22 AA · Las primeras cartas son de la Època en que GarcÌa MÀrquez se instalÒ en ParÌs, a...

2
EL ESPECTADOR / DOMINGO 30 DE SEPTIEMBRE 2018 28 / ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ ~~~~~ cuando Gabo se fue a aventurar a Europa con la única garantía de ser “enviado espe- cial” de El Espectador y, al poco tiempo, se enteró de que el diario fue clausurado por la dictadura de Rojas Pinilla, así que debía subsistir con un sueldo a cuentagotas y en- frentar las afugias del hambre. Unas fueron escritas a mano y otras me- canografiadas en las mismas máquinas de escribir en las que tecleó El coronel no tiene quien le escriba, en París, y El otoño del pa- triarca, en Barcelona. El registro epistolar va hasta 1978. Hoy tenemos el privilegio de conocerlas, porque el exdirector de El Es- pectador nunca las desapareció como se lo pidió alguna vez su redactor estrella y por- que la viuda de don Guillermo, Ana María Busquets, las conservó. En septiembre de 2015 me enteré de las cartas mientras la entrevistaba para un NELSON FREDY PADILLA [email protected] La historia de las cartas que el escritor le envió al director de El Espectador entre 1955 y 1978, que revelan detalles de su trabajo como corresponsal en Europa y el trasfondo de “El coronel no tiene quien le escriba”, “El otoño del patriarca” y “Cien años de soledad”. Q Quien los bautizó como “informes priva- dos” fue Gabriel García Márquez al valorar las cartas a su “amigo del alma” Guillermo Cano. Extraña tanto a su “querido Con- cho” que le escribe cartas dando cuenta de su vida de corresponsal en Europa, sus desventuras de novelista en ciernes y hasta sus amores y desamores. Las historias que revela empezaron a mediados de los años 50 del siglo pasado,

Transcript of 22 AA · Las primeras cartas son de la Època en que GarcÌa MÀrquez se instalÒ en ParÌs, a...

Page 1: 22 AA · Las primeras cartas son de la Època en que GarcÌa MÀrquez se instalÒ en ParÌs, a finales de 1955, y empezÒ a enviar crÒnicas al diario, que no podÌa cumplirle con

EL ESPECTADOR / DOMINGO 30 DE SEPTIEMBRE 2 01 8 EL ESPECTADOR / DOMINGO 30 DE SEPTIEMBRE 2 01 828 / / 29

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

cuando Gabo se fue a aventurar a Europacon la única garantía de ser “enviado espe-cial” de El Espectador y, al poco tiempo, seenteró de que el diario fue clausurado porla dictadura de Rojas Pinilla, así que debíasubsistir con un sueldo a cuentagotas y en-frentar las afugias del hambre.

Unas fueron escritas a mano y otras me-canografiadas en las mismas máquinas deescribir en las que tecleó El coronel no tiene

quien le escriba, en París, y El otoño del pa-triarca, en Barcelona. El registro epistolarva hasta 1978. Hoy tenemos el privilegio deconocerlas, porque el exdirector de El Es-pectadornunca las desapareció como se lopidió alguna vez su redactor estrella y por-que la viuda de don Guillermo, Ana MaríaBusquets, las conservó.En septiembre de 2015 me enteré de lascartas mientras la entrevistaba para un

NELSONF R E DYPA D I L L A

n p a d i l l a @ e l e s p e c t a d o r.co m

perfil de Carmen Balcells —quien murióese mes—, la agente literaria de GarcíaMárquez, catalana como ella y su amiga.Entonces recordó la más privada ydolorosa de todas: a finales de 1986,después de que sicarios de Pablo Escobarasesinaran a don Guillermo Cano cuandosalía de El Espectador, la viuda hizopúblico su dolor porque el escritor noestuvo en el sepelio, no salió a condenar elcrimen, ni fue solidario a pesar de lafraternidad de las dos familias desde queGabo era un desconocido. Tampoco lohizo Carmen, a quien conocía desde antesde la fama del Nobel de Literatura de 1982.“Ella nos invitaba a su casa y a los mejoresrestaurantes de Barcelona, como 7Puertas. Hablaba mucho con Guillermode El Espectador y de Gabo, y también seescribían cartas”.

García Márquez y Balcells, enterados deldisgusto de Ana María, se manifestaron acomienzos de 1987. “Llegó a mi casa de sor-presa y me pegó un regaño por lo que escri-bí y me trajo una carta de Gabo. Decía queeran personas demasiado sensibles, que enese momento no habían podido decir loque sentían. Pero yo reclamaba que unodebía sobreponerse y pensar que los de-más necesitan solidaridad. Ella no daba ca-bida al sentimentalismo y antes de irse medijo: ‘¿Tú sí sabes lo que vale esa carta? ¿Loque puedes sacarle de plata a esa carta?’”.

Hace tres años doña Ana María no que-ría que esos papeles se volvieran públicos.Sin embargo, ahora accedió a hacerlo por-que la familia decidió venderlos al HarryRansom Center de la Universidad de Te-xas, en Austin, en busca de fondos para laFundación Guillermo Cano, que defiendela libertad de prensa a escala internacionaly entrega un premio mundial cada año.Irán al mismo lugar donde reposa el mayorarchivo sobre Gabriel García Márquez.Allí los catalogarán y, desde enero de 2019,se convertirán en documentos claves paraatar cabos sobre la historia creativa del Ga-bo periodista y el Gabo literato, además derescatar, al tiempo, el legado de don Gui-llermo Cano, porque las cartas son la prue-ba de la visión del mundo y de la profesiónde escritor que tenían estos dos grandesn a r ra d o re s.

Las primeras cartas son de la época enque García Márquez se instaló en París, afinales de 1955, y empezó a enviar crónicasal diario, que no podía cumplirle con lospagos porque en Bogotá estaba cada vezmás acorralado con la transición entre elgobierno conservador de Laureano Gó-mez y el régimen militar de Gustavo RojasPinilla. El propio Gabo era investigado eseaño por la dictadura luego de la publica-ción, en El Espectador, de su serie de cró-nicas “Relato de un náufrago”, en la que de-nunció cómo los barcos de la Armada eran

usados para el contrabando. El caldo decultivo de la Violencia —con la mayúsculaque pasó a los libros de historia— hervíaentre conservadores y liberales. Estabaprohibido a los periódicos informar sobreel conflicto político que asolaba el país y“faltarle al respeto” al jefe del Estado. Enseptiembre de 1952 las sedes de El Tiempoy El Espectador, en el centro de Bogotá,habían sido incendiadas y desde junio de1953 estaba vigente la censura de prensamediante el Comando General de las Fuer-zas Armadas.

Tras el cierre obligado de El Especta-dor, el 20 de febrero de 1956 comenzó a cir-cular como alternativa el periódico El In-dependiente, que cir-culó a duras penashasta el 1° de junio de1958, fecha en quereapareció El Espec-tador. Cano mantu-vo al tanto de estecontexto a su corres-ponsal. En principio,Gabo se mostró soli-dario: “Mientras elperiódico no esté enbuena situación, miscolaboraciones ten-drán un precio —nosimbólico sino real—de un peso colombia-no”. Leyendo en Eu-ropa Le Monde y TheTimes, le daba ánimoa su jefe para que si-guiera adelante:“Aquí me he conven-cido, en serio, de queEl Espectador esuno de los mejoresperiódicos del mundo”. Se sentía en deuday dispuesto a ayudar: “Avísame —dentro detres días, tres años o tres siglos— cuándoabren el periódico. Saldré inmediatamentea escribir una crónica. Vuelvo a agradecer-les el empujón que me dieron y que me si-tuó en París. Abrazos, abrazos y abrazos”.

Los primeros escritos fueron desde elHotel de Flandre. Le contaba de sus esca-padas a Inglaterra, para aprender inglés“que está todavía muy mal” y a Italia aaprender de cine. Una vez se le acabaronlos ahorros comenzó la etapa deprimente,que resultó propicia como trasfondo de laescritura de El coronel no tiene quien le es-criba. Mecanografiaba: “Mi pobre novelallena de tropiezos… Todas estas cosas queme suceden confirman mi idea de que soyun gran escritor y que, en consecuencia,París empieza a darme duro. Por lo pronto,mi única sensación perfectamente defini-da es que tengo deseos de sentarme a llorar.¡Ya era hora!”.

Luego se declaró “terriblemente furio-so” porque no le pagaban lo acordado:“Hace años… envié con carácter urgenteun vale de 420. Me anunciaron inmediatoenvío: todavía no ha llegado. Estoy en unasituación desesperada… me quedé sin unfísico franco”. Mientras afinaba la ficcióndel coronel que nunca recibe su pensión,saltaba matones —en un mes cambió dosveces de domicilio. Desde la calle Cherubi-ni se quejaba: “Estimado Concho: no sé site resulte impertinente que vuelva a escri-birte de lo mismo. Pero han pasado más dedos meses desde cuando comenzó la liqui-dación de El Independiente. Creo que yahan tenido tiempo de salir de los grillos ur-

gentes. A través deÁlvaro Mutis te ente-ré de mi situación. Denada sirvió el recur-s o…En realidad, no sécómo diablos estoysaliendo adelante.Milagros de París”.

¿Cómo se sostenía?“Venezuela me estáresolviendo el pro-blema, con una nuevaespecialidad quepongo a tu disposi-ción: comentarios hí-picos. México tam-bién empieza a com-prarme notas de ac-tualidad. (Tambiénhabla de dos crónicassemanales para Ve-nezuela y una paraPerú). Por ahora, sólome bastarían los po-cos dólares que que-

dan en poder de El In-dependiente, para ponerle un poco de or-den a mis desordenados problemas… Túsabes que es más práctico para mí saber aqué atenerme que estar esperando indefi-nidamente. Quiero que me evites la necesi-dad de estar escribiendo cartas comercia-l e s… para ti prefiero escribir siempre ‘in -formes privados’”. Le confesó, por ejem-plo, que estaba en “un horrible enredo decobijas y centavos con una excelente amigaque traigo a rastras de Italia. Sumado a es-to, el cierre del periódico y las perspectivasinmediatas, ya puedes imaginarte cuál seráel estado de mi quebrantada moral”. Variascartas, enviadas desde el 23 de la calle Ou-dinot, en dirección compartida con su ami-go arquitecto Hernán Vieco, insisten en eltema: “Hazme el favor de hablar con el ge-rente. Cualquier cosa que venga de allá mecaerá como llovida del cielo”.

Se lamentaba de no estar en Colombiapara hacer un reportaje sobre los 53 intoxi-cados con alcohol en un pueblo cerca a Ba-

rranquilla, hecho que registró Le Monde.“Qué formidable reportaje habría sido lareconstrucción de la tragedia. Haberle se-guido la pista a las víctimas. El marido quese fue de fiesta a escondidas de su mujer”.Surge allí el alma de periodista que le incul-caron sus “hermanos” de El Espectadoren conflicto con su obsesión por demostrarque también podía con cuentos y novelas.Que Europa no le iba a quedar grande. “Unverano helado y con lluvia… aproveché laestación del exilio para instalarme. Estoytrabajando duro en la novela —que es a lar-go plazo— y en un cuento largo que, segúnespero, aparecerá primero en francés”.

Pasó los meses, leyendo, releyendo, es-cribiendo, reescribiendo, hasta que vio laluz al final del túnel: “Tendría que escribiruna serie de 25 entregas si te contara en de-talle cómo logré sobrevivir en París. Ahorala cosa se ha enderezado, felizmente, y dis-pongo incluso de estampillas para darmeel lujo de escribir a mis amigos”. París lotransformó: “No he perdido el tiempo, heaprendido muchas cosas —pero especial-mente de la vida, muchas cosas de la vida—y al parecer mi francés es bastante acepta-ble. He llegado a la conclusión de que enColombia era un muchachito insoporta-ble, relleno de aserrín, y esto me ha servidopara que quiera más a mis amigos”.

Le mandó a Guillermo Cano la prueba desu éxito: “No sé cómo he terminado mi se-gundo libro. Es una especie de penitenciapor ese horrible aparato que se llama Lahojarasca. Tal vez haga una edición en Co-lombia. El título: El coronel no tiene quien leescriba. Es una cosa sencilla, directa y creoque lo que allí sucede son cosas que real-mente le suceden a los seres humanos. Es-toy gestionando, sobre los originales, unatraducción al francés”.

En los que llama “espacios libres”, nun-ca descuidaba sus “deberes superiores”con El Espectador. Prueba de ello es unade las cartas más largas y emocionadas,cuando terminó, tras un mes de encierro,los relatos sobre su viaje por los países so-cialistas y le anunciaba: “Mi querido Gui-llermo: ahí te va el mejor trabajo periodís-tico que he hecho hasta ahora: 14 crónicassobre mi viaje a la Cortina de Hierro… untrabajo integral, sin contradicciones”. Serefiere a que “en muchos casos un párrafosobre la Unión Soviética implicaba la revi-sión y la corrección de todas las crónicassobre Polonia”.

Y se sentía orgulloso: “Es un trabajo he-cho como una obra literaria, pensando ca-da palabra, vigilando el estilo, y con unacierta vanidad de que sean realmente muybuenas crónicas”. Según él, “el trabajo totales dos veces más largo que La hojarasca”.

La historia de las cartas que el escritor le envió al director de El Espectador entre 1955 y1978, que revelan detalles de su trabajo como corresponsal en Europa y el trasfondo de“El coronel no tiene quien le escriba”, “El otoño del patriarca” y “Cien años de soledad”.

QQuien los bautizó como “informes priva-dos” fue Gabriel García Márquez al valorarlas cartas a su “amigo del alma” GuillermoCano. Extraña tanto a su “querido Con-cho” que le escribe cartas dando cuenta desu vida de corresponsal en Europa, susdesventuras de novelista en ciernes y hastasus amores y desamores.

Las historias que revela empezaron amediados de los años 50 del siglo pasado,

‘‘Mi querido Guillermo: ahí te vael mejor trabajo periodístico que hehecho hasta ahora: 14 crónicas sobremi viaje a la Cortina de Hierro”.

››Mientras terminaba ‘El coronel no tiene quienle escriba’: “Mi pobre novela llena de tropiezos…mi única sensación perfectamente definida es quetengo deseos de sentarme a llorar”.

CA RTA S PÁ G I NA 30

Guillermo Cano y García Márquez. / Archivo

Arriba, facsímil del “Relato de unn á u f ra g o ”. A la derecha, portada delMagazín de El Espectador del 1° demayo de 1966 con el primer capítulode “Cien años de soledad”. / Archivo

El primer cuento de GarcíaMárquez publicado en este diario.

Page 2: 22 AA · Las primeras cartas son de la Època en que GarcÌa MÀrquez se instalÒ en ParÌs, a finales de 1955, y empezÒ a enviar crÒnicas al diario, que no podÌa cumplirle con

EL ESPECTADOR / DOMINGO 30 DE SEPTIEMBRE 2 01 8 EL ESPECTADOR / DOMINGO 30 DE SEPTIEMBRE 2 01 828 / / 29

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

cuando Gabo se fue a aventurar a Europacon la única garantía de ser “enviado espe-cial” de El Espectador y, al poco tiempo, seenteró de que el diario fue clausurado porla dictadura de Rojas Pinilla, así que debíasubsistir con un sueldo a cuentagotas y en-frentar las afugias del hambre.

Unas fueron escritas a mano y otras me-canografiadas en las mismas máquinas deescribir en las que tecleó El coronel no tiene

quien le escriba, en París, y El otoño del pa-triarca, en Barcelona. El registro epistolarva hasta 1978. Hoy tenemos el privilegio deconocerlas, porque el exdirector de El Es-pectadornunca las desapareció como se lopidió alguna vez su redactor estrella y por-que la viuda de don Guillermo, Ana MaríaBusquets, las conservó.En septiembre de 2015 me enteré de lascartas mientras la entrevistaba para un

NELSONF R E DYPA D I L L A

n p a d i l l a @ e l e s p e c t a d o r.co m

perfil de Carmen Balcells —quien murióese mes—, la agente literaria de GarcíaMárquez, catalana como ella y su amiga.Entonces recordó la más privada ydolorosa de todas: a finales de 1986,después de que sicarios de Pablo Escobarasesinaran a don Guillermo Cano cuandosalía de El Espectador, la viuda hizopúblico su dolor porque el escritor noestuvo en el sepelio, no salió a condenar elcrimen, ni fue solidario a pesar de lafraternidad de las dos familias desde queGabo era un desconocido. Tampoco lohizo Carmen, a quien conocía desde antesde la fama del Nobel de Literatura de 1982.“Ella nos invitaba a su casa y a los mejoresrestaurantes de Barcelona, como 7Puertas. Hablaba mucho con Guillermode El Espectador y de Gabo, y también seescribían cartas”.

García Márquez y Balcells, enterados deldisgusto de Ana María, se manifestaron acomienzos de 1987. “Llegó a mi casa de sor-presa y me pegó un regaño por lo que escri-bí y me trajo una carta de Gabo. Decía queeran personas demasiado sensibles, que enese momento no habían podido decir loque sentían. Pero yo reclamaba que unodebía sobreponerse y pensar que los de-más necesitan solidaridad. Ella no daba ca-bida al sentimentalismo y antes de irse medijo: ‘¿Tú sí sabes lo que vale esa carta? ¿Loque puedes sacarle de plata a esa carta?’”.

Hace tres años doña Ana María no que-ría que esos papeles se volvieran públicos.Sin embargo, ahora accedió a hacerlo por-que la familia decidió venderlos al HarryRansom Center de la Universidad de Te-xas, en Austin, en busca de fondos para laFundación Guillermo Cano, que defiendela libertad de prensa a escala internacionaly entrega un premio mundial cada año.Irán al mismo lugar donde reposa el mayorarchivo sobre Gabriel García Márquez.Allí los catalogarán y, desde enero de 2019,se convertirán en documentos claves paraatar cabos sobre la historia creativa del Ga-bo periodista y el Gabo literato, además derescatar, al tiempo, el legado de don Gui-llermo Cano, porque las cartas son la prue-ba de la visión del mundo y de la profesiónde escritor que tenían estos dos grandesn a r ra d o re s.

Las primeras cartas son de la época enque García Márquez se instaló en París, afinales de 1955, y empezó a enviar crónicasal diario, que no podía cumplirle con lospagos porque en Bogotá estaba cada vezmás acorralado con la transición entre elgobierno conservador de Laureano Gó-mez y el régimen militar de Gustavo RojasPinilla. El propio Gabo era investigado eseaño por la dictadura luego de la publica-ción, en El Espectador, de su serie de cró-nicas “Relato de un náufrago”, en la que de-nunció cómo los barcos de la Armada eran

usados para el contrabando. El caldo decultivo de la Violencia —con la mayúsculaque pasó a los libros de historia— hervíaentre conservadores y liberales. Estabaprohibido a los periódicos informar sobreel conflicto político que asolaba el país y“faltarle al respeto” al jefe del Estado. Enseptiembre de 1952 las sedes de El Tiempoy El Espectador, en el centro de Bogotá,habían sido incendiadas y desde junio de1953 estaba vigente la censura de prensamediante el Comando General de las Fuer-zas Armadas.

Tras el cierre obligado de El Especta-dor, el 20 de febrero de 1956 comenzó a cir-cular como alternativa el periódico El In-dependiente, que cir-culó a duras penashasta el 1° de junio de1958, fecha en quereapareció El Espec-tador. Cano mantu-vo al tanto de estecontexto a su corres-ponsal. En principio,Gabo se mostró soli-dario: “Mientras elperiódico no esté enbuena situación, miscolaboraciones ten-drán un precio —nosimbólico sino real—de un peso colombia-no”. Leyendo en Eu-ropa Le Monde y TheTimes, le daba ánimoa su jefe para que si-guiera adelante:“Aquí me he conven-cido, en serio, de queEl Espectador esuno de los mejoresperiódicos del mundo”. Se sentía en deuday dispuesto a ayudar: “Avísame —dentro detres días, tres años o tres siglos— cuándoabren el periódico. Saldré inmediatamentea escribir una crónica. Vuelvo a agradecer-les el empujón que me dieron y que me si-tuó en París. Abrazos, abrazos y abrazos”.

Los primeros escritos fueron desde elHotel de Flandre. Le contaba de sus esca-padas a Inglaterra, para aprender inglés“que está todavía muy mal” y a Italia aaprender de cine. Una vez se le acabaronlos ahorros comenzó la etapa deprimente,que resultó propicia como trasfondo de laescritura de El coronel no tiene quien le es-criba. Mecanografiaba: “Mi pobre novelallena de tropiezos… Todas estas cosas queme suceden confirman mi idea de que soyun gran escritor y que, en consecuencia,París empieza a darme duro. Por lo pronto,mi única sensación perfectamente defini-da es que tengo deseos de sentarme a llorar.¡Ya era hora!”.

Luego se declaró “terriblemente furio-so” porque no le pagaban lo acordado:“Hace años… envié con carácter urgenteun vale de 420. Me anunciaron inmediatoenvío: todavía no ha llegado. Estoy en unasituación desesperada… me quedé sin unfísico franco”. Mientras afinaba la ficcióndel coronel que nunca recibe su pensión,saltaba matones —en un mes cambió dosveces de domicilio. Desde la calle Cherubi-ni se quejaba: “Estimado Concho: no sé site resulte impertinente que vuelva a escri-birte de lo mismo. Pero han pasado más dedos meses desde cuando comenzó la liqui-dación de El Independiente. Creo que yahan tenido tiempo de salir de los grillos ur-

gentes. A través deÁlvaro Mutis te ente-ré de mi situación. Denada sirvió el recur-s o…En realidad, no sécómo diablos estoysaliendo adelante.Milagros de París”.

¿Cómo se sostenía?“Venezuela me estáresolviendo el pro-blema, con una nuevaespecialidad quepongo a tu disposi-ción: comentarios hí-picos. México tam-bién empieza a com-prarme notas de ac-tualidad. (Tambiénhabla de dos crónicassemanales para Ve-nezuela y una paraPerú). Por ahora, sólome bastarían los po-cos dólares que que-

dan en poder de El In-dependiente, para ponerle un poco de or-den a mis desordenados problemas… Túsabes que es más práctico para mí saber aqué atenerme que estar esperando indefi-nidamente. Quiero que me evites la necesi-dad de estar escribiendo cartas comercia-l e s… para ti prefiero escribir siempre ‘in -formes privados’”. Le confesó, por ejem-plo, que estaba en “un horrible enredo decobijas y centavos con una excelente amigaque traigo a rastras de Italia. Sumado a es-to, el cierre del periódico y las perspectivasinmediatas, ya puedes imaginarte cuál seráel estado de mi quebrantada moral”. Variascartas, enviadas desde el 23 de la calle Ou-dinot, en dirección compartida con su ami-go arquitecto Hernán Vieco, insisten en eltema: “Hazme el favor de hablar con el ge-rente. Cualquier cosa que venga de allá mecaerá como llovida del cielo”.

Se lamentaba de no estar en Colombiapara hacer un reportaje sobre los 53 intoxi-cados con alcohol en un pueblo cerca a Ba-

rranquilla, hecho que registró Le Monde.“Qué formidable reportaje habría sido lareconstrucción de la tragedia. Haberle se-guido la pista a las víctimas. El marido quese fue de fiesta a escondidas de su mujer”.Surge allí el alma de periodista que le incul-caron sus “hermanos” de El Espectadoren conflicto con su obsesión por demostrarque también podía con cuentos y novelas.Que Europa no le iba a quedar grande. “Unverano helado y con lluvia… aproveché laestación del exilio para instalarme. Estoytrabajando duro en la novela —que es a lar-go plazo— y en un cuento largo que, segúnespero, aparecerá primero en francés”.

Pasó los meses, leyendo, releyendo, es-cribiendo, reescribiendo, hasta que vio laluz al final del túnel: “Tendría que escribiruna serie de 25 entregas si te contara en de-talle cómo logré sobrevivir en París. Ahorala cosa se ha enderezado, felizmente, y dis-pongo incluso de estampillas para darmeel lujo de escribir a mis amigos”. París lotransformó: “No he perdido el tiempo, heaprendido muchas cosas —pero especial-mente de la vida, muchas cosas de la vida—y al parecer mi francés es bastante acepta-ble. He llegado a la conclusión de que enColombia era un muchachito insoporta-ble, relleno de aserrín, y esto me ha servidopara que quiera más a mis amigos”.

Le mandó a Guillermo Cano la prueba desu éxito: “No sé cómo he terminado mi se-gundo libro. Es una especie de penitenciapor ese horrible aparato que se llama Lahojarasca. Tal vez haga una edición en Co-lombia. El título: El coronel no tiene quien leescriba. Es una cosa sencilla, directa y creoque lo que allí sucede son cosas que real-mente le suceden a los seres humanos. Es-toy gestionando, sobre los originales, unatraducción al francés”.

En los que llama “espacios libres”, nun-ca descuidaba sus “deberes superiores”con El Espectador. Prueba de ello es unade las cartas más largas y emocionadas,cuando terminó, tras un mes de encierro,los relatos sobre su viaje por los países so-cialistas y le anunciaba: “Mi querido Gui-llermo: ahí te va el mejor trabajo periodís-tico que he hecho hasta ahora: 14 crónicassobre mi viaje a la Cortina de Hierro… untrabajo integral, sin contradicciones”. Serefiere a que “en muchos casos un párrafosobre la Unión Soviética implicaba la revi-sión y la corrección de todas las crónicassobre Polonia”.

Y se sentía orgulloso: “Es un trabajo he-cho como una obra literaria, pensando ca-da palabra, vigilando el estilo, y con unacierta vanidad de que sean realmente muybuenas crónicas”. Según él, “el trabajo totales dos veces más largo que La hojarasca”.

La historia de las cartas que el escritor le envió al director de El Espectador entre 1955 y1978, que revelan detalles de su trabajo como corresponsal en Europa y el trasfondo de“El coronel no tiene quien le escriba”, “El otoño del patriarca” y “Cien años de soledad”.

QQuien los bautizó como “informes priva-dos” fue Gabriel García Márquez al valorarlas cartas a su “amigo del alma” GuillermoCano. Extraña tanto a su “querido Con-cho” que le escribe cartas dando cuenta desu vida de corresponsal en Europa, susdesventuras de novelista en ciernes y hastasus amores y desamores.

Las historias que revela empezaron amediados de los años 50 del siglo pasado,

‘‘Mi querido Guillermo: ahí te vael mejor trabajo periodístico que hehecho hasta ahora: 14 crónicas sobremi viaje a la Cortina de Hierro”.

››Mientras terminaba ‘El coronel no tiene quienle escriba’: “Mi pobre novela llena de tropiezos…mi única sensación perfectamente definida es quetengo deseos de sentarme a llorar”.

CA RTA S PÁ G I NA 30

Guillermo Cano y García Márquez. / Archivo

Arriba, facsímil del “Relato de unn á u f ra g o ”. A la derecha, portada delMagazín de El Espectador del 1° demayo de 1966 con el primer capítulode “Cien años de soledad”. / Archivo

El primer cuento de GarcíaMárquez publicado en este diario.