2001 - Ñandú en El Bar 62

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Ñandú en el Bar 62 Quien compare la evolución demográfica del psicoanálisis en el Uruguay con la de su homólogo argentino captará, a simple vista, notables similitudes y enigmáticas diferencias. (Nota al margen: Las comparaciones son siempre odiosas, y es posible que la que aquí planteo carezca además del relieve necesario y suficiente como para definir cabalmente un problema soluble; sin embargo, ella surge de una pregunta que periódicamente me asalta, y debo confesar que fantaseo con la idea de que quizás el hecho de pasarla al papel pueda atemperar en parte su insistencia... aun al precio de tornarme odioso.) Una sagaz analista uruguaya me dijo recientemente que, en ese aspecto, Montevideo siguió a Buenos Aires con unos veinte años de diferencia, y que el desembarco de la enseñanza de Jacques Lacan en el Plata redujo ese desfasaje a sólo la mitad. Exacta o no, odiosa o no, su apreciación de esta evolución comparativa como divisible en dos épocas – separadas entre sí por medio de la “marca Lacan” – es al menos un punto de partida para plantear y pensar el problema. En efecto, ella no toca más que tangencialmente los problemas doctrinarios o las correlativas producciones científicas, en tanto que, por el contrario, apunta casi exclusivamente a ese aspecto del problema que, con cierta vaguedad deliberada, he dado en llamar “demográfico”. Acerquémonos un poco más a este díptico para ver otros detalles. Notaremos entonces que los respectivos troncos de ambos cuadros, constituidos sobre todo por sendos kleinismos vinculados a la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), son esencialmente idénticos – una vez equiparados los factores de escala de la población de ambos países – en la medida en que ellos no se vieron afectados en absoluto por el mencionado desembarco. En efecto, Sigmund Freud llegó a estos pagos bajo los ropajes de Melanie Klein, y el efecto homogeneizador del psicoanálisis kleiniano de la IPA regó parejamente estos dos troncos. Más aún, la existencia de analistas itinerantes entre ambos países torna incluso dudoso el hecho mismo de que haya habido tal desfasaje temporal. Probablemente no se trate allí, entonces, de otra cosa que de los efectos de un mero cambio en la escala poblacional, y así la diferencia entre los tiempos de ambos países no se debería entonces más que al hecho de que todo grupo de psicoanalistas necesita alcanzar una determinada masa crítica (de personas y de trabajo) para soportar el paso de devenir institución. 1

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Historia del psicoanálisis lacaniano en Montevideo. Centenario del nacimiento de Jacques Lacan

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Ñandú en el Bar 62

Quien compare la evolución demográfica del psicoanálisis en el Uruguay con la de su homólogo argentino captará, a simple vista, notables similitudes y enigmáticas diferencias. (Nota al margen: Las comparaciones son siempre odiosas, y es posible que la que aquí planteo carezca además del relieve necesario y suficiente como para definir cabalmente un problema soluble; sin embargo, ella surge de una pregunta que periódicamente me asalta, y debo confesar que fantaseo con la idea de que quizás el hecho de pasarla al papel pueda atemperar en parte su insistencia... aun al precio de tornarme odioso.)

Una sagaz analista uruguaya me dijo recientemente que, en ese aspecto, Montevideo siguió a Buenos Aires con unos veinte años de diferencia, y que el desembarco de la enseñanza de Jacques Lacan en el Plata redujo ese desfasaje a sólo la mitad. Exacta o no, odiosa o no, su apreciación de esta evolución comparativa como divisible en dos épocas – separadas entre sí por medio de la “marca Lacan” – es al menos un punto de partida para plantear y pensar el problema. En efecto, ella no toca más que tangencialmente los problemas doctrinarios o las correlativas producciones científicas, en tanto que, por el contrario, apunta casi exclusivamente a ese aspecto del problema que, con cierta vaguedad deliberada, he dado en llamar “demográfico”.

Acerquémonos un poco más a este díptico para ver otros detalles. Notaremos entonces que los respectivos troncos de ambos cuadros, constituidos sobre todo por sendos kleinismos vinculados a la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), son esencialmente idénticos – una vez equiparados los factores de escala de la población de ambos países – en la medida en que ellos no se vieron afectados en absoluto por el mencionado desembarco. En efecto, Sigmund Freud llegó a estos pagos bajo los ropajes de Melanie Klein, y el efecto homogeneizador del psicoanálisis kleiniano de la IPA regó parejamente estos dos troncos. Más aún, la existencia de analistas itinerantes entre ambos países torna incluso dudoso el hecho mismo de que haya habido tal desfasaje temporal. Probablemente no se trate allí, entonces, de otra cosa que de los efectos de un mero cambio en la escala poblacional, y así la diferencia entre los tiempos de ambos países no se debería entonces más que al hecho de que todo grupo de psicoanalistas necesita alcanzar una determinada masa crítica (de personas y de trabajo) para soportar el paso de devenir institución.

De hecho, las instituciones dominantes (primero sólo kleinianas y luego también lacanianas) han crecido esencialmente por pares, a uno y otro lado del Plata, siendo quizás la única excepción notable la constituida por la orientación lacaniana vinculada a Jacques-Alain Miller – asunto éste que parece tener determinaciones políticas muy puntuales (y que, por eso mismo, no serán objeto de análisis aquí) pero que han tenido por efecto la ausencia en el Uruguay de un homólogo, por ejemplo, de la enorme Escuela que dicha orientación fundó en la Argentina hace unos diez años.

Hecha esta salvedad, podemos decir entonces que la diferencia se sitúa, en lo esencial, al nivel de la evolución demográfica comparada de los dos lacanismos.

Muchos psicoanalistas rioplatenses aducen al respecto, en primer lugar, el hecho de que Uruguay no tuvo su Oscar Masotta. Pero, más allá de esto, es notorio que el brote lacaniano tampoco tuvo allí el crecimiento exponencial que sí experimentó en la Argentina; por el contrario, su población y su injerencia se expandieron al mismo ritmo cuasi-lineal con que lo hizo continuadamente el kleinismo en todo el mundo.

Sin embargo, hay que decir que la conjetural hipótesis primera no necesariamente explica el incuestionable hecho segundo. Y, al menos en la medida en que yo mismo he podido verificarlo, nadie ha dado hasta ahora una respuesta irrevocable a la pregunta por los motivos o las causas de estas diferencias y estos desfasajes variados. He escuchado argumentos improbables que apelan, por ejemplo, a un supuesto conservadurismo oriental y a la inercia pueblerina del uruguayo, y otros más sesudos que apuntan a la impronta dejada por el pensamiento americanista de Galeano e incluso a la dominancia de diversas líneas filosóficas en las culturas argentina y uruguaya.

El hecho es que, hoy en día, el lacanismo en el Uruguay carece del inmenso poder preformativo

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que su homólogo argentino ya posee en las instituciones y en la cultura. Y no sabemos por qué.Retornemos a la hipotética división de esta evolución en dos épocas, para dar ahora un paso más

y preguntarnos cuáles deberían ser los signos que podrían permitir conjeturar la eventual emergencia de una nueva fase en esta historia comparada. Desde el punto de vista de los tiempos relativos, habría que buscar entonces algún hito que marcase una disminución o anulación del mentado desfasaje y que permitiera además preanunciar la posibilidad de una expansión del lacanismo uruguayo. (En efecto, la agilización informática del flujo de saber y la correlativa reducción del mundo a una aldea global no podrían compatibilizarse con un incremento de ese desfasaje, y por otra parte no es en el kleinismo – ya de por sí homogéneo en el sentido antes mencionado – donde habremos de buscar un hito semejante.)

Pues bien, tal vez los futuros historiadores del psicoanálisis señalen este año 2001 como el inicio del tercer tramo de este desarrollo. De hecho, un muy buen candidato a constituir el signo de ese cambio es, en mi opinión, un acontecimiento que tuvo lugar hace apenas unos días, y quisiera por eso señalar algunas de mis impresiones al respecto.

El disparador de este acontecimiento puede remontarse al hecho de que este año coincide con el centenario del nacimiento de Jacques Lacan. Y ese dato es de por sí un excelente marco de referencia para localizar un punto de inflexión en esta historia, en la medida misma en que un centenario simplemente no puede conmemorarse algunos años después. Los actos de homenaje correspondientes se han celebrado en una treintena de ciudades del mundo, incluyendo por supuesto a Buenos Aires. Pero antes de proseguir con esto es necesario decir algo más.

En efecto, estos homenajes han sido precedidos por una novedosa figura del Eros que acercó entre sí, en los últimos años, dos instituciones históricamente separadas e incluso antagónicas, a saber la vieja IPA (de raigambre esencialmente kleiniana) y la joven y lacaniana Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Con relación a esto, la ciudad de Buenos Aires fue verdaderamente uno de los sitios precursores de este histórico acercamiento. Por el contrario, ningún movimiento significativo paralelo a éste pudo observarse en esos mismos años en la otra margen del Plata.

Sin embargo, unos aires de cambio parecen agitar en estos momentos la constante ventolina montevideana. Un par de meses atrás, un grupo de analistas uruguayos comenzó a contemplar – primero con cierto recelo, luego con mejores ojos – la impensable y remota posibilidad de realizar un homenaje a Lacan semejante a los ya realizados en otros países. Pero, en cierta medida, el evento imaginado para el Uruguay se adelantaba a los otros, puesto que conjugaba además, entre sus premisas, la necesaria presencia y participación de todo el espectro institucional local, sin excepciones. Es cierto que uno de los homenajes, realizado en abril de este año en Buenos Aires, había reunido ya a psicoanalistas pertenecientes a la AMP y a la IPA, pero el caso es que las instituciones locales allí representadas no cubrían más que un fragmento (si bien muy importante) del amplio abanico bonaerense. El proyecto montevideano, más ambicioso aún, preveía no dejar a nadie afuera.

Finalmente, y felizmente, en una esquina del barrio montevideano de Pocitos tuvo lugar, el 8 de octubre, un simbólico almuerzo en el cual un pequeño grupo de audaces conjurados, pertenecientes a instituciones lacanianas y no lacanianas, se reunió a fin de decidir, en primer lugar, si el proyecto era políticamente aceptable, para luego estudiar si el mismo era pragmáticamente realizable. El hecho es que allí se depusieron las armas, hubo negociaciones y acuerdos, y se decidió entonces dar inicio a la organización de un homenaje único, convocado bajo el provocativo título de “Lacan en Montevideo”, a realizarse poco antes de que el calendario dejase caer las últimas páginas de este año.

¿Será, sí o no, este acontecimiento aquel hito que marcará el inicio de una nueva fase para el lacanismo uruguayo? Evidentemente, la respuesta dependerá de que a este homenaje se enlace un ulterior trabajo sostenido que capitalice este impulso inaugural.

El tiempo dirá entonces qué valor histórico habrá tenido ese almuerzo inolvidable, del cual fui testigo y cómplice mientras saboreaba, distraídamente, un delicioso plato de ñandú en el Bar 62.

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Gerardo Arenas

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