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    6 > www.vocesenelfenix.com

    UN RECORRIDO SOBRE LOS DISTINTOS SENTIDOS QUE ASUMI A LOLARGO DE LOS LTIMOS TREINTA AOS LA PALABRA DEMOCRACIA.DE LA UTOPA Y LA RECUPERACIN DE LA LIBERTAD A LA IDEA DEPROCESO Y A LA AMPLIACIN DE LOS DERECHOS. EL ROL DEL ESTADOCOMO GARANTE DE MAYORES LIBERTADES, MS DERECHOS Y MEJOR

    FUTURO.

    TRES DCADAS DE DEMOCRACIA

    (1983-2013)

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    por EDUARDO RINESIRector de la Universidad Nacional de General Sarmiento

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    TRES DCADAS DE DEMOCRACIA (1983-2013) > 9

    Entre nosotros la democracia fuepensada sucesivamente, entrelos tramos finales de la ltimadictadura cvico-militar y estosdas que ahora transitamos, comouna utopa, como una rutina, comoun espasmo y como un proceso.

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    juego de relevos institucionales ms o menos inofensivos soste-

    nido sobre una divisin tan arbitraria como efectiva entre nues-

    tra condicin poltica de ciudadanos que gozbamos de unas

    libertades que nadie disputaba y nuestra condicin social de

    sujetos de una creciente expoliacin y empobrecimiento alen-

    tados por las polticas pergeadas por nuestros representantes

    desde la cima del aparato del Estado.

    Todo eso salt por los aires, como es notorio, casi tres lustros

    despus de aquella Semana Santa que recordbamos, a fin de2001, que es el momento en que, para retomar la terminologa

    que anunci al comienzo, me parece que puede hablarse de

    la aparicin de una tercera idea sobre la democracia en este

    largo ciclo de treinta aos que estamos repasando: la de la de-

    mocracia como un espasmo, como un movimiento intenso de

    participacin muy activa y muy apasionada, como un momento

    de recuperacin diramos de esa vocacin participativista

    tibiamente propiciada al inicio del ciclo de la transicin y luego

    desalentada o incluso traicionada en los aos que siguieron,

    y que aqu volva al centro de la escena de la mano de la rei-

    vindicacin de un conjunto de nuevas identidades forjadas al

    calor de la crisis, del rechazo de los representantes del pueblo

    en nombre de formas menos mediadas de intervencin de los

    ciudadanos en la vida pblica y de la protesta airada ante la

    desaprensin con la que un equipo gubernamental conservador

    y torpe lidiaba con la difcil materia del padecimiento colectivo.

    Aunque no es el tema de estos apuntes, querra sealar que

    todava nos debemos, me parece, una consideracin menos apu-

    rada que la que hasta aqu les hemos dedicado a estos episodios

    tan importantes en la historia argentina contempornea, en

    cuya interpretacin tendieron a alternarse el temor reaccionario

    y torpe por la suerte de las instituciones, presuntamente amena-

    zadas por la virulencia de la protesta popular, y la simtricamen-te candorosa pretensin de que nos encontrbamos por fin a las

    puertas del paraso de la realizacin autnoma de una sociedad

    por fin emancipada.

    Ni tanto ni tan poco. Porque no puede exagerarse, pero tampoco

    desdearse, la importancia que tuvo el desbarajuste de todas

    las variables de la vida pblica argentina en esos meses como

    antesala del proceso de reconstruccin que se inici enseguida,

    en una clave que llamar, para abreviar, conservadora popular,

    en el mismo ao 2002, y luego en una clave que llamar, tam-

    que aqu estamos recordando. En la universidad fueron aos en

    los que volvimos a pensar en trminos tericos y filosficos este

    viejo problema de la libertad, y en los que para ello volvimos

    a leer a los clsicos y revisamos los textos de Stuart Mill y de

    Benjamin Constant y de Isaiah Berlin, y en los que pensamos y

    discutimos la contraposicin entre la libertad de los antiguos y

    la de los modernos, entre la libertad para y la libertad de, en-

    tre la libertad democrtica y la libertad liberal... Y en los que

    pensamos tambin (y esta discusin fue de las ms interesantesque tuvimos en aquellos aos) sobre los modelos poltico-insti-

    tucionales que servan para garantizar la vigencia de estas liber-

    tades, de estos distintos tipos de libertad: hablamos entonces de

    democracia participativa como una que garantizara el amplio

    ejercicio de una libertad positivapara intervenir activamente

    en los asuntos pblicos; hablamos de democracia representati-

    va como una que elega en cambio un menor involucramiento

    de los ciudadanos para garantizarles a cambio una libertad, ne-

    gativa, de las interferencias externas sobre sus opciones de vida.

    De hecho, esta tensin que recuerdo aqu demasiado brevemen-

    te fue la materia de uno de los debates ms importantes de esos

    aos, que ocup, formulado de modos muy diversos, una por-

    cin significativa del espacio de las discusiones terico-polticas

    que tuvieron lugar entre la asuncin de Alfonsn en el 83 y el

    comienzo del fin de su buena estrella el domingo de pascuas de

    1987. Ese da, como ha sido ya dicho muchas veces, una produc-

    tiva tensin entre participacin y representacin (o, si se quiere:

    entre la representacin entendida como puente y la representa-

    cin entendida como foso), entre proximidad y distancia, entre

    compromiso y delegacin, empez a resolverse a favor de los

    segundos trminos de esos pares de opuestos, haciendo a la de-

    mocracia argentina alcanzar cada vez ms (en un crescendo que

    no se detendra hasta el anticipado final del gobierno de Alfon-sn, y que dara el tono del que ocupara toda la dcada siguien-

    te) la forma de una democracia representativa y liberal, con una

    clase poltica como verosmilmente se la empez a llamar

    cada vez ms separada de los ciudadanos y despreocupada de

    su suerte, y con unos ciudadanos cada vez ms desencantados

    con ese juego en el que nadie los invitaba siquiera a participar.

    A esto me refera ms arriba cuando deca que en aquellos aos

    nos desplazamos de una idea de la democracia como utopa a

    una idea de la democracia como una rutina. Como un rutinario

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    La utopa democrticade los 80 era enefecto una utopa dela plena realizacinde la libertad, o delas libertades, y no

    nos equivocaramossi sostuviramos queese problema de lalibertad fue de los msconversados, de los msdiscutidos, duranteesos aos.

    De la libertad a losderechos, entonces.Ese es el signo generaldel desplazamiento denfasis y de obsesionesentre los aos en que seiniciaba el ciclo poltico

    de tres dcadas que acconsideramos y estosaos desde los cualeshoy miramos este cicloen retrospectiva.

    bin para simplificar, populista de avanzada a partir del ao

    siguiente. Que es cuando me gustara situar el inicio del cuarto y

    ltimo de los captulos de esta historia que anunci al comienzo,

    signado por un modo diferente de pensarse la cuestin de la

    democracia, e incluso de usar la propiapalabrademocracia,

    que es la que estamos considerando ac. Y que en realidad se

    ha usado ms bien poco, para ser francos, durante estos aos

    ltimos de la vida poltica argentina, en que esa vieja categora

    que haba resultado tan glamorosa y llena de promesas al iniciodel ciclo de la transicin fue trocndose ms bien, en nuestros

    discursos y conversaciones, por la categora, acaso ms dinmi-

    ca, de democratizacin. Como si el cin de transicin (ese

    cin que designa siempre un desarrollo, un camino, un progre-

    so de las cosas en el tiempo) se hubiera trasladado de aquella

    vieja palabrita a la propia palabra democracia, para que esta

    pudiera designar no ya un estado sino un proceso, no ya una

    utopa sino un movimiento, no ya el puerto de llegada de una

    ruta sino la ruta misma. Que es una ruta que en estos ltimos

    diez aos argentinos pensamos como una ruta de crecimiento,

    de progreso, de ampliacin... de qu? Para decirlo rpido: no ya

    de libertades (esas libertades con las que sobamos al final de

    la dictadura, y con las que hoy ya no tenemos que soar,porque

    rigen plenamente, inditamente, casi inslitamente entre nosotros),

    sino, ahora, de derechos.

    De la libertad a los derechos, entonces. Ese es el signo general

    del desplazamiento de nfasis y de obsesiones entre los aos en

    que se iniciaba el ciclo poltico de tres dcadas que ac conside-

    ramos y estos aos desde los cuales hoy miramos este ciclo en

    retrospectiva. Y aqu, dos observaciones. Una para sealar que

    tenemos ac un problema importantsimo sobre el que tenemos

    que ser capaces de echar luz con los mejores instrumentos de

    nuestra teora social y de nuestra filosofa poltica. Que si en losaos 80 acompaaron la centralidad que en la agenda pblica

    tenan los desafos de la transicin dedicando sus mayores

    esfuerzos a examinar, como ya dije, las distintas aristas del pro-

    blema de la libertad, hoy tiene que estar a la altura del desafo

    de acompaar este problema fundamental en la agenda de este

    tiempo que es el problema de los derechos. Ayudndonos a

    pensar, por ejemplo, qu cosa esun derecho, ese raro bien que

    en general decimos que tenemos justo cuando, de hecho, no

    lo tenemos: la tensin entre el hechoy el derecho, entre el sery

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    el deber ser, es constitutiva de la naturaleza misma de lo que

    postulamos como un derecho. O proponindonos mecanismos

    para discernir qu derecho debemos privilegiaren las diferentes

    y felizmente creciente cantidad de oportunidades en las que, en

    un contexto general de expansin de derechos de todo el mun-

    do, los derechos o la posibilidad de la ampliacin de los dere-

    chos de un determinado grupo corren el riesgo de colisionar con

    los derechos o la posibilidad de la ampliacin de los derechos

    de otro. Que sea este uno de esos problemas que es bueno que

    las sociedades tengan no quiere decir que no sea un problema,

    y nuestras ciencias sociales y nuestra filosofa poltica deberan

    ayudarnos a pensar cmo resolverlo.Pero este movimiento desde el nfasis en la cuestin de la liber-

    tad hacia el nfasis en el problema de los derechos trae consigo

    un segundo desplazamiento, que me importa considerar espe-

    cialmente porque nos anuncia uno de los grandes problemas,

    al mismo tiempo tericos y polticos, con los que este tiempo

    argentino que vivimos nos regala: el del Estado. En efecto, mien-

    tras la mayor preocupacin en la agenda pblica argentina era

    la preocupacin por garantizarnos la vigencia plena de las liber-

    tades, de la libertad, el problema del Estado no ocup un lugar

    central en nuestras consideraciones. O slo ocup un lugar en

    ellas para sealar aquello contra lo cual, en disputa con lo cual,

    esa libertad deba ser conquistada y defendida. El pensamiento

    de los aos 80, a la salida de una dictadura atroz en la que el

    Estado haba asumido su forma ms tremendamente opresiva

    y terrorista, fue un pensamiento que muy comprensiblemente

    puso al Estado del lado de las cosas malas de la vida y de la

    historia, hizo de l sobre la base de una experiencia que nadie

    poda decir que no hubiera sido concluyente un enemigo real

    o cuanto menos potencial de la libertad y nos llev a imaginar

    que era slo teniendo a ese enemigo de la libertad a raya y limi-

    tado que podamos soar con que esa libertad fuera la norma de

    nuestra vida colectiva. En los aos que siguieron, en los que el

    liberalismo poltico dominante en los 80 se troc por un neoli-beralismo econmico ampliamente extendido en el discurso de

    importantes sectores polticos y sociales, el rechazo del Estado

    asumi una forma y un motivo diferente, pero no fue menos

    decidido ni menos concluyente.

    En cambio, cuando el centro de nuestras preocupaciones se

    desliza del problema de las libertades al de los derechos, el Esta-

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    do aparece en el centro de la escena. Porque se vuelve evidente

    para todo el mundo que es slo gracias al Estado y en la medi-

    da en que hay Estado que podemos tener y ver garantizados

    los derechos que nos asisten y de los que nos gusta pensarnos

    como sujetos. Que no es contra el Estado, sino en el Estado y

    por medio del Estado que esos derechos pueden verse garan-

    tizados y satisfechos. Que, como por lo dems supo siempre la

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    Cuando el centrode nuestraspreocupaciones sedesliza del problemade las libertades al delos derechos, el Estadoaparece en el centro

    de la escena. Porquese vuelve evidentepara todo el mundoque es slo gracias alEstado y en la medidaen que hay Estadoque podemos tenery ver garantizados

    los derechos que nosasisten y de los que nosgusta pensarnos comosujetos.

    gran tradicin republicana (demasiado preciosa, por cierto, para

    regalrselas sin dar batalla a los enemigos del proceso de demo-

    cratizacin en curso entre nosotros), slo el Estado nos hace,

    entonces, ciudadanos plenos. No es difcil ejemplificar: si hoy

    hay, en la Argentina, un derecho a la jubilacin, es porque hay (a

    diferencia de lo que ocurra quince aos atrs) un Estado que lo

    garantiza. Si hoy hay un derecho a la educacin es porque hay

    un Estado que construye escuelas y que paga sueldos y que sos-

    tiene ese derecho. Por supuesto, no es cuestin de abandonar el

    antiestatalismo ingenuo de los 80 y los 90 para correr a abrazar

    un estatalismo simtricamente candoroso: sabemos demasiado

    bien que el Estado es tambin una gran mquina de disciplinar,de reprimir y de violar sistemticamente (en sus comisaras

    y en sus crceles, en sus hospitales y en sus manicomios) los

    derechos humanos ms elementales. Y eso no hay que dejar de

    pensarlo y cuestionarlo. Pero tambin hemos aprendido que del

    otro lado, por as decir, de ese Estado tan complejo, no estn la

    libertad ni la autonoma ni la plenitud de una comunidad final-

    mente realizada, sino, con frecuencia, las formas ms inclemen-

    tes de desproteccin y desamparo.

    Por eso, es necesariopensareste espinoso problema del Estado,

    porque de lo que pensemos sobre l y de lo que hagamos con

    l (de lo que la sociedad toda, a travs de los mecanismos de

    conversacin colectiva que habilita el juego democrtico, decida

    hacer con l) depende en buena medida el destino del proceso

    que hoy est en curso entre nosotros. La mirada de conjunto

    que hemos intentado tender sobre las ltimas tres dcadas de

    historia de este pas nos permite hacernos de este ciclo un juicio

    positivo y optimista: de un modo que no ha sido lineal ni habra

    podido serlo, hemos conquistado un conjunto de libertades

    que parecen firmemente aseguradas, y el avance que en estos

    ltimos aos hemos experimentado en materia de postulacin,

    obtencin y aseguramiento de una cantidad grande de derechos

    parece establecer un nuevo piso, mucho ms alto que el que

    venamos pisando, para los proyectos colectivos que puedanformularse en adelante. Pero cuando al mismo tiempo omos

    levantarse demasiadas voces proponiendo alguna nueva versin

    de las viejas ideas, que entre nosotros nunca se alzaron en favor

    del bien pblico ni de los intereses populares, sobre la necesidad

    de achicar el Estado, de reducir sus capacidades y de liberar de

    su presunto yugo las voluntades de los actores sociales ms re-

    sistentes a los avances evidentes que estamos protagonizando,

    parece prudente volver a insistir sobre que slo de la mano de

    ese formidable instrumento de la voluntad colectiva (que debe

    estar democrticamente organizado, conducido y controlado,

    pero del que no podemos prescindir) podremos continuar pen-

    sando en tener un pas con cada vez ms libertad, ms derechos

    y ms futuro.