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Escuela Normal Superior J. B. Alberdi Nivel Terciario de Formación Docente Profesorado en Educación Primaria (PEP y Profesorado en Educación Inicial (PEI) EC “Historia Argentina y Latinoamericana” Ciclo Lectivo 2014 Textos Curriculares para Lectura y Reflexión de los Alumnos Síntesis Socio-Histórica. De la Argentina Heroica a la Formación del Estado Nacional (1810-1880) Ensayo Histórico Autor: Daniel E. Yépez Licenciado en Pedagogía Magíster en Ciencias Sociales Doctor en Ciencias Sociales – Orientación Historia Docente a Cargo del EC Plaza de Mayo en 1810 El cabildo sesionando en Mayo de 1810 La Historia social de nuestro país está profundamente enraizada en las luchas de liberación nacional que la comunidad latinoamericana, a principios del siglo XIX, llevara adelante contra el opresor godo. Como consecuente de las heroicas rebeliones indígenas acontecidas en Perú y el Alto Perú, las insurrecciones de La Paz en 1809 y de Mayo en 1810 se extendieron como reguero de pólvora por las colonias al sur del Río Bravo. En su seno se trazaron, desde los inicios de las luchas de emancipación, dos caminos posibles: Uno; el que expresaron lúcidamente San Martín, Artigas, Bolívar, Monteagudo, 1

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Escuela Normal Superior J. B. AlberdiNivel Terciario de Formación DocenteProfesorado en Educación Primaria (PEP y Profesorado en Educación Inicial (PEI)EC “Historia Argentina y Latinoamericana”Ciclo Lectivo 2014

Textos Curriculares para Lectura y Reflexión de los Alumnos

Síntesis Socio-Histórica. De la Argentina Heroica a la Formación del Estado Nacional

(1810-1880)

Ensayo HistóricoAutor: Daniel E. Yépez

Licenciado en PedagogíaMagíster en Ciencias Sociales

Doctor en Ciencias Sociales – Orientación HistoriaDocente a Cargo del EC

Plaza de Mayo en 1810 El cabildo sesionando en Mayo de 1810

La Historia social de nuestro país está profundamente enraizada en las luchas de liberación nacional que la comunidad latinoamericana, a principios del siglo XIX, llevara adelante contra el opresor godo. Como consecuente de las heroicas rebeliones indígenas acontecidas en Perú y el Alto Perú, las insurrecciones de La Paz en 1809 y de Mayo en 1810 se extendieron como reguero de pólvora por las colonias al sur del Río Bravo. En su seno se trazaron, desde los inicios de las luchas de emancipación, dos caminos posibles: Uno; el que expresaron lúcidamente San Martín, Artigas, Bolívar, Monteagudo, O’Higgins, Mariano Moreno, Belgrano, para citar los nombres más relevantes; que de sur a norte y de este a oeste liberaron pueblos para interconectarlos en un crecimiento hacia adentro, que les permitiese confluir en una gran Nación soberana (en una Confederación de Pueblos Alfareros de su Destino, como diría Bolívar); y otro inverso, el de las clases dominantes, oligarquías y burguesías comerciales de los puertos marítimos del continente, verdaderos enclaves económico-culturales cosmopolitas, como Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, Lima, Caracas, etc. Los cuales, a través de los sectoriales intereses de sus elites cuyo objetivo estratégico era vincularse a Europa, a través del libre comercio, para transformarse en correa de transmisión de la política económica de los imperios y centros de poder mundial de entonces.Este último proyecto, cuyos exponentes más destacados en las antiguas Provincias Unidas del Sud fueron Saavedra, Rivadavia, Sarmiento, Mitre etc., por sólo nombrar los referentes

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insoslayables, desdeñaron y se opusieron tenazmente a la empresa de los libertadores de construir, junto con la emancipación, la unidad política y social del inmenso continente indo-afro-americano. Ambiciones políticas que se manifestaron en el inocultable propósito de impulsar un proceso de dependencia exógena, traducido en un modelo de desarrollo de acumulación externa que subordine la economía del país a los intereses de la región pampeana y dé la espalda a las economías regionales mediterráneas del interland latinoamericano. Luego de los triunfos Junín y Ayacucho, a pesar de la derrota militar y de la expulsión del imperio godo, no fue posible gestar la unidad latinoamericana y ello quedó plasmado con la derrota del proyecto bolivariano de unidad nacional, que trajo como consecuencia un proceso de balcanización continental cuya materialización histórica fue la emergencia de veinte pequeñas débiles republiquetas (al decir de Alberdi), atrasadas y de economía primaria y sometidas al naciente y agresivo imperio británico.Un camino posible pudo ser el de la unión, la soberanía y el crecimiento auto-centrado de las fuerzas productivas. El otro el de la fragmentación, la dependencia y el atraso. A diferencia de las colonias de América del Norte, donde el triunfo de los unificadores logró conformar los Estados Unidos de Norteamérica, dando lugar después de la Guerra de Secesión a la construcción de un país soberano con un proyecto industrialista, burgués, capitalista e independiente tan enorme que derivó en un gigante expansivo e imperialista; en América del Sur nuestro destino fue la vicisitud de la balcanización, la segregación surcada por enfrentamientos intestinos -instigados por los imperios-, generadores de un devenir de miseria, explotación y una congénita pobreza y marginalidad padecida hasta los últimos tiempos.La larga guerra civil argentina que se extendió a lo largo de setenta años (1810-1880), comenzó al día siguiente de la Revolución de Mayo, cuando la burguesía comercial e intermediaria de Buenos Aires entró en escena para sabotear y oponerse al Plan Revolucionario de Operaciones escrito por Mariano Moreno, pero discutido previamente con Manuel Belgrano, ambos jacobinos, progresistas y latinoamericanistas. El partido unitario que albergaba en su seno los intereses de los tenderos, rentistas, comerciantes, agiotistas y contrabandistas del puerto, expresaba a estos grupos mercantiles cuyos apellidos de campanillas resonarán incesantemente en nuestra historia política, habíase ganado en la Europa de comienzos de siglo XIX un mote muy significativo: la pandilla del barranco. Un nombre muy certero para la burguesía mercantil de la naciente ciudad-estado.Los políticos más representativos de esta facción fueron Paso, Rivadavia, Saavedra, Alzaga, Rodríguez Peña, etc., que con el poder de la intriga y el apoyo de la diplomacia británica derrotaron al partido morenista, reduciendo la insurrección de Mayo al supremo interés de esta clase, esto es, al comercio y al contrabando con los ingleses y al usufructo por parte de los sectores hegemónicos porteños de las rentas aduaneras de la nación, al constituirse el puerto único. El proyecto liberal-oligárquico y portuario, que tiene este origen, se basó en las siguientes premisas:

1. Librecambio, es decir la apertura del “mercado interno” -sin ningún tipo de política proteccionista o control-, a la libre circulación de manufacturas y productos industrializados esencialmente británicos, con los cuales no estaban en condiciones de competir las industrias artesanales, tradicionales y recientes, de los pueblos interiores del país, lo que generará, en términos inmediatos, su progresiva declinación y destrucción. La obvia consecuencia de esta forma de sujeción económica desigual será el inexorable empobrecimiento, la creciente miseria y marginalidad, así como las desgracias sociales que alimentan el drama de los pueblos mediterráneos argentinos desde la independencia.

2. Estrecha vinculación con el Capital Europeo, preferentemente inglés, ya sea a través de toda la red de comerciantes, usureros, agiotistas y funcionarios radicados en la ciudad-puerto, empréstitos, sociedades mixtas, sistema bancario y crediticio y más tarde a través de los ferrocarriles, seguros, fletes, comisiones, etc., lo que nos transformó en una factoría monoproductora, proveedora de materias primas animales y vegetales propias de zonas templadas, según el rol que el imperio nos adjudicara en la división internacional del trabajo; y consumidora de bienes materiales y culturales manufacturados e industrializados,

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exclusivamente provistos por nuestro socio mayor e intermediario del comercio exterior argentino en el mundo: la rubia Albión.

3. El control absoluto de las rentas que producía la Aduana del puerto de Buenos Aires, por parte de la aristocracia terrateniente pampeana y de la burguesía comercial de la ciudad-puerto, rechazando e impidiendo todo tipo de organización nacional e institucional que implicase la distribución equitativa e igualitaria de los dineros públicos para todos los estados provinciales que conforman la nación.

4. El cierre de la libre navegación de los ríos interiores, como condición excluyente para imponer el monopolio del puerto único en el comercio interior y exterior, impidiendo, por ejemplo, la competencia que podía oponer los puertos del litoral mesopotámico.

5. Organización Unitaria del País, o también llamada la unidad a palos que le permitió a Buenos Aires controlar despóticamente toda disidencia o proyecto de desarrollo alternativo que intentaron gestar los gobiernos federales del interior provinciano, sometiéndolos a este proyecto semi-colonial que conducirá inevitablemente a la miseria, marginalidad, dependencia y colapso de sus economías y al atraso estructural que hoy padecen los pueblos y regiones mediterráneas de la nación.

6. Desinterés por parte de la oligarquía porteña por preservar la unidad política de las antiguas Provincias Unidas del Sud. Las regiones o provincias del inmenso país interior que no se sometieron a la política dictada por Buenos Aires, o peor, que la enfrentaron abiertamente, anteponiéndole proyectos federales, populares y democráticos, fueron abandonadas a su suerte, o sino segregadas del proceso histórico de conformación de la nación. Así sucedió con el Paraguay del Doctor José Gaspar de Francia, con el Alto Perú del Mariscal Santa Cruz y Sucre y con la Banda Oriental gobernada por José Gervasio de Artígas. Es conocida la desgraciada historia de la Convención Constituyente unitaria de 1819, en la que fueron expulsados los representantes artiguistas de la Banda Oriental, férreos opositores a la política rivadaviana de entregar este territorio al imperio esclavista brasileño o a las garras de la diplomacia inglesa. Similar situación se repitió en ocasión de celebrarse la Convención Constituyente del ’26, en la que tampoco fueron recibidos los diputados alto-peruanos, no sólo porque traían mandato de promover una organización confederativa de la nación, recogiendo la tradición federal de Juan Ignacio de Gorriti, sino por cuicos, esto es por indios o mestizos, estigma étnico-cultural ajeno y disonante con la idiosincrasia de la oligarquía blanca y europeizada del sur.

Estas son las cuestiones claves para explicar las vicisitudes e infortunios de los pueblos del interior argentino luego de ruptura con España. Razones de peso que originaron la irrupción histórica del gauchaje alzado en armas y que marcan a fuego los primeros setenta años (1810-1880) en los cuales el país se vio profundamente sacudido por las guerras civiles. Convulsiones intestinas que reflejaban un problema cardinal: se trataba simplemente del enfrentamiento entre dos proyectos irreconciliables de nación.Mientras Buenos Aires se perfumaba y bailaba el minué, nadando en la opulencia; el interior quedaba reducido a la miseria y desesperación. Con su economía diezmada por las guerras de la independencia y sus pueblos saturados por la invasión de mercancías británicas; sentíase impotente para combatir una política basada en la sistemática usurpación de sus rentas. La relación desigual y un enemigo poderoso impidieron recorrer otro camino que no sea articular alianzas regionales y organizar acciones armadas en defensa de sus respectivas supervivencias. Surgieron entonces los caudillos provincianos armados, que al mando de tropas irregulares y gauchos en montón defendieron como pudieron las autonomías provinciales, resistiendo sin tregua ni cuartel la política avasallante de Buenos Aires. Los caudillos aparecieron cuando Moreno y Belgrano ya habían desaparecido en la bruma del pasado y con ellos una política

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genuinamente nacional y latinoamericanista. Ese es el origen del federalismo criollo y es la razón fundamental que permitiría comprender el porqué de las guerras civiles argentinas. En sucesivas oleadas -no siempre infructuosas- las masas y grupos hegemónicos del interior argentino intentaron invadir y doblegar a la Buenos Aires separatista. Así llegaron, en 1820, de la mano de Francisco Pancho Ramírez “el supremo entrerriano” y de Estanislao López jefe popular santafecino, las primeras oleadas gauchas a las puertas de una ciudad temerosa. El engañoso pacto de San José de Flores contendría la primera invasión montonera. A fines de la década, después de la debacle rivadaviana y del crimen de Dorrego; también Rosas, jefe político de los ganaderos bonaerenses, iniciaría una política de sometimiento a la orgullosa metrópoli que duraría dos décadas. Sin embargo su prolongada autocracia sustentada en el poder de los estancieros bonaerenses no sería suficiente para derrotar a los grupos más poderosos de la oligarquía portuaria. Luego de una estudiada y extraña alianza los comerciantes porteños organizaron con Urquiza, gobernador y hacendado entrerriano, una poderosa fuerza político-militar que en 1852 derrocó a Rosas en Caseros.Después de la dolorosa separación de una década, donde la nación estuvo al borde de la segregación y a posteriori de la batalla de Pavón las legiones urquicistas ataron sus fletes en las puertas de una Buenos Aires, que temerosa, esperaba el toque a degüello. Las incomprensibles vacilaciones del primer presidente de la Confederación Argentina las contuvieron y luego de la batalla de Cepeda todo estuvo perdido. No lo creyeron así los pueblos interiores y pesar de la derrota y defección del entrerriano, la década siguiente sería escenario de la segunda rebelión montonera. Desde 1862 a 1874 Ángel Vicente Peñaloza, El Chacho, en La Rioja; Felipe Varela, en Catamarca; Francisco Saa, en San Luis; El cura Camilo Aldao, en Mendoza; José Benavides en San Juan, Ricardo López Jordán en Entre Ríos, etc. y las masas gauchas que acaudillaron, se opusieron tenazmente a la política de Buenos Aires, cuyo representantes más feroces se encuentran en la figura de Mitre y Sarmiento. La represión fue terrible y los ejércitos de líneas comandados por los Coroneles de Mitre, asolaron los territorios interiores sembrando luto y espanto por doquier. Sus campañas se transformaron en una sangrienta ola de represión. El ejemplo más cruel se vivió cuando fue capturado el Chacho, en Noviembre de 1863. Cuentan las crónicas de ese tiempo que después que se rindió entregó su daga en señal de obediencia, pero ello no fue suficiente. Fue salvajemente lanceado delante de todos sus familiares, en el patio de su casa. No contentos con semejante acto de barbarie lo degollaron y expusieron su cabeza en la plaza de Olta para atemorizar a la gente. Hombres de escasa talla en la historia política nacional y de clara identificación política unitaria y porteña celebraron la medida. Quien dio la nota fue Sarmiento diciendo:

“Aplaudo la medida, precisamente por su forma. Sino le cortaban la cabeza a este inveterado pícaro la chusma no se hubiera aquietado...”.

No nos pueden extrañar estas palabras. Es la época en que el padre de la educación argentina, amigo y empleado del diario familiar de los Mitre y también gobernador de San Juan escribía una carta reveladora diciéndole:

“No ahorre sangre de gauchos... es lo único humano que tienen...”.

El piadoso consejo de Sarmiento no sería olvidado por el primer traductor del Dante al asumir la presidencia en 1862. Desde ese momento se iniciaría una de los períodos más oscuros de nuestro pasado, salpicado de una sangrienta represión contra los pueblos del interior que luchaban por otro proyecto posible de nación.Esta nueva vuelta de tuerca al pobrerío del interior estaba en directa consonancia con el genocidio a la hermana república del Paraguay, luego que estallara la guerra de la triple alianza, denominada de la triple infamia por Manuel Gálvez, uno de los escritores más brillantes de las letras nacionales en el siglo XIX. Eran las leoninas condiciones impuestas por el capital financiero británico para instalarse en el país las que impulsaron la destrucción -por cualquier medio- de la oposición (en el interior), exigiendo extenderla a los pueblos limítrofes que intentasen seguir el peligroso ejemplo del desarrollo auto-centrado no-dependiente. El Paraguay

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arrasado del Mariscal López fue un caso piloto, sin que olvidemos la pérdida de la Banda Oriental después de la derrota y el ostracismo de Artigas en la selva paraguaya.Así las Provincias Unidas del Sud sufrieron un segundo proceso de balcanización endógeno y, mientras se erigían nuevas fronteras artificiales, separadoras de pueblos con un mismo origen, las industrias precapitalistas regionales languidecían penetradas por la avalancha de manufactura foránea, lanzando a la marginalidad y a la rebelión a miles de gauchos y artesanos criollos. Encadenados y contra su voluntad marcharon a punta de fusil a pelear contra sus hermanos guaraníes, o bien conducidos por Felipe Varela o el Chacho se levantaron en armas contra la prepotencia represora y sanguinaria de los “Coroneles de Mitre”. Parte de este infortunio narró José Hernández en el Martín Fierro, que más allá de ser nuestro poema épico mayor, puede ser descifrado como una memoria descriptiva del estado del paisanaje de la época. Para imponer la política referida, el Gral. Mitre debió instaurar una dictadura porteña, anglófila y librecambista. Los cañones de sus procónsules enseñaron los modales de la civilización a las provincias bárbaras. Sin embargo, no todo estaba perdido. Toda una generación que encarnó las aspiraciones del patriciado del interior postergado, en alianza con políticos e intelectuales de la vieja Confederación urquicista y porteños con ribetes federales, derrotó al mitrismo portuario en 1880. Su jefe político y mentor más importante fue el Gral. Roca, quien junto al anciano Alberdi, los hermanos José y Rafael Hernández, Carlos Pellegrini, Eduardo Wilde, Fray Mocho, David Peña, Benjamín Victorica, Manuel D. Pizarro, Miguel Cané, Ernesto Quesada, Hipólito Yrigoyen y otros ilustres nombres de nuestra historia política, conformaron lo que se denominaría La Generación del Ochenta. Este movimiento, sustentado en la Liga de Gobernadores de las provincias interiores y en el naciente ejército nacional, conformado por la oficialidad que lo acompañara en la conquista del desierto; también por los veteranos de la infausta guerra del Paraguay, los lanceros santafesinos y entrerrianos, el chinaje enganchado del interior y los resabios sobrevivientes de las montoneras gauchas, constituyó un formidable bloque histórico que despojó al autonomismo localista porteño la ciudad fenicia. En las cruentas batallas de Barracas, Olivera, Puente Alsina y Los Corrales de una guerra civil librada en los alrededores del municipio porteño quedaron sepultadas definitivamente las aspiraciones segregacionistas de las elites porteñas organizadas alrededor de los partidos conciliados, liderados por Mitre y Tejedor. El triunfo de las fuerzas nacionales abrió el cauce irreversible para la efectiva sanción y reglamentación de la Ley de federalización de la ciudad-puerto a fines de 1880, creando la capital de todos los argentinos. Este fue un año crucial, punto de arranque de una nueva etapa en la historia nacional. Unificado el Estado-Nación, el ciclo histórico de las guerras civiles y de las masas y las lanzas quedaba definitivamente cerrado y la Argentina Moderna o también la República Agro-exportadora irrumpirá indetenible en la historia nacional. Bajo el régimen de Orden Conservador con la gestión presidencial de Roca se llevaron a cabo profundas reformas en materia civil, económica, social, educativa y cultural.

San Miguel de Tucumán, 09 de Marzo de 2014

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