52) LAMING-EMPERAIRE 1962, pág. 55. (53) ORNELLA 1960, pág. 61. (54) LAMING-EMPERAIRE 1962, pág. 55. (55) Especialmente en H. BREUIL, «Les Subdivisions du Paléolithique Supérieur et leur sig-

nification», en sus dos ediciones de 1912 y 1937.

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d) Las posibilidades, en fin, de existencia de variedades regionales, de perdura-ciones de técnicas, de avances y retrocesos no previstos en los esquemas aprio-rísticos y que no hay argumento ni motivo para negar. L. R. Nougier llega a afirmar, en este sentido que «cada cueva, cada panel, desarrolla una cronolo-gía propia. Las superposiciones de trazos no dan más que una sucesión tem-poral relativa y no una verdadera cronología» (56).

En este sentido sería de interés la elaboración, para cada cueva en concreto, de su «estratigrafía» a partir de las propias superposiciones; con lo que se estaría en camino de compararla y contrastarla con las de todos los otros yacimientos de arte parietal, con vistas a reestructurar el esquema de Breuil que fue realizado, fundamentalmente, a base del estudio de un muy reducido número de cuevas. Siempre quedaría la solución, no por más fácil menos rigurosa, de dar sólo el esquema de cada cueva, en vez de lanzarse de-masiado imprudentemente a la exacta cronología de cada una de las figuras, a base de lo observado en contados casos excepcionales de núcleos geográficos alejados en el espa-cio y, quién sabe, acaso, y mucho, en el tiempo (57).

4. Técnicas

Del estudio de las superposiciones se extrae la elaboración de un esquema de sucesión evolutiva de diferentes técnicas, esto es de forma material de tratar las figuraciones y signos parietales. Sobre esta consideración de las técnicas no debiera olvidarse el con-dicionamiento que les imponen tanto la materia prima sobre la que se trabaja (en el caso de figuraciones parietales: la dureza o blandura, la humedad de la roca,...) como el ins-trumento que se utiliza (es por hoy difícil establecer una correlación entre determinados «tipos instrumentales» y concretas técnicas de grabado, por ejemplo), las tradiciones de escuela y la habilidad o impericia mismas del artista (58).

(56) L. R. NOUGIER, «Reflexions, sur l'origin de l'Art», en «Pallas», París, 1958. (57) Sólo a título de ejemplos que, afortunadamente, pueden multiplicarse entre las recientes

publicaciones de conjuntos artísticos rupestres, citamos las «estratigrafías» realizadas tras la con-sideración exclusiva de las superposiciones de la propia cueva en la guía de la Cueva de la Peña de Candamo, de F. Jordá (Vid. JORDA 1960); o en el libro de A. BELTRAN, R. ROBERT y J. VE-ZÍAN, «La Cueva de Le Portel», Zaragoza, 1966.

(58) En F. BORDES, «Typologie du Paléolithique Ancien et Moyen», Burdeos, 1961, págs. 10 y 77-78, pueden hallarse interesantes precisiones al valor del elemento o factor «técnico» en un utillaje lítico.

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Una elemental consideración sobre las técnicas artísticas parietales nos revela estas variedades generales, en el Paleolítico Superior:

- grabado: simple o estriado; profundo o ancho, fino o estrecho; pectiniforme... - relieve: alto o bajo.

- pintura: monocroma (negro, ocre, rojo,...), bicromía o polícroma (es ésta real-mente escasa -Lascaux, Marsoulas, Font de Gaume, Altamira-; la mayor parte de las veces, sería mejor hablar de bicromía; en muchos casos se combina conrelieves artificiales -Angles-sur-Anglin- o aprovecha los naturales -Altamira-).

- línea (continua o discontinua; fina o gruesa; babosa); tamponado o pastillado (Covalanas, La Haza,...); tinta plana; modelado (posiblemente «las mejores figuras monocromas atribuidas al Magdaleniense, han de considerarse con-temporáneas a las más altas producciones policromas» (59): Niaux, Santima-miñe,...).

- combinaciones, son frecuentes: de grabado con pintura; de relieve con pin- tura.

- Aún se pudiera considerar la forma de aplicar el color: a «lápiz», en polvo, soplado, líquido,...

En general, para Breuil existen dos grupos técnico-estilísticos importantes: un arte linear (lo auriñacogravetiense) y un arte plástico (lo magdaleniense) con su cumbre en Altamira y Font de Gaume. A ellos ha añadido Kühn una nueva fase de arte linear a fines del Magdaleniense, dejando para un momento anterior (Magdaleniense medio, o antes) la cumbre de las formas plásticas. La diferencia con lo linear auriñacogravetiense (más simple, más primitivo, más balbuciente) sería en el Magdaleniense final un arte «más seguro, más hábil, correspondiendo a un dominio de las formas artísticas» (60).

Como más características en la Región Cantábrica vamos a exponer algunas de las formas técnicas típicas que Jordá ha podido determinar en esta zona, a partir sobre todo de la observación de materiales del arte mueble. En cualquier forma, Jordá valora las técnicas sólo en cuanto le pueden servir para fijar una serie de elementos típicos dentro de un concreto ciclo artístico y de esta forma le posibilitan la precisión de «la relación temporal que pudo existir entre esa determinada técnica y un determinado tipo de repre-sentación» (61), facilitando así la posterior inclusión en el esquema de esa

(59) ORNELLA 1960, pág. 88. (60) H. KUHN, «Le Style du Magdalénien Final», IV Congr. Intern. de C. Preh. y Protohist.,

Zaragoza, 1956, págs. 291-292. (61) JORDA 1964, pág. 14.

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forma elaborado, de cualquier figuración que, en la zona estudiada, se muestre en rela-ción con estos caracteres considerados como típicos. Su esquema de técnicas es el siguiente (62):

a) Lo auriñacogravetiense. -La forma más antigua de técnica es la línea (grabada o pintada) que sólo atiende a valorar un contorno. Así:

1. Grabado de trazo profundo (documentado por el frontal de caballo gra-bado del nivel Auriñaciense típico de Hornos de la Peña).

2. Trazo pintado de ancho desigual o irregular: sobre él no existe documen-tación segura, pero en el muro de los grabados de la Peña de Candamo estos trazos en color rojo de ancho desigual se hallan superpuestos por todas las demás representaciones, son los más antiguos.

b) Lo solútreomagdaleniense.

3. Grabado estriado o de «claroscuro». En «dibujos con buril, en los que se tiende a rellenar ciertas partes del interior de la figura con una serie de líneas que unas veces forman masas de rayado paralelo y otras se agru-pan en haces apiramidados». Así se consigue un efecto de masa y corpo-reidad, resaltándose los haces musculares o las partes anatómicas inte-resadas: es, en el fondo, una técnica de tendencia pictoricista. Se halla documentada por diversas piezas de arte mueble del Solutrense superior: huesos grabados (homoplatos de cérvidos) de Altamira con represen-taciones de cabezas de cierva (que perduran en el nivel del Magda-leniense III) y placas del Parpalló. Típicamente se representa sobre el techo del gran salón de Altamira y en alguna figuración de El Castillo. Esta técnica que es solutrense se da también en etapas inmediatamente posteriores.

4. Grabado de trazo múltiple. En relación temporal con la técnica anterior. Lalínea que limita la figura en vez de ser con trazo simple se hace con re-petidas incisiones de buril o, acaso, con un instrumento de varias puntas. No parece ser anterior al Solutrense, y «tiene en él su más amplio desa-rrollo».

5. Trazo pintado punteado o tamponado. El contorno se representa por una sucesión de puntos o manchas. Jordá habla de una «técnica "impre-sionista"» y con dudas lo atribuye al Solutrense (Breuil lo integraba afines del ciclo auriñacogravetiense), basado en alguna placa del Parpalló; aquí incluye las figuraciones de Pech Merle, La Haza, Covalanas, Mar-soulas, Lascaux.

(62) JORDA 1964, págs. 11 a 14; JORRA 1965, págs. 302 a 303.

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6. Pintura asociada al grabado. Con «amplia difusión en el Cantábrico» (Altamira, La Pasiega, Candamo). Se documenta con las placas del Par-palló. El artista pretende ahora resolver los problemas de representación del volumen y la corporeidad. Por lo general en pinturas monocromas (roja y, menos, negra). Tendrá que relacionarse con los relieves fran-ceses pintados (Cap Blanc, Angles-sur-Anglin,...) del Magdaleniense inferior-medio, a cuyo momento corresponderían, también, los policro-mos de Altamira (frente a Breuil que los data en el Magdaleniense supe-rior).

7. Contornos discontinuos. No existen documentaciones estratigráficas ni posibilidad de cronología, pero estéticamente cree el especialista espa-ñol que parecen algo posteriores a las técnicas anteriormente indicadas.

5. Estilos

Partiendo de los datos anteriormente indicados, H. Breuil intentó su esquema esta-bleciendo un cuadro de supuesta evolución estilística que peca de un cierto apriorismo de concepción y una excesiva ordenación previa que no parecen coincidir en muchos casos con lo que las nuevas investigaciones y descubrimientos recientes van aportando.

Esta evolución estilística se ha confeccionado a base, sobre todo, del estudio de las superposiciones y de los materiales concretamente incluidos en un medio estrato-gráfico.

En una visión general (63) parece notarse en las manifestaciones artísticas más antiguas (grabados) un estilo linear, en que la figura se delinea de perfil, trazándose sólo la forma del flanco visible, la pata de ese lado; los cuernos de frente y el cuerpo de perfil en la característica «perspective tordue»: su ejemplo típico, el bisonte grabado de La Gréze, cubierto por un nivel Auriñaciense. En el Perigordiense, las representaciones van haciéndose estilísticamente más hábiles, se cuida la proporción de las formas y aparecen detalles concretos de pelambre, ojo, pezuñas,... (así el caballo grabado sobre placa del Abri Labattut). En el Solutrense parece continuarse esa evolución hacia el estilo plástico, que se desarrolla pletórico en el Magdaleniense, con una expansión del dibujo hacia formas que incluyen un sombreado por trazo múltiple. Así podría observarse un ciclo armónicamente evolutivo en tal forma que lo magdaleniense «no representa una interrupción del ciclo artístico que habían desarrollado Auriñacienses, perigordienses y solutrenses, sino su apogeo y superación cuantitativa y cualitativa» (64).

(63) ORNELLA 1960, pág. 43. (64) ALMAGRO 1960, pág. 256.

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Los autores, de todas formas, sólo con cautela admiten esos caracteres puramente estilísticos. Graziosi, p. e., acepta que de una visión de conjunto de las manifestaciones artísticas se pueden «reunir algunos grupos caracterizados por determinados estilos,maneras, sistemas de coloración, etc...» (65). Para la pintura, señala dos grupos es-tilísticos diferentes: el uno, de «figuras constituidas por un simple perfil»; «otras aveces técnicamente bastante evolucionadas en las que el volumen ha sido conseguido demodo admirable y la policromía ha añadido, aunque sea sobre la base de una modestagama de colores, efectos de claroscuro sorprendente» (esta fase policroma que en tan pocos lugares aparece, posee «siempre precisos caracteres, de tal forma que es fácil individualizar y definir la producción»). Entre ambos grupos irreductibles, existen unbuen número de figuras monocromas que repiten «formas y expresiones propias de aquellos policromos y que, aunque ausentes del color, se pueden reunir a aquellos». Por fin, una mayoría de «figuras que más difícilmente podríamos colocar en uno u otro de los grupos indicados porque tanto con los unos como con los otros podrían presentar afini-dades». Con semejante prudencia se define A. Laming-Emperaire: «en principio cuando en una cueva se encuentran exactamente las mismas representaciones sobre las paredes y sobre los huesos o piedras grabados de las capas arqueológicas, se puede admitir que unas y otras pertenecen a la misma época o han podido incluso ser eje-cutadas por un solo artista. Tales identidades son raramente observadas y el criterio es difícil de aplicar, sea porque no fueron los mismos hombres quienes ejecutaron los fres-cos rupestres y las maravillas del arte mueble, sea porque no los ejecutaron por los mismos fines, sea porque también las diferencias de dimensiones, materiales y, por tanto, de técnicas enmascaran a menudo ciertas analogías profundas» (66). De todas formas, los casos más espectaculares de semejanzas formales y técnicas, entre lo mueble y lo parietal, pueden ser sin duda los observados en Altamira y Hornos de la Peña, en lo referente a figuras grabadas.

En esta diferenciación estilística, ha insistido especialmente H. Breuil en el detalle de la perspectiva: una perspectiva torcida (característica del arte Perigordiense; en cuer-nos en forma de lira) como más antigua; otra «semitorcida» (un cuerno curvado y el otro en «S») en un estadio cronológico intermedio (para Breuil en el Magdaleniense antiguo); y una perspectiva correcta en el ciclo plenamente magdaleniense. Acompañan-do a aquella perspectiva torcida habrá de señalarse, según el gran especialista francés, la representación de una sola oreja y pata por par y, también, la figuración de los cascos de las patas de frente (caso de los caballos grabados que cubría un nivel Perigordiense en Pair-non Pair), mientras el cuerpo se ve de perfil.

(65) GRAZIOSI 1956 y ORNELLA 1960, págs. 71.(66) LAMING-EMPERAIRE 1962, pág. 46.

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Las críticas a casos concretos en que la sistemática de la evolución de la perspectiva que Breuil pretende no se realiza, menudean recientemente entre los especialistas, llegando a afirmar P. Graziosi, que intentar clasificar cronológicamente una figura sólo por estos as-pectos «sería pecar de imprudencia» (67). Y Jordá opina que en el terreno de la pers-pectiva torcida no siempre nos hallaremos ante «un síntoma de antigüedad sino de impericia técnica y de desconocimiento del dibujo, por lo que es posible encontrar ani-males con perspectiva torcida en momentos posteriores» (68) a los que Breuil considera característicos de tal modalidad.

Luquet había hablado hace tiempo (69), en términos más amplios, de un «realismo intelectual» (lo que el hombre supone que es la realidad) en fases antiguas y un «realis-mo visual» (lo que realmente contempla el artista) en las más recientes. Laming-Emperaire, con razón, insiste en que «no se trata en este dominio (del análisis pura-mente estilístico) de aplicar matemáticamente criterios cuasimatemáticos, sino de apreciar y de juzgar en función de un haz de pruebas y presupuestos. En el estado actual de nuestros conocimientos es más honesto insistir más sobre el carácter arcaico o avanzado de una obra que sobre la época a la que puede ser atribuida» (70).

En la aplicación de ese criterio estilístico con vistas a una determinación cronoló-gica de la sucesión de las obras cuaternarias de arte, puede llegarse al extremo de no va-lorar apenas más que el factor estético, intentando tal datación a base sólo de la aplicación de las leyes internas de evolución de los estilos artísticos. Es el camino de análisis del arte rupestre que Ripoll denomina «idealista», esto es, de «interpretación artística y sociológica» (intentos de H. Kühn, A. del Castillo y J. Camón Aznar) frente al sistema «formalista» del clásico esquema de H. Breuil (71). Aquel criterio, desde luego muy respetable, no parece, hoy por hoy, poderse tomar demasiado en mérito a la hora de intentar datar precisamente las manifestaciones del hombre primitivo. En esas consideraciones de tipo estilístico, tras las antiguas visiones de E. Piette o S. Reinach, se han distinguido, recientemente, algunos investigadores alemanes, como L. Zotz o H. Kühn.

Así, para Kühn, en la sucesión estilística de un arte «lineal» a otro «pictórico» (en que se descubre «la profundidad espacial y la plasticidad de los cuerpos»), para re-tornar, por fin, de nuevo a «lo lineal, a la acentuación del contorno», cree observar el proceso mismo de todos los estilos de la

(67) P. GRAZIOSI , «Problemi d'Arte paleolitica», Congr. de Ciencias Preh. Protohist. le Ro-ma, Vol. I, 1962.

(68) JORDA 1964, pág. 17. (69) G. H. LUQUET, «L'Art et la Religion des Hommes Fossiles», París, 1926. (70) LAMING-EMPERAIRE 1962, pág. 50, (71) RIPOLL 1959, pág. 1,

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Historia del Arte («Esa oscilación de lo lineal a lo pictórico y de éste nuevamente a lo lineal, corresponde en líneas generales al curso del arte griego, predominantemente lineal en el período arcaico, plástico en los tiempos clásicos y helenísticos y tendente de nuevo a formas estilizadas en las últimas etapas de la antigüedad, o a las transiciones del primer Renacimiento al Renacimiento pleno, y de éste al barroco, para llegar de nuevo al predominio de las formas lineales en el Renacimiento») (72). En la misma línea se mueve el intento de J. Camón Aznar, cuando dentro del «arte Iberoaquitano» señala una línea estilística de evolución que pasa por las fases o estadios: «línea alusiva», «silueta redoblada», «impresionista», «cremosa», «modelado marginal», «tinta plana», «torsa», «altamirense» (73).

Generalmente este sistema estilístico ha sido sometido a serias críticas. El más ponderado en su valoración, como en tantas ocasiones, P. Graziosi: «En suma, es evidente que una selección genérica de las pinturas francocantábricas a base de estilos y maneras es posible, pero no siempre, y que se puede también aceptar, como hipótesis de trabajo, especialmente basándose en sus relaciones con grabados parietales y con obras de arte mueble, cualquier esquema de sucesión de alguno de tales grupos, pero es claro que estamos bien lejos todavía de poseer los medios aptos para establecer la precisa posicióncronológica de ninguno de los documentos o grupos estilísticos y tanto menos de crear un sistema sólido y definitivo de la evolución del arte pictórico franco-cantábrico» (74). En semejante sentido Ornella Acanfora: «entre los límites extremos. Auriñaciense inicial medio y Magdaleniense final, existe un enorme período de tiempo durante el cual es bien difícil, en el estado actual de los conocimientos, establecer en términos de sucesión cronológica, una evolución estilística de la pintura»... «Un criterio topológico basado úni-camente en la crítica estética de las figuras puede traer a engaño; bien porque en un tan largo transcurrir de milenios pueden haber existido períodos de decadencia, barro-quismos, detenciones, generales o localmente limitadas, ya porque dentro de cada pe-ríodo pueden existir obras bellas y burdas que pueden dar una ilusoria impresión de ar-caísmo o perfección, de mayor o menor antigüedad» (75).

En conclusión, pudiéramos resumir las más serias críticas a la sola explicación y da-tación de las figuras atendiendo a una evolución estilística, en los puntos siguientes:

(72) H. KUHN, «El Arte rupestre en Europa», Barcelona, 1957, págs. 29-30.(73) CAMON 1954, págs. 137 a 149. (74) GRAZIOSI 1956, pág. 171. (75) ORNELLA 1960, pág. 59.

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a) Hay que admitir la posibilidad de existencia de escuelas regionales o comar-cales, del mismo modo que parece ya comprobada la diversificación en grupos limitados del conjunto de industrias del Paleolítico Superior (76), reconocida por Breuil («existe una facies cantábrica y una o varias facies aquitanas»,... «diferencias apreciables, a veces importantes, entre las series de las subdivi-siones francesas y la del Cantábrico» (77). A. Leroi-Gourhan distingue neta-mente el núcleo de la España Atlántica del Pirineo francés.

b) Existen factores de falta de habilidad, conocimientos de escuela, etc. que pueden enmascarar un aspecto de arcaísmo o cercanía; especialmente al-gunos caracteres «comúnmente considerados como índices de mayor anti-güedad de las figuras, pueden ser debidos a la mano de algunos artistas, inca-paces o principiantes, en cualquier tiempo» (78).

c) «Los cambios mismos de estilo no implican siempre y necesariamente el transcurso de un largo lapso de tiempo...» (79). Las soluciones de conti-nuidad cultural en los yacimientos cantábricos (con relación a las clásicas es-tratigrafías de la Dordoña o Altos Pirineos) ¿no pueden también existir en la evolución artística de los estilos parietales de esos mismos grupos humanos?

d) Otros muchos factores, más o menos previsibles, han de influir en el su-puesto esquema evolutivo de tales estilos. Existe un polimorfismo (80) radical en el artista paleolítico por el que hay que considerarlo, como hombre, «en movimiento, mejor dicho, en busca

(76) Véanse, como ejemplo, los diversos ensayos de F. JORDA para personalizar los com-plejos culturales del Paleolítico Superior de la Costa Cantábrica; especialmente «Préhistoire de la

Región Cantabrique», Oviedo, 1957, «Avance al estudio de la Cueva de la Lloseta», Oviedo,1958, «El Complejo cultural solutrense-magdaleniense en la Región Cantábrica», en I Sympo-sium de Prehistoria Peninsular, Pamplona, 1959 y «El Paleolítico Superior Cantábrico y sus in-

dustrias», en «Saitabi» XIII, Valencia, 1963. En el concreto sentido de la diversificación de es-cuelas artísticas dentro del llamado mundo «franco-cantábrico», por ejemplo, L. ZOTZ, «Ein

westmediterraner palaeolitischer Kunstkreis als Mittler zwischen aquitanischer und Levantekunst»,

en «Homenaje al Conde de la Vega del Sella», Oviedo, 1956, especialmente págs. 160 a 162,insistiendo en la dificultad de datar sólo por el estilo lo pirenaico y cantábrico, por considerarlo un grupo regional, núcleo de contacto entre ambos grupo; artísticos (el levantino o mediterráneo-occidental y el aquitano); sosteniendo que la cronología del Cantábrico no puede ponerse en exac-ta relación con la del círculo aquitano. ALMAGRO 1960, pág. 241, plantea, incluso, la posibilidad de existencia de una «escuela artística mediterránea».

(77) BREUIL 1962, pág. 353. (78) ORNELLA 1960, pág. 72. (79) LAMING EMPERAIRE 1962, pág. 55.(80) JORDA 1964, pág. 10.

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de una continuada perfección». «Pensar en que el pensamiento del hombre paleolítico se fijó dentro de unos moldes y continuó así, durante milenios, fijo e invariable, es tan falso como suponer que dicho pensamiento es semejante al de los actuales primitivos». Ese polimorfismo comprende tanto «las distintas técnicas que el hombre empleó para traducir a forma artística los distintos elementos que integraban su mundo sentimental y emocional» como la concepción y motivaciones de tales manifestaciones artísticas. Y este polimorfismo de estilo puede aplicarse igualmente a las modalidades de interpretación del arte parietal cuaternario (81).

e) Hay, por fin, una serie de implicaciones en el método estilístico que, en su aplicación a un esquema paleontológico, chocan seriamente con unas bases elementales de prudencia del propio método de estas disciplinas: interpre-tación harto subjetiva, relaciones con círculos tan alejados en el tiempo, acaso en la función y en el espacio. ...En tal forma que una simple ojeada a «la evolución histórica del arte nos muestra cuán vano y temerario sería intentar una clasificación cronológica de las obras estudiando únicamente los estilos si, por circunstancias, perdiésemos conciencia de los datos de génesis que nos son conocidos» (82).

6. Temas

Hoy se está insistiendo (por ejemplo, por Jordá) en la importancia de considerar los temas mismos representados para ver de encuadrarlos con hechos conocidos de la vidamaterial o espiritual de los grupos humanos del Paleolítico Superior. Pues, a pesar de laaparente monotonía de los aspectos

(81) Dos citas, como ejemplos. «El arte paleolítico no fue un todo cerrado, que se inicia, se desarrolla y acaba dentro de un único y constante proceso estético, como no fueron ni únicas ni constantes las fórmulas artísticas a que se recurrió. Desde el primer momento el artista paleolítico nos introduce de lleno en un mundo artístico lleno de novedades. Por eso no podemos aceptar una sola base cultural (las necesidades de orden material, el arte por el arte, la concepción dualista-sexual del mundo, etc...) para la creación del arte, porque la vida es demasiado compleja para creerla inspirada en un solo aspecto cultural y el arte, que es un intento de recrear la vida -real o ideal-, se apoya en todos los aspectos y hechos de la vida misma» (JORDA 1964, págs. 14 y 18). «El enigma de la creación del «arte paleolítico» sigue en pie. Sus razones de ser son misteriosas, más un solo hecho es seguro. El de que toda explicación válida no puede ser «única». A la plu-ralidad de las cronologías -estas manifestaciones llenan muchos milenios-, a la pluralidad de las obras, a la pluralidad sicológica de las razas, de los individuos de una raza, de los pensamientos profundos de un mismo individuo, debe de corresponder fatalmente la pluralidad de explicaciones» (L. R. NOUGIER - R. ROBERT, «Niaux», Toulouse, 1954, pág. 15).

(82) NOUGIER 1958.

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figurados por aquellos artistas, se podría, a través de los momentos culturales «observar una preferencia en la elección de unos temas con respecto a otros, dentro de la simple-cidad temática y estructural de aquel ciclo artístico» (83). Se parte del principio de que las manifestaciones parietales reflejan, sin duda, intereses (del tipo que sean, no entra-mos en problemas de interpretación) del hombre primitivo y se intenta establecer una re-lación entre ellas y los hechos culturales que podamos, por otros medios, rastrear.

Para Jordá (84) se puede hablar de representaciones-tipo que pueden polarizarse en torno a uno de estos tres grupos: los animales (el más ampliamente representado, casi siempre de tipo realista, con algunos convencionalismos -visión lateral, p. e.- quizá fruto de una inexperiencia o inhabilidad manual o técnica), los ideomorfos (menos abundantes; y en una variada gama: tectiformes, puntuaciones, bastones, claviformes,...) y los antropomorfos (abundantes en convencionalismos) ocupando un puesto interme-dio entre el mundo real y el ideal.

Señala también Jordá la relación existente entre la técnica y el tema y, por ello, una cronología: «la aparición de una nueva técnica entraña siempre la presencia de un nue-vo tipo de representación, en donde encontramos la solución a nuevos problemas artís-ticos» (85). En esta interpretación, pues, del factor temático se encuentra por otro lado la base «para todo intento de interpretación del arte paleolítico y su significado». El investigador español, por su parte, implica lo temático en los conceptos de vida, en las inquietudes y modos culturales del hombre primitivo y se extiende en consideraciones de tipo paletnológico de interés, pero no excesivamente seguras. Insiste especialmente en los ideomorfos y en la solución de los problemas de expansión que algunos de ellos plantean (86).

En la misma línea, la reciente postura de A. Laming-Emperaire y de A. Leroi-Gourhan intenta precisar las agrupaciones de animales, para extraer de ellas no sólo unos datos para la interpretación del significado del arte paleolítico, sino también de una cronología más o menos concreta. Todo ello muy en relación con las asociaciones de animales y con su situación dentro de la cueva o abrigo. Por lo que pasamos al último criterio de ti-pología del arte parietal.

7. Situación

La conclusión de la tesis de Laming-Emperaire sobre la significación

(83) ALMAGRO 1960, pág. 224. (84) JORDA 1964, págs. 15 a 18 (85) JORDA 1964, pág. 10. (86) JORDA 1965, págs. 307 a 309; JORDA 1964, pág. 18.

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del arte paleolítico llegaba a señalar una gran dificultad para obtener mayores precisiones por los procedimientos clásicamente utilizados en los sistemas en curso y la posibilidad de extraer nuevas luces del estudio de la posición o situación ocupados por las figuraciones parietales: las unas con respecto a las otras y cada una de ellas con respecto a la topografíade la caverna. Son, en el fondo, las directrices de la escuela de Leroi-Gourhan que se ha aplicado extensamente en su reciente última publicación (87). Si se parte de un fichero topográfico de las cuevas, realizando un completo inventario de las representaciones animales agrupándolas por especies, llegó Leroi-Gourhan a la constatación de un hecho material innegable: que el 90 % de las figuraciones de bisontes no se hallan al principio o al fin de las series de animales representados, sino en la zona media. Fue éste el hecho base, seriamente apoyado por la estadística, a partir del cual Leroi-Gourhan se lanzó a laelaboración de un esquema completo de lo que sintéticamente debe de constituir un «santuario paleolítico». El especialista francés ha atacado a Breuil en el sentido de considerarlo demasiado subjetivo o imaginativo en sus apreciaciones y él, por su parte, pretende subsanar aquel error de método por una serena observación de los hechos apoyados en la estadística. Ni que decir tiene que ésta sólo sería absolutamente válida si se poseyera la totalidad de las figuraciones realizadas por el hombre primitivo o si, al menos, se tuviera la certeza de que las conocidas se conservan en su integridad: en este sentido ya nos plantea algunas dudas la posición de Leroi-Gourhan cuando, en algún caso concreto en que los hechos observados no parecen coincidir exactamente con el esquema por él elaborado, indica la posibilidad de desaparición de algunas figuraciones (88).

De sus apreciaciones se deducen los hechos siguientes:

-la subdivisión del arte rupestre prehistórico habrá de hacerse en dos grupos elementales: las obras al aire libre y las obras de los santuarios subterráneos. Sin embargo, «unas y otras presentan, más o menos, semejante evolución crono-lógica» (89).

-existe una ordenación de los animales y de los signos en los santuarios: hay figuras de principio, de final y de centro, cambiando las composiciones según las zonas marcadas por la topografía de la caverna: estrechamientos, codos y pasos de cada sala o cavidad (90).

(87) A. LEROI-GOURHAN, «Préhistoire de l'Art Occidental», París, 1965. (88) Por ejemplo en sus apreciaciones del «Santuario» de Isturitz, LEROI-GOURHAN 1965,

pág. 269. (89) LAMING-EMPERAIRE 1962, pág. 291. (90) A. LEROI-GOURHAN, «Repartition et groupement des animaux dans l'art pariétal

paléolithique», en «Bull. Soc. Preh. Franc.» LV, París, 1958.

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-se pueden distinguir figuras principales y otras de acompañamiento: casi siem-pre un animal o grupo de la misma especie en el centro y otros acompañándolo.

-son tres esencialmente los grupos animales: el de los grandes herbívoros (bi-sonte, toro, mamut y caballo), el de los pequeños herbívoros (ciervo, cabra) y el de los animales temibles (león, oso, rinoceronte,...) éstos localizados en las par-tes más profundas.

-Las figuras antropomorfas, por su parte, se sitúan o en el fondo del santuario o en un punto extremo de la composición central.

-Los signos (claviformes, cuadrados, puntos,...) preceden o concluyen esa mis-ma composición central. Pueden, a su vez, agruparse en tres conjuntos diversos: 1) los grandes signos (tectiformes, claviformes, escutiformes, penniformes, ovi-formes,...) 2) los puntos y los palotes; 3) los trazos en haz o inacabados. A. Leroi-Gourhan ha insistido especialmente en su repartición y proporción en el interior de la cueva (91) y en su simbología que, para él, permite agruparlos, según el dualismo sexual, en signos masculinos y signos femeninos (92).

-entre unos animales y otros existe una relación basada en una diversificación sexual: a figuras masculinas (caballo, cabra, ciervo) corresponden en un orden casi constante las femeninas (bisontes, toro, mamut). Por otro lado los mismos signos abstractos se integran en este dualismo sexual: «venablo y herida, toma-dos como símbolos de unión sexual y de muerte, se integran en un ciclo de vida renovada cuyos actores se agrupan en dos filas paralelas y complementarias: hombre-caballo-venablo y mujer-bisonte-herida».

De ello se deducen unas posibles implicaciones de tipo cronológico que, en el fondo, (como la totalidad de las síntesis de arte parietal) siguen las líneas generales del esquema breuiliano.

Ensayos de tipología y cronología del Arte Parietal Paleolítico

Como quiera que hemos expuesto bastantes detalles de algunos de los hoy enuso, evitaré ahora mayores precisiones y repetición.

1. Sistema de H. Breuil

Contenido en una bibliografía muy extendida en el tiempo aun cuando

(91) A. LEROI-GOURHAN, «Le symbolisme des grandes signes dans l'art pariétal ques»,

«B. S. P. F.», LV, París, 1958.(92) A. LEROI-GOURHAN, «Le symbolisme des grandes signes dans l'art parietal paléo-

lithique», en «B. S. P. F.», LV, París, 1958.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

apenas se haya producido cambio sustancial en los más de medio siglo de años de vigenciade su esquema (93).

En un principio supuso Breuil que todo el arte parietal debía de incluirse en un solo ciclo evolutivo; pronto lo agrupó en dos estadios: el auriñacoperigordiense y el magdaleniense, situando, en medio, lo solutrense más como hiatus que como lazo de u-nión («eine teilweise Atempause» que dice Eickstedt en 1952) (94).

Esquemáticamente: en pintura

-Auriñacoperigordiense -con improntas de manos, líneas y circunvoluciones confusas; figuras monocromas de perfil linear, con relleno parcial o completo; figuras bicromías, al final de este ciclo, como su culminación.

-Solutrense-con ausencia de la pintura; rarísimas perduraciones del anterior. -Magdaleniense-simple perfil linear; figuras con relleno de tinta uniforme; con

punteado, con rayados, difuminadas; asociación de la técnica del grabado; fi-guras policromas.

Este ciclo acaba de forma brusca; salvo algunos contornos lineares en tinta rojiza (dijimos ya sobre la aportación de Kühn defendiendo un peculiar arte en el Magdaleniense final).

El esquema de Breuil se basa fundamentalmente en el estudio de las superpo-siciones, las técnicas y los estilos; así como en los recubrimientos por niveles arqueoló-gicos. Es fruto innegable de una minuciosa observación y de un profundísimo conoci-miento del arte parietal paleolítico. De todas formas él reconoce, con ocasión de su contestación polémica a Jordá, que sólo pueden datarse en forma segura: las pinturas de Sergeac, La Ferrassie, Marsoulas y Niaux, y los grabados de Pair-non-Pair, Gargas, Gorge d'Enfer, Cap Blanc, Sers, Teyjat y Angles-sur-Anglin; mientras que «todas las demás cuevas han sido datadas por comparación con ellas o por su situación geográfica (95).

(93) De H. BREUIL, sobre todo: «L'Evolution de l'art pariétal des Cavernes de l'Age du

Renne», «Congr. Intern. d'Anthrop et d'Archéol. Préh.», Mónaco, 1906; «L'Age des' cavernes et

roches ornées de France et d'Espagne», «Revue Archéologique», XIX, París, 1912; con A. AL-CALDE DEL RIO y L. SIERRA, «Les Cavernes de la Región Cantabrique», Mónaco, 1912 (en págs. 203 a 213); más las tres obras ya citadas anteriormente, de 1934 (traducción al español en 1954), 1952 y 1962. J. CABRE en «El Arte Rupestre en España», Madrid, 1915, recoge casi literalmente el esquema de Breuil de 1912, ilustrándolo con ejemplos concretos de figuraciones parietales del Cantábrico.

(94) E. v. EICKSTEDT, «Menschen und Menschendartellungen...» (Citado por L. ZOTZ 1956,pág. 144.

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La perspectiva de conjunto sobre la evolución de la pintura paleolítica que él pro-pone es, en esquema, la siguiente (96):

Auriñaciense. 1.-a) manos negativas rodeadas de diversos colores. b) Trazos ama-rillos y a veces rojos meándricos con raras figuras de animales asociados. c) Discos y puntos en serie. d) Rarísimos ensayos de trazos lineales muy primitivos.

2.-a) Manos y pies claviformes de Santián, manos positivas y grandes claviformes y otros signos de Altamira. b) Grandes animales rojos bárbaros, contorneados de anchas bandas o en pintura uniforme roja. c) Manos rodeadas de violeta.

3.-Dibujos lineales amarillos, después rojos (muy raramente negros) con trazos desliados; tectiformes del mismo aspecto.

4.-Dibujos lineales rojos, de trazo baboso (a menudo puntos confluentes). Tectifor-mes rojos de anchos trazos.

5.-a) Tintas planas primero incompletas, después rojas completas. b) Idem negras. Tectiformes de líneas uniformes.

6.-Trazos lineales negros bien ejecutados del Auriñaciense superior.

Solutrense. «Actualmente no es posible fijar la época solutrense de ninguna pintura (Breuil habla en 1954 sobre su esquema de 1934); sin embargo, parece posible que las manos positivas rojas y los trazos lineales punteados de la gruta de Collias (Gard) muestren, en este medio donde el Solutrense primitivo se prolongó hasta el Magdaleniense IV, un estadio comparable a la serie 4 del Auriñaciense».

Magdaleniense. 1.-Trazos lineales negros muy sencillos de animales. Tectiformes negros de Altamira.

2.-a) Trazos negros babosos, muy anchos, bastante groseros (Magdaleniense IV). b) Tintas planas negras incompletas (ídem).

3.-a) Trazos desliados muy hábiles con rellenos de modelado rayado. b). Negro modelado como a difumino (Magd. V). c) Idem, con relleno pastillado (Magd. VI). Fi-guras de buen estilo, en tinta uniforme oscura.

4.-a) Figuras policromas imperfectamente rodeadas de negro (Magdaleniense VI). b) Figuras policromas muy perfectamente rodeadas (Magdaleniense VI).

5. Trazos naturalistas rojos muy sencillos y numerosos signos protoazilienses. 6.-Signos azilienses.

(95) BREUIL 1962, pág. 354. (96) BREUIL 1934, págs. 24 a 29; BREUIL 1952, págs. 38 a 40. Omito, en las líneas que si-

guen los nombres concretos de yacimientos que «data» Breuil en ese esquema. Son 21 en pintura y 34 en grabado-escultura.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

En cuanto al panorama de la evolución del grabado y de la escultura, piensa Breuil que se desarrolla «paralelamente a las series pictóricas» precedentes, dependiendo bas-tante estrechamente de la naturaleza de la roca del país, más que aquéllas. Así:

Auriñaciense. 1.-Dibujos digitales en barro; «macarrones», entre los que comien-zan a apuntarse figuras animales muy primitivas. «Las piernas se omiten a menudo o son muy rígidas; los cuernos al principio únicos y en estilo «de alambre», después se ven generalmente de frente».

2.-Grabados muy primitivos utilizando accidentes de la roca. 3.-Figuraciones incisas de vulvas, a veces de falos, en abrigos del Auriñaciense medio. 4.-Grabados a menudo incompletos, incisos, de animales. El trazo, al principio li-

gero, incide profundamente en rocas blandas alcanzando incluso el bajorrelieve. 5.-Bajorrelieves de mujeres y de hombres: Auriñaciense medio y Perigordiense Su-

perior.

Solutrense. «Solamente en una fase tardía aparecen, con indicios de influencias magdalenienses, bloques esculpidos y a veces grabados». «Estos magníficos bajorrelie-ves son artísticamente inseparables de los del Magdaleniense antiguo de las mismas re-giones». No los hay en cuevas oscuras.

Magdaleniense. 1.-Grabados rellenos de rayas paralelas. 2.-Bloques y abrigos es-culpidos en altorrelieve, del Magdaleniense III, semejantes a los del Solutrense final.

CRITICA

a) En el fondo, hoy por hoy, es el único esquema válido en sus líneas generales y de él hay que partir siempre cuando se intenta dar una visión del problema al parecer más atinada. Es fácil hallar en él puntos débiles; no, dar otra síntesis de conjunto mejor (97).

(97) Vid., como ejemplo: A. DEL CASTILLO, «Estética del Arte Paleolítico», Barcelona,«Ampurias», 1954, pág. 2; H. L. MOVIUS, «El arte mobiliar del Perigordiense superior de La

Colombiére (Ain) y su relación con el desarrollo contemporáneo en la región franco-cantábrica»,

«Ampurias», Barcelona, 1952, pág. 25; F. JORDA, «Notas de pintura rupestre solutrense»,

«Zephyrus», VIII, Salamanca, 1957, pág. 94; RIPOLL 1959, págs. 1-2; JORDA 1964, pág. 5; F. JORDA , «El arte rupestre paleolítico en la región cantábrica: nueva secuencia cronológico-

cultural», en «Prehistoric Art of Western Mediterranean and Sahara», Barcelona, 1964, pág.. 47; M. BOULE-H. VALLOIS, «Les Hommes Fossiles», París, 1952, págs. 275-276; A. y G. SIEVEKING

1962, Págs. 266 a 269,...

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

b) Se le acusa de dar una visión zonalmente parcial y que intenta mantener su vi-gencia en ámbitos más amplios o alejados. El mismo admite que sus atribuciones se han hecho tomando en buena parte su clasificación francesa y que, incluso en Francia, «sus atribuciones son en parte discutibles» (98).

c) Punto flojo, posiblemente inexacto, su negativa de arte solutrense: al principio tajante, admitiendo en los últimos esquemas la posibilidad de tal cronología para algu-nas, pocas, manifestaciones parietales. El, en general, supone al Solutrense como «una especie de enlace artístico» (99). Jordá y Leroi-Gourhan son quienes más decididamen-te han reivindicado este arte (100).

d) Su esquema es, acaso, demasiado simplista; presupone una elemental evolu-ción en las formas estilísticas, sencilla y cartesiana en su enunciado. «La evolución del arte del Paleolítico Superior no está sujeta a una regla fija y determinada. Pero como el esquema esencial se repite muchas veces, nos sentimos tentados a aceptarlo como dog-ma» (101).

Especialmente Ripoll ha criticado en forma detallada casos concretos del esquema de Breuil, insistiendo en la idea de Pericot, de intentar sacar más positivas conclusiones del fabuloso conjunto de arte mueble del Parpalló (Breuil en 1962 no considera viable ni prudente tal asociación comparativa) (102).

e) Acude, en ocasiones, para la resolución de sus dudas a un criterio puramente estético, de observación de un aspecto de arcaísmo o perfección. «En su trabajo gigan-tesco de todo el arte parietal, el abate Breuil a veces ha decidido que la figura más anti-gua era aquella cuyo estilo parecía más arcaico, es decir se fundaba en último extremo en el análisis estilístico. Es lamentable que no haya consagrado una obra al inventario crítico y sistemático de los criterios estilísticos que constituyen el fundamento de su cronología. Salvo para los caracteres generales del tratamiento de las figuras que han sido expuestos en los «Quatre cents siécles d'art pariétal» y que dan para el grabado y la pintura una síntesis de la evolución del tratamiento, los criterios de estilo no son citados más que, por ejemplos, al margen de su obra que se extiende por medio siglo» (103).

(98) BREUIL 1962, pág. 354. (99) JORDA 1964, pág. 6. (100) Para la Península Ibérica, sobre todo Jordá (Vid. especialmente JORDA 1957) Ripoll

(RIPOLL 1959) y Pericot. (101) H. L. MOVIUS 1952, pág. 25. (102) RIPOLL 1959 y PERICOT 1956. Además LAMING-EMPERAIRE 1962, págs. 54-55, seña-

lando casos que no encajan en la sistemática de Breuil. (103) LEROI-GOURHAN 1965, pág. 78.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

Nos llevaría muy lejos de éstas que pretenden ser unas notas de tipología general ladetenida consideración de los diversos esquemas de arte rupestre incluidos en meritorias visiones de conjunto del Paleolítico. Pues la mayor parte de ellas, partiendo del sistema de Breuil, simplemente lo corrigen a partir de las apreciaciones de otros sistematizadores, sin aportar, realmente, nada de original. Sólo señalo ahora, de pasada, por su interés, claridady puesta al día, el panorama de conjunto que presenta M. Almagro (104).

2. Sistema de Jordá

Este, como los demás investigadores, parte de la sistemática breuiliana, señalando sus defectos y corrigiéndola en parte, o completándola (105).

El esquema que Jordá propone, ceñido al arte rupestre Cantábrico y al parecer muy aceptable, ha sido expuesto en diversos artículos recientes (106). Planeando una siste-matica racional, agrupa «los distintos fenómenos artístico, dentro de tres grandes ciclos, que a su vez se dividen en distintas fases» (nueve). Su justificación se halla en la básica consideración de que dichos tres ciclos artísticos «responden a tres momentos distintos de la vida del hombre del Paleolítico superior, no solamente en la región cantábrica, sino también en la Europa Occidental». La subdivisión de cada uno de los ciclos en tres fases es más bien por cuestión de método y no siempre será posible llegar a tan precisa con-creción. En esta forma:

1) Ciclo Auriñaco-Gravetiense ……………... Auriñaciense. Gravetiense. Solutrense medio.

2) Ciclo Solútreo-Magdal. Inferior………... Solutrense superior. Magdaleniense inferior Magdaleniense medio

3) Ciclo Magdaleniense-Aziliense.. ………... Magdaleniense superior. Magdaleniense final. Aziliense.

En páginas anteriores exponíamos algunas técnicas que Jordá había podido precisar en una exacta cronología. Ampliamos ahora la visión de su esquema con la concreción de algunas características de ciertas de las fases anteriores (107).

(104) ALMAGRO 1960, Págs. 228 a 276. (105) CASTILLO 1964, Pág. 2. (106) En las obras ya citadas de 1957, 1964 y 1965, más en: «Notas sobre técnicas y cro-

nología del arte rupestre paleolítico», «Speleon», Oviedo, 1956. Lo más completo en sus publica-ciones de Barcelona 1964, Salamanca 1964 y Madrid 1965.

(107) JORDA 1964; JORDA 1965, y F. JORDA , «Las pinturas rupestres de Les Pedroses (As-

turias)», Oviedo, 1960.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

Auriñaciense. Meandros sobre arcilla. Manos negativas en rojo; discos rojos. Tra-zos lineales en rojo, ocre y negro. Grabados profundos de contornos simples.

Gravetiense. Figuras en rojo, de trazo más o menos regular. Trazos lineales en ro-jo y negro. Grabados finos, contornos simples. Antropomorfos grabados y pintados en negro.

Solutrense. Figuras de trazo rojo y negro (perduración auriñacogravetiense). Trazo rojo punteado (tampón). Trazo rojo ancho; trazo siena ancho. Grabados estriados; gra-bados de trazo múltiple. Figuras grabadas a trazo múltiple y modeladas en negro. Figu-ras en tinta plana modelada, con grabado de trazo múltiple o no. Tectiformes cuadran-gulares.

Magdaleniense inferior. Figuras en negro de trazo discontinuo y modelante. Fi-guras grabadas, con estriado degenerado. Pinturas bícromas o polícromas de varios es-tilos. Grabados arcaizantes, de trazo profundo, a buril o sobre la arcilla. Manos negativas en violeta. Tectiformes multilíneares.

Magdaleniense superior-Aziliense. Figuras de trazo rojo lineal. Pinturas en rojo, de tipo esquemático o abstracto.

Su base está en una reconsideración de las técnicas, datadas por su aparición so-bre placas o huesos contenidos en un medio estratigráfico fechable; y en una revaloriza-ción del arte solutrense.

Otro punto de interés es el de la concentración del momento más interesante y variado de producción artística en el complejo Solutrense-superior-Magdaleniense-inferior: según la abundancia de los establecimientos de este momento en la costa Can-tábrica.

Sin rechazar completamente el esquema de Breuil «bosqueja un desarrollo más o menos retardado en su comienzo y precipitado o acortado hacia el final,... a causa del menor desarrollo y del retraso (al menos hasta el Solutrense) de los yacimientos auriña-cogravetienses, de la amplitud del desarrollo solutrense en el Cantábrico y de la facies local de la primera mitad del Magdaleniense con relaciones morfológicas con nuestro Magdaleniense III francés, de duración aparentemente más larga que en Francia y que parece ocupar fases que en Francia clasificamos como Magdaleniense I, II y III» (108).

3. Sistema de A. Leroi-Gourhan

La obra fundamental en que expone sus esquemas y, a su luz, extrae

(108) BREUIL 1962, pág. 358.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

las conclusiones de determinación de la mayoría de las figuraciones parietales «franco-cantábricas» es la de 1965 (109).

En el fondo, dejando de lado la originalidad de sus interpretaciones de significación (en las que no podemos ahora entrar) su esquema tipológico evolutivo no se aparta dema-siado de la sustancia del de Breuil y, en ocasiones, aunque le achaca de demasiado gene-ralizador, pensamos que también él, a su vez, cae en el mismo defecto.

Establece cuatro períodos en el arte parietal:

Período I - Incluyendo todos los estadios artísticos anteriores al estilo II; esto es lo auriñaciense y lo perigordiense antiguo. Período II - En el Perigordiense superior, y comienzos del Solutrense. Período III - En el Solutrense superior y final y Magdaleniense I y II franceses. Período IV - antiguo: Magdaleniense III y IV. - reciente: Magdaleniense V y VI. - final: Magdaleniense VII (o VI evolucionado, VIb) y Mesolítico.

«La posición que adoptamos, aunque muy poco habitual, limita el gran período de los santuarios decorados al tiempo que transcurre entre el Solutrense y el Magdaleniense re-ciente, en torno al punto medio señalado por el Magdaleniense III. Se verá que existen con-juntos que remontan al Gravetiense y que el dominio franco-cantábrico es a pesar de todo bastante vasto para que tradiciones locales hayan podido preceder o sobrevivir, pero el con-junto es de una tal coherencia que muy amplias fluctuaciones son difíciles de imaginar» (110).

4. Sistema de A. Laming-Emperaire

Se basa para elaborarlo especialmente en el estudio de la estratigrafía, de las super-posiciones, de los estilos y de la temática. Aun cuando su trabajo no trate primor-dialmente de la cuestión de tipología evolutiva, la toca y presenta su sistema (111).

Lo más notable del mismo (coincidiendo con Jordá, Leroi-Gourhan,...) es el esta-blecimiento, frente a Breuil, de una conexión entre los dos grandes ciclos independientes de éste. Entre el más antiguo y el reciente, Laming-Emperaire, sitúa una etapa «media» en la que quedan incorporadas las más

(109) «Préhistoire de l'Art Occidental», una interesante reseña bibliográfica por A. BELTRAN en «Caesaraugusta», 25-26, Zaragoza, 1965.

(110) LEROI-GOURHAN 1965, pág. 77. (111) «La Signification de l'Art rupestre paléolithique...», 1962.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLÍTICO

recientes manifestaciones del ciclo auriñacogravetiense de Breuil y las más antiguas del magdaleniense de ese autor. Así, esquemáticamente:

I. Etapa Arcaica. -En el Auriñaciense y Perigordiense. Correspondiendo con los primeros estadios del ciclo antiguo de Breuil.

II. Etapa media.

III. Etapa de apogeo. -Completamente magdaleniense, siendo- su punto culmi-nante las pinturas policromadas (las hace, como Jordá, más antiguas que lo que Breuil suponía). «Esta etapa se caracteriza sobre todo por la perspecti-va real de las patas, de las pezuñas y de las cornamentas»... «las obras que a ella pertenecen no se hallan recubiertas por ningunas otras, el sistema de perspectiva les es característico, y con él pueden relacionarse muchas dataciones estratigráficas. Se agrupan tanto pinturas como grabados». (Lo más antiguo de esta etapa serían las figuras negras de Niaux; y, luego, las pinturas de Font de Gaume, parte de Trois Fréres, Altamira).

5. Sistema de Graziosi-Ornella

El motivo de asociar a ambos autores se debe a la singular coincidencia en los dos en cuanto a los criterios seguidos y conclusiones obtenidas. Lo que más llama la atención en su sistema es la extraordinaria minuciosidad en las apreciaciones estra-tigráficas y la meticulosidad por no incluir en un cuadro cronológico lo que no esté suficientemente datado por esos «documenti guida» (112).

El método de Graziosi estudia por separado los grabados, los bajorrelieves y las pinturas (Vid. su esquema en páginas anteriores de este mismo trabajo). Sólo data las seguramente fechables, dando de las demás una sencilla apreciación de semejanza con algunas otras de cronología ya conocida. Su sistemática postura se resume en estas ex-presiones de Ornella: «es necesario que muchos elementos concurran a indicar una sucesión estilístico-evolutiva del arte rupestre: superposiciones de las figuras, diver-sidad estilística de las figuras superpuestas, repeticiones en otros lugares de los mismos fenómenos, correlaciones con conjuntos estratigráficamente precisados» (113).

6. Sistema de Kühn

Es, como decíamos, eminentemente estilista: parte de una consideración estética elemental y se guía, sobre todo, por las leyes de evolución artística de los conjuntos

(112) GRAZIOSI 1956, sobre todo págs. 133 a 138. (113) ORNELLA 1960, pág. 61.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

parietales. De lo que no se puede hacer demasiado mérito en unas consideraciones arqueológicas. Ahora bien, la fundamental aportación de H. Kühn reside en su determinación de un estilo del Magdaleniense final a base del estudio de las obras de arte mueble. Ha partido de la consideración de los materiales de Gourdan, Schweizerbild (excavs. de Nuech y Háusler de 1891-94), Lespugue (R. Saint-Périer, 1911-1939), Isturitz (Passemard, con grabados que éste denomina de «fil de fer») y Abri de Villepin (nivel Magdaleniense VIb de D. Peyrony). Su característica sería el retorno al arte linear, re-presentándose el ojo (que suele faltar en lo auriñacogravetiense o sólo se indica por un simple punto), y con un «aspecto lanzado, vivo y animado» (114).

L. Zotz, en 1956, insistió en los puntos de vista de H. Kühn sobre el arte del Mag-daleniense final y sobre la posibilidad de establecer diversos grupos o escuelas regio-nales.

Aplicación al arte rupestre vasco

En forma de puro esquema presento unas notas sobre figuraciones, estilos y po-sible cronología de los yacimientos del País Vasco en que se han señalado representaciones parietales de aspecto «franco-cantábrico» (115). La limitación zonal no se debe a unintento de mantener la personalidad de un grupo o «escuela» regional en este ámbito geográfico sino sólo a la necesidad que impone el espacio a que se ajustan las ponencias de esta Reunión del Instituto de Investigaciones Arqueológicas «Aranzadi». Así, incluso se pudiera sostener que Isturitz (y acaso, con él, el resto de las cuevas de la vertiente septentrional del Pirineo vasco) por sus manifestaciones parietales y por los conjuntos instrumentales y secuencia cultural de su relleno estratigráfico, parece encajar mejor enel mundo clásico pirenaico francés (Altos Pirineos, Alto Garona), mientras que los yacimientos de Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya se muestran más en relación con los de Santander y Asturias, aun con algunas peculiaridades.

Insisto ahora en la importancia del estudio a fondo de las superposiciones

(114) KUHN 1956, Págs. 292-294. (115) Como un resumen más amplio sobre las manifestaciones parietales de Alkerdí, Al-

txerri, Atxuri, Goikolau, Polvorín, Santimamiñe y Venta Laperra, así como sobre el arte mueble, véase I. BARANDIARAN, «Arte Paleolítico en las Provincias Vascongadas», comunicación al IV Symposium de Prehistoria Peninsular, Pamplona, 1965; con sola referencia a las manifestaciones rupestres de esos lugares, «Notas sobre el arte rupestre paleolítico de las Provincias Vasconga-

das», en «Préhistoire, Speleologie Ariégeoise», tomo de 1966.

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SOBRE LA TIPOLOGÍA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLÍTICO

de cada cueva, creyendo, en este sentido, de peculiar interés el conocimiento de las que se producen en Altxerri:

a) Alkerdi (Alquerdi, Urdax-Navarra).-Grabados parietales finos: representacio-nes incompletas de tres cuartos traseros de bisonte y la parte delantera de un ciervo (con cuernos en perspectiva correcta), acaso un quinto animal (116). Breuil: Magdaleniense. M. Almagro 1954: del Magdaleniense Antiguo. Jordá 1964, del Magdaleniense, posiblemente Inferior.

b) Altxerri (Aya-Guipúzoa).-Agrupadas en ocho conjuntos. Más de cien zoomor-fos, más dos antropomorfos. Casi 50 bóvidos (32 bisontes claros, 3 dudosos; 2 toros), 14 équidos (8 caballos seguros), 12 cérvidos (1 reno espléndido), 11 cápridos (1 cabeza de sarrio), 1 zorro, 2 carnívoros (?) y 4 ó 5 peces. Muy variadas técnicas y superposiciones. Los grabados son el doble que las pinturas. Grabado: alisado o raspado previo de zonas superficiales de la roca; rayados estriados o en haces que modela partes de las figuras; grabado ancho y profundo insistido (reno); otro con estrías paralelas; pectiniforme,... A veces, asociado a pintura. Pintura negra casi toda: trazo linear, y comienzos de modelado (117). Perspectiva, en general, correcto de cuernos y patas: patas y pezuñas del reno. Conjunto solútreo-magdaleniense de Jordá, en general. Posibilidad de mayores precisiones por detenido estudio de las superposiciones.

c) Atxuri (Mañaria-Vizcaya).-Noticia de F. F. G. de Diego: trazos rojos como de vientre y patas de un animal (118).

d) Etcheberri'ko Karbia (Camou-Cihigue-Soule).-A un lado y otro de las paredes de un estrecho corredor en el interior de la cueva. Son 13 caballos, 2 bisontes y 2 cápridos (más algunos tectiformes y manchones en rojo). Unos pintados (en rojo o negro: ocre o manganeso), otros delineados sobre la blanda arcilla

(116) N. CASTERET, «Une nouvelle grotte á gravures dans les Pyrénées. La Grotte d'Al-

querdi», «XV Congr. Intern. d'Anthrop. et d'Archéol. Préh.», París, 1933. (117) J. M. DE BARANDIARAN, «La Cueva de Altxerri y sus figuras rupestres», «Munibe»,

San Sebastián, 1964. En el IV Symposium de Prehistoria Peninsular, Pamplona, 1965 (sus comuni-caciones hoy en vías de publicación) presentó A. BELTRAN, «Bases para una cronología de la

Cueva de Altxerri», con interesantes precisiones. (118) No se ha publicado ninguna alusión a dicha dudosa figuración: la noticia aquí incluida

proviene de comunicación personal del citado señor.

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEL ARTE RUPESTRE PALEOLÍTICO

de las paredes. En general, simple contorno de perfil; algún caballo con línea de despiece sobre el flanco (119). Laplace-Jauretche («Quatre cents siécles...») asocia las pinturas al ciclo auri-nacogravetiense de Breuil y los grabados o dibujos sobre arcilla al Magdale-niense antiguo. Leroi-Gourhan: todos al Magdaleniense medio. (III o IV).

e) Goikolau (Berriatúa-Vizcaya).-En 1962, J. M. de Barandiarán descubrió 5 grupos de grabados parietales. No publicadas más que breve noticia y repre-sentación esquematizada. No podemos juzgar. Ni sabemos si algunos de ellos serán de más reciente cronología (120).

f) Haristoi (Saint-Martin-d'Arbéroue-Benabarre).-Algunas puntuaciones rojas y diez figuras (excepto una, grabada) en trazo linear negro: 4 caballos, 1 bi-sonte, 1 cabeza de ave, 1 cierva grabada, restos de un lomo, signo ovalado, y grupo de signos bifurcados («battônnets» de Leroi-Gourhan). Perfilan sólo la figura; línea de despiece en los caballos. Leroi-Gourhan: Estilo IV antiguo, es decir Magdal. III o IV (121).

g) Isturitz (Isturitz-Saint-Martin-d'Arbéroue-Benabarre).-Conjunto de bajorrelie-ves, a donde llega la luz del día: 2 renos, 2 caballos, 2 ciervos y 1 oso: figuras estropeadas y algo borrosas. Interés por hallarse recubiertas por niveles arqueológicos de la habitación del Magdaleniense IV, por lo que han de serles anteriores. Breuil las clasifica en relación con los importantes conjuntos de bajorrelieves del Solutrense sup. y Magdal antiguo, como en Cap Blanc, Roc de Sers, Angles-sur-Anglin,… (122). Leroi-Gourhan, dudando de los datos de sus descubridores, las sitúa entre el Magdaleniense medio y fases más recientes.

h) Polvorín (Carranza-Vizcaya).-En 1958 se descubrió un grabado de cáprido,

(119) J. LAPLACE-JAURETCHE, «Etcheberri'ko-karbia», en «Ikuska», Pág. 82, Sare, 1949; él mismo incluye la descripción y estudio de estos materiales en la obra de H. BREUIL, «Quatre

cents siécles...», págs. 259 a 261. (120) Sólo una breve noticia en J. M. DE BARANDIARAN, «Excavaciones en Goikolau (Cam-

paña de 1962)», «Notic. Arqueol. Hispán.», VI, Madrid, 1964. (121) No se ha publicado nada definitivo sobre este yacimiento. Alude a él A. LEROI-GOURHAN,

«Préhistoire de l'Art Occidental», pág. 322; A. y G. SIEVEKING, «The caves of France and

Northern Spain», pág. 169. (122) Entre las diversas publicaciones que se han ocupado de este conjunto, sólo destaco las

dos más importantes de su descubridor: E. PASSEMARD, «Les sculptures pariétales de la caverna

d'Isturitz», en el «Bull. de la S. P. F.», París, 1918; y «La Caverne d'Isturitz en Pays Basque», en«Préhistoire», Sept. de 1944 (sus láminas LX a LXIV se dedican a estas obras de arte).

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SOBRE LA TIPOLOGIA DEI. ARTE RUPESTRE PALEOLITICO

posiblemente, aún no definitivamente estudiado. Por calco de E. Nolte, es grabado en trazo discontinuo, profundo y ancho, con perspectiva de los cuernos torcida (?). ¿Auriñacogravetiense? No conociéndolo personalmente, se puede incluso pensar en su falsificación (123).

i) Santimamiñe (Cortezubi-Vizcaya).-Casi medio centenar de figuras: 26 bison-tes, 1 toro o bóvido grabado, 2 ó 3 cápridos, 1 cabeza de ciervo, 6 équidos, 1 jabalí (?), y 1 oso pardo (el único ejemplar pintado del Magdaleniense «franco-cantábrico»); 1 rectángulo y alguna puntuación en negro. Hay diferencia de estilos y aspecto: posiblemente no haya mucho margen cronológico y sí di-ferencia de habilidad o mano. Figuras lineares, otras modeladas; lineares con línea de despiece (caballo del fondo); perspectiva correcta «magdaleniense». Quizá el grupito del oso, caballo, ciervo,... fuera más antiguo pero no mucho. Tipico santuario de Leroi-Gourhan: bisonte-caballo (124). (Breuil: Magdaleniense antiguo; Jordá: Solútreo-magdaleniense; Leroi Gourhan: estilo IV antiguo).

j) Sasiloaga (Juhare-Soule). -Hay dos bisontes: uno grabado sobre arcilla, el o-tro en ocre. Mal conservados: sólo se observa un cuerno y una sola pata por par. Laplace-Jauretche los cree contemporáneos de los de Etcheberri (125).

k) Venta Laperra (Carranza-Vizcaya).-Hay 5 figuraciones grabadas: 1 oso (Arc-tos?) completo, partes de 3 bisontes y grupo de trazos rectilíneos de difícil in-terpretación. Clásicamente caracterizado en el Auriñacogravetiense de Breuil: dibujo linear, sólo perfil; trazo profundo y un tanto anguloso en su desarrollo; una sola pata por par. Relacionables con bisontes de Gargas, y caballos de Hornos de la Peña (126).

Jordá en 1964 los llega a suponer del Magdaleniense antiguo «como parece indicar el gran bóvido con el par de patas traseras abiertas en actitud de andar».

(123) Sólo con muchas reservas cito este posible grabado. Lo recoge E. NOLTE, en «Las

cuevas prehistóricas de Venta Laperra, Carranza (Vizcaya)», en «Pyrenaica», 3, Tolosa, 1962. (124) La publicación completa, por T. DE ARANZADI, J. M. DE BARANDIARAN y E. DE EGU-

REN, «Exploraciones de la Caverna de Santimamiñe (Basondo: Cortezubi)», Bilbao, 1925.

(125) G. LAPLACE-JAURETCHE, «Nouvelles Peintures Préhistoriques en Haute-Soule: Cha-

chiloaga», «Ikuska», Sare, 1950; también hizo su estudio en los «Quatre Cents siécles...» de H. BREUIL, pág. 261.

(126) H. ALCALDE DEL RIO - H. BREUIL - L. SIERRA, «Les Cavernes de la Region Cantabri-

que (Espagne)», Mónaco, 1912, Págs. 2 a 8.

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COMENTARIOS

SOBRE TIPOLOGIA PREHISTORICA

por José M.ª Merino.

Instituto de Investigaciones Arqueológicas

Aranzadi,

El País Vasco posee un rico material arqueológico. Y lo que es más importante, sus conjuntos están conservados en su totalidad y provienen de excavaciones irreprochables en su metódica, gracias a la minuciosidad y rigor científicos de J. M. Barandiarán. Sin embargo, son casi desconocidos en el mundo científico español, como lamenta I. Barandiarán. Una de las posibles causas de este olvido, quizá sea el haberse publicado en comunicaciones cortas, fragmentarias, y en revistas de poca difusión. Ello nos obliga a una revisión y nueva publicación de nuestros materiales, que permita divulgarlos, a la vez que aprovechamos la ocasión para estudiarlos a la luz de los nuevos métodos arqueológicos. Para ello es de notoria necesidad, que consigamos un previo acuerdo y unifiquemos nuestros métodos de trabajo comenzando por la adopción de un sistema de tipología único y extendido a todos ellos. Este es el motivo que me mueve a publicar estos breves comentarios sobre la materia, con la esperanza de que sirvan para alcanzar esta unidad de metódica que se deja sentir en el panorama de la prehistoria actual.

Comenzaremos por unas breves ideas generales. BORDES define la tipología como «la ciencia que permite reconocer, definir y

clasificar las diferentes variedades de útiles que se encuentran en los yacimientos pre-históricos».

El concepto de «útil», exige que el objeto haya sido fabricado para ejercitar una función. No podemos calificar como útil a un objeto aprovechado casualmente para servir como tal, si no ha sido expresamente elaborado en función de su utilidad. El único criterio valedero, según convención, para calificar como útil a un objeto lítico, es la presencia de retoques que modifiquen su forma primitiva adaptándola a una determinada función. Por ello, en toda lista tipológica desecharemos las láminas y lascas no retocadas, por bellas y bien formadas que sean, a pesar de ser evidente que tuvieron que ser utilizadas por el hombre, como se demuestra a veces por el pulido de su filo y las quebraduras o falsos retoques por uso que aparecen en sus bordes. A este respecto, recuerdo haber leído una sabrosa anécdota. Cierto etnógrafo

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COMENTARIOS SOBRE TIPOLOGIA PREHISTORICA

americano se hallaba estudiando los materiales de sílex utilizados por un conjunto de pueblos Australianos y se esmeraba en recoger cuantas piezas retocadas hallaba, re-chazando las láminas brutas por hermosas que fuesen, lo que motivó que un nativo le interpelase comentando su extrañeza ante el hecho de que conservase las piezas reto-cadas que consideraba fuera de uso y desgastadas cuando las mejores y más valiosas eran las sencillas láminas recién exfoliadas, de corte virgen aún.

Quizá este criterio de definición del «útil», deba alterarse en un futuro próximo, pues el reconocimiento microscópico de lascas y láminas, previa coloración o meta-lización según la técnica de SEMENOV, aporta datos suficientes para que las señales de uso desplacen a los retoques y se conviertan en los más evidentes indicios de fabri-cación y utilización por el hombre.

Una vez fijados los criterios de reconocimiento de los útiles verdaderos es eviden-te que debemos definirlos, clasificarlos y estudiarlos para caracterizar los distintos grupos industriales humanos. Esta es la tarea que compite a la tipología. Para mejor conocerla, veamos en esquema la evolución histórica de esta nueva ciencia, aún en pleno desarrollo y sistematización, y por lo tanto materia de discusión, en primer lugar por la diferente metódica aplicada por los prehistoriadores, y en segundo lugar porque todos ellos han creado sus sistemas tipológicos en función del conjunto de materiales que han manejado, lo que matiza de un halo más o menos regional a cada intento. Así, BORDES, SONNEVILLE y PERROT han elaborado una tipología francesa, nacida sobre el utillaje del Périgord. La de ESCALON DE FONTON, aparece ligada a la Francia Mediterránea, la de WOUTERS y BOHMERS a los Países Bajos, la de TIXIER a las culturas Norteafricanas y la de LAPLACE al Paleolítico Superior y Mesolítico franceses e italianos así como teniendo en cuenta materiales Norteafricanos y Centroeuropeos.

Nosotros deberemos elegir nuestra tipología, estudiando los criterios que estos especialistas han expuesto, y considerando el sistema más idóneo para el estudio de nuestros materiales y la solución de nuestros problemas, que exigen una metódica adap-table a unas culturas necesariamente diferenciadas de las Francesas y Centroeuropeas por su localización periférica con relación a los grandes focos culturales, pero con una personalidad muy vigorosa al menos en ciertos aspectos evolutivos industriales como es el paso del Paleolítico Superior a lo que se ha dado en llamar Mesolítico. Ello obliga a definir muy bien lo que podríamos titular «Material ligero de la Prehistoria», es decir ese abigarrado conjunto de puntas con dorso más o menos curvo y a veces con muesca, laminillas con dorso rebajado, protogeométricos, truncaduras, pequeños útiles pedicula-dos, etc.., que caracterizan a nuestro Magdaleniense Superior y a las culturas Post-Magdalenienses.

Resumiremos la evolución conceptual de la tipología para mejor conocer sus di-versas tendencias.

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COMENTARIOS SOBRE TIPOLOGIA PREHISTORICA

Criterios de la talla intencional del sílex

Se logra primeramente, distinguir los productos de la industria humana de los falsos útiles debidos a fenómenos naturales (fuego, crioturbación, solí fluxión, eolización, arrastres) o producidos por el pisado del hombre, y los animales o el aplastamiento por vehículos o arados. Aún hoy en día, la presencia de los denticulados plantea serios problemas, hasta el punto de que técnicos como BORDES, JUDE y ARAMBOUROU no llegan a un criterio perfecto de distinción entre los verdaderos y los procedentes de crioturbación. Estos últimos dicen textualmente: «...siendo los verdaderos denticulados, para nosotros como para F. BORDES, muy difíciles de distinguir de los falsos...». También PRADEL se pregunta cómo determinar los criterios de intencionalidad en los denticulados. Existen, dice, «útiles determinados (puntas, raederas, etc.) que muestran denticulaciones irregulares, de una o las dos caras, cortas, sin orden, que son generalmente accidentales. Otras son regulares, bien repartidas, más profundas, y prominentes y parecen voluntarias. La cuestión es particularmente delicada»... He recogido estas citas, para mostrar cómo a pesar del avance de la tipología quedan aún muchas lagunas que cubrir en sus primeros y más necesarios criterios.

Métodos descriptivos

Posteriormente se comienzan a descubrir las diversas técnicas que fueron utiliza-das en el trabajo del sílex y se logra la reproducción de cualquier tipo de utillaje prehis-tórico.

Se distinguen así los desechos de fabricación, muchos de ellos confundidos an-teriormente como útiles, y empieza a surgir la verdadera tipología. No obstante, aún hoy se ven confusiones de interpretación al manejar recortes de buril, láminas con cresta procedentes de la preparación de núcleos y llamadas «retocadores» por algunos autores, lascas de avivado de raspadores y núcleos, y el confusionismo aumenta entre los útiles nucleares: pequeños núcleos preparados para raspadores, núcleos percutores y retoca-dores, buriles y raspadores nucleiformes, etc..

En un principio los tipos nacen con profusión y desordenadamente. No se llega a separar el útil terminado, de sus fases de fabricación. Las denominaciones son anár-quicas: unas derivan de su morfología, otras de su presunta utilización, otras son mixtas. Cada autor las maneja a su antojo, sin precisar netamente las fronteras de cada tipo, y con ello, éstos se hacen subjetivos y se repiten las discusiones. Puede verse a este respecto y como ejemplo, el interesante coloquio creado por LENEZ, a primeros de siglo, a propósito de los llamados «rabots» y su distinción con los raspadores carenados, nucleares y los simples núcleos, y las discusiones actuales, acerca de la diferenciación

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entre puntas musterienses y raederas convergentes (PRADEL, BORDES, PEYRONY, GRUET,C H EYNIER); las divergencias en la definición de los buriles (BOURLON, SONNEVILLE,CHEYNIER, PRADEL, SEMENOV). De resultas de todo ello nace el confu-sionismo tipológico que aún impera. Más tarde se empiezan a describir formas de transición entre los distintos tipos de útiles, y así por ejemplo, PRADEL describe el pa-rentesco entre los buriles «busques» y poliédricos y los raspadores carenados, «rabots» y nucleiformes. Comienzan a aparecer las sistemáticas en el estudio de categorías determinadas de útiles: las de BOURLON, BURKITT, NOONE, CHEYNIER y PRADEL sobre los buriles, las de BOURLON, BARDON, los BOUYSSONIE sobre los raspadores, las de CHEYNIER, BORDES,KELLY, etc. sobre laminillas con dorso, perforadores, laminillas con muesca, etc. Todas ellas abarcan grupos de utillaje pero no enfocan la totalidad del mismo.

Examen de Conjuntos Industriales

El estudio de las series de instrumentos, en relación con los datos ofrecidos por la estratigrafía, la paleontología, etc., señala la existencia de asociaciones constantes de útiles, y de aquí nace el concepto de «CONJUNTOS INDUSTRIALES» estables, que se definen, aprovechando un concepto geológico, por la presencia de formas caracterís-ticas o FOSILES DIRECTORES, apellidados con el nombre del yacimiento, localidad o región en que se observaron por vez primera.

Más tarde se consigue definir la cronología relativa de estos conjuntos indus-triales, gracias a la comparación de la estructura de los niveles de distintos yacimientos, y con ello se fija la secuencia diacrónica de las culturas, su distinción y caracterización. Por ello nace un especial interés en buscar nuevos fósiles directores, valorarlos y rela-cionarlos. En un principio esta valoración es excesiva, haciendo de ellos verdaderas claves diagnósticas, pero el estudio de los yacimientos completos y no de series selec-cionadas y conjuntos cribados, hace declinar el concepto de fósil director que casi no conserva valor en la actualidad a no ser a título excepcional.

Exámenes de repartición geográfica

Al agudizarse la crítica de los llamados «fósiles directores» por la comprobación de la existencia de formas precursoras y de resurgencia, así como de formas retardadas de los mismos, que disminuyen su eficacia diagnóstica, comienzan a estudiarse bajo el influjo de NOUGIER las áreas de repartición geográfica de los distintos útiles y de los conjuntos culturales característicos. No obstante, las conclusiones halladas no parecen ser firmes, porque la evolución de las culturas no es siempre sincrónica ni su perdura-ción la misma, conociéndose enclaves de resistencias culturales que resisten muchos siglos en zonas periféricas, montañosas o aisladas de las grandes corrientes de

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emigración y contactos humanos. La investigación abandona entonces estos caminos esencialmente cualitativos y aparecen los métodos de estudio cuantitativo.

Métodos estadísticos

CHEYNIER, BARDON, BOUYSSONNIE, CAPITAN, PEYRONY, PRADEL y otros comien-zan a expresarse en porcentajes y aparecen las primeras representaciones gráficas con el abate ROCHE, KIDDER, MAC BURNEY y BARNES. Al principio la estadística es solamente de tipos, luego se extiende a las distintas técnicas de talla y por fin BOHMERS propone el estudio estadístico de las medidas del utillaje. Gracias a BOURGON y BORDES se introduce definitiva y sistemáticamente el estudio estadístico en tipología, con lo que aparece una nueva visión de los conjuntos industriales, primero del Paleolítico inferior y medio, y posteriormente se aplica al Superior por SONNEVILLE BORDES, y se extiende al Mesolítico por LAPLACE, ESCALON DE FONTON, etc. Pero esta sistemática se basa en los tipos antiguamente descritos por lo que adolece de los defectos de los antiguos métodos, salvo la de BORDES para el Paleolítico Inferior y Medio, y la de LAPLACE enfocada en principio al Mesolítico, que se inspiran en una morfología estricta, aunque perdure enellas la nomenclatura clásica, cosa que por otra parte nada resta en mérito ni utilidad a sus obras.

Un intento para superar esta situación se realiza posteriormente por LAPLACE, que propone una nueva tipología ampliada al Paleolítico Superior y basada en un criterio analítico racional. Para ello intenta una codificación fundada en el método dialéctico. Comienza por rechazar toda denominación que derive de la supuesta función de los útiles, de criterios estratigráficos, de conjuntos culturales, de toponimia, o de dimensio-nes relativas del utillaje, y conserva únicamente las que se apoyan en la pura morfología del útil y en su técnica de fabricación. Exige estudiar los yacimientos en su totalidad y no operar sobre conjuntos seleccionados, cosa que aún ahora no todos practican. Su método se basa en «efectuar recuentos exhaustivos de piezas de diversas industrias y anotar con cuidado los objetos típicos reconocidos, dibujarlos e intentar para ellos definiciones provisionales. El examen apriorístico de todo el conjunto industrial, que revela formas originales o derivadas de otras ya conocidas, enriquece el fichero tipoló-gico y pone a prueba la nomenclatura. Así, las formas se agrupan naturalmente por sus caracteres comunes y surge la noción de tipo primario que después se resuelve en tipos secundarios. Cada tipo primario se define por una serie de caracteres técnicos y mor-fológicos excluyendo cualquiera otros». Rechaza el tamaño relativo de las piezas a ni-vel del tipo primario, aunque lo conserva para caracterizar a sus variables secundarias.

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Por ello conserva índices de tipometría (por ejemplo de microlitismo), aunque con las re-servas que toda estimación subjetiva merece.

Ordena los tipos primarios en grupos tipológicos según sus caracteres morfotécni-cos, que han variado según crecía su experiencia, lo que ha levantado críticas por la repe-tición de sus listas. En realidad esta sucesión de listas tipológicas en perfección evolutiva no parece deberse a inestabilidad de criterios sino a un empeño en mejorar el sistema a-daptándolo al avance de su investigación, lo que constituye un mérito y no un defecto.

Actualmente conserva quince grupos tipológicos que encierran ochenta y cinco tipos primarios y estudia su ajuste para una mejor adaptación a la investigación de las industrias del Paleolítico Medio, con lo cual será el sistema de más extensa aplicación que actualmente se conoce.

Una vez realizado este bosquejo del desarrollo de la tipología nos detendremos en el estudio de algunos de los métodos susceptibles de aplicación en nuestros materiales prehistóricos.

Tipología de Bordes

Preconizada por BORDES y BOURGON y aplicada en principio a las industrias Mus-terienses y Premusterienses, y más tarde ampliada por BORDES al Paleolítico Inferior, consiste en «levantar un inventario total, sistemático, de los objetos de una serie que presenta las necesarias garantías, y después representar por un procedimiento gráfico, las relaciones numéricas recíprocas de estos objetos, expresadas en porcentajes». Para ello utiliza diagramas cumulativos, como los utilizados en granulometría, lo que permite mostrar de un sólo golpe de vista toda la complejidad de un utillaje, así como sus ten-dencias características. Se aplica únicamente al material lítico y exige como es natural series amplias, con un mínimo de cien piezas. Siendo el método de BORDES, el único bien desarrollado en la actualidad para el estudio del Paleolítico Inferior y Medio, no creemos pertinente su discusión y lo podemos adoptar al menos provisionalmente en nuestros yacimientos.

Tipología de Sonneville-Bordes y Perrot

Es una adaptación de la anterior, dirigida al utillaje del Paleolítico Superior. Nace del estudio de los yacimientos (más o menos completos) del Périgord, -Corréze, Alto Loira y Lot y progresivamente se extiende al estudio de otros yacimientos europeos. Utiliza una lista de noventa y dos números, de los que uno engloba a los útiles no clasifi-cables en el resto de la lista. Para limitar el coeficiente de error atribuible al que la utiliza, (lo que ya denota el coeficiente de subjetividad que entraña), prevee números para los útiles menos «típicos» (punta de la Gravette y punta de la Gravette atípica, por

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ejemplo). Además agrupa «los tipos de útiles vecinos que podrían ser confundidos» (lá-minas con retoque continuo y láminas Auriñacienses, por ejemplo). Consagra números especiales para útiles múltiples homogéneos; el raspador doble y el raspador-buril se cuentan como unidades. El utillaje sobre laminillas se agrupa al final de la lista sin más criterio que el hecho de que «en las excavaciones antiguas y poco cuidadosas este utillaje pequeño ha sido generalmente olvidado». Insiste en su lista en que «no es dudoso que a medida en que este género de investigaciones progrese, será útil para una más fina comprensión de estas civilizaciones, establecer subdivisiones en ciertos tipos principales, como lo ha hecho COMBIER para las hojas de laurel».

Dado lo conocido de su lista tipológica considero innecesario exponer aquí cada uno de sus noventa y dos tipos. Para la representación gráfica emplea la misma curva cumulativa que BORDES, aplicando los porcentajes en la línea de las ordenadas y los tipos de útiles, representados por su número ordinal de la lista-tipo, sobre la línea de abscisas. La gráfica cumulativa es el trazo que une los puntos de porcentaje de cada tipo de útil. Utiliza además, índices de raspador, de buril, de buril diedro, de buril sobre truncadura retocada, de perforador, y de raspador Auriñaciense.

Tipología Laplace

Aplicando los principios antes señalados, separa sus ochenta y cinco tipos prima-rios en catorce grupos tipológicos definidos: buriles, raspadores, truncaduras, picos o «becs», puntas con dorso (guiándose por el criterio de que la punta está definida por el hecho de que sea producida realmente por un retoque, que por tanto debe progresar hasta el vértice, y morder conformando la pieza, de forma que si el retoque es marginal o no sube hasta la extremidad, no se puede hablar de puntas sino de láminas), láminas con dorso, dorsos y truncaduras o protogeométricos, geométricos, piezas con retoques planos o foliáceas, puntas, láminas retocadas o raederas largas, raederas (lascas con retoques no abruptos), lascas con retoque abrupto, denticulados, y necesariamente el grupo de «diversos» que encierra toda pieza no clasificable en los anteriores.

Subraya el hecho de que el grupo de las láminas retocadas o raederas largas se une estrechamente al grupo de las raederas de las que únicamente se separan por el carácter más o menos laminar de su obtención.

En un grado superior, ordena los grupos tipológicos en familias de origen técnico. La familia de los buriles comprende sólo a ellos, lo mismo que la de los raspadores. La tercera familia recoge los cinco grupos siguientes en que domina el retoque abrupto ba-jo la forma de truncadura simple y alargada o de dorso. La cuarta familia recoge las piezas con retoque plano o foliáceas. La quinta familia encierra las puntas, láminas reto-cadas, raederas,

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abruptos y denticulados a los que denomina en conjunto con el nombre de substratum. El substratum constituye una especie de denominador común a to-das las industrias desde el Paleolítico Inferior, al que considera que juega un importante papel en el fenómeno de la evolución de los complejos industriales y en el no menos importante de la mutación. También une al substrato el grupo de «diversos» que engloba a piezas astilladas, bifaces, poliedros, picos, etc.

Utiliza índices totales que expresan la frecuencia de un tipo o categoría de tipos con relación a la totalidad. Índices primarios que expresan en por-centajes estos tipos. Índices de categorías tipológicas, laminares, de microlitis-mo y de útiles múltiples. La representación gráfica la realiza en coordinadas cartesianas, formándose índices desarrollados si constan todos los tipos pri-marios, índices elementales si se cine a la representación de grupos tipo-lógicos, e índices esenciales que expresen únicamente la relación entre fami-lias tipológicas.

Tipología de Escalon de Fonton y Lumley

Ambos crean un sistema tipológico fundamentado en el estudio de los materiales del sureste de Francia. Se basa en una selección de tipos líticos. Se-gún sus autores, el método permite clasificar los diferentes materiales formando conjuntos industriales, por la valoración específica de las formas características de cada civilización. La selección de los tipos no se hace con criterio morfológico, ni técnico, ni funcional, sino que se basa en razones arqueo-lógicas. Así aparecen entre otros, «útiles epipaleolíticos, del Epipaleolítico mediterráneo» etc. «en sentido tecnológico».

En el fondo se basa su metódica en trasponer el sentido de «fósil director» de una simple pieza a un grupo morfológico o «tecnológico», con todos los riesgos antes comentados de tal visión. El sentido de «fósiles directores» transparece claramente en su nomenclatura en que se encuentran útiles como el buril leptolítico, el pico asturiense, la punta pedunculada montadiense, el raspador romanelliense, el perforador neolítico, los triángulos leptolíticos, sauveterrienses, mugienses...

Separa en su estadística ochenta y cuatro tipos distintos. Los numerados del 1 al 4 son láminas y laminillas brutas o retocadas sin caracteres especiales. Del 5 al 10, láminas o laminillas truncadas o con gibosidad. Del 11 al 37, son útiles «leptolíticos en el sentido técnico del término» (láminas de borde rebaja-do, varias clases de puntas y de buriles y raspadores, etc.). Del 38 al 63, obje-tos epipaleolíticos en «sentido tecnológico», como la punta montadiense pedi-culada, los raspadores denticulados, carenados y de hocico groseros, las puntas burinantes, buriles groseros, pseudogeométricos, pseudotruncaduras sobre lascas delgadas, etc... Del 64 al 75 son útiles geométricos epipaleolíticos:

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triángulos, trapecios, puntas de Sauveterre, Sonchamps y Tardenosis. Del 76 al 77, útiles asturienses. Los dos siguientes, piezas neolíticas. Las restantes, son piezas no caracte-rísticas como el microburil Krukoswky y otras.

Representa sus estadísticas en gráficas cumulativas con los porcentajes de las pie-zas. También hace estadística gráfica no cumulativa con los núcleos. Propone treinta y dos tipos de índices selectivos. Los «Horizontes» I a IV señalan las grandes divisiones industriales: Leptolítico, Epipaleolítico Mediterráneo, Epileptolítico y Neolítico. Los «grupos característicos» V a XII aportan una precisión a la división por horizontes. El V o grupo Romanello-Aziliense corresponde al Horizonte I. El VI, o Montadiense al Ho-rizonte II. Del VII al XI, Italiense, Mugiense, Romanelliense geométrico, Sauveterriense y Tardenoisiense, corresponden al Horizonte III. El XII o Neolítico, al Horizonte IV.

Los Índices Tipológicos del XIII al XXXII, son laminares, geométricos, de cortes abatidos, de truncaduras, de varios tipos de raspadores, o de variedad de buriles, y de di-versas formas de retoques, etc...

En resumen, es un intento meritorio de lograr una tipología arqueológica, con los defectos de la de Sonneville más los que derivan de la discutible selección de sus tipos.

Tipología de Tixier

Elaborada para el estudio de las industrias marroquíes es una adaptación de la lista de SONNEVILLE-PERROT, en que suprime útiles Auriñacienses y Solutrenses. Añade buri-les sobre láminas de borde rebajado, laminillas de borde rebajado, microlitos geo-métricos, diversos tipos de microburiles y una gran variedad de puntas y útiles de exóticas denominaciones. Adolece de los mismos defectos que la clasificación de SON-NEVILLE en que se basa, más los que se derivan de la gran cantidad de nuevos tipos que crea (muchos califacables cuando más como variables de segunda categoría) y no es aplicable a nuestras industrias que tanto difieren de las del Magreb.

No obstante me he decidido a comentarla porque aporta como valor positivo el in-tento de una clasificación tipométrica racional de las piezas de sílex. Para eliminar el coeficiente de subjetividad que toda discriminación por tamaños conlleva, realizó la si-guiente experiencia. Seleccionó un lote de ciento treinta y tres piezas sin retocar proce-dentes del Oued Cherchera (Túnez) recogidas por VAUFREY, que encerraba piezas gran-des, medianas y pequeñas, pero siempre enteras. Las presentó a un grupo de tipólogos expertos en el estudio de industrias de láminas y laminillas y les pidió las clasificasen en tres grupos: láminas, laminillas y piezas de clasificación dudosa, con la condición de no utilizar ningún instrumento de medida. Previamente había realizado una gráfica de repartición de los útiles teniendo en cuenta

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las medidas de su longitud y anchura. Los resultados obtenidos por los especialistas son muy homogéneos y el acuerdo casi unánime. Realizó con los datos de esta encuesta una gráfica en que se muestran tres zonas, una para las láminas, una intermedia en que apa-recen las piezas dudosas y otra para las laminillas. De ella se deducen unos datos tipo-lógicos que en resumen son: las láminas tienen una longitud superior al doble de su anchura, son siempre más largas de cinco centímetros y más anchas que doce milíme-tros. Las laminillas son de longitud superior al doble de su anchura, y siempre menos anchas que doce milímetros. No considera criterio definitivo la longitud de las lamini-llas, pues aunque sea superior a cinco centímetros, cuando su anchura es menor de doce milímetros existió unanimidad de criterios en considerarlas como laminillas. Problema éste que rara vez se suscita en la práctica pues excepcionalmente se conocen piezas con anchura inferior a doce milímetros que sobrepasen los setenta de longitud. Hoy por hoy pueden considerarse válidos estos criterios para la división entre láminas y laminillas, y de los útiles con ellas fabricados.

Tipología de Bohmers y Woutters

Aporta la novedad de un estudio profundo y sistemático de las medidas de un utillaje. Aborda la longitud, la anchura y el espesor, las relaciones entre ambas magni-tudes, las medidas de los ángulos de los buriles y raspadores, la curvatura de los frentes de estos últimos, la anchura de los recortes de buril, etc.

Es indudable que estas medidas están en cierto modo condicionadas por la mate-ria prima utilizada, aunque es también cierto que el hombre se ha tomado siempre la molestia de buscar los materiales que más convenían para su industria. Es una tipología interesante, pero creo difícil su aplicación a nuestros materiales sin amplias modifica-ciones ya que está muy condicionada por el hecho de haber nacido del estudio del Me-solítico en los Países Bajos. No obstante estoy utilizando las medidas de los ángulos de buril, de los frentes de raspador (curvatura, anchura y procidencia), curvatura de los dorsos abruptos, ángulos de las truncaduras, etc. en el estudio del material de la cueva de Urtíaga a título de ensayo, orientado por las ideas de ambos investigadores y espe-cialmente porque creo que el grado de curvatura de las puntas con dorso puede dar cierta orientación en la evolución de las puntas del Magdaleniense al Aziliense.

Tipología de Heinzelin de Braucourt

Se trata más bien de un verdadero diccionario tipológico que recoge todos los ti-pos clásicos y no aporta novedades substanciales. Su gran amplitud

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hace difícil su aplicación. Su publicación principal, es sin embargo muy útil como obra de consulta.

Tipologías españolas

Realmente no se puede hablar de verdaderas tipologías elaboradas en España. Todas ellas o se basan en obras extranjeras o son limitadas a algunas culturas. No obstante cita-remos algunas.

JORDA CERDA ha preparado una lista para el estudio del Paleolítico Superior basada en «englobar los objetos por su función específica o por la que un poco hipotéticamente les atribuímos, haciendo dentro del tipo general las subdivisiones necesarias».Sostiene que este método es más práctico que el de SONNEVILLE y PERROT al que critica haciendo notar que «sus tipos aparecen desligados entre sí y sin formar conjuntos coherentes» opinión con la que estamos de acuerdo. Aparte del error inherente a basarse en una función más o menos hipotética del útil, el sistema está dirigido al estudio de las culturas Solutrenses para el que fue creado, por lo que no tiene una aplicación general.

GONZALEZ ECHEGARAY desarrolla una sistemática derivada de la de SONNEVILLE -BORDES pero con cierta originalidad que la hace más útil para nosotros por su adap-tación al estudio de las industrias del norte de España. Los capítulos de raspadores y buriles son semejantes a los de SONNEVILLE . Entre las láminas retocadas distingue unas puntas de aspecto musteroide con retoques escamosos. Entre las laminillas con dorso, distingue hasta cuatro tipos: puntas con base recta, puntas con base curva, puntas dobles y hojitas de dorso sin punta. Esta es su mayor novedad pero su tipología está en exceso dirigida a los materiales Magdalenienses y Azilienses y no la considero bien adaptable a otras culturas como el Auriñaciense, Perigordiense y Solutrense.

Una vez examinados los distintos sistemas tipológicos hoy en boga entre nosotros, debemos criticarlos para perfeccionar su conocimiento y favorecer nuestra elección. Nos fijaremos únicamente en las tipologías SONNEVILLE y LAPLACE por ser las de empleo más extenso en el extranjero y nos vamos a permitir recoger las criticas que sus mismos autores se dirigen no sin introducir alguna de propia cosecha. Pero haré constar que para mayor fidelidad he procurado (y seguiré haciéndolo) recoger lo más fielmente posible las ideas de estos autores, en muchas ocasiones con traducción casi literal.

Críticas de Laplace a la Tipología Morfológica Clásica

En primer lugar, -dice LAPLACE- sólo pocos autores han hecho estudios siste-máticos completos, precedidos de una revisión crítica de los tipos, y la mayoría se adhie-ren a los útiles clásicos, descritos aisladamente. En

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segundo lugar, insiste en la imperfección de las denominaciones, pues derivan ya de in-terpretaciones funcionales, ya de consideraciones morfológicas sin sistematizar, o de téc-nicas de su fabricación, o de atributos de origen, como pueden ser la industria, el período, localidad en que fueron descritos, o el nombre del autor que los descubrió. Para poner fin a esta anarquía de descripción y nomenclatura eran necesarios trabajos sistemáticos como los ya citados de BOURLON, BURKITT, NOONE, etc., y más aún, trabajos de clasificación general que abarcasen el conjunto del utillaje. En Francia SONNEVILLE-BORDES y PERROT hacen un primer intento conservando las viejas formas cargadas de subjetivismo y con definiciones «poco precisas», ordenándolas en grupos sin una previa crítica a fondo de sus conceptos. ESCALON DE FONTON y LUMLEY practican una ordenación «selectiva», es decir, fundada en la Arqueología. LAPLACE critica estas dos tendencias haciendo observar que no existe suficiente homogeneidad en ellas, por la «gran variabilidad de significación de las denominaciones utilizadas», a veces polivalentes. También dice, que la clasificación reposa en criterios ambiguos y contestables.

«Considerando la composición tipológica de los nueve primeros grupos: raspadores, útiles compuestos, perforadores, buriles, utillaje de borde rebajado, truncaduras, láminas retocadas, útiles solutrenses, piezas variadas, y las del último grupo: utillaje lamelar y punta aziliense», se puede por un lado, hallar tan extraña la presencia del microperfora-dor lamelar, simple o múltiple, entre los perforadores sobre lámina o lasca, como la inserción de la microgravette, la punta de Font-Ives y la «flechette», formas muy gene-ralmente lamelares, en el seno de las grandes piezas del utillaje de «borde rebajado», y por otra parte se puede uno sorprender de la ausencia dentro del «utillaje lamelar» de la mayoría de equivalentes microlíticos de tipos estrictamente laminares.

«En efecto, están exclusivamente representados en el último grupo, el «utillaje de borde rebajado» por la laminilla con dorso y la punta Aziliense, y las «piezas truncadas» por sólamente la laminilla truncada, y las piezas «variadas» por la laminilla denticulada y la laminilla con escotaduras. Por el contrario el «utillaje lamelar» encierra una mayoría de tipos, constituída por las diferentes piezas geométricas, la laminilla truncada con dorso, y la laminilla Dufour, de las que no aparecen formas correspondientes entre el «utillaje con dorso rebajado» ni entre las «piezas truncadas».

En cuanto a la crítica del sistema de ESCALON y LUMLEY, opina que repartir las formas según categorías culturales autónomas es demasiado azaroso.

Subraya las siguientes observaciones:

A) Existencia de discriminaciones sobre el tamaño relativo de las piezas con laconsiguiente subjetividad del límite de medidas. Ejemplos:

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distinciones entre el microperforador y el perforador; las gravettes y micro- gravettes.

B) No distinción de formas bien diferenciadas y que por tanto pueden adscri-birse a varios grupos: la punta con dorso y base truncada, puede clasificarse como punta con dorso, triángulo, o como laminilla con dorso truncada.

C) Carácter indeterminado de numerosas denominaciones, vagas o polivalentes: la lámina Auriñaciense, la punta Aziliense.

D) El mismo grado de valor que se confiere a ciertos tipos principales y a sus variantes secundarias: los raspadores sobre lámina retocada, sobre lámina Auriñaciense, en abanico, etc..

E) La conservación de denominaciones derivadas de lugar de origen, y aplica-das según el caso a un conjunto de formas distintas o a una variedad de tipo general que ha pasado inadvertida a menudo. Como ejemplo: el buril de Noailles, el cuchillo Audi, las puntas de Tardenois, la laminilla Dufour.

F) La persistencia en el uso de denominaciones que tomen explícitamente el sig-nificado de fósiles directores. Como la citada lámina Auriñaciense, la punta pediculada Perigordiense, la punta Aziliense.

G) El empleo habitual de calificaciones complementarias eminentemente subje-tivas, como «atípico», «grosero», «pseudo». Como en «raspador atípico».

Críticas de Bordes a Laplace

Para BORDES la heterogeneidad en la nomenclatura carece de importancia «una vez que el término» esté claramente definido. Aunque reconoce que todo el sistema clásico es ciertamente criticable, dice no es cierta la subjetividad en la clasificación por tamaños. Recuerda que Tixier lo ha logrado realizar con criterio relativamente científico al separar las láminas de las laminillas. Insiste en que la lista de LAPLACE no deja lugar a los «útiles compuestos» (LAPLACE los descompone para su estudio en útiles simples, si bien expresa aparte su frecuencia en el «Índice de Útiles compuestos»), a lo que responde éste que el hecho de la multiplicidad no da lugar a crear un tipo especial con criterio morfotécnico. Sigue criticando BORDES que el buril de Noailles aparezca en el mismo tipo primario que el llamado «bec-de-perroquet». Pero en efecto, técnicamente se trata en ambos casos de buriles elaborados sobre truncadura, con pendiente de buril detenida por un retoque de paro, aunque posteriormente se distingan entre sí por otros caracteres secundarios, como su tamaño, la forma recta o curva de su truncadura y del retoque de paro. Estas distinciones servirán para su separación a nivel de tipo

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secundario y expresado éste valdrá el dato para caracterizar un nivel arqueológico, matizándolo y dándole fisonomía propia.

También critica su notación que califica de compleja. En realidad así debe ser toda notación si exigimos de ella que exprese todas y cada una de las características de un útil y que permita su reconstrucción mental y ciertamente nadie ha logrado hasta el momento hacerlo mejor.

Ataca después BORDES el método analítico, basado en la forma del útil y su téc-nica de elaboración, en lo referente al desprecio de LAPLACE por el criterio de tamaño relativo del útil, en orden a la formación de los grupos primarios. Dice que con este criterio se deberían incluir en el mismo grupo primario («lámina de acero cortante, puntiaguda, provista de una empuñadura») un cortaplumas y un sable de abordaje. Aunque es ingeniosa y mordaz la frase de BORDES , creo que nada se opone desde un punto de vista técnico a esta clasificación (no creo que BORDES niegue la aproximación técnica entre una pistola y un cañón, y su derecho a hallar una clasificación común entre las armas, aunque sus tamaños y funciones específicas difieran bastante), pues sus diferencias son solamente de medida, ya que las utilitarias y morfotécnicas son sensiblemente las mismas.

Crítica del Dr. Pradel a los sistemas estadísticos

Veamos ahora, cómo ve el problema tipológico este arqueólogo francés. En su último y reciente comentario sobre los sistemas estadísticos, critica ambos sistemas de BORDES y LAPLACE. Aunque no comparto la totalidad de sus puntos de vista, me pa-rece muy útil seguirle en sus razonamientos. Comienza por evidenciar que en la ar-queología no es lo importante el instrumento, sino la realización lograda con él. Yo me atrevería a discutir esta premisa, pues creo que lo importante no es el instrumento, ni la función que éste realiza, sino la solución que con él da el hombre a un problema previa-mente planteado. Es el hombre, y no el instrumento ni su función, quien nos interesa.

Pero, sigue diciendo, como desgraciadamente en buena parte de los yacimientos, sólo los útiles han llegado hasta nosotros, pues las materias trabajadas perecieron, te-nemos que lograr el máximo fruto de su muda presencia, sin pretender conocer una civilización «bajo el ángulo estrecho de la tipología». Más tarde insiste en la utilidad de las estadísticas, haciendo hincapié en su alcance restringido en arqueología ya que desconocemos el empleo de los diferentes útiles. También insiste en el enorme valor de las definiciones y en lo lejos que estamos de un acuerdo, por otra parte necesario si pretendemos sentar comparaciones. Cree que para lograr fijar la definición de un útil, es necesario conocer su función o al menos saber cuál es su parte activa de trabajo. Las definiciones morfológicas le parecen abstractas y alejadas de la realidad.

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Es evidente el valor de su punto de vista. Los conjuntos de utillaje sólo nos darán un testimonio completo, cuando conocida la utilidad de los instrumentos de trabajo, po-damos precisar el grado de amplitud y desarrollo industrial de una cultura. Toda estadís-tica que no se base en datos funcionales, solo nos servirá para distinguir yacimientos entre sí, o los niveles en un mismo yacimiento. Poco nos puede informar sobre culturas o tipos de hombres, sus trabajos y sus medios de vida. El problema está en la imposibi-lidad actual de realizar tales estadísticas, a falta de las cuales tendremos que utilizar pro-visionalmente otras menos perfectas.

Como las clasificaciones nacen de las definiciones previas, aparecen en ellas importantes divergencias. Además existen criterios de diferente dirección, que actúan ahondándolas. Por ejemplo, al llegar a los útiles compuestos y múltiples surge la discu-sión. BORDES y SONNEVILLE crean para ellos ciertos grupos específicos, pero insiste en que sólo lo hacen parcialmente. Por ejemplo BORDES recoge los útiles dobles, pero no los triples o cuádruples. Esto ocurre por ejemplo, con las raederas. SONNEVILLE recoge los buriles dobles, pero olvida el «busqué doble» y el «doble plano» a pesar de ser nu-merosos en el nivel Perigordiense de NOAILLES. Tampoco crean sección para el raspa-dor carenado doble, pero sí para el raspador plano doble. Y estima que deben manifestarse todos estos útiles por su interés, al revés de lo que ocurre con los llamados «compues-tos». Tampoco SONNEVILLE anota en éstos la clase de cada uno de los útiles simples que los componen. En un raspador-buril, no indica el tipo de raspador ni de buril que lo integran. Además no existen en la lista-tipo útiles como el «raspador carenado-raspador nucleiforme» en asociación, que aparecen muy frecuentemente en Cottes. Tampoco re-coge SONNEVILLE todos los tipos de buriles simples. Olvida el raspador en hocico con un solo respaldo, mientras recoge el doble. También silencia el carenado circular y la punta de Cottes, la punta seudomusteriense y el buril «de ángulo y plano», piezas todas ellas de gran interés. BORDES no numera en su lista a los bifaces y discos, que aísla en el inventario técnico.

Los denticulados son para unos autores, útiles. Para otros solamente retoques complementarios, como para CHEYNIER, con lo que sus estadísticas difieren. LAPLACE

une las escotaduras con los denticulados, cosa que PRADEL desaprueba pues estima que difieren técnicamente. Dice que una escotadura «puede haber servido para afilar «azaga-yas» mientras que jamás un denticulado puede servir para eso. No obstante reconoce la frecuente asociación de ambas formas en la misma pieza. Esta es una razón más, insiste, para no aceptar clasificaciones demasiado rígidas.

Los microlitos, a veces se estudian juntos. Otras veces diseminados entre las for-mas semejantes de mayor tamaño, como hace LAPLACE.

Al llegar a criticar el grupo de «diversos» ataca este concepto. Según su criterio es un depósito en que se reúnen junto a instrumentos groseros y

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poco definidos, otros magníficos pero de facies compleja e inhabitual. Así se rechazan y pierden en el anónimo.

Estudia más tarde la aplicación de las estadísticas a la arqueología haciendo re-saltar su valor limitado. No se debe creer en ellas como en hechos incontestables. Son únicamente datos generales, abstractos y lejanos de todo lo humano. Además, sabidas las diferencias de criterio en las denominaciones y clasificaciones entre los diferentes auto-res, las estadísticas también las reflejan. No cabe hacer comparaciones entre las gráficas de SONNEVILLE-BORDES y las de LAPLACE, por ejemplo, pues sus criterios son muy lejanos.

Además las estadísticas recogen solamente recuentos porcentuales de piezas y des-cuidan elementos característicos importantes, como dimensiones, peso, desgaste, pátinas, rodado o desgastado de piezas, señales de uso, etc. que las sobrecargarían en exceso. Los útiles múltiples en BORDES figuran en rúbrica aparte y única. En LAPLACE se reparten en el inventario general. Un buril-raspador, es un buril + un raspador para LAPLACE. No cuenta entre los buriles ni los raspadores para BORDES y SONNEVILLE, sino que figura en otro casillero, por lo que su porcentaje de buriles será menor que el de LAPLACE.

PRADEL insiste en el error de SONNEVILLE y BORDES y en la necesidad de descom-poner los útiles múltiples y contarlos en particular, descomponiéndolos en sus compo-nentes, no obstante lo cual se debe retener el número de útiles compuestos y describirlos perfectamente.

Insiste también, en que las listas de ambos sistemas, ofrecen análogo valor estadís-tico a las piezas de gran valor representativo (como una hoja de laurel), que a otras ano-dinas o de mayor difusión como un raspador en extremo de lámina.

También ataca el desprecio al instrumental óseo que generalmente se hace patente en los estudios y publicaciones estadísticas actuales, cuando entre los útiles de hueso aparecen mayor número de «fósiles directores» que entre los líticos.

Desde un punto de vista de aplicación, hace notar los siguientes datos del mayor interés:

-En los yacimientos hay variaciones morfológicas y cuantitativas, aún dentro del mismo nivel arqueológico, según las zonas estudiadas. Por ejemplo, cita que en el Mus-teriense de Chez-Pourré, la estadística de puntas varía entre límites de 18 % a 35 %, de un lugar a otro. Estas posibilidades de error se pueden evitar estudiando la totalidad del yacimiento, lo que generalmente es imposible, sin contar con las zonas que se abandonancomo testigos por sistema. Es frecuente, como hace notar, que las piezas más representa-tivas y técnicamente mejor trabajadas aparecen en el centro del habitat prehistórico.

Por otro lado, niveles semejantes de diversos yacimientos muestran grandes dife-rencias estadísticas.

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Dice en resumen, que «las estadísticas no son la expresión de un determinismo es-tadístico que indica una constante de funciones sociales».

Cree que cada instrumento particular debe ser sometido a crítica pues «veinte bu-riles musterienses de técnica de elaboración primitiva, no equivalen a otros veinte bu-riles de otra serie, tratados con maestría».

Como conclusión a sus ideas sobre el tema, insiste: 1.º El utillaje prehistórico no es sino uno de los elementos que contribuyen a es-

clarecer las civilizaciones. Cuando aparece aislado ofrece poco valor. Aumenta éste, en re-lación con los datos aportados por fauna y flora que les acompañen, y aún más si existen restos humanos.

2.° Se deben hacer estadísticas de la mayor precisión posible. 3.º Las estadísticas se valorarán mejor cuando se conozca bien su alcance. Sólo

pueden dar aproximaciones que se apartan más o menos de la realidad. Se deben sumar en ellas a los datos numéricos, todos los detalles particulares que sea posible reunir.

Se inclina por la estadística de BORDES, a pesar de que estima debe ser mejorada ampliamente, y rechaza la de LAPLACE que al no estar basada en datos de función real o supuesta de los instrumentos prehistóricos, que juzga son los únicos datos que permiten una correcta clasificación de los útiles, le parece alejada de toda humana realidad.

Las objeciones de PRADEL son de gran valor, aunque no creo posible, hoy en día, basar ninguna clasificación tipológica en criterios de función siempre hipotéticos y subjetivos. Señalemos como ejemplo las discusiones sobre la dinámica de empleo y la función real de un útil bien conocido: el raspador en extremo de lámina o lasca. Desde los tiempos de MORTILLET hasta hoy día se ha sugerido que servía para cortar si actuaba vertical y sagitalmente. Para hacer de gubia o escoplo, si se utilizaba semíhorizontal-mente y avanzando de forma que presente su frente tallado. Si se utilizaba más oblicuo, serviría para hacer surcos en los materiales de hueso (PFEIFFER). Últimamente, SEMENOV,comprueba plenamente que se emplearon verticalmente, actuando algo inclinados late-ralmente y presentando en dirección a su marcha la cara ventral, y que se utilizaron para limpiar de grasa las pieles de animales en la preparación del vestido. Si esto ocurre con un útil común y extendido, de acusada morfología, es de pensar lo que sucederá con otros más ambiguos.

Los criterios morfológicos y técnicos son al menos una concreta realidad, aunque menos útiles desde un punto de vista etnográfico. Toda tipología funcional se basa en una entelequia. Por ello he desechado en principio las clasificaciones de PRADEL, JORDA,etc. que estimo muy alejadas de la realidad que pretenden captar.

Un interesante avance en este camino del estudio de la función de los útiles, su-pone la aportación de los arqueólogos rusos, estudiando las diversas

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marcas que la utilización produce en ellos. SEMENOV ha demostrado el valor como piezas arqueológicas de láminas y lascas sin retoques que muestran estrías, rayados y grietas que indican su prolongado uso. También ha estudiado la dinámica de los buriles y raspadores, así como ha separado entre las láminas retocadas varios tipos de cuchillos de acuerdo con su forma de empleo. Ha añadido al capítulo de los buriles una especie de pico grabador (beakshaped burin) sin faceta o pendiente de golpe de buril, pero que muestra tenía su mismo uso por sus análogas marcas de utilización. Entre los raspa-dores cita también un nuevo útil. Se trata de lascas anchas, con marcas laterales de utili-zación como raspadores, (estriado paralelo grabado en el propio filo) que demuestra se utilizaron para el depilado de pieles. Ha sistematizado los tipos de huellas producidas por el desgaste sobre piedra, maderas, carne, escamas de pescados, pieles, tallos vege-tales, etc. con lo que se avanza en el conocimiento funcional de los instrumentos.

Describe técnicamente, siguiendo estos criterios una serie de útiles de sílex: ras-padores, raederas, raspadores laterales convexos, puntas con respaldo, punzones, cuchi-llos para cortar carne, cuchillos mesolíticos para limpiar pescados, cuchillos para desgajar maderas, sierras, piezas de segar, buriles, etc. Hace notar que la técnica del golpe de buril con sus características facetas o pendientes que embotan los filos, no bastan para justificar la existencia de un buril. Demuestra que se empleó también para fabricar extremidades de útiles destinadas a recibir un mango de hueso, lo que pone en peligro muchas de nuestras actuales cifras estadísticas, y señala las diferencias microscópicas entre los verdaderos buriles y los falsos para incrustación en mangos. Pone en duda la existencia de los buriles poliédricos, ya que en ellos no aparecen señales de empleo co-mo buriles. Juzga que un buril exige una única o casi única faceta activa. En suma abre los caminos para una tipología del futuro que nos aporte una mayor utilidad etnográfica y nos acerque a conocer al hombre primitivo.

Una vez realizada esta revisión crítica y más o menos puestas a punto nuestras ideas sobre el tema, es fuerza decidirse y unificar nuestros criterios de trabajo. Perso-nalmente he utilizado ambas metódicas, clásica y analítica y me he decidido por la de LAPLACE que estimo más fina, ajustada y exenta de peligrosas subjetividades que la otra. También la creo más adaptable a nuestros yacimientos por su posibilidad de matizar las diferentes tendencias de especialización o divergencia en las culturas que escapan a mé-todos menos rigurosos, aunque naturalmente no la considero exenta de crítica como a todo quehacer humano.

En cuanto a la dificultad de su empleo, confieso que si bien es cierto que existen piezas difícilmente clasificables dentro de los tipos primarios analíticos, mucho más di-fícil es no dudar ante la elección de casillero cuando se emplea la tipología de SONNE-VILLE y el sílex para clasificar se sale de los

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cánones clásicos. En cuanto a la pretendida dificultad y oscuridad de notación que mu-chos la achacan, no la estimo tan grande como la pintan, aunque es natural y cierto que exige adaptarse a un nuevo lenguaje y son necesarias práctica y paciencia para su domi-nio, lo que no carecerá de recompensa, pues ofrece la ventaja de poseer en el fichero del yacimiento cuantos datos sean precisos para realizar estudios secundarios sin tener que volver a revisar las piezas de una en una. Así, la recogida de datos como los llamados retoques cero (0), (Ao, Ro, Lo, So) y uno (1), nos permitirá conocer la posibilidad de un posible pisado, crioturbación, aplastado, etc. de las piezas en relación con la cuadrícula del yacimiento.

Esperemos que pronto publique su autor una mejor adaptación a las industrias del Paleolítico Inferior, en que se halla empeñado, así como en un mayor perfec-cionamiento de los criterios de medida y ligeras modificaciones en ciertos detalles, no alterando su actual estructura. Con ello ganaremos posibilidades cuantos deseamos una mayor precisión y claridad de definiciones y lograremos hacer de la Tipología una cien-cia aplicable racionalmente y no una tarea para «iniciados» como aún parece ser.

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EL HACHA DE DELICA

Y LAS HACHAS DE METAL

EN EL PAIS VASCO

por Juan María Apellániz Castroviejo Instituto de Investigaciones Arqueológicas

Aranzadi.

1) El hacha de Délica

Llamamos así a un ejemplar de hacha de metal encontrada en Délica, junto a uno de los mojones divisorios de la provincia de Vizcaya y Alava, en territorio de esta úl-tima, en un campo de hierba, fuera de todo yacimiento y estrato arqueológico definido. (Vid. Fin. 1; Fot. 1).

Se halla en la actualidad en propiedad de D. José Luis Amézaga, Bilbao, quien la encontró en Octubre de 1965.

El tipo de hacha es del llamado «hacha plana». Su planta es casi rectangular, ten-diendo a trapecial curva con filo en ambos extremos. El filo menor presenta trazas de martilleo y uso y es rectilíneo. El mayor, ligeramente curvo o redondeado, carece de to-da traza de percusión y está perfectamente conservado sin rastros o muescas de uso. No sería extraño que el filo del extremo menor haya sido un retoque posterior, realizado en una fecha imprecisable después de la fundición del hacha con un único filo que es el actual mayor y curvo. No es fácil encontrar las razones que debieron llevar al propie-tario del instrumento a realizar un filo suplementario ya que a efectos de corte podría bastar el filo original del hacha. Por la superficie del instrumento, se pueden ver rugo-sidades que la recorren en sentido longitudinal. Tiene pátina negruzca en sus dos caras y filos. El perfil (sección longitudinal) es el de un rectángulo cuyos lados menores han sido convertidos en ángulos muy agudos. La sección (sección transversal) es, en el cen-tro, rectangular y sus aristas son vivas.

El ejemplo ha sido analizado por el Laboratorio Químico de «Echevarría, Socie-dad Anónima», de Bilbao, a cuyos Directores Sres. Ibarra y Lasa, J. R., debemos los da-tos que copiamos más abajo. El análisis ha sido doble:

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EL HACHA DE DELICA Y LAS HACHAS DE METAL EN EL PAIS VASCO

espectográfico y químico a fin de detectar no solamente su composición sino los rastros del cobre.

Sn Pb As Sb Ag Ni Bi Au Zn Co Fe0 0 0,209 0 0,15 0 0 0 0 0 0

Reproducimos los tipos de metales cuyos rastros son más abundantes y normales en los bronces prehistóricos en cuyo estudio se ocupa el Laboratorio del Landesmuseum de Stuttgart. Además de estos resultados debemos consignar otros dos:

Azufre: 0,02 y Fósforo: 0, 20.

Según estos resultados, nuestro ejemplar es de cobre, ya que carece de los elemen-tos que normalmente integran el bronce como son el estaño y el plomo. Siguiendo estos resultados, nuestro ejemplar se aparta un poco de los tipos conocidos hasta ahora en los análisis de trazas de metal realizados sobre objetos del país vasco. Pero se integra dentro de la categoría normal de las hachas planas primitivas, es decir del cobre.

No conocemos en el País Vasco ningún otro ejemplar con doble filo. Por su planta y su perfil, se asemeja mucho a otros ejemplares de hacha, también de metal de cobre, como son el hacha de Donana y de Iruzubieta, aunque en ambos la planta es más tra-pezoidal y más curva que en el nuestro y no poseen más que un único filo y contera de aristas vivas. Lo mismo ocurre con las hachas navarras, aunque en alguno de ellos, ha-llamos un filo semilunar, bastante distinto del nuestro.

El ejemplar de Délica pertenece, a nuestro parecer, a un tipo arcaico de las hachas planas. Desde el punto de vista de su tipología tiene paralelos acentuados en las hachas de diversos sepulcros megalíticos de Los Millares. En algunos casos las hachas de Los Millares, se presentan más alargadas como el ejemplar de sepulcro núm. 10 de la Colec-ción de Siret. Igualmente hallamos paralelos en Francia y en regiones casi limítrofes con el País Vasco. El mapa de distribución de estos ejemplares, realizado por Arnal, J. y Prades, H. muestra cómo esta relación se halla bastante asegurada.

2) Las hachas de metal del País Vasco

Pop lo general se puede admitir que el metal no ha sido excesivamente abundante en el País Vasco durante las Edades caracterizadas por su uso. Tal vez, una de las causas que intervengan en ello sea el estado actual de los estudios referentes a estas etapas de la Prehistoria. En una fecha bastante reciente, han podido ser localizados en Alava, casi una veintena de poblados pertenecientes a estos períodos, que todavía esperan su ex-cavación.

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Figura 1.-Hacha de bélica.-Orduña (Alava?). Tamaño natural.

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EL HACHA DE DELICA Y LAS HACHAS DE METAL EN EL PAIS VASCO

Conocemos sin embargo que el poblado prehistórico de Oro (Murguía, Alava), actual-mente en curso de excavación por Armando Llanos, Jaime Fariña y José Miguel Ugarte-chea, es relativamente abundante en objetos metálicos.

Los hallazgos recogidos hasta ahora son generalmente fortuitos y desgraciadamen-te no todos bien localizados y definidos.

Solamente una parte se ha perdido y sobre todo no ha sido sometido hasta ahora, sino en una proporción mínima, a un estudio espectrográfico y químico que permita arrancar a estos objetos cuantos datos sean útiles para situarlos en el conjunto de la his-toria de los metales españoles.

Las hachas que recoje el mapa de dispersión que publicamos (fig. 2) no sobrepasa los 26 ejemplares totalizadores de las hachas de las cuatro provincias vascongadas.

De los tipos que se consideran clásicos en Europa, hallamos entre las hachas del País Vasco, algunos, no todos, aunque representan la mayoría de ellos (fig. 3) (nota 1).

Estos tipos son: 1) hacha plana, que generalmente tiene un filo abierto en ligero abanico, rara-

mente contera, afilada sino generalmente de aristas vivas. Su sección, en el cuerpo del objeto es rectangular y se cierra en ángulo muy agudo en el filo. Perfil a modo de rectángulo cuyo lado menor fuera convertido en ángulo a-gudo.

2) hacha de rebordes realzados, por lo general con estrangulamientos basales y medianos, rebordes poco acusados, filo en abanico y contera recta.

3) hacha de talón, en dos variedades, como son las de tener o no anillas late-rales. Faltan siempre las anillas en la base y se conoce solamente un ejem-plar con anilla doble.

4) hacha de cubo cuadrangular y, posiblemente circular.

El resto de los tipos de hacha orientales o centroeuropeos de enmangamiento vertical, faltan por completo. Exceptuamos el hacha de Balenkaleku (Altzania, Gui-púzcoa) en ofita del país, pero que por su carácter lítico no pertenece a este trabajo.

El inventario de las hachas que conocemos en el País Vasco es el siguiente:

Hachas planas

1) Hacha plana. Délica, Alava. Cobre. Análisis: 98,25 % cobre. Trazas: Arsénico: 0,209 %; Plata: 0,15 %; Azufre: 0,028 %; Fósforo: 0,20 %.

(1) BRIARD, JACQUES. L'Age du Bronce. Presses universitaires de la France. París. 1964. Pág. 12, Fig. 1.

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Medidas: 150 mm. long. máxima; 63 mm. anchura en el filo. Grosor máximo: 11 mm. Trapezoidal. Doble filo. Sección rectangular. Filo curvo.

2) Hacha plana. Gardélegui?, Alava. Bronce no analizada. Depositada en el Museo Arqueológico Provincial. Vitoria. Medidas: 91 mm. longitud; 7 mm. grosor má-ximo.

3) Hacha plana. Iruzubieta, Bolivar, Vizcaya, no analizada. Medidas: 145 mm. lon-gitud; 65 mm. anchura en el filo; glosor: 6 mm. en el centro. Museo Arqueoló-gico Provincial. Vitoria. Donativo de D. Domingo Ugartechea a Barandiarán.

4) Hacha plana. Donana. Treviño, Burgos. Cobre. Análisis. Composición de trazas: Antimonio: 0,55 %. Plata: 0,77 %. Medidas: 92 mm. longitud. 53 mm. anchura en el filo. 8 mm. grosor en el centro. Sección rectangular. Contera muy ligera-mente redondeada, más bien en arista. Filo curvo (2).

5) Hacha plana. Iruzubieta. Marquina, Vizcaya. Cobre. Análisis: trazas: 0,16 % ar-sénico. Contera redondeada ligeramente. Filo curvo. Medidas: 153 mm. longitud y 53 mm. anchura en el filo. Grosor: 6 mm. en el centro. Sección rectangular (2).

6) Hacha plana. Peña Forua. Urberuaga, Vizcaya. Bronce. No analizada. Planta tra-pecial curvilínea, alargada. Medidas: 182 mm. longitud. 60 mm. anchura en el filo 12 mm. grosor en el centro. Sección rectangular. Perfil ligeramente oval en el fi-lo redondeado. Peso: 682 gramos (3).

7) Hacha plana. Peña Forua, Urberuaga, Vizcaya. Bronce. No analizada. Planta de trapecio curvilíneo, alargado. Medidas: 178 mm. long. 60 mm. anchura en el filo. 12 mm. grosor. Peso: 705 grms. Sección rectangular. Perfil: rectángulo con la-dos menores en ángulo agudo. Filo curvo (3).

8) Hacha plana. «Los Cotorros». Basigorta, Barrio de Saracho, Güeñes, Vizcaya. Cobre. No analizada. Medidas: 160 mm. long. 86 mm. anchura en el filo; 14 mm. grosor. Sección tendiente a ovalada. Perfil: rectángulo con lados menores en án-gulo agudo. Contera con aristas redondeadas. Filo curvo. Peso: 782 grms. (3).

9) Hacha plana. «Los Cotorros». Basigorta, Barrio de Saracho, Güeñes, Vizcaya. Cobre. No analizada. Medidas: 195 mm. long. 88 mm. anchura en el filo,

(2) SANGMEISTER, EDWARD. Contribución al estudio de los primitivos objetos de metal en el País Vasco. En «Eusko-Folklore» XVIII (1961), págs. 49-56.

(3) AGUIRRE, ANTONIO. Materiales arqueológicos de Vizcaya. Bilbao. 1955, páginas 113-117

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11 mm. grosor. Peso: 880 grms. Perfil: rectángulo con lados menores en ángulo agudo. Sección ovalada. Filo casi semilunar (3).

10) Hacha plana. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No analizada. Medidas: 138 mm. long. 11 mm. grosor. Contera redondeada. Filo semilunar; mues-cas en el filo (4).

11) Hacha plana. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No analizada. Restangular casi. Filo y rebordes romos. Medidas: 130 mm. long. 9 mm. grosor máximo. Filo ligeramente curvo (4).

12) Hacha plana. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No analizada. Medidas: 108 mm. long. 14 mm. grosor máximo. Huellas de uso en la contera, probablemente modernas. Filo curvo (4).

13) Hacha plana. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No analizada. Planta casi rectangular, alargada. Medidas: 132 mm. long. 10 mm. grosor máximo (5).

14) Hacha plana. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No analizada. Rota, de modo que no se pueda afirmar que se trata de hacha plana o de un frag-mento de hacha de otro tipo. Perfil curvo. Filo semilunar. Medidas: 59 mm. long. 7 mm. grosor máximo (4).

15) Hacha plana? Navascués. Navarra. Cueva de los Moros de la Foz. El autor del tra-bajo de reconocimiento de la cueva no menciona nada acerca de este ejemplar pero aparece fotografiado entre los objetos procedentes de la cata. La presentamos como dudosa (5).

16) Hacha plana. Huici. Navarra. Cobre. No analizada. Trapezoidal. Conservada en el Museo de los Amigos de Laguardia. Laguardia. Alava.

17) Hacha plana. Larraona. Navarra. Cobre. No analizada. En propiedad de los Sres. de Manzanedo, Estella. Trapezoidal.

Hachas de rebordes

18) Hacha de rebordes. Cueva de Zabalaitz, Aitzkorri, Guipúzcoa. Bronce. Análisis. Composición de trazas: 5,0 % estaño. Medidas: 146 mm. long.; 64 mm. anchura en el filo; 17 mm. anchura de contera: 18 mm. anchura de rebordes máxima. Filo casi semilunar. Perfil ovalado en los rebordes (6) (2).

(4) MALUQUER DE MOTES, JUAN. Notas sobre la Edad del Bronce en Navarra. En «Exca-vaciones en Navarra» V (1957), pág. 6.

(5) MALUQUER DE MOTES, JUAN. Prospecciones arqueológicas en el término de Navascués.

En «Excavaciones en Navarra» V (1957), 123 pág. (6) ARANZADI, T. BARANDIARAN, J. M. EGUREN, E. Exploración de seis dólmenes de la Sie-

rra de Aitzkorri. San Sebastián, 1919.

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19) Hacha de rebordes. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No ana-lizada. Rebordes ligeramente realzados. Filo semilunar y con muescas de utili-zación. Contera rectangular. Medidas: 156 mm. long.; 16 mm. grosor máximo (4).

Hachas de talón

20) Hacha de talón con anilla lateral. Procedencia desconocida dentro de Alava. No analizada. Paradero desconocido. Se conoce por una foto del archivo Municipal de Vitoria y de la antigua colección Baraibar.

21) Hacha de talón sin anillas. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No analizada? (Probable mención de análisis en su etiqueta ilegible). Medidas: 164 mm. long.; 19 mm. grosor máximo. Filo semilunar. Contera rectangular (4).

22) Hacha de talón con anilla lateral. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Nervio central que luego se bifurca. Rotura en el extremo del talón. Medidas: 197 mm. long.; 33 mm. grosor en el arranque del anillo. Bronce. No analizada (4).

23) Hacha de talón con anilla lateral. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Según Maluquer de Motes, se trata probablemente del ejemplar llamado de Ara-lar. Medidas: 225 mm. long. 30 mm. anchura. Bronce. No analizada (4).

24) Hacha de talón y anillas. Kunitxobaso. Cenarruza, Vizcaya. Bronce. No analiza-da. Detalles imprecisables. Enviada a Madrid y perdida. Mal conservada. Cono-cida a través de un informe de D. Ramón Mélida (7). Existe una cita de Angel del Castillo sobre las hachas de talón en España que habla de otras dos en Navarra. Maluquer considera que son dos de las descritas anteriormente.

Hachas de cubo

25) Hacha de cubo. Procedencia desconocida dentro de Navarra. Bronce. No anali-zada. Medidas: 146 mm. long.; 54 mm. anchura en el filo; 58 mm. anchura de bordes de cubo. Anchura de cubo basal: 34 por 22 mm. Sección exagonal aproxi-mada. Filo ligeramente curvo. Nervios interiores del cubo resaltados, asas late-rales (8).

26) Hacha de cubo? Llamada así provisionalmente por su clasificador Maluquer

(7) BARANDIARAN, J. M. Dólmenes en Vizcaya. En «Revista Internacional de Estudios vascos». San Sebastián, 1924, pág. 241.

(8) DE LA QUADRA-SALCEDO GAYARRA, ANA. Nuevos yacimientos de la Edad del Bronce

en Navarra. En «Munibe» 3-4 (1962), págs. 488 ss.

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de Motes. Cuello cerrado para el mango y filo semilunar. Bronce. No analizado. Medidas: 239 mm. long.; 23 mm. cubo: 44 mm. (4).

Consideraciones

Desgraciadamente no es demasiado elocuente el mapa de dispersión de las hachas de metal en el País vasco, dado que, de entre las 26 que presentamos, más de su mitad no tiene una situación precisa sino solamente la indicación de su pertenencia a una pro-vincia. Igualmente, las conclusiones a que se podía llegar si se hubiera hecho el análisis completo de su material y sus trazas, no son fáciles de establecer.

Sin embargo se pueden admitir ciertas conclusiones. La mayor parte de las hachas del país vasco son planas y demuestran una pertenencia al estado

Figura 3.-Tipos de hachas según Briard, Jacques.

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temprano de la edad del Bronce, al Calcolítico o I Bronce hispánico. Las hachas anali-zadas, únicas seguras, de este tipo, parecen todas ellas estar compuestas de cobre muy puro con ligeros rastros de arsénico o antimonio. el hacha de Iruzubieta, del grupo lla-mado «E01», pertenece, según el Profesor Sangsmeister (9) al grupo típico de la Penín-sula ibérica como otros materiales analizados por él en el País vasco. El hacha de Do-nana, Treviño, ha venido con toda seguridad, del Sur de Francia, hallándose su centro de distribución en los Departamentos franceses del Gard y Herault hasta Narbona.

Este tipo de hachas se reparte por igual en el territorio vasco. El vacío más sensible se establece en Alava y Guipúzcoa, siendo Navarra y Vizcaya las que cuentan con ma-yor número de ejemplares. Desgraciadamente no se conocen los estratos arqueológicos en los que aparecieron y esto hace particularmente delicado el establecer conclusiones seguras que únicamente pueden alcanzarse, en nuestro caso, mediante la tipología.

El área de difusión de este tipo es muy grande y alcanza desde Los Millares (10) hasta Francia lo cual obliga a una cautela seria. Particularmente uno de los ejemplares de Navarra tiene similitudes extraordinarias con los tipos de Los Millares. Pero es necesario tener en cuenta los datos aportados por el Prof. Sangmeister, quien no duda en afirmar que al menos el hacha de Donana procede de los Departamentos del Gard y Herault. En estas mismas regiones encontramos tipos muy semejantes a los nuestros por lo que esta afirmación tienen buen fundamento (11) (Fig. 4). Igualmente los yacimientos que en el país vasco pertenecen al Calcolítico presentan similitudes muy serias con los ajuares del Sur de Francia por lo que se añade así una razón más para esta afirmación. Concre-tamente la cueva sepulcral de Kobeaga (Ispaster, Vizcaya) presenta muy acusadamente este carácter (12) y su pertenencia al Calcolítico es, a nuestro parecer, muy fundada.

A las hachas planas, siguen las hachas de rebordes ligeramente realzados. Estas hachas son menos frecuentes y todas ellas, al parecer, de bronce. El hacha de Zabalaitz, está compuesta por cobre puro o cobre nativo, perteneciente al grupo llamado «EOO» en la nomenclatura del Prof. Sangmeister. El punto de concentración de este cobre se halla en Yugoeslavia y Hungría, aunque no puede asegurarse que todo cobre de este tipo pro-ceda de allí. Probablemente, según Sangmeister, habría en cada país un núcleo de este metal sin impurezas con el cual se fabricarían armas e instrumentos. La razón

(9) SANGMEISTER, EDWARD. Op. cit., pág. 52. (10) CASTILLO, ALBERTO DEL. El Neoeneolítíco. En «Historia de España» dirigida por R.

Menéndez Pidal. Madrid, 1954, págs. 549 y 550, figs. 448, 449. (11) ARNAL, J. PRADES, H. El neolítico y Calcolítico franceses. En «Ampurias» XXI

(1959), pág. 136, fig.. 32. (12) APELLANIZ, J. M. y NOLTE, E. La cueva sepulcral de Kobeaga. Memoria inédita.

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de esta pureza de metal se explica porque, al conocerse la técnica de mezclar cobre y estaño, el hombre tuvo la posibilidad de fundir de nuevo el cobre, lo cual no era posible sin horno de gran temperatura, antes de conocer la mezcla (13).

Las hechas de rebordes del País vasco son muy escasas y representan una parte muy escasa en el total de hachas. Sus paralelos los hallamos en el Pirineo catalán, ocu-pado por las últimas fases de la cultura megalítica

Figura 4.-Repartición de las hachas planas de cobre, del Calcolítico francés según Arnal, J. y Pra-des, H.- La zona rayada indica un número de 10 ejemplares por Departamento. Los puntos indican número menor o hallazgos sueltos.

(13) SANGMEISTER, EDWARD. Op. cit, pág. 54.

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(hachas del Pla d'Arols, Gavarrós, Besora; Rubí, Canals, Cufort, Oix, etc.), así como en los yacimientos franceses del Mediodía sobre todo del Aveyron (14).

Nos hallamos en el período del Bronce medio europeo, Bronce II hispánico. La concentración máxima de los ejemplares franceses se sitúa en la Bretaña y en el Rhin. Sin embargo hallamos ejemplares en la zona de Aquitania (15) y en los departamentos de Lot y Garonne, Gers, etc.

El hacha de talón con o sin anillas tiene una intensidad mayor que la de rebordes y solamente la conocemos en Navarra y Vizcaya, faltando en los demás puntos del País vasco. No conocemos ni un solo análisis de trazas de metal en este tipo de hachas por lo que no es fácil establecer mucho seguro a parte de los datos proporcionados por la tipo-logía. El ejemplar de Cenarruza, Vizcaya, se halla desgraciadamente perdido. En Viz-caya se desconoce el tipo de hacha de talón sin anillas laterales. Ni un solo ejemplar se conoce con anilla basal.

Este tipo se extiende por España, Portugal y por todo el Occidente europeo y re-presentan un momento adelantado del Bronce.

Las hachas de cubo son tan escasas como las de rebordes. Conocemos un ejem-plar claro de este tipo en Navarra, catalogado aquí con el núm. 25, aunque sin proce-dencia determinada en Navarra. Se trata de un ejemplar escaso en toda España, no muy frecuente en Portugal donde sin embargo se conocen algunos casos, pero sobre todo están relacionados con los tipos bretones y centroeuropeos donde, tal vez, tenga su ori-gen. Ella nos sitúa en un momento tardío del Bronce (16).

Un ejemplar que no es catalogado definitivamente como hacha, perteneciente al Museo de Navarra (núm. 26) puede aproximarse al tipo de hacha de cubo. Se trata del ejemplar catalogado por Maluquer de Motes con el núm. 10 (17), aunque el tipo de esta hacha no coincide exactamente con el tipo centroeuropeo, son muchos los detalles que hablan en pro de esta consideración: forma del filo, el estrangulamiento mediano y el enmangamiento. De cualquier modo su tipo se encuentra más cerca del concepto de hacha que de otro instrumento de esta época. Por eso y con las debidas reservas nos inclinamos provisionalmente a considerarla como una variante del hacha de cubo, tanto más cuanto que ya existe otro ejemplar de cubo en Navarra. Este tipo solamente lo encontramos en Navarra y se halla ausente de las demás provincias vascongadas.

(14) ARNAL, J. PRADES, H. Op. cit., pág. 153, fig. 38. (15) FABRE, G. Les civilizations prehistoriques de l'Aquitanie. París, 1952, pág. 70.

Citado por Maluquer de Motes, J. Notas sobre la Edad del Bronce en Navarra. Op. cit.

(16) DE LA QUADRA-SALCEDO, ANA. Op. cit., pág. 489, fig. 40.(17) MALUQUER DE MOTES, J. Notas sobre la Edad del Bronce. Pág. 13, fig. 3.

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Su posible procedencia de las regiones centroeuropeas no puede causar sorpresa ya que, aunque realizada en ofita del país, el hacha de Balenkaleku habla muy elocuentemente de las relaciones de los megalitos tardíos del país vasco con regiones centroeuropeas.

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NOTAS SOBRE

EL BRONCE FINAL

EN EL PAIS VASCO

por José Miguel Ugartechea

Instituto de Investigaciones Arqueológicas

Aranzadi.

Estado actual de la cuestión

Uno de los momentos más oscuros de la prehistoria peninsular es el de transición del Bronce al Hierro, cuyo panorama en la bibliografía corriente califica Mata Carriazo como desolador (1), particularmente, podemos añadir nosotros, en cuanto al País Vasco se refiere, y no por falta de hallazgos sino por un casi completo desconocimiento de nuestra literatura arqueológica. Tenemos, por no citar más que un solo ejemplo, el hecho bien significativo de que en la serie de monografías que integran la monumental «Historia de España» dirigida por R. Menéndez Pidal es la cultura megalítica pirenaica la única mani-festación cultural que parece conocerse en nuestro país entre el Eneolítico, del que se ci-tan los yacimientos de Santimamiñe y Lumentxa, y la etapa representada por los niveles profundos del «Castejón» de Arguedas.

Excepción hecha de algunos bronces que describiremos junto con los restantes ob-jetos metálicos, el primer hallazgo vasco atribuíble al Bronce final fueron las sepulturas de incineración de Salbatierrabide (Vitoria), yacimiento descubierto por el P. Barandia-rán en 1918. Aquel mismo año dierón comienzo las excavaciones de Santimamiñe (Cor-tézubi), cuya segunda capa eneolítica proporcionó un interesante conjunto de cerámicas acanaladas. Nuevos hallazgos realizados entre 1929 y 1965 documentan la utilización de aquel rito funerario en el interior de algunas cavernas o en lugares próximos, en el mismo emplazamiento de un poblado y en túmulos megalíticos y no megalíticos. En 1942 fue excavado el poblado del «Castejón» (Arguedas) por Taracena Aguirre y Vázquez de Parga, quienes lo supusieron una representación tardía de la cultura «urnenfelder» precéltica, fechándolo después Almagro en el Hallstatt D (2) y Maluquer

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

de Motes en el que llama tercer período del Bronce navarro (3) junto con los poblados profundos del «tell» de Cortes. Este lo fue desde 1947 bajo la dirección de B. Taracena, posteriormente, entre 1951 y 1952, de L. Vázquez de Parga, realizando O. Gil Farrés los trabajos de campo, y, por último, de J. Maluquer de Motes a partir de 1953. Este autor fecha teóricamente a mediados del siglo IX a. C. el asentamiento en Cortes de una población agrícola indoeuropea que «dependiente en último término de la población que desarrolló la cultura del Bronce final en la zona catalano-aragonesa» remontaría el curso del Ebro mientras que «por los pasos del Pirineo central y occidental grupos de pueblos pastores, estrechamente vinculados a la cultura de los túmulos del occidente europeo del final de la Edad de Bronce, se infiltraron en la península matizando la población indígena pastoril y deslizándose hacia las zonas de pastizales de las vertientes cantábricas y de la meseta superior» (4). Entre 1954 y 1958 descubría A. de la Quadra-Salcedo en la cuenca de Pamplona los poblados de Malpaso, Lezkairu, Sanduzelay y Sansol, que encasilló en el Bronce IV de Martínez Santa Olalla. Desde 1964 se en-cuentra en curso de excavación el poblado alavés de Oro (valle de Zuya), descubierto en 1934 por el P. Barandiarán (figura 1).

Poblados

El poblado más antiguo del «tell» de Cortes de Navarra, cuyo desarrollo completo estaría comprendido según Maluquer de Motes entre mediados de los siglos IX y IV a. C., se asienta «sobre un montículo de gravillas que sobresalía de la llanura aluvial del Ebro como testigo de un curso anterior del río». Las viviendas, de adobe y tapial, agru-padas en barrios separados por calles, son de planta rectangular y constan de un vestí-bulo con la puerta abierta a una de las fachadas menores, una estancia central con el hogar, y una «despensa» de reducidas dimensiones situada al fondo (4).

Muy cerca también del Ebro, en un cerro de 303 m. de cota máxima, está situado el poblado de Arguedas, formado por «cabañas de ramaje y barro, soladas de barro api-sonado y construidas con material terrizo. La edificación añaden sus excavadores- se hacía con pies derechos de madera, al parecer de olmo... revestidos de barro sin decorar (a diferencia de los de San Cristóbal de Mazaleón) y probablemente sin viguería hori-zontal revestida...» (5).

En la misma llanura o en pequeños altozanos de la cuenca de Pamplona se en-cuentran los poblados de Malpaso, Sanduzelay, Lezkairu y Sansol, siendo la posible huella de un poste el único resto arquitectónico señalado en los mismos (6).

A diferencia de los anteriores, el de Oro, situado a unos 850 m. de altitud media, posee una muralla que en el tramo correspondiente al nivel

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

del Bronce final está constituída por piedras de regular tamaño hincadas verticalmente en el suelo. De las viviendas del poblado solo sabemos que eran de ramaje recubierto de barro (7).

Figura 1.

Necrópolis

El nivel profundo de Salbatierrabide contenía varias sepulturas hemisféricas de inci-neración abiertas en la terraza pleistocénica reciente. La excavada por el P. Barandiarán

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

medía 1 m. de diámetro y 0,65 de profundidad, conteniendo «tres capas de tierra negruzca separadas por otras de tierra amarillenta, de arena y de cascajo. Las primeras contenían, además de tierra, cenizas, carbón, trozos de huesos calcinados, cascos de vasos cerámicos toscos (ollas con orificios de suspensión y pezones), cuchillos de pedernal, puntas de flecha de pedernal y de ofita y hachitas de piedra pulimentada. Las capas interpuestas eran arqueológicamente estériles» (8). Los hoyos excavados por los HH. Marianistas de Vitoria aparecían rellenos de tierra roja con carbones y cenizas, conteniendo además fragmentos cerámicos, huesos y diversas piezas líticas (9). El profesor Palol supone simples basureros tres hoyos idénticos a los de Salbatierrabide descubiertos por nuestro buen amigo C. Ramón en las proximidades del «tell» de El Soto de Medinilla (Valladolid). Oscilan sus dimensiones entre 150 y 90 cm. de diámetro por 140 a 60 de altura, presentando uno de ellos tres capas de cenizas separadas por dos de arena. Basándose en la aparición de un fragmento cerámico de técnica excisa-boquique, el doctor Palol paraleliza estos hoyos con la primera fase de desarrollo de dicho «tell» (Soto I) y ésta a su vez con la fase Cogotas I (10). Otro posible paralelo son los supuestos hogares hallstátticos de Mantarlot, en el Sena-Mame (11).

En el cerro de Sansol halló A. de la Quadra-Salcedo numerosos restos humanos calcinados, muy fragmentados, que fueron interpretados como restos de incineracio-nes (6).

Un caso aislado nos muestra cómo, al menos temporalmente, el nuevo rito fune-rario fue adoptado por gentes indígenas en un momento en que se practicaban en las cuevas del país inhumaciones con ajuares de tipo dolménico característicos del Bronce I hispánico: entre dos niveles de aquellas características existe en el yacimiento de Gobae-derra o Hierbas Largas una capa de carbones y cenizas que al parecer fue acarreada de algún lugar exterior (12).

A la luz de los datos de que hoy disponemos no es posible establecer una cronolo-gía formal del conjunto de incineraciones que han sido señaladas en las cuevas de El Bortal (Molinar de Carranza), Sagastigorri (Cortézubi), Goikolau (Berriatua), Solacueva (Jócano), Lazalday (Zárate), Los Moros (Atauri), Mairuelegorreta (Gorbea), Uriogaina (Sara) y Harixtoi (Isturitz). Las cenizas, sin ajuar asociado, eran encerradas en urnas que a su vez se depositaban en el interior de las cuevas, al parecer indistintamente en épocas de abandono o de habitación por el hombre. Suelen ser atribuidas a la Edad del Hierro, que aparece estratificada en una buena parte de estos yacimientos, constituyendo a veces el nivel de ocupación más antiguo. Sagastigorri (13), Lazalday y Los Moros proporcio-naron materiales de la Edad del Hierro y Romanización; Mairuelegorreta cerámicas atri-buidas a época hallstáttica. Goikolau contiene ocho niveles que abarcan desde el Meso-lítico (?) hasta

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAÍS VASCO

la Romanización (14). Todavía permanecen inéditas las excavaciones realizadas en So-lacueva, con horizontes del Bronce (al parecer con cerámicas acanaladas) Hierro y épo-ca romana (15). Uriogaina dibujos parietales magdalenienses e industrias mesolítica y neolítica (8). Harixtoi sílex magdalenienses y cerámicas y cuentas de collar del Bronce (8). Las dos urnas de El Bortal constituyen el único vestigio arqueológico del yacimien-to (16). Dentro de las representaciones parietales que han sido señaladas en Goikolau, Lazalday, Los Moros y Solacueva distingue nuestro compañero A. Llanos un primer período de estilizaciones que sólo se da en Solacueva, es decir, en uno de los dos úni-cos yacimientos en que encontramos un claro nivel del Bronce, en este caso al parecer final. Los restantes conjuntos (estilizaciones y abstracciones) irían desde el Hierro hasta la Romanización (17).

No menos problemática es la cronología de los túmulos de incineración no mega-líticos, cuya área de dispersión comprende una gran parte del país tanto en su vertiente continental como peninsular, formando parte, al menos geográficamente, del vasto gru-po que se extiende por el Ariége, Alto Garona, Altos y Bajos Pirineos, las Landas y la Gironda, fechado en conjunto al final del Hallstatt. Según ha señalado Hubert, suelen proporcionar cerámica de tipo muy arcaico con acanalados y pezones como la del tipo de Lausacia y que podría ser de la Edad del Bronce. «Pero -añade- no es posible equi-vocarse, pues contiene copias en barro cocido de las grandes cistas de bronce con asas verticales, que deben situarse entre las cistas de cordones hallstátticas y las cistas britó-nicas de la época de La Tène. Por otra parte, comprende vasos de pie troncocónico hueco, que no pueden ser muy antiguos entre las cerámicas continentales de Europa. Los equi-valentes de nuestra cerámica aquitana se encuentran en el conjunto de la cerámica de los túmulos bávaros y bohemios, y todo se presenta como si contingentes importantes de celtas venidos de Baviera y Bohemia hubiesen llegado directamente, a través de toda Francia, para establecerse entre la Meseta Central y los Pirineos» (18).

Muy poco podemos decir de los excavados en el País Vasco, casi siempre con re-sultados negativos. En los de Okabe halló M. Duperier, según el Padre Barandiarán, «cascos de vasijas de tipo de las de la edad del hierro» (8), y este último, en los de Men-dittipi, restos de carbón vegetal y diversos objetos de piedra entre los que destaca una flecha de pedernal con aletas y pedúnculo (19).

Encontramos, por último, restos de incineraciones en algunos monumentos mega-líticos como Oletar (grupo de Añes) (20) y Eguílaz, sin que al parecer existan indicios claros de que coexistieran en ellos ambas modalidades funerarias, como al parecer ocurrió en Cortes cuya población típicamente «urnenfelder» practicó la inhumación de chiquillos bajo el piso de las viviendas (4).

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

Cerámica

El conjunto más completo es el de los niveles profundos de Cortes, cuyas formas conocemos principalmente por los inventarios de O. Gil Farrés (21). Dice Maluquer de Motes que estas cerámicas «son oscuras, decoradas con surcos acanalados y con surcos e incisiones, y poseen formas bicónicas con cuello de embudo» (4). A juzgar por los mencionados inventarios aparecen además, junto con otras formas menos caracterís-ticas, los típicos vasos con cuello cilíndrico que Maluquer de Motes señala únicamente a partir del nivel PIIa para alcanzar su máximo apogeo desde el PIIb (en que «entramos decididamente en la Edad del Hierro») coincidiendo con el abandono de aquellas formas bicónicas acanaladas e incisas. Predominan tipos con cuerpo y cuello esbeltos (21), mientras que en PIIb adquirirán gran desarrollo otras formas globulares con fondo cóncavo o redondeado y cuello corto, idénticas a las halladas en los estratos 2 y 3 de Arguedas. Estas «tienen por característica -escriben Taracena Aguirre y Vázquez de Parga- el cuello cilíndrico no muy alto, sin doblez hacia fuera o con doblez incipiente y el cuerpo de forma esférica más o menos aplastada o de tendencia puntiaguda en la base» (5). También están representados en Arguedas los pequeños vasos con cuello de embudo, sin las decoraciones acanaladas e incisas que ofrecen en otros yacimientos. Tales cerámicas, de paredes delgadas y superficie pulida, grafitada generalmente, aparecen en asociación con grandes tinajas de barro basto muy parecidas a otras procedentes del Bajo Aragón. Las cerámicas de Oro, muy fragmentadas, no permiten una clara diferenciación de tipos. Junto con grandes vasos ovoides de barro basto en que predominan las ornamentaciones plásticas, encontramos allí pequeñas ollas de cuerpo bicónico, fondo redondeado y cuello de embudo con la superficie negra espatulada que suele decorarse mediante acanalados horizontales, incisiones e impre-siones de ruedecilla. No es clara la presencia de vasos con cuello cilíndrico en este nivel (7).

Cerámicas acanaladas aparecen también en los yacimientos de Solacueva y Santi-mamiñe, a cuya segunda capa eneolítica corresponde, según el Padre Barandiarán, «la cerámica con series de acanaladuras paralelas, con marcas de unas y con bandas de inci-siones semejantes a las del vaso campaniforme», pero que, en parte al menos, pertene-cen a una etapa cultural más avanzada, no anterior a la que nos ocupa. Entre los vasos reconstruidos hay una ollita de boca ancha, perfil en S y base plana, con acanaladuras paralelas y doble zig-zag inciso (fig. 2, 6), y dos cuencos semiesféricos, el primero con acanalados paralelos y una palmeta incisa (fig. 2, 7-8). Uno de los fragmentos hallados en la segunda capa parece corresponder a la parte más abultada del cuerpo de una ollita bicónica, acanalada. Aranzadi, Barandiarán y Eguren compararon este conjunto de orna-mentaciones con las de la necrópolis de

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

Figura 2.

Can-Missert, mientras que el segundo cuenco (fig. 2, 8) y una gran tinaja ovoide muy alargada con impresiones digitales, ambos con paralelos en la cueva Lóbrega, serían ca-racterísticos del Eneolítico (22).

En Salbatierrabide recogieron los HH. Marianistas de Vitoria ollas de barro oscuro rojizo con panza esférica, base plana o redondeada y boca estrecha. Las de pequeñas dimensiones llevaban orificios de suspensión cerca del labio, y las mayores protuberan-cias cónicas (9). Las cerámicas de Malpaso, Sanduzelay, Lezkairu y Sansol, muy frag-mentadas, corresponden por lo general a vasos de barro basto con decoraciones de cordones, pezones, impresiones de cestería, etc. (6).

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NOTAS OBRE EL BRONCE FINA EN EL PAIS VASCO

Poco más podemos decir acerca de los vasos que acompañaban a las ya citadas incineraciones en cuevas. En el Museo Arqueológico de Vizcaya se conserva un vaso restaurado de El Bortal, con boca ancha, cuerpo ovoide y base plana, recubierto de incisiones digitales alargadas (fig. 2, 1). Hay un vaso del mismo perfil en el estrato IV de Cortes (21), pero no faltan paralelos más antiguos, como una de las urnas de la cultura de Bylan, atribuida al Lausacia D. De los recogidos en Harixtoi, que reconocemos a través de los dibujos publicados por el P. Barandiarán (8), uno tiene cuerpo bícónico con predominio del tronco inferior, cuello de embudo bajo y pequeña base plana (fig. 2, 2). Este perfil, muy característico, lo encontramos en diversos yacimientos del Bronce, por ejemplo en la fisura funeraria de Vouillants-Fontane, cerca de Grenoble, donde se reproducen algunas de las formas de Cortes y que Bocquet ha datado en el Bronce reciente (Hallstatt A) o en una fase antigua del Bronce final (Hallstatt B) (23). Otra de las urnas de Harixtoi tiene un cuerpo cilíndrico que se estrecha en la base y cuello, de doble curvatura y decorado mediante un cordón con impresiones (fig. 2, 4). Su origen, como el de la procedente de Solacueva, ésta última con un motivo de líneas incisas en zig-zag en el cuello (fig. 2, 5) (17), pueden ser las tinajas con borde vuelto del Lausacia A. La tercera olla de Harixtoi tiene perfil en S y base plana (fig. 2, 3). De la encontrada en Uriogaina únicamente sabemos que «debió de estar tapada con una losa arenisca que yacía sobre los cascos de vasija que estaba rota y despancijada cuando fue hallada» (8).

Los pocos fragmentos excisos que conocemos en el País Vasco proceden de Pan-gua (Treviño) (24), Kutzemendi (Olárizu-Alava) y de Cortes, suponiendo Maluquer de Motes que los de este último yacimiento son originarios de una cultura diferente, tu-mular, del valle del Ebro (4).

Metal

El de Kutxinobaso (Marquina) es el único depósito de bronces atribuible al Bronce final. Suministró un hacha plana, otra rota de anillas, un fragmento de otra análogo y un trozo de torques con vástago en espiral (25). Hachas planas han aparecido asimismo en Peña Forua (Forua), Güenes (26), Iruzubieta (Marquina), Doñana (Treviño) (27) y en puntos impresicos de Navarra (28), al parecer alguna en Castellar (8), en la sierra de Alaiz y en Almándoz (29). Del tipo de rebordes laterales hay un ejemplar navarro, otro de Zabalaitz (sierra de Aizkorri) y un tercero de Faardiko-harria(Sara) (8). De estirpe ultrapirenaica son un hacha de talón, dos con una anilla lateral, posiblemente de Alaiz (30), una de aletas laterales y otra de cubo (6) navarras, la tubular de Arceniega (8) y las ya citadas de Kutxinobaso.

Son muy interesantes las conclusiones de Sangmeister sobre el análisis espectral de siete objetos metálicos conservados en el Museo de San Telmo de San Sebastián. Parte, entre ellos el hacha de Iruzubieta, son de cobre

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

puro con una pequeña cantidad de arsénico, de un grupo metálico típico de la península. Otros, en cuya composición entra también el níquel, pertenecen a un grupo cuyo núcleo sitúa en regiones próximas a los Alpes bávaros y austriacos, aunque duda «si hubo una exportación del cobre de este tipo desde los Alpes Orientales hasta los Pirineos». El hacha de Treviño es a su juicio el único ejemplar cuyo cobre llegó desde el otro lado de los Pirineos, encontrándose probablemente el centro de distribución de este grupo en los departamentos franceses de Gard y de Hérault hasta la Norbona. La de Aizkorri, junto con un punzón de Uelogoena, es de cobre nativo, que se encuentra especialmente en Yu-goslavia y en Hungría, «si bien -añades podemos decir que todo el cobre de este tipo procede de estas regiones. Más probable es que en todos los países con cobre hubiese algo de este metal sin impurezas y que con él fueran fabricadas armas y otros instrumen-tos» (31).

Los poblados de Cortes y Oro han suministrado abundantes objetos metálicos de los que solamente citaremos los más característicos. La única fíbula completa es de doble resorte con pie sencillo (4), habiéndola fechado Cuadrado algo antes del 650 (32). Los botones, de travesaño simple, ofrecen cierta variedad en cuanto a la forma de la ca-peruza, sin que este dato se preste a conclusiones cronológicas (32). En Oro aparecerá a partir del nivel IIa, tratándose de un tipo que nace en el Bronce final perdurando a lo lar-go de toda la Edad del hierro. El mismo yacimiento suministró varias pulseras ovaladas de sección cuadrangular con decoración de incisiones oblicuas agrupadas en zonas, un anillo de oro de una técnica bien conocida durante la Edad del Bronce y un empalme de hueso perteneciente a un puñalito tipo Mórigem. También merece ser mencionada la hebilla con un garfio del nivel PIII de Cortes (4).

NOTAS

(1) J. DF. MATA CARRIAZO: «La Edad del Bronce». Historia de España dirigida por R. ME-NENDEZ PIDAL, tomo I, vol. I, 2.ª edic. Madrid, 1954.

(2) M. ALMAGRO: «La invasión céltica en España» H. E..., tomo I, vol. II. Madrid, 1952. (3) J. MALUQUER DE MOTES: «Notas sobre la Edad del Bronce en Navarra». Excavaciones

en Navarra, vol. V. Pamplona, 1957. (4) J. MALUQUER DE MOTES: «El yacimiento hallstáttico de Cortes de Navarra. Estudio crí-

tico II». E. en N., vol. VI. Pamplona, 1958. (5) B. TARACENA AGUIRRE y L. VAZQUEZ DE PARGA: «Exploración del «Castejón», de Ar-

guedas». E. en N., vol. I. Pamplona, 1947. (6) A. DE LA QUADRA-SALCEDO: «Nuevos yacimientos de la Edad del Bronce en Navarra».

Munibe, año IX, cuad. 3/4. San Sebastián, 1962. (7) «El castro de las Peñas de Oro» (en preparación). (8) J. M. DE BARANDIARAN: «El hombre prehistórico en el País Vasco». Buenos Aires, 1953.

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NOTAS SOBRE EL BRONCE FINAL EN EL PAIS VASCO

(9) «En los umbrales de la historia de Alava». Vida Colegial (revista del Colegio Santa Ma-ría). Vitoria, 1922-3.

(10) P. DE PALOL: «Notas para la sistematización de la Primera Edad del Hierro en Castilla laVieja. Los silos del barrio Sen Pedro Regalado de Valladolid». A Bosch-Gimpera... Mexico, 1963.

(11) J. NICOLLE: «Quelques sites Hallstattiens...». Bulletin de la Société Préhistorique Fran-

çaise, t. LIX, fasc. 314. París, 1962. (12) J. M. APELLANIZ, A. LLANOS y J. FARIÑA: «Sobre algunas cuevas sepulcrales de Alava».

Separata de Estudios del Grupo Espeleológico Alavés. Vitoria, 1963-4. (13) J. M. DE BARANDIARAN y M. GRANDE: «Excavaciones en Sagastigorri. Primera y se-

gunda campañas (L. 1958)». Bilbao, 1959. (14) J. M. DE BARANDIARAN: «Excavaciones en Goikolau (Campaña 1962)». Separata del No-

ticiario Arqueológico Hispánico, VI, c. 1-3. Madrid, 1964. (15) Las primeras noticias sobre este yacimiento fueron publicadas por A. LLANOS: «Algu-

nas consideraciones sobre la cavidad de Solacueva y sus pinturas rupestres». Munibe, año VIII, cuad. 1. San Sebastián, 1961.

(16) J. M. DE BARANDIARAN: «Excavaciones en Carranza». Vizcaya, nº 10. Bilbao, 1958. (17) A. LLANOS: «Las pinturas rupestres esquemáticas de la provincia de Alava». Separata

de Estudios del Grupo Espeleológico Alavés. Vitoria, 1962-3. (18) H. HUBERT: «Los celtas y la expansión céltica hasta la época de La Tène». México, 1957. (19) J. M. DE BARANDIARAN: «En el Pirineo Vasco. Prospecciones y excavaciones prehistó-

ricas». Munibe, año IX, cuad. 3/4. San Sebastián, 1962. (20) J. M. APELLANIZ: «El túmulo no megalítico de Sendadiano...». Boletín de la Institución

Sancho el Sabio, año VI, núms. 1-2. Vitoria, 1962. (21) O. GIL FARRES: «Cortes de Navarra». E. en N., vol. III. Pamplona, 1954. (22) T. DE ARANZADI, J. M. DE BARANDIARAN y E. DE EGUREN: «Exploraciones en la caver-

na de Santimamiñe. Los niveles con cerámica y el conchero». Bilbao, 1931. (23) A. BOCQUET: «Le scialet funéraire du Bois des Vouillants-Fontaine (Isere)». B. S. P. F.,

t. LX, fasc. 11-12. París, 1963. (24) D. ESTAVILLO: «La primera cerámica excisa en las provincias vascas». Cuadernos de

Historia Primitiva, II, 1. Madrid, 1947. (25) J. R. MELIDA: «Objetos de la Edad del Bronce». Boletín de la Comisión de Monumentos

de Vizcaya, t. VI, año VI, 1. Bilbao, 1914. (26) A. AGUIRRE ANDRES: «Materiales arqueológicos de Vizcaya». Bilbao, 1955. (27) Estas

últimas estudiadas principalmente por SANGMEISTER (ver nota 31). (28) Para los ejemplares de esta provincia véase principalmente el trabajo citado en la nota 3. (29) J. ALTADILL: «Geografía general del País Vasco Navarro», tomo Navarra. Barcelona, s/a. (30) P. BOSCH-GIMPERA: «El problema etnológico vasco y la Arqueología». Revista Interna-

cional de Estudios Vascos, tomo XIV, 1923. (31) E. SANGMEISTER: «Contribución al estudio de los primitivos objetos de metal en el País

Vasco». Anuario de Eusko-Folklore, XVIII. San Sebastián, 1961. (32) E. CUADRADO: «Precedentes y prototipos de la fíbula anular hispánica». Trabajos del Se-

minario de Historia Primitiva del Hombre... Madrid, 1963. (33) A. SOUTOU: «Typologie chronologique de quelques Boutons de Bronze du Midi de la

France». B. S. P. F., t. LX, fasc. 5-6. París, 1963.

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RESUMEN TIPOLOGICO

DEL ARTE ESQUEMATICO

EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

por Armando Llanos Instituto de Investigaciones Arqueológicas

Aranzadi.

Consideramos de interés el recopilar y conceptuar de nuevo todo lo publicado anteriormente (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) sobre este tipo de arte, cuyo conocimiento en nuestra región es relativamente reciente. Su hallazgo vino a presentarnos una persistencia artística en el País Vasco-Navarro, a través del tiempo, aunque basada en unos conceptos ideológicos diferentes a los de tiempos anteriores.

Los diferentes datos y observaciones, sobre su temática y situación en los diversos yacimientos donde se hallan, nos ha permitido elaborar unas conclusiones sobre ellas, y sumotivo de ser, que tratamos de exponer en estas breves notas.

(1) A. LLANOS. Algunas consideraciones sobre la cavidad de Solacueva y sus pinturas

rupestres (Jócano, Alava). Munibe 1.º, 1961, San Sebastián. (2) A. LLANOS. Las pinturas rupestres esquemáticas de la Provincia de Alava. Estudios del

Grupo Espeleológico Alavés. 1962-1963. Dip. Foral de Alava, 1964, Vitoria. (3) J. M. BARANDIARAN. Excavaciones en Goikolau «Campaña 1962» Noticiario Arqueoló-

gico Hispánico. T. VI. Cuadernos 1-3, 1962, Madrid 1964. (4) A. LLANOS-J. A. AGORRETA. La cueva sepulcral de los Moros o de Peña Resgada (Atau-

ri, Alava) Noticiario Arqueológico Hispánico. T. IV. Cuadernos 1-3, 1962, Madrid 1964. (5) B. TARACENA AGUIRRE - O. GIL FARRES - R. BATALLER. Excavaciones en Navarra. Vol.

III 1951-1953. Inst. Príncipe de Viana. Pamplona 1954. (6) J. MALUQUER DE MOTES. El yacimiento Hallstattico de Cortes de Navarra. Vols. I y II,

1954-1958. Inst. Príncipe de Viana. Pamplona 19... (7) J. MALUQUER DE MOTES. Los poblados de la Edad del Hierro de Cortes de Navarra.

Monografías del Seminario de Arqueología de la Universidad de Salamanca. Salamanca 1954.

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

Descubrimiento

El primer conocimiento de este arte de tipo esquemático se obtuvo en el año 1950, al hallar durante la excavación del interesante yacimiento Hallstáttico del Alto de la Cruz en Cortes de Navarra (5) (6) (7) unos temas geométricos pintados, en lo que quedaba de las paredes de las viviendas del poblado denominado P.IIb por sus excavadores. Constituye este yacimiento un montículo artificial (Tell) formado por la superposición de los restos de diversos asentamientos de población a lo largo de más de medio milenio.

Ahora bien, su localización como arte rupestre, es relativamente reciente. Es en el año de 1960 cuando se descubren unas pinturas en la cavidad de Solacueva de Jócano (Alava) (1). Es ésta, una cueva que consta de una galería, sobre la que se superpone otra superior, desembocando ambas en una gran sala. Su longitud total es de 120 m. Las pinturas se encuentran repartidas por casi la totalidad de la caverna, abundando más en la sala final.

Posteriormente y casi a continuación, en Septiembre del mismo año, un nuevo ha-llazgo viene a unirse a los anteriores. Esta vez se trata de una cavidad próxima al pue-blo de Zárate (Alava), llamada Lazalday. Sus pinturas se hallan a unos 100 m. de la en-trada en una de las galerías fósiles, al comienzo de la amplia red que alcanza una exten-sión de 1.650 m.

Transcurren unos meses -Diciembre de 1966- y son hallados en la cueva de Los Moros, cercana a Atauri (Alava), nuevos grupos pictóricos, en las partes más profundas de esta pequeña cavidad de 50 m. de longitud.

Al año siguiente una nueva cueva, la de Liciti en Andagoya (Alava), engrosa el número de las ya conocidas. El desarrollo longitudinal de ésta, alcanza 135 m., estando colocadas estas nuevas representaciones pictóricas, a partir de la mitad, aproximada-mente.

Ha de pasar un año más -1962-, para que durante la excavación de la cueva de Goi-kolau en Vizcaya, se encuentren nuevos temas; esta vez realizados mediante una téc-nica de grabado sobre las paredes. Al igual que en las anteriores cavidades, también aquí, están estos esquematismo a bastante distancia de la entrada. A unos 60 m. aproxi-madamente, de los 95 m. que tiene en total este antro.

Morfología

Antes de pasar a tratar sobre la temática de este arte esquemático, vamos a inten-tar resumir aquellos puntos comunes que hemos observado en estas estaciones, y que por lo tanto pueden servir de pauta para posteriores estudios sobre el tema. Todas estas representaciones, presentan una serie de analogías, tanto en concepto de ideas y de for-mas, como de lugares

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

donde fueron creadas. Solamente vemos, dos grandes diferencias en este conjunto; de temática en las de Cortes de Navarra, que quizá obedece a diferente idea de creación, al ser diferente el lugar donde fueron hechas, y en la técnica, las de Goikolau, puesto que se tratan de grabados en vez de pictografías.

* En casi todos los casos, salvo en Cortes de Navarra, se hallan en el interior de cuevas y a bastante distancia de la entrada.

* Son dos las técnicas empleadas para representar estos esquematismos. a) Gra-bado por incisión con un instrumento puntiagudo o romo en Goikolau y posi-blemente en la Cueva Los Moros. b) Pinturas monocromas en el resto; siendo de color rojo las de Cortes, y las de todas las demás cuevas de color negro, con una materia al parecer carbonosa que en algunos casos presenta una textura de calidades grafitadas.

* En las cuevas, la elección del sitio para estas representaciones plásticas, ha sido en la mayoría de los casos, en los bordes de grandes bloques o pequeñas terrazas, existiendo casos en que lo están en lugares difícilmente accesibles, bien por sus dimensiones incómodas o por hallarse entre grandes bloques caí-dos del techo.

* Generalmente, las representaciones de esquematismos humanos, son de muy pequeño tamaño, ya que oscilan entre 10 y 15 cm. de altura, sobrepasando ra-ramente esta medida. Todos los demás grupos esquemáticos-abstractos son de mayores dimensiones, llegando algunos a tener más de un metro en conjunto.

* Todos los lugares donde se ha localizado este tipo de arte (salvo la cueva de Liciti que está sin comprobar) son pródigos en objetos arqueológicos y restos humanos y animales, poseyendo interesantes yacimientos, algunos de ellos en vías de excavación.

* Sobre la autenticidad de su antigüedad, hemos comprobado en varias de ellas, la existencia de una fina capa de calcita que las recubre y en otras su indebilidad, por absorción en la capa estalagmítica subyacente, de la materia carbonosa, saturada de humedad por su larga permanencia en el interior de las cavidades.

Temática

Es muy difícil y en la mayoría de los casos prácticamente imposible, definir y exponer los temas, que componen estas representaciones. Ello es debido a la avanzada esquematización que presentan la mayoría de estos grupos cuya descripción más

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

detallada de los conjuntos Alaveses, ya expusimos en un anterior estudio (2) y que resumimos en éste, agrupados juntamente con los de Goikolau y Cortes.

Se puede observar una diferencia de temática en las estaciones que tratamos, agru-pándose por un lado las cuevas (Solacueva, Lazalday. Liciti, Los Moros, Goikolau) ypor otro los poblados (Cortes, en este caso). Este

Figura 1.-Cortes de Navarra.

hecho puede obedecer a dos fines distintos de creación, en cuyo caso podían tener un fin mágico-religioso, el de las cavidades, y solamente decorativo el de los poblados, aunque bien pudiese tener un doble fin este último.

También apuntamos el hecho de que pudiera deberse a diferentes influencias cul-turales -aun dentro de un mismo fondo común- teniendo en cuenta la distinta situación geográfica de Cortes, respecto a las demás estaciones.

Del detenido examen del conjunto de formas, situaciones y hallazgos, hemos lle-gado a la conclusión teórica de la existencia de tres períodos principales de evolución. Esta evolución en el tiempo y en el concepto de las formas, puede resumirse de la si-guiente manera:

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

Figura 2.-Cueva de Goikolau (Vizcaya).

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

Figura 3.-Cueva de Goikolau (Vizcaya).

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

Período I de Estilizaciones. Período mixto. Período II de Esquematismos. Período mixto. Período III de Abstracciones.

Hemos adoptado estas denominaciones por ser estas las formas bajo las que se pue-den englobar todos los conjuntos de este arte.

Período I (Estilizaciones)

Llamamos así a aquellas figuras en las cuales se ha empleado una interpretación convencional de formas, haciendo resaltar solamente aquellos rasgos que consideraron característicos e importantes. De este período conocemos figuras en Solacueva (fotos 1, 2, 3, 5) y en Cortes (fig. 1, núm. 4). En el primer lugar representaron a la figura humana mediante una avanzada estilización, consistiendo en un óvalo para la cabeza y un trazo vertical para el tronco, del cual nacen otras líneas representativas de los miembros su-periores e inferiores. En algún caso indicaron el sexo de la persona. Sobre sus cabezas portan una especie de tocado, indicado con unas líneas que nacen del óvalo (cabeza) su-perior. También se observa una línea horizontal que atraviesa el cuerpo a la altura de la cintura. La mayor parte de estas figuras sostienen en sus manos una especie de arco con sus correspondientes flechas. Un detalle que acompaña a casi todas estas estilizaciones -y cuyo significado no alcanzamos comprender- es una serie de líneas verticales o inclina-das, la mayor parte de las veces en grupos de tres (fot. 5).

En Cortes de Navarra aparecen también algunas estilizaciones humanas. Una de las mejor conservadas, nos permite apreciar, una figura en la que mediante dos trina-gulos unidos por sus vértices se ha representado el tronco, del que nacen las extremi-dades. Las manos solamente poseen tres dedos. En cuanto a la cabeza no podemos saber cómo la tenía, al faltar en esta figura.

Período II (Esquematismos)

En este período se tiende a la representación de los motivos con atención única, de las líneas o caracteres más significativos. Dentro de este momento apreciamos dos ten-dencias: Una con tradición a plasmar la figura humana, aunque con una avanzada esque-matización, -esta evolución puede seguirse por los paralelos con otras pinturas del resto de España-, y otra que comienza a hacer ininteligibles estas pictografías y grabados, re-duciendo las composiciones a simples líneas y puntos.

Encontramos estos esquematismos en los yacimientos de Solacueva, Lazalday, Los Moros, Goikolau y Cortes. Los ejemplos más claros de la primera tendencia evolutiva,

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

los hallamos en Solacueva, donde vemos que bastantes figuras humanas se han simplificado, al hacerles desaparecer la cabeza (fots. 4, 6, 8), y las armas que portaban, reduciendo la representación a lo más elemental, para poder comprender todavía que se trata de figuras humanas. En Goikulau se ven algunas figuras de este tipo (fig. 3). Es juntamente con estos grupos cuando comienzan a observarse pictografías en zig-zag (fots. 7, 10), y unos motivos que parecen corresponder a lo que se viene llamando «hombres espíritus» o «figuras principales» (fotos. 10, 14).

Período III (Abstracciones)

Aquí se han plasmado ciertas ideas o conceptos aislando del objeto lo que estaba a él unido, y considerando de esta forma las cualidades independientemente de las subs-tancias en que reside. Son éstas unas agrupaciones en las que juegan un papel funda-mental las composiciones a base de líneas -rectas casi siempre-, y en algunos casos en sistemas paralelos (fot. 17), en las que no es posible comprender nada de lo represen-tado. Atribuimos a este período algunos de los temas de Solacueva, Lazalday, Liciti y Goikolau. Además de estos períodos, más o menos claros, existen algunos conjuntos en los que se dan casos mixtos, y que denominamos de esta manera.

Consideraciones y cronología

Son varios los datos de gran interés, para el estudio de este arte esquemático, que se han podido obtener con el estudio de estas pinturas y grabados en el País Vasco-Navarro. Tanto más interesantes por cuanto nos permite fijar con cierta relativa seguri-dad, dos conceptos; uno el de su motivación y otro el de su cronología. Analizaremos por separado ambos factores para poder llegar a alguna consideración concreta, que al menos pueda servir en lo sucesiva como línea de conducta para futuros trabajos sobre el tema.

Ya Camón Azuar (8) nos señala -llegando a denominar así, este tipo de arte- que la razón de ser de estas representaciones tiene origen principalmente en su ligazón con una idea o hecho de tipo necrolátrico. Esto lo vemos confirmado en la mayoría de los yacimientos estudiados (Solacueva, Cueva de los Moros, Lazalday, Cortes) donde es indudable la relación entre pinturas y enterramientos. En estos casos citados encon-tramos juntamente con diverso ajuar (cerámicas, objetos de hueso y metal, etc.), restos humanos, inhumados o incinerados; llegando a concretarse mucho más, en el caso de

(8) J. CAMON AZNAR. Las artes y los pueblos de la España Primitiva, págs. 418 al 477. Madrid 1954.

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

Cortes de Navarra, donde al parecer se daba el hecho de que las pinturas de estilizaciones humanas, se encontraban encima de algunos enterramientos infantiles. Este es un hecho claro. Lo que ya es más difícil de llegar a saber, es a qué idea fija correspondía cada una de estas tendencias representativas, y su relación con actos o hechos concretos. Es muy probable que en su sucesión en el tiempo, cambiase su motivación primera, aunque conservase una relación indirecta con estos primeros hechos, al considerar estos sitios como lugares de tipo religioso.

Estos simbolismos pictóricos se nos presentan como un arte introvertido, y más ligado a traducir conceptos o sensaciones íntimamente ligadas al estado espiritual de las personas, que a reflejar hechos materiales tangibles.

Aquí se nos presenta la duda -expuesta ya anteriormente- de si la raíz de expresión utilizada para estas cavidades obedece al mismo fundamento que las plasmadas en las casas de Cortes. Es muy posible que no, y que en las cuevas tuviese un carácter ritual, y mixto o solamente decorativo en las casas. En cuanto a su cronología, tendremos que valernos de la relación, yacimientos arqueoló-

Figura 5.

gicos representaciones plásticas, en la mayoría de los casos; asociando el resto de las estaciones en las que no poseemos estos indicios a las temáticas de los lugares que sí lo poseen.

Nuestra aplicación de esta relación puede resumirse según el gráfico adjunto (fig. 5) donde comparamos la cronología de los materiales aparecidos en estos yacimientos con los conjuntos de arte de estas mismas estaciones en estudio. Así de esta forma vemos que el úni-co lugar donde se dan claramente representaciones humanas estilizadas es en Solacueva y en distinta forma, pero dentro del mismo concepto, en Cortes.

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RESUMEN TIPOLOGICO DEL ARTE ESQUEMATICO EN EL PAIS VASCO-NAVARRO

Para el caso de Cortes, tenemos una cronología relativa, de la evolución del pobla-do, correspondiendo para el momento de ocupación del nivel P.IIb en que se hallan sus pinturas, la fecha de 650 a 550 años a. de J. C.

En las cavidades y partiendo del hecho de la existencia de estilizaciones en Sola-cueva, única cueva que las posee, vemos que es el único lugar donde en el yacimiento arqueológico existe un nivel del Bronce. En el resto existe una correspondencia casi paralela entre Esquematismos Hierro y Abstracciones Romano. Desde luego todas estas ideas, pueden tener un valor una correspondencia casi paralela entre Esque-matismos -Hierro y Abstracciones- Romano. Desde luego todas estas ideas, pueden tener un valor real, cuando nuevas excavaciones o nuevos hallazgos puedan ratificar o corregir esta línea de comparación. No obstante nos parece una línea de conducta, a te-ner en cuenta, al juzgar en el tiempo este tipo de arte. Otro camino a seguir (*) sería el de la comparación de estas representaciones, sobre todo de los esquematismos -por ciertas analogías morfológicas-, con los temas que decoran las cerámicas de nuestros yacimientos que tengan una estratigrafía clara y concreta.

De momento presentamos una cronología relativa, ya que puede variar en cuanto a su aplicación a los diferentes estadios de evolución artística, ya que es realmente difícil llegar a saber, si a cada espacio de tiempo, corresponde un concepto artístico concreto, siendo posibles unas ligeras fluctuaciones en esta correspondencia.

a) las realizaciones humanas de tipo estilizado pertenecientes a nuestro período I, las incluimos en una Edad del Bronce final, quizás al comienzo de la Edad del Hierro.

b) Al período II señalamos la evolución hacia las figuras esquematizadas, así como a las composiciones de formas combinadas y que podemos adjudicar-las a la Edad del Hierro.

c) Por último nos parecen una continuidad de las anteriores las del período III y que creemos que pueden llegar hasta la Romanización.

Esto nos lleva a pensar en un arte que casi se restringe a una Edad del Hierro, con comienzo en un Bronce final y acabando con la Romanización de la Región.

(*) Este es un ensayo que tenemos iniciado.

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Las figuras de las fotografías 1 y 2, fueron destruidas, al

poco tiempo de su descubrimiento, por personas in-

controladas.3

Cavidad de Solacueva (Jócano, Alava).

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Cavidad de Solacueva (Jócano, Alava).

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Cavidad de Solacueva Jócano, (Alava).

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Cavidad de Solacueva (Jócano, Alava).

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Cueva de los Mo ros (Atauri, Alava).

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Cueva de Lazalday (Zárate, Alava).

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Cavidad de Solacueva (Jócano, Alava).

Cueva de Liciti (Andagoya, Alava).

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Cavidad de Solacueva (Jócano, Alava).

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NOTAS BREVES

HALLAZGO DE UN HACHA DE PIEDRA EN LAS PROXIMIDADES DE ALI (Alava)

Al hacer la explanación, para la ampliación de los pabellones de Industrias del Motor, S. A., cuyos edificios se levantan en las proximidades del pueblo de Ali, encon-tró nuestro buen amigo D. Vicente Gálvez, un hacha de piedra, que donó al Museo Pro-vincial, donde está depositada.

La citada pieza, es un hacha pulimentada. Este pulimento cubre toda la labor de desbastado de la misma. Es muy curiosa la doble escotadura simétrica que posee junto al talón, el cual está también afilado y que tiene como fin facilitar la labor de enman-gado. Todo lo anteriormente dicho, juntamente con el aplanamiento de la pieza y su filo muy abierto, hace suponer la posibilidad de que pertenezca a un Bronce final (fot. 3).

Jaime Fariña.

SEPULTURAS ROMANAS?EN BERROCI (Alava)

Una vez más fuimos informados del hallazgo de unos enterramientos en cista, en las proximidades del pueblo de Berroci. Aunque por la similitud con otros hallazgos parecidos, que tanto abundan en nuestra provincia, tan difíciles de fechar por su absoluta carencia de ajuar, nos intrigó el dato de que junto a estos restos, aparecían «trozos de pucheros» según nuestro informante D. Fernando Cormenzana.

Puestos en contacto con su descubridor D. Esteban Algar nos mostró el lugar -situado al N. O. del pueblo-, donde aparecen estos enterramientos,

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NOTAS BREVES

a cuyo término llaman Cementerio Viejo. Estas sepulturas aparecen alrededor de un montículo, en cuya cima estuvo situada una ermita. No logramos ver estos «trozos de pucheros», por haber sido esparcidos, juntamente con los restos, por los labrantíos de los alrededores. No obstante y ante nuestro ruego de que nos describiese estos fragüentos cerámicos, nos explicaron que eran rojos y tenían «como unas palmas en relieve» por la cara exterior. Mostrados unos pedazos de diferentes cerámicas que siempre llevamos en nuestras prospecciones, separaron las muestras de terra sigillata, indicándonos que eran iguales. Esto nos hace pensar en enterramientos de época romana. Esperemos nuevos hallazgos en este lugar, que puedan arrojarnos más luz sobre la cuestión.

Armando Llanos.

UN ENTERRAMIENTO EN LA SIERRA DE CANTABRIA

Depositadas por D. Darío López de Araya existen en el Museo Provincial de Ar-queología dos objetos de bronce que según el citado señor, fueron encontrados a unos 100 m. del Km. 35 de la carretera de Vitoria a Logroño por el Puerto de Herrera.

El cortado por esta parte de la Sierra es bastante fuerte y existen en muchos sitios grandes bloques de piedra desprendidos del mismo. La sepultura se encontraba al abri-go de alguno de estos grandes bloques, pero sin que al parecer tuviera una construcción megalítica de tipo dolménico. Nos atrevemos a suponer que se tratara de una sepultura semejante a la de LAMIKELA (Contrasta) si bien en el caso presente el hecho de que se encontrara muy protegida por la roca y sin tierra que recubriese el ajuar ha hecho posible que este se conservara sin deterioro alguno, hasta tal punto que incluso la punta de flecha conservaba la vara, aunque completamente destruida.

El ajuar recogido consistía en un punzón, dos puntas de flecha y bastantes restos humanos. Actualmente sólo se conserva en el Museo el punzón y una de las puntas de flecha (fot. 2).

El punzón de sección cuadrangular es de bronce y tiene una longitud de 18,5 cm. Posee en la parte opuesta a la punta un adelgazamiento cuadrangular para facilitar su enmangue.

La punta de flecha, también en bronce, es de forma triangular y posee un biselado marginal por ambas caras.

Jaime Fariña.

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NOTAS BREVES

UNA NECRÓPOLIS ROMANAEN LA RIOJA ALAVESA

Habiéndonos notificado D. Salvador Cuesta, la existencia de unas lápidas con ins-cripciones en una bodega del pueblo de Baños de Ebro (Alava), que habían sido halladas en ese mismo lugar, giramos una visita, con ánimo de comprobar si realmente se trataba

de una lápida romana, como así parecían indicarlo los datos que nos dieron. Puestos en contacto con la familia del propietario de esta bodega D. Roberto Blanco, tuvo a bien el acompañarnos -ante la ausencia del dueño- a reconocer el lugar D. Tomás Pascual, a quien debemos una serie de informaciones y de datos que son los que nos inducen a pensar, no en un hallazgo aislado, sino en una auténtica necrópolis.

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NOTAS BREVES

La lápida en cuestión, apareció al horadar el suelo para hacer la bodega. Junta-mente con esta aparecieron otras dos más. De estas otras dos, una fue destruída, al no percatarse los obreros de lo que se trataba. Al ver, una vez rota que tenía inscripciones, intentaron unir los fragmentos resultando imposible hacerlo por lo destrozada que que-dó. La segunda, la embutieron en la obra de hormigonado, quedando completamente oculta hoy día. Esta tercera, que es la que pudimos ver, quedó colocada, en una de las paredes de la bodega, donde se conserva actualmente. Mide 0,68x0,57 m. de dimen-siones máximas, y es de piedra arenisca. La parte dedicada, está dividida en dos rectán-gulos. En el superior se ven dos representaciones humanas estilizadas, de las cuales una lleva cogido de la mano un animal cuadrúpedo. Parece que se trata de un équido con el ronzal puesto. Debajo de las figuras se ven las letras D M. En el recuadro de la parte inferior se halla la dedicatoria que dice:

CARISIMO FILIOVR SICENUS ASEYUCIO INANNIS XX MEMO RIA POST

Su parte superior está rematada por un frontis con unas líneas en ángulos parale-los, y semicírculos concéntricos en sus costados, grabados sobre este remate.

Además de estos hallazgos de lápidas, nos indicó nuestro amable acompañante, que en su bodega también había aparecido un esqueleto, así como que en una huerta próxima se encontró hace años, un enterramiento de un niño en una sepultura de «ladrillos» (¿tegulas?).

Por todo ello nos inclinamos a pensar en que se trata de una necrópolis romana asentada en el lugar donde se ubican actualmente las bodegas de este pueblo de Baños de Ebro, no siendo de extrañar que en futuras obras, pendientes, en estas bodegas, sigan apareciendo más restos que confirmen esta suposición.

Armando Llanos.

UN NUEVO SILO EN EL OPPIDUM DE IRUNA (Trespuentes-Alava)

En una de las muchas visitas que periódicamente gira por este Oppidum de Iruña, D. Vicente Gálvez, observó un pequeño amontonamiento de piedras -dentro del recinto amurallado- que llamó su atención. Al retirar algunas de estas piedras, comprobó que se trataba de un silo, que correspondería a alguna de las viviendas de esta ciudad.

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NOTAS BREVES

La situación aproximada de este silo, en el plano topográfico, levantado durante la excavación de este lugar y publicado en «El Oppidum de Iruña» por D. Gratiniano Nie-to es la siguiente:

915.715 - 673.625. Altitud 523 m.

Iruña (Trespuentes). Croquis del silo nº 2.

A diferencia del otro silo conocido con anterioridad, este que nos ocupa, es de bóveda de cañón, y su entrada cerrada con una losa, es un orificio circular de 0,55 m. de diámetro, tapado con una piedra de 0,80 m. de lado. Su planta es ligeramente rectangu-lar, de 4 m. de ancho por 4,57 m. de largo. Su altura máxima es de 2,30 m., siendo de 1 m. la de la pared propiamente dicha. Sus paredes y techos están recubiertos por un estuco característico en estos silos.

Jaime Fariña.

UNA NECROPOLIS DE INCINERACION,EN LOS ARENALES DE GARDELEGUI

La amabilidad de D. Félix Alfaro ha hecho posible el que podamos dar a conocer una serie de materiales que según noticias, por cierto no muy

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NOTAS BREVES

concretas, fueron hallados por los obreros de los Arenales de. Gardélegui (Alava) du-rante su trabajo (fot. 1).

Fue nuestra intención obtener más datos sobre la forma y demás pormenores del hallazgo pero ello nos ha sido imposible por el momento, si bien al reconocer el lugar en que dicen fueron encontradas pudimos observar todavía, en los cortes del terreno, algunos hoyos de incineración lo que nos hizo pensar que efectivamente los objetos muy bien pudieran pertenecer a alguno de los muchos hoyos de incineración que existieron en esta necrópolis, según noticias del dueño de los arenales.

Al parecer han sido muchos los objetos que a lo largo del trabajo en el arenal fue-ron apareciendo si bien solamente cuatro de ellos se conservan en la actualidad, y ello gracias a que pudieron ser comprados a un anticuario.

La fíbula de unos 6,5 cm. de longitud es de bronce del tipo llamado de botones. Posee nueve botones, uno rematando el pie y los restantes uno en cada vértice de los dos rectángulos que decoran la fíbula, junto al pie y cerca del pasador de la aguja. Debemos señalar aquí que una fíbula similar a la descrita aunque con siete botones solamente, fue hallada en la necrópolis de Salbatierrabide cuya distancia con la presente no supera el kilómetro.

Otro de los objetos es una punta de lanza también en bronce con nervadura central y tubo para introducir la vara. Le falta la parte final del tubo, justamente a la altura de los orificios destinados a introducir la clavija de sujeción.

El puñal también en bronce tiene una longitud de 17 cm. Posee un orificio destina-do a asegurar su fijación al mango por medio de un remache. Aunque si bien no se le aprecia biselado, la existencia de incisiones en ambas caras en su parte menos desgas-tada, hace suponer que estas se extendieran a lo largo de todo el filo remarcando el mismo.

La última pieza es una pequeña hacha plana de cobre o bronce de 9 cm. de lon-gitud. Esta pieza es la única que tipológicamente desentona del resto del conjunto si bien es cierto que pudiera tratarse de una perduración ritual como se ha señalado en algunos otros casos en la cuenca del Ebro.

Por lo demás es muy probable y no queremos dejar de hacer constar la posibilidad de que esta necrópolis pertenezca al poblado de la Edad del Hierro de OLARIZU, ya que la corta distancia que los separa así lo hace pensar.

Jaime Farina.

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Foto 1.-Objetos hallados en los arenales de Gardélegui (Alava).

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Foto 2.-Punzón y punta de flecha (Puerto de Herrera, Alava).

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Foto 3.-Hacha de piedra (Ali, Alava).